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El estudio económico del cambio técnico en la agricultura andina. A propósito de dos libros de Figueroa y Cotlear (*) Bruno Kervyn El cambio técnico en la agricultura ha sido estudiado por economistas desde hace más de un siglo(l ). Originalmente, las preguntas planteadas con- cern fan a las similitudes y diferencias entre el cambio técnico en la agricultu- ra y la industria, a la capacidad que podría tener la agricultura familiar de realizar las innovaciones técnicas socialmente necesarias, las razones por las cuales los campesinos innovan o no, los efectos del cambio técnico sobre la estructura agraria, el origen o determinantes del cambio técnico en la agri- cultura, los tipos de cambio técnico introducidos por el capitalismo, etc. La sola variedad de esas pregUntas sugiere lo voluminoso de ' la literatura que, sobre esta problemática, ha sido escrita por economistas desde hace 140 años. Pero a partir de la década del 60, el enfoque de los estudios cambió ra- (*) Los libros aquí referidos son: FIGUEROA, Adolfo. Productividad y Educación en la Agricultura Campesina. Pro- grama ECIEL. Río de Janeiro, 1986. COTLEAR, Daniel. Technological and Institutional Change among the Peruvian Peasantry: a Comparison of Three Regions at Different Levels of Agricultural Deve- lopment . Ph.D. Thesis. University of Oxford, 1986. No. 2, Diciembre 1987 565

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El estudio económico del cambio técnico

en la agricultura andina. A propósito de dos libros de Figueroa y Cotlear (*)

Bruno Kervyn

El cambio técnico en la agricultura ha sido estudiado por economistas desde hace más de un siglo(l ). Originalmente, las preguntas planteadas con­cern fan a las similitudes y diferencias entre el cambio técnico en la agricultu­ra y la industria, a la capacidad que podría tener la agricultura familiar de realizar las innovaciones técnicas socialmente necesarias, las razones por las cuales los campesinos innovan o no , los efectos del cambio técnico sobre la estructura agraria , el origen o determinantes del cambio técnico en la agri­cultura, los tipos de cambio técnico introducidos por el capitalismo, etc. La sola variedad de esas pregUntas sugiere lo voluminoso de 'la literatura que, sobre esta problemática, ha sido escrita por economistas desde hace 140 años.

Pero a partir de la década del 60, el enfoque de los estudios cambió ra-

(*) Los libros aquí referidos son: FIGUEROA, Adolfo. Productividad y Educación en la Agricultura Campesina. Pro­grama ECIEL. Río de Janeiro, 1986. COTLEAR, Daniel. Technological and Institutional Change among the Peruvian Peasantry: a Comparison of Three Regions at Different Levels of Agricultural Deve­lopment. Ph.D. Thesis. University of Oxford, 1986.

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dicalmente . Los primeros resultados de la ' 'Revolución Verde" en el sureste asiático provocaron en los economistas un optimismo casi generalizado : por fin se tenía la solución técntca a los problemas del hambre y de la pobreza campesina: los "paquetes modernos" (semillas híbridas, fertilizantes quími­cos y pesticidas) podían por lo menos triplicar los rendimientos: era técnica­mente factible modernizar la pequeña agricultura. Quedaba, entonces, por saber cómo transformarla económicamente; es decir , contestar la pregunta : ¿cómo difundir en la pequeña agricultura los "paquetes milagrosos"?

La literatura económica que, desde hace veinte años, busca contestar esta simple pregunta es casi tan voluminosa como aquella producida en los cien años anteriores sobre el cambio técnico en general en la agricultura . Lo menos que se puede decir es que no estamos pisando tierra virgen cuando abordamos el tema de las innovaciones tecnológicas en economías campesi­nas.

Desde hace unos pocos años, y a medida que los economistas de países del Tercer Mundo van disponiendo de series cronológicas de producción des­pués de la revolución verde , surge un cuestionamiento del entusiasmo inicial en base a dos tipos de análisis. El primero parte de un cuidadoso examen de series estadísticas de largo plazo para poner en duda la misma noción de ''re­volución": la introducción de paquetes técnicos modernos no habría provo­cado una ruptura en las tendencias de producción agrícola de largo plazo a niveles nacionales, sino más bien un aumento de las disparidades interregio­nales en países como la India, Pakistán, Brasil, etc. En otras palabras, ciertas regiones se beneficiarían de ventajas comparativas para la introducción de tecnologías modernas debido a la homogeneidad ecológica , disponibilidad de infraestructuras, acceso a importantes mercados, tenencia más concentrada de la tierra , lo que con el tiempo conduce a una mayor diferenciación inter-regional. ·

El segundo tipo de análisis aborda los efectos de este cambio a nivel mi­cro y estudia el impacto de las nuevas tecnologías sobre el mercado de insu­mos, el empleo, la distribución del ingreso, la tenencia de la tierra, las relacio­nes sociales de producción. Muchos estudios desembocan sobre un cierto pe­simismo en cuanto a los efectos sociales de la revolución verde : las nuevas técnicas, aunque en teoría perfectamente divisibles, no lo sop. en la práctica pues dependen de obras de infraestructura (riego, carreteras, etc.), del uso de maquinaria (para acortar el tiempo de cosecha), de crédito y asistencia técni­ca. Así, en zonas donde se ha dado una rápida modernización de la agricultu­ra , es frecuente observar una concentración del poder económico y político , una proletarización de los agricultores más pobres, un aumento del riesgo agrícola y de la inseguridad del ingreso , una mayor dependencia de un merca­do monopólico de insumos.

