EL MUNDO CATÓLICO ROSARINO A COMIENZOS...
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EL MUNDO CATÓLICO ROSARINO A COMIENZOS DEL SIGLO XX.
ORDEN, PROGRESO Y CRISTIANDAD EN EL ESPACIO LOCAL.
María C. Pía Martín
Fac. Ccia Política y RRII/Derecho.
U.N.R.
En el presente trabajo proponemos un acercamiento al mundo católico
rosarino en el tránsito entre los siglos XIX y XX. Dentro de ese mundo, nos
interesa considerar la perspectiva de ciertos intelectuales católicos respecto de los
problemas que planteaban el progreso y la modernización. Y también cómo esas
perspectivas se expresaron en movimientos de proyección más amplia. Nos
hemos detenido muy especialmente en las miradas, acciones y pertenencias de
Antonio F. Cafferata y Federico B. Valdés ya que, en tanto miembros de la elite
rosarina, contribuyeron a definir el perfil de una ciudad joven, heterogénea,
dinámica y cambiante. Ambos fueron parte de un grupo selecto que, desde la
esfera política y económica amplió su influencia al campo intelectual, artístico y
cultural.1 Por un lado, el análisis de sus actividades y pertenencias grupales o
asociativas proporciona mayor inteligibilidad a los discursos en su dimensión
social. Por otro lado, la consideración que estos intelectuales tuvieron del
progreso mostró como contracara el orden, definiendo posiciones propias respecto
de la inmigración, la nacionalidad y la ciudadanía.
Antonio F. Cafferata (1875 - 1932) era hijo de Juan Manuel Cafferata, ex-
gobernador de la Provincia de Santa Fe vinculado al iriondismo, facción clerical
del conservadorismo de la región, que debió renunciar como resultado de la
revolución radical de 1893. Por tanto, aunque descendiente de inmigrantes
genoveses -su abuelo ingresó al país hacia 1840- era miembro de una familia
inserta en el estrecho círculo de la elite santafesina de finales de siglo.
Si bien la vida de la familia Cafferata transcurría entre Buenos Aires,
Córdoba y Rosario, Antonio F. estudió abogacía en Buenos Aires y estableció su
1 PRÍNCIPE, Valeria, El museo antes del museo: La colección histórica del Doctor Antonio
Cafferata, en ARTUNDO, Patricia, FRID, Carina (Editoras), El coleccionismo de Arte en
Rosario. Colecciones, mercados y exhibiciones (1880-1970), Buenos Aires, Fundación Espigas,
2008, p. 70.
residencia definitiva en la ciudad de Rosario. Como abogado, fue Juez en lo civil,
Fiscal de Cámara de los Tribunales Provinciales y Defensor de Pobres y
Ausentes. Pero también tuvo una importante actividad intelectual, como Profesor
de Historia, Geografía y Literatura en las Escuelas Superior Nacional de
Comercio y Normal de Profesoras “Nicolás Avellaneda”; a través de sus escritos
académicos, históricos y literarios; y mediante los trabajos periodísticos que
publicó en Monos y Monadas y La Capital de Rosario, Los Principios de
Córdoba y El Pueblo de Buenos Aires e Ideales, revista del Centro Católico de
Estudiantes de Rosario. Fue miembro de sociedades científicas y literarias
nacionales e internacionales, y un destacado coleccionista local de rasgos
peculiares. En 1912, organizó en su residencia particular el primer museo
histórico que tuvo Santa Fe. Sus pares del medio intelectual y cultural lo
reconocieron como fundador e impulsor de las iniciativas museísticas de la ciudad
y estuvo vinculado a los proyectos originarios que dieron por resultado la creación
del Museo de Bellas Artes “Juan B. Castagnino” y el Museo Histórico Provicial
“Julio A. Marc”.2 Accedió también dos veces a la presidencia del Jockey Club.
Por otro lado, en 1908 creó y dirigió La Verdad, periódico trisemanal
católico vinculado al Círculo de Obreros de Rosario. Su actividad dentro de la
Iglesia lo colocó en la dirección del mencionado Círculo y en la “Comisión Pro-
Obispado de Rosario”, ese mismo año. Poco antes de su muerte, la organización
de la Acción Católica local lo contaría entre sus fundadores. Tuvo además
inquietudes partidistas, siendo Convencional Constituyente de la Provincia en
1904 y, por el Partido Demócrata Progresista, en 1921. En este último caso, su
condición de católico lo llevó a renunciar, al igual que a otros diputados de la
misma denominación religiosa.3 En 1925, cuando se discutió sobre la fecha para
celebrar los orígenes de la ciudad, era miembro del Concejo Deliberante y su
2 PRÍNCIPE, Valeria, ed.cit., pp. 75 y 109.
3 La Convención Constituyente de Santa Fe (1921) propuso la supresión de los artículos 5, 70 y 77
referidos al juramento y el credo religioso de los gobernantes, lo cual significaba introducir el
principio de separación entre Iglesia y Estado. Esto provocó la renuncia de otros dos diputados
católicos, Francisco Casiello y César A. Berraz. (Cfr. Constitución de la Provincia de Santa Fe,
13 de agosto de 1921, Santa Fe, Imp. de la Provincia, 1932; MACOR, Darío, La cuestión
constitucional frente al sistema político. Santa Fe (1921-1935), en ASCOLANI, Adrián (comp.),
Historia del Sur santafesino, Rosario, Ediciones Platino, 1993.
iniciativa para tomar el día de la Virgen del Rosario como onomástico de la
ciudad puede considerarse “una victoria simbólica para el catolicismo”, que
revertía la larga tradición anticlerical –no exenta de conflictos- que había
identificado a las élites políticas de la ciudad.4 Como muchos de sus
contemporáneos, pasó asimismo por la Liga Patriótica Argentina.
Patria y pedagogía en el coleccionismo local.
La variada colección histórica de Antonio Cafferata no parece haber estado estimulada
por esta práctica (mercantil); de hecho, no es posible distinguir ningún rasgo
especulativo vinculado con un posible intercambio posterior; en todo caso, es el
coleccionista mismo el que asigna valor a la colección, porque sus componentes no
tienen un valor de mercado reconocido. Para Cafferata, la serie de objetos históricos
reunidos tienen una virtud impalpable y mucho más valiosa que otras: la de despertar
por sí solo el sentimiento patrio. La variedad y heterogeneidad que rigen la colección
son justificadas por la lógica que el coleccionista le otorga...insertándolo en un relato.
Para que ese relato fuera exitoso y cumpliera su misión pedagógica, eran necesarias
instituciones adecuadas… Valeria Príncipe, El museo antes del museo… (2008)
Federico B. Valdés (1866-1933), también abogado, político y docente
universitario, obtuvo el reconocimiento de sus pares por sus dotes oratorias que,
en ocasiones, lo proyectaron al espacio de la política nacional. Se destacan los
discursos pronunciados en la recepción de los ministros de Relaciones Exteriores
de Brasil y Argentina, en 1890; en 1901, durante la creación del partido Unión
Provincial, o ante el Presidente de la República, al peticionar por la intervención
de la Provincia de Santa Fe; y, en 1911, frente a la candidatura por la gobernación
de L. de la Torre y Casablanca por la Liga del Sur, a la que perteneció desde su
creación. Buena parte de sus discursos están compilados en las obras “Desde el
llano” (1925) y “Mi tribuna” (1930).
Federico B. Valdés, se graduó como abogado en Buenos Aires,
seleccionando un tema de tesis de interés para la Iglesia (1888). En ella abordó el
matrimonio civil, cuestión en pleno auge por la reciente sanción de la ley
homónima. Al comienzo, el joven abogado fue patrocinado por Lucio V. López.
Una vez en Rosario, fue Secretario del Juzgado Federal, luego se desempeñó
como abogado del Banco de la Nación Argentina y fue asesor de la Sociedad
4 GLUCK, Mario, Aquel Rosario anticlerical, en La Capital, 8 de octubre de 2006.
Puerto Rosario S.A. y “El Saladillo”, entre otras. Asimismo, se desempeñó como
docente de Derecho Constitucional en la Facultad de Ciencias Económicas,
Comerciales y Políticas desde que fuera creada la cátedra.
Dentro de la Iglesia, al igual que Cafferata, perteneció a la dirigencia del
Círculo de Obreros de Rosario, fue miembro de la Comisión Pro-Obispado de
1908 y delegado por Rosario a las Segunda y Tercera Asambleas de Católicos
Argentinos (1907 y 1908). En la primera de ellas, presidida por Emilio Lamarca,
se desempeñó como Vice-Presidente 3°, a continuación de Juan María Garro y
Santiago O´Farrell.
Su perfil de católico de elite puede sintetizarse en la expresión de sus biógrafos:
“se vinculó a los hombres más destacados del foro, la sociedad y la política,
escalando sitios prominentes en todas las esferas. Su presencia en todos los
círculos es solicitada y recibida con verdadera satisfacción…”5 O en la de Juan
Casiello, durante su alocución en el Colegio de Abogados en 1963: “…traer el
recuerdo… de uno de los abogados, que siendo de otra generación y actuando
entre nosotros, por su conducta y trayectoria, y porque dignificaron y
enaltecieron la profesión, pudiera servir de ejemplo y saludable emulación a las
generaciones presentes y futuras… (sic)”6
Intelectuales, elites e Iglesia en la ciudad.
Desde mediados del siglo XIX, Rosario experimentó un notable
crecimiento demográfico, edilicio, económico, institucional. Estaba en
construcción y recibía nutridos contingentes de inmigración ultramarina que
modificaban cotidianamente su apariencia. Al comenzar el siglo XX era una
ciudad nueva con escasas tradiciones consolidadas. Antes bien, se constituyó
sobre una base diversa de personas, costumbres, ideas y creencias. Parecía que
todo estaba por hacerse y que cada cual podía pensar una ciudad propia,
semejante y distinta a la de los demás. La libre circulación de ideas y las prácticas
5 Federico B. Valdés, 1866-1933. Reseña biográfica. Juicios y homenajes póstumos, Rosario,
Est. Gráf. Pomponio, 1935, pág. 19. 6 CASIELLO, Juan, Evocación del Dr. Federico B. Valdés. Conferencia presentada en el
Colegio de Abogados de Rosario, el 26 de agosto de 1963, en adhesión al Día del Abogado,
Rosario, s.e., 1963, pág. 3.
también cambiantes, cuando no contradictorias, no eran más que el correlato de su
temprana identidad comercial. Estuvo abierta a la actividad de periodistas,
publicistas, intelectuales y políticos, quienes elaboraron representaciones que
coexistieron en forma desordenada. Muchas veces estos hombres convirtieron su
pluma en un arma de combate donde pujaban los intereses y proyectos de una
ciudad en formación. En este contexto, los católicos rosarinos tuvieron su propio
“combate” en un espacio donde lo moderno y lo secular parecían confundirse sin
conflicto. La empresa de los intelectuales aquí considerados consistiría en
reivindicar lo moderno, en tanto se vinculaba al progreso económico y a la
expansión de la ciudad, tomando distancia del proceso secularizador que tal
concepto implicaba.
