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El esclavo africano en San Luis Potosí durante los siglos xvii y xviii

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El esclavo africano en San Luis Potosí durante los siglos xvii y xviii

PorRamón Alejandro Montoya

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© Primera edición: 2016El esclavo africano en San Luis Potosí durante los siglos xvii y xviii

Universidad Autónoma de San Luis PotosíM. en Arq. Manuel Fermín Villar RubioRectorLic. David Vega NiñoSecretario General

Dr. Miguel Aguilar RobledoDirector de la Facultad de Ciencias Sociales y Humanidades

Cuidado de la edición:Dr. José Ramón Ortiz Castillo

Diseño y maquetación: MRRPP. Lucía Ramírez Martínez

Ilustración de portada y contraportada: Emmanuel de Jesús García Castillo

Todos los derechos reservados conforme a la ley

Queda prohibida la reproducción parcial o total, directa o indirecta del contenido de la presente obra, sin contar previamente con la autorización expresa y por escrito de los editores, en términos de lo así previsto por la Ley Federal del Derecho de Autor y, en su caso, por los tratados Internacionales aplicables.

ISBN: 978-607-9343-86-6

Hecho en México.

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ÍNDICE

Introducción . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 3

El esclavo africano en la gama de tintes historiográficos. . . . . . . . . 11

Los reales de minas del septentrión novohispano y los esclavos africanos. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 15

San Luis Potosí y el comercio de esclavos africanos. . . . . . . . . . . . . 28

Las fuentes y los Archivos. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 30

Capítulo I. El comercio de esclavos en San Luis Potosí . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 35

La esclavitud africana en tierra del cautiverio de nativos. . . . . . . . . 41

La dinámica del comercio de esclavos africanos a San Luis Potosí bajo los Asientos Portugueses. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 47

Los tratantes de esclavos en San Luis Potosí. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 63

La mutación del mercado de esclavos. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 94

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Capítulo II. El comercio de esclavos en la época pos-asientos.. . . . . . . . . . . . 103

Los saldos de los Asientos portugueses. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 104

La resaca de la trata de esclavos en San Luis Potosí. . . . . . . . . . . . . 109

Los Asientos de Grillo y Lomelín en San Luis Potosí. . . . . . . . . . . 123

El comercio de cautivos en el siglo xviii. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 140

“Soy de Jorge de San Luis”. La piel del esclavo como documento histórico. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 152

Capítulo III. Los esclavos africanos en la sociedad potosina. . . . . . . . . . . . . . 165

Las actitudes hispanas hacia los esclavos y el sentido de resistencia. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 167

Los descaminos del esclavo. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 174

El esclavo disidente e idólatra. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 181

El esclavo obediente y devoto. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 191

Consideraciones Finales. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 213

Bibliografía. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 221

Apéndices y gráficos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 233

Mapas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 265

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3Introducción

INTRODUCCIÓN

En los estudios historiográficos en torno al pasado virreinal mexicano de las últimas décadas, es evidente el esfuerzo dirigido a reconstruir los rastros de la población de origen africano en los múltiples escenarios de la historia social y demográfica de la Nueva España. Sin duda alguna, en torno al conocimiento adquirido sobre la población africana en el pasado mexicano se ha construido una base teórica sólida sin embargo insuficiente en la medida de que no se conoce el protagonismo histórico del africano en varias latitudes del México hispano. Los trabajos nos han señalado por ejemplo que la im-portación masiva de esclavos del África en los siglos xvi y xvii permitió el uso de la mano de obra de ébano para sustituir la debacle demográfica indí-gena en los años posteriores a la conquista. Algunos trabajos historiográficos también advirtieron que la migración forzada proveniente del continente negro fue orientada principalmente a regiones de la Nueva España en donde su fuerza laboral fue usada en cultivos como la caña de azúcar, así como en el pastoreo, los obrajes, las minas, y en el servicio doméstico. Gracias a este presupuesto teórico podemos asimilar la noción de un México negro que en nuestros días se asoma al mosaico de nuestra identidad como un componen-te innegable y que precisamente es herencia de la presencia de los esclavos provenientes del otro lado del mar. Pero más allá de lo que conocemos, en algunas regiones de México, tal pareciera que a pesar del color de la piel, el esclavo africano y sus huellas son invisibles en la concepción del pasado a

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pesar de la eminencia de una sociedad novohispana en la cual es muy difícil desasociar los componentes hispanos, lo indígena y el ingrediente africano.

En el conjunto de interrogantes sobre la población de origen africano en el México virreinal, la presencia del negro en la periferia septentrional de la Nueva España, también llamada frontera norteña y frontera chichimeca, es un tema del cual se ha hablado muy poco y apenas se esta integrando en la larga lista de miradas historiográficas sobre la participación de distintos grupos humanos en la dinámica demográfica y social del también llamado norte bárbaro.

Si bien nos queda claro que las remesas más numerosas de población afri-ca na que llegaron a la Nueva España se concentraron en zonas en las cua-les hasta nuestros días sobreviven rasgos de la sangre africana como lo son algunas zonas costeras del Golfo de México y del Océano Pacífico ( estados actuales de Veracruz, Oaxaca y Guerrero), también es pertinente reconocer que estos espacios no fueron las únicas porciones de la geografía del México virreinal a donde fueron llevados los negros esclavos por lo cual es necesario ampliar nuestra capacidad de reconocer las huellas del africano en otras la-titudes del antiguo reino.

En la historiografía sobre la Nueva España, los estudios de la población africana gradualmente han ido ganando terreno y han abierto nuevas pers-pectivas de análisis en regiones diferentes a aquellas que en un momento concentraron la atención de los investigadores. Esta condición emergente nos ha permitido entender nuevos aspectos del pasado de los negros novo-hispanos en distintos escenarios y en distintos capítulos del pasado virreinal. Sin embargo, el vacío más evidente lo encontramos en la historiografía es-pecializada en torno a la presencia africana en el norte de la Nueva España y en particular, en los reales mineros septentrionales. Así mismo, tampoco se ha explorado a profundidad el papel que desempeñaron los esclavos africa-nos en la producción minera ni se ha reconocido la importancia de la escla-vitud en la dinámica económica del norte minero y ganadero, al igual que sabemos muy poco acerca del lugar que los africanos y sus descendientes ocuparon en la estructura social y demográfica de los centros urbanos de esas latitudes.

Sobre la presencia de los esclavos en los reales de minas, quedan muchos asuntos pendientes por resolver aún, ya que a pesar de las sólidas contribu-

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ciones que se han hecho sobre los centros mineros más importante del an-tiguo reino novohispano, tal parece que los esclavos africanos en las socie-dades mineras han ocupado muy pocas líneas en las páginas de las obras.

En el caso de los reales de minas de la frontera norte de la Nueva España, las miradas al pasado han contribuido a elaborar un argumento central en-torno a la esclavitud en la minería: los esclavos africanos, en base a la evi-dencia documental, no contribuyeron significativamente en la composición de los contingentes de mano de obra orientados a la industria minera. Sin embargo, esta condición no impidió que el gremio de los mineros repetida-mente solicitaran a la Corona remesas de esclavos para remediar el desbasto de mano de obra que era el principal problema al cual se enfrentaron coti-dianamente los empresarios.

En el ámbito de los estudios sobre la minería de la América hispana, es importante resaltar que los trabajos que han abordado la participación de negros en esta industria en su mayoría se han enfocado en dar cuenta de la actuación del esclavo africano en la obtención de oro de aluvión, no tanto en las tareas de extracción de metales de las galerías subterráneas y su posterior proceso de beneficio tal y como fue la condición de la minería novohispana. Está pendiente pues, aclarar el desempeño de los africanos al interior de las minas y en la estructura del trabajo en las haciendas de beneficio en los rea-les mineros.

Así mismo, en los estudios sobre los escenarios urbanos de la Nueva Espa-ña, tal parece que a pesar de la notoriedad física de los negros, de la fuerza de su presencia y del peso de su participación en la vida cotidiana e incluso en el mestizaje, no se ha construido en buena medida una visión clara de este pasado oscuro, así como también está pendiente hacer más visible al negro en la percepción integral de la población y la sociedad colonial.

Bajo estos presupuestos, el horizonte del trabajo que el lector ahora tiene en sus manos busca en primera instancia reconstruir el comercio de esclavos en un real de minas del norte de la Nueva España para así contribuir en el reconocimiento de la presencia de población de origen africano en el real de minas de San Luis Potosí. Algunos episodios de la historia de la esclavitud en la Nueva España y del pasado de San Luis Potosí en sí, comparten escenarios temporales en el tránsito del siglo xvi al xvii en el cual, el poblado minero en cuestión se consolidaba como polo económico, y en este orden también

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se inscribe el comercio de esclavos como parte del gran trasplante del negro en la población novohispana.

En el San Luis del Potosí novohispano, a diferencia de otras latitudes en donde son evidentes las raíces africanas, no existe una memoria del pasado en la cual se incluyan a los esclavos africanos y a sus descendientes. Los negros no guardan un lugar en el imaginario potosino sobre la época virrei-nal y mucho menos sobre sus huellas impresas en la cultura local. Ya nadie los recuerda como parte de las comparsas que alegraban a los vecinos de San Luis Potosí los jueves de Corpus en los siglos xvii y xviii cuando en las figuras gigantescas que representaban a las cuatro porciones de las razas del universo hispano desfilaba una pareja de negros acompañando a los moros, los indios y a los españoles1. Tampoco en la toponimia podemos rescatar in-formes que nos hablen sobre la dimensión espacial de los africanos y apenas, nuestra imaginación histórica nos provoca a especular que posiblemente en lugares que hoy día se llaman Monte Obscuro o que se llamaron el Puesto del Negrito ubicado a seis leguas de la ciudad de San Luis, alguna vez se asentó población de origen africano. Lo que sí es posible apreciar en algunos datos sobre la geografía histórica de San Luis Potosí es la identificación de nombres de lugares asociados a la población africana. En el actual municipio de Villa de Zaragoza, la Hacienda de San Antonio de la Sauceda de los Mula-tos nos arroja alguna luz sobre la obscuridad de las pieles de este componen-te humano y más aún cuando al interior de esta demarcación hasta nuestros días persiste el nombre de una comunidad (puerto) que al menos desde el siglo xviii ha llevado el nombre de El Congito2 como si fuera una versión di-minuta del Congo que fue origen de los tantos esclavos desterrados que fue-ron arrancados del África para inclusive ser vendidos en territorio potosino.

