El Maestro en La Biblia Por Ravasi

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EL MAESTRO EN LA BIBLIA Actas del Seminario internacional sobre "Jesús, el Maestro" (Ariccia, 14-24 de octubre de 1996) por Mons. Gianfranco Ravasi II. Jesús Divino Maestro Entramos en el Nuevo Testamento y, más particularmente, en los evangelios. El título dado a esta sección, «Jesús Divino Maestro», nos permite trazar un verdadero y propio perfil de la figura de Jesús como didáskalos. Vamos a hacerlo en dos momentos. (regrese al sumario) 1. El retrato de Jesús Maestro En el Nuevo Testamento se usa el término didáskalos 58 veces, de ellas 48 en los evangelios, prevalentemente aplicado a Jesús; y 95 veces el verbo didáskein, enseñar, dos tercios de ellas en los evangelios, también en este caso prevalentemente aplicado a Jesús. Por tanto Éste es por excelencia el "maestro" de la comunidad cristiana. Semejante retrato lo esbozamos con tres trazos: . Jesús es llamado rabbí. Dos pasos entre otros, como ejemplo: Mc 9,5 y 10,51. Es un rabbí que habla en público, como hacían los maestros de Israel: en las sinagogas, en las plazas, en el templo. Jesús es un maestro rodeado de mazetái (discípulos), tiene su escuela.

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EL MAESTRO EN LA BIBLIA

Actas del Seminario internacional sobre "Jesús, el Maestro"

(Ariccia, 14-24 de octubre de 1996)

por Mons. Gianfranco Ravasi

 

II. Jesús Divino Maestro

Entramos en el Nuevo Testamento y, más particularmente, en los evangelios. El título dado a esta sección, «Jesús Divino Maestro», nos permite trazar un verdadero y propio perfil de la figura de Jesús como didáskalos. Vamos a hacerlo en dos momentos. (regrese al sumario)

1. El retrato de Jesús Maestro

En el Nuevo Testamento se usa el término didáskalos 58 veces, de ellas 48 en los evangelios, prevalentemente aplicado a Jesús; y 95 veces el verbo didáskein, enseñar, dos tercios de ellas en los evangelios, también en este caso prevalentemente aplicado a Jesús. Por tanto Éste es por excelencia el "maestro" de la comunidad cristiana.

Semejante retrato lo esbozamos con tres trazos:

1º. Jesús es llamado rabbí. Dos pasos entre otros, como ejemplo: Mc 9,5 y 10,51. Es un rabbí que habla en público, como hacían los maestros de Israel: en las sinagogas, en las plazas, en el templo. Jesús es un maestro rodeado de mazetái (discípulos), tiene su escuela.

Además, Jesús usa las técnicas de los maestros, dispone de un cierto utillaje pedagógico, didáctico. Sin duda tiene algo de original, sobre todo un aspecto curioso digno de subrayarlo enseguida: diversamente de los otros rabbí de Israel, él se elige sus discípulos. Justamente lo contrario de lo que hacían los rabbí; éstos se comportaban como los predicadores de Hyde Park: empezaban a hablar en las plazas, y quien se dejaba convencer les seguía. Jesús va en dirección opuesta. Los estudiosos hablan al respecto de una "discontinuidad" del Jesús histórico con el mundo-ambiente y la cultura en que se movía. A los discípulos les dice en los discursos de la última cena: «No me elegisteis vosotros a mí, os elegí yo a vosotros» (Jn 15,16).

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2º. Jesús es un maestro acreditado. Marcos (1,22) lo dice con frase incisiva: «Les enseñaba como quien tiene autoridad, no como los letrados». Es un maestro que se yergue no a fuerza de autoritarismo, sino con la autoridad del acreditado. Otro paso de Marcos (12,14) es muy significativo: «Maestro, sabemos que eres sincero y que no te importa de nadie, porque tú no miras lo que la gente sea. No, tú enseñas de verdad el camino de Dios». Retrato estupendo del verdadero maestro, que no dobla las rodillas, no enseña según conveniencias. ¡Cuántos maestros son falsos en este sentido! «Tú enseñas de verdad el camino de Dios»: otra vez camino y verdad unidos, y concretamente camino y vida juntos.

