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EL MITO DEL ESPIA EN LA CULTURA OCCIDENTAL Lorenzo Díaz «La profesión de esp es sumamente sin- gular cuando el esp trab por su propia cuenta. ¿No experimenta éste acaso la excita- ción de un ladrón sin dejar de aparecer como un ciudadano honesto? Pero el hombre que abraza este oficio debe estar preparado a her- vir lentamente de cólera, a consumir de impa- ciencia, a permanecer erguido en el ngo mientras se le hielan los pies, a congelarse y abrasarse y a sentirse daudado por lsas esperanzas. Debe estar preparado, apenas re- ciba una mera indicación, para trabar en procurar una meta desconocida; debe sobre- llevar la desilusión de fracasar en su empeño; debe estar preparado, enas reciba una mera indicación, para trabr en procurar una meta desconocida; debe sobrellevar la desilusión de acasar en su empeño; debe estar preparado para correr, permanecer in- móvil, quedarse durante horas observando una ventana, para inventar mil modos de ac- ción... La única excitación que puede compa- rarse con ésta es la que siente un jugador. HONORE DE BALZAC I L os que nacimos en un princ1p10 de rea- lidad mauritano (mi generación apare- ció en el mercado en la década autár- quica de los cuarenta) hemos sido muy dados a la bulación. Un amado greguerista de la transición, objetivó de la siguiente manera el background que nos encontramos: «Mi generación nació en las postrimerías del año de la traca. Des- pertó al uso de razón cuando la tuberculosis era la única constitución democrática. Se educó sexu- mente en la clandestinidad. Leyó las Rimas de Bécquer en el retrete. Fue presentada a un dios justiciero, de mal cácter. Conoció el amor bajo el ego cruzado de las amenazas mores». Díganme si condiciones tales no son propicias para que el personal de a pie no se trabaje una pizca de mitomanía como nirvana de realidades asaz cutres. El asfixiante proceso de socialización que disfrutamos nos dejó escasa querencia litera- ria por los mesteres de clerecía y juglía uso y diseñamos como alevines de epistemólogos de postín una especie de mester de fantas que nos oxigenase nuestras perturbadas neuronas y nos hiciese más llevadero el duro Sinaí ideológico y cultural que se nos avecinaba. Así, como el que no quiere la cosa, hemos ido acumulando en nuestro peculi zurrón desde los más mezquinos tochos políticos del prosor Cog- 28 nioc -el de la dialéctica del trigo y del materia- lismo histórico que hacen parir más las ovejas en la Unión Soviética- hasta deliciosos manjares lite- rarios que como bálsamos reparadores han cu- bierto y alimentado nuestros más o menos impre- sentables síndromes hispánicos. Robinsón Crusoe, Salgari, El Capitán Trueno -que todos nos hemos nacido con el Ojo Ciclópeo de ese político sagaz que separaba la ganga de la mena-, El Capitán Acab, etc., han sido los culpa- bles de restañar los sinsabores que el paro ideoló- gico nos sumió. 11 Ya no quedan universos ignotos por descubrir. ¡Ay aquellos tiempos en que los pertrechados antropólogos de Su Graciosa Majestad se trabaja- ban género exótico en sociedades de tecnología sencia! La dea sin muros nos ha sumido en una indigencia absoluta donde devorar un mito «comme il ut» es prácticamente imposible. ¡Hay décadas que no está uno para nada! -como diría ese cballeira genial llamado Julio Camba. Ya no hay héroes como los de antaño, con impoluto salakof, nervios de vietnamita y so- briedad de divisionario azul. Los mitos de hogaño, diseñado por epistemólogos mid-cults, son mitos de eskay, desclasados imitadores cutres de la jet- society y con precio bagaje literario: en su bi- blioteca gún que otro scículo una o seleccio- nes del Reader' s Digest en el rmicado anaquel. La novela de aventuras de antaño ha ido reco- giendo material literario high-cult y las últimas plusvalías literarias que han legitimado la oferta como producto de calidad están generadas por la novela de espionaje. Mito difícil el del espía en una cultura como la nuestra más dada a primar el héroe lerdo y plasta, como Rolando con querencia a la metísica y con exias dotes de estratega para atravesar una ca- ñada. Frente al diseño del espía midcult, alienante e impresentable, la literatura anglosajona con ingre- dientes de los buenos novelistas anceses (Bal- zac, Stendhal) ha dado un dignísimo status litera- rio al género en cuestión oeciéndonos el para-

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EL MITO DEL ESPIA

EN LA CULTURA

OCCIDENTAL

Lorenzo Díaz

«La profesión de espía es sumamente sin­gular cuando el espía trabaja por su propia cuenta. ¿No experimenta éste acaso la excita­ción de un ladrón sin dejar de aparecer como un ciudadano honesto? Pero el hombre que abraza este oficio debe estar preparado a her­vir lentamente de cólera, a consumir de impa­ciencia, a permanecer erguido en el fango mientras se le hielan los pies, a congelarse y abrasarse y a sentirse defraudado por falsas esperanzas. Debe estar preparado, apenas re­ciba una mera indicación, para trabajar en procurar una meta desconocida; debe sobre­llevar la desilusión de fracasar en su empeño; debe estar preparado, apenas reciba una mera indicación, para trabajar en procurar una meta desconocida; debe sobrellevar la desilusión de fracasar en su empeño; debe estar preparado para correr, permanecer in­móvil, quedarse durante horas observando una ventana, para inventar mil modos de ac­ción ... La única excitación que puede compa­rarse con ésta es la que siente un jugador.

HONORE DE BALZAC

I

Los que nacimos en un princ1p10 de rea­lidad mauritano (mi generación apare­ció en el mercado en la década autár­quica de los cuarenta) hemos sido muy

dados a la fabulación. Un afamado greguerista de la transición, objetivó de la siguiente manera el background que nos encontramos: «Mi generación nació en las postrimerías del año de la traca. Des­pertó al uso de razón cuando la tuberculosis era la única constitución democrática. Se educó sexual­mente en la clandestinidad. Leyó las Rimas de Bécquer en el retrete. Fue presentada a un dios justiciero, de mal carácter. Conoció el amor bajo el fuego cruzado de las amenazas morales».

Díganme si condiciones tales no son propicias para que el personal de a pie no se trabaje una pizca de mitomanía como nirvana de realidades asaz cutres. El asfixiante proceso de socialización que disfrutamos nos dejó escasa querencia litera­ria por los mesteres de clerecía y juglaría al uso y diseñamos como alevines de epistemólogos de postín una especie de mester de fantasía que nos oxigenase nuestras perturbadas neuronas y nos hiciese más llevadero el duro Sinaí ideológico y cultural que se nos avecinaba.

