El humanismo proletario de Chío Zubillaga

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Título: El humanismo proletario de Chío ZubillagaAutor: Alí LamedaCasa Editora: Fundación Casa Nacional de las Letras Andrés BelloGénero: EnsayoDepósito Legal: lf60520098003422ISBN: 978-980-214-233-0Págs.: 45Tiraje:Social avant la lettre, vale decir, espíritu avizor de los cambios profundos que conocen hoy los pueblos de nuestro Continente, el caroreño Cecilio Zubillaga Perera (a quien la eternidad conoce mejor como Chío Zubillaga) sostuvo, desde su árido y asoleado burgo larense, ardua e indesmayable lucha contra el latifundio y la desigualdad social en las páginas de los periódicos regionales que sobrevivieron durante los brumosos albores democráticos que despertaron a la muerte del Minotauro de la Mulera (entre refriegas de ambiciones banderizas y pillería de caserna) teniendo por arma heridora su viril y muy castiza escritura de acusador público. Al tiempo que ejercía esa porfía verbal, esa ética del intelectual refractario y reclamaba el regreso del campesino a las que el terrófago le arrebatara, convocaba en torno suyo a los jóvenes sensibles de Carora y de sus aledaños para enrumbarlos por el camino de los sueños revolucionarios de esos años (como la Revolución de Octubre y la República Española) y para señalarle su destino de futuros creadores de las ciencias, las letras y la artes.Uno de aquellos jóvenes asiduos de sus tertulias y de sus lecciones de humanismo militante, uno de sus discípulos de punta, fue Alí Lameda, el poeta erudito y su coterráneo de visión ecuménica. Las páginas que siguen –escritas hace ya luengos años– cobran hoy especial actualidad e importancia porque significa la incorporación de un gran venezolano casi olvidado al debate ideológico de los pueblos que atienden al ideario bolivariano y la convocatoria a relanzar masivamente su obra periodística y ensayística en Venezuela y en toda América. “Su voz era su sangre y la savia tumultuosa de un alma excepcional”, es palabra de Gustavo Pereira en el liminar de esta edición que la Casa Nacional de las Letras Andrés Bello ofrece a los lectores del país de estos días, de mañana y de siempre.Luis Alberto Crespohttp://casabello.gob.ve/portfolio/el-humanismo-proletario-de-chio-zubillaga/

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  • EL HUMANISMO PROLETARIOde Cho Zubillaga

    Al Lameda

  • FundacinCasa Nacional de las Letras Andrs BelloMercedes a Luneta - Parroquia AltagraciaApto. 134. Caracas. 1010. VenezuelaTelfs: 0212-562.73.00 / 564.58.30

    El humanismo proletario de Cho ZubillaAl Lameda2da edicin Fundacin Casa Nacional de las Letras Andrs BelloCaracas - Venezuela 2009

    Diagramacinnghela Mendoza

    Diseo de portadanghela Mendoza

    Correccin de textosXimena HurtadoGiovanina Valero

    Prlogo Gustavo Pereira

    Contratapa Luis Alberto Crespo

    Dep. Legal: lf60520098003422ISBN: 978-980-214-233-0

  • EL HUMANISMO PROLETARIOde Cho Zubillaga

  • En la vieja casa de Cecilio Zubillaga Perera, en donde al amparo del amigo y maestro sola acogerse tambin, en medio de las caniculares tardes caroreas, el adusto y casi perenne peregrinaje de Antonio Crespo Melndez, an ronda sin sosiego, esta vez acompaado del fervor que otrora all se convocaba, el fantasma redentor que a su habitante ms ilustre acompa en sueos y en lecciones y en luchas y en escritura necesaria contra los gigantescos ritos de la injusticia, la estupidez y la indignidad.

    Poco falt tal vez haber vivido medio siglo atrs- para que Don Cho, acusado de impo o hereje o subver-sivo o comunista o todo ello junto, fuera condenado -por quienes desde los aleros de su clase social l denominara godarria- a dar cuenta en pira inquisitorial, ms que de su carne y de sus huesos, de sus ideas.

