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16 4. ORACIÓN Adaptamos para orar hoy las fórmulas de bendición sobre los esposos del ritual del matrimonio. Recitamos juntos: “Oh Dios, que con tu poder creaste todo de la nada, y, desde el comien- zo de la creación, hiciste al hombre a tu imagen y le diste la ayuda in- separable de la mujer, de modo que ya no fuesen dos sino una sola carne, enseñándonos que nunca será lícito separar lo que quisiste fue- ra una sola cosa. Oh Dios, que consagraste la alianza matrimonial con un gran misterio y has querido prefigurar en el Matrimonio la unión de Cristo con la Iglesia. Oh Dios, que unes la mujer al varón y otorgas a esta unión, establecida desde el principio, la única bendición que no fue abolida ni por la pena del pecado original, ni por el casgo del diluvio. Mira con bondad a todos los esposos. Envía sobre ellos la gracia del Espíritu Santo, para que tu amor derramado en sus corazones, los ha- ga permanecer fieles en la alianza conyugal. Que vivan el gozo de su mutua entrega y al verse rodeados de sus hi- jos, te den gracias y, junto con ellos, crezcan en bondad y ternura. Que en la alegría te alaben, Señor y en la tristeza te busquen; en el tra- bajo encuentren el gozo de tu ayuda y en la necesidad sientan cercano tu consuelo; que parcipen en la oración de tu Iglesia, y den tesmonio de entre los hombres; que en su hogar cada uno vea en los otros un signo de tu presencia, y sean en verdad un solo corazón y un solo espí- ritu. Amén Podemos cantar: En el trabajo de cada día # 241 1 Un Pueblo, Que vive una gozosa experiencia de comunión CUADERNILLO SINODAL 9 El Matrimonio Signo de la Gracia, Don de Vida Eterna Bendito sea Dios, Padre de Cristo Jesús, nuestro Señor, por su gran misericordia. Al resucitar a Cristo Jesús de entre los muertos, nos dio una vida nueva y una esperanza viva. Reservaba para ustedes la herencia celestial, ese tesoro que no perece ni se echa a perder y que no se deshace con el tiempo. Y los protege el poder de Dios, por medio de la fe, con miras a la salvación que nos tiene preparada para los últimos tiempos. 1 Ped 1, 3-5

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4. ORACIÓN

Adaptamos para orar hoy las fórmulas de bendición sobre los esposos del ritual del matrimonio. Recitamos juntos: “Oh Dios, que con tu poder creaste todo de la nada, y, desde el comien-zo de la creación, hiciste al hombre a tu imagen y le diste la ayuda in-separable de la mujer, de modo que ya no fuesen dos sino una sola carne, enseñándonos que nunca será lícito separar lo que quisiste fue-ra una sola cosa. Oh Dios, que consagraste la alianza matrimonial con un gran misterio y has querido prefigurar en el Matrimonio la unión de Cristo con la Iglesia. Oh Dios, que unes la mujer al varón y otorgas a esta unión, establecida desde el principio, la única bendición que no fue abolida ni por la pena del pecado original, ni por el castigo del diluvio. Mira con bondad a todos los esposos. Envía sobre ellos la gracia del Espíritu Santo, para que tu amor derramado en sus corazones, los ha-ga permanecer fieles en la alianza conyugal. Que vivan el gozo de su mutua entrega y al verse rodeados de sus hi-jos, te den gracias y, junto con ellos, crezcan en bondad y ternura. Que en la alegría te alaben, Señor y en la tristeza te busquen; en el tra-bajo encuentren el gozo de tu ayuda y en la necesidad sientan cercano tu consuelo; que participen en la oración de tu Iglesia, y den testimonio de ti entre los hombres; que en su hogar cada uno vea en los otros un signo de tu presencia, y sean en verdad un solo corazón y un solo espí-ritu. Amén Podemos cantar: En el trabajo de cada día # 241

1

Un Pueblo,

Que vive una gozosa experiencia

de comunión

CUADERNILLO SINODAL 9

El Matrimonio

Signo de la Gracia,

Don de Vida Eterna

Bendito sea Dios, Padre de Cristo Jesús, nuestro Señor,

por su gran misericordia.

