EL MALPARIDO -NOVELA EN VERSIÓN DIGITAL GRATUITA-

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EL MALPARIDO -VERSIÓN DIGITAL GRATUITA- | 1 EL MALPARIDO Por Iten Mario Mendoza Camacho MCMLXXXVIII ISBN.: 978-607-00-8468-3.

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EL

MALPARIDO

Por

Iten Mario Mendoza Camacho MCMLXXXVIII

ISBN.: 978-607-00-8468-3.

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Sonaba alegre la marimba y el sabor de la caña hacia juego en la cantina; de pie en la barra, Don Juan

José bebía su aguardiente como casi todas las noches lo hacía, en la misma actitud, pensativo y ausente.

Ésa noche era especial y negra en su recuerdo, el baile de la Candelaria, aquélla feria donde veinte años

atrás toda su vida cambiara. Esa música, la misma música, que hacía más amargo el recuerdo; tanto que

a boca de botella empezó a tomar.

Ya ándese Don Juan José -Le dijo el cantinero- Mire que ya es muy tarde, ya está muy bebido, se lo digo

con respeto, váyase y descanse.

El hombre siempre vestido con un viejo y descolorido traje de charro azul sin botones pareció no

escuchar, Aunque maltrecho no solo por su nombre e historia todos le conocían en la región; si bien el

abandono de su persona lo hacía prácticamente un pordiosero, se le notaba en lo que le quedaba de pinta

y su mirada que no era de mala cuna.

Al bajar la vista hacia su vaso oyó pasos en la entrada de la cantina, como si le clavaran un puñal en la

nuca volteó de inmediato para encontrarse con un hombre joven que sin más echó mano a su revolver.

Él sabía la respuesta, aunque borracho saco igual o más rápido aquella bella pistola escuadra calibre

cuarenta y cinco que siempre cargaba en la cintura, aquélla que su padre le dejó, la cual trajo con gran

orgullo de una guerra muy lejana en la que sirvió de joven, obsequió de un oficial de ejercito extranjero

por salvarle la vida en tierra de las Valkirias le contaba, en donde la neblina se volvía amarilla y

enloquecía a los hombres, dejándolos rabiosos, ciegos o muertos.

Todo indicaba que sería un duelo sin palabras, fulminante como el rayo, cuando casi los tiros estallaban,

aquel joven gritó con una mezcla de rabia y orgullo: ¡Yo soy el malparido!

Enseguida se oyeron dos tiros como gemelos.

En ése momento Don Juan José recordó, al tiempo que sus ojos se agrandaban y una leve sonrisa de alivio

se dibujaba en su rostro; recordó donde nació, aquella vieja casona, la casa grande de la Hacienda de

Santa Rita, recordó como su padre una fría madrugada de gallos por una apuesta que a una mujer casada

encerraba la vida perdió, de cómo su madre le lloraba, de cómo a los diez años ya era el patrón.

Juanjo ¡No seas bruto! Bájate de ese animal –Gritaba Doña Adelita angustiada al ver a su hijo haciendo

un baile con la muerte en el lomo de aquel corcel árabe indómito, casi morado de su negro esplendor-

No se asuste madre, éste caballo es pa’ mí, como la pistola que mi padre me dejó –Orgulloso contestó

Juan José-

Te dejó también lo vanidoso y terco muchacho atrabancado –Dijo la mujer de rostro cándido en un tono

de complacencia mal disimulada-

No se enoje Doñita –Intercedió uno de los caporales- Solo nos estamos divirtiendo un rato, es que pa´ los

caballos sin domar mi patrón es mero bueno.

Y pa´ las potrancas también –Dijo otro-

¡Bueno, bueno, ya basta de bulla! –Ordenó con una sonrisa la matriarca- Es mucho relajo y poco trabajo

¡Órale señores, a trabajar!

Como Usted ordene madre –Acató Juan José- ¡Nicasio! Cuídame bien a éste caballo, que de hoy en

adelante será el único que montaré, trátalo como si fuera un príncipe ¡Me gusta! Así te llamarás –Dijo

mientras acariciaba al bello animal- ¡Príncipe!

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La tarde caía en aquella casona, mientras Doña Adelita tejía en su mecedora como todas las tardes, en el

amplio corredor adornado de bellos rosales que en otros tiempos ella sembró; la tristeza de la viudez no

la dejaba, muy a menudo su vista se le oscurecía escondiéndose en el recuerdo y es que a pesar del

sufrimiento que Don Juan Esteban le causaba por sus vicios y mal carácter, fue y siempre sería el amor de

su vida; sus ojos chispeaban luminosos al contar como él le habló de amores, qué pinta de charro – Decía

ella con veneración- Siempre que contaba sus anécdotas a su hijo; aun cuando más de una década de su

muerte hacía, no dejaba de recordar a ése hombre, mezcla de ángel y demonio, de hombre y de niño que le

robó el corazón desde la primera mirada, desde la primera palabra.

Él era el joven amo, el hijo del gran patriarca de Santa Rita y San Ricardo, Don Juan Mario de Mendoza

y Espinosa, de ilustre abolengo e inmenso poder; Ella no desmerecía, su padre hacendado y su madre fina

virgen española emparentada con las cortes de Castilla le hacían perfecta para la descendencia

requerida; por lo que no pasó mucho tiempo y el compromiso se dio, los viejos por interés y tierras, ellos

por amor y pasión.

Tejía y recordaba las dichas de antaño, cuando ella era la Señora de toda la región, cuando su esposo era

temido y respetado, hasta el día que murió; y esa rabia, que por una bruja gitana de piel morena y baile

hipnotizante su esposo con un puñal por la espalda murió; aquellos gitanos desaparecieron para siempre,

la caravana se perdió en el olvido de los años.

La vieja hacienda ahora renacía en las manos de su Juanjo, por un momento dejo de tejer, entrelazando

sus manos y alzando su mirada hacia su retoño ¡Que orgullo sentía! Que futuro tan prometedor tenía su

sangre con ese muchacho carne de aquél hombre que adoró y recuerdo vivo de su amor.

Al sentir los ojos cálidos de su madre, Juanjo se le acercó ¿En qué piensa madre? –Preguntó con una

devota sonrisa-

¡En tu padre hijo! En como Dios me permite verlo a diario en ti –Respondió al tiempo que le acariciaba la

mejilla- ¡Que feliz y orgulloso estaría de verte!

Él la miró con agrado mientras se postraba a sus pies acomodando su cabeza en su regazo; por unos

segundos nada dijeron, cuando él alzó la mirada Doña Adelita comprendió que algo en el corazón de su

hijo había que él no decía.

Habla hijo –Alentó ella- Porqué tu aflicción, ya no ríes tanto y suspiras más, desde hace días te veo

inquieto ¿Es acaso lo que me imagino?

Por algo eres mi madre -Él murmuró- Son penas de amor madre, de unos ojos que reflejan el cielo, desde

el día que me vieron me han hecho su esclavo, los traigo clavados de día y noche y cuando en ellos no

pienso, esa sonrisa me asalta ¡Una mujer madre! Una aparición que parece no tocar el suelo cuando

camina.

¡Vaya hijo! y quién es ésa muchacha que te ha robado la calma ¿Ella te corresponde?

No me confunda más por favor -Angustiado contestó- No sé quién es, ni de dónde viene, en la iglesia la

miré ella me miró, pero ni por un segundo sus ojos me aceptaron; digna pasó ante mí, con un fino vestido

azul que con sus ojos hacia juego.

Pasó a mi lado madre, pasó por mí como un terremoto y sentí un frío que me heló el cuerpo, la lengua y el

corazón, no pude palabra decir; como un sueño se me escapó y no la volví a ver.

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¡De qué manera fuiste a caer hijo mío! –Suspiró sonriente su madre- Te has enamorado a primera vista

¡Si lo sabré Yo!

Si madre, ya mi vida no es mía, le pertenece desde ese día, desde que nací tal vez.

Te comprendo hijo -Le dijo tiernamente su madre mientras le acariciaba la mejilla- Pero quién es ésa

aparición que te ha secuestrado el alma ¡Dime hijo! Que hasta ella iré para decirle de ti; la miraré como

a una hija y le hablaré tiernamente para alentar su corazón.

No sé madre, no sé –Angustiado contestó, mientras se ponía de pie y le daba la espalda para ver a la joven

noche con brillantes de esperanza- Lo único seguro es que en baile de la Candelaria estará, eso me lo dijo

el monaguillo de la iglesia donde ella se confesó, que era la hija del nuevo jefe militar, quien recibió el

mando al General Fernández, ya ves que se dice irá de nuevo por la gubernatura.

Nosotros nada sabemos de eso, somos gente de trabajo no de política hijo, vivimos de nuestro esfuerzo no

del ajeno; cuando a tu padre le preguntaban sí era político, siempre respondía con una pícara sonrisa:

¿Qué pasó compadres? ¡Yo soy gente decente! Cuando le preguntaban reiteradamente si no había

pensado en la gubernatura siempre decía que pedía a Dios lo librara todos los días de malos

pensamientos –Dijo sonriente Doña Adelita para tratar de aliviar la ansiedad en su Juan-

No desesperes hijo, el llamado que sentiste, nunca es solista si es verdadero, te aseguro que resonó

también en el corazón de ella ¡Aunque bien supiera disimularlo! Porque en dueto es la única manera que

se puede escuchar ésa sinfonía llamada amor.

Entonces no pierdas la calma, ella estará en el baile y tú no has de faltar; te daré el traje de charro de tu

padre, el negro de botones y bordados de oro, el mismo que uso cuando me conquistó ¡Ahí estarás hijo!

Más digno y apuesto que cualquiera; si en verdad su corazón escuchó ésa melodía, no lo dudes, también

sintió el mismo temblor, también solo de ti le habla ¡Anda muchacho! Ve y descansa ya, que el baile es

mañana.

De nuevo la sonrisa iluminó el rostro de Juan José ¡Qué feliz soy madre! Mañana la veré, alistaré al

príncipe, limpiaré mi pistola y tú plancharas ese traje como si fuera para mi padre; ella me amará como

yo lo estoy haciendo ya ¡Lo sé! –Le dijo como diciéndoselo al cielo- Se quedó sonriendo largo rato,

mientras su madre se dirigía a su habitación.

Miraba cada estrella, quería gritar de emoción; como deseaba que el sol saliera y después la noche otra

vez, que ese baile comenzara; así ni cuenta se dio cuando quedó dormido; hasta que el gallo anunció la

alborada y los campesinos desfilaron a los campos.

Así se despertó, con una idea fija ¡Nicasio! Ven acá –Gritó-

Pronto aquel campesino canoso con sombrero en mano apareció ante Él

¡Alístame al príncipe! Como si la propia Virgen María fuera a montarlo –Ordenó-

Nicasio incrédulo, solo pudo entender lo grande de la ocasión y corrió hacia la caballeriza para realizar

la tarea.

¡Madre! ¡Madre! –Gritaba Juanjo presuroso por los pasillos de la casa- Alísteme ese traje que yo iré a

ver los animales al arroyo, hoy quiero terminar temprano, ya sabe Usted porque.

Anda muchacho, no comas ansias, todo saldrá bien –Le contestó su Madre-

Él dándole un beso en la frente desapareció frenético rumbo a los campos.

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Así transcurrió el día y la tarde; Juan José volvió de la jornada más temprano y más animado que nunca,

a lo lejos en el parque central del pueblo ya se oía la marimba ensayar, junto con algunos cuetes y triques,

señal de que el baile pronto comenzaría.

La feria de Candelaria era el festejo más importante del año, dándole al pueblo vida y bullicio; las noches

calladas ya no lo eran más, al menos por unos días; puestos con todo tipo de dulces y juegos hacían

divertida la velada, para los hombres, gallos y caballos no faltaban, como tampoco aquellas grandes

apuestas a los albures, donde cada año había nuevo rico y nuevo pobre, al menos un suicido o un baleado,

eso por juego, otro tanto más por los alcoholes y otro por amores.

Fue en esas mismas fiestas diez años atrás que su padre perdió la vida; ahora ya no era más recuerdo

triste, era promesa de felicidad. Juan José se apresuraba en su arreglo, rasurándose y gritando por todo.

Cada sirvienta corría por la casa como loca, no era para menos, el patrón tenía que estar radiante, era su

gran noche; mientras Doña Adelita casi lloraba de nostalgia al ver aquel fino traje de charro color negro

y oro, aquel traje que alguna vez guardó a la otra mitad de su ser, ahora serviría a la misma sangre, con

el mismo propósito, la misma ilusión: El amor.

Aunque tenía más de una década guardado estaba reluciente, solo le faltaba una planchada y listo ¡Doña

Adelita corrió a la cocina y le dijo a la sirvienta: “¡Apúrate con ese carbón Lupe!” Que espero con la

plancha en mano.

Juanjo cantando se perfumaba y checaba su pistola ¿Ya está ese traje? –Gritó fuerte y alegre-

En un tantito patrón, que su madre no quiso que nadie más lo planchara –Contestó Lupe-

Está bien, en cuanto esté me lo traes ¡Pero cuélale Lupe! No te quedes ahí pasmada -Ordenó con una

sonrisa ansiosa-

La chica fue por el traje y lo colocó en la cama de Juan José mientras él se arreglaba la camisa; volteó y

vio el traje con verdadera emoción, se lo puso y sintió como si tuviera una nueva piel, la del tigre de las

montañas.

Se presentó ante los ojos de su madre, que al verlo se hicieron claras lagunas de llanto, no pudo hablar, le

extendió los brazos y al tenerlo entre ellos dijo como quien respira por primera vez: “¡mi’jo!”

¿Por qué llora madre?

Por la alegría, eres todo un hombre, la viva imagen de tu padre –Dijo aspirando el aroma añejo del traje

que se entrelazaba con el nuevo- ¡Anda! Vete ya, que el baile está por comenzar, que Dios te bendiga hijo.

Salió Juan José montado en príncipe cabalgando hacia las luces del pueblo, hizo su entrada en el dejando

mudos a todos; era la dignidad y hombría en traje de charro.

Bajó de su caballo y caminó entre la gente que daba vueltas al parque; buscando alguna cara conocida,

se estacionó en un puestecito donde vendían jocotes y mistelas; ahí todos lo veían y él veía a todos pasar.

¡Juanjo! ¡Juanjo! –De entre la multitud se escuchó- Vio acercarse a un joven alto de tez clara y de buena

pinta, con los brazos prestos a un abrazo.

Eduardo ¡Qué pasó condenado! Qué milagro hermano, desde las carreras de caballo que no te veía, van

para tres meses ya –Reprochó Juan José-

Pues ya ves, me robé a la hija de Don Anastasio, el de la finca el porvenir –Pícaro presumió-

Si me enteré –Contestó Juanjo en tono más serio- Carmen fue la comidilla del pueblo, dicen que no le

cumpliste ¿Es verdad?

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Pues, es que ella tampoco me cumplió a mí –Replicó Eduardo mientras hacía un gesto de desaprobación-

Me pago mal, te lo digo a ti que eres como mi hermano, ella ya sabía lo que era la atención de hombre;

ahora arrepentido estoy, su padre y hermanos enfurecidos, quieren que repare una falta que otro había

cometido ya.

Pues entonces cuídate, que ellos deben andar por aquí –Advirtió Juan José-

Lo sé, pero ando en busca de Herlinda, la delgadita de la panadería ¡Ella si es ley! Hoy nos quedamos de

ver, solo por ella bajé al pueblo, así que mejor me voy, no vaya a ser las del diablo.

¡Ándale pues! Ya sabes que en la casa grande de Santa Rita tienes a un amigo, que más que amigo,

hermano. Se dieron un abrazo y Eduardo se perdió entre la multitud.

Juan José sacó unas monedas para darle al muchacho que siempre lustraba y enceraba sus botas, se

habían empolvado en el trote al pueblo, mientras el chico hacia su tarea, sacó un cigarrillo y lo prendió,

al alzar la mirada, la vio.

Ahí venia ella y de nuevo la tierra tembló adormeciéndole desde los pies hasta la lengua, mientras que un

volcán hacia erupción en su estómago ¡Es real! Dijo en su pensamiento, no fue una aparición; el mismo

frío lo invadió conforme ella se acercaba con un vestido café claro bordado de flores en vivos colores, el

pelo medio recogido y la cintura adornada con un discreto listón azul que hacia juego con sus ojos.

Decidió hablarle, dio dos pasos al frente, más al ver a un señor maduro y con porte de militar a quien

juzgó su padre creyó más apropiado presentarse en mejor y más formal ocasión.

Al pasar a su lado esos ojos azules lo arrasaron, llevándose de golpe en su primera vuelta al parque lo

que le quedaba de él; ella lo miró sin mirar, fue un segundo que duró una eternidad y volteó su mirada

con una leve sonrisa hacia donde sus pasos la llevaban.

Juan José pensó que un rayo lo había fulminado, pero salió casi de inmediato de su fascinación para

seguirla y buscar el momento adecuado, una señal, que le diera la oportunidad de hablarle y de

escucharla. Vio cómo se paraba en un pequeño kiosco donde vendían aguas frescas y nieves de sabor; se

sentó en una banca de hierro forjado de las que se había puesto en tiempos de Don Porfirio.

Sin saber nada, si era mujer soltera o comprometida, hizo acopio de fuerzas y se dirigió a la banca donde

su corazón ya estaba, pensando en la forma de presentarse ante ella y su comitiva. A unos pasos de

hacerlo, se escucharon varios disparos seguidos de gritos; atrás del kiosco una cuenta se había saldado.

Vio atónito salir de entre las sombras a Eduardo con las manos en su pecho ensangrentado; al mismo

tiempo una mujer gritó enloquecida: “¡Mi hijo, me lo han matado!” Era Nacho, primogénito de Don

Anastasio y uno de los mejores tiradores de la región, quien había caído en el duelo no sin antes herir a su

oponente.

Antes de que llegara Eduardo a los brazos de su amigo salió a sus espaldas Marcos, el menor de los Cruz,

que al ver a su hermano muerto por el enemigo, con rabia descargó su revólver en la espalda de Eduardo

quien cayó fulminado.

En el acto Juan José sacó su pistola, mientras Marcos se daba a la fuga, pero prefirió no dejar en el suelo

a su amigo ni quitar su brazo de él.

Se dio cuenta que el hombre mayor que acompañaba a su amada estaba con pistola en mano, al igual que

los cuatro jóvenes que lo escoltaban; dio la orden de perseguir al asesino y de inmediato dos de los

jóvenes corrieron tras Marcos.

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Pese a su rabia, Juan José no pudo hacer lo mismo, ella lo tenía anclado, la miró desde el suelo donde

tenía abrazado el cuerpo de su amigo, ella se acercó arrodillándose para con una mano cerrar los ojos de

Eduardo mientras con la otra le ofreció su pañuelo a Juan José casi limpiándole la mejilla ensangrentada.

No se dijeron nada, cruzaron la mirada por un momento y ella se puso de pie, se persignó y dio la media

vuelta para dar paso al hombre maduro, quien se dirigió a Juan José.

Soy el General Emilio Robles –Dijo aquél hombre- nuevo comandante de ésta zona militar; siento

presentarme en ésta circunstancia Don Juan José, pero usted es el hacendado más importante de la región

y además vecino de la partida militar, así que nos estaremos viendo con frecuencia.

Ellos –Señalando a dos los hombres jóvenes que le acompañaban- Son mis hijos y capitanes también, Luis

y Pedro; mi hija, Amalia a quien usted ya vio.

Que lamentable acontecimiento ¿Conocía usted a éste joven? –Preguntó el General-

Era como mi hermano –Contestó con impotencia Juan José –

El militar comprendió y suavizando el tono le dijo: “Lo siento mucho, por favor avise entonces a la

familia o viuda si la hay. Yo le doy mi palabra de que se hará justicia”; Sin decir más, se retiró con sus

hijos.

Juan José se incorporó y quedó inmóvil parado al lado del cuerpo de su amigo contemplándolo en

silencio; mientras algunas mujeres ya habían encendido velas en cruz para los dos cadáveres

murmurando quedo una oración.

Entonces vio el pañuelo de tenue color cielo con las iniciales “A.R” lo acercó a su nariz al tiempo que

cerraba los ojos y como una suave brisa de consuelo aspiró aquel aroma, el mismo que engalanaba el

viento cuando ella estaba cerca.

Guardó el pañuelo en la bolsa del pantalón y así terminó aquella noche en la que él suponía hablar con la

joven que lo había cautivado; aunque de forma extraña, tal vez por la tragedia, se habían dicho tanto en

esa mirada, que aun sin conocerse, sin hablarse siquiera, algo le decía que ella de su existencia y de lo

que su corazón sentía estaba enterada y bien correspondía.

Con el ánimo triste, Juan José dio el aviso a la familia de Eduardo, mientras que en la panadería a dos

cuadras del parque se oían lamentos amorosos e inconsolables de una joven que esperando quedó al

destino.

Muy entrada la noche llegó a la casa grande, en silencio, lento, como si a ningún lado fuera; para su

sorpresa su madre estaba todavía sentada en la mecedora del corredor, inmovible, esperando su regreso,

con un miedo oculto del pasado.

¿Qué pasó hijo, acaso un mal comienzo? –se adelantó a preguntar-

No madre –Contestó mientras bajaba del caballo- Con ella no pude hablar, pero la vi y me miró, por

primera vez sentí la cálida atención de su corazón, solo para mí; pero aquel con el que jugaba entre las

milpas y después juntos empezamos a cazar, aquel con el que compartí las inquietudes de la adolescencia,

ése ha muerto hoy madre ¡Ha muerto Eduardo por la mujer equivocada! –Dijo mezcla de coraje y

resentimiento-

¡Lalito! Era de esperarse –Contestó doña Adelita con verdadera tristeza en el corazón-

No madre él fue engañado y después muerto por ese engaño.

Cálmate hijo –Dijo Doña Adelita mientras se ponía de pie- Eres muy joven para entender que en verdad

fue su culpa, por no saber elegir; escoger es privilegio del hombre y el de la mujer no soltarlo jamás,

hasta su muerte. Pobre Lalo, era buen chico, iré a la capilla a rezar por su eterno descanso.

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Ya regresaba su madre de rezar y él todavía estaba inmóvil, como queriendo comprender.

Ya no te entrometas más hijo, no dejes que la sombra de la venganza empañe tu corazón; ve a descansar,

que mañana estaremos presentes con Lalito en el panteón.

Otro nuevo día se pintaba ya en el horizonte y como era costumbre, la casa grande se despertaba con

bullicio de los campesinos, peones y vaqueros desfilando a los campos.

Juan José se levantó más tarde que de costumbre, se aseó y se dirigió al comedor, donde su madre ya lo

esperaba sentada con la mesa puesta.

Buenos días madre –Dijo él- Sin más preámbulo se sentó y de inmediato Lupe le sirvió un jugo de naranja

y le dijo: “Patrón, ahí está un señor militar, que quiere hablar con usté de algo importante”.

Pásalo a la biblioteca, en un momento estoy con él –Respondió- Solo pudo darle un sorbo al vaso de jugo

y se dirigió al encuentro.

Al abrir la puerta de la biblioteca, vio al general Robles admirando un cuadro de tamaño natural de doña

Adelita, pintado en su juventud ¡Que bella mujer! Deduzco su madre –Se adelantó el militar-

Así es general, fue pintado por encargo de mi padre como regalo de bodas para ella; lo hizo alguien de la

capital, artista de renombre.

Sí, reconozco la firma –Dijo el militar mientras seguía contemplando la hermosa pintura- Espero tener el

honor de conocerla y ponerme a sus órdenes.

Vine para informarle personalmente que el asesino de su amigo ya está en manos de la justicia, Marcos

Cruz pagará por su crimen –Afirmó el general-

Mucho le agradezco la pronta acción, temía ver derramada más sangre hermana; Patricio juró vengar la

muerte de su hermano –Contestó Juan José-

Si lo sé -Repuso el general- Ya he avisado a la familia de Eduardo Camacho y están conformes de que se

haga justicia.

En eso, entró Doña Adelita con una charola servida con una jarra de limonada y bocadillos; espero no

interrumpir –Dijo- Al tiempo que dejaba la charola sobre una mesita.

Madre, le presento al general Emilio Robles.

A sus pies señora –Reverenció cortés el general- En verdad el cuadro no le hace justicia, es usted muy

bella, con todo respeto sea dicho –Aduló el general ante la mirada complaciente de Juan José-

Es usted muy amable general, no les importuno más, pero espero contar con su presencia y la de su

distinguida familia para el cumpleaños de mi hijo, el próximo sábado –Finalizó con una mirada sonriente

de madre hacia su hijo-

Me honra con la invitación, aunque no sabría por los deberes militares míos y de mis hijos si nos será

posible.

¡Nada, nada! –Insistió Doña Adelita- Por lo que sé, tiene usted hijos jóvenes y muy apuestos, están en

edad de conocer a las jóvenes del pueblo; sin mencionar a su hija, de quien ya me han hablado por ahí de

su extraordinaria belleza –Dijo mientras miraba nuevamente a Juan José-

Bien señora, ya veo que a usted nada se le puede negar, aquí estaremos -Contestó el general-

¡Bien entonces! Con su permiso, no les distraigo más de sus asuntos señores –Concluyó la matriarca al

cerrar la puerta de la biblioteca con una sonrisa-

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Juan José y el general pasaron una hora platicando de cosas relacionadas con la zona, las costumbres y

los pormenores de la gente que vivía en el pueblo; así, el general se retiró. Juan José quedó con un nudo

en el pecho de emoción ¡Ella estaría para su cumpleaños!

Buscó a su madre por toda la casa, al llegar a la capilla, gritó: “¡Madre querida!” Qué regalo más bello

me has hecho ¡Ella vendrá! Prepara todo, tiene que estar perfecto.

Lo sé hijo –Contestó en un tono que le invitaba a tranquilizar su excitación- La casa grande estará

radiante, como lo estuvo hace más de veinte años; así como me recibió a mí, la recibirá a ella.

Juan José el dio el beso acostumbrado en la frente y salió hacia el campo.

Los días pasaron y al llegar el viernes los preparativos se hacían notorios, la limpieza era escrupulosa

fuera y dentro de la casa; por la noche, la cocina tenía un ritmo frenético, grandes peroles de comida se

preparaban y las carnes se componían para ser cocinadas en la mañana siguiente.

En el comedor principal se pulían los cubiertos de plata y la bajilla Inglesa que doña Adelita guardaba

como su más valioso tesoro y recuerdo de su madre, al igual que la inmejorable mantelería española y

candelabros con incrustaciones de oro.

Por fin era sábado, al salir el sol los campesinos de manera espontánea le entonaron las mañanitas al

patrón; ese día no se trabajaba, era el día de fiesta. Juan José se levantó como un colegial emocionado; se

vistió con sus mejores ropas y salió para recibir las felicitaciones y hurras de la gente de la hacienda.

Doña Adelita no salía de la cocina y en el campo se preparaba la pista para las carreras de caballos que

darían inicio al mediodía; para seguir a la comida y un baile por la noche al que solo estaban invitadas

las mejores familias de la región. No por eso los campesinos dejarían de festejar a su manera, con fogata

y caña; contando viejas historias, entonando corridos hasta el amanecer.

Una vez recibidos los cumplidos de la gente de la hacienda, se dirigió a la cocina, donde su madre al verlo

le dio un abrazo emotivo ¡Felicitaciones hijo! Es un gran día para mí -Le dijo- Y para tu padre que en

gloria esté; espero que para tu corazón también –Profetizó con un brillo de buen deseo en los ojos-

En ese abrazo estaban cuando a lo lejos se vio a Nicasio acercarse a todo galope ¡Apúrese patrón! Que

los principales de la hacienda la Noria, Santa fe y demás ya están en la pista para las carreras; preguntan

por uste –Dijo sin bajar del caballo-

Adelántate a decirles que ya voy -Ordenó-

Se despidió de su madre y montó en príncipe rumbo a la pista que se encontraba en un claro cerca del

arroyo; al llegar, los hacendados hicieron paso a Juan José, que ni bien había bajado del caballo y ya

estaba entre una rueda de gente ansiosa por abrazarlo y felicitarlo. No era para menos, el joven

hacendado más poderoso de la región y soltero; más de uno de los presentes tenía la intención, de como

era costumbre, presentarle a una hija; juntar tierras, juntar poder.

Juan José se dirigió a la parte central de las gradas improvisadas, a lo lejos se vio un militar a caballo,

era un oficial de impecable postura, tez clara e inusuales ojos azules, quien fue directamente hacia Él.

Soy el capitán Luis Robles –Dijo- Vengo a presentarle los saludos y felicitaciones de mi general Emilio

Robles, quien se disculpa por no poder asistir a la comida, pero que estará sin falta en compañía de la

familia para el baile que ofrece usted por la noche.

De inmediato Juan José le estrechó la mano y le invitó a sentarse.

Gracias –Repuso el capitán- Si he venido antes es porque mi comisión ha terminado hoy en la mañana y

para serle franco soy un apasionado de las carreras de caballos.

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Pues bienvenido –Le contesto Juan José- Ahora correrán dos de mis caballos contra los de la finca el

Ingenio.

Los dos se quedaron callados observando los preparativos de la primera carrera, llamaba la atención lo

nervioso del palomo de Santa Rita, bailaba y relinchaba desafiante ante un tordillo más bien tímido del

Refugio.

Cuando todo estuvo listo y los caballos en la línea de salida, se oyó un disparo y los gritos de júbilo

estallaron; las bestias se pegaron a un ritmo frenético, fue solo unos pocos metros antes de la meta que el

palomo ganó por una cabeza.

Felicidades Don Juan José –Dijo el hacendado derrotado- Su caballo es muy bueno, qué le parece sí se lo

apuesto contra mi yegua fina en la próxima carrera –Desafío el hacendado-

Yo nunca apuesto Don Remigio –Contestó seco Juan José mientras regresaba a su asiento-

Porqué se molestó si no es indiscreción ¿Alguna diferencia personal con ése hombre? –Preguntó el

capitán-

No haga caso amigo, si así lo puedo llamar -Contestó Juan José– Es solo que aborrezco las apuestas,

desde que una algo muy grande y querido me quitó.

Mucho le agradezco su explicación, aunque no era necesaria; solo pensé que algún sentimiento de

enemistad había entre ustedes.

Por lo otro, claro que me puede llamar su amigo, apenas lo conozco, pero sé que es hombre de ley, del

cual me gustaría también ser amigo –Dicho mientras extendía su mano franca-

¡Pues que así sea! –Contestó Juan José mientras le estrechaba la mano-

Sin decir más, los dos voltearon la vista hacia la pista donde estaba por comenzar la segunda carrera; la

cual ganó la yegua fina del Refugio.

Las hurras no se hicieron esperar y en el alboroto se hizo un claro entre los campesinos y los machetes

relucieron.

Juan José dio un brinco tan grande que de dos pasos llego a la escena; ¡Qué pasa aquí! -Gritó furioso a

su campesino-

El otro con machete en mano se hizo a un lado, intimidado por la autoridad del patrón.

Pos éste indio que apostó y ahora no quiere pagar patrón –Contestó el campesino lleno de razón-

¿Qué no te das cuenta? Sí lo matas, por unos pesos tendrás que huir o si te mata tus hijos quedaran

desamparados – Reprochó Juan José-

Y tú ¿Por qué no pagas? Si apostaste y perdiste cabalmente –Preguntó al otro-

Perdone su mercé -Contestó el campesino encorvado con franco arrepentimiento y desesperación al

tiempo que dejaba caer su machete- Pero es que no tengo dinero y mi´jo se está muriendo; aposté pal´

siñor dotor.

De cuanto fue la apuesta –Preguntó Juan José-

De diez pesos patrón -Respondió el ganador-

Aquí tienes tus diez pesos vete tranquilo -Le ordenó-

Y Tú –Dirigiéndose al otro– Recuerda siempre: “El que por necesidad apuesta, por obligación pierde” Ve

con Nicasio y dile que te apunte veinte pesos, diez de tu deuda pagada y diez que te doy para el doctor.

¡Gracias patrón! –Dijo el campesino en verdad agradecido–

No me lo agradezcas –Replicó Juan José- Con tu trabajo lo has de pagar; bueno éste asunto termino,

¡Todos a volar! –Ordenó- y como si nada hubiere pasado, la marimba empezó a sonar y la gente principal

se dirigió a la casa grande para el banquete mientras los campesinos se quedaban en el lugar de las

carreras para seguir con la celebración a su manera.

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Bueno mi amigo –Refiriéndose al capitán – Usted me acompaña a tomar una copita antes de comer, solo

para abrir el apetito.

¡Por supuesto! Y dime Juan, si mi calidad de amigo me permite llamarte así

¡Juanjo es mejor mi buen Luis! -Interrumpió con una sonrisa Juan José–

¡Bien! Dime Juanjo ¿Hay muchachas lindas por aquí? ¿Alguna que puedas presentarme para el baile de

la noche?

Juan José se quedó pensativo y sonrió pícaramente.

Llegará una mi amigo–Le contestó- Es la mujer más bella que jamás mis ojos han visto; pero créeme, a ti

no te interesaría –El capitán quedó intrigado –

¡Ni hablar! Sí tú ya te ha fijado en ella, para mí ya no existe, más que como a una hermana si algún día tu

esposa llegara a ser.

¡Así es y así será mi Luis! –Sonrió más pícaro Juan José-

Pero dime como se llama, aunque de seguro no la he visto; digo, para saber –Reprochó curioso Luis-

En su momento lo sabrás –Contestó Juanjo –

Y espero en dios que cuando este llegue seas mi aliado para que sepa de mi amor, porque tiene un padre

y hermanos de armas tomar mi buen Luis ¡Jajajaja! –Sonrieron en complicidad masculina-

Bueno, vamos ya que la mesa ha de estar puesta, además, tenemos pendiente es copita –Desvió el tema

Juan José-

Vamos pues –Contestó Luis- Que lástima que mi hermano Pedro no éste aquí, fue comisionado como jefe

de la partida que se envió al pueblo vecino para capturar a una banda de salteadores; de seguro serán

amigos también. Juan José sonrío mientras montaban y se dirigían a la casa grande.