En las obras enciclopédicas sobre la historia de San Luis Potosí, la presencia del africano no cuenta con un lugar3 y apenas es reconocida en función de

1 Martínez Rosales, “Los gigantes de San Luis…”, p. 598.2 ACM-INAH. Fondo Parroquial, Disciplina, Padrones, Asientos 1792, Caja 1327, Exp. 1249. Pa-drón de 1792 de San Francisco de los Pozos en la cual se incluye la parcialidad llamada “Puerto del Conguito” conformada de 14 casas y 62 personas.3 Muchos vecinos de la capital potosina recuerdan vívidamente que en la década de 1970 por las calles de la ciudad desfila una comparsa patrocinada por la fábrica de goma de mascar “Chicles Victoria”, la cual posteriormente daría pie a los célebres “Chicles Canel`s”. La imagen corporativa de la marca era precisamente un negrito de reluciente dentadura y con cabello ensortijado que

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los personajes ampliamente “ilustrados” como el mítico héroe Miguel Cal-dera o bien el opulento minero Pedro de Arizmendi y Gogorrón. En ambos casos, el reconocimiento anecdótico del africano esta enmarcado más en el sentido que fueron objeto-propiedad de estos personajes importantes en el pasado potosino. Así mismo, los esclavos apenas se asoman en el tiempo en la medida que fueron parte de cuerpos de guardia o pequeños ejércitos pri-vados que mantenían tanto militares de frontera como empresarios como los recién citados4. En otro sentido, en el horizonte del pasado potosino se han extraviado las referencias entorno a la congregación de Nuestra Señora de la Salud de los Pardos que existía en la capital potosina a finales del siglo xviii5, y esta circunstancia es evidente incluso en la capilla del Rosario den-tro de traza urbana de la ciudad de San Luis Potosí, en donde los rastros de esta hermandad conformada por afromestizos han desaparecido del todo, cuando había sido parte de la nómina de cofradías de la ciudad española.

Del pasado al presente, la población de origen africano en San Luis Potosí se ha mantenido en un plano de invisibilidad en cuanto a su lugar históri-co y social, lejos también de la compresión intelectual de un pasado con el africano como componente. Entre las pocas voces que nos hablan de los ne-gros, algún literato potosino alguna vez los consideraba como seres huma-nos enigmáticos, pertenecientes a una subespecie de la humanidad, como si fueran animales domésticos y en el cual los mejores sinónimos que los defi-nían eran aquellos significados asociados al sudor, el músculo, las minas, la zafra y el humo de las fábricas6.

Hace no más de una década, algunos historiadores potosinos empezaron a darse a la tarea de rescatar aunque discretamente, la presencia de la pobla-ción africana así como el tema de la esclavitud en territorio potosino en los días de dominio español. La ciudad de San Luis Potosí, fue fundada como poblado español en 1592, y a la vez fue concebida como un espacio

desfilaba entre la gente regalando muestras de las golosinas. De esta época, la gente con rasgos

africanos desaparecieron del imaginario hasta el primer lustro del siglo xxi cuando a la ciudad empezarían a llegar contingentes de estudiantes provenientes de África así como migrantes pro-venientes de Centroamérica.4 Velázquez, Historia de San Luis…,p. 5215 ACM-INAH, Fondo Diocesano, Gobierno, Visitas, Informes 1790-1791, Caja 508, Exp. 94, 1791.6 Peñalosa, “La poesía de…, p.117

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de convivencia étnica y a la cual llegarían europeos de diferentes reinos, de varias provincias de la vieja España, para interactuar con gente de sangre mezclada, e indígenas de diferentes latitudes como los originarios de la pro-vincia michoacana y de los valles centrales de México que compartían entre si la identidad novohispana de finales del siglo xvi. Con ellos también inter-actuaron individuos que eran remanentes de la población ya sedentaria de grupos originalmente nómadas genéricamente llamados chichimecas, sinó-nimo de “bárbaros” en el discurso de la época. A todos estos componentes, se añadió casi naturalmente la población de origen africana, representada en su inmensa mayoría por los esclavos que llegaron a la frontera norte de la Nueva España en un proceso de migración forzada de enorme dimensión. Así, en la medida que el poblado se fue consolidando como un real de minas dedicado a la explotación y beneficio de los minerales provenientes de las vetas del Cerro de San Pedro, y como lugar estratégico en las rutas de comu-nicación en el norte de la Nueva España, surgió una versión de colectividad organizada, que si bien se definió como un pueblo español en la dimensión legal, en la realidad sirvió de un espacio de fundición étnica en el cual los esclavos africanos fueron un ingrediente indispensable en el menaje cultural y económico del colono hispano.

Sin embargo, este presupuesto no ha sido suficiente para reconocer la pre-sencia de los esclavos africanos en el inicial asentamiento humano de San Luis y sus minas. Tal pareciera que la historiografía potosina no había culti-vado una visión sobre la esclavitud en la dimensión regional ni de los pasos de la población africana en la esfera demográfica y en la sociedad colonial. A los estudiosos del pasado potosino, este tema puede ser extraño en el sentido de lejanía en cuanto al origen geográfico del esclavo y la identificación del mismo como ajeno a la tierra y que es exótico en cuanto al lugar que ocupa-ba en la sociedad7.

Por muchos años, en el marco de la historiografía sobre el San Luis Po-tosí colonial, el esclavo africano había sido prácticamente un desconocido en el imaginario sobre el pasado y buena parte del conocimiento histórico producido por la escuela más tradicional de hacer historia a nivel regional se había enfocado en resaltar el protagonismo tanto de exploradores épicos

7 Meillassoux, Antropología de la…, p.77.

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del septentrión como de mineros cuyas empresas inclusive impulsaron la fundación de poblados además de contribuir al Real Haber8. Sería hasta la década de 1970 cuando se haría evidente un cambio en el derrotero de la es-critura de la historia y sobre los estudios de la estructura social de los centros mineros del norte de la Nueva España, escenario en el cual, gradualmente se irían incorporando miradas hacia San Luis Potosí como un poblado multi-étnico en donde se incluyen a los descendientes de africanos como partici-pantes de la sociedad de castas en la que habría que considerar la etnicidad del negro y mulato en el teatro social9. A partir de este parte aguas en las tra-diciones historiográficas, el presente trabajo intenta contribuir al estudio de la pobla ción de origen africano en el norte de la Nueva España, reconocien-do la profundidad del comercio de esclavos en San Luis Potosí como pobla-do fronterizo y minero para integrar el caso potosino a las aportaciones de las investigaciones realizadas sobre la población y cultura afronovohispano en tiempo y espacio.

Un aspecto importante que se ha mantenido vigente en torno a los estu-dios afroamericanistas, es la tendencia hacia una sólida cooperación acadé-mica entre antropólogos e historiadores, con lo cual se ha privilegiado una aproximación del problema en los terrenos interdisciplinarios como fórmu-la para entender mejor la presencia del negro en el pasado colonial mexica-no. En otras palabras, gradualmente hemos sido testigos del nacimiento de una tradición de estudio del pasado africano en el aire temporal del hispa-noamericanismo.

En este orden de ideas, la labor de revisar la presencia del negro en la fron-tera minera del norte de la Nueva España podrá aportar argumentos com-parativos en los estudios de otros espacios de la América Española en donde se arraigó profundamente la esclavitud como institución.

El trabajo que el lector tiene en sus manos tiene como objetivo principal revisar la dinámica del comercio de esclavos africanos en un real de minas de la frontera norte de la Nueva España: San Luis Potosí. Así mismo, se pretende analizar la influencia y contribución de la población africana en la economía (minería, comercio, servidumbre, o en el desempeño de diversos

8 Peña, Estudio histórico sobre…,1979.9 Carmagnani, “La estructura demográfica…, p. 455.

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oficios). En la última parte del texto daremos cuenta de las maneras en las cuales, la población de origen africana se integró (en cautiverio y en liber-tad) en el complejo tejido social y población de este centro minero-comer-cial en el cual construyó un lugar durante buena parte del período virreinal hasta su integración en el proceso de mestizaje. En este horizonte, la preten-sión ulterior del trabajo se orienta en situar la dimensión histórica y multifa-cética de la presencia de esclavos africanos tanto en el pasado potosino como en la emergencia de una nueva frontera en los estudios sobre el septentrión minero novohispano: la de los esclavos fronteros.

En el cumplimiento de los objetivos de cada sección de la obra se privile-giará la aportación de nuevos argumentos a los capítulos escritos sobre el pa-sado virreinal potosino para consolidar una mirada integradora y diferente sobre la población africana en el escenario de la frontera norte novohispana.

Los ejes de análisis por los cuales transitaremos en nuestra revisión del pro-tagonismo de los esclavos en San Luis Potosí desde la última porción del siglo xvi hasta el siglo xviii darán cuenta de aspectos tales como el volumen de la trata negrera, el escenario comercial y social en los cuales la esclavi-tud se desarrolló en las esferas locales y regionales. Así mismo, revisaremos la actuación de los comerciantes de cautivos, sus redes y los mecanismos que les permitieron llevar a cabo la circulación de cautivos y la vertebración de un mercado de esclavos local en la frontera norte de la Nueva España, conectado a los centros de distribución interna y con el mundo atlántico. Como complemento al estudio de la trata de esclavos, la segunda parte del trabajo se enfocará en revisar la integración de la africano a la población y sociedad del San Luis Potosí virreinal. En esta porción del trabajo y en base a la documentación disponible, intentaremos reconstruir las maneras y ma-nifestaciones con las cuales se percibió al esclavo en la sociedad y economía potosina en el espacio temporal del estudio.

La última parte estará consagrada a reconstruir los caminos de la resisten-cia cultural del esclavo y la incorporación de la población de origen africano tanto en la dinámica poblacional como en el tejido social de un real de mi-nas los reales de minas como San Luis Potosí, sujeto también a una muta-ción en su configuración original. Uno de los grandes retos del trabajo será explicar cómo encajó el sistema esclavista en un centro minero del septen-trión novohispano, en el cual y en concordancia con otros poblados de la

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11Introducción

misma naturaleza económica, permitieron la existencia de un mercado de mano de obra libre, con trabajo remunerado y caracterizado por un alto ín-dice de movilidad geográfica entre los trabajadores.

En el plano del conocimiento acumulado sobre los ejes temáticos que atra-viesan el trabajo, es pertinente intentar en primer lugar una revisión histo-riográfica en torno a la presencia del africano esclavo en los reales de minas del septentrión novohispano y las maneras en las cuales se ha hecho percep-tible o invisible a la población de origen africano en la estructura demográ-fica y social de cada caso en particular.

Nos queda claro en primera instancia, que una característica compartida por todos los reales de minas novohispanos del norte (incluyendo el caso po-tosino), fue la circunstancia que acompañó al establecimiento de estos cen-tros productivos: la ausencia de una densidad mínima de población nativa que asegurase el flujo de mano de obra para el apuntalamiento de la minería y las actividades económicas complementarias. Este escenario demográfico, ocasionó que los mineros padecieron permanentemente de una insolvencia en la fuerza laboral para el laboreo de las minas y en las haciendas de be-neficio. Ante esta circunstancia, los mineros al unísono hicieron llegar a la Corona Española en diferentes momentos de los siglos xvi y xvii, solicitu-des de envío de remesas de esclavos africanos para sustituir la fuerza de tra-bajo que no podía aportar la población indígena dispersa y hasta diezmada por las acciones bélicas y por las enfermedades importadas del viejo mundo. Sin embargo, en la construcción teórica del binomio minería-esclavitud en el norte de la Nueva España debemos explorar en escenarios historiográficos más profundos con el fin de tratar de obtener una imagen integradora de esclavo en la ecuación de la minería virreinal y la sociedad en los territorios de frontera.

El esclavo africano en la gama de tintes historiográficos.