Al resucitar a Cristo Jesús de entre los muertos,

nos dio una vida nueva y una esperanza viva.

Reservaba para ustedes la herencia celestial,

ese tesoro que no perece ni se echa a perder

y que no se deshace con el tiempo.

Y los protege el poder de Dios,

por medio de la fe,

con miras a la salvación

que nos tiene preparada para los últimos tiempos.

1 Ped 1, 3-5

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PRESENTACIÓN

El Catecismo de la Iglesia Católica culmina la segunda parte,

dedicada a la celebración del misterio cristiano, con la presenta-

ción del sacramento del matrimonio a la que sigue un capítulo

sobre los “sacramentales” y las “exequias”. Nosotros seguimos

ese mismo orden: Recordaremos cómo el matrimonio es “signo

de la gracia y don de vida eterna”, de una vida que ya está pre-

sente en la Iglesia y, muy concretamente en la familia, Iglesia do-

méstica.

Muy brevemente miraremos esos otros signos sagrados “con los

que la Iglesia nos invita a santificar diversas circunstancias de la

vida y, más brevemente todavía, volveremos a considerar lo que

ya aparecía en el cuadernillo 3: caminar en la esperanza es cami-

nar en oración constante y confiada.

Los datos de la encuesta previa al Sínodo subrayan la urgencia

de afrontar una realidad- la del matrimonio y la familia- que nos

inquieta. La encrucijada reflejada en esa encuesta nos lleva a po-

nernos a la escucha atenta del proyecto de Dios y a proponer ca-

minos que, con alegría y eficacia, hagan visible que estamos lla-

mados a una gozosa experiencia de amor y de libertad. Esta será

la parte inicial y más amplia de este cuadernillo.

Hemos de prestar atención para que el “ver” una realidad que

nos afecta intensamente no nos ocupe demasiado tiempo y nos

impida acoger la Palabra del Señor y su eco en la reflexión de la

Iglesia. Casi más que en los otros cuadernillos hemos de ocupar-

nos en compartir propuestas

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3. EN CAMINO

(Actuar: Nuestras Propuestas)

a) Somos un Pueblo que celebra una gozosa experiencia de saberse amado, agraciado y que por eso da gracias por Cristo, con Él y en Él. Este cuadernillo nos ha ayudado a dar gracias porque mujeres y varo-nes somos imagen y semejanza de Dios que ama y da vida. Damos gra-cias por el sacramento del matrimonio y recogemos ahora las propues-tas que nos permitan celebrarlo con autenticidad:

1. ¿Cómo conocer la realidad de las familias de nuestro entorno?

2. ¿Cómo hacer para atender a las familias con dificultades?

3. ¿Es adecuada la acogida y acompañamiento de las personas que desean celebrar el matrimonio?

4. ¿Conocemos materiales formativos en la afectividad y sexualidad para las familias? ¿¿Hay un acompañamiento adecuado de adolescen-tes y jóvenes para que puedan discernir su vocación y la elección de su estado de vida?

5. ¿Cómo prevenir la maternidad en la adolescencia? ¿Cómo acom-pañar a madres solteras especialmente a “niñas” madres?

6. ¿Cómo invitar a “celebrar” el sacramento del matrimonio a pare-jas de hecho? b) Con el catecismo hemos hecho mención de la oración en el momen-to de las exequias y en cada hora.

1. ¿Cómo cuidar ese momento para que sea evangelizador? ¿Cómo acompañar y consolar?

2. ¿Cómo conocer y utilizar diversidad de oraciones y bendiciones?

3. ¿Cómo orientar la oración en cada familia?

4. ¿Hay ocasiones de celebrar Laudes y Vísperas en las comunidades y parroquias?