Los dos amigos llegaron a la casa grande y entraron entre hurras y vivas; pasaron al comedor donde se

sirvió de entrada una crema de elote hecha con la receta familiar y los mejores granos que daba la

hacienda; como plato fuerte un exquisito guisado de carne de venado.

Por su puesto no podían faltar las tortillas recién preparadas a mano, de la cuales no quedo ni una a

diferencia del pan francés traído directamente de la capital del Estado para la ocasión.

Después del festín, las señoras se retiraron a tomar el té, aunque muchas prefirieron el café chiapaneco

con unas deliciosas pastas; mientras tanto, Juan José se vio en la obligación de atender a los señores en

la biblioteca con coñac y puro; eso es para el que era muy refinado, para el que no, simplemente ron y

cigarro sin filtro.

En realidad oía pero no escuchaba, su impaciencia crecía conforme los minutos avanzaban, como quería

que la noche llegara, que el baile diera comienzo y que las estrellas dibujaran una diadema en el pelo de

la mujer esperada.

Así pasaron las horas, caída la tarde se retiró el último invitado con su esposa; y es que todos tenían que

regresar a las ocho en punto de la noche para el esperado baile, eso sí, de rigurosa etiqueta, aunque

siempre era bien visto un traje de gala militar o charro.

Cansado por la excitación del día, Juan José decidió dar una caminata en los alrededores de la casa

grande; caminó lentamente, observando todo, como si fuese la primera vez que viera los árboles, las flores

y los senderos que conocía desde niño; se detuvo en un pequeño riachuelo, junto a las rocas donde jugaba

a las escondidas, prendió un cigarro y soltó un largo suspiro; recordó muchos episodios de su vida, como

si supiera que una nueva pronto empezaría.

En ése momento supo que su adolescencia se había ido por completo, que el hombre con todas sus

pasiones y necesidades había despertado. Así le asaltó la noche, y con ella de nuevo su ansiedad; regresó

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presuroso a la casa grande y entró a su cuarto para vestirse apropiadamente para la ocasión; aunque

realmente se sentía incómodo en el traje formal, era ranchero de corazón y no se identificaba con las

normas de etiqueta; se puso la colonia con aroma a cuero y tabaco que tanto le gustaba; aun en traje, se

puso la pistola en la cintura bajo el saco.

La marimba comenzó a entonar, señal de que el inicio del baile estaba próximo; después de una tanda de

doce canciones, la marimba se retiró dando paso a la filarmónica municipal con la que iniciaría

formalmente el baile.

Muchos de los invitados ya habían hecho acto de presencia, mientras Juan José no sabía si bajar y

esperar el arribo de su invitada especial o hacerlo cuando uno de los sirvientes le avisara que ya se

encontraba presente.

No sabía qué hacer, pero no pudo esperar más, bajó por las escaleras y en el acto la orquesta entonó una

diana, enseguida las mañanitas; todos aplaudieron y Juan José contestó inclinando levemente la cabeza

ante sus invitados.

Fue saludando uno a uno, en ese momento vio a una joven de espaldas en un exquisito vestido amarillo

pastel con listones y encaje blanco, de cabellera larga y ondulada que destellaba como el sol y jugaba a la

brisa como espigas de trigo; su corazón dio un vuelco e inmediatamente se dirigió esquivando a todos los

invitados hacia ella; estaba acompañada de su padre, el general Robles, quien vestía de gala.

Felicidades Don Juan José, mi hija y yo estamos aquí en cumplimiento gustoso a mi promesa hecha a su

Señora madre.

Juan José apenas y podía mantener sus ojos en el general, cuando ella se dio vuelta dejándolo petrificado,

nunca había tenido tan cerca esos ojos del color del cielo.

Le deseo felicidad y dicha –Dijo Amalia delicadamente-

Él recuperó su aplomo y asintió con la cabeza, no podía dejar de ver ese rostro de porcelana, esa figura

tan bella y frágil.

Espero me conceda como regalo la primera pieza del baile, con el permiso de su padre desde luego –Le

solicitó Juan José-

El general aceptó de forma obligada, aunque Doña Adelita que se acercaba no le dio tiempo de más.

Veo que los muchachos ya se presentaron general; venga conmigo, le presentaré a nuestros vecinos, que

muchos no tienen todavía el gusto de conocerlo -Dijo mientras lo tomaba por el brazo- El militar no tuvo

más remedio que aceptar cortésmente.

Mientras los padres se retiraban, Juan José trataba de recuperar el aliento, buscando las palabras, las

primeras palabras que le diría.

No sabe cuánto he esperado esta ocasión –Dijo él- Y ahora no sé qué decir.

Pues no diga nada si no es necesario –Dominadora y femenina ella contestó- Que por buscar tanto las

palabras se dice lo que no se piensa o lo que no se siente.

Sin saber cómo, del espasmo nació en Juan José un aire de hombría y aplomo que desarmó a Amalia e

hizo que bajara la mirada.

Razón tienes –Le contestó- Qué podría decirte que no hayas adivinado ya, qué podría esconderte si mi

corazón desbocado todo te lo ha mostrado.

Amalia quedo abrumada por la tierna franqueza y sin darse cuenta en qué momento empezó a tocar la

orquesta ya se encontraba rodeada por la cintura con el brazo de Juan José. Bailaron la primera pieza

mudos, No había nada que decir, solo se miraban.

Talvez hubiese sido perfecto, de no ser por Refugio Trinidad, hijo del vecino hacendado de las Margaritas,

quien se acercó con intenciones de bailar con Amalia.

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Juan José y Refugio eran de la misma edad, igualmente favorecidos por el destino, de familias

reconocidas, más que amigos se respetaban como adversarios, ambos eran buenos para las faenas del

campo, para las suertes a caballo y diestros tiradores, sin mencionar que se repartían los suspiros de

todas las chicas de la región, pues Refugio si bien no era de tez clara, tenía un porte más que fino

masculino y bronco, encarnando al tipo de campo bien criado y de magnifico porte, menos robusto pero

más atlético, incluso un poco más alto y fuerte, tanto que muchos lo consideraban con mejor pinta que

Juan José, talvez porque en su familia había disciplina militar y ése desprecio por los catrines o

perfumados que les hacían más cercanos a la gente del pueblo, sin que por ello fueran más estimados que

Doña Adelita; cada uno pues, era el mejor en su tipo y estilo.

Desde chamacos Juan José y Refugio se habían trenzado a golpes en muchas ocasiones, siendo los

resultados muy parejos; de adolescentes una que otra bravuconada y competencias de tiro en las cuales

nunca se sabía cuál saldría victorioso, a veces uno, a veces el otro; en las carreras de caballos eran los

jinetes oficiales de sus respectivas haciendas; eran los dos mejores partidos de toda la región, en general

se respetaban y de una forma extraña ambos hubieren querido ser amigos, aun cuando en persona

simplemente no se soportaban.

No seas boca sola hermano, déjale también a los pobres un trozo de cielo –Dijo Refugio-

Éste cielo es mío y de nadie más –Contestó Juan José furioso-

Pues que yo sepa la señorita Robles no tiene compromiso ¿O sí mi chula? –Interrogó al tiempo que volteó

la mirada a la chica con ésa sonrisa franca, casi cínica que tantos corazones le había abierto-

No es eso –Respondió tímidamente Amalia- Es solo que somos invitados con mi padre de Doña Adelita y

no me gustaría causar un problema.

¿Pero tiene la libertad o no de bailar conmigo? –Insistió Refugio- Talvez en otra ocasión –Pretextó

Amalia mientras inconscientemente se aferraba del brazo de Juan José-

Refugio Trinidad supo entonces, antes que ella misma talvez, que no había posibilidad de contienda por su

corazón, ya tenía dueño, ya había elegido y no era él.

Ya escuchaste, la señorita no desea bailar contigo, no es fuerza que yo la pelee porque su voluntad habló

Refugio ¡Respeta! –Sentenció Juan José-

¡Ya no seas pesado Refugio! Ven a bailar conmigo –Intercedió Adriana, hija de los hacendados de Santo

Domingo de Pichucalco, a quien el joven ya encendido ni siquiera volteo a ver-

Está bien –Replicó el insistente – Ésta es tu casa y ésta tu fiesta, pero este agravio no lo he de olvidar y

como que me llamó Refugio Trinidad he de conquistar a ésta mujer aunque me vaya la vida en ello ¡Me

cuadras para madre de mis hijos mi alma! –Decretó Refugio en un tono extraño, más que de amenaza de

orgullo y aplomo que hizo sonrojar a la chica y que Juan José lo sujetara fuertemente por la solapa del

traje-

¡Ya lárgate Refugio! No te daré gusto arruinando la fiesta –Ultimó ya encendido Juan José-

Talvez hubiera pasado a más de no ser por una mujer mayor de imponente porte, cabellera negra como la

noche sin luna y rasgos tan finos como duros, era Doña Hortensia Trinidad.

¡Ya Refugio! Ésas no son formas, no avergüences a tu familia que fue invitada a ésta casa; si tanto es,

quiero sepas el general y sus hijos ya están invitados por tu tío Tiburcio a su finca para comer la semana

próxima, ahí tendrás la oportunidad de saludar a la señorita –Dijo mientras volteó la mirada hacia

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Amalia con una leve sonrisa de amabilidad- Disculpa a mi muchacho, es de campo, franco, a veces tosco

pero de ley, ya lo conocerás mejor.

En eso Doña Adelita se hizo presente también al percatarse de que algo pasaba en ésa esquina de su

salón, aunque más bien como madre tiburona, pues ya sabía de los constantes piques entre los muchachos,

los cuales eran ya ingrediente de muchas ocasiones especiales o fiestas patronales.

Pero no podía dejar a su cachorro ante una mujer tan curtida como Hortensia, con quien curiosamente

tuvo la misma historia que ahora sus hijos, iguales en su juventud, se masticaban pero no se tragaban;

más como nunca existió una causa legitima o de peso para enemistad, simplemente sobrellevaron la

amistad social, se enamoraron de hombres muy diferentes, pero que al fin hombres, iguales en sus vicios y

debilidades les hicieron pasar en más de una ocasión días tristes y noches amargas, sin que por ello

dejaran de adorarlos; en tal aspecto eran viejas veteranas de amargas batallas como también de dulces

victorias que habían olvidado la rivalidad juvenil para convertirse en matriarcas de sus respectivas

familias.

Pues mientras el padre de Juan José murió a traición con un cuchillo por la espalda de un tercero

cobarde después de un duelo en el cual se llevó por delante a dos tiradores con ventaja; el padre de

Refugio cayó en cumplimiento de su deber, era capitán del ejército cuando conoció a Hortensia por medio

de su amigo Tiburcio, a quien afectuosamente llamaba “Bucho”, compañero de muchas batallas y a la

postre, cuñado y compadre, en ése entonces el Teniente Fernández, ahora general y político.

¿De nuevo con sus pleitos Muchachos? ¡Qué bárbaro Amiga! Éste par no da paz –Dijo sonriendo

mientras saludaba con un beso en la mejilla a Doña Hortensia-

¡Son la piel de Judas Adelita! –Contestó la otra- No te preocupes, ya puse en cintura a éste atrabancado

que no se sabe estar sosiego –Volteando a ver a Refugio- Además, ya tenemos que retirarnos pues mañana

salimos muy temprano, rumbo a la Finca de mi hermano Bucho.

¡Van a la Experiencia! Salúdame mucho al general, espero tengan por la zona del Grijalva una agradable

estancia y ya sabes que aquí tienes tu casa –Dijo Doña Adelita como despedida-

¿Nos acompañas Adrianita? – Invitó a la desairada chica la matriarca Trinidad- No hagas caso de éste

majadero –Volteando a ver a su nieto- ¡Tú eres una excelente muchacha! ¡Y vales como la que más! –Dijo

viendo de reojo a Amalia- Pero no es a mí a quien debes gustar; aunque tanto lo haces, que ya veremos

qué podemos hacer al respecto.

¡Gracias Doña Hortensia! No tenga cuidado, mi padre no tarda en llegar por mí –Con amabilidad se

disculpó la chica- Por lo demás, tampoco guarde pendiente, que así como Refugio hace su lucha sin darse

cuenta de lo que para nosotras es evidente, que ésa es una plaza ya conquistada –Dijo viendo a la joven

Robles- Yo hago lo mismo con él, aun sin importarme correr su misma suerte.

¡Así es el amor Doña Hortensia! –Dijo noble la chica dejando en silencio de admiración a los presentes,

recibiendo incluso de la anfitriona una caricia en la mejilla- Muchas veces no podemos elegir el papel que

nos toca en la obra de la vida, sea principal o secundario, pero sí podemos interpretarlo con todo el

corazón ¡Entonces habrá valido la pena! Porque en tal obra de teatro no siempre es correspondiente o

proporcional el papel asignado a la calidad de los actores ¡Pero aun en personajes de pocas líneas o sin

mayor trascendencia un buen interprete sabe hacerse notar por sí mismo y no por las circunstancias que

le tocaron actuar! –Remató la chica-

¡Bien dicho hija! –Tomó del brazo con auténtica admiración la anfitriona a la joven- ¡ven! Acompáñame a

despedir a nuestros buenos amigos Trinidad, que después tendré el gusto de platicar más largo y tendido

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contigo ¡Porque tienes el corazón de tu madre en gloria éste! De quien si no sabías, fuimos compañeras

Hortensia y yo en el colegio de niñas.

¡Y la belleza también! –Secundó la matriarca Trinidad- No cabe duda que igual tenemos en nuestras

tierras dignas representantes de la mujer mexicana ¡Ojala que cada oveja quedara con su pareja! Qué sin

duda mi Refugio saldría de gane contigo Adrianita –Dijo Doña Hortensia al tiempo que le daba un

sincero beso en la mejilla despidiéndose de la chica-

Y sin que nadie se percatara de lo ocurrido, los de la hacienda las Margaritas salieron de la casa grande

y no la volverían a pisar jamás; mientras el baile continuaba y el festejado no soltaba su mejor regalo.

Ha hecho algo de muy mal gusto Juan José –Le reprochó Amalia mientras seguían bailando- Gracias a

El ánima del tlatoani habló con los dioses para llevar el justo reclamo y solicitar el permiso de retirar su

sangre de tal pacto entre hombres; ya qué él fue encarnado primero en tiempo y en derecho para ésa silla

que se asentaba en un territorio todavía más basto que el presente y además tenía un antiguo agravio

pendiente; ansina les fue concedido por razones que escapan a la razón humana el derecho de venganza

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tente en el cobro efectivo del tributo en las campanas ofrecido.

¡Por eso el viejo Emilio rechazó la silla roja del Águila dorada! ¡Él sí la quería! ¡Siempre la quiso! Sentía

que estaba llamado a sostener lo que su tata no pudo, que no jue ciertamente el buen hombre que su

apellido brindó a su mama cuando ya lo llevaba merito adentro como el as bajo la manga de los que

juegan en el tablero; ansina lo crecieron, consiente de su misión de acompletar un destino.

No’ más que en sueños su cadeja blanca le advirtió del costo ¡Qué la muina de los dioses era más juerte

que la voluntad de los hombres! Por más poderosos que jueran éstos hombres y por más olvidados que

jueran nuestros dioses; desde entonces busca afligido alejándose de ella con servicio y humildad en sus

acciones modificar el curso del destino para el cual su sangre había sido marcada desde que su tata llegó

impuesto ¡Pero qué esperanza! Sí por la boca muere el pez y la de su tata jue sus medida –Decía tata

Chulel ante la incomprensión casi total de sus palabras por los atónitos presentes-

¡Probres los Robles! ¡Qué malas sombras traen! Solo una muy buena los medio protege, su madre que no

tiene descanso como blanco cadejo, pero tanto que hay por pagar que no creo las juerzas le acompleten

pa ´defender sus crías; porque las única posibilidad de salvación de lo último de su sangre ésta en el

sacrificio del orgullo y deseo de los hombres que amen a la Tishanila Robles ¡Pero son muy machos los

dos!

Un sacrificio ordenado solo puede ser anulado por otro mayor y voluntario, que solo hay algo con lo que

se topan con pared hasta los dioses: ¡El sacrificio del amor verdadero! Pero no creibo pueda ninguno de

los dos con sus propios cadejos.

Ansina como no creibo que él último nacido pueda con la mala obra del de la cruz de acero, qué en el

último de los Robles ha de recaer la determinación de repetir la historia de su abuelo o hacer que su

sangre deje de escapar al destino –Suspiró con verdadera tristeza pesimista tata Chulel-

Ora que viejo el jaguar es, la mala sombra de Ek Chuah sobre su casa se tiende como un oscuro rebozo,

que ésta noche habrá de cerrarle los ojos al primero de sus retoños ¡Probes de los Robles de verda!

¡Probres de quienes sus corazones les entreguen! Porque serán ofrendados y consumidos en el mismo

sacrificio ¡Probres de todos nosotros! Que muchos de los aquí presentes tomaran partido y caerán

defendiendo una causa, un apellido –Suspiró compadecido de saber qué el viejo Tzotzil, quedando como

en trance consumida su vista en la fogata-

¿Qué más mirás en el fuego Tata Chulel? –Preguntó el joven Manuel-

Veo un jinete que viene de camino a donde muchos piensan que ya no hay retorno; veo el inicio del fin,

que dará paso una nueva era de más igualdad pa´ nuestro pueblo ¡Los dioses han reclamado la sangre de

los hijos de quienes hicieron correr la nuestra! Habrá paz e igualdad por un tiempo para nuestra gente; al

menos hasta que la nación tenga que autodefenderse, después de lo cual vendrá otro cuadro oscuro que

forzará a nuestro pueblo, como a otros, a refundar la república, defendiendo la soberanía nuevamente

perdida entonces en un globo.

Ansina lo vide en un gran tablero de cuadros blancos y negros que no tienen principio ni fin, mirándose de

lejitos ansina como un globo de mecates ocultos, donde juegan a la guerra los jaguares ciclopes

iluminados y las águilas de dos cabezas; mismo que habrá de ser roto por el único y verdadero poniendo

final a su juego, demostrando nuevamente a su necedad que por más poder que los hombres arrejunten,

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jamás podrán igualar al suyo ¡No le aunque se crean ésos hijos de nefilim dioses de oro negro y acero por

la bendición y participación del de la triple corona! ¡A ése le habrán de cambiar la combinación de la

puerta de entrada al reino!

Tata Dios habrá de ponerles un estatequieto a los Reyes de todos los ciegos ¡Porque tata Dios no es

tuerto! Ansina caerán por el propio peso de sus bolsas de compras de mercado, ahogándose como sus

tatas, por haber convertido al mundo en un globo, en mejor intento de que se volviera a hablar con una

sola lengua verde, ya que con su torre no pudieron alcanzar el cielo.

Después de eso, Tzion será refundada pura de esperanza, paz y liberad; limpia ya de Babilonia ¡Ansina

que por eso caerán con su globo en llamas los del escudo rojo y todos los que se reunirán a invitación del

Joaquín!

Pero todo eso será solo en otro tiempo, qué ya no será el de ustedes si no el de sus nietos y sus

chilpayates, que serán los peces destinados a romper la red que habrá capturado a toda una camada y

parte de la otra gracias a la caja loca.

Todo eso solo será por mucho, después de que ésa joven se vaya con Nahuiti; después de su sacrificio en

vida, viendo como son ofrendados a la muerte y locura aquellos que la habrán de amar, arrastrando

consigo a muchos, incluidos algunos presentes o de los suyos –Murmuró al fuego el viejo Chulel-

Hubo un momento de silencio en el cual solo el crujir de la fogata se escuchó, mirándose todos unos a

otros, tratando de entender las palabras de tata Chulel; sabían que su decir era verdad segura, aunque

nada hubieran entendido de ella, por lo que no quisieron preguntar más, era mejor no saber a quienes de

los presentes se refería, ni cuál era la fatídica profecía, inexplicable a su entender, que los espíritus del

fuego y la caña parecían haberle revelado en ésa fogata.

¡Mejor contá la historia de la cocha enfrenada tata Chulel! –Quiso animar Manuel, tratando de alejar la

perplejidad de la fogata-

¡Jo! ¡Ésa sí que es mera brava! –Dijo otro de los presentes- Yo vide como mi tata llegó de por allá del

rumbo de San Ricardo todo revolcado ¡Era bien bolo mi tata! Siempre llegaba armando pleito, pero ésa

noche hasta triste quedó; no quiso decirle nada a mi mama, creo pos le dio pena, más que se las daba de

muy macho ¡No quiso decir quien le pegó tronco de revolcada! Pero de madrugada yo clarito escuchaba

que gritaba ¡Ya no pinchi cocha! ¡Ya no me revolqués más, por diosito santo que ya no beberé más!

Mientras mi madre raro se reía, al saber por qué.

Se reía porque tu padre más que no volver a beber no volvió a sonársela –Dijo sonriente de nuevo tata

Chulel- Tu tata era la piel de judas ¡Pero la cocha le metió freno! Mi comadre Chabela era canija, pero

ayudaba a la mujerada –Prosiguió haciendo alusión a una vieja y conocida curandera, de la cual se decía

tenia poderes similares a los suyos, pero no siempre era buena-

Ahí merito donde el arroyo que atraviesa el pueblo se hacía profundo esperaba a los hombres bolos y

malos maridos, tronaba sus dientes y colmillos sacando espuma por el hocico de brava la gran cocha de

ojos rojos; los que algo de bueno tenían, solo les pegaba su santa revolcada, por más juerte o bragado

que el cristiano juera ¡A todos revolcaba! ¡Ésa bestia tenía la fuerza del rencor de mujer dejada! y la

muina de las viejas es de cuidado, sociega en apariencia, muda pero cuando pega, es más juerte que

patada de mula.

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A muchos que de plano las debían, de ésos que ya no tienen perdón de tata Dios, la cocha enfrenda los

revolcaba hasta ahogarlos en el rio –Prosiguió con su relato Chulel- Solo uno que la ha mirado no jue

revolcado por buen cristiano que era el Tapia, que siempre traía su relicario como buen devoto de la

virgen de la candelaria.

Tantos revolcó la cocha que un grupo de hombres decidieron seguirla hasta su morada, donde tras varias

noches de espera encontraron en una cueva los pellejos humanos de la nahuala echándoles sal, por lo que

al secarse y encogerse todito, la cocha enfrenada ya nunca pudo volver a su forma cristiana ¡Probre mi

comadrita! Aunque igual, ya eran munchas las que debía.

¡Pero también probre del hombre que abuse del trago y su mujer! Porque mi comadre ya no está, pero

quedó por ahí, esperándolos de noche la cocha enfrenada ¡Pa´ darles su buena revolcada o ahogarlos de

una buena vez! –Sentenció Chulel mirando en pase de lista a los ojos de todos los presentes-

Ansina que ahorita que ya vas a tener mujer vos Manuel Nandalumi, ya dejá un poco en paz el trago, que

hígado te va a´ sé falta salado ¡Ahí lo verás! –Rieron todos los hombres casados de la fogata en solidaria

complicidad-

¡Ya quisieran salados! Mi Juana es de ley ¡Sedita como un trompo! –Replicó sonriendo a sus amigos el

futuro esposo-

¡Serás gallo pal machete, pero en cuanto a las viejas tas muy verde Manuel Nandalumi! ¡Una cosa son de

novias, otra de mujer! ¡Ahí lo verás salado! El matrimonio es la luna llena que las transforma –Dijo uno

de los casados, haciendo que la risa se replicara-

¡Ansina de bravo como eres con los barracos, serás de domao con tu mujer! –Dijo otro de los casados-

¡Comé tu caca vos zotaco! –Siguió la broma de buen ánimo Manuel- Que tu vieja te trae mero zopenco

porque te dio agua de calzón es otra cosa-Remató su revire-

¡Pos cuidáte de verte en ése espejo! ¡Que la Juana rápido lo aprende las mañas de sus tías! ¡Que se me

afigura bien aleccionada la tienen ya mi mujer y sus hermanas que pronto serán familia tuya igual

Manuel! –Reviró el otro, todavía sonriendo pero algo molesto ya-

¡Boca jija! ¡Burro vos Ovidio! Cuando murás dos cajones se vá´a necesitá salado ¡Uno pa´ tu cuerpo y

otro pa´ tu lengua! Por mitotero y cizañoso –Sonrió tata Chulel asegundado por todos los presentes- Un

hombre jamás habla de lo que no tiene necesidad o asegura lo que no le consta ¡Y sí es de mujeres la

cosa, aunque le constara! La boca se calla si no es de grave importancia hablar, que en ello puede irle la

capacidad de seguirlo haciendo –Reprendió el viejo sabio-

¡Ya esténse sosiegos con su pique los dos! ¡Tú también Manuel! Que luego la boca nos les para ni les

alcanza y se pasan a los puños o más –Parando así las bromas respecto de las mujeres tata Chulel,

sabiendo que entre la caña y un riña hay solo un pequeño mal entendido-

Todos los que se las dan de muy machines son bien mandilones y a lo mejor sea que son más hombres los

que así sean sin avergonzarse ¡Porque hay que ser muy hombre pa´ querer a la mujer por encima del

orgullo de macho! – Lanzó a los presentes tata Chulel la reflexión-

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A ninguna criatura tata Dios le dio tanta razón como a la mujer, pero siendo todas las cosas sin principio

ni fin, ansina como una rueda que es la tierra ¡Tanta razón tienen las mujeres, que seguidito se pasan de

la raya y se equivocan! ¡Y cuando se equivoquen mejor no digás nada vos salado! Recordá que ellas

siempre tienen la razón; es mi consejo pa' que tengás un buen matrimonio vos Manuel ¡Porque sí abrís tu

bocota el error de su vida terminarás siendo vos! Y al final siempre tendrá tu mujer la razón; así que ¡Ahí

lo ves vos Manuel Nandalumi! ¡No querás ser tan vivo, porque te pasarás de pendejo! Dejá que ella se

quede con la razón siempre, así vos te quedarás con su corazón por el mismo tiempo.

Y si en algo se equivoca ¡Pa´ eso serás el hombre de la casa! Demostrá callado con ejemplo el buen

camino y ella habrá de seguirlo mejor que vos mismo al final; que la mujer no es terca como una mula

según todos dicen ¡Es peor! Y por las malas na´ más lograrás dormir con tu peor enemigo, que jamás la

harás entrar en razón si no es con el látigo del cariño ¡Cualquier otro no sirve con ellas Manuel

Nandalumi! Aunque por miedo o necesidad parezca que sí.

¡Entonces ta´ jodida la cosa tata Chulel! –Exclamó en risa Manuel- Sí se equivoca la mujer dice que es

culpa del hombre y si bien lo hace las cosas es pa´ que rapidito diga que las mujeres son las más fregonas

de la casa ¡Y a lueguito quieren mandá! –Reclamó irónico el futuro esposo-

¡No seás totoreco vos Manuel! ¡Tú dejále su vanidad de mujer siempre harta, que como buena abeja

habrá de colmar de miel tu casa! Dale ternura y cuidado a tu mujer siempre Manuel, ansina sentirá que

está en lo correcto en obedecerte como tata Dios manda ¡No porque seás el hombre, sino porque serás

uno bueno a sus ojos! Solo ansina una mujer le agarra buena ley a su hombre, solo ansina obedece a ojos

cerrados; solo ansina estará feliz la Juana bajo tu gobierno, no por tu juerza sino por su voluntá, que es

de mejor acero que tu machete y de ella no habrá consejo ni poder humano que la saque ¡Que cuando una

mujer le tiene voluntad y ley al hombre no hay pena que se la quite, más que ése propio hombre!

Dejále siempre el mérito a ella y vos quedáte con su corazón, que teniéndolo serás pa´ ella como un dios

¡Ansina te adorará! ¡Hacé caso de consejo de viejo Manuel! Que para una mujer acostumbrada al buen

trato y cariño no hay nada que duela más que el silencio en la boca y la desilusión en la mirada de su

hombre, incluso más que mil cachetadas; de la otra forma se te cansará la mano antes de que consigás

nada más que miedo o rencor, porque la mujer tiene el cuero más curtido que la mula pal´ dolor, ansina

la hizo tata Dios pa´ que pueda aguantar el traernos a este mundo ¡Además, ansina siendo buen marido,

evitás que te espere y revuelque la cocha enfrenada! –Concluyo el viejo sabio haciendo estallar

nuevamente la risa de los presentes-

¡Ya vos tata Chulel! ¡Nos querés meté miedo na´mas! –Dijo otro de la fogata-

¡Ahí lo ven! Quienes no crean en ella y sigan de malosos tendrán la oportunidad de verla, como el santito

que pedía ver pa´ creer ¡Ahí la verán totorecos! Que muchos se sienten muy valientes echando trago,

tranqueando a su vieja y chilpayates, hasta que se les aparece la cocha enfrenada pa´ quitarles la maña y

recordarles que no son huérfanos ¡Porque hasta de su mamacita se acuerdan! –Ratificó nuevamente en

sabia risa-

Pos´ sí tata, pero luego de chuchos no nos bajan ¡Ansina es difícil andarles buscando el modo! ¡Cuando

ni tata Dios sabe que´s lo que queren! ¡Nada les gusta, todo les puede y solo bravas tan contentas! ¡Fiero

su modo dijera mi tata! -Dijo más a queja que en reflexión uno de los casados presentes-

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Pasa en ellas que la muina no tiene tiempo –Explicó tata Chulel- En cualquier ratito se les trepa algo del

recuerdo, lo mismo que tenga un año, lo mismo que sea de ayer ¡Cosas incluso que nunca pasaron, pero

que pudieron hacerlo! Por eso es que luego no sabemos por qué tan bravas o por qué solitas se ríen ¡Las

mujeres son cosa de cuidado! ¡Lo que les hagás nunca se les olvida! ¡No lo olvidés tu salado! –Dijo

viendo nuevamente a Manuel Nandalumi- Manque diga que te lo perdona, nunca te confiés de tus fallos

apostándole a la carta del olvido, que ellas tienen presente la borrachera de hoy como la de hace diez

años y como el Chichonal, no sabés cuando te pegarán el susto ¡Ellas aguatan! Saben hacerlo, pero

tampoco sabes cuál será la gota que derrame el cántaro.

¡Y sí pues! De chuchos no bajan a sus hombres y aun cuando siempre tienen la razón ¡Porque ya

quedamos que ansina es! ¿Verdá? -Bromeó entre líneas el viejo sabio- Lo cierto es que siempre ha

existido ésa equivocación en respecto nuestro, porque los hombres no somos cómo los perros ¡Qué más

quisiéramos! ¡Brincos diéramos y agiles juéramos dijera mi tata! ¡Semos cómo los gatos! Flojos,

convenencieros, egoístas y mañosos ¡Siempre buscando ser servidos! ¡Siempre buscando por las noches

nuevos tejados! ¡Siempre regresamos todos revolcados y jodidos a la casa después de que se nos pasó la

brama! ¡Cómo querés que estén contentas ansina vos salado! ¿Vos lo estarías?-Retó con la mirada tata

Chulel al quejoso-

Las que son como los perros son ellas, manque se escuche feo ¡No hay nada más cierto! Porque la

nobleza y lealtad a su hogar, por sobre todo a sus cachorros, en eso las convierte; ansina que la vida de

casados a veces es vivir como perros y gatos, no se puede llegar a un arreglo porque la mujer ofrece

comida pa´ perro y el hombre la quiere tratar como a un gato ¡Y es al revés volteado! No es que la mujer

desprecie al hombre por ser chucho ¡Es porque no entiende que es gato! Mientras que muchos totorecos

piensan que la mujer es liviana como una gata en celo, cuando es tan leal, fiel y cariñosa como una

cachorra; es por eso que de solteros o ya de viejos las mujeres adoran a los gatos hasta que se casan y los

hombres tienen como mejor compañía a su perro hasta que mujer agarran.

¡Entender a la mujer es como querer entender a Dios! –Sonrió tata Chulel mientras daba otro trago a su

caña- A los hombres na´ más nos toca amar a la mujer como se adora a tata Dios –Dijo mientras veía

nuevamente a los ojos del futuro esposo- ¡Y verdá de la buena que sí sabés hacerlo así Manuel Nandalumi

en los brazos de la tuya lo habrás de encontrar! Es de qué no se trata de saber, si no de sentir, no se trata

de pensar sino de bien actuar ¡Ansina son las cosas con tata Dios y las mujeres! Con quienes los

resultados no siempre son los planeados, ni en apariencia sus acciones corresponden a nuestros esfuerzos

o sus reacciones a nuestros fallos –Suspiró el viejo sabio-

¡Mejor contamé la historia de la luna de piedra tata Chulel! –Dijo otro joven de plano confundido con

tanto sobre las mujeres, queriendo devolverle lo divertido a la reunión de la fogata- Ésa que mi tata Mario

alguna vez contó cuando mi mama rejega peleaba sin tener la razón ¡Aunque finalmente siempre la

tuviera pues! –Dijo en alcance con una pícara sonrisa el joven-

De la luna de piedra debíamos aprender todos que la verdadera humildad no es sumisa, más bien astuta,

evitando a los totorecos ¡Porque son muchos los jodidos! –Sonrió tata Chulel- La historia nació en

tiempos de tu abuela Martita ¡Buena cristiana y mejor madre! Que se encontraba vendiendo sus jarros en

el mercado, mientras que pa ´distraer a tu tata Mario que era pingo, por travieso el salado, le contaba

historias, como el tiempo en que la luna era de queso; en su cuento estaba cuando una catrina se le acercó

con ofensa diciéndole: ¡India ignorante! La luna es de piedra; pero haces bien en decirle mal a tu hijo,

para que sea tan ignorante como tú.

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Tu mama grande en vez de contestar el agravio con ofensa, sonrió al tiempo que le dijo a la mal pisada

mujer: ¡Tiene razón señito! ¡Mesmamente que la luna es de piedra como asté dice! Con lo que la mujer se

jue satisfecha en su vanidad; tu tata ¡Que era re’ averiguado y salido de chamaco! Le reclamó

preguntándole: “¿No que era de queso?” A lo que tu mama grande contestó: “Sí mi niño, solo que la

madre luna es tan pero tan vieja ¡Que el queso se hizo piedra! Ansina que los que no pueden ver más allá

de sus ojos la ven de piedra, pero los que aprenden a sentir, a ver con otra mirada, saben que es de

queso”.

