El Lazarillo de Tormes

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GUIA DE LECTURA DE EL L Z RILLO DETORMES ANONIMO por: Ernesto Porras Collantes Doctor en filosofía y letras Universidad Complutense de Madrid

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  • GUIA DE LECTURA DE

    EL LAZARILLO DETORMES

    ANONIMO

    por: Ernesto Porras Collantes Doctor en filosofa y letras,

    Universidad Complutense de Madrid.

    BOLSILIBRO EDITORIAL OVEJA NEGRA

  • Editorial La Oveja Negra, 1993 Cra. 14 No. 79-17 Bogot- Colombia

    ISBN: 958-06-0718-4

    Preparacin Editorial: Grupo Editorial 87 Ltda. Impresin: Editora! Retina

  • CONTENIDO

    Gua de Lectura por: Ernesto Porras Collantes

    -El autor y el libro. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . VII -La historia ....... : . . . . . . . . . . . . . . . . X -Los personajes . . . . . . . . . . . . . . . : . . . . . . XVIII

    ' -Anlisis . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . XXVII -Bibliografia . . . . . . . . . . . . . , . . . . . . . . . . XXXV

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  • EL AUTOR Y EL LIBRO

    La vida de Lazarillo de Torrn,e,s y de sus fortunas y adversidades es obra- de padre desconocido. Varios crticos descaminados -de lengua no espaola-lle-garon acreer que era la autobiografa de algun pca-ro, de los que para entonces, 1554, abundaban en Espaa. Tales crticos fueron despistados por las declaraciones del prlogo, segn las cuales, el escri-tor haba escrito el libro para que "se tenga entera noticia de mi persona".

    El verdadero autor decidi lanzar su libro a la publi-cidad y ocultarse muy bien, y despistar, con indicios contradictorios, a quienes quisieran buscarlo. Y tena sus buenas razones para ello porque, para esa poca, ya se empezaba a sentir la accin de la . represin estatal contra quienes se atrevieran a prender la an-torcha de la crtica social o denunciaran los abusos de los eclesisticos, y contra quienes se atrevieran a abrir la puerta de las luces del renacimiento cientfico y cultural en Espaa. Recordemos que los hermanos Valds tuvieron que huir a Italia, para preservar sus vidas, y que sus libros perecieron casi todos, y que algunos libros, incluso de ciencia, fueron quemados por la Inquisicin espaola en esa poca. Se estableci una censura arbitraria y se hizo una larga lista negra de libros de prohibida publicacin, so pena de ser perse-guidos ellos y sus autores. Esa lista fue conocida, para vergenza de la historia, con el nombre de Indice de Valds.

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  • El Lazarillo de Tormes -nombre abreviado de la obra que nos interesa-, publicado en 1554, en 1559 ya estaba fichado en el Indice, o lista negra.

    Cmo, pues, no se iba a esconder en el anonimato el autor, y cmo no iba a querer despistar a los censores e inquisidores dispuestos, como estaban, a llevar a la hoguera a las obras y a sus autores?

    El Lazarillo apareci en Burgos, en 1554. En febrero de ese mismo ao se publica la edicin de Alcal, que dice ser reproduccin de otra anterior ("nuevamente impresa, corregida y de nuevo aadida, en esta segun-da impresin"). La tal edicin anterior no existe, y no puede ser la de Burgos, pues parece que las dos prime-ras se editaron al tiempo... En 1555, aparecen dos nuevas ediciones -fechadas en Amberes-, en editoriales diferentes ... Ha llegado a creerse que todas estas ediciortes fueron impresas en un solo sitio y falsamente datadas en lugares diferentes, para deso-rientar a los sabuesos del rgimen.

    Gracias a este ardid, y a que ms y ms lectores devoraban las pginas del Lazarillo con avidez, la obra sigui editndose intensamente, en Espaa---Bn forma mutilada- y en el extranjero. Segun Cejador y Frauca, "Fue el libro de todos, de la gente letrada y de la gente lega, de eclesisticos y seglares, del pueblo bajo y de las personas de cuenta. Aventureros y marchantes llev-banlo sin falta en la faltriquera, corno en la mochila trajineros y soldados. Vease en el tinelo de pajes y criados, no menos que en la recmara de los seores, en el estrato de las damas, corno en el bufete de los letrados". (Pginas 7 y 8, Introduccin, ed. cit. en la Bibliografa). El libro era, en trminos actuales, un best seller y ningn polica poda detener su marcha, pues las ediciones extranjeras inundaban los mercados, aun los espaoles.

    El Lazarillo volvi a imprimirse, en Madrid en 1573, en Tarragona en 1586, en Zaragoza en 1599, en Medina del Campo y Valladolid, en 1603. La primera edicin

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  • inglesa aparece en 1586 (y posiblemente haya otra, anterior, de 1576).

    El xito de la obra fue tan rotundo, que pronto empezaron a aparecer segundas partes --de autor co-nocido y estilo y enfoques diferentes a los de la obra original- y se dio comienzo a una descendencia de Lazarillos, amparados en el buen nombre artstico y editorial del primero.

    Y el autor? Adems de atribuirse el texto a un hipottico pcaro

    de nombre Lzaro -

  • LAIDSTORIA

    TRATADO PRIMERO

    Yo nac entre las aguas del ro Tormes y por eso me puse su apellido. Mi padre carnal mola trigo pero, como un da lo cogieron con las manos en la masa, cuando saqueaba unos talegos de los que le llevaban a moler, casi lo muelen a palos y padeci el bienaventu-rado, persecucin por la justicia.

    Yo tendra unos ocho anos, cuando mi madre se vino a trabajar a la ciudad, a una posada. All lleg por esos das un viejo ciego, rezandero y pordiosero profesional y, como mi madre quera que yo apren-diera algo til-para que por lo menos igualara al virtuoso de mi padre-- con un maestro hbil, me entreg al servicio del vejestorio.

    Salimos de Salamanca y, al salir, nos encaminamos por el puente que tiene, a su entrada, un toro de piedra. All fue donde el ciego me dijo que arrimara la oreja al toro, para que escuchara el ruido que dentro de l se oa. Yo as lo hice y el malvado me arrim tal golpe contra la piedra, que me dej atronado, por un rato. Y entre risas me dijo que as aprendera que el mozo de ciego deba saber ms que el demonio.

    Con el porrazo despert de mi inocencia, por primera vez, y ms cuando el ciego me prometi darme otros muchos consejos para mejor vivir.

