El Lamento Del Sauce

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EL LAMENTO DEL SAUCE

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El Lamento Del Sauce Arturo Enriquez

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EL LAMENTO DEL SAUCE "Nuestros logros pueden hacernos interesantes, pero es nuestra oscuridad la que nos hace dignos de ser queridos". (Annimo) * PROLOGO * Galicia. Febrero 2057. Han pasado muchos aos desde la ltima vez que me sincer con alguien. Ni siquiera estoy seguro de haberlo hecho nunca, pero ahora que soy anciano y s que la muerte me ronda los recuerdos atormentan mi corazn y mi mente. Nunca he presumido de ser un hombre honrado, ya que casi nunca lo fui. Me limit a hacer lo que deba, escondiendo mis emociones bajo una mscara de fra resignacin y ahora me encuentro aqu, en mi habitacin, sobre mi viejo escritorio intentando reflexionar sobre toda mi vida. No acostumbro a hacer estas cosas, pero desde que mi mujer muri hace tres aos me he sentido bastante solo. Mis dos hijos ya estn crecidos y llevan una vida de xito en Madrid, no quise que cargaran con un viejo carcamal y, adems, la ciudad no es para m. Siempre he sido un hombre de accin, necesito espacio, pero ahora que los huesos me duelen y que la soledad me rodea siento la necesidad de reflexionar; s que no he sido un buen hombre y por eso temo el juicio de Dios, sin embargo, en mi descargo puedo decir que am a mi familia, quizs eso me salve. Intent ser un buen padre, un buen marido y un buen amigo pero, lo fui realmente? por lo menos lo intent y eso ya es ms de lo que hace mucha gente. Slo he tenido un amigo de verdad, y quiero contarles esa historia pues de todos los acontecimientos que marcaron mi vida se fue uno de los principales. Es la historia de un viaje a travs del tiempo. S, cranselo, soy muy viejo y ya no tengo la necesidad de mentir. Es la historia de un viaje al pasado, de cmo nos cambi la vida y de las vidas que cambiamos, un viaje al interior de nosotros mismos, a nuestras emociones ms profundas, un viaje a un lugar donde la soledad, el amor, el odio y la culpa conviven juntos en delicada armona. Mi amigo muri hace cinco aos aqu, en Galicia. Mi mujer y yo siempre estuvimos con l, pero sus ltimos aos de vida los pas sumido en un silencio fro y melanclico. Quise estar a su lado en sus ltimos das, el cncer le haba invadido sin remedio, pero l pareca no querer morirse, pareca esperar algo y no supe que era hasta aquella ltima noche. "Scame fuera, quiero verla por ltima vez", me dijo. Era increble, pareca haber estado esperando a que la luna estuviese llena como lo estaba aquella noche. Saba que le gustaba observarla, saba que aquel estpido astro blanco, por alguna razn, le recordaba a ella, pero nunca haba comprendido esa mana suya casi rayante en la obsesin por mirar la luna. Se qued sentado sobre la hierba mirando el cielo y, de repente, al cabo de un rato, sonri. Haca muchos aos que no le haba visto sonrer y casi siempre lo haba hecho de una forma cnica y socarrona, pero aquella noche era distinto. Era una sonrisa triunfal, de victoria, y vindole exhalar el ltimo aliento lo comprend todo, todo encaj en mi mente como las piezas de un puzle perfecto. Aquel astro blanco, aquel crculo perfecto que iluminaba la noche oscura, aquella sonrisa triunfal y la inmensa paz que pareci invadirle mientras daba su ltimo suspiro. Por eso la miraba tanto, por eso la estuvo contemplando todas las noches los ltimos aos de su vida, no era slo que la luna le recordara a ella, era mucho ms que eso y entonces lo comprend; no se puede ver la luz, si antes no has visto la oscuridad... * 1 PARTE. MADRID, ABRIL 2008 - JUNIO 2009 * I El Dr. Trebio lleg a casa despus del trabajo un poco ms tarde de lo habitual. El trfico en la carretera de La Corua le sacaba de quicio, pero vala la pena con tal de no vivir en la ciudad. Viva en una casa en Navacerrada, poco antes de llegar al pueblo, cogiendo un camino a la derecha de la carretera que sube desde Villalba. Era un lugar tranquilo, un lugar que le proporcionaba el silencio y la paz necesarios para un hombre de su talento, y aquella noche volva feliz pues con slo treinta aos sus descubrimientos estaban a punto de brindarle un futuro inmenso, lleno de retos y reconocimientos. Aparc el coche a la entrada y contempl la casa con satisfaccin. Era pequea y acogedora, combinaba la piedra con la madera y el tejado de pizarra. Tena un jardn de csped natural y un rosal al lado de las escaleras que suban al porche, y mientras la miraba se sinti orgulloso porque era suya, era fruto de su trabajo y, quizs ahora, si consegua jugar bien sus cartas, podra dedicarle ms tiempo a su vida personal. Haba perdido mucho en estos ltimos aos, se haba obsesionado tanto con su descubrimiento que slo viva para ello; no pudo asistir al entierro de su padre, tampoco poda cuidar de su madre enferma y ni siquiera tena tiempo de ver a sus hermanos. Su novia le haba dejado, no atenda a las llamadas de sus amigos, todo su tiempo lo haba entregado a aquella idea, pero ya estaba a punto de terminar. Todo iba a salir bien, alcanzara la fama y podra vivir despreocupado el resto de sus das, podra reconstruir su vida o comenzar una nueva. Cruz el jardn, subi las escaleras de piedra y abri la puerta. Entr y encendi las luces, fuera estaba oscuro, ya haba anochecido, no haba luna y las nubes cubran el cielo tapando las estrellas, provocando as una noche muy oscura. El recibidor era amplio, a la izquierda se encontraba el saln y a la derecha un pasillo que conduca a la cocina, al bao y a un par de habitaciones. Justo antes del pasillo se encontraba una puerta que conduca al stano, se dirigi hacia ella, la abri y baj las escaleras de madera. El stano era una habitacin cuadrada y bastante amplia que cualquier hombre normal habra aprovechado como salita de juegos con billar o mesa de pin-pong. Pero el Dr. Trebio no era un hombre normal y en su lugar haba un escritorio con un ordenador, unas estanteras con muchos libros y algunos instrumentos de medicina, y una jaula con un hmster. l se haba cuidado mucho de que nadie viera aquel lugar y para sus propsitos no necesitaba ms, pues el talento lo era todo. - Hola Husky- le dijo al hmster mientras le acariciaba suavemente con un dedo a travs de los barrotes de la jaula- Hoy te veo muy bien. Ya falta poco pequeo, pronto ser reconocido y todos los que me dieron de lado estos aos se arrepentirn. La luz del recibidor iluminaba la escalera y parte del stano. Haba que encender el interruptor de la lmpara del techo para alumbrar la habitacin completamente, lo hizo pero no se encenda. Debe de haberse fundido la bombilla, pens, as que se adentr en la penumbra para llegar al escritorio, all tena una lamparita de mesa. La encendi con xito, encendi tambin el ordenador para revisar sus datos una vez ms y una oleada de orgullo inmenso se apoder de l, pero poco despus sinti un golpe seco en la nuca y se sumi en una profunda oscuridad. Cuando recuper la consciencia se encontraba sentado en la silla del escritorio y sus manos estaban fuertemente atadas al apoya brazos con cinta americana. Sus pies se encontraban igualmente atados a las patas de la silla. Estaba desorientado y todava le dola el golpe en la nuca, su visin era borrosa y la nica luz de aquella habitacin era la que emita la lamparita del escritorio. Cuando su visin se hizo ms clara lo primero que vio fueron las escaleras de subida al recibidor de la casa. Alguien le haba colocado en la silla en medio de la habitacin, de espaldas al escritorio. - Cmo se encuentra, doctor? La voz vena de las escaleras, as que entorn los ojos para poder ver con claridad y vislumbr una silueta negra sentada en los peldaos. Not cmo alguien se mova a sus lados y slo entonces lo comprendi todo con una resignacin fatal; eran tres los intrusos, los tres iban totalmente de negro y los tres llevaban guantes, pasamontaas y las botas cubiertas con bolsas de plstico. Tan slo se les vean los ojos y la boca, y no haba que ser muy lcido para entender que sus intenciones no eran nada amigables. Los que se encontraban de pie a sus lados eran altos y corpulentos, deban de pesar noventa kilos cada uno y estaban nerviosos, parecan dos gorilas tensos y cabreados. Sin embargo, el que estaba sentado en las escaleras se encontraba tranquilo y cuando se levant para ir hacia l no le dio la impresin de ser un gorila como los otros. Tambin era alto, medira aproximadamente 1,80 cm. y no era corpulento sino ms bien delgado, aunque sin duda era un hombre fuerte. Llevaba un jersey de montaa, vaqueros y botas con unos guantes de cuero, todo negro al igual que sus compaeros. Su andar era fino y elegante y su voz suave y grave pareca muy corts, de no ser por la situacin habra pensado que se trataba de un caballero feudal. - Se encuentra mejor?- volvi a preguntar cuando lleg hasta l, mientras se inclinaba un poco para mirarle. Sus ojos, de un azul intenso, le contemplaban con curiosidad e incluso tuvo la sensacin de ver un atisbo de respeto en ellos. Sera posible? Aquel hombre le respetaba? - Me duele la cabeza- contest el Dr. El hombre de negro asinti solemnemente. - Lo siento. Era necesario dejarle inconsciente para poder atarle a la silla sin complicaciones. Aunque quizs mis colegas hayan puesto demasiado nfasis en el golpe. - Qu es lo que quieren? - Hablar con usted... y luego matarle. La sangre se le hel completamente. El corazn comenz a latirle al doble de su velocidad y sus msculos se le agarrotaron mientras senta un nudo en la garganta. La sensacin de mareo volvi a invadirle, mir a los ojos de aquel hombre pero l permaneca de pie sin inmutarse, con la actitud de una persona normal que ha formulado un comentario normal. No poda hablar, no tena fuerzas y se senta mareado por lo que acababa de escuchar, intent pensar que no era cierto, que era mentira y que todo era un sueo. "Quiero despertar", pens, "quiero despertar ya"... el hombre de negro se dio la vuelta para dirigirse de nuevo hacia las escaleras y se qued mirando a sus acompaantes. Ellos reaccionaron automticamente como si hubieran recibido una orden acercando la silla donde estaba sentado hacia l. Se quedaron frente a frente mirndose, el doctor con un miedo inmenso y el hombre de negro con curiosidad. De nuevo volvi a sentir ese atisbo de respeto en sus brillantes ojos azules y de nuevo volvi a sentir que no comprenda nada. l estaba atado a una silla al pie de unas escaleras con aquel hombre desconocido sentado en ellas frente a l mirndole con.... respeto? - Ver doctor Trebio- comenz. - Cmo sabe mi nombre? - Yo se muchas cosas de usted-respondi, con una sonrisa y mucha calma- s que es usted el doctor Ernesto Trebio Cabaas, s que tiene usted treinta aos, s que es usted un hombre ambicioso, la clase de hombre que se dedica por completo a su trabajo, la clase de hombre que pierde a su novia y a sus amigos porque se obsesiona con una idea, la clase de hombre que no entierra a su padre porque piensa que le queda poco para conseguir su objetivo y no tiene tiempo que perder, la clase de hombre que olvida a sus hermanos y a su madre enferma para dar los ltimos retoques a sus proyectos, la clase de hombre capaz de habilitar un stano en su casa donde poder dar rienda suelta a sus