El MELT

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SUE HITZMANN y DEBBIE KARCH MELT Un revolucionario método de autotratamiento para eliminar el dolor crónico, borrar los signos de envejecimiento y sentirse bien ¡con sólo 10 minutos al día!

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SUE HITZMANN

y DEBBIE KARCH

MELTUn revolucionario método de autotratamiento para eliminar

el dolor crónico, borrar los signos de envejecimiento y sentirse bien ¡con sólo 10 minutos al día!

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técnicas, ejercicios o similares contenidos en este libro. No asumen, por lo tanto, responsabilidad

alguna en cuanto a su utilización ni realizan asesoramiento al respecto.

Colección Salud y Vida NaturalEl método MELT

Sue Hitzmann

1.ª edición: noviembre de 2014

Título original: The MELT Method

Traducción: Ainhoa Pawlowsky

Corrección: M.ª Ángeles Olivera

Maquetación: Juan Bejarano

Diseño de cubierta: Enrique Iborra

© 2013, Susan Hitzmann

© 2014, Ediciones Obelisco, S. L.

(Reservados los derechos para la presente edición)

Edita: Ediciones Obelisco, S. L.

Pere IV, 78 (Edif. Pedro IV) 3.ª planta, 5.ª puerta

08005 Barcelona - España

Tel. 93 309 85 25 - Fax 93 309 85 23

E-mail: [email protected]

ISBN: 978-84-16192-17-5

Depósito Legal: B-21.901-2014

Printed in Spain

Impreso en España en los talleres gráficos de Romanyà/Valls, S.A.

Verdaguer, 1 - 08786 Capellades (Barcelona)

Reservados todos los derechos. Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño

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Índice

Prólogo .................................................................... 7Introducción .............................................................. 11

Primera parte1. ¿Cuál es la causa del dolor? ............................. 232. El poder del tejido conectivo ...................................... 433. El eslabón perdido ................................................... 61

Segunda parte4. Cómo convertirse en un fisioterapeuta no manual ............ 755. Reconectar ............................................................ 836. Reequilibrar .......................................................... 1057. Rehidratar ............................................................ 1278. Relajar ................................................................. 1599. El tratamiento para las manos y los pies ......................... 171

Tercera parte10. Introducción a la práctica de MELT ............................. 19311. Rehidratar las mitades superior e inferior del cuerpo ....... 21912. Relajación del cuello y la región lumbar ....................... 255

Cuarta parte13. Los mapas MELT ................................................... 26914. MELT como tratamiento complementario .................... 309

Conclusión ............................................................... 341Lecturas recomendadas ................................................ 343Agradecimientos ........................................................ 351

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Prólogo

Con el método MELT, Sue Hitzmann presenta información de actualidad y técnicas innovadoras al alcance de cualquiera que

desee acabar con el dolor de forma permanente. MELT también per-mite, tanto a los profesionales del como a los profesionales de la salud especialistas en terapias manuales, proporcionar a sus clientes las herramientas necesarias para alentarles a que adopten un papel proactivo en su propio proceso de curación. En mi opinión, esa es la esencia de la contribución de Sue al creciente número de investiga-ciones que se llevan a cabo actualmente sobre la fascia del ser huma-no, una parte de la anatomía humana que se ha desatendido durante mucho tiempo, pero que es de suma importancia. Durante años, Sue ha combinado este conocimiento tan importante con herramientas prácticas que cualquiera puede utilizar para cuidar de su propio cuer-po de una manera distinta. Siento admiración por cualquier método práctico que permita a las personas ayudarse a sí mismas, y el método MELT es precisamente eso.

A lo largo de la década anterior, he observado a Sue mientras desarrollaba el método MELT. Sue es insaciable en su búsqueda del conocimiento, y siempre está dispuesta a perfeccionar su perspecti-va cuando obtiene información nueva. También es inagotable en su esfuerzo por comprender la compleja información científica, para posteriormente trasformarla en algo sencillo y accesible. Sue presta atención a todas las capas del cuerpo, no sólo a aquellas sobre las que ya se ha escrito. Nos enseña a cuidar del cuerpo que tenemos en reali-

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dad, en contraposición al «cuerpo muscular» en el que tanto se centra buena parte de la industria del . Nuestro cuerpo es mucho más que simplemente músculos, y los esfuerzos de Sue representan una gran zancada en cuanto que expanden nuestro conocimiento sobre todo el cuerpo.

La gente que estudia anatomía conmigo en el laboratorio forma un pequeño grupo autoseleccionado. Son personas que están dispuestas a superarse y a ampliar su conocimiento mucho más allá de su for-mación. Cuando Sue se incorporó al laboratorio, ya era una figura de reconocido prestigio en el mundo del , así como una fisiotera-peuta consumada. Era una participante destacada entre los primeros elegidos de la industria del . Hay algunas personas que cuando las conoces, sabes de inmediato que nunca las olvidarás. Sue era una de esas personas. Para gran alegría mía, he tenido el privilegio de conocerla desde ese primer curso al que se apuntó «en aquel enton-ces». De aquella primera semana que pasamos juntas en el laborato-rio recuerdo que ella estaba que se salía. La brillantez de sus ojos y su intensa curiosidad demostraban que estaba totalmente implicada en la situación, y la emoción que sentía por sus descubrimientos era palpable. Esta mujer tenía muchísima energía para su trabajo, una personalidad vibrante y un auténtico entusiasmo por el proceso en el que estábamos implicadas. Me hablaba como si estuviera a punto de descubrir algo. Sin duda, también tenía la suerte de tener toda la re-solución que se necesita para llevar a cabo una investigación compleja hasta el final.