    El sagaz ciego tena mil artimaas, entre oraciones y rezos, para curar cuanto malle presentaran, as fuera

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  • dolor de muelas o de amor y ganaba ms en un mes, que cien ciegos en un ao.

    El vejete era el ms avaro y mezquino que se pueda imaginar y me tena casi muerto de hambre, de modo que me toc ingenirmelas para sobrevivir. Como l traa un talego en el que meta, muy conta-das sus cosas y despus cerraba, yo decid descosr-selo con mucha delicadeza, y por el agujero sacar mis buenos pedazos de pan y longaniza, sin ser sentido. Y como empez a gustarme el vino yo le daba sus buenos besos al jarro del viejo, pero cuando not que le faltaban algunos sorbos, lo cogi entre las piernas. Yo, con un pitillo logr sacrselo por un tiempo, pero como lo tapaba con la mano, decid hacer le en el fondo un delicado hueco, que tap con cera. A la hora de comer me le meta entre las piernas, con achaques de fro, pona la boca hacia arriba y entreabra el orificio y juro que no me perda gota del dulce lquido. El ciego, al notar que se evaporaba el vino, sin que pudiera explicarse el milagro, se enfureca como fie-ra. Y, cuando descubri la causa del mal, lo disimul muy bien. Otro da, cuando yo, con la cara al cielo saboreaba las deliciosas gotas, a ojo cerrado, el ciego alz el jarro y, con toda fuerza me lo descarg en la cara. Me rompi algo ms que los dientes, que desde entonces se me fueron. Y desde entonces decid ha-cerle, tambin, alguna diablura.

    Y no contar aqu las otras aventurillas con l pasadas, como la de las uvas o la graciosa del nabo y la longaniza, que cada uno leer en el libro de mi autobiografa. Para terminar con este vejestorio del ciego, mi primer amo, slo dir que cierto da de lluvias, al caer la tarde, el ciego me dijo que lo llevara a casa temprano. Como arreciaba, le dije que lo pasara por la parte ms estrecha y menos peligrosa de un arroyo crecido que por all haba. Al viejo le pareci buena la idea. En la mitad de la plaza se levantaba una fuerte columna de piedra. Frente a ella lo coloqu, para que saltara, dicindole, al tiem-

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  • po, que por all era el paso. Cuando le di la orden de saltar, arremeti con tangranmpetu, queelseco golpe que se dio le rompi la cabeza y all se qued boca arriba. Yo orden a mis pies que me sacaran de all a toda carrera.

    TRATADO SEGUNDO

    Par mi carrera en el pueblo de Maqueda. Por la calle pasaba un clrigo, de los que piden limosna y me recibi para que le ayudara en la misa. Pero, escap del trueno y di en el relmpago, pues este cura ganaba a cualquier ciego en avaricia. Cuatro rabos de cebolla era todo lo que haba comestible y a la vista, en toda la casa. Y me daba uno cada cuatro das. Los viernes mandaba comprar cabeza de carnero, y devoraba el cura hasta los huesos. Yo slo coma y beba en los entierros y, con ello ya me encontraba al borde de la sepultura.

    Tena el religioso un cajn viejo y cerrado con una llave que siempre se llevaba consigo. Dentro guardaba ciertos panes que los fieles le regalaban, y que no me permita ni mirar.

    Para aliviar mis tristezas, Dios envi un ngel en mi ayuda, pues cierto da, pas por mi puerta un latonero y yo le dije haber perdido la llave del cajn y, por temor de mi amo, que al regresar me maltratara por la prdida, le ped me diera otra, a cambio del mejor pan que encontrara dentro. As se hizo. Yo me qued como en el paraso panal. Cuando el clrigo se dio cuenta que los panes mermaban, los cuenta y recuenta. Pero, como el cajn era viejo y tena sus huecos, bien se poda pensar que fueran los ratones los ladrones. El clrigo se da a tapar los huecos y a poner trampas dentro. Se dio cuenta de que el remedio no daba resultados y se daba a todos los diablos, con la desesperacin. Buenos pedazos de pan salan del cajn y entraban entre pecho y espalda de este Lzaro, pero ningun ratn se dejaba agarrar. Algn vecino opin que se trataba, posiblemen-te de cierta culebra, que en tiempos pasados acostum-

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  • braba aparecerse por all. Desde entonces, el cura dorma poco y, con un garrote que dejaba cerca, se levantaba por la noche y no dejaba d.ormir a los vecinos con los tantos garrotazos que propinaba al cajn, para espantar la culebra. Yo, entretanto, asaltaba el arcn durante el da, para mayor seguridad. Y el cura se daba a Lucifer por la noche, de desesperado y daba golpe tras golpe, para detener el dao intilmente.

    Asustado de tanto golpe, y para que no me hallaran la llave, pues por las noches el cura me revolva las pajas donde dorma -en busca de la culebra, que segn se dice gusta del calor de las criaturas-, yo decid guardrmela entre la boca, al acostarme.

    Cierta noche, mientras dorma, quiso mi suerte que la llave, que era de canuto, se me atravesara de tal manera que, con el aire y resoplido que sala de mis pulmones y pasaba por la misma, la dichosa llave silbara. Con el silbo despertse el cura y se viene con ' su garrote y, sin hacer ruido, con la idea de que la culebra estaba entre las pajas, alza el garrote para matarla, all donde silbaba. Descarga el garrotazo -desde luego, sobre mi pobre cabeza-, con tan mala suerte para m, que casi me la deshace. Con el grito que di pudo descubrir que la culebra era un culebro, al que acababa de cazar.

    Recuperado del garrotazo y hallndome de nuevo en la calle, me fui para Toledo.

    TRATADO TERCERO

    En Toledo me top, por la calle, con un escudero que por all pasaba, decentemente vestido, bien peinado, con el paso medido. A su pedido me voy, a su servicio, pues segn me dice, Dios me ha hecho un milagro al hacer que me lo encontrara en mi camino. Al parecer,. era el amo al que yo aspiraba.

    Recorrimos a grandes zancadas buena parte de la ciudad y yo crea que lo hacamos hacia algn mercado, para hacer compras. Me llev a una iglesia, a or misa.

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  • Despus, a buen paso, nos encaminamos a su casa, donde, con toda seguridad ya estara esperndonos una buena comida. Llegamos a la casa del elegante escude-ro, oscura y lbrega. Quitarse la capa, limpiarla y doblarla cuidadosamente fue toda una ceremonia, en la que mi amo me hizo participar. No o ni rastro de gente viva en esa casa encantada, ni rastros de comida, lo cual me asust, pues era mala seal. En vista de las circunstancias, saqu de mi camisa los panes pordio-seados en la maana, para morder algo. Se me acerca el amo para saber qu como y me toma el mejor y ms grande trozo que, segn opina, es buen pan. Por la noche, y con nueva ceremonia, hicimos la cama, que nada tena que hacerle, pues era slo un duro colchn y una manta cuyo color no se poda adivinar.