maquinaciones... El doctor tard tiempo en reaccionar. Nunca haba sido una persona confiada, tampoco era demasiado sociable y casi nadie saba lo que haca fuera del trabajo, casi nadie saba nada de su vida ni de cmo era l. Por qu ese hombre saba esos detalles? - Creo que se equivoca de persona- dijo dubitativo, en un intento desesperado de salvarse. - No, doctor, no... no me equivoco. No intente mentirme, eso no le ayudar. S muy bien quin es usted y qu es lo que ha hecho, y por eso le respeto. Es usted de la clase de hombres que nacen una vez cada cien aos, es usted... un genio. Por increble que le resultara, la manera de hablar de aquel hombre, suave y pausada, lejos de ponerle nervioso le tranquilizaba. Por un momento olvid lo primero que le haba dicho, pero no tard en recordarlo, l quera matarle. - Dgame qu es lo que quiere, pero por favor, no me mate- dijo titubeando. El hombre de negro neg lentamente con la cabeza. Acerc la cara hacia l y se le qued mirando un rato. Sus ojos azules le observaban con mucha calma, y de nuevo volvi a sentir esa sensacin de tranquilidad. - No voy a andarme con rodeos. Es usted un hombre inteligente, analice la conversacin que estamos teniendo y en qu situacin se est produciendo. Mire su posicin, est usted atado a una silla en el stano de su casa, no hace falta que le diga qu es lo que estoy buscando, porque usted ya lo sabe. Slo dgame dnde lo esconde y acabemos pronto, pero olvdese de vivir. - Si me van a matar igual, no pienso decirle nada. De repente uno de los hombres que tambin estaban en la habitacin empez a ponerse nervioso, y de refiln pudo ver cmo se acercaba hacia l por detrs desde su lado izquierdo. - Hablan demasiado!- grit mientras levantaba el puo hacia l, con intencin de golpearle. - Quieto!! La voz del hombre de negro esta vez son alta y clara, con tanta autoridad que el gorila se qued petrificado con el puo en alto. No pudo verle bien, pero en su figura oscura not cmo el miedo invada por completo a aquel hombre. Baj el puo lentamente y volvi a su posicin mientras el hombre de negro, que continuaba sentado e inmvil, no dejaba de mirarle. El doctor pudo ver cmo aquellos ojos azules de apariencia tranquila se haban transformado en unos ojos que irradiaban ira, las pupilas se le haban contrado completamente al igual que los ojos de un depredador a punto de saltar sobre su presa. Cuando aquellos ojos se volvieron hacia l, el doctor comenz a temblar. - Ya no abundan los profesionales, doctor Trebio. Imagino que en su profesin le pasar lo mismo. Detesto trabajar con aficionados, duros de pastel que se creen muy hombres slo por hacer msculos en un gimnasio. En trabajos como el que tengo que hacer esta noche, los aficionados son propensos a alborotar y a ensuciarlo todo. Se dedican a dar golpes y gritos, a ponerlo todo patas arriba y perdido de sangre. Al final tardan ms, no consiguen lo que buscan y dejan un milln de pistas para que la polica pueda detenerles, por eso me asquea trabajar con esa clase de gente pero... con estos bueyes tenemos que arar. Hizo una pausa mientras negaba lentamente con gesto de resignacin, despus volvi a mirarle fijamente. - Son ratas, doctor. Hombres sin valores y sin aspiraciones, hombres sin medida... hombres peligrosos. Todo en ellos es violento, sus gestos, sus palabras, su tono de voz, su forma de moverse... por eso les tiene miedo, usted no comprende la violencia porque en su rutina habitual es algo que no existe, si le tratramos con violencia usted se bloqueara y no nos dira nada. El doctor volvi a tranquilizarse. Pese a todo, aquel hombre le pareca razonable as que intent negociar con l. - Tengo un poco de dinero. Tengo algunas influencias, puedo darle lo que busca y ms cosas, pero por favor, no me mate. - No intente sobornarme. Ya le he dicho mis intenciones, as que dgame dnde tiene escondido lo que busco. - Si voy a morir igual, no se lo dir- repiti de nuevo. El hombre de negro volvi a negar con la cabeza mientras se sonrea con irona. - Es usted cabezota. Mire a mis colegas, suelen golpear a la gente para intentar sacarles informacin antes de dar el ltimo suspiro. No consiguen la informacin, pero lo cierto es que s consiguen llevarse por delante a hombres mucho ms fuertes que usted. Aplican esa tctica desde el principio, no porque sea necesaria, sino porque disfrutan hacindolo. Es lo que tienen las ratas. El doctor not cmo los dos hombres que tena detrs se revolvan incmodos. No les gustaba nada lo que deca su compaero. - En ese sentido yo no soy como ellos- continu- no me gusta hacer ms dao que el que sea estrictamente necesario, sin embargo ha podido notar que esas dos ratas me respetan y me obedecen en seguida. Usted pensar que lo hacen porque soy ms inteligente, porque hablo mejor, pero... sabe por qu me respetan en realidad? El doctor neg con la cabeza, y entonces el hombre de negro se levant lentamente y acerc su cara hasta l mientras le agarraba ligeramente el hombro. Pudo ver de nuevo aquellos ojos de depredador mirarle fijamente antes de echar a temblar. - Ellos me respetan porque me temen- dijo despacio y muy bajito, casi susurrando- saba usted que se puede torturar a un hombre durante das, o incluso semanas, sin llegar a matarle? Saba usted que se puede reanimar constantemente a un hombre que ha perdido el conocimiento para poder seguir torturndolo? Tan slo hay que saber hacerlo. Una rata, un aficionado, no sabe y por eso sus interrogatorios son rpidos e ineficaces. Pero yo soy un profesional, as que imagine la clase de tormento que le espera si no me da una respuesta ya. Le llevar a un lugar dnde nadie podr encontrarle y de dnde no podr salir. Me suplicar que le mate cada segundo y cada segundo que pase ser eterno para usted, y yo me encargar de alargar su tormento das que le parecern aos... pinselo framente, su causa no merece semejante sacrificio. De repente el temblor del doctor se convirti en parlisis y sinti cmo una humedad en la entrepierna iba creciendo muy despacio. Sinti las gotas de orina empapar su pantaln antes de deslizarse bajo sus muslos. El hombre de negro observ eso sin inmutarse mientras se sentaba de nuevo en las escaleras, frente a l. - Que usted va a morir es un hecho cierto y verdadero, algo que no ha podido elegir. Pero puede elegir la manera de hacerlo, le puedo matar rpido y sin dolor. El doctor le mir mientras una lgrima se le escapaba de cada ojo y, al rato, respondi titubeando. - Hay unas escaleras a la entrada que suben al porche de la casa. Son de piedra. En el segundo escaln, la tercera piedra por la derecha, hay que hacer palanca. Squenla, por debajo vern que est hueco. El hombre de negro mir a uno de los gorilas y le hizo una seal. Este, al momento, sac una palanca de hierro que tena bajo el jersey y se fue hacia ellos para salir del stano. Cuando lleg a su altura para subir las escaleras el hombre de negro le detuvo con la mano. - Te doy dos minutos como mximo. Deja la piedra como estaba, y nada de linternas. El gorila asinti antes de comenzar a subir las escaleras de dos en dos. - Ahora slo queda esperar. Ha tomado usted la decisin correcta. La habitacin qued en silencio, el hombre de negro no dejaba de mirarle con esa mezcla de curiosidad y respeto, el gorila a su espalda estaba totalmente quieto, como a la espera de alguna orden, y el doctor empez a salir de su trance y a ser consciente totalmente de lo que iba a ocurrir. - Por favor, no quiero morir...- balbuce. Pero sus splicas no parecan tener ningn efecto. Ahora poda entender que esa iba a ser su realidad, iba a morir en unos minutos y no poda hacer nada por evitarlo, sinti sus msculos tensos y su corazn palpitar fuertemente, lo senta casi en su garganta, como si fuera a salir despedido por la boca. Le entraron ganas de llorar y llor, y al hacerlo not cmo el hombre de negro se encontraba incmodo. Pudo ver entre las lgrimas cmo aquellos ojos de respeto se trasformaban en una mirada de amarga resignacin y pens que quizs aquel hombre en realidad no deseaba matarle, pero aun as nada impedira que lo hiciera. Se oy cmo alguien bajaba las escaleras rpidamente y vio al gorila aparecer de nuevo con una carpeta en las manos. Estaba cubierta con una funda de plstico que la protega, se la dio al hombre de negro y este la sac de su funda y la abri lentamente para ver los papeles y el CD que haba en ella. Despus de un tiempo asinti, y los dos gorilas agarraron la silla con el doctor y la colocaron de nuevo en el centro de la habitacin. El hombre se levant y le devolvi la carpeta al mismo gorila que la haba trado, despus sac un arma corta con silenciador que llevaba bajo el jersey, por debajo del pantaln, y le apunt con ella. Sinti sus msculos agarrotarse ms que nunca. - Vaya con Dios- le dijo antes de pegarle tres tiros, dos en el pecho y uno en la cabeza. Pudo sentir una leve quemazn y cmo sus msculos se relajaban mientras su corazn desbocado dejaba de latir. II - Cmo te puedes leer todo eso? Menudo coazo. Diego se qued mirando a su compaero con perplejidad. Saba que la mayora eran unos burros, pero no comprenda que pudieran jactarse de su ignorancia. - Es un libro- contest mientras abra su taquilla- Para leerlo slo hay que abrirlo, y ya est. - Es demasiado gordo. Tiene que ser un coazo, y adems, de qu te sirve si no es para perder el tiempo? - Sirve para tener cultura y vocabulario, algo que a ti no te vendra nada mal. -Y de qu me sirve tener cultura y vocabulario en este curro de mierda? Diego le observ mientras se cambiaba de ropa. El trabajo en el restaurante no estaba mal, pero le costaba comprender a sus compaeros pues le parecan casi todos gente sin aspiraciones y sin inquietudes. Sus estudios de Fsica en la universidad no le haban proporcionado los resultados esperados, y all se encontraba con treinta y dos aos trabajando en un restaurante de mediana categora en el barrio Salamanca, y no es que se encontrara mal del todo, pero, a fin de cuentas, no poda evitar sentir cierta frustracin y todas las maanas, al despertar, se haca la misma pregunta; qu hago yo entre tanto bestia? A pesar de todo haba aprendido cosas, ya no era el estudiante introvertido de aos atrs, el contacto con sus compaeros de trabajo y con ese ambiente laboral lleno de picarda y cinismo le haban hecho cambiar y madurar. Catorce eran los aos que llevaba en el oficio, haba tenido que empezar desde muy joven para poder pagar el alquiler del piso y los cinco primeros aos los compagin con sus estudios en la universidad. Aquellos fueron aos muy duros para l, pues entre el estudio y el trabajo apenas le quedaba tiempo siquiera para dormir, pero se animaba con el sueo de tener un gran futuro al finalizar, ilusiones que el tiempo se encarg de desmoronar por completo pues ya haban pasado nueve aos desde que se licenci y segua en aquel restaurante. Paradjicamente, ganaba ms sirviendo mesas que lo que le pagaban en todos los trabajos que le haban ofrecido mnimamente relacionados con sus estudios, y mientras los rechazaba tuvo que ver cmo compaeros suyos que se pasaron la facultad de fiesta en fiesta triunfaban... pero en la empresa de sus padres. As pues, de un tiempo a esta parte, decidi centrarse en las metas y objetivos que pudieran derivarse del restaurante, que no eran pocas, quizs con el tiempo pudieran hacerle