Si consideramos que un intelectual “es alguien que haya hecho lo que
haya hecho en la vida, hizo del pensar una actividad lo suficientemente
importante como para incluirlo dentro de los vestigios que permanecen de esa
actividad humana tal como tuvo lugar en su propio tiempo”, 7
el mundo católico
también desarrolló sus ideas de manos de intelectuales polifacéticos que, como los
otros, desenvolvieron su actividad a través de la prensa, la literatura, la educación,
la vida social y política. En el cambio de siglo, participaron de espacios e
instituciones ya existentes, en una lógica más bien plural aunque, a la vez, su
acción se orientó a definir un espacio católico desde donde polemizar con el
mundo no católico, en un ámbito predominantemente laicista. A este tipo de
intelectuales se ajustan las figuras de Antonio F. Cafferata y Federico B. Valdés.
Dedicatoria
No me habría decidido a reunir y compilar los materiales diversos que contiene este
libro, a no ser por la insistente cuanto generosa solicitud de mis amigos. Entresacados
de una producción dispersa, dictada bajo el apremio de mis tareas habituales de índole
distinta, no tienen otro mérito que el de haber sido la expresión de anhelos colectivos o
el juicio personal, expuesta con lealtad y franqueza sobre asuntos de interés público.
Dicho está con ello, que no aspiran a un sitio en la bibliografía nacional.(…)”Desde el
llano” se intitula esta colección de artículos y discursos, porque del llano no he salido, y
7 HOLLINGER, David A., “Qué es la historia intelectual?”, en Debats, Nº 16, Junio de 1986,
p.36.
cada vez que hablé o escribí para el público lo hice desde la tribuna popular, en mi
simple condición de ciudadano.
Federico B. Valdés, Desde el llano. Escritos y discursos, 1925.
Una particularidad que podemos señalar en el caso rosarino: mientras los
intelectuales y dirigentes que se destacaron sobre todo entre 1895 y la década de
1910, pertenecían a la elite ya constituida -eran “miembros católicos de la elite”-,
rémora de una temprana oleada inmigratoria que se asentó en la ciudad, luego de
1912/15 habría un recambio generacional que fue la base de una “elite católica”,
a la que se sumarían dirigentes que eran, más bien, hijos de familias instaladas
con la inmigración masiva, beneficiadas por una movilidad social ascendente en
pleno proceso, formados en el activismo de las primeras agrupaciones
socialcristianas. Más tarde, todos ellos impulsaron -desde distintos lugares- la
Unión Popular Católica Argentina (1919) o la Acción Católica Argentina (1931)
en el ámbito local.
A nuestro juicio, el “combate” católico adoptó modalidades más agresivas
luego de la Primera Guerra Mundial, tal vez como respuesta a su impacto en
nuestro país: los síntomas de agotamiento de una economía rígidamente
agroexportadora y sus secuelas sociales; el ascenso de una nueva democracia
personificada por el radicalismo, que parecía a contrapelo de las tendencias
derechistas radicalizadas que ganaban terreno en el mundo y en la Iglesia del
período de entreguerras; y la existencia de una acumulación de tensiones sociales
que pareció condensarse en torno a la Semana Trágica de 1919.
En el cambio de siglo, la Iglesia Católica argentina tenía escaso desarrollo,
su clero resultaba insuficiente y parecía estar construyéndose en forma paralela al
Estado. La expansión del Estado nacional había permitido, por un lado, el
crecimiento simultáneo de la Iglesia-institución pero, por otro lado, exigió su
subordinación en el ámbito de la sociedad. El debate por la educación laica que
planteó la Ley 1420, y la Ley de Matrimonio Civil en 1887, provocó una dura
reacción a fines del siglo XIX. No obstante, salvo el primer enfrentamiento
liderado por Estrada, Goyena y Lamarca a comienzos de los 80 y su posterior
alineamiento con el movimiento cívico de 1890, los católicos se retrajeron a la
vida privada. La ausencia de una institución fuerte, más la dinámica
secularizadora dominante, a partir de la segunda mitad del siglo XIX, los indujo a
vivir su religiosidad con indiferencia o como algo inapropiado para ostentar en la
vida pública.8 Esto parece particularmente aplicable al caso de Rosario que era,
ante todo y a pesar de su nombre, una ciudad nueva, pujante, con un perfil laicista
moldeado en el cosmopolitismo de su población y en la permeabilidad a las ideas
liberales, masónicas y de izquierda, tal como ha sido destacado por los propios
católicos de la época. El imperativo de cristianizar la ciudad y comprometer en
ello a los fieles, en adelante, sería prioritario para el obispo de Santa Fe, de quien
dependía la ciudad.
Rosario ostentaba rasgos seculares en todas sus franjas sociales. Por eso,
desde 1900 el obispo Boneo encaró una tarea de “cristianización” o, más bien,
“catolización”9 que abarcó los frentes más diversos. Así, propició la instalación
de nuevas órdenes religiosas, principalmente educativas y misioneras –Hermanos
de las Escuelas Cristianas, Madre Cabrini, Sacerdotes Redentoristas- que se
venían a sumar a las pocas pre-existentes. Promovió las misiones suburbanas para
cristianizar la periferia de la ciudad, tanto como la acción parroquial. Prohijó el
activismo socialcristiano, expresado en sus organizaciones -Círculos de Obreros,
Liga Democrática Cristiana y Unión Democrática Cristiana- y en las conferencias
callejeras, sobre todo en las coyunturas electorales.
El clima contrario a la presencia de la Iglesia se expresó en diversos
ámbitos de la sociedad. Los Sacerdotes Redentoristas, desde 1909, daban cuenta
de la hostilidad de los trabajadores asentados en las cercanías de la Refinería
8ARENDT, Hanna, La condición humana, Buenos Aires, Paidós, 1993, p.61; HUNT, Lynn, La
vida privada durante la Revolución Francesa, en ARIES, Philippe, DUBY, Georges, Historia de
la Vida Privada, Buenos Aires, Taurus, 1990, p.35. 9 Tomando distancia del discurso de los actores que hablaron de “recristianizar”, creemos que la
idea de catolización se ajusta más a lo que estaba in mente de la Jerarquía, toda vez que la
presencia de otras denominaciones cristianas, además del laicismo, la masonería y el liberalismo,
tanto como las ideas de izquierda, eran vistas como un riesgo para el “orden social” que pretendía
la Iglesia. Incluso, a nivel de las definiciones del papado, el pluralismo religioso resultaba en
general, inadmisible, aunque los matices deben buscarse en los casos históricos concretos. Algunos
de estos aspectos han sido analizados en el primer capítulo de nuestra tesis, en proceso de
redacción.
Argentina del Azúcar, de la abundancia de católicos “vergonzantes”, y de la
dificultad para regularizar uniones o bautismos entre las clases populares.10
Por
otro lado, en 1908 se organizó un movimiento para evitar la iniciativa de algunos
ciudadanos católicos que pretendían promover la creación de un obispado en la
ciudad; y en 1911, cuando los Redentoristas solicitaron ser exonerados de ciertos
impuestos, provocaron una campaña de prensa en su contra.11
Aparentemente, se
logró movilizar a los sectores liberales y masones de la ciudad y, debido a su
presión, el pedido fue rechazado.12
En los pueblos vecinos a Rosario y en el
campo circundante, en general, parece que los sacerdotes eran bien recibidos por
mujeres y niños. Pero se enfrentaban con la indiferencia de los hombres, sobre
todo de los colonos, que priorizaban su trabajo, postergando las prácticas
religiosas.13
Resulta evidente que la Iglesia Católica tenía dificultades para
insertarse en todas las clases sociales. La hostilidad del medio parecía generali-
zada, particularmente en Rosario, y a la institución le costaba no sólo movilizar
públicamente a sus fieles, sino también ingresar a la esfera de la vida privada para
regular su vida cotidiana.14
La Iglesia local, siguiendo las tendencias eclesiásticas internacionales, se
planteó por un lado cristianizar la sociedad y, por otro, formar un ciudadano
católico que llevara a cabo, junto con el clero, esta labor de recristianización.
Cristianizar o “recristianizar” significaba, en definitiva, combatir los rasgos de
modernidad instalados por el liberalismo desde la Revolución Francesa, en el
sistema político, en la sociedad y en la cultura. Y la clave estaba en atacar al
liberalismo y todas aquellas tendencias o fenómenos que, según la Iglesia, fueron
su resultado: el nihilismo, el socialismo, el anarquismo, o la cuestión social. El
triunfo del orden liberal desde Mitre –y su temprana expresión en Santa Fe con
10
Crónica domus Congr. SS.RR. in urbe Rosarii Saa. Fidei incipit anno salutis 1910 ad landem et
gloriam Dei, Crónica I, 1909-1921, Año 1920. 11
La Verdad, Rosario, 1908; Cronica domus SS.RR. ... 12
Ibidem. 13
Ibidem. 14
Cfr. HELLER, Agnes, Sociología de la vida cotidiana, Barcelona, Península, 1991
(3ra,edición), pág. 168-169.
Nicasio Oroño- no era un dato menor para el clero santafesino que se enfrentaba a
la cosmopolita y heterodoxa Rosario.
