EL MUNDO CATÓLICO ROSARINO A COMIENZOS...

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EL MUNDO CATÓLICO ROSARINO A COMIENZOS DEL SIGLO XX. ORDEN, PROGRESO Y CRISTIANDAD EN EL ESPACIO LOCAL. María C. Pía Martín Fac. Ccia Política y RRII/Derecho. U.N.R. En el presente trabajo proponemos un acercamiento al mundo católico rosarino en el tránsito entre los siglos XIX y XX. Dentro de ese mundo, nos interesa considerar la perspectiva de ciertos intelectuales católicos respecto de los problemas que planteaban el progreso y la modernización. Y también cómo esas perspectivas se expresaron en movimientos de proyección más amplia. Nos hemos detenido muy especialmente en las miradas, acciones y pertenencias de Antonio F. Cafferata y Federico B. Valdés ya que, en tanto miembros de la elite rosarina, contribuyeron a definir el perfil de una ciudad joven, heterogénea, dinámica y cambiante. Ambos fueron parte de un grupo selecto que, desde la esfera política y económica amplió su influencia al campo intelectual, artístico y cultural. 1 Por un lado, el análisis de sus actividades y pertenencias grupales o asociativas proporciona mayor inteligibilidad a los discursos en su dimensión social. Por otro lado, la consideración que estos intelectuales tuvieron del progreso mostró como contracara el orden, definiendo posiciones propias respecto de la inmigración, la nacionalidad y la ciudadanía. Antonio F. Cafferata (1875 - 1932) era hijo de Juan Manuel Cafferata, ex- gobernador de la Provincia de Santa Fe vinculado al iriondismo, facción clerical del conservadorismo de la región, que debió renunciar como resultado de la revolución radical de 1893. Por tanto, aunque descendiente de inmigrantes genoveses -su abuelo ingresó al país hacia 1840- era miembro de una familia inserta en el estrecho círculo de la elite santafesina de finales de siglo. Si bien la vida de la familia Cafferata transcurría entre Buenos Aires, Córdoba y Rosario, Antonio F. estudió abogacía en Buenos Aires y estableció su 1 PRÍNCIPE, Valeria, El museo antes del museo: La colección histórica del Doctor Antonio Cafferata, en ARTUNDO, Patricia, FRID, Carina (Editoras), El coleccionismo de Arte en Rosario. Colecciones, mercados y exhibiciones (1880-1970), Buenos Aires, Fundación Espigas, 2008, p. 70.

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EL MUNDO CATÓLICO ROSARINO A COMIENZOS DEL SIGLO XX.

ORDEN, PROGRESO Y CRISTIANDAD EN EL ESPACIO LOCAL.

María C. Pía Martín

Fac. Ccia Política y RRII/Derecho.

U.N.R.

En el presente trabajo proponemos un acercamiento al mundo católico

rosarino en el tránsito entre los siglos XIX y XX. Dentro de ese mundo, nos

interesa considerar la perspectiva de ciertos intelectuales católicos respecto de los

problemas que planteaban el progreso y la modernización. Y también cómo esas

perspectivas se expresaron en movimientos de proyección más amplia. Nos

hemos detenido muy especialmente en las miradas, acciones y pertenencias de

Antonio F. Cafferata y Federico B. Valdés ya que, en tanto miembros de la elite

rosarina, contribuyeron a definir el perfil de una ciudad joven, heterogénea,

dinámica y cambiante. Ambos fueron parte de un grupo selecto que, desde la

esfera política y económica amplió su influencia al campo intelectual, artístico y

cultural.1 Por un lado, el análisis de sus actividades y pertenencias grupales o

asociativas proporciona mayor inteligibilidad a los discursos en su dimensión

social. Por otro lado, la consideración que estos intelectuales tuvieron del

progreso mostró como contracara el orden, definiendo posiciones propias respecto

de la inmigración, la nacionalidad y la ciudadanía.

Antonio F. Cafferata (1875 - 1932) era hijo de Juan Manuel Cafferata, ex-

gobernador de la Provincia de Santa Fe vinculado al iriondismo, facción clerical

del conservadorismo de la región, que debió renunciar como resultado de la

revolución radical de 1893. Por tanto, aunque descendiente de inmigrantes

genoveses -su abuelo ingresó al país hacia 1840- era miembro de una familia

inserta en el estrecho círculo de la elite santafesina de finales de siglo.

Si bien la vida de la familia Cafferata transcurría entre Buenos Aires,

Córdoba y Rosario, Antonio F. estudió abogacía en Buenos Aires y estableció su

1 PRÍNCIPE, Valeria, El museo antes del museo: La colección histórica del Doctor Antonio

Cafferata, en ARTUNDO, Patricia, FRID, Carina (Editoras), El coleccionismo de Arte en

Rosario. Colecciones, mercados y exhibiciones (1880-1970), Buenos Aires, Fundación Espigas,

2008, p. 70.

residencia definitiva en la ciudad de Rosario. Como abogado, fue Juez en lo civil,

Fiscal de Cámara de los Tribunales Provinciales y Defensor de Pobres y

Ausentes. Pero también tuvo una importante actividad intelectual, como Profesor

de Historia, Geografía y Literatura en las Escuelas Superior Nacional de

Comercio y Normal de Profesoras “Nicolás Avellaneda”; a través de sus escritos

académicos, históricos y literarios; y mediante los trabajos periodísticos que

publicó en Monos y Monadas y La Capital de Rosario, Los Principios de

Córdoba y El Pueblo de Buenos Aires e Ideales, revista del Centro Católico de

Estudiantes de Rosario. Fue miembro de sociedades científicas y literarias

nacionales e internacionales, y un destacado coleccionista local de rasgos

peculiares. En 1912, organizó en su residencia particular el primer museo

histórico que tuvo Santa Fe. Sus pares del medio intelectual y cultural lo

reconocieron como fundador e impulsor de las iniciativas museísticas de la ciudad

y estuvo vinculado a los proyectos originarios que dieron por resultado la creación

del Museo de Bellas Artes “Juan B. Castagnino” y el Museo Histórico Provicial

“Julio A. Marc”.2 Accedió también dos veces a la presidencia del Jockey Club.

Por otro lado, en 1908 creó y dirigió La Verdad, periódico trisemanal

católico vinculado al Círculo de Obreros de Rosario. Su actividad dentro de la

Iglesia lo colocó en la dirección del mencionado Círculo y en la “Comisión Pro-

Obispado de Rosario”, ese mismo año. Poco antes de su muerte, la organización

de la Acción Católica local lo contaría entre sus fundadores. Tuvo además

inquietudes partidistas, siendo Convencional Constituyente de la Provincia en

1904 y, por el Partido Demócrata Progresista, en 1921. En este último caso, su

condición de católico lo llevó a renunciar, al igual que a otros diputados de la

misma denominación religiosa.3 En 1925, cuando se discutió sobre la fecha para

celebrar los orígenes de la ciudad, era miembro del Concejo Deliberante y su

2 PRÍNCIPE, Valeria, ed.cit., pp. 75 y 109.

3 La Convención Constituyente de Santa Fe (1921) propuso la supresión de los artículos 5, 70 y 77

referidos al juramento y el credo religioso de los gobernantes, lo cual significaba introducir el

principio de separación entre Iglesia y Estado. Esto provocó la renuncia de otros dos diputados

católicos, Francisco Casiello y César A. Berraz. (Cfr. Constitución de la Provincia de Santa Fe,

13 de agosto de 1921, Santa Fe, Imp. de la Provincia, 1932; MACOR, Darío, La cuestión

constitucional frente al sistema político. Santa Fe (1921-1935), en ASCOLANI, Adrián (comp.),

Historia del Sur santafesino, Rosario, Ediciones Platino, 1993.

iniciativa para tomar el día de la Virgen del Rosario como onomástico de la

ciudad puede considerarse “una victoria simbólica para el catolicismo”, que

revertía la larga tradición anticlerical –no exenta de conflictos- que había

identificado a las élites políticas de la ciudad.4 Como muchos de sus

contemporáneos, pasó asimismo por la Liga Patriótica Argentina.

Patria y pedagogía en el coleccionismo local.

La variada colección histórica de Antonio Cafferata no parece haber estado estimulada

por esta práctica (mercantil); de hecho, no es posible distinguir ningún rasgo

especulativo vinculado con un posible intercambio posterior; en todo caso, es el

coleccionista mismo el que asigna valor a la colección, porque sus componentes no

tienen un valor de mercado reconocido. Para Cafferata, la serie de objetos históricos

reunidos tienen una virtud impalpable y mucho más valiosa que otras: la de despertar

por sí solo el sentimiento patrio. La variedad y heterogeneidad que rigen la colección

son justificadas por la lógica que el coleccionista le otorga...insertándolo en un relato.

Para que ese relato fuera exitoso y cumpliera su misión pedagógica, eran necesarias

instituciones adecuadas… Valeria Príncipe, El museo antes del museo… (2008)

Federico B. Valdés (1866-1933), también abogado, político y docente

universitario, obtuvo el reconocimiento de sus pares por sus dotes oratorias que,

en ocasiones, lo proyectaron al espacio de la política nacional. Se destacan los

discursos pronunciados en la recepción de los ministros de Relaciones Exteriores

de Brasil y Argentina, en 1890; en 1901, durante la creación del partido Unión

Provincial, o ante el Presidente de la República, al peticionar por la intervención

de la Provincia de Santa Fe; y, en 1911, frente a la candidatura por la gobernación

de L. de la Torre y Casablanca por la Liga del Sur, a la que perteneció desde su

creación. Buena parte de sus discursos están compilados en las obras “Desde el

llano” (1925) y “Mi tribuna” (1930).

Federico B. Valdés, se graduó como abogado en Buenos Aires,

seleccionando un tema de tesis de interés para la Iglesia (1888). En ella abordó el

matrimonio civil, cuestión en pleno auge por la reciente sanción de la ley

homónima. Al comienzo, el joven abogado fue patrocinado por Lucio V. López.

Una vez en Rosario, fue Secretario del Juzgado Federal, luego se desempeñó

como abogado del Banco de la Nación Argentina y fue asesor de la Sociedad

4 GLUCK, Mario, Aquel Rosario anticlerical, en La Capital, 8 de octubre de 2006.

Puerto Rosario S.A. y “El Saladillo”, entre otras. Asimismo, se desempeñó como

docente de Derecho Constitucional en la Facultad de Ciencias Económicas,

Comerciales y Políticas desde que fuera creada la cátedra.