Así, como el que no quiere la cosa, hemos ido acumulando en nuestro peculiar zurrón desde los más mezquinos tochos políticos del profesor Cog-

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nioc -el de la dialéctica del trigo y del materia­lismo histórico que hacen parir más las ovejas en la Unión Soviética- hasta deliciosos manjares lite­rarios que como bálsamos reparadores han cu­bierto y alimentado nuestros más o menos impre­sentables síndromes hispánicos.

Robinsón Crusoe, Salgari, El Capitán Trueno -que todos nos hemos nacido con el Ojo Ciclópeode ese político sagaz que separaba la ganga de lamena-, El Capitán Acab, etc., han sido los culpa­bles de restañar los sinsabores que el paro ideoló­gico nos sumió.

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Ya no quedan universos ignotos por descubrir. ¡Ay aquellos tiempos en que los pertrechados antropólogos de Su Graciosa Majestad se trabaja­ban género exótico en sociedades de tecnología sencilla! La aldea sin muros nos ha sumido en una indigencia absoluta donde devorar un mito «comme il faut» es prácticamente imposible.

¡Hay décadas que no está uno para nada! -como diría ese carballeira genial llamado JulioCamba. Ya no hay héroes como los de antaño,con impoluto salakof, nervios de vietnamita y so­briedad de divisionario azul. Los mitos de hogaño,diseñado por epistemólogos mid-cults, son mitosde eskay, desclasados imitadores cutres de la jet­society y con precario bagaje literario: en su bi­blioteca algún que otro fascículo fauna o seleccio­nes del Reader' s Digest en el formicado anaquel.

La novela de aventuras de antaño ha ido reco­giendo material literario high-cult y las últimas plusvalías literarias que han legitimado la oferta como producto de calidad están generadas por la novela de espionaje.

Mito difícil el del espía en una cultura como la nuestra más dada a primar el héroe lerdo y plasta, como Rolando con querencia a la metafísica y con exiguas dotes de estratega para atravesar una ca­ñada.

Frente al diseño del espía midcult, alienante e impresentable, la literatura anglosajona con ingre­dientes de los buenos novelistas franceses (Bal­zac, Stendhal) ha dado un dignísimo status litera­rio al género en cuestión ofreciéndonos el para-

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digma del espía antropólogo, capaz de ofertar un producto en el que se dan cita dos elementos que dan cachet al género: el bucear en un universo ignoto para la pequeña burguesía culta de las so­ciedades del bienestar occidentales y construir tramas en las que la lógica deductiva caracolea con gratificante aprovechamiento para el avispado lector.

La literatura en torno al fenómeno del espio­naje ha tenido su nicho ecológico en la cultura anglosajona, y su cenit en la década de los 50. En efecto, en el curso de los años 50 y 60, el espio­naje se convierte en el mundo entero en una espe­cie de obsesión colectiva, cultivado intensiva­mente por las industrias de la información de la publicidad y de la diversión.

Pese a haber sido poco estudiado no ha impe­dido que la novela de espionaje exhiba una pe­renne lozanía, rezumando suculentas plusvalías de todo tipo a los cultivadores del género con más pedigrí y ejerciendo sobre todo, una fuerte in­fluencia que ha marcado toda la mentalidad litera­ria contemporánea.

Pese a todas las bondades objetivas que exhibe este género ¿por qué ha sido tan poco estudiado? Mientras que para la novela de espionaje no pa­rece existir una sola obra de conjunto, los estudios consagrados a la novela policíaca son muy numero­sos (1).

Hay que exhibir dotes de pertrechado antropó­logo para rastrear la bibliografia en torno al tema. Y ¡cómo no! dos libros británicos intentan paliar la penuria de tratados. El primero es un trabajo uni­versitario con un título muy ambicioso. Nos refe­rimos al libro de Bruce Merry, Anatomy of theSpy Thriller. La revista «The Economist» no era muy indulgente con la reseña del libro citado. En cuanto a Who' s who in spy fiction de· Donald Mc­Cormick, que trabajó con Ian Fleming, es un banco de datos en el que se recoge un cúmulo de informaciones a la vez interesantes y dudosas.

Un libro que esclarece el fenómeno y ofrece una lectura inteligente del espionaje y su «entourage» es «Le Roman de'espionagge», de Gabriel Veral­di (2).

Es un hábito en estudiosos de diferente cuño buscar la etiología de la disciplina en cuestión y

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algunos de ellos sitúan a los padres fundadores de la misma en siglos pretéritos. Nada menos que en La Biblia encontramos evocadores pasajes . en donde de forma explícita aparece una variopinta gama de operaciones especiales. El coronel Pie­rre Nord, en L'Intoxication, arme absolue de la

guerre subversive (3) encuentra la perfección ab­soluta de la intoxicación en el Libro de Ester,permitiendo comprender mejor ciertos aconteci­mientos contemporáneos.

Como el libro sagrado de Israel, las dos gran­des epopeyas de la civilización greco-latinas han hecho un lugar honorable al espionaje. Bruce Mery -en el mejor pasaje de su Anatomía- su­braya que cada uno de ellos representa uno de los polos de la literatura moderna del espionaje.

El libro X de La Ilíada describe una misión encomendada a Ulises y un colega. Los héroes escogen sus armas con una meticulosidad que ha­ría empalidecer de envidia a James Bond.

El Libro IX de la Eneida cuenta igualmente una expedición que penetra en todo el meollo del dis­positivo enemigo. Todo el background del equi­pamiento, provoca a Virgilio para elaborar un texto de una gran virtuosidad poética.

Pero donde se alcanza el cenit del virtuosismo es en la cultura china, en especial, en el libro de Kuant-Chung La novela de tres reyes, escrita al comienzo del XIV (4). Evoca el tormentoso pe­rí?do llamado «de los reyes combatientes», que hizo de la China, de 168 a 265, una especie de guerra de los cien años. Se detecta como los estra­tegas de operaciones secretas consultan asidua­mente el Yiking, a fin de interpretar los problemas del presente y de prever el futuro.

Mientras que los chinos se instruyen en todas las artimañas de la guerra secreta, los europeostenían por ideal la ética caballeresca. Las cancio­nes de gesta cantaban las bondades del héroe inepto y muermo, como Roland en Roncesvalles incapaz de atravesar un desfiladero decorosa� mente.

Contrariamente a la cultura oriental, nuestracultura ha tenido tradicionalmente vergüenza y

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rechazo al espionaje. Lo hemos encontrado dema­siado próximo a la traición, que era el peor de los crímenes en la época feudal. Dante arrojaba a los traidores al último círculo del infierno. No es cho­cante ver cómo Napoleón -que empleaba con rara habilidad sus servicios secretos- se hacía el longui y el puritano en torno al mismo.

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.......... «Os daría todo el oro que quisieráis -le decía a

Achulmeister- que era «El espía del emperador y el emperador de los espías», pero no puedo con­cederos la legión de honor».