    El esperado renacer de Don Cho

    Prlogo

  • Como ello no pudo ser posible -porque si inquebranta-ble fue el hombre tanto ms lo eran sus ideales- intentaron doblegarlo con mtodo menos cruento pero supuestamen-te ms eficaz: invisibilizarlo. Tampoco en esto acertaron. Paso a paso espritus como el suyo, compaeros y disc-pulos, entre los cuales despuntaban las por entonces im-berbes ilusiones de un Alirio Daz o un Al Lameda, todos cobijados bajo su generosa sabidura, emprendieron con l y despus de l, entre otras muchas, la gran aventura del pensamiento humanista y revolucionario.

    En los fragores del pas envilecido, puesta a prueba su conciencia sensible en medio de la inconformidad y la rebelin, hubo de convertirse en incansable animador cultural, historiador, periodista e indomable polemista en cuanto semanario, diario u otra publicacin lo permitie-ra, entre stos los fundados por la audacia creadora y la empecinada voluntad de Jos Herrera Oropeza (Ensayos, Labor y El Diario de Carora).

    Tal fue en suma su vida. No dej bienes de fortuna aunque perteneci a fami-

    lia pudiente- ni ms posesin que los pocos libros que no legara, como sola, a otros. La casa que lo alberg es aho-ra un activo centro de cultura poblado de nios y jvenes y adultos que en procura de saberes y armonas andan, desandan y contemplan con callada admiracin el austero cuarto del viejo maestro. All las palabras transcritas en las paredes con su nerviosa caligrafa como para hacerlas ms vivas, los pocos muebles gastados por el uso y las imgenes de Jesucristo, de Zamora y de Lenin irradian an en sus humildes presencias como otrora lo hacan, cuando la mano que all los exalt trazaba los claros rum-bos de la dignidad.

    Gustavo Pereira

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    Si espiritualmente furamos a describir a Cho Zu-billaga en una frase, diramos con toda sencillez que se trataba de un hombre humano. Sin duda que l era algo ms que eso. Era a la vez un hombre de profundo genio popular, dominado por una suprema pasin: la de ser til a los dems. Posea a la vez una esplndida sensibilidad artstica que l mismo, intilmente trat de destruir, para acoplarse con ms fuerza a su misin de combatiente re-volucionario. Fuera de ello posea una extraordinaria m-mica, de asombrosa ductilidad, que daba a su discurso un encanto fascinador. Esta mmica vena acompaada siem-pre de una serie de gestos intuitivos, de gran expresin dramtica, en los cuales las manos, los ojos y los pmulos se movan de un modo u otro a cada palabra solemne o trivial, terminando en una breve y contundente imagen que l trataba de plasmar a los ojos del oyente dando a su voz un nfasis especial al mismo tiempo que su cuerpo todo tomaba una posicin que de hecho transformaba por completo su gruesa figura.

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    No se ha destacado lo suficiente esta maravillosa cua-lidad de Cho Zubillaga, pese a que su vida apenas est separada de nuestro mundo material por un brevsimo lapso y centenares de personas que por uno u otro moti-vo se acercaron a l, objetivamente pueden dar fe de su extraa y admirable personalidad. No lo hemos perdido del todo en el recuerdo y fcilmente podemos evocarlo con su vieja blusa tolstoiana, su gran cabeza achatada, sus manos burdas, de labriego, sus anchos zapatos de cuero rstico. Y su voz, este precioso instrumento de expresin espiritual constitua en l un elemento humano de gran-dioso atractivo. Hablaba del modo ms natural del mundo y a la vez del modo menos natural, puesto que su voz era su sangre y su sangre la savia tumultuosa de un alma excepcional, con un ardor de lava volcnica, inflamada por un fuego terrenal que a veces cuando su presencia nos tocaba con su soplo poderoso se confunda con una fuerza misma de la naturaleza.