En la actualidad, una revisión de los estudios historiográficos sobre el pa-sado colonial mexicano producida en los últimos 20 años, nos arroja luces sobre las nuevas propuestas para analizar y reconstruir las huellas de la po-blación de origen africano en distintas regiones y en diferentes escenarios de su participación en la economía, la población, en el folklor y en el tejido

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social. Sin lugar a dudas, en las propuestas teóricas apuntaladas desde la his-toria social y la demográfica así como desde la perspectiva de la etnohistoria, se puede afirmar que la semilla plantada por Aguirre Beltrán en la década de 1940, ha contribuido a ampliar el catálogo de temas de estudio sobre la población negra en el pasado regional mexicano. Incluso, se han logrado articular trabajos sobre determinadas regiones históricas de nuestro país en donde se suponía una presencia muy discreta de africanos pero a la luz de las nuevas miradas historiográficas, se ha ido integrando naturalmente a la población negra como el tercer (o segundo) gran componente demográfico y cultural del México virreinal. Así mismo, se ha avanzado en la revisión del paradigma que explica la presencia del africano en el pasado colonial dentro del marco de estudio del movimiento (forzado) de población más formida-ble que se ha experimentado en la triangulación entre la vieja Europa, África y el Nuevo Mundo.

Entre los estudios más importantes que han tratado el pasado de la pobla-ción negra en Hispanoamérica sobresalen los trabajos de Bowser para el caso del Perú (1974), Mellafe en su concisa síntesis sobre América Latina (1973), tema que es trabajado en las contribuciones similares de Schwartz (2002) y Ares y Stella (2000). Por su parte, Thomas (1998) ha elaborado una de las enciclopedias más extensas sobre la historia de la esclavitud y en la cual se abren generosas aproximaciones acerca del africano en el mundo atlántico. En el ámbito de las obras que abordan el caso de la población negra y afro-mestiza en México, a las contribuciones clásicas como las de Aguirre Beltrán en términos generales (1944,1946, 1958), se agregan las propias de Love para la ciudad de México (1971) y Carroll para Veracruz (1991), trabajos que se han unido a una nueva corriente de estudios en donde encontramos a au-tores como Martínez Montiel (1994), Ngou-Mve (1994), Bennett (2005) al igual que las de Vincent (1994) y Vinson (1995). En la particularidad de los estudios regionales del México colonial, las contribuciones historiográficas se han enfocado en dar cuenta de la presencia negra en los lugares de des-tino de la gran diáspora africana en la Nueva España. Subrayamos también en este conjunto a estudios adicionales sobre el negro en Veracruz como los trabajos de Naveda (1987), y Winfield Capitaine (1984) entre otros. A este catálogo de obras se le deben agregar los propios que discuten reconstruc-ciones históricas del legado africano en Michoacán (Chávez, 1994), en la

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13Introducción

ciudad de México (Mondragón, 1994), en el ámbito urbano de Guadalajara (Fernández, 1991) y en Tamaulipas (Herrera Casasús, 1998). Sin embargo, vale la pena reconocer que a pesar de estas contribuciones para estudiar a la población africana en el periodo virreinal mexicano, existen todavía una diversidad asuntos pendientes de ser abordados.

En el tema del comercio de esclavos, es posible profundizar en un amplio repertorio de trabajos entre los cuales sobresalen las aportaciones de Vila Vilar (1977, 1987) cuyo análisis en un referente obligado cuando se estudia la era dorada de tráfico de esclavos bajo las pautas de los Asientos portugue-ses que hasta el año de 1640 marcaron el dinamismo de la trata negrera. Para el estudio del comercio de esclavos posterior a 1640, las obras indispensable son las de Vega Franco para los Asientos de los comerciantes Grillo y Lo-melín (1984) y el tratado de Torres (1973) que reconstruye el comercio de negros durante el siglo xviii, bajo la mirada de distintos intereses dentro y fuera de España.

En la historiografía del norte de México y especialmente sobre los centros y distritos mineros del periodo colonial mexicano también llamados reales de minas, encontramos muy pocos estudios enfocados en estudiar la pre-sencia africana en estos escenarios económicos en donde repetidamente se hizo notoria la escasez de población y la volatilidad de la mano de obra. En sí, se han dedicado muy poca tinta para reconocer la presencia del africano en los distintos sectores de la vida de los poblados de vocación minera y su aportación tanto en la estructura económica como en la colectividad orga-nizada. Es evidente que se ha estudiado más el trabajo esclavo y su papel en la economía colonial en los obrajes, pero muy poco en la minería, así como en la arriería los servicios domésticos y el comercio callejero10.

Este vacío temático es un tanto contradictorio ya que a pesar de la profun-didad con la cual se ha estudiado a los principales reales de minas del septen-trión novohispano, no se ha integrado aún un tratado en el cual se discuta la participación del africano en las distintas esferas de la vida en los centros mineros. En todas las obras que han abordado el pasado de los centros pro-ductivos de la geografía minera del norte, los autores han resaltado una serie de condiciones presentes en los reales de minas y una gran interrogante que

10 Guevara Sanginés, “Perspectivas metodológicas en los…”, p. 80.

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se puede erigir a su interior. En primer lugar, el reiterado reconocimiento de la escasez de mano de obra como el principal impedimento para asegurar la producción permanente de metales. En segundo término, el señalamiento de las repetidas peticiones de negros que hicieron los mineros a la Corona en distintos momentos para justamente conjurar la amenaza del des abasto de trabajadores.

En este orden de ideas, nuestra primera gran interrogante se dirigió justa-mente en intentar responder porqué las remesas de esclavos africanos fue-ron prácticamente inútiles en la minería?11 Interrogante que prontamente se transformó en otra pregunta asociada a las causas por las cuales la población de origen africano no había despertado el interés de los estudiosos del pasa-do del septentrión colonial mexicano.

En este sentido, entre los pocos estudios que han subrayado la presencia de actores históricos que podríamos denominar esclavos fronterizos norteños, reconocemos la aportación del estudio sobre la negritud cautiva en Saltillo por Valdés y Dávila (1989) así como por Reyes Costilla y González (2001) ambos en el marco de la historia social en la cual tanto se reconstruye tanto el pasado de la población africana como el de los personajes europeos a quie-nes les sirvieron o bien los usaron como mercancía. En complemento del estudio del norte negro, el trabajo de Gómez Danés (1996) al mismo tiempo que intenta rescatar el estudio del esclavo en la historiografía etnocentrista, resalta la participación del africano en el Nuevo Reino de León como coloni-zador y como objeto mercantil que sirvió tanto en ámbito de la servidumbre como en el desarrollo de la ganadería del noreste.

En la esfera de los estudios sobre la minería novohispana y la inserción del africano en esta actividad económica, el estudio sobre la explotación de las minas de Taxco nos sirve como una referencia para entender el uso de escla-vos africanos no tanto en las tareas de extracción de mineral que estaba en manos de los indios, sino en el intento de optimizar la producción de los ya-cimientos en función de una supuesta fortaleza física del africano a quien se le confiaron las tareas de quebrado, secado y refinación de los minerales. En Taxco, los empresarios mineros aprenderían con un alto costo, la ineficacia del esclavo negro al interior de las minas, pero sí sabrían aprovechar la uti-

11 Ngou-Mvé, “Historia de la población…”, p. 44

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15Introducción

lidad del africano para capitanear las cuadrillas de operarios indios o bien como capataces12.

Muchos puntos de vista han coincidido en señalar que en los escenarios mineros de la América española, en tanto se fue consolidando la presencia de la población africana se hizo más evidente su poco aprovechamiento en las labores extractivas de minerales. En sentido contrario, se ha dicho tam-bién que otras capacidades identificadas entre los africanos en el trabajo mi-nero, los llevó a ocupar puestos de privilegio sin competencia alguna con la población nativa13. Al final de cuentas, un concepto vital en el entendimien-to cabal de los centros mineros ha sido el componente de la mano de obra, tan escasa y sujeta a tanto escrutinio y vigilancia, en la cual podrían partici-par esclavos14 y en algunos casos, la intervención del africano que fue con-cebida para llenar los vacíos de población en las minas del centro de la Nue-va España, sí fue una solución en centros de producción como Zumpan go y Sultepec. Así mismo, el africano fue implantado en situaciones laborales muy especializadas como en el método de beneficio de metales por amalga-mación en reales de minas como Guanajuato en donde se llegaron a sumar hasta 224 esclavos, mientras que en lugares como Temascatepec se sumaron a este tipo de tareas 200 más y en Taxco se llegaron a contar hasta 600 cau-tivos en este tipo de faenas a mediados del siglo xvi15.

Los reales de minas del septentrión novohispano y los esclavos africanos.

Según Peter Bakewell, si tuviéramos la capacidad de ubicarnos en las ca-lles de una ciudad de Zacatecas en algún momento de inicios del siglo xvii, seguramente escucharíamos las voces graves de los africanos, el sonidos de sus tambores así como los cantos negros en el paisaje sonoro del poblado, opacando los ecos de los indios urbanos y los sonidos de la hispanidad16.

12 Reynoso, “Esclavos en las minas…”, p. 146.13 Mellafe, Breve historia de la esclavitud…, p.96.14 Von Mentz, Trabajo, sujeción y libertad…,p. 185.15 Von Mentz, “Esclavitud en centros minero…”,p. 260-261.16 Comunicación Personal con Peter Bakewell, Zacatecas, Zacatecas, Marzo de 2005.

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Sin embargo, a pesar de esta invitación que Bakewell nos hace para escuchar las voces dormidas del africano en las ciudades del México colonial, él mis-mo en su importante trabajo sobre Zacatecas no pudo incorporar una pro-funda mirada sobre al africano esclavo en las minas sino se enfocó en otros temas y preocupaciones que enfrentaron los empresarios vascos para pro-ducir plata así como para consolidar una sociedad minera. La reducida aten-ción que Bakewell le dedicó al análisis de la esclavitud es un aspecto que está presente también en otros estudios de la minería colonial novohispana. En muchas de las obras, tal parece que el mejor camino para entender la par-ticipación del africano esclavo y libre como actor histórico en los centros minero del norte de la Nueva España fue el de continuar por la ruta marca-da por algunos cronistas contemporáneos. En este sentido, buena parte de los estudios sobre los reales de minas del norte novohispano, sino es decir todos, se han apoyado insistentemente en el trabajo del Obispo de Guadala-jara Alonso de la Mota y Escobar y su indispensable Descripción Geográfica de los Reynos de Nueva Galicia, Viscaya y León que se ha convertido en un referente historiográfico obligado para el estudio de la negritud en el sep-tentrión de la Nueva España. En este trabajo, Mota y Escobar nos traduce la realidad de los esclavos africanos en las minas zacatecanas con tal grado de agudeza que muchas de sus aseveraciones se han transformado en formida-bles sentencias sobre el africano en la Nueva España como aquella que dice que en torno a los negros es malo tenerlos, pero peor carecer de ellos.