¡Sabias palabras de Martita! Todos debíamos aprender a ver nuevamente con la mirada del corazón, no

solo con los ojos, por los cuales entra el miedo al no entender lo que nos muestran y un animal con miedo

se convierte en una peligrosa fiera –Dijo tata Chulel- Ansina nos está pasando ya, que hemos perdido la

capacidad de ver en la oscuridad, que por andar descreídos de todo aquello que con los ojos no se puede

ver, hemos perdido la conexión con nuestra madre tierra, ésa que se siente en cada respiro –Concluyó la

historia de la luna de queso-

¿Por qué algunos nahuales son malos tata Chulel? –Preguntó otro joven peón, igual interesado en traer

de vuelta la expectativa y emoción de los cuentos de miedo del viejo sabio-

¡Porque no todos pueden ser buenos Ramón! como nosotros son; una vez que se obtiene el poder muchos

olvidan que fue dado para bien, para no perder contacto con nuestra madre tierra, con los animalitos de

la montaña y las plantas, con el rio y hasta con las piedras; muchos hay también que son nahuales

volteados ¡Malas bestias! Almas oscuras enfundadas en pellejos de buenos cristianos ¡Ésos son los

peores! Porque no podés ver el tipo de mal animal que en realidad son.

Mientras más malo es un cristiano menos que un animalito de la montaña quera prestarle su pellejo, por

eso no se transforman, solo se muestran por las noches en el monte como en verdad son por dentro,

liberándose del pellejo cristiano que tan pequeño les queda, que los incomoda, porque sus colmillos son

mucho más grandes que una boca, así que su hocico se siente liberado, como sus pelos más largos y

gruesos que libres cubren todo el mal cuerpo, sus garras se desdoblan de las uñas y ansina las manos se

convierten en garras.

Ésas bestias del mal se disfrazan de cristianos para caminar entre nosotros, pero muchos en las noches de

luna llena se liberan, se largan en el monte pa´ contentar con libertad su maldad ¡Por ello son bestias y

no animalitos de la creación! ¡Por eso chillan y aúllan! Porque trinar o rugir ya no pueden y tata Dios ya

no atiende su miseria, por eso su rabia, por eso son malos lo más que pueden, porque sin que lo sepan,

están suplicándole en realidad que les quite de penar ¡Toda su maldad es una plegaria de súplica! –Narró

profundo Chulel, como no queriendo saber todo lo que sabía-

El coyote, que es tata Quetzalcóatl, algunos dicen que es colibrí también, así como el cenzontle y demás

animalitos buenos de la montaña nos hablan de noche y de día, ahí están, siempre tratando de alegrar el

corazón del hombre con su canto y orientar su alma llamándola por el buen camino ¡Pero a lo bueno ni

caso hacemos! Nuestra maldad es mejor alumna, rápido aprende porque mucha atención pone, sobre

todos en las noches de luna llena por los caminos solitarios del monte donde nos encontramos a los

maestros de los que sí aprendemos por así respetarlos, como solo el miedo puede hacer entender y

respetar a los que nobleza y fe de corazón han perdido.

Pero de los caminos por más horribles que parezcan esas criaturas no se comparan con los malos

espíritus que entre las milpas habitan ¡Ésos nunca fueron humanos! Cuando silva el viento entre las

mazorcas ninguna mujer preñada debe abrir las piernas, tapándose nariz y boca para que el mal aire no

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entre a su cuerpo; entre las milpas se llega a éste mundo y entre las milpas hay caminos abiertos para

otros –Finalizó tata Chulel cayendo en profundo sueño, como si algo hubiera sacado su alma del cuerpo-

Los peones reanudaron por una hora más el cantar de las guitarras, brindando y apresurando el fin de

última botella; entre algunos pleitos de bolo y bravuconadas de jóvenes pasó la madrugada, aun cuando

ningún daño se hacían, siempre eran los jóvenes bien cuidados de que sus valentonadas no llegaran a más

por los hermanos mayores, quienes veían con agrado que se agarraran a trompadas, pero hasta ahí nada

más ¡El que ganó, ganó y vieja el que se raje! ¡Ahí muere la cosa y a seguir cantando! Era su manera de

templar el carácter; pues hasta para ir a orinar aprendían uno del otro, afilando su astucia para no ser

presa de una broma pesada o caer víctima de un albur de doble filo.

¿Por qué escupís cuando orinás? –Preguntó un joven curioso al hermano mayor de su amigo que se alejó

unos pasos del grupo-

¡Pues porque da asco! –Contestó el peón-

¡Sí te da asco es porque imaginás en la boca lo que tenés en las manos! –Gritó en burla otro de los

mayores desde la fogata-

¡Ahora si te jodió el José vos! Jajajaja –Reían todos en la fogata-

¡Comé tu caca vos José! ¡El mampo sos vos que me tas espiando! ¡Qué andás viendo chorizo teniendo

tamal en tu jacal! –Contestó aquel peón tratando de quitarse la burla con una ingeniosa contraofensiva-

Vos Adán ¿No serás el mampo? Que ni caso le hacés a la hermana del Manuel ¡Si bien qué te busca el

modo y sos pura boca salado! ¡Si nadie como tú pa´ tocar la guitarra! ¿Por qué no le has llevado una su

canción en la noche a la Mercedes? –Transfiriendo el grupo el ataque a otro de los jóvenes presentes-

¡No soy totoreco que es diferente! Soy el mejor con la guitarra ¡Pero pos el Manuel es el mejor con el

machete! Yo que le quería pedir su buen ver pa´ ir pero ya me lo sebaste el plan atarantao! –Dijo el joven

apenado-

¡Sí el miedo no anda en burro! Jajajaja –Dijo otro en grito de burla bien intencionada, mientras todos

volvieron a reír-

Hacés bien vos Adán –Dijo de improviso Manuel Nandalumi- y de gane saliste, que en vez de mi machete

tenés mi visto bueno pa´ irle a cantar una su canción a mi hermanita ¡Pero ahí andará en su vaina

pendiente mi machete de que lo hagas bien las cosas! Yo hablaré con el Rogelio ¡Qué ése sí es mero

atrabancado! Y le pega a los pájaros en los ojos al vuelo con su rifle –Dijo Manuel orgulloso de su

hermano mayor no presente por ahora ser militar en vez de peón- ¿Viste salado? –Remató con una

sonrisa de aprobación y advertencia al mismo tiempo-

¡Veló! ¡Méro vivo salió el totoreco del Adán! –Exclamó un pretendiente al que la cobardía le había

quitado la oportunidad de irle a cantar a Mercedes, reconociendo que había ganado aquél joven a la

buena la oportunidad de ir a cantarle y platicarle-

¡Asegún también! –Dijo otro- Qué si bien lo hacés habrás agarrado no solo a la más chula, sino dos

cuñados de temer vos Adán; pero si lo hacés llorar la chamaca ¡Ya te cargó la jodida! Jajajaja –Las risas

eran ya imparables en aquélla hermandad de la fogata-

Una risa particular delató al invitado de Juan José, que fascinado había estado en silencio escuchando

todas las historias ahí contadas desde un tronco cercano a la fogata, custodiado muy discretamente a

pocos metros por el guardaespaldas de su padre; era el joven extranjero Nelson, quien con verdadero

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respeto había escuchado todo cuanto tata Chulel había dicho y ahora se divertía con las bromas pesadas

de los animados peones.

¡Vélo! ¿Quién es el chamaco cuero de lagartija? –Sonrió Manuel haciendo alusión a lo pálido de su tez,

que parecía reflejar la luz de la fogata-

El señorito es invitado del patrón Juan José, vino ya que terminó la bulla dentro y anda todavía inquieto

con ánimo de fiesta –Dijo en tono de burla otro de los que se integró tarde a la fogata por terminar de

ayudar en la casa grande-

¡A pos ni hablar! ¡Bienvenido con los Probres güero! –Dijo Manuel extendiéndole la botella de caña más

a reto y cale que a convide-

El adolescente tomó la botella con buen ánimo y sin asco ni desprecio le dio un buen trago, acción que

celebraron todos con aprobación de su presencia.

¡Así es Manuel! ¡El viajero es sagrado! Y bienvenido eres chamaco –Dijo tata Chulel reviviendo del

profundo sueño-

Tú vienes del que no se quiso llevar el tren –Externó volteando al jovencito- ¡Grande el tata de tu tata

muchacho! No lo olvidés lo que escuchaste aquí pues, que te llegará el momento de responder ante su

sombra y serán tus determinaciones las únicas que te darán cobijo, no tu apellido –Le aconsejó casi

advirtiendo tata Chulel-

¡Wow! This old man is awesome –Sonrió el joven volteando a ver a su escolta-

¡It´s juts an old drunken fool! –Respondió en burla el robusto hombre con tosca pinta de militar-

¡No! It´s a wise old men ¡Shows respect! –Dijo visiblemente molesto el chico ante la confusión de los

presentes y la renuente obediencia silenciosa del guardaespaldas-

No te preocupés por lo que diga tu pentoc chamaco ¡No lo regañés! A pesar de su tamaño, es un remedo

de tupil, pertenece a los hombres pequeños de tu raza y no está destinado a entender mis palabras que son

solo pa´ vos; porque en ésta vida muchos sin mayor destino ni talento como él se creen extraordinarios,

siendo yo talvez un pobre viejo idiota, con el cual tata Dios habla pa´ joder sus vanidá ¡Así que dejaló

crea soy un viejo loco, bolo y tonto! ¡Que se ría de mí! A mí no me agravia ¡Porque tata Dios se ríe

conmigo de él! Ansina que prefiero mil veces ser un viejo tonto, mientras tata Dios me ame y cuide como

lo hace–Dijo sonriendo tata Chulel-

¡Cómo que viejo tonto! ¡Tas pendejo, pendejo! ¡Aquí se respeta! -Reparó poniéndose en pie como de rayo

Manuel Nandalumi empuñando su machete en vaina rojo de coraje ante el custodio del joven, quien en

silencio se llevó igual de rápido la mano al interior del saco, presumiblemente para sacar una pistola-

¡Andá! ¡Sacálo tu fusca! ¡Que he de verla volar con tu mano pegada por el aire wüero jijo! –Retó Manuel

al extranjero presto a un duelo de acero contra plomo-

¡Tranquilo Manuel! –Ordenó tata Chulel- Que la ofensa está en nuestro tamaño, no en el de quien la

avienta al aire ¡Y ése es muy pequeño pa´ escupirme a la cara! Que ni a los talones me llega; además, es

al chamaco que me mandaron pa´ platicarle ¡Ansina que asosiégate, dejáme hablar con el dueño del circo

y no te incomodés por los animales! –Dijo el viejo haciendo estallar la risa de todos, incluida la del

adolecente extranjero, relajando con ello la situación y mirando que Manuel tomara asiento nuevamente

alrededor de la fogata, quien obediente lo hizo, no sin antes lanzarle una mirada de desprecio al hombre

que había ofendido a uno de sus mayores más respetados-

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¡What a Fuck! –Exclamó en asombro el adolescente con una sonrisa de admiración-

¿Entendiste lo que dije viejo? ¿Hablas mi idioma?-Entusiasmado cuestionó-

Yo entiendo a los animalitos del monte y hablo el idioma de muchas criaturas, incluido el de algunas

bestias –Respondió con una risa de humilde superioridad tata Chulel mientras daba otro trago a su caña-

Pero eso no importa chamaco, aquí viniste no por lo que sabés, sino por lo que necesitás saber; ya lo oíste

la historia de la mala sombra y resulta que la buena, la que protegía a tu tata grande se ha oscurecido

como el color del oro que todo el poder a tu familia dio ¡Y al final de sus días él lo entendió! Pero las

buenas obras hechas por temor o arrepentimiento no cuentan chamaco, ansina que vos debés elegir

camino, pues en el que llevás, por más rápido que vayás, no llegarás a ningún lado, siendo alcanzado sin

remedio por sus mala sombra –Advirtió tata Chulel-

Mirá chamaco, las sombras son proporcionales al tamaño del cristiano y el tamaño del cristiano es

resultado de sus obras, como el que sea una buena o mala sombra, oscura o de protección depende de los

resultados que en sus semejantes ocasionen tales acciones; de qué manera ayudés o los fregués a tus

prójimos es el color que vos mismo le pondrás a tu propia sombra ¿Lo entendés chamaco?

Si viejo, lo entiendo; pero también entiendo que es obligación de todo hombre el levantarse con la cara al

sol, no importa cuánto trabajo le cueste, no importa el tamaño de la sombra que proyecte –Contestó el

joven-

¡Decís bien chamaco! –Replicó tata Chulel- Ansina le gusta a tata Dios, que nos levantemos, pero nobles

no orgullosos y en beneficio de nuestros semejantes no por encima de ellos o a su costilla ¡Es ahí donde la

puerca tuerce el rabo chamaco! Porque nunca interés alguno que esté casado con el oro podrá ser

hermano del legítimo derecho humano a vivir como Dios manda, en paz y armonía.

Porque siempre la ganancia del oro será la perdida de la sangre, pero ansina también te digo ¡Lo que

aquí se gana, aquí se pierde! Nada tiene que ver tata Dios con las buenas o malas sombras, por eso mero

no se mete con la carga que pepena cada quien, pues lo que uno levante es lo que habrá de cargar con los

suyos ¡Haz el bien y alejaté de los tratos de gobernantes chamaco! ¡Qué serás uno muy grande, el

segundo de tu pueblo! Pero tu mala sombra habrá de cobrarte en un vagón de agua en ésta ocasión,

llevándose al mejor guerrero quienes aplicarán la ley del talión –Profetizó tata Chulel-

Así que conformarse con solo vivir, siendo el mayor logro el cómo lo hagás es el camino correcto

chamaco ¡Es concentrarse en la conexión de cada respiro con la madre naturaleza y tata Dios! Que

vendrán tiempos de inconformes en los cuales todo gritará ¡No te conformés! ¡Sé más de lo que sos! ¡Tené

más de lo que tenés! En tu caso, has heredado ya lo suficiente para vivir cien vidas ¿Pa´ qué querés más

chamaco? ¡No caigás en el pecado de la vanidosa avaricia de poder! ¡No escuchés ése grito de guerra!

Que habrá de llevar a combate consigo mismo a futuras generaciones en búsqueda de un espejismo que

siempre se alejará dos pasos por cada uno que te acerqués, tras de un triunfo que no existe llamado éxito,

dejando en el olvido su propia felicidad que no es más que el visto bueno, el reflejo en nuestra vida de tata

Dios ¡Ya tas advertido chamaco! ¡Hacé no lo más si no lo mejor que podás! ¡Ahí lo ves! –Concluyó tata

Chulel-

Tomo con seriedad tu advertencia viejo, como de plena conciencia te digo que no llegamos a ser quienes

somos los de mi casa por ocultarnos en la sombra; Yo soy de los gigantes que no temen pagar por el

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precio de su grandeza, ni cambiarían su altura por miedo a su propia sombra ¡Sí ya lo viste es porque ya

pasó donde lo viste! ¡Y no viviré el tiempo que tarde en llegar a ése lugar con miedo en mi corazón viejo

Chulel! Sin embargo, igual te digo, nunca olvidaré nuestra plática y procuraré pintar mi sombra lo más

clara posible –Dijo el joven a manera de despedida mientras se ponía en pie sacudiéndose el pantalón

para retirarse de la fogata-

¡Ansina se habla chamaco! Serás grande ¡De eso no cabe duda! Mi pregunta es sí sabrás ser bueno

cuando seás grande –Reflexionó más que preguntar tata Chulel- Pero eso Mesmamente solo vos podrás

decidirlo con lo que hagás a cada paso de gigante ¡Cuidá de no pisar al humilde no’ más! Que según la

apuesta es la ganancia o la pérdida, en tu caso ¡Según el sapo la pedrada chamaco! ¡Me cuadras verdá de

Dios! Ve y cumple tu destino lo mejor que podás; recordá siempre que más grande no siempre es mejor,

que al final solo vos y no lo que tengás dará cuenta de lo que hagás.

Un último consejo chamaco: ¡No marchés jamás contra los enjaulados! Que ésas ánimas se harán

escuchar negándote ser el número uno, te harán encontrar en tu ambición la perdición de tu empresa

¡Demostrales inteligencia no dureza! -Se despidió el viejo de aquel joven adolescente con una mirada de

complicidad y sonrisa de mutuo respeto-

Tata Chulel volvió a caer en sueño profundo y así, los hermanos de la fogata pasaron de las historias de

miedo, al canto de la guitarra y las bromas pesadas de homosexualidad implícita con lenguaje de doble

sentido entre iguales.

Así se fue consumiendo aquélla fogata, como traspasando su fuego al cielo, en el cual ya se adivinaba la

alborada, mientras la animada ronda de peones y campesinos quedaba en placido sueño de caña.

Al mismo tiempo, en su cuarto Juan José tenía la mirada fija en el techo de su cuarto, fumando y pensando

en ella; algo lo trajo de vuelta, escuchó unas pisadas en el corredor y el alboroto de las aves de corral,

pensando era una fiera de la montaña en busca de la entrada al gallinero salió del cuarto rifle en mano.

Efectivamente era un pequeño coyote, que se encontraba sentado en el corredor, como esperándolo; Juan

José apuntó al animal, porque ya eran muchas las gallinas de Doña Adelita que habían desaparecido,

pero el coyote estático lo quedo viendo de tal forma que le hizo bajar el arma, se hizo seguir hasta la

caballeriza.

Juan José de repente sintió una pesadez en la nuca que atribuyo al desvelo y el par de copas que había

tomado; el coyote fue y vino de la entrada de la hacienda.

Juan José comprendió que pedía ser seguido, por lo que intrigado montó en príncipe y emprendió el

galope tras el animalito que parecía correr como el rayo, siempre dos metros delante, cuidando no

perdérsele de vista.

Sin darse cuenta, Juan José llegó a la entrada del pueblo donde los gallos entonaban sus primeros cantos;

era una escena extraña, no sabía porque estaba ahí, el coyote había desaparecido, presintió que algo raro

había en el clima, como un frio que no era precisamente el de la agonizante madrugada; era como sí todo

le dijera que estaba en la entrada del pueblo, pero al mismo tiempo algo dentro de él lo desmentía,

diciendo que era un lugar que solo se le parecía, como un sueño a la realidad o como la realidad a un

sueño.

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A lo lejos se vio una nube de polvo, de la que salió un pelotón de soldados que venían maltrechos, callados

y con los ojos fijos; se le acercó el oficial, sin bajar del caballo, príncipe relincho nervioso.

Soy el capitán Pedro Robles –Dijo el oficial- Vengo del pueblo de Berriozábal, dígale a mi general Robles

que la misión ha sido cumplida; fuimos emboscados, pero acabamos con todos los salteadores.

¿Y porque no entra al pueblo y se lo dice personalmente capitán? –Preguntó Juan José-

Vamos cortos de tiempo a otra misión que no puede esperar Don Juan José -Le respondió el militar-

Como sabe mi nombre –Interrogó intrigado- ¿Acaso su hermano ya le habló de mí? Porque él me dijo que

también seriamos amigos.

El militar sonrío. ¡Algo por el estilo Juanjo! Y no solo te considero amigo, sino mi hermano que a mí ya

no me la puedes jugar igual que a Luis ¡Bandido! –Dijo con una sonrisa de franca amistad-

El sentimiento que tu corazón guardaba por Amalia en eso te convierte –Juan José se sorprendió aún

más–

¿Es que también ella te habló ya de mí? ¿Cómo es posible que sepas tanto si no ha estado en el pueblo?

¿A poco tan rápido corren las noticias?–Intrigado cuestionó-

¡Muy rápido ya para mí! –Sin darle tiempo de reaccionar, añadió- Voy a luchar en otro frente, apoyando

a mi madre en la defensa de nuestra sangre; tú que aquí quedas debes dar tu mejor esfuerzo, no dejes

abatirte por el orgullo ¡Que tu amor es grande, pero grande serán las pruebas también! Sobre todo,

cuídate del hombre que cabalga con el diablo, no alimentes su maldad con tu vanidad o poca templanza,

porque él dará vida con la suya a tu tragedia y llanto ¡Cuidáte de ti mismo Juanjo! -Dijo el capitán

emprendiendo su marcha, alejándose con su pelotón tan rápido como el viento, sin darle oportunidad a

más, dejándolo mudo en una nube de polvo mientras los perros del pueblo aullaban lastimosamente-

Juan José aun desconcertado, entró al pueblo y vio una actividad militar inusual, marchaban pelotones

militares desde el arco hasta el parque central; cabalgó sereno hasta llegar a la iglesia, donde las

campanas repicaron diciendo que alguien había muerto.

Pasó frente a una de las casas de la calle principal, habitaba por el general Robles y familia; se

estremeció al ver un crespón negro y racimos frescos de claveles o rosas que indicaban el pésame de los

principales de la región ¡Alguien de la familia había muerto! La angustia se apoderó de él, bajó del

caballo y caminó presuroso al interior de la casa que estaba con las puertas abiertas de par en par,

flanqueadas por soldados y mujeres con rebozo rezando; buscaba la imagen de Amalia que sosegara el

terrible miedo. Al voltear se encontró frente a frente con el general Robles, quien vestía de luto y con una

tristeza que solo sostenía su carácter militar.

Gracias por su presencia Juan José, no pensé que se enterara tan pronto, apenas anoche al salir del baile

nos dieron la terrible noticia: ¡El capitán Robles murió en cumpliendo de su deber! –Lamentó el militar-

¿Luis? –Preguntó tembloroso Juan José-

Pedro –Contestó el general bajando la cabeza como dejándose vencer por el dolor- El capitán Pedro

Robles de Almeida se ha ido como lo hacen los militares, en el campo de batalla –Se compuso el general,

alzando la cara por la que rodó una lagrima mescla de dolor, dignidad y orgullo–

Juan José perdió el color ¡Imposible! -Exclamó- Lo he encontrado hace unos momentos en las afueras del

pueblo con su pelotón y me encargó decirle que la misión había sido cumplida y que no podía entrar al

pueblo porque tena otra comisión urgente.

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El capitán Robles fue un militar de honor, ni la muerte le impidió cumplir su misión y dar parte –Dijo con

el mismo orgullo al tiempo que daba la media vuelta para ir a desahogar su pena a solas-

Se quedó unos minutos estático, entre la multitud que se arremolinaba en la casa; hasta que Luis se

acercó y comprendió que no había error; era cierto, el capitán Pedro Robles había muerto y a él le confió

su última voluntad. Los dos hombres se dieron un abrazo mudo y se miraron de tal forma que ya no serían

nunca más amigos, sino hermanos.

Mi hermana está inconsolable –Dijo Luis- A pesar de su dolor no deja que nadie más arregle las ultimas

ropas de su Pedro, ve y consuélala, ahora sé que solo tú puedes hacerlo, le haces más falta tú que yo; Ve,

qué yo tengo la encomienda de mi general de ir y asegurarme de que no haya quedado vivo ningún

salteador antes de que el cuerpo de mi hermano se enfríe.

Iré contigo –Dijo firme Juan José-

No hermano, ahora tú le haces más falta a otra Robles, además la hombría de mi hermano y la piedad

divina no permitirán que encuentre vivo a ninguno de esos bastardos –Añadió Luis- Será una inspección

de rutina, para identificar los cadáveres y recoger a nuestros hermanos que entre las rocas quedaron.

Juan José no dijo más, Luis se dirigió a su caballo y montó, cuando josefina, la hija de Don Roque García

lo sujeto por el pantalón y como mirando al cielo le dijo: ¡Cuídese capitán!

No sientas angustia –Contestó Luis- Habremos de volver con bien.

¡Cómo no he de sentirla! Si la que a un militar el corazón da, jamás tendrá una noche serena en la espera,

con soledad y angustia como únicas compañías, ahora lo sé –Dijo la chica con vergüenza y pudor-

Egoísta soy –Dijo Luis al tiempo que rozaba su mano- Que en éste momento tu angustia es mi mayor

felicidad.

Se vieron por un momento y los dos supieron, acordaron su destino. Luis emprendió el galope al mando de

la compañía rumbo a Berriozábal.

Juan José se acercó tembloroso al féretro, sintió una descarga eléctrica a ver el mismo rostro que le

sonrió en la entrada del pueblo, solo que ésta vez tenia sangre negra ya pegada en los oídos y un color

marfil inútil a la vida que resaltaba aún más lo blanco de su piel.

En tal contemplación pensó en voz alta y dijo ¡No puedo creerlo! Talvez fue un sueño en realidad, no pudo

haber sido –Trataba de convencerse, cuando sin darse cuenta, una vieja rezadora lo miró profundamente

al hablarle-

A veces no hay nada más alejado de la verdad que la realidad joven amo –Le dijo mientras se persignaba-

Y hay que salir de ella, aunque sea en sueños para encontrarla, como Usted lo hizo a las afueras del

pueblo.

¿Cómo sabes eso mujer? –Preguntó sorprendido-

Porque trae Usted al muerto encima, su frio le quedó como granizo de la mañana y lleva su corto tiempo

para que a los rayos del sol se derrita; así yo veo que Usted fue y vino de un lugar que es aquí pero a la

vez no, haga caso de lo revelado y que Dios lo bendiga –Contestó la mujer para seguir con su letanía-

Rayaba el medio día y el calor hacia casi insoportable la estancia en el interior de la casa, un olor mezcla

de sudor, lágrimas y cera quemada penetraba hasta los huesos. Casi todo el pueblo se hizo presente,

desde la mejor sociedad, los hacendados y comerciantes más ricos hasta los peones y soldados más

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humildes con sus respectivas familias; ningún soldado del batallón quería retirarse sin darle el último

adiós al capitán Robles.

Juan José, ya sentado en la sala, esperaba el momento propicio para ver a Amalia, en eso entró Doña

Adelita con un bello racimo de rosas que depositó frente al ataúd, se dirigió hacia su hijo y le puso la

mano en la mejilla.

Penoso es tu sentimiento e infortunados los acontecimientos que dilatan tu felicidad hijo mío –Dijo

mientras se sentaba a su lado-

Se oyeron tres descargas de fusil afuera de la casa y un grito colectivo de exclamación que se elevó al

cielo en una sola voz ¡Viva el Capitán Pedro Robles!

Enseguida entró un escuadrón de generales en traje de gala, habían llegado desde la capital de la

república en avioneta militar para hacer la guardia de honor al cuerpo presente. Al frente de ellos, un

militar de edad madura, rostro duro y piel surcada que ostentaba cuatro estrellas y un águila en la frente

mandó por el general Robles, mientras los demás rodeaban en posición de firmes el ataúd por las cuatro

esquinas.

El general Robles se presentó ante el superior con saludo militar, éste no se lo devolvió, en vez extendió su

mano franca y un fraternal abrazo ¡Valor compañero y amigo! ¡Honor compadre! –Le dijo- Tu pena es la

mía también. De inmediato aquél jefe militar se posicionó firmes al costado izquierdo del féretro mientras

esperaba que su compadre Emilio tomara el derecho; sin embargo en una imprudente acción el general

Fernández se adelantó.

¡Permítame el honor de montar guardia a su lado mi general! –Fernández Exclamó sin que obtuviera por

contestación más que una breve y seca mirada-

¡Qué tragedia! Perder un joven oficial tan valioso mi general ¿Cuándo será que un hombre como éste

llegue a la silla? –Prosiguió Fernández en superficial halago al caído en cumplimiento del deber-

¡El sur necesita mejores oportunidades! ¡Necesita hombres como el capitán Robles! ¡Necesitamos un

presidente sureño mi general! Sería muy provechoso para los intereses de la revolución –Seguía

murmurando-

Desde luego que eso lo determinarán allá en el centro, ustedes los máximos jefes ¡Sí yo tuviera la

oportunidad mi general! ¡Haría grandes alianzas en beneficio de todos los que como Usted hicieron

triunfar la causa! Claro que solo he sido gobernador, todavía no he sido presidente…

¡Ni lo será general! –Remató en seco el jefe, molesto ya de su falta de tacto y respeto al tiempo que lo

dejaba mudo en firmes, pues con una seña dio el visto bueno para que otro general del estado mayor

ocupara su turno en la guardia de cuerpo presente en tanto él se dirigía a consolar a su hermano y amigo-

Los dos generales se dirigieron a la biblioteca, pues quien sería conocido como jefe máximo de la

revolución no deseaba dar oportunidad a otro de los presentes para hacer de un momento de pena

oportunidad política; ya en privado el ministro de guerra dejó fuera todo formalismo para consolar a su

estimado y admirado compadre.

¡Eres mi hermano mayor canijo! Y no habría con quien más elegiría estar en mi última batalla que

contigo Emilio –Dijo el compadre sacudiendo con vigor sus hombros-

Aún me acuerdo compadre, como jugaba Pedro de chamaco entre las balas mientras ambos combatíamos

por la causa revolucionaria, desde entonces mostró coraje y valentía, aun siendo todavía un niño corrió

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en el campo de batalla para levantar la bandera que con su portador había caído ¡Fue soldado desde que

nació! Y como tal murió.

Gracias Plutarco, no me tienes que decir más, sé el cariño que le tenías a tu ahijado –Dijo el General

robles-

¡Cariño y admiración compadre! ¡Como que siempre me gustó pa´ ser el padre de mis nietos! Yo esperaba

que ésta navidad próxima formalizara con mi Natalia, ya ves que se escribían a menudo ¡Desde niño me

cuadró el pelao! Desde que nació y me diste el honor de ser su padrino de bautizo pensé que nuestras

familias podrían unirse; pero la voluntad de Dios fue otra compadre –Dijo bajando la mirada-

¿Recuerdas cuando de chamaco le dijo a Álvaro que no necesitaba de su otra mano pa´ sostener la

pistola? –Preguntó con nostalgia intentando no dejar ir lo mejor de su ahijado- “¡No se agüite mi

general!” “¡Con una le basta!” Le animaba con esa sonrisa de diablillo bendito que siempre tubo mí

ahijado ¡Ah! Pero cómo lo defendía también, cuando se encorajinaba les gritaba a quienes le querían

hacer burla o escuchaba un mal comentario: “¡Más vale manco que capado!” ¡Era canijo de bravo como

su padre! ¡Pero noble y de temple desde chavalillo mi ahijado Pedrito! –Esbozó una sonrisa de

resignación como queriendo borrar con los pocos momentos de gracia los muchos de penas y batallas que

el joven capitán vivió-

Álvaro te envía sus sinceras condolencias, él quiso venir conmigo pero tú entiendes compadre ¡Ésa

bendita silla es la peor de las mujeres! Por celosa y posesiva; aun así, ahí andamos muchos como perros

tras ella no’ más tantito y nos hace ojitos ¡Hombres al fin! Nos encantan las devoradoras –Volvió a

obsequiar una disimulada sonrisa con el mismo afán de levantar el ánimo-

Qué no daría compadre, porque mis ahijados hubieran sido maestros de escuela –Prosiguió siendo él

quien decayera extraviando la mirada que por un momento se cristalizó- Sabes que yo cambiaria sin

pensarlo éstas estrellas que llevo en la frente por las de ésas pequeñas sonrisas en un salón de clases, que

son la esperanza y futuro de nuestra joven madre patria; pero mis ahijados nacieron como hijos del trueno

de los cañones de guerra y Pedrito tuvo el destino de los grandes compadre, se fue joven y en todo su

esplendor; sabemos que un buen soldado no debe envejecer porqué de héroe pasará a tirano, como pasó

con “El Chato”, nuestro ídolo de juventud y gran maestro, que luchó contra los invasores y de quien su

peor enemiga fue la vida al quedarse tanto en él, igual que ésa silla que tanto lo amó ¡Como a nadie! Fue

su mejor amante.

¡Más que el destino! –Interrumpió con todo y su pena el general Robles en defensa de su gran maestro y

padrino- Fueron intereses extranjeros que como peones movieron a nuestros héroes en el tablero mundial

de los hermanos mayores, señores del oro negro y el acero, quienes decidieron apoyar al espiritista ¡No

hay que formarle injusto juicio al soldado de la patria! –Reprochó-

¡Contigo no se pude de plano Emilio! ¡Tú fuiste el único de nosotros que fue llamado desde tan lejano

oriente! Sabiendo qué era para conducir el destino de la nación; sí tú hubieras recibido la banda como

nuestro maestro la recibió de Nepomuceno, el suyo ¡Nada de todo esto que ahora pasa hubiere pasado!

¡Pero no quisiste dejar tu propia soberanía! Jamás pude convencerte de que semejante causa bien valía tu

vida, la mía y la de todos nosotros hermanos mexicanos ¡No sé qué te hizo cambiar de opinión! Si desde el

colegio ya lo teníamos planeado –Hizo una breve pausa el jefe revolucionario, como tratando de contener

un antiguo reclamo a su gran amigo, por no ser el momento apropiado, sin que tuviera éxito en ello-

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¡Era tuya la silla por derecho Emilio! ¡Es tuya antes que mía si todavía la quieres! –Se soltó de nuevo el

general Calles- Yo conozco tu secreto, que ni delante de ti repetiré, pero no entiendo por qué te niegas a

cumplir tu misión más importante, para la cual naciste, por la cual te insisten tus lejanos hermanos ocupes

la silla que a tu padre se le asignó ¡Te corresponde a ti Emilio! La mantenemos caliente para ti, para tus

hijos, porque tampoco es de nuestros hermanos que ahora se dicen del nacional, quienes se han

encargado de limpiar a toda costa de la historia las fallas de su benemérito, quién no tuvo mejor logro

que morir antes de que florecieran sus fallos e incluso su traición en el tratado que hizo con Mc Lane ¡Por

poquito y vende otro cacho de nación! De no ser por nuestro hermano Melchor, la verdadera luz en la

silla, que siempre andaba cuidando en la medida de sus fuerzas lo que Pablo hacía.

¡Eso fue cosa de ellos Plutarco! Nosotros no ofrecimos ni vendimos nada; a mí ya no me interesa cumplir

las expectativas ajenas, solo preservar a los míos hermano; no podrías entenderme, pero lo que fuera

motivo de orgullo en juventud es mi más grande aflicción ahora ¡Mi verdadera misión es defender mi

sangre, no acercarla a una silla que es piedra del sacrificio! Dile a Álvaro que deje de insistirte, sé que lo

hace por un elevado fin, no por interés personal, pero ahora no somos más que dos viejos llorándole a un

hijo amado, que ya pasó ocupar su columna en el oriente eterno.