Paralelamente, los agrónomos subrayan la fragilidad de las variedades híbridas y el peligro de generalización de plagas en zonas de monocultivo dominadas por una sola variedad. En consecuencia, se está preparando una

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"segunda revolución verde", basada en la selección de variedades ya no maxi­mizando los rendimientos, sino ofreciendo una mayor resistencia y red u cien- · do el costo de producción (minimizando el riesgo). Si la primera revolución verde se basó en la genética, la segunda se hará en base a la biología.

En el Perú, sin embargo, la difusión de nuevas tecnologías entre el cam­pesinado andino es demasiado lenta y el estudio económico del cambio téc­nico, demasiado novedoso, para que hayamos pasado por las tres etapas - "pre revolución verde", "revolución verde" y ''post revolución verde" -que han caracterizado las investigaciones de otros países (especialmente las del sureste asiático). Pero es muy probable que en el porvenir los economis­tas se preocupen más de analizar los efectos de los cambios técnicos en las zonas campesinas donde son significativos.

Figueroa y Cotlear acaban de publicar dos libros importantes(2) no sólo porque constituyen los estudios económicos más serios que se hayan realizado sobre el cambio técnico en la pequeña agricultura de la sierra li'erua­na , sino también por las consecuencias de política económica que derivan de sus conclusiones. Esto justifica una presentación un poco extensa de sp aná ­lisis y luego una discusión de sus principales resultados.

Ambos autores abordan el estudio del cambio técnico desde el segundo enfoque descrito; es decir, desde el problema de la difusión. Comparten, en­tonces, los entusiasmos de los profetas de los años sesenta, pero fundamen~ tan este entusiasmo a través del análisis de las productividades campesinas logradas dentro y entre microrregiones ecológica y socialmente similares. Además, su insistencia en las técnicas modernas es matizada por una cautela propia a investigadores en un caso curtido por la experiencia y en el otro obligado a presentar una tesis doctoral frente a un jurado exigente .

Los dos libros tienen un origen común: una investigación financiada por el programa ECIEL, cuyo objetivo era explorar la relación entre educa­ción y productividad en cuatro países de América Latina: Brasil, México, Paraguay y Perú. Figueroa coordinó el trabajo a nivel continental y presenta los resultados obtenidos en estos cuatro países, mientras que Cotlear dirigió la parte peruana del programa y ofrece un análisis detallado de la investiga­ción realizada en la sierra del Perú. Esto explica algunas similitudes entre ambos trabajos.

Figueroa parte de la conocida (y controvertida) tesis de Schultz: como los campesinos hacen un uso eficiente de los pobres y escasos recursos dispo­nibles (logran la mayor producción posible}, no hay ni habrá un progreso téc­nico significativo sin nuevos facto"res de producción puestos a disposición de los agricultores. Estos factores nuevos (fertilizantes químicos, pesticidas y semillas híbridas) requieren de una cultura letrada y de un manejo numérico y, por Jo tanto, dependen de la educación. Es entonces fundamental explorar la relación entre la educación y la productividad de la agricultura campesina.

En su capítulo teórico , el autor distingue entre tres formas de educa­ción: formal (escolarizada}, no formal (capacitación) e informal (autoapren-

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dizaje ). Muestra que estas tres formas pueden tener un triple efecto sobre la · productividad: un "efecto eficiencia", que incrementa la eficacia con la cual

un agricultor maneja una tecnología dada por una mejor combinación de insumos ; un "efecto innovación", que acorta el tiempo que el productor de­mora en adoptar una nueva tecnología; un "efecto portafolio", que tiende a modificar un patrón de cultivos o crianzas, dando más importancia a las acti­vidades más rentables. Se tratará, entonces, de medir empíricamente cada uno de estos efectos para cada tipo de educación .

La metodología utilizada está admirablemente bien adaptada a los obje­tivos de la investigación. En cada país se buscó un producto que incorporara innovaciones técnicas significativas y se estudiaron tres o cuatro microrregio­nes campesinas donde este producto domina , pero con diferentes niveles de desarrollo tecnológico y de exposición a programas de capacitación. Además, la investigación utiliza tanto informaciones cuantitativas para analizar las re­laciones entre variables como cualitativas para estudiar los procesos de apren­dizaje :

Las principales conclusiones del análisis . cuantitativo confirman, en lo general. lo que la teoría y la experiencia práctica dejaban entrever: 1. En todos los países ,y regiones, la agricultura campesina se caracteriza

por una importante heterogeneidad (en niveles de ingreso, técnicas uti­lizadas, productividades, etc.) y un gran dinamismo . La heterogeneidad implica que diferentes campesinos logran diferentes resultados produc­tivos, lo que muestra que es técnicamente posible aumentar mucho es­tos resultados haciendo solamente que el promedio de los agricultores alcancen los niveles de productividad de los más eficientes de ellos .

2. Los efectos innovación y eficiencia dependen de la educación, pero de manera diferenciada: la educación formal juega casi siempre un papel más importante que la no formal , mientras que la educación informal no parece relevante para explicar la productividad .

3. El efecto eficiencia se hace notar r11ás en las zonas de mayor desarrollo relativo y se debe en primer lugar a la educación formal. Además, ésta hace sentir sus efectos a partir de un umbral bien alto: primaria comple­ta . En otras palabras, es necesario saber leer y manejar números para utilizar eficientemente los nuevos paquetes tecnológicos. La moderniza­ción de la agricultura pasa por la incorporación de los agricultores a la cultura dominante.