Además de expresarse aquí las tensiones entre los intereses locales y el
proyecto de nación en marcha, se puede comprobar la presencia cada vez más
sólida de fuerzas que competían en distintos planos con los propósitos
eclesiásticos, desplazándolos del centro de atención. Por ejemplo, tal como ha
señalado Marta Bonaudo, a partir de 1860, la masonería alcanzó un peso
importante en el proceso de construcción estatal -también en el plano regional-
local- a la vez que desplegó estrategias que, necesariamente, debieron chocar con
los intereses de la jerarquía, provocando su reacción.15
El respeto a los sacerdotes
En esta ciudad como en casi todas partes existen individuos, faltos de las más
elementales nociones de educación y cultura, que ante la presencia de un sacerdote, en
cualquier paraje público, se burlan de él, usando palabras ofensivas. Muchas veces los
autores de estas anomalías son jóvenes concurrentes á las aulas de las escuelas, los que
parecen olvidar toda enseñanza sobre moral que reciben de sus maestros.
Los hechos arriba expuestos desgraciadamente se producen con frecuencia, haciéndose
gala de incultura y muchas veces en presencia de la misma autoridad…
La Verdad, Rosario, 30 de junio de 1908.
En respuesta a la modernidad y el progreso: Un obispado para Rosario.
El problema que enfrentaba la Iglesia, en definitiva, era el paulatino
proceso de secularización que atravesaron la sociedad, la política y el Estado,
iniciado más tempranamente en los países europeos y en forma tardía en los de
América Latina. Como han sostenido Caetano y Geymonat, la secularización
supone la separación de la esfera religiosa de la temporal, y su privatización, tanto
como implica el pluralismo, la desacralización, la autonomía individual y la
introducción de una racionalidad distinta para el ordenamiento del mundo
compartido. 16
Todo ello no es más que una manifestación de la modernidad en el
15
BONAUDO, Marta, “Liberales, masones ¿subversivos?”, en Revista de Indias, Madrid, CSIC,
Volumen LXVII, N° 240. 16
CAETANO, Gerardo, GEYMONAT, Roger, La secularización uruguaya, 1859-1919.
Catolicismo y privatización de lo religioso, Montevideo, Taurus, 1997, pp. 23-26.
plano religioso, emanada de la fractura que marcó la Revolución Francesa en el
mundo europeo.17
Desde esta perspectiva la cuestión que se planteaba, también en el plano
local, era confrontar e interactuar con la modernidad. Si bien desde fines del siglo
XIX hubo una intención de romanizar las estructuras eclesiásticas -procurando
más homogeneidad y verticalismo- como modo de afirmar la soberanía del
Papado sobre la Iglesia universal, de los caracteres que adoptara el impulso
secularizador en cada país dependieron también las estrategias eclesiásticas y las
ideas propuestas en procura de la recristianización del orden social. Cada país
presentó variables propias, combinando las directivas internacionales con las
particularidades del proceso de conformación del Estado nacional –para el caso
latinoamericano- y las formas en que se gestó la construcción de un orden secular
desacralizado. Por otro lado, a nuestro juicio, cuando la Iglesia se enfrentaba a
sociedades o momentos históricos donde el impulso secularizador parecía fuerte o
consolidado, se disponía a combinar confrontación con diálogo y asumía, en
ocasiones, actitudes relativamente más pluralistas; mientras, cuando su presencia
en el Estado y la sociedad parecían fortalecerse, tomaba una actitud más
intransigente e intolerante. O si descubría fisuras en el orden secular,
profundizaba las tácticas de choque y reforzaba su acción societaria en procura de
volcar la situación a favor de sus intereses. En el caso argentino, y
particularmente en Rosario, esta diferencia de tácticas parece tener un quiebre a
partir de 1919/1921.18
En tanto ciudad en continua transformación, dinámica y abierta a la
diversidad, Rosario fue vista por los católicos del fin de siglo como una
conjunción de progreso y orden inestable que debía ser cristianizado. Por tanto,
los católicos locales construyeron un concepto de orden social que expresaba no
17
Cfr. ROSANVALLON, Pierre, La rivoluzione dell´iguaglianza. Storia del suffragio
universale in Francia, Anabassi, 1994. 18
En 1919 la Iglesia argentina, como respuesta a la conflictividad desatada desde la Semana
Trágica, reorganizó su actividad pastoral afectando varias instituciones preexistentes, provocando
tensiones que se proyectaron en nuestra diócesis; en 1921, la reforma de la Constitución provincial
marcó un hito importante en el realineamiento de la jerarquía y de ciertos sectores del catolicismo
en la región, sobre todo en Rosario.
sólo la aceptación, sino también la exaltación del progreso –con sus implicancias
de modernidad y cambio-, pero articulado en el marco del proyecto cristianizador
que comenzaba a pergeñarse, tomando distancia de otros aspectos no deseados de
la modernidad en ciernes. Esta mirada sobre el orden social de los católicos y,
ante todo, la de los intelectuales que hemos escogido como puerta de acceso a su
mundo, llevaba implícitos elementos que, en una compleja trama de continuidades
y disrupciones, daría lugar a nuevos sentidos y resignificaciones luego de 1919.
Los voceros del catolicismo vernáculo identificaban a Rosario –igual que
el resto de la sociedad de la época- con el progreso, fruto del trabajo y la
inmigración. En la inauguración de las obras del puerto, Federico B. Valdés
afirmaba: “cincuenta años hace apenas, que esta ciudad surgía con capacidad
propia, y en ese término, insuficiente para encerrar la vida de un hombre, ya no
le bastan sus embarcaderos y ferrocarriles, las numerosas arterias que la cruzan
en todas direcciones y pide salida inmediata al océano, como el genio oprimido
en el medio ambiente que lo circunda, se lanza a teatros más vastos en busca de
la satisfacción a las exigencias imperiosas de su espíritu...”19
Y ante Joaquín V.
González, al reclamar la creación de una Universidad para Rosario, rescataría la
idea de la ciudad “hija de su propio esfuerzo”: “Habéis contemplado… la urbe
brillante, pletórica de riqueza, alentada por el espíritu animoso de sus hijos,
formada por sí misma en un esfuerzo gigantesco, comparable al que ha precedido
a las más poderosas organizaciones humanas. No hace mucho más de medio
siglo que aquí, donde se levanta esta gran ciudad, dormía todavía la aldea…”
Anunciaba también un destino promisorio y sostenía que el progreso económico
debía coronarse con el desarrollo cultural y científico que traería la universidad.20
Asimismo, el petitorio para la creación del obispado, en 1908, elogiaba
“esta ciudad cuya importancia comercial y asombroso desarrollo nadie
desconoce; que en menos de medio siglo ha duplicado tres veces su población,
fenómeno que no ha realizado ningún pueblo en la historia...”21
Rosario era
19
VALDÉS, Federico, Desde el llano. Escritos y discursos, Buenos Aires, Imprenta Mercatali,
1925. 20
Citado en CASIELLO, Juan, op.cit., pág. 9. 21
La Verdad, Rosario, 8 agosto de 1908
exaltada por su rápido crecimiento, fruto de una vida laboriosa, anclada en el
trabajo y el progreso. Ciudad pujante, en constante expansión, promesa para el
futuro. La inmigración había venido a poner manos en esa labor y los intelectuales
católicos, todavía deudores del pensamiento de Alberdi y Sarmiento, estaban
abiertos a aceptar sus aportes para la prosperidad de todos. Pero el
cosmopolitismo era también portador de fuerzas contradictorias que interpelaban
sus nociones de orden, nacionalidad y agregaba nuevos matices a la cuestión
social tal como ellos la percibían.
Frente al desarrollo desmesurado de la urbe, una de las iniciativas más
importantes de los católicos fue la propuesta de crear un obispado en 1908. Los
tres argumentos que fundamentaron su solicitud pusieron de manifiesto la imagen
que habían construido de Rosario, tanto como sus preocupaciones al respecto.
La demanda de una nueva diócesis se fundaba en las características
mismas de la ciudad: “la creación de una diócesis en nuestra progresista ciudad
debe ser un hecho, porque trae involucrado consigo el crecimiento, desarrollo y
cultura de la misma, y porque su rango lo reclama ahora más que nunca;
combatir esta idea…implica una falta de criterio y sentimiento patriótico, pues es
hacer abstención al progreso de Rosario”…22
En la solicitud pro- obispado
presentada a las autoridades se insistía “que al Rosario como segunda ciudad de
la República, le corresponde ser el asiento de una nueva Diócesis
Eclesiástica…”. Y, retomando las ideas análogas vertidas por Valdés cuando
reclamaba una universidad, se extendía en los siguientes argumentos “esta ciudad
… necesita un complemento de sus progresos, dado que no sólo de pan viven los
pueblos…Varias otras ciudades de la república, que no tienen la importancia del
Rosario, hace tiempo ya que son sedes de obispados…”23
Por un lado, la prosperidad y el crecimiento, que ubicaron a Rosario en
segundo lugar frente a sus pares de todo el país, la hacían merecedora de un
obispado propio. Su progreso, su expansión económica, su importancia en
aumento, exigían una sede obispal acorde a su nueva jerarquía. Pero también la
22
La Verdad, Rosario, 08 de agosto de 1908, Año I, N° 65. 23
La Verdad, Rosario, 11 de agosto de 1908, Año I, N° 66.
necesidad de compensar los logros materiales con costumbres, formas de
sociabilidad, e instituciones inspiradas en la doctrina del evangelio lo hacían
imprescindible.24
La otra cara del progreso económico debían ser el desarrollo
cultural y religioso de la población. El obispado propio se erigía en símbolo de los
logros civilizatorios que debía ostentar la ciudad, y rechazar el petitorio era
carecer del “espíritu patriótico” –referido a este pequeño espacio local en que
estaba inscripta la nación- de los que buscaban su promoción desde la perspectiva
religiosa; propiciar un obispado era convalidar la merecida grandeza.
