El filósofo ignorante voltaire

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v fórcola Voltaire EL FILÓSOFO IGNORANTE Traducción de Mauro Armiño Prólogo de Fernando Savater

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VoltaireEL FILÓSOFO IGNORANTE

Traducción de Mauro ArmiñoPrólogo de Fernando Savater

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EL FILÓSOFO IGNORANTE

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Voltaire

EL FILÓSOFO IGNORANTE

Prólogo deFernando Savater

Traducción y notas de Mauro Armiño

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Singladuras

Director de la colección: Francisco Javier Jiménez

Diseño de cubierta: Silvano Gozzer

Maquetación y corrección: Susana Pulido

Reservados todos los derechos. El contenido de esta obra estáprotegido por la Ley, que establece penas de prisión y/o multas,además de las correspondientes indemnizaciones por daños yperjuicios para quienes reprodujeren, plagiaren, distribuyeren ocomunicaren públicamente, en todo o en parte, una obra litera-ria, artística o científica, o su transformación, interpretación oejecución artística fijada en cualquier tipo de soporte o comuni-cada a través de cualquier medio, sin la preceptiva autorización.

Título original: Le Philosophe ignorant

© Del Prólogo, Fernando Savater, 2010© De la traducción y las notas, Mauro Armiño, 2010© Fórcola Ediciones, 2010C/ Querol, 4 - 28033 Madrid www.forcolaediciones.com

Depósito legal: M- 20011-2010ISBN: 978-84-936321-4-4 [edición impresa]ISBN: 978-84-15174-21-9 [edición digital (PDF)] Imprime: Elece Industria Gráfica, S. L.Encuadernación: Moen, S. L.Impreso en España, CEE. Printed in Spain

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Primera cuestión . . . . . . . . . . . . . . . . . 17Nuestra debilidad . . . . . . . . . . . . . . . . . 18¿Cómo puedo pensar? . . . . . . . . . . . . . 19¿Me es necesario saber? . . . . . . . . . . . 21Aristóteles, Descartes y Gassendi . . . . 21Los animales . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 23La experiencia . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 24Sustancia . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 25Límites estrechos . . . . . . . . . . . . . . . . . 26Descubrimientos imposibles . . . . . . . . 27Desesperación fundada . . . . . . . . . . . . 28Debilidad de los hombres . . . . . . . . . . 30¿Soy libre? . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 30¿Es todo eterno? . . . . . . . . . . . . . . . . . . 35Inteligencia . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 37Eternidad . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 38Incomprensibilidad . . . . . . . . . . . . . . . 38

ÍNDICE

IIIIIIIVVVIVIIVIIIIXXXIXIIXIIIXIVXVXVIXVII

Prólogo de Fernando Savater . . . . . . . . . . . . . . . . 9 Nota de traducción . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 13

El filósofo ignorante

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Infinito . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 39Mi dependencia . . . . . . . . . . . . . . . . . . 40La eternidad de nuevo . . . . . . . . . . . . . 41Mi dependencia de nuevo . . . . . . . . . . 43Nueva cuestión . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 43Un solo artífice supremo . . . . . . . . . . . 44Spinoza . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 47Absurdidades . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 54Del mejor de los mundos . . . . . . . . . . 57De las mónadas, etcétera . . . . . . . . . . 60De las formas plásticas . . . . . . . . . . . . 61De Locke . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 62¿Qué he aprendido hasta ahora? . . . . 68¿Hay una moral? . . . . . . . . . . . . . . . . . 68Utilidad real – Noción de la justicia . . 70¿Es prueba de verdad el consenso universal? . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 74Contra Locke . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 75Contra Locke . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 76La naturaleza igual en todas partes . 80De Hobbes . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 81Moral universal . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 82De Zoroastro . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 83De los brahmanes . . . . . . . . . . . . . . . . . 85De Confucio . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 85De los filósofos griegos y en primer lugar de Pitágoras . . . . . . . . . . . . . . . . 87De Zaleuco . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 87De Epicuro . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 88

XVIIIXIXXXXXIXXIIXXIIIXXIVXXVXXVIXXVIIXXVIIIXXIXXXXXXXIXXXIIXXXIII

XXXIVXXXVXXXVIXXXVIIXXXVIIIXXXIXXLXLIXLII

XLIIIXLIV

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De los estoicos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 89Filosofía y virtud . . . . . . . . . . . . . . . . . 91De Esopo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 91De la paz nacida de la filosofía . . . . . . 92Otras cuestiones . . . . . . . . . . . . . . . . . . 93Otras cuestiones . . . . . . . . . . . . . . . . . . 94Ignorancia . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 94Otras ignorancias . . . . . . . . . . . . . . . . . 95Mayor ignorancia . . . . . . . . . . . . . . . . . 96Ignorancia ridícula . . . . . . . . . . . . . . . . 97Peor que ignorancia . . . . . . . . . . . . . . 98Comienzo de la razón . . . . . . . . . . . . . 98

XLVXLVIXLVIIXLVIIIXLIXLLILIILIIILIVLVLVI

Notas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 101Índice onomástico . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 131

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EMPECEMOS por constatar algo obvio y que sinembargo puede sonar paradójico: llamar a un filó-sofo «ignorante» es una redundancia. Desde susorígenes, ser filósofo es asumir que uno no poseea «sofía», la sabiduría, sino que solamente aspira aella con amor –«filía» no siempre correspondido.Ya de entrada se admite que no se es un «sofós», unsabio, sino sólo alguien que duda de los saberesestablecidos y suspira por un saber verdadero, taninvulnerable a la duda como, ay, inalcanzable. Elsabio sabe que sabe (o cree que sabe) mientras queel filósofo sólo sabe que no sabe… pero está segurode que le gustaría saber.

No es cuestión de modestia, nada de eso, sino, alcontrario, exceso de ambición intelectual: lo queel filósofo quisiera saber es algo tan vasto y esencialque desborda los conocimientos asequibles a nues-tras limitadas capacidades de observación y expe-riencia. Por eso sus mayores triunfos se resuelvenfinalmente en fracasos, por eso ningún filósofologra poner punto final a la filosofía… ni siquieraanular definitivamente a los filósofos que le han

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PRÓLOGO

Voltaire, escéptico y militante

Fernando Savater

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precedido y que siguen presentes en su propia obra,dudosos y tenaces. Dedicarse de veras a la filosofíaes renunciar a la resignación y a la paciencia, tansabias. El filósofo es –y pido perdón por parafra-sear a José María Pemán– un «divino impaciente».

La impaciencia de Voltaire iba por otro lado. A élno le desazonaba la ausencia de certezas definitivasy esenciales, sino la urgencia de acabar con los erro-res –de uno u otro tamaño– que obstaculizan ellogro de una vida razonablemente dichosa y próspe-ra para los humanos. Si alguien creyó firmemente(pese a su radical escepticismo) en el «primum vive-re, deinde philosophari», ese fue Voltaire. Combi-naba un agudo escepticismo respecto a la posibilidadde resolver de una vez por todas las grandes cuestio-nes con un optimismo militante sobre la mejora delos asuntos cotidianos: está a nuestro alcance lograruna vida más racional, más higiénica, mejor infor-mada y menos cruel… si acabamos con prejuicios ysupersticiones. Los filósofos deberían aplicarse aesta tarea y no a intentar resolver acertijos metafí-sicos que trascienden lo que un modesto mamíferocomo es el hombre puede abarcar.

Es precisamente el exceso de ambición y la pre-sunción que la acompaña lo que ha hecho hasta hoytan ineficaces a los filósofos. En un párrafo contun-dente de este libro, Voltaire traza un balance desola-dor: «Desde Tales hasta los profesores de nuestrasuniversidades, y hasta los más quiméricos razonado-

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res, y hasta sus plagiarios, ningún filósofo ha influi-do ni siquiera en las costumbres de la calle en quevivía. ¿Por qué? Porque los hombres se rigen por lacostumbre y no por la metafísica. Un solo hombreelocuente, hábil y prestigioso podrá mucho sobre loshombres; cien filósofos no podrán nada si no sonmás que filósofos». No hace falta decir que Voltairequiso siempre ser ese hombre elocuente e influyen-te y no uno más en la caterva estéril de los filósofosdigamos «puros».

El filósofo ignorante aparece mencionado porprimera vez en una carta de Mme. du Deffand aWalpole, fechada en 1767. Es lógico suponer que fueescrito el año anterior, es decir ya en la anciani-dad del autor. Está compuesto de apuntes breves,a veces perentorios (estilo «no le des más vueltas»)y a menudo irónicos, o mejor: sarcásticos. Ni siquie-ra Locke, al que admiró y veneró toda su vida, sesalva de algunos zarpazos. Voltaire vuelve a defen-der su deísmo contra todo y contra todos (en espe-cial contra actitudes como la de Spinoza, al cualsitúa perspicazmente del lado del ateísmo a pesarde hablar tanto de Dios). Para su mente práctica yordenada, un Ser Superior que garantice el ordenracional del Universo y la ley moral, pero sin mez-clarse en querellas inquisitoriales ni absurdassupersticiones, es un servicio público intelectual deprimera necesidad. Si por casualidad no existiera,deberíamos inventarlo y defenderlo nosotros –es

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decir, los humanos que queremos vivir mejor– porrazones de estricta utilidad…

En las últimas líneas, constata que el «mons-truo» enemigo de la razón (al que no es difícil ponernombre y apellidos, aunque varíen a lo largo de lahistoria) sigue activo y por tanto quien defiendala verdad corre el riesgo permanente de ser perse-guido por causa de ella. Sin embargo, a pesar de esaamenaza, no debemos permanecer «ociosos en lastinieblas». Es el mensaje final de alguien que per-maneció activo y combativo hasta su último aliento.

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SABEMOS que las partes esenciales de este pequeñoensayo fueron escritas por Voltaire verosímilmentea principios de 1766; publicado junto con otras pie-zas en ese año, probablemente en diciembre, cuan-do Voltaire ya ha cumplido setenta y dos años, en1767 ya eran seis las reediciones de Le philosopheignorant. Luego fue integrado, con el título de LesQuestions d’un homme qui ne sait rien (Las cuestio-nes de un hombre que no sabe nada), en los Nou-veaux Mélanges del autor.

Para la traducción sigo el texto de Le philosopheignorant incluido en el tomo de Mélanges de Vol-taire preparado por Jacques van den Heuvel (Galli-mard, 1961). En 1987, en The Complete Works ofVoltaire apareció su edición crítica al cuidado deRoland Mortier, especialista del siglo ilustrado (ree-dición de la Voltaire Foundation, Oxford, 2000). Enella se sigue la edición prínceps de 1766, sin atenderalgunas variantes –además de los tres últimos capí-tulos, LVII, LVIII y LIX, eliminados a partir de1767– introducidos por Voltaire; la más significati-va, la del término «duda» de los títulos capitulares,que el filósofo sustituyó por «cuestión».

M. A.

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NOTA DE TRADUCCIÓN

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El filósofo ignorante

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17Primera cuestión

¿Quién eres? ¿De dónde vienes? ¿Qué haces? ¿Quéllegarás a ser? Es una cuestión que debe plantearse atodos los seres del universo, pero a la que ningunonos responde. Pregunto a las plantas qué virtud lashace crecer, y cómo el mismo terreno produce fru-tos tan diversos. Estos seres insensibles y mudos,aunque enriquecidos con una facultad divina, medejan en mi ignorancia y con mis vanas conjeturas.

Interrogo a esa multitud de animales diferentesque en su totalidad tienen movimiento y lo comuni-can, que gozan de las mismas sensaciones que yo,que tienen una medida de ideas y de memoria juntocon todas las pasiones. Saben todavía menos que yolo que son, por qué son, y qué llegan a ser.

Sospecho, tengo motivos incluso para creer, quelos planetas que giran alrededor de los innumera-bles soles que llenan el espacio están habitados porseres sensibles y pensantes; pero una barrera eternanos separa, y ninguno de estos habitantes de otrosglobos se ha comunicado con nosotros.

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En Le Spectacle de la nature1, el señor prior ledice al señor caballero que los astros estaban hechospara la Tierra, y la Tierra, así como los animales,para el hombre. Pero como el pequeño globo de laTierra gira como los demás planetas alrededor delSol; como los movimientos regulares y proporciona-les de los astros pueden subsistir eternamente sinque existan hombres; como en nuestro pequeñoplaneta hay infinitamente más animales que seme-jantes míos, he pensado que el señor prior teníacierto exceso de amor propio al presumir que todohabía sido hecho para él; he visto que, a lo largo desu vida, el hombre es devorado por todos los anima-les si está indefenso, y que todos lo devoran tambiéndespués de su muerte. Por eso me ha costado mu-cho trabajo concebir que el señor prior y el señorcaballero fuesen los reyes de la naturaleza. Esclavode todo lo que me rodea en lugar de ser rey, encerra-do en un punto, y rodeado por la inmensidad, em-piezo por buscarme a mí mismo.

IINuestra debilidad

Soy un animal débil; al nacer no tengo ni fuerza,ni conocimiento, ni instinto; ni siquiera puedoarrastrarme hasta la teta de mi madre, como hacen

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todos los cuadrúpedos; sólo adquiero algunas ideasde la misma manera que adquiero un poco de fuer-za, cuando mis órganos empiezan a desarrollarse.Esa fuerza aumenta en mí hasta la época en que, nopudiendo crecer más, disminuye día tras día. Esepoder de concebir ideas aumenta asimismo hasta sutérmino, y luego se desvanece insensible y gradual-mente.

¿Cuál es la mecánica que aumenta a cada instan-te las fuerzas de mis miembros hasta el límite pres-crito? Lo ignoro; y quienes han pasado su vida bus-cando esa causa no saben más que yo.

¿Cuál es ese otro poder que hace entrar unasimágenes en mi cerebro, que las conserva en mimemoria? Quienes han hecho la experiencia lo hanbuscado inútilmente; todos estamos en la mismaignorancia de los primeros principios en que nosencontrábamos en nuestra cuna.

III¿Cómo puedo pensar?

¿Me han enseñado algo los libros escritos desdehace dos mil años? A veces nos entran ganas de sa-ber cómo pensamos, aunque rara vez nos entrendeseos de saber cómo digerimos, cómo andamos.He interrogado a mi razón, le he preguntado lo quees: esa pregunta siempre la ha dejado confusa.

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Por medio de ella he tratado de descubrir si lasmismas causas que me hacen digerir, que me hacenandar, son las mismas por las que tengo ideas.Nunca he podido concebir cómo y por qué estasideas huían cuando el hambre debilitaba mi cuerpo,y cómo renacían cuando había comido.

He visto una diferencia tan grande entre los pen-samientos y la comida, sin la que no pensaría, quehe creído que había en mí una sustancia que razo-naba y otra sustancia que digería. Sin embargo,cuando he querido seguir demostrándome quesomos dos, he sentido burdamente que soy unosolo; y esa contradicción siempre me ha causado undolor extremado.

He preguntado a algunos de mis semejantes quecultivan la tierra, nuestra madre común, con muchoesfuerzo, si sentían que eran dos, si habían descu-bierto por medio de su filosofía que poseían en símismos una sustancia inmortal, y sin embargo for-mada de nada, que existe sin extensión, que actúasobre sus nervios sin tocarlos, expresamente envia-da al vientre de su madre seis semanas después de suconcepción; han pensado que yo tenía ganas de bur-la y han seguido labrando sus campos sin respon-derme.

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IV¿Me es necesario saber?

Así pues, viendo que una enorme cantidad dehombres no tenía la menor idea de las dificultadesque me preocupan y ni siquiera sospechaba lo quese dice en las escuelas del ser en general, de la mate-ria, del espíritu, etcétera; viendo incluso que se bur-laban con frecuencia de lo que yo quería saber, hesospechado que no era del todo necesario que lo su-piéramos. He pensado que la naturaleza ha dado acada ser la porción que le conviene; y he creído quelas cosas que no podemos alcanzar no son de nues-tra incumbencia. Mas, a pesar de esta desesperanza,no dejo de desear instruirme y mi curiosidad enga-ñada sigue siendo insaciable.

VAristóteles, Descartes y Gassendi

Aristóteles empieza por decir que la incredulidades la fuente de la sabiduría; Descartes ha diluido esepensamiento, y los dos me han enseñado a no creernada de lo que me dicen. El tal Descartes, sobretodo, después de haber fingido que dudaba, habla enun tono tan afirmativo de lo que no entiende, estátan seguro de lo que afirma cuando en física se equi-voca groseramente, ha construido un mundo tan

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imaginario, son de un ridículo tan prodigioso sustorbellinos y sus tres elementos, que debo descon-fiar de todo lo que me dice sobre el alma después dehaberme engañado tanto sobre los cuerpos. Que loelogien, en buena hora, siempre que no se elogiensus camelos filosóficos, despreciados hoy día parasiempre en toda Europa.

Cree o finge creer que nacemos con pensamien-tos metafísicos. Sería lo mismo que afirmar queHomero nació con la Ilíada en la cabeza. Bien escierto que, al nacer, Homero tenía un cerebro hechode tal modo que, tras adquirir luego ideas poéticas,unas veces hermosas, otras incoherentes, otras exa-geradas, terminó escribiendo la Ilíada. Al nacertraemos el germen de cuanto se desarrolla en noso-tros; pero en realidad no tenemos más ideas innatasque pinceles y colores trajeron al nacer Rafael yMiguel Ángel.

Para tratar de conciliar las partes dispersas desus quimeras, Descartes supuso que el hombrepiensa siempre; sería lo mismo que imaginar quelas aves no dejan nunca de volar, ni los perros decorrer, porque éstos tienen la facultad de correr yaquéllas la de volar.

A poco que consultemos nuestra propia expe-riencia y la del género humano, quedamos perfecta-mente convencidos de lo contrario. No hay nadie lobastante loco para creer firmemente que haya pen-sado toda su vida, día y noche sin interrupción,

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desde que era feto hasta su última enfermedad. Elrecurso de quienes han querido defender ese came-lo ha sido decir que se pensaba siempre, pero sindarse uno cuenta. Tanto valdría decir que uno bebe,que come y que corre a caballo sin saberlo. Si no osdais cuenta de que tenéis ideas, ¿cómo podéis afir-mar que las tenéis? Gassendi2 se burló como debíade ese extravagante sistema. ¿Sabéis lo que ocurrió?Tomaron a Gassendi y a Descartes por ateos, porquerazonaban.

VILos animales

De la suposición de que los hombres teníancontinuamente ideas, percepciones, concepciones,se deducía naturalmente que los animales tambiénlas tenían; porque es indiscutible que un perrode caza tiene la idea de su amo, al que obedece, y dela caza que le trae. Es evidente que tiene memoria, yque combina algunas ideas. Así pues, si el pensa-miento del hombre era también la esencia de sualma, el pensamiento del perro era también la esen-cia de la suya, y si el hombre tiene ideas siempre erapreciso que los animales las tuvieran siempre. Parazanjar esa dificultad, el fabricante de los torbelli-nos3 y de la materia estriada osó decir que los ani-males eran simples máquinas que buscaban decomer sin tener apetito, que poseían desde luego los

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órganos del sentimiento para no experimentarnunca la menor sensación, que gritaban sin dolor,que expresaban su placer sin alegría, que contabancon un cerebro para no recibir en él la más ligeraidea, y que de este modo eran una contradicciónperpetua de la naturaleza.

Este sistema era tan ridículo como el otro; pero,en lugar de demostrar su extravagancia, fue tratadode impío; se pretendió que este sistema repugnabaa la Sagrada Escritura, que dice, en el Génesis4, que«Dios hizo un pacto con los animales, y que lesreclamará la sangre de los hombres que hayan mor-dido y comido»; lo cual supone de modo manifiestoen los animales la inteligencia, el conocimiento delbien y del mal.

VIILa experiencia

No mezclemos nunca la Sagrada Escritura ennuestras disputas filosóficas: son cosas demasiadoheterogéneas y que no tienen ninguna relación.Aquí sólo se trata de examinar lo que podemossaber por nosotros mismos, y esto se reduce a bienpoca cosa. Hay que haber renunciado al sentidocomún para no admitir que en el mundo no sabe-mos nada más que por la experiencia; y, por supues-to, si sólo por la experiencia y por una sucesión de

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tanteos y de largas reflexiones llegamos a conseguiralgunas débiles y ligeras ideas del cuerpo, del espa-cio, del tiempo, del infinito, de Dios mismo, nomerece la pena que el Autor de la naturaleza pongaestas ideas en el cerebro de todos los fetos a finde que luego sólo haya un pequeñísimo número dehombres que las usen.