4. ·La mayor educación no provoca un efecto portafolio significativo ; es ·decir que los campesinos más productivos no tienden a especializarse en ·las actividades más rentables : no maximizan su ingreso monetario . Aun cuando manejan eficientemente la tecnología moderna, los campesinos prefieren mantener un portafolio diversificado de cultivos.

5. Salvo en el caso del Perú , no hay uria relación entre educación (o pro­ductividad de la tierra) e ingreso neto . Una mayor educación tiene cla­ramente un efecto innovación y un efecto eficiencia en las zonas más

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desarrolladas, pero la intensificación de la agricultura (mayor produc­ción por unidad de superficie) que resulta de estos efectos no garantiza un ingreso mayor. Esta es también una conclusión importante pues muestra que la modernización de la pequeña agricultura no es una solu­ción automática al problema de la pobreza. Las conclusiones del análisis cualitativo de Figueroa son, en cierto senti­

do, todavía más interesantes que su análisis cuantitativo y deberían ser lectu­ra obligatoria en todos los proyectos de desarrollo rural. De las numerosas recomendaciones hechas por el autor, retenemos tres principales:

En primer lugar está la relación entre demanda y oferta tecnológica en la pequeña agricultura. Figueroa constata que la oferta de nuevas tecnologías es totalmente exógena al campesinado; es decir. determinada fuera de él y sin su intervención. Esto, en lo general, provoca una inadaptación entre lo que necesita el campesino, y los conocimientos y nuevos insumos o factores que puede adquirir en el mercado o a través de programas especializados. Buena parte del problema de la difusión de tecnologías entre el campesinado pro­viene de esta inadecuación entre oferta y demanda. En los países desarrolla­dos, el cambio técnico es inducido por los agricultores a través de mecanis­mos de precios y en este sentido se dirá que el cambio es endógeno. La esca­sez relativa de los factores (tierra y mano de obra principalmente) determina una cierta estructura de precios relativos, y un cambio en esta estructura hace que los agricultores busquen ahorrar el factor de producción relativa­mente más caro. Existe, entonces, una demanda de innovaciones técnicas que es respondida por mecanismos de investigación y desarrollo promovidos por instituciones públicas o privadas, que conducen a la formación de una oferta tecnológica. Pero en economías campesinas, estos mecanismos de precios funcionan muy imperfectamente, tanto para asignar recursos como para pro­vocar un cambio técnico, pues se trata de economías sólo parcialmente mer­cantilizadas y con escaso poder económico. Entonces, la alternativa es gene­rar una oferta directamente a partir de la demanda, sin pasar por la interme­diación de los precios. Así, convertir una oferta exógena en endógena implica que la investigación y el desarrollo de nuevas tecnologías se hagan con la par­ticipación directa de los agricultores y en el campo (y no sólo en estaciones experimentales). De esta manera se estará implementando también una de las políticas de largo plazo recomendadas por el autor: el desarrollo de la capaci­dad de aprendizaje de los campesinos.

Una segunda conclusión proviene del estudio de los comportamientos campesinos: en un sector de escasos recursos y con aversión al riesgo, una nueva tecnología será adoptada rápidamente sólo si logra minimizar a la vez los costos de producción y los riesgos. Por otro lado , como los pequeños agri­cultores responden a incentivos de mediano/largo plazo , las políticas agríco­las deben ser coherentes (ofrecer precios de garantía y, al mismo tiempo, importar masivamente papas o carne de pollo es un ejemplo típico de políti­ca incoherente), permanentes (cambiar cada cinco años la estructura del Mi-

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nisterio de Agricultura y cada dos años las políticas de precios, tasas de inte­rés, extensión agrícola y tenencia de la tierra, no ofrece ninguna seguridad a los campesinos) y masivas; es decir, alcanzar al conjunto de los campesinos y no solamente a grupos elegidos en función de criterios geográficos.

La tercera conclusión deriva del análisis de un proyecto de desarrollo importante ~n cada uno de los cuatro países, pero es generalizable a la casi totalidad de los proyectos rurales: son muy caros con respecto a la población atendida, lo que impide su aplicación al conjunto de los campesinos de un país o región. Entonces se espera de ellos no una modernización significativa de la agricultura campesina en general, sino una función de experimentación (¿qué hacer y cómo?). Para cumplir esta función, los proyectos deben reunir tres condiciones:

1) "Una organización dirigida a la acumulación de conocimientos sobre las bondades y deficiencias de los proyectos ya aplicados''; 2) "una orien­tación hacia la investigación tecnologica y socioeconómica de los pro­blemas específicos que limitan el desarrollo rural'' y 3) "una participa­ción de los agricultores en todas las etapas del proyecto'' (p. 130 y ss.).

Del libro de Daniel Cotlear sacaré solamente tres aportes que son, a mi juicio, los principales.

En su capítulo dos, el autor analiza la relación entre cambio técnico y cambio institucional. Parte ·,le un modelo bien conocido: el aumento de la presión demográfica sobre la tierra y de las necesidades monetarias de los campesinos provoca un proceso de privatización de la producción; es decir, un abandono paulatino de los sistemas de producción comunal definidos por el control colectivo sobre los ''turnos'' (tierras de rotación cultivadas cada cier­to tiempo después de descansos más o menos largos). En efecto, los sistemas comunales de rotación son eficientes cuando la tierra es abundante y la mano de obra escasa (la productividad de la mano de obra será relativamente alta y la de la tierra, baja), pero no son instituciones adecuadas a un proceso nece­sario de intensificación de la agricultura.

