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X Congreso español de sociologíaGrupo Sociología de Trabajo
“El estudio de las competencias en el trabajo: una propuesta
teórica y metodológica”
Matilde Massó; Carlos Lozares
([email protected]; [email protected])
0. Introducción.
Desde la década de los noventa la noción de competencia viene adquiriendo un notable
protagonismo en el vocabulario de numerosas disciplinas tales como la sociología, las
ciencias de la educación, la psicología o la administración de empresas. Si bien el origen
del término se remonta a los primeros trabajos de la psicología diferencial de los años
60 (Mclelland, 1973), su reapropiación como vocablo característico de los recursos
humanos emerge en la década de los ochenta y se generaliza posteriormente, en la
década de los noventa.
Precisamente, son las formas y contenidos de dicha reapropiación, lo que
constituye el foco de atención de esta comunicación y más específicamente, el conjunto
de prácticas de management que toman la noción de competencia como objeto de
gestión. Concretamente, nuestra finalidad es analizar la definición de la competencia
utilizada por parte de la empresa estudiada en los métodos de evaluación de su plantilla.
El estudio de caso que se presenta se basa en una investigación1 realizada en
una fábrica de carrocería y montaje de automóviles donde se han aplicado una serie de
prácticas basadas en la noción de competencia, orientadas a la gestión de los mercados
internos del colectivo de los mandos intermedios de los talleres. En la comunicación se
analizan las consecuencias no deseadas derivadas de omitir el carácter social y situado
de la competencia. En ella se presta un especial interés al papel jugado por cada uno de
los actores sociales “afectados” por este tipo de prácticas, así como también a las
transformaciones que suponen en la relación de empleo. 1 Esta investigación ha formado parte de la tesis doctoral de Matilde Massó (2009), presentada en la Universidad Autónoma de Barcelona en mayo del 2008 y dirigida por los doctores Carlos Lozares y Fausto Miguélez. La tesis se ha desarrollado con el apoyo del Centro QUIT y en el marco de los proyectos SEJ2005- 04078/SOCI, SEC2001-2543. La tesis obtuvo el primer premio de Consell de Treball Económic i Social de Catalunya.
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1. Las competencias en el trabajo: ¿La nueva ideología del management?
Los actuales usos empresariales de la competencia están asociados a un conjunto de
prácticas en materia de organización del trabajo y de gestión de los recursos humanos
basadas en la evaluación individualizada de los trabajadores y la descentralización de
las formas de control del trabajo. Dichas prácticas introducen nuevas reglas en el
significado de la relación de empleo que tienen que ver con la clasificación de los
trabajadores y los salarios. Ahora bien, ¿cuáles son los aspectos novedosos que las
teorías del management resaltan de este tipo de prácticas? ¿Cómo influyen dichos
aspectos en los nuevos significados otorgados a la prestación laboral?
1.1 El “modelo de la competencia” desde el punto de vista de la gestión de los
recursos humanos.
El denominado “modelo de la competencia” ha de entenderse en el marco de la
creciente importancia otorgada a los recursos humanos como vector de crecimiento y
fuente de ganancias de productividad. Desde la década de los 80 asistimos a un cambio
en las estrategias gestionarias y organizativas que, entre otros factores, ha comportado el
desarrollo y proliferación de nuevas prácticas y teorías basadas en el desarrollo de los
recursos internos de las empresas. La atención sobre “viejos” y a la vez “nuevos”
aspectos como son la motivación, la implicación, la participación, la mejora del
desempeño se generalizan en esta década tanto en EEUU como en Europa. Dicha
expansión se produce en un contexto marcado por la acentuada competencia
internacional y la saturación y contracción de los mercados occidentales de bienes y
servicios. Todo ello empuja a las empresas a buscar ventajas competitivas basadas en
nuevas prácticas gestionarias de carácter menos jerárquico y más orientado a la
búsqueda de motivación e implicación de los trabajadores (Lawler, 1994) en una
“empresa común” o una “empresa liberada” (Willmott, 2007).
La atención prestada a los recursos humanos en tanto que fuente de ventaja
competitiva muestra cómo, en mayor o menor medida, la gestión de las competencias
no constituye un hecho totalmente novedoso. La diferencia con otras prácticas
características de los ochenta es la formalización de dichos procesos basados en
conceptos como los de implicación personal, la adhesión de la subjetividad y las
motivaciones intrínsecas de los trabajadores (Brunet, 2007; Willmott, 2007).
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Estas ideas se derivan en gran parte de una serie de trabajos teóricos y empíricos
que resaltan el papel de los recursos humanos en la generación de una ventaja
competitiva sostenida (Barney, 1991). Dichos trabajos se enmarcan en lo que se conoce
como la Teoría de Recursos y Capacidades para la cual los trabajadores o más
precisamente sus competencias dejan de ser un mero coste que han de soportar las
empresas y se convierten en un aspecto central de las mismas en la medida que son
susceptibles de proporcionar una ventaja estratégica (Grant, 1995).
Más recientemente, otros enfoques han hecho hincapié en la propuesta de
modelos específicos para la gestión de los activos intangibles (fundamentalmente
competencias tácitas y conocimientos) que generan valor añadido a la empresa
(Martínez Barreiro, 2008). La mayoría de estos intangibles tienen que ver con la
captación, estructuración y transmisión del conocimiento procedente tanto del interior
como del exterior de la empresa, y que le permita a la misma alcanzar una posición
competitiva en el mercado.
Veamos más concretamente cómo se formalizan algunas de las propuestas del
management y sus implicaciones en la evolución de la relación de empleo.