Respecto a los objetos de nuestra ciencia, todossomos como los amantes ignorantes Dafnis y Cloecuyos amores y vanos intentos nos describió Longo5.Necesitaron mucho tiempo para adivinar cómopodían satisfacer sus deseos, porque carecían deexperiencia. Lo mismo les ocurrió al emperadorLeopoldo6 y al hijo de Luis XIV7; hubo que instruir-los. Si hubieran tenido ideas innatas, es de suponerque la naturaleza no les hubiera negado la principaly única necesaria para la conservación de la especiehumana.

VIIISustancia

Como sólo se puede tener alguna noción porexperiencia, es imposible que podamos saber nuncalo que es la materia. Tocamos, vemos las propieda-des de esa sustancia; pero esa misma palabra desustancia, lo que está debajo, nos advierte suficien-temente de que ese debajo siempre nos será desco-nocido: por más que descubramos de sus aparien-

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cias, siempre quedará por descubrir ese debajo. Porla misma razón nunca sabremos por nosotros mis-mos lo que es espíritu: es una palabra que origina-riamente significa soplo, y de la que nos hemos ser-vido para tratar de expresar vaga y burdamenteaquello que nos da pensamientos. Pero de todosmodos, si, por un prodigio que no es fácil suponer,tuviéramos alguna ligera idea de la sustancia de eseespíritu, no estaríamos más adelantados; nunca po-dríamos adivinar cómo recibe esa sustancia senti-mientos y pensamientos. Sabemos bien que tenemosun poco de inteligencia, pero ¿cómo la tenemos?Ése es el secreto de la naturaleza, no se lo ha revela-do a ningún mortal.

IXLímites estrechos

Nuestra inteligencia es muy limitada, lo mismoque la fuerza de nuestro cuerpo. Hay hombresmucho más robustos que otros; también hayHércules en materia de ideas, pero esa superioridades en el fondo muy poca cosa. Uno levantará diezveces más materia que yo; otro podrá hacer frente,y sin papel, a una división de quince cifras, mientrasque yo sólo podría dividir tres o cuatro con un tra-bajo enorme; a eso se reducirá esa fuerza tan alaba-da; pero muy pronto encontrará su límite; y, por

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eso, en los juegos combinatorios ningún hombre,después de haberse formado en ellos con toda suaplicación y una larga práctica, nunca va más allá,por más que se esfuerce, del grado que ha consegui-do alcanzar; ha topado con el límite de su inteligen-cia. Es, incluso, absolutamente necesario que asísea, porque de otro modo iríamos, gradualmente,hasta el infinito.

XDescubrimientos imposibles

Así pues, en el estrecho círculo en que estamosencerrados veamos lo que estamos condenados aignorar y lo que podemos conocer un poco. Ya he-mos visto8 que ninguna primera causa, ningún pri-mer principio puede ser aprendido por nosotros.

¿Por qué obedece mi brazo a mi voluntad? Esta-mos tan acostumbrados a este incomprensible fenó-meno que muy pocos le prestan atención; y cuandoqueremos buscar la causa de un efecto tan corrien-te, encontramos que entre nuestra voluntad y laobediencia de nuestro miembro está realmente elinfinito, es decir, que no hay ninguna proporciónentre la una y la otra, ninguna razón, ninguna apa-riencia de causa; y nos damos cuenta de que pensa-ríamos en ello una eternidad sin poder imaginar elmenor destello de verosimilitud.

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XIDesesperación fundada

Así detenidos desde el primer paso, y replegán-donos inútilmente sobre nosotros mismos, nosasustamos de estar buscándonos siempre y de noencontrarnos nunca. Ninguno de nuestros sentidoses explicable.

Sabemos poco más o menos, con la ayuda de lostriángulos, que hay aproximadamente treinta millo-nes de nuestras grandes leguas geométricas9 de laTierra al Sol; pero ¿qué es el Sol? ¿Y por qué girasobre su eje? ¿Y por qué en un sentido y no en otro?¿Y por qué Saturno y nosotros giramos alrededor deese astro de Occidente a Oriente y no de Oriente aOccidente? No sólo no responderemos nunca a esapregunta, sino que nunca vislumbraremos la menorposibilidad de imaginar siquiera una causa física.¿Por qué? Porque el nudo de esa dificultad está enel primer principio de las cosas.

Ocurre con lo que actúa dentro de nosotros comocon lo que actúa en los espacios inmensos de lanaturaleza. Hay, en la disposición de los astros y enla conformación de un ácaro y del hombre, un pri-mer principio cuyo acceso debe necesariamenteestarnos prohibido. Porque si pudiéramos conocernuestra primera causa, seríamos dueños de ella,seríamos dioses. Aclaremos esa idea, y veamos si esverdadera.

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Supongamos que encontrásemos, en efecto, lacausa de nuestras sensaciones, de nuestros pensa-mientos, de nuestros movimientos, lo mismo quesolamente hemos descubierto en los astros la razónde los eclipses y de las diferentes fases de la Luna yde Venus; es evidente que entonces predeciríamosnuestras sensaciones igual que predecimos las fasesy los eclipses. Conociendo, pues, lo que deberíaocurrir mañana en nuestro interior, veríamos clara-mente, gracias al juego de esa máquina, de qué ma-nera agradable o funesta deberíamos resultar afec-tados. Poseemos una voluntad que dirige, tal comose admite, nuestros movimientos interiores endiversas circunstancias. Por ejemplo, si me sientodispuesto a la cólera, mi reflexión y mi voluntadreprimen sus accesos nacientes. Si yo conociese misprimeros principios, vería todos los afectos a los queestoy dispuesto para mañana, toda la sucesión delas ideas que me esperan; podría tener sobre esasucesión de ideas y de sentimientos el mismo poderque a veces ejerzo sobre los sentimientos y sobre lospensamientos actuales que aparto y que reprimo.Me encontraría precisamente en el caso de todohombre que puede retrasar y acelerar a su caprichoel movimiento de un reloj, el de un barco, el de cual-quier máquina conocida.

En ese supuesto, siendo dueño de las ideas queme están destinadas mañana, lo sería para el díasiguiente, lo sería para el resto de mi vida; podría,

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por tanto, ser siempre todopoderoso sobre mí mis-mo, sería el dios de mí mismo. Me doy perfectacuenta de que ese estado es incompatible con minaturaleza; es por lo tanto imposible que yo puedaconocer nada del primer principio que me hace pen-sar y actuar.

XIIDebilidad de los hombres

Lo que es imposible para mi naturaleza tan débil,tan limitada, y que tiene una duración tan corta,¿es imposible en otros globos, en otras especies deseres? ¿Hay inteligencias superiores, dueñas de to-das sus ideas, que piensan y sienten todo lo quequieren? No lo sé; sólo conozco mi debilidad, notengo ninguna noción de la fuerza de los demás.

XIII¿Soy libre?

No salgamos aún del círculo de nuestra existen-cia; sigamos examinándonos a nosotros mismostanto cuanto podamos. Recuerdo que cierto día,antes de que hubiera hecho todas las preguntas pre-cedentes, un razonador quiso hacerme razonar. Mepreguntó si yo era libre; le respondí que no estaba

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en prisión, que tenía la llave de mi cuarto, que eraperfectamente libre. «No es eso lo que os pregun-to», me respondió; «¿creéis que vuestra voluntadtiene la libertad de querer o no querer tiraros por laventana? ¿Pensáis, con el ángel de la Escuela10, queel libre albedrío es una potencia apetitiva, y que ellibre albedrío se pierde por el pecado?». Miré a mihombre fijamente para tratar de leer en sus ojos sino tenía extraviada la razón, y le respondí que nocomprendía nada de su galimatías.

Sin embargo, esa pregunta sobre la libertad delhombre me interesó vivamente; leí a los escolásti-cos, me quedé como ellos en tinieblas; leí a Locke, yvislumbré rasgos de luz; leí el Tratado de Collins11,que me pareció Locke perfeccionado; y después nohe leído nada que me haya proporcionado un nuevogrado de conocimiento. He aquí lo que mi débilrazón ha concebido, ayudada por esos dos grandeshombres, los únicos, en mi opinión, que se hanentendido a sí mismos al escribir sobre esa materia,y los únicos que se han hecho entender por losdemás.

No hay nada sin causa. Un efecto sin causa no esmás que una expresión absurda. Todas las veces quequiero, sólo puede ser en virtud de mi juicio, buenoo malo; este juicio es necesario, por lo tanto mivoluntad también lo es. En efecto, sería muy singu-lar que toda la naturaleza, todos los astros obedez-can a unas leyes eternas, y que haya un pequeño

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animal de cinco pies de alto que, con desprecio deesas leyes, pueda actuar siempre como le plazca agusto sólo de su capricho. Actuaría al azar, y es sabi-do que el azar no es nada. Hemos inventado estapalabra para expresar el efecto conocido de todacausa desconocida.

Mis ideas entran necesariamente en mi cerebro;¿cómo mi voluntad, que depende de él, sería almismo tiempo necesitada y absolutamente libre?Siento en mil ocasiones que esa voluntad no puedenada; por ejemplo, cuando la enfermedad me pos-tra, cuando la pasión me arrebata, cuando mi juiciono puede alcanzar los objetos que se me presentan,etcétera, debo pensar que, como las leyes de la natu-raleza son siempre las mismas, mi voluntad no esmás libre en las cosas que me parecen más indife-rentes que en aquellas otras en que me siento some-tido a una fuerza invencible.

Ser verdaderamente libre es poder. Cuando pue-do hacer lo que quiero, ahí está mi libertad; pero yoquiero necesariamente lo que quiero; de otro modoquerría sin razón, sin causa, lo cual es imposible. Milibertad consiste en andar cuando quiero andar y nopadezco de gota.

Mi libertad consiste en no cometer una malaacción cuando mi mente la concibe necesariamentemala; en subyugar una pasión cuando mi mente mehace sentir su peligro y cuando el horror de esaacción lucha poderosamente contra mi deseo.

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Podemos reprimir nuestras pasiones, como ya heanunciado en la Cuestión XI, pero entonces nosomos más libres reprimiendo nuestros deseos quedejándonos arrastrar por nuestras inclinaciones;porque, en uno y otro caso, seguimos irresistible-mente nuestra última idea, y esa última idea esnecesaria; por lo tanto, hago necesariamente lo queella me dicta. Es extraño que los hombres no esténcontentos con esa medida de libertad, es decir, delpoder que han recibido de la naturaleza de hacer endiversos casos lo que quieren; los astros no lo tie-nen: nosotros lo poseemos y algunas veces nuestroorgullo nos hace creer que poseemos todavía más.Nos figuramos que tenemos el don incomprensibley absurdo de querer, sin más razón, sin más motivoque el de querer (véase la Cuestión XXIX).

No, no puedo perdonar al doctor Clarke12 quehaya combatido con mala fe estas verdades cuyafuerza comprendía, y que parecían ajustarse mal asus sistemas. No, a un filósofo como él no le estápermitido haber atacado a Collins por sofista, yhaber desviado el estado de la cuestión reprochan-do a Collins llamar al hombre un agente necesario.Agente o paciente, ¿qué importa? Agente cuandose mueve voluntariamente, paciente cuando recibeideas. ¿Qué hace el nombre a la cosa? El hombrees en todo un ser dependiente, igual que la natura-leza entera es dependiente, y él no puede ser excep-tuado de los demás seres.

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En Samuel Clarke, el predicador ha ahogado alfilósofo; distingue la necesidad física y la necesidadmoral. ¿Y qué es una necesidad moral? ¿Os pareceverosímil que una reina de Inglaterra a la que coro-nan y consagran en una iglesia se despoje de susregias vestiduras para tenderse desnuda sobre elaltar, aunque se cuenta una aventura así de unareina del Congo? Llamáis a eso una necesidadmoral en una reina de nuestros climas; pero en elfondo es una necesidad física, eterna, ligada a laconstitución de las cosas. Y tan seguro es que esareina no cometerá semejante locura como que mori-rá un día. La necesidad moral no es más que unapalabra, todo lo que se hace es absolutamente nece-sario. No hay punto medio entre la necesidad y elazar; y sabéis que no hay azar: por lo tanto, todo loque ocurre es necesario.

Para complicar más la cosa se ha imaginado dis-tinguir también entre necesidad y coacción; pero,en el fondo, ¿es otra cosa la coacción que una nece-sidad de la que nos damos cuenta? Y ¿no es la ne-cesidad una coacción de la que no nos damos cuen-ta? Arquímedes se ve tan obligado a permanecer ensu cuarto cuando lo encierran en él como cuandoestá tan intensamente ocupado en un problema queno recibe la idea de salir.

Ducunt volentem fata, nolentem trahunt13

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El ignorante que piensa así no siempre ha pensa-do igual, pero en última instancia está obligado arendirse.

XIV¿Es todo eterno?

Sometido a unas leyes eternas como todos losglobos que llenan el espacio, como los elementos,los animales, las plantas, lanzo miradas sorprendi-das sobre todo lo que me rodea; busco quién es miautor, el de esa inmensa máquina de la que apenassoy una imperceptible rueda.

No he venido de nada, porque la sustancia de mipadre, y de mi madre que me llevó nueve meses ensu matriz, es algo. Me resulta evidente que el ger-men que me produjo no pudo ser producido pornada; porque ¿cómo la nada produciría la existen-cia? Me siento subyugado por esa máxima de todala Antigüedad: «Nada viene de la nada, a la nadanada puede volver14». Este axioma encierra en síuna fuerza tan terrible que encadena todo mientendimiento sin que pueda debatirme en su con-tra. Ningún filósofo se ha apartado de él; ningúnlegislador, cualquiera que sea, lo ha impugnado. ElCahut de los fenicios, el Caos de los griegos15, elTohu-bohu16 de los caldeos y de los hebreos, todonos confirma que siempre se ha creído en la eterni-

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dad de la materia. Engañada por esa idea tan anti-gua y tan general, mi razón me dice: es preciso quela materia sea eterna, puesto que existe; si existíaayer, existía antes. No percibo ninguna verosimili-tud de que haya empezado a ser, ninguna causa porla que no haya sido, ninguna causa por la que hayarecibido la existencia en un tiempo más que enotro. Cedo, pues, a esa convicción, esté fundada osea errónea, y me sumo al partido del mundo ente-ro hasta que, habiendo avanzado en mis investiga-ciones, encuentro una luz superior17 al juicio detodos los hombres, que me obliga a retractarme apesar mío.

Pero si, como tantos filósofos de la Antigüedadpensaron, el Ser eterno siempre ha actuado, ¿quéllegarán a ser el Cahut y el Ereb18 de los fenicios, elTohu-bohu de los caldeos, el Caos de Hesíodo? Sequedará en las fábulas. El Caos es imposible a ojosde la razón, pues imposible es que, siendo eterna lainteligencia, nunca haya habido alguna cosa opues-ta a las leyes de la inteligencia: ahora bien, el Caoses precisamente lo opuesto a todas las leyes de lanaturaleza. Entrad en la caverna más horrible de losAlpes, bajo esos restos de rocas, de hielo, de arena,de aguas, de cristales, de minerales informes: todoobedece a la gravitación y a las leyes de la hidrostá-tica. El Caos nunca ha existido más que en nuestrascabezas, y sólo ha servido para que Hesíodo yOvidio compongan hermosos versos19.

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Si nuestra Sagrada Escritura ha dicho que elCaos existía20, si el Tohu-bohu ha sido adoptado porella, le damos crédito, desde luego, y con la fe másviva. Aquí sólo hablamos siguiendo las luces enga-ñosas de nuestra razón. Estamos limitados, comohemos dicho21, a ver lo que podemos sospechar pornosotros mismos. Somos niños que tratamos de daralgunos pasos sin andaderas: andamos, caemos, y lafe nos levanta.

XVInteligencia

Pero al percibir el orden, el prodigioso artificio,las leyes mecánicas y geométricas que reinan en eluniverso, los medios, los innumerables fines detodas las cosas, me siento sobrecogido de admira-ción y de respeto. Enseguida juzgo que si las obrasde los hombres, las mías mismas, me fuerzan areconocer en nosotros una inteligencia, debo reco-nocer un bien superiormente actuante en la multi-tud de tantas obras. Admito esa inteligencia supre-ma sin temor a que nunca se me pueda hacer cam-biar de opinión. Nada quebranta en mí este axioma:«Toda obra demuestra un obrero».

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XVIEternidad

¿Es eterna esa inteligencia? Sin duda, pues, aun-que yo haya admitido o rechazado la eternidad de lamateria, no puedo rechazar la existencia eterna desu supremo artífice; y es evidente que, si existe hoy,ha existido siempre.

XVIIIncomprensibilidad

Aún no he dado más que dos o tres pasos en estalarguísima carrera; quiero saber si esa inteligenciadivina es algo absolutamente distinto del universo,poco más o menos como se distingue al escultor dela estatua, o si esa alma del mundo está unida almundo, y lo penetra; poco más o menos como lo queyo llamo mi alma está unida a mí, y según esta ideade la Antigüedad tan bien expresada en Virgilio:

Mens agitat molem, et magno se corporemiscet22. (Eneida, VI, v. 727)

Y en Lucano:

Jupiter est quodcumque vides, quocumquemoveris23. (IX, v. 580)

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De pronto me veo detenido en mi vana curiosi-dad. Miserable mortal, si no puedo sondar mi pro-pia inteligencia, si no puedo saber lo que me anima,¿cómo conoceré la inteligencia inefable que visi-blemente preside la materia entera? Hay una, todome lo demuestra, pero ¿dónde está la brújula que meconducirá hacia su eterna e ignota morada?

XVIIIInfinito

Esa inteligencia, ¿es infinita en potencia y en in-mensidad como es indiscutiblemente infinita en du-ración? Sobre eso no puedo saber nada por mí mis-mo. Existe, por lo tanto ha existido siempre, esoestá claro. Pero ¿qué idea puedo tener de una poten-cia infinita? ¿Cómo puedo concebir un infinitoactualmente existente? ¿Cómo puedo imaginar quela inteligencia suprema está en el vacío? No ocurrelo mismo con el infinito en extensión que con el infi-nito en duración. Hasta el momento en que habloha transcurrido una duración infinita, eso es segu-ro; no puedo añadir nada a esa duración pasada,pero siempre puedo añadir al espacio que concibo,como puedo añadir a los números que concibo. Elinfinito en número y en extensión está fuera de laesfera de mi entendimiento. Por más que me digan,nada me ilumina en este abismo. Siento por suerte

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que ni mis dificultades ni mi ignorancia pueden per-judicar a la moral; aunque no podamos concebir nila inmensidad del espacio llena, ni la potencia infi-nita que lo ha hecho todo y que sin embargo aúnpuede seguir haciendo, esto sólo servirá para probarcada vez más la debilidad de nuestro entendimien-to, y esa debilidad no nos hará sino más sumisos alSer eterno del que somos obra.

XIXMi dependencia

Somos su obra. He ahí una verdad interesantepara nosotros: porque saber por la filosofía en quétiempo hizo al hombre, qué hacía antes, si está en lamateria, si está en el vacío, si está en un punto, siobra siempre o no, si obra en todas partes, si obrafuera de él o en él: todo esto son búsquedas quemultiplican en mí el sentimiento de mi ignoranciaprofunda.

Veo incluso que apenas ha habido en Europa unadocena de hombres que hayan escrito sobre estascosas abstractas con un poco de método; y aunquesuponga que han hablado de una manera inteligi-ble, ¿qué resultará de ello? Ya hemos admitido(Cuestión IV) que las cosas que tan pocas personaspueden presumir de entender son inútiles para elresto del género humano. Somos desde luego la

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obra de Dios, eso sí que me es útil saberlo: por esosu prueba es palpable. Todo es medio y fin en micuerpo; todo es resorte, polea, fuerza motriz,máquina hidráulica, equilibrio de líquidos, labora-torio de química. Por lo tanto está ordenado por unainteligencia (Cuestión XV). No es a la inteligenciade mis padres a la que debo ese orden, porque contoda seguridad no sabían lo que hacían cuando metrajeron al mundo; no eran más que los ciegos ins-trumentos de ese eterno fabricante que anima a lalombriz y hace girar al Sol sobre su eje.

XXLa eternidad de nuevo

Nacido de un germen venido de otro germen,¿ha habido una sucesión continua, un desarrollo sinfin de estos gérmenes, y toda la naturaleza ha exis-tido siempre mediante una sucesión necesaria deese Ser supremo que existía por sí mismo? Si sólocreyese a mi débil entendimiento diría: Me pareceque la naturaleza siempre ha estado animada. Nopuedo concebir que la causa que actúa continua yvisiblemente sobre ella, pudiendo actuar en todotiempo, no haya actuado siempre. Una eternidad deociosidad en el ser actuante y necesario me pareceincompatible. Me inclino a creer que el mundo haemanado siempre de esa causa primitiva y necesa-

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ria, como la luz emana del Sol. ¿Por qué encadena-miento de ideas siempre me veo arrastrado a creereternas las obras del Ser eterno? Aunque mi con-cepción sea muy pusilánime, tiene fuerza paraalcanzar al ser necesario que existe por sí mismo, yno tiene fuerza para concebir la nada. La existenciade un solo átomo me parece que prueba la eterni-dad de la existencia; pero nada me prueba la nada.¿Cómo? ¿Habría habido nada en el espacio dondehoy hay algo? Esto me parece incomprensible. Nopuedo admitir esa nada, a menos que la revelaciónvenga a fijar mis ideas, que se lanzan más allá de lostiempos.