3º. La raíz de su enseñanza es transcendente. Dos pasos son emblemáticos al respecto: «No hago nada de por mí, sino que propongo exactamente lo que me ha enseñado (didáskein) el Padre» (Jn 8,28), y «Al Padre lo conoce sólo el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar» (Mt 11,27). La enseñanza de Jesús es la enseñanza del misterio del Padre, es una enseñanza transcendente.

Hemos visto algunos rasgos esenciales del retrato de Jesús Maestro. Resumiendo: Jesús es un Maestro histórico, que usa las técnicas del mundo donde está inserto (las parábolas por ejemplo), pero tiene ya algo de diverso y de original, como la elección de los discípulos; además es maestro acreditado y libre; por fin, es un maestro transcendente, que enseña una verdad más allá de los confines del saber humano, pues dimana de una revelación. (regrese al sumario)

2. Las siete cualidades de Cristo Maestro

Por fidelidad a la simbólica de los números y al sistema didascálico frecuente en la Biblia, podemos resumir en siete elementos las cualidades de Cristo Maestro en acción. Con estos siete rasgos (naturalmente ejemplificativos) intentamos representar las modalidades con las que Cristo enseña, cómo presenta su mensaje.

1º. Cristo es maestro del anuncio fundamental del Reino. Cristo es el anunciador perfecto de la sustancia del mensaje cristiano. Baste recordar el primer pregón de Jesús (redaccional, claro está), tal como nos lo presentan los Sinópticos y la primitiva catequesis cristiana. Lo encontramos bien formulado en Marcos (1,15). Los contenidos del anuncio de Jesús comprenden cuatro elementos: dos según la dimensión teológica y dos según la dimensión antropológica.

a. «Se ha cumplido el plazo», o sea, según el verbo griego pleroún, el tiempo ha llegado a plenitud. Cristo afirma haber venido para dar sentido a la historia. Como dice el título de un ensayo de Conzelmann sobre la teología de Lucas, Cristo es die Mitte der Zeit, el punto del medio, el centro, el quicio del tiempo. Afirmando que «se ha cumplido el plazo», Jesús quiere decir: "Yo doy sentido, con mi palabra y con mi acción, a toda la andadura secular de las obras salvíficas de Dios". El tiempo, compuesto de tantos elementos dispersos, de tantos actos diseminados, recibe un nudo de oro que lo unifica y da sentido.

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b. «Está cerca el reinado de Dios». El término griego énguiken (del verbo engúzein) merece nuestra atención, pues tiene varios significados. Ante todo el verbo está en perfecto y por tanto indica el pasado: quiere decir que el reino di Dios ya está actuado, acaecido, instaurado en Cristo. Pero el perfecto en griego indica una acción del pasado cuyo efecto perdura en el presente. Quiere, pues, decir que el reino de Dios está aún en acción hoy. Además, el verbo, semánticamente, indica algo concerniente al futuro: está cercano, próximo. Se subraya, por tanto, que el reino de Dios abraza todas las dimensiones de la historia de la salvación. Nosotros estamos en el hoy, pero participamos de un acontecimiento pasado, cuyo efecto actúa dinámicamente en el hoy, a la espera de la plenitud, o sea de aquella cercanía que está siempre en acción y que se completará sólo al final de la historia. El reino de Dios significa el proyecto de salvación de Dio, que atraviesa toda la historia. Estas son las dos dimensiones de la acción de Dios, que Jesús Maestro anuncia: "el tiempo tiene su plenitud en mí", y "es un tiempo irradiado todo él por el reino de Dios", o sea por la acción el proyecto de gozo, de libertad y de esperanza que Jesús ha venido a anunciar. Por consiguiente:

c. Metanoéite, convertíos, enmendaos. Es la reacción que el creyente o discípulo debe asumir: cambiar de mentalidad y de vida, tras haber escuchado esta lección.

d. Pistéuete tó euanguelio, creed sobre el evangelio, como dice el griego, retranscribiendo el hebreo. En la Biblia el verbo del creer, el amen, rige la preposición be-, que indica "apoyarse sobre" (literalmente, "basarse en"): fundad vuestra vida sobre el evangelio. En esta primera gran lección de Cristo, Maestro del anuncio, encontramos también el contenido de nuestro anuncio: debemos anunciar el reino. Y este anuncio genera conversión y fe; ha de ser acogido en la fe y en la existencia.