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resucitará en la gloria (cf 1 Co 15,42-44). Esta ofrenda es plena-mente celebrada en el Sacrificio eucarístico; las bendiciones que preceden y que siguen son sacramentales. CIC 1683

Entre nosotros hay diversidad de prácticas y tradiciones en velorios y entierros. Algunas expresan profunda fe y fraternidad; otras deforman la solidaridad y la fe. ¿Cómo anunciar esperanza y fe? ¿Cómo ayudar a crecer en la fe y el amor? Hagamos nuestras propuestas.

13.- Y cada día. Cada momento alabamos su nombre. En el cuadernillo 3 tuvimos posibilidad de hacer propuestas para que el proceso de iniciación cristiana sea ocasión de enseñar a gustar la oración. Una oración que, como recordábamos también en el cuader-nillo 7, es respuesta gozosa a la acción de Dios que nos ha amado pri-mero y nos lleva a decir: Abba, Padre. Desde la libertad y con alegría, la Iglesia, especialmente en la expe-riencia de los monasterios, ha ido ritmando con la oración la tarea y el descanso de cada día. En la exhortación del Papa después del Sínodo sobre la Palabra de Dios- Verbum Domini- leemos esta propuesta que nos sirve para cerrar nuestra lectura y para comenzar la tarea de hacer las nuestras:

Entre las formas de oración que exaltan la Sagrada Escritura se encuentra sin duda la Liturgia de las Horas... Se ha de recordar ante todo la profunda dignidad teológica y eclesial de esta ora-ción. En efecto, «en la Liturgia de las Horas, la Iglesia, desempe-ñando la función sacerdotal de Cristo, su cabeza, ofrece a Dios sin interrupción el sacrificio de alabanza, es decir, el fruto de unos labios que profesan su nombre...En la Liturgia de las Horas, como oración pública de la Iglesia, se manifiesta el ideal cris-tiano de santificar todo el día, al compás de la escucha de la Pa-labra de Dios y de la recitación de los salmos, de manera que toda actividad tenga su punto de referencia en la alabanza ofre-cida a Dios…

El Sínodo ha manifestado el deseo de que se difunda más en el Pueblo de Dios este tipo de oración, especialmente la recitación de Laudes y Vísperas…VD 62

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1. ENCRUCIJADA

(Mirar la realidad)

1. La familia Arenas- del Monte ha construido un ho-gar muy cristiano. A pesar de las dificultades que tienen, como toda familia, nunca dejan de agradecer a Dios todos los beneficios recibi-dos. Además, celebran juntos la eucaristía, se reúnen en comunidades, los hijos colaboran en la parroquia, están comprometidos en la pastoral social, participan en las reuniones de la escuela y del patronato y, de esa manera, son en el barrio un testimonio de vida y de alegría que anima a los de-más a conocer y perseverar en la fe y en la Iglesia.

2. Waldo tiene 34 años, se conoció con Asunción hace 14 y decidieron

vivir juntos sin casarse, ni por lo civil ni por la Iglesia. Ahora re-sulta que Waldo colabora en pastoral vocacional y quiere recibir la comunión pero sabe que algo le impide dar un buen testimo-nio. Él desea casarse, pero Asunción le dice que para qué. Ha ido a hablar con el párroco y resulta que también se encontró con otra señora que le sucede casi lo mismo.

3. Una pareja, que hace más de 32 años viven juntos, desean celebrar

el sacramento del matrimonio, pero encuentran la dificultad que el varón cuando tenía diecisiete años embarazó a una muchacha y se casaron por la Iglesia. Antes de nacer el niño ya tuvieron problemas y un año después se divorciaron. Cuando él tenía 25 años conoció a su actual esposa y decidieron casarse. Ella parti-cipaba muy activamente en la parroquia pero, con gran dolor, aceptó casarse solo por lo civil porque él ya estaba casado. Par-ticipan en comunidades, no faltan a la eucaristía pero no comul-gan. El párroco les ha preguntado por qué no comulgan y le han contado su historia. El padre les ha dicho que hay motivos para pensar que, dada la edad y el embarazo, no había la libertad y madurez necesarias para hacer un matrimonio válido y les ha explicado que él debe ir al obispado para que se pueda hacer un proceso de discernimiento y declarar si el matrimonio fue válido o nulo.

