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DE ISIDRO FABELA CUENTOS DE PARE EL HERMOSO INFELIZ Todas las tardes, como un fiel devoto, visitaba en Florencia la Plaza de la Señoría, y bordeando el Arno, paseaban invariable- mente por el "Ponte Vechio". Cerradas las pinacotecas y museos, nada más agradable al espíritu que, en las tardes veraniegas, ti- bias y apacibles, ver los últimos chorros de luz que van ascen- diendo en los pedestales del "Perseo", del "David", del "Rapto de las Sabinas", con lentitud, como si al dejar de iluminar aquellos mármoles y bronces, el sol se entristeciera. Y nada más encantador que discurrir a la vera del río de malaquita derretida, con los ojos semi-abiertos, evocando a nues- tra Beatriz lejana, en el mismo puente por donde pasara la otra inmortal. El amigo Gabriel detuvo el paso en la "Logia dei Lanzi" y contemplaba el "Perseo" de Benvenuto Cellini, yo me di a adrni- rar, al pie de la escalinata arcaica, la figura gigantesca, toda blari- ca, jocunda y bella del "David" de Miguel Angel Ruonarotti, cuyo original resguardado de los vientos, las aguas y las miradas beo- cias de los turistas, vive como un monarca o un Dios en la Galería de Arte Antiguo y Moderno. Estudiándolo con ferviente atención, dije a mi amigo: Es más hermoso que "Perqeo" y que "Meleagro"; es más fuer- te, más varonil e imperioso. Y él me contestó: Pero le falta gracia. En su gesto hay una altivez que está por encima de la humanidad; domina, pero no sugestiona, se hace admirar, pero no querer. Es como esos seres que pasan por el mun- www.senado2010.gob.mx

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D E I S I D R O F A B E L A

CUENTOS DE PARE

EL HERMOSO INFELIZ

Todas las tardes, como un fiel devoto, visitaba en Florencia la Plaza de la Señoría, y bordeando el Arno, paseaban invariable- mente por el "Ponte Vechio". Cerradas las pinacotecas y museos, nada más agradable al espíritu que, en las tardes veraniegas, ti- bias y apacibles, ver los últimos chorros de luz que van ascen- diendo en los pedestales del "Perseo", del "David", del "Rapto de las Sabinas", con lentitud, como si al dejar de iluminar aquellos mármoles y bronces, el sol se entristeciera.

Y nada más encantador que discurrir a la vera del río de malaquita derretida, con los ojos semi-abiertos, evocando a nues- tra Beatriz lejana, en el mismo puente por donde pasara la otra inmortal.

El amigo Gabriel detuvo el paso en la "Logia dei Lanzi" y contemplaba el "Perseo" de Benvenuto Cellini, yo me di a adrni- rar, al pie de la escalinata arcaica, la figura gigantesca, toda blari- ca, jocunda y bella del "David" de Miguel Angel Ruonarotti, cuyo original resguardado de los vientos, las aguas y las miradas beo- cias de los turistas, vive como un monarca o un Dios en la Galería de Arte Antiguo y Moderno.

Estudiándolo con ferviente atención, dije a mi amigo:

Es más hermoso que "Perqeo" y que "Meleagro"; es más fuer- te, más varonil e imperioso. Y él me contestó:

Pero le falta gracia. En su gesto hay una altivez que está por encima de l a humanidad; domina, pero no sugestiona, se hace admirar, pero no querer. Es como esos seres que pasan por el mun-

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88 ANTOI.OG~A DEL PESS4MIENTO UNIVERSAL

do asombrando a todos con su belleza radiante y su talento sin pro- vocar jamás una pasión duradera.

Diríase que a este joven formidable, ecuánime y fríamente bello, Miguel Angel le hubiera inyectado su espíritu genial al pro- pio tiempo que su amargura infinita y orgullosa.

-Es que yo no veo ningún dolor en ese rostro de salud y dominio.