Se comprende fácilmente por qué escritores ilus­tres han podido ser importantes agentes secretos, como Beaumarchais, Daniel Defoe, etc. sin que ese fatídico rol apareciese en sus obras. El espionaje o6jetivado como género literario no ha penetrado en la literatura europea hasta el XIX y aún muy lentamente. Puede hablarse que la incursión de este tema en la literatura del XIX fue una entrada furtiva.

El status literario del espionaje

Parece cierto que la primera novela consagrada expresamente a un personaje del espionaje fue publicada en 1821 por Cooper (1789-1851), con el título contundente de El espía. El decenio 1840 es de suma importancia en la historia de la novela de espionaje: el agente secreto accede a la gran litera­tura.

En 1839, Stendhal publicaba la Cartuja de Parma, que Balzac definiría con sagacidad como la novela que escribiría Maquiavelo en el siglo XIX. La Cartuja no es una obra especializada enel tema pero atisba una gran proximidad con latemática en cuestión. En efecto dedica una granatención a los asuntos secretos: policía política,asesinatos camuflados, falsas identidades, paso defronteras. Todo el mundo juega al secreto y alenigma, escribiendo sus diarios íntimos en códigosnaifs y hablan lenguaje figurado.

Balzac es el creador que pone en órbita espías de oficio. En Un asunto tenebroso y en Esplendo­res y miserias cortesanas, Peyrade, Corentin, Contenson conducen a través de pérfidas y mal­vadas maquinaciones, donde se mezclan la repre-

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s10n del bandidismo, la salvarguardia del orden público y el interés personal. Balzac tiene y obje­tiva todo el ersatz del mundo secreto. La desin­formación global que protege los asuntos secretos ha implantado estos postulados:

«el saber real es público; lo que es secreto es insignificante; sólo los simples, los niños, los ob­sesos se interesan seriamente por las cosas secre­tas» .

La idea de que poder y secreto están orgánica­mente unidos no fue inventada por los novelistas del XIX. Es un lugar común de la alta política desde la Biblia, es Lao-Tseu. Balzac comprende muy bien lo que se llama en los medios cerrados «el arte secreto del imperio», que el mismo deno­minaba «la moral secreta de todos los gabinetes donde se traman ambiciosos planes» .

Novela negra y novela de espionaje

Muchos autores evocan a la novela negra para objetivar la génesis de la novela de espionaje. El medio es una constante social, que ofrece a la literatura una materia prima a menudo más viva, más próxima a realidades fundamentales, el des­tino, el riesgo, la muerte, el hambre, el sexo, etc., que las costumbres convencionales.

En la novela negra, sus autores más pertrecha­dos fotocopian con un estilo directo, casi cinema­tográfico, un mundo de delincuentes que es un reflejo sin máscaras hipócritas de la «sociedad civilizada». Los paralelismos entre ambos son no­torios. La violencia, la ley del más fuerte, rige en los dos. La sociedad suprime a quien atenta con­tra ella de la misma manera que los gang fuertes liquidan a sus rivales. En la primera decide un

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Fi aparato de justicia supuestamente independiente e incorruptible, en la segunda el jefe de la banda.

Javier Coma en un sugestivo artículo titulado «La novela negra» (5), sintetiza los elementos que serían útiles para su definición. Primer elemento, «el del tiempo histórico», desde principio de los años veinte hasta hoy. Segundo elemento, el del espacio geográfico, que fundamentalmente es el norteamericano. Tercer elemento la novela negra

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trata el crimen contemporáneo desde una pers­pectiva de creación literaria, lo que no impide desgraciadamente que, al constituir un género, la inmensa mayoría de sus producciones revistan una creatividad literaria obviamente mediocre o incluso nula (pero de lo que no se parte, como elemento básico, es del juego deductivo, factor intrínsecamente paraliterario, que determina la novela policíaca tradicional, la novela enigma o la novela problema. Cuarto elemento: su manifesta­ción histórico industrial en tanto género, como nuevo género surgido del más amplio concepto de la novela criminal. Quinto elemento: la especiali­zación de sus representantes (por lo que no se incluye en el estudio de la novela negra, reto­mando ejemplos antes citados, a Dreiser y a Falk­ner, y en cambio sí a Hammett, Chandler, Bur­nett, Thompson, Goodis, etc.).

En síntesis, podíamos definirla parafraseando a Coma como «la contemplación crítica de la so­ciedad capitalista desde la perspectiva del fenó­meno criminológico por narradores habitualmente especializados» (6).

Según V erladi (7) este género ha contribuido en cierta medida a la (génesis) de la novela de espio­naje. Los bajos fondos de las grandes ciudades se hacen más misteriosos y enigmáticos que los grandes castillos obsesionantes de Walpole y de Radcliffe. Después del best-seller internacional de Eugenio Sue, Los Misterios de París, se dispara toda una imagen hacia lo misterioso y se genera una subliteratura que crisparía al bueno de Marx. En él la fórmula es de una aplastante sencillez: la aristocracia se tranfigura novelísticamente y Sue ha diseñado el paradigma de aristócrata deambu­lando por los bajos fondos como un caballero errante, como el príncipe de Gerolztein.

El héroe solitario y vengador en la ciudad hostil ha sido recuperado, a veces, por la novela de espionaje que ha tenido desde sus orígenes que desprenderse de todo un conglomerado de cos­tumbres y desdependencias heredadas de la no­vela negra.

No obstante, puede afirmarse como el medio es una constante social, que ofrece a la literatura una materia prima frecuentemente, más cerca de reali­dades fundamentales, como el destino, el riesgo, la muerte, el hambre, el sexo, el disturbio calle­jero, el grupo pseudo-tribal, etc., que las costum­bres convencionales. La novela de espionaje se ha servido de este ingrediente básico para diseñar su background, su universo. Sin embargo, sería de un gran simplismo reducir la ficción del espionaje a sus factores político-militares o a sus aspectos sociológicos y comerciales, como han hecho cier­tos críticos. En tanto que obra literaria está de� terminada por fines y motivos literarios, y en pri� mer lugar, por el talento. Durante el «boom» de la espionomanía de los años sesenta, el excelente autor británico Len Deighton observa cruelmente:

«Con el espionaje... la industria del diverti­miento cree haber encontrado lo que siempre ha-

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bía estado buscando: un sustituto al talento. Re­presenta la convergencia de dos artes genuina­mente británicas: la guerra política indispensable en un país que reina sobre un imperio y la novela. Es, en suma, el producto natural de un período ilustrado por Disraeli y Dickens, Kipling y Conan Doyle. Disraeli había expuesto en novelas céle­bres la política que realiza como primer ministro;

Dickens y Conan Doyle habían tocado el relato de espionaje al que Kipling le había consagrado su más bello libro: Kim.