    En cierto modo Cho Zubillaga era eso: una fuerza di-nmica de las cosas de esta tierra amarga y bella, por la cual, generoso y brillante, l pase su incomparable bon-dad humana. Su persona misma tena mucho del suelo s-pero y pareca plasmada a violentos martillazos. Pese a ello qu tejido tan admirablemente fino el de su espritu; qu variada gama nos pareca su mundo anmico. No slo porque se trataba en el fondo de un artista, sino porque era capaz en todo momento de ver las cosas por su aspecto ms humano y til. De ello hablaremos brevemente, en este fugaz viaje a lo que hemos llamado su humanismo proletario, lo cual es una forma ideal y real de referirnos a su corazn y a la bondad de su gran espritu.

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    Pero antes nos detendremos un poco en el medio en que naci y creci, para dar una idea ms o menos exacta de la trascendencia de su obra. Naci y creci en un mun-do oscuro, de pesadas supervivencias feudales. Un mundo pequeo por sus dimensiones pero inmensamente compri-mido en una estructura que a nuestros ojos poda resultar un contrasentido, algo marginado de las amplias lneas del progreso humano que ya nos hemos acostumbrado a ver y sentir, en esta poca de intensa renovacin de las grandes ciudades. Cuando Cho vino al mundo, la estructura de ste, minsculo, ofreca una imagen ms cerrada an, mu-cho ms compacta en su slida armadura colonial, dentro de cuyas fronteras intangibles todo se haca lento, como un ro de lodo y todo se desenvolva con un impresionante olvido de la evolucin de las ideas humanas. La base de este mundo era el fanatismo religioso, como expresin de una lucha de clases que difcilmente se ha visto en otro lugar de nuestra provincia. Bajo el ropaje mstico, claro est, se cubra una realidad poltica muy concreta: la de-fensa del latifundio, extendido en grandes zonas en donde la explotacin del hombre recuerda a veces el estadio ya extinto de la esclavitud.

    Es curioso el hecho de que el hombre que inici en su tierra la lucha contra ese estado de cosas viniera del ve-tusto seno de esa misma sociedad. A comienzos de siglo, y cuando Cho era an un nio, es muy probable que en su ciudad natal, nadie se imaginase que ella misma haba in-cubado un demonio que da a da y por espacio de treinta o cuarenta aos, mordera con un odio feroz las entraas de esta madrastra que Cho Zubillaga defina como unavieja odiosa y abominable que un mundo en que el grito

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    de Gorki lo ilumina todo, anunciando una nueva era para la humanidad, se exhibe todava con los mismos guilinda-jes con que paseaba su detestable cursilera en la sombra poca de la colonia.

    Pues l no transigi jams con lo que representaba el alto grupo social de donde se escap para siempre, con-denando su origen y su razn de ser en nombre de su profundo humanismo proletario. Jams en la historia de Venezuela se ha dado el caso de un hombre que haya man-tenido una lucha tan terrible y drstica contra las costum-bres, el pensamiento y la existencia misma de una socie-dad que, por otra parte, trat de ahogarlo con sus voraces tentculos y que no le perdonar al renegado de su clase, la posicin que escogiera en defensa de las capas oprimi-das del pueblo.

    No se ha valorado an con la suficiente justicia la he-roica labor realizada por Cho Zubillaga en su provincia y no ha faltado alguna voz aislada por cierto que pon-ga en duda los mritos de esta lucha. Quiz porque Cho Zubillaga se halla an muy cercano a nosotros. Todava el tiempo no ha cubierto su figura y su nombre de ese matiz de antigedad que convierte a los hombres en personajes de leyenda. La leyenda de Cho Zubillaga nos parece de-masiado real y por ello su cercana nos ofusca un poco. Tal vez quienes juzgan a la ligera su obra no han llegado a comprender que con Cho Zubillaga se inicia en Vene-zuela un nuevo tipo de gran hombre y de pensador, ms humano, ms noble y ms del pueblo que la mayora de sus ilustres antecesores. Este nuevo tipo de hombre, pese a su prodigiosa inteligencia, no poda compararse a Ceci-lio Acosta ni a Fermn Toro, por ejemplo. En primer lugar