    Al siguiente da, una vez levantados, empieza mi amo a limpiar y sacudir su vestido y vestirse muy a su placer y despacio. Una vez peinado, se coloca la espada que, segn dice, puede cortar un copo de lana en el aire. Mis dientes, sin ser de acero, podran cortar, tambin, un buen pan de cuatro libras.

    A continuacin, sale mi amo para misa, con paso sosegado, cuerpo derecho y de estudiados meneos, con la capa sobre el hombro a veces, a veces bajo el brazo, la mano derecha al costado. Yo, mientras tanto, me voy por otra calle, a pordiosear.

    En menos de cuatro horas ya haba probado cuatro libras de pan y llevaba otras dos entre las mangas y una ua de vaca que una vieja me regal en el mercado.

    Cuando entr a casa, ya haba vuelto mi amo que, segn dice, me ha esperado a almorzar pero, en vista de mi tardanza, ha almorzado solo. Cando le cuento que he estado mendigando, lo aprueba, pero me dice que no quiere que se sepa que, siendo yo mendigo, vivo con l, para no deshonrarse. Pero, en cuanto me ve empezar a comer la ua de vaca, se me acerca, para ayudarme, pues, segn sus palabras, es ste "el mejor bocado del mundo y no hay faisn que as me sepa". Puesta la ua de vaca en las suyas, la devora, la 14

  • desaparece, la hace invisible, hasta los huesecillos, en un dos por tres.

    Y as pasamos varios das, entre las fantasas de mi amo y el hambre de ambos. Eso s, nadie quitaba al escudero su estirado andar y el palillo de los dientes, como a quien acaba de comer.

    Cierto da entr, por casualidad una monedilla en el bolsillo de mi amo y, con ella, me encarg hacer mer-cado. Sal, pues, a comprar las cosillas, pero quiso mi suerte que en el camino me topase con un muerto al que traan a enterrar. La mujer del difunto gritaba: "Marido y seor mo A dnde te llevan? A la casa triste y desdichada, a la casa lbrega y oscura, a la casa donde nunca comen ni beben". Cre que lo llevaban adonde yo y mi amo vivamos y, presa del pnico, me volv a todo correr. Puse a mi amo al tanto del peligro, pero sus risas me hicieron saber que ya haba pasado.

    Hacia el fin del mes llegaron a la casa una vieja y un hombre. Venan a cobrar dos mensualidades de arrien-do del inmueble y del sucio colchn. Mi amo, el escude-ro, les dice que sale a cambiar dinero y les pide que vuelvan por la tarde. El por su parte, no vuelve ni las espaldas, y a todos nos deja, hasta el da del juicio.

    Con todo esto, yo qued libre de este amo que, a diferencia de los comunes y corrientes, era alimenta-do por su criado y que, en vez de ser dejado, me dej.

    TRATADO CUARTO

    Mi siguiente amo fue un fraile mercedario, callejero como l solo. Rompa ms zapatos que todo el convento. Poco le aguant el trote.

    TRATADOS QUINTO Y SEXTO

    El quinto con el que asent fue un vendedor de las bulas autorizadas por la Iglesia, un bulero desvergon-zado y maoso.

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  • Estbamos en cierto pueblo, cercano a Toledo, y all nadie quera comprar las tales bulas. La vspera de la despedida, el bulero tuvo una ruidosa pelea con el alguacil del lugar y, en ella, se tratan, el uno de falsario, y el otro, de ladrn, pblicamente. Y no alcanzaron a herirse, gracias a la oportuna intervencin de los pre-sentes.

    Se cit al pueblo a misa, para despedir la bula. Cuando el bulero deca su sermn, entra por la puerta principal el alguacil y, a voz en cuello, repite sus acusaciones de falsario y de estafador al bulero y hace ver cmo ste le haba propuesto que, entre ambos, engaaran al pueblo y le favoreciera para que se las compraran, a cambio de compartir la ganancia, y cmo l no participaba en el sucio trato.

    Mi amo el bulero se arrodilla en el plpito y, con las manos en alto y los ojos en blanco, como en xtasis, dice en voz alta, a Dios, que l perdona al calumniador alguacil, pero le pide que, por alejar a los fieles del bien espiritual de la bula y hacerse aliado del demonio, le castigue al instante. Dichas estas palabras, el alguacil cae de donde estaba y da consigo en el suelo, para sobresalto de todos. Y all empieza a contonearse y dar coces y puos y a echar espuma por la boca. Los que esto presenciaban se llenaron de espanto, y todo era algaraba y movimiento alrededor. Algunos, en vano, tratban de socorrer al endemoniado o de evitar sus puntapis.

    Mientras tanto, el bulero segua de rodillas, trans-portado en la divina esencia y en la ms pura contem-placin. Entonces se le acercan algunos y le ruegan que intervenga, pues ya se ha probado su buena fe y la culpa del ofensor. Despierta de su ensoacin el bulero y, para devolver bien por mal, ruega a Dios por el desgraciado alguacil y, acercndose al moribundo po seso, le coloca la bula sobre la cabeza, con lo cual el enfermo empieza a recuperarse. Vuelto en s, el algua-cil se arrodilla y solicita a mi amo le perdone. A conti-nuacin, confiesa pblicamente haber hablado por

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  • boca del demonio, enemigo que quera impedir que las gentes se santificaran con la santa bula.

    Hubo tanta prisa en tomar la bula luego, que pingn ser ~viente se qued sin ella en el lugar, ni en los numerosos pueblos de la comarca, a donde lleg la noticia del milagro.

    Yo tambin me haba espantado y credo el milagro, como los dems. Pero luego, al or las risas con las que celebraban mi amo y el alguacil el xito delnegocio, me di cuenta de lo industrioso de mi amo y dEdo ignorante e ingenuo de las gentes que todava se dejan embobar.

    Yo sal del poder del bulero y ca en el del capelln de la iglesia mayor, quien me emple en repartir agua en burro por la ciudad. Yo era ya un muchacho crecido y en el oficio sub el primer escaln de mi vida, pues poda llenar mi boca y hacer mis ahorrillos. En cuatro aos consegu con qu comprarme ropa vieja y una espada. Puesto en hbito de hombre de bien, ni e retir del oficio.