Según el autor, esta privatización de las decisiones tiene tres efectos po-sitivos en el mediano plazo :

Permite una agricultura más intensiva (un aumento del valor de la pro­ducción por unidad de superficie). Reduce el sobrepastoreo e incrementa las inversiones en el mejoramien­to de suelos. Aumenta los incentivos para la adopción de nuevas tecnologías. Así, la modernización de la agricultura pasaría necesariamente por una

mayor privatización de los procesos de toma de decisiones. En el largo plazo, sin embargo, el resquebrajamiento de la cohesión co­

munal puede tener efectos negativos si dificulta la producción de bienes pú­blicos indispensables al desarrollo agrícola: riego, andenes, carreteras, etc.

Una cierta institución agraria (la comunidad) es funcional a ciertas téc-

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nicas de producción ; es decir , a un determinado contexto económico y so­cial. Pero un cambio en este contexto provoca un cambio en las instituciones. Por ejemplo, nuevas técnicas que permiten una intensificación de la agricul­tura (fertilizantes químicos, variedades híbridas, etc.) conducen a un cambio institucional (privatización), lo que permite a su vez un posterior progreso técnico. La relación entre cambio técnico e institucional es dialéctica : efectos y causalidades son recíprocos.

El segundo aporte de Cotlear coincide con la primera conclusión de Figueroa : el estudio comparativo de tres regiones ecológicamente similares (Sangarará en la sierra central, Chinchero y Acomayo en la sierra sur) permi­te precisar las diferencias entre campesinos y entre regiones en ingresos , ren­dimientos, productividad de la tierra, productividad de la mano de obra. Todos estos indicadores muestran variaciones entre uno a dos y uno a ocho, entre la región más atrasada y la más moderna, y entre los cuartiles más po­bres y más ricos dentro de cada región. Así, si todos los campesinos de la sie­rra practicaran el mismo tipo de agricultura que en Sangarará (la región más moderna de las tres estudiadas), se podría por lo menos duplicar la producti­vidad de la tierra cultivable. El problema central de la agricultura peruana no es de falta de tierra, sino de intensidad y de productividades. Técnicamente, la sierra puede alimentar un Perú de 40 millones de habitantes sin inventar nada nuevo en la agricultura: la cuestión es de saber cómo hacerlo económica y socialmente. ·

Finalmente, el autor muestra que los efectos de la educación, crédito y asistencia técnica dependen mucho del desarrollo logrado en cada región. Por ejemplo, la educación alcanzada por los campesinos tiene un efecto mucho mayor sobre las productividades en la región más rica que en la más pobre, mientras que el efecto es inverso para el crédito y la asistencia técnica. Cada región (o comunidad) se encuentra en una cierta etapa de desarrollo que pue­de ser caracterizada por la cantidad de insumos modernos utilizados. Diferen­tes etapas implican diferentes necesidades y la política agraria debe necesaria­mente adaptarse a estas diferencias. Por ejemplo, Cotlear constata que en la región más moderna los extensionistas tienen pocos elementos nuevos que aportar a los agricultores. De manera similar, una propuesta de uso intensivo de insumos modernos tendría poca aceptación en la región más atrasada pues ésta no reúne las condiciones previas a su aplicación (conocimientos, infra­estructuras, acceso a mercados, etc.).

Sería injusto considerar que los libros de Figueroa y Cotlear conducen simplemente a proponer la difusión masiva , en los Andes, de la "Santa Trini­dad Tecnológica'': fertilizantes químicos, semillas híbridas y pesticidas. Ellos están interesados en comprender los determinantes del cambio técnico en la pequeña agricultura. Su análisis les conduce a constatar que se trata de un sector mucho más dinámico de lo que se piensa generalmente y que buena parte de este dinamismo se explica por la introducción de insumos modernos. No analizan las bondades y deficiencias de esos insumos ni los efectos de su

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adopción, ni pretenden estudiar los efectos de tecnologías alternativas. Los defensores de las tecnologías ''andinas" pueden lamentar este punto de vista, pero difícilmente constituye un argumento para restar mérito a estos dos tra­bajos. Ambos autores buscan entender los procesos de desarrollo; es decir, la dinámica, el cambio. Es evidente que la comprensión de los sistemas andinos de producción es indispensable para proponer mejoramientos, pero a menu­do esos sistemas son descritos como si fueran estáticos, cuando en realidad no lo son.

Empezaré por una de las conclusiones del análisis cuantitativo de Figue­roa: en tres de los cuatro países estudiados no hay una correlación significati­va entre la intensidad de la agricultura y el nivel de ingreso; es decir que la modernización de la pequeña agricultura no es una solución automática al problema de la pobreza.

Esto podría significar que la modernización implica una mayor integra­ción al mercado y que para el caso de las regiones más modernas deberíamos prestar especial atención a los mecanismos que transfieren los excedentes ge­nerados del sector agrario a los otros sectores de la economía. Uno de los mo­delos más conocidos que describe estos mecanismos es el de "Mill-Marshall" o "modelo de la escalera mecánica revertida". Explica que la competencia en­tre agricultores los obliga a subir la "escalera técnica'' (a introducir innova­ciones técnicas) para reduci~ los costos unitarios de producción, pues en el largo plazo los precios relativos de la agricultura tienden a disminuir. A su vez, este progreso técnico que reduce los costos unitarios acelera la caída de los precios pues aumenta los rendimientos de productos cuya demanda es re­lativamente inelástica. La evolución del ingreso real dependerá de si los agri­cultores logran subir la \'escalera técnica" más rápidamente que bajan la "es­calera de los precios". El modelo explica la rápida difusión del cambio técni­co en una agricultura comercial competitiva, así como el probable estanca­miento de los ingresos, pero no se aplica a la agricultura tradicionalque pue­de utilizar su producción de autosubsistencia como "colchón protector" con­tra los mecanismos de mercado. La diversificación de cultivos y actividades tiene el mismo propósito y esto explica probablemente el que Figueroa observe un efecto portafolio bien bajo en todas las regiones estudiadas. De paso entendemos también por qué la difusión de nuevas tecnologías no es un problema en la agricultura moderna, mientras que sí lo es en la agricultura tradicional. En el primer caso, los productores están obligados a introducir cambios técnicos (a reducir sus costos unitarios) so pena de ser expulsados del sector agrario, mientras que en el segundo se resistirán a ellos, pues cuan­do las innovaciones técnicas aumentan la dependencia con respecto al merca­do, aumentan también las transferencias campo-ciudad.