Dentro de la Iglesia, al igual que Cafferata, perteneció a la dirigencia del

Círculo de Obreros de Rosario, fue miembro de la Comisión Pro-Obispado de

1908 y delegado por Rosario a las Segunda y Tercera Asambleas de Católicos

Argentinos (1907 y 1908). En la primera de ellas, presidida por Emilio Lamarca,

se desempeñó como Vice-Presidente 3°, a continuación de Juan María Garro y

Santiago O´Farrell.

Su perfil de católico de elite puede sintetizarse en la expresión de sus biógrafos:

“se vinculó a los hombres más destacados del foro, la sociedad y la política,

escalando sitios prominentes en todas las esferas. Su presencia en todos los

círculos es solicitada y recibida con verdadera satisfacción…”5 O en la de Juan

Casiello, durante su alocución en el Colegio de Abogados en 1963: “…traer el

recuerdo… de uno de los abogados, que siendo de otra generación y actuando

entre nosotros, por su conducta y trayectoria, y porque dignificaron y

enaltecieron la profesión, pudiera servir de ejemplo y saludable emulación a las

generaciones presentes y futuras… (sic)”6

Intelectuales, elites e Iglesia en la ciudad.

Desde mediados del siglo XIX, Rosario experimentó un notable

crecimiento demográfico, edilicio, económico, institucional. Estaba en

construcción y recibía nutridos contingentes de inmigración ultramarina que

modificaban cotidianamente su apariencia. Al comenzar el siglo XX era una

ciudad nueva con escasas tradiciones consolidadas. Antes bien, se constituyó

sobre una base diversa de personas, costumbres, ideas y creencias. Parecía que

todo estaba por hacerse y que cada cual podía pensar una ciudad propia,

semejante y distinta a la de los demás. La libre circulación de ideas y las prácticas

5 Federico B. Valdés, 1866-1933. Reseña biográfica. Juicios y homenajes póstumos, Rosario,

Est. Gráf. Pomponio, 1935, pág. 19. 6 CASIELLO, Juan, Evocación del Dr. Federico B. Valdés. Conferencia presentada en el

Colegio de Abogados de Rosario, el 26 de agosto de 1963, en adhesión al Día del Abogado,

Rosario, s.e., 1963, pág. 3.

también cambiantes, cuando no contradictorias, no eran más que el correlato de su

temprana identidad comercial. Estuvo abierta a la actividad de periodistas,

publicistas, intelectuales y políticos, quienes elaboraron representaciones que

coexistieron en forma desordenada. Muchas veces estos hombres convirtieron su

pluma en un arma de combate donde pujaban los intereses y proyectos de una

ciudad en formación. En este contexto, los católicos rosarinos tuvieron su propio

“combate” en un espacio donde lo moderno y lo secular parecían confundirse sin

conflicto. La empresa de los intelectuales aquí considerados consistiría en

reivindicar lo moderno, en tanto se vinculaba al progreso económico y a la

expansión de la ciudad, tomando distancia del proceso secularizador que tal

concepto implicaba.

Si consideramos que un intelectual “es alguien que haya hecho lo que

haya hecho en la vida, hizo del pensar una actividad lo suficientemente

importante como para incluirlo dentro de los vestigios que permanecen de esa

actividad humana tal como tuvo lugar en su propio tiempo”, 7

el mundo católico

también desarrolló sus ideas de manos de intelectuales polifacéticos que, como los

otros, desenvolvieron su actividad a través de la prensa, la literatura, la educación,

la vida social y política. En el cambio de siglo, participaron de espacios e

instituciones ya existentes, en una lógica más bien plural aunque, a la vez, su

acción se orientó a definir un espacio católico desde donde polemizar con el

mundo no católico, en un ámbito predominantemente laicista. A este tipo de

intelectuales se ajustan las figuras de Antonio F. Cafferata y Federico B. Valdés.

Dedicatoria

No me habría decidido a reunir y compilar los materiales diversos que contiene este

libro, a no ser por la insistente cuanto generosa solicitud de mis amigos. Entresacados

de una producción dispersa, dictada bajo el apremio de mis tareas habituales de índole

distinta, no tienen otro mérito que el de haber sido la expresión de anhelos colectivos o

el juicio personal, expuesta con lealtad y franqueza sobre asuntos de interés público.

Dicho está con ello, que no aspiran a un sitio en la bibliografía nacional.(…)”Desde el

llano” se intitula esta colección de artículos y discursos, porque del llano no he salido, y

7 HOLLINGER, David A., “Qué es la historia intelectual?”, en Debats, Nº 16, Junio de 1986,

p.36.

cada vez que hablé o escribí para el público lo hice desde la tribuna popular, en mi

simple condición de ciudadano.

Federico B. Valdés, Desde el llano. Escritos y discursos, 1925.

Una particularidad que podemos señalar en el caso rosarino: mientras los

intelectuales y dirigentes que se destacaron sobre todo entre 1895 y la década de

1910, pertenecían a la elite ya constituida -eran “miembros católicos de la elite”-,

rémora de una temprana oleada inmigratoria que se asentó en la ciudad, luego de

1912/15 habría un recambio generacional que fue la base de una “elite católica”,

a la que se sumarían dirigentes que eran, más bien, hijos de familias instaladas

con la inmigración masiva, beneficiadas por una movilidad social ascendente en

pleno proceso, formados en el activismo de las primeras agrupaciones

socialcristianas. Más tarde, todos ellos impulsaron -desde distintos lugares- la

Unión Popular Católica Argentina (1919) o la Acción Católica Argentina (1931)

en el ámbito local.

A nuestro juicio, el “combate” católico adoptó modalidades más agresivas

luego de la Primera Guerra Mundial, tal vez como respuesta a su impacto en

nuestro país: los síntomas de agotamiento de una economía rígidamente

agroexportadora y sus secuelas sociales; el ascenso de una nueva democracia

personificada por el radicalismo, que parecía a contrapelo de las tendencias

derechistas radicalizadas que ganaban terreno en el mundo y en la Iglesia del

período de entreguerras; y la existencia de una acumulación de tensiones sociales

que pareció condensarse en torno a la Semana Trágica de 1919.

En el cambio de siglo, la Iglesia Católica argentina tenía escaso desarrollo,

su clero resultaba insuficiente y parecía estar construyéndose en forma paralela al

Estado. La expansión del Estado nacional había permitido, por un lado, el

crecimiento simultáneo de la Iglesia-institución pero, por otro lado, exigió su

subordinación en el ámbito de la sociedad. El debate por la educación laica que

planteó la Ley 1420, y la Ley de Matrimonio Civil en 1887, provocó una dura

reacción a fines del siglo XIX. No obstante, salvo el primer enfrentamiento

liderado por Estrada, Goyena y Lamarca a comienzos de los 80 y su posterior

alineamiento con el movimiento cívico de 1890, los católicos se retrajeron a la

vida privada. La ausencia de una institución fuerte, más la dinámica

secularizadora dominante, a partir de la segunda mitad del siglo XIX, los indujo a

vivir su religiosidad con indiferencia o como algo inapropiado para ostentar en la

vida pública.8 Esto parece particularmente aplicable al caso de Rosario que era,

ante todo y a pesar de su nombre, una ciudad nueva, pujante, con un perfil laicista

moldeado en el cosmopolitismo de su población y en la permeabilidad a las ideas

liberales, masónicas y de izquierda, tal como ha sido destacado por los propios

católicos de la época. El imperativo de cristianizar la ciudad y comprometer en

ello a los fieles, en adelante, sería prioritario para el obispo de Santa Fe, de quien

dependía la ciudad.

Rosario ostentaba rasgos seculares en todas sus franjas sociales. Por eso,

desde 1900 el obispo Boneo encaró una tarea de “cristianización” o, más bien,

“catolización”9 que abarcó los frentes más diversos. Así, propició la instalación

de nuevas órdenes religiosas, principalmente educativas y misioneras –Hermanos

de las Escuelas Cristianas, Madre Cabrini, Sacerdotes Redentoristas- que se

venían a sumar a las pocas pre-existentes. Promovió las misiones suburbanas para

cristianizar la periferia de la ciudad, tanto como la acción parroquial. Prohijó el

activismo socialcristiano, expresado en sus organizaciones -Círculos de Obreros,

Liga Democrática Cristiana y Unión Democrática Cristiana- y en las conferencias

callejeras, sobre todo en las coyunturas electorales.

El clima contrario a la presencia de la Iglesia se expresó en diversos

ámbitos de la sociedad. Los Sacerdotes Redentoristas, desde 1909, daban cuenta

de la hostilidad de los trabajadores asentados en las cercanías de la Refinería

8ARENDT, Hanna, La condición humana, Buenos Aires, Paidós, 1993, p.61; HUNT, Lynn, La

vida privada durante la Revolución Francesa, en ARIES, Philippe, DUBY, Georges, Historia de

la Vida Privada, Buenos Aires, Taurus, 1990, p.35. 9 Tomando distancia del discurso de los actores que hablaron de “recristianizar”, creemos que la

idea de catolización se ajusta más a lo que estaba in mente de la Jerarquía, toda vez que la

presencia de otras denominaciones cristianas, además del laicismo, la masonería y el liberalismo,

tanto como las ideas de izquierda, eran vistas como un riesgo para el “orden social” que pretendía

la Iglesia. Incluso, a nivel de las definiciones del papado, el pluralismo religioso resultaba en

general, inadmisible, aunque los matices deben buscarse en los casos históricos concretos. Algunos

de estos aspectos han sido analizados en el primer capítulo de nuestra tesis, en proceso de

redacción.

Argentina del Azúcar, de la abundancia de católicos “vergonzantes”, y de la

dificultad para regularizar uniones o bautismos entre las clases populares.10

Por

otro lado, en 1908 se organizó un movimiento para evitar la iniciativa de algunos

ciudadanos católicos que pretendían promover la creación de un obispado en la

ciudad; y en 1911, cuando los Redentoristas solicitaron ser exonerados de ciertos

impuestos, provocaron una campaña de prensa en su contra.11

Aparentemente, se

logró movilizar a los sectores liberales y masones de la ciudad y, debido a su

presión, el pedido fue rechazado.12

En los pueblos vecinos a Rosario y en el

campo circundante, en general, parece que los sacerdotes eran bien recibidos por

mujeres y niños. Pero se enfrentaban con la indiferencia de los hombres, sobre

todo de los colonos, que priorizaban su trabajo, postergando las prácticas

religiosas.13

Resulta evidente que la Iglesia Católica tenía dificultades para

insertarse en todas las clases sociales. La hostilidad del medio parecía generali-

zada, particularmente en Rosario, y a la institución le costaba no sólo movilizar

públicamente a sus fieles, sino también ingresar a la esfera de la vida privada para

regular su vida cotidiana.14

La Iglesia local, siguiendo las tendencias eclesiásticas internacionales, se

planteó por un lado cristianizar la sociedad y, por otro, formar un ciudadano

católico que llevara a cabo, junto con el clero, esta labor de recristianización.