1.1.1. De la propuesta del management a la crítica sociológica.
Desde la teoría del management los usos de la competencia son numerosos e inciden, en
función de las perspectivas, autores e incluso empresas que los formulan, en distintos
aspectos o dimensiones.
En primer lugar, destacan aquellas perspectivas que afirman que gestionar las
competencias es también gestionar los aspectos emocionales y simbólicos que resaltan
la condición de miembro de una organización. La interiorización de las formas de
control y la búsqueda de un compromiso basado en la voluntad de realizar de manera
excelente su trabajo se encuentran en el centro de este tipo de prácticas. La novedad
significativa reside en que el interés de las políticas de recursos humanos se centra en
identificar y premiar las conductas esperadas (antes que las tareas prescritas)
relacionadas con un rendimiento “óptimo” o “superior” de los trabajadores.
Precisamente, la CEOE (2002) considera que uno de los aspectos más relevantes
del modelo de la competencia es la capacidad de adecuar y alinear a los trabajadores
con los objetivos estratégicos de la empresa.
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Esta búsqueda de identificación con los valores corporativos comparte, según
Reynaud (2001), el sueño de una antigua utopía capitalista: la conversión del trabajador
en un subempresario de su propia mano de obra. En efecto, el trabajador ya no sólo ha
de poner al servicio de la empresa su saber y experiencia a cambio de un salario, sino
que, en lo sucesivo, se verá obligado a aportar un resultado de una determinada manera,
es decir, a poner en práctica sus conocimientos, aptitudes y actitudes a cambio de una
empleabilidad. Este término, que desde la década de los noventa se ha convertido en un
importante referente de las políticas comunitarias de empleo, hace alusión precisamente
al conjunto de competencias que brindan a un individuo la oportunidad de ingresar en
un empleo y permanecer en él (Boltanski y Chiapello, 2002). Dicha empleabilidad
aumenta en la medida que el trabajador adquiere nuevas competencias o desarrolla las
que ya posee poniéndolas al servicio de la empresa.
Por otro lado, la utilización de la noción de competencia como herramienta de
management se interpreta frecuentemente como un indicador del reconocimiento del
trabajo real o efectivo. Diversos autores (Blanco Prieto 2007; Lichtenberger 2003;
Zarifian, 1999) consideran que la noción de competencia favorece la posibilidad de
reconocer “la inteligencia productiva” que los trabajadores ponen al servicio de la
empresa en el desempeño diario de su trabajo. Al mismo tiempo, los teóricos de la
gestión de los recursos humanos afirman que las prácticas basadas en la noción de
competencia garantizan el reconocimiento de las aportaciones individuales de cada
trabajador y una valoración más objetiva de las personas que aportan sus conocimientos
a la empresa (Jiménez, 2000; Tremblay y Chenevret, 1998; etc).
Sin embargo, la selección y evaluación de competencias clave constituye un
proceso complejo de interacción caracterizado por la intervención directa del analista
cuyo trabajo puede definirse como la traducción del registro de la actividad al registro
de las capacidades requeridas para desarrollar dicha actividad. Un proceso que genera la
ilusión de objetividad dada simplemente la utilización de técnicas de selección y
evaluación elaboradas por expertos.
Finalmente cabe señalar aquellas propuestas centradas en subrayar los
elementos de cambio que comporta dicho modelo de gestión y que implicarían un
supuesto cambio de paradigma en el campo de la organización y gestión de los recursos
humanos. Un cambio, que en numerosas ocasiones es interpretado en términos de
ruptura con los modelos organizativos y gestionarios vigentes, y que se concreta en el
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paso de un modelo basado en el puesto de trabajo -job-based organization- a otro
basado en las competencias -competency- based organization- (Bernard et al., 1998;
Blanco Prieto, 2007; Giorgini, 2000; Lawler, 1994; Zarifian, 1999).
Las propuestas englobadas en este grupo subrayan el paso de un diseño
organizativo y gestionario en el que los puestos de trabajo son las unidades básicas
sobre las que se construyen las distintas políticas de recursos humanos y se diseña la
particular división del trabajo de la empresa, a otro de carácter más flexible en el que
dichas unidades son las competencias o bien las “unidades de competencias” que
pueden entenderse como agrupaciones o agregados de competencias.
Para Lawler (1994) el modelo organizativo y gestionario dominante durante
décadas ha sido aquél basado en el paradigma del puesto de trabajo que se presentaba en
coherencia con el objetivo de incrementar la racionalización de los tiempos y los
recursos de la empresa para así obtener la máxima productividad y eficiencia. Dicho
modelo, ante los nuevos retos del contexto socioeconómico, se presenta como
excesivamente rígido y estático e incapaz de proporcionar respuestas satisfactorias.
Desde esta perspectiva, los usos empresariales de la competencia serían producto
de una racionalidad única exterior a las empresas que impone determinadas respuestas
que son interpretadas en clave de necesidad. La crítica de Oiry y D’Iribarne (2001) a la
denominada “cadena lógica” del discurso empresarial se dirige precisamente a este
punto: el interés de legitimar los cambios en el diseño de la organización y la gestión de
la fuerza de trabajo basándose en las transformaciones inmanentes del contexto
socioeconómico.
Para Lawler (Ibíd.), la alternativa al paradigma organizativo del puesto de
trabajo es el diseño de aquellos sistemas organizativos en los que las competencias de
los individuos constituyen el elemento básico que facilita el desarrollo organizacional y
es susceptible de proporcionar una ventaja competitiva.