2º. Jesús es un maestro sabio, que usa la parábola, el símbolo, la narración, la paradoja, la imagen fulgurante. Esto se ve leyendo los evangelios; no hace falta añadir más. Respecto a nuestras escuálidas, grises, modestas predicaciones, que pasan por encima de las cabezas de los fieles, Jesús hablaba —como dice un estudioso— pasando por los pies, las manos, el polvo de la tierra. Consideremos, por ejemplo, Lc 11,11-12: «¿Quién de vosotros que sea padre, si su hijo le pide un huevo, le va a ofrecer un alacrán?». Jesús habla desde la realidad: en Palestina hay un escorpión —el alacrán blanco y venenoso— parecido a un huevo, que anida en los pedregales del deserto. A partir de esta imagen, construye Jesús de manera natural su lección sobre el amor del Padre. Si tú le pides un huevo, jamás te dará él un escorpión que te envenene. Otro ejemplo: Jesús va a presentar su propia muerte y su función salvífica; los teólogos usarían (y con razón) todas las categorías de la soteriología..., y la gente quedaría insatisfecha. Jesús, en cambio, parte del grano de trigo (Jn 12,24): «Si el grano de trigo, una vez caído en la tierra, no muere, permanece él solo; en cambio, si muere, produce mucho fruto». El morir y el entrar en el sepulcro, comparado al morir de la semilla a la que sigue luego el tallo y la espiga, expresa la fecundidad pascual de la muerte de Cristo, y también la del creyente.

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Son ejemplares sus parábolas. ¿Cómo enseñar el amor mejor que con la parábola del buen samaritano? Jesús saca brillo al relato cambiando la acentuación desde la objetividad del prójimo: «¿Quién es mi prójimo?», a la subjetividad: «¿Quién se hizo prójimo?», marcando así una radical diferencia en la visión moral cristiana. Igualmente la parábola de las diez vírgenes, sobre el tema de la tensión escatológica. Las parábolas de Jesús parten siempre de la historia concreta, de la existencia: hijos en crisis, porteros nocturnos, relaciones sindicales (parábola de los trabajadores de la viña), jueces corrompidos, previsiones meteorológicas, el ama de casa, los pescadores, los campesinos, la polilla, los pájaros, los lirios, etc. Este modo de hablar introduce la Palabra de Dios en lo cotidiano, fecundándolo.

Un refrán rabínico dice: «Es mucho mejor una pizca de guindilla que un cesto de melones». La enseñanza prolija como el cesto de melones, el hablar en tono gris, incoloro, insípido no aguanta el cotejo con la pizca de guindilla, que logra dar sabor a un montón de comida. Jesús usó también la imagen de la levadura y de la sal, enseñándonos así una comunicación sabrosa, vivaz, incisiva y "narrativa". Hemos de recuperar, siguiendo a Jesús y a la Biblia, nuestra capacidad de comunicación, las grandes dotes de la tradición cristiana para anunciar la fe mediante el relato, la imagen, la belleza, la estética. Aprendamos la lección de von Balthasar y de los grandes autores cristianos del pasado, por ejemplo san Agustín, que poseía todo el rigor incluso del lenguaje formal, cuando era necesario, pero que acostumbraba hacer "teología del tú", del diálogo: una teología-oración, con toda la riqueza de la comunicación humana, que constituye una aventura extraordinaria del espíritu. El mundo es rico, la historia es siempre creativa, nuestro lenguaje va continuamente detrás de la realidad. Borges, el célebre escritor argentino, tiene este verso: «el universo es fluido y cambiante — el lenguaje rígido». Es siempre necesario un esfuerzo para hacer el lenguaje —sobre todo el religioso— cada vez más cálido, más dúctil. Jesús es un gran maestro también en esto.

3º. Jesús es un maestro paciente, que se adapta a nuestro lento caminar, a nuestro gradual aprendizaje. En el evangelio de Marcos encontramos un Jesús maestro "progresivo", que paulatinamente lleva la luz al discípulo, pasando a través de la oscuridad de las resistencias humanas. Primero lo conduce al reconocimiento de la mesianidad («Tú eres el Cristo»: Mc 8,27-29) y luego le desvela la plenitud, al final del evangelio, cuando el pagano, centurión romano, llega a la fe y dice: «Verdaderamente este hombre era hijo de Dios» (15,39). ¡Pero qué camino más largo hay que hacer! El camino de la cruz. Jesús, que es un maestro "progresivo", nos hace pasar de la oscuridad a la luz no de una manera desconcertante, sino de modo paciente y lento. El capítulo 9 de Juan (el ciego de nacimiento) ilustra este camino con los títulos cristológicos usados en progresión. Se parte de «ese que se llama Jesús » y se llega a la última frase: «Creo, kyrie, te doy mi adhesión, Señor»: es ya el descubrimiento de Jesús como el kyrios por excelencia, o sea como Dios.