La primera vez que vi a Sue compartir con un grupo el mensaje sobre el método MELT fue en una multitudinaria conferencia sobre

que tuvo lugar en la ciudad de Nueva York. Mi respeto por su método aumentó mientras escuchaba cómo impartía clase. Nos ense-ñó de manera sistemática cómo evaluar nuestra alineación corporal, desarrollar la conciencia del cuerpo y aumentar nuestra consciencia del sistema de la fascia y su relación con nuestras sensaciones. A conti-nuación, nos ofreció técnicas sencillas y fáciles de realizar con peque-ñas bolas y rodillos de espuma para que pudiéramos iniciar cambios para bien de manera cuidadosa y efectiva. Hizo mucho hincapié en

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la delicadeza necesaria para que se produjera un cambio positivo en nuestro cuerpo, dejando a un lado el insidioso mantra que ha prevale-cido durante décadas y que dice que «sin dolor no hay ganancia». Sólo esto es sumamente beneficioso para todos.

Hace unos años fui a dar un paseo con mi hijo, que entonces te-nía doce años. No habíamos caminado más de noventa metros cuando empezó a quejarse de un dolor en el pie y el tobillo. Volvimos a casa y, pensando en Sue, le dije a mi hijo que estaba bastante segura de poder ayudarlo. Estoy capacitada en múltiples tratamientos manuales de curación, y sin duda podía haberle hecho algún bien a mi hijo con una sesión de terapia manual. Sin embargo, en ese momento quería que supiera que él podía cuidar de sí mismo. Compré el DVD

(«Tratamiento para las manos y los pies») de Sue, le di las bolas y lo dejé a solas. En una o dos ocasiones fui a echarle un vistazo y lo vi siguiendo las sencillas instrucciones de Sue. Después, le pregunté cómo había ido y, alegremente, me contestó que el dolor había desaparecido. Lo que más me emocionó no fue que ya no sintiera dolor, sino que hubiera aprendido que podía conseguirlo por sí mismo.

Otra cosa que me encanta del trabajo de Sue es que sabe que el cuerpo no es una máquina y que la salud requiere algo más que la sim-ple reparación de problemas mecánicos. Nuestro cuerpo tiene siste-mas de comunicación químicos, eléctricos y energéticos sumamente sofisticados que también necesitan protección. Cuando abrimos estos canales de comunicación, restablecemos un punto de partida que nos sienta bien.

El método de Sue siempre guarda, ante todo, un respeto saludable por la voz del propio cuerpo. Prefiere que susurremos sensaciones positivas a los tejidos delicados y fluidos del cuerpo a que les grite-mos con todavía más señales de dolor. Se trata de un programa que puedo respaldar, basándome en mi propio estudio del cuerpo durante décadas. La inteligencia del cuerpo merece nuestra máxima consi-deración. Nuestro cuerpo no es el enemigo cuando sentimos dolor. Está de nuestro lado. El programa de Sue tiene en cuenta este hecho y saca el máximo provecho de la sabiduría del cuerpo y de sus sutiles sistemas de comunicación para nuestro propio bien.

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La profundidad del método MELT de Sue radica, en gran medida, del hecho de que se basa en su propia experiencia en relación con la autocuración. Sue es una exploradora entusiasta de su propio cuer-po, al que escucha con gran atención. La importancia de su trabajo consiste en prestar gran atención a las necesidades del cuerpo y a su verdadera estructura, anatomía y fisiología. Traducir lo más novedoso de la ciencia en una aplicación segura, práctica y accesible de manera universal no es una tarea sencilla y, sin embargo, Sue ha logrado eso precisamente con el método MELT.

GIL HEDLEY, doctorado y creador de «Integral Anatomy»

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Introducción

Hasta donde alcanzo a recordar, siempre he tenido la capacidad de notar las vibraciones sutiles que existen en todos los seres

vivos. Cuando toco a una persona, un animal o un árbol y concentro mi atención, puedo notar sus vibraciones con las manos.

Cuando era una niña, mi padre me advirtió de que era una capa-cidad extraña y me aconsejó que no la desvelara si no quería asustar a nadie. Cuando le conté a mi madre mi habilidad, me llevó a la con-sulta del médico. Este propuso matarme algunos de los nervios de las manos para ver si eso lo solucionaba. Por suerte, mi madre creyó que someterme a una intervención quirúrgica de las manos para que dejara de hablar del tema era un poco radical. Me preguntó si me molestaba o me impedía hacer alguna cosa y, como le contesté que no, me dijo que lo ignorara y que quizás desaparecería por sí solo con el tiempo.