Por otro lado, la gran extensión de la diócesis de Santa Fe impedía que se
diera una atención adecuada al populoso sur de la provincia: “La diócesis de
Santa Fé es demasiado extensa, comprende hasta los territorios del Chaco y
Formosa y tiene su asiento en la capital de la provincia, por todo lo cual las
necesidades religiosas de esta gran ciudad reclaman un gobierno inmediato para
su más eficaz desenvolvimiento”.25
Finalmente se afirmaba que “por más que se diga que Rosario es un
pueblo incrédulo, la tradición ha sabido conservar en él muchos y valiosos
intereses. Necesitamos, es cierto, más cohesión y doctrina”…Y respecto de las
“fuerzas sociales”, se sostenía que si no se las encauzaba a tiempo “corren
riesgo de disgregarse y resultar anárquicas bajo un cosmopolitismo no definido
aún en la última forma de su evolución. La idea moral es la única que puede
resolver el problema…”26
Parece evidente que los católicos creían que el pueblo rosarino aún
conservaba valores de cristiandad, una reserva espiritual valiosa, aunque había
riesgos que debían prevenirse. Así, la presencia de un obispo podría aumentar la
prédica, la atención espiritual y, por tanto, contribuiría a la unidad de las fuerzas
católicas para prevenir los embates que experimentaban ante la diversidad de
costumbres, las nuevas ideas y las tendencias inéditas que llegaban con la
inmigración y la apertura al mundo. Había que “encauzar el cosmopolitismo”
impregnando la sociedad de la moral cristiana, para que la población rosarina
24
Ibidem. 25
Ibidem. 26
La Verdad, 11 de agosto de 1908, Año I, N° 66.
adquiriera una fisonomía más homogénea. La presencia obispal reforzaría, haría
más eficaz, esta empresa cristianizadora.
La religión era portadora de los elementos necesarios para preservar la
tradición y la nacionalidad -una nacionalidad que también se consideraba a
construir, según veremos luego-, y serviría para dar un sentido unitario a las
fuerzas contradictorias emergentes de la modernización y el cambio.27
No
obstante, los católicos chocaron con una persistente acción de las tendencias
laicistas locales, que se opusieron con decisión al proyecto y lograron trabar su
realización hasta 1934, asumiendo el primer obispo al año siguiente.28
En este conflicto se pusieron de manifiesto las tensiones que estaban
implícitas en la nueva ciudad, pujante, cosmopolita y laica. Exaltada por su
expansión económica, temida por el correlato de un orden no deseado, otras
fuerzas socialmente consolidadas se impusieron contra las aspiraciones del
catolicismo local.
La cuestión del obispado: ideología y faccionalismo.
Según vimos hasta aquí, uno de los argumentos centrales de los católicos
para justificar la iniciativa de crear un obispado en Rosario era su constante
progreso. Desde su perspectiva, sería como coronar un proceso de expansión que
no se detenía. No obstante, quienes reaccionaron contra el proyecto argumentaron
también desde el progreso y, más aún, desde una noción de modernidad que se
pensaba refractaria a los avances de la religión aludiendo, en particular, a los
privilegios de la Iglesia Católica.
Los primeros días de julio de 1908, el diario La Capital daba a conocer la
existencia de un “comité especial” que estaba procurando la creación del
obispado, el cual había logrado la formación de una comisión de damas rosarinas
para colaborar en las gestiones que se realizarían ante el gobierno nacional. El
comité de hombres estaba presidido por Juan Manuel Cafferata, ex gobernador de
la provincia, y el secretario era Jacinto Ortiz de Guinea, otro miembro de la elite
27
La Verdad, Rosario, 8 de agosto de 1908, Año I, N° 65. 28
Cfr. GLUCK, Mario, Aquel Rosario anticlerical, en La Capital, Rosario, 8 de octubre de 2006.
católica local.29
Ellos, más José García González, Luis V. García y Federico B.
Valdés conformaron el grupo que viajó a Buenos Aires los primeros días de
agosto para presentar un petitorio firmado por otros vecinos.
Entre las damas que formaron la comisión se encontraban destacados
apellidos de la elite: María Salomé de Iriondo, esposa del Ministro de Hacienda
de la Nación, sería presidenta honoraria de la misma. Luego, entre sus miembros,
se repetían más apellidos de los notables vernáculos: Tietjen, Aldao, Lejarza,
Baigorria, Carlés, Cafferata, Lamas, Echesortu, Ortiz de Guinea.
La reacción no se hizo esperar. La primera información al respecto se
refiere a un movimiento de oposición entre los comerciantes de la ciudad que
consideraba que “Rosario tiene suficientes elementos eclesiásticos para responder
a las exigencias del número de feligreses de la población” y que una ciudad
“exclusivamente dedicada al trabajo no necesitaba de autoridades de la Iglesia
de mayor jerarquía que las actuales”. Al contrario, había que dedicarse más bien
a difundir la escolaridad y el desarrollo de la “intelectualidad ciudadana”.30
Unos
días después se había formado la “Liga Liberal” para combatir el proyecto del
obispado promovido por los católicos y se invitaba a una reunión en Laprida
1035, donde tenía su sede la masonería local. El movimiento lo encabezaban
Perfecto Araya, F. Márquez y E. Serrano.31
Se sumaron luego Serafín Álvarez,
Tobías Arribillaga, Eduardo Caffarena, Manuel Pignetto, E. Bordabere, A.
Spilimbergo, José Donadío, entre otros. Y se aclaraba que adherían todos los
presidentes de las logias, sociedades gremiales y centros de estudiantes.32
El diario El Municipio, por su parte, ante la noticia del movimiento pro-
obispado, afirmaba que “las influencias clericales son contrarias la progreso y la
libertad, rechazan todo principio independiente y trabajan por la explotación del
fisco y de la fé (sic)”. 33
En las antípodas de la argumentación católica, aquí el
progreso era presentado como ajeno a la religión, ella significaba retroceso,
atraso, y era una rémora ante los valores modernos de libertad y autonomía. 29
La Capital, Rosario, 12 de julio de 1908 y La Capital, Rosario, 15 de julio de 1908. 30
La Capital, Rosario, 2 de agosto de 1908. 31
La Capital, Rosario, 5 de agosto de 1908. 32
La Capital, Rosario, 8 de agosto de 1908. 33
El Municipio, Rosario, 2 de agosto de 1908.
Además, preocupaba el costo que podía significar para el Estado la creación de
una nueva diócesis, idea presente en todos los que se manifestaron contra la
iniciativa. Los recursos del Estado debían invertirse en educación y cultura, antes
que en el sostenimiento de una determinada Iglesia.
El escrito redactado para presentar al Congreso de la Nación, en rechazo
del proyecto del obispado, sostenía varios argumentos complementarios entre sí.
Por un lado, se afirmaba que el gobierno tenía problemas más serios que resolver
y adonde orientar sus recursos. Antes que definirse por una religión específica,
debía atender los intereses de toda la comunidad, que era cosmopolita y plural.
Por otro lado, más allá de la prescripción constitucional, se consideraba que el
sostenimiento de la Iglesia por el Estado había perdido su razón de ser, antes bien,
el progreso y el cosmopolitismo enmarcados en un gobierno republicano y
democrático suponían la libertad religiosa.34
Crear un obispado en Rosario
significaba “un paso hacia el sistema teocrático y un retroceso en la ideología
humana”.35
Y, por consiguiente, se consideraba que eran prioridad otras
cuestiones, como aumentar las escuelas públicas y evitar la enseñanza religiosa;
mejorar el servicio hospitalario; fundar bibliotecas públicas; y atender las
necesidades de la familia obrera.36
El documento también hacía referencia a la cuestión de la nacionalidad y
del poder del Estado sobre la Iglesia. En realidad, el conflicto del obispado se
inscribió, por un lado, en un contexto político donde pueden presumirse disputas
de poder inmediatas, de tipo electoralistas, como veremos más adelante; y, por
otro lado, se articuló con otras dos cuestiones claves respecto del proceso
secularizador que acompañó la consolidación del poder estatal.
En los mismos días que transcurrió el conflicto del obispado, siguiendo la
tónica de las declaraciones de la Liga Liberal, La Capital alertaba sobre un
movimiento en pro de la educación religiosa, que atentaba contra la libertad de
cultos; y cuestionaba la actitud asumida por la Iglesia –primero en la persona del
34
La Capital, Rosario, 14 de agosto de 1908. 35
Ibidem. 36
Ibidem.
obispo de Santa Fe y luego en la del obispo de Córdoba- que no permitía el
ingreso al templo de la bandera nacional en las festividades religiosas. 37
En el primer caso, La Capital sostenía que “una de las mejores
instituciones democrática de que…puede envanecerse nuestro país, es sin duda la
libertad de cultos” y que aspirar a lo contrario en educación, era violentar el fuero
íntimo de las personas y atentar contra la democracia.38
En el segundo caso, La
Capital reclamaba el derecho del Estado a imponer a la autoridad eclesiástica la
presencia de los símbolos patrios dentro del templo por respeto a la nacionalidad,
ya que no existiría incompatibilidad “entre la santidad de los templos y la
majestad de la bandera patria, símbolo de la nación, en que el culto católico está
reconocido y declarado oficial”.39
A la inversa de la “nación católica” que se
construyera desde los años 30, en este periodo, un medio de prensa liberal
reclamaba a la Iglesia la inclusión de la simbología estatal-nacional en sus
rituales, como modo de afirmar la potestad de los poderes públicos, mientras el
clero se resistía a tal subordinación. La Capital pretendía un clero “sometido a la
ley” y que sintiera “hondamente su patriotismo”.40
A nuestro juicio, el planteo del
periódico local se inscribe en el proceso de construcción de la nación y del debate
planteado en torno a las distintas concepciones sobre la misma desde fines del
siglo XIX.41
Volviendo a la campaña contra la creación de un obispado en Rosario, en
el acto realizado en el Politeama por la Liga Liberal, Suríguez y Acha - el primer
orador- contrapuso las ideas de libertad, soberanía en derechos, esfuerzo y trabajo,
e igualdad democrática al vejámen que para él significaba el proyecto eclesiástico,
en el que intuía el abuso, la hipocresía, la exacción de recursos, la esclavitud del
dogma.42
La segunda oradora, una mujer, Juana Begino, fustigó a la Iglesia por su
forma de penetrar la sociedad para desarrollar mecanismos de dominación sobre
37
La Capital, Rosario, 21 de julio de 1908 y La Capital, Rosario, 6 de agosto de 1908. 38
La Capital, Rosario, 6 de agosto de 1908. 39
La Capital, Rosario, 21 de julio de 1908. 40
Ibidem. 41
BERTONI, Lilia Ana, Patriotas, cosmopolitas y nacionalistas. La construcción de la
nacionalidad argentina a fines del siglo XIX, Buenos Aires, FCE, 2001. 42
El Municipio, Rosario, 16 de agosto de 1908.
los individuos y la sociedad; habló de corrupción moral del clero y de apetencias
económicas; e incluso sugirió cierta connivencia o, al menos inoperancia, de la
propia clase dirigente y de sus miembros masones para frenar los avances del
poder clerical; y, al igual que Suríguez y Acha, se detuvo en el análisis de la
situación de la mujer, la más vulnerable ante la influencia eclesiástica.