4º. Jesús maestro polémico. En Lc 11, y más aún en Mt 23, Jesús se presenta también como un maestro polémico, provocador, enojado. Sus siete "ayes" o "maldiciones" (usadas según un género profético presente en Is 5,8ss) son un testimonio de que el verdadero maestro no teme denunciar los males, como

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hizo por su parte el Bautista: «¡No te está permitido!» (Mt 14,4). El verdadero maestro corre inclusive el riesgo de la impopularidad. Cristo fue condenado también por sus palabras, auténticos latigazos. La expresión del Maestro conoce no la rabia ni la cólera, que son un vicio, pero sí el enojo, que es una virtud: Jesús nos ha revelado a menudo su mensaje mediante una palabra de fuego, como él mismo ha dicho: «No he venido a sembrar paz sino espadas; he venido a enemistar al hombre con su padre, a la hija con su madre, a la nuera con la suegra...» (Mt 10,34-35). Este aspecto hay que recuperarlo también en nuestra comunicación religiosa. No está en contradicción con el precedente: hemos de tener paciencia, pero también, cuando es necesario, hemos de introducir la palabra que desconcierta, la palabra de los profetas: decir "sí sí, no no; todo lo demás viene del maligno" (cfr Mt 5,37). Por justa reacción a una retórica o al énfasis del pasado (¡los grandes predicadores que aterrorizaban!), non debe perderse la dimensión de la palabra que ataca, que no se deja adulterar o mercadear (cfr 2Cor 2,17; 4,2); hemos de reconocer que la Palabra de Dio es frecuentemente, como dijimos, ofensiva.

5º. Jesús ha sido también un maestro profético, en el sentido auténtico del término. Profeta no es quien ve de lejos, adivinando el futuro. El profeta bíblico es quien interpreta los signos de los tiempos; el hombre del presente, quien actualiza la Palabra. A este respecto es ejemplar el sermón de Jesús en la sinagoga de Nazaret (Lc 4,16ss): toma la Palabra de Dios según Isaías; la lee y la comenta. ¿Cómo? «Hoy ha quedado cumplido este pasaje ante vosotros que lo habéis escuchado . ¡He aquí la actualización! ¡La Palabra di Dios se encarna en un acontecimiento, en una persona presente! Todo el Nuevo Testamento va en esta línea. El Apocalipsis —tantas veces presentado como el horóscopo del fin del mundo— es una lección para las Iglesias de Asia Menor en crisis interna y externa, perseguidas. La Iglesia de Laodicea, por ejemplo (cfr Ap 3,14-22), produce náuseas a Cristo. Es una imagen durísima, expresada con el verbo emésai, vomitar, indicando las bascas de Cristo ante una comunidad tibia. Pues bien, a esa Iglesia en crisis la Palabra de Dios le llega con la función de darle un sentido, de indicarle una meta. El Apocalipsis, en efecto, no enseña el fin del mundo, sino la finalidad del mundo. No es la representación de la destrucción, sino la del término hacia el que estamos orientados. El profeta enseña hacia dónde debemos caminar mientras estamos en la historia, en el presente. En este sentido nos da Lc 24,19 (episodio del viaje a Emaús) la definición de Jesús: «Un profeta poderoso en obras y palabras ante Dios y ante todo el pueblo». Justamente eso es Jesús, "maestro profético".