    TRATADO SEPTIMO

    En esta ltima etapa de mi vida consegu hacerme pregonador o anunciador pblico de los vinos de Tole-do. Mi amigo, el Arcipreste de San Salvador, me hizo el bien de presentarme la esposa que tengo y que antes haba sido su criada. A veces me encima algunos rega-lillos, adems. Las malas lenguas rumoran que ella entra a su casa y a su habitacin a algo ms que ~ hacerle la cama, pues al parecer haba sido -y sigue siendo- su amante. Pero yo he aplacado a los maldi-cientes y me he consolado, pues segn mi amigo el preste, mi mujer entra a su alcoba a mucha honra ma. Adems, lo hace para mi mucho provecho que es, segn me dice mi amigo, lo que interesa. Como se ve, en este tiempo estoy en la cumbre de mi prosperidad y de toda buena fortuna.

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  • LOS PERSONAJES

    tAZAR O

    .. $1 protagonista tiene el mismo nombre -Lzaro-del santo llagado de los cristianos. Lacerado, tambin se llama, varias veces, en el curso de la obra. El apela-.ti;\ro conviene muy bien a este personaje que tantas heridas y maltratos recibe a manos de sus amos.

    La vida de Lzaro es la del siervo o sirviente de muchos amos, ninguno de ellos fijo, ninguno ejemplar.

    Muy nio empieza sus trabajos, cuando an es inge-nuo y dbil. Su compaera constante ser el hambre; sus amos aprovechan sus servicios, pero no lo alimen-tan' suficientemente. Por ello, la meta de la primera etapa de su vida ser vencer el hambre. Y aprende a ser pcaro, para completar su racin diaria.

    En una segunda etapa -a partir del tratado sexto-ya puede llenar la boca por su cuenta, y se integra a la sociedad. A partir de este momento, las enseanzas recibidas de sus amos le sirven para competir con los bribones que antes lo explotaban.

    Eh resumen, sus amos le negaron la comida en la pritnera etapa de su vida, pero le ensearon cmo asegurrsela, en la segunda.

    La vida de Lzaro es, desde el momento en que deja a su madre, una escuela. Podra pensarse que lo envan en busca de maestros y de lecciones. Deber aprender a vivir en un mundo hostil. Recibir, de ahora en adelante, la enseanza de bribones, a fin de 18

  • salirdelestadodeinocencia,liacersesemejanteaellos, superarlos y no hundirse. .

    Las lecciones que se encaja Lzaro son, bsicamen-te, dos: la. No debe esperar ayuda del prjimo y debe ser egosta, pensar en su propio inters; 2a. Debe ser hipcrita, pues la hipocresa es ley de la sociedad. La prctica de la caridad, la honradez y el respeto a los dems son slo mscara para cubrir la crueldad, la avaricia, el orgullo, el latrocinio, el fraude y la irreli-giosidad.

    Dos etapas se advierten en este aprendizaje: pasiva la primera, activa o agresiva, la segunda, de tendencia cmica la primera, "seria" e irnica la final.

    El primer maestro es el ciego. Le dice, despus de la dura primera leccin, a la salida de Salamanca, all donde se da en el cuerno del toro de piedra: "Necio, aprende: que el mozo del ciego un punto ha de saber ms que el diablo". Tres palabras, en su orden, caracterizan su magisterio: necio, aprender, saber. Se parte del estado de necio, es decir, de no saber ne scio, no s, en latn); se contina con el aprendizaje impar-tido y se llega a -o se supera-la sabidura de quien supo tanto que su saber fue reputado soberbia: el diablo.

    El golpe que atolondra a Lzaro, paradjicamente lo saca de su atolondramiento del simple y del inocente: "Parecime --dice- que en aquel instante despert de la simpleza en que como nio dormido estaba". Es el suyo un despertar dramtico al conocimiento.

    El episodio con el primer maestro finaliza cando Lzaro le hace tal trastada al ciego, como no se la pudo adivinar a tiempo. Lzaro ya no quiere aprender ms de l (pues lo ha superado). Tal el sentido que tambin tienen las palabras "No supe ms lo que Dios de l hizo ni cur de lo saber".

    Y si el instrumento pedaggico del ciego fueron los golpes, el del clrigo, su segundo maestro, es el hambre: "Como la necesidad sea tan gran maestra [nos dice el pupilo], vindome con tanta siempre, noche y da esta-

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  • ha pensando la manera que tena de sustent~r el vivir. Y pienso que para hallar estos negros remedios, que me era luz la hambre, pues dicen que el ingenio con ella se avisa y al contrario con la hartura y as era por cierto en m" (pg. 132). El hambre hace hallar al lacerado del Lzaro, maneras de burlar la avaricia de su amo, hasta el momento inevitable en que la llave, que le abri su paraso para hartarse de pan, es causa de que le abran la cabeza, con un garrotazo.

    El tercer gran maestro, a saber, el escudero, nada ensea directamente a Lzaro, pero le permite obser-var la doble faz del hombre presuntuoso y vano, "de bien", "de honra". Le permite percatarse de una doble dimensin, la de la mera apariencia y la de la realidad, escondida sta, que no se puede o no conviene mostrar, por vergonzosa; le permite percatarse del engao que se puede hacer, cuando se hace pasar la primera por la segunda. Dice Lzaro: "Quin encontrar a aquel mi seor, que no piense, segn el contento de si lleva, haber anoche bien cenado y dormido en buena cama y, aunque agora es de maana, no le cuenten por muy bien almorzado? Grandes secretos son, Seor, los que nos hacis y las gentes ign.oran! A quin no engaara aquella buena disposicin y razonable capa y sayo? Y quin pensara que aquel gentilhombre se pas ayer todo el da sin comer, con aquel mendrugo de pan, que su criado Lzaro trajo un da y una noche en el arca de su seno, do no se le poda pegar mucha limpieza, y hoy, lavndose las manos y cara, a falta de pao de manos se haca servir de la falda del sayo? Nadie por cierto lo sospechara." (Pg. 163).

    Las dos faces hacen su aparicin en forma sostenida, en el mismo Lzaro, ya no slo en su maestro escudero, En efecto, una cosa hace y dice y otra muy diferente piensa. Dcele al escudero: "Seor, mozo soy que no me fatigo mucho por comer, bendito Dios" y, al escuchar la complacida respuesta del amo, se hace la siguiente reflexin: "Bien te he entendido, dije yo entre m! Maldita tanta medicina y bondad como aquestos mis

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  • amos que yo hallo hallan en la hambre!" (Pgs. 153-154). El darse cuenta que otros usan la doble faz y que l mismo la puede usar, le permite descubrirla tras las palabras y actos de su amo, y no dejarse engaar. Dice el amo: "Dgote. Lzaro, que tienes en comer la mejor gracia, que en mi vida vi a hombre, y que nadie te la ver hacer, que no le pongas gana, aunque no la tenga"; y, el mozo: ''La muy buena que t tienes, dije yo entre m, te hace parecer la ma hermosa" (Pg. 171). Dice el amo: ''Por Dios que me ha sabido como si hoy no hubiera comido bocado"; y, el mozo: "Ans me vengan los bue-nos aos como es ello!, dije yo entre m" (Pg. 173).