En el ámbito de la minería de la América Hispana, es importante resaltar que los trabajos que han abordado la participación de negros en esta indus-tria, han subrayado la presencia del esclavo africano en la producción de oro de aluvión o también llamados “lavaderos de oro”(Sharp, 1976 y Wade, 1997). Sin embargo, esta no fue la realidad de los reales de minas norteños, por lo cual en la generación de conocimiento sobre el pasado de los centros mineros todavía encontramos varias lagunas en cuanto a la explicación de cómo se dio la incorporación de los negros en las labores de extracción de mineral y beneficio de metales en las haciendas de beneficio de patio o bien utilizando el método de fundición que fue el binomio de producción de me-tales en la Nueva España

Para ampliar nuestra percepción en torno a este tema, es necesario recono-cer dos presupuestos teóricos. El primero de ellos esta asociado al hecho de

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17Introducción

que durante el periodo colonial iberoamericano, la mano de obra utilizada en la minería de la plata en ocasiones fue reclutada dentro del esquema de la coacción ejercida hacia los indios mas no por el uso de la esclavitud del afri-cano. A través del sonsacamiento de operarios y su endeudamiento salarial, los empresarios intentaron retener y arrebatar la mano de obra disponible en los espacios de extracción y beneficio de metales.

En segundo lugar, en torno a la minería del oro en las Indias, se ha recono-cido que la principal fuerza laboral fue proporcionada por los negros y sus descendientes. Así, en contraposición, muy poco esfuerzo se requirió de la población nativa en lugares en donde la producción de oro consistía en el lavado de lodos mas no en labores de extracción del mineral de las entrañas de los cerros.

En este orden de ideas, de esta ecuación desprendemos el hecho de que en función de que la minería de la plata dio más dividendos a la Corona y que la mayoría de los yacimientos minerales fueron de ese metal, se ha privilegiado el estudio de los centros de producción de plata quedando en un segundo plano la obtención de oro. En sentido opuesto, acerca de la minería del oro en la América española y en particular de la Nueva España, se desconocen aún muchos aspectos relacionados a los patrones del trabajo minero y de productividad. Lo que sí nos en quedan claro son los escenarios geográficos característicos en la producción de oro y plata.

Los centros plateros están ubicados en regiones frías, secas y de altura con-siderable sobre el nivel del mar, mientras que los yacimientos de oro se ha-llan en zonas bajas, húmedas y calurosas. Estas características geográficas en la producción de los dos metales preciosos influyeron también en las rela-ciones entre africanos y nativos17.

Sin embargo, para el caso de la minería potosina, esta fórmula no aplica del todo, ya que las minas del Cerro de San Pedro que en parte dieron origen a la fundación de San Luis Potosí han conservado desde el siglo xvi la parti-cularidad de producir más oro que plata. A la par de esta característica, los minerales provenientes de las minas potosinas, a diferencia de los otros rea-les de minas novohispanos como Guanajuato y Zacatecas, se beneficiaron principalmente por el método de fundición. Por el lado de las relaciones y

17 Lane, “Africans and natives,… p. 162.

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dinámicas del trabajo minero, en el Cerro de San Pedro se observaron las características propias de la minería argentífera pero para producir oro y plata lo cual hace del caso potosino una peculiaridadque apenas se esta aso-mando en el catálogo historiográfico sobre la minería y del norte próximo de la Nueva España18.

En todo recorrido teórico sobre de la minería de la plata novohispana, el estudio de Zacatecas nos ha servido de referencia ya que desde mediados del siglo xvi, este real de minas fue el centro productor más importante dentro y fuera de la Nueva Vizcaya. Pero, la producción constante de plata en Za-catecas, como en otros reales de minas norteños, estaba condicionada por varios factores. Entre los problemas más agobiantes a los que se enfrentaron los empresarios mineros se reconocen: el abasto de azogue, el suministro de alimentos para dar de comer a los operarios así como a las bestias de carga y de fuerza motriz. Pero sobre todo, una preocupación constante fue el ase-gurar la concurrencia de mano de obra para mantener las minas trabajando. Ante la poca utilidad de la esclavitud practicada con la población de pueblos nómadas que escasamente fue usada para laborar en las minas zacatecanas, se privilegió el trabajo libre asalariado, que se convirtió en la norma más uti-lizada en los reales de minas más importantes del septentrión novohispano. En ocasiones, para retener a las cuadrillas de trabajadores y arraigarlos a un feudo minero, los empresarios ofrecieron a sus operarios mineros (barrete-ros y tenateros principalmente) el usufructo mismo de los yacimientos en el otorgamiento del llamado “partido”. Esta práctica de remuneración no era otra cosa más que el otorgamiento de una porción de mineral proveniente de las minas en los que laboraban. Los trabajadores, por ellos mismos po-dían seleccionar el mineral de los “partidos”, fundirlos, refinarlos y vender los lingotes o tejos de plata a los rescatadores de plata. Otro recurso emplea-do para asegurar una nómina mínima de empleados fue el darles adelantos de sueldo y préstamos sobre las jornadas de trabajo comprometidas, pres-taciones que no impidieron que los trabajadores abandonaran sus labores. Ante este horizonte económico de mucha plata por beneficiar y poca mano de obra existente y disponible, fue comprensible el reclamo que frecuente-mente hicieron los mineros de Zacatecas para ser rescatados, y hacer llegar

18 Montoya, San Luis del Potosí…, 2009.

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19Introducción

gente a sus labores aunque fuera en el esquema de la esclavitud y de latitudes muy lejanas.

De las pocas noticias sobre los africanos en Zacatecas rescatamos datos dis-persos pero significativos de los primeros pasos de los esclavos en las minas. Por 1550, el Licenciado Hernán Martínez de la Marcha fue comisionados por el gobierno de la Nueva Galicia a realizar una visita general de la juris-dicción en la cual durante su estancia en la recién fundada ciudad de Zacate-cas recopiló noticias acerca de la existencia de 235 casas de esclavos y más de 155 vetas en tareas de extracción y beneficio de plata en las cuales prevalecía la remuneración por el trabajo libre.19 Con estos datos es muy difícil hacer el cálculo para saber de qué tamaño era la población de esclavos y quiénes eran sus dueños. Sin embargo, en otros informes de la época se mencionaba que solamente un empresario minero como el opulento Cristobal de Oñate tenía a su disposición una nómina de 1,000 esclavos de su propiedad con lo cual es factible que en la Zacatecas de mediados del siglo xvi, la población de esclavos podía haber alcanzado la suma de más de 3,000 individuos y que después de medio siglo el total de cautivos (mulatos y negros) representaba el 60% de los tributarios20.

En otra mención estadística en la cual se vislumbra a los esclavos africa-nos en Zacatecas, la información es un tanto contradictoria no tanto en las cifras sino en algunos detalles del informe fechado a inicios del siglo xvii. En la referencia, según las observaciones de Alonso de la Mota y Escobar, se informaba que en la ciudad habían unos 800 negros y mulatos, 1,500 indios y 300 españoles. No obstante, el Obispo también mencionaba que los negros en las minas, en los ranchos y en las haciendas de beneficio, estaban contra-tados bajo las condiciones del trabajo asalariado21. Mota y Escobar también estableció que los negros eran más valuados al interior de las casas de los empresarios mineros, en donde desempeñaban tareas propias de la servi-dumbre doméstica. Con este conjunto de observaciones, se puede decir que a través de la crónica del religioso, la gente de piel oscura que trabajaba las

19 Román Gutiérrez, “Origen de los barrios, …p.3.20 García González, Familia y sociedad en Zacatecas,…pp. 32, 115.21 Mota y Escobar en Bakewell, Minería y Sociedad en el México,…p. 72.

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minas estaba contratada bajo el esquema salarial no tanto esclavizada, y la presencia de africanos como esclavos sujetos al servicio de las casas.

A la distancia de la época de la visita del Obispo, otros trabajos han vuelto la mirada hacia el pasado de la ciudad de Zacatecas y en este sentido, la obra de Bakewell reconoce solamente al actor africano en el esquema tributario fiscal resultado del proceso de la compraventa de esclavos. Así mismo, el autor recupera el tema de los precios de los esclavos en función de la distan-cia entre los mercados de esclavos y los puntos de su comercialización en el norte de la Nueva España. Sobre el mercado interno de esclavos en Zacate-cas, Bakewell nos ofrece una perspectiva muy limitada sobre aspectos como los mecanismos de compraventa, la relación de los precios entre negros y los mulatos, así como las diferencias en el costo de acuerdo a la edad y el sexo. Siguiendo las informaciones de la Mota y Escobar, Bakewell calcula que los negros llegaron a cubrir hasta un 20% de la fuerza de mano requerida en la minería zacatecana y señala que muy pocos esclavos africanos fueron orien-tados a las labores dentro de las vetas por su poca resistencia a la exposición al frío y la humedad. Sirvieron mejor a sus dueños en las tareas de acarreo y lavado de metales en las haciendas de beneficio. En el balance final de la obra, Bakewell no explora a profundidad la participación del africano en la estructura demográfica y social de Zacatecas del siglo xvii.

Para el Zacatecas del siglo xviii, los trabajos de García González nos han permitido percibir que la presencia de la población africana continuaba vi-gente en el periodo de estudio y que incluso algunas de las riquezas que se obtuvieron en las bonanzas mineras del momento fueron suficiente para que algunas negras y mulatas las recibieran aún siendo sirvientas de amos ricos. Los costosos vestidos y joyas con los cuales se vistieron a las negras fueron reflejo de la opulencia de las ganancias mineras de finales del siglo xviii22 y son aspectos que nos ilustran cambios substanciales en la vida de los esclavos de Zacatecas sobre quienes esta pendiente de realizarse un es-tudio a fondo.

La segunda joya de la minería novohispana fue el real de minas de Gua-najuato ya que se le ha identificado como el escenario de mayor producción de plata durante el siglo xviii. Desde su fundación como poblado norteño a

22 García González, Familia y sociedad en Zacatecas,…p. 162.

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mediados del siglo xvi, Guanajuato cumplió con una función importante en la colonización del septentrión y como polo de atracción de contingentes de trabajadores indios en su mayoría, a laborar en las minas. También fue des-tino geográfico de esclavos africanos y al igual que en Zacatecas, los negros no participaron en los trabajos de extracción de minerales aunque este as-pecto no impidió el desarrollo de un comercio de cautivos africanos. Según el trabajo de Velásquez, en el siglo xvii, mercaderes de Guanajuato llevaban a vender esclavos a lugares como Silao, León, Irapuato y Celaya. Además de las adquisiciones, algunos vecinos de Guanajuato traspasaron la propiedad de esclavos por herencia y en el otorgamiento de dotes23.