6º. Jesús maestro-Moisés. Con una expresión paradójica, Lutero decía: Jesús es el Mosíssimus Moyses, Moisés a la enésima potencia. La referencia va al Discurso de la montaña, que es la plenitud de la Toráh: «Jesús subió al monte, se sentó y se le acercaron sus discípulos. Él tomó la palabra y edídasken, se puso a enseñarles así» (Mt 5,1ss). Evidentemente, el Discurso de la montaña es una lección, y tiene lugar en un monte indeterminado (más aún, Lucas, más atento a la historia, fija el discurso en un llano "campestre": Lc 6,17). Tal monte para Mateo es el nuevo Sinaí. Esta lección marca el comienzo del "pentateuco cristiano". Jesús no hace sino llevar a plenitud el mensaje de la Toráh: el suyo es un mensaje que no propone una ley limitada en su secuencia de apartados, artículos o normas, sino una ley tendente al infinito. Jesús enseña la

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radicalidad: «Sed buenos del todo...», no como un santo, sino «como es bueno vuestro Padre del cielo» (Mt 5,48). Tal es el mensaje cristiano: un infinito viaje en el infinito misterio de Dios. No hay una meta de llegada, vamos siempre más allá hasta entrar en Dios. La enseñanza del verdadero Maestro, del verdadero Moisés cristiano, va unida a una "ansiedad" continua, a una superación sistemática; hay que ir siempre allende. Es justo lo contrario de cierto tipo de enseñanza nuestra, fundada tantas veces sólo en el buen sentido, con un mensaje que podría ser el mínimo común denominador de todas las religiones: una genérica y vaga solidaridad, una imprecisa fe sentimental en Dios. Al contrario, el Mosíssimus Moyses es radical. Teresa de Ávila tiene al respecto dos observaciones: «Los predicadores hoy no mueven ya a conversión porque tienen demasiado buen sentido y les falta el fuego de Cristo». Y tocante a la oración dice: «Señor, líbrame de las necias devociones de los santos cariacontecidos». Es necesario, pues, retomar el anuncio y el compromiso radical del Mosíssimus Moyses.

7º. Jesús es maestro supremo, el Maestro Divino. ¿Cómo anunciaban los profetas en el Antiguo Testamento? Declaraban: «Koh ‘amar Adonai: Así habla el Señor», es decir, yo soy la boca del Señor. Jesús ha retomado esta frase, pero deformándola de manera casi blasfema: «Egó dé légo hymín»: «pues yo os digo»; «se mandó a los antiguos, pero yo os digo». Una palabra eficaz, imperativa, extrema. Una palabra decisiva frente al mal; una palabra que desafía los tiempos; una palabra eterna. En este contexto es donde hemos de entender la frase: «Yo soy el camino, la verdad y la vida» (Jn 14,6). Es una palabra supremamente "blasfema", porque se arroga todo lo que es de Dios. Más aún, es una palabra tan divina que sigue resonando por los siglos, mediante el Espíritu que Cristo manda a la Iglesia y a cada persona.

Juan 14,26 refiere las palabras de la última noche terrena de Jesús: el Padre, en el nombre de Cristo, mandará el Espíritu Santo y «él os lo irá enseñando todo, recordándoos todo lo que yo os he expuesto». ¿Quién es, pues, el Divino Maestro que continuamente actúa en nosotros ahora, en la Iglesia, en cada individuo y en la comunidad? Es el Espíritu Santo, mandado por el Padre en nombre de Cristo, para "recordar". La memoria bíblica no es una evocación pálida, no es la conmemoración de la fiesta nacional, sino la memoria viva, operante, el memorial celebrativo y eficaz.

EL MAESTRO EN LA BIBLIA

Actas del Seminario internacional sobre "Jesús, el Maestro"

(Ariccia, 14-24 de octubre de 1996)

por Mons. Gianfranco Ravasi

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III. La IGLESIA docente

La Iglesia es docente porque Cristo le ha dado este encargo obligatorio. El texto capital está en Mt 28,19-20, particularmente el verso 20. Nos encontramos ante el gran saludo, el testamento dejado por Cristo resucitado a su Iglesia: «Id, pues, mazetéusate (nótese la raíz, de discípulo: mazetés), haced discípulos, panta ta ezne»: de todos los pueblos, de todas las naciones. "Haced discípulos", no sólo "amaestrad" o "enseñad", sino "haced discípulos". ¿Cómo? «Didáskontes», o sea, «enseñando», llegando a ser maestros. La Iglesia tiene una función magisterial. Todos los discípulos tienen una función magisterial.

¿Y cuál es el objeto de la enseñanza? «Enseñadles a guardar todo lo que os mandé». No debo, pues, enseñar sólo un aspecto del mensaje de Cristo, un aspecto dulce o severo; debo enseñar todo el evangelio, que es fermento, sal y semilla. Como decía Bernanos: «Cristo no nos ha mandado ser la miel de la tierra, sino la sal de la tierra». La sal es áspera. «Cristo», continuaba el escritor francés, «nos ha puesto en la mano una palabra que es como un hierro incandescente. Imposible no quemarse».

