El método empírico

8

Click here to load reader

description

Autora: Mercedes Álvarez JiménezPrimer premio de la 7ª Categoría del VII Concurso Cuentos de Ciencia (2014) organizado por el Museo Elder de la Ciencia y la Tecmnología.

Transcript of El método empírico

Page 1: El método empírico

SÉPTIMA(CATEGORÍA(Primer(premio(

(Título:(El(método(empírico(

(Autor:(Mercedes(Álvarez(Jiménez.(

Oviedo(

Page 2: El método empírico

El método empírico 1

EL MÉTODO EMPÍRICO Hallándome dentro de ese personaje de nosotros mismos en que nos convertimos en los indeterminados años de la adolescencia, tuve la suerte de adquirir el gusto por la lectura y leí:

“Si viviéramos en un planeta donde nunca cambia nada, habría poco que hacer. No habría nada que explicarse. No habría estímulo para la ciencia. Y si viviéramos en un mundo impredecible, donde las cosas cambian de modo fortuito o muy complejo, seríamos incapaces de explicarnos nada. Tampoco en ese caso podría existir la ciencia. Pero vivimos en un universo intermedio, […]. Podemos hacer ciencia y por mediación de ella podemos perfeccionar nuestras vidas”

E interpretando lo leído como le correspondía a mi personaje, empecé mi particular viaje por el cosmos del descubrimiento. Había decidido perfeccionar la ciencia haciendo de mi vida un continuo experimento para comprender el universo. Cuando entendí cómo se formaba el arco iris, me adentré con mi linterna en la bañera. Y alumbré la alcachofa que era la ducha, intentando crear el colorido puente. Y dentro del gran lago de esperanza ante el método empírico, también intentaba sacar a flote algo de la fantasía de mi infancia, y comprobar en qué caldero de oro se convertiría mi bañera. Y sucedió que alumbré aquella artificial lluvia, con la que siempre empezaba el otro día, desde todos los ángulos posibles: desde arriba, desde abajo, desde la esperanza, desde la derecha, desde la izquierda, desde el desconsuelo, desde la pared, desde aquí, desde allí, desde mí, desde allá. Pero no osó lo anhelado hacerse visible. Y recorrí el baño intentando localizar dónde se habría metido. Y me pregunté dónde se escondería normalmente, y cómo es que prefería salir en aquellos días tan poco perfilados, en los que no se sabe si hace sol o está lloviendo. Cuando entendí cómo se formaban las nubes y éstas acababan por llovernos, enchufé nuestro ventilador y puse la olla más grande que encontré en casa a hervir sobre la lumbre. Cerré puertas y ventanas. Sellé rendijas y esperanzas. Y a través del cristal de la cocina, aprecié el vapor de agua que se formaba. Entré en aquel túnel de niebla y encendí el ventilador. Y esperé para ver llover. E incluso llevé la linterna, por si acaso estaba escondido el arco iris en la olla. Y esperé para ver llover. Sucedió que esperé tanto, que se tornó gris y no blanca mi nube. Y tuve fuego, en vez de agua. Y si algo aprendí de esta nueva aplicación del método empírico, es que a veces, en mi empeño, puedo llegar a conseguir lo contrario de lo deseado. Y usando la ducha por manguera, blandiendo en la otra mano la linterna, apagué nuevamente lo que surgió esta vez de lo anhelado. Cuando entendí cómo crece un árbol a lo largo, a lo ancho y en lo profundo, cogí la olla quemada en batallas anteriores, la llené de tierra y metí un pie, para echar raíces como siempre me recomendaba mi padre. Y esperé para sentir el crecimiento. Y esperé para no ver resultados. Abrí pues una pequeña brecha en la planta de mi pie, para que mi savia se juntase con las sales minerales del