Entre los estudios sobre Guanajuato en la época virreinal, trabajos como los de Brading se han consagrado en resaltar las características que distin-guían a los trabajadores mineros: la libertad, la movilidad y el despilfarro en el cual se evaporaban los salarios. Pero en este catálogo de atributos no encaja el tema de la esclavitud ya que Brading por una parte nos descubre el velo del trabajo voluntario de los indios que migraban a Guanajuato y por la otra, las labores forzadas para algunos nativos de las naciones chichime-cas que fueron esclavizados para labrar las minas. Un real de minas como Guanajuato además de florecer como un polo productivo, fue también un escenario de interacción social y en este sentido, los hallazgos de Brading reconocen la participación de la sangre africana en el proceso del mestizaje (o afromestizaje) del siglo xviii. Los escasos datos estadísticos que han ser-vido de andamio para la reconstrucción del pasado colonial de Guanajuato y su jurisdicción subrayan la presencia de la población mulata representan-do casi el 30% de los vecinos en el año de 1792. Así mismo, en la estructura socio económica, los africanos y sus descendientes tenían una participación de más del 50% en el mercado laboral y se desempeñaban en ocupaciones como la arriería, en la minería, al igual que como zapateros, panaderos y en otros oficios24.

Sin embargo, la invisibilidad del africano en el Guanajuato colonial, mas no de sus descendientes, bajo la mirada de Brading ha sido revisada a partir de una perspectiva de trabajo más integral y dedicada al reconocimiento de

23 Velásquez, La Huella negra…, p. 14.24 Brading, Mineros y comerciantes…,p. 331.

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la negritud esclava. Guevara Sanginés en su trabajo sobre las raíces africanas en este poblado minero reconoce que la invisibilidad en la cual se encuen-tran los esclavos en los estudios históricos se debe a la importancia exacerba-da que se ha construido alrededor del protagonismo del español como prin-cipal actor del pasado de poblados como Guanajuato25. En la búsqueda de ofrecer una nueva mirada al pasado oscuro de Guanajuato, la autora propo-ne una revisión de la participación de los negros que tiene como punto de partida la identificación de los lugares de origen de los esclavos en la madre África. Así mismo, se considera importante saber cuáles fueron los puntos de entrada y de comercialización de los cautivos, o bien los métodos a través de los cuales resistieron la subyugación. Las huellas del africano se pueden reconstruir también a través de la toponimia, o bien por medio del estudio de los mecanismos por los cuales en los africanos cambiaron de propietario ya sea como objeto en las dotes, en las herencias, garantías y en las promesas de pago. Por último, la autora propone que tan importante es conocer las vías de la esclavitud como los caminos para obtener la libertad26.

Al igual que en el caso expuesto por Bakewell para Zacatecas, Guevara S. tiene muchas dificultades para documentar las fluctuaciones en el comercio de esclavos, así como el trabajo del esclavo africano en las minas de Guana-juato. Lo que sí se obtiene en el estudio es el reconocimiento del papel des-empeñado por los negros en el servicio doméstico, en la agricultura de ce-reales y en el campo de la ganadería. Para el siglo xviii, el auge económico de la minería de Guanajuato tal parece que sirvió de marco para apreciar el gradual abaratamiento del precio de los eslavos y el aumento en las inicia-tivas de obtención de la libertad de los mismos en un poblado norteño con característica de multietnicidad y en donde las relaciones entre los esclavos y sus propietarios hispanos fueron amistosas y pacíficas a pesar de las sen-tencias de los hispanos más recalcitrantes que recitaban en algunas máximas su sentir sobre los pueblos mineros y sus vecinos. Una de ellas, la podemos aplicar a un rincón de la Nueva España como Guanajuato:

“Minas sin plata, sin verdad mineros, mercaderes por ella codiciosos,

25 Guevara Sanginés, “Participación de los africanos …, p. 138.26 Ibid. p. 151.

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23Introducción

caballeros de serlo deseosos, con mucha presunción bodegoneros. Mujeres que se venden por dineros, dejando a los mejores muy quejosos; calles, casas, caballos muy hermosos; muchos amigos, pocos verdaderos Negros que no obedecen a sus señores; señores que no mandan en su casa; jugando sus mujeres noche y día; colgados del Virrey mil pretensores; tiánguez, almoneda, behetría… Aquesto, en suma, en esta ciudad pasa[.]”27

Al inicio del siglo xix tal parece que la historia de los africanos y sus des-cendientes en Guanajuato parece detenerse en el tiempo28, pero es precisa-mente en este periodo y en los albores del siglo siguiente, cuando en Gua-najuato se congelaron imágenes de los descendientes de africanos que nos brindan una paradójica oportunidad de abrir una ventana al pasado y ver directamente un reflejo de los esclavos africanos que visitaron un estudio fo-tográfico en Guanajuato. Ante la contundencia de la imagen, se puede pues proponer un cambio de dirección en la manera de abordar el problema de la invisibilidad historiográfica en la cual se encuentran todavía cautivas mu-chas Áfricas en el pasado mexicano.

En un escenario más lejano en el horizonte septentrional de la Nueva Espa-ña, podemos reconocer también la presencia del africano en la comunidad minera de Parral. Ubicada actualmente en la porción sur del estado mexica-no de Chihuahua, fue un real de minas que posiblemente ha sido el que más ha llamado la atención de los estudiosos de la minería y coincidentemente también de la población africana de su interior como parte de las aportacio-nes que se han entretejido para analizar a este poblado minero.

En un amplio catálogo de temas y perspectivas de estudio, el pasado de Pa-rral ha sido explicado a partir de aproximaciones económicas y geográficas, con los recursos metodológicos de la historia demográfica, y en el caso que

27 Relación de Dorantes, 1604. Baudot en Falcón Gutiérrez, Guanajuato, minería, comercio…,p. 25.28 Velásquez, Op. Cit., p. 15.

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nos incumbe, sobre la esclavitud de africanos en el siglo xvii también se han escrito varios capítulos sobre el periodo de apogeo del comercio negrero.

Por orden de antigüedad, el trabajo pionero sobre la comunidad minera de Parral de Robert West está fundamentado en los aspectos geográficos de los reales de minas norteños, en los cuales se inscribe también a los poblados de Santa Bárbara, Parral y Santa Eulalia dentro del escenario económico de la minería en la Sierra Madre Occidental. En todos ellos, los mineros se enfren-taron al obstáculo de la distancia como principal problema en el abasteci-miento de los insumos mineros. La distancia hacia los mercados de mano de obra del centro del reino, hizo que en Parral se desarrollaran ciertas caracte-rísticas para llevar a cabo el reclutamiento de trabajadores. En tres distintos momentos de su desarrollo como centro minero, en Parral se implementa-ron tres fórmulas para el enrolamiento de la fuerza de trabajo: 1) al inicio de la época colonial y del poblado en sí, se llevó a cabo la incorporación de trabajadores forzados a través del repartimiento; 2) durante la colonia tar-día, prevaleció la modalidad del trabajo libre, voluntario y asalariado; 3) una tercera opción y la menos empleada para procurar mano de obra, consistió en el uso de esclavos indios, tomados en cautividad por medio de acciones bélicas, en el marco de la “guerra justa”. En esta última circunstancia, el uso de esclavos nativos estuvo plenamente justificado en la política colonial ya que esta práctica coadyuvaría en el sometimiento de los grupos de nómadas del norte de la Nueva España. Pero estas condiciones no fueron los únicos métodos, ya que en algunos episodios en el pasado de Parral, coincidieron las tres variantes, e incluso se les agregó la modalidad de la esclavitud de los negros africanos29.

Dentro de los argumentos de West en torno a la esclavitud y para hacer visibles a los africanos de Parral, el autor se apoya en los fundamentos de la tradición romana que era parte de la mentalidad de los colonos españo-les en la cual la apropiación de esclavos estaba justificada al considerar al cautivo como un ser humano de categoría ínfima. Pero, en este centro mi-nero, el argumento mencionado tal parece que se ajustó mejor al caso de la subyugación de los genéricamente llamados chichimecas de los territo-rios norteños y en una escala reducida con la población de origen africano.

29 West, The Mining Community…, p. 47.

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25Introducción

La explicación de West sobre los negros en Parral viene a complementarse con los estudio de Mayer (1974) y el propio de Hendricks y Mandell (2003) quienes en primera instancia establecen la relación entre la comunidad por-tuguesa y el comercio de esclavos en la localidad. Las obras de los autores citados exploran temas como el esquema de la legalidad de la esclavitud, los aspectos financieros y en la dimensión demográfica de la comercialización de seres humanos. Por su parte, el trabajo de Mayer es el único dedicado a la revisión del esclavo africano dentro de las sociedades de los reales de minas de la frontera norte novohispana y tal parece que la tesis central del autor se orientó en identificar la trascendencia que tuvo la importación de esclavos a un centro minero como Parral. Al reconocer nuevamente las circunstancias de la escasez de mano de obra en las minas, Mayer resalta la variable del precio de los esclavos que condicionó la constitución del elenco de compra-dores de negros: los ricos comerciantes, los hacendados y los mineros que adquirieron sus piezas en el mercado de esclavos más cercano que estaba ubicado en Zacatecas30.

El autor además de analizar las cifras de la trata, revisó también los tipos de contratos de compraventa y en base a la profundidad de su información nos ofrece una perspectiva de las regiones de África de las cuales fueron originarios los esclavos así como una tipología de los mismos en función de sus peculiaridades de aculturación al mundo hispanoamericano (negros bozales, “entre bozales y ladinos”, ladinos, y el comercio interno de “esclavos criollos”). La última parte de esta aproximación esta consagrada a examinar el papel del esclavo en la sociedad y en la población en función del peso del comercio esclavista en el cual se valora mejor al africano como un objeto de propiedad que como un ser humano. En su argumentación, Mayer identifi-ca la presencia del negro como objeto de trueque, como componente de do-tes, como garantía de fianzas o como garantía para respaldar pagos de deu-das o bien como un objeto en el cual se puede inscribir con fuego las marcas del propietario31. Así mismo, el autor reproduce las actitudes estereotipadas de las autoridades civiles hacia los esclavos a los que tachaban como flojos o con propensión a la borrachera y a los juegos de azar. Finalmente, también

30 Mayer, The Black on New Spain´s…, p. 8.31 Ibid., p. 26.

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queda al descubierto que muchos esclavos, principalmente negras y mula-tos, se las ingeniaron para ahorrar y pagar el precio de su libertad.

El caso de Parral nos sirve de referencia y de coincidencia con los otros po-blados mineros, para subrayar la vigencia de la esclavitud indígena en el nor-te de la Nueva España, y de cómo ésta imprimió un matiz muy peculiar en el desarrollo de las sociedades esclavistas de los centros mineros del norte. El tema de la esclavitud indígena ha sido abordado en tratados clásicos como el de Zavala (1994) y en años más recientes, el trabajo de Ferrer (2011) es una provocación para reconsiderar la esclavitud de los pueblos chichimecas del norte de la Nueva España. En este escenario historiográfico, estaríamos en la posición de integrar dentro de la ecuación de estudio de la esclavitud, la particular de los nativos y la trata negrera. Basta recordar y enfatizar que los centros mineros a los que nos hemos referimos se erigieron en territorios en donde no existían asentamientos poblacionales sedentarios, por lo cual los empresarios mineros buscaron atraer con diferentes medios a los contin-gentes de trabajadores principalmente indios y mulatos del sur y occidente de la Nueva España32 pero también emplearon esclavos indios en las minas que fueron perseguidos y cazados para tal fin.