Cristianizar o “recristianizar” significaba, en definitiva, combatir los rasgos de

modernidad instalados por el liberalismo desde la Revolución Francesa, en el

sistema político, en la sociedad y en la cultura. Y la clave estaba en atacar al

liberalismo y todas aquellas tendencias o fenómenos que, según la Iglesia, fueron

su resultado: el nihilismo, el socialismo, el anarquismo, o la cuestión social. El

triunfo del orden liberal desde Mitre –y su temprana expresión en Santa Fe con

10

Crónica domus Congr. SS.RR. in urbe Rosarii Saa. Fidei incipit anno salutis 1910 ad landem et

gloriam Dei, Crónica I, 1909-1921, Año 1920. 11

La Verdad, Rosario, 1908; Cronica domus SS.RR. ... 12

Ibidem. 13

Ibidem. 14

Cfr. HELLER, Agnes, Sociología de la vida cotidiana, Barcelona, Península, 1991

(3ra,edición), pág. 168-169.

Nicasio Oroño- no era un dato menor para el clero santafesino que se enfrentaba a

la cosmopolita y heterodoxa Rosario.

Además de expresarse aquí las tensiones entre los intereses locales y el

proyecto de nación en marcha, se puede comprobar la presencia cada vez más

sólida de fuerzas que competían en distintos planos con los propósitos

eclesiásticos, desplazándolos del centro de atención. Por ejemplo, tal como ha

señalado Marta Bonaudo, a partir de 1860, la masonería alcanzó un peso

importante en el proceso de construcción estatal -también en el plano regional-

local- a la vez que desplegó estrategias que, necesariamente, debieron chocar con

los intereses de la jerarquía, provocando su reacción.15

El respeto a los sacerdotes

En esta ciudad como en casi todas partes existen individuos, faltos de las más

elementales nociones de educación y cultura, que ante la presencia de un sacerdote, en

cualquier paraje público, se burlan de él, usando palabras ofensivas. Muchas veces los

autores de estas anomalías son jóvenes concurrentes á las aulas de las escuelas, los que

parecen olvidar toda enseñanza sobre moral que reciben de sus maestros.

Los hechos arriba expuestos desgraciadamente se producen con frecuencia, haciéndose

gala de incultura y muchas veces en presencia de la misma autoridad…

La Verdad, Rosario, 30 de junio de 1908.

En respuesta a la modernidad y el progreso: Un obispado para Rosario.

El problema que enfrentaba la Iglesia, en definitiva, era el paulatino

proceso de secularización que atravesaron la sociedad, la política y el Estado,

iniciado más tempranamente en los países europeos y en forma tardía en los de

América Latina. Como han sostenido Caetano y Geymonat, la secularización

supone la separación de la esfera religiosa de la temporal, y su privatización, tanto

como implica el pluralismo, la desacralización, la autonomía individual y la

introducción de una racionalidad distinta para el ordenamiento del mundo

compartido. 16

Todo ello no es más que una manifestación de la modernidad en el

15

BONAUDO, Marta, “Liberales, masones ¿subversivos?”, en Revista de Indias, Madrid, CSIC,

Volumen LXVII, N° 240. 16

CAETANO, Gerardo, GEYMONAT, Roger, La secularización uruguaya, 1859-1919.

Catolicismo y privatización de lo religioso, Montevideo, Taurus, 1997, pp. 23-26.

plano religioso, emanada de la fractura que marcó la Revolución Francesa en el

mundo europeo.17

Desde esta perspectiva la cuestión que se planteaba, también en el plano

local, era confrontar e interactuar con la modernidad. Si bien desde fines del siglo

XIX hubo una intención de romanizar las estructuras eclesiásticas -procurando

más homogeneidad y verticalismo- como modo de afirmar la soberanía del

Papado sobre la Iglesia universal, de los caracteres que adoptara el impulso

secularizador en cada país dependieron también las estrategias eclesiásticas y las

ideas propuestas en procura de la recristianización del orden social. Cada país

presentó variables propias, combinando las directivas internacionales con las

particularidades del proceso de conformación del Estado nacional –para el caso

latinoamericano- y las formas en que se gestó la construcción de un orden secular

desacralizado. Por otro lado, a nuestro juicio, cuando la Iglesia se enfrentaba a

sociedades o momentos históricos donde el impulso secularizador parecía fuerte o

consolidado, se disponía a combinar confrontación con diálogo y asumía, en

ocasiones, actitudes relativamente más pluralistas; mientras, cuando su presencia

en el Estado y la sociedad parecían fortalecerse, tomaba una actitud más

intransigente e intolerante. O si descubría fisuras en el orden secular,

profundizaba las tácticas de choque y reforzaba su acción societaria en procura de

volcar la situación a favor de sus intereses. En el caso argentino, y

particularmente en Rosario, esta diferencia de tácticas parece tener un quiebre a

partir de 1919/1921.18

En tanto ciudad en continua transformación, dinámica y abierta a la

diversidad, Rosario fue vista por los católicos del fin de siglo como una

conjunción de progreso y orden inestable que debía ser cristianizado. Por tanto,

los católicos locales construyeron un concepto de orden social que expresaba no

17

Cfr. ROSANVALLON, Pierre, La rivoluzione dell´iguaglianza. Storia del suffragio

universale in Francia, Anabassi, 1994. 18

En 1919 la Iglesia argentina, como respuesta a la conflictividad desatada desde la Semana

Trágica, reorganizó su actividad pastoral afectando varias instituciones preexistentes, provocando

tensiones que se proyectaron en nuestra diócesis; en 1921, la reforma de la Constitución provincial

marcó un hito importante en el realineamiento de la jerarquía y de ciertos sectores del catolicismo

en la región, sobre todo en Rosario.

sólo la aceptación, sino también la exaltación del progreso –con sus implicancias

de modernidad y cambio-, pero articulado en el marco del proyecto cristianizador

que comenzaba a pergeñarse, tomando distancia de otros aspectos no deseados de

la modernidad en ciernes. Esta mirada sobre el orden social de los católicos y,

ante todo, la de los intelectuales que hemos escogido como puerta de acceso a su

mundo, llevaba implícitos elementos que, en una compleja trama de continuidades

y disrupciones, daría lugar a nuevos sentidos y resignificaciones luego de 1919.

Los voceros del catolicismo vernáculo identificaban a Rosario –igual que

el resto de la sociedad de la época- con el progreso, fruto del trabajo y la

inmigración. En la inauguración de las obras del puerto, Federico B. Valdés

afirmaba: “cincuenta años hace apenas, que esta ciudad surgía con capacidad

propia, y en ese término, insuficiente para encerrar la vida de un hombre, ya no

le bastan sus embarcaderos y ferrocarriles, las numerosas arterias que la cruzan

en todas direcciones y pide salida inmediata al océano, como el genio oprimido

en el medio ambiente que lo circunda, se lanza a teatros más vastos en busca de

la satisfacción a las exigencias imperiosas de su espíritu...”19

Y ante Joaquín V.

González, al reclamar la creación de una Universidad para Rosario, rescataría la

idea de la ciudad “hija de su propio esfuerzo”: “Habéis contemplado… la urbe

brillante, pletórica de riqueza, alentada por el espíritu animoso de sus hijos,

formada por sí misma en un esfuerzo gigantesco, comparable al que ha precedido

a las más poderosas organizaciones humanas. No hace mucho más de medio

siglo que aquí, donde se levanta esta gran ciudad, dormía todavía la aldea…”

Anunciaba también un destino promisorio y sostenía que el progreso económico

debía coronarse con el desarrollo cultural y científico que traería la universidad.20

Asimismo, el petitorio para la creación del obispado, en 1908, elogiaba

“esta ciudad cuya importancia comercial y asombroso desarrollo nadie

desconoce; que en menos de medio siglo ha duplicado tres veces su población,

fenómeno que no ha realizado ningún pueblo en la historia...”21

Rosario era

19

VALDÉS, Federico, Desde el llano. Escritos y discursos, Buenos Aires, Imprenta Mercatali,

1925. 20

Citado en CASIELLO, Juan, op.cit., pág. 9. 21

La Verdad, Rosario, 8 agosto de 1908

exaltada por su rápido crecimiento, fruto de una vida laboriosa, anclada en el

trabajo y el progreso. Ciudad pujante, en constante expansión, promesa para el

futuro. La inmigración había venido a poner manos en esa labor y los intelectuales

católicos, todavía deudores del pensamiento de Alberdi y Sarmiento, estaban

abiertos a aceptar sus aportes para la prosperidad de todos. Pero el

cosmopolitismo era también portador de fuerzas contradictorias que interpelaban

sus nociones de orden, nacionalidad y agregaba nuevos matices a la cuestión

social tal como ellos la percibían.

Frente al desarrollo desmesurado de la urbe, una de las iniciativas más

importantes de los católicos fue la propuesta de crear un obispado en 1908. Los

tres argumentos que fundamentaron su solicitud pusieron de manifiesto la imagen

que habían construido de Rosario, tanto como sus preocupaciones al respecto.

La demanda de una nueva diócesis se fundaba en las características

mismas de la ciudad: “la creación de una diócesis en nuestra progresista ciudad

debe ser un hecho, porque trae involucrado consigo el crecimiento, desarrollo y

cultura de la misma, y porque su rango lo reclama ahora más que nunca;

combatir esta idea…implica una falta de criterio y sentimiento patriótico, pues es

hacer abstención al progreso de Rosario”…22

En la solicitud pro- obispado

presentada a las autoridades se insistía “que al Rosario como segunda ciudad de

la República, le corresponde ser el asiento de una nueva Diócesis

Eclesiástica…”. Y, retomando las ideas análogas vertidas por Valdés cuando

reclamaba una universidad, se extendía en los siguientes argumentos “esta ciudad

… necesita un complemento de sus progresos, dado que no sólo de pan viven los

pueblos…Varias otras ciudades de la república, que no tienen la importancia del

Rosario, hace tiempo ya que son sedes de obispados…”23

Por un lado, la prosperidad y el crecimiento, que ubicaron a Rosario en

segundo lugar frente a sus pares de todo el país, la hacían merecedora de un

obispado propio. Su progreso, su expansión económica, su importancia en

aumento, exigían una sede obispal acorde a su nueva jerarquía. Pero también la

22

La Verdad, Rosario, 08 de agosto de 1908, Año I, N° 65. 23

La Verdad, Rosario, 11 de agosto de 1908, Año I, N° 66.

necesidad de compensar los logros materiales con costumbres, formas de

sociabilidad, e instituciones inspiradas en la doctrina del evangelio lo hacían

imprescindible.24

La otra cara del progreso económico debían ser el desarrollo

cultural y religioso de la población. El obispado propio se erigía en símbolo de los

logros civilizatorios que debía ostentar la ciudad, y rechazar el petitorio era

carecer del “espíritu patriótico” –referido a este pequeño espacio local en que

estaba inscripta la nación- de los que buscaban su promoción desde la perspectiva

religiosa; propiciar un obispado era convalidar la merecida grandeza.