encargado y ms adelante quin sabe? Podra acabar dirigiendo el negocio, a fin de cuentas l tena mucha ms preparacin que el resto de sus compaeros, que si bien la mayora de ellos estaban licenciados en la universidad de la vida lo cierto es que de letras y de nmeros nada de nada. -Como me pone la chica nueva- continu su compaero. -Ya... -No me dirs que no est buena! Diego volvi a mirarle mientras terminaba de ajustarse el delantal de su uniforme, esta vez con gesto de reprobacin. - Gregorio, tienes treinta y dos aos y hablas como un adolescente ebrio a punto de sufrir un ataque hormonal. - Buah! Y t hablas como un presidente. A ti no te pone esa chica? El otro da vi cmo la mirabas... - A m una chica no me pone- respondi sonrindose mientras le daba un pequeo codazo- lo de ponerse lo dejo para los animales como t. A m una chica me agrada o no me agrada, y lo cierto es que esa chica es muy agradable. Gregorio se le qued mirando callado. El hombre era gordo como l solo y le faltaban dos dientes, uno en cada maxilar. Su nariz era ancha y sus agujeros nasales parecan dos socavones colocados justo encima de unos labios enanos sobre una mandbula del tamao de un pen. En momentos como ese, cuando callaba y pareca pensar, Diego no poda evitar preguntarse qu barbaridades podran estar cruzando el intelecto de semejante verraco. Pero, a pesar de su apariencia y de su forma de hablar, al final siempre llegaba a la misma conclusin y es que haba encontrado ms bondad en aquel hombre que en mucha gente mejor plantada, y el truco estaba en su mirada. La mirada de Gregorio era limpia y cristalina, lo nico que llamaba la atencin en su rostro de animal, y conocindole a l como le conoca haba aprendido la leccin ms importante de su vida; no es la cara el espejo del alma pues las apariencias engaan, es la mirada de una persona la fuente ms fiable para saber sus intenciones, sus mentiras y sus verdades, y los ojos de Gregorio eran el reflejo de su honestidad. - Van a despedir a gente, Diego. Lo ha dicho el jefe esta maana, justo antes de que llegaras t. Diego se qued quieto despus de abrocharse el delantal y baj la vista hacia el suelo. Vio sus zapatos negros, brillantes, perfectamente limpios, y aprovech para revisar su estado; el pantaln negro de pinza, perfecto, el delantal rojo y la camisa blanca recin lavada, sin una sola mancha. No llevaba corbata, haca un ao que la haban quitado del uniforme ya que siempre los ms inexpertos acababan metindola en la sopa de algn cliente, y a l le gustaba ms as, con el ltimo botn desabrochado. - Me has escuchado? - Si, si...- respondi mientras volva a mirarle a los ojos- a cuntos van a echar? - No lo s. Estamos vendiendo cada vez menos, as que irn cayendo uno a uno y despacito supongo... Lo que no entiendo es por qu han contratado a la chica nueva si van a producirse despidos. - Cambio generacional y ahorro de horas de trabajo- respondi Diego con seguridad- Ella tendr alrededor de treinta aos y sustituye a Paco, que tiene cincuenta y cinco y adems lleva tres meses de baja. Probablemente ya estn intentando negociar un acuerdo con l, a los dueos les gusta ms la gente joven y Paco es un dinosaurio que ni siquiera viene a trabajar. Adems, a la chica nueva la han contratado por menos horas. - Pues me parece injusto, Paco ha servido bien durante muchos aos y tiene mucha experiencia. Su baja no es falsa, se rompi la rodilla por siete sitios. - La vida es as- sonri Diego lacnicamente- cuando cambie avsame quieres? Y ahora salgamos antes de que nos despidan por llegar tarde. Cuando salieron del vestuario todo estaba puesto en marcha para el servicio de comidas. A la izquierda, la cocina y su jefa Dolores, dando rdenes a diestro y siniestro sin parar de moverse, y eso que no estaba precisamente delgada. En ese momento reclamaba a Francisco, el friega platos, que las sartenes estaban saliendo con agua y que o los fregaba mejor o el siguiente filete lo iba a hacer l, y a ver qu tal le sentaba cuando le saltara el aceite a la cara. Mientras, escuchaba cmo su segundo, Rubn, le comentaba no s qu de los cuadrantes de libranza y de no s qu da que necesitaba Antonio, el de las ensaladas, que quera cambiar con Mustaph el pizzero. Dolores no pareca enterarse muy bien pero ni falta que la haca, pues ella a todo lo que Rubn le deca, independientemente del tema, le contestaba siempre lo mismo, que a m que me cuentas, t sabrs lo que hacer que para eso eres el segundo y si no, para qu quiero yo un segundo? Y as se las pasaba todo el da, refunfuando y de mala leche pero a pesar de todo tena buen corazn, y todas las maanas le dedicaba a Diego un buenos das con una sonrisa, si es que eres como mi hijo, le deca y luego segua con las mismas, que si el aire acondicionado que no va, que si mi segundo es un intil, que si el pizzero no se mueve... y ah entonces apareca Adolfo, el encargado, y ya se liaba la del Cristo pues la jefa era la nica que tena valor y confianza para meterse con l, que si ya est aqu el calvo del jefe, que si a ver si nos movemos ms que parecemos directores, que si no te metas en mi cocina que te doy un sartenazo... y el hombre, que pareca siempre serio y tenso como si se hubiera tragado un palo, se relajaba y la dedicaba algo as como un amago, un atisbo de sonrisa o algo parecido, y despus miraba a Ezequiel, el camarero que se encargaba de servir los platos, y le deca de nuevo todo serio se puede saber t de que te res? Y Ezequiel, que lo nico que haba hecho era sonrer un poquito, automticamente se pona firme y corra a servir los platos a la mesa mientras Dolores, en la cocina, rea durante tres segundos y otra vez vuelta a lo mismo, que si el aire, que si el Ezequiel hoy se mueve menos que el caballo del malo, a ver si es que va a estar enamorado o que leches le pasa al Ezequiel... y afuera estaban Gregorio y l atendiendo las mesas, con la chica nueva en la barra y Adolfo el jefe supervisndolo todo. Era un restaurante bonito. La sala estaba separada de la cocina por dos puertas abatibles, siempre haba que entrar o salir por la derecha dando un pequeo puntapi. Era un sitio pequeo pero acogedor, un simple cuadrado con unas treinta mesas dispuestas en perfecto orden, la puerta principal estaba de frente segn se sala de la cocina, con dos ventanales a cada lado y junto a ella, la barra y un pequeo recibidor de espera. Dentro, las mesas y las sillas eran clsicas, de madera y con mantel y servilleta blancos, separadas entre s por pequeos biombos y plantas artificiales. En cuanto al personal, todo estaba sincronizado y organizado a la perfeccin, pareca un mini ejrcito, nadie se mova por su cuenta y nadie iba por libre, todo funcionaba como la maquinaria de un reloj perfectamente engrasada, y eso a Diego le encantaba. - Diego!! El grito son alto y claro y Diego se volvi de pronto, justo antes de salir a la sala. Dolores estaba quieta, con las manos apoyadas en las caderas y una sonrisa irnica resplandeciendo en su cara redonda. - Se te han cado los buenos das en la puerta. - Lo siento Dolores, buenos das. - Si es posible, hoy pdeme las mesas de una en una, y no de golpe como ayer, te parece bien? Diego le devolvi la misma sonrisa y se dirigi a su puesto, preparado para un trabajo que le resultaba fascinante por muchos detalles pero sobre todo porque era increble comprobar la cantidad de cosas que haba que hacer y la cantidad de personas que se tenan que mover slo para que un cliente tuviera su plato en el tiempo estipulado, efectivamente las apariencias engaan y nadie pensara que todo aquello era posible gracias a ese mini ejercito perfectamente organizado por Adolfo, un encargado soso, calvo, bajito, gordo y fro pero con una capacidad innata para planificar y dirigir. Y as transcurra su da a da, que si marcha la comida de la mesa uno, que si qu pasa con los postres de la seis, que si Dolores hoy est lenta, que si el pizzero no funciona... y venga a correr para un lado y para otro siempre concentrado, siempre atento a cualquier necesidad, pero aquel da al igual que los anteriores era distinto, algo nuevo y desconocido se haba empezado a producir en su interior desde que aquella chica se incorpor al restaurante. All estaba ella todas las maanas, pues su jornada era parcial, en la barra, con esa sonrisa cercana y segura, dispuesta a aprender cualquier cosa que la quisieran ensear. Se llamaba Isabel y era de mediana estatura, su cabello era rubio, brillante, ligeramente ondulado y caa suavemente hasta la base de su cuello; su piel, de color aceituna, pareca suave como la seda, y sus ojos azules, claros como un cielo despejado a media tarde, le atrapaban e hipnotizaban cada vez que la miraba, y eso fue lo primero en lo que se fij, una mirada profunda y unos ojos preciosos que le observaban con curiosidad e inters, y a medida que pasaron los das un sentimiento hacia ella, an desconocido, comenz a producirse en su interior. - Los refrescos estn en la puerta de la derecha. Isabel peg un bote y se incorpor de golpe. La nevera de la barra era baja y haba que agacharse ligeramente para coger las cosas. - Lo siento, no quera asustarte- se excus Diego sonrindose- buenos das. - Todava no he memorizado dnde estn las cosas. Para encontrar algo tengo que removerlo todo- respondi ella devolvindole la sonrisa. - Ya te acostumbrars. Si necesitas cualquier cosa, no dudes en pedirme ayuda. - Muchas gracias. Se qued un rato mirando sus ojos antes de volver a su puesto. Sus pupilas parecan brillar con cierta intensidad y era entonces cuando empezaba a surgir entre ellos esa sensacin, esa especie de burbuja invisible que pareca envolverles aislndolos del resto del mundo. Siempre se quedaba con las ganas de decirla algo pues siempre tena que despertar en seguida y volver a sus quehaceres. Lnzate a por ella, le deca Gregorio, invtala a cenar, pero en el fondo le daba apuro ya que ella acababa de incorporarse y tena miedo de perjudicar su trabajo, as que siempre haca lo mismo, se retiraba y volva a sus mesas, con sus clientes, siempre pendiente de todo y tambin pendiente de ayudarla a ella y de ensearla cualquier cosa nueva, pero ese da haba algo que no cuadraba, algo que le haca tener un mal presentimiento, la mirada de Adolfo puesta sobre l, una mirada tensa y nerviosa, como si quisiera decirle algo y no viera el momento o no se atreviera a hacerlo, saba que algo malo iba a ocurrir y Adolfo, por su forma de mirar, tena todas las papeletas de ser el mensajero y sus temores se confirmaron cuando al finalizar el servicio de comidas, justo antes de irse a cambiar de ropa, se acerc hacia l. - Diego... - Adolfo... - Puedo hablar contigo un momento? Diego asinti y se marcharon a la mesa ms retirada del comedor, bajo la atenta mirada de sus compaeros. Cuando se sentaron y vio los papeles que haba sobre ella empez a temer a lo peor. - Lo siento Diego- comenz Adolfo con gesto de resignacin- yo slo soy el mensajero, el restaurante no es mo y slo cumplo rdenes. - Esperis que firme y que me marche cantando? - No. - Entonces? - Esperan que seas razonable. Adolfo hablaba en tercera persona como si la cosa no fuera con l y eso a Diego le crispaba an ms, nunca haba dudado de su talento como encargado pero saba que l era de los que mordan con la boca cerrada, la clase de gente que tira la piedra y esconde la mano. - Es un despido improcedente. No tenis ningn motivo para echarme y llevo catorce aos con vosotros, puedo ir a juicio. - No iras. - Me amenazas? - No, Diego, no...