Finalmente, coincidió con los postulados sostenidos por el petitorio antes
analizado, destacando que Rosario necesitaba atender cuestiones como la
vagancia, la mendicidad, la falta de escuelas y hospitales, la vivienda obrera,
acusando a las autoridades políticas y a las clases poderosas de desviar la mirada
de los problemas sustanciales para construir templos, fomentando el
oscurantismo. En la misma dirección de orientaron los restantes discursos.
En general, es claro que los opositores al proyecto de obispado, nucleados
en torno a la bandera del liberalismo, además de mostrar reticencias por el costo
que significaba para los contribuyentes el sustento del culto, que podría
acrecentarse con la nueva diócesis, oponían la exaltación de principios como
libertad individual, soberanía, libertad de cultos y de conciencia, rechazando la
sujeción de los individuos y de sus creencias a un único dogma. Con ello
pretendían preservar al conjunto de la sociedad de tales servidumbres, exigiendo
que las políticas de Estado de ajustaran a una concepción de ciudadanía que
estaba en el corazón de la modernidad.
Pero también es evidente que este conflicto fue tan agudo y frontal, como
breve. Sólo un par de meses y el debate se diluyó ante nuevas cuestiones
señaladas por la agenda política de la época. La Liga Liberal y el sector que ella
representaba insistió sobre el amplio y difuso poder la Iglesia Católica; su peso e
influencia sobre los poderes públicos nacionales y provinciales, incluso para
combatir al socialismo y la masonería; y adjudicaba la iniciativa del obispado a
sectores sociales ricos y hegemónicos.43
Por su parte, de los datos que
transcribimos anteriormente, se deduce que una parte significativa de la elite local
estaba comprometida con el proyecto obispal y que tal elite guardaba fuertes lazos
con el poder político. No casualmente presidían la Comisión Pro-obispado Juan
43
Cfr. El Municipio, Rosario, julio-agosto de 1908 y La Capital, Rosario, Julio – agosto de 1908.
Manuel Cafferata, ex gobernador de la Provincia y, en forma honoraria, la esposa
del Ministro de Hacienda de la Nación, Manuel de Iriondo. Precisamente, en ese
mes de agosto, el oficialismo de la Provincia estaba en crisis, sufría críticas
constantes de los dos periódicos que hemos consultado, los cuales hablaban de
inoperancia, corrupción, humillación del pueblo, anulación del civismo.44
Muy
pronto se produjo la fractura del partido gobernante. Dentro del sector que se
apartó del gobernador Echagüe estaba Manuel de Iriondo, nombre que sonaba
para sucederlo en el poder con apoyo del gobierno nacional.45
Se consignaban
además problemas en el Consejo de Educación que afectaban la enseñanza
pública provincial, quizás también influidos por las disputas del catolicismo en
distintos ámbitos de poder.
En este contexto de la política provincial, el conflicto del obispado aparece
como una operación donde algunos pretendieron frenar el avance de los sectores
clericales del conservadurismo santafesino y otros agitar las aguas para debilitar
al gobernador en ejercicio y reposicionarse. En este sentido, una vez fracturado el
partido gobernante, La Capital llamó a postergar la disputa ideológica entre
católicos y liberales, y concertar acuerdos para trabajar por el gobierno de la
provincia, considerando que ésta era la cuestión central, al mismo tiempo que
exaltaba la figura del posible candidato, Manuel de Iriondo.46
La mirada católica sobre Rosario. Inmigración, orden y progreso.
Miembros de una elite en gran medida liberal-conservadora, los
intelectuales católicos rosarinos parecen haber sido partidarios de la inmigración
espontánea, ajena a la ingerencia del Estado. 47
Antonio F. Cafferata (1898)
sostuvo la necesidad de seleccionar la inmigración para volverla previsible, con el
objeto de garantizar la continuidad del crecimiento económico de la ciudad y la
región agrícola circundante. También para crear las condiciones de una “raza
44
La Capital, Rosario, 18 de agosto de 1908. 45
La Capital, Rosario, 19 de agosto de 1908. 46
La Capital, Rosario, 18 y 19 de agosto de 1908. 47
MARTÍN, María Pía, “Antonio F. Cafferata. Un combate por el orden, la cruz y el progreso.
Rosario, 1898-1921”, en Primeras Jornadas de Estudios Sociales Regionales, CESOR-Facultad
de Humanidades y Artes, U.N.R., 9 y 10 de noviembre de 2000.
argentina” que debía ser fruto de una combinación equilibrada de dos
nacionalidades principales: italianos y sajones. Desde las columnas de La
Verdad, periódico que dirigió en 1908, asoció también esa selección con el
propósito de reforzar el control social ante el creciente activismo obrero.
El problema inmigratorio
El problema inmigratorio…es de una complejidad manifiesta.
Todos estamos conformes en afirmar la necesidad de un hotel de inmigrantes en nuestra
ciudad, en que hay que encauzar el deseo de esos hombres que dejaron sus patrias
anhelantes de trabajar, en que es preciso que para la gran cosecha que se prepara no
falten brazos, y otros tantos puntos inherentes a la cuestión inmigración.
…pero también debemos fijar nuestra atención en algo pernicioso que viene involucrado
con el elemento sano y fuerte que arriba a nuestras playas.
Este elemento pernicioso está compuesto de gentes inútiles para el trabajo é individuos
que, aunque físicamente tienen actitudes para ganarse la vida honradamente, su
degradación moral la impide pensar siquiera en alguna ocupación digna.
El número de individuos que se encuentran en estas dos tristes condiciones…llega á
nuestro suelo mezclado con la inmigración trabajadora, es ya tan excesivo que hace
preciso que las autoridades no descuiden esta cuestión que tanto puede perjudicar al
país, pues ese elemento vago e inútil, no sirve para otra cosa que para corromperlo y
desprestigiarlo.
La Verdad, 17 de octubre de 1908.
En el tránsito del siglo XIX al XX comenzó a instalarse el problema de la
nacionalidad como una preocupación clave entre de intelectuales, políticos y
hombres de la cultura en general. Sobre todo a partir de los años 90, en el
contexto de la Reforma Constitucional de Santa Fe (1890) que eliminaba el voto
municipal para extranjeros y los conflictos de 1893, incluido el intento
revolucionario que provocó la renuncia del Gobernador Juan Manuel Cafferata. A
decir de Lilia A. Bertoni, fue entonces que se puso de manifiesto “la fractura del
consenso sobre la concepción hegemónica de la nación, liberal y cosmopolita”
expresada en la Constitución de 1853.48
En contraste, surgió una nueva idea de
nación “esencialista y excluyente” que quedaría claramente diferenciada en torno
a los festejos del Centenario.49
48
BERTONI, Lilia Ana, op.cit., p. 166. 49
Ibidem. Cfr. BERTONI, Lillia A., BERTONI, Lilia Ana, “1910 y la emergencia de la “otra”
nación”, en NUN, José (comp), Debates de Mayo. Nación, cultura y política, Buenos Aires,
Gedisa, 2005, p. 197.
Cafferata y Valdés se pronunciaron sobre la problemática provocada por el
impacto de la inmigración. El primero parecía hacerse eco del desencanto que
había mostrado Sarmiento en la década del 80. Con un criterio análogo, el
rosarino expresó su temor de que tantos extranjeros constituyeran un Estado
dentro del Estado y que el país pusiera en riesgo una soberanía territorial que aún
no estaba consolidada. Como solución, propuso una nacionalización automática50
que aparentaba gran liberalidad, pero cuya argumentación escondía un profundo
temor ante las posibles derivaciones de la inmigración masiva. Temor que suele
estar en la raíz de todas las reacciones nacionalistas.
Por un lado, para Cafferata, los hijos de inmigrantes debían ser asimilados
a través de la escuela, con docentes nativos, no extranjeros. En 1898 propuso
enseñar Historia y Geografía argentinas, obligar el uso de nuestro idioma, crear
hábitos y familiarizar a los niños con los símbolos patrios en las aulas, es decir,
perseverar en el espíritu de la escuela sarmientina. Por otro lado, impulsaba para
los adultos una nacionalización automática que, a nuestro juicio, era
encubiertamente compulsiva.51
Sugirió entonces una ley que declarara ciudadanos
a todos los nacidos en Repúblicas de América del Sur, con el mismo idioma y
costumbres; que eliminara cualquier formalidad para otros extranjeros con dos
años de residencia en el país; y que otorgara la nacionalidad sin residencia previa
a quienes se enrolasen en la Guardia Nacional, por su valor patriótico. Para no
contradecir la Constitución, aquellos que no quisieran abandonar su condición,
podrían declararlo ante la autoridad correspondiente. Es decir, más que tramitar la
nacionalización, habría que explicitar la voluntad de no nacionalizarse. Además,
la tramitación se podría agilizar dando competencia a todos los juzgados y no sólo
a la justicia federal, como era la norma.