Por otro lado, la gran extensión de la diócesis de Santa Fe impedía que se

diera una atención adecuada al populoso sur de la provincia: “La diócesis de

Santa Fé es demasiado extensa, comprende hasta los territorios del Chaco y

Formosa y tiene su asiento en la capital de la provincia, por todo lo cual las

necesidades religiosas de esta gran ciudad reclaman un gobierno inmediato para

su más eficaz desenvolvimiento”.25

Finalmente se afirmaba que “por más que se diga que Rosario es un

pueblo incrédulo, la tradición ha sabido conservar en él muchos y valiosos

intereses. Necesitamos, es cierto, más cohesión y doctrina”…Y respecto de las

“fuerzas sociales”, se sostenía que si no se las encauzaba a tiempo “corren

riesgo de disgregarse y resultar anárquicas bajo un cosmopolitismo no definido

aún en la última forma de su evolución. La idea moral es la única que puede

resolver el problema…”26

Parece evidente que los católicos creían que el pueblo rosarino aún

conservaba valores de cristiandad, una reserva espiritual valiosa, aunque había

riesgos que debían prevenirse. Así, la presencia de un obispo podría aumentar la

prédica, la atención espiritual y, por tanto, contribuiría a la unidad de las fuerzas

católicas para prevenir los embates que experimentaban ante la diversidad de

costumbres, las nuevas ideas y las tendencias inéditas que llegaban con la

inmigración y la apertura al mundo. Había que “encauzar el cosmopolitismo”

impregnando la sociedad de la moral cristiana, para que la población rosarina

24

Ibidem. 25

Ibidem. 26

La Verdad, 11 de agosto de 1908, Año I, N° 66.

adquiriera una fisonomía más homogénea. La presencia obispal reforzaría, haría

más eficaz, esta empresa cristianizadora.

La religión era portadora de los elementos necesarios para preservar la

tradición y la nacionalidad -una nacionalidad que también se consideraba a

construir, según veremos luego-, y serviría para dar un sentido unitario a las

fuerzas contradictorias emergentes de la modernización y el cambio.27

No

obstante, los católicos chocaron con una persistente acción de las tendencias

laicistas locales, que se opusieron con decisión al proyecto y lograron trabar su

realización hasta 1934, asumiendo el primer obispo al año siguiente.28

En este conflicto se pusieron de manifiesto las tensiones que estaban

implícitas en la nueva ciudad, pujante, cosmopolita y laica. Exaltada por su

expansión económica, temida por el correlato de un orden no deseado, otras

fuerzas socialmente consolidadas se impusieron contra las aspiraciones del

catolicismo local.

La cuestión del obispado: ideología y faccionalismo.

Según vimos hasta aquí, uno de los argumentos centrales de los católicos

para justificar la iniciativa de crear un obispado en Rosario era su constante

progreso. Desde su perspectiva, sería como coronar un proceso de expansión que

no se detenía. No obstante, quienes reaccionaron contra el proyecto argumentaron

también desde el progreso y, más aún, desde una noción de modernidad que se

pensaba refractaria a los avances de la religión aludiendo, en particular, a los

privilegios de la Iglesia Católica.

Los primeros días de julio de 1908, el diario La Capital daba a conocer la

existencia de un “comité especial” que estaba procurando la creación del

obispado, el cual había logrado la formación de una comisión de damas rosarinas

para colaborar en las gestiones que se realizarían ante el gobierno nacional. El

comité de hombres estaba presidido por Juan Manuel Cafferata, ex gobernador de

la provincia, y el secretario era Jacinto Ortiz de Guinea, otro miembro de la elite

27

La Verdad, Rosario, 8 de agosto de 1908, Año I, N° 65. 28

Cfr. GLUCK, Mario, Aquel Rosario anticlerical, en La Capital, Rosario, 8 de octubre de 2006.

católica local.29

Ellos, más José García González, Luis V. García y Federico B.

Valdés conformaron el grupo que viajó a Buenos Aires los primeros días de

agosto para presentar un petitorio firmado por otros vecinos.

Entre las damas que formaron la comisión se encontraban destacados

apellidos de la elite: María Salomé de Iriondo, esposa del Ministro de Hacienda

de la Nación, sería presidenta honoraria de la misma. Luego, entre sus miembros,

se repetían más apellidos de los notables vernáculos: Tietjen, Aldao, Lejarza,

Baigorria, Carlés, Cafferata, Lamas, Echesortu, Ortiz de Guinea.

La reacción no se hizo esperar. La primera información al respecto se

refiere a un movimiento de oposición entre los comerciantes de la ciudad que

consideraba que “Rosario tiene suficientes elementos eclesiásticos para responder

a las exigencias del número de feligreses de la población” y que una ciudad

“exclusivamente dedicada al trabajo no necesitaba de autoridades de la Iglesia

de mayor jerarquía que las actuales”. Al contrario, había que dedicarse más bien

a difundir la escolaridad y el desarrollo de la “intelectualidad ciudadana”.30

Unos

días después se había formado la “Liga Liberal” para combatir el proyecto del

obispado promovido por los católicos y se invitaba a una reunión en Laprida

1035, donde tenía su sede la masonería local. El movimiento lo encabezaban

Perfecto Araya, F. Márquez y E. Serrano.31

Se sumaron luego Serafín Álvarez,

Tobías Arribillaga, Eduardo Caffarena, Manuel Pignetto, E. Bordabere, A.

Spilimbergo, José Donadío, entre otros. Y se aclaraba que adherían todos los

presidentes de las logias, sociedades gremiales y centros de estudiantes.32

El diario El Municipio, por su parte, ante la noticia del movimiento pro-

obispado, afirmaba que “las influencias clericales son contrarias la progreso y la

libertad, rechazan todo principio independiente y trabajan por la explotación del

fisco y de la fé (sic)”. 33

En las antípodas de la argumentación católica, aquí el

progreso era presentado como ajeno a la religión, ella significaba retroceso,

atraso, y era una rémora ante los valores modernos de libertad y autonomía. 29

La Capital, Rosario, 12 de julio de 1908 y La Capital, Rosario, 15 de julio de 1908. 30

La Capital, Rosario, 2 de agosto de 1908. 31

La Capital, Rosario, 5 de agosto de 1908. 32

La Capital, Rosario, 8 de agosto de 1908. 33

El Municipio, Rosario, 2 de agosto de 1908.

Además, preocupaba el costo que podía significar para el Estado la creación de

una nueva diócesis, idea presente en todos los que se manifestaron contra la

iniciativa. Los recursos del Estado debían invertirse en educación y cultura, antes

que en el sostenimiento de una determinada Iglesia.

El escrito redactado para presentar al Congreso de la Nación, en rechazo

del proyecto del obispado, sostenía varios argumentos complementarios entre sí.

Por un lado, se afirmaba que el gobierno tenía problemas más serios que resolver

y adonde orientar sus recursos. Antes que definirse por una religión específica,

debía atender los intereses de toda la comunidad, que era cosmopolita y plural.

Por otro lado, más allá de la prescripción constitucional, se consideraba que el

sostenimiento de la Iglesia por el Estado había perdido su razón de ser, antes bien,

el progreso y el cosmopolitismo enmarcados en un gobierno republicano y

democrático suponían la libertad religiosa.34

Crear un obispado en Rosario

significaba “un paso hacia el sistema teocrático y un retroceso en la ideología

humana”.35

Y, por consiguiente, se consideraba que eran prioridad otras

cuestiones, como aumentar las escuelas públicas y evitar la enseñanza religiosa;

mejorar el servicio hospitalario; fundar bibliotecas públicas; y atender las

necesidades de la familia obrera.36

El documento también hacía referencia a la cuestión de la nacionalidad y

del poder del Estado sobre la Iglesia. En realidad, el conflicto del obispado se

inscribió, por un lado, en un contexto político donde pueden presumirse disputas

de poder inmediatas, de tipo electoralistas, como veremos más adelante; y, por

otro lado, se articuló con otras dos cuestiones claves respecto del proceso

secularizador que acompañó la consolidación del poder estatal.

En los mismos días que transcurrió el conflicto del obispado, siguiendo la

tónica de las declaraciones de la Liga Liberal, La Capital alertaba sobre un

movimiento en pro de la educación religiosa, que atentaba contra la libertad de

cultos; y cuestionaba la actitud asumida por la Iglesia –primero en la persona del

34

La Capital, Rosario, 14 de agosto de 1908. 35

Ibidem. 36

Ibidem.

obispo de Santa Fe y luego en la del obispo de Córdoba- que no permitía el

ingreso al templo de la bandera nacional en las festividades religiosas. 37

En el primer caso, La Capital sostenía que “una de las mejores

instituciones democrática de que…puede envanecerse nuestro país, es sin duda la

libertad de cultos” y que aspirar a lo contrario en educación, era violentar el fuero

íntimo de las personas y atentar contra la democracia.38

En el segundo caso, La

Capital reclamaba el derecho del Estado a imponer a la autoridad eclesiástica la

presencia de los símbolos patrios dentro del templo por respeto a la nacionalidad,

ya que no existiría incompatibilidad “entre la santidad de los templos y la

majestad de la bandera patria, símbolo de la nación, en que el culto católico está

reconocido y declarado oficial”.39

A la inversa de la “nación católica” que se

construyera desde los años 30, en este periodo, un medio de prensa liberal

reclamaba a la Iglesia la inclusión de la simbología estatal-nacional en sus

rituales, como modo de afirmar la potestad de los poderes públicos, mientras el

clero se resistía a tal subordinación. La Capital pretendía un clero “sometido a la

ley” y que sintiera “hondamente su patriotismo”.40

A nuestro juicio, el planteo del

periódico local se inscribe en el proceso de construcción de la nación y del debate

planteado en torno a las distintas concepciones sobre la misma desde fines del

siglo XIX.41

Volviendo a la campaña contra la creación de un obispado en Rosario, en

el acto realizado en el Politeama por la Liga Liberal, Suríguez y Acha - el primer

orador- contrapuso las ideas de libertad, soberanía en derechos, esfuerzo y trabajo,

e igualdad democrática al vejámen que para él significaba el proyecto eclesiástico,

en el que intuía el abuso, la hipocresía, la exacción de recursos, la esclavitud del

dogma.42

La segunda oradora, una mujer, Juana Begino, fustigó a la Iglesia por su

forma de penetrar la sociedad para desarrollar mecanismos de dominación sobre

37

La Capital, Rosario, 21 de julio de 1908 y La Capital, Rosario, 6 de agosto de 1908. 38

La Capital, Rosario, 6 de agosto de 1908. 39

La Capital, Rosario, 21 de julio de 1908. 40

Ibidem. 41

BERTONI, Lilia Ana, Patriotas, cosmopolitas y nacionalistas. La construcción de la

nacionalidad argentina a fines del siglo XIX, Buenos Aires, FCE, 2001. 42

El Municipio, Rosario, 16 de agosto de 1908.

los individuos y la sociedad; habló de corrupción moral del clero y de apetencias

económicas; e incluso sugirió cierta connivencia o, al menos inoperancia, de la

propia clase dirigente y de sus miembros masones para frenar los avances del

poder clerical; y, al igual que Suríguez y Acha, se detuvo en el análisis de la

situación de la mujer, la más vulnerable ante la influencia eclesiástica.