Ahora bien, ¿cómo conciliar la recompensa al mérito individual que impone los
usos de la competencia y la búsqueda de un funcionamiento colectivo óptimo? Si bien
este aspecto constituye un reto habitual en las políticas de gestión de los recursos
humanos son diversos los autores (Baraldi et al., 2003; Grazier, 1993; Oiry, 2003) que
han analizado los efectos perversos de la individualización que en la actualidad afectan
a la relación de empleo. Éstos tienen que ver con la lógica de diferenciación que
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establece la gestión por competencias a partir de la evaluación individual de cada
trabajador. Una lógica que es susceptible de comportar un debilitamiento de los
vínculos de solidaridad entre los trabajadores afectados, precisamente por el carácter
individualizante, exento de garantías colectivas, que comporta (Massó, 2009).
Ahora bien, el reconocimiento individual del desempeño de u trabajador ¿ha de
comportar siempre una pérdida de las garantías colectivas? Dicho otra manera, ¿es
posible premiar a los “mejores” sin penalizar a los menos competentes?
2.Una propuesta teórico-metodológica para el estudio de las competencias.
Frente a las ventajas que la utilización de las competencias aporta al management, son
diversas las contrapartidas que pueden señalarse para los trabajadores cuando no se
tiene en cuenta el carácter social y situado de este concepto, que frecuentemente es una
dimensión olvidada en las prácticas de gestión de los recursos humanos. Si bien la
utilización de las competencias se sitúa claramente en la línea de la individualización de
las relaciones laborales, la omisión de su carácter social y construido es susceptible de
acentuar los efectos perversos de dicha individualización, minando en consecuencia la
búsqueda de equidad salarial que supuestamente persigue la empresa.
Veamos más concretamente la definición y operativización de la competencia
que se propone en este apartado y que hace hincapié precisamente en el carácter
contextual del término.
2.1. La construcción social de las competencias.
Las definiciones de la competencia utilizadas en la sociología del trabajo son numerosas
En esta comunicación entendemos que la noción de competencia es una combinación de
conocimientos (“saber”), aptitudes y experiencia (“saber-hacer”), y comportamientos
(“saber- estar”), que se ejercen y manifiestan en un contexto preciso, en nuestro caso, en
la práctica del trabajo. La competencia no se aprecia en sí misma si no a través de la
acción y el desempeño y por tanto, su existencia y visibilidad es inseparable de las
condiciones en las que es explicitada, medida, y especialmente valorizada
(Lichtenberger, 2003).
Dado que la competencia es reconocida y validada en su puesta en práctica, en la
situación profesional en la que se manifiesta, su naturaleza es eminentemente relacional.
En concreto, este carácter relacional se expresa en su vínculo con la acción, situación y
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contextos en los que se movilizan las competencias, y en su vínculo con los modos de
reconocimiento, medición y evaluación utilizados.
En la figura 1 exponemos esquemáticamente el significado de la noción de
competencia profesional que venimos comentando:
Figura 1-Competencia
Fuente: elaboración propia
La naturaleza de la competencia es fruto de la combinación y articulación de diferentes
elementos como son los conocimientos, las aptitudes y los comportamientos o actitudes.
Dichos aspectos se han denominado en la figura 1 “Esquema básico de la competencia”.
Cabe señalar que los elementos que forman el esquema básico no constituyen por sí
mismos competencias, sino que son aspectos o parte de la misma (Levi-Leboyer, 2002;
Stoof et al., 2002; Van Loo y Semeijn, 2004), cuyo núcleo reside, precisamente, en la
capacidad de movilizar y poner en práctica estos recursos, es decir, estos conocimientos,
aptitudes y comportamientos.
Por otro lado, las competencias se vinculan a una determinada tarea o situación
de trabajo –por ejemplo las competencias específicas de una enfermera de un
determinado servicio hospitalario-, en el contexto específico de una organización o
empresa caracterizada por unas reglas de funcionamiento y una organización y cultura
específica. Ambos elementos, que en esquema de la figura 1 se han denominado
“Situacionalidad” y “Contextualización”, subrayan el carácter situado de la competencia,
y su vínculo con la acción y la práctica cotidiana del trabajo en el seno de un equipo y
una organización más amplia.
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Esquema b‡sico:ÒSaber, saber
hacer, saber estar Ó
Situacionalidad:Desempe–o
del proceso detrabajo
Contextualizaci—n: Organizativa,
normativa,cultural de la empresa
Proceso de reconocimiento y
evaluaci—n
Finalidad y apropiaci —n porlos actores sociales
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La crítica hecha a la definición conductista de la competencia realizada por la
psicología cognitiva, que postula la relación causal entre la competencia y la
performance productiva, ha reforzado la atención a la dimensión contextual, contingente
y situacional de la competencia. Se ha de señalar que el componente denominado
situacionalidad, que se refiere al desempeño del proceso de trabajo en el seno de una
organización, es decir, la contextualización, es el que permite la validación empírica del
esquema básico de la competencia o dicho de otra manera, la “identificación y
evaluación de las competencias” tal y como aparece en el esquema de la figura 1.
Al mismo tiempo, la identificación y evaluación de las competencias es una
tarea no exenta de dificultades. En primer lugar, se ha de tener en cuenta que la
distinción entre los rasgos de personalidad y las competencias es frecuentemente una
frontera laxa. Tal y como recuerda Bellier (2002), la competencia se refiere a la
capacidad para alcanzar determinados objetivos o solucionar determinados problemas
asociados a las situaciones cotidianas de trabajo, y no a lo que las personas “son”, esto
es, a sus rasgos de personalidad. Con todo, ambos campos están estrechamente
relacionados, lo que a mi modo de ver, hace que la validación de las competencias sea
un proceso muy susceptible a la inclusión de sesgos y arbitrariedades que influyan en su
resultado.