Page 3: El método empírico

El método empírico 2

terreno. Y esperé para sentir el crecimiento. Incluso regué con la ducha de mi desconsuelo la pata que había metido allí tan hondo. Y alumbré con mi linterna aquella olla, hasta agotar sus pilas y mi paciencia. Y ducha, olla, linterna, pata y yo esperamos sentir crecer. Y sucedió que lo único que creció allí, fue una infección que me impidió andar con dignidad durante unos días de mi infancia y durante una parte de mi científica vida. Cuando entendí cómo funcionaba la gravedad, me dispuse a atraer hacia mí a toda persona interesante. Así, que esa mañana cargué mi mochila con todos mis libros de texto y libretas, con mis libros de viajes, con mis libros de aventuras, con mis libros de desvelos, con la poesía de mis estantes, con la prosa de mis instantes, metí estuches de lápices, estuches de alegrías, estuches de pesadillas y, de la que iba a clase, fui añadiendo algunas piedras que encontré por el camino. Conseguí, sorprendentemente, alcanzar el colegio. Y sucedió que me senté en mi sitio de costumbre, miré al ídolo que era para mí el compañero que se sentaba en la quinta fila de la izquierda y esperé a que mi mochila ejerciese su fuerza a distancia y no pudiese apartarse él de mí. Ante la negativa de la gravedad de mi mochila a funcionar correctamente, decidí reducir la distancia entre nosotros, pero siempre conseguía mi adorado escapar fácilmente al gran atractor que yo me suponía. Llegué a acercarme tanto al idolatrado, que le golpeé con la mochila. Fue entonces cuando alcanzó mi cara el anhelado contacto de su mano, para hacerme una caricia tan especial, que tardó una semana en desaparecer. Pero percibiendo en la gravedad algo grande, desconocido y útil, no cejé en mi empeño de aplicarla. Pensando que a lo mejor era la masa de mi cuerpo la que tenía que aumentar para lograr el efecto de acercamiento del grave, me pasé una semana comiendo todo lo que se me ponía por delante. Atraqué muebles y despensas, ingerí dulces y venenos, repetí platos y esperanzas hasta poner en peligro la salud de mi dieta. Y apliqué nuevamente mi plan de ataque con el quinto del flanco izquierdo. Pero tropecé en la torpeza del sobrepeso. No pudiendo mantener mi centro de gravedad dentro de la base de sustentación de mis temblorosos pies nerviosos, cayó mi cuerpo a tierra y no mi estrella a mi regazo. El éxito de mi fracaso hizo que mi peso descendiese en un único día lo que me había costado alcanzar todo aquel tiempo. Hallándome ahora dentro de la persona en que nos convertimos interpretando nuestra vida, vuelvo también a interpretar lo que leí entonces y busco perfeccionar las vidas con la rutilante ciencia.

− Alberto, ¿dónde está mamá? − No sé Isaac. Supongo que estará en el jardín viendo el puente. − ¡El puente! ¿De qué puente hablas? − ¡Ese que sale cuando llueve y hace sol, hombre! Ese de aquel cuento

raro que nos contaba cuando éramos enanos y no entendíamos nada. − Voy a salir a buscarla, va a pillar un resfriado.

Page 4: El método empírico

El método empírico 3

Alguno de ellos siempre se acerca cuando disfruto, para hacerme disfrutar aún más.

− Mamá, ¿qué haces? Entra en casa que vas coger frío o la gripe… esa de la letra que tanto nos asusta.

− Alberto, siempre he soñado con coger el frío, pero está fuera de nuestro alcance. La gripe es más bien un virus que se “mueve” aéreamente y…

− Vale mamá, pero entra. − Espera un poco. Pero no te pongas ahí. Mira, colócate conmigo de

espaldas al Sol. Mira a un ángulo de algo más de cuarenta grados sobre la línea imaginaria que une tu cabeza con su sombra. Espera y lo verás. La refracción de la luz en cada gota. Los verás a todos. Mira hijo, mira y disfruta.

− ¿A todos? ¿A todos quiénes? − Los colores del visible, cariño. Si hay suerte verás hasta el arco

secundario. Más sutil, pero siempre por encima. Y al revés. A la naturaleza le gusta a veces parecer que se lleva la contraria. Como al ser humano.

− Precioso mamá, pero entra en casa. Entro para evitar la confrontación con los seres amados. Y en los días en que estoy dentro experimento de nuevo con la olla. O mejor dicho con la olla nueva.

− ¿Cuándo comemos mamá? Estoy famélico. − Cuando la olla alcance la presión necesaria para que aumente el punto

de ebullición del agua del cocido, Isaac. − Y eso ¿cuándo va a ser? Porque daban lluvia para esta tarde y quería

llegar al polideportivo antes de que empezase… lo de llevar el paraguas es un rollo. Parece que empiezan a formase nubes… Pero mamá ¿a dónde vas? Alberto, mamá está otra vez en el jardín

− Es que te pusiste a decirle que va a llover. ¡Y ya sabes cómo se pone con la lluvia! Recuerda que nos sacaba, con el chubasquero a los columpios del parque, solo los días en los que estaba segura de que iban a caernos rayos. Y nos contaba ese cuento raro. El del aire y el punto.

− Pues yo tengo que irme, voy a buscarla. Alguno de ellos siempre se acerca cuando disfruto, para hacerme disfrutar aún más.

− Mamá, ¿qué haces? Entra en casa, por favor. − Mira, mira… Mira como arrastra el aire caliente al vapor de agua. Mira

como se enfría el aire y, no pudiendo contener el vapor de agua, va éste y se condensa. Se alcanza el punto de rocío hijo, y se forman pequeñas gotitas. Y se forman todas esas nubes. Si hay suerte las veremos y lloverá.