Mi bisabuela, sin embargo, me dijo que lo que podía parecer una desgracia podía convertirse en una bendición si descubría lo que era. Me aconsejó que no se lo explicara a nadie hasta que encontrase a alguien que me pudiera revelar cómo emplearlo. De modo que lo mantuve en secreto durante muchos, muchos años.

Cuando era pequeña, muchas veces me castigaban y mandaban a mi habitación, donde lo único que tenía para mantenerme ocupada eran los cuentos de hadas y la . La anatomía me fascinó; creía que podría darme la respuesta a aquello que sentía en las manos.

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Siempre tenía muchas preguntas. Recuerdo que le pregunté a mi padre por qué había tan poca información sobre el sistema nervioso en la enciclopedia, y que él me contestó: «¿Cuánto necesitas saber sobre el sistema nervioso?». No le confesé que creía que había des-cubierto lo que sentía en las manos: impulsos nerviosos.

Poco tiempo después, fuimos a la biblioteca. Mi padre señaló el catálogo y dijo: «Si quieres saber más, utiliza tu cerebro para encon-trar un libro que te vaya a enseñar». (¿Puedes imaginar una época en la que no existía la información instantánea de Internet?).

Cuando tenía alrededor de doce años, mi madre me llevó a Spa Lady, el gimnasio al que iba. Allí, las mujeres llevaban leotardos y calentadores. El hecho de verlas bailar con la música a todo volu-men, sonriendo y animándose unas a otras, cautivó mi entusiasmo de inmediato.

Mi madre me compró el («Grabación para la sesión de ejercicios de Jane Fonda»), y pronto me obsesio-né con el («Sesión de ejercicios de 20 minutos») y con todos los programas matutinos de aeróbic de la cadena PBS. Aspiraba a ser como las mujeres que veía en películas como y

.Mi primer trabajo fue como profesora de aeróbic en un YMCA del

barrio, cuando tan sólo tenía dieciséis años. Comencé a participar en todos los deportes escolares posibles. Cuando empecé la universi-dad, vi que podía ganar dinero como ciclista de competición, y pagué la mayor parte de mi formación universitaria con mis ganancias.

Pensaba que mi carrera profesional estaba en el mundo del cine y el teatro, de modo que continué con un máster en cine en la Univer-sidad de Nueva York. Cuando perdí mi empleo como ayudante del director de reparto, mi padre me mandó 200 dólares y me dijo que me fuera al gimnasio mientras buscaba otro trabajo porque allí siem-pre me sentía muy feliz. Al cabo de poco tiempo, volví a ser profeso-ra de ejercicios grupales, conseguí un certificado como entrenadora personal y dejé el máster que estaba cursando para estudiar ciencia del ejercicio físico. Tengo que admitir que parecía una culturista, y sin lugar a dudas me entrenaba como si lo fuera. Los otros entre-

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nadores del gimnasio me llamaban Diesel. Estaba completamente absorta.

Rápidamente me convertí en una conocida profesional del con fama de hacer sufrir y sudar a las personas. En un momento dado, tenía veintiocho clases por semana – , aerobic de alto im-pacto, , y –. Fui presentadora del progra-ma CRUNCH TV, en el canal ESPN, y me conocían como la «chica más inteligente en con un cuerpo para demostrarlo». Pesaba 59 kilos, tenía un 11 % de grasa corporal y estaba en la portada de la revista . Tenía uno de los vídeos de de mayor éxito de ventas de todos los tiempos, , y era presentadora habitual de convenciones sobre en Estados Uni-dos. En todos los sentidos, gozaba de éxito y de una salud perfecta. Lo había logrado.

Mientras tanto, realizaba todos los talleres y conseguía todos los certificados de y rehabilitación que el tiempo me permitía, y lo compaginaba con mis trabajos de la carrera. Empecé a preguntar a más personas si sentían estas misteriosas vibraciones bajo la piel. Me sentía como el joven pájaro del libro del Dr. Seuss que va preguntan-do a todos: «¿Eres tú mi mamá?».

Decidí correr un riesgo y le pregunté a mi profesor de terapia neuromuscular, Leon Chaitow, sobre las vibraciones que sentía, a lo que simplemente me respondió: «Hay muchas vibraciones en el cuerpo».

Entonces, una mañana, me desperté con un dolor en el tobillo derecho. Me puse hielo, hice estiramientos y descansé todo lo que pude. Lo fortalecí. Hice todo lo que sabía hacer. ¡No sirvió de nada! En todo caso, la mayoría de estas cosas parecían empeorarlo.

Llegó al punto en que el pie me dolía las veinticuatro horas del día. El dolor era tan intenso que me despertaba por las noches y me agotaba durante el día. Incluso recuerdo haber tenido que ir a gatas al lavabo en mitad de la noche.

Pregunté a todos los mentores, maestros y compañeros que co-nocía qué podía hacer para acabar con mi dolor. Ninguno me dio una respuesta de verdad. De hecho, casi todos me dijeron que también

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padecían dolor y que habían aprendido a vivir con él. Los mejores médicos de la ciudad de Nueva York no tenían ninguna respuesta. Sen-tía un gran dolor y temía que mi profesión corriese peligro si éste no desaparecía pronto. Me deprimí mucho.