    Aprende tambin, con su maestro escudero, que la apariencia,esconde, muchas veces, las realidades ms opuestas a ella: parece que el amo debe alimentar a su siervo, pero, la verdad es que al siervo (l) le ha corres-pondido alimentar al suyo; pareciera que la norma fuera que mozo dejara al amo, pero el suyo le ha dejado. Refirindose a este asunto, reflexiona: "As como he contado me dej mi pobre tercer amo, do acab de conocer mi ruin dicha. Pues, sealndose todo lo que poda contra m, haca mis negocios tan al revs, que los amos que suelen ser dejados de los mozos, en m no fuese as, mas que mi amo me dejase y huyese de m" (Pgs. 200-201).

    Con el comisario bulero, Lzaro aprende que los hombres que le rodean usan, incluso los instrumentos llamados divinos y la autoridad humana para engaar y robar a los ingenuos, so capaz de hacerles bien espi-ritual y con la apariencia del amor y de la huera palabrera de las predicaciones y los sermones. As se expresa Lzaro: "Cuando l hizo el ensayo [el falso milagro, para hacer su negocio de las bulas], confieso mi pecado que tambin fui de ello espantado y cre que as era, como otros muchos; mas con ver despus la risa y burla, que mi amo y el alguacil llevaban y hacan del negocio, conoc como haba sido industriado por el industrioso e inventivo de mi amo. Y, aunque mucha-cho, cay6me mucho en gracia y dije entre m: "Cuntas

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  • de stas deben hacer estos burladores entre la inocente gente!" (Pg. 228).

    Con su amigo y seor, el arcipreste de San Salva-dor, ltimo dmine con quien se topa, Lzaro llega a la cspide de su aprendizaje. Como si dijramos, se bachillera de hipcrita. Sabe, pero aparenta no sa-ber, que su mujer le es infiel, pero se aviene a ello, a trueque -implcito- de la ganancia que recibe de su rival. Se aviene muy bien al tringulo amoroso por la paga y an juzga que "[ ... ] en este tiempo estaba en mi prosperidad y en la cumbre de toda buena fortuna".

    La historia de la vida de Lzaro se interrumpe en el momento en que ha aprendido y se "titula" de cornudo pago y satisfecho. Se ha hecho "hombre de bien", "honrado", como se los entiende en la sociedad en que vive. Ha trepado la resbalosa escalera y sabe cmo sostenerse arriba, es un self made man, un caballerete.

    Termina el aprendizaje, cuando Lzaro ya puede permitirse la condicin de maestro de otros. En efecto, le omos decir, desde la perspectiva de quien ya ha hecho el curso y redacta un informe sobre l, a manera de amonestacin, que"[ ... ] consideren los que hereda-ron nobles estados cun poco se les debe, pues fortuna fue con ellos parcial, y cunto ms hicieron los que, sindoles contraria, con fuerza y maa remando salie-ron a buen puerto". (pg. 64) y, sobre el mismo tema, en otra parte, que "Cunta virtud sea saber los hom-bres subir siendo bajos y dejarse bajar siendo altos, cunto vicio".

    Quines son y qu nos dicen los "maestros" de Lzaro?

    . Se pueden dividir en dos grupos los bribones que encuentra en su camino "escolar": los que se definen frente al mendigar-no mendigar, es decir, el ciego y el escudero, por un lado; por otro, los clrigos y los hombres de iglesia.

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  • EL CIEGO

    En la descripcin del ciego, su condicin de sabio (profesor?) es puesta de relieve. De l se dice: "Ciento y tantas oraciones saba de coro", "Deca saber oracio-nes para muchos y diversos efectos", "Pues en caso de medicina, deca que Galeno no supo la mitad que l". El ciego fue el primer maestro y, quiz, el mejor ins-tructor de Lzaro, pues segn su decir,"[ ... ] fue as que, despus de Dios, ste me dio la vida y, siendo ciego, me alumbr y adestr en la carrera de vivir" (pg. 78). Tiempo despus, al empezar a trabajar para el segundo amo, un clrigo, sabemos que entra en posesin de tal oficio porque el ciego le haba enseado a ayudar en la misa: [ ... ] me pregunt si saba ayudar a misa. Yo le dije que s, como era verdad. Que, aunque maltratado, mil cosas buenas me mostr [ense] el pecador del ciego y una de ellas fue sta (pgs. 109-110).

    Vamos a considerar particularmente, y con algn detenimiento, al escudero y a los clrigos -y eclesis-ticos-, por ser quienes ms ampliamente dominan --n la obra- el arte de la hipocresa, la doble faz para engaar, es decir, por ser en esto los mejores maestros de nuestro pcaro y por estar relacionada su conducta con dos de los problemas sociales ms acuciantes de la Espaa del momento: la preocupacin por la pureza de sangre y la honra, y la legitimidad religiosa.

    EL ESCUDERO

    El escudero es ejemplo de hombre "honrado". Se cuida muy bien de tener la palabreja honra en los labios, y de ampararse en ella:"[ ... ] slo te encomiendo no sepan que vives conmigo, por lo que toca a mi honra. Aunque bien creo que ser secreto [ ... ]" (pg. 170); "Eres muchacho, me respondi, y no sientes las cosas de la honra, en que el da de hoy est todo el caudal de los hombres de bien" (pg. 188); ''Y otras cosas, que me callo, que dej por lo que toca a mi honra" (pg. 190).