Las ideas expuestas por Cafferata no eran originales, al contrario,
retomaban análisis y propuestas planteadas unos años antes a nivel nacional. En
este sentido, sus escritos representan una continuidad de los debates que se
abrieron a fines de los 80 respecto de los efectos no deseados de la inmigración
50
CAFFERATA, Antonio F., Apuntes sobre inmigración y colonización, Buenos Aires, Imprenta
y Encuadernación “La Buenos Aires”, 1898, p. 60. 51
CAFFERATA, Antonio F., Apuntes….
masiva, cuyos exponentes más claros fueron Domingo F. Sarmiento y Estanislao
Zeballos, en un contexto de expansión de la ideología imperialista en Europa, que
no dejaba de provocar aprensiones. La polémica iniciada por ellos desembocó en
otro debate sobre la naturalización de extranjeros que significó, más de una vez,
una discusión implícita sobre la norma constitucional vigente.52
En el tema de la
naturalización estaban contenidas dos cuestiones: la adquisición de los derechos
políticos y la nacionalidad. Mientras los extranjeros residentes aspiraban a
adquirir derechos políticos sin perder los vínculos con su patria de origen, quienes
promovían la nacionalización desde la elite, pretendían fortalecer la nación y su
soberanía.53
Ya mencionamos que, en 1890, se suprimió el voto municipal para los
extranjeros y se inició una ola de reclamos y movilizaciones que culminó en 1893,
cuando los intereses de los colonos santafesinos –en demanda de sus derechos
políticos y como contribuyentes- confluyeron en la Revolución Radical que obligó
a renunciar al gobernador. Esta situación fue interpretada, desde Buenos Aires,
como la peligrosa expresión de un movimiento de extranjeros, que lesionaba el
patriotismo y afectaba el futuro de la nacionalidad.54
Creemos que esta
perspectiva influyó en Antonio F. Cafferata y que la persistencia en su postura
sobre la nacionalización e, incluso, la elección de su tesis de doctorado (1898),
revelan preocupaciones personales marcadas por la experiencia santafesina de
1890-1893, cuando su padre gobernaba la provincia. Sus reflexiones materializan
la reacción de una elite que se sintió amenazada por el conflicto desatado entre los
sectores extranjeros de la región, el cual quebró la hegemonía de los partidos
tradicionales y redefinió su lógica facciosa. Esa reacción apelaba a la nacionalidad
como modo de conformar una nueva legitimidad y consolidar la soberanía estatal.
Por el contrario, para Federico B. Valdés, no era “el vínculo artificioso de
la ley” el que debería asimilar al inmigrante a la nacionalidad, pues consideraba
que ésta se construiría como resultado “del bienestar, la comunión de intereses y
52
Cfr. BERTONI, Lilia Ana, Patriotas y cosmopolitas… 53
Ibidem. 54
BERTONI, Lilia Ana, op.cit., pp. 152 – 153.
afectos, los lazos de amor que engendra la familia y la confianza en la justicia”55
, punto de vista más cercano a una noción jurídica tradicional, anclada en lo
consuetudinario, y relativamente distante del iusnaturalismo moderno.56
En ciudades como Rosario, la inmigración masiva y la transformación
agroexportadora habían dejado como secuela la mendicidad, una de cuyas
manifestaciones fueron los “niños vagos”, el trabajo femenino en talleres y
fábricas, la difusión de ideas anarquistas y socialistas, la agitación obrera y las
huelgas. 57
En 1908, el periódico La Verdad, teniendo a la vista estos problemas,
identificaba al liberalismo como causa de la cuestión social. A su juicio, el
individualismo liberal había quebrado los vínculos de solidaridad propios de la
sociedad pre-moderna, dando origen a la cuestión social. Destruir el orden liberal
y reemplazarlo por un orden fundado en la ideología cristiana era la única forma
de acabar tanto con los problemas sociales, como con el socialismo, el
anarquismo, el librepensamiento y la masonería.58
La concepción organicista del
catolicismo emergía nítidamente, suponiendo a la sociedad como un cuerpo vivo,
que demandaba armonía; la cuestión social sería resuelta, entonces, “el día en que
el individualismo quede sustituido por la organización social”.59
Y para ello era
necesaria la cristianización.
Por otro lado, para la Iglesia, la cuestión social era, en el fondo, un
problema moral. El egoísmo, las pasiones, la crisis de los valores de la familia y la
religión sería el origen de ese desajuste llamado “cuestión social”. De ello se
derivaba una perspectiva ética, jurídica y económica, expresada en un sistema
55
VALDÉS, Federico B., “Rosario y su Puerto”, en Desde el llano. Escritos y discursos, Buenos
Aires, Imprenta Mercatali, 1925. 56
Cfr. TERNAVASIO, Marcela, Municipio y política, un vínculo histórico conflictivo. La
cuestión municipal en Argentina entre 1850 y 1920, FLACSO, Buenos Aires, s.f., Cap. I, en
http://www.flacso.org.ar/publicaciones/tesis/ternasaviopdf.zip municipio; modelo teórico;
soberanía; Argentina. 57
Cfr. La Verdad, Rosario, 1908. 58
La Verdad, Rosario, 5 de mayo de 1908 ; “Carta Pastoral” de Monseñor Juan Agustín Boneo,
en La Verdad, Rosario, 17 y 19 de marzo de 1908, Año I, Nos. 6 y 7. 59
La Verdad, Rosario, 19 de marzo de 1908, Año I, N º 7.
donde un grupo restringido extremadamente rico contrastaba con masas de
población pauperizadas.60
“La cuestión social consiste en el hecho de estar en la constitución de la sociedad
humana destruido el elemento esencial de la sociabilidad, á su vez, sustituído por el
individualismo, evidente negación de la sociabilidad. Es pues la cuestión social un golpe
moral asestado á la naturaleza de la sociedad y afecta (...) todas las funciones sociales.
El individualismo es la esencia del liberalismo, el cual gobierna en todas las actividades
sociales del presente. La cuestión social es el dominio del liberalismo. La muerte del
liberalismo es el único medio de eliminar del mundo la … cuestión social”.61
La Verdad, Rosario, 5 de mayo de 1908.
Buena parte del enfoque de La Verdad (1908) sobre la cuestión social se
relacionaba con la inmigración masiva y el mundo del trabajo. Tanto Cafferata
como su periódico distinguían entre “inmigración buena” e “inmigración mala” y
coincidían con el concepto de “defensa social” derivado de la escuela
criminológica italiana, cuyo máximo exponente fue Lombroso. Hemos dicho que
a Cafferata le interesaba que se realizara una estricta selección de los inmigrantes,
a fin de rechazar al “elemento malo” que alteraría el orden y pondría en peligro a
la sociedad. Esta preocupación estuvo también presente en las páginas de La
Verdad, periódico católico que tuvo mucho de su sello personal.
Esta publicación seguía considerando el arribo de inmigrantes como un
factor decisivo para el progreso económico de la región, pero llamaba a fijar
posición frente al “elemento vago e inútil” llegado a Rosario, que identificaba
con el conflicto obrero y con la difusión de ideas anarquistas y socialistas entre
los trabajadores inmigrantes. Reclamaba entonces la intervención estatal para
evitar la “propaganda roja” con los medios a su alcance, por ejemplo,
estableciendo el control policial de los periódicos que se distribuían por correo y
aplicando la Ley de Residencia, sancionada como consecuencia de los conflictos
60
CASIELLO, Francisco, “La cuestión social”, en Hacienda y administración, Rosario, Mayo-
Junio de 1920, Año II, Nº 15 y 16, pp.161-166; Rerum Novarum. Encíclica sobre la cuestión
obrera, Buenos Aires, Ediciones Paulinas, 1984, p.5-7; JUNTA NACIONAL DE ACCIÓN
CATÓLICA, La Restauración del Orden Social. Encíclica Quadragesimo Anno, Buenos Aires,
1931. 61
El subrayado es nuestro.
de 1902.62
Por otra parte, La Verdad veía en la expansión de los sectores medios
urbanos -y sobre todo pequeños propietarios rurales- el factor que contribuiría a
establecer un equilibrio en la sociedad. Su capacidad de trabajo, tanto como los
hábitos de ahorro y previsión eran un componente clave para la nivelación entre
clases antagónicas, sosteniendo la nación y la paz social.63
La distribución de la
riqueza era otro componente planteado como forma de atemperar conflictos.64
Su
idea era preservar ese orden y, al mismo tiempo, prevenir el modo en que se
desenvolvería la ciudad en el futuro. Sin embargo, en el Rosario del cambio de
siglo, ese orden era de reciente emergencia y todavía se hallaba en construcción.
Pero se valorizaba también el fenómeno de la movilidad social –en el caso de
Cafferata asociado a su historia familiar- y la posibilidad de una moderada
distribución de la riqueza como factores decisivos para el equilibrio deseado.
Para Federico B. Valdés, en esta primera época, el problema del orden
relativo a la inmigración no parecía acuciante, pues pensaba que en la vida
ciudadana, la labor diaria, el trabajo compartido -en el marco de una política
adecuada- eran suficientes para fundar un orden de paz, aunque con vicios a
extirpar. Sin embargo, luego de la Primera Guerra Mundial, el discurso de Valdés
se volvió más combativo, en disputa contra la izquierda y en defensa de un
reformismo que garantizara la paz social. Parecía expresar cierta reacción
espiritualista y a la vez defensiva –la Iglesia se sentía atacada y en riesgo- y
condenaba la democracia lograda como una falsa democracia: la mayor libertad
en la organización de las clases trabajadoras y de la educación universitaria no
habría redundado a favor de las instituciones y de la paz pública.65
Temía
asimismo las secuelas de la Guerra y el avance de las izquierdas por exceso de las
libertades del liberalismo: ”¡la libertad desbocada reclama un freno y el freno es
62
La Verdad, Rosario, 17 de Octubre de 1908, Año I, Nº 95. 63
La Verdad, Rosario, 26 de Marzo de 1908. 64
VALDÉS, Federico B., Desde el llano... 65
Responde a la alta conflictividad dada en el país y también en Rosario, desde 1917
aproximadamente, respecto tanto de huelgas obreras como de manifestaciones estudiantiles por la
Reforma Universitaria. Los católicos propiciaron el reformismo social –UPCA, GCN-, se
involucraron con la Liga Patriótica y realizaron actos de confrontación con los propagandistas
universitarios en la ciudad.
el tirano!”66
Es decir, el riesgo de la excesiva libertad implicaba otro riesgo -al
que no adhería, pero que podía entender-, el de la tiranía.
Respecto de la cuestión social, distinguía un orden constituido por
hombres que compartían una “igualdad esencial” –“ningún hombre pesa un
adarme más que otro en la balanza”- pero no ajenos a la diversidad individual
“impuesta por la naturaleza”. Espiritualmente iguales, materialmente desiguales.
Proponía, sin embargo, más distribución de la riqueza y una libertad de trabajo
conciliada con garantías para acceder al mismo –derecho al trabajo-; la educación
del pueblo y la práctica de la caridad y justicia para prevenir las ideas atentatorias
contra la familia y el orden cristiano. Para solucionar la cuestión social,
propugnaba la solidaridad entre esos sectores materialmente distintos pero
esencialmente iguales, que haría posible una armonía que garantizara la paz y el
bienestar social.67
Ley, justicia y Estado.
Aunque no lo presentaba así en el tema de la inmigración, para Antonio F.