Un día, el perro de una amiga me dio un cabezazo en la cara y me dejó el labio superior completamente entumecido, tras lo cual otra amiga me recomendó que fuese a ver a un terapeuta craneosacral. En una sola sesión, no sólo desapareció la sensación de tumefacción del labio, sino que el dolor que sentía en el pie también se esfumó literal-mente. Al día siguiente llamé a la terapeuta para averiguar qué había hecho. Durante nuestra conversación le pregunté si sentía vibracio-nes cuando tocaba a la gente, y supo de qué le estaba hablando. Me respondió: «Sí. ¿A ti te pasa? En ese caso, deberías aprender a utilizar esta habilidad».

Y eso hice. Recuerdo que lloré durante mi primera clase de tera-pia craneosacral. Por fin estaba aprendiendo un método para acceder, influir y equilibrar un ritmo vibracional. Por primera vez en mi vida, no me sentía extraña a causa de lo que podía notar. Eso era. Había encontrado mi vocación en el mundo de las terapias manuales.

Abrí una consulta privada en la ciudad de Nueva York y traté a todos y cada uno de los clientes a fin de desarrollar mi capacidad de manipulación de estas vibraciones para contribuir a recuperar el equi-librio del cuerpo. Durante los siguientes ocho años, estudié, aprendí e intercambié ideas con los creadores de múltiples modalidades y leí todos los trabajos de investigación relevantes posibles. Perfeccioné mis habilidades trabajando con cientos de personas: adultos, adoles-centes, niños y bebés. Ahora, doce años después, puedo decir con seguridad que soy una experta en terapias manuales. A veces todavía me sorprende lo que puedo sentir cuando pongo las manos sobre una persona.

Investigué y aprendí múltiples técnicas de ligero contacto manual. Aunque cada una de las modalidades se centraba en la percepción y manipulación del ritmo y la vibración de partes concretas del cuerpo, ninguna de ellas identificaba la continua vibración que tiene lugar en todo el cuerpo y que yo ya notaba desde que era una niña. Puesto que

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seguía trabajando con clientes, empezaba las sesiones centrándome solamente en la vibración de todo el cuerpo, para la cual no tenía ningún nombre. Había advertido que los clientes que padecían dolor y otras afecciones crónicas tenían una vibración que parecía lenta y con interrupciones, mientras que los clientes sin estos problemas te-nían una vibración con un movimiento constante a través de todo el cuerpo. Me preguntaba si podía utilizar las técnicas de ligero contacto manual que había aprendido para modificar el movimiento de esta vibración y producir un cambio positivo. Cuando lo intenté, descubrí que el hecho de favorecer el movimiento de esta vibración hacía que las personas se sintieran mejor de inmediato y mejoraba muchos as-pectos, entre ellos –y de forma más perceptible– reducía o eliminaba el dolor. Mis clientes volvieron diciendo que sentían mucho menos dolor, y que habían advertido muchos cambios en el sistema. Sabía que había dado con algo de gran importancia. Durante cuatro años, puse en práctica este descubrimiento en mis terapias manuales y rá-pidamente me hice famosa por conseguir erradicar el dolor de los pacientes, incluso cuando ningún otro remedio había funcionado. Ese mismo año, 2001, aconteció el ataque a las torres del World Trade Center. Como vivo en Nueva York, muchos de mis amigos, clientes y vecinos se vieron afectados por este acontecimiento, lo que me per-mitió adquirir un profundo conocimiento de los efectos del trastorno por estrés postraumático. También me posibilitó comprender cómo el estrés afecta al sistema nervioso y a la vibración corporal que estaba comenzando a comprender.

Un día, un compañero me dijo: «¿Conoces a Gil Hedley?». Sin que yo lo supiera, mi vida estaba a punto de dar otro giro espectacular. Gil es teólogo, profesional del Rolfing y anatomista. Desarrolló su propio método de disección humana, que consiste en eliminar los tejidos capa a capa, desde la piel hasta los órganos y los huesos. Su propósito es examinar las conexiones del cuerpo, en lugar de estudiar solamente sus partes por separado, como se ha hecho tradicionalmente en las disecciones.

Me apunté a su curso de seis días sobre disección y, el primer día, todo el conocimiento que albergaba sobre anatomía y el cuerpo hu-

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mano cambió radicalmente. Cuando diseccionamos las distintas capas del cuerpo, vi por primera vez las conexiones que había entre ellas. Gil me presentó el sistema del tejido conectivo, y de pronto las vibra-ciones que sentía tenían una explicación física, tangible.

Tan pronto vi el sistema del tejido conectivo, ¡tuve que saber más! Este aspecto relativamente desconocido del cuerpo humano tenía, de forma intuitiva, un gran significado para mí. Era la pieza que faltaba de mi formación académica en y terapias manuales, y sin em-bargo había pasado años trabajando en ello.

En mi biblioteca de textos académicos busqué textos sobre tera-pias manuales y guías prácticas. Rebusqué entre las últimas ediciones de referencias médicas clásicas y revistas científicas. Pregunté a mis mentores y profesores acerca de cualquier material escrito o inves-tigación, pero no pude encontrar nada más que algunas perspectivas limitadas sobre la relación entre el tejido conectivo y el músculo o la creencia profundamente arraigada en que este tejido no es más que un material de embalaje inerte.