Gran Bretaña ha conservado su hegemonía en el género porque éste siempre ha sido tomado en serio. Kim, publicado en 1910, es una novela en la que todos los papeles simpáticos pertenecen a los espías. La filosofía del servicio secreto está algo ahogada por el exotismo y la lujuria de esta mara­villosa obra. Muy próximas de Kim por la inspira­ción y por la cualidad, las 1lbras de Buchan han marcado la evolución del género, porque se pre­sentan expresamente como novelas de espionaje. Todos los buenos autores que han continuado esta tradición de la literatura inglesa se han referido necesariamente a él.

Diversos autores, como Saintyves, Propp y los formalistas rusos, Jan de Vries, etc. han mostrado que la literatura está cargada desde. sus orígenes de contenidos iniciáticos, mitológicos, teológicos, ocultos, crípticos y que estos elementos han lle­gado hasta nosotros gracias al proceso de folklori­zación.

Como lo resume la brillante síntesis de Mircea Eliade, los temas iniciáticos están vivos en el in• consciente del hombre moderno porque «la inicia­ción constituye una dimensión específica de la existencia humana» ; es normal que el hombre de hoy «llevando una existencia desacralizada en un mundo desacralizado ... busque sastifacer sus ne­cesidades religiosas, rechazadas o insuficiente­mente satisfechas, por la lectura de libros en apa� riencia seculares, pero que contienen de hecho figuras mitológicas camufladas en personajes con­temporáneos, y que presentan escenarios iniciáti­cos bajo la forma de aventuras de todos los días».

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Los folkloristas han sacado de los cuentos popular res una estructura de base, una «archifábula» que cuenta. el itinerario de «un viajero místico», con los temas. claves de la expedición lejana, de la persecución, del tesoro escondido, del enigma a resolver, de la advertencia misteriosa, de las pruebas y otras peripecias de valor simbólico.

Se pone en evidencia que la novela de espionajellega a un gran público expresando por sus sustan­cias mismas estas constantes míticas.

La especialista de educación religiosa, Ann S. Boyd sostiene que la novela de espionaje encarna la eterna lucha entre el bien y el mal; que defiende la moral de servicio en un mundo que se desliza hacia la irresponsabilidad individual.

* * *

Se llama mito a un relato algo fabuloso que se supone acontecido en un pasado remoto y casi siempre impreciso. Los mitos pueden referirse a grandes hechos heróicos que son considerados como el fundamento y el comienzo de la historia de una comunidad o del género humano en gene­ral.

Cuando el mito es tomado alegóricamente, se convierte en un relato que tiene dos aspectos, ambos igualmente necesarios: lo ficticio y lo real.Lo ficticio consiste en que, de hecho, no ha ocu­rrido lo que dice el relato. Lo real consiste en que de algún modo, lo que dice el relato mítico res­ponde a la realidad. El mito es como un relato de lo que podría haber ocurrido si la realidad coinci­diera con el paradigma de la realidad.

En la época contemporánea ha prevalecido el estudio del mito como elemento posible, y en todo caso ilustrativo, de la historia humana y de ciertas formas de comunidad humana.

El mito no es objeto de pura investigación empí­rico-descriptiva, ni es tampoco manifestación his­tórica de ningún absoluto: es modo de ser o forma de una conciencia: «la conciencia mítica». Esta conciencia tiene un principio que puede investi­garse mediante un tipo de análisis que no es empí­rico ni metafísico, sino epistemológico. Pero como a la vez la conciencia mítica es una de las formas de la conciencia humana, el examen de los mitos ilumina la estructura de tal conciencia. Lo que se investiga de este modo es la función del mito en la conciencia y en la cultura. La formación de mitos obedece a una especie de necesidad: la necesidad de la conciencia cultural. Los mitos pueden ser considerados como supuestos culturales.

«El personaje del mito clásico se hacía precisa­mente inconsumible, porque era constitutivo de la esencia de la parábola mitológica el haber sido él ya consumado en alguna acción ejemplar. Pero James Bond es mito a condición de ser una cria­tura inmersa en la vida cotidiana, en el presente, aparentemente ligado a nuestras propias condicio­nes de vida y de muerte, por muy dotado de facultades superiores que esté. Un J. Bond inmor­tal dejaría de ser un hombre para convertirse en

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Dios y la identificación del público con su doble personalidad (la identificación para la que ha sido pensada la doble identidad) caería en el vacío» (8).

¿Asistimos a una pérdida del espacio ignoto?La novela de aventuras de la antigüedad contaba con un elemento fundamental a su favor: el exo­tismo del propio universo. Al no estar descubier­tas todas las tierras, existía un más allá ignoto a la vuelta de cualquier esquina.

La crisis de espacios ignotos, detectada en El Quijote, se va haciendo cada vez más agobiante hasta determinar una crisis total en la novela pre­romántica y en especial en la romántica. De ahí su búsqueda incansable de espacios exóticos, de par­celas improbables, de lugares cada vez más impo­sibles y de ahí el desenfreno de la novela gótica.

El genio de Julio Verne consistió en volver a encontrar auténticos espacios ignotos. Cooper cayó en la tentación de escribir novelas situadas en la Edad Media, más que por auténtica voca­ción, en lo que se refiere al tema, por emular a Walter Scott, el gran mandarín del momento. Pero a Cooper le caben otras glorias espaciales, Amé­rica estaba literariamente por definir, y él trató de buscar su definición.

Storr sostiene que la infancia es esencialmente frustrante y que precisamente por esto el hombre se siente impulsado a crear sin descanso, a buscar soluciones ideales.

«La novela de aventuras es esencialmente ali­mento síquico. No se trata de razones -nos co­menta Bardavío-, sino de hacer. Ese hacer está promocionado por el peligro. Por tanto, no hay tiempo para reflexionar, sino para superar los obs­táculos. La novela de aventuras es la toma de conciencia de los impulsos que constituyen nues­tra psique» (9).

La aventura no concuerda con la existenciali­dad, sino con el principio vital de la existencia. Ferreras nos recuerda: «La novela de aventuras histórica o del Oeste se acomoda a todos los uni­versos, y en principio, puede desarrollarse un tema basado en el dualismo moral; basta para este desarrollo, la existencia de un héroe, en el sentido más tradicional de la palabra; héroe que ha de resumir una serie de valores morales y que ha de defenderlos contra los otros, contra los de-

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tentadores de los contravalores». «El héroe de la novela de aventuras defiende a la huérfana despo­seída de su legítima herencia y en pleno siglo XX se lanza al espacio dispuesto a salvar la Tierra de una invasión de extraterrestres con intenciones aviesas» (10).