Page 5: El método empírico

El método empírico 4

− Yo no veo nada. − Hay que mirar con el espíritu científico, Isaac. El que permite

perfeccionar nuestras vidas. Y si hay más suerte aún, rajará la atmósfera una descarga de electricidad estática, como consecuencia de la implacable diferencia de potencial entre cielo y tierra.

− ¿Se rajará la atmósfera? − Habrá rayos, hijo, habrá rayos. − Pues entremos, que no gustan un pelo las tormentas. − Y entre cielos y tierra, ese emparedado de carne que somos los seres

humanos, percibiremos el estruendo con retraso de un sonido que nunca podrá ganar esa carrera.

− ¿La carrera? − Sonido versus luz, hijo. Siendo el primero una simple onda elástica y la

segunda una grandiosa onda electromagnética, no hay olimpiada en la naturaleza que la última no gane.

− ¡Qué rara eres mamá! No sé qué es todo eso del punto de rocío, potencial o versus. Pero, por favor, entra en casa antes de que llueva. Comamos. Si quieres hago saltar el antiincendios y ya te rocío yo con él, mientras pongo a tope la radio.

− Dentro de casa las cosas parecen funcionar de otra manera hijo. Nunca me han salido los experimentos bien en el hogar. Yo creo que es porque voy con precaución. Has de ser algo audaz para la ciencia. Claro que las compañías de seguros no tienen cláusulas para los métodos empíricos.

Entro para evitar la confrontación con los seres amados. Y como no me dejan estar bajo la lluvia cuando cae. Entro y espero en casa. Espero ver aparecer otras tormentas, mientras dejamos caer algunas cosas que más valdría mantener en el olvido. Pero la gravedad, como perfecta fuerza que es, nunca perdona.

− MAMÁ ¿DÓNDE ESTÁS? − Creo que en el jardín, están cayendo las manzanas. − Oye Alberto, he leído en Internet que la manzana está lista para

recogerse cuando su rabillo se desprende del árbol fácilmente al girarlo. ¿Por qué mamá no nos deja recogerlas hasta que han caído? Se llenan de bichos y algunas hasta están pochas.

− Si no quieres que te cuente otra vez la historieta esa de por qué te puso tu nombre, y lo grave que es todo, y no sé qué de la fuerza que nos acompaña… yo no la molestaría.

− Es que me prometió hacer una tarta de manzana para llevar a la fiesta del equipo, y no le va a dar a tiempo como no se ponga ya.

− Entonces supongo que estará recogiendo la fruta para tu pastel. Así que búscala bajo los manzanos, porque sino se va a pasar horas ahí con la cesta. Disfrutando del mito de Newton, como ella lo llama.

Page 6: El método empírico

El método empírico 5

Alguno de ellos siempre se acerca cuando disfruto, para hacerme disfrutar aún más.

− ¿Te ayudo con la recolecta mamá? − Ya tengo suficientes. − Entonces, ¿a qué esperas? − A que caiga una delante de mí. Desde la ventana de la cocina no veo los

frutales. Ya sabes cómo me gusta esta fuerza a distancia. Este atractivo campo que todo atrapa directamente con su masa, pero que sientes cada vez con cuadráticamente menos intensidad a medida que te alejas con la distancia. Es un comportamiento casi humano.

− De qué campo hablas, ¿del campo de manzanos? Es un huerto y feo mamá, no me fastidies. ¡Casi humano! ¿De qué humanos hablas?

− Como las personas. Cuando las tienes más cerca son como más intensas y te caen hasta pesadas. Cuando se alejan las echas tanto de menos que solo buscas acercarte más a ellas, con todas tus fuerzas. Con todas las fuerzas a tu alcance. Con las cuatro fuerzas.

− Anda mamá, ponte a hacerme el postre. − ¿Te he contado por qué te puse tu nombre? − Sí mamá. Por el inglés ese... Pero como no te pongas ya, no te va a dar

tiempo. − Tieeempoo. − Sí, tiempo, tiempo. Y no empieces con eso del tiempo y el nombre de mi

hermano, por favor. Entro para evitar la confrontación con los seres amados. Y como no me dejan estar bajo los frutales cuando caen manzanas, intento en casa bizcochar una masa y que esta suba en lugar de bajar. Para disfrutar de la idea de que la naturaleza, a veces, es caprichosa hasta con sus leyes y trata de confundirnos de la mejor manera posible. Cuando entendí que echar raíces era lo que me estaba pasando aunque sin proponérmelo, continué disfrutando de la ciencia en directo, como nos la muestra la naturaleza. Y todo parecía maravilloso en aquel mundo acomodado a unas leyes dadas, claras, precisas… Era tranquilizador lo predecible de mi universo en el jardín. Era tranquilizador, sí, y arribó la calma a mi alma en ciencia. Pero hete aquí que teniendo la capacidad, adquirida durante el resto anterior de mi vida, de leer, leí:

“Antes de la mecánica cuántica se creía que la física era determinista, en el sentido de que, si haces el mismo experimento cien veces, obtendrás exactamente el mismo resultado las cien veces. Ahora sabemos que no es así. La mecánica cuántica trabaja con probabilidades, no con certezas.”