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5. ¡Apurate, mujer! ¡ A mí no me estés gritando, oíste! Gritos y pala-bras fuertes son la “música” que se escucha en la casa de Félix y Maritza. Parece una guerra permanente que llega hasta los gol-pes. Discuten por cualquier cosa, hasta por lo más mínimo y sin sentido. ¡Mejor no me hubiera casado con vos! Es el reproche permanente de uno y otra. Ella llora muchas veces. Sus noches son lo más aterrador. Él ya no quiere seguir, ella ya no quiere luchar, aunque, a veces, uno y otro dicen que sí se quieren y que no quieren que los hijos sufran. Los hijos son testigos de todas las peleas y también entre ellos y con los padres surgen discusiones, malas palabras y violencia.

6. ¿Por qué tanta cosa le ponen a uno para casarse, padre? Por qué

tantas trabas? Mejor me voy a otra parte, yo no sé por qué la Iglesia le complica tanto las cosas a uno cuando se quiere casar y si uno no se casa, están diciéndole que se case ¡qué barbaridad! Así decía Nicanor cuando hablaba con el sacerdote para su bo-da. Hasta las tarjetas de invitación y todo tenían listo y pensa-ban que solo era de llegar y decir: Nos queremos casar. El Padre les explico cómo es el asunto y por más que lo volvía a decir ellos no comprendían.

7. Andrés desea casarse con Hortensia que se congrega en la iglesia

Luz y Alegría y que dice que pueden vivir juntos sin ir a la católi-ca pero que si se casa por la católica será por complacerlo él, pero nada más. Que el vaya a su iglesia y ella irá siempre a la de su familia. Andrés no sabe qué hacer.

Dialoguemos

1- ¿Se vive alguna experiencia parecida a la de estas historias?

2.- Recordemos algunos datos de la encuesta:

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Entre los sacramentales figuran en primer lugar las bendicio-nes (de personas, de la mesa, de objetos, de lugares). Toda bendición es alabanza de Dios y oración para obtener sus dones. En Cristo, los cristianos son bendecidos por Dios Pa-dre "con toda clase de bendiciones espirituales" (Ef 1,3). Por eso la Iglesia da la bendición invocando el nombre de Jesús y haciendo habitualmente la señal santa de la cruz de Cristo.

Ciertas bendiciones tienen un alcance permanente: su efecto es consagrar personas a Dios y reservar para el uso litúrgico objetos y lugares. Entre las que están destinadas a personas —que no se han de confundir con la ordenación sacramen-tal— figuran la bendición del abad o de la abadesa de un monasterio, la consagración de vírgenes y de viudas, el rito de la profesión religiosa y las bendiciones para ciertos minis-terios de la Iglesia (lectores, acólitos, catequistas, etc.). Co-mo ejemplo de las que se refieren a objetos, se puede seña-lar la dedicación o bendición de una iglesia o de un altar, la bendición de los santos óleos, de los vasos y ornamentos sagrados, de las campanas, etc. CIC 1671-1674

12.- En la vida y en la muerte somos del Señor

Junto al cuerpo sin vida de un hermano encendemos el Cirio Pascual y, antes de dar sepultura a su cuerpo, derramamos agua bendita, memo-ria del bautismo que nos consagró de modo que en la vida y en la muerte seamos del Señor.

El día de la muerte inaugura para el cristiano, al término de su vida sacramental, la plenitud de su nuevo nacimiento comenza-do en el Bautismo, la "semejanza" definitiva a "imagen del Hijo", conferida por la Unción del Espíritu Santo y la participación en el Banquete del Reino anticipado en la Eucaristía, aunque pueda todavía necesitar últimas purificaciones para revestirse de la túnica nupcial. CIC 1682

La Iglesia que, como Madre, ha llevado sacramentalmente en su seno al cristiano durante su peregrinación terrena, lo acompaña al término de su caminar para entregarlo "en las manos del Pa-dre". La Iglesia ofrece al Padre, en Cristo, al hijo de su gracia, y deposita en la tierra, con esperanza, el germen del cuerpo que

