El fin del mundo

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EL FIN DEL MUNDO A LA CASA VINIMOS LOS CUATRO. Pero ahora sólo estoy yo y, para ser sincero, no sé por cuánto tiempo más. Si no fuera por la sangre en mi puño creería que he alucinado todo. Mi madre me dijo desde muy chico que yo era especial, que tenía mucha imaginación. Efectivamente de pequeño me ocurrieron hechos extraños a los que luego, de adulto, les resté importancia. El primero que recuerdo fue el del caballito. Me gustaba jugar con mi hermano a los indios, íbamos correteándonos por la casa con nuestros arcos hechos con ramitas. Mi hermano corría más rápido; soy el menor. Recuerdo que un día, en medio de una corrida, me imaginé que sentado encima de algún animal que corriera rápido tal vez podría alcanzarlo; y en ese justo momento encontré frente a mí un caballito de madera que hasta ese momento no sabía que existía. No sólo no sabía de la existencia de ese caballito de madera, sino que no estaba seguro de haber visto ni oído hablar jamás de un animal llamado caballo, ni siquiera en las películas; era como haber imaginado el animal y que el caballo de pronto existiera desde siempre. Luego me ocurrió lo mismo con otras cosas; siempre de niño, y de la misma forma; como si mi mente tuviera la capacidad, por sí misma, de crear objetos y seres, de hacer que de pronto existieran. De grande estas cosas dejaron de pasarme, y nunca volví a darles mayor importancia a aquellas ideas y recuerdos insólitos. Sin embargo, hace algunos meses empecé a percibir nuevamente cosas extrañas. Pero esta vez es diferente de la capacidad creadora que tenía de niño; ahora, por el contrario, siento como si eliminara cosas, como si las borrara de la faz de la tierra, y no sólo cosas. Tengo una idea, por ejemplo, que resulta realmente extraña; se lo comenté a Michelle que me miró como diciendo estás loco. Siento como si antes hubiese habido montañas en nuestra ciudad, a pesar de que la ciudad está en medio de una enorme llanura, tengo el extraño recuerdo de que había montañas. Recuerdo haber salido incluso a escalar algunos cerros con Adrián; pero supongo que no existió jamás nada de eso. Sólo llanura. También me sucede algo similar con cosas más domésticas; tengo el recuerdo de que había un gigantesco árbol en el jardín de mi casa; pero sin embargo no hay ningún tronco viejo, no hay raíces secas… no hubo nunca un árbol allí. Recuerdo también (más extraño aún) haber hablado largamente con algunos vecinos que tampoco existen; incluso tengo la idea de haber sido muy amigo de alguien que vivía a unas cuadras de mi casa, en una parte del barrio por donde creo que me gustaba caminar y que tampoco existe; ni mi amigo, ni esa parte del barrio. Todo eso está sin embargo en mi memoria como los recuerdos de un sueño, y, aunque sé en realidad que nada de eso existe, siento que yo lo imaginaba y existía, y que ahora lo dejé de imaginar y dejó de existir. Estrés, me dijo el médico; estrés, me dijo Michelle; ¿siendo tan joven?, sí, siendo tan joven. Necesitas descanso. Por eso decidimos venir a pasar una semana a la quinta; los cuatro, de eso estoy seguro: Adrián, Lupita, Michelle y yo. Entre Michelle y yo no pasa todavía nada serio, porque Adrián y Lupita ya hace tiempo que. Pero Michelle es (o era) mucho más reservada, mucho más tímida, mucho más delicada que Lupita, en todo sentido, y más

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EL FIN DEL MUNDO

A LA CASA VINIMOS LOS CUATRO. Pero ahora sólo estoy yo y, para ser sincero, no sé por

cuánto tiempo más. Si no fuera por la sangre en mi puño creería que he alucinado todo.

Mi madre me dijo desde muy chico que yo era especial, que tenía mucha imaginación.