Olvida por un momento querido hermano lo que somos y sostiene en silencio conmigo la pena, que soy la

rama seca que floreció dando hermosos frutos; hoy uno de ellos ha volado en suspiro divino, talvez en

pago redentor del perdón que cada noche implora su viejo padre por los pecados de su soberbia en la

juventud –Concluyó el tema el general Robles-

Compartamos pues el dolor y el silencio querido hermano –Suspiró el curtido militar de rostro cuadrado,

arrugas profundas en sus cansados ojos y bigote tupido pero contorneado, tomando asiento frente al

general Robles–

Mientras tanto, afuera las condolencias y rotación de guardia al cuerpo presente no paraban; Amalia

salió al jardín, no había más que hacer, no pudo distraer ya sus lágrimas, Juan José la siguió y sin darse

ella cuenta la sorprendió por la espalda.

No sufras más, Él ésta bien, lo sé –Dijo mientras Amalia volteaba sorprendida- Sus últimas palabras

fueron para ti… Para mí, para nosotros –Añadió-

Ella no pudo poner esa barrera de indiferencia que había mantenido a raya a Juan José y de su corazón

escapó el sentimiento retenido mojando el pecho de él con sus lágrimas.

No dijeron más, no hubo necesidad de caricias ni besos, fueron sus alientos los que se fundieron esa noche

mientras sus corazones se entendían con un fino lenguaje que no requería de palabra o contacto alguno

para expresarse.

Ella alzó la vista y de entre las ropas sacó el pañuelo que él le había devuelto.

Es tuyo –Dijo- Siempre lo ha sido, aun antes de conocerte, como tu corazón es mío.

Se abrazaron nuevamente y se dirigieron al interior de la casa, no era prudente hablar de felicidad en

esos momentos.

Juan José se retiró con su madre, mientras el velorio seguía su curso, Amalia quedó serena, con una

mezcla de tristeza y esperanza en su pecho que le provocaba paz y desconcierto. Antes de que saliera

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nuevamente el sol Luis llegó al frente de su compañía para informar al general que la misión, en efecto,

había sido cumplida a cabalidad; se hicieron llegar los cuerpos de los militares caídos a las respectivas

familias, mientras que de los salteadores una fosa común dio cuenta, sin una cruz, sin nadie que supiera ni

reclamara su paradero.

Esa noche la familia Robles había perdido un miembro, pero dos nuevos hijos llegaron a ella, Juan José y

Josefina, que ni un momento se separó de Amalia y para ése momento eran ya como hermanas.

Mientras tanto en la cárcel municipal otra historia se tejía, Manuel Nandalumi había sido detenido,

supuestamente por ebrio escandaloso, iba de regreso camino a su ranchito, que era en realidad tierra

heredada de sus abuelos, en la cual trabajaban duro sus padres y hermanos. Antes de irse con sus

patrones aquél guardaespaldas que no dijo palabra más después de ser reprendido en la fogata se las

había cobrado, dándole unas monedas de plata a los policías rurales que de pasó encontró para que le

cumplieran el encargo de bajarle lo alzado aun cristiano del cual les dio santo y seña sin revelar nombre.

Los policías, que recién se habían integrado al cuerpo de rurales, eran soldados rasos de otras ciudades

lejanas que habían decidido cambiar el uniforme por uno que impusiera menos esfuerzo y trote. Vieron de

golpe la oportunidad de ganar el salario de todo un mes y la aprovecharon, levantando entre los tres a

Manuel Nandalumi para llevarlo a los separos.

¿Qué hice pues? ¡Yo soy de ley! ¡No me resistí, pero díganme que hice pues! –Preguntaba Manuel a sus

aprehensores mientras lo amarraban de pies y manos sentado a una silla al interior de la celda-

¡Te metiste con quien no debías indio alzado! –Contestó uno de los policías al tiempo que le daba un duro

golpe en el estómago que le hizo quedarse sin aire pero comprender que no era nada legal su detención-

¡Ansina me lo hubieran dicho antes de amarrarme jijos! ¡Y otro cantar hubiera sido!-Les gritó Manuel

con desprecio apenas recuperó algo de aire-

¡Muy machito! ¿No? ¡Bien dijo el del encargo que eras un indio alzao! ¡Aquí te vamos a bajar los humos

jijo de tu mal dormir! –Dijo el segundo policía-

¡Orita te vamos a dar agua pa´ bajarte lo caliente! –Dijo el tercero-

Entre los dos restantes empezaron a golpearlo indefenso, mientras el tercero regresaba con un balde de

agua y franela, iniciando una cruel pero tristemente común tortura en ése lugar, mezcla de asfixia con

ahogamiento. Los tres hombres se reían mientras Manuel se ahogaba con el trapo escurriendo de líquido

en su cara, tratando de jalar aire, consiguiendo solo llevar agua a sus pulmones; lo dejaban descansar un

par de minutos con la perversa intención de que no perdiera el sentido para poder seguirlo torturando

ante su coraje de ver que no se quejaba ni suplicaba.

El ruido fue tanto que alertó al cabo de turno, quien adormilado en un escritorio viejo no prestaba mayor

importancia, por ser algo común en el oficio, pero se le hizo que ya se estaban esmerando mucho para ser

un simple borracho, por lo que curioso fue a la celda a donde se encontraban los tres torturando a

Manuel.

¡Pero qué hacen grandísimos idiotas! ¡Es Manuel Nandalumi! –Dijo el cabo, que no solo era del pueblo

sino que era también amigo del hermano mayor de Manuel-

¿De los Nandalumi de mi sargento Rogelio? –Preguntó uno de los tres con el color cambiado-

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¡De ése mero! ¡Ya se los llevó la que los trajo salados! ¡Mejor doy parte a mi teniente jefe de rurales! Más

vale lo desamarren y vayan pidiendo por sus pellejos, porque si lo miran ansina la gente de aquí, esto se

pondrá color de hormiga –Dijo el cabo-

El cabo de turno salió a paso veloz para dar parte mientras los tres parecían gallinas sin cabeza,

reclamándose mutuamente y tratando de reanimar a Manuel quien se encontraba casi inconsciente, con el

estómago a reventar de tanta agua que le habían hecho pasar; en ello estaban cuando arribó el teniente

jefe de los rurales con una escuadra de hombres directamente a hacerlos presos, mientras el cabo de

turno componía las ropas de Manuel.

¡Mira na´ más como te dejaron esos jijos Manuelito! ¡Te tocó la ley de Herodes hermanito! ¡Pero tú eres

muy macho y en un tantito ya estarás como si nada! –Dijo tratándolo de reanimar frotándole el pecho con

aguardiente-

Ya hablé con mi teniente, los apresó más pa´ salvarles la vida que pa´ castigarlos y yo pos te quero pedir

ansina como hermanos que somos con el Rogelio que no le digás nada ¡Los va a capá y quemá vivo los

salados! No quiero se tenga que juir por unos que nada valen –Argumentaba el cabo mientras Manuel

recobraba conciencia y lo veía fijamente sin decir palabra-

¡Mira vos Manuel que yo mesmo me lo voy a encargar de darles una su revolcada que hasta el rumbo van

a perdé esos jijos! Ya lo tengo autorizado por mi teniente ¡Ya todo ésta arreglado! ¡Pero por tu mamacita

santa no le digás nada al Rogelio! ¡Sí lo querés como yo lo quero, como hermano, no le digás nada!

¿Viste?-Concluyó esperando respuesta-

¡Yo no necesito de vejigas pa´ nadar! Vos bien los sabés, mi hermano no tiene vela en éste entierro, no es

a él a quien darán cuenta ésos jijos –Respondió Manuel en cólera-

¡Pero es que tampoco quiero que vos te comprometás! Ya te lo dije que no valen la pena esos

desgraciados, yo mesmo les vo´ a dar no solo agua, sino tabla por tres días seguidos, pero vos no te

comprometás pue Manuelito –Apeló el cabo-

El teniente jefe de rurales escuchaba todo desde la puerta de la celda, al ver la determinación de Manuel

intercedió ordenando al cabo lo llevara a su oficina, en la cual Manuel al entrar vio para su sorpresa a

sus tres agresores formados con la cabeza gacha.

¡Bien Manuel Nandalumi! Aquí tenés a los que te jodieron, ya escuché no querés dejar pasar las cosas,

pero yo tampoco quiero le cortés la carrera militar a tu hermano, ni ensuciés sus apellido con sangre de

marranos ¡Que es el mejor sargento que haya conocido! A más de uno nos ha salvado la vida y ya le hablé

a mi capitán Robles pa´ que interceda con mi general y se le haga justicia haciéndolo el primer sub

teniente nacido de la tropa ¡Así que sí querés jodertelos, pues de una vez! De aquí no saldrá nada de lo

que hagás en éste momento –Aseguró el jefe de rurales-

Manuel nada más sonreía buscándole los ojos a ésos tres que ni por un instante subieron la mirada,

mientras el jefe de rurales ponía a disposición su pistola sobre el escritorio.

No son así las cosas teniente –Dijo Manuel-

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¿Entonces qué querés pues? ¿Querés que te pidan perdón? ¡Entendé también que las cosas aquí son como

son! Y se los va a cargar es por atragantados y no dar parte ni pedir licencia pa´ su encargo con su cabo

o conmigo –Puntualizó desesperado el oficial-

¡Sí! ¡Por favor perdónanos! No sabíamos de quien se trataba ¡Esto es así! ¿Qué quieres que le haga?

Dime ¡Haré lo que sea! ¡Lo que tú quieras! –Dijo suplicando uno de ellos sin alzar la mirada-

¡Quiero que este jodido me dé un vaso con agua! –Dijo tomando por la mandíbula al tercero que fue por

el balde para torturarlo-

¡Que me sirvas un vaso con agua jijo! –Volvió a ordenar Manuel al tercero, quien con mano temblorosa

sirvió del jarro que se encontraba en el escritorio-

Porque yo habré de darle a cada uno de ustedes toda el agua del rio en cuanto estén francos pa´ que no se

diga que Manuel Nandalumi ensució ningún uniforme, menos que se aprovechó de ventaja pa´ saldar su

cuenta ¡Ahí afuera los estaré esperando jijos! –Sentenció Manuel mientras de un golpe se bebió el agua

del vaso para salir hecho una fiera de los separos, diciendo para no comprometer a su hermano que ya lo

habían detenido medio golpeado porque borracho había resbalado y caído en la pendiente del camino de

terracería que conducía a su rancho-

De ésos tres policías lo único que se supo es que recibieron un castigo ejemplar por haberse

insubordinado a su teniente, quien los envío de inmediato muy lejos, todavía sin poder caminar de la

paliza que recibieron por sus dos superiores; fueron comisionados a donde peor estaban las condiciones

de servicio en el país, de nuevo más que como castigo, como una medida preventiva en realidad, no de sus

vidas, si no del buen nombre de los Nandalumi y la tranquilidad de su madre.

Los días pasaron en el pueblo sin sobresalto después de eso, los caminos volvieron a ser seguros gracias

al deber cumplido del difunto capitán Robles; pero las intenciones amorosas de dos parejas tenían que

esperar.

Ambas se escribían a diario, Luis desde el cuartel mandaba siempre un sencillo ramito de flores silvestres

moradas todos los días a Josefina, cortadas especialmente por su mano en el rio donde a ella de niña le

gustaba bañarse, lugar por donde él pasaba de camino a su deber.

En ése lugar el capitán Robles ordenó montar guardia permanente, con la consigna de cuidar el abasto de

tan vital ofrenda, un soldado necesitado y agradecido era siempre elegido para ser enviado a recuperarse

de alguna lesión o malestar en tan bello paisaje cercano al acceso del cuartel en donde se improvisó una

pequeña tienda de campaña y parapeto. En poco tiempo y por lo peleado de la misión, el lugar se

convirtió en un puesto de vigilancia o de avanzada, con no menos de dos ni más de cinco soldados, todos

con la orden oficial de reponer energía o salud y el encargo ya personal de su capitán de siempre cuidar

que nadie tocara una sola de tales flores, que a decir de su oficial al mando, todas, incluso las no nacidas

ya tenían dueña; Así fue creado el puesto de vigilancia que se conocería en el futuro como “Las flores”,

donde caminos y puentes habrían de construirse comunicando toda la región, adoptando el nombre para

la posteridad.

Juan José por su parte, paseaba en silencio todas las noches frente al balcón de Amalia, una luz

encendida le decía que su sentimiento era correspondido, nada había que impidiera que las puertas del

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balcón se abrieran, pero cerradas ensanchaban su mudo sentir en un casi masoquista afán íntimo de

probar la nobleza de su amor.

Así, llegó la ocasión perfecta para las dos parejas, la misa dominical a la cual como era costumbre todo el

pueblo asistía; el general se presentó con sus hijos en ropas de luto, mala señal para el amor, se había

determinado guardar un año en memoria de Pedro.

Juan José y Amalia no pudieron más que intercambiar miradas, diciéndose a lo lejos, en el silencio de su

lenguaje lo mucho que se amaban; similar fue con Luis, quien al sentarse en la misma banca con Josefina

sintió la misma angustia.

En mi casa no habrá ninguna muestra de alegría por un año –Le dijo en un susurro Luis-

Entonces en mi corazón tampoco –Contestó ella mirando al suelo- Mejor no hablemos de lo que no será

mañana.

Pero tú sabes lo que siento y llegado el momento formalmente lo expresaré ante tus padres –Aseguró Luis

mientras ofrecía tímido su mano en la banca de la iglesia- Ella le tomó por un breve instante la mano en

señal de aceptación y compromiso de espera.

Terminó la misa y mientras los jóvenes del pueblo se dirigían al parque a socializar Amalia y Luis se

retiraron a casa con su padre ante las miradas frustradas de Juan José y Josefina.

Pasaron nueve meses desde aquel día, Juan José desahogó toda su ansiedad en la siembra, nunca los

surcos fueron tan largos ni la cosecha tan abundante, mientras que Josefina tejía todas las tardes lo que

sería su colcha matrimonial, recibiendo sin falta su ramillete de flores silvestres moradas, aun cuando

Luis se encontraba al mando de su compañía en diferentes pueblos de la región limpiando de salteadores

y cuatreros los caminos, mientras que Amalia se consagraba a mantener el ánimo de su padre al menos en

un nivel aceptable.

El tiempo había hecho su trabajo, ya era prudente empezar los planes para solicitar a los respectivos

padres permiso formal. Un lunes por la mañana, mientras el general desayunaba con sus hijos, se dio una

plática que sería motivo de felicidad para ambos.

Ya casi termina el luto de su hermano –Dijo el padre- Yo sé que tienen los dos el mismo asunto pendiente,

les agradezco la solidaridad y respeto a la memoria de su hermano, pero la vida sigue y aún más a prisa

para ustedes los jóvenes. El próximo mes iremos a la hacienda de Don Roque García –Dirigiéndose a

Luis- Para solicitar su consentimiento y se hagan las cosas como Dios manda. En cuanto a ti –Volteando

a Amalia- Bien sabes que eres la luz de ésta casa y de mi corazón, por ti esto puede llamarse hogar, pero

debes tener el tuyo propio, no quiero darle malas cuentas a tu madre, que talvez pronto vea ¡Y que el Buen

Señor me libre de sus reclamos si hago las cosas mal! –Sonrió por primera vez en meses-

Así que Don Juan José Mendoza es bienvenido en ésta casa para visita formal y que tenga oportunidad de

hacer saber sus buenas intenciones; dile que lo espero el Domingo después de misa para platicar. Debes

saber que hubieron otras solicitudes para aceptar visita del Joven Refugio Trinidad, ya que su tío el

general Fernández intercedió por él, insistiendo en más de una ocasión, incluso por medio del general

Castañón, a quienes les hice saber que mi voluntad como padre no alcanza la de tu corazón y que tu

felicidad radica en la libertad de elegir, como creo lo has hecho ya hija mía.

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Los dos hermanos radiaron de felicidad, Luis no pudo esperar para correr al encuentro de josefina y darle

la noticia, mientras su hermana subió presurosa a su habitación para escribir la carta más bella que

jamás se hubiera imaginado, tan breve como esperanzadora. Las visitas formales se efectuaron, Luis en

compañía de su padre y Juan José en compañía de su madre. Ya había en el pueblo dos nuevos noviazgos

de permiso, a los cuales la suerte, fortuna y amor auguraban el mejor de los futuros.

Era tanta la dicha y felicidad que se planeó una doble boda, a realizarse exactamente un año y un mes

después de la muerte de Pedro. Los preparativos comenzaron y las amonestaciones corrieron, los trajes de

novias fueron encargados por catálogo a la capital de la república para ser pedidos a un país del otro

lado del mar; ellos por su parte eran inseparables, corrieron una que otra parranda siempre cuidándose

de que las novias no se enteraran.

Por esos días le llegó a Luis una estrella del ministerio de guerra con una felicitación escrita de puño y

letra por aquél general de cuatro estrellas para el recién ascendido Mayor de infantería Luis Robles,

deseándole dicha en la nueva empresa, la más difícil de todas, donde las emboscadas no las tiende el

enemigo, el matrimonio, decía.

Juan José lo convenció de que ambos vistieran de charro en la boda por la iglesia, Luis aceptó a cambio

de que la guardia militar hiciera los honores.

Todo marchaba sobre ruedas a dos meses de la boda, se veía a las dos parejas felices pasear del brazo

por el parque y sentarse muy juntitos cada una en bancas gemelas a ver las palomas comer migajas de

pan que ellos aventaban.

Una de esas tardes, al salir de la iglesia y camino a casa de Amalia, la pareja se topó de frente con

Refugio Trinidad, quien montado en su caballo hacia un baile desafiante.

Felicidades Juan José –Dijo burlón despechado- Te llevas a la mujer más bella de la región ¡Que de la

región, del Estado entero diría yo!

Juan José no contestó y haciendo un lado su enojo prosiguió su camino llevando por delante a Amalia.

Porqué me huyes –Dijo refugio cortándole el paso con su caballo- ¿Qué, acaso es pecado decir la verdad?

ella es la mujer más bella que jamás haya visto y el hombre que la quiera pues debe ser lo suficientemente

hombre para merecerla ¿Estás de acuerdo?

Razón tienes Refugio, como con razones te pido no tientes a la muerte ¡Déjala quieta! Que esto ya no es

un juego de chamacos –Advirtió el novio-

Refugio se reía desafiante mientras Amalia casi arrastraba del brazo a Juan José para evitar un

enfrentamiento.

Sábete que ella es mía o más bien yo de ella, y si vueles a mencionar su nombre siquiera en mi presencia

será lo último que hagas Refugio Trinidad ¡Estás advertido!

Refugio bajó del caballo desafiante cortándole el paso a la pareja.

¡Pues házmela efectiva de una vez Juan José! Pa ´que resolver mañana lo que se debió hacer desde ayer,

esto no tendrá otro final más que la medida definitiva entre ambos, que si el padre te dio el derecho o

incluso su corazón ¡Pues yo soy muy barraco para pelear en desventaja! Y demostrarle que soy tanto

como el que más, esto aquí se resuelve ¡De una vez Juan José! –Retó al tiempo que echaba mano a su

pistola-

Juan José reaccionó al mismo tiempo, pero Amalia se interpuso entre los dos.

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¡No disparen! –Gritó con sorpresivo coraje- Si tanto es Refugio ¡Mátame a mí! Que matarlo a Él sería lo

mismo ¡Por Dios entra en razón! Yo nunca te di motivos, recapacita, hay tantas jóvenes que esperan tu

corazón, no tiene por qué ser así Refugio.

No tiene pero así será Amalia –Dijo refugio mientras enfundaba su arma- porque sí hay muchas pero pa´

mí ya na´ más una; ciertamente no me diste motivos pero entiende tú que el corazón no entiende tampoco

de motivos; te fuiste tan hondo de mí, que aun cuando sea causa perdida no puedo evitar luchar por tu

amor ¡A diferencia de éste rajado que se esconde tras de ti! –Dijo con desprecio mirando a Juan José- Yo

estoy dispuesto a arriesgar mi vida sin seguridad alguna, con tan solo algo menos que la esperanza de

ganar tu corazón.

¡Rajado jamás Refugio y te lo voy a demostrar! –Gritó colérico Juan José al tiempo que hacía por la

fuerza un lado a su amada y desenfundaba como el rayo- Refugio se vio sorprendido, en un parpadeo su

rival estaba ya pistola en mano sin haberle dado tiempo de reaccionar.

¿Entonces, así será Juan José? ¿A traición? Con todo lo que te desprecio no puedo creerlo de ti, yo ya

enfundé mi arma y tú me madrugas de ésta manera, te dije rajao pa ´provocarte, pero no pensé que lo

fueras ¡Jálale pues! –Con rabia y dignidad le gritó Refugio-

Dije que te demostraría que no eres el único que da la vida por ella –Contestó Juan José con una sonrisa

casi neurótica al tiempo que le quitaba del cinto a Refugio su pistola- La mía es una cuarenta y cinco

automática y necesito tu revólver.

¿Qué pretendes pues? –Incrédulo cuestionó Refugio-

Ya te dije, bajarte los humos, no eres quien más da por ella Refugio –Dijo al tiempo que vaciaba el tambor

de las seis balas calibre treinta y ocho especial, dejando una sola- Y sin dar tiempo de que refugio y

Amalia salieran de su asombro, hizo girar el tambor y cerró sin ver, se apuntó al corazón y jaló el gatillo

tres veces.

Me has obligado a jugarme algo que a no es mío Refugio, por ello te pido perdón Amalia –Volteando a

ella- Pero a éste lo conozco desde chamacos y sé que no eres un capricho para él, está embrujado y no

puedo culparlo sabes, talvez sí el destino le hubiera favorecido ahora mismo yo estaría en su lugar

retándolo.

Refugio quedó pensativo mientras recibía su arma al tiempo que Amalia soltó una bofetada muda que

estalló en el rostro de Juan José.

¡Jamás te perdonaré esto Juanjo! Me hubieras disparado mejor a mí, que si tu mueres yo lo estaré en vida

¡Eres un macho egoísta! -Volvió a repetir la bofetada acompañada ésta vez de lágrimas-

Y tú refugio ¡Eres igual! –Sentenció verdaderamente iracunda- No sé por qué son enemigos, si son iguales

¡Par de bestias! Solo les importa medirse y demostrar su fuerza ¡Pero resulta que Yo no soy ningún trofeo

o premio al ganador! Soy tuya Juan José, aunque en estos momentos quisiera no serlo.

Y tú –Volteando sus ojos enchispados de coraje al rival- ¡Sábete Refugio Trinidad que el amor verdadero

es abnegado y resignado si es preciso! Sí tal fuera tu caso, buscaría con ternura no lastimarte; pero no

mereces ninguna atención ni consideración, porque lo tuyo no es más que un mal capricho que se te está

convirtiendo en una obsesión, en la medida de tu mal entendida hombría.

Amalia perdóname –Alcanzó a murmurar Juan José bajando la mirada-

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¡Que no me hables Juanjo! Tú eres el más bestia de los dos, porque debías defender lo nuestro con amor,

bondad y nobleza ¡Con sacrificio de ser necesario! Humilde tragándote el orgullo, no jugándote la vida de

una forma tan estúpida solo para demostrar tu hombría ¡Lo único que me has demostrado tu egoísmo! –Le

dijo en un tono más que sereno, triste y pausado que abofeteó no la cara si no el corazón de Juan José-

Amalia corrió rumbo a su casa dejando a los rivales mudos, paralizados como estatuas de sal, viéndose

sin decir palabra de la mutua vergüenza que sintieron ante la mujer que ambos decían amar por sobre

todas las cosas, habían fallado ante sus ojos y ambos lo sabían.

Refugio subió a su caballo y dio media vuelta sin decir nada, con la cabeza gacha; mientras Juan José

montó su caballo que siempre dejaba ahí para aprovechar la caminata con su amada a la iglesia y

emprendió el regreso a la hacienda, sintiéndose un niño regañado, al cual se le manda a un rincón

castigado, y como un niño lloró buena parte del camino, en el cual vio como las caravanas de gitanos,

comerciantes y actores de carpa o circo entraban al pueblo; la feria de la candelaria empezaría en dos

días.

Llegó a la casa grande, donde su madre lo esperaba en el corredor como de costumbre, le buscó la vuelta,

no quería le viera ésa tristeza en el rostro, más bien no quería se enterara de tu arrebato; hizo algunas

labores en los corrales y durmió con la misma idea en la mente, para tener el mismo sueño y despertarse

con la misma imagen de todos los días: Amalia.

Se arregló después de su jornada y fue a casa de los Robles para ponerse de acuerdo con Luis, pues el

baile de apertura de la feria de la candelaria seria la noche próxima, fue una visita como las demás,

quedaron de verse a las ocho de la noche en el parque central, ya que antes Juan José y Amalia darían

una vuelta por la hacienda que pronto seria su hogar, mientras josefina y Luis visitaban casas en el centro

del pueblo, a poca distancia del parque, esperando encontrar una en venta que fuera de su agrado, con

árboles de mango como ella quería y un amplio corredor. A pesar de que su padre le ofreció la mitad de la

hacienda, Luis prefirió hacerse de una propiedad por sus propios medios.

En ése paseo Juan José parecía cachorro regañado, esperando algún otro reproche de su amada por tal

arrebato de la noche anterior, sin embargo Amalia no dijo nada al respecto, ni lo haría en un futuro; él

comprendió que solo en dicho olvido intencional podría apaciguar su reproche, por lo que igual pretendió

no había ocurrido nada y se esmeró en los detalles para con ella, que satisfecha había domado por la

buena el temperamento de su futuro esposo.

Bien se había cumplido el viejo consejo y adagio de su madre: “Solo el hombre domado por su amada

puede ordenar sobre ella, quién estará segura de que tal autoridad jamás excederá la suya, misma que no

debe ser ejercida a la ligera y es menester que pase desapercibida” –Así hablaba su madre en sus

recuerdos de niña, cuando mientras jugaba con sus muñecas entre sus tías platicaban y reían al referirse

a sus fieros esposos militares, al menos ante su tropa y los demás ajenos al hogar-

Llegó el domingo del baile y todo estaba listo, después del acostumbrado paseo Juan José dejó a Amalia

en su casa para que se arreglara e ir a hacer lo mismo. Doña Adelita planchó el traje azul marino con

botones de plata, su consentido pues lo compró con las ganancias de su primera cosecha, que él con sus

propias manos sembró, cuidó y levantó.

La noche cayó y Juan José montado en príncipe llego a la casa a Amalia; ella lucia radiante, con un

sencillo vestido de lino azul que no hacía más que resaltar su escultural figura y finos rasgos.

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Dejó su caballo y prefirió caminar del brazo con ella el pequeño tramo al parque central, donde al llegar

se encontraron con Luis y Josefina que estaban felices, habían encontrado la casa perfecta, él estaba de

uniforme, pues a pesar de ser día de fiesta, estaba de servicio, por lo que no se quedaría mucho tiempo.

Se saludaron y tomaron asiento en las bancas preferidas de ellas, las que estaban frente a la presidencia

municipal bajo un frondoso árbol, desde las cuales podía verse el reloj y los cerros iluminados por la luz

de la luna.

Juan José y Luis fueron por unos dulces para sus respectivas prometidas, a su regreso notaron que dos

sujetos les hacían rueda, eran Refugio Trinidad y su primo hermano Laurencio.

Te advertí que no te acercaras a ella –Dijo Juan José furioso mientras lo jalaba por la camisa-

¡Yo hago lo que se me viene en gana y a ver qué tan hombre eres para impedirlo! –Desafió Refugio con

aguardiente en el aliento- Sin decir más juan José le dio un fuerte puñetazo en la mandíbula que lo arrojó

un par de metros por el suelo; al mismo tiempo a espaldas de Juan José Laurencio echó mano a su

revólver con la intención de abrir fuego, misma que fue truncada por un certero disparo al pecho por

parte de Luis, quien antes de disparar le gritó: ¡Quieto! A lo cual el agresor viró su arma y alcanzó a

realizar un tiro que se perdió en el aire.

Laurencio Trinidad murió antes de tocar el suelo fulminado por una bala en el corazón; la gente se apartó

en torno a la escena, Refugio al verse solo ante ambos se acobardó por un instante, pero algo surgió de

sus entrañas a ver tendido a su hermano más que primo y gritó: “¡Pos de una vez!” Echando mano a su

arma, aun cuando uno de sus rivales ya sostenía la suya.

¡No puedes morir tú aquí! Porque debes pelar mañana para cobrar la afrenta –Dijo interponiéndose con

su cuerpo la esposa de Laurencio, apretándole tan fuerte la mano en el arma, que ni con su fuerza de

hombre pudo moverla fuera de la funda-

Refugio comprendió y no pudo más que maldecir amenazándolos de muerte mientras huía a todo galope

en diablo, su caballo.

La familia Trinidad fue por su muerto al parque central, donde Doña Hortensia, abuela y matriarca

contempló inamovible el cuerpo sin vida de su nieto.

¡No es Trinidad aquel que no tome las armas y no tenga paz ni sosiego hasta ver cobrada esta afrenta! Ya

no habrá jamás paz entre los Trinidad y los Mendoza mientras quede alguno de nosotros que respire sobre

la faz de la tierra –Sentenció-

Sacó del cinturón de Refugio un puñal y se inclinó ante el cuerpo aun tibio de Laurencio, le tomó la mano

izquierda y grabó con sangre los nombres en iniciales de Luis Robles y Juan José Mendoza, le cerró el

puño con rabia mientras decía: “¡Los gusanos no te habrán tocado y ellos ya estarán donde tú estés, como

que hay un Dios o un Demonio, cualquiera de los dos habrá de ayudarnos!”.

El velorio fue tétrico, nadie del pueblo asistió, aunque existía estimación, sabían que se había declarado

la guerra entre ambas familias y prefirieron mantenerse al margen, solo los Trinidad que se veían unos a

otros rumiando su furia y sed de venganza.

Laurencio era el sobrino consentido del general Fernández, quien desde tal fecha le retiró el saludo a su

colega y amigo Emilio, a quien le hizo saber que nada en su contra tenia, pero que se llevaría a quien se

pusiera de por medio. En breve juicio se comprobó que el Mayor Robles había actuado en legítima

defensa, por lo que fue absuelto del cargo que se le imputaba, restituido a rango y función sin perjuicio

alguno.

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Doña Adelita desde ese día se tornó melancólica, Juan José trataba de aligerar su preocupación.

No tema madre –Le decía- Qué hubiera dado también yo por evitar lo que sucedió, pero hay gente que

para provocar la desgracia ajena es capaz de buscar la propia. Además Luis puso vigilancia en todos los

caminos vecinos de la hacienda, así como en la casa de Josefina y la suya propia por Amalia; nada ha de

pasar madre –Aseguraba- Las bodas se llevarán a cabo como estaba previsto y seremos felices a pesar de

todo.

Doña Adelita asintió con la cabeza queriendo creerlo.

Pasó una semana y de la tan sonada pronta venganza de los Trinidad nada se supo, ni de la mayoría de

los hombres jóvenes de la familia que se hicieron al monte en muestra del futuro delito, solo quedaban

mujeres y niños en las haciendas familiares que eran dos por el rumbo de Jiquipilas.

De Refugio, los dos hermanos de Laurencio, Alfredo y Carlos de apenas catorce años, así como de otros

tres primos que se sumaron al grupo nada se supo, aun cuando los rumores decían que se habían ido a las

cuevas del cerro de la chumpa.

A los cuarenta días de muerto de Laurencio y faltando una semana para las bodas, se vio al menor de los

Trinidad comprando víveres en la tienda del parque, Luis que estaba de camino a su casa lo vio y se le

acercó con la intención de interrogarlo.

Al verlo, el joven Carlos Trinidad se puso sumamente nervioso.

Qué pasa Carlos –Preguntó Luis-

El adolescente no le contestó e intentó correr, pero Luis lo sujetó por el brazo.

No me huyas, no es mi intención hacerte daño, bien sabes que lo que pasó con tu hermano no fue mi culpa,

no me dejó elección –Dijo el mayor de forma sincera a manera de disculpa-

Déjeme –Gritó Carlos- No puedo hablar con Usted.

¿Por qué? -Preguntó Luis-

¡Porque los Trinidad juramos matarlos si los teníamos a tiro! -Dijo Alfredo apareciendo por sorpresa a

espaldas de Luis- Quien al ver que desenfundaba trató de reaccionar, pero fue demasiado tarde, cuatro

descargas de bala calibre treinta y ocho especial le despedazaron dos espalda dos el pecho mientras caía

en giro al suelo.

Los dos hermanos se dieron a la fuga, seguidos de cerca por un pelotón de soldados enfurecidos al mando

del sargento Díaz, quien estimaba profundamente al Mayor, por encarnar el recuerdo de su hermano

menor fallecido en la infancia más por la pobreza que por la malaria; desde entonces se enlistó al ejército

para ayudar a su madre económicamente como el devoto cristiano que era, hasta que aquélla falleció, de

la cual portaba como mayor tesoro una cruz de acero al pecho. Fue por su ecuanimidad y responsabilidad

que el general Robles eligió a ése joven indio Mazahua como parte de su escolta, que cobró gran estima y

admiración por su jefe, así como auténtica hermandad con sus hijos, en especial con Luis.

Los persiguieron hasta el rio y volvieron diciendo que les habían perdido el rastro; extrañamente a los dos

días descubrieron los cuerpos hinchados, casi putrefactos por el sol de los hermanos trinidad, estaban

entre los matorrales del rio.

Carlos se notaba había tenido una muerte rápida, con un solo tiro justo en el corazón, le respetaron el

rostro; pero la de Alfredo debió ser horrible, porque su cuerpo estaba despedazado al parecer por sables

de caballería sin que presentara un solo impacto de bala ni que alguna de las heridas fuera mortal por sí

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sola, se apreciaba murió más bien entre los cascos de caballos molido, desfigurado y desangrado desde la

frente a los pies.