Sin embargo, en el Perú, la región más moderna estudiada por los auto­res conoce también ingresos promedios mucho más elevados que en la región tradicional (el ingreso familiar promedio en Yanamarca es tres veces más alto que en Chincheró y cinco veces más elevado que en Acomayo ). Claramente,

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la intensificación de la agricultura y la mayor integración al mercado benefi­cian a los campesinos de Yanamarca, que no parecen estar sometidos almo­delo de Mill-Marshall. Puede haber múltiples explicaciones a esto, pero el Perú presenta el caso de una demanda alimenticia que crece casi siempre mu­cho más rápidamente que la oferta(3) , lo que explicaría que los precios rela­tivos de los pequeños productores andinos no tiendan a decrecer significati­vamente( 4 ), a pesar de las políticas de importaciones de alimentos realizadas por los sucesivos gobiernos.

Subrayé la agudeza de las observaciones que hace Figueroa a los proyec­tos de desarrollo rural que, en términos económicos, podrían en su gran ma­yoría ser descritos como ineficientes. Sin embargo, hay que recordar que esos proyectos son los hijos legítimos de la misma teoría de Schultz, tantas veces defendida por el autor. En efecto, como no es posible aumentar los rendi­mientos de campesinos eficientes en base a los recursos existentes, es indis­pensable proveerlos de nuevos recursos y, en especial, proporcionarles educa­ción. Pero estos recursos nuevos son caros y los Estados del Tercer Mundo no están en la posibilidad de ofrecerlos a todos los campesinos. La solución, entonces, es propiciar grandes proyectos rurales en regiones estratégicas, pro­yectos normalmente financiados por préstamos internacionales. Así, la teoría conduce a descartar de antemano las soluciones que, promoviendo incremen­tos de producción más modestos pero masivos, tendrían un efecto global más elevado que espectaculares cambios técnicos en poblaciones necesariamente reducidas. Existe, pues, una relación entre la teoría de la eficiencia campesina y ciertos tipos de política económica muy justamente criticados por el autor. Pero la consecuencia lógica de la crítica sería el cuestionamiento de las causas de esas políticas, es decir, de la teoría que pretende que no es posible incre­mentar la producción agrícola en base a los recursos existentes. Cabe señalar que, aparte de las demostraciones de las inconsistencias teóricas, históricas(S) y prácticas de la teoría de Schultz, existen varias experiencias en el mundo que tienden a mostrar que es posible duplicar los rendimientos agrícolas en la pequeña agricultura sin aumentar los gastos financieros, pero utilizando téc­nicas agroecológicas( 6 ). Es evidente que para proponer alternativas a la Santa Trinidad moderna necesitamos mucho más evidencias empíricas, pero tam­bién menos mitos teóricos. El gran mérito de la teoría de Schultz ha sido ex­plicar que el campesino es un ser racional cuyo comportamiento puede ser analizado con los instrumentos de la teoría económica. Por lo tanto, no es necesario apelar a su "tradicionalismo" o a rasgos culturales para explicar atrasos tecnológicos. Pero es tiempo ya de dejar los aspectos más controverti­dos de su teoría, que conducen a políticas económicas particularmente ses­gadas.

En la misma perspectiva, quiero resaltar los aportes de Figueroa sobre los mecanismos de experimentación y el aprendizaje tecnológico del campesi­no. Este punto es importante porque a menudo uno se olvida que los paque­tes modernos no solamente tienen un alto costo privado para campesinos con

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pocos recursos, sino también un alto costo social, pues la investigación adap­tativa debe ser importante en regiones ecológicamente muy diferenciadas . Si el Estado no asume este costo, entonces pasa a ser un elemento más del costo privado pagado por el campesino, lo que demora todavía más el proceso de adopción. tal como lo señala Figueroa. Es por esta razón que las revoluciones verdes (la palabra "revolución" indica un cambio brusco) se realizaron en re­giones bastante homogéneas, donde las necesidades de investigaciones adap­tativas eran mínimas. Este , evidentemente , no es el caso de los Andes, y nos ayuda también a comprender por qué no se dio ninguna revolución agraria en este medio.