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La caridad conyugal, que brota de la caridad misma de Cristo, ofrecida por medio del Sacramento, hace a los cónyuges cristia-nos testigos de una sociabilidad nueva, inspirada por el Evange-lio y por el Misterio pascual. La dimensión natural de su amor es constantemente purificada, consolidada y elevada por la gracia sacramental. De esta manera, los cónyuges cristianos, además de ayudarse recíprocamente en el camino de la santificación, son en el mundo signo e instrumento de la caridad de Cristo... . CDSI 220

Y Aparecida hace una larga lista de propuestas para la acción que vie-ne bien que consultemos para formular las nuestras: DA 437

11.- Bendecir y bien hacer

Como indicábamos en la presentación, el Catecismo, después de reco-ger la fe de la Iglesia sobre los sacramentos, habla de “sacramentales” recogiendo lo dicho por el Concilio: La Santa Madre Iglesia instituyó, además, los sacramentales. Estos son signos sagrados con los que, imi-tando de alguna manera a los sacramentos, se expresan efectos, sobre todo espirituales, obtenidos por la intercesión de la Iglesia. Por ellos, los hombres se disponen a recibir el efecto principal de los sacramentos y se santifican las diversas circunstancias de la vida" SC 60

Y con el catecismo recordamos:

Los sacramentales proceden del sacerdocio bautismal: todo bautizado es llamado a ser una "bendición".

Los sacramentales no confieren la gracia del Espíritu Santo a la manera de los sacramentos, pero por la oración de la Igle-sia preparan a recibirla y disponen a cooperar con ella. "

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2. BRÚJULA Y MAPA (Juzgar:

Conocer la enseñanza de la Iglesia)

1.- Matrimonio: un mismo nombre para diversas realidades.

Hoy es frecuente la discusión sobre el “matrimonio” de parejas del mismo sexo pero de siempre, se ha discutido sobre el “matrimonio civil” y su posibilidad de disolución, del “matrimonio de hecho”, “matrimonio de conveniencia”, “matrimonio a prueba”… Sabemos cómo los pastores de la Iglesia han intervenido una y otra vez para defender que solo se puede hablar de matrimonio para referirse a la unión de una mujer y un varón, unidos en fidelidad perpetua, libre, abierta a la vida y comprometida en la construcción de una familia.

2.- Cuidamos, defendemos, pensamos sobre el matrimonio.

Recordemos a qué llamamos “matrimonio” y qué características ha de tener la unión de dos personas para que como Pueblo de Dios, como Iglesia, podamos reconocer en esa realidad un sacramento, el sacra-mento del matrimonio:

1.- Se trata de la unión de una mujer y un varón, imagen y semejanza de Dios, iguales en su dignidad y diversidad. 2.- Realizada en libertad, sin imposición, amenazas, necesidad, igno-rancia, inmadurez, engaño… 3. Una unión en fidelidad y exclusividad, para siempre, comprometida en el cariño y cuidado mutuo. 4.- En una entrega de ambos total e íntegra; de espíritu y cuerpo, que hace de los dos “una sola carne”; entrega abierta a la vida, a la fecun-didad, al cuidado compartido de los hijos, a la construcción de una fa-milia. Solamente hablamos de matrimonio para referirnos a esa realidad y en ella reconocemos el proyecto de Dios que, desde el principio, invita al ser humano a encontrar ahí su felicidad. A pesar del pecado, del co-razón duro de cada persona y del pecado “estructural” que falsea y degenera a la humanidad; a pesar de todo, Dios sigue llamando y ha-ciendo posible, por su gracia, ese proyecto de amor, de libertad, de vida y de felicidad.