El trabajo más reciente sobre el real de minas de Parral y dentro del pano-rama de la Provincia de Santa Bárbara lo encontramos en los hallazgos de Cramaussel (2006) quien examina una vez más el aspecto de la población en tierras bárbaras y la escasa presencia de los esclavos africanos. Tomando como referencia la obra de Mayer, la autora nos invita a reflexionar acerca de las razones por las cuales ha prevalecido la invisibilidad histórica del es-clavo negro en el norte de México en un escenario historiográfico en el cual tal parece que se reconoce mejor la blancura característica de la época por-firiana y la propia de las relaciones regionales entre el norte de México y los Estados Unidos33.

A partir de un análisis de la información parroquial en la cual se entretejen datos de los bautizos, se establece el lugar del africano en la estructura po-blacional de Parral en donde representaron el 5% de los habitantes, cifra que refleja la baja tasa de crecimiento demográfico de los negros en este escena-

32 Alatriste, Desarrollo de la industria…,p.21.33 Cramaussel, Poblar la frontera…, 185.

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rio en el cual se privilegió la esclavitud de los nativos y en el cual algunos africanos fueron objeto de la hostilidad de los indios nómadas34. Cramaussel recalca también que el uso de la mano de obra cautiva en la Nueva Viscaya fue tan importante que desde estas latitudes norteñas de la Nueva España se solicitaba a la Corona española el encaminamiento de remesas enteras de esclavos para subsanar la escasez de operarios mineros así como de azo-gue, como hemos señalado para otros centros mineros. Sin embargo, la au-tora documenta que en Parral, la fortaleza física del africano fue aplicada en el manejo de los morteros usados para pulverizar el mineral y que no fue orientado a trabajar en contacto con el azogue sino preferentemente dentro del esquema de servidumbre, desempeñando tareas como criados, o bien como cocheros de aquellos hispanos que pudieron costear a los esclavos ya que el precio de uno de ellos era comparable al valor monetario de una casa de medianas dimensiones. Como un valor agregado, los negros de Parral que tenían la habilidad de dominar un oficio o cierta destreza artesanal, fue-ron adquiridos para asegurar con su trabajo, un ingreso económico a los dueños35.

Desde la perspectiva de la historia demográfica, Cramaussel explora ade-más aspectos sociales entre la población africana como la alta incidencia de hijosilegítimos (del 41 al 75% entre los bautizados) en Parral y el fenó meno casi inexistente del abandono de los hijos entre ellos. A partir del año de 1657, el estudio da cuenta de la gradual desaparición de los esclavos afri-canos al detenerse la trata bajo los Asientos portugueses y en relación in-versamente proporcional, empezaron a ser más notorios en el mercado de cautivos los mulatos esclavos, ya nacidos en la Nueva España. Con el caso de la minería de Parral y de la participación de los esclavos africanos, nos queda abierta la gran interrogante de la presencia del negro en un horizonte septentrional y minero tan distante, tan costoso y en el cual se cansaron de esperar la marea de esclavos como de mano de obra india. Lo que sí respon-de la obra, es en dejar en claro el destino del africano como objeto de servicio doméstico y como valor agregado en la economía norteña.

34 Ibid. p. 146.35 Ibid. p. 204-205.

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El centro minero de Parral estaba articulado al interior de un distrito en la Provincia de Santa Bárbara al cual perteneció también Santa Eulalia que ha sido estudiado por Hadley (1979) quien reconstruye aspectos de la minería y la sociedad en el siglo xviii. El periodo de estudio a pesar de que es lejano a la época de apogeo del comercio de esclavos africanos, nos ubica en un momento de prevalencia de la población con sangre africana en el protago-nismo de los mulatos libres y esclavos participando en la minería al lado de los indios. Los pocos negros de los que se habla en el pasado de Santa Eulalia, son reconocidos a la sombra de dos aspectos: 1) su elevado precio, y 2) su escasa participación en la minería de extracción y de una utilidad limitada dentro de las haciendas de beneficio36. Lo interesante de esta aportación his-toriográfica, es que además que dar cuenta de las características prevalecien-tes en la esclavitud del siglo xviii, es el hecho de que este poblado minero fue el escenario de muchas iniciativas para dotar a los esclavos de la libertad, ya sea por adquisición de la manumisión por los mismos cautivos o bien por voluntad de los dueños de esclavos quienes facilitaron el camino de la liber-tad. Ante esta circunstancia, negros libres como los de Santa Eulalia, pudie-ron experimentar cierto grado de movilidad social pero en primer lugar, ser dueños de sí mismos. Inclusive alguno que otro negro compró más que su libertad y se insertó en el padrón de dueños de establecimientos comerciales, con lo cual podemos apreciar los nuevos rostros del africano en los reales de minas septentrionales de la Nueva España en la historiografía del siglo xviii, época de mutación en la sujeción del africano y del surgimiento del sistema esclavista del mulato.

San Luis Potosí y el comercio de esclavos africanos.

Sobre la ciudad San Luis Potosí colonial, en años recientes se han inte-grado estudios como el de Montoya (2009) que propone una mirada revi-sionista del pasado demográfico y social potosino en el cual el protagonista africano apenas es reconocible en el análisis de las nóminas de trabajadores de las minas y del mercado matrimonial de la ciudad que al igual que el sis-tema esclavista, se transformó en el siglo xviii. En la misma época, San Luis

36 Hadley, Minería y sociedad…,p. 54.

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Potosí se fue alejando de su vocación minera para adoptar al comercio como actividad económica principal.

Acerca de la ciudad de San Luis Potosí se habían ofrecido puntos de vista previos como el de Carmagnani (1972) quien se encargó de estudiar las pre-ferencias matrimoniales y la construcción de las redes sociales de los habi-tantes de este real de minas en donde escasamente se reconoce la influencia de la población de origen africano. Casi treinta años más tarde, esta ausencia o vacío en la historiografía regional empezaría a ser trabajada por Proctor (2001) quien se enfocaría en estudiar la dinámica social y el protagonismo de la población africana en la ciudad en función del sentido de comunidad en la organización social de los esclavos en dos centros mineros, Guanajuato y San Luis Potosí. A pesar de que erróneamente ubica a la capital potosina como parte del Bajío mexicano y de no señalar puntualmente las fuentes en los que se sustentó el trabajo con archivos parroquiales, el trabajo de Proctor es valioso en resaltar el escenario familiar del esclavo tan poco conocido en los reales de minas. Bajo la mirada de este historiador norteamericano, la co-munidad esclava estaba abierta a la interacción social a la par que intentaba construir las bases de una “comunidad moral” en la cual se entretejen aspec-tos como la etnia, el género y la estratificación social. Más allá de la mirada novedosa de la obra, el estudio no profundiza en la participación de la po-blación africana en la estructura socioeconómica, así como en la dinámica demográfica en general, ni mucho menos reconstruye las bases del tráfico de esclavos en el ámbito regional el cual queda en un aire temporal lejano.

En la historiografía tradicional potosina, el esclavo africano es totalmente invisible tanto en los tratados sobre la minería ni como componente del teji-do social y demográfico. En contraposición, en las versiones sobre el pasado virreinal potosino realizadas hasta la década de 1990 se había privilegiado a la empresa colonización europea incluso como un método de pacificación del septentrión bárbaro del cual San Luis Potosí es parte de este norte próxi-mo de la Nueva España.

Para el caso del estudio de la presencia africana en la ciudad colonial de San Luis Potosí, los trabajos existentes son muy escasos, fragmentados y con horizontes muy limitados. Resalta como esfuerzo pionero la aportación de Noyola sobre los africanos en el poblado minero de Charcas (1996), pero su aproximación no incluye una visión de las actividades alternativas a la

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servidumbre urbana en la cual fueron usados principalmente los esclavos. El mineral de Charcas al ser un poblado de frontera, fue el escenario en don-de se favoreció la interacción de grupos socio-raciales y el mestizaje como procesos que contribuyeron a la gradual desaparición de la sangre africana y el debilitamiento de la sociedad esclavista a finales del siglo xviii37. En cuanto a las referencias de estudio del africano y sus descendientes, también vale la pena resaltar el esfuerzo realizado por García López (1988) al señalar algunos instrumentos de compraventa a manera de inventarios de fondos.

En la medida que se profundice en el estudio sobre el comercio de esclavos en San Luis como zona de contacto y como real de minas, será posible reco-nocer desde otra perspectiva la presencia del negro en la frontera norte de la Nueva España y será viable también inscribir el “pasado oscuro potosino” en la discusión general sobre el comercio de esclavos en la Nueva España y de considerar la presencia del africano más allá de las actividades económicas como la minería.

Las fuentes y los Archivos.

La realización del trabajo que el lector ahora tiene en sus manos ha reque-rido de la consulta de diversos archivos y de fuentes muy variadas, en com-plemento al andamio teórico expuesto. El gran reto de estudiar el comercio de esclavos en la Nueva España implica la identificación de las fuentes de distinta naturaleza en las cuales se puedan recopilar datos sobre el fenómeno teniendo en mente que el tráfico de los seres humanos en el pasado (como lo sigue siendo en el presente) es un tema muy propicio para las prácticas clan-destinas y al ocultamiento de los registros, propios del contrabando.

El estudio tiene un componente cuantitativo en la medida de accesibilidad a las fuentes que nos permiten tanto la construcción de series como una aproximación estadística. En complemento a los datos numéricos, el trabajo también ha sido beneficiado por la existencia de cuerpos documentales que descubren el universo social detrás de los números. En ningún momento, este estudio se ha planteado la pertinencia de revisar las cifras que en el mar-co historiográfico se han ofrecido para dimensionar el comercio de esclavos

37 Noyola, “La población negra…, p. 4.

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al Nuevo Mundo, así como tampoco se ahondará en la polémica del tamaño de la trata en la Nueva España ni se confrontarán las cifras referidas en los trabajos especializados y que han traducido el volumen de los cargamentos de cautivos provenientes del continente negro. Estamos consientes que la experiencia de la migración forzada en la cual se fundamenta el sistema es-clavista, implica que los números no siempre son un reflejo fiel de la realidad y en el caso del comercio de esclavos, el velo de la clandestinidad que acom-pañó al proceso también compromete la exactitud absoluta de los números.

Como hemos señalado en páginas atrás, este estudio se fundamenta en la particularidad de la trata a nivel local y la documentación empleada en su re-construcción esta apegado a este principio. Pero, para construir esta mirada del comercio de esclavos en un poblado del norte de la Nueva España, el tra-bajo de recopilación de información se ha llevado a cabo en varios archivos tanto locales como foráneos. Al exterior de los muros de San Luis Potosí, se ha requerido del trabajo de consulta en acervos españoles como el Archivo General de Indias de Sevilla, en especial dentro de los fondo de Audiencia de México, Contaduría, Pasajeros a Indias. En el Archivo Histórico Nacional de Madrid se ha trabajado con documentos en la sección de Diversos. En la ciudad de México, en el Archivo General de la Nación se han consultados papeles de la Inquisición, en los cuales se puede dar cuenta de la supervisión del Santo Oficio sobre la población de origen africano de la Nueva España. La parte complementaria al trabajo de archivo en la capital mexicana se llevó a cabo en la Biblioteca Nacional (Fondo Franciscano) en donde se resguar-dan informes de visitas pastorales que ilustran la presencia del africano en los escenarios urbanos.