Tal vez el principal resultado de los estudios de Figueroa y Cotlear es demostrar la existencia de una importante brecha de productividades dentro de la agricultura campesina, lo que significa que ciertas regiones (o campesi­nos) están tecnológicamente retrasadas con respecto a otras y, por lo tanto, que existe un gran potencial productivo no utilizado en la sierra. Esta conclu­sión conduce a interrogarse sobre las condiciones del desarrollo agrario ( ¿por qué la productividad de la tierra es cinco veces más alta en Yanamarca que en Acomayo?). El análisis cuantitativo realizado por ambos autores no permite dar una respuesta satisfactoria a esta pregunta, pero el elemento más impor­tante señalado por ellos es la existencia de un mercado dinámico que pueda a la vez demandar una producción agropecuaria creciente y ofrecer servicios e insumos a la agricultura. Así, en el largo plazo, la oferta agropecuaria termi­naría adaptándose a la demanda urbana, pero sin esta demanda es poco pro­bable que la agricultura se d.:!sarrolle. En otras palabras, las políticas de ofer­ta (transferencia tecnológica, crédito, educación, etc.) podrían solamente acelerar el proceso de adecuación de la oferta rural a la demanda urbana, pero no crear las condiciones de desarrollo de las economías campesinas. Serán exitosas sólo cuando aceleren una tendencia ya existente. Así, el desa­rrollo de la agricultura campesina sería un problema rural ( de oferta) en el corto-mediano plazo cuando existe un déficit de producción y un problema urbano (de demanda) en el largo plazo. El mercado jugaría, entonces, un rol fundamental en el desarrollo agrario de largo plazo, y las propuestas de polí­tica económica deberían pasar por una mejor comprensión de su funciona­miento, composición y tendencia , tanto para la demanda de bienes agrarios como para la oferta de servicios e insumos.

Daniel Cotlear explica dos aspectos fundamentales para el análisis de las relaciones entre cambios técnicos e institucionales: primero, que la intensifi­cación del uso de la tierra es acompañada normalmente por un proceso de privatización de las decisiones y, segundo, que formas de organización y téc­nicas no son independientes: las primeras son funcionales; es decir que exis­ten para responder a determinadas necesidades materiales. Así, la organiza­ción comunal debe adecuarse a nuevas necesidades, y el autor analiza este proceso de adaptación para el caso de los sistemas de rotación en la produc­ción de papas en tierras altas. Efectivamente, cualquier persona interesada· en

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la dinámica de largo plazo en las comunidades constata la tendencia a la re­ducción de los tiempos de descanso de la tierra allí donde la presión demo­gráfica es fuerte. Tampoco hay duda que esta tendencia significa una priva­tización de las decisiones sobre qué, cuándo y cómo cultivar en esas áreas.

El análisis de Cotlear es muy interesante, pero lamento que se haya limitado al asunto de los "turnos" de las partes altas;· es decir, a un problema, a mi juicio, relativamente marginal con respecto a la organización comunal. La pregunta sería saber en qué medida una reducción de los tiempos de des­canso afecta la organización. Notamos, con el autor, que existe un rango casi continuo de grados de privatización. Nunca se pasa de un sisterná de turnos a otro de cultivos anuales y decisiones individuales, salvo cuando un nuevo sis­tema de riego permite recuperar tierras que antes perteneéían a un turno. El proceso de privatización es bastante gradual. Pero, aun _t,omando los dos casos extremos (un sistema de turnos con varios aflos de descanso despúés de dos cam pafias de cultivo y, de otro lado, un sistema en el ·cual'la tierra es cul­tivada cada afio, pero en secano), ¿ cuál es la diferencia desde el punto de vis­ta de la organización; es decir, de las decisiones colectivas? El primer sistema (turno) implica que se decida cada afio qué área será cultivada y cuál será de­jada en descanso, mientras que en el segundo sistema esta decisión ya no se dará pues toda el área está cultivada. Pero, en realidad, la decisión en el pri­mer caso es muy limitada pues las alternativas son reducidas: una vez estable­cido el sistema de turnos, las áreas que deben ser cultivadas o dejadas en des­canso siguen automáticamente año tras año. La comunidad puede decidir ha­cer una segunda o tercera campaña seguidas; pero a esto se limita práctica­mente su poder de decisión. En comparación, el sistema de cultivos anuales no afecta a las principales reglas de organización colectiva de las tierras agrí­colas: protección contra el ganado y organización del trabajo. En áreas de cultivos anuales, las parcelas no cercadas son abiertas al pastoreo colectivo entre cosecha y siembra, al igual que en los tumos, lo que obliga a una cierta decisión común sobre épocas de siembra y cosecha. El sistema de posesión tampoco se ve afectado, pues los turnos son ya divididos en parcelas indivi­duales: los repartos anuales de tierra de cultivo han desaparecido en la casi totalidad de las comunidades, pues, como bien lo seflala el autor, son compa­tibles sólo con una gran abundancia de tierras que hace innecesario cualquier esfuerzo de mejoramiento de éstas, y esta situación ya no es más una caracte­rística de las comunidades andinas . En suma, como la organización comunal depende muy poco de la existencia de turnos, la desaparición de estos siste­mas no la afecta mayormente.

Lo que sí afecta a la organización de la comunidad es el pasaje al último eslabón del proceso de privatización: el cercado de las parcelas. En un siste­ma mixto (agricultura y ganadería), los cercos son indispensables para garan­tizar el pleno derecho individual sobre las decisiones de producción. No es casual que en la Inglaterra del siglo XVIII la desaparición de las tierras comu­nes fuera designada por la palabra "enclosure" y no "privatization". Enton-

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ces, si uno quiere observar el proceso de privatización y sus efectos institu­cionales, la variable importante sería la evolución del área de parcelas cerca­das (donde está prohibido el acceso del ganado ajeno al dueño de la parcela, después de la cosecha) más . que el f)roceso de conversión de los turnos en zonas de cultivos anuale~.