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  • Es un holgazn ejemplar. Se excusa de no trabajar con el pretexto de no haber encontrado un seor digno de sus servicios (servicios que consisten, en su mayor parte, en chismosear, adular y mentir): "Pues, por ventura no hay en m habilidad para servir y contentar a stos [los grandes seores]?. Por Dios, si con l [un gran seor] topase, muy gran su privado pienso que fuese y que mil servicios le hiciese, porque yo sabra mentirle tan bien como otro y agradarle a las mil maravillas [ ... ] Y ponerme a reir, donde lo oyese, con la gente de servicio, porque pareciese tener gran cui-dado de lo que a l tocaba[ ... ] Decirle bien lo que bien le estuviese y, por el contrario, ser malicioso, mofador, malsinar a los de casa y a los de fuera, pesquisar y procurar de saber vidas ajenas para contrselas y otras muchas galas de esta calidad, que hoy da se usan en palacio y a los seores de l parecen bien. Y no quieren ver en sus casas hombres virtuosos; antes los aborrecen y tienen en poco y llaman necios y que no son personas de negocios[ ... ] Y con estos los astutos usan, como digo, el da de hoy, de lo que yo usara; mas no quiere mi ventura que le halle [al tal gran seor]" (pgs. 192-195).

    Este escudero es un presuntuoso cuyo porte, que quiere parecer varonil, ms parece, en sus meneos y ademanes, los de una dama.

    Es un muerto de hambre que no tiene dnde morirse, pero se cree dueo de heredades y digno de ser tratado como todo un gran potentado.

    Finalmente, es un timador y engaabobos refinad-simo.

    LOS CLERIGOS

    Los clrigos y hombres de Iglesia con los que se encuentra Lzaro son, primero, el de Maqueda, en el tratado segundo y, luego, en su orden, el fraile de la Merced, en el tratado cuarto, el bulero o vendedor de bulas, en el tratado quinto, el capelln, del tratado

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  • sexto, y el arcipreste de San Salvador, del sptimo y ltimo tratado. No cabe duda que hay mayor densidad de clrigos que de laicos en los papeles protagnicos de esta novela.

    EL CLERIGO DE MAQUEDA

    Veamos algunas caractersticas del clrigo de Ma-queda, non sanctas todas ellas:

    a) Es la viva imagen de la avaricia, la mezquindad y la miserableza, mucho ms que lo era el ciego, que es mucho decir. As lo retrata Lzaro: "Toda la lazera estaba encerrada en este. No s si de su cosecha era, o lo haba anexado con el hbito de clereca" (pgs, 110-111).

    b) Era inmoderado en el comer y el beber, pero tacao con su criado, a quien pone al borde de la muerte por hambre.

    e) Es un mentiroso de siete suelas. Al respecto nos dice Lzaro: ''Ms ellazerado [se refiere al clrigo de marras] menta falsamente, porque en cofradas y mortuorios, que rezbamos, a costa ajena coma como lobo y beba ms que un saludador" (Pero, antes, ha dicho a Lzaro: ''Mira, mozo, los sacerdotes han de ser muy templados en su comer y beber y por esto yo no me desmando como otros" (pgs. 118-119).

    d) Es cruel, como l solo. Amasa a garrotazos al pobre Lzaro y, cuando despus de la garrotera, el chico le pregunta, al volver en s: "Qu es esto?", el cruel fraile le responde: "A fe que los ratones y culebras, que me destruan, ya los he cazado" (pgs. 143-144).

    EL FRAILE DE LA MERCED

    He aqu el breve retrato del fraile mercedario, callejero y malacostumbrado: "Gran enemigo del coro y de comer en el convento, perdido por andar fuera, amicsimo de negocios seglares y visitar. Tanto, que rompa l ms zapatos que todo el convento" (pg. 204). De l pref1ere

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  • Lzaro callarse, y dejarlo: "Ni yo pude con su trote durar ms. Y por esto y por otras cosillas, que no digo, sal dl" (pg. 204).

    EL BULERO

    El bulero es el ms desvergonzado de esta galera: con su lengua desenvuelta y su inagotable inventiva, maa y artificio, consegua engaar a curas y feligreses para hacer su agosto. Negocio turbio y ms, si se considera que el dinero recaudado por venta de bulas se deca era aplicado para la liberacin de prisioneros cristianos en tierra de infieles

    ELCAPELLAN

    El capelln de la iglesia mayor, con el que Lzaro se topa en el tratado sexto, parece ser el ms benigno de sus amos y con el que su vida se endereza hacia la liberacin y la afirmacin individual.

    EL ARCIPRESTE

    El Arcipreste de San Salvador, el del tratado spti-mo, es uno de los ms viciosos y solapados personajes del conjunto. Es este el que da el puntillazo final a la formacin (malformacin?) de Lzaro. Le tapa la boca con regalillos y consejos que llevan a que Lzaro venda (o al menos comparta) a su mujer, de muy buena gana a los apetitos concupiscentes del preste.

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  • ANALISIS

    LOS TRES MITOS HISPANOS

    El linaje, la pureza religiosa y la honra. La preocupacin por el linaje y la pureza de sangre

    tiene su razn de ser en la Espaa de la poca. Espaa ha tenido que luchar larga y duramente contra los moros para recuperar su territorio. Y linaje significa emparentamiento con los reconquistadores, a travs de alguna lnea, y pureza de sangre, ausencia de parentela con el reconquistado.

    Intimamente ligado con el mito anterior est el de la pureza religiosa. Se supone cristianos autnticos, a los viejos, o descendientes de los reconquistadores. Con ello, los convertidos de otras religiones practicadas en la pe-nnsula, particularmente de la juda y la mahometana, son discriminados, y convertidos en candidatos a la per-secucin.

    Los dos mitos mencionados no son otra cosa que for-mas inventadas para amparar intereses econmicos de una minora de privilegiados. Quienes posean o decan poseer tales prendas de "buena sangre" (pedigr) y "buena religin", eran los dignos de comerse la mejor tajada del ponqu econmico de la sociedad.

    La riqueza, pasa as a ser representacin material de esa simbologa mtica, a identificarse con ella. Y sus poseedores -la aristocracia del dinero- son vistos como los de ms valer, digno de todo respeto, reverencia y honra.

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  • La crisis econmica reinante, sin embargo, hace que buena parte de esa aristocracia se venga al suelo. Ante la imposibilidad de ser genuinamente aristcratas, tanto los "nobles" venidos a menos, como los villanos idos a ms -y todos aquellos que, como el escudero del Lazarillo- se empinan y respiran por encima de la nariz, ahora, sin fundamento, ENGAAN. Es decir, tapan su faz mendicante o villana, su faz lumpenesca o miserable con la mscara de una pretendida honra, fachada de la pobreza. Esta es la honra, en la cual, segn el lazarillo, "en el da de hoy est todo el caudal de los hombres de bien".

    Para conservar la "negra honra" hay que fingir una "realidad otra" aun a expensas de la propia salud, como lo hace el hambriento escudero del Lazarillo, quien prefiere morir de hambre y est dispuesto a comer la parte del pordiosero y a robar a sus acreedores y a engaar, con tal de que no se sepa y se tapen muy "decorosamente" tales realidades. Ante la imposibili-dad de ser hay que parecer.