En este punto, es pertinente preguntarse si la unidad de análisis o el sujeto de las
competencias, es el individuo, el grupo, o ambas cosas. La cuestión es importante por
diversas razones, (a) porque una u otra opción exigen metodologías diferentes de
análisis y en consecuencia, métodos de evaluación diferentes por parte de la empresa
(b) porque el papel otorgado al contexto y concretamente al equipo de trabajo y a la
organización será diferente según consideremos uno u otra de las opciones.
En nuestro modelo se opta por una concepción interactiva y distribuida de la
noción de competencia. Esta perspectiva considera que los distintos actores no pueden
contemplarse aislados sino interdependientes. En este sentido, la competencia es
considerada como un espacio conceptual en el que se articulan dos lógicas: la del
individuo y la de la organización y el contexto, lo que significa, en consecuencia, que
una evaluación equitativa no puede ser más que una evaluación simultánea del
individuo, de la organización y de la situación en la que desarrolla su trabajo (Combes
2004).
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En segundo lugar, la identificación de las competencias no constituye un proceso
mecánico, sino que es el resultado de una convención sobre el trabajo (Combes, 2004).
Una de las etapas fundamentales en la construcción de los dispositivos de gestión
basados en competencias es la de selección e identificación de las competencias
consideradas claves y de los criterios o indicadores que permitirán su validación. Este
proceso muestra claramente que las competencias identificadas y tomadas como
referente para la evaluación son el resultado de un acuerdo sobre el trabajo que al mismo
tiempo puede tomar formas variables .
Es evidente que en el proceso de identificación de las competencias puestas en
práctica la exhaustividad no es ni deseable ni posible. Ello supone que las competencias
son construidas por aquellos que las designan (fundamentalmente la dirección de los
recursos humanos y los mandos superiores), lo que significa que no todas las
competencias que son necesarias para realizar una tarea sean las significativas para la
empresa, que en última instancia es el actor más fuerte.
En esta línea entendemos que la competencia puede tener contenidos
diferenciales cuyo sentido depende de la imposición de los agentes implicados o de
acuerdos entre ellos. Este aspecto se ha denominado en la figura 2 “Finalidad y
apropiación de las competencias por los agentes sociales”. Es evidente que si uno de los
agentes que interviene se apropia e impone una interpretación el riesgo de sus efectos
perversos sobre el resto de los agentes aumenta. De alguna manera hay un doble juego
de validez conceptual, la búsqueda de una objetivación de base y un equilibrio
consensuado de significados entre los construidos por los agentes. Stoof (2002) propone
tres instancias para validar la definición de la competencia con relación a la correlación
de fuerzas y resultados de acuerdos entre los agentes que intervienen: (a) Los actores
implicados en la definición de las competencias; (b) Los objetivos que persiguen cada
uno de los actores implicados en la negociación y definición de las competencias
(Fletcher, 1997); (c) Los contextos que condicionan tanto la acción de cada uno de los
actores implicados como también los resultados del proceso de identificación de las
competencias.
Como se observa, el problema fundamental que plantea la definición de
competencia no radica en el análisis de una semántica de base sobre su identidad, sino
en la inclusión de otros ingredientes sustantivos que contribuyen también a darle sentido
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y que tienen que ver con su carácter relacional y con los procesos y técnicas de
medición.
3. Presentación del estudio de caso: ¿qué se ha querido estudiar?
El caso que presentamos a continuación se centra en una factoría de carrocería y
montaje de automóviles. Concretamente se ha analizado el colectivo de los Jefes de
Unidad de un taller de Montaje y un taller de Soldadura, que son mandos intermedios
que tienen a su cargo un grupo de unas 15 o 20 personas. Este colectivo se ha visto
afectado por la introducción, a iniciativa de la dirección central de los recursos humanos
y sin contar con un proceso de negociación con los sindicatos, de una serie de prácticas
basadas en la noción de competencia que se han englobado bajo el nombre de
“Profesionalización de los Jefes de Unidad”. Este proceso ha constituido un paso
estratégico de la empresa para introducir progresivamente un cambio de mayor
envergadura, basado en un modelo de la competencia que afectará a todos los colectivos
de la factoría (Jefes de Taller y Grupo Obrero).
La “Profesionalización de los Jefes de Unidad” ha implicado la construcción de
un listado de competencias como herramienta clave para gestionar las condiciones de
acceso a las funciones de Jefe de Unidad y Jefe de Unidad de primera (esto es, definir
un modelo de carrera profesional), y delimitar con claridad las competencias específicas
requeridas por este grupo. Nuestro objetivo ha sido analizar la definición de la
competencia propuesta por la empresa como también los efectos sociales que ha
comportado su utilización gestionaria.
La creación del referencial de competencias de los Jefes de Unidad puede
interpretarse como un primer paso hacia un cambio de mayor envergadura basado en la
modificación del sistema de clasificación profesional (y en consecuencia del la
determinación del salario y organización de los ascensos) que afectará a la totalidad de
categorías que entran en convenio.