Luego, en el análisis, es indispensable incluir el costo· de un determinado sistema institucional. En el caso que nos ocupa, es evidente que la privatiza­ción total tiene un alto costo relativo al sistema comunal: el costo de cercar un sinnúmero de parcelas minúsculas en una agricultura de minifundio puede ser fácilmente prohibitivo, además de ineficiente, si no está compensado por un beneficio .equivalente; es decir, por una producción muy intensiva. Los campesinos no eligen sistemas organizativos más o menos privados o colecti­vos sólo por tr~dición comunitaria o porque el incremento de la población los obliga a.c<Jmbiar los modelos de organización, sino también porque deter­minados sistemas ofrecen una relación beneficio/costo más alta que otros. Por eje.mplo, sería demasiado costoso privatizar sistemas de riego o pastos naturales. De la misma manera, el autor observa muy correctamente que el desarrollo de la agricultura individual tiene un alto costo social: el costo de implementar un sistema jurídico capaz de hacer respetar los derechos de pro­piedad de más de un millón de campesinos sobre millones de parcelas. Por estas razones creo que en el largo plazo el proceso de privatización está liga­do a la concentraci.ón de tierras. El incremento demográfico y la consecuente intensificación de la agricultura tienen efectos más aparentes que reales sobre la organización colectiva: mientras que desaparecen algunas necesidades co­munes (un manejo colectivo de turnos, por ejemplo), surgen otras, como la

, distribución de agua de riego, la administración de fondos comunales, etc. Existen demasiadas economías de escala y demasiados riesgos en la agricultu­ra (más aún en las prácticas andinas diversificadas) para que podamos pensar que la tendencia "natural" del minifundio es hacia la privatización total de recursos y decisiones, sin que este mismo proceso conduzca entonces al fra­caso económico. Más bien, el reto que enfrentan investigadores y políticos es comprender las condiciones objetivas que obligan a los campesinos a organi­zarse y a apoyar a las comunidades a adaptarse a nuevas necesidades. En esto nos ayudan muy poco los mitos sobre los gérmenes colectivistas contenidos en las comunidades andinas (mitos que el autor contribuye muy felizmente a destruir), pero tampoco son suficientes los análisis demasiado simples que consideran una sola variable dependiente (la privatización de los turnos) y una sola variable explicativa (la presión demográfica).

A pesar de la validez del análisis de Cotlear sobre la relación entre cam­bios institucionales y técnicos, no llega a un nivel satisfactorio de generalidad porque no parte de una explicación de los sistemas de producción existen(es . en las comunidades. Tanto cambios institucionales como técnicos se aplican a determinados sistemas agropastoriles que no se caracterizan sólo por una ganadería extensiva combinada con una agricultura en tierras de rotación,

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sino por una fuerte integración hacia arrib& y abajo entre ambas actividades. Esta integración ha sido ilustrada por Figueroa y Gonzales a través de un mo­delo insumo-producto que constituye un instrumento indispensable para entender los efectos de los cambios en una actividad sobre la otra.

Así, el autor constata que el aumento de la presión demográfica condu­ce a la intensificación de la agricultura y al sobrepastoreo, lo que, según él, podría ser controlado a través del uso privado de pastos cultivados. Esta con­clusión, en sí cierta (aunque no sea la única solución posible), requiere, sin embargo, de cambios radicales en la función económica del ganado vacuno, que debería ser criado para el mercado en vez de servir principalmente de in­sumos para la agricultura. También requiere que ciertos productos ganade­ros (tracción animal, en este caso) sean sustituidos por otros (mecanización ligera). Es evidente que estas transformaciones no se pueden dar en el corto plazo e implican también cambios institucionales significativos. En otras pa­labras, la complejidad de los sistemas de producción andinos nos obliga a utilizar modelos complejos también, pero que deben ofrecer la ventaja de mostrar que las soluciones, tanto técnicas como institucionales, a los proble­mas existentes son múltiples.

Otro efecto del análisis que no parte de una explicación coherente de la realidad es el de sobrestimar mucho los efectos positivos de la privati­zación. Es muy dudoso que este proceso permita la intensificación de la agri­cultura. La acompaña, pero no hay aquí una estricta relación de causalidad. La complejidad de la agricultura intensiva en los Andes requiere de una gran flexibilidad en las decisiones y, por lo tanto, de pocas trabas colectivas a es­tas decisiones. Pero requiere también de agua y, entonces, de un sistema efi­ciente de distribución de este recurso, que es casi siempre común. Así, el de­sarrollo de la agricultura intensiva sería posible cuando se dé conjuntamente una mayor individualización de ciertas decisiones de producción y un mejor control c0lectivo sobre determinados recursos, como el agua.

De la misma manera, la privatización de los pastos no es una condición ni necesaria ni suficiente para evitar el sobrepastoreo. Es, evidentemente, una solución si es acompañada por un cambio radical en los sistemas agropastori­les; es decir, cuando los beneficios generados por una ganadería privatizada y menos ligada a la agricultura compensan los costos adicionales en infraestruc­tura (cercos), alimentación, sustitutos en transporte y tracción, que este sis­tema representa. Mientras tanto, vale la pena sin duda profundizar las solu­ciones técnicas que tienden a mejorar la calidad y el manejo de praderas co-lectivas. ·

Finalmente, hay pocas evidencias empíricas que nos permitan decir que la existencia de turnos o de sistemas de decisiones colectivas frena el cambio técnico porque los incentivos para invertir en la agricultura dependerían prin­cipalmente del grado de privatización alcanzado. Cotlear centra esta discu­sión sobre los turnos y el uso de fertilizantes (en el cultivo de papa) para con­cluir que este sistema de organización colectiva impide la fertilización quími-