De todos modos, ya luche con pistola o atomi­zadores de bolsillo, el héroe de la novela de aven­turas triunfa siempre porque este tipo de novelas está destinado a afirmar los valores existentes y no a ponerlos en duda o negarlos ... la novela de aventuras no pasa nunca, cambia de piel; se apro­pia un nuevo tema, nunca descubierto ni creado por ella, y continúa floreciendo».

En novelas de aventuras el comportamiento bá­sico del héroe es lineal.

El concepto progreso del héroe revela la condi­ción lineal del recorrido heroico, mientras que los medios solidarios y los medios adversos sintetizan todas las posibilidades que asaltarán al héroe en la travesía del discurso.

Lo solidario, o lo adverso, será el paisaje físico o moral que bajo infinidad de metamorfosis for­mará el recorrido. El héroe es simbólicamente undiscurso atravesando un universo maniqueo.« Una intención (llegar a determinado lugar; con­quistar algo, etc.) rodeada de intenciones cósmi­cas procedentes de cualquier matriz moral, asu­miendo todos los disfraces. Progresar significará,entonces, identificar la carga solidaria o adversa yproceder en consecuencia.

La novela de aventuras es vencer una dialéc­tica que se opone al héroe y que fundamental­mente consiste en que a una línea de destino, definida al principio con absoluta claridad, se van levantando unos obstáculos que, también desde el principio, procuran alejar al héroe de la meta pac­tada con su propio destino.

Meta, trayectoria, confrontación, peligro, viaje, destino, esfuerzo, catarsis, son términos que se vinculan al héroe desde el principio del relato, con objeto de gestionar o impedir un final feliz cuya consecución se escabulle una y otra vez.

El final tiende a dejar las cosas como estaban al principio. Tan importante resulta investigar las en­trañas del desorden como reponer el orden. El

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final apaga todos los cráteres, y en la novela de aventuras un medio solidario, vestido con sus me­jores galas, se convierte en el final feliz.

El final feliz es la quintaesencia del medio soli­dario; la zona más sagrada y más olvidada del paraíso, la boda.

La mujer tiene dos funciones básicas: 1) trata de desviar al héroe de su recorrido, trata de disua­dirle, como en la Odisea, o, simplemente, le acompaña, o 2) su gran papel es de sentimentali-

zar el discurso. Su presencia supone grandes actos heroicos, pero, una vez rescatada, su papel es pasivo. La mujer, en la novela de aventuras, no aparece en los comienzos de la trama como infe­rior al hombre, pero a lo largo del desarrollo de la trama hace esfuerzos denodados por parecerlo.

La novela de aventuras no necesita cualquier tipo de planteamiento de tipo intelectual.

Los héroes del espionaje (James Bond o Mo­desty Blaise) han descargado el peso del mito en el héroe. Es un ejercicio válido que ha permitido estilizar el discurso mítico.

Por otro lado, el héroe debe ser físicamente fuerte, de otra manera sería imposible que se en­frentara con adversidades sin cuento. Este exceso de resistencia ha gestionado la implantación del superhombre. La novela de aventuras necesita de un héroe hercúleo. La mítica del superhombre proviene (en su última etapa) de la novela de aventuras y de ésta ha saltado a la calle, es decir, a la publicidad, al «comic», a la TV. James Bond, que podría considerarse como el paradigma de superhéroe moderno de la literatura y el cine po­pular, sigue teniendo muchos vestigios de sus an­tecesores heroicos, de la novela moderna:

«No posee dimensiones psicológicas de lo inte­rior, no tiene espesor emotivo y racional, está todo resuelto en la acción, es el héroe del. conduc­tismo, siempre dirigido hacia el exterior: el reflejo estímulo-reacción no posee duración, no posee in­tervalo, ni suspensión: es inmediato y por esto se disuelve en la misma acción que lo agota» (11).

La perentoriedad del deber, por ejemplo, triunfa sobre el amor:

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«Esta mujer podría estar a mi lado toda mi vida ... No, porque tengo mi trabajo, porque mi deber me llama: no la haré feliz y no tengo tiempo».

Es la voz de la aventura. La vulgaridad del superhombre de Fleming y las tremendas conce­siones al consumidor mid-cult se observan en el brusco giro de la idealidad femenina permanente en la novela de aventuras anterior: « Yo quiero una muchacha que sepa hacer igualmente el amor y la salsa béarnaise» (12).

Bardavío nos sugiere, en la obra citada, que las superdotes del héroe generan un background com­partido. «Mientras que en la novela psicológica, la heroica no se comparte, la novela de aventuras es un generador de estímulos vitales. Como la lectura es un ejercicio de pasividad, un ejercicio de re­poso, el factor aventura es precisamente quien se encarga de sacudir esa dimensión del reposo ca­racterístico de la lectura. Pero mientras resulta sumamente mimético trasladarse del texto a la realidad fingida, la novela de aventuras plantea los problemas hostiles que la época entrega a la mass-media. Se trata de la concesionaria popular de los grandes problemas de la humanidad» (13).

JAMES BOND; RADIOGRAFIA DEL ESPIA MIDCULT

James Bond: mito midcult

James Bond se codea con proyectos atómicos o con el asalto a Fort Knox, dos aspectos de la destrucción global que siente, indefenso, el hom­bre de la calle. La nueva faz de los medios adver­sos.

Con las nuevas mutaciones epocales lo cierto es que el cine de James Bond usurpa todo el meca-

nismo de la novela de aventuras: dinamicidad, viajes fantásticos, victorias míticas, cambios cons­tantes del lugar, final feliz.

Las bondades exóticas del héroe de Fleming (que llegan a la supervirguería en Superman) son

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el reverso de las debilidades de Sherlock Holmes, Robinson Crusoe o Natty Bumplo.

Esta es la fotocopia que hace Terence Y oung del señor Bond:

«El señor Bond es un tipo horrible, un sádico que mata fríamente a sus adversarios cuando es­tán desarmados, un bruto que se comporta como un bellaco con las mujeres. En el fondo el señor Bond tiene la conducta de un fascista: habría he­cho maravillas con las S.S.» (14).

Por el contrario, héroes más creíbles, como Sherlock Holmes, poseen las pasiones que impul­san al asesino, pero «las ha sublimado y transfor­mado en tics inofensivos» (15).

James Bond es el héroe ideal capaz de cubrir las expectativas de miles de ciudadanos mid-cult oc­cidentales prestos a sublimar sus sórdido� princi­pios de realidad.

Veamos algunos de los rasgos más sobresalien­tes del mito de Fleming.

Mientras que algunos de los héroes más señala­dos de la novela de aventuras exhiben un talante un tanto misógino, James Bond exhibe una con­ducta erótica lozana, agresiva y descarada. Rol­mes muestra flagrantes debilidades y exhibe tierna querencia por la cocaína. «Estas y otras flaquezas de estos héroes son los significantes de una densi­dad interior a través de la cual sus autores tratan de convertirlos en personas humanas» (16).