Las figuras del Jefe de Unidad y Jefe de Unidad de primera son relativamente
recientes ya que nacen como consecuencia del cambio organizativo que se consolida a
mediados de los años noventa y por el cual se crean las Unidades Elementales de
Trabajo (UET2). En consecuencia, y ante las múltiples transformaciones que
comportaba la creación de las Unidades Elementales de Trabajo y que afectaban
2 Véase Castillo, 1998
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fundamentalmente a la nueva figura de los Jefes de Unidad que adquiría nuevas
responsabilidades y se perfilaba como “la columna vertebral de la empresa”, la
dirección del grupo comenzó a poner en marcha una nueva política de gestión basada en
el ajuste entre las necesidades presentes y futuras de los talleres y los recursos humanos
disponibles. Nacen así los proyectos de profesionalización para los distintos colectivos
de las factorías, cuyo elemento central es la introducción de prácticas basadas en la
noción de competencia.
3.1. Una iniciativa empresarial impuesta desde las políticas de gestión de los
recursos humanos.
La profesionalización de los Jefes de Unidad y en consecuencia, la creación del
referencial de competencias de este colectivo constituye una iniciativa empresarial que
emerge de la dirección central de recursos humanos a nivel del grupo y se aplica de
manera unidireccional, aunque con ritmos diferentes a todos los centros de trabajo.
Dicho proceso tiene como finalidad unificar los niveles de productividad de las
distintas fábricas del grupo automovilístico mediante la creación de un referencial o
listado de competencias para los 3 primeros niveles clasificatorios de las fábricas (los
obreros, los Jefes de Unidad y los Jefes de Taller) que serviría de base para iniciar una
nueva etapa en la política de gestión de los recursos humanos basada en dos ejes
fundamentales:
• La individualización de las gestión de la fuerza de trabajo,
• La descentralización de las decisiones en materia de management.
En el caso concreto de los centros españoles se comienza por poner en práctica
la profesionalización del grupo de los Jefes de Unidad dada la necesidad de formalizar
sus funciones debido a los cambios que había comportado la organización en Unidades
Elementales de Trabajo unos años antes. A su vez se ha de resaltar el mayor margen de
maniobra que posee la empresa a la hora introducir modificaciones en la gestión del
empleo de los Jefes de Unidad (recuérdese que son mandos intermedios) en
comparación con el resto de categorías para las que existe un sistema de carácter más
regulado y controlado sindicalmente.
En el año 2001 se comienza a organizar una serie de grupos de trabajo en los que
participan managers de la dirección de recursos humanos y mandos de todas las
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fábricas. Es llamativa la ausencia de cualquier tipo de representación de los Jefes de
Unidad, lo que es indicativo del interés de la empresa no tanto por identificar y evaluar
las competencias efectivamente puestas en práctica, sino aquellas que la empresa
considera útiles y adecuadas a sus objetivos. A su vez, llama la atención el escaso
interés por legitimar el nuevo sistema mediante un proceso de negociación o
participación de los sindicatos en la elaboración de los listados de competencias.
Los grupos de trabajo mencionados confluyen en una reunión a finales del 2001
donde se elabora un primer documento en el que se identificaron siete familias de
competencias definidas en función de los objetivos de producción. La competencia se
definió, siguiendo las directrices de la dirección central del grupo, como la aplicación
práctica de la formación adquirida. En el referencial final se establecieron 7 familias de
competencias, 34 competencias requeridas, 62 criterios de validación y 78 indicadores.
La evaluación de las competencias de los Jefes de Unidad la realiza el Jefe de Taller y
para ello se establecen 4 niveles de realización de cada competencia que constituyen las
“notas” o puntuaciones otorgadas.
Veamos más concretamente el proceso seguido:
(a) En primer lugar, la descomposición de las responsabilidades del Jefe de
Unidad en una serie de Misiones generales (Familias de competencias) ha permitido a la
empresa especificar las grandes áreas de trabajo del Jefe de Unidad como por ejemplo,
“Garantizar el programa de producción”, “Establecer y mejorar los estándares
operacionales de la Unidad Elemental de Trabajo”, “Desplegar y poner en marcha los
objetivos y los planes de acción”, etc.
(b) En segundo lugar, para cada misión se especificaron las distintas actividades
(que la empresa denomina “competencias requeridas”) que garantizarán la consecución
de las distintas misiones:
Cuadro 1. El referencial de competencias de la empresa (1)
Familia de Competencia(Misión)
Competencias requeridas (Actividades)
Garantizar la calidad Asegurar y desarrollar la participación de los operarios en el análisis de las causas sobre problemas de calidadPilotar análisis de nivel 1 en su Unidad Elemental de TrabajoAnimar reuniones de progreso
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(c) En tercer lugar, se definieron los criterios de validación como las acciones o
hechos que permiten validar las capacidades y los saberes requeridos, es decir, los
medios que permiten poner en práctica las capacidades y saberes exigidos por la
empresa:
Cuadro 2. El referencial de competencias de la empresa (2)
Competencias requeridas (Actividades) Criterios de validaciónDesarrollar la participación de los operarios en el análisis de las causas sobre problemas de calidad
Adiestra a operarios senior en la función pilotaje de grupos de análisis de problemasAnima a los operarios a la formación de grupos de análisis de problemas de la Unidad Elemental de Trabajo.
(d) En cuarto lugar, se identificaron los modos de validación que constituyen los
indicadores de resultado que permiten evaluar las competencias definidas anteriormente.
Dichos indicadores no poseen un carácter situacional y contextualizado sino que se
limitan a dar constancia de la existencia de un hecho:
Cuadro 3. El referencial de competencias de la empresa (3)
Criterios de validación Modos de validaciónAdiestra a operarios senior en la función pilotaje de grupos de análisis de problemasAnima a los operarios a la formación de grupos de análisis de problemas de la Unidad Elemental de Trabajo.