Sé perfectamente que una sucesión infinita deseres que no tuvieran origen ninguno es tambiénabsurda: Samuel Clarke lo demuestra de sobra;pero éste no sólo se propone afirmar que Dios no hamantenido esa cadena desde toda la eternidad; nose atreve a decir que al Ser eternamente activo lehaya sido tanto tiempo imposible desplegar suacción. Es evidente que ha podido hacerlo; y si hapodido, ¿quién será lo bastante audaz para decirmeque no lo ha hecho? Lo repito, sólo la revelaciónpuede enseñarme lo contrario; pero aún no hemosllegado a esa revelación que aplasta toda filosofía, aesa luz ante la que toda luz se desvanece24.

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XXIMi dependencia de nuevo

Ese Ser eterno, esa causa universal me da ideas;porque no son los objetos los que me las dan. Unamateria bruta no puede enviar pensamientos a micabeza; mis pensamientos no proceden de mí, puesllegan a pesar mío y a menudo se van de la mismamanera. Se sabe perfectamente que no hay ningúnparecido, ninguna relación entre los objetos y nues-tras ideas y nuestras sensaciones. Cierto: había algosublime en ese Malebranche25, que osadamentepretendía que vemos todo en Dios mismo; pero ¿nohabía nada de sublime en los estoicos, que pensa-ban que es Dios quien obra en nosotros, y que no-sotros poseemos un destello de su sustancia? Entreel sueño de Malebranche y el sueño de los estoicos,¿dónde está la realidad? Vuelvo a caer (Cuestión II)en la ignorancia, que es el atributo de mi naturale-za; y adoro al Dios por quien pienso, sin saber cómopienso.

XXIINueva cuestión

Convencido por mi poco de razón de que existeun ser necesario, eterno, inteligente, de quien reci-bo mis ideas sin poder adivinar ni cómo ni por qué,

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pregunto qué es ese ser, si tiene la forma de lasespecies inteligentes y actuantes superiores a la míaen otros globos. Ya he dicho que no sabía nadasobre eso (Cuestión I). Sin embargo no puedo afir-mar que eso sea imposible, porque percibo planetasmuy superiores al mío en extensión, rodeados pormás satélites que la Tierra. No es absolutamenteinverosímil que estén poblados por inteligenciasmuy superiores a mí, y por cuerpos más robustos,más ágiles y más duraderos. Pero como su existen-cia no tiene ninguna relación con la mía, dejo a lospoetas de la Antigüedad la tarea de hacer descendera Venus de su pretendido tercer cielo, y a Marte delquinto26; yo sólo debo buscar la acción del ser nece-sario sobre mí mismo.

XXIIIUn solo artífice supremo

Una gran parte de los hombres, al ver el mal físi-co y el mal moral diseminados por este globo, ima-ginó dos seres poderosos, uno de los cuales produ-cía todo el bien y el otro todo el mal. Si existían,serían necesarios; serían eternos, independientes,ocuparían todo el espacio; existirían por tanto en elmismo lugar; se penetrarían por tanto el uno alotro: esto es absurdo. La idea de estas dos potenciasenemigas sólo puede derivar de los ejemplos que

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nos sorprenden en la tierra: vemos en ella hombresdulces y hombres feroces, animales útiles y anima-les nocivos, buenos amos y tiranos. De este modoimaginaron poderes contrarios que presidían lanaturaleza; no es más que un cuento asiático27. Entoda la naturaleza hay una unidad de propósitomanifiesta; las leyes del movimiento y de la grave-dad son invariables; es imposible que dos artíficessupremos, totalmente contrarios uno a otro, hayanseguido las mismas leyes. Esto basta, en mi opinión,para echar abajo el sistema maniqueo, y no se nece-sitan gruesos volúmenes para combatirlo.

Hay por tanto una potencia única, eterna, a laque todo está ligado, de la que todo depende, perocuya naturaleza es incomprensible para mí. SantoTomás nos dice que «Dios es un puro acto, unaforma, que no tiene género ni predicado, que es lanaturaleza y el agente, que existe esencial, partici-pativa y nuncupativamente»28. Cuando los domini-cos fueron los amos de la Inquisición, habrían man-dado quemar a un hombre que hubiera negadoestas bellas cosas; yo no las habría negado, pero nolas habría entendido.

Se me dice que Dios es simple; confieso humil-demente que tampoco entiendo el valor de estapalabra. Es cierto que no le atribuiría partes grose-ras que yo pudiera separar; pero no puedo concebirque el principio y el amo de todo lo que hay en laextensión no esté en la extensión. Hablando en

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rigor, la simplicidad me parece demasiado seme-jante al no ser. La extrema debilidad de mi inteli-gencia no tiene instrumento lo bastante sutil paracaptar esa simplicidad. El punto matemático es sim-ple, me dirán; pero el punto matemático no existeen realidad.

También se dice que una idea es simple, perotampoco lo entiendo. Veo un caballo, tengo su idea,pero en él no he visto más que un conjunto de cosas.Veo un color, tengo la idea de color; pero ese colores extensión. Pronuncio los nombres abstractos decolor en general, de vicio, de virtud, de verdad engeneral; pero es que he tenido conocimiento decosas coloreadas, de cosas que me han parecido vir-tuosas o viciosas, verdaderas o falsas: expreso todoesto mediante una palabra, pero no tengo conoci-miento claro de la simplicidad; ignoro lo que esigual que ignoro lo que es un infinito en númerosefectivamente existente.

Ya convencido de que, al no conocer lo que soy,no puedo conocer lo que es mi autor, mi ignoranciame abruma a cada instante, y me consuelo pensan-do continuamente en que no importa que yo sepa simi amo está o no está en la extensión, con tal de queyo no haga nada contra la conciencia que él me hadado. De todos los sistemas que los hombres haninventado sobre la Divinidad, ¿cuál será el queabrace? Ninguno, sólo el de adorarla.

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XXIVSpinoza

Después de haberme sumido con Tales en elagua de la que hacía su principio primero29, des-pués de haberme chamuscado junto al fuego deEmpédocles30, después de haber corrido en el vacíoen línea recta con los átomos de Epicuro31, de habercalculado los números con Pitágoras32, y de ha-ber oído su música; después de haber presentadomis respetos a los andróginos de Platón33, y trashaber pasado por todas las regiones de la metafísicay de la locura, al fin he querido conocer el sistemade Spinoza34.

No es absolutamente nuevo; está imitado dealgunos antiguos filósofos griegos, e incluso de algu-nos judíos; pero Spinoza ha hecho lo que ningúnfilósofo griego, y menos todavía ningún judío, hizo:ha empleado un método geométrico imponentepara darse cuenta clara de sus ideas. Veamos si nose ha extraviado metódicamente con el hilo que loguía.

Establece ante todo una verdad indiscutible yluminosa: Hay algo, por lo tanto existe eternamen-te un ser necesario. Este principio es tan verdaderoque el profundo Samuel Clarke se sirvió de él paraprobar la existencia de Dios.

Ese ser debe hallarse en todas partes donde estála existencia, pues ¿quién lo limitaría?

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Ese ser necesario es por tanto todo lo que existe:así pues, realmente no hay más que una sola sustan-cia en el universo.

Esa sustancia no puede crear otra: porque, comoella lo llena todo, ¿dónde meter una sustancianueva, y cómo crear alguna cosa de la nada? ¿Cómocrear la extensión sin colocarlo en la extensiónmisma, que necesariamente existe?

En el mundo existen el pensamiento y la mate-ria; la sustancia necesaria que llamamos Dios es portanto el pensamiento y la materia. Todo pensamien-to y toda materia están comprendidas por consi-guiente en la inmensidad de Dios: no puede existirnada fuera de él; no puede actuar más que en él; éllo abarca todo, él es todo.

Así, cuanto llamamos sustancias diferentes noes de hecho más que la universalidad de los diferen-tes atributos del Ser supremo, que piensa en el cere-bro de los hombres, alumbra en la luz, se muevesobre los vientos, estalla en el trueno, recorre elespacio en todos los astros y vive en toda la natura-leza.

No está confinado, como un vil rey de la tierra,en su palacio, separado de sus súbditos; está ínti-mamente unido a ellos, que son partes necesarias desí mismo; si se hubiera distinguido de ellos, ya nosería el ser necesario, ya no sería universal, no lle-naría todos los lugares, sería un ser aparte comootro cualquiera.

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Aunque todas las modalidades cambiantes en eluniverso sean efecto de sus atributos, sin embargo,según Spinoza, no hay partes: porque, dice, el infi-nito no las tiene en absoluto propiamente dichas; silas tuviera, podrían añadírsele otras, y entonces yano sería infinito. Por último Spinoza proclama quehay que amar a ese Dios necesario, infinito, eterno;y éstas son sus propias palabras, p. 45 de la ediciónde 173135:

«Respecto al amor de Dios, lejos de que esa idealo pueda debilitar, considero que ninguna otra esmás idónea para incrementarlo, puesto que me haceconocer que Dios es íntimo con mi ser, que me dala existencia y todas mis propiedades, pero que melas da liberalmente, sin reproche, sin interés, sinsometerme a otra cosa que a mi propia naturaleza.Destierra el temor, la inquietud, la desconfianza, ytodos los defectos de un amor vulgar o interesado.Me hace sentir que es un bien que no puedo perder,y que poseo tanto más cuanto que lo reconozco y loamo».

Estas ideas sedujeron a muchos lectores; huboincluso quienes, tras escribir al principio contra él,se adhirieron a su opinión.

Se reprochó al sabio Bayle36 haber atacado dura-mente a Spinoza sin comprenderlo; duramente, loadmito; injustamente, no lo creo. Sería extraño queBayle no lo hubiese comprendido. Descubrió fácil-mente el punto flaco de este castillo encantado; vio

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en efecto que Spinoza compone su Dios de partes,aunque se vea forzado a desdecirse, asustado de supropio sistema. Bayle vio cuán insensato es hacer aDios astro y calabaza, pensamiento y estiércol,batiente y batido. Vio que esa fábula está muy pordebajo de la de Proteo37. Tal vez Bayle debía atener-se a la palabra modalidades y no a la palabra partes,dado que es el término modalidades el que Spinozaemplea siempre. Pero, si no me equivoco, es igual-mente ridículo que el excremento de un animal seauna modalidad o una parte del Ser supremo.

Cierto que no combatió las razones por las queSpinoza sostiene la imposibilidad de la creación;pero es que la creación propiamente dicha es unobjeto de fe y no de filosofía; es que esa opinión noes ni mucho menos particular a Spinoza; es quetoda la Antigüedad había pensado como él. Sóloataca la idea absurda de un Dios simple compuestode partes, de un Dios que se come y que se digiere así mismo, que ama y que odia la misma cosa almismo tiempo, etcétera Spinoza se sirve siempre dela palabra Dios. Bayle lo pilla en sus propias pala-bras.

Pero, en el fondo, Spinoza no reconoce ningúnDios; probablemente no ha empleado esa expre-sión, no ha dicho que sólo hay que servir y amar aDios para no asustar al género humano. Parece ateoen toda la fuerza de este término; no lo es desdeluego como Epicuro, que admitía unos dioses inúti-

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les y ociosos; no lo es como la mayoría de los grie-gos y de los romanos, que se burlaban de los diosesdel vulgo; lo es porque no reconoce ninguna Pro-videncia, porque sólo admite la eternidad, la inmen-sidad y la necesidad de las cosas; lo es como Estra-tón38, como Diágoras39; no duda como Pirrón40:afirma, y ¿qué afirma? Que no hay más que una solasustancia, que no puede haber dos, que esa sustan-cia es extensa y pensante; y eso es lo que nunca dije-ron los filósofos griegos y asiáticos que admitieronun alma universal.

En ninguna parte de su libro habla de los propó-sitos marcados que se manifiestan en todos losseres. No examina si los ojos están hechos para ver,las orejas para oír, los pies para andar, las alas paravolar; no considera ni las leyes del movimiento enlos animales y las plantas, ni su estructura adaptadaa estas leyes, ni la profunda matemática que gobier-na el curso de los astros: teme vislumbrar que todolo que existe atestigua una Providencia divina41; nose remonta de los efectos a su causa; sino que,situándose de golpe en la cabeza del origen de lascosas, construye su cuento, como Descartes cons-truyó el suyo, sobre una suposición. Suponía lolleno con Descartes aunque esté demostrado, enrigor, que todo movimiento es imposible en lo lleno.Eso es sobre todo lo que le hizo mirar el universocomo una sola sustancia. Fue víctima de su espíritugeométrico. Al no poder dudar de que la inteligen-

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cia y la materia existen, ¿cómo no examinó Spinozapor lo menos si la Providencia ha ordenado todo?¿Cómo no echó una ojeada sobre estos resortes,sobre estos medios, cada uno de los cuales tiene suobjeto, cómo no buscó si prueban un artífice supre-mo? Tenía que ser, o un físico muy ignorante, o unsofista henchido de un orgullo muy estúpido parano reconocer una Providencia cada vez que respira-ba y sentía latir su corazón: pues esa respiración yese movimiento del corazón son efectos de unamáquina tan industriosamente complicada, dis-puesta con una habilidad tan potente, dependientede tantos resortes que en su totalidad concurren almismo fin, que es imposible imitarla, e imposibleque un hombre sensato no la admire.

Los spinozistas modernos responden: No osasustéis de las consecuencias que nos imputáis;como vosotros, encontramos una serie de efectosadmirables en los cuerpos organizados y en toda lanaturaleza. La causa eterna está en la inteligenciaeterna que admitimos y que, junto con la materia,constituye la universalidad de las cosas que es Dios.No hay más que una sola sustancia que actúa porla misma modalidad de su pensamiento sobre lamodalidad de la materia, y que de esta forma cons-tituye el universo, que no forma más que un todoinseparable.

Se replica a esta respuesta: ¿Cómo podéis pro-barnos que el pensamiento que hace mover los

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astros, que anima al hombre, que hace todo, sea unamodalidad, y que las deyecciones de un sapo y de ungusano sean otra modalidad de ese mismo Ser sobe-rano? ¿Osaríais decir que un principio tan extrañoestá demostrado para vosotros? ¿No cubrís vuestraignorancia con palabras que no entendéis? Bayle hadesenredado muy bien los sofismas de vuestromaestro en los recovecos y en las oscuridades delestilo pretendidamente geométrico, y en realidadmuy confuso, de este maestro. Os remito a él; unosfilósofos no deben recusar a Bayle.

Sea como fuere, observaré sobre Spinoza que seequivocaba de muy buena fe. Me parece que sóloapartaba de su sistema las ideas que podían perju-dicarle porque estaba demasiado imbuido de lassuyas; seguía su camino sin mirar nada de lo quepodía atravesarlo, y eso es lo que nos ocurre condemasiada frecuencia. Hay más, echaba abajo todoslos principios de la moral, a pesar de ser él mismode una virtud rígida: sobrio hasta no beber másque una pinta de vino al mes; desinteresado hastaentregar a los herederos del infortunado Johan deWitt42 una pensión de doscientos florines que le pa-saba este gran hombre; generoso hasta dar de sudinero; siempre paciente en sus males y en su pobre-za, siempre uniforme en su conducta.

Bayle, que tanto lo ha recusado, tenía poco máso menos el mismo carácter. Uno y otro han buscadotoda su vida la verdad por caminos diferentes.

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Spinoza hace un sistema especioso en algunos pun-tos, y muy erróneo en el fondo. Bayle ha combatidotodos los sistemas: ¿qué ha pasado con los escritosde uno y otro? Han ocupado los ocios de algunoslectores: a eso se reducen todos los escritos; y desdeTales hasta los profesores de nuestras universida-des, y hasta los más quiméricos razonadores, yhasta sus plagiarios, ningún filósofo ha influido nisiquiera en las costumbres de la calle en que vivía.¿Por qué? Porque los hombres se rigen por la cos-tumbre y no por la metafísica. Un solo hombre elo-cuente, hábil y prestigioso podrá mucho sobre loshombres; cien filósofos no podrán nada si no sonmás que filósofos.

XXVAbsurdidades

Hay ahora muchos viajes por tierras desconoci-das; sigue sin servir de nada. Me encuentro comoun hombre que, después de haber vagado por elOcéano, al ver las islas Maldivas de que está sem-brado el mar Índico quiere visitarlas todas. Mi granviaje no me ha valido para nada; veamos si puedosacar algún provecho de la observación de estaspequeñas islas, que sólo parecen servir para entor-pecer la ruta.

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Hay un centenar de cursos de filosofía en los quese me explican cosas de las que nadie puede tener lamenor noción. Éste quiere hacerme comprender laTrinidad por la física43; me dice que se parece a lastres dimensiones de la materia. Le dejo hablar, ypaso rápidamente. Aquél pretende hacerme tocarcon el dedo la transubstanciación, mostrándome,por las leyes del movimiento, cómo puede existir unaccidente sin sujeto y cómo un mismo cuerpo puedeestar en dos sitios a la vez44. Me tapo los oídos, ypaso más rápidamente todavía.

Pascal, el mismo Blaise Pascal, el autor de lasLettres provinciales45, profiere estas palabras:«¿Creéis que sea imposible que Dios sea infinito ysin partes? Voy, pues, a haceros ver una cosa indivi-sible e infinita: es un punto, que se mueve por todaspartes a una velocidad infinita, porque está en todoslos lugares, totalmente entero en cada sitio».

¡Un punto matemático que se mueve! ¡Santocielo! ¡Un punto que sólo existe en la cabeza del geó-metra, que está en todas partes y al mismo tiempo,y que tiene una velocidad infinita, como si la veloci-dad infinita actual pudiera existir! ¡Cada palabra esuna locura, y es un gran hombre el que ha dichoestas locuras!

Vuestra alma es simple, incorpórea, intangible,me dice este otro; y como ningún cuerpo puedetocarla, voy a probaros mediante la física de AlbertoMagno46 que será quemada físicamente si no sois

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de mi opinión; y he aquí cómo os lo pruebo a prio-ri, reforzando a Alberto con los silogismos deAbelly47. Le respondo que no comprendo su a prio-ri; que su cumplimiento me parece muy duro; quesólo la revelación, de la que no se trata entre no-sotros, puede explicarme una cosa tan incomprensi-ble; que le permito no ser de mi opinión, sin hacer-le ninguna amenaza; y me alejo de él, por miedo aque me juegue una mala pasada, porque ese hombreme parece muy malvado.

Una multitud de sofistas de todos los países y detodas las sectas me abruma con argumentos ininte-ligibles sobre la naturaleza de las cosas, sobre lamía, sobre mi estado pasado, presente y futuro. Sise les habla de comer y de beber, de ropas, de aloja-miento, de los géneros necesarios, del dinero conque nos los procuramos, todos se entienden demaravilla; si hay algunas pistolas48 a ganar, todos ycada uno se afanan, nadie se equivoca en un cénti-mo; y cuando se trata de todo nuestro ser no tienenninguna idea nítida; el sentido común los abando-na. De ahí vuelvo a mi primera conclusión (CuestiónIV), que lo que no puede ser de uso universal, lo queno está al alcance del común de los hombres, loque no es entendido por aquellos que más han ejer-citado la facultad de pensar, no le resulta necesarioal género humano.

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XXVIDel mejor de los mundos

Cuando corría por todas partes para instruirmeencontré a unos discípulos de Platón: «Venid connosotros», me dijo uno de ellos49; «estáis en elmejor de los mundos; hemos superado en mucho anuestro maestro. En su tiempo sólo había cincomundos posibles porque no hay más que cinco cuer-pos regulares; pero ahora que hay una infinidad deuniversos posibles, Dios ha elegido el mejor; venid,y os encontraréis a gusto». Le respondí humilde-mente: «Los mundos que Dios podía crear eran, omejores, o perfectamente iguales, o peores: no podíatomar el peor; los que eran iguales, suponiendo quelos hubiera, no merecían la preferencia: eran total-mente los mismos; no se ha podido escoger entreellos: tomar uno es tomar otro. Por lo tanto es impo-sible que no tomase el mejor. Pero ¿cómo eran posi-bles los otros cuando era imposible que existie-sen?».