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    estos hombres, magnficamente ilustrados, de espritu li-beral y de indudable preocupacin por nuestro progreso, amaban demasiado su propio intelecto, su cultura literaria, para exponerse a una actividad en la que necesariamente lo primero que haba que sacrificar era su arte. En este sentido Cho Zubillaga est ms cerca de Juan Vicente Gonzlez, que una a su culto por la literatura la accin de un combatiente poltico. Aunque desde luego, Cho Zu-billaga posea una visin poltica mucho ms amplia que el maestro de las Mesenianas y un sentido de lo popular mucho ms desarrollado, aparte de que en cierto modo su pensamiento y su obra fueron una negacin viviente de lo que cualquiera de estos tres grandes escritores y lucha-dores propiciaban. La pgina ms inflamada de Fermn Toro nos resulta plida en comparacin del panfleto ms inofensivo de Cho Zubillaga. Ello se explica no solo por-que entre uno y otro media un espacio de ms de medio siglo, sino porque Cho Zubillaga encarnaba en un gra-do mucho ms elevado y apasionado las aspiraciones del pueblo venezolano, se hallaba ms cerca de este lado del mundo en que el destino de una nacin podra resolverse a travs de una guerra civil como la que anim y realiz en parte Ezequiel Zamora. O armando barricadas en las ca-lles en un asalto violento de las masas explotadas al poder poltico, como en la vieja Comuna de Pars.

    Aparte de ello hay que destacar algo muy importante: el que Cho Zubillaga era el portavoz radical de las aspi-raciones del campesino venezolano y a travs de su obra la provincia venezolana surge como un factor decisivo en la historia de nuestro pas. Cobra pues, un valor que hasta entonces le haba sido negado por quienes, desde un idli-

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    co mirador, contemplaban el campo venezolano como una simple despensa destinada a alimentar el brillo y el creci-miento de nuestras ciudades. Y si bien Cho Zubillaga lo-gr esto con su tremenda labor prctica, lo debe igualmen-te a la profundidad y a la riqueza de su pensamiento. A su capacidad como pensador de una originalidad sin igual en la historia de la cultura venezolana. Podra sealarse que su obra literaria solo nos brinda una visin fragmentada, como en el caso de Juan Vicente Gonzlez, atenindonos a un punto de vista simplemente artstico. Esto es cierto. Ni remotamente es posible colocar la obra literaria de Cho Zubillaga, con su anarquismo gramatical, su lenguaje s-pero y revuelto, al lado de la majestuosa armazn, con sus lneas y sus ngulos perfectos, que contemplamos en la obra de Andrs Bello. Oh, no, nada de esto. Aqu se tra-ta de algo completamente distinto. Cho Zubillaga no era un literato, ni un pulidor profesional de frases. Quienes busquen en sus escritos una de esas finas y deleitosas des-cripciones con que nos obsequi Daz Rodrguez con su magnfico estilo, se vern muy pronto defraudados. Pero en ninguno de nuestros escritores viejos o nuevos, ser posible sentir una tal afluencia de vida, de hermosa palpi-tacin humana, de incomparable fuerza espiritual, de fres-cura popular llevada a grados admirables de penetracin y de rstica belleza. Es probable que l mismo, en algu-na fugaz ocasin, tratara de prodigar menos su talento en esa labor periodstica a la que dedic casi todo su tiempo, para concentrarse en una obra de mayor alcance artstico Lamentablemente esto no fue posible. Tena demasiadas cosas que hacer a favor del pueblo para dedicarse a decir otras en provecho del arte de la bella expresin, en el cen-telleante colorido. Lase, por ejemplo, este concepto suyo

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    sobre Nietzsche, escrito, como casi todo lo que escribi en el breve tiempo que le llevara poner sobre el papel, con su gruesa letra, tales palabras:

    El hecho de que el autor germano sea el smbolo de la concrecin de la fuerza que quiere destruir el or-den moral del mundo o fundar uno distinto del que est en el pensamiento de la Justicia para bien de la especie; el mismo hecho de que el Superhombre y esa tendencia hacia la superpotencia que quiere entraar Hitler, vengan de la ideacin envenena-da del misntropo alemn, debe ser motivo para que ste sea detestado por los que detestamos toda otra ordenacin que no sea la que surgi del rbol cristiano, con sus ramas en clamor y en funcin activa por la integral Democracia, como norma del universo. Le convengo que odie el Cristo de palo que inciensan en las sacristas simonacas, y al que cargaron y cargan en sus coronas los reyes que existieron y an existen. Pero le niego el dere-cho de odiar el Cristo del ideal, que se anticip a los polticos redentores de las masas oprimidas, sin ser l, como Mahoma, un Dios con pretensiones a lo poltico

    El idelogo sutil se junta aqu al estilista inspirado esa inspiracin suya tan humana y vigorosa, con su fresca y violenta manera de expresar sus ideas en un tono que nos subyuga por su elegancia y su solem-nidad. A veces este pensamiento tocaba lo sublime, lo potico en sumo grado y a la vista del lector, tomada de una cualquiera de sus cartas, ponemos este simple trozo (Cuntos parecidos o superiores, no escribira Cho en las miles de cartas que dirigi a sus amigos?),

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    a travs del cul podemos apreciar un poco su brillan-te sensibilidad:

    El infinito se dilata ante m. Qu veo? La mar inmensa. Acabamos de salir de la sombra, impulsados por un vrtigo tremendo y todo nos empuja a la luz. El espritu msero se ha agigantado de pronto. Caramba! Qu pura es esta luz, este fuego que como un gran dios o torbellino se mete por todos nuestros poros, nos inflama tambin y nos lleva a la cumbre de la total felicidad humana. Una felicidad que proviene de la fuerza, del estupendo deseo de vivir, pese a que el hombre msero gime an con sus llagas y su pobreza. Ms lejos an nos empuja el oleaje enorme y el mar ondeante, que grita su libre clamor, que lo va cubriendo todo y nosotros all somos los triunfadores de la vida, las almas dichosas embriagadas en el santo jbilo de la naturaleza sin lmites.

    Una simple exaltacin de la Novena Sinfona de Bee-thoven, la sinfona del optimismo que Cho admiraba por encima de cualquier otra obra musical. No tenemos ante nosotros un estupendo escritor? Sin duda que s. Pero en realidad qu poco valor daba l a estas cosas. Y no por prejuicio frente a la literatura sino porque tema que un trabajo literario diferente a su labor periodstica lo apar-

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    tase demasiado de su lucha diaria por los obreros y los campesinos. Pese a ello, an en su forma fragmentaria y dispersa, la obra que ha dejado Cho Zubillaga en sus numerosas cartas y en peridicos de provincia siempre tendr un valioso atractivo si quiere llamarse literario, o como sea, que nos indica del modo ms claro, sus aptitu-des como prosador insigne, como un metafrico profun-damente original y nutrido de la savia misma que el pue-blo expresa en imgenes de una incomparable belleza.

    Pero volvamos a su ciudad. Cho Zubillaga naci a fines del siglo pasado, en una poca revoltosa y trgica para Venezuela. En Carora, su lugar nativo, las formas ms arcaicas de explotacin humana asentaron su impe-rio todopoderoso, perpetundose por lustros y lustros La ciudad no se distingue de otras de su especie en la provin-cia venezolana. Vemos all la misma rstica arquitectu-ra, con su gran plaza sembrada de maporas y guayabos y una iglesia que probablemente viniera desde los mismos aos de la Colonia. Las calles polvorientas y torcidas, ni muy angostas ni muy amplias. Un clima terrible, caluro-so y seco. Y luego una poblacin que vive de menudas industrias artesanales y del comercio. Cuntos poblados existen as en Venezuela? Muchos. Pero lo que no es fcil hallar en el pas es un espritu de ciudad como el que ani-ma a este viviente trozo del feudalismo. La vetusta iglesia colonial no es all ni ms humilde ni ms vistosa que los templos provincianos que se levantan aqu y all en aldeas y pequeas ciudades del interior. Pero el cura que oficia aqu predica con el mismo entusiasmo purificador con que predicaban los monjes de la Inquisicin y con gusto santificara la ms dura opresin de las ideas y los indivi-duos, de acuerdo a la dogmtica de San Agustn o de los