Hay constancia de la realización de formación reglada en la ficha operario. (QC Story, MBR)Existen grupos de trabajo que funcionan de forma autónoma en análisis de causas y propuestas de solución
Como se observa, la definición operativa de la noción de la competencia
utilizada por la factoría posee un carácter contextual estrechamente ligado a la actividad
y la acción que ha de desarrollar el Jefe de Unidad. Esta característica del referencial
facilita a la empresa, entre otros aspectos, la consecución de un alto nivel de
estandarización y unificación en todas las factorías en lo que respecta a las políticas de
gestión dirigidas a los Jefes de Unidad. Ahora bien, como veremos son numerosas las
consecuencias no deseadas que ha provocado la aplicación de este tipo de prácticas en
las relaciones sociales de trabajo. A nuestro modo de ver, se debe a no haber tenido en
cuenta lo que en la figura 1 hemos denominado la dimensión social de las competencias,
es decir: el contexto organizativo y cultural de la empresa, el desempeño del proceso de
trabajo, las condiciones de evaluación, y lo que es más importante, las expectativas e
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intereses que los distintos actores sociales poseen con la aplicación de este tipo de
prácticas. Veamos cada uno de estos aspectos separadamente.
3.2. La omisión de la dimensión social de las competencias.
3.2.1. La identificación de las competencias es el resultado de un “acuerdo” sobre el
trabajo.
La construcción del referencial de competencias constituye una etapa decisiva en la
puesta en práctica de un modelo de gestión basado en las competencias. Sin embargo, la
identificación que se ha llevado a cabo de las competencias no es un reflejo inmediato
de las exigencias del proceso de trabajo, sino más bien, un acuerdo sobre determinados
aspectos que la empresa considera relevantes.
Tal y como se ha afirmado anteriormente, la competencia puede tener
contenidos diferentes cuyo sentido depende de la imposición de los agentes implicados
o de la existencia de acuerdos entre ellos (Stoof et al., 2002). Al mismo tiempo, el
alcance de los cambios que conllevan este tipo de prácticas, depende también de las
relaciones de fuerza existentes entre los distintos actores sociales. Recuérdese al
respecto que en el ordenamiento jurídico español los sistemas de clasificación
profesional son objeto de negociación colectiva de sector y/o de empresa y, en
consecuencia, puede suponerse que la aplicación de un modelo de la competencia, se
realiza pactando o bien determinadas garantías colectivas que regulen los usos
empresariales de la competencia o bien ciertas contrapartidas de otras mejoras laborales
que compensen el aumento de discrecionalidad empresarial asociado a los usos
empresariales de la competencia.
En el caso estudiado, el actor determinante en la definición de las competencias
y de las condiciones de su gestión ha sido la dirección de recursos humanos, lo que
muestra el poder del actor empresarial para introducir modificaciones parciales en la
relación de empleo a través de la gestión de recursos humanos. Los límites a dicho
poder se encuentran evidentemente en la fuerza de ley que posee el convenio colectivo y
que exige la negociación con los sindicatos. Este es el caso de la profesionalización del
grupo obrero.
Si bien los sindicatos no han intervenido en la definición y selección de las
competencias clave, su papel ha sido diverso en lo que respecta al apoyo de este tipo de
prácticas. Con todo, la valoración ha sido mayoritariamente crítica en lo que se refiere a
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las consecuencias que comporta el uso de las competencias en las relaciones sociales de
trabajo y en la pérdida de garantías y derechos colectivos que se derivan de su uso. A
pesar de ello, se ha de señalar que por parte de los sindicatos generales, la intervención
o respuesta colectiva con respecto a la profesionalización de los Jefes de Unidad ha sido
en general débil y escasamente articulada.
En el caso de CCOO y UGT, el referencial de los Jefes de Unidad es
considerado como un “primer paso” de un proceso más amplio iniciado y liderado por la
dirección de recursos humanos que afectará al conjunto de los trabajadores. Si bien los
esfuerzos de ambos sindicatos se han centrado en la profesionalización del grupo
obrero, denuncian el carácter individualizante que comporta, primero, el hecho de
diferenciar el colectivo de los Jefes de Unidad en dos categorías y segundo, el de
establecer como condición la evaluación de dicho colectivo en función de sus
competencias.
Dicha individualización es un aspecto negativo ya que mina los derechos
colectivos en los que se funda la acción de ambos sindicatos. Sin duda, el aspecto más
relevante de esta individualización es el posible sesgo arbitrario implícito en la
evaluación de las competencias por parte del mando superior jerárquico del Jefe de
Unidad, esto es, el Jefe de Taller.
Contrariamente, el sindicato corporativo de mandos intermedios considera que la
creación de la categoría de Jefe de Unidad de primera es un éxito que significa un paso
más en una reivindicación histórica de este sindicato de crear tres categorías de Jefe de
Unidad como ocurre en Francia. Sin embargo, reconoce la existencia de diversos
conflictos y recelos que han surgido en su aplicación debido fundamentalmente a dos
aspectos: Al hecho de que un Jefe de Unidad y un Jefe de Unidad de primera tengan
responsabilidades y funciones idénticas y al carácter generalista del listado de
competencias que no contempla la especificidad de cada taller.
3.2.2. La competencia es un concepto dependiente de la situación y el contexto en que
se desarrolla: Las condiciones de evaluación
La definición de la noción de competencia propuesta en el presente trabajo hace
especial hincapié en el carácter situado y contextualizado de dicho concepto. Ello hace
que la evaluación de las competencias de un determinado trabajador o trabajadora no
sea tarea fácil puesto que exige un conocimiento directo de la manera de trabajar y
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afrontar diversas situaciones de carácter profesional de la persona que está siendo
evaluada.