¿Qué hizo la Iglesia de los orígenes, tal como vemos por el Nuevo Testamento? Consideremos brevemente algunos puntos.

1. En Hechos 2,42 (uno de los famosos sumarios de Lucas) tenemos un retrato de la Iglesia de Jerusalén, sostenida por cuatro "columnas", que podemos compendiar así:

a) La enseñanza, la didajé tón apostólon. «Cristo —dice paradójicamente Pablo en 1Cor 1,17— no me mandó a bautizar, sino a dar la buena noticia». Lo primero es el anuncio. «Si no hay quien anuncie, ¿cómo podrán creer?» (Rom 10,14); ¿cómo podrán llegar a los sacramentos? Infelizmente, muchas veces nos hemos conformado con la sacramentaria, olvidando que la primacía absoluta es el anuncio. Sin el anuncio, el sacramento es magia. ¡Y cuántas veces en nuestras iglesias se celebran sobre todo ritos, en los que la gracia de Dios llega generosamente, sí, pero sin darse lo que el sacramento requiere, pues el sacramento es diálogo, no magia. Falta, en efecto, la respuesta del hombre, el opus operantis. Vemos por tanto la importancia del anuncio: didajé tón apostólon.

b) La koinonía, la comparticipación, es como el regazo del amor. No hay aún sacramento, pero la Palabra engendra una fraternidad, una comunión de amor. Sobre esto Pablo es categórico (1Cor 11): si no se da la koinonía fraterna, no se celebre la Eucaristía. Aplicando este rigor en nuestras comunidades, deberíamos quedarnos casi siempre en la mera liturgia de la Palabra... Porque la plenitud de la Eucaristía llega sólo con la koinonía.

c) La klásis toú ártou, es decir la fracción del pan, la Eucaristía.

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d) Las oraciones comunitarias, o sea toda la vida espiritual de la comunidad.

Este retrato es importante para lograr entender también el orden de los valores: didajé, koinonía, eucaristía, espiritualidad. Por eso se dice en Hechos 5,21: «Entraron al alba en el templo, y se pusieron a enseñar»; y en 5,42: «Ni un solo día cesaban de enseñar en el templo y por las casas, dando la buena noticia de que Jesús es el Mesías». He aquí el anuncio: Jesús es el Señor, el Cristo que anunciamos, el reino.

Veamos aún cuál es el cometido, la herencia que recibimos de Cristo cuando éste está para subir al cielo. ¿Qué deja él a su Iglesia? El encargo de que predique a todas las gentes «la conversión [enmienda] y el perdón de los pecados» (Lc 24,47). Dos realidades inseparables, o una sola realidad con un doble aspecto: de justicia y de amor. La conversión, cambio profundo en la existencia, una "torsión de la mente y de la vida" (Karl Barth); y luego el perdón de los pecados. Las dos cosas son inescindibles, como lo expresó Pascal imaginando un diálogo entre Dios y el alma: «Si conocieras tus pecados —le decía Dios al alma—, te desesperarías...». «Entonces —replicaba el alma—, si tú me iluminas con tu Palabra, me desesperaré». Pero Dios respondía: «No te desesperarás, porque tus pecados te serán revelados en el momento mismo en que te sean perdonados». Así pues, conversión y perdón son contemporáneos: delito, castigo y perdón, tal es la lógica del anuncio bíblico.

2. Las mujeres. Es verdad que en el Nuevo Testamento hay todo el peso y los condicionamientos de la historia: por ejemplo el que la mujer "debe callar" en las asambleas (cfr 1Cor 14,34). Con todo, Pablo, concluyendo la carta a los Romanos (16,7), habla de mujeres que son apóstolos: hay una tal Junías llamada apóstolos insigne del evangelio. Y encontramos otras muchas mujeres anunciadoras del evangelio, maestras también en la fe.

En la mañana de Pascua son ellas los primeros testigos de la resurrección: «Id, decid a sus discípulos, y en particular a Pedro: Va delante de vosotros a Galilea» (Mc 16,7). Ellas son las primeras que deben anunciar la resurrección. Más aún, la función de las mujeres consiste en ser las anunciadoras a los propios apóstoles.