Finalmente, coincidió con los postulados sostenidos por el petitorio antes

analizado, destacando que Rosario necesitaba atender cuestiones como la

vagancia, la mendicidad, la falta de escuelas y hospitales, la vivienda obrera,

acusando a las autoridades políticas y a las clases poderosas de desviar la mirada

de los problemas sustanciales para construir templos, fomentando el

oscurantismo. En la misma dirección de orientaron los restantes discursos.

En general, es claro que los opositores al proyecto de obispado, nucleados

en torno a la bandera del liberalismo, además de mostrar reticencias por el costo

que significaba para los contribuyentes el sustento del culto, que podría

acrecentarse con la nueva diócesis, oponían la exaltación de principios como

libertad individual, soberanía, libertad de cultos y de conciencia, rechazando la

sujeción de los individuos y de sus creencias a un único dogma. Con ello

pretendían preservar al conjunto de la sociedad de tales servidumbres, exigiendo

que las políticas de Estado de ajustaran a una concepción de ciudadanía que

estaba en el corazón de la modernidad.

Pero también es evidente que este conflicto fue tan agudo y frontal, como

breve. Sólo un par de meses y el debate se diluyó ante nuevas cuestiones

señaladas por la agenda política de la época. La Liga Liberal y el sector que ella

representaba insistió sobre el amplio y difuso poder la Iglesia Católica; su peso e

influencia sobre los poderes públicos nacionales y provinciales, incluso para

combatir al socialismo y la masonería; y adjudicaba la iniciativa del obispado a

sectores sociales ricos y hegemónicos.43

Por su parte, de los datos que

transcribimos anteriormente, se deduce que una parte significativa de la elite local

estaba comprometida con el proyecto obispal y que tal elite guardaba fuertes lazos

con el poder político. No casualmente presidían la Comisión Pro-obispado Juan

43

Cfr. El Municipio, Rosario, julio-agosto de 1908 y La Capital, Rosario, Julio – agosto de 1908.

Manuel Cafferata, ex gobernador de la Provincia y, en forma honoraria, la esposa

del Ministro de Hacienda de la Nación, Manuel de Iriondo. Precisamente, en ese

mes de agosto, el oficialismo de la Provincia estaba en crisis, sufría críticas

constantes de los dos periódicos que hemos consultado, los cuales hablaban de

inoperancia, corrupción, humillación del pueblo, anulación del civismo.44

Muy

pronto se produjo la fractura del partido gobernante. Dentro del sector que se

apartó del gobernador Echagüe estaba Manuel de Iriondo, nombre que sonaba

para sucederlo en el poder con apoyo del gobierno nacional.45

Se consignaban

además problemas en el Consejo de Educación que afectaban la enseñanza

pública provincial, quizás también influidos por las disputas del catolicismo en

distintos ámbitos de poder.

En este contexto de la política provincial, el conflicto del obispado aparece

como una operación donde algunos pretendieron frenar el avance de los sectores

clericales del conservadurismo santafesino y otros agitar las aguas para debilitar

al gobernador en ejercicio y reposicionarse. En este sentido, una vez fracturado el

partido gobernante, La Capital llamó a postergar la disputa ideológica entre

católicos y liberales, y concertar acuerdos para trabajar por el gobierno de la

provincia, considerando que ésta era la cuestión central, al mismo tiempo que

exaltaba la figura del posible candidato, Manuel de Iriondo.46

La mirada católica sobre Rosario. Inmigración, orden y progreso.

Miembros de una elite en gran medida liberal-conservadora, los

intelectuales católicos rosarinos parecen haber sido partidarios de la inmigración

espontánea, ajena a la ingerencia del Estado. 47

Antonio F. Cafferata (1898)

sostuvo la necesidad de seleccionar la inmigración para volverla previsible, con el

objeto de garantizar la continuidad del crecimiento económico de la ciudad y la

región agrícola circundante. También para crear las condiciones de una “raza

44

La Capital, Rosario, 18 de agosto de 1908. 45

La Capital, Rosario, 19 de agosto de 1908. 46

La Capital, Rosario, 18 y 19 de agosto de 1908. 47

MARTÍN, María Pía, “Antonio F. Cafferata. Un combate por el orden, la cruz y el progreso.

Rosario, 1898-1921”, en Primeras Jornadas de Estudios Sociales Regionales, CESOR-Facultad

de Humanidades y Artes, U.N.R., 9 y 10 de noviembre de 2000.

argentina” que debía ser fruto de una combinación equilibrada de dos

nacionalidades principales: italianos y sajones. Desde las columnas de La

Verdad, periódico que dirigió en 1908, asoció también esa selección con el

propósito de reforzar el control social ante el creciente activismo obrero.

El problema inmigratorio

El problema inmigratorio…es de una complejidad manifiesta.

Todos estamos conformes en afirmar la necesidad de un hotel de inmigrantes en nuestra

ciudad, en que hay que encauzar el deseo de esos hombres que dejaron sus patrias

anhelantes de trabajar, en que es preciso que para la gran cosecha que se prepara no

falten brazos, y otros tantos puntos inherentes a la cuestión inmigración.

…pero también debemos fijar nuestra atención en algo pernicioso que viene involucrado

con el elemento sano y fuerte que arriba a nuestras playas.

Este elemento pernicioso está compuesto de gentes inútiles para el trabajo é individuos

que, aunque físicamente tienen actitudes para ganarse la vida honradamente, su

degradación moral la impide pensar siquiera en alguna ocupación digna.

El número de individuos que se encuentran en estas dos tristes condiciones…llega á

nuestro suelo mezclado con la inmigración trabajadora, es ya tan excesivo que hace

preciso que las autoridades no descuiden esta cuestión que tanto puede perjudicar al

país, pues ese elemento vago e inútil, no sirve para otra cosa que para corromperlo y

desprestigiarlo.

La Verdad, 17 de octubre de 1908.

En el tránsito del siglo XIX al XX comenzó a instalarse el problema de la

nacionalidad como una preocupación clave entre de intelectuales, políticos y

hombres de la cultura en general. Sobre todo a partir de los años 90, en el

contexto de la Reforma Constitucional de Santa Fe (1890) que eliminaba el voto

municipal para extranjeros y los conflictos de 1893, incluido el intento

revolucionario que provocó la renuncia del Gobernador Juan Manuel Cafferata. A

decir de Lilia A. Bertoni, fue entonces que se puso de manifiesto “la fractura del

consenso sobre la concepción hegemónica de la nación, liberal y cosmopolita”

expresada en la Constitución de 1853.48

En contraste, surgió una nueva idea de

nación “esencialista y excluyente” que quedaría claramente diferenciada en torno

a los festejos del Centenario.49

48

BERTONI, Lilia Ana, op.cit., p. 166. 49

Ibidem. Cfr. BERTONI, Lillia A., BERTONI, Lilia Ana, “1910 y la emergencia de la “otra”

nación”, en NUN, José (comp), Debates de Mayo. Nación, cultura y política, Buenos Aires,

Gedisa, 2005, p. 197.

Cafferata y Valdés se pronunciaron sobre la problemática provocada por el

impacto de la inmigración. El primero parecía hacerse eco del desencanto que

había mostrado Sarmiento en la década del 80. Con un criterio análogo, el

rosarino expresó su temor de que tantos extranjeros constituyeran un Estado

dentro del Estado y que el país pusiera en riesgo una soberanía territorial que aún

no estaba consolidada. Como solución, propuso una nacionalización automática50

que aparentaba gran liberalidad, pero cuya argumentación escondía un profundo

temor ante las posibles derivaciones de la inmigración masiva. Temor que suele

estar en la raíz de todas las reacciones nacionalistas.

Por un lado, para Cafferata, los hijos de inmigrantes debían ser asimilados

a través de la escuela, con docentes nativos, no extranjeros. En 1898 propuso

enseñar Historia y Geografía argentinas, obligar el uso de nuestro idioma, crear

hábitos y familiarizar a los niños con los símbolos patrios en las aulas, es decir,

perseverar en el espíritu de la escuela sarmientina. Por otro lado, impulsaba para

los adultos una nacionalización automática que, a nuestro juicio, era

encubiertamente compulsiva.51

Sugirió entonces una ley que declarara ciudadanos

a todos los nacidos en Repúblicas de América del Sur, con el mismo idioma y

costumbres; que eliminara cualquier formalidad para otros extranjeros con dos

años de residencia en el país; y que otorgara la nacionalidad sin residencia previa

a quienes se enrolasen en la Guardia Nacional, por su valor patriótico. Para no

contradecir la Constitución, aquellos que no quisieran abandonar su condición,

podrían declararlo ante la autoridad correspondiente. Es decir, más que tramitar la

nacionalización, habría que explicitar la voluntad de no nacionalizarse. Además,

la tramitación se podría agilizar dando competencia a todos los juzgados y no sólo

a la justicia federal, como era la norma.