Todos sufrieron la pérdida, pero para una la tragedia fue un golpe tan devastador que el dolor se

convirtió en pasmo, josefina se había extraviado por unas horas, se le encontró sentando en la banca del

parque, aun cuando sus padres y amigas trataban de hacerla volver en sí, ella nada respondía.

¡Regresa a tu cuerpo mi niña! –Le gritó su nana Elvira botella de caña en mano, mientras le soplaba

aguardiente en la cara- ¡Regresa, no seas cobarde! ¡No juyas de tu cuerpo! –Gritó enérgica volviendo a

soplarle con violencia otro trago de aguardiente en el rostro y azotándole la espalda con una rama de

albahaca-

Josefina dio señales de que reaccionaba, mientras su fiel nana le seguía frotando brazos y cabeza con

aguardiente, ante el alivio y reconocimiento de todos los presentes; le empezó a trenzar el cabello con

vigor mientras rezaba quedito en su lengua natal.

¡Aprieta juerte tu trenza mi niña! ¡Aprieta pa´ que atrape el dolor y no lo deje bajar más a tu corazón!

Que del sufrimiento renace la esperanza y en el sacrificio de nuestras debilidades ta´ la semilla de la

templanza ¡Ponte en pie mi niña! Que tu casa espera a su señora, ponte en pie y demuestra a tata Dios

como saben sufrir la pena las buenas mujeres, las que no saben tomar atajos cobardes para escapar de su

sagrada voluntad –Dijo la nana mientras le ayudaba a pararse de ésa banca que ya la había aprisionado

talvez para siempre-

El funeral de Luis fue una dolorosa repetición del de Pedro, Josefina se encerró en su cuarto, tomando

unas largas y afiladas tijeras mientras veía como palpitaban sus venas ya sin motivo en sus muñecas, todo

su ser le ordenaba irse junto con aquél para el que nació; pero algo extraño sucedió, que de repente en su

ventana se vio un coyote con un pequeño racimo de flores moradas del rio en el hocico, que dejó a sus pies

mientras la veía como dándole fuerza, como brindándole consuelo, para luego desaparecer entre los

arbustos; ella tomó las tijeras y se cortó su hermosa cabellera negra que le daba a la cintura apareciendo

ante la sorpresa de todos con el pelo corto como varón vestida con un bata muy sencilla y sin gota de

maquillaje, solo la tristeza que de ella emanaba eclipsaba su belleza.

Él amaba mi pelo, decía que era la enredadera al cielo, por la cual soñaba cada noche subir a mi ser;

nadie jamás lo volverá a tocar, ya no éstas amor mío, ya no tiene razón de ser la escalera que nadie

subirá a tu cielo, como tampoco volverá a estar más allá de mi cuello éste cabello, en tanto nos reunimos

nuevamente; llévatelo amor mío ¡Mi propio corazón arrancaría para depositarlo contigo si no fuera

pecado mortal en contra del Señor disponer de la vida propia! –Dijo sobre su ataúd, al tiempo que

depositaba en su interior la hermosa trenza- No se le vio llorar, todos le dieron el lugar de viuda pero ella

no aceptó condolencia alguna, permaneció breves momentos y se retiró a la casa comprada por su amado

con su fiel nana Elvira. Jamás volvió a salir de ella hasta el día de su muerte. Mientras que en el rio

tampoco se volvieron a encontrar esas flores silvestres moradas que hacían ramillete diario para ella, de

ésas no nacieron más.

La boda de Juan José y Amalia se pospuso nuevamente por el luto de los Robles, mientras la hacienda de

los Trinidad fue quemada por jinetes en la oscuridad, aun cuando los tres primos de Refugio se

enfrentaron y cayeron a tiros, ningún jinete tocó a mujer o niño; por su contundencia y precisión parecían

un perfecto escuadrón de caballería; del jinete que lideraba solo brillaba una cruz de acero en el pecho,

cuando apuntó su arma a Hortensia Trinidad, quien desafiante le escupió a los cascos del caballo.

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¡Dispara Malparido! ¡Que nada podrás quitarme, pues al que buscas muy lejos se encuentra ya, a la

espera de la oportunidad! –Exclamó en rabia la mujer-

Bien dices mujer, mi juramento es contra tu hijo Refugio, a quien habré de cobrárselas ¡En esta vida o en

la otra! ¡Que muerto el perro se acabará la rabia! ¡Reza a nuestro Señor porque lo encuentre pronto

mujer! ¡Porque lo habré de encontrar a él o a su sangre que haré correr hasta que no quede gota para

venganza alguna! ¡No lo olvides vieja bruja! –Sentenció revolviéndose en un palmo de terreno encima del

caballo- Serás la señora de ésta hacienda, pero no dejas de ser una bruja ¡Yo te vi con mis propios ojos

sacrificando animalitos de mala manera y ofrendando su sangre a la tierra para que se cumpliera tu

venganza! Arrepiéntete de tus pecados y reza por la piedad del Señor ¡Que los pecados de los padres caen

sobre los hijos! ¡No lo olvides! Que la ira del señor es terrible y terrible será la venganza; el jinete

enfundó su arma sin decir más palabra desapareció en la oscuridad de la noche seguido de sus cómplices.

Ésa familia desapareció sin que nadie supiera a ciencia cierta su paradero, al igual que se dieron por

desertores a tres soldados rasos que según un extraño reporte habían reñido y herido al sargento Díaz de

muerte ésa misma madrugada. Extraño porque no hubo persecución y llegaron los cuerpos de los tres a

sus respectivos pueblos con un recado escrito en la misma tela de la bolsa que contenía cien monedas de

plata en cada ataúd de pino: “Duele cuando los valientes deben pasar por cobardes, pues a veces la

justicia no puede esperar a la ley”.

El sargento Díaz sanó, aunque perdió la pierna por la gangrena; con la paga de su retiro liquido una

deuda por trescientos pesos plata que contrajo sin que nadie supiera por qué con el usurero del pueblo;

después de ello desapareció para siempre, aun cuando el General Fernández intentó por varios medios

ajustarle cuentas, se le escapó de las manos; además llegó por instrucción superior del ministerio de

guerra la orden precisa para cambio de zona de los jefes y oficiales que casualmente habían comentado

cobrárselas a los allegados del general Robles, sobre quien no recaía duda alguna de mala acción ya que

hasta sus detractores reconocían su honorabilidad y que si algún oficial o personal de tropa hubiere

participado en la quema, fue de manera espontánea sin que mediara mandato alguno.

Algunos decían que Refugio, el último hombre de los Trinidad se había llevado a todas las mujeres a la

capital del País, mientras que en la casa del general Robles de nuevo un crespón negro resaltaba en la

fachada, era el mismo que se vio todo el año anterior.

Por las noches se oía una suave melodía, melancólica y tierna, Amalia la tocaba al piano, era la pieza

favorita de su madre, con la que únicamente ella podía apaciguar al entonces teniente Robles, que de

joven era una fiera en el campo de batalla, ahora general viejo y sin ilusiones.

No quiero que esperes el fin del luto para casarte hija –Le dijo una de esas noches- La vida debe

aprovecharse, cada minuto, cada día; a tu hermano Luis le robo un año de felicidad con Josefina ¡Maldito

luto! Como puedo llevarlo si muerto también me siento, le robó hasta su descendencia talvez y con ella la

mía también –Dijo reflexivo- Ella no contestó, pero el deseo de su padre era el suyo también.

El general estaba devastado, su buen físico y animo que las disciplina militar le brindara por más de

cincuenta años se había ido, sabía que no viviría por mucho, de hecho en sus adentros ya no lo hacía más

que para ver entregada en matrimonio a Amalia dejándola en buenas manos.

Juan José se enteró de la noticia por una carta que Amalia le envió con urgencia. La boda se celebraría,

era la última batalla que el general le presentaba a la vida por ganar la felicidad y continuidad de al

menos uno de sus hijos.

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Los dos se abocaron a cumplir los trámites sociales y eclesiásticos, acordando celebrar la unión en quince

días, apenas el tiempo necesario para recibir el vestido y darle tiempo de ser notificados algunos

familiares invitados del centro del país.

Doña Adelita dejó su cuarto aun en contra de la voluntad de Juan José.

En este cuarto tú fuiste concebido fruto del amor –Le dijo- Ésta cama la talló tu padre con sus propias

manos y le incrustó el cristo de plata que trajo tu tatarabuela cuando llegaron al país; será nuestro regalo

de bodas, símbolo de la dicha y prosperidad que te deseo con toda el alma hijo mío. Ella tomó el cuarto

junto a la capilla, sentía que los días también se le terminaban.

Otros regalos de bodas empezaron a llegar a la hacienda, entre ellos un carruaje blanco regalo de los

señores de la perla del Soconusco. Pero el más significativo para Amalia fue el que llevó Elvira a nombre

de su niña Josefina, una hermosa colcha matrimonial bordada con hilos de plata.

Les desea toda la felicidad que a ella se le escapó de las manos –Dijo la nana-

Dile que no puede faltar a mi boda –Replicó Amalia-

Mi niña no asistirá, para ella el tiempo se congeló –Dijo Elvira con los ojos en el suelo- Tiene ansias de

reunirse con su amado, pero como buena cristiana no puede tomar la voluntad de Dios en sus manos.

Eso fue lo último que dijo al retirarse. Y efectivamente, a pesar de las muchas visitas e incluso

pretendientes que respetuosamente hacían guardia en su balcón, josefina nunca volvió a salir de su casa

ni a encender la luz de su habitación por las noches hasta que la suya se extinguió una década después

para salir directo al campo santo.

Faltando dos días para la boda Amalia ya no salía de la casa grande, era la heredera en vida de Doña

Adelita, su sucesora, la señora de la casa grande; en pocos días había aprendido todo lo que aquella

satisfecha suegra tenia para enseñarle, tanto de sus nuevas tierras como de su futuro marido.

Se respiraba nueva vida, aroma fresco nuevamente, hasta Doña Adelita se contagió de tales ánimos de

felicidad y esperanza, estaba rejuvenecida, platicaban horas y afinaban detalles efectuando los últimos

preparativos.

El general no tuvo inconveniente en que su hija quedara depositada con Doña Adelita en su futura casa,

durmiendo en sus aposentos en tanto se celebraba la unión.

Ambas reían en la cocina con las mujeres y Amalia ya estaba familiarizada con peones y caporales que

llegaban al medio día por su pozol frio o algunas tortillas para completar su almuerzo. Todos la veían ya

como la joven señora.

A un día de la boda, Amalia fue para ver a su padre a quien encontró en un sillón con las luces apagadas,

tenía los ojos en el vacío y cada vez más alejado de la realidad.

Sea fuerte padre –Le dijo al tiempo que besaba la surcada frente del general- Que mi felicidad no podrá

ser completa sin usted.

Ya he cumplido ésta misión que es la vida hija mía, muchas de hecho –Le contestó- Solo me resta

entregarte ante Dios con tu marido para morir en paz.

¡Te equivocas padre! ¿Quién paseará a tus nietos entonces? ¿Quién les enseñará la disciplina que a mis

hermanos inculcaste? –Le preguntó tratando de darle una ilusión-

Mis nietos –Respondió pensativo- La vida me dio dos hermosos hijos que la muerte me arrebató sin que

dieran fruto; el apellido Robles se ha perdido para siempre.

¿Y yo no cuento padre? –Preguntó Amalia sentida-

Tú perpetuarás otro nombre, como debe ser hija y como talvez es mejor que sea; tus hijos serán Robles

también, pero los hijos de tus hijos ya no más. ¡Vida injusta! Te quedas en un viejo seco y te negaste a

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continuar en mis hijos ¡Mis hermosos hijos! –Reprochó amargo en cólera mientras una lágrima rosaba

por su mejilla y su mano cerraba en puño con una súbita fuerza-

Ya déjelos ir padre, ellos descansan en paz –Dijo tomando la mano de su padre para hacerle acariciar la

mejilla-

No te preocupes más por mi hija ¡Soy militar! Para bien o para mal he vivido bajo la ley del hierro, me

hice a la idea de ofrendar la vida o quitarla en aras de una causa justa ¡Y cuál más superior que la

voluntad de Dios que reclamó a tus hermanos! Anda, ve a casa de la costurera que recién avisaron tu

vestido llegó, requerirá algunos ajustes mínimos creo yo; anda que yo estaré sin falta mañana al repicar

de las campanas para entregarte a Juan José.

Ella salió en compañía de Gertrudis, la sirvienta de su padre, a pie pues la casa de doña Lety la costurera

no estaba lejos, cuando habían caminado un par de calles un niño se le acercó corriendo y le dijo:

“¡Señorita el amo Juan José se cayó del caballo!” Lo llevaron grave a la hacienda y pide hablar con

usted, ahí viene ya un carruaje mandado por Doña Adelita “¡Vaya rápido que se muere!” –Concluyó el

menor para echarse a correr-

Ella se llevó las manos al rostro descompuesto de angustia, mientras aparecía dando vuelta el carruaje al

cual subió a toda prisa.

¡Ve y dile a mi padre Gertrudis! -Dijo de espaldas ya subida en el carruaje-

¡Pronto lléveme a la hacienda! –Gritó al conductor- Y a todo galope salieron del pueblo, recorriendo un

sendero de terracería hasta unos matorrales junto a la barranca a mitad de camino de la casa grande

donde el carruaje se detuvo.

¿Por qué se para? ¿Qué pasa? El hombre de edad avanzada que conducía bajó al encuentro de un jinete

que se encontraba agazapado en los matorrales, era Refugio Trinidad y el viejo Efrén, primo político de

Doña Hortensia trinidad, tío de Carlos y Alfredo, aquellos hallados en el rio.

Refugio venia escoltado por diez jinetes, aunque de civiles, se les notaba a leguas la pinta militar y por su

hablar, que eran de la región.

¡Gracias muchachos! Jálenle en sentido contrario pa´ despistar como lo planeamos y díganle a mi

General que hoy más que nunca nos demostró que los Fernández también son Trinidad –Dijo despidiendo

a sus hombres a caballo-

¡Y los que quedamos de los mal llamados mapaches también Refugio! -Le contestó el hombre que lideraba

el grupo- ¡Mucho nos han humillado y menospreciado! Pero a toda cuenta le llega su día de ajuste; Yo

crecí con el Alfredo como hermanos y la forma en la que me lo mataron me dejó una rabia en el corazón,

una muina en el alma, que hizo le perdiera toda la buena voluntad y admiración a quien era, para mí, el

oficial de la tropa más barraco en toda la nación –Dijo mientras daba media vuelta y emprendía galope al

frente del grupo-

Una verdad súbita abrió los ojos de Amalia quien tratando de no perder la compostura al comprender el

engaño gritó a Refugio: ¡Regrésame! Mi padre ya debe estar en camino con todo el ejército para

buscarme ¡Regréseme por favor!

Eso no pasará –Dijo muy sereno Refugio- ¡Tú! –Se encendió al decirlo- Desde la primera vez que te vi

fuiste mi perdición y la de toda mi familia también, te me metiste en las venas y bien sabe Dios que yo no

pedí sentir esto, se nos cobró un precio muy alto por ti ¡Ahora tendrás que desquitarlo!

Sin decir más la tomó bruscamente por la cintura para subirla en ancas y se dirigió a todo galope con su

presa rumbo al cerro de la chumpa, donde tan bien conocían las cuevas desde meses atrás.

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¡Amalia Robles ha sido raptada por refugio trinidad! –Corrió la noticia como pólvora que estalló en los

oídos de Juan José y el general- El primero al saberlo se arrancó mechones de cabello enloquecido por la

desesperación, mientras que al general Robles una rabia asesina le devolvió el brío de la vida y toda la

vitalidad perdida.

En cuestión de minutos la primera patrulla militar salió a la búsqueda y rescate, viendo todavía en el

camino el polvo levantado por aquél grupo de jinetes, quienes al verse por ser alcanzados decidieron

atrincherarse en el desfiladero y presentar batalla. Minutos después salió el general al mando de una

compañía reventando caballos con Juan José; iban callados, con los ojos rojos de llanto y coraje,

parecían perros rabiosos.

Fue una balacera infernal la que aconteció antes de que el general llegara, caían por igual de ambos

bandos, tal parecía que tenían el mismo entrenamiento, disciplina y puntería. Después de una hora de

combate sin dar ni pedir cuartel, no quedaba uno vivo de los atrincherados, como tampoco igual número

de uniformados dejaron el lugar con respiro. La compañía diezmada se reagrupó al tiempo que el general

Robles arribó al lugar con Juan José, quien de inmediato entendió lo que había pasado.

¡Son gente de aquí general! Y muchos soldados, ése que venía al frente era Rogelio, el mayor de los

Nandalumi, sargento creo y en un tiempo peón de mucha estima de los Trinidad ¡Pero aquí no está

Refugio! –Dijo revoloteándose en un tramo de terreno con Príncipe ya lastimado por el galope-

Con la novedad que son de los nuestros mi general, de los mapachistas –Reportó el Capitán al mando de

la compañía que había enfrentado a los atrincherados- Pa´ que más que la verdad, se defendieron como

fieras y murieron matando como los méritos jaguares, no tiraron a traición ni emboscaron; los

comandaba efectivamente el sargento Rogelio Nandalumi, compadre de su Sargento Díaz y buen pelao

¡Bravo como pocos! dicho sea de paso; se parapetaron hasta caer llevándose a la mitad de mi compañía

por delante mi general.

¡Fernández! –Gritó colérico el general mientras daba un fuerte golpe a la silla de su caballo- Ya habrá

oportunidad de ajustarle cuentas a los titiriteros mapachistas de estos pobres infelices ¡Desertores!

¡Traidores del uniforme! ¡Los quiero a todos colgados en las vías del tren Capitán!¡Los quiero colgados a

todos de un solo árbol de malos frutos! –Ordenó rabioso el general-

¡Se Cumple mi general! –Gritó al tiempo que se cuadraba enérgico el capitán- ¡Ya escucharon a mi

general! ¡Levanten los cuerpos! –Transmitió la orden a la tropa-

¡Espere capitán Rovelo! –Contraordenó reflexivo el general-

¡Ordene mi general! –Volvió a cuadrarse el oficial-

Antes que soldados, fueron hombres y murieron defendiendo su causa; muchos aquí tendidos atendieron al

llamado de la sangre, de su tierra, de su gente, si bien fallaron al uniforme, no a su conciencia.

No merecen un trato infame –Se compuso el general- Tampoco llevarle a sus familias la vergüenza con sus

cuerpos por una guerra que en nada toca a la nación si no a dos familias; dé parte que todos eran

integrantes de su patrulla y fueron abatidos por salteadores, haga llegar el pésame a todas las familias p

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Debe tener hambre el señor –Comentó sonriente- Hoy el patrón desayuna en la cama y por primera vez no

son mis manos las que le llevan la charola, su mujer se encargará de ello de hoy en adelante ¡No lo hagas

esperar hija! Pero no te malacostumbres a encontrar la charola servida ¿eh? -Amalia sonrió y regresó

feliz al cuarto con su amado del cual no salieron en una semana-

Pasó un mes de felicidad hasta que Amalia supo que estaba embarazada, el terror se apoderó de ella,

sabia como mujer que no podía ser de Juan José; estuvo días por los rincones sin que su marido o Doña

Adelita atinaran a la causa de su angustia, hasta que una mañana en la cocina no pudo más y estalló en

llanto.

Que pasa hija –Preguntó la anciana- ¡Dímelo de una buena vez!

Es algo que debía ser causa de la mayor felicidad, pero no en esta ocasión, no en ésta –Dijo mientras

apretaba las manos de la que era como su madre ya-

La verdad le llegó de golpe a doña Adelita ¡Virgen madre de Dios! –Exclamó- ¿Por qué el destino se

ensaña con nosotros? ¿Qué pecado tan grande hemos cometido?

Amalia no paraba de llorar cuando le dijo que tenía dos meses de retraso, como mujeres no había

necesidad de explicar más.

He pensado por días ahogarme en el rio con tal de que él no sepa, incluso cometer un crimen peor y

negarle el derecho de nacer, pero no sería de Dios; ni él ni Juan José merecen un crimen tan atroz, una

mentira así; no sé cómo darle la noticia ¡Ayúdeme por favor! ¿Qué debo hacer? –Angustiada apretó aún

más las manos de su madre política-

Mi hijo no resistirá otra mordida de la maldita serpiente del destino –Dijo la suegra-

Lo sé ¡Por ello quiero arrojarme al rio! Que sea un accidente, el sufrirá pero me amará y en el rio se irán

las penas venideras de seguir con respiro –Replicó Amalia-

Ambas se abrazaron en consuelo mutuo.

Es voluntad de Dios hija mía, e ir en contra de ella es aparte de un pecado la peor estupidez humana ¡Sea

lo que tenga Él dispuesto que sea! Dale la noticia a mi hijo, que es mejor sufrir por la verdad que vivir en

el engaño –más que opinar, ordenó la matriarca-

Esa tarde, al volver Juan José del campo, los dos se encerraron en su habitación; su madre supo que él ya

se había enterado al verlo salir enloquecido de rabia rompiendo muebles a su paso, maldiciendo y

renegando de Dios.

Al verla cayó de rodillas ¡Ya no más madre! Ya no más… Prefiero quitarme la vida antes de hacer una

barbaridad –Dijo ahogado en llanto, queriéndose asfixiar con las faldas de su madre-

Ella no tiene la culpa, tampoco ése niño, es tan solo una prueba más-Dijo su madre mientras acariciaba

su pelo- Por duras y constantes que hayan sido como la tormenta que no da tregua hijo mío, los arboles

robustos, de buena madera y nobles raíces soportan cualquier embate y prevalecen dignos, hermosos y

frondosos para la gloria del Señor.

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Pero no lo puedo aceptarlo madre ¡No puedo, no soy tan bueno!

Toma mi vida hijo si alguien más tiene que morir –Le contestó- Mucho hemos pasado ya para vencernos

ahora, es voluntad de Dios y nuestro deber como sus hijos, como buenos cristianos es aceptar con

nobleza, dispuestos al sacrificio de nuestros deseos, a la ofrenda de nuestros orgullos y vanidades, que en

ello se encuentra la oportunidad de ser digno de su misericordia y por tanto verdaderamente feliz.

¿Ser feliz? ¡Cómo puede decir tal disparate madre! –Dijo parándose bruscamente dándole espalda a su

progenitora-

Sí hijo, ser feliz ¡Pueden serlo! Unirse más gracias a la adversidad, fortalecerse y crecer juntos en

corazón y espíritu ¡Sacrifica tu orgullo, tus prejuicios y tus miedos! –Arengó al tiempo que lo abrazaba

por la espalda-

¡Tú puedes! ¡No seas cobarde Juanjo! ¡Tú puedes hijito querido! –Insistió sacudiéndolo como quien desea

expulsar, limpiar un mal espíritu- Dijiste que la mala parte de ti quedó con Refugio, tienes que tronchar

los retoños de tales sentimientos negativos, quedar noble y puro como varón cabal para ser feliz con tu

amada y ser así del agrado del Señor ¡Piénsalo! No tiene que ser una maldición, sino todo lo contrario

hijo.

¡El que tiene que morir es él madre! No puedo verlo brotar como una ofensa del ser que más amo, no

creceré sangre maldita en mi propia casa ¡Lo odio con toda mi alma! Y eso que aún no tiene forma, que

aún no nace.

¡Entonces no eres mejor que Refugio Trinidad! –Lastimó su madre al orgullo para tratar de hacerlo

reaccionar en último y desesperado intento- Él hubiera no solo criado sino amado no a uno sino a cien

hijos tuyos con tal de ser digno del amor de la mujer que amaba hasta la locura malsana –Le dijo

buscándole los ojos con una mirada relampagueante de digno reproche-

¡Piénsalo hijo! Él se volvió loco, un demonio por despecho, pero de haber sido el correspondido por esa

mujer, hubiere sido más noble y entregado que tú ¿O no? ¡Demuestra entonces que el corazón de ésa

mujer eligió bien! ¡Demuestra que eligió al mejor varón! ¡Sé un hombre verdadero Juan José!

Como las águilas del llano hijo –Dijo mientras lo tomaba por el brazo- Ustedes se eligieron de por vida

¡No la sueltes! ¡No seas cobarde! No te dejes caer en vez de remontar juntos a las alturas de Dios con su

amor ¡Demuestra el tamaño de tu sentir y demostrarás el tuyo propio! ¡Demuestra que eres un Mendoza,

hijo de tu padre! Que un amor así bien vale cualquier pena y debe ser capaz de superar cualquier prueba.

.

Él no contestó ni alzó la mirada, sin decir palabra montó en príncipe y desapareció; no se volvió a saber

de el por meses.

Amalia dio luz a un varón, el parto fue prematuro y difícil, ella se desangró hasta morir; el sepelio fue

muy concurrido, Doña Adelita con el niño en brazos fue la única familiar que recibió las condolencias; a

lo lejos, en la loma cercana al panteón se vio un jinete estático durante todo el sepelio.

Días después Doña Adelita bautizó al niño con el nombre de Teófilo. “Tú serás la recompensa a tanta

pena y dolor” –Dijo mientras le acariciaba su pequeña frente-

Dios sabe por qué te mandó y con el tiempo mi hijo te aceptará ¡Te amará como la sangre de la sangre

que tanto amó! Y el amor mi niño en apariencia no es tan inflamable como el odio, pero es una llama que

jamás se extingue, es un manantial que podrá ser congelado por la oscuridad del sufrimiento, pero al cual

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siempre la luz de nuestro Creador habrá de entibiar, derritiéndolo y convirtiéndolo en la lluvia que apaga

cualquier incendio del alma.

El niño creció con la idea de que su padre se encontraba lejos por cuestiones de negocios, vivía feliz con

su abuela; cierto día, mientras jugaba en las milpas lo sorprendió un jinete, quien lo quedó viendo

fijamente, mientras un extraño viento comenzó a silbar mientras corría como llamado por el interior de la

tierra abierta en surcos.

Quien es Usted –Preguntó el niño- ¿Qué hace en mi hacienda?

Tu hacienda es aquella que fue quemada hace diez años –Contestó el hombre con desprecio-

No le entiendo –Replicó Teófilo-

El hombre sin contestar sacó su pistola y le apuntó.

¿Qué vas a hacer Juan José? –Le gritó dona Adelita cuando llegó corriendo para proteger con su cuerpo

el del niño-

Lo que debí hacer desde hace años madre ¡Acabar con éste malparido! Que por sus venas corre sangre

maldita de aquellos que robaron mi felicidad y mi vida entera, incluso él como buen Trinidad mató al

nacer lo que más amé.

¡Es un inocente! -Le grito- Mátame a mí primero, que no quiero vivir para ver a mi hijo convertido en un

chacal peor que cualquiera de los Trinidad ¡Tú fallaste! ¡No supiste perdonar! ¡No supiste superar hijo

mío! ¡Por Dios recapacita! Matarlo no te hará devolverle la vida ni borrará tu fallo. ¡Míralo! Son sus

ojos, en ellos puedes mediante el amor encontrar la redención.

Juan José enfundó y se alejó.

El niño se quedó pensativo y triste preguntó: ¿Por qué mi padre me ha dicho eso abuela? ¡Dime que él no

es mi padre!

Doña Adelita no supo que contestar y lo abrazo cerrando los ojos.

No le guardes rencor, cuando crezcas verás que no es malo, es solo que la vida se ensañó con él y con tu

pobre madre; no te odia, se odia a si mismo por no haber sido capaz en su momento de crecer mediante la

nobleza del amor y sacrificio; créeme hijo, tu padre daría lo que fuera por regresar el tiempo, pero no

más allá de cuando los abandonó a tu madre y a ti por sus temores, por sus debilidades. Es él quien no

puede perdonarse ahora.

El niño no dijo nada pero ahí quedó su infancia, en el cañón de aquella pistola, conforme pasaban los

años deseaba que aquel hombre hubiera disparado, para que le quitara esa culpa de ser el causante de la

muerte de su madre, preferible morir en sus manos que sentir esa tristeza, ese resentimiento por el

abandono y desprecio de su padre.

Cuando tenía trece años Teófilo inició estudios formales y se dirigía todos los días con sus cuadernos a la

escuela del pueblo, camino por el cual varios días antes de las lluvias de mayo vio un carruaje seguirlo a

distancia cuando no era llevado por un peón o decidía salirse de clase para ir al rio, la curiosidad pudo

más y en uno de esos días se acercó al carruaje en el cual había una anciana que lo miró con su

endurecido rostro pero un brillo muy extraño en los ojos que lo cautivó.

¿Tú eres Teófilo verdad?

Sí señora –Contestó-

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Sí lo sé, pero lo que tú no sabes es que no eres Mendoza sino Trinidad –Dijo la anciana mientras le

acariciaba la mejilla-

No sé de qué me habla señora, creo usted me confunde y no sabe lo que dice.

Tan lo sé que soy tu verdadera abuela hijo ¡Soy Hortensia Trinidad! –Se reveló la mujer-

Tuve que esperar muchos años por ti, eres la respuesta mis suplicas por justicia divina o de cualquier

otra, así el destino puso mi semilla en el seno de ésa familia maldita; sube y sabrás la verdad de tu

nacimiento.

El adolescente no pudo resistir, eran muchas las dudas y los resentimientos; no se volvió a saber de él en

la región, muchos pensaron lo había devorado alguna bestia, otros incluso propagaron el malicioso

rumor de que un jinete vestido con traje de charro azul le había ahogado en el rio. Doña Adelita cayó en

cama, con la voluntad quebrantada.

Juan José volvió a la hacienda para consolar a su madre, aunque ya no era más que la sombra de aquél

hombre fuerte y alegre; era un borracho desgraciado con el corazón ahogado de rencor y remordimiento

en aguardiente.

Pasaron así los años, cinco para ser precisos, en los cuales cada vez estaba más ausente, siempre en la

cantina, en vez de respirar tomaba aguardiente de caña sin parar, de día y de noche. La hacienda que

otrora era la más grande y bella de toda la región se redujo a ruinas; algunos hacendados vecinos

aprovecharon su apatía por la vida para comprarle tierras o de plano robarle el ganado, pocos fueron los

peones files que permanecieron, haciendo lo que podían.

Doña Adelita empleaba sus pocas fuerzas cuando podía pararse de la cama para preparar la comida

esperando con el corazón verlo llegar montado en príncipe como ella lo recordaba.

En la capital del país, después de esos años de odio y manipulación Teófilo ya era todo un Trinidad,

crecido en un hermoso joven de tez apiñonada e irresistible combinación para las chicas de finos rasgos

con porte altanero y carácter bronco, de trato sincero aunque parco, con el corazón noble pero

emponzoñado.

Recién egresado del Heroico Colegio Militar como el mejor de toda la generación, su identidad se perdió

gracias a las influencias familiares de Doña Hortensia que en su infancia le tejió una nueva a la medida

de sus intereses; el sub teniente Trinidad dentro del mundo castrense no era nieto del ilustre general

Robles, si no el sobrino del ahora poderoso político y gobernador de su Estado, el general Fernández.

Talvez en su ceremonia de graduación al recibir su espadín de mano del general vivo más ilustre y

condecorado “El jefe máximo de la revolución” en otro momento Ministro de Guerra, ahora Presidente

de la Republica; éste vio en sus ojos y segundo apellido el recuerdo de un viejo amigo, hermano de mil

batallas.

Y no fue que por descuido Doña Hortensia dejara en la nueva acta de nacimiento el apellido Robles, si no

que Teófilo aceptó dócil todo, menos que le despojaran de lo único que de su madre conservaba, junto a

un viejo pañuelo con sus iniciales; así la anciana comprendió de forma renuente pero astuta que no

podría ir en contra de tal sentimiento sin correr el riesgo de perderlo, por lo que tuvo que arriesgarse

dejando contra su voluntad ésa pista o prueba de su origen, pues de igual forma el nombre de la madre

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tampoco fue alterado en la segunda acta, sustituyendo más bien el nombre de su legal esposo por el de su

padre biológico.

Desde ése momento el veterano presidente, en su carácter de Comandante Supremo de las Fuerzas

Armadas ordenó que el joven oficial se integrara a su Estado Mayor, con el propósito de tenerlo cerca y

corroborar la sospecha que su intuición anidó en su pecho.

¡Ése joven no era otro más que el hijo de Amalia Robles! En un par de días le informó uno de sus

allegados, rindiendo amplia cuenta de cómo fue sustraído a Doña Adelita y de cómo mediante influencias

burocráticas la identidad del nieto de su compadre había quedado maquillada, aportando desde luego en

una delgada carpeta toda la documentación que sustentaba la verdad.

Ésa misma semana Teófilo fue citado por conducto de un alto oficial del Estado Mayor a presidencia, cita

a la cual acudió puntual y con su recién estrenado uniforme de gala; en verdad tenia curiosidad por saber

de qué se trataba, pues aun cuando su tío “Bucho” ya era gobernador por segunda ocasión, militarmente

hablando no tenía mayor prestigio, no tanto como para hacerlo llamar desde la presidencia de la

república; una idea furtiva pasó por su mente respecto de su abuelo Emilio, pero no sabía del

compadrazgo que lo hermanó con el ahora Jefe Máximo de la revolución.

En ésas cavilaciones estaba cuando la imponente puerta del despacho se abrió y un capitán le indicó

pasara, encontrándose de frente con el presidente sentado detrás de su enorme escritorio, ante quien se

cuadró.

¡A la orden mi general! –Exclamó-

El viejo militar no dijo palabra, se paró y lo observó pausadamente, dándole vuelta completa mientras

Teófilo permanecía firmes.

Tienes toda la pinta de tu abuelo y los ojos de tu madre ¿Sabias? –Le dijo mirándolo de frente-

Teófilo no supo que contestar, esmerándose en su postura firme

¿Sabes que eres un Robles verdad? –Interrogó autoritario el presidente-

Si mi general –Alcanzó a contestar-

Es tuyo el orgullo de ser nieto de un gran militar ¡Uno de verdad! que para Álvaro y para mí fue como

hermano mayor, en más de una ocasión nos salvó el pellejo; fue mandado a tu tierra natal para ser

gobernador, pero a él no le interesó, solo el uniforme le mantenía latiendo el corazón después de que tu

abuela se le adelantó.