Efectivamente de pequeño me ocurrieron hechos extraños a los que luego, de adulto, les resté

importancia. El primero que recuerdo fue el del caballito. Me gustaba jugar con mi hermano

a los indios, íbamos correteándonos por la casa con nuestros arcos hechos con ramitas. Mi

hermano corría más rápido; soy el menor. Recuerdo que un día, en medio de una corrida, me

imaginé que sentado encima de algún animal que corriera rápido tal vez podría alcanzarlo; y

en ese justo momento encontré frente a mí un caballito de madera que hasta ese momento no

sabía que existía. No sólo no sabía de la existencia de ese caballito de madera, sino que no

estaba seguro de haber visto ni oído hablar jamás de un animal llamado caballo, ni siquiera

en las películas; era como haber imaginado el animal y que el caballo de pronto existiera

desde siempre. Luego me ocurrió lo mismo con otras cosas; siempre de niño, y de la misma

forma; como si mi mente tuviera la capacidad, por sí misma, de crear objetos y seres, de hacer

que de pronto existieran. De grande estas cosas dejaron de pasarme, y nunca volví a darles

mayor importancia a aquellas ideas y recuerdos insólitos.

Sin embargo, hace algunos meses empecé a percibir nuevamente cosas extrañas. Pero esta

vez es diferente de la capacidad creadora que tenía de niño; ahora, por el contrario, siento

como si eliminara cosas, como si las borrara de la faz de la tierra, y no sólo cosas. Tengo una

idea, por ejemplo, que resulta realmente extraña; se lo comenté a Michelle que me miró como

diciendo estás loco. Siento como si antes hubiese habido montañas en nuestra ciudad, a pesar

de que la ciudad está en medio de una enorme llanura, tengo el extraño recuerdo de que había

montañas. Recuerdo haber salido incluso a escalar algunos cerros con Adrián; pero supongo

que no existió jamás nada de eso. Sólo llanura. También me sucede algo similar con cosas

más domésticas; tengo el recuerdo de que había un gigantesco árbol en el jardín de mi casa;

pero sin embargo no hay ningún tronco viejo, no hay raíces secas… no hubo nunca un árbol

allí. Recuerdo también (más extraño aún) haber hablado largamente con algunos vecinos que

tampoco existen; incluso tengo la idea de haber sido muy amigo de alguien que vivía a unas

cuadras de mi casa, en una parte del barrio por donde creo que me gustaba caminar y que

tampoco existe; ni mi amigo, ni esa parte del barrio. Todo eso está sin embargo en mi

memoria como los recuerdos de un sueño, y, aunque sé en realidad que nada de eso existe,

siento que yo lo imaginaba y existía, y que ahora lo dejé de imaginar y dejó de existir. Estrés,

me dijo el médico; estrés, me dijo Michelle; ¿siendo tan joven?, sí, siendo tan joven.

Necesitas descanso. Por eso decidimos venir a pasar una semana a la quinta; los cuatro, de

eso estoy seguro: Adrián, Lupita, Michelle y yo. Entre Michelle y yo no pasa todavía nada

serio, porque Adrián y Lupita ya hace tiempo que. Pero Michelle es (o era) mucho más

reservada, mucho más tímida, mucho más delicada que Lupita, en todo sentido, y más

hermosa. También pensé que la semana de vacaciones podía servir para eso; para Michelle y

yo. Pero parece haberse transformado todo en una gran tragedia; y la sangre en mi mano.

Primero fue Lupita. Estábamos por almorzar, Michelle había preparado un pollo con

verduras grilladas (delicioso, Michelle). Yo estaba colocando los platos en la mesa y Adrián

y Lupita fumaban en la galería; eso creí, creí que fumaban, los dos; Adrián y Lupita, pero

viene Adrián y me pregunta ¿por qué pusiste cuatro platos? Cómo, le digo, para nosotros.

¿Nosotros quiénes? Me dice. Nosotros, vos, Michelle, Lupita y yo. Me lanzó una mirada

terrible; más que lanzarla, la disparó, la clavó fulminante como un bisturí sobre mí,

hundiéndola hasta el hueso. Sin decir nada agarró uno de los platos y lo estrelló contra la

pared. Me quedé un momento perplejo; sin duda habían discutido, y fuerte. Preferí quedarme

callado. Di un rodeo a la mesa para levantar los restos del plato, pero… (allí me quedé

definitivamente sin palabras)… el plato estrellado contra la pared… No había vidrios en el

suelo, no había plato roto, no había nada… Miré con mi mejor cara de estúpido a Adrián que

ahora sonreía; con una sonrisa vacía, autómata.

