El festejo de mi vida

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historias mínimas El festejo de mi vida Porque estuvimos rodeadas de nuestros afectos más cercanos, porque su recuerdo nos traslada a momentos mágicos de nuestra infancia, porque nos ayudan a celebrar la vida, porque lo pasamos genial... Hay momentos que son únicos e inolvidables. Aquí, seis mujeres nos cuentan cuál fue el suyo. POR AGUSTINA RABAINI. FOTOS DE MARIANA RUDDOK.

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Hay momentos que son únicos e irrepetibles. Aquí seis mujeres nos cuentan cuál fue el suyo.

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El festejo de mi vidaPorque estuvimos rodeadas de nuestros afectos más cercanos, porque su recuerdo nos traslada a momentos mágicos de nuestra infancia, porque nos ayudan a celebrar la vida, porque lo pasamos genial... Hay momentos que son únicos e inolvidables. Aquí, seis mujeres nos cuentan cuál fue el suyo. POR AGUSTINA RABAINI. FOTOS DE MARIANA RUDDOK.

El festejo de mi vida

“Cuando pienso en festejar, no puedo dejar de recordar un viaje que hicimos en familia a Península Valdés el año pasado. Hacía tiempo que queríamos tomarnos unos días todos juntos, lejos de la rutina, pero siempre lo postergá-bamos. Uno de los motivos principales era que papá tiene la enfermedad de Parkinson y nos parecía que iba a ser complicado viajar con él. No queríamos molestarlo…

Pero en agosto del año pasado murió alguien muy querido para mí y esa noticia, un baldazo de agua fría, me hizo replantearme muchas cosas y ver la vida de una manera nueva y diferente. Le propuse a mi hermano la posibilidad de viajar para celebrar juntos la vida, para recordar que estábamos vivos, así que en noviembre de 2010 emprendimos un viaje que nos debíamos desde hacía mucho; una excusa para pasar más tiempo juntos y una aventura en Península Valdés que duró cuatro días y nos reconfortó a todos.

Desde que nos subimos al avión hasta que volvimos, no paramos de reírnos: a papá lo trasladaban con su silla de ruedas en una especie de Papa Móvil, y este tipo de cosas, que para otros pueden parecer sórdidas, a nosotros nos divertían mucho. Mamá, rodeada de todos sus nietos, estaba feliz. Éramos una banda: mi hermano viajó con su novia y sus cinco hijos varones, de entre 19 y 7 años. Yo fui con mi marido y mis dos hijos, que tienen 9 y 4. Paramos en un hotel en Puerto Madryn, fuimos a ver los pingüinos a Punta Tombo y visitamos Puerto Pirámide para observar a las ballenas desde cerca.

Ver a papá con su silla, en la lancha, mirando las ballenas al lado de mi hijo de 4 años fue emocionante. También mis sobrinos más grandes se reían y disfrutaban mucho con él. En un momento, alquilamos autos e íbamos en caravana… Con los adolescentes todo es muy divertido porque hacen chistes todo el tiempo y son muy compin-ches entre ellos. Nos sentíamos pequeños y felices, como te sentís frente a la inmensidad de esas hectáreas áridas de campo o cuando pisás la playa y te parás frente al mar azul.

En un momento, con mi hermano y los chicos, tuvimos una charla en la que pudimos conversar sobre cómo la enfermedad de papá nos había paralizado a todos durante años. Ahora sabemos que papá puede estar rígido, pero también está lúcido y, al igual que nosotros, está vivo. Con él podemos disfrutar en familia como lo hemos hecho siempre: estando juntos, acompañándonos”.

MARÍA PÍA AGUILAR, 46 AÑOS

Estar juntos ya es motivo para celebrar”

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“Tengo 8 años y, hace dos, participé en uno de los festejos más lindos de mi vida. Mi mamá, Keiko, me había contado sobre un Festival en el Jardín Japonés, donde tenía que ir vestida con kimono. Cuando llegó el día, nos levantamos temprano y ella me ayudó a ponerme el traje y a maquillarme con unos colores lindos, rosas y suavecitos.

Antes había ido a Plaza de Mayo con mi tía a desfi lar por el festejo de los cien años de la inmigración okinawen-se. También me puse el traje típico, con una sombrilla con fl ores.

Mi mamá y mi papá son hijos de japoneses y ellos, a veces, me cuentan sobre Japón. Me dijeron que en el mes de marzo se festeja el Hina Matsuri (el Festival de la Niña). Por eso, fuimos a desfi lar y nos sacamos fotos en los puentes del Jardín.

Yo estaba muy emocionada porque iba a venir mi ídola, Laura Esquivel, la protagonista del programa Patito Feo, que desfi ló, cantó y se sacó fotos con nosotras. Era un día muy lindo y había muchas nenas. Estaban también mis primas. ¡No lo podíamos creer! Mi mamá me contó que el día de Hina Matsuri, los grandes les desean a las chicas que crezcan con salud, belleza y felicidad”.

ROCÍO HORIKAWA, 8 AÑOS

Fue el día más lindo”“

“Con mis amigas del colegio, las de toda la vida, nos jun-tamos a comer los primeros viernes de cada mes y en 2006 estábamos por cumplir un nuevo aniversario de egresadas. Hasta ese momento, llevábamos años dándole vueltas a la posibilidad de hacer un programa juntas; la típica escapa-da entre chicas que siempre queda en la ilusión, porque primero están los chicos, los maridos, los trabajos… Hasta que un día, una de nosotras dijo la palabra clave, “Miami”, y fue como si hubiera hecho un pase mágico. Ya no había vuelta atrás. La diversión empezó con la foto de rigor en el aeropuerto de Miami, con unos sombreritos rosas paque-tones y unas remeras que decían: “I’m too sexy for this trip” (Soy demasiado sexy para este viaje). También íbamos equipadas con un CD para el auto con música de los setenta y ochenta… canciones de Saturday Night Fever, Abba y Grease. De pronto, todo era una excusa para divertirnos. El viaje duró cinco días y al principio teníamos nervios por la con-vivencia, pero, fuera de algunas pequeñas batallas, no hubo heridas de guerra. Es una experiencia enorme y feliz tener

GABRIELA GUERRA, 50 AÑOS

Como volver a los diecisiete”

la posibilidad de estar veinticuatro horas con tus amigas y poder hablar de maridos, de relaciones, y rescatar vivencias y recuerdos de toda una vida. Un viaje así refuerza la amis-tad. En pocas horas, habíamos vuelto a tener esos pequeños códigos del colegio, cuando nos llamábamos por los apellidos o con apodos que todavía mantenemos. Hacíamos estupide-ces, como grabarnos con un grabador que distorsionaba las voces o hacer los mismos desfi les que cuando éramos chicas, con la ropa que habíamos comprado. Teníamos un balcón con vista al mar, donde disfrutábamos de unas comilonas enormes y no parábamos de reírnos a los gritos.

Chusmear, comer y tirarte en la playa entre amigas es lo más parecido a un buen festejo de egresadas que se me ocurre. Y lo tuvimos”.

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VALERIA TERZOLO, 52 AÑOS

Para nosotros, cada minuto es una fi esta”

“Soy una de las coordinadoras de la Casa del Hospice San Camilo, un lugar que recibe a personas con enferme-dades terminales que buscan un refugio para terminar sus días con dignidad. Al trabajar con enfermos, la manera de valorar cada día y cada hora cambia radicalmente… Para nosotros, las oportunidades de festejar son muy valiosas. No las desperdiciamos; las aprovechamos con lo que pode-mos, sea mucho o poco.

Desde que llegué, hubo muchos momentos de festejo… Cada cumpleaños es una excusa para llevarles una torta y para brindar por un tiempito más de vida. Recuerdo en especial la boda de Anita, que quiso casarse con su compañero después de muchos años… Pienso en el reencuentro de otro de los huéspedes, Juan, con su fa-milia, cuando una de las voluntarias encontró a su hijo a través del Facebook. Y sonrío cuando pienso en el último Mundial de Fútbol con Manuelito, un tucumano que era un canto a la vida.

Manuelito estaba solo y muy enfermo, pero jamás perdió la alegría. Era fanático del fútbol… Cuando llegó el Mundial, nos pusimos en campaña para contratar el servicio de cable por un mes y así pudimos darle el gusto y verlo festejar con todos los demás, con picada y brindis incluido. Margarita, una mujer que estaba postrada, pero tenía una mirada profunda y alegre, manoteó una bande-rita y la sacudía con felicidad. La alegría de poder compartir es algo que valoramos mucho en el Hospice porque eso es lo que sentimos como nuestra misión con los huéspedes: darles alegría, abrazos y vida hasta el fi nal.

Cumplir 50 años marcó un antes y un después en mi vida. Siento que fue como una bisagra entre todo lo que viví y lo que viene por delante. Por eso, para festejarlo, quise hacer algo diferente y se me ocurrió reunir a todas las mujeres importantes de mi vida. La idea era recordar momentos compartidos y celebrar las virtudes de esa edad. En total, éramos ochenta mujeres y en el salón esta-ban todas: mis hijas, mis sobrinas, mis amigas de toda la vida, mis primas, mi suegra y mis tías…

Un año después del festejo, puedo decir que mis ganas de juntarlas tuvo que ver con una necesidad profunda de rodearme de afecto y de una energía femenina que necesitaba mucho, ya que había perdido a mi madre, que había muerto poco tiempo antes, a los 70 años. Quería compartir un momento íntimo femenino y que hubiera un clima especial donde todas pudiéramos sentirnos involucradas.

Lo que se produjo ese día fue como un gran abrazo y juntas pudimos celebrar todo eso que tenemos en común por ser mujeres: la complicidad, la perseverancia, los anteojos para leer (risas). Mis amigas me leyeron un texto donde decían que estamos más viejas, pero también más sabias, y recordaron cómo seguimos adelante siempre apuntalándonos unas u otras, buscando momentos de encuentro y tratando, más que de sobrevivir, de honrar la vida. Mi hermana me sorprendió con un video que mostraba todos los recuerdos desde que era chica hasta ahora. Ahí estaban los nacimientos de mis hijos, los viajes en familia, los parientes y los amigos…

Hasta hoy les agradezco que hayan venido a saludarme porque con ellas pude repasar diferentes etapas de la vida. Vinieron amigas que no veía desde hacía quince o treinta años y parecía que con ellas el tiempo no había pasado. Todo fue muy emotivo y yo estaba feliz. Cuando veo las fotos ahora, todavía disfruto de ese regalo inmenso que me hice, un mimo que necesitaba. Para reírnos un poco, como regalo, las invitadas se llevaron anteojos para ver mejor”.

IMUR CORDEYRO, 51 AÑOS

Quise rescatar la energía femenina”

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AGUSTINA ARGONS, 37 AÑOS

No hay como los cumples de mamá”

“Pasé mi infancia y mi adolescencia en el campo, en Las Rosas, cerca de Rosario. Ahora, que ya formé mi familia y vivo en Buenos Aires, recuerdo siempre los fes-tejos de mi infancia, con todo el espacio y el tiempo libre para jugar. Y me acuerdo de cómo esperaba con ansias los cumpleaños y las Fiestas de fi n de año. Mientras íbamos creciendo con mis tres hermanos, mamá se dedicaba mucho a nosotros y se convirtió en una experta en todo tipo de festejos. Para nosotros eran días muy importantes, llenos de diversión y sorpresas. Cocinaba un montón, organizaba juegos y preparaba dulces caseros que ahora sigue haciendo para los nietos.

En esa época, no había mucho cotillón ni moldes para tortas como ahora, y ella lo inventaba todo. Con cucuru-chos, galletitas, habanitos y caramelos de goma, hacía maravillas. De todos los festejos, recuerdo uno muy espe-cial, cuando tomé mi primera comunión. Como algunos invitados venían de lejos, se quedaban a dormir y para mí fue una fi esta. Recuerdo que primero fuimos a la iglesia del pueblo y yo estaba contentísima. Tenía un vestido blanco y unas guillerminas que volaron cuando llegamos al campo y nos metimos en la pileta para hacer postas con

los chicos. Hacía mucho calor, el lugar estaba adornado con fl ores y globos, y mamá había preparado una torta im-presionante con forma de iglesia. Además, había pintado las estampitas a mano, una por una. Esa tarde jugamos a la papa, a la silla, y dimos la infaltable vuelta en sulky, un clásico en todas las reuniones familiares. Por suerte, ahora los festejos infantiles se renuevan con la llegada de los nietos. El año pasado le festejamos el cumpleaños de 5 a José, uno de mis tres hijos, y en lugar de regalarles a los chicos bolsitas con sorpresas, a mamá se le ocurrió ¡regalarles pollitos!

Te invitamos a que vos también nos cuentes cuál fue el mejor festejo de tu vida en www.sophiaonline.com.ar y en nuestra página en Facebook (revista Sophia).