¡A él le debe tu tío abuelo el ser gobernador! ¡Y hasta la vida misma que le perdonó! Cuando aquel

pelotón mapachista desnudo del uniforme se batió hasta muerte defendiendo a un hermano sin entender

que había obrado dolosamente ¡Yo le ordené consejo de guerra e inmediato fusilamiento para Fernández

y secuaces! ¡Suerte que tienen los que no se bañan! –Prosiguió el viejo general con un tono cargado de

ironía y desprecio- Porque tu abuelo siempre digno, siempre de honor tuvo a mejor resolución curar

heridas pagando la traición y confabulación con benevolencia y nobleza de verdad. A mí me tocó

obedecer la disposición del que fue como mi hermano mayor –Sonrió nostálgico-

¿Por qué nunca en el colegio dijiste ser nieto de quien eras? ¡Más de un general habría peleado por

llevarte como oficial en recuerdo de cariño y admiración por Emilio! En cambio te conformaste con pasar

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como sobrino nieto de un improvisado general que supo aprovechar los pactos políticos necesarios para

que nuestra nación se apaciguara.

¡Porque yo no vine a presumir glorias pasadas mi general! Ni para avergonzarme de mi sangre, aunque

sea de campo y sin mayor tradición militar, el general Fernández es mi tío abuelo y por ello vale como el

que más…Con el debido respeto Señor Presidente –Contestó seco Teófilo-

Jajajaja ¡Bien Robles eres! Aunque te hayan dicho otra cosa, eres leal pero no sabes con quien debe estar

tu lealtad y sabes querer aunque te han enseñado a odiar; lo digo porque defiendes lo que crees, aunque

sea por qué es lo único que sabes. Tienes la fiereza de tu abuelo y el corazón noble de tu madre ¡Un tigre

no puede esconder sus rayas muchacho! –Dijo el presidente mientras le daba un fuerte pero afectuoso

espaldarazo- ¡Tú eres Robles! Que cualquier Fernández ya hubiera dado mil excusas y jurado lealtad

incondicional a su presidente al más puro estilo del usurpador.

Y no tomes como agravio mi comentario sobre tu tío abuelo, cierto es que no lo tengo en el mejor de mis

aprecios, pero lo respeto no por quien sea sino por lo que representa; no era por hacerte menos, si no

para ver donde estaban tus afectos y cómo defenderías tus principios –Suavizó el presidente-

Yo tengo cuna más humilde que la tuya mi´jo, por cualquiera de tus apellidos que lo quieras ver; fui un

modesto profesor de escuela y mi mayor orgullo es ser nieto no de generales como tú, sino de un coronel

¡El Chinaco! De quien guardo el más estimado de los recuerdos, como en tus ojos que son los de tu

madre veo la admiración por tu abuelo Emilio aunque por obligación familiar debas defender otros

apellidos.

Yo combatí bajo el mando de tu abuelo y tuvimos grandes victorias –Continuó en soliloquio entusiasta-

¡Qué tiempos aquellos! Cuando les dimos hasta por debajo de la lengua a todos los alzados, incluyendo

esos que se decían dorados ¡Muy machos que se mueren solos tienen fama ahora! Si supieras cómo

lloraba Arango cuando mi general Navarrete lo iba a fusilar, no te digo que como vieja por respeto a las

mujeres que son más bragadas ¡Lloraba como el rajado que era el cuatrero! Y nadie me lo cuenta, porque

tu abuelo y yo lo vencimos en Agua Prieta ¡En amplia desventaja numérica mi´jo! –Relataba excitado

viejas glorias el ahora presidente- ¡Yo lo vi con mis propios ojos! ¡Chillaba hincado como puerco! ¡Se

somataba en el suelo ante el pelotón de fusilamiento el descastado! ¡Qué dorado ni que mis polainas!

¡Pa´eso me gustaba el bandido y asesino ése! ¡Indigno no solo del uniforme si no de decirse hombre!

Después de su derrota desquitó su coraje en cobarde venganza asesinando a los setenta y tres de San

Pedro, entre ellos el de sotana Flores.

Sí hubo un verdadero general dorado, auténtico de su pueblo fue aquél campesino de Anenecuilco ¡Ése sí

que fue un verdadero Caudillo! El Atila del sur le decíamos con respeto aun cuando del bando contrario,

a ése que ahora poco tributo rinden y minimizan su colosal estatura mientras endiosan al cerdo

descastado de Doroteo.

Emiliano fue el único de toda la bola digno de la silla, del águila con todas sus estrellas ¡Y fue el único

que la desprecio! El único al que le quedaba chica, el único de todos nosotros que no sucumbió al canto

de la sirena. En nuestro bando tuvimos uno igual, que la despreció ¡Tu abuelo! ¡Eran mucho hombre los

dos para conformarse con ésta mujerzuela! –Suspiró con nostalgia el veterano de mil batallas mientras le

daba un corto pero seco golpe al respaldo de su silla-

¡En fin! Ya habrá mejores ocasiones para revivir viejas glorias pasadas, espero no aburrirte con mis

historias ¡Porque Yo vengo del pasado Muchacho! Mientras que tú aguardas aquí y ahora por el futuro

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joven Robles –Sonrió al tiempo que lo despedía conduciéndolo con su mano franca en la espalda a la

salida del despacho presidencial-

Desde hoy eres parte de mi Estado Mayor ¿Enterado? –Preguntó con tono de mando-

¡Enterado y se cumple mi general! –Respondió Teófilo armónico pero enérgico-

¡Ya platicaremos largo y tendido joven Robles! Yo no soy de tanta palabrería, así que hazte a la idea

aunque ahora no te cuadre, de que soy como tu padrino, porqué eres de mi familia como lo fueron tus tíos

Pedro y Luis –Sentenció el presidente girando la vista al grupo de oficiales y jefes del Estado Mayor

presentes-

Teófilo salió de ése despacho confundido, deseaba sentir ofensa por las palabras del presidente y

desprecio por el cariño o cobijo ofrecido, pero era todo lo contario; aun cuando toda su formación giró en

torno a los méritos de las familias Trinidad y Fernández, en su corazón había un amor tan profundo por

su madre que solo se comparaba con la secreta admiración que sentía por su abuelo y tíos Robles, de

quienes casi con remordimiento de culpa en secreto conoció vida y obra, admirando en especial a su tío

Pedro; sabía que eran la bilis de su abuela Hortensia, con la que verdaderamente le unía un lazo de

sangre que llamaba fuerte, aun cuando mucho de su proceder no le pareciera, por ello era un tema que

prefería evitar.

A decir verdad Teófilo siempre se consideró de forma intima un Robles, ni Mendoza por el resentimiento

de infancia ni Trinidad por no sentir mayor afinidad o cariño a sus parientes, pues de no ser por su abuela

Hortensia y el deseo de venganza contra Juan José Mendoza que les unía hubiera regresado con Doña

Adelita, idea que le cruzó por la mente incontables noches de cadete en el silencio del colegio.

Sentía era un ingrato, así lo demandaba su cariño por Doña Adelita, pero había algo más profundo que

lo unía a la otra matriarca, en definitiva el lazo de la sangre amarrado por el odio de aquella y la

necesidad suya de satisfacción ante su rota infancia por Juan José Mendoza; pero sobre todo, algo más

profundo que él mismo no quería reconocer, una culpabilidad matricida que le daba la razón a quien le

encañonó de niño en la milpa ¡Su madre había muerto por su culpa! En tal sentido, de forma muy oscura,

hubiera deseado le que disparara, sentía la contradictoria necesidad de amor y reconciliación con ése

hombre.

Con tal enredadera de pensamientos y sentimientos iba saliendo de presidencia cuando le alcanzó el

mismo Capitán, ante quien se cuadró en respeto al rango.

¡Ordene mi capitán!

Mi general Jefe del Estado Mayor le ordena se presente de inmediato a sus oficinas –Indicó el Oficial-

¡Enterado mi Capitán! Muchas gracias –Dijo al tiempo que redirigía sus pasos a la oficina del general

jefe-

Una vez ahí, el general le hizo esperar cuatro horas, como mensaje directo a que no le valdrían

influencias ni favoritismos, hasta que la hora de comida llegó y el viejo militar salió de sus oficinas

mirando de reojo a Teófilo mientras se ponía firmes a su paso.

Lo recibiré mañana a primera hora, ahora ya no tengo tiempo y no regresaré por la tarde –Ordenó parco

el militar-

¡Enterado mi general! –Teófilo contestó-

Sin más, el jefe militar se retiró presuroso con su comitiva, para no retornar a sus oficinas hasta el día

siguiente, en el cual, para su sorpresa encontró al joven sub teniente Trinidad en la misma silla de

antesala a su despacho donde lo había dejado.

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No se ha movido de ahí mi general –Informó el sargento de guardia nocturna- Yo le pregunté que por qué

no se retiraba, me contestó que Usted le dijo que lo recibiría por la mañana pero que no le dio licencia de

retirarse y que por tanto para él la orden era permanecer hasta que mi general tuviera a bien instruir lo

contrario.

El general Álvarez era hombre cabal, liberal y de buenas costumbres, tan culto como valiente, entendió

perfecto el mensaje del joven sub oficial, quien no había permanecido por criterio pequeño si no por

orgullo de disciplina y servicio grande, contestando con guante blanco el mensaje del día anterior; no

tocaron el tema, ambos se midieron y supieron reconocer uno a un buen general, otro a un excelente

oficial. Era la prueba que el jefe Álvarez había puesto para calar si se trataba de un arribista, de un niño

de familia jugando en uniforme mientras le llegaba su oportunidad política o de un verdadero militar de

carrera; la respuesta, como la afinidad y respeto fue tanto sincera como mutua.

Al entrar en aquella oficina Teófilo sintió una inmediata admiración al reconocer varias de las más

honrosas condecoraciones militares que adornaban las paredes del general Álvarez, incluidas algunas

que no sabía si eran extranjeras por los símbolos raros que tenían como de construcción, talvez algo

comunista pensó.

Tome asiento Teniente –Ordenó el jefe-

Sub Teniente mi general –Objeto Teófilo con propiedad y modestia-

Ya no más -Dijo el general al tiempo que le extendía el oficio con su nuevo rango y encargo- Por órdenes

superiores ha sido comisionado a mi departamento de inteligencia militar como jefe del área de

seguimiento correspondiente a la operación cristiada; nuestro comandante supremo le felicita al tiempo

que le manda decir que no es un obsequio, sino un adelanto por el desempeño que espera usted demuestre

en la tarea asignada teniente ¿Quedó claro?

¡Si mi general! –Contestó mientras le brillaban los ojos de emoción al leer el documento-

Es una tarea muy delicada y enorme responsabilidad también teniente, pero confío en que el nieto de mi

gran maestro y amigo Emilio estará a la altura –Dijo con una sonrisa el jefe del estado mayor-

Teófilo quedó sorprendido ante la revelación, aunque no era raro pues el nombre del general Robles era

reverenciado en el colegio militar, con frecuencia citado por altos oficiales como ejemplo no solo de linaje

de honor y valentía, sino de integridad y servicio.

¡Así es teniente! –Exclamó enérgico el jefe mientras se ponía de pie para ver las antiguas fotos en la

pared- Lleva usted más que un apellido ilustre, sangre hermana que para muchos de nosotros se creía

perdida; todos los allegados al señor presidente de la república, que son de la misma edad y con las

mismas estrellas, con los que se llama hermano, conocieron y estimaron a su abuelo; confío en que sabrá

honrar con sus actos el cariño que ya todos le tienen aun sin muchos conocerle.

Teófilo se percató de que una foto en particular acaparaba su atención, una donde se veía a un grupo de

jóvenes oficiales recién graduados del Heroico Colegio Militar; supo sin preguntar que entre ellos estaba

su abuelo, así como su nuevo general en jefe y muchos altos mandos más, incluido el ahora comandante

supremo.

Mucha razón tiene mi presidente –Dijo de espaldas el jefe mientras no dejaba de ver la vieja fotografía de

su adolescencia- En apariencia no hay mayor parecido, pero tienes todo su porte, su carácter y esa mueca

en la boca cuando se encorajinaba; Emilio fue siempre el mejor de la clase, el mejor de nosotros en todos

los sentidos ¡Y tus tíos ni se diga! ¡Vaya que tienes grandes expectativas sobre ti joven Robles! ¡En fin!

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Vamos a lo nuestro, póngase a la orden del Mayor Cárdenas, hombre de todas las confianzas encargado

de la supervisión general de la operación –Afinó el jefe entrando en materia-

Le advierto teniente que éste conflicto no es una confrontación con enemigos, es una penosa pero

necesaria batalla para salvar a la nación de las manos de quienes tienen por uniforme sotana –Dijo

reflexivo- Combatimos no enemigos si no hermanos mexicanos que por el fanatismo o la ignorancia han

sido aprovechados como peones por los intereses de quienes desean la prevalencia de un poder que en

nuestra libre nación no tiene cabida, más que si a lo mucho en el corazón de cada hombre si es tal su

elección.

Es una guerrilla que en apariencia no ésta en todo el territorio, pero que desgasta nuestra sociedad, que

se ve atrapada entre el deber de conciencia espiritual y el respeto como ciudadanos a las leyes, a las

políticas públicas necesarias para frenar tales intereses que tienen un discreto pero fuerte apoyo

extranjero.

¡En éste campo de batalla no hay revolucionarios! –Exclamó con frustración el general- Solo inocentes

carentes de dolo, los culpables están muy lejos de los enfrentamientos; por tanto le instruyo actuar en todo

momento con el mejor de los criterios humanos, porque no son enemigos, son nuestros campesinos ¡Los

enemigos son la ignorancia y el fanatismo! ¡La pobreza! De lo que en parte hemos sido cómplices ¡Todos

quienes tenemos mejores posibilidades y no las hemos puesto al servicio de la Nación sino de nuestros

intereses! ¿Enterado teniente?

¡Enterado mi general! –Asintió Teófilo-

Puede retirarse entonces –Dijo recomponiéndose el general-

Teófilo se dirigió de inmediato a ponerse a las órdenes de su jefe directo, quien después de las

salutaciones oficiales, lo presento sin mayor trámite con el personal del área a su nuevo cargo, era una

oficina modesta, con cuatro escritorios pero más de diez archiveros con seis grandes gavetas cada uno,

repletos de documentos; su segundo al mando, el sargento Morales, quien ya tenía formados a dos cabos y

ocho de tropa, los cuales estaban vestidos de civiles fueron firmes ante el nuevo oficial en jefe.

Sin perder tiempo, se puso al corriente de todos los expedientes y las tareas de seguimiento asignadas, que

consistían en la clasificación por importancia de los datos que su personal recolectaba por diversos

medios sobre las actividades, tendencias de acción o de opinión sobre los activistas del movimiento que

financiaban armas y pertrechos a los guerrilleros desde las ciudades por conducto de diversos grupos de

caridad, frentes juveniles e incluso liga de señoras devotas.

Era un trabajo relativamente burocrático, pero en el cual tuvo la oportunidad de aplicar estrategias de

inteligencia militar que en pocas semanas empezaron a generar los resultados de él esperados, llevando a

cabo notables operativos de confiscación que dejaban como saldo decenas de armas que iban destinadas a

los guerrilleros, así como alimentos enlatados, ropas e incluso dinero en plata y oro; pero curiosamente

jamás aseguró cargamento alguno de medicamentos, de los muchos que se aseguraba se hacia el

desentendido.

Teófilo se ganó rápidamente la reputación esperada para un Robles, encabezaba las operaciones en las

que a menudo los simpatizantes ofrecían resistencia disparando a sus elementos estando siempre él al

frente, sin que el rozar de las balas le hicieran ni una sola vez agachar la cabeza o encorvar la espalda; lo

más notorio, por lo que se granjeó la lealtad de sus hombres era su cabalidad, jamás permitió maltrato,

tortura o abuso con los detenidos, era un comportamiento indigno de militares les decía, aun cuando eran

prácticas muy comunes en otras unidades para la obtención de información, él las sustituía con

inteligencia, ingenio y capacidad, que eran a su decir las herramientas más efectivas.

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A tan solo tres meses de tomar el mando en su unidad ya era el oficial más solicitado para encabezar

operaciones especiales de inteligencia militar en toda la república, ante la complacencia de sus jefes y del

propio presidente que a menudo pedía cuenta personalmente de su desempeño, mandándolo a llamar

nuevamente a su despacho.

¡Muy bien Teófilo! –Recibió el presidente con los brazos abiertos que ya no le permitieron la salutación

oficial- Has superado con creces mis expectativas y en menor tiempo del esperado; Álvarez no para de

elogiar tus estrategias de inteligencia ¡Ya hasta te quiere adoptar! Jajajajaja –Bromeó el presidente-

Pero pues tiene sus ventajas ser él manda más ¡Ya te aparté! Mandé por ti no por cuestiones del servicio,

sino para invitarte mañana a desayunar en casa, con quienes son de tu familia, mi señora ya me dio

ultimátum y es misión prioritaria llevarte para que convivas con quienes son como tus primos. Así que no

se diga más ¡Te espero mañana a las nueve en casa mi´jo! –Terminó la breve entrevista el presidente-

Teófilo quiso despedirse con el saludo militar, pero la mirada y leve sonrisa casi pícara de su comandante

supremo le ordenó comportarse no como militar si no como un ahijado cariñoso, por lo que con ése

halago muy raro en un hombre endurecido por mil batallas se retiró.

Por la noche, en su reporte diario tuvo la oportunidad de saludar al general Álvarez, a quien por respeto

al mayor Cárdenas, pocas veces lo hacía, para que no se mal interpretara como una conducta oportunista

o falta de disciplina al salvar conductos, pero lo cierto era que le encantaba estar en ésa oficina, más

incluso que en la del presidente, sin que supiera porqué.

¿Qué milagro que se le ve por ésta su humilde oficina? –Lo recibió irónico pero jovial el general Álvarez

después de la salutación oficial- Como uno no es el mandamás, pues no tiene el privilegio de recibir su

visita teniente.

¡Cómo cree mi general! Hoy fui por llamado expreso del señor presidente, pero toda cuenta del servicio la

rindo siempre con mi oficial al mando –Repuso igual relajado Teófilo-

Lo sé muchacho, tu conducta ha sido intachable y tu labor impecable, como por demás sobresalientes los

resultados; pero esas son cuestiones del servicio, ahora quiero preguntarte algo personal si me lo

permites.

¡Por supuesto mi general! Usted dirá…

Sé que has cumplido a cabalidad tus misiones, aun cuando tu abuela Hortensia es dama distinguida de las

señoras integrantes de la liga de la decencia y caridad, incluso sus propias amistades saben ya que jamás

aprovecharías o tomarías ventaja de tal situación para tu labor, pero también saben que cumplirías con tu

deber sin importar amistad o parentesco.

Tu proceder a satisfecho las expectativas y quiero sepas hay un grupo más hermano e íntimo de militares

en el cual los rangos nada valen, pues la lucha social por el justo progreso no solo de la nación sino de la

humanidad tiene muchos frentes; somos una hermandad de hombres libres y de buenas costumbres

comprometidos con el triunfo de la verdad y el progreso de nuestro genero trabajando en nuestros vicios y

defectos como si de una piedra bruta hablásemos, esforzándonos cada día por llevar a la práctica

nuestros principios para la gloria de Dios que es como un Gran Arquitecto.

Nos reunimos todos los viernes por la noche en una galería o cobertizo enramado, nosotros los militares

somos llamados cometas, tu abuelo fue conocido como Pegaso, una de nuestras grandes luces, gran

maestro y hermano mayor para muchos de nosotros; queremos que ocupes el lugar que te corresponde

Teófilo ¿Aceptas la invitación que de corazón te hago? –Pregunto pausado el general-

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Para ése entonces él ya conocía el significado del anillo con la escuadra y el compás que la mayoría de

los generales y altos oficiales traían en el dedo meñique de la mano derecha, sabía también que debía

tomar partido, pues en la lucha ideológica en la que participaba no bastaba el uniforme; igual sabía que

no era en las juventudes católicas de élite que su lugar estaba, aun cuando de igual forma muchos jóvenes

oficiales pertenecían a ellas, muchos más que por verdadera convicción, por tradición o más bien por

órdenes de un superior más temido que cualquier general, sus madres; grupos de los cuales sin falta

habían al menos un par de chicas por semana de las mejores familias invitadas por su abuela a tomar el té

con la descarada intención de captar su interés.

Si mi general –Contestó franco y determinado-

Bien, te espero éste viernes por la noche, aquí en mi oficina capitán –Dijo sonriendo repitiendo la fórmula

de ascenso anterior-

¿Y ahora porqué mi general? –Preguntó emocionado Teófilo-

¡Por su gran capacidad y resultados capitán! Ha sido poco el tiempo pero mucho el servicio que usted ha

prestado ¿Por qué más habría de ser? Aquí tiene su nombramiento como Jefe de operaciones bajo mi

mando directo ¡Felicidades capitán Robles!

Trinidad mi general –Objeto por obligación familiar Teófilo-

¡Como sea! Las palabras no cambian tus acciones, ni el orden de los apellidos el llamado de tu sangre

¡Felicidades pues capitán Trinidad Robles! –Recompuso el general-

Se dieron la mano después del saludo militar y Teófilo se dirigió a su nueva oficina, contigua a la del

general, ese nombramiento significaba que lo había elegido como su hombre de confianza por la

información tan delicada que manejaría, puesto que correspondería normalmente a un coronel; pero no

era tal halago lo que le tenían contento, si no la libertad de trato directo que ahora tendría con quien

tanta afinidad sentía.

Días después Teófilo sería recibido por la hermandad en la que todos se trataban como iguales, sin

importar rango militar, a la cual en poco tiempo prestó juramento sobre su garganta por lo que no habría

de hablar más en un futuro al respecto, convirtiéndose en un prometedor aprendiz bajo la tutela directa

del general Álvarez a quien eligió como padrino ante el visto bueno no muy complaciente del general

Calles, quien entendió era mejor maestro para el joven alumno alguien más liberal y que le daría sentido

de continuidad política a su legado encarnado en Teófilo como la incipiente promesa de reconciliación

nacional que esperaba estar sembrando, pues sabía que sus reformas y leyes en contra del clero le habían

hecho perder la simpatía de un importante segmento de la población, sin mencionar que el joven capitán

no estaría listo para lo que él ya tenía contemplado sino hasta dentro de una sucesión presidencial más;

así que Álvarez era el padrino perfecto. Al fin y al cabo había otro plan personal y familiar respecto de

Teófilo del que debía encargarse de más orgullo para él y así lo dispuso comentándole a su esposa

Natalia que estuvieran en especial presentes sus dos hijas mayores.

Al otro día, faltando quince minutos para las nueve Teófilo estuvo presente en uniforme de gala en

cumplimiento gustoso al desayuno ofrecido, siendo recibido por la primera dama Doña Natalia, mujer de

aspecto amable y humilde, que de inmediato lo abrazó sintiendo que su corazón había dado visto bueno

para lo que ya tenía dispuesto el jefe máximo.

¡Mira nada más muchacho! ¡Qué bonita pinta! Bien plantado y la misma postura de Emilio que Dios

tenga en su gloria ¡Pasa! Estás en tu casa hijo –Dijo la primera dama mientras lo tomaba por el brazo-

Teófilo agradeció cortésmente y se dejó escoltar hasta la antesala, donde dos de los hijos mayores del

presidente preparaban una maquina cinematográfica que recién habían traído para su madre del país del

norte, lo saludaron jovialmente pero sin dejar de hacer su tarea, al llegar al comedor vio al general

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Calles con una de sus hijas menores, joven muy bella ante quien se presentó formalmente con la vista

complaciente del padre, sin embargo no hubo ninguna identificación especial entre ambos, Teófilo no

tenía cabeza más que para el cumplimiento de su deber y la otra tenía ya en su pecho otro nombre.

La hija mayor del general llegó de improviso, con ella no contaba puesto que era mujer casada, madura

ya, pero ella si tenía el secreto anhelo de volver a ver vida en unos ojos como los de Teófilo.

Vine solamente para verlo padre –Dijo Natalia mientras se acercaba al joven oficial- Cierto es que el

color es distinto ¡Pero son sus mismos ojos!

La hermosa mujer lo acariciaba en el rostro con su mirada, sin tocarlo, como pérdida en un tiempo

lejano, no se cansaba de mirarlo ante la sonrisa cortés y franca de Teófilo. Por un momento los ojos de la

mujer se aguaron con una sonrisa nostálgica.

¡Pedro! –Dijo casi en susurro mientras le acariciaba la mejilla-

Yo era casi una niña, pero fue mi primer amor, siempre tendré la idea de que me estaba esperando,

haciendo tiempo a que yo creciera, pero el destino no le dio el tiempo a él ¡Gracias! Me has dado un

hermoso regalo, ver el primer amor inocente en tus ojos fue un regalo divino ¡Yo soy tu tía Natalia! –Dijo

enjuagándose ésa lágrima furtiva- ¡Cuenta conmigo siempre muchacho! –Exclamó en despedida-

El desayuno fue ameno, en familia, pero un fracaso estratégico para el jefe máximo quien atento seguía

las reacciones de ambos jóvenes al tiempo que preguntaba a su mujer por Ernestina, otra de sus hijas

menores.

Ya vendrá, no seas impaciente viejo, pareces un tigre relamiéndose los bigotes y sé por qué –Dijo Doña

Natalia con una modesta pero pícara sonrisa-

No sé de qué hablas mujer –Dijo el general tratando de pasar desapercibido en sus planes-

¡Te conozco bacalao aunque vengas disfrazao! Jajajaja –Dijo en suave tono de burla su esposa al tiempo

que le tomaba de la mano-

Serás muy general y jefe máximo viejo, pero para este tipo de emboscabas las mujeres nos pintamos solas,

mientras tú preparas el campo de batalla yo he dispuesto ya el resultado y no ha de ser la que está ahora

tu carta –Concluyó la primera dama sin decir más ante la repentina curiosidad de Teófilo por el tema-

Después de un par de horas, Teófilo se despidió de la familia presidencial para dirigirse a donde su mente

se encontraba, su despacho de trabajo; bajando las escaleras chocó de frente con una joven que subía

presurosa con la mirada en las escaleras repitiendo ¡Se me va a armar con mi viejo! El choque no fue

brusco, pero lo que sí contundente fue el enamoramiento que a ella atropelló cuando alzó la mirada, no

supo que decir.

Discúlpeme por favor señorita ¿Se encuentra Usted bien? –Preguntó Teófilo con una sonrisa galante más

por trámite que por preocupación ante lo evidente de que no había pasado a mayores el choque-

Si –Contestó ella balbuceando sin poder quitarle los ojos de su rostro- Es que venía presurosa por

llamado de mi padre…

Bien, que tenga buen día –Cortó el dialogo Teófilo sin darle tiempo a presentación alguna, en realidad

tenía prisa por llegar a su despacho para diseñar las nuevas estrategias contra la sublevación religiosa

que el país sufría-

Ernestina Elías había quedado en trance, viendo cómo se marchaba el joven capitán, acostumbrada a los

reflectores, una chica moderna a diferencia de su madre, nada modesta acostumbrada al halago y asedio

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de muchos refinados pretendientes incluso extranjeros, quedó como una colegiala prendada de aquél

joven militar ojos de almendra con el cual sintió su aliento se alejaba; supo al instante que le había

llegado el amor, ése que solo llega una vez en la vida.

En meses siguientes Teófilo se hizo inseparable de su nueva encomienda: Diseñar estrategias para

minimizar el impacto económico y social de la cristiada. Sin dejar de lado las operaciones especiales que

él mismo encabezaba, ésta vez ya en varios estados de la república, donde se ganó rápidamente la

merecida reputación de militar con honor y hombre justo, joven pero de buen corazón y magnifica razón;

solo reportaba al general Álvarez de sus actividades, a quien ya en privado llamaba padrino, ante el

creciente recelo del jefe máximo a quien le guardaba admiración y respeto pero por el cual no sentía

mayor empatía.

Por su parte Natalia, desafanada siempre de las actividades oficiales de su padre ahora no perdía

oportunidad de estar presente donde creía que el joven capitán que le llevó con su aliento el pensamiento

podía encontrarse, ante la franca complacencia de su padre, quien apostaba a su encanto y belleza para

encarnar un antiguo anhelo, ser en su descendencia hermanos de sangre con Emilio.

Todo el alto mando conocía ya para ése entonces por reputación propia al nieto del general Robles,

gozando de la estimación y respeto tanto de veteranos como de contemporáneos; pero si alguien llevó luz

a su conciencia y afecto a su corazón como solo podría hacerlo un mentor, un maestro, un padre, fue el

general Álvarez con quien pasaba interminables tardes debatiendo sobre lo que mejor convenía a la

nación, concluyendo ambos que era la educación la única estrategia y arma capaz de rescatar al pueblo

de la ignorancia y el fanatismo aprovechados por la religión.

Cuando el viejo general escuchaba apasionado hablar a su pupilo le brillaban en los ojos el claro futuro

que para él ya se había dispuesto; aun cuando era enemigo de la política como su abuelo Emilio, el astuto

mentor confiaba que ésa pasión por la justicia que destellaba en su corazón germinaría un futuro

comandante supremo.

En esos pocos meses el general Álvarez vertió de forma intensiva todos sus conocimientos y sabiduría, por

la cual fuera reconocido como uno de los actores principales del congreso constituyente, a quien se le

atribuyera el honor de haber redactado varios artículos de la Constitución Política de la joven nación. El

general defendía su postura en contra de las sotanas, mientras Teófilo esgrimía que el pueblo aparte de

educación también necesitaba de la fe, pero una fe depurada como él decía.

¡Esos no son más que cuentos chinos Teófilo! La religión es poder y el poder no se comparte ¡Bien lo

sabes! Una causa que negocia es una causa que se suicida ¡No podemos pactar ni entablar tregua con el

enemigo! – Le dijo cuando el presidente le encargó diseñar parte de la dirección de la educación militar-

¡No padrino! Todo cadete, todo recluta llega del campo como yo, trae toda la disposición, el amor y la

ilusión de servir a la nación; Usted no puede quitarles sus oraciones, por el contrario debe alentarlas

como estrategia para que aprendan mejor y se conviertan en los soldados u oficiales que la nación

demanda, lideres no solo militares sino morales para nuestro pueblo, el ejemplo del nuevo Mexicano

instruido, con amor más que con temor a Dios ¡Así habremos de arrebatarle legítimamente a nuestros

hermanos a ésa garra que tiene iglesias por uñas! –Defendía con pasión Teófilo el derecho de todo militar

y cadete de rezar, ante la orden suprimir e incluso castigar a quien lo hiciere, aunque fuera en

dormitorios-

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No sé si eres demasiado ingenuo o ya no alcanzo a comprender tu estrategia, que talvez supere la de tú

maestro ¡Que recen pues! ¡A San Teófilo! –Sonrió el general-

En eso estaban cuando Ernestina Elías entró sin anunciar en el despacho del general, con una actitud

relajada, juguetona y casual.

Señores, siento interrumpir de tal manera su compostura del mundo, pero es más fácil hablar con el

presidente de la republica que con ustedes –Sonrió con picardía sin quitarle la vista ni por un segundo a

Teófilo-

Conmigo siempre has podido hablar Naty, como amigo de tu padre y consejero, siempre he estado ahí

para él y toda su familia; así que me parece no es con mi persona el apuro ¿Verdad mi´ja? –Repuso el

general sonriente-

¡Qué le puedo decir al compadre de mi viejo querido! ¡Sí ambos son bien cómplices de todos sus planes!

¿O acaso está mal que en ésta ocasión yo éste perfectamente de acuerdo con uno de ellos? -Preguntó la

chica en tono de complicidad- Mi madre también tiene los suyos y creo todos habremos de concordar

¿Verdad capitán? –Acentuó la mirada en Teófilo-

No sé a qué planes se refiera señorita –Contestó Teófilo con una sonrisa-

Pues al motivo de mi presencia aquí capitán, será el estreno de la película en la cual participo y mi padre

sugirió que mi acompañante fuere un oficial para aprovechar la publicidad y dejar en buena imagen al

ejército ¿O tenia Usted en mente algún otro plan capitán? –Más a invitación que a pregunta ella insinuó-

El general no lo dejó responder, sabido de que la premura de la chica podría hachar abajo tal proyecto,

del cual era gustoso participe, no por los deseos del presidente, si no por el bienestar de su ahijado, para

quien estimaba necesaria una esposa al nivel adecuado.

Ummm… Creo que alguien entre jóvenes sobra aquí, voy a ver a mi compadre mejor, porque sí sabe que

se me olvidó comisionar a tu chaperón, que diga acompañante ¡Bueno, no se me olvido! Solo que no te

había notificado capitán –Dijo sonriente volteando hacia Teófilo casi saliendo de su despacho el viejo y

astuto general- ¡Ahí te encargo el changarro! Atiende como se debe a Naty que serás su escolta, no hay

mejor acompañante para tan importante evento; pónganse de acuerdo en los detalles –Más que orden,

sugirió el general-

A Teófilo le gustó de inmediato el arrojo y pensamiento liberal de Natalia, platicaron durante una hora,

en la cual él escuchaba y sonreía de las aventuras, de los planes que ella le compartía; entre ellos, su

próximo viaje al extranjero con la finalidad de aprender a volar. Se le hizo la perfecta chica moderna, por

la que sentía una atracción juvenil, pero muy lejana sin que ella lo supiera de su modelo de mujer, no

digamos conservador, si no más humilde y dispuesta al esfuerzo; aun así, desde ése momento inició para

él una amistad, talvez con la secreta intención de una aventura, sin que supiera que para ella era un juego

a todo o nada.

El estreno de la película fue relativamente un éxito, al igual que la estrategia conjunta de los generales y

Natalia, pues ya Teófilo visitaba una vez por semana la casa del presidente con su permiso para platicar

con su hija; no tardó ni una semana en que se diera el noviazgo, más por mérito y obra de ella que por

verdadero interés de él.