    Parecer honrado es imprescindible para engaar (premisa necesaria para sobrevivir) y para engaar hay que cuidarse de la opinin ajena (hay que tener reputacin), pues la honra madre de la tramoya, es dbil, depende, para su supervivencia del chisme ajeno. La lengua ajena a veces, no deja vivir, segn Lzaro. La honra, dependiente de la opinin, en la punta de la lengua de la calle, es instrumento de supervivencia, pero tambin motivo de preocupacin, por tener tan dbil sustento. El chisme y la lengua son armas con las que se atacan en la calle los desesperados enemigos.

    Estamos en presencia de una sociedad no autntica, que vive una tragedia, al no poder ponerse en paz con su realidad, que a todas luces es trgica y miserable.

    Contra esta triple mitologa se lanza el autor del Lazarillo. Se da a retratar una sociedad de hombres que esconden lo que son y muestran lo que no son, y se engaan unos a otros pero que, al final, y sin darse cuenta, se engaan a s mismos.

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  • En esta galera de personajes dobles, Lzaro mues-tra lo que es, pero insina lo que no es l mismo; los dems personajes muestran lo que no son, y esconden lo que son.

    Veamos cmo, al ensear lo que es, insina lo que no es, Lzaro:

    Se dice nacido en las aguas del ro Tormes, a partir de los ms humildes y desprotegidos principios. En realidad este nacimiento, encierra un simbolismo y con ello, Lzaro se vincula a la humanidad, y a la clase noble del Medioevo. En efecto, nace entre el agua, como entre el agua se ha iniciado la vida de las especies, en sus etapas inferiores. El simbolismo de este nacimiento, iguala por un lado a Lzaro con todas las especies vivas que en lucha inmemorial, se han levantado en confrontacin con el medio hostil. Nos recuerda que una de las especies que tal lucha ha librado es la humana, y con ello, se iguala a los dems humanos. Tambin nos recuerda el hecho de que todos nacemos, en un momento de nuestra historia individual, entre el agua del vientre materno.

    Por otro lado, el smbolo es una parodia y una burla de la novel~ de caballera, pues el autor hace semejante el nacimiento de Lzaro al de los hroes de la gran historia y de la caballera, quienes, o nacieron entre el agua, o nacieron una segunda vez a la sociedad, entre las aguas, a las que sus malvados padres habanlos conde-nado (recordemos a Ciro, a Moiss, a Amads de Gaula, y a tantos ms). Al nacer Lzaro a manera de tantos caballeros, a ellos se iguala, o ellos se le igualan, implcitamente. El autor vuelve a decirnos con esto, que un hombre vale tanto como otro hombre, aparte de lo que coma, aparte de cmo se vista y aparte de qu silla ocupe en la sociedad pasajera e ilusoria.

    El ro Tormes, que baa a Salamanca, es smbolo de la vida que encierra el agua en general, uno de los elementos vitales y, para muchos, el nico.

    Nacer de padres pertenecientes a las bajas clases sociales -como naci Lzaro-- no era, en esa poca

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  • ni ahora, en Espaa o en parte alguna o tiempo alguno, asunto raro, sino, al contrario, el ms comn. Con ello el nacimiento pone a Lzaro pues, en el seno de la comunidad ms amplia; Lzaro, simblicamente, es hermano de los ms.

    En su presentacin inicial, Lzaro se coloca un ape-llido, el del ro, aparentemente por ser el suyo propio motivo de verguenza. Se lo coloca con un de antepuesto: de Tormes. Realmente lo que hace es usar de una costumbre caballeresca, que luego imita don Quijote, en la literatura: as haban hecho Amads de Gaula, Floristn de Hircania y toda la caballera. Lzaro se coloca un apellido completo, el de su padre y madre noble: el Tormes. La irona que lo iguala a la nobleza de linaje, nuevamente, es evidente.

    Lzaro nos describe a un padre tunante, pero se cuida de insinuar que es pariente de los "grandes", pues le asigna acciones heroicas. Se cuida muy bien de vin-cular el nombre de su padre con hechos de armas de importancia en el momento: lo hace partcipe de cierta armada contra moros. Y qu fuente ms genuina de ttulos heroicos que estas guerras, a la vez por el terri-torio espaol y por la fe. Y no slo lo hace partcipe sino que insina su martirio, en las mismas, pues en ellas muere. El contrapunto irnico y la distancia entre su nobleza y la tradicional, en medio de las semejanzas, estriba en que s se alist y muri su padre en campaa contra moros, pero no en calidad de combatiente volun-tario, sino como sirviente de alguien que ha cargado con l, como desterrado.

    Toda esta realidad de Lzaro y la insinuacin sim-blica que el escritor propone, son irnicas. La irona saca a la luz la apariencia y la realidad que se vive en la sociedad del momento. El origen humilde de Lzaro, su contradicha condicin, su cuna de nobleza irnica, no estn en contradiccin con el origen y arranque de las dudosas noblezas peninsulares, escudo tras el que, por esa poca, defendan sus privilegios econmicos los usufructuarios de la bonanza extrada del Potos Ame-

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  • ricano, como se denuncia en otra novela picaresca, La Pcara Justina. Cada quien, en Espaa, buscaba o se inventaba o asaltaba un blasn, un escudo nobiliario, imaginario o real, que le valiera. Desplegar el escudo en la puerta de la casa, con muchos yelmos y plumas esponjadas y zarpas de leones, era deporte nacional, que luego se export a Amrica, incluso, a pases como nuestra Nueva Granada. En la mencionada Justina, se pone en entredicho la legitimidad de esas noblezas turbias y solares, en los que a poco escarbar, huele mal.

    Los otros personajes de la novela muestran lo que no son y esconden lo que son, a pesar de ellos. Contra su voluntad se denuncian: quieren engaar a los dems pero no se dan cuenta que se engaan a s mismos.

    Imaginamos que dentro de cada uno de estos perso-najes hay un mecanismo que los dispara, siempre, hacia su vicio particular: viven para ese vicio y l es su verdadera caracterstica. Ese vicio -la avaricia, la gula, la crueldad, la vanidad, la hipocresa, la inconti-nencia y la concupiscencia- los asla o aliena, los separa de la realidad, y de esa separacin surge una situacin humorstica: veamos algunas situaciones c-micas surgidas de la alienacin o separacin de que venimos hablando:

    El ciego hinca el diente a un emparedado; espera encontrar en el centro de las dos rebanadas una asada longaniza, pero se encuentra, en fro, con un fro nabo. Alteradsimo, pregunta: "qu es esto?( ... ) No he dejado el asador de la mano, no es posible".