-Cierto, pero ese vigor potente, la hermosura de esos ojos sin luz. la perfección de su testa y sus músculos científicamente exactos, son ajenos al amor, porque el propio Miguel Angel no supo engendrarlo.

En cambio, sube, acércate a ese grupo todo ritmo, gracia y no- bleza. En el cuerpo de "Perseo" palpita una llama, en esa boca hay el imperio a la vez del espíritu y del sexo; esos ojos tiene imán, esa frente ensueño; y en la mano brava que sostiene la ca- beza trágica de Medusa, se adivinan ayuntadas la caricia y el cas- tigo. Un genio distinto los creó: A David el genio de la idea; a "Perseo" el genio del amor.

Callamos ante el prodigio de bronce como queriendo ambos arrancarle el secreto de su vida y de su inmortalidad.

En la "Logia dei Lanzi" se fue la última cinta luminosa. La tarde se adormecía, y los florentinos deslizábanse con una

suavidad por aquel arcón de maravillas que tienen por techumbre un zafiro lúcido.

-Vamos al Arno, -dije. Gabriel me siguió. Cada uno de nosotros iba ensimismado.

Pasamos lentamente como por una vía de ensueiío, por la Galería Uffizzi ante la doble fila de portentos italianos que han visto so- bre sus pedestales pasar un mundo: Galileo, Lorenzo el Magnífico, Leonardo, Ariosto, Orcagna, el Giotto. . . Frente a Miguel Angel volví a la tierra.

Gabriel continuó: -Hay bellezas supremas que no tienen el secreto misterioso

de conmover los corazones, como "Junone" como el "Apolo", del Salón de Belvedere, como la "Flora Farnesio".

-¿Y considerarás este hecho como una inferioridad ar~ística? -De ninguna manera, quizá sea lo contrario: todo depende del

criterio que juzgue. Algunos artistas se hacen admirar con res.

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peto, olros con carifio. Y el cortejo que pasa, unas veces se inclina a los primeros; otros a los segundos.

* * * Así en la vida, hombres hay que vinieron al mundo con todos

los dones; la hermosura, talento y nobleza, y sin embargo no tie- nen el sortilegio divino de hacerse amar; bellezas desgraciadas que llevan tras sí las admiraciones del pensamiento y de los ojos, sin causar una pasión, que es el bien de todos los hienes. Bellezas solitarias que acariciaron sin producir entusiasmo, que dieron un beso sin dejar un temblor, que cruzaron el sendero levantando aplausos sin sembrar un recuerdo ni marcar una huella; seres in- felices que murieron sin jamás conocer el amor de los amores, el amor de sacrificio y éxtasis, e1 amor avasallante que hombres y mujeres deben sentir para tener derecho a afirmar que han vivido bien la vida.

Un amigo nuestro fue así, varonil, inteligente" apolíneo, sim- pático, elegante y desdichado sin par.

-Sabás Rey? -El mismo. ¡Pobre Sabás! Cuántas veces, después de su

muerte, aíiorando al gentil amigo, me pregunté con rebeldía: -Por qué tamaña crueldad del destino con un hombre como él? -¿Mis- terio ancestral? -¿Defectos graves, pero desconocidos del alma? -Culpas hereditarias?

-Yo ten60 mi verdad sobre estas cosas, que podrá no ser la verdad, pero es la mía y con ella me quedo.

-¿Cuál? -Después te la diré; ahora voy a contarte algo que ignoras

sobre la vida de Sabás Rey. -;,La causa de SU muerte? -Sí. -La infelicidad de aquel hombre venía de lejos, pero la 11e-

vaba recóndita. E1 mundo le creía dichoso y él dejaba rodar la irónica mentira. para no agregarse esa otra desgracia más: la de ser compadecido.

Yo supe poco antes de su muerte los secretos que le minaban e1 coraz6ri; él mismo se confesó conmigo, allá en la espléndida México. la noche del baile famoso en la Legación Argentina.

-¿Recuerdas?