Otro tanto significativa es la figura de María de Mágdala (Jn 20,17-18): «Ve a decirles a mis hermanos: Subo a mi Padre, que es vuestro Padre », o sea: "Vete a anunciar mi resurrección". «María fue anunciando a los discípulos: He visto al Señor en persona, y me ha dicho esto y esto». Comunicó, pues, su testimonio personal y la palabra del Resucitado.

Así pues, en el anuncio cristiano hay espacio para el magisterio femenino. Una Iglesia sin las voces femeninas es incompleta. Por supuesto, cada miembro de la comunidad cristiana tiene sus funciones específicas, pero esta del anuncio es para toda la comunidad eclesial. En el sacerdocio ministerial y en el sacerdocio común, algunos son maestros, algunos tienen otras funciones, como recuerda Pablo enumerando la multiplicidad de los carismas... (cfr 1Cor

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12). Pero todos deben tener su voz anunciadora del evangelio. ¡Ay de una Iglesia que careciese de las voces femeninas!

El Salmo 148 resalta el canto de toda la comunidad creyente, un coro formado por voces graves (reyes, príncipes, jefes, ancianos), pero asimismo por la voz blanca de jóvenes y doncellas y de niños. Jesús presentó también como modelo a un niño (cfr Mt 18,2), poniéndolo en medio de los discípulos como "maestro", pues típica actitud del maestro es estar en medio. También el niño nos enseña la fe, justo con su ademán de abandono.

Todos deben ejercer el ministerio del anuncio. La Iglesia constituye una auténtica sinfonía de voces, un mosaico polícromo: si faltan algunas teselas, el mosaico resulta imperfecto. Es necesario, pues, hablar de la Iglesia docente teniendo en cuenta también la voz de las mujeres. (regrese al sumario)

CONCLUSIÓN

Al final de este análisis, más bien esquemático y didáctico, cabe sugerir algunas propuestas o indicaciones para ulteriores desarrollos.

1. La enseñanza es una gracia y nace de una gracia: tiene una génesis y un fin transcendente, es una teofanía, una manifestación de Dios, a la que luego siguen las palabras del enviado. Lo sugiere también Pablo en 1Cor 1,6-7, hablando del martyrion toú Christoú: «Así se vio confirmado entre vosotros el testimonio de Cristo, hasta el punto de que en ningún don os quedáis cortos ». El P. Lyonnet nota que se trata de un genitivo subjetivo y no objetivo: es un testimonio que Cristo mismo da de sí a los suyos. Ciertamente, es necesario acoger esta gracia, inclusive mediante la contemplación, dejándose irradiar por ella. A este respecto presenta aspectos interesantes la película Luces de invierno de Ingmar Bergman, con la historia de la crisis vocacional de un pastor. El sacristán comprende el drama de este pastor, que sigue siendo un óptimo predicador, pero ha perdido la fe. Y es precisamente el sacristán quien le ayuda, recordándole la experiencia de Cristo en Getsemaní y en el Calvario, marcada por el silencio de Dios. En nuestra vida llegará el momento en que no se enciende la luz de la teofanía, pero Dios no nos abandona. Nunca caemos fuera del calorcillo de las manos de Dios; somos siempre, como dicen los profetas y los salmos, «obra de sus manos». A nosotros nos toca estar siempre abiertos a esta luz; de lo contrario seremos sólo "propagandistas", "publicitarios" del evangelio (algo muy diverso de anunciadores).

2. Objeto del anuncio, de nuestra "lección", son las acciones de Dios: Cristo, el reino Dios mismo. Por tanto, ante todo y sobre todo la Palabra, el misterio de salvación revelado, la verdad del evangelio..., que es una Persona, un acontecimiento, una acción que incide en la historia.

3. El método. Es necesario, como nos enseña Jesús, adoptar un lenguaje propio, conocer las técnicas del anuncio; es indispensable un adiestramiento del hombre que se pertrecha a anunciar «con temor y temblor» (Flp 2,12), como dice Pablo. Él intentó varios modos; alguno lo abandonó. La técnica de Atenas, del Areópago, es diversa de la usada, por ejemplo, en Corinto. Es

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precisa la inculturación. La relación entre teofanía y método es, en cierto sentido, paralela a la de gracia y fe. La gracia es por excelencia don; sin ella nos toca quedar en silencio. Pero cuando se enciende la gracia de la revelación, hemos de responder con nuestra libertad y con todas nuestras capacidades. ¡Cuántos actos de omisión, de descuido, de impreparación..., que pueden ir desde la trivialidad a la superficialidad de tipo exegético, teológico, lingüístico, comunicativo, didáctico! En este campo los Paulinos son maestros, pero deben ser también discípulos. El don divino se ha dado cuando habéis elegido esta vocación porque os han llamado; pero a partir de aquel momento empieza un compromiso que debe ser renovado continuamente.

