El Hombre Que Fue Comido Por Los Zopilotes

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El hombre que fue comido por los zopilotes Versión y traducción de David Martínez Orozco Había un hombre que tenía un compadre que envidiaba. Siempre salían al monte: les gustaba ir a cazar. Un día salieron a buscar iguanas, pero como al hombre le molestaba ir con su compadre, decidió abandonarlo y así lo hizo. Cuando bajo la noche, el compadre, cansado de buscar ayuda y llorar en el monte, subió a un árbol muy alto y volvió a llorar. Estando en el árbol escucho el ruido de unos aleteos y sintió llegar a unos pájaros que pararon en las ramas. El asustado hombre se quedó en silencio, no podía ver, pues su malvado compadre, lleno de envidia, le había arrancado los ojos. Los pájaros, que se habían detenido a descansar sobre el árbol, comenzaron a hablar: uno de ellos dijo: - ¿Por qué no cuentan un cuento en lo que esperamos que amanezca? - Está bien, pero cada quien debe de contar un cuento- dijo otro de los pajarracos. Eran tres zopilotes. - Tú empiezas- dijo el tercer zopilote. - ¿Qué cuento quieren que les diga? –dijo el zopilote que había hablado primero. - Cualquier cuento. - Uno que te sepas. El zopilote mayor contestó: - Entonces les contaré esto: dicen que hay un pueblo donde la gente está muriendo porque no tienen agua, pero sí hay agua, solo que no saben dónde está escondida. Si hubiera alguien que supiera, ellos tendrían toda el agua que necesitan. Uno de los zopilotes preguntó: - ¿Y donde está escondida el agua entonces? - ¡Aah!, pues hay una piedra muy grande junto a la iglesia de ese pueblo; si quitan esa piedra saldrá mucha agua, porque por ahí abajo pasa un ojo de agua; nomás que quiten la piedra grande que está cerca de la iglesia y van a estar bien; pero cuando brote el agua, la gente no debe tomar 1

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Cuento tradicional de Oaxaca

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El hombre que fue comido por los zopilotes

Versión y traducción de David Martínez Orozco

Había un hombre que tenía un compadre que envidiaba. Siempre salían al monte: les gustaba ir a cazar. Un día salieron a buscar iguanas, pero como al hombre le molestaba ir con su compadre, decidió abandonarlo y así lo hizo.

Cuando bajo la noche, el compadre, cansado de buscar ayuda y llorar en el monte, subió a un árbol muy alto y volvió a llorar.

Estando en el árbol escucho el ruido de unos aleteos y sintió llegar a unos pájaros que pararon en las ramas. El asustado hombre se quedó en silencio, no podía ver, pues su malvado compadre, lleno de envidia, le había arrancado los ojos.

Los pájaros, que se habían detenido a descansar sobre el árbol, comenzaron a hablar: uno de ellos dijo:- ¿Por qué no cuentan un cuento en lo que esperamos que amanezca?- Está bien, pero cada quien debe de contar un cuento- dijo otro de los pajarracos.

Eran tres zopilotes.- Tú empiezas- dijo el tercer zopilote.- ¿Qué cuento quieren que les diga? –dijo el zopilote que había hablado primero.- Cualquier cuento.- Uno que te sepas.

El zopilote mayor contestó:- Entonces les contaré esto: dicen que hay un pueblo donde la gente está muriendo porque no tienen agua, pero sí hay agua, solo que no saben dónde está escondida. Si hubiera alguien que supiera, ellos tendrían toda el agua que necesitan.

Uno de los zopilotes preguntó:- ¿Y donde está escondida el agua entonces?- ¡Aah!, pues hay una piedra muy grande junto a la iglesia de ese pueblo; si quitan esa piedra saldrá mucha agua, porque por ahí abajo pasa un ojo de agua; nomás que quiten la piedra grande que está cerca de la iglesia y van a estar bien; pero cuando brote el agua, la gente no debe tomar mucha, sólo la necesaria para que quite la sed, pues si la toman de golpe, se van a morir.- ¡Aah! –exclamaron los zopilotes.