Las ideas expuestas por Cafferata no eran originales, al contrario,

retomaban análisis y propuestas planteadas unos años antes a nivel nacional. En

este sentido, sus escritos representan una continuidad de los debates que se

abrieron a fines de los 80 respecto de los efectos no deseados de la inmigración

50

CAFFERATA, Antonio F., Apuntes sobre inmigración y colonización, Buenos Aires, Imprenta

y Encuadernación “La Buenos Aires”, 1898, p. 60. 51

CAFFERATA, Antonio F., Apuntes….

masiva, cuyos exponentes más claros fueron Domingo F. Sarmiento y Estanislao

Zeballos, en un contexto de expansión de la ideología imperialista en Europa, que

no dejaba de provocar aprensiones. La polémica iniciada por ellos desembocó en

otro debate sobre la naturalización de extranjeros que significó, más de una vez,

una discusión implícita sobre la norma constitucional vigente.52

En el tema de la

naturalización estaban contenidas dos cuestiones: la adquisición de los derechos

políticos y la nacionalidad. Mientras los extranjeros residentes aspiraban a

adquirir derechos políticos sin perder los vínculos con su patria de origen, quienes

promovían la nacionalización desde la elite, pretendían fortalecer la nación y su

soberanía.53

Ya mencionamos que, en 1890, se suprimió el voto municipal para los

extranjeros y se inició una ola de reclamos y movilizaciones que culminó en 1893,

cuando los intereses de los colonos santafesinos –en demanda de sus derechos

políticos y como contribuyentes- confluyeron en la Revolución Radical que obligó

a renunciar al gobernador. Esta situación fue interpretada, desde Buenos Aires,

como la peligrosa expresión de un movimiento de extranjeros, que lesionaba el

patriotismo y afectaba el futuro de la nacionalidad.54

Creemos que esta

perspectiva influyó en Antonio F. Cafferata y que la persistencia en su postura

sobre la nacionalización e, incluso, la elección de su tesis de doctorado (1898),

revelan preocupaciones personales marcadas por la experiencia santafesina de

1890-1893, cuando su padre gobernaba la provincia. Sus reflexiones materializan

la reacción de una elite que se sintió amenazada por el conflicto desatado entre los

sectores extranjeros de la región, el cual quebró la hegemonía de los partidos

tradicionales y redefinió su lógica facciosa. Esa reacción apelaba a la nacionalidad

como modo de conformar una nueva legitimidad y consolidar la soberanía estatal.

Por el contrario, para Federico B. Valdés, no era “el vínculo artificioso de

la ley” el que debería asimilar al inmigrante a la nacionalidad, pues consideraba

que ésta se construiría como resultado “del bienestar, la comunión de intereses y

52

Cfr. BERTONI, Lilia Ana, Patriotas y cosmopolitas… 53

Ibidem. 54

BERTONI, Lilia Ana, op.cit., pp. 152 – 153.

afectos, los lazos de amor que engendra la familia y la confianza en la justicia”55

, punto de vista más cercano a una noción jurídica tradicional, anclada en lo

consuetudinario, y relativamente distante del iusnaturalismo moderno.56

En ciudades como Rosario, la inmigración masiva y la transformación

agroexportadora habían dejado como secuela la mendicidad, una de cuyas

manifestaciones fueron los “niños vagos”, el trabajo femenino en talleres y

fábricas, la difusión de ideas anarquistas y socialistas, la agitación obrera y las

huelgas. 57

En 1908, el periódico La Verdad, teniendo a la vista estos problemas,

identificaba al liberalismo como causa de la cuestión social. A su juicio, el

individualismo liberal había quebrado los vínculos de solidaridad propios de la

sociedad pre-moderna, dando origen a la cuestión social. Destruir el orden liberal

y reemplazarlo por un orden fundado en la ideología cristiana era la única forma

de acabar tanto con los problemas sociales, como con el socialismo, el

anarquismo, el librepensamiento y la masonería.58

La concepción organicista del

catolicismo emergía nítidamente, suponiendo a la sociedad como un cuerpo vivo,

que demandaba armonía; la cuestión social sería resuelta, entonces, “el día en que

el individualismo quede sustituido por la organización social”.59

Y para ello era

necesaria la cristianización.

Por otro lado, para la Iglesia, la cuestión social era, en el fondo, un

problema moral. El egoísmo, las pasiones, la crisis de los valores de la familia y la

religión sería el origen de ese desajuste llamado “cuestión social”. De ello se

derivaba una perspectiva ética, jurídica y económica, expresada en un sistema

55

VALDÉS, Federico B., “Rosario y su Puerto”, en Desde el llano. Escritos y discursos, Buenos

Aires, Imprenta Mercatali, 1925. 56

Cfr. TERNAVASIO, Marcela, Municipio y política, un vínculo histórico conflictivo. La

cuestión municipal en Argentina entre 1850 y 1920, FLACSO, Buenos Aires, s.f., Cap. I, en

http://www.flacso.org.ar/publicaciones/tesis/ternasaviopdf.zip municipio; modelo teórico;

soberanía; Argentina. 57

Cfr. La Verdad, Rosario, 1908. 58

La Verdad, Rosario, 5 de mayo de 1908 ; “Carta Pastoral” de Monseñor Juan Agustín Boneo,

en La Verdad, Rosario, 17 y 19 de marzo de 1908, Año I, Nos. 6 y 7. 59

La Verdad, Rosario, 19 de marzo de 1908, Año I, N º 7.

donde un grupo restringido extremadamente rico contrastaba con masas de

población pauperizadas.60

“La cuestión social consiste en el hecho de estar en la constitución de la sociedad

humana destruido el elemento esencial de la sociabilidad, á su vez, sustituído por el

individualismo, evidente negación de la sociabilidad. Es pues la cuestión social un golpe

moral asestado á la naturaleza de la sociedad y afecta (...) todas las funciones sociales.

El individualismo es la esencia del liberalismo, el cual gobierna en todas las actividades

sociales del presente. La cuestión social es el dominio del liberalismo. La muerte del

liberalismo es el único medio de eliminar del mundo la … cuestión social”.61

La Verdad, Rosario, 5 de mayo de 1908.

Buena parte del enfoque de La Verdad (1908) sobre la cuestión social se

relacionaba con la inmigración masiva y el mundo del trabajo. Tanto Cafferata

como su periódico distinguían entre “inmigración buena” e “inmigración mala” y

coincidían con el concepto de “defensa social” derivado de la escuela

criminológica italiana, cuyo máximo exponente fue Lombroso. Hemos dicho que

a Cafferata le interesaba que se realizara una estricta selección de los inmigrantes,

a fin de rechazar al “elemento malo” que alteraría el orden y pondría en peligro a

la sociedad. Esta preocupación estuvo también presente en las páginas de La

Verdad, periódico católico que tuvo mucho de su sello personal.

Esta publicación seguía considerando el arribo de inmigrantes como un

factor decisivo para el progreso económico de la región, pero llamaba a fijar

posición frente al “elemento vago e inútil” llegado a Rosario, que identificaba

con el conflicto obrero y con la difusión de ideas anarquistas y socialistas entre

los trabajadores inmigrantes. Reclamaba entonces la intervención estatal para

evitar la “propaganda roja” con los medios a su alcance, por ejemplo,

estableciendo el control policial de los periódicos que se distribuían por correo y

aplicando la Ley de Residencia, sancionada como consecuencia de los conflictos

60

CASIELLO, Francisco, “La cuestión social”, en Hacienda y administración, Rosario, Mayo-

Junio de 1920, Año II, Nº 15 y 16, pp.161-166; Rerum Novarum. Encíclica sobre la cuestión

obrera, Buenos Aires, Ediciones Paulinas, 1984, p.5-7; JUNTA NACIONAL DE ACCIÓN

CATÓLICA, La Restauración del Orden Social. Encíclica Quadragesimo Anno, Buenos Aires,

1931. 61

El subrayado es nuestro.

de 1902.62

Por otra parte, La Verdad veía en la expansión de los sectores medios

urbanos -y sobre todo pequeños propietarios rurales- el factor que contribuiría a

establecer un equilibrio en la sociedad. Su capacidad de trabajo, tanto como los

hábitos de ahorro y previsión eran un componente clave para la nivelación entre

clases antagónicas, sosteniendo la nación y la paz social.63

La distribución de la

riqueza era otro componente planteado como forma de atemperar conflictos.64

Su

idea era preservar ese orden y, al mismo tiempo, prevenir el modo en que se

desenvolvería la ciudad en el futuro. Sin embargo, en el Rosario del cambio de

siglo, ese orden era de reciente emergencia y todavía se hallaba en construcción.

Pero se valorizaba también el fenómeno de la movilidad social –en el caso de

Cafferata asociado a su historia familiar- y la posibilidad de una moderada

distribución de la riqueza como factores decisivos para el equilibrio deseado.

Para Federico B. Valdés, en esta primera época, el problema del orden

relativo a la inmigración no parecía acuciante, pues pensaba que en la vida

ciudadana, la labor diaria, el trabajo compartido -en el marco de una política

adecuada- eran suficientes para fundar un orden de paz, aunque con vicios a

extirpar. Sin embargo, luego de la Primera Guerra Mundial, el discurso de Valdés

se volvió más combativo, en disputa contra la izquierda y en defensa de un

reformismo que garantizara la paz social. Parecía expresar cierta reacción

espiritualista y a la vez defensiva –la Iglesia se sentía atacada y en riesgo- y

condenaba la democracia lograda como una falsa democracia: la mayor libertad

en la organización de las clases trabajadoras y de la educación universitaria no

habría redundado a favor de las instituciones y de la paz pública.65

Temía

asimismo las secuelas de la Guerra y el avance de las izquierdas por exceso de las

libertades del liberalismo: ”¡la libertad desbocada reclama un freno y el freno es

62

La Verdad, Rosario, 17 de Octubre de 1908, Año I, Nº 95. 63

La Verdad, Rosario, 26 de Marzo de 1908. 64

VALDÉS, Federico B., Desde el llano... 65

Responde a la alta conflictividad dada en el país y también en Rosario, desde 1917

aproximadamente, respecto tanto de huelgas obreras como de manifestaciones estudiantiles por la

Reforma Universitaria. Los católicos propiciaron el reformismo social –UPCA, GCN-, se

involucraron con la Liga Patriótica y realizaron actos de confrontación con los propagandistas

universitarios en la ciudad.

el tirano!”66

Es decir, el riesgo de la excesiva libertad implicaba otro riesgo -al

que no adhería, pero que podía entender-, el de la tiranía.

Respecto de la cuestión social, distinguía un orden constituido por

hombres que compartían una “igualdad esencial” –“ningún hombre pesa un

adarme más que otro en la balanza”- pero no ajenos a la diversidad individual

“impuesta por la naturaleza”. Espiritualmente iguales, materialmente desiguales.