La entronización de la acción impide a me­nudo la escritura del interior del personaje; por tanto, el autor debe intervenirlos quirúrgiFamente cuando están en reposo.

Durante esos escasos momentos deben de evitar comportarse como semidioses. Durante el des­canso, observan un ritual que enmascara los hábi­tos pequeñoburgueses de los propios lectores. Bond bebe whisky y se rodea de toda una simbo­logía propia de la parafernalia de un ejecutivo moderno.

El protagonista de nuestro hombre en La Ha­bana exhibe un conocimiento exótico de marcas de whisky capaces de enloquecer a un ejecutivo full-time contemporáneo. Cualquier ejecutivo

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ideal se siente proyectado al background bonde­riano, el dorado de cualquier principio del placer comme ilfaut.

Bond· bebe siempre un coktail especial, cuyo diseño está constituido por tres partes de Gordon, una de vodka y media de China Lillet.

« Viste traje azul oscuro y zapatos sin cordones, casi siempre mocasines; juega al golf y tiene siem­pre el rostro bronceado; es un experto submari­nista y su gran pasión son los coches. Los menús los escoge con especial cuidado: en Vive y deja morir, desayuna un vaso de jugo de naranja, tres huevos revueltos con bacon, tostadas, mermelada de naranja, leche, dos tazas de café exprés. En Goldfinger, come cangrejos de roca frescos rocia­dos de mantequilla fundida y tostadas; en Casino Royale, cena paté de foie gras, langosta con ma­yonesa, fresas con nata y café. En otra ocasión, caviar Beluga, tournedó muy cocido con salsa béarnaise y un corazón de alcachofas» (17).

El espía como el héroe duerme poco, tiene poco tiempo de amar y vive constantemente en un me­dio hostil. La novela de espionaje es, normal­mente, el triunfo sobre la hostilidad absoluta. La extraordinaria capacidad de resistencia qel héroe se compensa con el hecho de que cada episodio encierra una alusión seudomitológica.

La ascendencia fundamentalmente vital de la no­vela de aventuras, el alimento psíquico que pro­porciona al lector, la simplicidad en la exposición de las grandes corrientes míticas e incluso la flexi­bilidad para comentar sobre los males capitales que se ciernen sobre la sociedad ( el monstruo árabe en la novela de caballerías; el peligro blanco en el wenster pro-indios; o la amenaza atómica, o cualquier otro peligro cósmico, en James Bond) son características fundamentales de este tipo de narrativa.

«Su impacto· rápido y generalizado se basa pre­cisamente en ser un producto alienatorio que abastece el depósito síquico del receptor. No se trata de pensar o de especular con la letra, sino en dejar que ésta intervenga directamente en lo emo­cional» (18).

En James Bond y toda la literatura generada por el héroe con hechuras dejet-society, se detecta un arte sumamente peculiar. Se trata de acoplar el discurso literario al de la cotidianeidad comunita­ria; de provocar la evacuación de ciertas frustra­ciones en el consumista cuando, en realidad, esas mismas frustraciones fueron previamente empla­zadas en él mediante el forcejeo con una vida cotidiana demasiado desraizada de los valores au­ténticamente humanos.

Cuando nos presentan el marco de referencia de James Bond nos presentan su background antes de iniciar portentosas peripecias. Aparece como un funcionario realizando el ritual de oficina, en el cual no falta la secretaria, ni el jefe, ni la oficina de siempre. Eso sí, con el adobamiento de algún gesto exótico del héroe, para provocar la admira­ción preliminar de muchos lectores sometidos al

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mismo princ1p10 de realidad. No obstante, Fle­ming, «con excepcional habilidad, ha reencon­trado los temas que fascinaron nuestra infancia: el descubrimiento del tesoro, vigilado ahora no por el dragón, sino por algún personaje diabólico; el héroe prisionero y ligado al palo del suplicio, la bella que será liberada de las zarpas del monstruo. Todo esto es pueril, de acuerdo; pueril como to­das las fábulas que expresan oscuramente el con­flicto entre el hombre y el mundo, entre el bien y el mal, entre el amor y la muerte» (19).

La aventura no está en los acontecimientos, sino en nosotros mismos y sus raíces son el miedo y la admiración. De ahí la necesidad confusa, pero fortísima, de confiarse a un protector. No un su­perhombre abstracto y convencional, sino un hombre seguro, de quien podamos fiarnos. La humanidad del héroe es condición sine qua non de la novela de aventuras. Lo fabuloso, lo fantástico, son aceptados sólo si se presentan como una prueba, si obligan al hombre común a salir fuera de su propia medida, inclinado por educación y por naturaleza a amar y aceptar el justo medio. James es ese hombre, seguro, discreto y eficaz.

Umberto Eco nos recuerda que los mitos actua­les reciben el baño de la cotidianeidad para hacer­los más creíbles.

Los «James Bond» resultarían demasiado llama­tivos para la discreción que es la primera cualidad de un agente secreto. No hay que olvidar que Ian Fleming ha formado parte del servicio secreto de información de la Marina Británica (Historia del espionaje, II, p. 210).

La fastuosa vida del agente James Bond ha di­señado una imago que a veces no corresponde al principio del placer del espía. No obstante, en Nuestro hombre en La Habana, en la intermina­ble partida de ajedrez entre el Capitán Segura y Wormold se exhibe toda nna amplia cultura de whískies. Veamos algunas de las marcas citadas: Cairngorm, Old Taylor, Old Forester, Dimpled Haig, Bourbon, Hiram Walker, Harper's, Ken­tucky Tavern, Red Label, Qeen Anne, George IV, Vat 69, etc.

El status literario del espionaje se explica ínter-

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relacionándolo en la etiología del mundo secreto en Inglaterra: «En los años 1930, el Reino Unido atravesaba una crisis política, económica y social profunda, que se traducía entre otros factores por la rebelión de jóvenes intelectuales contra todos los aspectos del orden establecido, y un verdadero clima de traición. Cuando los Servicios Secretos tuvieron que renovar y aumentar sus efectivos, frente a la amenaza alemana, reclutaron según la tradición jóvenes universitarios y se vieron fatal­mente penetrados por agentes enemigos como los honorables colegiales de Cambridge: Philby, Mac­Lean, Burgess, etc.

Del espía antropólogo al espía cutre

Los mitos de la pequeña burguesía culta occi­dental se han visto enriquecidos con la incorpora­ción de un nuevo elemento. El padre de la cria­tura: John Le Carré y el nuevo fetiche literario: George Smiley.