El señor, trepado en el árbol escuchaba todo lo que los zopilotes decían, estaba quieto sin hacer ruido ni poder ver nada, sólo oía. Sentía mucho miedo de que llegaran a verlo.- Éste fue mi cuento, ahora les toca a ustedes.- Bueno, está bien –dijo el segundo zopilote- En estos días hay una señorita que se está muriendo, ella es la hija de un rey. Nadie sabe la forma de curar la enfermedad que tiene, pero hay un modo para que la muchacha sane, si hubiera una persona que supiera qué tiene la muchacha.- ¿Y qué enfermedad tiene la muchacha?

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- ¡Aah!, eso es muy fácil.- Pues dinos entonces qué tiene la muchacha – le inquirió el tercer zopilote.- Bueno, la señorita tiene debajo de su cama un sapo; ese sapo es quien le está chupando la sangre, por eso ella no puede sanar por completo; si buscan bien debajo de la cama, ahí van a encontrar al sapo, sólo quitando ese animal la muchacha va a quedar bien, va a sanar por completo.- ¡Aahh! –exclamaron medio asombrados los zopilotes.

Uno de ellos volvió a decir:- Queremos escuchar otro cuento, ahora te toca a ti contar –le dijeron al tercer zopilote.- Bien, pero mi cuento no es tan bonito –dijo el zopilote más joven.- Anda, habla ya para ya irnos.- Bueno, pues hay un señor que perdió los ojos y no puede ver ahorita. Su compadre por envidia le hizo esto, pero también es fácil para que pueda ver de nuevo.- ¿Y cómo? –preguntaron los zopilotes.- Al rato va a llover, después, cuando la lluvia vaya perdiendo la fuerza, el señor debe buscar las hojas tiernas de los árboles y ponérselas en los ojos; volverá a ver de nuevo.- ¡Ahhh…! –exclamaron sus compañeros.- Bueno, como ya va amaneciendo, ya debemos irnos –dijo el zopilote más viejo.

Y así fue como los tres pájaros levantaron el vuelo y se marcharon.

El señor, escondido y sin moverse, esperó a que se perdiera el ruido de las alas y se movió, se toco los ojos y guardó bien en su cabeza los cuentos de los zopilotes.

Al pequeño rato de marcharse los zopilotes, comenzó a llover. El hombre se alegró al saber que los zopilotes no mentían y espero a que la lluvia fuera perdiendo su fuerza.

Cuando la lluvia se hizo llovizna, bajó del árbol y se fue tentando el aire buscando las hojas tiernas como habría aconsejado el joven zopilote.

Luego, acomodó las hojas tiernas en su cara y esperó bajo la llovizna sus ojos.

Fue así como recuperó la vista y lloró, pero ahora de alegría. De nuevo tenía ojos.- Es mi suerte –pensó-, ahora debo ir a esos lugares.

Y se fue hacia los caminos y anduvo preguntando por el pueblo donde la gente estaba muriendo por falta de agua y ellos le dijeron a donde ir.Más adelante llegó a un pueblo, volvió a preguntar y le dijeron que sí, que ya estaba cerca y siguió caminando.

Al llegar al pueblo vio que de veras la gente estaba muriendo porque no había agua.Les dijo:- Si el pueblo me paga, yo voy a adivinar donde hay agua.

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La gente de ese pueblo se alegró mucho al escuchar lo que había dicho ese hombre, fueron a decirle a la autoridad.

La autoridad le preguntó cuanto quería ganar. El señor les dijo:- Yo estoy conforme si me dan un burro cargado de dinero.

La autoridad se puso de acuerdo para pagar todo ese dinero.- Está bien, ahora dinos donde hay agua y te pagamos lo que pides –dijeron los señores de la autoridad.

Él les dijo:- Junto a la iglesia del pueblo está una piedra grande, bajo la piedra hay agua, nomás hay que quitar esa piedra de su lugar para sacar agua. Pero hay que avisarle a la gente que no debe tomar mucha agua, sólo una poquita, si no, se pueden enfermar y morir –les explicó.