- Adolfo comenz a negar con la cabeza mientras agachaba la mirada avergonzado- no te amenazo. Digo que no iras a juicio porque vas a cobrar una buena indemnizacin, una mayor de la que te corresponde, no te interesa meterte en pleitos porque saldras perdiendo y no podrs sacar ms si vas por la va legal. Diego se le qued mirando sorprendido, por qu iban a pagarle ms? Por qu tanto inters en que se fuera por las buenas? Y entonces lo comprendi. - Qu edad tiene tu hijo, Adolfo? Adolfo peg un bote y se qued sorprendido un tiempo largo, hasta que reaccion levemente enfadado. - Qu tendr que ver mi hijo en esto? - Vas a meterle en el restaurante verdad? Y para eso necesitis una vacante. - Lo que ocurra despus de que firmes el papel no es asunto tuyo. - Y quin te ha dicho que voy a firmar? - Diego por favor, no seas cabezota. Es un buen trato, una buena indemnizacin y el paro. Lo hemos hecho as en agradecimiento a tus aos de servicio. No compliques ms la situacin. Firma y te iras por las buenas, porque si te niegas y te vas por las malas no podrs sacar ms aunque un juez te diera la razn y t lo sabes, no tienes opcin. Diego le mir con una extraa mezcla de rabia y aceptacin. Adolfo mova las manos intranquilas y balanceaba los ojos de un lado a otro nervioso, no le gustaba nada la situacin y era incapaz de disimularlo.- Pensabas que no ibas a tener que decrmelo no es as? - dijo sonrindose lacnicamente- le pediste ayuda a los dueos para colocar a tu hijo y suponas que seran ellos los que me daran la noticia. Despus de tantos aos, tenas pensado esconderte mientras me daban la patada en el culo y ahora ests tan tenso que no eres capaz ni de mirarme a la cara. - Comprndelo... es mi hijo. - Puedo comprender eso perfectamente. Pero nunca comprender que hayas querido encargarles esto a otros. A Adolfo no le dio tiempo a contestar, pues antes de que pudiera pensar en nada Diego ya estaba firmando los papeles. Se levant de la mesa mientras se guardaba una copia en su bolsillo y se dirigi hacia los vestuarios. - Voy a recoger mis cosas y me marchar. No tardar nada. Adolfo asinti en silencio mientras l se diriga hacia all para cambiarse y vaciar la taquilla. Ya no quedaba nadie en el restaurante, todo el mundo se haba ido y haca tiempo que se encontraban los dos solos, ni siquiera tendra tiempo de despedirse de sus compaeros, todo haba sido en un abrir y cerrar de ojos y le costaba asimilarlo. Cuando se dirigi hacia la puerta de salida, Adolfo le esperaba con la mano tendida hacia l, hizo un ademn para apartarla pero l insisti. - Lo siento Diego, no te lo tomes como algo personal. No lo es. - Lo s- contest al cabo, mientras le devolva el apretn. - Qu vas a hacer? - Me las apaar. Es lo que siempre he hecho. - Aunque no lo creas ahora, te deseo suerte. Puedes venir a vernos siempre que quieras, a los chicos les gustar despedirse de ti. - Ya... cudate, Adolfo. - Igualmente. Se dio la vuelta y comenz a andar la calle, mir el reloj, eran las seis y media cuando su vida y sus sueos parecan desmoronarse de nuevo. III Se despert sudando en mitad de la noche, desvelado una vez ms. La pesadilla era la misma y apareca en los momentos de estrs; Diego estaba en una calle oscura, no haba un alma y el silencio lo invada todo cuando, de repente, el sonido de unos pasos le ponan en alerta. El hombre le persegua a lo largo de las calles, no deca nada, simplemente corra hacia l con la cara desencajada por el odio y, justo cuando estaba a punto de darle alcance, l se despertaba de un bote con la cara llena de sudor y los msculos agarrotados. No saba la hora, deban de ser las cuatro o las cinco, todo estaba en silencio en su sencillo piso, quiso dormirse de nuevo pero ya no poda, estaba tenso y la pesadilla le traa recuerdos que, en su afn por olvidar, haba logrado esconder en lo ms profundo de su mente y de su corazn. Pero el subconsciente es muy sabio, nunca olvida y, cada cierto tiempo, le atormentaba por las noches, en sus sueos, cuando la guardia estaba baja. Haba nacido treinta y un aos atrs, en un pequeo pueblo de Extremadura, en el seno de una familia autoritaria. Su padre era propietario de una finca y tena bajo su mando siete pastores, tres guardas, ciento cincuenta ovejas, doscientas vacas, cuarenta cerdos, veinte gallinas, un caballo, una mujer y tres hijos. Todo se mova en riguroso orden bajo la minuciosa mirada del seor Miguel Mrquez, todo funcionaba a la perfeccin y todos en el pequeo pueblo agachaban levemente la cabeza ante la sola mencin de su nombre.Su madre, Claudia, haba sido en su juventud una joven hermosa y risuea, una chica alegre y llena de vida que beba los vientos, o eso decan, por el chico romntico y detallista que la pretenda. Pero no fue rival para Miguel, un hombre poderoso, con dinero y con una proyeccin de futuro inmejorable, algo tentador para una chica de familia humilde como Claudia. No volvi a ver ms a aquel muchacho tierno y romntico pues nunca ms volvi a abrirle su corazn, y todo el mundo la tach de mujer cruel e insensible cuando, movida por una avaricia repentina de la que nunca antes haba dado muestras, se lanz a los brazos de aquel joven y prometedor propietario que la haba regalado los odos con promesas de una buena vida ausente de trabajo y rodeada de gente influyente. Y as fue, Claudia Manrique abandon su hogar y sus estudios en la universidad a los veinte aos para casarse con Miguel Mrquez, diez aos mayor que ella, y nunca tuvo que trabajar ni mover un dedo, ni siquiera para criar a sus tres hijos. Se trasladaron a aquel pequeo pueblo donde el apellido Mrquez resonaba en cada esquina con una aureola de respeto y poder que engatusaba a la joven Claudia pero, muchos aos despus, cuando Diego era un jovencito a punto de entrar en la adolescencia, viendo a su madre llorar en un rincn de su habitacin con una carta antigua entre sus manos, supo que en lo ms profundo de su corazn se arrepenta de haber dejado atrs al nico hombre que la haba querido de verdad. La carta la haba roto su padre en mil pedazos en un arranque de clera despus de haberla encontrado guardada en un pequeo bal de su madre. Ella haba conseguido recomponerla pedazo a pedazo con cinta adhesiva, pues deca que era un recuerdo de su juventud que quera conservar, y l siempre recordara el rostro enfurecido de su padre cuando, despus de propinarla dos tortazos que la hicieron caer sobre la cama, le rompi la carta en sus mismas narices mientras deca, arrastrando las palabras con un odio inmenso, l nunca te habra dado las cosas que yo te he dado, maldita ingrata, no comprendo por qu tienes que recordarle. No era la primera vez que Diego vea a su padre pegarla de esa manera, pero s fue la ltima porque, despus de aquello, ella se encerr en s misma y nunca jams se la oy protestar por nada, ni defender ni criticar nada, entr en un estado autmata, como un robot al que hubieran programado para complacer a todo el mundo y, en poco tiempo, su rostro se envejeci, su pelo se encaneci y su voz se quebr convirtindose en un leve susurro lastimero. No quedaba de su belleza nada, slo sus ojos verdes que tanto hicieron suspirar a los chicos en su juventud, los mismos ojos que haba dejado a Diego en herencia gentica, solo que a esas alturas de su vida se encontraban apagados y tristes, llenos de melancola, pero hermosos a pesar de todo. Aos despus, cuando Diego iba a cumplir quince, su madre se dio cuenta de que el precio que haba tenido que pagar era demasiado alto y, enferma de tristeza y de pena, se tom dos cajas de tranquilizantes. l fue el primero en ver su cuerpo inerte tumbado en el suelo de su habitacin, con una nota sobre su pecho que tambin ley el primero; Os quiero hijos, lo siento. Respetad a vuestro padre. Cuando eso sucedi, Diego pens que quizs entonces el fro y austero corazn de su padre acaso pudiera empezar a ablandarse pero, nada ms lejos de la realidad, sin un suspiro y sin un gesto del ms mnimo dolor, Don Miguel se limit a mirar a sus tres hijos con ese aire de seriedad y de solemnidad que a todo el mundo pareca paralizar y, con grave voz, pronunci otra de sus frases que l nunca podra olvidar: Vuestra madre os ha abandonado. Es una cobarde que no merece ser llorada. A partir de ese da l no slo se dio cuenta de que el amor de su madre por sus hijos no era tan grande como el dolor y la pesadumbre que le pudo provocar el hecho de haber desperdiciado su vida al lado de un animal, tambin se dio cuenta de que sus dos hermanos, dos y cuatro aos mayores que l, empezaban a adoptar las maneras y el carcter del nico modelo de hombre que haban conocido. Deberas de ser como tus hermanos, as no llegars a nada en la vida, te comportas como un intil... eran quizs las cosas ms suaves que Don Miguel le deca, amargado al contemplar cmo el menor de sus hijos se resista a su frrea educacin y, como sus dos hermanos, al imitarle, haban pasado a ser personas de su agrado, Don Miguel pudo dedicar el cien por cien de sus bofetadas en exclusividad al joven Diego, que las aguantaba con estoica resignacin, hasta que una noche, cuando estaba sentado en lo alto de la colina que lindaba con su casa, desde donde le gustaba observar la luna pues tanto le ayudaba ese astro blanco a serenar su espritu, de repente, una sensacin desconocida se apoder de l. El miedo desapareci y una oleada de orgullo le invadi mientras pensaba, yo no quiero ser como l, yo no puedo ser como l, y esas palabras comenzaron a repetirse en su mente, como un mantra, cada segundo que pasaba todos los das desde esa noche, y una rebelda extrema, pero justa, comenz a guiar sus actos frente a los atnitos ojos de sus hermanos, que vean con miedo cmo la ira de su padre comenzaba a crecer sin freno. Recordaba bien aquella tarde de verano cuando, harto de todo, meti lo poco que quera conservar consigo en una mochila y baj las escaleras de la casa rumbo a la puerta. Tena dieciocho aos, y su padre estaba sentado en el saln, frente a la chimenea vaca, mirando con ojos ausentes la cabeza de ciervo disecada que haba sobre ella. Sostena en su mano derecha una copa de brandy, cuntos llevara ya a esas horas de la tarde? Diego le observ desde el rellano, hasta que l repar en su presencia. "A dnde te crees que vas?", le haba preguntado, casi con asco, y, a pesar de la distancia enorme que les separaba, supo que de su aliento sala un terrible hedor a alcohol. "Me marcho. No volvers a verme." l se levant y cogi un bastn que tena apoyado cerca. Se fue hacia l blandindolo en alto, con la intencin de golpearle, pero iba tan borracho que tropez y se fue al suelo. Diego se march de la casa, sintiendo odio y lstima a la vez por aquel hombre detestable al que haca aos que haba dejado de considerar padre. "Te atrapar maldito", le escuch bramar desde el suelo, "eres un traidor como tu madre, ojal mueras como ella".Se fue directo a Madrid con unos ahorros que le haba dejado su madre en el banco, y all encontr trabajo en el restaurante. Al principio se alojaba en habitaciones de pago, hasta que consigui la estabilidad necesaria para meterse en el alquiler del piso. A la par del trabajo en el restaurante, consigui