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-Recuerdo la desaparición violenta de ustedes, pero la atri- hui a propósitos droláticos provocados por el perfume de los es- cotes y la magia del champague.

-No. Pasó lo siguiente: Yo charlaba con el embajador (le España sobre cosas de su admirable solar, con el entusiasmo Iiis- panófilo que me conoces, cuando tocándome el hombro y presen- tando excusas al diplomático, Sabás me llamó aparte.

-Necesito que me acompañes inmediatamente.

-¿Adónde? -Afuera. -¿Estás enfermo? Le pregunté nervioso, mirando su gesio

frebriritante. -No.. . S í . . . acompáñame, ven. Salimos con premura. Cuando se nos perdió la cauda alegre

de la fiesta, al trasponer los linderos del palacio y nos encontramos en la soberbia "Calzada de la Reforma", el buen camarada se echó en mis brazos a llorar con pena contagiosa.

-No llores -le dije-, no llores, hermano, dime qué tienes, cuenta. Y contó:

-Acabo de saber que Bertha me engaña con su antiguo pro- metido.. . ¡Es una infamia que yo no merezco! -¿Verdad Ga- hriel? -¿Qué daño la hice? -¿Qué prueba de ternura no la he dado? Trabajé siempre con ahinco, pensando siempre en el futu- ro hogar, donde fuera reina y señora. Nunca la inferí agravios. La adoraba.. . la adoro a pesar de su traición. - i,Traición? -Esta noche, después de reiterarme sus juramentos amorosos,

le he sorprendido con Santiago: al amparo del bullicio salieron al jardín y en el kiosco frontero a la baranda los vi que se besa- ban. . . sentí miedo, vergüenza y un horrible pesar. ;Dios mío!, 2,Bertha también?

Todas, Gabriel; todas me engañaron. No sé lo que es ser amado. ¡Entiendes esto! ¡Comprendes lo que significa! Pero di- me: iQué tengo de innoble o repulsivo que choca a las mujeres.

-Oh, no, al contrario. -Pues entonces, -¿por qué esta crueldad inexplicable de

mi suerte?- qué hay de maldito en mí desde que vine al mundo?

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D E I S I D R O F~~~~~ 91

-Perdóname Gabriel, te hablo fraternalmente, con absoluta inmodestia: tengo fortuna, juventud, nombre viejo y estimado, po- seo una figura hermosa, lo sé, me lo Iian dicho siempre, lo veo todos los días; soy bueno, jamás deliberadamente causé ningún mal, SOY sano, activo, me llaman hombre culto y espiritual, mis cama- radas me quieren, la sociedad me busca y me regala. . . y sin em- bargo, todas las mujeres a quienes quise, me engaíiaron o se en- gañaron.

Blanca, mi primera novia, con profunda pena me dijo un día: "

-- Perdona Sabás, creí amarte, pero estaha equivocada". Luisa, la amante graciosa, la que dijo "idolatrarmc" hasta el

delirio porque fui su redentor, l a mujercita que adoré con fuego, una noche que la esperé inútilmente, me mandó decir en carta breve, que habiendo comprendido que yo no podía quererla me de- jaba en libertad, segura rle que muy pronto se disputarían mi be- lleza las mujeres.

-¿,Conociste a María Inde? -¡.La esposa de Blane? -Sí, pues bien, fuimos amaiites. -;.Si?. . . -Sí, no siendo yo quien ~olici tara sus favores, sillo ella quien

viiiiera U mí, buscándome, acercándose, insitándoine de manera avasallante, hasta que un día cansada de esperar una declaración de mi parte, qiie nunca llegaba, se me declar6 cntre lágrimas y desbordamientos eróticos.

Al principio no la quise; pero al cabo de ni1 idilio de-h 0 nr- darite. aqiiella linda mujer mc conquist6, cuerpo y espíritu.