Me hizo bellísimas distinciones asegurándomesiempre, sin entenderme, que este mundo es elmejor de todos los mundos realmente imposibles.Pero como entonces me sentía atormentado por elmal de piedra y sufría unos dolores insoportables,los ciudadanos del mejor de los mundos me llevarona un hospital cercano. De camino, dos de estos biena-venturados habitantes fueron raptados por unas

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criaturas, semejantes suyos: los cargaron de cade-nas, a uno por ciertas deudas, al otro por una sim-ple sospecha. No sé si fui llevado al mejor de loshospitales posibles; pero fui amontonado con dos otres mil miserables que sufrían como yo. Habíaentre ellos varios defensores de la patria, que meinformaron que habían sido trepanados y disecadosvivos, que les habían cortado los brazos, las piernas,y que varios millares de sus generosos compatriotashabían sido masacrados en una de las treinta bata-llas habidas en la última guerra, que es la guerranúmero cien mil desde que conocemos las guerras.También se veía en aquella casa a unas mil personasde ambos sexos que parecían horribles espectros, ya los que frotaban con cierto metal porque habíanseguido la ley de la naturaleza, y porque la naturale-za había tomado la precaución, no sé cómo, deenvenenar en ellas la fuente de la vida50. Di las gra-cias a mis conductores.

Cuando me hubieron hundido un hierro muycortante en la vejiga y sacado algunas piedras deaquella cantera; cuando estuve curado y no me que-daron más que algunas molestias dolorosas para elresto de mis días, presenté mis reproches a misguías, me tomé la libertad de decirles que habíacosas buenas en aquel mundo, dado que me habíansacado cuatro piedras del seno de mis desgarradasentrañas, pero que hubiera preferido que me hubie-ran frotado con piedras de río51. Les hablé de las

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calamidades y de los innumerables crímenes quecubren ese excelente mundo. El más intrépido entreellos, que era un alemán52, compatriota mío, meinformó de que todo esto no es más que pura baga-tela.

«Fue», dijo, «un gran favor del cielo hacia elgénero humano que Tarquino violase a Lucrecia yque Lucrecia se apuñalase53, porque se expulsó a lostiranos y porque la violación, el suicidio y la guerraprepararon una república que hizo la felicidad delos pueblos conquistados». Me costó admitir esafelicidad. Al principio no imaginé cuál había sidola felicidad de los galos y de los españoles, de los quese dice que César hizo perecer tres millones. Lasdevastaciones y las rapiñas también me parecieronalgo desagradable; pero el defensor del optimismose mantuvo en sus trece; seguía diciéndome lomismo que el carcelero de Don Carlos54: «Calma,calma, es por vuestro bien». Por último, al quedar-se sin salida, me dijo que no había que preocuparsepor este glóbulo de la Tierra, donde nada anda aderechas, pero que en la estrella Sirio, en Orión, enel ojo del Tauro, y en otras partes, todo es perfecto:«Vayamos pues allí», le dije.

Un pequeño teólogo me tiró entonces del brazo;me confió que aquellas gentes eran unos soñadores,que no era en absoluto necesario que hubiese malen la Tierra, que ésta había sido formada expresa-mente para que nunca hubiera en ella más que bien.

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«Y para probároslo», me dijo, «sabed que antañolas cosas ocurrieron así durante diez o doce días.» —«¡Ay!», le respondí, «es una lástima, reverendopadre, que eso no haya continuado».

XXVIIDe las mónadas, etcétera

El mismo alemán se apoderó de nuevo de mí; meadoctrinó, me enseñó con toda claridad lo que es mialma. «En la naturaleza todo está compuesto demónadas55; vuestra alma es una mónada; y comotiene relaciones con todas las demás mónadas delmundo, tiene necesariamente ideas de todo lo quepasa en él; estas ideas son confusas, lo cual es muyútil; y vuestra mónada, así como la mía, es un espe-jo concentrado de ese universo.

»Mas no creáis que actuáis de acuerdo con vues-tros pensamientos. Hay una armonía preestablecidaentre la mónada de vuestra alma y todas las móna-das de vuestro cuerpo, de modo que, cuando vues-tra alma tiene una idea, vuestro cuerpo tiene unaacción, sin que la una sea consecuencia de la otra.Son dos péndulos que van juntos; o, si queréis, estose parece a un hombre que predica mientras otrohace los gestos. No os costará mucho concebir quees preciso que así sea en el mejor de los mundos.Porque…»

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XXVIIIDe las formas plásticas

Como yo no comprendía nada en absoluto deestas admirables ideas, un inglés, llamado Cud-worth56, se dio cuenta de mi ignorancia por mis ojosfijos, mi confusión, mi cabeza baja. «Estas ideas»,me dijo, «os parecen profundas porque son huecas.Yo voy a enseñaros con toda claridad cómo actúa lanaturaleza. En primer lugar está la naturaleza engeneral, luego están las naturalezas plásticas queforman todos los animales y todas las plantas, ¿loentendéis?» «Ni una palabra, señor». — «Sigamos,pues.

»Una naturaleza plástica no es una facultad delcuerpo, es una sustancia inmaterial que actúa sinsaber lo que hace, que es enteramente ciega, que nosiente, ni razona, ni vegeta; pero el tulipán tiene suforma plástica que lo hace vegetar; el perro tienesu forma plástica que lo hace ir de caza, y el hombretiene la suya que lo hace razonar. Estas formas sonlos agentes inmediatos de la Divinidad; no hayministros más fieles en el mundo, porque dan todoy no se quedan con nada para ellas. Veis perfecta-mente que ahí están los verdaderos principios de lascosas, y que las naturalezas plásticas van a la par dela armonía preestablecida y de las mónadas, queson los espejos concentrados del universo.» Le con-fesé que lo uno iba uno a la par de lo otro.

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XXIXDe Locke57

Después de tantas andanzas desdichadas, cansa-do, agotado, avergonzado de haber buscado tantasverdades y de haber encontrado tantas quimeras,volví a Locke como el hijo pródigo que vuelve a lacasa del padre; me arrojé en brazos de un hombremodesto, que jamás finge saber lo que no sabe; que,a decir verdad, no posee inmensas riquezas, perocuyos fondos están bien seguros y que goza de lariqueza más sólida sin ninguna ostentación. Meconfirma en la opinión que siempre he tenido deque en nuestro entendimiento no entra nada sino através de nuestros sentidos;

Que no existen nociones innatas;Que no podemos tener la idea ni de un espacio

infinito ni de un número infinito;Que no pienso siempre, y que por consiguiente el

pensamiento no es la esencia, sino la acción de mientendimiento;

Que soy libre cuando puedo hacer lo que quiero;Que esa libertad no puede consistir en mi volun-

tad, puesto que cuando permanezco voluntariamen-te en mi cuarto, cuya puerta está cerrada y cuyallave no tengo, no poseo la libertad de salir de él;puesto que sufro cuando quiero no sufrir; puestoque muy a menudo no puedo llamar a mis ideascuando quiero llamarlas;

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Que, por lo tanto, en el fondo es absurdo decir: lavoluntad es libre, pues es absurdo decir: quieroquerer tal cosa; porque es precisamente como si sedijera: deseo desearla, temo temerla; que, por últi-mo, la voluntad no es libre como no es azul o cua-drada (véase la Cuestión XIII);

Que sólo puedo querer como consecuencia de lasideas recibidas en mi cerebro; que estoy obligado adeterminarme a consecuencia de esas ideas, ya que,sin eso, me determinaría sin razón, y en ello habríaun efecto sin causa;

Que no puedo tener una idea positiva del infini-to, puesto que soy muy finito;

Que no puedo conocer ninguna sustancia, puessólo puedo tener ideas de sus cualidades, y que milcualidades de una cosa no pueden hacerme conocerla naturaleza íntima de esa cosa, que puede tenercien mil cualidades ignoradas más;

Que sólo soy la misma persona en tanto que tengomemoria y el sentimiento de mi memoria: pues, alno tener la menor parte del cuerpo que me pertene-cía en mi infancia, y carecer del menor recuerdo delas ideas que me afectaron a esa edad, es evidenteque no soy ese mismo niño como no soy Confucio oZoroastro. Me consideran la misma persona los queme han visto crecer y siempre han vivido conmigo;pero no tengo en modo alguno la misma existencia;no soy ya el antiguo yo; soy una nueva identidad, yde ahí, ¡qué singulares consecuencias!

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Que, en fin, de acuerdo con la profunda ignoran-cia en que estoy seguro de encontrarme sobre losprincipios de las cosas, es imposible que puedaconocer cuáles son las sustancias a las que Dios sedigna conceder el don de sentir y de pensar. Enefecto, ¿hay sustancias cuya esencia sea pensar, quepiensen siempre, y que piensen por sí mismas? Ental caso, estas sustancias, sean las que fueren, sondioses: porque no tienen ninguna necesidad del Sereterno y formador, pues poseen sus esencias sin él,pues piensan sin él.

En segundo lugar, si el Ser eterno ha concedidoel don de sentir y de pensar a unos seres, les ha dadolo que esencialmente no les pertenecía; por tanto,ha podido dar esa facultad a todo ser, cualquieraque sea.

En tercer lugar, no conocemos ningún ser afondo: por tanto es imposible que sepamos si un seres incapaz o no de recibir el sentimiento y el pensa-miento. Las palabras materia y espíritu no son másque palabras; no tenemos ninguna noción completade esas dos cosas: por tanto, en el fondo hay tantatemeridad en decir que un cuerpo organizado porDios mismo no puede recibir el pensamiento de Diosmismo como sería ridículo decir que el espíritu nopuede pensar.

En cuarto lugar, supongo que hay sustanciaspuramente espirituales que nunca hayan tenido laidea de la materia y del movimiento: ¿serán bien

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recibidas para negar que la materia y el movimien-to puedan existir?

Supongo que la sabia congregación58 que conde-nó a Galileo como impío y como absurdo, por haberdemostrado el movimiento de la Tierra alrededordel Sol, haya tenido algún conocimiento de las ideasdel canciller Bacon59, quien proponía examinar si laatracción es dada por la materia; supongo que elrelator de ese tribunal hizo observar a aquellos gra-ves personajes que había gente lo bastante loca enInglaterra para sospechar que Dios podía dar a todala materia, desde Saturno hasta nuestro pequeñomontón de barro, una tendencia hacia un centro,una atracción, una gravitación, que sería absoluta-mente independiente de toda impulsión, puesto quela impulsión dada por un fluido en movimientoactúa en razón de las superficies, y que esa gravita-ción actúa en razón de los sólidos. ¿No veis a esosjueces de la razón humana, y de Dios mismo, dictaral punto sus sentencias, anatematizar esa gravita-ción que Newton demostró después, proclamar queeso es imposible para Dios y declarar que la gravita-ción hacia un centro es una blasfemia? Soy culpa-ble, me parece, de la misma temeridad cuando osoasegurar que Dios no puede hacer sentir y pensar aun ser organizado cualquiera.

En quinto lugar, no puedo dudar de que Dioshaya concedido sensaciones, memoria, y por consi-guiente ideas, a la materia organizada en los anima-

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les. ¿Por qué, pues, voy a negar que pueda hacer elmismo presente a otros animales? Ya se ha dicho: ladificultad consiste menos en saber si la materiaorganizada puede pensar que en saber cómo un ser,sea el que fuere, piensa.

El pensamiento tiene algo de divino; sí, sin duda,y por eso nunca sabré lo que es el ser pensante. Elprincipio del movimiento es divino, y nunca sabré lacausa de ese movimiento cuyas leyes ejecutan todosmis miembros.

Cuando estaba siendo amamantado, el hijo deAristóteles atraía a su boca el pezón que chupabaformando exactamente con su lengua, que retiraba,una máquina neumática, sorbiendo el aire, forman-do el vacío, mientras su padre no sabía nada de todoesto y decía al azar que la naturaleza aborrece elvacío60.

A la edad de cuatro años el hijo de Hipócratesdemostraba la circulación de la sangre pasándose eldedo por la mano, e Hipócrates no sabía que la san-gre circulase.

Nosotros somos esos niños mientras existimos;realizamos cosas admirables y ningún filósofo sabecómo se hacen.

En sexto lugar he aquí las razones, o mejor lasdudas, que me proporciona mi facultad intelectualsobre la modesta aserción de Locke. No digo en ab-soluto, repito, que es la materia la que piensa ennosotros; digo con él que no nos corresponde decla-

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rar que sea imposible a Dios hacer pensar a la mate-ria, que es absurdo declararlo, y que no correspondea unos gusanos limitar la potencia del Ser supremo.

En séptimo lugar añado que esa cuestión es ab-solutamente ajena a la moral porque, sea que lamateria pueda pensar o no, todo el que piensa debeser justo, porque el átomo al que Dios haya dado elpensamiento puede merecer o desmerecer, ser cas-tigado o recompensado, y durar eternamente, igualque el ser desconocido llamado antaño soplo y hoyespíritu, del que aún tenemos menos noción que deun átomo.

Sé perfectamente que quienes han creído que elser llamado soplo podía ser el único susceptible desentir y pensar han perseguido61 a los que han sali-do en defensa del sabio Locke, y que no han osadolimitar el poder de Dios a no animar más que estesoplo. Pero cuando el universo entero creía que elalma era un cuerpo ligero, un soplo, una sustanciade fuego, ¿se habría hecho bien persiguiendo a losque han venido a enseñarnos que el alma es inmate-rial? Todos los Padres de la Iglesia, que creyeron elalma un cuerpo sutil, ¿habrían hecho bien persi-guiendo a los otros Padres que han aportado a loshombres la idea de la inmaterialidad perfecta? No,sin duda, porque el perseguidor es abominable; portanto, los que admiten la inmaterialidad perfecta sincomprenderla han debido tolerar a los que la recha-zaban porque no la comprendían. Los que han nega-

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do a Dios el poder de animar el ser desconocido lla-mado materia han debido tolerar también a los queno han osado despojar a Dios de ese poder: por-que es muy deshonesto odiarse por unos silogismos.

XXX¿Qué he aprendido hasta ahora?

He contado, pues, con Locke y conmigo mismo, yme he encontrado dueño de cuatro o cinco verdades,liberado de un centenar de errores y cargado conuna inmensa cantidad de dudas. Luego me he dichoa mí mismo: Esas pocas verdades que he adquiridomediante mi razón serán entre mis manos muy esté-riles si no puedo encontrar en ellas algún principiode moral. Para un animal tan endeble como el hom-bre es hermoso haberse elevado al conocimiento delamo de la naturaleza; pero esto no me servirá másque la ciencia del álgebra si no saco de ello algunaregla para la conducta de mi vida.

XXXI¿Hay una moral?

Cuantos más hombres diferentes he visto debidoal clima, las costumbres, el lenguaje, las leyes, elculto y la medida de su inteligencia, más he observa-

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do que todos tienen el mismo fondo de moral; todosposeen una noción rudimentaria de lo justo y de loinjusto sin saber una palabra de teología; todos hanadquirido esa misma noción a la edad en que se des-pliega la razón, lo mismo que todos han adquiridonaturalmente el arte de levantar fardos por mediode estacas y de pasar un riachuelo sobre un trozo demadera sin haber aprendido matemáticas.

Me ha parecido, por tanto, que esa idea de lojusto y de lo injusto les era necesaria, pues todosestaban de acuerdo en ese punto en cuanto podíanobrar y razonar. La inteligencia suprema que nosformó quiso que hubiera justicia en la tierra paraque pudiéramos vivir en ella cierto tiempo. Me pare-ce que, al no tener ni instinto para alimentarnoscomo los animales, ni armas naturales como ellos, yvegetando varios años en la debilidad de una infan-cia expuesta a todos los peligros, los pocos hombresque habrían quedado tras escapar a los dientes delas fieras, al hambre, a la miseria, se habrían dedi-cado a disputarse algún alimento y algunas pielesde animales, y no habrían tardado en destruirsecomo los hijos del dragón de Cadmo tan pronto co-mo hubieran podido servirse de algún arma62. Almenos no habría existido sociedad ninguna si loshombres no hubieran concebido la idea de algunajusticia, que es el vínculo de toda sociedad.

¿Cómo el egipcio que levantaba pirámides y obe-liscos, y el escita errante que no conocía siquiera las

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chozas, habrían tenido las mismas nociones funda-mentales de lo justo y de lo injusto, si Dios nohubiera dado desde siempre a uno y otro esa razónque, al desarrollarse, los hace vislumbrar los mis-mos principios necesarios, así como les dio unosórganos que, cuando han alcanzado el grado de suenergía, perpetúan necesariamente y de la mismamanera la raza del escita y del egipcio? Veo unahorda bárbara, ignorante, supersticiosa, un pueblosanguinario y usurero, que ni siquiera tenía en sujerga un término para designar la geometría y laastronomía63: sin embargo, este pueblo tiene lasmismas leyes fundamentales que el sabio caldeoque conoció las rutas de los astros, y que el fenicio,todavía más sabio, que se sirvió del conocimiento delos astros para ir a fundar colonias en los límitesdel hemisferio donde el Océano se confunde con elMediterráneo. Todos estos pueblos proclaman quehay que respetar a su padre y a su madre; que el per-jurio, la calumnia, el homicidio son abominables.Así pues, todos deducen las mismas consecuenciasdel mismo principio de su razón desarrollada.

XXXIIUtilidad real — Noción de la justicia

La noción de algo justo me parece tan natural,tan universalmente adquirida por todos los hom-

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bres, que es independiente de toda ley, de todopacto, de toda religión. Si reclamo a un turco, a unguebro, a un malabar64, el dinero que le presté paraalimentarse y vestirse, nunca se le ocurrirá respon-derme: «Esperad a que sepa si Mahoma, Zoroastroo Brahma ordenan que os devuelva vuestro dinero».Admitirá que es justo pagarme, y si no lo hace esporque su pobreza o su avaricia prevalecen sobre lajusticia que reconoce.

Doy por sentado que no hay ningún pueblo enel que sea justo, bello, conveniente, honrado, negar elalimento a su padre y a su madre cuando puede dár-selo; que ninguna población ha podido mirar nuncala calumnia como una acción buena, ni siquiera enuna sociedad de santurrones fanáticos.

La idea de justicia me parece una verdad tan deprimer orden, a la que todo el universo asiente, quelos mayores crímenes que afligen a la sociedad hu-mana todos son cometidos bajo un falso pretexto dejusticia. El mayor de los crímenes, al menos el másdestructivo y por consiguiente el más opuesto a lafinalidad de la naturaleza, es la guerra; pero no hayningún agresor que no coloree esa fechoría con elpretexto de la justicia.

Los depredadores romanos hacían declarar jus-tas todas sus invasiones por unos sacerdotes llama-dos feciales. Todo bandido que se encuentra al fren-te de un ejército inicia sus excesos con un manifies-to, e implora al dios de los ejércitos.

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Hasta los ladronzuelos cuando están asociados,se guardan mucho de decir: «Vamos a robar, vamosa arrebatar a la viuda y al huérfano su alimento»;dicen: «Seamos justos, vamos a recuperar nuestrobien de las manos de los ricos que nos lo quitaron».Tienen entre ellos, incluso, un diccionario que vieneimprimiéndose desde el siglo XVI65; y en ese vocabu-lario, que ellos llaman argot, las palabras robo,hurto, rapiña, no aparecen; se sirven de términosque responden a ganar, recuperar.

Jamás se pronuncia la palabra injusticia en unconsejo de Estado en el que se propone el asesinatomás injusto; los conspiradores, incluso los más san-guinarios, nunca han dicho: «Cometamos un cri-men». Todos han dicho: «Venguemos a la patria delos crímenes del tirano; castiguemos lo que nosparece una injusticia». En una palabra, aduladorescobardes, ministros bárbaros, conspiradores odio-sos, ladrones sumidos en la iniquidad, todos rindenhomenaje, a pesar suyo, a la virtud misma, quepisotean.

Siempre me ha sorprendido que, entre los fran-ceses, que son ilustrados y civilizados, se hayantolerado en el teatro estas máximas, tan horriblescomo falsas, que se encuentran en la primera esce-na de Pompeyo, y que son mucho más exageradasque las de Lucano, del que están imitadas:

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La justice et le droit sont de vaines idées…Le droit des rois consiste à ne rien épargner66.

Y se ponen estas abominables palabras en bocade Fotin, ministro del joven Ptolomeo. Pero, preci-samente porque es ministro, debía decir todo locontrario; debía hacer ver la muerte de Pompeyocomo una desgracia necesaria y justa.

Creo, pues, que las ideas de lo justo y de lo injus-to son tan claras, tan universales, como las ideas desalud y de enfermedad, de verdad y de falsedad,de conveniencia y de inconveniencia. Los límites delo justo y de lo injusto son muy difíciles de determi-nar; lo mismo que es difícil señalar el estado inter-medio entre la salud y la enfermedad, entre lo quees conveniencia y la inconveniencia de las cosas,entre lo falso y lo verdadero. Son matices que semezclan, pero los colores chillones saltan a la vistade todos. Por ejemplo, todos los hombres confiesanque se debe devolver lo que ha sido prestado; perosi sé con certeza que aquel a quien debo dos millo-nes los utilizará para someter a mi patria, ¿debodevolverle esa arma funesta? Aquí los sentimientosse dividen; pero en general debo cumplir mi jura-mento cuando de ello no resulta ningún mal: de estonunca ha dudado nadie.

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XXXIII¿Es prueba de verdad el consenso universal?

Se me puede objetar que el consenso de los hom-bres de todos los tiempos y de todos los países noes una prueba de la verdad. Todos los pueblos hancreído en la magia, en los sortilegios, en los ende-moniados, en las apariciones, en las influencias delos astros, en cien tonterías semejantes más: ¿nopodría ocurrir lo mismo con lo justo y lo injusto?

Me parece que no. En primer lugar, es falso quetodos los hombres hayan creído en estas quimeras.Eran, en realidad, el alimento de la imbecilidad delvulgo, y existe el vulgo de los grandes y el vulgodel pueblo; pero una multitud de sabios siempre seha burlado de ellas: por el contrario, esa gran canti-dad de sabios siempre ha admitido lo justo y loinjusto, tanto e incluso más todavía que el pueblo.

La creencia en los brujos, en los endemoniados,etcétera, está lejos de ser necesaria para el génerohumano: por lo tanto es un desarrollo de la razóndada por Dios, y la idea de los brujos y de los poseí-dos, etcétera, es, por el contrario, una perversión deesa misma razón.

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XXXIVContra Locke

Locke, que me instruye y me enseña a desconfiarde mí mismo, ¿no se engaña a veces igual que yo?Quiere probar la falsedad de las ideas innatas; pero¿no añade una razón muy mala a otras muy buenas?Confiesa que no es justo hacer hervir al prójimo enuna caldera y comérselo. Sin embargo dice que hahabido pueblos de antropófagos, y que esos serespensantes no habrían comido hombres de habertenido las ideas de lo justo y de lo injusto, quesupongo necesarias para la especie humana (véasela Cuestión XXXVI).

Sin entrar aquí en la cuestión de si ha habido enrealidad pueblos de antropófagos, sin examinar lasnarraciones del viajero Dampier67, que recorriótoda América y nunca vio ninguno, pero que encambio fue recibido por todos los salvajes con lamayor humanidad, respondo lo siguiente:

Algunos vencedores se comieron a sus esclavoscapturados en la guerra: creían hacer una acciónmuy justa; creían tener sobre ellos derecho de viday muerte; y como disponían de pocos alimentosbuenos para su mesa, creyeron que les estaba per-mitido alimentarse con el fruto de su victoria.Fueron en esto más justos que los triunfadoresromanos, que mandaban ahorcar sin fruto alguno alos príncipes esclavos que habían encadenado a su

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carro triunfal. Los romanos y los salvajes teníanuna idea muy falsa de la justicia, lo admito; pero, enfin, unos y otros creían obrar justamente, y esto estan cierto que los propios salvajes, cuando habíanadmitido a los cautivos en su sociedad, los mira-ban como a sus hijos, y esos mismos antiguos roma-nos dieron mil ejemplos admirables de justicia.

XXXVContra Locke

Admito, con el sabio Locke, que no hay ningunanoción innata, ni principio de práctica innato: esuna verdad tan constante que resulta evidente quetodos los niños tendrían una noción clara de Dios sihubieran nacido con esa idea, y que todos los hom-bres estarían de acuerdo en esa misma noción,acuerdo que nunca se ha visto. No es menos eviden-te que no nacemos con unos principios desarrolla-dos de moral, pues no se ve cómo toda una naciónpodría rechazar un principio de moral que estuvie-ra grabado en el corazón de cada individuo de esanación.

Suponiendo que todos hayamos nacido con elprincipio moral bien desarrollado de que no hay queperseguir a nadie por su manera de pensar, ¿cómopueblos enteros habrían sido perseguidores? Su-poniendo que cada hombre lleva en sí la ley eviden-

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te que ordena ser fiel a su juramento, ¿cómo todosesos hombres reunidos en corporaciones habrándecidido que no hay que mantener la palabra dadaa unos herejes? Repito una vez más que, en lugar deestas ideas innatas quiméricas, Dios nos dio unarazón que se fortalece con la edad y que nos enseñaa todos, cuando estamos atentos y carecemos depasión y de prejuicio, que hay un Dios, y que hayque ser justo; pero no puedo conceder a Locke lasconsecuencias que él deduce. Parece acercarsedemasiado al sistema de Hobbes68, del que sinembargo está muy alejado.

He aquí sus palabras, en el libro primero delEntendimiento humano69: «Considerad una ciudadtomada al asalto, y ved si en el corazón de los solda-dos, animados a la carnicería y al botín, aparecealguna consideración por la virtud, algún principiode moral, algunos remordimientos de todas lasinjusticias que cometen». No, no tienen remordi-mientos; ¿y por qué? Porque creen obrar justamen-te. Ninguno de ellos ha supuesto injusta la causadel príncipe por el que va a combatir: aventuran suvida por esa causa; cumplen el trato que han pacta-do; podían morir en el asalto; por lo tanto creentener derecho a matar; podían ser despojados; pien-san por tanto que pueden despojar. Añádase queestán en la ebriedad de la furia, que no se razona; y,para probaros que no han rechazado la idea de lojusto y de lo honrado, proponed a esos mismos sol-

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dados mucho más dinero del que el pillaje de laciudad les puede procurar, jóvenes más bellas quelas que han violado, a cambio sólo de que, en vez dedegollar, en su furia, a tres o cuatro mil enemigosque aún resisten, y que pueden matarlos, vayan adegollar a su propio rey, a su canciller, a sus secreta-rios de Estado y a su capellán mayor: no encon-traréis uno solo de esos soldados que no rechacehorrorizado vuestras propuestas. Sin embargo, no leproponéis más que seis asesinatos en lugar de cuatromil, y les ofrecéis una recompensa enorme. ¿Por quéos rechazan? Porque creen justo matar a cuatro milenemigos, y porque el asesinato de su soberano, alque han prestado juramento, les parece abominable.

Locke prosigue, y, para probar mejor que no hayninguna regla práctica innata, habla de los mingre-lianos70, para quienes es una especie de juego, dice,enterrar vivos a sus hijos, y de los caribes, que cas-tran a los suyos para engordarlos mejor, a fin decomérselos.

Ya se ha observado en otra parte que este granhombre fue demasiado crédulo al referir estas fábu-las; Lambert71, que sólo imputa a los mingrelianosenterrar vivos a sus hijos por placer, no tiene dema-siado crédito.

Chardin72, viajero que pasa por verídico, y por elque se pidió rescate en Mingrelia, hablaría de esahorrible costumbre si es que existía; y no sería sufi-ciente que lo dijese para que se creyera; sería preci-

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so que veinte viajeros, de naciones y religiones dife-rentes, coincidiesen en confirmar un hecho tanextraño para que hubiera una certeza histórica.

Lo mismo sucede con las mujeres de las islasAntillas, que castraban a sus hijos para comérselos:eso no es propio de la naturaleza de una madre.

El corazón humano no está hecho así: castrarniños es una operación muy delicada, muy peli-grosa, y que, lejos de engordarlos, los adelgaza porlo menos durante todo un año, y que a menudo losmata. Este refinamiento sólo estuvo en uso entrelos grandes que, pervertidos por el exceso del lujo ypor los celos, pensaron en tener eunucos para servira sus mujeres y a sus concubinas. En Italia, y en lacapilla del Papa, se adoptó sólo para tener músicoscuya voz fuese más bella que la de las mujeres. Peroen las islas Antillas es difícil presumir que unos sal-vajes hayan concebido el razonamiento de castrarniños para hacer con ellos un buen plato; y luego,¿qué habrían hecho con sus hijas?

Locke cita también a los santos de la religiónmahometana, que se aparean devotamente con susburras para no sentirse tentados a cometer la me-nor fornicación con las mujeres de la comarca. Hayque poner estos cuentos junto al del loro que man-tuvo una conversación tan bella en lengua brasileñacon el príncipe Mauricio73, conversación que Locketiene la simpleza de referir sin sospechar que elintérprete del príncipe había podido burlarse de él.

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De este modo, el autor de Del espíritu de las leyes74

se divierte citando unas pretendidas leyes deTonquín, de Bantam75, de Borneo, de Formosa,basándose en algunos viajeros embusteros o malinformados. Locke y él son dos grandes hombres enquienes no parece disculpable esa simpleza.

XXXVILa naturaleza igual en todas partes

Sin seguir a Locke en este punto, digo con el granNewton: «Natura est semper sibi consona; la natu-raleza siempre es semejante a sí misma». La ley dela gravedad que actúa sobre un astro actúa sobretodos los astros, sobre todo la materia: del mismomodo, la ley fundamental de la moral actúa igualsobre todas las naciones bien conocidas. Hay mil di-ferencias en las interpretaciones de esa ley, en milcircunstancias; pero el fondo subsiste siempre idén-tico, y ese fondo es la idea de lo justo y de lo injus-to. Se comete una enorme cantidad de injusticias enel arrebato de las pasiones, de la misma manera quese pierde la razón en la ebriedad; pero cuando laebriedad ha pasado, vuelve la razón, y es, a mi pare-cer, la única causa que hace subsistir la sociedadhumana, causa subordinada a la necesidad quetenemos los unos de los otros.

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¿Cómo, pues, hemos adquirido la idea de la jus-ticia? Como hemos adquirido la idea de la pruden-cia, de la verdad, de la honestidad: por el sentimien-to y por la razón. Es imposible que no nos parezcamuy imprudente la acción de un hombre que, arro-jándose al fuego para hacerse admirar, esperara sal-varse. Es imposible que no nos parezca muy injustala acción de un hombre que, airado, mata a otro. Lasociedad sólo se basa en estas nociones, que nuncaarrancarán de nuestro corazón; y por eso subsistetoda sociedad, por más extravagante y horrible quesea la superstición a la que esté sometida.

¿A qué edad conocemos lo justo y lo injusto? A laedad en que sabemos que dos y dos son cuatro.

XXXVIIDe Hobbes

Profundo y extraño filósofo, buen ciudadano,espíritu audaz, enemigo de Descartes, tú, que te hasequivocado como él, tú, cuyos errores en física songrandes, y merecedores de perdón porque llegasteantes que Newton, tú, que dijiste verdades que nocompensan tus errores, tú, que fuiste el primero enhacer ver la quimera de las ideas innatas, tú quefuiste el precursor de Locke en varias cosas, peroque también lo fuiste de Spinoza, es inútil que sor-prendas a tus lectores consiguiendo casi demostrar-

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les que no hay más leyes en este mundo que las dela convención; que no hay más justo e injusto que loque se ha convenido en llamar así en un país. Si tehubieras encontrado solo con Cromwell en una isladesierta, y Cromwell hubiera querido matarte porhaber tomado el partido de tu rey en una isla deInglaterra76, ¿no te habría parecido ese atentadotan injusto en tu nueva isla como te lo habría pare-cido en tu patria?

Dices que, en la ley de la naturaleza, «comotodos tienen derecho a todo, cada uno tiene derechosobre la vida de su semejante». ¿No confundes elpoder con el derecho? ¿Crees que, en efecto, el po-der da el derecho, y que un hijo robusto no tienenada que reprocharse por haber asesinado a supadre postrado y decrépito? Quien estudie la moraldebe empezar por refutar tu libro en su corazón,pero tu propio corazón te refutaba todavía más:porque fuiste virtuoso lo miso que Spinoza, y sólo tefaltó, como a él, enseñar los verdaderos principiosde la virtud, que practicabas y recomendabas a losdemás.

XXXVIIIMoral universal

La moral me parece tan universal, tan calculadapor el Ser universal que nos formó, tan destinada a

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servir de contrapeso a nuestras pasiones funestas, ya aliviar las inevitables penas de esta breve vida,que, desde Zoroastro hasta lord Shaftesbury77, veoa todos los filósofos enseñar la misma moral, aun-que todos tengan ideas diferentes sobre los princi-pios de las cosas. Hemos visto que Hobbes, Spinozay el mismo Bayle, quienes o bien han negado los pri-meros principios o bien han dudado de ellos, sinembargo han recomendado enérgicamente la justi-cia y todas las virtudes.

Cada nación tuvo ritos religiosos particulares, ymuy a menudo absurdas y escandalosas opinionesen metafísica, en teología; pero se trata de saber sihay que ser justo, y entonces todo el universo estáde acuerdo, como hemos dicho en la CuestiónXXXVI, y como nunca se repetirá bastante.

XXXIXDe Zoroastro

No examino en absoluto en qué tiempo vivíaZoroastro, a quien los persas atribuyeron nueve milaños de antigüedad, lo mismo que Platón a los anti-guos atenienses. Sólo veo que sus preceptos demoral se han conservado hasta nuestros días: fue-ron traducidos de la antigua lengua de los magos ala lengua vulgar de los guebros, y parece por las ale-gorías pueriles, las observaciones ridículas, las

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ideas fantásticas de que está llena esa recopilación,que la religión de Zoroastro es la más alta de laAntigüedad. Es en ella donde se encuentra el nom-bre de jardín para expresar la recompensa de losjustos; en ella se ve el principio del mal bajo elnombre de Satán, que los judíos también adopta-ron. En ella encontramos formado el mundo en seisestaciones o seis tiempos. En ella se manda recitarun Abunavar y un Ashim vuhu para los que estor-nudan.

Pero, en fin, en esa recopilación de cien puertaso preceptos sacados del libro del Zend78, y donde serefieren incluso las palabras mismas del antiguoZoroastro, ¿qué deberes morales se prescriben?

Los de amar, socorrer a su padre y a su madre,dar limosna a los pobres, no faltar nunca a la pala-bra dada, abstenerse, cuando uno duda si el actoque va a hacer es justo o no (Puerta 30).

Me detengo en este precepto, porque ningúnlegislador ha podido ir nunca más allá; y me confir-mo en la idea de que, cuantas más supersticionesridículas establece Zoroastro en materia de culto,más demuestra la pureza de su moral que no era supropósito corromperla; que cuanto más se dejaballevar al error en sus dogmas, más imposible le eraerrar enseñando la virtud.

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XLDe los brahmanes79

Es verosímil que los brahmas o brahmanes exis-tiesen muchísimo tiempo antes de que los chinostuvieran sus cinco kings80; y lo que fundamenta esaextrema probabilidad es que en China las antigüe-dades más buscadas son indias, y que en la India nohay en absoluto antigüedades chinas.

Estos antiguos brahmas eran sin duda tan malosmetafísicos, tan ridículos teólogos como los caldeosy los persas y todas las naciones que se encuentranal occidente de China. Pero, ¡qué sublimidad enmoral! Según ellos, la vida no era más que unamuerte de algunos años, tras la cual se viviría con laDivinidad. No se limitaban a ser justos con losdemás sino que eran rigurosos consigo mismos; elsilencio, la abstinencia, la contemplación, la renun-cia a todos los placeres, eran sus principales debe-res. Por eso todos los sabios de las demás nacionesiban a su país para aprender lo que se llamaba lasabiduría.

XLIDe Confucio

Los chinos no tuvieron ninguna superstición,ningún charlatanismo que reprocharse como el

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resto de los pueblos. El gobierno chino mostraba alos hombres, hace mucho más de cuatro mil años, ytodavía les muestra, que se los puede regir sin enga-ñarlos; que no es con la mentira con lo que se sirveal Dios de verdad; que la superstición es no sóloinútil sino nociva para la religión. La adoración deDios nunca fue tan pura ni tan santa como en China(dejando a un lado la revelación). No hablo de lassectas del pueblo, hablo de la religión del príncipe,y de la de todos los tribunales y de todo lo que noes populacho. ¿Cuál es la religión de toda la gentehonrada de China desde hace tantos siglos? Ésta:«Adorad al cielo y sed justos». Ningún emperadorha tenido otra.

Se sitúa con frecuencia al gran Kug-Fu-tze, aquien nosotros llamamos Confucio, entre los anti-guos legisladores, entre los fundadores de religio-nes. Kug-Fu-tze es muy moderno: vivió sólo seis-cientos cincuenta años antes de nuestra era. Nuncainstituyó ningún culto, ningún rito; nunca sedeclaró ni inspirado ni profeta; no hizo otra cosaque reunir en un corpus las antiguas leyes de lamoral.

Invita a los hombres a perdonar las injurias y aacordarse sólo de los beneficios; a velar constante-mente sobre uno mismo, a corregir hoy las faltas deayer; a reprimir las pasiones y a cultivar la amistad;a dar sin ostentación y a recibir únicamente lo indis-pensable sin bajeza.

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No dice que no hay que hacer a otro lo que noqueremos que nos hagan: eso sólo es prohibir elmal; hace más, recomienda el bien: «Trata a otrocomo quieres que se te trate».

Enseña no sólo la modestia, sino también lahumildad; recomienda todas las virtudes.

XLIIDe los filósofos griegos y en primer lugar

de Pitágoras

Todos los filósofos griegos han dicho tonteríasen física y en metafísica. Todos son excelentes enmoral; todos igualan a Zoroastro, a Kug-Fu-tze, y alos brahmanes. Leed únicamente los Versos de orode Pitágoras, es el compendio de su doctrina; noimporta de qué mano sean. Decidme si en ellos hasido olvidada una sola virtud.

XLIIIDe Zaleuco81

Reunid todos vuestros lugares comunes, predi-cadores griegos, italianos, españoles, alemanes,franceses, etcétera; que se destilen todas vuestrasdeclamaciones: ¿se sacará de ellas un extracto máspuro que el exordio de las leyes de Zaleuco?

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«Dominad vuestra alma, purificadla, apartadtodo pensamiento criminal. Creed que Dios no puedeser bien servido por el perverso; creed que no separece a los débiles mortales, que las alabanzas y lospresentes seducen: sólo la virtud puede agradarle.»

He ahí el compendio de toda moral y de todareligión.

XLIVDe Epicuro82

Unos pedantes de colegio, unos petimetres de se-minario, han creído, a partir de ciertas bromas deHoracio y de Petronio83, que Epicuro había enseña-do la voluptuosidad mediante preceptos y con suejemplo. Epicuro fue toda su vida un filósofo pru-dente, temperante y justo. A los doce o trece añosera sabio: porque, cuando el gramático que lo ins-truía le recitó este verso de Hesíodo:

El Caos fue producido el primero de todos los seres,

«¡Eh!, ¿quién lo produjo», dijo Epicuro, «si era elprimero?» — «No lo sé», respondió el gramático;«sólo los filósofos lo saben». — «Voy entonces a ins-truirme con ellos», replicó el niño; y desde esaépoca hasta la edad de setenta y dos años cultivó la

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filosofía. Su testamento, que Diógenes Laercio84

nos ha conservado en su integridad, nos descubreun alma tranquila y justa; libera a los esclavos queen su opinión han merecido esa gracia; recomiendaa sus albaceas que den la libertad a los que se vuel-van dignos de ella. Nada de ostentación, ni de injus-ta preferencia; ésa fue la última voluntad de unhombre que sólo las tuvo razonables. Fue el únicode todos los filósofos que tuvo por amigos a todossus discípulos, y su secta fue la única en que se lesupo amar, y que no se dividió en varias.

Tras haber examinado su doctrina y lo que se haescrito a su favor y en su contra parece que todo sereduce a la disputa entre Malebranche y Arnauld85.Malebranche afirmaba que el placer hace feliz,Arnauld lo negaba; era una disputa de palabras,como tantas otras disputas en que la filosofía y lateología aportan su incertidumbre, cada una por sulado.

XLVDe los estoicos

Si los epicúreos volvieron amable la naturalezahumana, los estoicos la hicieron casi divina.Resignación ante el Ser de los seres, o más bien ele-vación del alma hasta ese Ser; desprecio del placer,desprecio incluso del dolor, desprecio de la vida y de

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la muerte, inflexibilidad en la justicia: tal era elcarácter de los verdaderos estoicos, y todo lo que hapodido decirse en su contra es que desanimaban alresto de los hombres.

Sócrates, que no era de su secta, demostró que sepodía llevar la virtud tan lejos como ellos sin ser deningún partido; y la muerte de este mártir de laDivinidad es el oprobio eterno de Atenas, aunqueésta se haya arrepentido.

El estoico Catón86 es, por otro lado, el eternohonor de Roma. Epicteto87, en la esclavitud, esquizá superior a Catón dado que siempre está con-tento en su miseria. «Estoy», dice, «en el lugar enque la Providencia ha querido que estuviese; que-jarme por ello es ofenderla».

¿Diré que el emperador Antonino88 esta todavíapor encima de Epicteto porque triunfó de másseducciones, y porque a un emperador le era muchomás difícil no corromperse que a un pobre no mur-murar? Leed los Pensamientos de uno y otro, elemperador y el esclavo os parecerán igualmentegrandes.

¿Osaré hablar aquí del emperador Juliano89?Erró sobre el dogma, pero desde luego no erró sobrela moral. En una palabra, no hay en la Antigüedadningún filósofo que no haya querido volver mejoresa los hombres.

Entre nosotros ha habido gente que nos ha dichoque todas las virtudes de estos grandes hombres no

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eran más que pecados ilustres90. ¡Ojalá la tierra estécubierta de culpables como éstos!

XLVIFilosofía y virtud

Hubo sofistas que fueron respecto a los filósofoslo que los monos son respecto a los hombres.Luciano se burló de ellos91; se los despreció: fueronpoco más o menos lo que han sido los monjes men-dicantes en las universidades. Pero no olvidemosnunca que todos los filósofos han dado grandesejemplos de virtud, y que los sofistas, e incluso losmonjes, han respetado todos la virtud en sus escri-tos.

XLVIIDe Esopo92

Situaré a Esopo entre estos grandes hombres, eincluso a la cabeza de estos grandes hombres, seaque haya sido el Pilpai93 de los indios, o el antiguoprecursor de Pilpai, o el Lokman de los persas94, oel Hakym de los árabes95, o el Hakam de los feni-cios, no importa; veo que sus fábulas estuvieron enboga en todas las naciones orientales, y que su ori-gen se pierde en una antigüedad cuyo abismo no se

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puede sondar. ¿A qué tienden estas fábulas tan pro-fundas como ingenuas, estos apólogos que parecenvisiblemente escritos en una época en la que no sedudaba de que los animales tuvieran un lenguaje?Han instruido a casi todo nuestro hemisferio. Noson recopilaciones de sentencias fastidiosas, queaburren más que aclaran; es la verdad misma con elencanto de la fábula. Todo lo que se ha podido haceres añadirles embellecimientos en nuestras lenguasmodernas. Esa antigua sabiduría es simple y desnu-da en el primer autor. Las ingenuas gracias con quese la ha adornado en Francia no han ocultado sufondo respetable. ¿Qué nos enseñan todas estasfábulas? Que hay que ser justo.

XLVIIIDe la paz nacida de la filosofía

Dado que todos los filósofos tenían dogmas dife-rentes, es evidente que el dogma y la virtud son deuna naturaleza totalmente heterogénea. Creyeran ono que Tetis era la diosa del mar96, estuvieran per-suadidos o no de la guerra de los gigantes y de laedad de oro97, de la caja de Pandora98 y de la muer-te de la serpiente Pitón99, etcétera, estas doctrinasno tenían nada en común con la moral. Cosa admi-rable en la Antigüedad es que la teogonía no hayaturbado nunca la paz de las naciones100.

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XLIXOtras cuestiones

¡Ah, si pudiéramos imitar a la Antigüedad! ¡Si porfin hiciéramos con las disputas teológicas lo quehemos hecho al cabo de diecisiete siglos en las bellasletras!

Hemos vuelto al gusto por la sana Antigüedadtras haber estado sumidos en la barbarie de nuestrasescuelas. Los romanos nunca fueron tan absurdoscomo para imaginar que pudiera perseguirse a unhombre porque creía en lo vacío o en lo lleno, porquepretendía que los accidentes no pueden subsistir sinsujeto, porque explicaba en un sentido un pasaje deun autor que otro entendía en un sentido contrario.

Todos los días recurrimos a la jurisprudencia delos romanos; y cuando nos faltan leyes (cosa quenos ocurre tan a menudo), vamos a consultar elCódigo y el Digesto101. ¿Por qué no imitar a nues-tros maestros en su sabia tolerancia?

¿Qué le importa al Estado que seamos reales onominales, que nos inclinemos por Scoto o porTomás102, por Ecolampadio103 o por Melanchton104;que seamos del partido de un obispo de Ypres105 alque no hemos leído, o de un fraile español106 al quehemos leído menos todavía? ¿No está claro que todoesto debe ser tan indiferente al verdadero interésde una nación como traducir bien o mal un pasaje deLicofrón107 o de Hesíodo?

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LOtras cuestiones

Sé que a veces los hombres están enfermos delcerebro. Hemos tenido un músico108 que murióloco porque su música no había parecido suficiente-mente buena. Ciertas personas han creído tener lanariz de vidrio; pero si los hubiera lo bastante ata-cados para pensar, por ejemplo, que siempre tienenrazón, ¿habría eléboro suficiente para una enferme-dad tan extraña?

Y, si estos enfermos, para sostener que siempretienen razón amenazasen con el suplicio capital atodo el que piense que pueden estar equivocados; siorganizasen espías para descubrir a los refractarios;si decidieran que un padre, por el testimonio de suhijo, que una madre, por el de su hija, debe pereceren las llamas, etcétera, ¿no habría que atar a estasgentes y tratarlas como a los que están atacados derabia?

LIIgnorancia

¿Me preguntáis a qué viene todo este sermónsi el hombre no es libre? En primer lugar, yo no oshe dicho en absoluto que el hombre no sea libre;os he dicho109 que su libertad consiste en su poder

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de obrar, y no en el poder quimérico de querer que-rer. Luego os diré que, a pesar de estar atado en lanaturaleza, la Providencia eterna me predestinabaa escribir estas divagaciones, y predestinaba a cincoo seis lectores a sacarles provecho, y a cinco o seismás a despreciarlas y a dejarlas en la multitudinmensa de los escritos inútiles.

Si me decís que no os he enseñado nada, recor-dad que me he anunciado como un ignorante.

LIIOtras ignorancias

Soy tan ignorante que ni siquiera sé los hechosantiguos con que me acunan; siempre temo equivo-carme en setecientos u ochocientos años por lomenos cuando busco en qué época vivieron esosantiguos héroes que fueron los primeros, según sedice, en practicar el robo y el bandidaje en una granextensión del país; y esos primeros sabios que ado-raron las estrellas, o peces, o serpientes, o muertos,o seres fantásticos.

¿Quién fue el primero que imaginó los seisgahambares110, y el puente de Tshinavar, y el Dar-daroth, y el lago de Karon111? ¿En qué época vivíanel primer Baco, el primer Hércules, el primer Orfeo?

Toda la Antigüedad es tan tenebrosa hastaTucídides y Jenofonte112 que me veo forzado a no

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saber casi una palabra de lo que ocurrió en el globoque habito antes del corto período de unos treintasiglos; y en estos treinta siglos, incluso, ¡cuántas os-curidades, cuántas incertidumbres, cuántas fábulas!

LIIIMayor ignorancia

Mi ignorancia me pesa mucho más cuando veoque ni yo, ni mis compatriotas, sabemos absoluta-mente nada de nuestra patria. Mi madre me dijoque yo había nacido a orillas del Rin; quiero creer-lo. He preguntado a mi amigo, el sabio Apedeu-tes113, natural de Curlandia114, si tenía conocimien-to de los antiguos pueblos del Norte, sus vecinos, yde su desdichado y pequeño país: me ha respondidoque no tenía más nociones de eso que de los pecesdel mar Báltico.

En cuanto a mí, todo lo que sé de mi país es queCésar dijo, hace unos mil ochocientos años, que éra-mos bandidos, que teníamos la costumbre de sa-crificar hombres a no sé qué dioses para obtener deellos alguna buena presa, y que nunca salíamosde correría sin ir acompañados de viejas brujas quehacían esos hermosos sacrificios.

Un siglo después Tácito dijo algunas palabrassobre nosotros sin habernos visto nunca; nos consi-dera como a la gente más honrada del mundo en

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comparación con los romanos, porque asegura que,cuando no teníamos nadie a quien robar, pasába-mos los días y las noches emborrachándonos conmala cerveza en nuestras chozas.

Desde ese tiempo de nuestra edad de oro hay unvacío inmenso hasta la historia de Carlomagno. Alllegar a estos tiempos conocidos, veo en Goldast115

una carta magna de Carlomagno, fechada en Aquis-grán, en la que este sabio emperador habla de lasiguiente manera:

«Sabed que, cazando un día cerca de esta ciudad,encontré las termas y el palacio que Grano116, herma-no de Nerón y de Agripa, había construido antaño».

Ese Grano y ese Agripa, hermanos de Nerón, medemuestran que Carlomagno era tan ignorantecomo yo, y eso alivia.

LIVIgnorancia ridícula

La historia de la Iglesia de mi país se parece a lade Grano, el hermano de Nerón y de Agripa, y esmucho más maravillosa. Hay niños resucitados,dragones capturados con una estola como conejoscon un lazo; hostias que sangran de una puñaladaque les da un judío; santos que corren tras sus cabe-zas cuando se las han cortado. Una de las leyendasmás dadas por ciertas en nuestra historia eclesiásti-

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ca de Alemania es la del bienaventurado Pierre deLuxembourg117, quien, en los dos años 1388 y 1389,después de su muerte, hizo dos mil cuatrocientosmilagros, y en los años sucesivos tres mil, según lascuentas hechas, entre los que sin embargo no secitan cuarenta y dos muertos resucitados.

Me informo si los demás Estados de Europa tie-nen historias eclesiásticas tan maravillosas y tanauténticas. En todas partes encuentro la mismasabiduría y la misma certeza.

LVPeor que ignorancia

Luego he visto con qué tonterías ininteligibleslos hombres se habían lanzado unos a otros impre-caciones, se habían perseguido, degollado, ahorca-do, atormentado en la rueda y quemado; y he dicho:Si hubiera habido un sabio en esos abominablestiempos, ese sabio habría tenido que vivir y moriren los desiertos.

LVIComienzo de la razón

Veo que hoy, en este siglo que es la aurora de larazón, algunas cabezas de esa hidra del fanatismo

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vuelven a renacer. Parece que su veneno es menosmortal y sus fauces menos devoradoras. La sangreno ha corrido por la gracia versátil, como corriódurante tanto tiempo por las indulgencias plenariasque se vendían en el mercado; pero el monstruotodavía subsiste: todo el que busque la verdadcorrerá el riesgo de ser perseguido. ¿Hay que per-manecer de brazos cruzados en las tinieblas? ¿O hayque encender una antorcha en la que la envidia y lacalumnia vuelvan a encender sus hachones? Por loque a mí respecta, creo que la verdad no debe seguirocultándose ante estos monstruos, de la mismaforma que no debe abstenerse uno de tomar alimen-tos por temor a ser envenenado.

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1 Le Spectacle de la nature, ou Entretiens sur lesparticularités de l’histoire naturelle qui ont parules plus propres à rendre les jeunes curieux et à leurformer l’esprit (El espectáculo de la naturaleza, oConversaciones sobre las particularidades de lahistoria natural que han parecido más idóneas paravolver curiosos a los jóvenes y formar su espíritu)apareció en 1732, y, dado su éxito, fue rápidamentetraducida a casi todas las lenguas europeas. Era obrade Noël-Antoine Pluche, más conocido como abatePluche (1688-1761), escritor interesado por gran varie-dad de temas, que van desde una Historia del cielo, apartir de las ideas de los poetas, hasta una Mecánicade las lenguas, tema de gran interés para los ilustra-dos. El espectáculo de la naturaleza es una obra dedivulgación que desarrolló el gusto por el estudio cien-tífico en pleno siglo XVIII, aunque no participa del espí-ritu de las Luces: el abate Pluche basa sus justificacio-nes en la Biblia, se burla de la teoría de Newton, etcé-tera. El señor caballero al que se refiere la frase esIsaac Newton (1642-1727), que descubrió la ley de laatracción universal; fue nombrado caballero en 1705por la reina de Inglaterra.

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NOTAS

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2 Pierre Gassendi (1592-1655), filósofo, matemá-tico y físico francés, trató de conciliar el cristianismocon el atomismo de Epicuro, y se enfrentó a la filosofíaaristotélica y a Descartes, en una larga querella sobrelas ideas innatas.

3 Alusión a Descartes, que expuso la teoría en susPrincipios filosóficos (III, 65 y ss.); para el filósofo elsistema material estaba animado por un movimientode rotación: «Que los cielos están divididos en diver-sos torbellinos y que los polos de algunos de estostorbellinos tocan las partes más alejadas de los polosde los otros». Newton dejó obsoleta esta teoría con suley de la atracción universal. En las últimas líneas delpárrafo Voltaire caricaturiza las opiniones de Descar-tes hasta el punto de adjudicarle ideas contrarias a lasexpresadas por el autor del Discurso del método.

4 Génesis, 9,5.5 Poco se sabe de la existencia de Longo el Sofista;

quizá naciera en Lesbos y pasara luego a ser esclavo deun romano. Vivió posiblemente a fines del siglo II ydejó una novela, Dafnis y Cloe, de gran influencia en lanarrativa pastoril de los siglos XVI y XVII.

6 Leopoldo I de Habsburgo (1640-1705), emperadordel Sacro Imperio Romano Germánico desde 1658. Secasó en 1666 con Margarita María Teresa (1651-1673),infanta de España, hija de su tío materno, el rey espa-ñol Felipe IV, y de su segunda esposa, Mariana deAustria, hermana de Leopoldo. Sin embargo, la políticamatrimonial de Felipe IV y la muerte de éste retrasaronla boda desde 1663, fecha en que se firmaron las capi-tulaciones; la emperatriz moriría a los veintidós años aconsecuencia del parto de su cuarta hija. El emperador

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practicó a partir de entonces la vida monacal, la casti-dad y el fervor religioso.

7 El hijo primogénito de Luis XIV y de María Teresade Austria, Luis de Francia (1661-1711), que no sobre-vivió a su padre, se casó con María Ana Cristina deBaviera (1680), con la que tuvo tres hijos; su primogé-nito, Luis (1682-1712), tampoco sobrevivió a su abuelo,y fue su último vástago quien terminaría heredando lacorona francesa con el nombre de Luis XV (1710-1774).De carácter inocuo, carecía de inteligencia, según supreceptor Bossuet.

8 Cuestión II.9 La legua métrica, o geométrica, equivale a 4 km.

Los cálculos del impreciso método de triangulacióndaban como resultado 120 millones de km de distan-cia entre la Tierra y el Sol, distancia que hasta 1769 nose concretaría en 149,5 millones de km gracias a unade las leyes de Kepler.

10 Tomás de Aquino (1225-1274), padre de la filoso-fía escolástica.

11 Anthony Collins (1676-1729), magistrado y libre-pensador inglés, amigo de Locke; sus teorías sobrereligión y metafísica lo enfrentaron a Samuel Clarke ya Thomas Sherlock entre otros, y le obligaron a refu-giarse varias veces en Holanda; sus ideas más audacesquedaron expuestas en su Ensayo sobre el uso de larazón (1707), Discurso sobre la libertad de pensar(1713), Investigaciones sobre la libertad del hombre(1717), etcétera.

12 Samuel Clarke (1675-1729), teólogo inglés queejerció notable influencia sobre Voltaire, a quien susconocimientos impresionaron en Londres. En él vio al

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«patrón» de la renovación del arrianismo en Inglaterra(Cartas filosóficas, VII), y leyó atentamente sus Ser-mones, reunidos en el Tratado de la existencia deDios. Esta obra servirá a Voltaire para enfrentarse a losargumentos del materialismo expuestos por el barónd’Holbach en su Système de la nature. A través deClarke, Voltaire pudo captar el pensamiento de Lockey las consecuencias metafísicas que podían extraersede la filosofía de Newton. Para él, Clarke será siem-pre el hombre que ha demostrado la existencia de Dios,aunque esa verdad, según escribe a Federico de Prusia:«La creo; pero la creo como lo que es más verosímil; esuna luz que me hiere a través de mil tinieblas»(Correspondance, ed. de F. Deloffre, Gallimard, LaPléiade, París, 1977-1990, 13 vols., t. I, p. 858). A Clarkedebe Voltaire, además, el razonamiento que lo llevó aescribir uno de sus versos preferidos y más difundidos:«Si Dios no existiera, habría que inventarlo».

13 «Los hados guían al que se somete, arrastran alque se resiste» (Séneca, Epístola CVII).

14 De nihilo nihilum, in nihilum nil posse reverti(Persio, Sátira III, v. 84).

15 Fenicia estaba formado por el actual Líbano ypartes de Siria, Israel y Palestina. Desapareció tras serconquistada por Alejandro Magno en el año 332 a. C. Eltérmino cahut pertenece a la misma raíz indoeuropeaque caos, con el significado de desorden completo oconfusión, «mezcla confusa de partículas de toda espe-cie, sin forma ni regularidad, a la que los filósofos anti-guos suponen el movimiento esencial, atribuyéndoleen consecuencia la formación del universo» (Diderot,artículo Caos, Enciclopedia, III, 1753, 156).

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16 Del hebreo tohu ubohu, que significa caos(Génesis 1,1), el cielo del cielo y la tierra de la tierra.

17 La revelación.18 Término fenicio: sombra, noche, sol poniente.19 Según la Teogonía del poeta griego Hesíodo

(hacia 700 a. C.), el Caos es anterior no sólo al origendel mundo, sino al de los dioses: «En el principio exis-tió Caos, y luego Gea, la de vasto pecho, sede inque-brantable de todos los Inmortales que habitan lasnevadas cumbres del Olimpo; y en las profundidadesde la tierra de anchos caminos el tenebroso Tártaro.Por último, Eros, el más hermoso de los Inmortales,que relaja los miembros de todos los dioses y de todoslos hombres y cautiva su corazón y la sensata voluntaden sus pechos. De Caos nacieron Erebo y la negraNoche. De la Noche nacieron el Éter y el Día…».(Teogonía, vv. 116-125). El poeta latino Ovidio (siglo I)es autor de un poema mitológico, las Metamorfosis.

20 Lucas, 16,26.21 Cuestión VII.22 «Esa alma pone en movimiento la mole y se mez-

cla con el gran cuerpo». Virgilio (poeta latino nacidoen el año 70 y muerto en el 19 a. C.) alude al animamundi que sustenta cielo y tierra, el luminoso globo dela luna y los titánicos astros, y penetra en cada parte(Eneida, VI, 727).

23 «Júpiter es todo lo que ves, a donde quiera quevayas» (Farsalia, IX, 580). Marco Anneo Lucano (39-65), poeta latino de origen cordobés, era sobrino deSéneca. Amigo de Nerón, éste lo apartó de su lado porcelos literarios. Lucano escribió entonces epigramascontra el emperador y participó en la conspiración de

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Pisón; cuando ésta quedó al descubierto, fue obligadoa suicidarse. Su obra principal, la Farsalia, narra endiez cantos la guerra civil entre César y Pompeyo,en los que dibuja a los personajes históricos a partir dela filosofía estoica.

24 Como en el último párrafo de la Cuestión XIV,Voltaire ataca la revelación porque su luz hace pasarpor «engañosas» las luces de la razón.

25 Nicolas Malebranche (1638-1715), filósofo,sacerdote y teólogo francés, cuya metafísica se basaen dos principios racionales: «Nada es más evidenteque todas las criaturas son seres particulares y que larazón es universal y común a todos los espíritus»; y«El hombre no es en sí mismo su propia luz».Malebranche pretendía que los seres particulares par-ticipan del ser, que encierra todo; «pero todos losseres tanto creados como posibles, como toda su mul-tiplicidad, no pueden llenar la vasta extensión delser», que se descubre en cada una de nuestras ideas,que emanan del infinito; «no se puede ver la esencia deun ser infinitamente perfecto sin ver su existencia [lade Dios]: no se le puede ver simplemente como un serposible: nada lo comprende, nada puede representar-lo. Por tanto, si piensa en él, es preciso que él sea».

26 Es Dante (1265-1321), y no un poeta de la Anti-güedad, quien en la Divina Comedia, en los cantosVIII y IX del Paraíso, describe el tercer cielo de Venus,y en los cantos XIV-XVIII el quinto cielo de Marte.

27 Alusión al ying y al yang de los chinos.28 Resumen de las cuestiones 23 a 11 de la primera

parte de la Suma teológica de Tomás de Aquino. Eltérmino nuncupativo, desaparecido en la práctica del

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español, procede del latín nuncupare: declarar solem-nemente. «En el contexto, podría traducirse “Diosexiste nuncupativamente” por “el Verbo es con Dios” o“el Verbo es Dios”: lo que Él dice es» (Véronique le Ru,Le philosophe ignorant, GF, 2009, p. 60).

29 Tales de Mileto, filósofo presocrático jonio y unode los Siete sabios de Grecia (ca. 625-ca. 547 a. C.).Primer pensador conocido de la historia, Tales conci-bió el agua como el elemento primero del universo; delagua procederían los demás elementos: el aire, el fue-go y la tierra. Voltaire ironiza con el verbo habermesumido: según la tradición, Tales murió al caer en unpozo cuando caminaba observando el cielo.

30 Empédocles (ca. 490-ca. 435 a. C.), filósofo pre-socrático griego que daba al fuego la primacía sobre losotros tres elementos (aire, tierra, agua, en este orden)que componen todas las cosas.

31 Epicuro (ca. 342/341-270 a. C.), filósofo, astróno-mo y físico griego; sus teorías sobre física derivan delatomismo de Demócrito, en el que introduce la idea deun clinamen para afirmar la libertad de la voluntadhumana, negada por el atomismo. Para Epicuro, el to-do está constituido por una infinidad de átomos en lainfinitud del vacío, por la que se desplazan; al introdu-cir la idea del clinamen (desviación espontánea de lalínea recta), Epicuro permite que los átomos choquenentre sí y se reúnan de mil maneras formando combi-naciones y grupos que constituyen el origen de las gran-des masas: el mar, la tierra, el cielo y los seres vivos.

32 Pitágoras (ca. 580-ca. 497 a. C.), filósofo griego aquien se debe la noción de número («Todo es núme-ro»), al que la escuela pitagórica redujo todos los domi-

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nios: la filosofía ética y la lógica, los conocimientosmatemáticos y la geometría, la astronomía y la música(aritmética sensible), etc. Atribuidos sin ninguna razóna Pitágoras, con su nombre nos han llegado unos Ver-sos de oro, obra de sus discípulos, en los que dan con-sejos morales que habrían salido de boca del maestro.

33 En su diálogo dedicado a la exaltación de Eros,dios del amor, El Banquete (ca. 380 a. C.), el filósofogriego Platón creó el mito del andrógino, antiguo seresférico, de una sola cabeza, dos rostros, cuatro brazosy cuatro piernas. Del andrógino, descendiente de laLuna, habría tres tipos: dos hombres, dos mujeres yun conjunto de hombre y mujer; para debilitar su fuer-za, Zeus dividió con su rayo en dos a cada uno de esosseres, volviéndolos incompletos. El mito platónicotrata de explicar los distintos tipos de relaciones sexua-les que se daban entre los seres humanos.

34 Baruch Spinoza (1632-1677), filósofo holandésdescendiente de una familia judía de origen portu-gués, trató de conciliar, sobre todo en su Ética, deter-minismo y libertad; ésta consistiría en el conocimien-to de las causas de la acción. Al enfrentarse a la ideadel mal como fruto de la debilidad del hombre–secuela del pecado original de Adán–, Spinoza afir-ma (Deus sive Natura) que «cuanto existe en la natu-raleza, considerado en su esencia y en su perfección,envuelve y expresa del concepto de Dios»; Dios es laNaturaleza, la Sustancia única e infinita que tienepoder para existir y obrar por sí misma. Basándose enlos escritos de Abraham ibn Ezra, propuso un nuevométodo de lectura de la Biblia, exigiendo que el textose explique por sí mismo, y no por interpretaciones

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menos libres, porque todo está en el texto, incluso ensus pasajes oscuros o contradictorios. Aclamado porHegel, su sistema ha sido objeto de frecuentes estu-dios durante la segunda mitad del siglo XX por pensa-dores como Gilles Deleuze, Étienne Balibar, PierreMacherey o Toni Negri, que analizan su idea de lopolítico-social, su materialismo y el carácter inma-nente de su filosofía.

35 Voltaire cree leer a Spinoza, pero de hecho eltexto del que disponía en su biblioteca era la Réfu-tation des erreurs de Benoît de Spinoza, par M. deFénelon, archevêque de Cambray, par le P. Lamibénédictin et par M. le comte de Boulainvilliers, avecla vie de Spinosa (1731), una paráfrasis trivial e incom-pleta del texto del conde de Boulainvilliers. De igualmanera, el párrafo anterior es un resumen deformadode la Ética de Spinoza a través tanto de sus detractorescomo de sus partidarios más acérrimos.

36 Pierre Bayle (1647-1706), filósofo y escritor fran-cés, de religión protestante, profesor de filosofía y dehistoria en Rotterdam; por su reacción frente a larevocación del edicto de Nantes y la publicación de unAviso importante a los refugiados (1680), que procla-maba la libertad de religión y la tolerancia, fue expul-sado de su cátedra por «irreligión y complicidad con elrey de Francia»; no sería la última vez que fue perse-guido. En su obra mayor, el Dictionnaire historiqueet critique (1697-1702), que se quiere corrección delos errores de otras obras semejantes, Bayle aboga,desde el escepticismo, por el intercambio permanentede puntos de vista y de opiniones contradictorias,método que abrió el camino a Voltaire.

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37 Proteo es en la mitología griega la divinidadmarina que mora en la isla de Faros, en la desemboca-dura del Nilo, como pastor de los rebaños de focas dePosidón. Tenía el poder de metamorfosearse y adoptardiversas formas; debido a ello, su hija Idotea, que que-ría ayudar a Menelao, retenido por una calma chichaen la isla, a regresar a Grecia tras la guerra de Troya,aconsejó al jefe griego cogerlo por sorpresa: Menelao yalgunos de sus compañeros se disfrazaron de focas;después de apoderarse de él, y a pesar de que el dios seconvirtió sucesivamente en león, serpiente, pantera,agua y árbol, Proteo les indicó la forma de conjurar losvientos (Odisea, IV, vv. 349 y ss.).

38 Estratón de Lampsaco (muerto en 269 a. C.), filó-sofo griego, segundo director de la escuela peripatéticasituada en el Liceo, fundada por Aristóteles; fue discí-pulo de Teofrasto, a quien sucedió al frente del Liceo(desde 288 hasta 268 a. C.). Antes había sido preceptordel futuro Ptolomeo Filadelfo en la corte de Alejandría.El mundo, según Estratón, no era ninguna obra deDios, sino de la Naturaleza, surgida del movimiento ydel juego permanente de los elementos naturales.

39 Diágoras de Melos, filósofo griego que habríaperecido hacia 400 a. C. en un naufragio. Discípulo deDemócrito, escribió poemas de los que nos han llegadoalgunos fragmentos; fue apodado «el Ateo» y expulsa-do de Atenas (ca. 415 a. C.) por haberse burlado de losmisterios de Eleusis.

40 Pirrón (360-275 a. C.), filósofo escéptico oriun-do de la Élide (Grecia); acompañó a Alejandro Magnoa Asia y Persia (334 a. C.), donde se instruyó con losgimnosofistas y con los magos. Vuelto agnóstico, se

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negó a emitir una opinión sobre cualquier asunto, basedel pirronismo; no escribió nada, pero su discípuloTimón de Flionte (ca. 324-253 a. C.) y sus seguidoresexplicaron el método para alcanzar el estado de incom-prensión y ataraxia, o la felicidad de no saber absolu-tamente nada.

41 Pese a esta afirmación de Voltaire, en el apéndi-ce a la primera parte de la Ética Spinoza hace una crí-tica radical del principio de las causas finales y de lavoluntad de Dios, «ese asilo de la ignorancia».

42 Johan de Witt (1625-1672), geómetra en sujuventud, dirigió de hecho la república de las Provin-cias Unidas durante veinte años como Gran Pensio-nista de los Estados de Holanda; gobernó en tiemposrevueltos, frente a la Inglaterra Republicana primero,luego frente a la casa de Orange, por último ante laambición de Luis XIV cuyas tropas invadieron losPaíses Bajos españoles; acusado de haber entregado laRepública a Francia, fue asesinado por una multitudpro-orangista, crimen con el que Alexandre Dumasinicia El tulipán negro (cap. III).

43 Alusión a Kepler que expone parte del misteriode la Trinidad tratando de mostrar que preside laorganización del cosmos, en el prólogo de su Myste-rium cosmographicum (1597).

44 El párrafo alude a la teoría cartesiana de la tran-substanciación defendida por el físico francés JacquesRohault (1618-1672) en sus Entretiens sur la philoso-phie (1671), donde se enfrenta a los ataques de laIglesia contra las ideas de Descartes.

45 Blaise Pascal (1623-1662), filósofo jansenistafrancés que, aspirando a la renuncia al mundo, se reti-

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ró al monasterio de Port-Royal, de donde lo sacó lacondena por el Vaticano de cinco proposiciones deJansenio (véase nota 105); Pascal se compromete afondo en esa lucha de ideas religiosas en la que seenfrenta a los jesuitas con sus dieciocho Cartas escri-tas a un provincial (conocidas como Las provinciales,1656-1657), que popularizaron las disputas teológicassobre la gracia eficaz y la gracia suficiente; sólo la ame-naza de ser condenado por la Iglesia, con la inclusiónde sus Cartas en el Índice, detuvo en pleno triunfo supluma. Apartado nuevamente del mundo, Pascal lee yescribe intensamente preparando lo que había de sersu gran obra, Pensées (Pensamientos, 1670), su mayoraportación al espíritu moderno. El fragmento citado acontinuación refiere, aunque no al pie de la letra, unanota marginal de Pascal a su pensamiento n.o 397(Pascal, Œuvres complètes, ed. Le Guern, Pléiade,2000, p. 680).

46 Alberto Magno (1193/1206-1280), monje domi-nico, filósofo, teólogo, naturalista, químico y alquimis-ta alemán, que tradujo y comentó a Aristóteles, para-fraseándolo y haciendo lo mismo en sus comentarios aAverroes; de este modo difundió por primera vez enOccidente las filosofías griega y árabe; como científico,se interesó por la astronomía, las matemáticas y lamedicina, así como por la alquimia, a la que aportóuna treintena de títulos.

47 Louis Abelly (1603-1691), monje dominico y teó-logo francés, confesor de Mazarino y obispo de Rodez,cargo del que dimitió para retirarse a un monasterio.Fue autor de un compendio de teología dogmática endos volúmenes, Medulla theologica (El tuétano teoló-

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gico, 1651), cuyas tesis antijansenistas despertarongrandes controversias por su probabilismo.

48 Nombre francés para una moneda equivalente alescudo español.

49 Nicolas Malebranche (véase nota 25), partidariodel «Todo está bien». Pero la burla de Voltaire se diri-ge contra la fórmula leibniziana del «mejor de losmundos posibles», que centra la sátira de Cándido. Enel Poema sobre la destrucción del terremoto de Lis-boa, Voltaire es más concreto: «Leibniz no me enseñacon qué invisibles nudos,/ en el mejor ordenado de losmundos posibles,/ un desorden eterno, un caos dedesdichas,/ mezcla a nuestros placeres vanos doloresreales,/ ni por qué el inocente, así como el culpable,/sufren por igual el mal inevitable./ Ya no puedo conce-bir cómo estaría todo bien:/ soy como un doctor: pordesgracia no sé nada» (véase mi edición de Voltaire:Cuentos completos en prosa y verso, Siruela, 2005,pp. 811-816).

50 Alusión a la sífilis u otra enfermedad venérea,para cuya curación se utilizaba el mercurio.

51 La expresión prendre des vessies pour des lan-ternes (cometer una equivocación burda) utiliza elsentido figurado que desde la Edad Media hasta el si-glo XVIII tiene el término lanternes: «cuentos absurdosy extravagantes».

52 G. W. Leibniz.53 Tarquino el Soberbio (534-510 a. C.) fue el sépti-

mo y último rey semilegendario de Roma: su orgullo ytiranía motivaron su expulsión a raíz de la violación deLucrecia por el hijo de Tarquino, Sexto, que habíaamenazado con matarla si se resistía. Tras referir a su

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padre y a su marido los hechos, Lucrecia se apuñaló ensu presencia.

54 Alusión a Don Carlos, hijo de Felipe II, que mu-rió en prisión; la historia o su leyenda se conocíandesde el Renacimiento e inspiraron varias obras litera-rias.

55 El término «mónada», difundido por Leibniz, seremonta a la filosofía pitagórica, para la que designa«los elementos simples de que está hecho el univer-so». En su Monadología (escrita originalmente enfrancés, en 1714, fue publicada por primera vez en ale-mán por Köhler, en 1720, con el título Lehrsätze überdie Monadologie, y en latín, en las Actas Eruditorum,Leipzig, en 1721, con el título Principia Philosophiae;hasta mucho más tarde, en 1840, no apareció publica-da en la versión original) Leibniz expone que todo seres una mónada o un compuesto de mónadas; éstasestán jerarquizadas por su grado de perfección, y pue-den ser simples, cuando carecen de conciencia y dememoria (en los minerales y vegetales); sensitivas,cuando poseen conciencia y memoria e imitan la razón(en los animales); razonables, cuando cuentan con laconciencia reflexiva de sus percepciones (en el hom-bre); y Dios, o mónada de mónadas (Hegel).

56 Ralph Cudworth (1617-1688), filósofo inglés,representante de la escuela platónica de Cambridge,conocido por su creación del neologismo conciousness(utilizado luego por Locke) en su obra The True inte-llectual system, que ataca el determinismo paraprobar la existencia de Dios (frente al ateísmo deHobbes), el aspecto natural de las distinciones mora-les y la realidad de la libertad humana. Su obra erudi-

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ta y carente de originalidad importa sobre todo para elconocimiento del pensamiento religioso tras la Res-tauración inglesa.

57 John Locke (1632-1704), filósofo inglés de enor-me influencia sobre el pensamiento de la Ilustración;representante del empirismo, sistema para el que todoconocimiento procede de la experiencia, el pensa-miento de Locke funda en cierto modo el liberalismo,tanto en su plano político como en el económico, quedebe garantizar el respeto a los derechos naturales detodo hombre; de este modo eliminaba del ámbito delpoder político los derivados éticos y religiosos quehasta entonces controlaba. Su capital Carta sobre latolerancia separa el poder del Estado del poder de lasIglesias, dadas las diferencias entre los fines tempora-les y espirituales de uno y otras. Al proclamar la liber-tad de conciencia, Locke se enfrentaba al autoritarismodogmático, y también al anarquismo individualista,pues todas las relaciones deben ser garantizadas porlas leyes que el Estado se da según las circunstanciasen que se desenvuelve. Además de su primera obra,Ley de la Naturaleza, hay que citar títulos determi-nantes como Ensayo sobre el entendimiento humano,Tratados sobre el gobierno civil, Pensamientos sobrela educación y El cristianismo razonable.

58 El tribunal de la Inquisición, en 1633.59 Francis Bacon (1561-1626), gran canciller inglés

con Jacobo I (1617), cargo del que fue expulsado trasser juzgado por numerosos casos de concusión y ence-rrado en la Torre de Londres. Fue rehabilitado porCarlos I (1625); durante su caída en desgracia revisó ycompletó sus obras filosóficas, con las que aspiraba a

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renovar el método de estudio científico, basado hastaentonces en el razonamiento deductivo; abogó por elinductivo, basado en la observación confirmada por laexperiencia. Su obra principal, Novum Organum,sentó las bases del empirismo.

60 Aristóteles, Física (libro IV, capítulos 6-9).61 Los elogios que Voltaire hizo de Locke en sus

Lettres philosophiques le habían convertido en objetode persecución.

62 Por orden del oráculo, Cadmo, primogénito delos hijos de Agenor, construyó la ciudad de su nombreen Tebas, a imitación de la Tebas egipcia. Cuando paraofrecer un sacrificio a Palas mandó a sus compañerosa recoger agua en un bosque vecino consagrado a Mar-te, éstos fueron devorados por un dragón, hijo deMarte y de Venus. Cadmo se vengó matando al mons-truo, cuyos dientes sembró; de ellos salieron hombresarmados que lo atacaron, pero que terminaron vol-viéndose contra sí mismos. Los cinco que sobrevivie-ron le ayudaron a construir su ciudad.

63 Voltaire alude aquí, no al pueblo judío, sino a losteólogos judíos, por su pretensión de proclamar a supueblo elegido de Dios.

64 El pueblo guebro –sobre cuya tolerancia Voltaireescribió una tragedia así titulada, Les Guebres–, queformó parte de Persia, siguió fiel al culto de Zoroastro.En cuanto a malabar, que en concreto designaba a loshabitantes de las costas de Malabar, en el sudoeste dela península india, en el siglo XVIII el término designa-ba en general a los habitantes de la India.

65 Le Jargon, ou Langage de l’argot réformé, París,ca. 1610. Hay, sin embargo, un libro anterior, publica-

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do en 1596: La Vie généreuse des mercelots, gueuz etboemiens, contenans leur façon de vivre, subtilitezet gergon, de Pechon de Ruby (ed. crítica, París, 2007).

66 «La justicia y el derecho son vanas ideas… Elderecho de los reyes consiste en no perdonar nada»(Corneille, La mort de Pompée, I, 1). Sobre Lucano,véase la nota 23.

67 William Dampier (1652-1715), viajero, navegan-te y bucanero inglés, el primero que exploró partesde Nueva Holanda (Australia) y de Nueva Guinea. En1683 participó en una expedición al Pacífico que lollevó por Sumatra, China y la India. En 1699 publicó elrelato de sus aventuras en un Viaje alrededor delmundo; su expedición de 1699-1701 le permitió escri-bir Un viaje a Nueva Holanda (1703-1709). Apoyadopor el Almirantazgo, en 1703 dirigió una expediciónpara apoderarse de navíos españoles; en ella viajabaAlexander Selkirk, marinero abandonado en una isladeshabitada del archipiélago Juan Fernández; Dam-pier lo rescataría cinco años más tarde, durante otraexpedición corsaria; al parecer este hecho inspiró aDaniel Defoe su novela Robinson Crusoe. A su regresoa Inglaterra, los expedicionarios habían acumuladouna cantidad de dinero equivalente a más de 20 millo-nes de libras actuales.

68 Thomas Hobbes (1588-1679), filósofo inglés queconoció en su juventud las guerras de religión ingle-sas; su experiencia lo llevó a dedicar casi la mitad de suobra política a la cuestión religiosa, a las Iglesias, lacristiana sobre todo, que exigen un poder autónomo,dividiendo así a la sociedad en dos ámbitos de poder:el temporal y el espiritual. El sistema de Hobbes se

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inclina por someter éste y todas sus cuestiones alSoberano, que debe resolver la oposición haciendorespetar las leyes de la naturaleza: «La ley de la natu-raleza y la ley civil se contienen una a otra y son deigual extensión»; y el Soberano se encarga de hacer«de las leyes de la naturaleza verdaderas leyes». Entresus obras capitales figuran Leviatán (1651), Elementosde la ley natural y política (1640), Del ciudadano(1641), etcétera, en las que se opone a la tradición aris-totélica, base del escolasticismo, y provoca una revolu-ción copernicana en filosofía.

69 A Essay concerning Human Understanding(1690), obra capital de Locke en la que se enfrenta acualquier forma de pensamiento dogmático y a todaslas concepciones inoperantes; al nacer, el espíritu seríauna tabla rasa sin ningún carácter ni idea, y sólo laexperiencia puede llenarlo con la percepción de losobjetos exteriores y las operaciones del pensamiento, oideas que proceden de la reflexión. Leibniz refutó suempirismo desde el racionalismo en Nuevos ensayossobre el entendimiento humano.

70 Los mingrelianos forman un grupo étnico degeorgianos que habitan en Samegrelo, o Mingrelia,región de Georgia.

71 El jesuita Lambert publicó en 1749 un Recueild’observations curieuses sur les mœurs, les costumes,les arts et les sciences des différents peuples de l’Asie,de l’Afrique et de l’Amérique.

72 Jean Chardin (1643-1713), hijo de un joyero pro-testante, fue enviado cuando tenía veintidós años aPersia y a la India para comerciar en diamantes; deregreso en 1670, retornó al año siguiente a esa región

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donde el rey persa lo nombró su comerciante; en 1680volvió a Francia, pero, viendo a los protestantes perse-guidos, se trasladó a Inglaterra, donde fue bien acogi-do por Carlos II; éste lo nombró joyero de la corte yrepresentante de la Compañía Inglesa de las IndiasOrientales. Fue en Holanda donde publicó su libroVoyages de monsieur le Chevalier Chardin en Perse etautres lieux de l’Orient (1686), en el que recoge par-cialmente sus recuerdos sobre las costumbres y modosde vida de la cultura persa sobre todo. La relacióncompleta de sus viajes aparecería en Amsterdam en1711 bajo el título Journal du voyage du ChevalierChardin.

73 El príncipe Mauricio de Nassau, estatúder deHolanda (1567-1625), a quien Voltaire cita con estemismo ejemplo en su cuento Historia de Jenni, o elSabio y el Ateo (cf. mi edición de Voltaire: Cuentoscompletos en prosa y verso, Siruela, 2006, p. 765,n. 66).

74 De l’esprit des lois (1748), obra capital para elpensamiento moderno, escrita por Charles-Louis deSecondat, barón de La Brède y de Montesquieu (1689-1755); en ella sienta el principio de separación depoderes de las diversas instituciones que forman el Es-tado: los poderes legislativo, ejecutivo y judicial, basede toda democracia.

75 Antiguo nombre que los europeos daban a la ciu-dad y al sultanato indonesio de Banten, al que losholandeses consiguieron imponer su soberanía y en1813 integrar en el territorio de las Indias Holandesas.Tras un período de esplendor (siglos XVII-XIX), en laactualidad es sólo una aldea de pescadores.

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76 Olivier Cromwell (1599-1658), militar y políticoinglés, que gobernó Inglaterra desde 1650 hasta sumuerte; tras el fallecimiento de Carlos I, era, aparente-mente, el único político notable capaz de gobernar;como jefe militar, se distinguió durante la guerra civilderrotando a las huestes realistas y destacando tantopor su valentía como por la crueldad propia y la de sustropas. En 1649 proclamó la República, y tres añosmás tarde era nombrado por el Parlamento, temerosode la anarquía latente, Lord Protector de la Repúbli-ca de Inglaterra, Escocia e Irlanda, y no tardó en impo-ner un despotismo puritano.

77 Anthony, conde de Shaftesbury (1671-1713), filó-sofo y político inglés, cuya obra An inquiry concerningvirtue or merit (1727) ejerció gran influencia durantesu siglo y el siguiente. Aboga en ese libro por una vir-tud moral, racionalista y sentimentalista a un tiempo,que coincida con el orden armonioso del universo;toda su filosofía está teñida de teología.

78 El Zend-Avesta, que recopila los textos sagradosde Zoroastro (o Zaratustra), profeta y reformador reli-gioso persa (ca. VII a. C., aunque otras opiniones lositúan en el año 1000 o en el 400 a. C.); según sus doc-trinas se llega a la felicidad a través de cien puertas. ElZend-Avesta empezó a conocerse en Europa parcial-mente hacia mediados del siglo XVIII.

79 Los brahmas constituían la casta superior desacerdotes en la antigua sociedad india; llegaban a eserango cuando alcanzaban el conocimiento del Brah-man, la entidad más alta de la filosofía hindú.

80 O los cinco libros sagrados de la sabiduría queConfucio se encargó de ordenar. Este filósofo chino

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(ca. 555-479 a. C.) dejó unas enseñanzas que, recopi-ladas por sus discípulos, han sustentado durante siglosla civilización china.

81 Zaleuco, filósofo y legislador griego que habríavivido en la primera mitad del siglo VII a. C., en Locros(Baja Italia), aunque muchos historiadores ponen enduda su existencia. En la época de Cicerón se le atri-buía un código de leyes del que sólo se ha conservadoel preámbulo; tenía por objeto mantener las buenascostumbres y se basaba en la necesidad de una religión.

82 Véase nota 31.83 Cayo Petronio Arbiter, Petronio (¿-65 de nuestra

era), «árbitro de la elegancia» para los romanos, es elsatírico latino más importante; se le debe la novelael Satiricón, que narra las andanzas libertinas, y so-bre todo homosexuales, de dos jóvenes: Encolpio –elnarrador– y su amigo Ascito, a quienes se suma unmuchacho, Gitón, que los enfrenta entre sí. Implicadoen la conspiración de Pisón contra Nerón, fue obliga-do a darse la muerte.

84 Diógenes Laercio, nacido a principios del sigloIII, fue un filósofo y poeta griego que, además de unarecopilación de epigramas, escribió Vidas, doctrinas ysentencias de los filósofos ilustres, donde se esmerapor situarlos en su entorno con distintas anécdotas ysus relaciones con otros filósofos; resume además susdoctrinas a grandes rasgos.

85 Antoine Arnauld (1612-1694), teólogo, filósofo ymatemático francés, una de las cabezas más visiblesdel jansenismo y de la oposición a los jesuitas; en susobras, más que definir un sistema de pensamiento,saca a la luz los errores de otros filósofos y hace una

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crítica del cartesianismo, en el que arranca su primeracontroversia sobre el placer y la felicidad. Entre 1683 y1685 entabló una larga polémica con Malebranchesobre las relaciones entre teología y metafísica (De lasverdaderas y las falsas ideas), para terminar defen-diendo que la Providencia puede intervenir con mila-gros para superar los límites de las leyes regulares queDios ha puesto en el mundo (Tratado de la Natura-leza y de la Gracia, Los milagros de la ley antigua yReflexiones sobre el nuevo sistema de la Naturalezay de la Gracia).

86 Catón el Joven, o Catón de Útica (95-46 a. C.),político romano, que se enfrentó a la ambición de JulioCésar. Tras la derrota en Farsalia de Pompeyo, a quienrespaldaba, y la de Metelo Escipión, a quien apoyó conalgunas tropas en África, se encerró en Útica (capitaldel África proconsular, al noroeste de Cartago, en laactual Túnez, a 40 kilómetros de su capital) y se tras-pasó con la espada tras leer y meditar el diálogo plató-nico Fedón, que trata de la inmortalidad del alma.

87 Epicteto (55-135), filósofo estoico griego, esclavoen Roma y manumitido; expulsado de Roma juntocon los demás filósofos por el emperador Domiciano,abrió escuela en Nicópolis, en el noroeste de Grecia.No escribió ninguna obra, pero su discípulo FlavioArriano recogió sus enseñanzas en un Enquiridion (omanual) y en unos Discursos que tratan más de éticay moral práctica que de filosofía.

88 Marco Aurelio Antonino Augusto (121-180),emperador de Roma desde el año 161, escribió duran-te sus campañas militares unas Meditaciones dondeexpone un pensamiento heredero de los estoicos, que

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busca la armonía y del equilibrio en la conducta del serhumano.

89 El emperador romano Juliano el Apóstata (331-363) aplicó al llegar al poder en el año 361 una toleran-cia religiosa que supuso un soplo de aire fresco tras elreinado de su predecesor, Constancio II. Después derechazar el cristianismo como religión oficial, restauróel paganismo y estableció un culto solar.

90 Peccata splendida, según Agustín de Hipona.91 Luciano de Samosata (125-ca. 195), escritor y

sofista griego, autor de más de setenta obras, en sumayoría discursos y conferencias que dio por toda lacuenca mediterránea. Destacan sus Diálogos, sobretodo los Diálogos de los muertos y Diálogos de los dio-ses, Timón, Cuentos, etcétera; se trata en su mayoríade obras breves y satíricas, en las que ridiculiza tantola religión y los dioses como los hombres importantes,los escritores a la moda, etcétera. En muchos puntossirvió de modelo a Erasmo y a Voltaire entre otros.

92 El griego Esopo, que vivió entre los siglos VII yVI a. C., está considerado como el padre de la fábula; supersonalidad sigue siendo legendaria: esclavo, prisio-nero de guerra, jorobado, cojo y tartamudo, muriócondenado a ser arrojado desde lo alto de un precipi-cio. Las Fábulas que se le atribuyen ya eran conocidasen la tradición oral de los pueblos indoeuropeos en elsiglo V y su redacción muy posterior a esa centuria. Setrata de relatos breves y secos protagonizados por ani-males, escritos en prosa y sin pretensiones literarias.

93 Brahmán legendario de la India, también cono-cido como Pilapay o Bidpay, al que persas y árabesatribuyen una recopilación de apólogos, escrita a peti-

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ción de un príncipe llamad Dabchelim, y tituladaPantcha-Tantra, probablemente la recopilación másantigua que nos ha llegado. Se tradujo al árabe con eltítulo de Libro de Calima y Dimna, con el que lo cono-ció la cultura occidental. En sus apólogos, los animaleshablan a los hombres dándoles consejos de conducta.En 1251 probablemente fue mandado traducir al caste-llano por el infante Alfonso el Sabio (luego Alfonso X).

94 Luqman, hombre santo citado en el Corán (azora31), convertido en esclavo por comerciantes eslavosque invadieron África. Se trata de un personaje legen-dario, que unos identifican con Balaam, y otros con elsabio Ahiqar de la tradición armenia, aunque de hechose ignora todo sobre su época y sobre su verdaderaidentidad. Se le consideraba como un árabe meridio-nal, un nubio o un abisinio. Posteriormente se le atri-buyeron fábulas con las que, por medio de animales,daba consejos a su hijo; estas fábulas son paralelas alas de otros héroes de la antigüedad bíblica o pagana,como Esopo.

95 Al Hakim ib-Amr Allah (985-1021), califa e imánfatimita fundador en El Cairo de una «Casa del Saber»donde, además de las disciplinas coránicas con que sepreparaba a los misioneros de las doctrinas ismailitas,se dio cabida a la filosofía y a la astronomía. En 1021desapareció durante un paseo nocturno por los alrede-dores de El Cairo. Su cuerpo no fue hallado y susallegados lo convirtieron en una encarnación divina yfundaron la secta de los drusos.

96 En la mitología griega, Tetis, hija de Urano y deGea, es la más joven de las Titánides. De su matrimoniocon su hermano Océano nacieron más de tres mil hijos.

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97 Hesíodo narra en su Teogonía la lucha de losTitanes –los seis hijos que tuvieron Urano y Gea–,excepto Océano, contra Zeus cuando éste se rebeló con-tra Crono. Zeus los derrotó y los sepultó en el Tártaro.

98 Prometeo y Pandora son, según la mitologíagriega, el primer hombre y la primera mujer, con laque se casó Epimeteo, hermano de Prometeo; éstehabía conseguido capturar todos los males del mundoy encerrarlos en una vasija; aunque su marido le habíaprohibido mirar el contenido, Pandora, llevada por lacuriosidad, quitó la tapa de la vasija y todos los malesse esparcieron de nuevo por la tierra.

99 Serpiente hija de Gea, según la mitología griega;fue la encargada del oráculo de Delfos hasta que el diosApolo la mató para ocupar el oráculo.

100 Voltaire apunta críticamente contra la escolás-tica y la Edad Media, de cuyas tinieblas nació, según elautor de El filósofo ignorante, toda la intolerancia reli-giosa de la Iglesia.

101 El Digesto, o Pandectas: colección de sentenciasde los jurisconsultos romanos antiguos mandadahacer por el emperador Justiniano.

102 John Duns Scoto (1265/1266-1308), filósofo yteólogo inglés, conocido como «Doctor Sutil» por lamatización de sus discusiones, que abarcaron los cam-pos más diversos, desde la naturaleza de la libertadhumana hasta el lenguaje religioso. Aunque estabade acuerdo con Tomás de Aquino (1224/1225-1274), elprincipal maestro de la filosofía escolástica, en muchospuntos teológicos, discrepó de su idea de la imposibili-dad de aplicar a Dios y a las criaturas ciertos predica-dos unívocos; los conceptos que el ser humano formu-

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la proceden de las criaturas, y por tanto, según Aquino,aplicados a Dios tendrían un sentido diferente; estadisputa sobre la analogía de los predicados ocupó granespacio en la teología medieval.

103 Johannes Hausschein, conocido como Ecolam-padio (1482-1531), humanista y reformador alemánque colaboró con Erasmo en la edición del Nuevo Tes-tamento. Predicador en Basilea (1518) y en Augsburgo,tras la publicación de los escritos de Lutero se retiródos años a un convento de Baviera, para reaparecer yencabezar el movimiento evangélico en Basilea, ciudada la que encaminó hacia la Iglesia reformada.

104 Philipp Melanchton (1497-1560), reformadorreligioso alemán, humanista y erudito, colaborador deLutero, a quien sustituyó al frente de la Reforma enWittemberg cuando éste fue encerrado en el castillode Wartburg. Representó a la Reforma en la Dieta deAugsburgo con 28 artículos de fe de un tono tan conci-liador que sorprendió a los católicos y no tardó enmolestar a algunos seguidores de la Reforma e inclusoa Lutero, del que sin embargo nunca se separó; tras lamuerte de éste, su tono tolerante y su búsqueda depuntos de encuentro con las Iglesias de Inglaterra yde Roma fueron objeto de duras críticas por parte delluteranismo ortodoxo.

105 Cornelio Jansen, o Jansenio (1585-1683), obis-po de Ypres, profesor en la Universidad de Lovaina,desde la que se enfrentó a la pretensión de los jesuitasde establecer su propia escuela. Para limar asperezasviajó en dos ocasiones a Madrid (1624 y 1626), dedonde tuvo que huir de la Inquisición; enemigo tam-bién del protestantismo, se dedicó a escribir su

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Augustinus (1640), tratado sobre la teología de sanAgustín; sus ideas sobre la gracia divina iban másallá de la disputa teológica y alcanzaban a la organiza-ción de la Iglesia católica, el papel del clero en la socie-dad, etcétera. Cinco de las proposiciones del Augus-tinus fueron condenadas por Inocencio X en 1650 pro-vocando una conmoción en la Iglesia (Port-Royal, loshermanos Arnauld) que fue zanjada por el Vaticano en1653, condenando cuatro de las proposiciones porheréticas y declarando falsa la quinta. El jansenismo,que de hecho nace tras la muerte de Jansenio, se de-sarrolló mezclado con los sucesos políticos durante losreinados de Luis XIII y Luis XIV en Francia.

106 Luis Molina (1536-1600), jesuita y teólogoespañol, autor de comentarios a la obra de Tomás deAquino; en su explicación de las ideas agustinianasde la predestinación, el libre albedrío y la gracia, quisoconciliar la libertad humana y el poder divino. Pesea concordar con las oficiales de la Iglesia, estas ideasfueron refutadas por varias órdenes religiosas, en par-ticular por los dominicos; Roma, tras analizar la que-rella, impuso silencio a ambas partes. Sus ideas, sinembargo, se difundieron en Francia provocando unduro enfrentamiento ideológico de jesuitas y jansenis-tas (Las cartas provinciales de Pascal, que ridiculizanel casuismo de los jesuitas y del molinismo, son buentestigo de ello); la querella acabó con la condena porparte de Roma de las cinco proposiciones adjudicadasa Jansenio (véase nota anterior).

107 Licofrón de Calcis (nacido ca. 320 a. C.), poetay dramaturgo helenístico romano, autor de un tratadoen prosa sobre la comedia, de una veintena de trage-

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dias de las que sólo se conservan fragmentos. Sólo nosha llegado completo un monólogo trágico, Alejandra,que refiere las profecías de Casandra en lenguaje eru-dito y oscuro, lleno de alusiones e imágenes de difícilcomprensión.

108 Jean-Joseph Mouret (1672-1738), músico fran-cés, representante de la música de la Regencia, autorde tragedias musicales y óperas-ballet, además desonatas, motetes, y dos suites sinfónicas consideradascomo su mejor trabajo. Al final de su vida, la miseria yla decadencia física lo llevaron a la locura hasta termi-nar sus días en el asilo de Charenton.

109 Cuestión XIII.110 Festividad de los parsis, que el zoroastrismo

celebra seis veces al año en la India.111 Para los persas, tras morir el hombre, su alma

pasa por el puente de Tshinavar, donde luchan el bien yel mal. Dardaroth es el nombre que los egipcios dan alTártaro. Y el lago de Karon es, para los antiguos persas,egipcios y griegos (el barquero Caronte), la última etapapor la que las almas pasan a la morada de los muertos.

112 Tucídides (ca. 460-ca. 395 a. C.) y Jenofonte (ca.430-ca. 355 a. C.) son los dos grandes historiadores dela Grecia antigua, que relatan hechos vividos de cercapor ellos; el primero, en su Historia que abarca los su-cesos ocurridos durante la guerra del Peloponeso, entre431 y 411 a. C.; el segundo, en su Anábasis, que relatala retirada del ejército griego, llamada de los Diez Mil,por toda Asia Menor tras la muerte de Ciro en Cunaxa(401 a. C.) y que fue dirigida por el propio Jenofonte.

113 El término griego apedeutes significa «ignoran-te, privado de conocimiento».

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114 Región histórica de Letonia, en la Europa sep-tentrional, frente al mar Báltico; fue Estado indepen-diente como ducado de 1561 a 1795, fecha en la quepasó a ser administrada por el Imperio ruso.

115 Melchior Goldast de Heiminsfeld (1576-1635),historiador suizo, canciller del landgrave de Hesse yconsejero imperial, autor de una Colección de consti-tuciones imperiales.

116 Carlomagno nació en Aquisgrán (en francés,Aix-la-Chapelle) en el viejo palacio de los reyes francosdel que sólo queda la llamada torre de Granus; Vol-taire sigue una tradición poética que considera a esteGranus rey por herencia de la región, constructor delpalacio y el que mandó matar a los apóstoles cristianosPedro y Pablo (Histoire de France, en vers, de Phi-lippe Mousques, p. 37, en Recherches sur les sourcesantiques de la Littérature française). Nerón, por otrolado, fue hijo único de Cneo Domicio Ahenobarbo y desu prima Agripina (llamada Agripinila o Agripina laMenor para distinguirla de su madre, Julia VipsaniaAgripina, la Mayor, hija de Augusto); tras la muerte desu primer esposo, Agripina se casó en dos ocasiones(la segunda con el emperador Claudio), y de estosmatrimonios no tuvo hijos. En el año 59 Nerón, yaemperador, ordenó la ejecución de su madre.

117 Pierre de Luxembourg (1369-1387), nacido en elseno de una poderosa familia, fue nombrado obispo deMetz en 1384 por el antipapa Clemente VII, primerode los papas de Aviñón del Gran Cisma de Occidente;dos años más tarde era nombrado cardenal de Aviñón,pero moría dos meses después de ese nombramiento;fue beatificado en 1527.

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131Abelly, Louis, 56Alberto Magno, Alejandro III

de Macedonia, llamado, 55Aristóteles, 21, 66Arnauld, Antoine, 89Arquímedes de Siracusa, 34Bayle, Pierre, 49, 50, 53, 54,

83Carlomagno, Carlos I el Gran-

de, llamado, 97Catón el Joven, Marco Por-

cio, 90César, Cayo Julio, 59, 96Chardin, Jean, 78Clarke, Samuel, 33, 34, 42, 47Collins, Anthony, 31, 33Confucio, 63, 85, 86Cromwell, Olivier, 82Cudworth, Ralph, 61Dampier, William, 75Descartes, René, 21-23, 51, 81Diágoras de Melos, 51Diógenes Laercio, 89Du Deffand, Marie de Vichy-

Champrond, 11

Duns Scoto, John, 93Ecolampadio, Johannes

Hausschein, llamado, 93Empédocles de Agrigento,

47Epicteto, 90Epicuro, 47, 50, 88Esopo, 91Estratón de Lampsaco, 51Galileo Galilei, 65Gassendi, Pierre, 21, 23Goldast de Heiminsfeld,

Melchior, 97Hesíodo, 36, 88, 93Hipócrates de Cos, 66Hobbes, Thomas, 77, 81, 83Homero, 22Horacio Flaco, Quinto, 88Jenofonte, 95Juliano el Apóstata, Flavio

Claudio, 90Lambert, Johann Heinrich,

78Leopoldo I de Habsburgo, 25Licofrón de Calcis, 93

ÍNDICE ONOMÁSTICO

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Locke, John, 11, 31, 62, 66-68, 75-81

Longo el Sofista, 25Lucano, Marco Anneo, 38, 72Luciano de Samosata, 91Luis de Francia, el Gran

Delfín, primogénito deLuis XIV, 25

Luis XIV de Francia, 25Mahoma, 71Malebranche, Nicolas, 43, 89Mauricio de Nassau, 79Melanchton, Philipp, 93Nerón Claudio César Augus-

to Germánico, 97Newton, Isaac, 65, 80, 81Ovidio Nasón, Publio, 36Pascal, Blaise, 55Pemán, José María, 10Petronio, Cayo Arbiter, 88Pierre de Luxembourg, 98Pirrón, 51

Pitágoras de Samos, 47, 87Platón, 47, 57, 83Pompeyo Magno, Cneo, 73Ptolomeo II Filadelfo, 73Rafael de Urbino, 22Shaftesbury, Anthony Ashley

Cooper conde de, 83Spinoza, Baruch, 11, 47, 49,

50, 52, 53, 54, 81-83Tácito, Cornelio, 96Tales de Mileto, 10, 47, 54Tarquino el Soberbio, Lucio,

59Tomás de Aquino, 45, 93Tucídides, 95Virgilio Marón, Publio, 38Voltaire, François-Marie

Arouet, llamado, 10, 11, 13Walpole, Horace, 11Witt, Johan de, 53Zaleuco, 87Zoroastro, 63, 71, 83, 84, 87

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Este libro se terminó de imprimir el 23 de abril de 2010.

«Es ridículo pensar que una nación ilustrada

es menos feliz que una nación ignorante.»

«Reflexiones para los tontos»

en Opúsculos variados

Voltaire

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