El referencial de competencias elaborado por la empresa está basado en un
registro exhaustivo de las actividades que han de desarrollar los Jefes de Unidad. La
filosofía de dicho referencial es coherente con la idea de que las competencias se
identifican en la acción y situación de trabajo, aunque sin embargo, tal y como se ha
expuesto anteriormente, el referencial de competencias se aproxima más a un referencial
de actividades que no de competencias en un sentido estricto. Ello se explica en gran
parte, por la estandarización minuciosa de todas las actividades y las maneras de
solucionar los problemas que han de seguir las distintas categorías profesionales, aún
cuando el trabajo de las mismas se caracterice por la reacción ante los imprevistos, antes
que por la prescripción de las actividades.
Las características de dicho referencial contrastan con la definición de la
competencia que se ha defendido en este trabajo donde se apunta la distinta naturaleza
entre los conceptos de competencia y actividad que en el caso de la empresa estudiada
no aparece de manera clara.
A favor del modelo propuesto por la empresa, se ha de señalar que el referencial
de los Jefes de Unidad permite potencialmente una evaluación más equitativa al existir
numerosos indicadores que permiten validar la realización y cumplimento de una
determinada actividad (llámese competencia en el lenguaje de la empresa). A pesar de
todo dicho referencial no cumple las expectativas generadas por los distintos colectivos
afectados. En efecto, las entrevistas realizadas muestran una valoración relativamente
crítica del diseño y uso del referencial, que se refleja y sintetiza en tres aspectos:
En primer lugar, los Jefes de Taller consideran que el Jefe de Unidad ha de
poseer competencias diferenciadas según el taller donde trabaje. Con todo, priorizan el
objetivo de unificación y estandarización de los niveles de profesionalización de los
talleres antes que el reconocimiento de las competencias específicas de cada taller:
“El problema es que me parece bien que la empresa trate de mejorar a los Jefes
de Unidad para que sean más competentes. Lo que pasa es que todos los talleres y las
funciones de una empresa no son iguales y no puedes pedirle las mismas competencias
a un Jefe de Unidad de mantenimiento que a uno de montaje (Jefe de Taller A)”
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En segundo lugar, se considera que el referencial no refleja satisfactoriamente la
importancia que ocupa el management en el trabajo cotidiano de los Jefes de Unidad.
Los Jefes de Taller entrevistados coinciden en considerar la importancia de que el Jefe
de Unidad logre un buen clima social de cooperación al tiempo que sea resolutivo y
eficaz:
“La parte de management no lo reflejan. En la parte de cómo el Jefe de Unidad
mueve a su gente. Cuando tú ves a un Jefe de Unidad que no te sube un problema de
gente, que no te dice que un operario está perdiendo producción o que tiene broncas con
él todos los días, sino que los tiene, pero consigue sacar la producción es una manera de
sacarte a ti problemas (Jefe de Taller B)”
Finalmente, se demanda que la empresa ofrezca los medios necesarios para
desarrollar de manera satisfactoria las competencias y responsabilidades requeridas.
Esta crítica, ha de entenderse en el marco de la saturación de trabajo por parte de los
Jefes de Unidad. Uno de los medios más demandados en el caso de Montaje, es el
aumento de los recursos para hacer frente a las altas tasas de absentismo.
Por tanto podemos afirmar que las competencias identificadas por la empresa y
los métodos de evaluación utilizados, no dan cuenta de la complejidad de situaciones y
lógicas de acción desarrolladas en el ejercicio del proceso de trabajo estudiado, como
tampoco del carácter situado y contextual que comporta el proceso de medición de las
competencias. En este sentido, la evaluación de las competencias no responde a una
retribución más precisa del trabajo efectivamente realizado en dicho servicio, ni de las
exigencias en términos de competencias que supone el desempeño del proceso de
trabajo.
3.2.3. La naturaleza socializada de las competencias: La perspectiva situada,
colectiva y distribuida de las competencias.
Contrariamente a la apropiación neoliberal de la competencia, en esta comunicación se
ha planteado una visión alternativa como atributo del grupo, equipo y por ello de una
comunidad de trabajo. Ello no implica que la competencia no sea un atributo individual,
sino que su puesta en práctica ha de ser inseparable del contexto social en las que se
construyen, representan y activan. Boreham (2004) enuncia tres principios normativos
de las competencias en esta dirección
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X Congreso español de sociologíaGrupo Sociología de Trabajo
• El primer requerimiento consiste en dotar de sentido a las distintas situaciones o
imprevistos que se producen en el lugar de trabajo, puesto que el primer
requerimiento de un grupo para actuar de manera competente consiste en
resolver todas las situaciones cotidianas, particularmente las que suponen
contradicciones o desviaciones con respecto al trabajo regular.
El segundo consiste en desarrollar y usar el conocimiento colectivo, por ejemplo, para
ponerse de acuerdo sobre la interpretación común de las experiencias. (Daft and
Weick, 1984).
• Tercero, el desarrollar un sentido de la interdependencia, entre los miembros del
grupo.
En el caso que nos ocupa, la valoración que los Jefes de Unidad han realizado
del referencial de competencias se centra básicamente en las dificultades que éstos
encuentran a la hora de cumplir con determinadas exigencias recogidas en el listado de
competencias. Los Jefes de Unidad estudiados están plenamente conformes con la
creación de la nueva categoría de Jefe de Unidad de primera y con la puesta en práctica
del referencial del que no cuestionan ni sus efectos en las relaciones interpersonales con
otros Jefes de Unidad, o bien su validez como herramienta de gestión de recursos
humanos.