Cafferata, la ley era producto de la historia y como tal debía ser revisada,
corregida y ajustarse a las condiciones, a las costumbres, a las posibilidades que
plantea cualquier sociedad. En sus palabras: “la ley es el resultado del estado de
los pueblos, de sus usos y costumbres, y las confirma: es su consecuencia y no su
causa”68
, contradiciendo la noción iluminista que la concebía como elemento
fundante del orden. No obstante, a esa noción iluminista recurrió -hemos visto-
cuando un tema tan moderno como la nacionalidad estaba en juego, haciendo gala
de cierto pragmatismo teórico. Por otra parte, desde su perspectiva toda norma
tendría una base moral -componente religioso-, aunque en su crítica a las leyes
primaba una formación jurídica que separaba la ley positiva de la ley divina.
A diferencia de Valdés, partidario del Estado mínimo, Cafferata le
otorgaba caracteres mixtos: no debía ser ni puramente liberal, ni excesivamente
interventor. En el ámbito rural, y en relación a la propiedad privada, sostenía que
66
VALDÉS, Federico B., “¿De qué nos acusan?, en Desde el llano... 67
Ibidem. 68
CAFFERATA, Antonio F., Apuntes...., p. 112.
el Estado se había valido de leyes arbitrarias, que éstas eran más bien un castigo
para el productor a quien, se suponía, debían proteger. Parecía distinguir en
ciertas normativas mecanismos anacrónicos que pesaban sobre la propiedad
individual, resaltando en este punto su concepción liberal, que puede parecer
paradójica si se piensa en sus convicciones católicas.69
También le preocupaba que fuera posible una efectiva depuración de la
justicia, por los abusos a los que estaba sujeta la población rural frente al
Comisario, al Juez de Paz o a “sus protegidos”. Estos mecanismos clientelares
que, por su pertenencia familiar seguramente conocía muy bien, los consideraba
una traba muy seria, un mal a extirpar y para ello proponía la reorganización del
sistema, que comprendía un replanteo de las normas vigentes y la modificación de
las penalizaciones, generalizado esto a otros aspectos de la vida social. También
sugería una prolija organización del gobierno de las colonias, que respetara los
intereses de sus habitantes y del Estado, constituyendo también un estímulo y
garantía de seguridad -en bienes y personas- para los primeros. Sin embargo,
Cafferata no hacía referencia explícita al significado político de esas prácticas
clientelares, asunto que sí parecía central en el análisis de Federico B. Valdés,
quien fuera uno de los iniciadores de la Liga del Sur.
Política provincial, derechos y ciudadanía
Ensayamos el último recurso legal, que en la economía de nuestras instituciones, queda
á los pueblos oprimidos. Luego, no vamos contra la autonomía de la provincia, que no se
concibe sin la base del imperio de las instituciones y del respeto por los derechos
fundamentales del ciudadano. (…)
Propendemos a un gobierno que restablezca el imperio de la moral y de los principios,
profundamente subvertidos. Propendemos á un gobierno de libertad y de orden, que se inspire en el bien público y en los verdaderos intereses de la provincia; que infunda
estímulos al trabajo y confianza al capital, para que, bajo su égida protectora, se
69
Conviene tener en cuenta la profunda tendencia antiliberal dominante en la Iglesia de esta época.
Por otro lado, Cafferata más adelante se presentaría enrolado en el Catolicismo Social, corriente
que precisamente cuestionaba los “abusos” introducidos por el liberalismo en la sociedad
moderna. La Encíclica Rerum Novarum (1891) sería la primera y más moderada expresión de ésto.
Sin embargo, la Iglesia, al consagrar la propiedad privada como derecho natural del hombre,
establecía las bases de esta contradicción: rechazaba el individualismo superlativo introducido por
el liberalismo en el mundo moderno pero, mientras era intransigente frente a las libertades civiles
y políticas que éste defendía, se preocupaba por asegurar la persistencia de la propiedad privada
individual. Precisamente, esta estrecha relación entre el individuo y sus bienes es una de las
expresiones más acabadas del pensamiento que se combatía, constituyendo una de las claves del
propio Estado liberal.
desenvuelvan tranquila y sólidamente esos poderosos factores de nuestro
engrandecimiento. Propendemos á un gobierno que saque los intereses del estado del
círculo estrecho en que hoy se resuelven con un criterio personal ó de familia, y los
entregue al examen de la opinión libre y desapasionada; gobernantes respetuosos de los
derechos y opiniones, que cumplan las leyes, levanten el prestigio de la autoridad y
eduquen…á las generaciones dándoles ejemplos de austeridad y virtud cívica, tomando
la cosa pública no como patrimonio de familia, sino como depósito sagrado…para
trabajar por el bien de los conciudadanos(…)
Ciudadanos de una República, no pedimos, demandamos justicia.
Federico B. Valdés, Discurso ante el presidente del República, 1901.
Valdés estaba más preocupado por el desarrollo de la justicia y la equidad
en el plano político, cuestionando el fraude, la corrupción y reclamando una justa
repartición de cargas entre los ciudadanos, a la vez que defendía los intereses de
las clases propietarias urbanas. Por entonces, parecía primar en él la idea de
ciudadano contribuyente70
compartida por otros hombres de su partido.
Precisamente, la Liga del Sur -luego Partido Demócrata Progresista- tuvo un gran
peso en el municipio de Rosario, constituyendo mayoría en el Consejo
Deliberante durante las primeras décadas del siglo XX. Esta presencia política se
vio beneficiada por las tácticas implementadas y por el tipo de voto establecido en
el plano municipal, que homologaba a nativos y extranjeros a través de la noción
de “contribuyente”. Así, en la provincia, mientras el Consejo Deliberante era
elegido por los ciudadanos contribuyentes, al intendente lo designaba el Ejecutivo
Provincial, controlado ininterrumpidamente por el radicalismo que gobernó desde
1912. Esta situación agudizaba las tensiones y la lucha facciosa en el espacio
local.71
Por su parte, la propuesta de Cafferata -que no distaba mucho de la de otros
católicos de elite de la época- suponía un Estado que se retiraba de aquellas
70
Cfr. ROSANVALLON, La rivoluzione dell´iguaglianza. Storia del suffragio universale in
Francia, Anabassi, 1994. 71
TERNAVASIO, Marcela, Municipio y participación: las prácticas políticas locales. El caso
de Rosario entre 1912 y 1920. FLACSO, Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales, Buenos
Aires, s.f., Cap. V. : http://www.flacso.org.ar/publicaciones/tesis/ternasaviopdf.zip municipio;
elecciones municipales; politica nacional; Rosario; Argentina. Cfr. BONAUDO, Marta,
Lisandro de la Torre: Una perspectiva hacia la democratización,
Rosario, Ediciones de Aquí a la vuelta, 1990, Nº 7; MARTÍN, María
P., NICOLETTI, Ma. José, Los rosarinos y la política (1912-1955),
inédito.
iniciativas que resultaban ineficientes y que debía fortalecerse frente a la
apropiación privada de sus recursos, a la corrupción y a la incapacidad
administrativa. Controlar más, donde el interés particular era pernicioso o las
viejas costumbres frenaban el progreso; y liberalizar allí donde la iniciativa
particular podía producir mayores beneficios que la acción estatal directa.
Nuevamente, el progreso enmarcado en un orden que no parecía diferenciarse de
las concepciones y las prácticas dominantes en el positivismo decimonónico.
Asimismo, proponía “garantir la seguridad de las personas y de los bienes sin
dejarlas a merced de los criminales de nuestras campañas, cuando nó á las
autoridades que allí existen” y “asegurar una justicia pronta, barata y eficaz”
(sic).72
Federico B. Valdés: la noción de orden y el ciudadano virtuoso.
A comienzos de siglo Federico B. Valdés mostraba preocupación por
“extirpar esa llaga del proselitismo político que corroe los organismos,
empobreciendo la savia y consumiendo las energías” en clara alusión a las
prácticas de la política criolla, caracterizada por el fraude y la lucha facciosa, con
su secuela de odios, venganzas y proscripciones nacidas de la contienda
electoral.73
En este discurso estaba implícito el interés por una depuración ética
del sistema electoral y la noción de virtud ciudadana que desarrollaría más
adelante. Sin embargo, a fines de la década del `10, en pleno período radical, en el
marco de una democracia más participativa y popular, su perspectiva parece haber
cambiado. Si bien mantenía su opción por la democracia, descreía de aquélla que
se movía por el “halago de las pasiones”. Había que combatirla creando una
conciencia de deber cívico, con un sustento moral. Al igual que Sarmiento,
apelaba a la educación de las masas como objetivo esencial de los Estados y como
único recurso para conservar el sistema y el orden. La educación popular daba
sentido a la libertad política. Pero, en diversos escritos, afirmaba que tal
educación no podía darse en una escuela sin Dios. Si la virtud ciudadana no se
72
CAFFERATA, Antonio F., Apuntes..., p. 36. 73
VALDÉS, Federico B., “Rosario y su puerto...”, en Desde el llano...
improvisaba ni se aprendía por ley, se incorporaría en la escuela y la familia,
instituciones de una sociedad que pretendía cristiana.