Durante el almuerzo prácticamente no hablé; por supuesto que Lupita no vino. Yo miraba

a Michelle tratando de decirle con la mirada andá a ver cómo está Lupita, querés, no te quedes

ahí sentada. Pero ella nada, y también me sonreía, ¡ridículo!, como si no pasara nada, y

hablaba con Adrián, que esto y que aquello, que pan que pin. Y yo como un estúpido.

Durante toda la tarde traté de estar un momento a solas con Michelle, pero siempre

Adrián. Lupita seguía sin aparecer. En ese momento pensé que la pelea había sido más fuerte

de lo que creía. ¿Se habría ido? No, no había forma, el colectivo había pasado temprano a la

mañana y el pueblo más cercano estaba a quince kilómetros. Y Adrián y Michelle se miraban,

yo veía que se miraban, y en el cruce de miradas había algo que ellos sabían y yo no. Un

vocabulario preciso y exacto que yo no comprendía.

Decidí salir a buscarla; recorrí el huerto de frutales, el bosquecito de la barranca, el arroyo,

los alrededores de la quinta. Grité su nombre, la llamé varias veces, primero tímidamente

para que Adrián no escuchara, pero después a los gritos, sin importarme lo que pensara. Pero

no la encontré por ningún lado. Lupita no estaba.

Volví a la casa; la tarde ya empezaba a caer rojiza detrás de los cerros. Michelle y Adrián

conversaban risueñamente en la galería mientras mateaban.

Adrián, escuchame, ¿qué pasó con Lupita, dónde está?

Se rieron. Se miraron entre los dos y estallaron en cómplice carcajada. Qué carajos les

pasa, grité. Pero lo único que logré fue alimentar su carcajada. Entonces enfurecí; se me subió

el odio a la cabeza, y también los celos, horribles celos. Me fui arriba y me encerré en el

cuarto a triturar mi bronca con los dientes.

Estaba cansado, y a pesar del enojo terminé quedándome dormido. Me desperté a mitad

de la noche. Me levanté y fui hasta el cuarto de Michelle.

La miré, dormida, moviendo casi imperceptiblemente los labios, murmurando algo en algún

lugar que no era allí, hermosa en su sueño. Te acordás Michelle esa tarde en el parque, te

acordás que me tomaste del brazo y caminamos despacio sobre el otoño que susurraba

húmedo bajo nuestros pies. Te acordás el aroma Michelle, el aroma de aquella tarde y las

primeras gotas que mojaron tu piel blanca, de azúcar. Y corrimos riendo a refugiarnos debajo

de un árbol enorme, pero igual nos empapamos, y me miraste, y no me animé a darte un beso,

hermosa Michelle.

La sacudí suavemente. Abrió los ojos y puso su mano en mi rostro. Qué pasó con Lupita,

le pregunté. Quedate tranquilo Mariano, no pasa nada, mañana te cuento. Estoy seguro que

dijo eso, mañana te cuento. Pero no volví a verla. A Michelle, digo. Al levantarme por la

mañana fui a su cuarto; la cama estaba tendida y todo el cuarto ordenado. No estaba ni la

ropa, ni el bolso. Y había olor a encierro, como si nadie hubiera usado el cuarto en semanas.