Esta postura se debe en gran parte a su posición estructural como mandos
intermedios y a su propia conciencia colectiva como “columna vertebral de la empresa”
de la que depende la fabricación diaria de las 1.100 unidades de vehículos. De hecho,
para asumir la intensidad de los ritmos de trabajo y los niveles de responsabilidad a los
que está sometido este colectivo, la interiorización y apropiación subjetiva de los
objetivos de productividad de la empresa, parece postularse como un mecanismo
necesario. Como recuerda Burawoy (1979), la antiguedad en una empresa (como es el
caso de los Jefes de Unidad) no sólo favorece la adquisición de conocimientos técnicos,
sino también la interiorización de la cultura empresarial hecha de comportamientos no
escritos y vínculos simbólicos.
A continuación se sintetizan las dificultades que los Jefes de Unidad consideran
más importantes en el desarrollo de las competencias diarias y las posibles soluciones
que dicho colectivo propone al respecto:
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Cuadro 4. Reflexión de los Jefes de Unidad sobre el referencial de competencias.
DIFICULTADES SOLUCIONES
Implicación de los miembros de la Unidad Elemental de Trabajo para pilotar planes de acción
Remuneración individualizada con respecto a competencias
Falta de tiempo para la formación de operarios en la adquisición de conocimientos técnicos
Establecer un plan de formación
No poder ajustar los efectivos cualitativamente en función de las necesidades
Poder intervenir en la elección y selección.
Pilotar los planes de acción de la Unidad Elemental de Trabajo en relación con el despliegue de objetivos, implicando y valorando a los miembros y paternaires de la Unidad Elemental de Trabajo
Falta de ayuda y de colaboración por parte de las funciones transversales
Falta de información y ayuda por transversales Más información y colaboración.
Falta de ayuda de la línea jerárquica Más ayuda por parte de la línea jerárquica.
Planificar la disponibilidad de los medios para las intervenciones de mantenimiento
Planificar la disponibilidad de medios
Proponer y preparar las evoluciones de carrera de los miembros de la Unidad Elemental de Trabajo
Falta de concienciación de los mandos superiores
Tal y como se recoge en el cuadro 4, los Jefes de Unidad consideran que las
principales dificultades para desarrollar con éxito las competencias requeridas por la
empresa residen en la escasez de recursos y medios que la empresa ha de poner en
juego para desarrollar todo lo relativo a la gestión de la mano de obra como por ejemplo
el plan de formación de los operarios, el ajuste cualitativo de la plantilla, etc. Al mismo
tiempo, dicha ausencia de medios se refiere también a la falta de soporte de las
funciones transversales, por ejemplo mantenimiento, calidad, logística, con las que el
Jefe de Unidad ha de trabajar diariamente de manera estrecha y coordinada, así como
también a la falta de apoyo de los superiores jerárquicos a la hora de resolver los
problemas cotidianos de trabajo.
En definitiva, la postura de los Jefes de Unidad analizados puede sintetizarse en
la aceptación del referencial que es considerado una herramienta válida de gestión de
los recursos humanos, aun cuando su puesta en práctica no siempre se acompañe de los
medios necesarios para conseguir los objetivos propuestos. Dicha valoración llama la
atención cuando se contrasta con la información obtenida por los sindicatos que han
subrayado los numerosos recelos y brechas abiertas por su puesta en práctica.
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4. A modo de conclusión.
En el caso estudiado las competencias seleccionadas se han centrado en la evaluación de
las actividades específicas que han de desarrollar los jefes de unidad. Dichas
competencias son características de este colectivo en cualquiera que sea taller e incluso
factoría que se considere. Este hecho responde claramente a los intereses de la dirección
de recursos humanos del grupo automovilístico de conseguir un alto nivel de
estandarización en todos los centros, al tiempo que se descentralizan los sistemas de
control del trabajo (los Jefes de Unidad son evaluados en su lugar de trabajo por sus
superiores), y se desarrollan sin precedentes fórmulas que buscan la implicación de los
trabajadores. Ahora bien, dado que las competencias tal y como las ha definido la
empresa, reflejan fielmente las actividades de los Jefes de Unidad ¿qué diferencia hay
entre evaluar el trabajo prescrito y evaluar las competencias en términos de actividades?
A primera vista parece que ninguna, sin embargo, los objetivos de la empresa apuntan a
evaluar el valor añadido del trabajador como medio de ajuste entre el nivel de
profesionalización deseado en los talleres y los mandos que están al frente. El problema
reside por tanto en operativizar los dicursos sobre la competencia y transformarlos en
algo más que en una puntuación del desepeño de cada trabajador. En esta comunicación
se ha mostrado que para ello es preciso incluir la denominada dimensión social de la
competencia evaluando simultáneamente el individuo y la organización en la que
desarrolla su trabajo.
Por otro lado, se ha mostrado que la competencia posee un carácter dual debido
a su estrecha relación con el contexto en que se desarrolla la acción y por otro lado, a la
necesidad de elaborar listados de competencias con un grado de descontextualización
suficiente, como para que sean herramientas eficaces a la hora de gestionar aspectos
como la remuneración, o los mercados internos de trabajo. Las espectativas generadas
por la competencia se han visto truncadas en cierta medida por no reflejar
suficientemente las peculiaridades del trabajo de cada taller y tampoco aquellos
aspectos en que se precisa más capacidad innovativa y creativa.
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