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3.- Celebramos el matrimonio Los discípulos, bautizados en Cristo, incorporados a Él y transformados por su Espíritu, “celebramos” el matrimonio. Es decir: reconocemos como misterio grande esa realidad que hemos llamado matrimonio. Desde la fe reconocemos como don de Dios el ser mujer y varón; el llegar a ser varón y mujer que dejan la casa del padre y la madre; el hacerse humanos en el salir de sí, en el deseo, la unión, la entrega del uno al otro; el hacerse “divinos” que trasmiten vida. Reconocemos esa realidad como proyecto de Dios que, “desde el principio”, genera hu-manidad y plenitud en cada humano. Reconocemos la diversidad de formas que esa realidad matrimonial ha sido vivida en tiempos y cultu-ras. No olvidamos, tampoco, las deformaciones que ha sufrido por la “dureza del corazón”.

Reconocemos, no olvidamos y celebramos. Es decir: nos asombramos, confiamos, damos gracias, nos alegramos y compartimos alegría por-que el Dios fiel ha entregado a su Hijo como esposo para su Iglesia; porque su Espíritu trasforma el corazón de piedra y nos hace capaces de amar; porque nos hace signos de su amor; porque hace de cada una de nuestras familias una iglesia, primera base de su Pueblo.

Nos lo recuerdan el Catecismo y el Compendio de Doctrina Social de

la Iglesia.

El Matrimonio cristiano viene a ser por su parte signo eficaz,

sacramento de la alianza de Cristo y de la Iglesia. Puesto que es

signo y comunicación de la gracia, el matrimonio entre bautiza-dos es un verdadero sacramento de la Nueva Alianza CIC 1617

Los bautizados, por institución de Cristo, viven la realidad huma-

na y original del matrimonio, en la forma sobrenatural del sacra-mento, signo e instrumento de Gracia. CDSI 216

4.- Signo e instrumento de Gracia

Al hablar del “sacramento” del matrimonio reconocemos, como en todos los sacramentos, que esta realidad visible -el matrimonio-es signo y comunicación de gracia; memoria de la entrega de Cristo, pre-sencia de su amor y su gracia, anuncio de las bodas del Cordero. Ap 19. Y que lo es así por don y voluntad de Cristo.

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Reconocer la nulidad de un matrimonio no es disolver un matrimonio como lo hace la ley civil y como hacen algunos católicos. Recordamos cómo el Catecismo de la Iglesia Católica recoge su enseñanza perma-nente:

1651 Respecto a los cristianos que viven en esta situación y que con frecuencia conservan la fe y desean educar cristianamente a sus hijos, los sacerdotes y toda la comunidad deben dar prueba de una atenta solicitud, a fin de que aquellos no se consideren como separados de la Iglesia, de cuya vida pueden y deben parti-cipar en cuanto bautizados: «Exhórteseles a escuchar la Palabra de Dios, a frecuentar el sa-crificio de la misa, a perseverar en la oración, a incrementar las obras de caridad y las iniciativas de la comunidad en favor de la justicia, a educar sus hijos en la fe cristiana, a cultivar el espíritu y las obras de penitencia para implorar de este modo, día a día, la gracia de Dios» (FC 84).

10.- Orar y actuar Hemos recordado cómo cada sacramento es memoria de Cristo, pre-sencia de su gracia, anuncio y anticipación de la plenitud de su amor. Por eso, todo sacramento es oración y tarea. Bendición y compromiso de bendecir y de bien hacer, de ser bienhechores en nuestro mundo. El Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia recuerda esa tarea a realizar en el matrimonio y la familia:

El sacramento del matrimonio asume la realidad humana del amor conyugal con todas las implicaciones y « capacita y com-promete a los esposos y a los padres cristianos a vivir su voca-ción de laicos, y, por consiguiente, a “buscar el Reino de Dios gestionando los asuntos temporales y ordenándolos según Dios”». Íntimamente unida a la Iglesia por el vínculo sacramen-tal que la hace Iglesia doméstica o pequeña Iglesia, la familia cristiana está llamada « a ser signo de unidad para el mundo y a ejercer de ese modo su función profética, dando testimonio del Reino y de la paz de Cristo, hacia el cual el mundo entero está en camino ».