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ca, pero su argumentación es poco convincente por diferentes motivos. Pri­mero, fertilizar tierras que han descansado muchos años provoca aumentos marginales de los rendimientos, mientras que en tierras cultivadas todos los años la fertilización es indispensable; es el tiempo de descanso de la tierra y su calidad los que determinan la fertilización, no el hecho de que el patrón de cultivo sea establecido colectiva o privadamente. Segundo, los controles comunales del espacio agrícola permiten un rango de privatización tan am­plio (desde los descansos durante diez años consecutivos hasta la distribución del agua en zonas de doble cosecha) que, más que impedir el cambio técnico conducente a una mayor intensificación de los cultivos, permiten práctica­mente cualquier sistema agrícola. · Tercero, no es cierto que los campesinos innoven en función del área sobre la cual pueden aplicar determinada innova­ción (lo que podría implicar que no fertilizarán la papa mientras no puedan hacerlo sobre toda , la superficie cultivada con este producto): el beneficio económico del aprendizaje de una nueva tecnología no es proporcional a la superficie cultivada con esta nueva tecnología, .sino al incremento en el valor agregado obtenido. Es por esta razón que los campesinos dedican tanto tiem­po, esfuerzos y tanteos a aprender la técnica y estudiar los mercados de hor­talizas, para luego cultivarlas en parcelas minúsculas, pero superintensivas. Cuarto, la existencia de tumos no es en sí un obstáculo a la fertilización, que sería desperdiciada parcialmente por el posterior descanso de la parcela, pues un turno entra normalmente en descanso cuando el efecto de la fertilización ha dejado de hacerse sentir. A menudo, los segundos cultivos encuentran en esto su justificación técnica. Quinto, esta hipótesis es también un contrasen­tido histórico pues los cambios en los sistemas agrícolas se dan siempre pri­mero en las tierras más aptas para un cambio determinado. Por ejemplo, la eficiencia en el uso de fertilizantes químicos depende mucho del control del agua; es decir que cronológicamente se fertiliza primero las parcelas que dis­ponen de riego mientras que las tierras de secano serán fertilizadas sólo cuan­do no quede otra opción (agotamiento de la tierra) o cuando el agricultor pueda asumir el riesgo más elevado que representa la aplicación de esta téc­nica. Finalmente, lo importante en la decisión de invertir es que el producto (la cosecha) sea privatizado; ya debería ser evidente que mayores acciones colectivas en roturaciones, compra de insumos, crédito, asistencia técnica, infraestructura, etc. permiten una mayor cosecha individual.

Para concluir, el mejoramiento de la agricultura andina implica a tantas economías de escala y controles de riesgos que el problema organizativo se vuelve fundamental para alcanzar una mayor modernización. Creo que hay que invertir los términos del debate planteado por Cotlear: en lugar de reque­rir la privatización, la modernización requiere de más acciones colectivas. Evidentemente, estas acciones ya no son los tradicionales controles sobre los tumos. La organización comunal debe cambiar y adaptarse a nuevas necesi­dades, que en unos casos significan una mayor privatización de las decisiones, pero que en otros muchos implican una mejor y mayor gestión de recursos y

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decisiones colectivas. La percepción de la relación entre instituciones (organizaciones) rurales

y desarrollo no es muy antigua en la ciencia económica y, en el Perú , el pe­queño estudio que Cotlear dedica al tema en su libro es probablemente un caso único y tanto más bienvenido. Espero que su trabajo provoque más in­vestigaciones sobre un aspecto que me parece crucial para el porvenir de la agricultura peruana: ¿qué organizaciones agrarias necesitamos para qué tipo de desarrollo?

Lo mismo se podría decir de los trabajos de ambos autores sobre el cambio técnico. Han definido un punto de partida para investigaciones pos­teriores: ¿cuáles son las condiciones de desarrollo de las regiones rurales de la sierra?

No. 2, Diciembre 1987

Bruno Kervyn Centro "Bartolomé de Las Casas"

Apartado 477 Cosco, Perú

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NOTAS

(1) El primero en tratar el tema fue probablemente J.S. Mili en 1848, pero la impor­tancia del cambio técnico en la agricultura se hizo evidente cuando los primeros par­tidos políticos socialistas (a fines del siglo XIX) empezaron a elaborar sus programas agrarios y se preguntaron sobre el porvenir de la agricultura en el capitalismo y en el socialismo. El debate, entonces, se dio en Rusia entre populistas y marxistas y en Alemania entre "revisionistas" y "ortodoxos"; es decir, entre defensores y oposito­res de la pequeña explotación familiar. No ha terminado desde aquel entonces. No­tamos también que buena parte de la teoría de Chayanov, publicada en ruso en 1924, tuvo su origen en la constatación -no explicada por las teorías marxistas y marginalistas- de que los campesinos no innovan como lo harían los empresarios capitalistas.

(2) El trabajo de Cotlear está siendo traducido al castellano y será publicado por el IEP en el transcurso de 1988.

(3) Ver Adolfo Figueroa y Raúl Hopkins, "La Política Agraria del APRA en Perspecti­va". Documento presentado en el SEPIA II. Ayacucho, junio del 87.

(4) Por lo menos desde el 73. Ver Figueroa y Ruiz, Términos de intercambio en la eco­nomía campesina de la Sierra del Perú. Publicaciones CISEPA, documento de traba­jo No. 59, junio de 1984.

(5) Por ejemplo, la primera revolución agrícola europea (fines del siglo XVIII) duplicó los rendimientos fundamentalmente en base a los recursos locales.

(6) Ver los ejemplos citados en Franyois de Ravignan, "Les mythes de l'autosuffisance alimentaire", Le Monde Diploma tique, Paris, juin 1987.

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