Gil me indicó que buscara en Internet algo que pudiera explicar mejor la vibración que sentía. Estaba extasiada. Aunque el lenguaje científico empleado en los textos me parecía sumamente complejo, tenía semejante deseo de aprender que seguí insistiendo. Pasé in-contables horas leyendo complejos estudios científicos y trabajos de investigación. En todo momento tenía a mi lado por lo menos dos libros o revistas científicas, un diccionario e Internet, a fin de poder traducir la jerga científica. En cuanto conseguía comprender un tra-bajo de investigación, me fijaba en otros autores citados en la biblio-grafía y revisaba también sus investigaciones. Al final encontré a los investigadores pioneros de la ciencia de la fascia.

En retrospectiva, no puedo más que reírme por lo osada y audaz que fui. Llamé y escribí directamente a los investigadores para hacer-les preguntas y, para mi sorpresa, me respondieron. Creo que el prin-cipal motivo por el que me hicieron caso fue porque podía hablar su mismo lenguaje y sentía un enorme respeto por su investigación. El hecho de que pudiera hablar de componentes moleculares como los miofibroblastos, los glicoaminoglicanos y los mecanorreceptores, así

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como de las teorías de la mecanotransducción y la piezoelectricidad, parecía atraer su atención. Después de hablar durante un rato, todos me preguntaban: «¿Quién eres tú? ¿Qué has estudiado?».

Mi formación en anatomía y fisiología me ayudaba, pero la mayor parte de lo que había aprendido y sobre lo que hablaba trascendía mis estudios o cualquier cosa que hubiera aprendido en mi profesión. Era sumamente estimulante tener la oportunidad de hablar con los investigadores pioneros mientras éstos buscaban formas de probar sus teorías. Estaba en el lugar adecuado y el momento oportuno para acceder por la puerta de atrás de este sanctasanctórum. Todavía me sorprende que uno de los investigadores principales, Robert Schleip, viajara de Alemania a Nueva York con objeto de probar el método MELT y hablar conmigo acerca de su investigación.

Mi formación no es en investigación. No poseo un doctorado ni un título para ejercer la medicina; sin embargo, mi pasión por la cien-cia humana y su funcionamiento me ha llevado a dedicar más de dos décadas al aprendizaje de todo lo que tenga que ver con el cuerpo humano. Nunca quise estar sentada detrás de un microscopio durante todo el día ni estudiar algoritmos o trabajar incansablemente en una investigación. No obstante, no puedo evitar leer incontables trabajos de investigación, libros y revistas, y luego proceder a llamar a los investigadores (que son personas encantadoras, amables e increíbles y están más que contentas de poder guiarme a más investigaciones e investigadores).

El estudio independiente que llevé a cabo sobre la ciencia neuro-lógica y la fascia, así como la aceptación entusiasta de la comunidad científica, dieron validez y alimentaron mis sesiones de técnicas ma-nuales y el desarrollo del método MELT. El hecho de que existieran trabajos de investigación que estuvieran directamente relacionados con mi objetivo reforzó mi confianza en mí misma y me motivó a seguir adelante.

Mantuve el contacto con los investigadores a medida que fui reali-zando nuevas observaciones tanto en mis clases como con mis clien-tes. Su labor proporcionaba información a la mía y, en ocasiones, in-cluso la mía daba información a la suya. Participar en la emergencia

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de este nuevo campo de las ciencias humanas ha sido la oportunidad más estimulante a nivel creativo e intelectual de mi vida.

La voz se extendió hasta el punto de que no podía ver a todas las personas que querían una cita conmigo y, a raíz de ello, empecé a desarrollar técnicas caseras para que mis clientes las pudieran poner en práctica. El resultado entrañó no sólo el beneficio imprevisible de que éstos podían marcharse antes de mi consulta de manera que yo podía visitar a nuevos clientes, sino que también redujo la carga de mi labor como terapeuta manual. Decidí que esta técnica necesitaba un nombre, y quería una palabra que expresara lo que estaba inten-tando conseguir en relación con el tejido conectivo. Pensé que * era la palabra perfecta. Además de evocar una sensación de relajación, la definición de la palabra era ideal: cambiar de estado sólido a líquido, mezclar o fundir. Muchas técnicas de utilizan acróni-mos, de modo que pensé que yo también necesitaba uno. Me devané mucho los sesos, pensando en distintas combinaciones, y decidí que MELT representaría las siglas de Myofascial Energetic Length Techni-que**. A medida que el método ha ido evolucionando, el acrónimo se ha quedado pequeño. Una de las razones estriba en que actualmente no cabe duda de que afecta a todo el sistema del tejido conectivo, no solamente la fascia que rodea y está en el interior de los músculos. Todavía hoy, cuando las personas lo prueban por primera vez, dicen que el nombre se antoja perfecto.

Aunque ya no soy todo músculos y no levanto ni por asomo el mismo peso que antes, todavía me encanta hacer ejercicio, ser pro-fesora de , correr y levantar pesas. Gracias a MELT, no tuve que renunciar a nada de lo que me apasionaba para vivir sin dolor –y tú tampoco.