4. El horizonte de nuestra lección cristiana.

a. Todos son sujetos con funciones diferentes, hombres y mujeres, apóstoles y discípulos. Todos están llamados a ejercer el anuncio, en las formas más diversas, incluso sin la palabra, con el compromiso de la caridad.

b. Destinatarios: todas las gentes, pánta tá ézne. No sólo los grupos, las comunidades, la Iglesia. Hemos de tener la respiración del mundo, sin miedo a entrar en horizontes o en ámbitos que son del todo refractarios. Sólo que para entrar vale siempre el principio precedente, el del conocimiento.

c. Destinatario es todo el ser humano, la globalidad de la persona. No está sólo el anuncio de la palabra, sino también el anuncio del ejemplo, del testimonio: el anuncio de la donación de la vida. El "maestro" da la vida por la persona amada, se da a sí mismo; el verdadero maestro es un testigo.

5. Acto de amor. La enseñanza —así debemos sentirlo profundamente— es como un acto de amor, que nace de la pasión. Quien no se siente afectado por este estremecimiento interior no puede ser un verdadero maestro. El magisterio nace del amor y tiende al amor. Decía un escritor-filósofo alemán del siglo pasado, Ferdinand Ebner: «Toda desventura en el mundo deriva de que raramente los hombres saben decir la palabra justa. La palabra sin amor es siempre una palabra errada y constituye ya un abuso humano del don divino de la palabra». La palabra puede ser correctísima, fundada, motivada, pero sin amor es ya una palabra que lleva en sí algo resquebrajado, es ya un abuso.

Y este es el último elemento de nuestra consideración: hemos de ponernos las pilas para ser discípulos de Jesús Divino Maestro, discípulos de un Fundador que se ha llamado «Primer Maestro». Es necesario reencontrar al fin el regazo de amor del que nace el comunicar. Un comunicar preparado, serio, con objetivos precisos, pero que nace de esta atmósfera, que está inmerso en este clima.

Terminamos con una cita, un tanto larga, tomada del Pseudo-Dionisio Aeropagita (VI siglo). Es acerca de la comunicación hecha con humildad y amor:

«No consideres victoria el usar la violencia contra una forma de culto o una opinión. No es que por haber confutado inapelablemente a otro, sólo por eso, tu

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posición sea ya buena...». Tu posición no es de suyo correcta, porque hayas confutado al otro, porque le hayas derrotado. Eso no es aún la verdad. «Si me permites darte un consejo, haz así: Cesa de polemizar contra los otros y háblales de la verdad en modo tal que todo lo dicho sea inatacable...». Aquí tenemos la parte de la seriedad y de la preparación. Debe presentarse de manera rigurosa el contenido del mensaje. «Tengo la conciencia —prosigue el texto— de no haber polemizado nunca contra griegos u otra gente, pues creo que es suficiente, para hombres honestos, poder conocer y exponer lo verdadero en sí mismo...». Estamos en la otra parte, la de la humildad, que nace del amor, del convencimiento, como decía Galileo, de que «los hombres saben poquísimo; alguno sabe un poquito más; quien lo sabe todo es solamente Dios». Por ello concluye el Pseudo-Dionisio: «Cada uno dice poseer la moneda regia (de la verdad), pero en realidad quizás tenga apenas una imagen engañosa de una partecita de la verdad».

Sí, tenemos una imagen engañosa inclusive de una partecita de la verdad. Esta declaración un tanto paradójica está dicha para hacernos saber siempre que nuestro conocimiento es como decía la antigua tradición greco-cristiana: «La verdad es como una piedra preciosa: tiene mil caras: tú logras ver sólo algunas, sólo Dios las ve todas».

Con este espíritu, nuestra enseñanza será cada vez más respetuosa, pues toda la verdad sólo Dios la posee.