tambin plaza en la universidad para estudiar Fsica, que era lo que a l le gustaba en realidad, y una vez establecido por completo se enter de que el hermano de su madre haca aos que viva tambin en Madrid, con su mujer, y contact con ellos. Tenan un hijo, Manuel, que era de su edad, as que dentro de lo malo no se encontr tan solo como haba imaginado en un principio pues sus tos y su primo, al ser familia de su madre, aborrecan a Don Miguel y admiraban el valor que haba tenido Diego al resistirse a sus dictados. Fueron aos duros, ya que tuvo que compaginar los estudios en la facultad con su trabajo, y no tard en empezar a llevarse sus primeras decepciones. Imagin que la universidad sera un lugar de estudio, una especie de santuario de ciencias y de letras donde chicos y chicas acudiran a diario para satisfacer las inquietudes de su mente y llenarla de otras nuevas, y pudo conocer a gente as pero, cul fue su sorpresa al contemplar que la mayora de ellos acudan all tan slo para pasar el rato, para fingir que estudiaban y as retrasar su incorporacin al mundo laboral, personas con menos inquietudes que sus compaeros de trabajo, gente joven que se pasaba las horas haciendo grupos en los pasillos, jugando al mus en las escaleras o liando canutos en algn rincn. Fue el ao en que termin la carrera cuando comprob que no iba ser tan fcil encontrar otro trabajo y, despus de rechazar varias ofertas con contratos basura, comenz a pensar que quizs haba perdido el tiempo, que quizs su ttulo no le iba a servir para nada, pero no fue hasta aquella tarde, haca ya dos meses, en la que Adolfo le comunic su despido del restaurante, cuando empez a sentir de nuevo esa sensacin de incertidumbre y de inseguridad hacia su futuro y, movido por esa desesperacin, no le puso pegas a su primo Manuel cuando este le propuso reunirse en una cafetera para tratar una oferta de trabajo. Llevaba dos meses en el paro, recorriendo las calles en busca de algn empleo, cuando su primo le llam a media maana. Tuvo sus dudas, pues saba que Manuel, aunque no era un mal tipo, haba consumido sus neuronas a base de fumar marihuana durante aos y por eso l no sola prestarle mucha atencin cuando trataba asuntos de aparente importancia. - Mi padre sabe de una vacante en la empresa donde trabaja. Necesitan a alguien de confianza que tenga cierta formacin. Diego le mir con dudas. Su padre, Francisco, trabajaba de conserje en una empresa de investigacin y patentes llamada Palotex, la cual acababa de hacerse famosa por un hecho reciente; la haban acusado de evadir impuestos y su equipo de abogados, con un tal Rodrigo de Ziga a la cabeza, acababa de vapulear legalmente al mismsimo Estado. Haban sido absueltos y el caso levant las simpatas de la mayora de la gente, que vean cmo aquel joven letrado defenda con xito a su empresa en lo que todos consideraban ya una causa perdida. - l es slo un conserje- continu Manuel- pero lleva ah toda la vida, le tienen cario y se fan de l. Diego asinti, pensativo y sorprendido a la vez. Observ al camarero servir unos cafs en la mesa que estaba a su derecha y se acord de su anterior trabajo. A fin de cuentas, era lo nico que haba hecho durante aos y no poda evitar sentir cierta nostalgia. - De qu se trata?- le pregunt. - Un mdico que trabaja con ellos lleva un tiempo en paradero desconocido. Un tal Ernesto Trebio, si no recuerdo mal. La polica ha abierto una investigacin, pero todo apunta a que se ha marchado sin decir ni mu. No tena trato con su familia ni amigos cercanos, as que no saben ni por dnde empezar...Manuel hizo una pausa mientras encenda un cigarrillo. Le dio una calada y exhal el humo mirando al techo, luego continu mientras miraba a Diego con ojos ansiosos. - Seguro que ser un buen trabajo, Diego. El jefe va a hacer movimiento de personal entre las diferentes secciones para cubrir la vacante del doctor. No s qu te ofrecern, pero es una empresa potente. Mi padre te mencion a ti, y no a m, porque t tienes formacin. Ser un puesto de confianza, ellos se fan de mi padre. Diego se qued un rato pensativo. En ese momento un cliente tropez con el camarero y a ste se le cay un vaso al suelo. Sobresaltado, se gir sobre s mismo en direccin al ruido y vio al camarero agachado, recogiendo el pequeo destrozo, mientras el cliente se disculpaba. Cuando se volvi a dar la vuelta vio a su primo observarle con una sonrisa apenada. - Por el amor de Dios, Diego... t te has visto? Siempre me has dado la sensacin de ser una especie de agente doble en tensin continua. Lo observas todo, siempre ests alerta, a la defensiva, como a la espera de que una brigada de bestias fuera a caer sobre ti en cualquier momento, no te fas de nadie, ni siquiera de tu propia sombra. Necesitas trabajar, t no vales para estar sin ocupacin, slo tienes que acudir a la entrevista y ver qu te ofrecen. No seas cabezota, te arrepentirs si no lo... - Esta bien, est bien, para ya, para, para...- le cort Diego, asombrado por ese espontneo ataque de sinceridad- dile a tu padre que s, que ir a verles. - Estupendo!- exclam mientras le daba una palmada en el hombro- Se lo dir y te llamar cuando le digan qu da puedes pasarte a hablar con ellos. Me alegro por ti, es una buena decisin. Diego sonri levemente mientras apuraba su taza de caf. No es que no se fiara de su primo, y mucho menos de su to, pero, a fin de cuentas, no dejaba de resultarle extrao semejante golpe de fortuna. - A tu padre le han nombrado alcalde en el pueblo, har tres semanas- le dijo Manuel, serio, cambiando de tema. - Ya... era previsible. Tarde o temprano tena que ocurrir. - Te puedo hacer una pregunta? - Adelante. Manuel le observ con ojos interrogantes. Por un momento pens que cambiara de opinin y se guardara lo que fuera que se estuviese preguntando pero, al cabo, lo solt. - Podras haberlo tenido todo. Dinero, influencias, poder... A estas alturas estaras como tus hermanos, manejando hectreas y hectreas de terreno, bebiendo con los concejales... Por qu? Por qu renunciaste a ello? Diego se qued pensativo unos segundos, imaginando cmo podra haber sido su vida. Acarici suavemente la taza de caf, pens en su situacin actual, en todo lo que haba pasado para llegar hasta ah y sonri con tristeza. De repente, su rostro se endureci mientras, con la voz grave que haba heredado de su padre, le contestaba. - Mi madre tena toda una vida por delante cuando vendi su alma al diablo. Slo ella fue la culpable, ya que nadie la oblig a hacerlo y tampoco tena necesidad de ello. Perdi su humanidad y por eso su vida dej de tener sentido, ni siquiera por sus hijos... Desde entonces he tenido muy claro qu es lo que yo no quera ser. No haba oscurecido aun cuando recibi la llamada de su primo, esa misma tarde. Maana a las diez. Mi padre estar all, no te preocupes, l te dir. Se apoy en la pared, al lado de la ventana, y contempl a travs de los cristales. Haba empezado a llover y las gotitas resbalaban y se coman unas a otras formando gotas ms gordas. Siempre le haba fascinado contemplar ese efecto del agua sobre el cristal. Se acord de su madre y, mientras miraba a travs de la lluvia, record cuando era un nio de seis aos. Por aquel entonces tena un camin de bomberos, de un rojo intenso, con un muequito que lo conduca y unas escaleras que se desplegaban hacindose enormes. Estaba enamorado de ese camin, por eso, cuando se le escurri cuesta abajo para ir a despearse por un terrapln lleno de rocas, l, en su afn loco por evitar el descalabro, corri tras el camin y a punto estuvo de despearse tambin. Su madre le intercept agarrndole fuertemente con los dos brazos justo en el lmite, mientras desconsolado vea cmo su juguete rodaba colina abajo hacindose aicos entre las rocas. Con lgrimas en los ojos, vio el rostro de su madre que lo contemplaba con gesto de reprimenda mientras le deca: Algunas veces, cuando algo se va a romper, simplemente hay que dejar que se rompa. Despus podrs intentar arreglarlo. De su mano baj hasta el pie del terrapln recogiendo los pedacitos del coche de bomberos, y cuando lo llevaron a casa Diego fue a su habitacin y volvi a aparecer al rato con un bote de pegamento entre sus manos que extendi hacia ella con ojos de splica. Su madre, sin embargo, negaba con la cabeza mientras le deca: Cuando algo est tan roto, no merece la pena arreglarlo, pues seguir estando roto, y, alarmado, vio cmo su madre arrojaba el camin a la basura. Despus, con una sonrisa, cogi su hucha de cermica en forma de cerdito y la estamp contra el suelo. Quien siembra recoge, hijo mo, le deca mientras recogan las monedas del suelo para, acto seguido, ir a una tienda de juguetes. S que te gustaba ese camin, pero ahora debes buscar otro, uno que tambin te guste. Elgelo bien, mira que sea resistente y aprende de tu error. No lo dejes caer, como al anterior, estate ms pendiente y cudalo. Si no eres t el que cuida de tus cosas, quin lo har? Automticamente Diego seal un camin grande y bonito, parecido al anterior, tambin de un rojo intenso y con no una, sino con dos escaleras enormes que se desplegaban, y sali de la tienda sonriente, con el camin entre los brazos, mientras su madre, entre risas, le deca : Intenta no despearlo por ningn terrapln! Le gustaba recordar ese episodio de su infancia, sobre todo en los momentos malos, aunque no fue hasta quince aos despus, ya en su madurez, cuando empez a comprender el significado de las palabras de aquel da y el gran valor del mensaje que contenan. As, recordando aquellos momentos pasados, se fue a descansar y a reponer fuerzas, dispuesto a jugar, una vez ms, con las cartas que el destino, caprichoso, le enviaba. IV Eran las nueve y media cuando Diego lleg a las puertas de Palotex, y cuando vio lo que tena ante sus ojos empez a comprender por qu se estaban empezando a hacer tan famosos. El edificio se encontraba a las afueras de Madrid, cerca de la carretera de La Corua, tomando una pequea desviacin al rato de salir por la Moncloa. Era un edificio alto y rectangular, de unos cinco pisos, todo de cristal y abierto en el centro. La entrada principal estaba en el medio, era una reja enorme del tamao suficiente para el paso de vehculos, con la cabina del conserje al lado y varias cmaras de vigilancia. Daba a la parte abierta en donde se encontraba un gran patio de csped artificial y unas cuantas fuentes, rodeado todo ello de los bloques de cristal que constituan los diferentes pisos del edificio. Pareca una urbanizacin enorme. Su to Francisco le abri la puerta corredera desde la cabina, pulsando un botn, antes de que l pudiera reparar en su presencia. - Te noto sorprendido- le dijo sonriendo, mientras le daba un abrazo. - No me lo imaginaba tan grande. La empresa llevaba diez aos abierta. Al principio no era as de grande, pero poco a poco empez a hacerse notoria hasta tal punto de tener que trasladarse a aquel inmenso edificio. Decan que en l trabajaban desde mdicos hasta abogados, que todas las ideas brillantes tenan acogida en aquel lugar donde sin duda podran llegar a fructificar. Su dueo, Alfonso Elizalde, era un antiguo Coronel de infantera, un hombre que haba abandonado el ejrcito y las guerras para dedicarse al mundo empresarial. Con sus ahorros y un dinero que haba heredado de su familia mont una empresa que se dedicaba a comprar ideas. Si alguien