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    argumentos ms persuasivos de Torquemada. Un mundo as rgido y atrasado, no era el ms propicio para que en l naciera y se desarrollara un hombre que lloraba escuchan-do la msica de Beethoven y declamaba lleno de la ms viva emocin los versos de Vladimir Maiakovski, el poeta de la Revolucin de Octubre. Pero quiz por eso mismo un hombre as naci y se desarroll precisamente en ese lugar y la vida de Cho Zubillaga no es sino la historia de su lucha contra el medio; la historia de su odio jaco-bino contra la explotacin feudal, el fanatismo religioso y la existencia misma de una sociedad a la que con todo gusto de ser esto posible para l ese cristianismo suysimo (la expresin pertenece textualmente a su sin-taxis), que pona en un mismo lugar a Cristo y a Lenin y predicaba la reforma agraria y la destruccin de la propie-dad privada con unas frases en nada diferentes a las que utilizara Karl Marx en su famoso Manifiesto. Combatir estas ideas de pertenencia feudal, embadurnadas con un fantico matiz religioso refractario a toda renovacin, no result cosa fcil. Ni siquiera para un hombre como Cho Zubillaga, que estaba dispuesto a hacer cualquier renun-cia a favor de las clases humildes y a quien, por otra parte, al principio, le perdonaban sus gestos de revolucionario y de librepensador como una actitud de hombre raro, un poco dado a leer a los autores franceses del tipo de Vctor Hugo y a ciertos novelistas rusos como Tolstoy. Esta com-placencia no deba durar mucho y se esfum rpidamente, cuando luego de asistir al espectculo un poco lrico de un hombre que predicaba el bien al prjimo como en los Evangelios cristianos, la defensa de la cultura, etc., la rica sociedad Carorea vio convertirse a este hombre en un organizador de sindicatos campesinos, en un agitador terrible, que peda simplemente la devolucin de las tie-

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    rras a los labriegos y abogaba por el establecimiento de una sociedad en la cual se contemplaba como supremo fundamento la reparticin de los bienes econmicos entre todo el pueblo.

    Una lucha as, llevada a cabo todos los das del mundo, tal vez no resulte a los ojos de ciertas personas, algo capaz de equipararse a una epopeya. El motivo de esto estriba en que estamos acostumbrados a ver los hroes, a una ma-nera muy colombiana, revestidos de un esplendor extra-terrestre como vemos a los santos y a los dioses griegos, en su Empreo y en su Olimpo. Visto as lo heroico no forma parte de la realidad humana y se convierte en una tontera. Razn tuvo quien dijo que lo grande se compone de pequeeces y sobre la base de ese lgico y sensato pen-sar podemos decir que solo a travs de las pequeeces es posible medir la grandeza. Y en este caso la grandeza de Cho nos resulta heroica y en muchos aspectos superior a muchas de esas acciones picas llevadas a cabo en un mo-mento por hombres que han entrado y salido de la historia con una fugacidad de golondrina. No se trata aqu de re-alzar en exceso la labor de un hombre al parecer tan poco afn a esta clase de consideraciones sino por el contrario, de colocar en su justo sitio esa labor que algunos mirarn con cierto desdn olmpico, no sabiendo valorar su verda-dero alcance humano. Nosotros lo valoramos afirmando que Cho realiz una obra colosal en bien de Venezuela, en las ms duras condiciones materiales y con los fines ms nobles y generosos que los de cualquier hombre de su poca. En realidad, qu era lo que haca Cho Zubillaga durante toda su vida? El defina su trabajo en esta forma: