Con ustedes... el Miedo

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El miedo es un hombre clásico. Le gusta su traje descocido y sin planchar. Lleva sombrero de copa ancha y zapatos negros. Siempre viste de gris, para poder camuflarse en las noches. Las mangas arrugadas no le quitan elegancia. Las botamangas sin zurcir son un toque de distinción. Es un hombre clásico, sin duda alguna. Un caballero de alta alcurnia y tiempos muertos. Un seductor nato, pero soberbio como los grandes líderes del mundo. Es talentoso como pocos. Posee el don de afectar los baúles cerebrales del común de la población mundial. Nunca duden de su persuasión. Es poderoso, en extremo. Pero silencioso también, en extremo. Pocos son los que alguna vez oyeron su voz, y los que lo han hecho, afirman que se graba para siempre en el inconsciente. Vive sólo, en rincones fríos y húmedos. Se alimenta de la lluvia y el olor a tierra mojada. Cada día crece dos milímetros y aumenta un gramo de peso. Tiene una rutina estable desde hace un cuarto de milenio. Se despierta con el ocaso, porque es algo reacio al sol. Se viste, engoma el pelo y coloca con sutileza el sombrero de hongo. Chequea los clientes del día, y sale en su búsqueda. Su trabajo, aunque tedioso en algún punto, lo llena de satisfacciones. El miedo, gusta de los gritos chillones de las mujeres; le fascina verlas a punto de entrar en paroxismos nerviosos. Se congratula con el insomnio que provoca en los pequeños, sus

clientes más habituales. Pero no todo es color de rosa, a veces las cosas les salen mal. Corren los rumores de que el miedo no es infalible, y por eso tiene asesores como la inseguridad y el terror. Pero, regularmente, desempeña sus labores como el mejor. Se congratula con cada victoria. El pecho se le infla de orgullo y se siente de lo mejor. Es un secreto poco conocido, pero el miedo tiene una debilidad: los espejos. Resulta increíble, pero es así. Una sola cosa lo asusta, su reflejo. Quizás sea esa la razón por la cual tenemos miedo de tener miedo…