Así transcurrió ése mes, con la invitación de la tentativa continua a la intimidad, por una parte Teófilo no

podía negar la excitación que le provocaba su propia prohibición a no fallarle a su comandante supremo

en la confianza brindada; nunca supo que el juego era a fallar, en las pláticas por las tardes cuando como

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por arte de magia todos desaparecían de la terraza de los Elías para que ellos quedaran a solas,

ocasiones que Natalia sabia aprovechar a la perfección, haciendo el todo un reto para él su control y

dominio de sí mismo.

Siento que una parte de ti nunca está conmigo Teófilo –Dijo ella melosa con su mano y mejilla reposada

en el pecho de su amado-

Qué cosas dices Natalia, simplemente tengo mucho en mente, el conflicto que tanto nos ha desgastado

parece estar por concluir y es mi obligación que eso pase de la mejor manera posible para mejor imagen

de tu padre y de nuestras instituciones –Excusó él-

Ella lo besó tierna pero apasionadamente al tiempo que acariciaba su pecho

¡Para mujer! Que no soy santo de frio yeso –Dijo apartándose-

Es lo que quiero me demuestres –Apostó ella de una vez todo a ésa noche-

No es correcto, seria fallar a la confianza que en mi se ha depositado y pues precipitarnos al tener que

reparar la falta; pasamos juntos momentos muy agradables, pero no debemos apresurarnos Natalia,

simplemente no es lo correcto –Argumentó casi como ultima defensa el dispuesto amante-

Los impulsos de hombre de Teófilo estuvieron a punto de ceder, de no haber sido enfriados por la risa

burlona de la chica.

Jajajajaja ¡Ay Teófilo! Hablas como mi abuelito ¡Son tiempos modernos! No hay nada que reparar y sí

mucho que podemos disfrutar ¿Por qué te complicas mi vida? –Hizo la invitación en pregunta-

Él no contestó, apartando las tibias manos de su pecho; tarde se dio cuenta Natalia de su gran error

estratégico, en sus ojos vio que sí alguna vez tuvo la oportunidad por agradecimiento o costumbre de

ganarse su afecto y hacerlo su esposo, la había perdido para siempre.

Ya es tarde, debo retirarme –Se excusó seco Teófilo-

¡No amor! Por favor no malinterpretes, yo también quiero hacer las cosas como Dios manda, pero

entiende que somos jóvenes y los prejuicios de nuestros padres no deben marcar nuestras vidas; creo ya

quedaron en el pasado esas tontas ideas de la castidad que solo sirven para tener oprimida a la mujer ¡Tú

eres un hombre de justicia y moderno! ¿No lo crees así? –Preguntó casi en ruego desesperada-

Claro Natalia –Sus labios externaron, mientras los ojos de Teófilo confirmaban la sentencia definitiva al

asunto-

¡Es mentira! Dices que eres liberal pero eres tan machista y prejuicioso como mi padre, si quieres

juzgarme por ser una mujer libre en sus decisiones y dueña de su cuerpo ¡Pues que injusto eres! –Reclamó

ella tratando de apelar ya no a su corazón que en definitiva había perdido, si no a su razón e ideales-

La libertad personal no incluye ninguna condicionante a la ajena Natalia, Tú eres libre de pensar como

mejor sientas, pero también debes ser congruente y responsable de tus acciones; no esperes que ni Yo, ni

tu padre, ni nadie gire en torno a ellas, porque también tenemos el derecho a decidir en consecuencia lo

que mejor nos acomode.

La libertad sin responsabilidad solo es una excusa para hacer lo que nos place intentando ser omisos de

las consecuencias y luego exigir el mismo trato de quienes piensan o actúan diferente cuando ya así nos

convenga. Tu libertad de pensamiento y acción es tan valiosa y merecedora de respeto como la mía o la de

cualquiera; pero uno elige el camino Natalia, el frente de batalla, para bien o para mal, los que son de

buena madera se mueren en la raya ¡En su ley! ¡Esos merecen de verdad el respeto! Yo no te juzgo, pero

no comparto tu visión de la vida y no puedes tú culparme por ello; si tú quieres gozar, disfrutar de la vida

a tu manera, estas muy en tu derecho, pero permite a los demás vivan la suya de acorde a sus principios,

sean anticuados o no.

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Creo es un tema que no tiene caso abordar –Remató él- Yo soy militar y solo podría ofrecerte una

felicidad que se encuentra en el servicio y sacrificio de mucho que tú no estarías dispuesta a sacrificar, así

que no me taches de machista excusándote en tus libertades femeninas para hacerme culpable; esto no

funcionará y debo terminarlo por respeto a tu padre Natalia; por favor discúlpame, pero es mejor así, por

favor discúlpame –Dijo él mientras se retiraba de la terraza-

Ella tuvo el impulso de gritar, de hacer un drama, de amenazarlo, de maldecir, pero simplemente no tuvo

la fuerza para ello, se quedó en silencio, llorando por primera vez desde lo profundo de su ser y algo

desde ahí le dio la libertad al hombre que su capricho había seleccionado como presa, pues también lo

había hecho su corazón y éste dictaba noble darle en silencio libertad.

Ella se encargó de evitarle cualquier molestia, en gesto que nadie supo o hubiera comprendido de su

parte, confrontó a su padre y públicamente dio por terminado el noviazgo; fue un gesto de amor, para

protegerlo a él, quedándose con todo el reclamo y desaprobación de su padre, así como con la crítica de

sus amigas, para quienes había ya amarrado al marido perfecto.

Al poco tiempo ella se fue al extranjero donde conoció a un buen hombre y se casó, aun cuando su padre

no consintió ni asistió a la boda. De forma extraña ese amor que nunca murió en ella le hizo encontrarse.

El jefe máximo vio pérdida ésa batalla, pero no se dio por vencido en la guerra, al fin que tenía al menos

otra hija dispuesta para su deseada alianza con la sangre de su hermano Emilio; optó por dar tregua a

esos planes en lo que el terreno se enfriaba.

Teófilo se concentró en sus misiones, se consagró al uniforme y viajó más de lo acostumbrado por los

diversos estados de la república que todavía presentaban actividades rebeldes; los viejos generales

entendieron que necesitaba su espacio; mejor que se forjara en batalla, por lo que le dieron completa

libertad de acción sin cuestionar sus motivos, era claro que se estaba midiendo, buscando su destino y

todos estaban seguros era uno muy grande.

Por esos meses el acopio de armas de la cristiada se intensificó en algunos estados, alcanzando la

guerrilla más de veinte mil hombres armados, aun cuando las negociaciones de paz con el gobierno

contaban incluso con el apoyo de gobiernos extranjeros, había un sector radical conservador de

ultraderecha que aprovechaba la fuerza de campesinos para tratar de imponer condiciones y líderes en

posiciones claves del gobierno de la república.

Teófilo sabía que no podía enfrentarlos como un ejército enemigo, porque eran hermanos campesinos,

aun cuando habían algunos militares de carrera al frente de algunos contingentes, la gran mayoría no

recibía pago alguno, ni siquiera atención médica, por lo que cualquier militar rígido hubiera visto tal

situación como una debilidad del enemigo; pero no para él, que a menudo explicaba en sus operativos que

tales penas y dificultades representaban la fortaleza de dicho movimiento, porque le daban identidad y

sentido de unidad, de sacrificio, por lo que no era buena estrategia atacar por ese flanco, porque era una

confrontación entre hermanos, que cuando terminara les haría verse de frente, por lo que el gobierno

debía evitar motivos de odio y resentimiento de quienes ahora consideraba enemigos. La situación del

país se agravó con el asesinato a manos de uno de la cristiada en La bombilla de quien encabezara la

Rebelión de Agua Prieta, presidente electo por segundo mandato.

La elite militar clamaba por sangre, revancha, ante el cuerpo presente de aquel viejo general, a quien

Teófilo montó guardia de honor, viendo entre tantos generales y jefes llorar muy discretamente a su

comándate supremo, a quien el jefe de su estado mayor confortó con un sólido abrazo. Estando ahí, frente

a los restos mortales de quien fuera ídolo de su tío Pedro, Teófilo veía lo que el cuerpo ya no tenia, el

brazo que le diera su apodo al general de Celaya.

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Al día siguiente partió para el centro del país con la misión de apresar al general de la cristiada Gutiérrez

y desarticular su célula, que incluía a muchos jóvenes de buenas familias del estado, así como la

participación activa de brigadas femeninas.

Era precisamente por tal motivo que tenía importancia para él dicha misión, porque sabía el ánimo de

venganza que entre la tropa imperaba y que de no haber freno, se reavivaría las llamas del conflicto con

la sangre de los hijos de hacendados, fieles pero influyentes, a manos de soldados, con uniforme pero

campesinos; era una situación compleja, muchas revanchas de castas e ideologías estaban en el aire y

quien pagaría el costo final sería la nación que ya no se podía dar el lujo de tener más hijos colgados en

las vías del tren, fuera en ésa ciudad o en cualquier otra.

Teófilo reagrupo su compañía a las afueras de la ciudad de donde se sospechaba se escondían el general

de la cristiada con altos jerarcas de la iglesia en el hospital de las siervas de Santa Margarita María;

formó a su compañía, entre la cual se dirigió al grupo de operaciones especiales a cargo de irrumpir en el

edificio, La orden fue clara: Respetar vida, integridad y dignidad de las personas, en especial de las

mujeres; solo responder fuego de ser necesario.

Esta noche venimos como militares de honor –Dijo- La operación será a plena luz de día para que no

digan que entramos como bandidos ¡No quiero hagan mártires! Cualquier abuso será castigado

severamente de acorde a la ley marcial, venimos a poner en alto la figura del ejército, no a dar más

motivos de odio ¿Enterados? –Preguntó enérgico a la formación-

¡Enterados capitán! –Respondieron a una sola voz-

¡Teniente! –Dirigiendo la mirada a su subalterno- Rompa filas y disponga de las guardias nocturnas para

nuestro campamento, no quiero comunicación ni siquiera con el destacamento cercano de los nuestros,

que muchos antes que uniformados son fervientes devotos, debemos actuar con sigilo y evitar fuga de

información, no espero una batalla sino una captura exitosa, para lo cual es menester que pasemos

desapercibidos como una compañía más que va de paso por ésta ciudad, es por ello que atravesaremos la

ciudad relajados y a plena luz de día hasta llegar al objetivo ¿Entendido?

¡Entendido y se cumple mi capitán! –Dijo el segundo al mando mientras por media vuelta se dirigía a la

compañía-

¡Rompan filas! Sargentos, dispongan del rol de guardias en cumplimiento a lo ordenado.

Teófilo se retiró a su casa de campaña, sentándose en un pequeño tronco a su entrada para contemplar la

noche que era bella como pocas, llena de estrellas y serena, de entre el uniforme sacó un viejo pañuelo

bordado, imaginando era la mano de su madre lo frotó suavemente contra su mejilla para guardarlo

nuevamente como preciado tesoro.

Con ésa deseada caricia fue a dormir algunas horas, para levantarse al toque de diana y pase de lista, lo

cual se efectuó sin novedad y la compañía inicio el avance a las entradas de la ciudad, con documentos y

ordenes de marcha que justificaban su paso por ahí con destino simulado a un estado vecino para reforzar

su zona militar.

A dos leguas de llegar, de entre los matorrales se escucharon disparos y cayeron en el acto varios

efectivos de su compañía.

¡Emboscada! -Gritó Teófilo- Al tiempo que una bala fulminaba su caballo y otra se incrustaba en su

hombro derecho, cayendo con el animal al suelo, desde donde comenzó a repeler el ataque.

¡Reagrúpense! ¡Maniobras de contraemboscada teniente! –Ordenaba a gritos ensangrentado en el suelo

mientras respondía el fuego-

El teniente ya no pudo contestar, estaba tendido con los ojos abiertos al cielo a los pies del caballo con

una bala en la frente.

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Su grupo de operaciones especiales logró hacer fuego de protección desde unas rocas que se encontraban

a un costado del camino, situación que la diezmada compañía aprovecho para posicionarse o parapetarse

con fuego a discreción.

Con una seña Teófilo ordenó una maniobra envolvente por el flanco izquierdo, haciendo salir de los

árboles y matorrales al grupo de la cristiada que los emboscó al verse atacados ahora a dos fuegos, el

oficial cristero era un sargento desertor del ejército, que decidió presentar batalla frontal en vez de huir.

Fueron pocos minutos de auténtico duelo a corta distancia, todos cayeron heridos o muertos, en total

veinte de la cristiada, que se confundían con otros tantos iguales del ejército.

Los pocos soldados en pie protegieron a su capitán quien impidió ejecutaran con el tiro de gracia a más

de uno, pues los soldados se encontraban enardecidos por la cobarde emboscada que había cobrado la

vida de la mitad de sus compañeros dejando a otro tanto mal herido.

Teófilo había perdido mucha sangre y recibido otro disparo en el brazo izquierdo del comandante cristero

que se le enfrentó en duelo de líderes, cayendo con una bala en el ojo derecho.

¡Nadie toque a los heridos! La batalla concluyó y se respetaran las reglas de combate –Ordenó casi sin

aliento-

¡Así será joven capitán! –Salió de los arboles el general de la cristiada secundado por toda una compañía

que apuntó de inmediato a los soldados en pie-

Teófilo perdió el sentido, fue llevado a un jacal de ubicación exacta desconocida; a los soldados de tropa

heridos los trasladaron al mismo hospital al que pretendían entrar por asalto.

Y es que hasta los propios militares respetaban a la Madre Lupita que dirigía el hospital de Santa

Margarita, pues atendía a heridos del conflicto sin distinción, una mujer comprometida con la verdadera

causa de Dios que era el amor a sus semejantes, con un tipo de valentía y temple que solo da la auténtica

fe, en más de una ocasión arriesgó su vida al esconder sacerdotes, pero no por que fueren de su bando,

sino porque ella tenía la misión de preservar la vida; como en ésa ocasión que efectivamente tenia oculto

a un arzobispo, por ello la operación era delicada, pues también atendía y alimentaba a soldados, a

quienes cuidaba de sus heridas con el mismo candor que a uno de la cristiada, así que muchos de ellos no

solo no molestaban al hospital, sino que estaban agradecidos y talvez dispuestos a cambiar de bando u

ofrendar la vida por aquella mujer.

Una comisión de paz del ejército fue de inmediato a verificar el estado de sus elementos internados por

instrucciones directas de la presidencia de la república, el asalto al hospital nunca tuvo lugar; de

inmediato reportó el comandante de la plaza al estado mayor que el capitán Trinidad estaba desaparecido

en acción, con la certeza de que fue herido pero ignorándose si todavía con vida o prisionero.

“Instruya operativo de búsqueda y rescate inmediata del Capitán Teófilo Trinidad. Máxima prioridad.

Disponga de cuanto recurso tenga a mano. Jefe del Estado Mayor Presidencial en camino” Llegó

instrucción cifrada inmediata por canal de guerra al cuartel de la zona militar de ése estado de la

república.

El general al mando sabía por qué y no dudó en disponer de todos sus elementos menos los de guardia de

la zona militar para el inmediato despliegue en la región, con la instrucción precisa de rescatar a como

diera lugar al capitán desaparecido en acción; pocas ordenes se habían cumplido de forma tan pronta y

precisa como ésta.

Mientras tanto, en el jacal Teófilo se debatía entre la vida y la muerte, a consecuencia de las heridas

perdió casi dos litros de sangre, sin mencionar la fiebre que brotó inmediata por infección de los plomos

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recibidos; fue atendido por dos de los mejores médicos del estado llevados “voluntariamente a fuerza”

por instrucciones del general de la cristiada, mientras que una monja experimentada del hospital

comisionada especialmente por la Madre Lupita por ser su mejor enfermera cuidaba de cumplir con

esmero las indicaciones médicas con el apoyo de una joven novicia que se limitaba a cuidarle el sueño y

alertar de cualquier variación de temperatura.

Hay que salvarlo a como haya lugar, es el mensajero que habíamos esperado hermana –Dijo el general de

la cristiada a la monja-

El lugar lo brindará El Señor hermano, su vida, como la de todos está en manos de Dios, a nosotros nos

corresponde únicamente brindar nuestro mejor esfuerzo –Contestó la monja-

Claro hermana, ahí se lo encargo, no deben llegar a él por seguirme a mí, no antes de que podamos

entregarle el mensaje –Se despidió el general de la cristiada-

¡Éste hombre requiere una transfusión urgente! –Dijo recién llegando el primer médico-

Aquí en su identificación de oficial trae su tipo sanguíneo, pero es uno muy escaso, díganle a su

comandante que no sobrevivirá más de una hora sin ésa transfusión.

El encargado de la guardia salió presuroso del jacal, al trote agarrándose el sombrero con una mano y

con la otro sosteniendo el fusil, con la misión de encontrar alguno de la cristiada que fuera compatible,

pero se topó con la inesperada circunstancia de que prácticamente nadie sabía su tipo sanguíneo, los

pocos que sí, no eran compatibles; la suerte del capitán parecía echada, pues no habría tiempo para hacer

análisis a la tropa.

Como último recurso se pensó incluso en una operación de asalto al hospital oficial de gobierno, donde

había un banco de sangre; todo esto sucedió tan rápido, en menos de treinta minutos de que habían

trasladado del campo de batalla a ésa humilde morada a Teófilo.

Este joven es fuerte, pero aquí morirá sin remedio –Diagnosticó el segundo médico- Con la transfusión

sanguínea tendría alguna oportunidad, pero no hay nadie en la zona que tenga ése tipo de sangre, lo sé

porque he ejercido más de treinta años por estos rumbos, tendrían que ir a la ciudad por ella, pedirla al

hospital de gobierno y ya no hay tiempo –Concluyó-

No tienen que ir lejos, porque aquí mismo se encuentra, tome la mía y sálvelo –Dijo sorpresivamente la

joven novicia que hasta ése momento había permanecido en fiel silencio a espaldas de la monja, pero que

no podía evitar mirar al joven militar desde que llegó para auxiliar en su cuidado-

¡Verónica! Esto es cosa seria niña ¿Tú qué sabes de esto? –Reprendió su tutora-

Sé mi tipo de sangre hermana –Contestó humilde con las manos entrelazadas y la vista baja, pero con

cierta picardía noble revestida de ironía-

La sé porque en el colegio de niñas alguna vez jugando con mis compañeras pisé un clavo oxidado, aparte

de inyectarme para el tétano, mi padre mandó a realizar unos estudios de laboratorio donde por

curiosidad conocí mi tipo sanguíneo ¿Está mal que la ofrezca sí ésta se requiere para salvar una vida

hermana? –De nuevo utilizando el mismo tono inocente-

Por el contrario, es un gesto muy noble de tu parte ¡Siempre y cuando sea desinteresado muchacha! ¿Por

qué así es verdad? –Replicó la sabia mujer afinando su mirada de halcón y devolviéndole con maestría su

sarcasmo al dejarle ver lo que talvez ni ella sabía sentía-

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Verónica bajó sonrojada sus hermosos ojos negros que hacían juego con sus largos cabellos; ella

provenía de una familia de clase media y había encontrado el fastidio en la vanidad de sus amigas, de los

convencionalismos sociales, se le hacían hipocresía revestida de buenas maneras, decía; fue siempre

alegre pero jamás superficial, traviesa pero noble y con una sonrisa que iluminaba.

¡Muy bien, que chica tan inteligente! –Dijo el médico complaciente tratando de tomar partido por el

arrojo y determinación de la novicia, mientras preparaba los instrumentos para una transfusión directa-

La inteligencia resta de la verdadera obediencia a Dios –Dijo la monja- Debemos de superarla en nuestro

orgullo para no ser esclavos de la arrogancia; ésta niña me ha demostrado muchas veces en ocasiones

anteriores sus capacidades, pero ahora mismo tiene a prueba su nobleza de corazón en la misión que ha

jurado cumplir curando al enfermo ¡Así que no me la ensalce tanto doctor! Que inteligente ciertamente lo

es, pero orgullosa también –Remató con una sonrisa para suavizar el sermón-

Y es que a sus cortos veinte años Verónica tenía muy clara su vocación de ayuda al próximo, de estudio y

superación, por lo que eligió el noviciado, más para escapar de las insistencias matrimoniales de su

madre ansiosa de emparentar con un joven de la mejor sociedad que estaba prendado de su belleza que

por una verdadera vocación, demostrando determinación pero orgullo y soberbia también en la batalla

entablada con su madre por su futuro.

En realidad su tutora, monja de corazón sabía que era una excelente muchacha y podría ser una buena

hermana, pero solo eso, porque su vocación era de mujer, de esposa y madre; nunca le contradijo

impuesta del carácter terco y competitivo de la joven, aparte no quería quitarle el único refugio en el cual

su madre no podía imponerse, la palabra de Dios y su prédica con el servicio y cuidado de sus

semejantes; ya el Buen Señor habría de revelarle el camino, le decía.

El medico practicó la transfusión de inmediato, traspasando directo unidad más de sangre de lo

recomendado, dejando a Verónica por unas horas al lado del oficial herido, recostada en una camilla

improvisada, desde la cual lo veía en silencio, notaba el grueso sudor por su frente y sus casi

imperceptibles lamentos, al parecer la fiebre lo tenía en algún lugar tormentoso.

La noche caía, la fiebre no cedía y dio paso a un estado delirante, que hacia vivir a Teófilo un sueño

mortificante a ojos de Verónica, quien notó había en su rostro algo más que sudor, eran lagrimas que se

confundían.

¡Mejor e hubiera muerto Yo! ¡Perdóname mamita! ¡Perdóname! –Empezó a sollozar como un niño el

oficial delirante-

Verónica le tomó la mano que colgaba de la camilla para acomodarla en su pecho, pero algo sintió que ya

no pudo soltarla, por el contrario, no supo en que momento la otra más que limpiar el sudor acariciaba su

frente.

¡Mátame pues! ¡Mátame tú que debiste ser mi padre! ¡Dispara ya! –Exclamó dormido y ahogado en

llanto-

Verónica lo abrazó contra su pecho como una madre, algo pasó que los lamentos cesaron y Teófilo quedó

profundamente dormido en el regazo de la novicia que no paraba de arrullarlo.

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La monja se percató de todo, pero se hizo la dormida en la vieja silla desde la cual cuidaba su enfermo,

con un secreto júbilo en su corazón de saber que dos se habían encontrado en la voluntad y amor del

Señor.

Verónica fue sorprendida por el amanecer, se habían dormido abrazados, a no ser por la intencional tos

de la monja que le alertó convenientemente de que despertaría minutos después, el sueño se hubiere

prolongado quién sabe por cuantas horas más.

Desde ésa mañana encargó el monitoreo a la novicia pretextando un súbito malestar, por lo que indicó

que reposaría en su silla fuera del jacal para tomar aire fresco y que le notificará de cualquier

eventualidad; en los siguientes dos días que tardó Teófilo en recobrar el sentido, ella no le soltó la mano,

más que cuando llegaba el médico o algún oficial de la cristiada para dar cuenta de su recuperación al

general Gutiérrez, momentos en los cuales, la monja de forma repentina se mejoraba de su malestar y

asumía el frente, estableciendo entre mujeres una complicidad tacita muy fina.

¿Qué fue de mis hombres? ¿Dónde estoy? –Despertó abruptamente al tercer día Teófilo desorientado y

arisco- Vio a la monja nada más, pues Verónica había ido por agua al arroyo.

Tranquilo capitán, está Usted a salvo y sus hombres atendidos como Dios manda en el hospital –Contestó

la monja-

En éste conflicto hay ya más intereses en juego que causa justa ya por defender –Prosiguió el general

Gutiérrez al tiempo que tomaba asiento a un costado de su lecho- La lucha ha perdido su razón de ser,

convirtiéndose en una pugna de poderes ¡Eso ya no es cosa de Dios capitán!

Yo sé que usted es un joven muy inteligente, instruido e íntegro como militar, sabrá comprenderme ¡Urge

un acuerdo! Necesitamos un pacto que cese el fuego, pero una fracción de mis superiores piensan que

dejar las armas seria demostrar debilidad, cosa con la que podría estar de acuerdo, de no ser porque la

mayoría de las instrucciones importantes vienen del otro lado del mar, no les importa la estabilidad del

país con tal de consolidar los intereses de otro estado ciudad ¡Sin importarles tampoco el sufrimiento de

mis hermanos campesinos!

Y pues yo digo ¡A Dios si le importamos! Talvez a sus altos mandos romanos no ¡Pero ellos no son

Mexicanos! Un buen cristiano es buen hijo ¿Qué no? Y como militares la nación es nuestra madre

¿Verdad? ¡Y yo pues Yo sí soy mexicano! ¡Dios sabe que defiendo su causa y moriría gustoso por mi fe!

Pero ya no más por los intereses de los jerarcas de su iglesia –Dijo amargo al vacío el general de la

cristiada mientras Teófilo callaba al darse cuenta que tenía ante él un hombre íntegro, de conciencia al

cual adivinó a las primeras palabras su sentir afín a su estrategia conciliadora-

Usted es joven capitán, aunque valiente no ha visto lo que Yo ¡Esto no tendrá solución en las manos

actuales! Como cazador de la montaña sé reconocer las fieras; llámeme loco, pero entre grandes jefes de

la cristiada como aquél coronel Huertista de origen Vasco ¡E incluso algunos con sotana! He visto el

símbolo de ése anillo que Usted trae.

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¡Los he visto capitán! No sé a bien qué se traigan, pero son la mayoría como astutos jaguares, sigilosos,

inteligentes y casi traicioneros ¡Así le digo! ¡Se reconocer a las fieras de la montaña! Ellos se saludan

diferente, se miran diferente, se hablan diferente ¿Qué no? –Mirando fijamente a Teófilo-

Así pues, nuestro comandante supremo no es un santo varón, más bien un talentoso militar contratado por

tres mil pesos oro al mes ¡Rentado! ¿Qué fidelidad podría haber a Cristo Rey? ¡Solo aquella que se pueda

comprar con la medida de tres mil pesos oro! Su hora ya está muy cerca, pero más me importa la hora de

la reconciliación nacional capitán.

Porque esos hombres que con Usted se llaman hermanos están en ambos bandos y ven en el sacrificio de

nuestros hermanos mexicanos el beneficio de los suyos, no les conviene en realidad que el conflicto acabe,

no sin ver satisfechos sus intereses o pretensiones; para ellos esto es como el juego de las sillas, no

quieren termine la música sin que agarren lugar, y si alguno ve que se está quedando sin silla ¡Pues le

alarga a la melodía! Y así será cuento de nunca acabar.

Yo no seré muy letrado ¡Pero eso no es de una causa cabal! ¡Eso es jugar chueco! ¡Eso es de plano no

tener madre! Lo mismo pasa con mis altos mandos, muchos son hermanos de sus hermanos, como si a

cada nivel se distanciaran a muerte y en otro se reconciliaran enamorados ¡Entonces los de abajo nos

estamos matando a lo tarugo! ¡Sí los de arriba son la misma gata no’ más que revolcada! Aunque en

diferentes frentes, todos son iguales al buscar una sola cosa capitán ¡El poder! Y el de mi Rey no es de

este mundo ¡Así que aquí he decido responder a los intereses de mi madre la nación! Y protegerla a costa

de mi vida o de la excomunión de ser preciso, que si Dios es Dios me la habrá de quitar ¿Qué no?

¡Dígame Usted que es tan iluminado en tales cuestiones capitán!

Yo lo respeto aun sin conocerlo mi general –Dijo Teófilo- Usted es quien perdió una ciudad por negarse a

volar el puente negro, sabedor que el tren descarrilaría; teniendo ya la mula cargada de dinamita,

desobedeció órdenes precisas de impedir que nuestras fuerzas tomaran la plaza ¡Quien sabe cuántas

almas salvó con su insubordinación! Pero si le digo que salvó la suya obedeciendo a Dios en su

conciencia ¡Diga Usted mi general! Cuál es su plan, que de ser como lo pinta, en beneficio de la nación,

no tendré objeción en apoyarlo de ser eso posible.

¡Es posible capitán! Por ello cuando reconocí su nombre en nuestros informes de inteligencia, supe que lo

había enviado la providencia como el mensajero ideal para hacer llegar directo a oídos del presidente de

la republica la propuesta de un acuerdo, sin que pase por boca de quienes tienen interés en distorsionarla,

porque sin decir nombres Usted debe saber que hay mucho general del usurpador, ahora políticos,

algunos gobernadores o sentados en una curul, dispuestos a revivir viejas glorias y retomar el poder; mi

bando tampoco es la excepción ¡Todos son hermanos de la guerra! Para los cuales mantener a nuestro

país en sangre es el mejor de los escenarios.

Sé que caminamos por la delgada línea de la traición Capitán –Advirtió el general- ¡Pero jamás habrá

traición en un hijo que defiende a su madre! Quien lo haga debe tener por el simple hecho de intentarlo, el

visto bueno de su padre, sin importar como le llame a éste; sí como un gran arquitecto constructor del

universo o como Dios padre celestial ¡A final de cuentas debe ser el mismo! Por tanto ni su arquitecto ni

mi Señor todo poderoso serían verdaderos de no ser uno mismo, de no darnos su bendición en la causa

procurada y su agrado al sacrificio de quienes ven por el bienestar de sus hermanos, no de sus templos.

¡Talvez no pueda volver a entrar al mío! Pero en mi conciencia tengo fe en el camino señalado, aunque ya

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no sea iluminado por las luces del templo, tengo la convicción de que por tal senda habré de entrar al

final en su eterno reino –Concluyó el general de la cristiada-

Pasaron un par de horas discutiendo los términos y afinando detalles de la propuesta que Teófilo mejoró

con su espontanea contribución; estaban ahí dos hermanos, no de uniforme ni fraternidad alguna, si no de

la misma y joven madre, de su amada nación; las demás hermandades pasaron a segundo plano.

Al finalizar Teófilo ya no era solo el mensajero, si no redactor también del plan de armisticio, que se

comprometió a entregar de viva voz en oídos del presidente de la republica a la brevedad.

El general Gutiérrez se retiró satisfecho, la propuesta no solo sería entregada, si no que iba ya mejorada

con el sentimiento de un hermano mexicano, por una de las jóvenes mentes más brillantes del ejército,

pero por sobre todas las cosas, por un hijo de la nación.

Instruyó revelaran de inmediato la localización del capitán al batallón encabezado por el propio jefe del

estado mayor presidencial que tenía dos días peinando la zona sin descanso.

Entró la vieja monja con su uniforme lavado y planchado, depositándolo en la silla que había dejado el

general de la cristiada.

Creo que pronto vendrán por Usted capitán, de corazón le deseo éxito en la misión encomendada –Dijo

terminando de acomodar la ropa-

Teófilo no contestó, miraba ansioso la puerta de aquella humilde morada esperando ver otro rostro que

no conocía pero que ya le era necesario como el respiro.

Ella no sabe si entrará solo para verlo partir capitán, está afuera del jacal –Adelantó respuesta la monja-

Teófilo sintió impotencia de no poder ponerse todavía en pie y salir por la guardiana de sus sueños, por

quien tenía las manos de su madre y le brindó la caricia tan soñada desde niño; se hundió más en la

camilla cerrando los ojos de frustración exhalando un suspiro.

La monja salió y él procedió lentamente a vestirse cuidando no sangraran sus heridas, revisó su arma y

documentos, todo estaba en su lugar, incluso el pañuelo de su madre que buscó con ansiedad para

encontrarlo delicadamente planchado al interior de su guerrera, lo aspiró y por primera vez ya no sintió

la necesidad de pedirle a él una caricia, que ya se encontraba en otras manos.

Que guapo se ve de uniforme completo capitán –Escuchó desde la entrada-

Volteó la mirada para perder el aliento, Verónica entraba con el pretexto de llevarle un jarro de agua

fresca; se perdió en sus ojos sin remedio desde la primera mirada, cerrando los suyos mientras ella se

acercaba con el agua para sentir ése aroma a duraznos que despedía su hermosa cabellera con el que su

delirio se apaciguara.

Le recibió el jarrito acariciando levemente sus manos, sin decir nada, sin dejar de verse.

¿Guapo así, sin bañarme ni rasurar? –Dijo Teófilo con su inconfundible sonrisa pícara-

Sí, guapo nada más –Contestó ella mientras permitía que su mano acariciara su frente con el pretexto de

secarle el sudor-

Es guapo capitán y lo sabe –Dijo sonriéndole con su mirada-

¡Lo que no sabe Usted señor capitán es que de madrugada es hermoso! ¡Un niño bello! –Dijo ella

mientras sus manos se reconocían en una caricia tan cálida como ansiada, alejando toda melancolía de la

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temida despedida y evitando decir tantas cosas que se hubieran querido decir, pero que en realidad no

había ya necesidad de hacerlo-

¡Verónica! –Exclamó Teófilo quedo y tierno mientras cerraba los ojos para besar su mano entorchada a

la suya-

En ése abrazo que los había fundido como eslabones de cadena estaban, cuando la tierra comenzó a

temblar con el galope de los caballos, era el general Álvarez al frente de un batallón compuesto por

elementos del estado mayor y personal de tropa destacamentado en ésa zona militar.

Había sido notificado por un emisario de la cristiada de que el capitán Trinidad se encontraba sano y

salvo en un pequeño jacal, el de uno de los cuidadores del rancho del general al mando de la zona militar;

en esas pequeñas parcelas con modestas viviendas a nadie se le ocurrió buscar, por considerarse como

parte de la propiedad del alto mando y por la cual a diario pasaban a corta distancia todos los elementos

de tropa francos rumbo a la ciudad; durante tres días el capitán buscado hasta por debajo de las piedras

estuvo prácticamente en el patio trasero de la zona militar.

El general Álvarez sintió una alegría inexplicable al ver con vida a quien consideraba como un hijo, por

lo que no demostró mimo alguno, por el contrario, en semblante de aparente seriedad, que Teófilo ya bien

conocía, quedó viendo a la chica que no quiso apartarse de quien sentía no debía hacerlo ya jamás.

¡Muy bien capitán! ¡Muy bonito! Tiene Usted a todo el estado mayor buscándolo y mire nada más como

sufre ¿No se le ofrece algo de comer de la ciudad para complementar tan hermosa compañía? –Dijo ya

sin poder sostener la fachada dejando escapar una franca sonrisa al tiempo que se acercaba para

acariciar levemente su hombro izquierdo-

Teófilo quiso decirle como a un confidente tantas cosas, que ya no quería irse de esa humilde vivienda,

que hubiera querido ser con su amada dos náufragos por siempre en una isla desierta, pero tuvo que

tragarse esas emociones para dar parte de algo más trascendente a los intereses de la nación.