Estábamos acostumbrados al espía mass-cult, el superagente James Bond, con background exó­tico, supermacizas por acá, erudito en el ars man­ducatoria y free-lance del capitalismo agresivo. De ahí que la aparición de Smiley, años ha, y su paulatino devenir hasta convertirse en un riguroso espía antropólogo, haya sorprendido a publicistas del género.

Albacea de la lógica deductiva y del cartesia­nismo, Smiley se enfrenta con sinuosas tramas, con rigor de epistemólogo de la Escuela de Frank­furt. El personaje de Le Carré gana la fascinación del lector mediante un calculado juego de espejos, adelantamientos y retrocesos. La trama suele es­tar clara desde el principio: Smiley intenta siem­pre desmontar las maquinaciones del Centro de Moscú con su poderosa deducción y su obstinada búsqueda de las piezas del rompecabezas.

Las novelas de John Le Carré cobran su ver­dadera dimensión literaria y artística cuando el autor abandona momentáneamente la lucha de los espías y entra en el terreno de las dudas y las angustias individuales de quienes componen el mundo secreto. Los personajes no suelen ser triunfadores en el sentido estricto del término: en las tareas de espionaje, cada victoria profesional lleva implícita una derrota humana.

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Las verdaderas victorias y derrotas están gene­ralmente fuera del libro y corresponden a los bu­rócratas que controlan a los espías. Otro tema moral altamente sugestivo que Le Carré gusta de desarrollar es la angustia interior que genera en los personajes una profesión clandestina. Los hombres y las mujeres de sus novelas suelen ser marginados del cariño de los demás, solitarios que aprenden a dominar sus emociones de manera tan intensa que luego, en su vida personal, les resulta imposible expresarse.

El método que J ohn Le Carré utiliza para cons­truir sus novelas es en sí mismo una recreación de las técnicas del espionaje. Le Carré es -como el propio Smiley- un observador penetrante y minu­cioso, un espía de sensaciones que luego manipula y recombina hasta acertar a reproducir el clima moral adecuado.

El contacto con la realidad no resta fuerza lite­raria a la producción del espía-escritor. Realidad y ficción se mezclan en su obra. Y nadie mejor que él, en su apasionante praxis por mundos ígnotos para el hombre de la calle, ha sabido somatizar en sus obras el nicho ecológico por donde pulula el espía. Al fin y al cabo, dentro de la peculiar visión del mundo de Le Carré, el amor y los intereses e ideales que defienden o traicionan los espías tie­nen bastante que ver. En una de las primeras novelas de John Le Carré, El espejo de los espías, uno de los personajes dice: «el amor es aquello que aún nos queda por traicionar».

LA NOVELA DE AVENTURAS Y Et MITO DEL ESPIA

Corresponde a Le Carré la fortuna de haber convertido el espionaje en género literario y acu­ñar un paradigma de espía propio de alta cultura. En un elocuente trabajo, Juan Antonio de Blas hace una lúcida disección del mundo de Smiley (20) y del background sociológico del personaje deficción del novelista inglés.

Con pedigrí de alta burguesía y estudios en Oxford, Cornwell, alias Le Carré, irrumpe en el mundo literario en 1961 cuando las obras de Ian Fleming copan el mercado mass-cult. Smiley es el alter-ego de su autor, con un sinaí de aprendizaje análogo al novelista y que penetra en el mundo del espionaje siguiendo los procedimientos institucio­nalizados en la profesión. «En 1938 su preceptor le introduce en el servicio secreto, fórmula clásica de captación repetida desde el Kim de Kipling al coronel Lawrence de Arabia. Como agente exte­rior pasa a una Universidad de provincias alemana donde da clases de inglés y aprovecha para captar a algunos de sus más brillantes alumnos para la inteligencia británica». Le Carré le define: «En sus juicios sobre agentes potenciales, Smiley era de una inhumanidad absoluta. Era el mercenario internacional de su profesión, amoral y sin ningún estímulo distinto a su satisfacción personal» o sea un buen profesional.

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El fin justifica los medios, podría ser la summa teológica del espionaje. A este respecto nos re­cuerda Le Carre, en El Espía que surgió del frío:

«Habría que saber que la inconsistencia en las decisiones humanas puede convertir en insensatez el planeamiento de espionaje mejor organizado; que los tramposos, los embusteros y los delin­cuentes a veces resisten a toda incitación, mien­tras que respetables caballeros han sido inducidos a horrendas traiciones por turbias sisas en algún restaurante del Departamento» (p. 73).

«El trabajo del espionaje tiene una sola ley mo­ral: se justifica por los resultados».

La muerte prematura de Fleming no ha permi­tido al fenómeno James Bond proseguir un desa­rrollo normal. La bondomanía y en general la es­piomanía han sido víctimas de una superexplota­ción. Toda una pléyade de malos imitadores han proliferado como setas y una industria cinemato­gráfica con rasgos mauritanos ha producido gé­nero deleznable. Agente 007, 077 en Lisboa, 037, Misión Apocalipsis y otros Z 55, 333, OS 14, FX 13 se contentan con arrojar a los ojos de los espec­tadores, considerados como redomados cretinos rozando la delincuencia juvenil, escenas dispara­tadas de violencia y de erotismo, con kárate, ce­rebros electrónicos.

En cuanto al mundo de los editores, imprimían no importa qué, con tal de que el producto lleve alguna palabra mágica: espía, agente, misión, se­creto, operación, código, etc.

De ahí que un producto digno como Jpcress de Len Deighton conocería un éxito fácil. Como también John Le Carré que había permanecido en la sombra hasta la aparición de su tercera novela: El espía que surgió del frío (1963), donde pone en solfa a los servicios secretos británicos. Una frase del libro se convierte en un verdadero mazazo desmitificador del «entourage» del espionaje: «Que creen que son los espías: ¿sacerdotes, san­tos o mártires? Forman una sórdida procesión de tontos vanidosos, de traidores, sí, de sádicos, bo­rrachos, personajes que juegan al gendarme y al ladrón para darle emoción a vidas insulsas».

John Le Carré y Len Deighton forman la bri-

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gada anti-Bond gestando personajes más verosími­les, entroncados con el principio de realidad del espionaje. Personal procedente de las abundantes capas «white-collars», con presentable status académico e involucrados, como cualquier ejecu­tivo medio, en la trama de la sociedad civil de las sociedades del bienestar.

COMO LLEGAR A SER AGENTE SECRETO (Paradigma de un espía)

Utilizando argot maxweberiano, ¿cuál sería el tipo ideal, heurísticamente hablando, que recogiese algunos de los rasgos claves del espía?

El español sería a ciencia cierta un agente de información superior a los demás, si una propen­sión casi incorregible a jactarse de estar informado del secreto de las cosas no le impusiera a con­fiarse al primero que llega en el caso de que posea ese secreto.