Fui apurado al cuarto de Adrián y Lupita, golpeé y nadie respondió. Entré; la cama estaba

desecha y revuelta. Había una silla con un montón de ropa desordenada; la revisé y vi que

era toda ropa de Adrián. Después abrí el placar, adentro había también sólo ropa suya, no

había nada de Lupita. Bajé a la cocina mientras gritaba ¡Adrián!, ¡¿dónde están Michelle y

Lupita?! Pero Adrián no estaba en la cocina. Lo llamé por la casa, y no respondió. Salí y

comencé a recorrer la quinta llamando a gritos a Michelle y Adrián. Volví a ir a los frutales,

volví a buscar en la barranca, volví a bajar al arroyo. Pero no los encontré. Fui hasta los

portones de la quinta y salí al camino de tierra. Seguí gritando y hasta busqué sus huellas en

el suelo. Pero nada, no estaban. Volví para la casa y allí estaba finalmente Adrián, solo,

leyendo en el jardín con el mate al lado. Fui decidido y con voz firme le pregunté ¡¿dónde

están Michelle y Lupita?! Me miró por encima del libro y sencillamente respondió ¿quiénes?

Lo agarré del cuello ¡no te hagas el boludo, Adrián, decime qué carajo pasó con Michelle y

Lupita! Vi su cara de asustado. ¡Pará, Mariano, qué te pasa! Lo levanté del cuello y lo empujé

al suelo mientras él seguía gritando pará, estás loco. ¡Decime qué carajo hiciste con Michelle

y Lupita!, le gritaba… y le pegaba, le pegaba en la cara y sangraba ya por la boca.

En medio del forcejeo de pronto se soltó y salió corriendo hacia la casa. Lo seguí. Al abrir

la puerta de entrada sentí sus pasos subiendo la escalera. Subí detrás de él y escuché el

estampido de la puerta de su cuarto cerrándose. No sólo la oí; la vi, vi la puerta al cerrarse.

Me apuré antes de que pudiera cerrar la llave y me lancé con fuerza contra la puerta creyendo

que debería forcejear para entrar; pero no. Empujé con el hombro la puerta mientras bajaba

la manija; la puerta se abrió sin resistencia alguna y por el envión que traía caí al suelo. Me

tapé la cara suponiendo que vendría algún golpe de Adrián. Pero entonces me di cuenta de

que el cuarto estaba vacío; Adrián no estaba. Miré la ventana pensando que tal vez… pero

estaba cerrada y con la persiana baja. En ese momento me di cuenta de que el cuarto estaba

ordenado, y el horror fue completo cuando noté que no había ropa tirada, ni tampoco en el

placar, y el olor, el mismo olor a semanas de encierro. Pensé en los otros cuartos, tal vez la

puerta no había sido ésa y se había encerrado en otro cuarto, pero nada. Adrián no estaba,

había desaparecido también él. Me tomé la cabeza con desesperación, temblando. Entonces

me miré el puño. La sangre de Adrián estaba allí, roja, fresca, tibia.

Y es eso, la sangre, lo único que me hace pensar que no enloquecí, porque prueba que al

menos Adrián estaba acá conmigo. No sé qué ocurre. Me arranco los pelos y me golpeo la

frente con la palma de la mano pero no comprendo. Estábamos los cuatro, estoy seguro de

que vinimos los cuatro: Adrián, Lupita, Michelle y yo. He pensado en ir a la policía, el

Citroën todavía está allí afuera, pero no sé si será buena idea. Tengo marcas en los puños y

en el rostro. Soy un perfecto sospechoso… pero voy a hacerlo, con la verdad se triunfa.

Aunque me tratarán de loco… o no, más bien de asesino.

He pasado recién frente al espejo del pasillo y el reflejo que vi fue difuso y extraño. Me

acerqué para tratar de verme mejor pero me veía el rostro borroso. Limpié el espejo pero no

era el espejo porque ahora me miro las manos y también se ven borrosas. Puede ser que un

golpe en la cabeza durante la pelea me haya afectado la vista… Pero no es así, porque a los

objetos los veo bien, sólo me veo borroso a mí mismo. Empiezo también a sentir frío, tal vez

sea fiebre. Me senté un momento para tranquilizarme. He bajado ahora a la cocina a tomar

un vaso de agua. Pero sigo empeorando. Los dedos de mis manos parecen esfumarse desde

las puntas. De la mitad de la uña hacia arriba son… transparentes, sí, transparentes. Y toco

esa parte y siento como si tocara, no lo sé, polvo o espuma. Todo esto me trae de nuevo el

recuerdo ese que le contaba de chiquito a veces a mi mamá; ella se asustaba, se ponía muy

seria, me tomaba de los brazos y me decía no me vuelvas a contar eso otra vez que no me

gusta. Era también como el recuerdo de un sueño, un sueño lejano, viejo, pero siempre

presente. Era la sensación de haber estado desde antes, digo de haber existido antes; no me

refiero a haber tenido otra vida, sino de estar en el universo desde antes que todas las cosas,

de existir desde siempre, desde antes que el mundo.