Luego se pusieron de acuerdo y fueron hacia la iglesia a quitar la piedra de su lugar.

Cuando el agua comenzó a brotar, la gente se alegró mucho.Pero hubo gente que no obedeció y tomó mucha agua y algunos

enfermaron, otros murieron.La autoridad se enojó y regañó al pueblo para que no tomaran

mucha agua.Más tarde fueron a pagarle al adivinador.El señor les dijo:

- Me lo voy a llevar cuando regrese, ahorita tengo que ir a un pueblo a hacer otro mandado.- Está bien –le dijeron.

El hombre se fue. Más adelante, al llegar a un pueblo, preguntó a las personas si sabían donde vivía la hija enferma del rey, ellos le dijeron dónde y se fue hacia el lugar que le dijeron.

Cuando llegó al pueblo, vio que de veras la gente estaba llorando porque la muchacha no sanaba y estaba muriéndose.

Él les dijo:- Si el rey me deja adivinar que enfermedad tiene su hija, yo podré sanar esa enfermedad.

Muchos comenzaron a reírse, pues habían pasado muchos doctores y ni ellos pudieron curar a la muchacha.- Éste dice que va a poder curar, pero así como viste, menos va a poder –comentaban.

Fueron a decirle al rey.- Hay uno que dice que va a poder curar a su hija.

El rey esperanzado, dijo:- Díganle que venga.

Al entra en la casa del rey, vio que había mucha gente que también estaba tratando de curar la enfermedad de la muchacha.

El rey le exigió:- Dime si es que de verdad alcanzas a ver que tiene mi hija.- Si me pagas, voy a poder.- ¿Cuánto quieres ganar?- Quiero que me pagues un burro cargado de dinero.

El rey se quedó pensando.

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- Si llegas a curar a mi hija a lo mejor te puedo dar más, pero si me estás echando mentiras, te voy a cortar la cabeza –le advirtió el rey.

El señor aceptó y les dijo:- Está bien, pero ahora busquen debajo de la cama de la señorita y van a encontrar allí un sapo. Ese es el que está haciendo mal.

Entonces los hombres del rey hicieron lo que pidió el señor. Cuando escarbaron debajo de la cama, vieron que de veras estaba un sapo grande y rojo.- Este animal es el que está haciendo daño, le está chupando la sangre a su hija. Ahora corten al sapo para que la sangre de ella vuelva –dijo el adivinador.

Y fue cierto, pues al cortar el sapo grande la señorita sanó.Así se curó la muchacha, luego, el contento padre de la

muchacha, mandó a pagar al adivinador.Sus trabajadores cargaron tres burros con dinero y fueron a

dejar el dinero del señor.También pasaron a recoger el dinero del señor al lugar donde

no había agua, y así llegaron a la tierra del señor.La gente al verlo se espantó; más su compadre.

- ¿De dónde trajiste tanto dinero, compadre? –le preguntó hablando de buen modo ahora.

Y su compadre, como tenía buen corazón, le contó todo.Lleno de más envidia, el compadre decidió hacer lo mismo. Se

fue al monte, trepó al árbol grande y alto, se arrancó los ojos, y esperó.

Por la noche volvieron a llegar los tres zopilotes a contar más cuentos y el compadre envidioso se puso contento.- Ahora yo también voy a encontrar mucho mi dinero –pensó.

Uno de los zopilotes dijo:- ¿Por qué no cuentan un cuento en lo que descansamos un rato?

Y el más viejo de los zopilotes respondió:- ¡Aahh!, está bien, pero antes asómense allá abajo para ver si no hay nadie, la última vez había uno y fue a cumplir con todos los cuentos que hablamos.

Los otros zopilotes se asomaron allá abajo y encontraron al compadre envidioso, luego gritaron:- ¿Por qué no vienes un rato?, ¡que nos mandó comida el señor que estaba ciego!

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