Por su parte, en la ciudad de Morelia, Michoacán, en el Archivo Casa de Morelos hemos tenido acceso a documentos del gobierno eclesiástico del Obispado de Michoacán al cual la ciudad de San Luis Potosí perteneció has-ta mediados del siglo xix. Dentro de la capital potosina, las fuentes docu-mentales más importantes las encontramos en el Archivo Histórico del Es-tado de San Luis Potosí (AHESLP) y sus diversas secciones. La perspectiva de trabajo de archivo que se ha privilegiado en este acervo se ha enfocado en la reconstrucción de la presencia del esclavo africano en el distrito mi-nero y jurisdicción de San Luis Potosí, aunque el estudio sobre el comercio de esclavos estará centrado en la ciudad capital o sede administrativa de la

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Alcaldía Mayor para lo cual se ha identificado como andamio heurístico los siguientes cuerpos documentales.

Protocolos de la Alcaldía Mayor de San Luis Potosí. Para el análisis del tráfico de los negros esclavos, los Libros de Protocolos de los Escribanos Pú-blicos de San Luis Potosí son una fuente valiosa ya que registran minuciosa-mente los componentes involucrados en la compraventa de los cautivos in-dios, africanos, chinos y de afrodescendientes. En la capital potosina, los registros más antiguos de los escribanos se remontan justamente a los pri-meros años del poblado en 1592 y se encuentran resguardados en la sección de Alcaldía Mayor de San Luis Potosí del Archivo Histórico del Estado. Al interior de cada libro y en cada acta de los contratos protocolizados se re-gistran los nombres de los vendedores, de los compradores así como de los intermediarios del comercio de esclavos en calidad de apoderados. Los da-tos personales de los esclavos incluyen su nombre38, su origen geográfico, la edad, el grado de asimilación a la cultura de los dueños39 y el precio pactado en la transacción. En muy pocos casos, se registra si el esclavo cuenta con algún oficio. Las actas también ilustran las inscripciones de los sellos de los comerciantes de esclavos, de las marcas de fuego e incluso las leyendas con los cuales se marcaron a los esclavos en el rostro, el pecho o los brazos. Estas marcas las hemos convertido en valiosas fuentes y de cierta manera repre-sentan un método para poder apreciar una porción de la piel que podemos considerar como documento histórico a la par que representan las “mar-cas registradas” de los tratantes o logotipos comerciales. En muchos de los contra tos, la información vertida en cada acta en relación a los compradores y vendedores, se habla más de los personajes por cuyas manos transita la propiedad de un esclavo, señalando la ocupación, la vecindad y los cargos ocupados por los europeos que vendieron y compraron cautivos de distinta naturaleza. Con datos de esta naturaleza es posible hacer cruzamientos de información y así descubrir los nudos de las redes comerciales que permitía el mercado de esclavos en un lugar como San Luis Potosí. Los últimos aspec-

38 En la totalidad de los casos recopilados por esta investigación, en ninguna transacción de com-praventa de esclavos se inscribió nombres propios distintos a la nomenclatura cristiana. Uno de los nombre para esclavos más usados fue Antón, mientras que entre las mujeres, los apelativos de Gracia, Lucía y Catalina fueron muy recurrentes.39 “Bozal”, “ladino”, “entre bozal y ladino” o bien, “más bozal que ladino”.

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tos a recuperar de las actas tienen que ver por un lado con la descripción físi-ca de los esclavos y en segundo término con el uso al cual estaban destinados los negros y afromestizos, como objetos de las transacciones compra y venta. Cada libro de los distintos escribanos públicos que se sucedieron en el cargo fue revisado contrato por contrato para identificar aquellos que se realiza-ron como transacción de compraventa de esclavos. Entre los años de 1592 y 1600 se recopilaron 15 contratos en los cuales todos fueron de operaciones individuales, es decir, el cambio de propiedad de un solo esclavo. De 1601 a 1640, el total de los contratos fue de 1641 operaciones tanto individuales como colectivas (compraventa de más de un esclavo en cada contrato) con lo cual, durante la vigencia de los Asientos portugueses en el mercado de cautivos de San Luis Potosí, se protocolizaron 1656 contratos. De 1641 a 1700, la suma de los contratos (en donde fueron más los individuales que los colectivos), alcanzó la cifra de 399. Durante el siglo xviii, de 1701 a 1773, se registraron 173 contratos todos individuales, cifras que son sintomáticas de la época como explicaremos en su momento. Además de los contratos de compraventa, los rastros de la población africana en un fondo notarial según Winfield Capitaine40, se pueden seguir en otros documentos de los escriba-nos. En San Luis Potosí, los encontramos en instrumentos de manumisión o libertad, en las cartas de dote, en los legados familiares, en los contratos en donde los esclavos son con convertidos en piezas de cambio, en los empeños y arrendamientos de las “piezas” humanas, así como en las donaciones de cautivos a particulares e instituciones como las órdenes religiosas por cuyas manos de propiedad circularon fluidamente los esclavos.

Libros de Información Sacramental. En los libros de registro de los sacra-mentos de las parroquias potosinas de la época colonial (Parroquia Mayor, San Sebastián, Tlaxcalilla y Convento de San Francisco), ha quedado matri-culada también la presencia de los esclavos en las actas de bautizos, matri-monios y defunciones con lo cual es posible la reconstrucción de la dinámica poblacional de la población africano en comparación con las series de datos para españoles, indios, así como para la gente de sangre mezclada.

Archivos Civiles y de la Administración Eclesiástica. En el Archivo Histó-rico del Estado, además de los instrumentos públicos de propiedad, en otros

40 Winfield Capitaine, Esclavos en el Archivo Notarial…, 1984.

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fondos documentales se custodian series documentales que incluyen diver-sos temas y que nos han servido para recolectar evidencia para el estudio de la participación del africano en la vida cotidiana de San Luis Potosí. Entre las colecciones más completa de sus series sobresale el Archivo del Ayunta-miento con los Libros de Cabildo en los cuales se pueden hallar datos acerca de la población negra en forma de títulos de propiedad de esclavos, así como en los fondos correspondientes a la Alcaldía Mayor de San Luis Potosí y de Charcas. En la profundidad documental de la Alcaldía Mayor, la Secretaría General de Gobierno, la de Intendencia y la propia de las Provincias Inter-nas, se resguardan informes sobre causas criminales, administrativas, judi-ciales y civiles, que nos revelan la participación de la gente con ascendencia africana en asuntos de distinta naturaleza, como denuncias, pleitos por cau-sas criminales, civiles y administrativas. Así mismo, en algunos documentos se arrojan luces sobre las actividades económicas y en especial, nos han in-teresado los relacionados con la participación del africano en la minería. De acuerdo a la información recopilada en los archivos señalados, complemen-tada con la bibliografía, hemos intentado extraer una visión integradora del comercio de esclavos en San Luis Potosí desde su fundación hasta la segunda mitad del siglo xviii con lo cual estaremos en la posición de inscribir el caso de la esclavitud africana en suelo potosino dentro de la discusión general sobre el comercio de esclavos en la Nueva España y de la consideración del africano en el pasado del norte del México virreinal.

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35Capítulo i. El comercio de esclavos en san luis potosí

Capítulo I. El comercio de esclavos en San Luis Potosí

En esta sección del trabajo emprenderemos la tarea de reconstruir el co-mercio de esclavos hacia la ciudad de San Luis Potosí con las posibilidades documentales que nos ofrecen los contratos de compra-venta de esclavos, así como otras fuentes de informaciones en el ámbito civil y mercantil. El objetivo del capítulo será el de analizar la dinámica del comercio de esclavos hacia un poblado enclavado en la frontera norte de la Nueva España bajo la administración de los Asientos portugueses. Con ello podremos articular la temporalidad del otorgamiento de las licencias (1592-1640) con los primeros días de la consolidación poblacional de San Luis Potosí, en coincidencia con los últimos episodios de la llamada guerra chichimeca. Este periodo corres-ponde a su vez a una época en la cual la empresa colonizadora de territorios que guardaban riquezas minerales exigió de un esfuerzo extraordinario ya que los importantes yacimientos minerales del septentrión estaban dentro de los territorios de grupos de nómadas que resistieron por mucho tiempo el avance europeo.

La fundación del pueblo y real de minas de San Luis Potosí en 1592 se llevó a cabo en un momento en el cual la frontera norte de la Nueva España era el escenario de una reconfiguración de la política monárquica emprendida desde mediados del siglo xvi en el septentrión. Después de la fundación del centro minero de Zacatecas a finales de la primera mitad del siglo, em-pezaría una época de desgaste en la administración colonial al enfrentar la

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hostilidad de los grupos chichimecas que obstaculizaba tanto la fundación y consolidación de poblados en la frontera interior, como la explotación pací-fica de los yacimientos de plata. Ante la necesidad de transportar de manera segura los cargamentos de metales preciosos que circulaban por los caminos que unían la ciudad de Zacatecas y la capital del reino, se diseñó un sistema defensivo a través de la instalación de presidios a lo largo del camino de la plata o también llamado de Tierra Adentro. Igualmente, se esbozó una polí-tica militar para hacer frente a los grupos de nativos nómadas que eran con-siderados como una amenaza latente en las tierras norteñas. Pero la milicia colonial española se enfrentaría a una resistencia formidable por parte de los grupos nativos, aspecto que incluso sembró la duda entre los funcionarios reales acerca de la posibilidad de no ganar esta conflagración tan polémica tanto en lo imaginario como en la incapacidad de hacer la guerra al estilo del viejo mundo.

En la última década del siglo xvi, se vislumbraron otras opciones diferen-tes a la guerra para construir un clima de paz y tranquilidad en la frontera norte. Una de las primeras medidas implementadas fue la promoción de la presencia de indios aliados cuyo ejemplo de vida fuera tomado como un ins-tructivo para domesticar a los nómadas. Con esta iniciativa tanto se abrió la frontera septentrional para la diáspora tlaxcalteca como hizo más evidente la presencia de personal militar para “comprar la paz” con los chichimecas, concepto que no era más que entregar artefactos y bienes como aperos de la-branza, comida y ropa a los nativos a cambio de que aceptaran ser reducidos en poblados bajo la tutela de los llamados capitanes de frontera.