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8.- Acompañar y comprometerse

Vivir el matrimonio es aventura linda y difícil. El ser tan diversos mujer y varón; el ser tan distinto el proceso de hacerse persona en cada uno, las heridas que cada uno lleva, las influencias de estilos y propuestas de vida tan lejanas de la llamada a un amor como el de Cristo, la dure-za de corazón y el pecado en el que cada uno caemos hacen que la vivencia del matrimonio sea un continuo reto y una llamada perma-nente a ejercitar el arte de amar. Es tarea de todo el Pueblo de Dios el comprometerse en esa tarea que es responsabilidad de cada pareja pero compartida por todos los que nos decimos Iglesia, sacramento de salvación y vida en el mundo.

En cada familia, iglesia doméstica, en toda la comunidad ha de estar siempre presente la oración confiada al Padre de Nuestro Señor Jesu-cristo que por su misericordia derrama su Espíritu de amor sobre no-sotros.

9.- También en el fracaso. La aventura linda y difícil puede naufragar y esto genera dolor en los miembros de la familia y en la comunidad. En medio del dolor y el fra-caso sigue presente la gracia y el amor de Dios . La Iglesia, que es sa-cramento fundamental de ese amor, ha de estar cercana a las perso-nas especialmente a las que más sufren, a las que injustamente son víctimas de injusticia y desamor. ¿Preparamos personas, servicios, medios para esta tarea? Ante la realidad del fracaso, la primera tarea es revisar si lo que se ha hundido es un auténtico matrimonio o solo era apariencia. Discernir la validez o nulidad de un proyecto matrimonial es tarea previa a la cele-bración pero también posterior a la experiencia del fracaso.

En ocasiones- y desgraciadamente con frecuencia- se ha de reconocer la nulidad de un matrimonio. Es decir, reconocer su no existencia. No se anula sino que se reconoce que no existió, a pesar de todas las apa-riencias y del cumplimiento de las formas del mismo. Esa tarea de dis-cernir se realiza en la Iglesia a través de tribunales instituidos en diver-sos niveles y que es necesario que conozcamos y apoyemos en su ta-rea.

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¿Reconocemos esto porque Jesús estuvo en una boda en Caná de Gali-lea? No. En el relato de esa boda el Evangelio de Juan nos invita a des-cubrir una señal de la alianza nueva de Dios con su Pueblo, de la alian-za definitiva que llena de alegría renovada a todos los pueblos. En esa narración se hace proclamación de lo que leemos en la carta a los Efe-sios: Cristo amó a su Iglesia y se entregó a sí mismo por ella. Ef 5,21-33

De esa entrega es signo el matrimonio. Decir esto tiene una conse-cuencia bien importante: Si no hay “matrimonio” no hay signo, no hay sacramento. De un modo semejante a como decimos que si no hay pan y vino compartidos no hay eucaristía, que si no hay agua derrama-da no hay bautismo, decimos: si no hay matrimonio no hay sacramen-to del matrimonio.

5.- Discernir el signo

No cualquier unión de varón y mujer puede ser “signo” e instrumento de gracia. Sólo un bautizado en Cristo puede significar y participar el misterio de unidad y amor fecundo entre Cristo y la Iglesia. De ahí que se haga necesario verificar el bautismo recibido y el bautismo vivido. Para testimoniar el bautismo recibido puede ser necesario una “boleta”, para contrastar la vida generada por ese bautismo será ne-cesario una acogida y diálogo sobre el que hemos de hacer propues-tas en este Sínodo que den continuidad a las que ya hicimos en el cua-dernillo 3.

El dialogo y discernimiento han de tener en cuenta lo anteriormente subrayado: si no hay “matrimonio” no puede haber “sacramento”. De ahí la necesidad de verificar el proyecto de quien desea celebrar el sacramento del matrimonio y su capacidad para realizar ese proyecto sin que nada lo impida y con la madurez imprescindible para su reali-zación.

La tarea de discernir es un arte, es don, es gracia, es servicio. No es una tarea burocrática. Exige cercanía, cariño, sabiduría, tiempo. Se realiza normalmente en la “parroquia”, en la cercanía de la casa de los contrayentes. Necesitamos revisar cómo se realiza esta tarea en nues-tras parroquias y proponer pistas para su realización por personas- no solo el párroco- con capacidad e ilusión para realizar esta tarea. Por personas que acogen, acompañan y orientan a personas no que, sim-plemente, archivan papeles.