    Lzaro, en otra oportunidad, puesta la cara hacia el cielo los ojos cerrados, para mejor gustar el sabroso vino que gota a gota le cae en la gozosa boca no se aguarda que el ciego, con toda fuerza le deje caer, con las gotas, el amargo jarrazo, que lo saca de sentido.

    El clrigo de Maqueda espera encontrar sus bodigos de pan que en la vieja arqueta guarda, o los ratones que, aparentemente, deban caer en la trampa que les pone dentro de la misma, o la pretendida culebra que le quita el pan y el sueo. Cree en ratones y en culebras

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  • ladrones y se desvive por ser ms listo que ellos, para cazarlos; pero no conoce, hasta muy tarde, al ladrn. Sus preguntas son hijas de su despiste: "Qu ha de ser!", "Qu diremos a esto? Nunca haber sentido rato-nes en esta casa, sino ahora", "Qu podra ser comer el queso y sacarlo de la ratonera y no caer ni quedar dentro el ratn y hallar cada la trampilla del gato?".

    El vago y vanidoso escudero tiene una venda en la cara, que no le permite apreciar la contradiccin en que vive, tragi-cmica, ella. No tiene un maraved para alimentarse ni para pagar su casa ni su criado, pero se empina al caminar como el que ms, y sin haber co-mido, se escarba y limpia los dientes. Ejecuta su accin en el vaco.

    La feligresa ignorante y supersticiosa cuenta con que Dios ha hecho un milagro, para demostrar la bondad y verdad del bulero que, a decir de Lzaro nico que descubre el ardid urdido con el alguacil, es un engaabobos y echacuernos ( echacuernos: aquellos que con embelecos engaan a los simples). Piensan haber hecho una ganancia espiritual y, en verdad, lo que consiguen es una prdida material (de dineros).

    El fraile de la Merced da la impresin de vivir para gastar zapatos (tan embebido est en su calle, que no se da cuenta de ello). En el tratado sptimo, Lzaro est tan ocupado en la ganancia que de su tringulo deriva, que no slo no se da cuenta (o pretende no saberlo) sino que est agradecido de que su mujer y el fraile de San Salvador le hagan el tercio. Las crticas se ceban con mayor densidad en los clrigos. Esta posicin del autor es bastante congruente con la imperante en los medios intelectuales ms avanzados, y algunos religiosos, de la poca. En efecto, el iluminismo y erasmismo y luego la Reforma y algunos movimientos reformadores de las comunidades religiosas en Espaa, participaron de la preocupacin por volver a una prctica religiosa genui-na, ajena a la pompa, a la presuncin y al engao. Recordemos que algunas rdenes religiosas eran el escndalo de la Iglesia, y que el asunto de la venta de

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  • indulgencias y bulas eran objeto de protestas, muy fundadas.

    Aspecto caracterizador del Lazarillo es su humor e irona, el ingenio que despliega el autor y su personaje central Lzaro.

    La irona y el humor, custicos y crticos, estn ntimamente relacionados con la moraleja que, escon-didamente, contiene el texto. Pertenece la obra a aque-llas que ensean --o, por lo menos, corrigen-, en tanto deleitan, como sucede con las pldoras amargas que el farmaceuta cubre con azcar.

    En el Lazarillo tal mensaje crtico y moraleja estn implcitos, y se desprenden del tratamiento tcnico en la caracterizaCin; a una elaboracin artstica que in-tegra los caracteres y su accin a lo criticado. Esta condicin se pone en evidencia, cuando comparamos el Lazarillo, valga el caso, con Guzmn deAlfarache, obra sta en la que la aventura del personaje, su peripecia pcara, va por un lado y, cuando termina sta, parte por parte, el autor toma la palabra para hacer un sermn moralista que a su parecer se desprende de lo narrado. En el Lazarillo, pocas veces, y slo en poca extensin, omos, en el curso de la obra, una reflexin explcita de tal naturaleza, como cuando dice, refirindose al negro Zayde ladrn: "No nos maravillemos de un clrigo ni fraile, porque el uno hurta de los pobres y el otro de casa para sus devotas y para ayuda de otro tanto, cuando a un pobre esclavo el amor le animaba a esto". O cuando, refirindose al escudero, reflexiona: ''Dios me es testigo que hoy da, cuando topo con alguno de su hbito con aquel paso y pompa le he lstima con pensar si padece lo que aquel le vi sufrir. Al cual, con toda su pobreza, holgara de servir ms que a los otros, por lo que he dicho. Slo tena dl un poco de descon-tento. Que quisiera yo que no tuviera tanta presuncin; mas que abajara un poco su fantasa con lo mucho que suba su necesidad. Mas, segn parece es regla ya entre ellos usada y guardada. Aunque no haya cornado de trueco, ha de andar el birrete en su lugar. El Seor lo

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  • remedie, que ya con este mal han de morir" (pgs. 177-178).

    En definitiva, la tendencia didctica est muy es-condida en la obra.

    La irona, el humor y la moraleja didctica se rela-cionan: para muchos, sirven para disculpar o para burlar o para despistar a la censura inquisitorial. En efecto, la crtica se haca, as, implcitamente, merced a la aventura humorstica del pcaro, para luego pasar explcitamente a exponer la moraleja, en la que se deca que las tales aventuras, no se deban imitar. Se preten-da que se escriban las desvergenzas de los pcaros --como vida "ejemplar"- para ensear sensu contra-rio, es decir por oposicin, qu era lo bueno y apetecible ticamente. En el Lazarillo, este subterfugio hipcrita del escritor, la doble faz de la aventura y la moraleja separada, no aparece; las crticas del autor son ms directas, pero implcitas. Tal vez, por esto, sufri tanta persecucin la obra. El autor se ocult para no ser perseguido, pero sac a la luz la podredumbre social, crticamente, y la obra sufri la persecucin que a l estaba destinada.

    BIBLIOGRAFIA

    Annimo, La vida de Lazarillo de Tormes y de sus fortunas y adversidades. Madrid, Espasa Calpe, 1976.

    Alfaro, Gustavo A., La estructura de la novela pica-resca. Bogot, Instituto Caro y Cuervo, 1977.

    Francis, Alan, Picaresca decadencia, historia. Ma-drid, Editorial Gredos, 1978.

    Parquer, Alexander A., Los pcaros en la literatura. Madrid, Editorial Gredos, 1971.

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