Es muy probable que cuando nuestros queri­dos colegas escuchen las proposiciones de carác­ter general que debe reunir un espía enloquez­can, eventualmente, ante obviedades tales. En un simposium sobre la evidencia, los rasgos que de­be reunir un agente secreto son equiparables a frases tales conío «Yo soy yo y mi circunstancia», o «Una casa portuguesa con certeza es una casaportuguesa».

La primera cualidad de un agente secreto de información es la discreción, que supone el deseo de pasar inadvertido en toda circunstancia. Oír, ver, no decir nada, guardarse de tomar partido, soportar los soplones sin chistar, hacer prueba de una paciencia inalterable, resignarse a no saber nada del resultado del esfuerzo emprendido, he aquí lo que exige esta actividad muy particular, que se ejerce al margen de las leyes y no supone ningún recurso.

Las sabias observaciones constatadas corres­ponden al inefable Coronel Remy, espía algo cu­tre, que tuvo gran predicamento entre los gaba­chos años ha.

Los que consideran la profesión como apasio­nante son pocos. Los más hablan de lo tedioso del

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oficio. «Es un trabajo pesado, monótono, in­grato», ha declarado el espía Harry Gold a quien la URSS debe el haber dispuesto de importantes secretos atómicos robados a los Estados Unidos.

Y añade: «Si alguien imagina alguna vez encon­trar en ello algo apasionante o cautivador, que me permita desengañarlo en seguida. No hay nada más triste ni más fastidioso».

El espía Alexander Foote. lo corrobora en su Handbook far spies (Manual del espía peifecto): «La instalación de los micrófonos y de la emisora, la recepción de los fondos, los convenios de las citas, son tantos detalles irritantes, puramente administrativos, que absorben una parte despro­porcionada de las horas de vigilia».

En el cuadro de la guerra secreta de los profe­sionales el traidor o el renegado son quienes ofre­cen al espía sus mejores triunfos.

En Origen de la Estrategia: Arte de la Guerra, Sun Tzu divide a los espías en cinco categorías que el soberano puede utilizar en su servicio:

-Los sujetos del enemigo.-Los funcionarios al seryicio del enemigo. -Los espías del enemigo, capturados y utiliza-

dos contra él. -Los espías que por sus actos tienen por misión

engañar al enemigo. -Los espías capturados por el enemigo y que

han conseguido evadirse de su territorio. Este sería el material humano, con valor de

cambio, propenso a ser utilizado como espías. Sun Tzu, unos quinientos años antes de Cristo,

subraya la necesidad de tratar bien a los espías: «En todo el ejército no existe· nadie con quien deban mantenerse estrechas relaciones, sino con los espías, ni nadie que deba ser recompensado por sus servicios con mayor generosidad. No existe ninguna otra empresa que exija mayor se­creto. El espía no puede ser empleado útilmente sino con una sagacidad que procede de la intui­ción, recordando que el mismo enemigo sólo co­noce las cinco variedades de esta utilización. Sólo el soberano perspicaz y el general avisado, serán capaces de utilizar las mejores inteligencias del ejército en el cuadro del espionaje, que les permi­tirá alcanzar los más altos resultados».

El espía debe realizar algunas de sus funciones en «entourages» con equilibrio ecológico. «La ex­periencia me había enseñado a conversar al aire libre cuando el tema de la conversación era de naturaleza que pudiera despertar oídos indiscre­tos».

¿ Tienen los espías que realizar sus cursillos del PPO o reciben enseñanza equiparable a la univer­sitaria? J. Bemard Hutton, en L'Ecole des espions, revela que los sujetos escogidos por los dirigentes del K.G.B cumplen una estancia de diez años en una escuela especial. El futuro agente de los ser­vicios secretos soviéticos aprende los pesos y medidas que se emplean en su futuro «terreno de oper¡tciones», así como taquigrafía, mecanografía,

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contabilidad, el arte de cifrado, el empleo de di­versas fórmulas nemotécnicas.

No se olvida el profundo estudio de la carta de la ternura, ejercicios prácticos entrenan a chicos y chicas a conquistar el corazón o los sentidos de la mujer o el hombre cuya buena voluntad y coope­ración conviene asegurarse.

Semejante suma de esfuerzos recuerda -reve­rentemente hablando- el noviciado de trece años impuesto a los futuros jesuitas.

Pero el leit-motiv del espía es el espíritu de sacrificio que haría decir al P. de Foucauld -en una carta que fue quizá la última que escribió antes de ser asesinado: «El honor, dejémoslo a quien lo quiera. Pero el peligro, el dolor, recla­mémoslo siempre». Esta renuncia a la apariencia del honor tal como la conciben los hom-bres es la suerte eventual de todo agente � secreto». .,,

NOTAS

(1) Boileau-Narcejac, Le roman policier, Puf, 1975. Col.Que Sais-je?, número 1.623. Hay traducción castellana.

(2) Sobre el espionaje poseemos infinidad de documentosde hombres de letras que subrayan la importancia del mismo. El Infante don Juan Manuel decia: «Otrosí debe facer mucho por tener barruntes et esculcas, con sus contrarios, por saber lo que más pudiese de sus fechos».

(3) Fayar et recontre, 1971, Livre de Poche.(4) Kuan Chung, The Romance of the Three Kingdoms,

Rutland Vermont y Tokio, 1959. (5) y (6) Javier Coma, «La novela negra», En «Los Cua­

dernos del Norte», año IV, n.0 19, mayo-junio, 1983, pp. 38 y SS.

(7) Gabriel Veraldi, «Le roman d'espionnage», op. cit., pp.18 y SS.

(8) Umberto Eco, Apocalípticos e integrados ante la cul­tura de masas, Lumen, 1968, pp. 263-265.

(9) José M.ª Bardavío, La novela de aventuras, SociedadEspañola de Librería, Madrid, 1977, p. 15.

(10) Juan Ignacio Perreras, La novela de ciencia ficción,siglo XXI, Madrid, 1972, pp. 47-48.

(11) Colectivo: Proceso a James Bond, op. cit. p. 173.(12) lbidem, 163.(13) José M.ª Bardavío, La novela de aventuras, op. cit.,

p. 34.(14) Terence Young, Portrait de Monsieur Bond, en «Le

Nouvel Observateur». (15) Boileau-Narcejac, La novela policial, B. Aires, Pai­

dós, 1968, p. 57. (16) José M.ª Bardavío, La novela de aventuras, ob. cit. p.

35. (17) Colectivo: Proceso a James Bond, op. cit., pp. 9-40.(18) Bardavio, ob. cit., p. 37.(19) Boileau Narcejac, La mort de James Bond, en L'Ex­

press, 22 de agosto de 1964. (20) Juan Antonio de Bias, El mundo de Smiley, en «Los

Cuadernos del Norte», 19, mayo-junio, 1983, pp. 79 y ss.