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6.- Preparar el signo

Hacemos discernimiento no como quien examina y valora desde la distancia. Al discernir nos damos cuenta del “misterio grande” que es el amor entregado, fiel, comprometido, generoso, fecundo que hace posible el matrimonio. Contemplamos ese misterio y nos preguntamos cómo hacer para que la gracia lo llegue a realizar en medio de noso-tros. Contemplamos el misterio y reconocemos nuestra realidad. En las asambleas sinodales dispondremos de datos y estadísticas precisos sobre la realidad de las “familias”; sobre los cauces de información, conocimiento y apropiación de la propia sexualidad en niños, adoles-centes y jóvenes; sobre la maternidad en niñas y adolescentes…Los datos de la encuesta pre-sinodal nos retan a dar una respuesta nueva, comprometida y urgente a una realidad profundamente herida, poco escuchada e insuficientemente atendida en la acción pastoral de las comunidades. Hemos de sugerir cauces para acercarnos más, conocer mejor la reali-dad actual de las familias que, especialmente en ámbitos populares, son mayoritariamente disfuncionales, desintegradas, en promiscuidad, discriminatorias de la mujer, marcadas por el alcoholismo, con violen-cia y abusos frecuentes, sin seguridad laboral ni económica. Hemos de sugerir cauces para intervenir en esa realidad. Cauces que impliquen a las personas que viven esa realidad y en las que hay profunda bondad, entrega, dedicación y sabiduría especialmente en las mujeres. Una realidad en la que la abundancia del pecado no aplasta la sobreabun-dancia de gracia. Unos cauces de intervención que no pueden reducirse a obligar a una serie más o menos larga de charlas. Adquirir la madurez necesaria pa-ra asumir el matrimonio, para educar y acompañar a los hijos es un proceso que comienza cuando nacemos-y que exige una atención y cuidado permanente. La familia es la primer responsable de la educa-ción. La escuela tiene un peso fundamental en ese proceso. Los proce-sos catequéticos han de acompañar y fundamentar esa madurez. Pero ¿cómo pueden realizar esa tarea las familias , las escuelas, los cate-quistas “reales” de nuestro departamento de Cortés?

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Sin ese proceso de maduración no es posible optar con libertad por el matrimonio ni tampoco por el celibato, ni por la consagración en casti-dad perpetua, ni por una soltería comprometida y viva. Anotemos los retos que esto supone para concretar propuestas.

7.- Acompañar para significar

La pareja que celebra el matrimonio son los “ministros” del mismo. El obispo, el presbítero, el diácono o el laico que asiste al matrimonio, al igual que los testigos, no realizan el sacramento. Su presencia es nece-saria para que el compromiso matrimonial sea celebración de y para el Pueblo de Dios. Los modos de esa presencia pueden ser diversos y se-rá necesario tenerlo en cuenta para poder celebrar el matrimonio en muchas parejas que lo están viviendo pero que encuentran dificultad para celebrarlo cuando solo se les propone el modo más frecuente y común. La pareja que celebra el matrimonio, celebra y es un sacramento. Es permanentemente, en su amor, un signo y una presencia de gracia en el mundo. Un signo y presencia, en primer lugar, para los hijos que su amor fecundo engendrará o acogerá. Una presencia de gracia por la que ora toda la comunidad el día de la celebración.

Acuérdate Señor de tus hijos, que en Cristo hoy han fundado una nueva familia, iglesia doméstica y sacramento de tu amor, y concédeles que la gracia de este día se prolongue a lo largo de toda su vida.

Orar así nos compromete a todo el Pueblo de Dios, especialmente a los ministros ordenados, para cuidar, animar, respetar y hasta venerar esa realidad del matrimonio. De un modo semejante a como recono-cemos la presencia permanente del Señor en el pan transustanciado en su Cuerpo, hemos de reconocer la presencia permanente, sacra-mental, del amor de Dios en los esposos y en la familia.