Mi general, tengo un mensaje de suma importancia para el señor presidente, es menester que me traslade

de inmediato a su presencia, de ello depende el curso de acciones próximas muy delicadas señor –Dijo en

tono formal-

El viejo militar se extrañó del tono, pero consiente de la reunión que sostuvo con el general de la

cristiada, dedujo rápidamente la probable causa.

Muy bien capitán ¿Alguna otra instrucción? –Dijo irónico tratando de disimular su despecho de padre al

sentirse desairado, pues hubiera esperado que Teófilo le consultara o confiara el contenido de dicha

reunión, pero como militar sabía que era lo correcto y que él hubiera hecho lo mismo-

En el camino le explico padrino –Suavizó Teófilo- Pero es urgente que emprendamos el retorno a la

capital.

¿Con todo y monja? ¡Porque pareciera que están unidos por cadena! ¿Qué? ¿No pueden separar las

manos? –Dijo sonriente el general-

Monja todavía no soy –Interpuso tímidamente Verónica-

¡Ni lo serás por lo que veo mi’ ja! ¡Como dijera Don Teofilito! –Sonrieron los tres-

No padrino, no lo será y conste que no se la quitó a Dios, el me la envió –Dijo Teófilo mientras acariciaba

con un leve apretón la mano de Verónica-

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No Teófilo, debo quedarme, así como tú, yo tengo una misión: Curar y ayudar en el hospital –Dijo para su

sorpresa la joven-

Sé que soy tuya al ser de Dios en mi tarea, misión y compromiso; ésta guerra debe concluir y ambos

tenemos que demostrar que somos dignos de lo que se nos regaló cumpliendo antes con lo que debemos;

Yo estoy unida a ti, no temas ni dudes, ve y cumple con lo que debes, aquí estaré esperando por ti

cumpliendo mi parte también –Concluyó-

¡Bien capitán! Tiene veinte minutos para alistarse, que partimos de inmediato –Dijo el general al salir

para dejarlos a solas por unos instantes-

No se dijeron nada, sus manos se abrazaban tan hermoso mientras sus mejillas se acariciaban

mutuamente, se dieron un cálido beso como queriendo rematar con un punto de soldadura su unión; así

transcurrieron esos minutos, en un hermoso silencio que dijo todo.

Ella regresó al hospital escoltada por un pelotón al mando de un oficial del estado mayor, con la secreta

consigna al comandante de la plaza de asignar dos guardias extras de total confianza a dicho sanatorio

que nunca debían estar a más de dos metros de la joven novicia pretextando ser personal de apoyo.

“¡Orden directa de mi general jefe del estado mayor!” –Precisó el oficial- Que se le cuide como si de una

futura primera dama se tratase ¡Que Usted responde por ello mi general!

Esa misma tarde arribó en avioneta al hangar presidencia Teófilo, dándose el encuentro con el presidente

de la república no en palacio de gobierno si no bajo una enramada entre columnas, de hermano a

hermano y alejados de todos los demás.

En pocos días una negociación se dio, mientras aquel general alquilado de la cristiada era asesinado y

algunos de los mandos militares removidos o cambiados de zona por orden presidencial, lo que causó

intrigas y más de un fusilamiento, queriendo desesperadamente algunos romper la tregua alcanzada.

En ambos bandos fracciones ultraconservadoras reaccionaron violentamente, pero ya no les dieron

tiempo ni oportunidad para seguir regando pólvora, la amnistía se dio en San Gabriel, que años después

se viera reflejada en un famoso grito presidencial que contenía el espíritu mismo de Teófilo, logrando que

el jefe máximo hiciera un llamado para que la revolución triunfara ya no militarmente, si no que se

reflejara en la educación de los niños; iniciando así una serie de reformas al sistema educativo nacional,

al cual quisieron oponerse algunas movilizaciones conocidas como la segunda, sin que fueran ya

apoyadas por el pueblo en su conjunto ni por la iglesia misma, que públicamente se pronunció en contra

de voz de su máximo jerarca, el cual desde su ciudad estado publicó en una encíclica su viva

preocupación, que si bien no veía con buenos ojos las políticas nacionalistas en muchos países, reconocía

que la violencia no era un camino viable.

Pero eso ya no era parte de la misión ni de la historia de Teófilo, quien feliz del logro, al ver la amnistía

consumada, solicitó licencia para regresar a donde su pensamiento había quedado.

¿Así que licencia de un mes muchacho? ¿Es todo lo que pides por el invaluable servicio que has prestado

a la nación? –Preguntó el jefe máximo-

Es todo lo que necesito Señor –Dijo Teófilo en presencia del general Álvarez-

¡Muy bien Mayor! –Sonríe el presidente con su amigo Álvarez al copiarle la fórmula de ascenso-

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Sé que dejó pendiente un asunto por allá donde hizo posible el acuerdo de paz, vaya y cumpla con su

corazón, que ha colmado ya el deber ¿O no compadre? –Dijo volteado al general Álvarez-

¡Pues claro! ¡Total! Su nueva encomienda puede esperar; digo, después de todo ¿Qué es la jefatura de la

protección personal del señor presidente de la republica que quiere traerlo más pegado que estampilla

para que le aprenda sus viejas mañas y vaya viendo de frente lo que le espera, en comparación con los

ojos de una novia enamorada? –Prosiguió con sonriente ironía el jefe del estado mayor-

Igual puede esperar la condecoración que se le impondrá en el senado de la república mayor –Siguió la

corriente el presidente- ¡Total! Nada más tuve que volver a instaurar por decreto presidencial la medalla

al mérito militar suprimido hace más de diez años y que le será justamente otorgada.

¡Gracias señor presidente! Es un honor que me hace –Sonrió honrado Teófilo-

No me lo agradezca mayor, que no fue a instrucción mía, si no a pedido expreso del general de la

cristiada, quien me narró cómo se batió con sus hombres antes de caer herido, de su coraje en batalla;

pero por sobre todas las cosas, por el invaluable servicio que prestó a su madre nación al ser más que

portador del mensaje que hizo posible la paz; me dijo que de hermano a hermano, usted estaría siempre

en sus plegarias –Concluyó el Presidente-

¿De hermano a hermano? –Preguntó extrañado el general Álvarez- ¡Sí Gutiérrez jamás seria nuestro

hermano!

Nuestro no, pero del Mayor Trinidad sí, por quien pudimos hermanarnos todos, como buenos mexicanos

que de hoy en delante seremos para tranquilidad y progreso de nuestra joven madre, la Nación –Remató

el presidente-

Teófilo partió de inmediato a donde su pensamiento lo esperaba, apenas pasó una tarde con su abuela

Hortensia, quien esperaba ansiosa el tiempo de cobro, pero vio en sus ojos que no había cabida para la

venganza en su corazón, ocupado por el amor; así que se armó nuevamente de paciencia, solo era

cuestión de tiempo, ya Teófilo había cumplido con su deber de uniforme, le llegaría el día de cobrar la

deuda de sangre pendiente pensaba.

Llegó al hospital de la Madre Lupita con su uniforme de gala luciendo una estrella en la frente y un

hermoso ramo de rosas blancas en la mano que Verónica al verlo hizo a un lado para fundirse en un

abrazo remachado de besos con su amado; depositó en el altar de la virgen las rosas con lágrimas de

felicidad en los ojos.

¡Todo salió como Dios dispuso! ¡Estamos juntos y ésta vez para siempre! –Exclamó enraizada de su

pecho- ¿Me extrañaste? –Preguntó ella con una sonrisa de vanidad femenina conociendo la respuesta

anticipada-

¡Nada más en cada respiro mi Señora! Pero agradezco a Dios el haberte extrañado tanto, porque

sintiéndome perdido sin ti, me descubrí a mí mismo y en tu ausencia Él entró a mi corazón para preparar

el lugar que por siempre ocuparas; lejos de ti comprendí tus palabras Verónica, tenía un infierno en la

mente, pero Dios aguardaba en mi corazón –Ella quedó satisfecha con la respuesta de su amado, al cual

solo abrazó dejando a sus ojos apagarse-

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Permanecieron abrazados unos minutos, después de lo cual, para sorpresa de propios y extraños, se

fueron de inmediato a aquél jacal donde sus manos se encadenaron; no hubo pedida formal ni trámite

alguno, salvo su palabra de militar de inmediata boda.

Esa noche, contra la voluntad de su madre y la no muy buena disposición de su tutora, Verónica entregó

las ropas de novicia para poder quitarse las de mujer ante su amado; talvez en inconsciente temor de la

historia familiar Teófilo determinó no aplazar un solo día más su unión.

Esa noche juraron en la intimidad ante Dios amarse cada minuto de su vida, en cada respiro ésa noche

ella besó sus manos tanto que entibió el frio de la soledad eterna y se apaciguaron sus más oscuros deseos

autodestructivos; en ella Teófilo se encontró a sí mismo, en una mujer que encarnaba su universo entero,

nunca supo lo infeliz, lo incompleto que era antes de ella, hasta que se vio reflejado en su desnuda sonrisa,

en sus enamorados ojos de mujer ya del hombre que ama; se dio cuenta que hasta esa noche su corazón

no había latido jamás, se limitaba solamente a bombear sangre por su cuerpo, pero nunca a marcar el

cálido ritmo con el cual su alma despertó al amor para danzar con la de su amada.

Desnudos en la humilde cama, ella lo contemplaba en silencio, hablaba a sonrisas y con el brillo de su

mirada, para él las caricias de su amada le decían más que mil palabras.

Espero se le pase pronto a tu madre el disgusto –Sonriendo comentó el futuro esposo-

No se preocupe mi capitán, tan pronto se enteró que el militar también era ahijado del presidente ¡Casi

me ayuda a quitarme las ropas de novicia! Jajajaja –Sonrieron juntos como un par de niños-

Pues un ahijado no muy consentido ahora que digamos –Pícaro disfrutó de los celos de su amaba al

insinuar lo que entre allegados era un secreto a voces: El jefe máximo lo quería para yerno, a como

hubiera lugar, con cualquiera de sus hijas-

¿A si? –Golpeó ella en risa levemente su pecho-

¡Que chulos se encienden sus ojos cuando se pone brava mi señora! ¡Ni estrellas ni silla hay que se

comparen contigo! Yo nací para ti, tu naciste para mí ¡Eres mi vida entera Verónica! –Sellando la plática

con un largo beso en el que se les fue la madrugada entera-

Fueron días en los que por primera vez en diez años Teófilo volvió a sonreír como cuando niño, en los que

no existió uniforme ni deber alguno más que ser feliz con su amada; así pasó un mes, el más feliz de toda

su vida, tiempo en el cual ya no existía más, porque a su señora pertenecía, nada reservó, todo cuanto

había en su vida, mente y corazón le reveló.

A madrugadas se amaban como bestias en celo, a madrugadas él lloraba en su pecho sus traumas, sus

culpas, la muerte de su madre, el desprecio de su padre; ella existía para él, nunca dijo mucho con

palabras, pero tanto con sus ojos, con sus caricias.

Por los días recorrían el campo en busca de frutas silvestres, corrían al arroyo donde ella le daba e sus

manos de beber, se bañaban juntos y paseaban a caballo por las tardes hasta el anochecer, para acampar

al cobijo de su cómplice luna que iluminaba sus caricias.

Todos estaban satisfechos, los viejos generales, sabedores de que su futuro sucesor había sentado cabeza,

para el general Calles si bien no con su hija, pues comprendió que no se ganan de todas todas y que era

un amor verdadero el de su querido ahijado así encargado por la memoria de su hermano Emilio.

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El más orgulloso de su pupilo era el general Álvarez, quien se aseguró en todo momento la seguridad de

la pareja con un grupo especial del estado mayor que se instalaron de incognito en casas vecinas,

pasando como peones o labriegos, pues temía alguna repercusión por la muerte del Huertista vasco

contratado como general en jefe de la cristiada.

La madre de Verónica no perdió oportunidad de irse a instalar una temporada con Doña Hortensia, para

visitar la presidencia de la república y afianzar nuevas amistades, situación que la vieja matriarca

aprovechó para indagar sobre su ahora nieta por adopción; quedó por demás satisfecha con las

referencias obtenidas.

No solo eso, si no que en la vieja Hortensia despertó algo insólito: Fe y esperanza en el futuro, que le

arrancaron el corazón de su amargo pasado ¡Tenia ansias de ser bisabuela! Con casi vergüenza ocultaba

su emoción al preguntar por la salud de Verónica, por cómo se encontraba la feliz pareja y si estaban

recibiendo algún tipo de atención médica, excusando la pregunta por las heridas recibidas de su nieto.

Lo cierto es que la ilusión de ver a Refugio renacer eclipsó el deseo de venganza en ella, muy a su pesar,

sin querer soltar su papel de dura, lo cierto era que como castillo de azúcar amargo al remojo de la

ilusión su hiel se disolvía en sueños talvez seniles ya, pero felices.

La pareja de enamorados no atendía nada que no fuera su amor, no realizaron ni permitieron visitas, al

grado de que cumplido el mes arribo un capitán diplomado del estado mayor con los saludos del

presidente de la republica que mandaba a preguntar cuando debía alistarse para estar presente en la

boda, que cuando vería a su mayor jefe de su protección, Teófilo con una sonrisa abrazando a su señora

contestó: “Dígale a mi señor presidente que nos veremos cuando nos veamos, que ahora tengo nueva

comandante suprema ¡El sabrá entender que ya no soy huérfano capitán! Entregue fiel mi mensaje”.

Aunque sabía que el mes solicitado había concluido y que esperaban también las formalidades que la

madre de Verónica ya exigía, todo eso poco le importaba; ésa noche arreglaron sus cosas, para por

voluntad de su ya esposo ante Dios, ella quedara depositada con su abuela Hortensia, mientras él se

reportaba al servicio y corrían las amonestaciones para la boda.

Todo eso para ellos era mero trámite, eran ya marido y mujer; aunque había algo que Verónica esperaba

y no llegó, lo cual significaría una gran alegría para su señor marido y que sin duda apresuraría los

planes para contento de su madre; decidió esperar unos días más antes de darle la noticia; hasta

asegurarse, una vez estando en la capital del país, así no darle más emoción de la necesaria a su amado,

que debía concentrarse para recibir las nuevas tareas que le esperaban reincorporándose a su deber.

Llegaron a la ciudad capital felices, directo a presidencia de la república, donde fueron recibidos en una

reunión fraterna encabezada por el presidente y secundada por una de generales y de más jefes que aquel

despacho estaba más estrellado que el cielo mismo; Brindaron por la felicidad de la joven pareja y

presentaron todos los altos mandos sus respetos a la Señora del mayor Trinidad; fue una reunión algo

extraña, entre verdaderos afectos pero futuros intereses también.

Al otro día, Verónica en compañía de su madre ya instaladas en casa de la matriarca Trinidad, iniciaron

los acuerdos entre madres con la novia por los detalles de la boda; mientras Teófilo se resignaba a no

dormir en el mismo lecho con su amada, acatando la voluntad de las mayores de “hacer las cosas como

Dios manda”, al menos bajo el techo de su casa, porque sabido era, como decía Doña Hortensia en

sonrisas de edición limitada que “Ya se habían comido la torta antes del recreo”.

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¡Pero aquí se me comportan! ¡Nada de andar saliendo de madrugada del cuarto mi’ ja! ¡Deje que le

crezca el deseo! –Sonreía Doña Hortensia en plática de mujeres-

El deseo más puro y hermoso de su nieto ya vive y crece dentro de mí –Dijo Verónica poniendo su mano

en el vientre ante los ojos quemados de tanto brillo de la vieja Trinidad-

¡Alabado sea el Señor! –Dijo llevándose ambas manos a la boca la abuela, talvez para esconder

avergonzada la mayor sonrisa de gozo que en toda su vida de su boca seca había nacido-

¡Mi Refugio! –Dijo desmoronándose en llanto, como una vieja torre de combate que vacía, seca y

quemada permanecía orgullosa de pie-

Verónica sabia toda la historia y de algún modo sentía dicha de que su futuro hijo hiciera nacer esperanza

en un suelo árido, quemado por el odio y la venganza; no objeto el nombre y abrazó a la vieja matriarca,

que lloró como zumo toda su amargura, toda la rabia empantanada en años.

Cuando Teófilo llegó después de su primera jornada exhausta, besó a su abuela en la frente y luego dio

otro en los labios a Verónica.

¡Que sean dos! –Dijo ella sonriente-

¿Solo dos besos? ¡Pensé me pedirías más mi señora! Todo el día alejado de ti, no sé cómo haré, salvo que

cumpla la idea loca de uniformarte y llevarte conmigo como en mi pensamiento éstas, a cada minuto del

día –Adornó él con la flor a su mujer-

Es que los demás serán para mí, este segundo que le pido será el primero para su hijo mi mayor –Premió

ella con ese nuevo brillo que en sus ojos desde hace un par de semanas resplandecía-

El golpe de su entendimiento hizo que flaquearan sus rodillas y su voz se quebró de la emoción, era la

condecoración más grande de la que hubiera podido tener noticia, la recompensa con la que no se hubiera

atrevido ni a pensar.

¡Un hijo nuestro! ¡Un hijo mío y de ella abuela! –Exclamó eufórico mirando a la vieja matriarca-

¡Hay que apresurar todo! ¡Mi hijo! ¡La boda! ¡Nuestro hijo Verónica! –La abrazaba en adoración-

¡Sí, sí! Cálmese mi mayor –Decía ella igual de emocionada al tiempo que le abrazaba a ojos cerrados-

Todo era dicha completa, incluso el general Álvarez al enterarse rompió su sobria disciplina ordenando

disparos de salva a los cañones de la división artillada, que sería abuelo ordenó –Dejándose llevar por

una pasajera y consentida exaltación-

En cuestión de quince días todo estaba listo para la boda, tanto por lo civil como por la iglesia, tiempo

que transcurrió en plena felicidad para todos; incluso la exigencia de la futura suegra fue satisfecha: Que

su hija saliera de blanco de su casa a pie para ser entregada en santo matrimonio en la catedral basílica

de la Asunción de María Santísima.

Por lo que todo el estado mayor dispuso de un operativo especial para trasladar ida y vuelta a generales e

invitados especiales vía aérea; incluso el presidente canceló una visita oficial al extranjero para estar

presente; en definitiva sería la boda del siglo en la ciudad natal de la novia, para vanidad de su madre.

Llegó el gran día, en la iglesia ya esperaba Teófilo en su uniforme de gala, acuerpado por todos los

oficiales del estado mayor, mientras Verónica caminaba radiante por las calles principales de la ciudad

camino a la catedral, con una concurrida corte de familiares y amigos; su cara era la dicha e ilusión

misma, acompañada de mariachis y cuetes.

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Así llegó a entrada del hermoso recinto del brazo de su padre, escoltados de su madre y Doña Hortensia;

sus miradas se encontraron y todos aplaudieron, presentes estaba la mejor sociedad del país, así como

viejos amigos, como el general de la cristiada con un reducido grupo de oficiales que se apegaron al

armisticio; ése día no había distingo, generales al lado de soldados rasos y gobernadores codo a codo con

vecinos de la calle donde la novia creció.

Mientras más se acercaba la novia los aplausos arreciaban como un estruendo, entre vivas y hurras llegó

a dos metros de la entrada donde el novio esperaba; empezando uno que otro abrazo espontaneo, a lo

cual su madre y Doña Hortensia tomaron la tarea de esquivar amablemente para permitir la novia llegara

al portal de la iglesia.

¡Los mejores deseos para la novia! –Decían todos lo que se acercaban-

¡Gracias amigos! ¡Gracias señoras! ¡Dejen pasar a la novia por favor! –Ordenaba Doña Hortensia-

Cuando estando a un paso de Teófilo que se encontraba apadrinado por el presidente de la república y el

general jefe del estado mayor, salió al paso de Verónica un viejo militar cristero cojo con el rango de

capitán, que dejó helada a Doña Hortensia cuando le vio una cruz de acero en su pecho.

El veterano le dijo al oído: ¡Los pecados de los padres caen sobre los hijos! Mientras sacaba un viejo

revolver de entre sus ropas; los cercanos se apartaron y las mujeres gritaron.

¡Hombre armado! ¡Protejan al señor presidente! –Ordenó un oficial del estado mayor pensando se

trataba de un atentado-

El anciano apunto a Teófilo mientras tomaba a la novia por el brazo; todos se quedaron congelados,

tratando de no precipitar una desgracia.

¡Todos tranquilos! ¡Por favor! ¡Calma! –Gritó Teófilo- ¡Suéltala! No sé quién seas o si algo te deba, pero

aquí estoy, suéltala –En firme suplica se dirigió al viejo indio veterano-

¡Yo soy el cobrador del pasado! Presente para hacer efectiva una cuenta pendiente con tu padre, que

habré de ajustar con todo su futuro –Respondió el ahora capitán Díaz-

¡Te dije vieja bruja que habría de saldar cuenta con la sangre Trinidad! –Dijo a una Hortensia

desencajada del rostro que quiso abalanzarse sobre él, pero fue detenida por la madre de Verónica-

¡Mátame a mí pues indio maldito! –Ofendió con saña deseando desatar la ira del viejo en su contra-

¡Los mataré a todos junto con éste malparido! ¡La justicia Divina no perdona! ¡Malditos Ustedes!

¡Maldito Yo! ¡Malditos todos! Dijo el viejo al tiempo que sorpresivamente dirigió el arma al pecho de

Verónica disparando a quemarropa cegando dos vidas y muchos planes futuros con una sola bala.

Teófilo grito como una fiera herida, cayendo de rodillas a un costado de su amada, mientras el viejo

oficial de la cristiada extendía los brazos en cruz todavía pistola en mano para recibir los plomos del

general Álvarez.

La gente se arremolinaba en torno a la escena trágica, Teófilo sacó su pistola queriendo ponérsela en la

sien, pero fue desarmado por sus hermanos militares, mientras el Jefe Supremo abofeteaba de impotencia

a un subalterno.

¡Estúpidos! ¡Por proteger a un viejo presidente dejaron sin futuro a la presidencia! –Rabiaba de

impotencia-

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Se dice que con los disparos las palomas volaron y no se volvieron a ver todo el año, mientras que muchos

atribuían a desquite personal del presidente la ola de fusilamientos contra los de la cristiada en todo el

país; tal parecencia que con el general Álvarez habían enloquecido de rabia e impotencia.

Doña Hortensia sufrió una embolia que la dejó sin movimiento confinada a una silla de ruedas y Teófilo

huyó del seno militar como un animal herido, con rabia, sin dejar rastro; un mes después apareció frente

a su abuela, desecho y curtido en alcohol, en una noche en la que ni el viento tenía ánimos.

¡De qué manera la vida me demostró que no nací para ser feliz! ¡Soy hijo del abuso, del sufrimiento y mi

final no puede ser en otro camino! ¡Estúpido de mí que pensé podría cambiar el destino abuela! –Dijo a la

anciana inmóvil-

Vine para que sepas a donde voy ¡A cumplir el que era tu mayor deseo! ¡A matarme con Juan José

Mendoza! –Exclamó en llanto-

Pero quiero que sepas que no voy por tu venganza, si no por su redención ¡Sí! Por la salvación de ambos

ahora que sé en carne propia lo que él sintió al perder su vida sin dejar de respirar ¡Ahora que lo siento

mi padre de verdad!

¡Quédate tú en el remordimiento y odio que siempre te mantuvo viva! Yo voy para estar en paz de una

buena vez, para saldar las cuentas con el destino, para liberarlo y liberarme de su perversa saña.

Hortensia sintió repentinamente fuerza en su cuerpo, pero más que vida, de coraje e impotencia,

parándose como una autentica resucitada de su lecho.

¡Tienes la obligación de perpetuar mi sangre! Aun cuando la vida se te haya escapado ya del corazón, así

como lo hice yo ¡Cumple con tu deber! Cualquier otra mujer será buena para la tarea ¡Eres el último de

los Trinidad! ¡Ya no quiero ésa venganza! En tu descendencia tendré la victoria–Exigió la abuela-

Soy el último de alguien más importante, según la verdad oculta que me fue revelada –Dijo determinado

Teófilo- Me buscan para que lleve a cabo planes muy esperados por poderosos hermanos, pero yo soy

dueño de mi voluntad y decido mejor pagar una vieja deuda ¡Cumplir con el destino al cual escapó mi

bisabuelo! No quiero ser otro viejo general Robles temeroso de saber que el mismo rebozo negro se

tenderá tarde que temprano sobre los míos.

¡Ya no más abuela! Elijo ser quien acabe para siempre con la mala sombra que se pegó a mi madre ¡Yo

no le huiré! Me arrojaré sobre ella para envueltos desaparecer, cobrando así mi propia venganza ¡Que no

era en contra de mi padre ahora lo sé! ¡Como también sé que un jaguar no debe huir ante los conejos!

Por más muertos que éstos sean ¡Ha llegado la hora de ajustar las viejas cuentas abuela!

¿Qué cosas dices Teófilo? ¡Estás borracho! ¡Descansa de tal delirio! Mañana pensarás diferente hijo,

descansa por favor –Exclamó casi en suplica, como tratándose de convencer de su postura al mismo

tiempo Doña Hortensia-

Ya pronto lo haremos todos abuela, más que borracho ¡He despertado! Mis ojos se abrieron a la verdad

que estaba más allá del piso a cuadros, gracias la visita en sueños de un coyote que igual trató de guiar a

Juan José Mendoza; Así como se arrojaron los fieros Soctones ¡Yo soy un jaguar! ¡Elijo arrojarme al

destino que espera en vez de huir buscando refugio entre columnas del templo donde todos los dioses se

encuentran disfrutando de nuestro juego! ¡Pago lo que se debe aun cuando no he sido yo quien la deuda

contrajera! ¡Pago en nombre de mi sangre y de la tuya que fue cobrada como interés abuela! ¡Pago

porque pa´ pagar me sobra! Aunque tú no entiendas de lo que hablo, lo hago no solo por mí ¡Sino por

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todos! Robles, Mendoza y Trinidad –Determinó Teófilo dándose cuenta de que algo en el interior de su

abuela cambiaba quitándole lo opaco, lo nublado de la mirada-

¡Entiendo más de lo que crees hijo mío! ¡Más de lo que quisiera talvez! Todos los hombres que amé ¡Los

hombres de mi vida! me fueron arrebatados para peones en sacrificio en el cruel tablero donde grandes

generales han sido alfiles o caballos ¡Pues bien! Ésta vez uno de mi sangre, uno que amo, habrá de

comerse a ésa reina de la oscuridad, coronándose por encima de todos ellos en la eternidad; en lucha de

emperadores, será un Trinidad quien ponga fin a la partida.

¡Ve pues y termina esto de una buena vez! ¡Termina ya con todo Teófilo! –Dijo la anciana en súbito

coraje y orgullo de entender que al prolongar su estirpe solo habría de prolongarse la pena- ¡Termínale

ya su juego al destino! ¡Que no pudimos cambiarlo pero sí podemos ponerle fin! ¡Tienes razón! ¡Quien

debe pagármelas es la maldita Tishanila! No los Mendoza ¡Ésa mala sombra que enloqueció a mi

Refugio! ¡Ya me cansé también de suplicarles a los dioses en las noches de luna llena que deje de alcanzar

la desgracia a mi sangre! ¡Ya me cansé de odiar por miedo! ¡Ya me cansé de huir por las noches como

una zorra plateada por el reflejo de la luna en su lomo! Que desesperada trata de alejar al predador de su

madriguera.

Teófilo quedó perplejo ¡No había manera de que su abuela conociera detalles tan escondidos de la

historia oculta de su sangre materna! Solo pudo verla tratando de entender, de convencerse talvez que

eran casualidad sus palabras.

¿Qué? –Dijo la anciana viéndolo con una bella sonrisa irónica, como la de un condenado recién liberado

de sus propias ataduras- ¿Acaso crees que ése coyote es el único que puede hacer lo que hace? ¿O que se

necesita ser hombre para conocer de los misterios que tanto enorgullecen a tus hermanos? ¡Muchas

hemos recibido conocimientos que te asombrarían hijo mío! A nosotras las mujeres es la madre luna quien

nos elige y quita el velo en descampado –Continuo ante el asombro de su nieto- Yo dejo que hombres

vanidosos como tus generales jueguen como niños al tejo en sus cuadros pintados con tiza; mientras que

la madre naturaleza, mujer cómplice al fin, me reveló en juventud a la luz de luna el poder de ver, de estar

y de conocer muchas cosas, muchos lugares que tu mente no imagina, ni tus herramientas no podrían

trabajar.

Ya estás listo hijo mío –Dijo mientras que por primera vez le acariciaba la mejilla con mano de noble

madre- La vida te ha despojado del peso de la ilusión y del freno del amor ¡Y qué error cometió la

Tishanila! ¡Le jaló los bigotes al tigre de la montaña! Porque es la sangre Trinidad y ninguna otra por

más ilustre que sea, la que hierve en tus venas de coraje, la que hará lo que otras tantas no pudieron.

¡Ve y demuéstrales a todos esos indios quienes son los malparidos! ¡Demuéstrales cómo saben morirse los

Trinidad! ¡Ve y demuestra hijo, lo que ni tu padre ni yo fuimos capaces de demostrar! ¡Ve y haz lo que

todos nosotros no tuvimos el valor de hacer! ¡El verdadero valor de ofrendar en vez de enfrentar! –Le

ordenó Doña Hortensia en buen coraje –

¡Porque tanto nos quitó ésa mala sombra, que hasta el miedo mismo se llevó pegadito de la esperanza en

el futuro! ¡Ve y sorpréndela hijo mío! ¡Abrázala para susurrarle el apellido que se la llevará de regreso

aunque no quiera de donde salió! Que ella espera te acobardes y huyas lejos a donde sabe, habrá de

encontrarte.

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¡Ve y Demuéstrale que sabes amar a Dios a pesar de todo! Paga con sacrificio la venganza y con nobleza

opaca la tragedia ¡Porque para amar a Dios debemos despreciarnos a nosotros mismos, incluido todo

cuanto amemos! Así te mando ahora yo hijo mío ¡A costa del futuro de toda mi sangre! ¿Pues cómo

pueden amarlo quienes solo se aman a sí mismos? ¡Quienes solo busquen la contentación de sus deseos

jamás habrán de encontrarlo! ¡Aferrándose al poder o siendo esclavos del miedo!

Tú eres el digno caballero que las sangres condenadas esperaban para romper la maldición del tlatoani;

ve y demuestra que otro Trinidad fue quien más amó y defendió ésa sangre, como tu padre adoró a tu

madre, aunque no hubiera podido vencer la locura de la Tishanila; ellos fueron derrotados, sacrificados y

consumidos ¡Pero naciste Tú! ¡Ve para que vea el poderoso jaguar resultado de la cruza de las sangres

que ella en su maldad entrelazó! ¡Ve para que vea en su obra su fin! –Arengó con orgullo la anciana

revelándose ante su nieto como una verdadera sacerdotisa-

La mujer que había apostado a convertir las mentiras del pasado en las verdades del futuro, que le había

metido en la cabeza que Refugio era el verdadero amor de Amalia y que Juan José lo mató para

robársela, que las acciones de los Trinidad fueron las de los Mendoza y viceversa; que lo convenció de

que sí Doña Adelita lo había recogido fue por remordimiento; que por años atizó las brasas del recuerdo

que todas las noches con él dormía como un compañero perverso, viendo a quien consideraba su padre

apuntarle y llamarle malparido ¡Ahora le pedía acabar con todo! ¡Sin que hubiera ya victoria en vida

para nadie!

En aquél pueblo la historia de Teófilo y Verónica era ya conocida ¡El último de los Trinidad, que también

era el último de los Robles, había pagado al destino cuenta pendiente de su sangre! Doña Adelita no podía

más que cerrar los ojos en oración, incida en su pequeña capilla, pasmado ya su corazón de tanto dolor,

pidiendo a su creador recogiera su alma; mientras que a Juan José, que se hizo el desentendido de la

tragedia ante los demás, por dentro la pena de Teófilo le mordió el corazón, arrancándole ésa parte

podrida, envenenada que por más de dos décadas lo tuvo con cáncer en el alma.

Eso fue todo lo que Don Juan José pudo recordar antes de verse con el pecho ensangrentado, tirado en el

piso de la cantina abatido por dos balas de Teófilo Trinidad; pudiendo haber disparado a la par por

haber desenfundado incluso antes, no lo hizo.

Sus últimas palabras fueron: ¡Perdóname hijo mío! Por no haber sido lo suficiente hombre para amarte y

ser digno del amor de tu madre; por permitir que me sobrara la razón para odiar y me faltara corazón

para amar, para orgullo sacrificar.

Con mi muerte se acaba el odio –Dijo en último aliento- No queda más que una sola sangre, tu sangre,

que juntará los destinos de todos ¡Ya estaremos todos en paz! No hay más Robles, Mendoza o Trinidad

¡Solo Tú! Hijo mío, nuestra redención –Alcanzó a terminar la oración, muriendo con ésa expresión de

alivio en el rostro-

Teófilo tiró la pistola como si la mano le quemara invadido por un remordimiento parricida el corazón; se

arrodilló ante el cadáver de Juan José y con lágrimas mudas en su pecho lo abrazó.

¡Tienes razón padre! Nuestro destino fue la tragedia y odio; mucho tiempo pensé que éramos tan

diferentes, hasta que el destino me enseñó qué más iguales no podríamos ser; yo no elegí la sangre que

por mis venas corre, pero comprendí que sí podía elegirte a ti como mi padre ¡Qué si podía cambiar ése

destino del que todos huyeron! Convirtiendo el odio en amor y la venganza en sacrificio.

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¡Cómo me hubiera gustado crecer de tu mano! Pero nos faltó corazón para afrontar el destino padre,

porque siempre sobró inteligencia o interés que lo aplazara ¡Pero ya no más! Ya no más jugadas a la

defensiva, hoy le daremos jaque mate con reyes a la mala sombra que se llevó a nuestras reinas; ésta

noche tenemos de sobra corazón para una y mil

Fin.