tena una idea pero no tena capital para llevarla a cabo, Palotex se lo daba a cambio de compartir beneficios. Muy pronto, la seriedad y la disciplina en su forma de hacer las cosas comenzaron a hacerse famosas y la calidad de las ideas y de las personas que acudan a ella fue aumentando. Ahora, slo diez aos despus, aquel edificio enorme de cristal era un trnsito continuo de ingenieros, mdicos, abogados, cientficos... tenan varios departamentos e incluso tenan laboratorios para construir cualquier clase de inventos que luego eran patentados y exportados a cualquier rincn del mundo. En poco ms de una dcada Alfonso Elizalde se haba convertido en un hombre muy poderoso, pero fue la acusacin de desfalco la que le hizo subir al podio de la fama. El Ministerio le acus de falsificar unas cuentas relacionadas con una subvencin, y empezaron a ser investigados por Hacienda y demandados por desviacin de capitales. Todo el mundo se imagin que aquello no era sino una lucha de titanes que al final acabara con la ruina de aquel hombre que haba adquirido tanto poder y notoriedad en el campo de la investigacin en un pas donde la envidia y la mediocridad se encargaban siempre de destruir cualquier atisbo de ingenio. Pero, lejos de arruinarla, la empresa sali an ms fortalecida cuando Rodrigo de Ziga, el jefe de su equipo de abogados, en una serie de intervenciones audaces y brillantes, lleg a poner en ridculo y en evidencia a todo el mundo, incluso al mismsimo juez. Aquel joven de treinta y cuatro aos, aquel abogado capaz de convertir un supuesto en un hecho cierto y verdadero, o un hecho cierto y comprobado en una duda razonable, se convirti, con su locuacidad y su inteligencia fra y calculadora, en el salvador de aquel imperio. Se haba fijado en l las veces que sali por la tele, ya que el juicio fue muy sonado. Pareca un hombre discreto y nunca contestaba a las preguntas de los periodistas, se escabulla y mandaba a alguien de su equipo de abogados para que respondiera. Cualquier otro hombre se habra hinchado como un sapo ante tanta cmara y tanto micrfono, pero Rodrigo de Ziga pareca siempre ms bien molesto con la idea de salir en pantalla y siempre intentaba evitarlo. Su rostro era la la viva imagen de la serenidad ante las caras airadas y rabiosas de todos aquellos que se haban puesto frente a sus intereses. Desde el primer da en que le vio le llam la atencin aquel hombre, pues no pareca como el comn de las personas, y no dejaba de hacerle gracia el hecho de que si acababa trabajando en Palotex llegara a verle de cerca y quizs a tratar con l. - La parte baja es zona de ocio- continu su to Francisco mientras comenzaban a andar en direccin a la fuente central- All hay un pequeo bar, para tomar caf y algn que otro sndwich. Como vers hay muchos bancos para poder sentarse y tener un tiempo de relax. De da entra bien la luz y por la noche encienden las farolas. Parece un campus universitario. - Por la noche hay gente? - Aqu hay gente las veinticuatro horas. Dos conserjes y un equipo de seguridad privado en turnos rotativos nos encargamos de mantener esto abierto todo el da y toda la noche. Cualquier persona de confianza que pertenezca a la empresa puede acceder a ella en todo momento, fichando a la entrada y a la salida por supuesto, ya que al director le gusta tener todo controlado. Llegaron al centro del jardn, donde la pequea fuente redonda escupa agua hacia arriba sin cesar. Diego mir a su alrededor y contempl admirado los cinco pisos que formaban aquel rectngulo de cristal. Eran compartimentos independientes a los que se acceda por pasillos acristalados que daban al jardn, comunicados mediante escaleras o ascensor. Como le haba dicho su to, pareca un pequeo campus universitario lleno de aulas que daban al patio de recreo, transitado constantemente por hombres y mujeres de todas las apariencias, desde el traje y la corbata elegante hasta el atuendo informal o las batas blancas de doctores y cientficos. - En el primer piso estn los laboratorios- continu su to- En el segundo el rea mdica, en el tercero el rea cientfica, en el cuarto los abogados y en el quinto la direccin. - Qu es lo que hacis aqu?- pregunt Diego, un tanto desconcertado. - Eso mejor que te lo cuenten ahora- le respondi sonriendo- Van a ser las diez. El director te espera en su despacho. - El director? - Si. l habla personalmente con todos los que quieran formar parte de este pequeo imperio. Tienes que subir a la quinta planta por el ascensor que est en aquel extremo. Una vez arriba, busca la puerta 506, se llama Alfonso Elizalde. - Est bien... all voy pues. - Mucha suerte, hijo- le dijo mientras le daba una palmada en el hombro, antes de marcharse a su cabina de conserje. Atraves el jardn interior hasta donde le haba dicho su to mientras se cruzaba constantemente con gente que iba de un lado para otro, bien en grupos hablando efusivamente, o bien solos ensimismados en sus pensamientos. Se notaba que era un ambiente muy activo y dinmico, razn por la cual supuso que tenan tanto xito. El ascensor era de cristal y mientras suba se poda ver cmo las personas del patio se iban convirtiendo en pequeos puntitos blancos y negros. Comenz a marearse un poco y decidi mirar hacia otro lado. Con los nervios haba olvidado que tena un poco de vrtigo. Al salir del ascensor se peg todo lo que pudo a la pared interior, para avanzar lo ms lejos posible de la cristalera que daba al patio. La primera puerta que vio era la 501, as que sigui avanzando por el pasillo, que estaba desierto, hasta llegar a la 506. En la puerta vio una placa donde pona Director General. Llam con los nudillos y escuch una voz femenina contestar adelante al otro lado de la puerta. Al abrir entr en una antesala con varias sillas y una mesa, detrs de la cual se encontraba sentada una secretaria de mediana edad que le reciba con una sonrisa. - El seor Mrquez. Verdad? - Si seora. Me esperan a las diez. - Lo s. Sintese un momentito en la silla y enseguida le llamo. El seor Elizalde est reunido en su despacho, pero terminar enseguida para recibirle a la hora acordada. Diego se sent en la silla y contempl la salita de espera, enmoquetada, sencilla y elegante, con premios y diplomas colgados en la pared y una puerta de cristal opaco al lado de la secretaria que comunicaba, o eso supona l, con el despacho del director. Haba un reloj digital encima de la pared que marcaban las nueve horas y cincuenta y siete minutos, y pasados tres minutos exactos, justo cuando el reloj marcaba las diez en punto, la puerta se abri y un seor trajeado sali de all a toda prisa despus de despedirse amablemente de la secretaria. Ella se levant y se dirigi hacia la puerta del Director. - El seor Mrquez ya ha llegado- dijo asomando levemente la cabeza hacia dentro.- Estupendo. Que pase- se oy decir con voz grave al hombre que estaba en el despacho. Diego se levant mientras miraba la cara sonriente de la secretaria, que le indicaba con una mano la puerta medio abierta. Antes de entrar se estir un poco la chaqueta y se ajust la corbata. Se encontraba un poco nervioso, pues el lugar en general le produca mucho respeto, as que entr en el despacho intentando aparentar la mxima seguridad. Dentro le esperaba un hombre bajito y corpulento, de bigote frondoso plateado y mirada penetrante. Deba de rondar los sesenta aos, y, en contra de lo que se esperaba Diego, no llevaba el pelo al estilo militar, sino que lo llevaba ligeramente largo. Estaba de pie en mitad del despacho, en seal de bienvenida y, al contrario que Diego, no iba trajeado sino que vesta unos pantalones chinos de color beige clarito y una camisa azul claro lisa con las mangas remangadas dos vueltas. Llevaba un Rolex y varias pulseras de cuero y en cuanto vio a Diego le extendi la mano sin perderle la cara. - Bienvenido seor Mrquez- su voz era grave y ronca, y su semblante permaneca firme y serio mientras estrujaba con fuerza la mano de Diego. - Mucho gusto, seor- contesto mientras haca fuerza con su mano intentando corresponder a la intensidad del apretn. Cuando esto sucedi, Alfonso Elizalde sonri por vez primera. - Un apretn firme, me gusta. Tome asiento seor Mrquez, pngase cmodo. El despacho era bastante grande, tena en el centro una mesa rectangular con cuatro asientos en cada lado y uno en cada extremo, varias estanteras con libros y, en la esquina, un escritorio con un silln frente al cual haba dos sillas. En un lateral del despacho se encontraba la cristalera que daba a la calle con unos estores abiertos, as que el despacho era muy luminoso. Alfonso Elizalde le sealaba una de las sillas que estaban frente al escritorio, y hasta all fueron en silencio para sentarse frente a frente. El silln era bastante ms alto que la silla, lo que le haca a Diego ms pequeito pese a ser el bastante ms alto. Caramba, esto es de manual, pens justo antes de que el director de Palotex comenzase a hablar.- Encantado de conocerle, seor Mrquez. Imagino que su to ya se lo habr dicho, me llamo Alfonso Elizalde y soy el director de Palotex, la empresa para la cual espero que acabe trabajando. - Mucho gusto, seor Elizalde. Efectivamente, mi to ya me haba hablado de usted, solo me faltaba ponerle cara. - Muy bien. Y dgame, le ha hablado ya de en qu consiste nuestra empresa? - La verdad es que no. Ha sido todo muy rpido. - Bien, es muy sencillo. Somos una empresa que investiga y desarrolla ideas nuevas para convertirlas en patentes y explotarlas. A veces las ideas son fruto de nuestro personal y otras veces nos vienen de fuera, de gente que no tiene medios para llevarlas a cabo y nos las venden a cambio de un porcentaje de beneficio. De este edificio han salido cosas muy buenas, seor Mrquez, cosas que se han exportado a todo el mundo, desde pequeos inventos que han revolucionado los hogares de la clase alta del mundo civilizado hasta productos que han contribuido al desarrollo de los pases pobres. Hasta hace poco tan solo ramos conocidos en el mundo cientfico y poltico, pero ahora, como usted sabr, somos famosos a todos los niveles Se notaba que Alfonso Elizalde haba sido militar porque cuando hablaba lo haca mirando mucho a los ojos, y en este caso lo haca de una forma fija y penetrante, como si estuviese en un interrogatorio. De vez en cuando bajaba la vista disimuladamente, para observar los gestos y la posicin de Diego. Le estaba estudiando a fondo.- Supongo que la fama tampoco es algo malo- dijo Diego, intentando romper aquel pequeo silencio que de repente se haba creado. - Se equivoca. A nosotros nos iba bien siendo discretos, pues solo nos conocan las personas que nos tenan que conocer. Ahora cualquier paleto con ideas de bombero quiere ponerse en contacto con nosotros para que le demos una oportunidad. En fin, que le vamos a hacer y, sabe usted el motivo de nuestra reciente e inesperada fama? - Todo el mundo lo sabe. Ha sido el caso ms meditico de los ltimos aos. - Y qu opina usted de ello? Diego se qued unos segundos pensando. Esta pareca la tpica pregunta fcil de cuya respuesta te arrepientes dos das despus. - Que son inocentes respondi seguro- Es lo que dijo el juez De pronto el seor Elizalde echo la cabeza hacia atrs y comenz a rer con fuerza. Diego le observo mientras se preguntaba para sus adentros a donde querra llegar con esas preguntas. - De verdad cree que somos inocentes solo porque lo ha dicho un juez?