Proponía, sin embargo, más distribución de la riqueza y una libertad de trabajo

conciliada con garantías para acceder al mismo –derecho al trabajo-; la educación

del pueblo y la práctica de la caridad y justicia para prevenir las ideas atentatorias

contra la familia y el orden cristiano. Para solucionar la cuestión social,

propugnaba la solidaridad entre esos sectores materialmente distintos pero

esencialmente iguales, que haría posible una armonía que garantizara la paz y el

bienestar social.67

Ley, justicia y Estado.

Aunque no lo presentaba así en el tema de la inmigración, para Antonio F.

Cafferata, la ley era producto de la historia y como tal debía ser revisada,

corregida y ajustarse a las condiciones, a las costumbres, a las posibilidades que

plantea cualquier sociedad. En sus palabras: “la ley es el resultado del estado de

los pueblos, de sus usos y costumbres, y las confirma: es su consecuencia y no su

causa”68

, contradiciendo la noción iluminista que la concebía como elemento

fundante del orden. No obstante, a esa noción iluminista recurrió -hemos visto-

cuando un tema tan moderno como la nacionalidad estaba en juego, haciendo gala

de cierto pragmatismo teórico. Por otra parte, desde su perspectiva toda norma

tendría una base moral -componente religioso-, aunque en su crítica a las leyes

primaba una formación jurídica que separaba la ley positiva de la ley divina.

A diferencia de Valdés, partidario del Estado mínimo, Cafferata le

otorgaba caracteres mixtos: no debía ser ni puramente liberal, ni excesivamente

interventor. En el ámbito rural, y en relación a la propiedad privada, sostenía que

66

VALDÉS, Federico B., “¿De qué nos acusan?, en Desde el llano... 67

Ibidem. 68

CAFFERATA, Antonio F., Apuntes...., p. 112.

el Estado se había valido de leyes arbitrarias, que éstas eran más bien un castigo

para el productor a quien, se suponía, debían proteger. Parecía distinguir en

ciertas normativas mecanismos anacrónicos que pesaban sobre la propiedad

individual, resaltando en este punto su concepción liberal, que puede parecer

paradójica si se piensa en sus convicciones católicas.69

También le preocupaba que fuera posible una efectiva depuración de la

justicia, por los abusos a los que estaba sujeta la población rural frente al

Comisario, al Juez de Paz o a “sus protegidos”. Estos mecanismos clientelares

que, por su pertenencia familiar seguramente conocía muy bien, los consideraba

una traba muy seria, un mal a extirpar y para ello proponía la reorganización del

sistema, que comprendía un replanteo de las normas vigentes y la modificación de

las penalizaciones, generalizado esto a otros aspectos de la vida social. También

sugería una prolija organización del gobierno de las colonias, que respetara los

intereses de sus habitantes y del Estado, constituyendo también un estímulo y

garantía de seguridad -en bienes y personas- para los primeros. Sin embargo,

Cafferata no hacía referencia explícita al significado político de esas prácticas

clientelares, asunto que sí parecía central en el análisis de Federico B. Valdés,

quien fuera uno de los iniciadores de la Liga del Sur.

Política provincial, derechos y ciudadanía

Ensayamos el último recurso legal, que en la economía de nuestras instituciones, queda

á los pueblos oprimidos. Luego, no vamos contra la autonomía de la provincia, que no se

concibe sin la base del imperio de las instituciones y del respeto por los derechos

fundamentales del ciudadano. (…)

Propendemos a un gobierno que restablezca el imperio de la moral y de los principios,

profundamente subvertidos. Propendemos á un gobierno de libertad y de orden, que se inspire en el bien público y en los verdaderos intereses de la provincia; que infunda

estímulos al trabajo y confianza al capital, para que, bajo su égida protectora, se

69

Conviene tener en cuenta la profunda tendencia antiliberal dominante en la Iglesia de esta época.

Por otro lado, Cafferata más adelante se presentaría enrolado en el Catolicismo Social, corriente

que precisamente cuestionaba los “abusos” introducidos por el liberalismo en la sociedad

moderna. La Encíclica Rerum Novarum (1891) sería la primera y más moderada expresión de ésto.

Sin embargo, la Iglesia, al consagrar la propiedad privada como derecho natural del hombre,

establecía las bases de esta contradicción: rechazaba el individualismo superlativo introducido por

el liberalismo en el mundo moderno pero, mientras era intransigente frente a las libertades civiles

y políticas que éste defendía, se preocupaba por asegurar la persistencia de la propiedad privada

individual. Precisamente, esta estrecha relación entre el individuo y sus bienes es una de las

expresiones más acabadas del pensamiento que se combatía, constituyendo una de las claves del

propio Estado liberal.

desenvuelvan tranquila y sólidamente esos poderosos factores de nuestro

engrandecimiento. Propendemos á un gobierno que saque los intereses del estado del

círculo estrecho en que hoy se resuelven con un criterio personal ó de familia, y los

entregue al examen de la opinión libre y desapasionada; gobernantes respetuosos de los

derechos y opiniones, que cumplan las leyes, levanten el prestigio de la autoridad y

eduquen…á las generaciones dándoles ejemplos de austeridad y virtud cívica, tomando

la cosa pública no como patrimonio de familia, sino como depósito sagrado…para

trabajar por el bien de los conciudadanos(…)

Ciudadanos de una República, no pedimos, demandamos justicia.

Federico B. Valdés, Discurso ante el presidente del República, 1901.

Valdés estaba más preocupado por el desarrollo de la justicia y la equidad

en el plano político, cuestionando el fraude, la corrupción y reclamando una justa

repartición de cargas entre los ciudadanos, a la vez que defendía los intereses de

las clases propietarias urbanas. Por entonces, parecía primar en él la idea de

ciudadano contribuyente70

compartida por otros hombres de su partido.

Precisamente, la Liga del Sur -luego Partido Demócrata Progresista- tuvo un gran

peso en el municipio de Rosario, constituyendo mayoría en el Consejo

Deliberante durante las primeras décadas del siglo XX. Esta presencia política se

vio beneficiada por las tácticas implementadas y por el tipo de voto establecido en

el plano municipal, que homologaba a nativos y extranjeros a través de la noción

de “contribuyente”. Así, en la provincia, mientras el Consejo Deliberante era

elegido por los ciudadanos contribuyentes, al intendente lo designaba el Ejecutivo

Provincial, controlado ininterrumpidamente por el radicalismo que gobernó desde

1912. Esta situación agudizaba las tensiones y la lucha facciosa en el espacio

local.71

Por su parte, la propuesta de Cafferata -que no distaba mucho de la de otros

católicos de elite de la época- suponía un Estado que se retiraba de aquellas

70

Cfr. ROSANVALLON, La rivoluzione dell´iguaglianza. Storia del suffragio universale in

Francia, Anabassi, 1994. 71

TERNAVASIO, Marcela, Municipio y participación: las prácticas políticas locales. El caso

de Rosario entre 1912 y 1920. FLACSO, Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales, Buenos

Aires, s.f., Cap. V. : http://www.flacso.org.ar/publicaciones/tesis/ternasaviopdf.zip municipio;

elecciones municipales; politica nacional; Rosario; Argentina. Cfr. BONAUDO, Marta,

Lisandro de la Torre: Una perspectiva hacia la democratización,

Rosario, Ediciones de Aquí a la vuelta, 1990, Nº 7; MARTÍN, María

P., NICOLETTI, Ma. José, Los rosarinos y la política (1912-1955),

inédito.

iniciativas que resultaban ineficientes y que debía fortalecerse frente a la

apropiación privada de sus recursos, a la corrupción y a la incapacidad

administrativa. Controlar más, donde el interés particular era pernicioso o las

viejas costumbres frenaban el progreso; y liberalizar allí donde la iniciativa

particular podía producir mayores beneficios que la acción estatal directa.

Nuevamente, el progreso enmarcado en un orden que no parecía diferenciarse de

las concepciones y las prácticas dominantes en el positivismo decimonónico.

Asimismo, proponía “garantir la seguridad de las personas y de los bienes sin

dejarlas a merced de los criminales de nuestras campañas, cuando nó á las

autoridades que allí existen” y “asegurar una justicia pronta, barata y eficaz”

(sic).72

Federico B. Valdés: la noción de orden y el ciudadano virtuoso.

A comienzos de siglo Federico B. Valdés mostraba preocupación por

“extirpar esa llaga del proselitismo político que corroe los organismos,

empobreciendo la savia y consumiendo las energías” en clara alusión a las

prácticas de la política criolla, caracterizada por el fraude y la lucha facciosa, con

su secuela de odios, venganzas y proscripciones nacidas de la contienda

electoral.73

En este discurso estaba implícito el interés por una depuración ética

del sistema electoral y la noción de virtud ciudadana que desarrollaría más

adelante. Sin embargo, a fines de la década del `10, en pleno período radical, en el

marco de una democracia más participativa y popular, su perspectiva parece haber

cambiado. Si bien mantenía su opción por la democracia, descreía de aquélla que

se movía por el “halago de las pasiones”. Había que combatirla creando una

conciencia de deber cívico, con un sustento moral. Al igual que Sarmiento,

apelaba a la educación de las masas como objetivo esencial de los Estados y como

único recurso para conservar el sistema y el orden. La educación popular daba

sentido a la libertad política. Pero, en diversos escritos, afirmaba que tal

educación no podía darse en una escuela sin Dios. Si la virtud ciudadana no se

72

CAFFERATA, Antonio F., Apuntes..., p. 36. 73

VALDÉS, Federico B., “Rosario y su puerto...”, en Desde el llano...

improvisaba ni se aprendía por ley, se incorporaría en la escuela y la familia,

instituciones de una sociedad que pretendía cristiana.