Cuando empecé a enseñar el método MELT en gimnasios, el he-cho de ser capaz de propiciar los mismos cambios en una sala llena de personas que en una consulta con un solo individuo fue muy emocio-nante. Y estas personas podían propiciar estos cambios por su cuenta.

* Derretirse, fundirse, ablandarse. (N. de la T.)

** Técnica de Extensión Energética Miofascial. (N. de la T.)

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Desde entonces, he entrenado a cientos de profesionales de la salud y del , y entre todos hemos ayudado a cientos de miles de personas con la fisioterapia no manual. Nunca me propuse crear un método. La causa principal que me llevó a la creación del méto-do MELT puede hallarse en las vibraciones que sentía con las manos cuando era una niña.

Mi bisabuela estaba en lo cierto. Mi desgracia se ha convertido en mi mejor bendición, y me siento honrada y agradecida de poder compartirla contigo.

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¿Cuál es la verdadera causa del dolor?

Imagina que un día normal para ti consiste en que te despiertas por la mañana después de haber dormido estupendamente toda

la noche y te sientes una persona renovada, atenta y preparada para enfrentarte al nuevo día. Caminas dando brincos y sientes el cuerpo liviano y vibrante. Sonríes. Las personas comentan el buen aspecto que tienes y advierten tu inagotable energía. Las exigencias del día no te atosigan, y el estrés no te preocupa. Te resulta natural conectar con tus allegados y ser generoso con ellos, incluso con personas des-conocidas. Te sientas, te levantas y te mueves con aspecto relajado. No te molestan los pensamientos acerca de qué sensaciones notas en el cuerpo. Vives el momento presente y dices «sí» con facilidad a las experiencias nuevas.

¿Son así tus días cotidianos? Si padeces dolor, tu respuesta proba-blemente será no. Quizás no lo llames dolor. Tal vez lo llames ma-lestar, tensión, o algo que te produce una sensación incómoda. La ausencia de dolor es un componente necesario para gozar de buena salud. Es mucho más fácil vivir una vida placentera cuando te sientes bien. Puede que atribuyas el hecho de sentirte así a tu estilo de vida, edad o genes. Sin embargo, ahora ha llegado el momento de obser-

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varlo desde una perspectiva más amplia. Estoy aquí para decirte que puedes vivir sin dolor.

No quiero que tengas que desperdiciar otro día o que debas inten-tar resolver por qué sientes dolor o malestar. Voy a enseñarte cómo notarlo, abordarlo y eliminarlo. La solución es sencilla. Voy a compar-tir contigo una nueva forma de concebir el diseño del propio cuer-po y enseñarte a utilizar esa información para que nunca más tengas que volver a buscar otro remedio para el dolor. A pesar de que creas que estás haciendo la dieta adecuada, tomando el agua y los suplementos necesarios, realizando una buena rutina de ejercicios o de medita-ción, durmiendo en un colchón adecuado y tratándote con masajes terapéuticos y médicos integrativos u holísticos, todavía no has pro-bado esto. Tengo el secreto para vivir una vida sin dolor, y éste se halla en tu interior.

Con el muchísimo dinero gastado en intentar acabar con el dolor y el malestar, pensarás que a estas alturas el misterio del dolor debería estar resuelto. Sin embargo, las estadísticas muestran lo contrario. Según el National Institute of Health (NIH), el dolor afecta a un ma-yor número de estadounidenses que la diabetes, las cardiopatías y el cáncer conjuntamente. Es el principal motivo por el que las personas buscan atención médica y supone un gasto de más de cien mil millo-nes de dólares al año para la sociedad estadounidense. Según la Ame-rican Pain Society, el dolor es la segunda causa de absentismo laboral por motivos de salud, y resulta en más de cincuenta millones de días laborales perdidos al año. El NIH también afirma que uno de cada tres estadounidenses sufre alguna clase de dolor crónico o duradero, y aproximadamente dos de cada tres han vivido con este dolor durante más de cinco años. Eso significa que más de cien millones de personas en Estados Unidos todavía viven con dolor crónico y, basándome en mi práctica y experiencia, creo que esta estimación se queda corta. Y lo mismo se puede decir de otros países.

El dolor afecta a la calidad de vida en todos los aspectos. Uno de cada tres estadounidenses pierde más de veinte horas de sueño al mes a causa del dolor, según la National Sleep Foundation. No es de extrañar que el dolor y el malestar puedan provocar ansiedad, preo-

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cupación y cambios de humor. Pregunta a tus compañeros de traba-jo, amigos o familiares si padecen dolor crónico. Probablemente te sorprenderá la cantidad de personas que conoces que dedican mucho tiempo y energía preocupándose, soportando o intentando ignorar el dolor. He descubierto que muchas de las personas que invierten tiempo, energía y dinero en hacer lo «correcto» y saludable siguen experimentando dolor y malestar a diario.

Vivir una vida sin dolor es una sensación increíble. Irónicamente, re-sulta difícil apreciar de verdad lo bien que se está sin dolor a menos que se haya experimentado un dolor, molestia o malestar duradero. Conozco el dolor crónico de primera mano. Hace una década, estaba en la cumbre del éxito en mi profesión como presentadora interna-cional e instructora de y aparentaba que gozaba de una salud perfecta. Sin embargo, padecía un dolor debilitante en el pie derecho. Tenía una titulación de máster en ciencia del ejercicio físico, nume-rosos certificados en , estudios avanzados en terapia neuromus-cular y experiencia como investigadora interna de cinesiología en el New York-Presbyterian/Weill Cornell Medical Center. Pensaba que sabía todo lo que había que saber acerca del cuerpo humano y cómo permanecer activo, en buena forma y gozar de buena salud. Sin em-bargo, nadie podía ayudarme ni darme respuestas, ni siquiera de los médicos de la ciudad de Nueva York.

Apenas tenía poco más de veinte años. Mi profesión en el mundo del corría peligro, y mi calidad de vida se estaba deterioran-do. Continuamente me preguntaba a mí misma, a mis coetáneos y a mis profesores: «¿Por qué me pasa esto? ¿Qué me está provocando semejante dolor? ¿Mi cuerpo me está fallando?». Mi intento de com-prender y curar mi dolor me condujo a una respuesta inesperada: mi cuerpo no me estaba fallando, sino que estaba tratando desesperada-mente de acaparar mi atención. Entonces, no reconocía lo que hoy sé que son señales fáciles de reconocer. Tenía un amplio conocimiento

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acerca del cuerpo humano; sin embargo, la solución a mi dolor no tenía nada que ver con mis conocimientos.

A la larga, encontré terapias que me ayudaron a aliviar mi do-lor; no obstante, los métodos carecían de una explicación científica. Necesitaba entender qué era lo que estaba propiciando los cambios positivos en mi cuerpo, de modo que seguí en busca de la verdadera causa de mi dolor. Encontré investigaciones que empezaban a respon-der mis preguntas. Fue una revelación para mí. Mis preguntas tenían respuestas, y las respuestas se basaban en nuevos hallazgos científicos. Fue como si al fin hubiera roto un huevo que había estado tratando de romper durante años. Los descubrimientos y hallazgos que condu-jeron a la solución de mi dolor también dieron un giro a mi carrera profesional y me llevaron a una nueva pregunta primordial:

¿Cómo puedo llevar un estilo de vida saludable, activo y sin dolor durante el resto de mi vida?

Compartir las respuestas a esta pregunta se ha convertido en el pro-pósito de mi vida. Cuando hallé la solución a mi propio dolor, sentí la necesidad de ayudar a los demás a conseguir lo mismo. Dejé de de-dicarme a entrenar a las personas para que estuvieran en forma, para centrarme en ayudarlas a sentirse mejor. Me convertí en terapeuta manual, lo que significa que realizo intervenciones físicas con las ma-nos. En mis sesiones privadas, he tratado el dolor asociado práctica-mente a todas las enfermedades, trastornos y problemas crónicos, tanto con nombre como sin él. Ni siquiera puedo contar el número de personas que he visitado que están sometiéndose a una recuperación que les impide trabajar a jornada completa debido a dolores agudos derivados de una lesión, un parto o una operación.

Al margen de su edad, las características de su cuerpo, su nivel de actividad, sus medios económicos, su nivel de estrés, su ocupación, su condición o sus síntomas, todos mis clientes padecían dolor. Lo que me sorprendió fue que la solución tan sencilla que había descubierto para el dolor también tenía un efecto positivo en su salud general. Independientemente de su historial, el cuerpo de estas personas em-

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pezó a encontrar su propio mecanismo de curación. En lugar de tener que dejar de hacer las actividades de las que disfrutaban, mis clientes podían volver a hacer aquello que les apasionaba. Éste es uno de los aspectos más gratificantes de mi trabajo: ayudar a las personas a re-cuperar su vida.

verdadero

El secreto para vivir la vida sin dolor que te mereces estriba en abor-dar directamente la verdadera causa del dolor. Creo que el auténtico motivo por el que comenzó el dolor es un factor mucho más impor-tante que los síntomas que uno siente o el tiempo que lleva aquejado de dolor. Comprender el verdadero motivo del propio dolor afectará profundamente a la capacidad de uno mismo para resolver sus sínto-mas y lograr vivir sin dolor. Esta información –y un rodillo de espuma especial, bolas pequeñas y un poco de tiempo– representa tu camino para vivir una vida sin dolor.

En retrospectiva, me resulta fácil recordar los acontecimientos que desencadenaron mi dolor agudo. La primera –pero no la última– vez que experimenté un dolor agudo fue cuando me quemé la mano mientras hacía un pastel de ángel con mi abuela. Fue la época en la que me golpeé el dedo con un martillo, topé con una puerta de cris-tal corredera y me rompí el tobillo al caerme de un árbol. Cuando tenía dieciocho años, estampé mi furgoneta contra un árbol al virar bruscamente para evitar atropellar a un ciervo. La furgoneta quedó totalmente destrozada y tuve un traumatismo craneal considerable que lo demuestra. Me he roto numerosos dedos de la mano y el pie, y he tenido más lesiones por practicar deporte de las que puedo contar. Más recientemente, me rompí el dedo del pie al golpear sin querer la pata de una mesa de centro. Estoy segura de que tú también has ex-

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perimentado momentos así, situaciones que desearías poder revertir porque inmediatamente después de vivirlas sentiste un intenso dolor.