- continu, una vez repuesto de la carcajada- A menudo lo que dice un juez contradice la realidad ms elemental. A donde yo quiero ir es a si sabe usted o no los verdaderos motivos de nuestro enfrentamiento con la justicia, porque me veo en la obligacin de decrselo, ya que usted debe saberlo antes de valorar si quiere trabajar con nosotros o no. Diego se le quedo mirando con semblante serio y de pronto comenz a pensar si no iba a decirle que aquel edificio era en realidad una sede de un grupo terrorista, o algo parecido. - Tranquilo, no se asuste. No somos terroristas- sigui Alfonso Elizalde con una sonrisa, adivinndole sus pensamientos- Es solo que despus de las cosas que se han vertido sobre nosotros tiene usted que saber que todas son puras patraas. Yo no creo en las ideologas, seor Mrquez, he sido militar muchos aos, quizs demasiados, los suficientes para ver que un hombre puede movilizar a cientos en nombre de una ideologa, o de una religin. He visto hacer barbaridades tremendas en nombre de muchas cosas, hasta llegar al convencimiento de que las ideologas son voces locas inventadas por el hombre para excitar a los odos necios. Aqu, en Palotex, no existen las ideologas, tan solo existen las ideas, las ideas buenas nuestras mentes son libres y por eso hemos llegado hasta aqu en solo diez aos. De repente nos hemos vuelto poderosos en el campo de la investigacin y el desarrollo, y eso a mucha gente no le gusta. Ya sabe, el poder se tiene o no se tiene, pero nunca se comparte. Por eso nos acusaron con semejantes patraas, para intentar quitarnos el poder que no quieren compartir. - A m no me importa lo que digan. Mi to trabaja aqu, con lo que l me cuente y con lo que yo vea para mi es suficiente. Adems, a m tampoco me gustan las ideologas. - Estupendo. Entonces, si acepta el puesto, seguro que encajara perfectamente. - Y, de qu se tratara? - Un astrofsico est trabajando en un proyecto muy importante. Usted seria su ayudante, prcticamente su secretario. Es una mente brillante y podr aprender mucho de l. En cuanto al sueldo, cobrara usted el doble que en su anterior trabajo, se lo aseguro. Y si, en el futuro, demuestra usted tener talento, subir como la espuma. Diego le miro, sorprendido y desconcertado a la vez. Cmo poda ser que su suerte cambiara tan drsticamente de un da para otro? Tan importante era Palotex que una mente tan brillante como la de un astrofsico militaba en sus filas? - Por qu yo? le pregunto, aun sin salir de su sorpresa- No es por ser desconfiado, pero hasta hace poco no nos conocamos, as que Por qu yo para este puesto? - La verdad? Si le dijera que es porque tiene estudios universitarios le estara mintiendo, ya que hoy en da cualquiera puede sacarse una carrera. Si fuera slo por eso habra puesto un anuncio y habra hecho muchas entrevistas. No es slo por eso. A m me gusta la gente de confianza, en ese sentido soy muy hermtico, y por ms que mi empresa se expanda no quiero perder ese hermetismo que por otro lado es el que me ha llevado a lo ms alto. Aqu todo el mundo conoce a alguien. Todo el personal fijo de Palotex ha entrado a travs de alguien, y a m me gusta conocerles a todos. Su to es unos de los conserjes y lleva conmigo el suficiente tiempo como para saber que es de fiar. Si l me dice que usted es un hombre discreto y trabajador eso es algo que yo valoro, pues en el mismo momento en que l me lo dice usted deja de ser un desconocido para m. No se extrae si no le he preguntado nada acerca de usted, eso es porque ya se bastantes cosas. Usted tiene ms talento del que se cree, simplemente ha estado desaprovechado. Su to me ha puesto al da y solo me quedaba conocerle en persona y lo que veo me gusta, por lo menos de momento. Diego pego un pequeo respingo al or esto ltimo y permaneci un rato callado hasta que despus volvi a hablar, en un tono un tanto desconfiado. - Y qu cosas sabe usted de m? Alfonso Elizalde esbozo una sonrisa amistosa, intentando quitar tensin a las palabras de Diego. - No se alarme, seor Mrquez. No se piense que lo hemos investigado ni nada por el estilo. Vea esto como una empresa familiar, usted ha entrado recomendado por su to y l ha hablado de usted, bastante bien por cierto, porque de lo contrario no estaramos aqu conversando. Su hijo tambin trabaja con nosotros de vez en cuando, sobre todo ayudando a su padre porque la verdad, el chico no tiene muchas luces y no da para ms. En cuanto a lo que s de usted no se preocupe, no me gusta meterme en la vida de los dems. Solo s que es usted un hombre formal con una historia triste, y que en estos momentos est en busca de empleo. No lo voy a presionar para que acepte esto, pero creo que no debera usted pensrselo mucho. El antiguo militar haba hablado tranquilo, con seguridad, empleando el mismo tono de voz que emplea un padre cuando aconseja a un hijo. Daba por hecho que Diego aceptara la oferta, como si no hacerlo fuese un error imperdonable. Mientras pensaba a toda velocidad, poso su vista sobre el escritorio. Haba un mstil pequeito con una bandera de Espaa, cuadernos de notas y dos fotos enmarcadas, cada una con una pareja con nios pequeos. Todo estaba muy ordenado, casi perfecto, y por las fotos se poda deducir que aquel hombre era abuelo y que era un hombre familiar. Por su mente empezaron a pasar miedos, incertidumbres e inseguridades ante todo lo nuevo que le ofreca aquel hombre, pero las aparto rpido de su cabeza antes de contestar. - Acepto. Acepto el trabajo. Alfonso Elizalde sonri desde su silln, se inclin un poco hacia delante y le extendi la mano. - Buena repuesta, seor Mrquez- le dijo mientras le daba un fuerte apretn- Imagino que podr usted empezar en cualquier momento. - No tengo problema. - Qu le parece maana? - Perfecto. - Muy bien. En la cuarta planta le prepararan el contrato. Vaya a la puerta 402, donde pone Recursos Humanos, ah le explicaran todo, le daremos de alta y a funcionar.Caminaron juntos hasta la puerta del despacho y, al llegar hasta all, el director de Palotex le abri cortsmente mientras le pona una mano sobre el hombro. - Una cosa ms, seor Mrquez. En todos nuestros contratos hay una clusula de confidencialidad. Se compromete usted a no hablar de nada de lo que se hace dentro de este edificio. Supongo que no tendr ningn inconveniente Diego no se sorprendi, pero no pudo evitar sentir curiosidad acerca de las cosas que fabricaban en sus laboratorios y el por qu de tanto secretismo - Por supuesto que no me importa- respondi con calma- Soy hombre de pocas palabras, puede usted estar tranquilo. Alfonso Elizalde asinti con sobriedad y le despidi en la puerta de su despacho. Diego sali de all, despus de despedirse de la secretaria, en direccin a la cuarta planta, donde le esperaba la firma del contrato. Por el final del pasillo, antes de llegar al ascensor, vio venir a un hombre que le resultaba vagamente familiar. Caminaba despacio, lento pero seguro, de una forma muy elegante. Era alto, ms o menos como el, y conforme se iban acercando se fij ms en l. Era rubio, con el pelo engominado hacia atrs y una perilla frondosa. Iba muy bien vestido, con un traje de tres piezas oscuro que pareca de seda, con raya diplomtica. El chaleco, de vino burdeos oscuro, combinaba con la camisa de seda azul oscuro lisa y de botones blancos. La corbata azul la llevaba con un nudo americano perfecto y asomaba del bolsillo de la chaqueta un pauelo azul oscuro. Calzaba unos zapatos Martinelli de piel negros, de hebilla plateada, que emitan un toc, toc grave y elegante mientras caminaba sobre el suelo enmoquetado. Cuando se cruzaron vio sus ojos, de un azul intenso, observarle de arriba abajo mientras, con un tono muy cordial y con voz grave, le saludaba con un buenos das a la vez que se apartaba ligeramente para que pudiera pasar, ya que un mueble decorativo se encontraba justo en ese punto haciendo ms estrecho el pasillo. Buenos das, le respondi Diego. Era Rodrigo de Ziga el hombre que cortsmente se echaba a un lado para que pudiera pasar, el hombre que haba salvado aquella empresa de la ruina total, y vindolo al natural le transmita las mismas sensaciones que cuando lo vio en la televisin. Un hombre discreto y educado, con una elegancia extrema pero sencilla en su forma de andar y de vestir. Ech la vista atrs mientras segua su camino hacia el ascensor, pues no poda evitar sentir cierta curiosidad por ese hombre. Tena gracia, las cosas de la vida, hace unos meses oa hablar de la empresa en la televisin y ahora se encontraba ah dentro, vindoles las caras y tratando con ellos. Lleg al ascensor, se meti dentro, y le dio al botn de la cuarta planta mientras vea como Rodrigo de Ziga entraba en el despacho del director. V - Rodrigo. Mi querido Rodrigo. He de pedirte algo otra vez. Al director de Palotex le gustaba tratar a la gente cercana con mucha familiaridad, pero con Rodrigo de Ziga se notaba que tena una simpata especial. Unos pensaban que era porque le vea como a un hijo propio, y otros, los peor pensados, afirmaban con seguridad que en realidad Alfonso Elizalde besaba el suelo por donde pisaba su abogado preferido, su hombre de confianza, el hombre que le sacaba de todos los apuros. Su padre y l haban servido juntos en el ejrcito, mucho tiempo atrs, y quizs esa fuese la causa de tanta predileccin. En cualquier caso, visto desde fuera parecan padre e hijo, y se notaba que Rodrigo de Ziga era alguien de peso fuerte en Palotex, una especie de vaca sagrada, alguien con quien necesariamente haba que llevarse bien si queras complacer al director. Rodrigo de Ziga se sent al tiempo que se desabrochaba un botn de la chaqueta y cruzaba una pierna sobre otra. Alfonso Elizalde le observaba desde el otro lado del escritorio, con aprobacin paternal. - Siempre tan elegante. Me recuerdas a tu padre. - Usted dir, seor Elizalde, ya sabe que puede contar conmigo para lo que quiera. De repente, el antiguo Coronel se levant y, lentamente, comenz a andar hacia la cristalera que daba a la calle, bajo la atenta mirada de su interlocutor. Permaneci de pie un rato, mirando a travs del cristal, hasta que de pronto se volvi hacia la silla. - Rodrigo. S que estos meses has estado muy ocupado y te agradezco las cosas que has hecho por esta empresa y por m. Imagino que estars cansado y lo comprendo, pero me temo que se avecinan tiempos complicados y necesito que ests a mi lado. - Le repito que puede contar conmigo, por muy cansado que este. Alfonso Elizalde sonri paternalmente mientras se acercaba para acercarse a la silla, junto a l. - He recibido un mensaje. Alguien sabe que le pas a Ernesto Trebio. Los ojos azules de Rodrigo de Ziga comenzaron a brillar intensamente, de la sorpresa, pero su gesto, serio y contenido, permaneci igual mientras segua escuchando al director de Palotex. - Esta tarde, a las ocho, uno de los abogados de tu equipo, el que t consideres, se entrevistar en una cafetera con un hombre que dice tener informacin. No quiero que te vean, ya tienes demasiada fama en estos momentos, slo cubre a tu chico. Te dar la direccin del local; analzalo, analiza el entorno, si ves que no es seguro, marchaos. Aunque no creo que tengis problemas, es un lugar muy concurrido. Dile a tu chico que negocie un buen precio por la informacin. Rodrigo de Ziga neg lentamente con la cabeza mientras pensaba. - Seor Elizalde- dijo al cabo de un rato- debera haberme avisado antes. Esto es muy precipitado, puede ser cualquier cosa... - Lo s, lo s, Rodrigo... por eso quiero que estis all, sin que os vean, mucho tiempo antes. Si el sitio no te parece seguro, mrchate, pero... De repente, Alfonso Elizalde baj la mirada y se qued mudo, como ensimismado en sus pensamientos. El joven abogado le observaba con gesto de preocupacin mientras pensaba en los posibles riesgos de tan precipitada cita. - Pero?