Después, el frenesí dr niiestra vibrante aventura la cans{í? --;,Me transformé y« mismo para ella? No s i ; la verdad es

qiie al cabo d r trrs meses. la llama viva CP fiir apaga~ido, apagan- (10, clejáridome la triste certidumbre (le qiir pi-o~oqül: cn María un (Ieiro: prro r:o iiii verdadero amor. T~.e gust6 físicamente. pero iio supo mi alma cnniervarla. Tambirn ella me eiigaíi6. -Y ;.ron quiFn imaginas? jcon su marido! DcsprFs d. iodo. r s e! recurso (Ir !as miijrres casaclas r j r v de jaro!^ d r amar n -u.: amante.. Fui como el mensajero de paz entre amhos. Qiiizi d:~ide rntonre? rs- tima y quiere definitivameiite a fii e5po-o. Y« no hice sino reve- larle que vixía equivocada, raiic5.ndnle iin hipn y iiaciEndome iin mal.

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92 ANTOI.OG~~\ DEL PENSIMIEXTO UNI\-ERSAL

Y así otras que también me lastimaron.. . De Ivoune, aquella mfdinette de París, que todos creían pro-

fundamente enamorada de mí, su madre me decía cuando murió:

-¡Pobre chiquilla, más vale que baya muerto sin saber la desgracia que la acechaba!

-¿Cuál desgracia, seiiora?

-Que su prometido René murió en la campaña del Medite- rráneo hace dos meses. ¡Tanto que se querían! Ella lo esperaba siempre. ¡Pobre Ivonne!

Y yo me repetí con hondo desconsuelo: ¡Pobre de ti, Sabás Rey; ni las muertas te perdonan!

Por último Gahriel, cuando creía haber hallado la compañera de mi alma y de mi vida, la que con su gracia y honestidad so- ñaba yo que diera aliento a mi fe burlada; cuando me alegré del perjurio de las otras porque sus liviandades me hicieron llegar hasta Bertha; cuando el ciego e incorregible corazón cantaba ale- luyas con regocijo infantil, me asesta la mujer su golpe final, el más cruel porque es el último.

La voz de Sahás era áspera, su al abra lenta y precisa, y en sus ojos muy abiertos y vagos, no sé qué misterio vi que después me ha explicado el drama final.

Todo el mundo ignora la verdad de su muerte: tú mismo, Pablo, estoy seguro.

Sahás murió a consecuencia de una delicada operación qui- rúrgica; eso dijeron los médicos.

-Lo cierto fue que su mal era serio pero no desesperado; que su curación dependía más del reposo y voluntad del propio paciente que de la eficacia de los doctores los cuales fueron ex- pertos y diligentes con el pobre Sabás.

Familiares, enfermeros y sabios lucharon tenazmente contra la muerte y resultaron vencidos no por una enfermedad sino por un suicida.

El anciano médico de cabecera, le dijo un día acariciándolo: -Hijo mío; a mí que te quiero tanto, ¿dime qué tienes? Al-

go escondes, sufresl lo siento, lo adivino, qué pena es? Ahógala 1- sálvate.

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Sabás nada respondió; se puso a llorar sin ruido. Después cuando entré a Lerle, le recordé los buenos días, le

aseguré un radioso porvenir, una \ ida de acti\idatl y ciisueño.

-Ya triunfarás -le decía-, ya eiico~itrarás la mujer que te comprenda y te salve.

El hermoso Sabás nada replicó, dibujando aúlo un gesto de irónica tristeza, y cuando eri el colmo de mi doliente afecto le dije: Cuídate, cúrate, vive, es necesario que vivac, debes vivir. Ca- bás Rey me respondió con esta frase suicida:

-¿Para qué? * * *

Siguiendo calle arriba por el Lugarno llegamos a los parques del Cachinr. Los paseantes regresaban de los amplios y románti- cos jardines, florentinos, en meditativo talanie. 171 sol escondíase entre las colinas de esmeralda y la luz se opacaba muy a paso. . . El Arno parecía dormir y soñar en leyendas y glorias pasadas, y allá lejos, aupando la ribera, eii el balcón eminente del jardín, el grupo esctiltórico con que los florentinos se honraron al honrar a Miguel Angel, perfilaba en su cielo de añil, las enérgicas líneas de David y las curvas impecables de los mármoles que harán eternas las tumbas de los Médicis.. .