He decidido irme de la casa para buscar ayuda pero no encuentro las llaves del auto. El

miedo y la desesperación no me ayudan tampoco a poder encontrarlas. He comenzado a sentir

un ruido permanente que flota en el ambiente, estático. Es como un murmullo, como el

murmullo muy lejano de una enorme multitud, y no sé por qué me da la idea de un murmullo

antiguo. Las llaves no están.

Mi horror aumenta. He querido revisar de nuevo en los bolsillos de los pantalones que

están tirados en mi cuarto pero ahora también los pantalones se ven borrosos y algunos han

desaparecido. Toda la ropa se ve borrosa, y las colchas y los colchones. Los

electrodomésticos se han esfumado todos. Los muebles también comienzan de a poco a verse

borrosos, las puertas, las camas. La casa entera pareciera querer vaciarse de todo su

contenido. El murmullo aumenta.

Toda la planta alta se iluminado con luz solar en forma repentina. La luz entró desde

arriba, a través del techo, que también ha desaparecido. Se ve el cielo límpido, claro y sin

nubes. Voy bajando la escalera, voy a abandonar la casa antes de que me devore en su

autodestrucción. Ya no queda nada, está completamente vacía; sin puertas, sin ventanas, sólo

la piedra. La piedra primigenia, antigua. Oigo ahora, entre el murmullo que inunda el aire,

como un fondo de trompetas o clarines, muy lejanos, casi inaudibles.

El auto ha desaparecido también. Me he alejado corriendo de la casa. El portón de la

quinta ya no está. El camino de tierra está desierto. Voy corriendo desesperado y me tapo los

oídos para no oír el murmullo en el aire que es cada vez más fuerte. Pero mis manos

translúcidas no detienen el sonido. Los árboles a lo lejos parecen desaparecer detrás de una

niebla blanca y brillante. Sigo corriendo pero la niebla se acerca cada vez más. Pienso en

correr hacia atrás para escapar pero detrás de mí la niebla también avanza. Me detengo

aterrorizado. El murmullo se hace potente y comienzo a distinguir como voces que cantan,

pero son voces diferentes de las que jamás oí. No puedo explicarlo pero no es con los oídos

que las escucho, es una sensación que percibo dentro de mí, como en el pecho.

Todo se hace blanco, y más y más brillante. Los árboles, las plantas, las piedras

desaparecen fundiéndose al blanco resplandor que devora todo y se expande hacia el azul del

cielo en todo el firmamento. Debajo de mis pies, que no siento porque ya no existen, el suelo

se desvanece en el fulgor de la nada, que es ya total. Ya no hay ningún elemento a mi

alrededor, ni sobre mí ni debajo de mí. La bruma brillante va invadiendo mi cuerpo, y a

medida que avanza dejo de sentir las partes que se esfuman. Mi torso ha desaparecido, mi

pecho, mi cuello. Ya no respiro pero sigo aquí. Pierdo el sentido de tacto en mi lengua, en

mis labios, veo desaparecer la prominencia de mi nariz y dejo de percibir la sensación de

tener ojos. La bruma blanca y brillante lo cubre todo, lo es todo.

Los clarines estridentes se aproximan, el potente murmullo se hace un bramido de

multitud. El tiempo parece también haber desaparecido, porque me doy cuenta, ahora en

forma clara y lúcida, de que estoy aquí flotando desde siempre, que esto es antiguo, que soy

antiguo. Ya no puedo seguir imaginando a Michelle, ni a Lupita, ni a Adrián… ni a los

hombres; dejo de imaginar, es el fin del mundo, regreso a Dios.