Por otro lado, consideraba que el voto debía basarse en la responsabilidad
y el deber. Distinguía entre libertad electoral, que sintetizaba en la
responsabilidad; y libertad política, sintetizada en el deber, y ambas se subsumían
en la libertad moral, sustento de las todas las libertades. La facultad de elegir
estaba planteada en términos tomistas, requería una moral que llevara a elegir
bien, por encima de sus intereses, con altruismo, hasta el sacrificio, ya que ella
definiría el destino de todos.74
El contexto mundial, nacional y local –las huelgas recurrentes que
culminaron en la Semana Trágica, el movimiento de la reforma universitaria- hizo
que se pronunciara contra la libertad excesiva. Para él, la virtud era el justo
medio. Pero además, incorporaba elementos nuevos que hacían a la misma
ciudadanía a construir: el ciudadano virtuoso debía encarnar el sentimiento de
patria, de las tradiciones, el heroísmo; tenía derecho a gozar de la riqueza y
participar de los beneficios, en solidaridad con otras clases. Por otro lado, en este
período, su discurso se había impregnado de un nuevo espíritu de lucha: llamaba a
la unidad de los católicos, miembros de una Iglesia que se sentía amenazada por
el exceso de libertad y los “riesgos” de la democracia. Llamaba a educar para la
conservación del orden y de la paz social. Su visión sobre la inmigración, dio
también un giro: si bien había que aceptarla, correspondía a la vez trabajar en la
identidad nacional, a fin de que el cosmopolitismo se diluyera en un “medio
enérgico” donde se preservarían las tradiciones, las cuales fortalecerían
instituciones, costumbres, leyes.75
En medio de la polémica por la reforma constitucional de Santa Fe,
identificó la religión católica con la tradición, con las raíces de la identidad
nacional, pero también la distinguió como institución de orden y conservación
social. Para él la religión tenía la capacidad de “mantener vivos los ideales, de
74
VALDÉS, Federico B., “La base de la democracia.”, en Desde el llano... 75
VALDÉS, Federico B., “¿De qué nos acusan?”, en Desde el llano...
estimular las virtudes de los ciudadanos y vigorizar la conciencia pública, bajo la
disciplina de los principios basados en una sanción superior”.76
Federico B. Valdés parecía haber pasado de un liberalismo moderado,
conservador, hacia tendencias más nacionalistas ya implícitas en su credo católico
y cuyos tempranos indicios hemos detectado también en los escritos de Cafferata
desde 1898. Hacia fines de los años 2077
Valdés sostenía, siguiendo a Estrada,
que la soberanía del pueblo era una falsedad78
: el individuo, si cede su soberanía
renuncia a sus derechos; si no es soberano, no puede delegar sus derechos en la
sociedad. Dilema insalvable. La soberanía del individuo implicaba demagogia; la
de la sociedad suponía despotismo. A su juicio, los derechos eran anteriores a las
constituciones, que sólo podían reconocerlos y limitarlos en razón del bien
común. Los poderes del gobierno se sostenían en el orden, que consistía en el
sometimiento de todos, individuos y gobierno, a la ley. Sobre la ley estaba el
derecho, que cambia. Sostenía la necesidad de un Estado mínimo, fundado en la
ley y garante del orden y la paz. Este planteo, en apariencia liberal, no se
apoyaba sin embargo en la soberanía popular, sino en la superioridad moral de
derechos que dependían de una moral última, sostenida en la soberanía divina. Por
otro lado, la mirada de Valdés sobre el mundo se había vuelto pesimista: veía en
los nuevos tiempos “la subversión de todos los órdenes”. El mal era universal. Y
era un imperativo restaurar el dominio de la legalidad y el orden. Había un
enemigo presente en todas partes y, si bien no recomendaba el fascismo en el
último tramo de su vida, rescataba de él la voluntad de un pueblo que se defendía.
El enemigo contra el que se defendía, lo era también de la Iglesia y del orden
76
“La Convención de SF y el artículo 5º de la Constitución”, en VALDÉS, Federico B., Desde el
llano... 77
VALDÉS, Federico B., “El principio del orden”, en Desde el llano... 78
El rechazo de la soberanía popular tiene sus raíces en el pensamiento eclesiástico. En principio,
la Iglesia rechazaba la idea de soberanía popular, porque para ella toda soberanía emanaba de
Dios. Aunque en las encíclicas Inmortale Dei (1885) y Libertas Praestantissimum (1888) el
papado pareció adoptar posiciones relativamente más morigeradas y se preocupó por destacar que
no rechazaba la democracia en sí -entendida como participación del pueblo en la cosa pública-
insistía en condenar el desconocimiento de la soberanía última de Dios, que liberaba al hombre de
su sujeción a él. Cuanto más libertad tiene el individuo, menos soberanía tiene Dios sobre él –
personal o socialmente- y, por consiguiente, menos ingerencia tiene la Iglesia, declinando su
capacidad de ejercer poder. No obstante, en Estrada hubo una evolución que lo llevó de cierto
enfoque católico liberal a posturas más cerradas hacia la década del 80.
cristiano, era el liberalismo secularizador y ateo, eran la izquierda y la revolución.
Nuevamente la educación de las masas debería encarnar el verdadero concepto de
libertad, fundada en el deber, creando ciudadanos solidarios en derechos y
obligaciones. “Derecho es pues, correlativo a deber”.79
Ese reconocimiento
recíproco sería la base de la armonía social. La virtud de los ciudadanos
comprometía su voluntad con deberes que estaban más allá de la ley escrita.
Obedecer las leyes, someterse a la justicia, tener respeto mutuo y ser tolerantes
era virtud ciudadana.
A modo de conclusión.
Hemos tratado de recrear la mirada de los católicos sobre Rosario entre
1890 y 1919 aproximadamente. Esta ciudad, inmersa en un proceso
modernizador acelerado, puso en el centro de atención el tema del progreso –
juzgado a todas luces positivo- que se asociaba a las dificultades de un orden
cambiante, inestable, provocando cierta perplejidad en quienes pretendían
construir una ciudad fundada en la moral cristiana. Ante todo, quedaba planteado
para los católicos el problema de la secularización y el imperativo de la
cristianización, tal como lo había indicado la Iglesia institucional. En ese marco,
la inmigración y el cosmopolitismo serían aspectos claves a tener en cuenta, e
introducían la discusión sobre la identidad y lo argentino desde la perspectiva
local.
Para realizar nuestro análisis consideramos dos intelectuales de esta
primera época -todavía muy próxima al conflicto por la educación laica- Antonio
F. Cafferata y Federico B. Valdés; y un periódico, La Verdad, obra de uno de
ellos. Su trayectoria marca las estrategias y racionalidades de una Iglesia –y su
laicado- inserta en una sociedad secular, considerada adversa por su laicismo, que
admitía el pluralismo aunque con participación restringida; y los cambios de
actitud ante la emergencia de una democracia más participativa, pero en un
contexto de crisis internacional –crisis del liberalismo- y expansión de las
izquierdas –Rusia, México-.
79
VALDÉS, Federico B., “El principio del orden...”, en Desde el llano...
Desde 1919, la Iglesia se sintió más amenazada, temía el estallido de las
masas por los reclamos de justicia social y creía que, en la Argentina, era el
momento de aprovechar las fisuras de un orden liberal que ya mostraba las
debilidades que harían eclosión hacia 1930. La Iglesia profundizaba entonces su
postura de “reacción”. En Rosario, después de 1919, se pasó de la acción de
católicos de elite a la progresiva emergencia de una elite católica más definida y
militante, que se había asentado sobre esa base decimonónica pero había variado
su composición.
Valdés y Cafferata son ejemplo de ese primer estamento de católicos de
elite, que sobrevivieron a la renovación de dirigencias y mantuvieron la actitud de
compromiso hasta su muerte, al comenzar los años 30. Ambos parecían
naturalmente destinados a destacarse en diversos lugares sociales gracias a su
pertenencia familiar. Activos en su profesión, en la política, en instituciones que
frecuentaba la elite rosarina de la época y precursores en asociaciones católicas –
como el Círculo de Obreros, donde coincidieron, o la Acción Católica- que
respondían a las estrategias más nuevas de la Iglesia frente a los problemas
planteados por el impulso modernizador en nuestro país.
Ambos se movieron con libertad en el cambio de siglo, partícipes de una
Iglesia que se sentía en desventaja, que oscilaba entre la confrontación y la
convivencia, que debía aceptar la pluralidad, la diversidad y lo heterogéneo, a
pesar de sí misma. Si bien como católicos, en un primer momento, incorporaron
algunas cuestiones que los acercaban al catolicismo liberal -más allá de la dura
condena que el Papado había hecho recaer sobre el liberalismo-, parece más
preciso considerarlos liberal-conservadores en el sentido que ha tenido este
concepto respecto de las elites argentinas de los 80. Como miembros de la elite,
ambos aceptaron desenvolverse en una sociedad con tendencias laicistas fuertes,
pero donde existían ciertas garantías de mantener un orden –el orden conservador-
. Aunque propugnaron reformas que buscaban terminar con el clientelismo y el
fraude, o favorecer la distribución económica, pretendían mantener el sistema y,
en todo caso, cristianizarlo. Nada impidió, por ejemplo, que La Verdad de
Cafferata promoviera a la Sociedad del Trabajo Libre en Rosario, identificando el
Círculo de Obreros católico que él conducía con la patronal más reaccionaria.80
Si
analizamos su pensamiento, desde el comienzo Cafferata fue más conservador
que liberal y mostraba tempranamente rasgos que combinados anticipaban un
nacionalismo católico autoritario –selección de la inmigración, preocupaciones
por la identidad y la soberanía territorial, control de la clase obrera-.
En cambio, Valdés, comparativamente más liberal y crítico con el sistema
político vigente, era representante de los intereses de la clase propietaria local
que, por ciertas disconformidades, se aglutinó en la Liga del Sur. Y evolucionó
de un liberalismo conservador optimista, fundado en el progreso, a posturas más
tradicionalistas, con una visión desesperanzada sobre la democracia popular,
asumiendo posiciones más cerradas que lo acercarían, en las postrimerías de su
vida, y más allá de cierta persistencia en el liberalismo, a una inteligencia con los
postulados del nacionalismo católico, expresado en una actitud sesgada, defensiva
y de confrontación. Así, la virtud ciudadana, que en un principio vio como
solución a la política criolla, al fraude y el faccionalismo, desde una perspectiva
ética en apariencia más universal y plural, pasó a tener rasgos idealistas y
voluntaristas, pero también más identificados con la moral e identidad católicas.
En el plano internacional, hemos visto, hechos derivados de la Primera
Gran Guerra confluyeron a crear esa actitud defensiva en los católicos. En el
plano nacional y provincial, el desencanto por una joven democracia de masas
identificada con el yrigoyenismo y la acumulación de tensiones sociales
insuficientemente resueltas, llevaron a Valdés a plantear el problema de la virtud
ciudadana en términos de responsabilidad y deber moral. Si con el fraude no se
votaba, o sólo votaban clientelas, con el radicalismo el interrogante sería: ¿qué
elegir? ¿cómo elegir? Y la respuesta de Valdés – lo mismo que la de la Iglesia-
sería un llamado a votar bien, responsablemente, porque ello comprometía la
conciencia del individuo. Equivocarse abría la posibilidad de instalar la anarquía,
de seguir el camino de la revolución, antes que avanzar por los derroteros de la
paz social que ansiaba el catolicismo de la época.
80
Cfr. La Verdad, Rosario, 1908.