-Esta historia de Sabás Rey afirma mi teoría.

-La de los incapacitados hereditarios para el amor:

En efecto, seres hay en la vida que no pueden hacerse amar: los que nacieron de padres que no se amaban. No los engendró el cariíio, sino el deseo: vinieron al mundo fríamente, por cálculo, como producto de un contrato mercantil o por inercia conyugal em- papada de aburrimiento, pero no fueron procreados en la conjun- ción de besos sublimes.

La sangre que llevan pudo forn~arlos fuertes y bellos, pero no les dio la gracia suma del divino sentimiento. La mujer que cree

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9% . A N T O L O G ~ . ~ DEL PENSA&IIENTO UNIVERSAL

amarlos, al cabo de penetrar en el fondo de sus espíritus, no en- cuentran en ellos el rayo misterioso que ilumina la intimidad de los enamorados.

Cuántas veces, y quizá por esta causa, los hijos del pecado, los que fueron concebidos furtivamente en instantes de ansiedad y exaltación, son los elegidos, porque sil savia y sus almas, creadas en momeiitos de frenesí, palpitan con fuerza, vibran al menor reflejo emocional, saben al propio tiempo transmitir sus impresiones e ins- piran simpatía.

La sociedad los repudia, pero los acogen las mujeres. La falta de sus padres los pone al margen del honor convencional de iiuestro mundo injusto, pero la misma herencia cordial que llevan dentro de sí mismos, los hace dichosos, porque las caricias que reciban serán sinceras, y el sentimiento que engendren será poten- te como ci que los engendró a ellos.

Tambi6n los hijos de un hogar honesto, los que llegaron en aras de un vigoroso anhelo, lleno de entusiasmo y esperanzas los que fueron cor!cebi(ios primero en el perisamiento y después en la carne; los que haii sido ilusibii antes de ser realidad; los que en- traron a la existencia por la puerta de oro doblemente victoriosa dcl Bien y del amor; los que desde pequeños al pronunciar las santas palabras "madre" y "padre" pudieron decirlas con orgullo y libertad; los que fueron procreados sin lujuria, pero con devo- ción, COI? un cariíioso afán de formarlos buenos y cariciosos los que arites de ser forma y espíritu fueron mirada romántica, lágrima de teriiura, tímida vo!liptuosidad, compenetración íntegra del alma y de los cuerpos en la cámara íntima convertida en templo. . . esos seres serán hienaventiirados.

!Cn cambio, lo5 otros, llevan el estigma invisible y fatal del desencanto. El talento, las riquezas, la buena educación, el genio mismo, no serán en ellos cualidades bastantes para provocar iina pasión definitiva, se diría que son víctimas de una herencia mor- h a , peor a veces que las enfermedades físicas.

Si nacieron eii un lecho frío -¿cómo pueden ellos irradiar calor?

Yo creo estas cosas, Pablo, y fundado en ellas, pienso que Sa-

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bis Rey conocirndo instintivamente su mal irremediable, prefirió la muerte a una vida sin amor.

A la mitad del "Ponte Vechio" frente al busto de Benvenuto iellini, el artífice pendenciero y galante, con el cuerpo todo espi- rlttializacio por la hora y el ambiente, agradecidas las almas de \.:\ir un muiido donde existe una ciudad que se llama Florencia, c>>iiieinpSábamos los vetustos muros patinados que lame el Arno roii sensual parsimonia, cuando una música lejana, clara y dulce liizo vibrar nuestros nervios.

Los brorices del "Campanille" del Giotto cantaron siete ve- ces. . .

Inédito, Parij 1916.