El espacio del Otro

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El espacio del otro Jonás Figueroa Salas - Académico Usach El urbanismo que se aplica en Chile puede entenderse como un conjunto de normas que estipulan usos, coeficientes, especificaciones varias y estándares diversos. Pero es un urbanismo que no cautela lo principal que debiese definir un instrumento que se da la sociedad para determinar las condiciones de habitabilidad privada y pública del suelo. Es decir, del espacio interior o propio como derecho y del espacio público o del otro como deber. O mejor dicho, la mismidad y la otredad y la ciudad como expresión articulada de ello. Nuestro urbanismo se encuentra demasiado cargado de normas, estándares y definiciones varias, pero carente de virtudes espaciales. Y las personas no habitan las normas, ni los estándares, ni las especificaciones; las personas habitan el suelo y los vacíos interiores y exteriores que se derivan de los artefactos construidos. Al recorrer la ciudad de Santiago surge por si solo un repertorio de cómo los derechos aplastan o se imponen sobre los deberes; cómo la veredas expresiones mínimas del espacio público, han sido vulneradas en función y beneficio de obtener el máximo rendimiento del espacio privado, aun a costas del sentido común que indica que las veredas no pueden tener 80 centímetros de ancho, aunque lo diga o maldiga el plan regulador o el instrumento normativo encargado de fijar estándares. Porque en 80 centímetros de veredas que es posible encontrar en muchas calles de la comuna de Santiago y de aquellas que configuran el primer anillo metropolitano, hay algo que indica que cuando dos personas se cruzan, una de ella deberá dejar paso a la otra o simplemente un cuerpo humano deberá bajar a la calzada para continuar con su caminar. Entonces, para qué tantas normas y coeficiente si no tiene presente el cuerpo y las medidas requeridas para contener sus necesidades de estancia y movimiento. Fueron los antiguos que definieron la espacialidad pública que dignifica el caminar y fueron los modernos, autoridades y funcionarios, que definieron que sobre unas veredas de 80

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La importancia del diseño y estructura del espacio publico de la ciudad.

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El espacio del otroJonás Figueroa Salas - Académico Usach

El urbanismo que se aplica en Chile puede entenderse como un conjunto de normas que estipulan usos, coeficientes, especificaciones varias y estándares diversos. Pero es un urbanismo que no cautela lo principal que debiese definir un instrumento que se da la sociedad para determinar las condiciones de habitabilidad privada y pública del suelo. Es decir, del espacio interior o propio como derecho y del espacio público o del otro como deber. O mejor dicho, la mismidad y la otredad y la ciudad como expresión articulada de ello. Nuestro urbanismo se encuentra demasiado cargado de normas, estándares y definiciones varias, pero carente de virtudes espaciales. Y las personas no habitan las normas, ni los estándares, ni las especificaciones; las personas habitan el suelo y los vacíos interiores y exteriores que se derivan de los artefactos construidos.

Al recorrer la ciudad de Santiago surge por si solo un repertorio de cómo los derechos aplastan o se imponen sobre los deberes; cómo la veredas expresiones mínimas del espacio público, han sido vulneradas en función y beneficio de obtener el máximo rendimiento del espacio privado, aun a costas del sentido común que indica que las veredas no pueden tener 80 centímetros de ancho, aunque lo diga o maldiga el plan regulador o el instrumento normativo encargado de fijar estándares. Porque en 80 centímetros de veredas que es posible encontrar en muchas calles de la comuna de Santiago y de aquellas que configuran el primer anillo metropolitano, hay algo que indica que cuando dos personas se cruzan, una de ella deberá dejar paso a la otra o simplemente un cuerpo humano deberá bajar a la calzada para continuar con su caminar. Entonces, para qué tantas normas y coeficiente si no tiene presente el cuerpo y las medidas requeridas para contener sus necesidades de estancia y movimiento.

Fueron los antiguos que definieron la espacialidad pública que dignifica el caminar y fueron los modernos, autoridades y funcionarios, que definieron que sobre unas veredas de 80 centímetros se podrían proyectar las segundas y las terceras plantas del edificio, quitándoles espacio al árbol, a la luz del sol, a la sombra, en fin al sentido común. Se llega al extremo que el municipio se siente con pleno derecho de entregar usos comerciales, es decir privados, en el espacio público, surgiendo desfiladeros de kioscos por donde los viandantes deben a duras penas caminar para cumplir con sus obligaciones y necesidades.

Estamos llenos de políticas, planes y programas. Pero en ninguna parte se cautela los derechos del peatón y del habitante sobre el espacio del sol, de la sombra, del encuentro, de la espera, de la mora, del caminar. Instrumentos como la política nacional de desarrollo urbano quejumbrosa y cargada de abstraccionismos, pero sin ningún contenido sobre los espacios climáticos, sobre las dimensiones sensibles del cuerpo humano, sobre el paisaje, las distancias y las cercanías. Política que no contiene lo mínimo que debiese contener un instrumento encargado de determinar las relaciones entre lo propio y lo público, entre los derechos y los deberes, entre los beneficios privados y el sentido común.-