Por otro lado, consideraba que el voto debía basarse en la responsabilidad

y el deber. Distinguía entre libertad electoral, que sintetizaba en la

responsabilidad; y libertad política, sintetizada en el deber, y ambas se subsumían

en la libertad moral, sustento de las todas las libertades. La facultad de elegir

estaba planteada en términos tomistas, requería una moral que llevara a elegir

bien, por encima de sus intereses, con altruismo, hasta el sacrificio, ya que ella

definiría el destino de todos.74

El contexto mundial, nacional y local –las huelgas recurrentes que

culminaron en la Semana Trágica, el movimiento de la reforma universitaria- hizo

que se pronunciara contra la libertad excesiva. Para él, la virtud era el justo

medio. Pero además, incorporaba elementos nuevos que hacían a la misma

ciudadanía a construir: el ciudadano virtuoso debía encarnar el sentimiento de

patria, de las tradiciones, el heroísmo; tenía derecho a gozar de la riqueza y

participar de los beneficios, en solidaridad con otras clases. Por otro lado, en este

período, su discurso se había impregnado de un nuevo espíritu de lucha: llamaba a

la unidad de los católicos, miembros de una Iglesia que se sentía amenazada por

el exceso de libertad y los “riesgos” de la democracia. Llamaba a educar para la

conservación del orden y de la paz social. Su visión sobre la inmigración, dio

también un giro: si bien había que aceptarla, correspondía a la vez trabajar en la

identidad nacional, a fin de que el cosmopolitismo se diluyera en un “medio

enérgico” donde se preservarían las tradiciones, las cuales fortalecerían

instituciones, costumbres, leyes.75

En medio de la polémica por la reforma constitucional de Santa Fe,

identificó la religión católica con la tradición, con las raíces de la identidad

nacional, pero también la distinguió como institución de orden y conservación

social. Para él la religión tenía la capacidad de “mantener vivos los ideales, de

74

VALDÉS, Federico B., “La base de la democracia.”, en Desde el llano... 75

VALDÉS, Federico B., “¿De qué nos acusan?”, en Desde el llano...

estimular las virtudes de los ciudadanos y vigorizar la conciencia pública, bajo la

disciplina de los principios basados en una sanción superior”.76

Federico B. Valdés parecía haber pasado de un liberalismo moderado,

conservador, hacia tendencias más nacionalistas ya implícitas en su credo católico

y cuyos tempranos indicios hemos detectado también en los escritos de Cafferata

desde 1898. Hacia fines de los años 2077

Valdés sostenía, siguiendo a Estrada,

que la soberanía del pueblo era una falsedad78

: el individuo, si cede su soberanía

renuncia a sus derechos; si no es soberano, no puede delegar sus derechos en la

sociedad. Dilema insalvable. La soberanía del individuo implicaba demagogia; la

de la sociedad suponía despotismo. A su juicio, los derechos eran anteriores a las

constituciones, que sólo podían reconocerlos y limitarlos en razón del bien

común. Los poderes del gobierno se sostenían en el orden, que consistía en el

sometimiento de todos, individuos y gobierno, a la ley. Sobre la ley estaba el

derecho, que cambia. Sostenía la necesidad de un Estado mínimo, fundado en la

ley y garante del orden y la paz. Este planteo, en apariencia liberal, no se

apoyaba sin embargo en la soberanía popular, sino en la superioridad moral de

derechos que dependían de una moral última, sostenida en la soberanía divina. Por

otro lado, la mirada de Valdés sobre el mundo se había vuelto pesimista: veía en

los nuevos tiempos “la subversión de todos los órdenes”. El mal era universal. Y

era un imperativo restaurar el dominio de la legalidad y el orden. Había un

enemigo presente en todas partes y, si bien no recomendaba el fascismo en el

último tramo de su vida, rescataba de él la voluntad de un pueblo que se defendía.

El enemigo contra el que se defendía, lo era también de la Iglesia y del orden

76

“La Convención de SF y el artículo 5º de la Constitución”, en VALDÉS, Federico B., Desde el

llano... 77

VALDÉS, Federico B., “El principio del orden”, en Desde el llano... 78

El rechazo de la soberanía popular tiene sus raíces en el pensamiento eclesiástico. En principio,

la Iglesia rechazaba la idea de soberanía popular, porque para ella toda soberanía emanaba de

Dios. Aunque en las encíclicas Inmortale Dei (1885) y Libertas Praestantissimum (1888) el

papado pareció adoptar posiciones relativamente más morigeradas y se preocupó por destacar que

no rechazaba la democracia en sí -entendida como participación del pueblo en la cosa pública-

insistía en condenar el desconocimiento de la soberanía última de Dios, que liberaba al hombre de

su sujeción a él. Cuanto más libertad tiene el individuo, menos soberanía tiene Dios sobre él –

personal o socialmente- y, por consiguiente, menos ingerencia tiene la Iglesia, declinando su

capacidad de ejercer poder. No obstante, en Estrada hubo una evolución que lo llevó de cierto

enfoque católico liberal a posturas más cerradas hacia la década del 80.

cristiano, era el liberalismo secularizador y ateo, eran la izquierda y la revolución.

Nuevamente la educación de las masas debería encarnar el verdadero concepto de

libertad, fundada en el deber, creando ciudadanos solidarios en derechos y

obligaciones. “Derecho es pues, correlativo a deber”.79

Ese reconocimiento

recíproco sería la base de la armonía social. La virtud de los ciudadanos

comprometía su voluntad con deberes que estaban más allá de la ley escrita.

Obedecer las leyes, someterse a la justicia, tener respeto mutuo y ser tolerantes

era virtud ciudadana.

A modo de conclusión.

Hemos tratado de recrear la mirada de los católicos sobre Rosario entre

1890 y 1919 aproximadamente. Esta ciudad, inmersa en un proceso

modernizador acelerado, puso en el centro de atención el tema del progreso –

juzgado a todas luces positivo- que se asociaba a las dificultades de un orden

cambiante, inestable, provocando cierta perplejidad en quienes pretendían

construir una ciudad fundada en la moral cristiana. Ante todo, quedaba planteado

para los católicos el problema de la secularización y el imperativo de la

cristianización, tal como lo había indicado la Iglesia institucional. En ese marco,

la inmigración y el cosmopolitismo serían aspectos claves a tener en cuenta, e

introducían la discusión sobre la identidad y lo argentino desde la perspectiva

local.

Para realizar nuestro análisis consideramos dos intelectuales de esta

primera época -todavía muy próxima al conflicto por la educación laica- Antonio

F. Cafferata y Federico B. Valdés; y un periódico, La Verdad, obra de uno de

ellos. Su trayectoria marca las estrategias y racionalidades de una Iglesia –y su

laicado- inserta en una sociedad secular, considerada adversa por su laicismo, que

admitía el pluralismo aunque con participación restringida; y los cambios de

actitud ante la emergencia de una democracia más participativa, pero en un

contexto de crisis internacional –crisis del liberalismo- y expansión de las

izquierdas –Rusia, México-.

79

VALDÉS, Federico B., “El principio del orden...”, en Desde el llano...

Desde 1919, la Iglesia se sintió más amenazada, temía el estallido de las

masas por los reclamos de justicia social y creía que, en la Argentina, era el

momento de aprovechar las fisuras de un orden liberal que ya mostraba las

debilidades que harían eclosión hacia 1930. La Iglesia profundizaba entonces su

postura de “reacción”. En Rosario, después de 1919, se pasó de la acción de

católicos de elite a la progresiva emergencia de una elite católica más definida y

militante, que se había asentado sobre esa base decimonónica pero había variado

su composición.

Valdés y Cafferata son ejemplo de ese primer estamento de católicos de

elite, que sobrevivieron a la renovación de dirigencias y mantuvieron la actitud de

compromiso hasta su muerte, al comenzar los años 30. Ambos parecían

naturalmente destinados a destacarse en diversos lugares sociales gracias a su

pertenencia familiar. Activos en su profesión, en la política, en instituciones que

frecuentaba la elite rosarina de la época y precursores en asociaciones católicas –

como el Círculo de Obreros, donde coincidieron, o la Acción Católica- que

respondían a las estrategias más nuevas de la Iglesia frente a los problemas

planteados por el impulso modernizador en nuestro país.

Ambos se movieron con libertad en el cambio de siglo, partícipes de una

Iglesia que se sentía en desventaja, que oscilaba entre la confrontación y la

convivencia, que debía aceptar la pluralidad, la diversidad y lo heterogéneo, a

pesar de sí misma. Si bien como católicos, en un primer momento, incorporaron

algunas cuestiones que los acercaban al catolicismo liberal -más allá de la dura

condena que el Papado había hecho recaer sobre el liberalismo-, parece más

preciso considerarlos liberal-conservadores en el sentido que ha tenido este

concepto respecto de las elites argentinas de los 80. Como miembros de la elite,

ambos aceptaron desenvolverse en una sociedad con tendencias laicistas fuertes,

pero donde existían ciertas garantías de mantener un orden –el orden conservador-

. Aunque propugnaron reformas que buscaban terminar con el clientelismo y el

fraude, o favorecer la distribución económica, pretendían mantener el sistema y,

en todo caso, cristianizarlo. Nada impidió, por ejemplo, que La Verdad de

Cafferata promoviera a la Sociedad del Trabajo Libre en Rosario, identificando el

Círculo de Obreros católico que él conducía con la patronal más reaccionaria.80

Si

analizamos su pensamiento, desde el comienzo Cafferata fue más conservador

que liberal y mostraba tempranamente rasgos que combinados anticipaban un

nacionalismo católico autoritario –selección de la inmigración, preocupaciones

por la identidad y la soberanía territorial, control de la clase obrera-.

En cambio, Valdés, comparativamente más liberal y crítico con el sistema

político vigente, era representante de los intereses de la clase propietaria local

que, por ciertas disconformidades, se aglutinó en la Liga del Sur. Y evolucionó

de un liberalismo conservador optimista, fundado en el progreso, a posturas más

tradicionalistas, con una visión desesperanzada sobre la democracia popular,

asumiendo posiciones más cerradas que lo acercarían, en las postrimerías de su

vida, y más allá de cierta persistencia en el liberalismo, a una inteligencia con los

postulados del nacionalismo católico, expresado en una actitud sesgada, defensiva

y de confrontación. Así, la virtud ciudadana, que en un principio vio como

solución a la política criolla, al fraude y el faccionalismo, desde una perspectiva

ética en apariencia más universal y plural, pasó a tener rasgos idealistas y

voluntaristas, pero también más identificados con la moral e identidad católicas.

En el plano internacional, hemos visto, hechos derivados de la Primera

Gran Guerra confluyeron a crear esa actitud defensiva en los católicos. En el

plano nacional y provincial, el desencanto por una joven democracia de masas

identificada con el yrigoyenismo y la acumulación de tensiones sociales

insuficientemente resueltas, llevaron a Valdés a plantear el problema de la virtud

ciudadana en términos de responsabilidad y deber moral. Si con el fraude no se

votaba, o sólo votaban clientelas, con el radicalismo el interrogante sería: ¿qué

elegir? ¿cómo elegir? Y la respuesta de Valdés – lo mismo que la de la Iglesia-

sería un llamado a votar bien, responsablemente, porque ello comprometía la

conciencia del individuo. Equivocarse abría la posibilidad de instalar la anarquía,

de seguir el camino de la revolución, antes que avanzar por los derroteros de la

paz social que ansiaba el catolicismo de la época.

80

Cfr. La Verdad, Rosario, 1908.