Page 7: El método empírico

El método empírico 6

E interpretando lo leído, me asaltó una duda sobre todo lo que había hecho en mi vida anterior. Anterior al tiempo de las raíces. Me asaltó la duda de una manera tan grave y profunda, que no pude sino repetir mis errores nuevamente, hasta comprobar si era yo o era la naturaleza, o al final sería mi naturaleza, la que no cejaba en el intento de confundirme cuando creía empezar a entender cómo era todo. Y volví al reencuentro de la alcachofa de la ducha y mi linterna. Y volví a la olla y al vapor y al ventilador. Y volví a la sangre de mi pie sobre la tierra. Y sobrecargué de nuevo mi mochila. Y buscando probabilidades esperé. Esperé a ver el arco iris, la lluvia, las raíces y los graves. Esperé un distinto desenlace tras la nueva ciencia descubierta. Repetí cien veces los errores. Cien veces obtuve los mismos desconsuelos.

− ¿Qué está haciendo mamá con las lechugas? − Será una nueva receta. − No sé, está troceándolas tanto que las va a destrozar. Pero… y ahora,

¿a dónde va? − Creo que va a coger otra lechuga, pero… mejor no preguntes.

Alguno de ellos siempre se acerca cuando disfruto, para hacerme disfrutar aún más.

− Oye mamá, ¿cuántas lechugas has cogido hoy? Si casi no nos quedan. ¿Y qué haces con una hoja de afeitar en la cocina?

− Es que con el cuchillo de cocina no logro trocear nada lo suficiente como para llegar al átomo ¿sabes?

− ¡Al átomo! − El constituyente de la materia en sí mismo. Con sus propiedades bien

definidas. − Mamá, por favor, solo es la cena. Anda entra en casa con la lechuga y

ya hago yo la ensalada. Entro para evitar la confrontación con los seres amados. Y volví al hogar hasta que comprendí que para la nueva mecánica era demasiado grande mi cosmos en el jardín. Y como asusto en mi intención de descubrir indeterminación en lo microscópico, empiezo a ocuparme de lo macroscópico.

− Estás despierto Alberto, ¿has oído la puerta del jardín? Alguien debe de haber entrado.

− Isaac… estaba durmiendo. No ha entrado nadie, es mamá otra vez. Ya sabes que ahora le ha dado por mirar a las estrellas ¿y cuándo va a hacerlo si no es de noche?

− Pues habrá que ir a buscarla. Creo que esta vez te toca a ti hacerla entrar.

− ¡Está bien pesado, ya voy!

Page 8: El método empírico

El método empírico 7

Alguno de ellos siempre se acerca cuando disfruto, para hacerme disfrutar aún más.

− Mamá entra en casa anda, son las cuatro de la mañana. ¿Sabes que día es hoy? Pues martes, mañana es día laborable y no vas a poder levantarte cuando toque el despertador.

− Mira hijo lo potente que es nuestro sol, que de día no nos deja ver a todos los demás. Mira cuántos soles hay ahí arriba y de día solo uno reina. Es como si fuese tan egoísta, que no duda en agotarse con potentes reacciones termonucleares para emitir tanta luz, que nos oculte durante media vuelta el resto del universo.

− Mamá de verdad, a veces das miedo. Estoy pensando seriamente que deberíamos irnos a vivir a un piso sin jardín.

− Fusión, hijo, fusión nuclear. Allí arriba. En todos esos puntitos. Altas temperaturas. Si lo consiguiésemos a temperaturas más bajas…

− Mamá aquí ya hace mucho frío, vamos a la cama. Entro para evitar la confrontación con los seres amados. Y volví al hogar hasta que aprendí que para la nueva cosmología era demasiado pequeño mi universo en el jardín. Aún así, ahora ya lejos del empirismo que reinó mi vida, sigo pasando mi tiempo en un jardín. Y en ese pequeño cosmos he ido conservando todas las energías a base de transformarlas en sueños terrenales y estelares. Pues la naturaleza, gran sabia economista, no da nada gratis, y si algo cede, algo toma a cambio. O visto reflejado en un espejo, no atesora, y si algo toma, algo a cambio siempre desembolsa. Ahora espero enfriarme hasta un poco antes del inaccesible cero absoluto. Para que cuando esa muerte térmica me alcance, algo nazca en otro punto del espacio que equilibre todo el método científico.

Mireta Milagro Séptima categoría: público en general