La causa del dolor agudo es muy sencilla. Implica un percance o traumatismo que produce una lesión aguda que se acompaña de un dolor intenso, a veces insoportable y capaz de dejarte sin habla. El sistema nervioso utiliza este dolor para llamar nuestra atención a fin de evitar que la lesión se agrave. Sin embargo, el hecho de que el dolor aparezca de manera súbita no implica que sea un dolor agudo. Se puede sentir un dolor insoportable sin que haya ocurrido ningún traumatismo.

Cuando uno sufre una lesión aguda, debería llamar a su médico inmediatamente o ir a urgencias. Después de una lesión aguda, el do-lor normalmente disminuye y se trasforma en un mensaje más sutil que nos advierte que necesitamos proteger y mantener esa zona en reposo. Por lo general, la lesión se cura, el cuerpo se recupera y la señal de dolor deja de ser necesaria. Sin embargo, cuando el propio mecanismo de curación del cuerpo no consigue eliminar del todo el dolor causado por un traumatismo agudo, éste se convierte en dolor crónico.

La molestia que parece ser más predominante y a la vez más descon-certante para las personas es el dolor crónico. Antes de que el dolor se vuelva crónico, normalmente empieza como un malestar «nor-mal», cotidiano, según lo describen las personas. Es probable que ha-yas experimentado una sensación de rigidez, dolor, dolor punzante, pesadez, sensibilidad y tirantez en alguna ocasión. Cuando estas sen-saciones se convierten en una molestia que ocurre a diario durante un período prolongado de tiempo, uno se da cuenta de que el dolor no va a desaparecer. En esta situación, sufre de dolor crónico.

Aunque la primera vez que sentí dolor crónico fue en el pie, había experimentado muchas molestias con anterioridad. No me eran aje-nas sensaciones como rigidez en las rodillas, tirantez en los hombros,

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calambres en las manos y dolor en la parte baja de la espalda. Había asumido que estos incordios cotidianos formaban parte de lo que im-plicaba estar «en forma». Me había creído el mensaje de «sin dolor no hay ganancia» y pensaba que si no sentía cierto malestar era porque no me estaba esforzando lo suficiente. Ahora, al mirar atrás, me doy cuenta de lo mucho que he malgastado mis esfuerzos en tratar de ig-norar o sobrellevar mi dolor.

Lo que creía que eran molestias normales ahora sé que eran sín-tomas previos al dolor. ¿Has tenido últimamente síntomas previos al dolor?

-pués de hacer ejercicio?

-llo o la espalda para tratar de liberar la tensión?

partes del cuerpo?

Éstos son sólo algunos de los síntomas más comunes previos al dolor. En cada uno de mis clientes que padecen dolor crónico he comproba-do que también experimentan uno o más síntomas distintos previos al dolor. Verifica si has experimentado alguna vez alguno de estos sín-tomas durante más de una semana:

-mas?

tarde?

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Muchas personas consideran que estos síntomas son normales, pero ¿qué sucede cuando se manifiestan síntomas leves de manera regular durante semanas o meses, o un síntoma previo al dolor se convierte en tres? ¿Qué ocurre entonces?

Si sientes rigidez y dolor, tienes problemas de sueño o te sientes hinchado , o si tienes más de uno de estos sín-tomas previos a la aparición de dolor, podrías tener una enfermedad, de modo que es importante que acudas al médico para que evalúe dichos síntomas persistentes y excluya la existencia de una enferme-dad subyacente. Si el médico descarta que haya una enfermedad, el tratamiento médico habitual para los síntomas persistentes consiste en medicamentos, mientras que la causa subyacente no se identifica ni se aborda. Solamente con este enfoque, el dolor crónico casi siem-pre es inevitable, y los analgésicos o las soluciones para «sobrellevar» el dolor a fin de disminuir los síntomas son la única opción médica.

Tengo una solución mejor que aborda la causa subyacente de los síntomas previos a la aparición del dolor. En mi consulta he visitado a muchos clientes que tienen múltiples síntomas que aparentemente no guardan ninguna relación entre sí. Sin embargo, cuando hemos tratado la causa subyacente con el método MELT, les he ayudado a eliminar el dolor crónico y todos sus síntomas previos a la aparición del dolor.

El aspecto más importante es que el dolor y el malestar son me-canismos que utiliza el cuerpo para intentar atraer nuestra atención a fin de que atendamos algo. Voy a ayudarte a descubrir qué es ese «algo» tuyo y a mostrarte lo fácil que es que te ocupes de él. En otras palabras, te ayudaré a que por fin te liberes de tu dolor y malestar. Tanto si el grado de dolor que sientes interfiere con tu vida o sola-mente sientes rigidez o dolores ocasionales, estoy aquí para decirte que no tienes por qué aceptar el dolor como un síntoma normal de la edad o de un estilo de vida activo. MELT te ayudará a resolver estos síntomas previos a la aparición del dolor para que puedas vivir sin dolor crónico.