- pregunto Rodrigo de Ziga al cabo de un rato. - Tenemos que saber que fue de Ernesto Trebio- le respondi mientras volva a observarle con esa mirada penetrante tan caracterstica suya- Tenemos que saber si est vivo o muerto, si est bajo tierra o sobre ella, si esta en Espaa, en Cancn, en Alemania o en donde sea. Tenemos que saber dnde est lo que descubri, y tenemos que saberlo ya. Y si para eso hay que poner el mundo patas arriba... lo pondremos. - Hay que ser prudentes... - S. Por eso t estars all esta tarde. Tu prudencia compensara mi ansia por saber. Rodrigo de Ziga segua negando lentamente con la cabeza. Ira, por supuesto, de eso no caba ninguna duda, pues ni siquiera l era capaz de desobedecer una orden del director de Palotex, pero no obstante, por su condicin de hijo predilecto, poda mostrarle sinceramente su desacuerdo. - Cmo est tu mujer, Rodrigo?- le pregunt en tono suave, cambiando de tema, dando por hecho que su orden sera cumplida a rajatabla. - De ocho meses- contest, mientras su rostro se suavizaba un tanto- de ocho meses seor Elizalde. Ser un nio. El director de Palotex apoy su mano sobre el hombro del joven abogado. Mientras se miraban, se estableci entre ellos un pequeo silencio, cmodo, cmplice, como si cada uno pudiera leer en la mente del otro. - Teresa es una buena mujer- dijo Alfonso Elizalde a la vez que retiraba la mano de su hombro- Me alegro, Rodrigo, me alegro por ti. Celebrar con alegra el da de su nacimiento. Rodrigo de Ziga se levant lentamente, con su elegancia caracterstica y, con la mirada fija en su interlocutor, que tambin se levantaba, se abroch de nuevo el botn de la chaqueta. Como siempre que le tocaban algn tema personal, su rostro no tardaba en volver a su apariencia original, de inteligencia fra y calculadora. Aquellos que pudieran percibir algn guio de emocin no tardaban en encontrarse, de nuevo, con su mirada penetrante y observadora. Muchas gracias seor Elizalde, fue la lacnica frase de despedida que emple para, sin ms dilacin, salir por la puerta con un nico pensamiento: encontrarse con ese hombre. Poda ver la cafetera desde el interior del BMW M5 azul oscuro. Haba aparcado en la esquina, un tanto alejado, y, tras comprobar discreta y minuciosamente todo el entorno, haba decidido seguir adelante dada la urgencia de la situacin y la aparente seguridad del lugar. No obstante, llevaba a punto un arma de fuego, por si las cosas se complicaban, aunque eso lo dejaba como ltimo recurso. Prefera emplear el punzn, algo muy silencioso, un arma discreta y tremendamente letal. Pero aquella tarde todo apuntaba a que no habra ningn tipo de sobresalto. El lugar estaba muy concurrido y ya tena localizado los posibles puntos de huida, slo quedaba que el abogado de su equipo entrara para esperar a que llegara el sujeto. Haba decidido que fuesen por separado, y en el momento de entrar le hara una leve seal desde el coche, para que supiera que la zona era segura. De no producirse esa seal, su hombre pasara de largo como si tal cosa, y fin de la historia. Se supone que el sujeto ira con un pantaln deportivo azul oscuro y un jersey rojo, pues esas eran las referencias que le haba dado Alfonso Elizalde para reconocerle. l no saba con quin se iba a encontrar, pues el antiguo soldado, astuto como un zorro, se haba negado en rotundo a facilitar ningn tipo de pista del hombre o los hombres que pudieran acudir a esa cafetera. Lo haba puesto como condicin indispensable, y el sujeto accedi, dada la importante suma que poda adquirir por soltar la lengua.Comenz a chispear cuando, a lo lejos, observ caminando en direccin a la cafetera la silueta grande y corpulenta de un hombre vestido con las caractersticas indicadas. Le vio entrar, pareca desconfiado, miraba de un lado para otro y no estaba muy seguro. Todos los chivatos y traidores actan igual, pens mientras esperaba ver llegar a su hombre. Alberto Soto apareci a los cinco minutos, un poco ms tarde de la hora acordada, y, desde el coche, se toc levemente la cabeza, como si se peinara con la mano. El vio la seal perfectamente y entr directo. Le haba elegido para el encuentro porque era un hombre templado y fro, como l. Alguien que saba medir muy bien las consecuencias de sus actos y que nunca echara nada a perder por un simple arrebato. Rodrigo de Ziga se dispuso a esperar dentro del coche, en estado de alerta, mientas su compaero permaneca dentro de la cafetera. Todo sali bien. Alberto Soto no emple ms de quince minutos para conversar con el sujeto y marcharse por donde haba venido. Rodrigo de Ziga vio marchar a su compaero y esper a que saliera el hombre para seguirlo sin que l se enterara. Con su mvil le haba hecho varias fotos y haba apuntado la direccin de todos los sitios que haba visitado desde las ocho y veinte que sali de la cafetera hasta las tres de la madrugada que entr en un inmueble que supona sera su casa. El sujeto haba realizado una tourne de bares con prostbulo al final. Aficionado, pensaba con asco mientras conduca el coche por la carretera en direccin a su hogar. Nunca le haba gustado ese tipo de gentes, personas sin reglas y sin ms cdigos que los que marcan los instintos ms bsicos. La lluvia comenz a caer ferozmente sobre el coche cuando an le quedaba la mitad del trayecto por recorrer. A l le gustaba ese tiempo, le gustaban los das grises y lluviosos, quizs porque saba apreciar el romanticismo triste y melanclico que tenan las gotas de lluvia al rebotar sobre el suelo, formando charcos, bajo un cielo gris plateado, o quizs porque ese clima y ese tiempo entraban en perfecta sintona con su espritu, grande y emprendedor pero, tambin a la vez, fro, austero y reflexivo. Aquellos que conocan su fachada, aquellos que trataban con l a diario, aquellos que no eran capaces de ver ms all de su historia escrita, de su curriculum, todos ellos coincidan en hacerse interiormente las mismas preguntas: por qu un hombre como Rodrigo de Ziga, que antao lleg a tener bajo su mando a decenas de hombres, en el ejrcito, que antao lleg a preocuparse por las vidas de todos ellos y de tanta gente ms, ahora solo le importaba la vida de una? Por qu Rodrigo de Ziga viva nica y exclusivamente por esa persona, por la mujer de la cul esperaba un hijo, despreciando con su altanera inteligencia a cualquiera que no tuviese nada que ver con ella? Cmo el joven y carismtico oficial, de encendidas y apasionadas arengas, se convirti en el hombre fro y calculador que era ahora? En qu momento perdi la virginidad? Quizs ni el mismo poda saberlo, quizs no fue por algo en concreto, quizs no fue un momento puntual, quizs se tratara de la lgica evolucin natural de un hombre encallecido por la dureza de una vida que, aunque golpee a todos, a veces parece golpear a unos ms que a otros. Mientras conduca sumido en sus pensamientos le pareci or la voz de su padre, mantn las distancias, hijo, y confa slo en quien lo merezca. En su da no comprendi bien aquellas palabras que, paradjicamente, no slo lleg a entender sino que ahora las aplicaba al pie de la letra. No poda recordar nada de su madre, pues no la lleg a conocer, pero su padre, el Alfrez Alejandro de Ziga, se encarg muy bien de llenar su cabeza con historias y recuerdos de ella. Tu madre y yo tuvimos momentos buenos y malos Rodrigo, pero era una gran mujer, y siempre debes recordar eso. Sandra Martnez de Covadonga haba muerto dando a luz a su nico hijo, Rodrigo, en el ao 1974. Su padre tena por aquel entonces veintinueve aos y era un duro Alfrez de infantera. Nadie saba dnde se encontraba cuando Sandra muri, pues muchas veces no poda decir a dnde le mandaban, pero no tard ni medio da en presentarse en el hospital cuando se enter del suceso. Su rostro, sin afeitar, y sus ojos irritados por la falta de sueo denotaban que, viniese de donde viniese, haba tardado menos en llegar de lo que habra tardado un hombre normal. Tena fama de duro e insensible, pero aquel da los mdicos que le vieron juraron percibir el brillo de una pequea lgrima en uno de sus ojos mientras se agachaba para besar los fros labios de su mujer. Dicen que la mirada de Alejandro de Ziga estuvo totalmente ausente durante los cinco minutos largos que pas acariciando con su dedo ndice las manos y el rostro de aquella mujer que tanto quiso. Ningn mdico se atrevi a interrumpirle, pues todos conocan su agrio carcter, as que esperaron pacientemente sin decir nada hasta que, recobrada la compostura, se volvi con seguridad y aplomo hacia ellos para preguntar: dnde est mi hijo? Todos pensaron que Alejandro dejara la milicia para poder cuidar mejor de su nico hijo, pero no fue as. Sigui combatiendo en primera lnea en todos los conflictos habidos y por haber, apoyndose en su madre para cuidar de su hijo Rodrigo. Yo no s hacer otra cosa. Si tuviera que ganarme la vida de panadero nos moriramos de hambre, le deca una y otra vez, cuando podan verse. Alejandro de Ziga lo hizo bien, pues su hijo pudo crecer con educacin y valores, pero sobre todo lo hizo bien porque, por encima de la cultura que quiso darle, se esmer mucho en hacerle comprender la clase de mundo que se encontrara cuando fuera adulto. Mantn las distancias, hijo, mantn las distancias, y no dudes en pasar por encima de quien haga falta. Guarda tu conciencia slo para tu familia, para la gente que quieres. La ltima vez que vio con vida a su padre, Rodrigo tena diecisis aos. Era el verano de 1990 cuando Alejandro de Ziga le dio a su hijo una cadena de oro con una cruz en forma de T torcida: es la cruz del peregrino. Le falta la parte de arriba y toda ella est como torcida. Est hecha as a propsito, simboliza el desgaste por el camino. Perteneci a tu madre y yo la he llevado desde el da de su muerte hasta hoy. Ahora quiero que la lleves t. Rodrigo no pudo evitar preguntarle por qu, por qu se la daba a l, mientras en el fondo de su corazn intua un mal presagio. Espero que te ayude cuando te encuentres en una encrucijada, de la misma manera que me ha ayudado a m. Alejandro de Ziga parti esa tarde a un destino secreto, como muchos anteriores, un destino del que no pudo informar a nadie, y su cadver volvi a Espaa un mes despus en una caja de madera artesanal. El ejrcito tard en decirles que vena de Colombia, pero no quiso decir nada ms. No hubo medallas, ni funeral militar, ni salvas de honor, pues Alejandro de Ziga, en teora, no estaba all representando a Espaa. Muri a los cuarenta y cinco aos de edad, no habiendo ascendido nunca, pese a su vala, del empleo de Alfrez. Rodrigo qued con su abuela pero, dos aos despus, cuando ella falleci a causa de la vejez, comenz a sentirse ms slo que nunca, pues ya no le quedaba familia conocida. Todo su mundo pareci venrsele encima y todo cuanto conoca, de repente