En este escenario y bajo estas circunstancias, a inicios de la década de 1590 en un lugar de la frontera chichimeca llamado Cerro de San Pedro se des-cubrirían vetas de oro y plata que inmediatamente despertaron la atención de mineros asentados originalmente en Zacatecas y que buscaban ampliar sus horizontes de inversión en la industria minera. Al descubrimiento de la minas serranas siguió la empresa de asentar a la población, la cual por cues-tiones prácticas no fue domiciliada en la cercanía de los yacimientos sino en un espacio que contaba con las prestaciones de urbanización necesarias para garantizar la consolidación del poblado y de las actividades de beneficio

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37Capítulo i. El comercio de esclavos en san luis potosí

de los metales serranos.1 En la empresa integral que promovió la llegada y arraigo de la población así como la consolidación de las nóminas de trabaja-dores para las minas, el recurso de la mano de obra especializada fue el más apreciado y a la vez más escaso e inestable ya que en el territorio en donde se ubicó la primera versión del poblado original de San Luis Potosí, no era un espacio ocupado permanentemente por los grupos de nómadas de caza-dores y recolectores septentrionales. En la medida en que algunas porciones de la población natural de la frontera chichimeca fueron reducidas a la vida urbana sedentaria bajo la tutela española, se llegó a pensar que los nativos podrían integrarse a las cuadrillas de trabajadores de las minas y de las ha-ciendas de beneficio. Sin embargo esto no fue realidad por lo cual los empre-sarios mineros desataron una búsqueda frenética de mano de obra incluso utilizando recursos como el enganche de trabajadores en regiones vecinas y lejanas como en las propias de la extensa provincia de Michoacán y en el centro de la Nueva España. Para esta tarea, los empresarios también contra-taron operarios calificados en algunos centros mineros del norte minero. El complemento del enrolamiento de trabajadores era su retención ya sea por medio del otorgamiento de adelantos de sueldos o por medio del endeuda-miento de los operarios que solicitaban préstamos sobre el producto de su trabajo. Sin embargo, estas estrategias no garantizaron la permanencia en las minas potosinas de los contingentes de trabajadores quienes incluso se au-sentaron de sus puestos de trabajo sin importar el nivel de endeudamiento contraído con sus patrones.

La inestabilidad en el mercado laboral abrió las puertas para implemen-tar estrategias más agresivas para la obtención de mano de obra, y en este sentido, se puso en práctica la esclavitud de los indios nómadas tanto para laborar en las minas del norte de la Nueva España y en especial, en la pro-ducción de plata de Zacatecas, como declaraba aún a inicios del siglo xvii el obispo Mota y Escobar.2 En escenarios mineros de la Nueva Viscaya, el uso de esclavos indios fue una práctica recurrente y tal como nos lo explica West sobre Parral, en donde la captura de esclavos de las etnias tarahumaras y apaches fue un mecanismo para procurarse mano de obra. Incluso, para

1 Montoya, San Luis del..., 2009.2 Mota y Escobar, Descripción Geográfica de los…, p. 140.

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mediados del siglo xvii, se registró en Parral la cautividad de 180 indios to-bosos quienes fueron comercializados en los centros mineros del norte con el mismo fin.3

Las minas potosinas tampoco fueron la excepción en estas actitudes hacia las naciones nómadas y desde los primeros días de su fundación en los ester-tores del siglo xvi se practicó la esclavitud de los naturales a pesar de que en el norte de la Nueva España la encomienda, y más precisamente, el trabajo forzado de la población indígena en la minería había sido suprimido. En San Luis Potosí, la obtención de cautivos o mejor dicho la cacería de indios nómadas para transformarlos en esclavos, fue una práctica generalizada que tenía tanta importancia que incluso impulsó un circuito mercantil alrededor de los poblados de frontera y de vocación minera. En este mercado regio-nal de esclavos del norte minero de la Nueva España, la mercancía exclusi-va eran los nativos chichimecas a quienes se les designaba con el atributo de objeto con el cual un “bárbaro” se convertía en “pieza”4, tal y como sucedió con los esclavos traídos desde el continente negro, quienes perdieron bue-na parte de su identidad original cuando el comercio de seres humanos los convirtió en “piezas de Indias”. En los primeros informes del virrey Luis de Velasco sobre San Luis Potosí, se notificaba al Rey acerca de las dificulta-des para hacer llegar gente de servicio de las minas y para las haciendas de beneficio. El problema de la falta de operarios no era exclusivo de las minas potosinas sino de todos los centros mineros por lo cual el virrey solicitaba al monarca la autorización para que a cargo de la Real Hacienda se hiciesen llegar dos o tres mil esclavos y que éstos se vendieran a los mineros “por cos-to”.5 Según esta iniciativa, los frutos del envío de africanos, se traducirían en un incremento en la recaudación de los reales quintos y más cuando en cada marco de plata de algunas vetas potosina se podían separar hasta 16 quilates de oro. Pero si no se cumplía esto el resultado sería lapidario ya que si se acababan las minas, se acababa todo.6

3 West, The Mining Community…, p. 47.4 Ferrer, Guerreros y Esclavos..., p. 44.5 AGI, Audiencia de México, 22, N. 125.6 AHESLP. FP A-02, 1592, 741. (AGI, Audiencia de México, 58-3-11)

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39Capítulo i. El comercio de esclavos en san luis potosí

A pesar de la fragilidad laboral expuesta, los esclavos africanos no llegarían a apuntalar la minería novohispana en el volumen esperado a pesar de que la petición de esclavos fue uno de los aspectos más importantes que se hicieron en función de las necesidades apremiantes en el horizonte económico ame-ricano: para trabajar las minas y lavaderos de oro. La otra necesidad para lo cual se pidieron esclavos fue para sustituir la mano de obra indígena.7 En este sentido, buena parte de la documentación que intercambiaron las autoridades de la Nueva España y la metrópoli durante los siglos xvi y xvii, declaraban las preocupaciones administrativas alrededor de la población de origen africano en el trabajo en las minas a partir de la presión ejercida por lo mineros. Este aspecto bien pudo sentar las bases para que la Corona es-pañola concibiera la trata de esclavos a través de los Asientos portugueses.8 Entendamos como trata al mecanismo por el cual se llevó a cabo una migra-ción forzada de seres humanos de África al Nuevo Mundo y a su vez fue un proceso en el cual se incluyeron aspectos jurídicos, significados comerciales y objetivos financieros9 en función de la comercialización de seres humanos.

Para el caso de la minería potosina no existe una base documental sólida que nos permita conocer la dimensión del trabajo del africano en las minas y el grado de su participación en las actividades alternas a la extracción de minerales. En otros escenarios del norte minero novohispano y en particular en el caso de las minas de Zacatecas, los informes de Mota y Escobar nos des-cubren el ambiente laboral de la minería en el cual tal parece que no habría lugar para los esclavos africanos ya que las cuadrillas de mineros estaban conformadas por indios (tal y como sucedió en las minas potosinas) que transitaban fácilmente por la ocupación de los puestos del trabajo minero. La labor más pesada de la minería era el derrumbe y la extracción de los mi-nerales, tareas en las que los negros eran prácticamente inoperantes ya que según las observaciones de la Mota y Escobar acerca de la producción minera,

“se sabe por ya por experiencia, que dentro de poco tiempo que cavan en las minas [los negros] los hinche de mil enfermedades el grandísimo frío y humedad que en el centro de las minas hay, y en lo

7 Mellafe, Breve historia de la esclavitud…, p. 20.8 Ngo-Mvé, “Historia de la población…, pp. 44-45.9 Peralta Rivera, El comercio negrero…p. 7.

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que más se ocupan los negros es en asistir en la molienda y al incor-porar y lavar los metales. Y lo que tras esto sigue de más es el echar la salmuera en los metales e incorporarles el azogue y saber cuando ha tomado la ley. El saberlos lavar, el desazogar y apartar la plata del azogue, afinarla y hacer la plancha que para esto tienen gran co-nocimiento los indios y habilidad a lo cual no llega ni el ingenio ni habilidad de los negros, ni aún de muchos españoles. Lo uno por ser grandes sufridores de todos los trabajos que en las minas hay, y lo otro por la facilidad que en conocer los metales y en desazogar y en juntar la plata, y en hacer las cendradas y crisoles tienen.”10

En San Luis Potosí, a diferencia de las minas zacatecanas, el trabajo fue-ra de los socavones no implicaba trabajar con el azogue el cual en muchas ocasiones condicionó los volúmenes de la plata producida. Empero, la fuer-za laboral era igualmente necesaria para producir metal en base al otro mé-todo de beneficio, tal y como sucedió en el mineral proveniente del Cerro de San Pedro, la fundición. Pero una vez más, en la ecuación necesaria para producir plata, era necesario el uso de la mano de obra que extrajera los filo-nes pulverizados de las vetas, y en este rol productivo, los esclavos africanos no formaron parte de las cuadrillas de trabajadores. Así, los negros queda-ron un tanto marginados de las actividades de extracción de los minerales y solo en algunos casos fueron destinados a ocupar puestos de privilegio en el estructura del trabajo minero como jefe de cuadrillas y guardianes.11 En Parral, en donde también se privilegió el beneficio de metales por el método de fundición, la documentación que sirvió de andamio para el trabajo de West, no es útil para reconstruir la participación de los esclavos en la mine-ría ni aún durante los días de apogeo de la trata aunque sí se informa acerca de la costumbre de que cada empresario minero podía llegar a poseer entre tres y cuatro esclavos varones, mientras que las negras frecuentemente eran empleadas en las labores domésticas y como nodrizas. El precio por cada “pieza” era elevado en función de la distancia a los mercados y el ritmo de llegada de las remesas era casi a cuentagotas ya que cada año llegaban entre dos o tres esclavos en el convoy que procedía de la capital novohispana.12

10 Mota y Escobar, Descripción geográfica de los…, pp. 150-151.11 Mellafe, Breve historia de la esclavitud…, p. 46.12 West, The Mining Community…,p. 47.

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41Capítulo i. El comercio de esclavos en san luis potosí

La realidad de la utilidad restringida del africano en la producción minera no impidió que en los reales de minas de la Nueva España, y en especial los del norte del reino, se estableciera un comercio de esclavos bien articulado ya que cualquier contingente de población (libre y esclava) que llegara a los centros mineros, se convertía en un recurso valioso para la actividad econó-mica. En la medida que se lograra el arraigo de los pobladores (al menos tem-poral) y de los trabajadores de las minas en este escenario se podía produ cir plata y consolidar el territorio así como asegurar el recambio de la gente que transitaba por los caminos del norte olfateando los metales. Caminos como la ruta de la plata también fue el camino de la esclavitud en el septentrión novohispano ya que al conectar la ciudad de México con Zacatecas, este se convertiría en un eje del comercio de esclavos en el trasiego transatlántico y la triangulación entre las costas africanas, Sevilla y el puerto de Veracruz.

La esclavitud africana en tierra del cautiverio de nativos.

Por el año de 1560, al mismo tiempo que los centros mineros más impor-tantes de la Nueva España, intentaban consolidarse como reales de minas, en la frontera norte se hizo más intensa la empresa bélica para reducir a los chichimecas. Hacer la guerra a los nómadas era por un lado asegurar las vías de comunicación entre la capital novohispana y los poblados mineros, pero también era la oportunidad de tomar cautivos, de esclavizar a los llamados bárbaros del norte con la ayuda de los indios aliados.13

Incluso, en la década de 1580, entre el personal militar asignado en la fron-tera septentrional de la Nueva España se practicaba la esclavitud del chichi-meca como un mecanismo para completar el sueldo del personal militar.14 Así mismo, los colonos que desde mediados del siglo xvi empezaron a in-cursionar en los territorios norteños, incluyeron en el menaje común de la caravanas a algunos esclavos de piel obscura. En 1551, en las noticias acerca de un ataque a una caravana en pleno territorio de las bandas de nómadas, los nativos de la nación guachichil fueron señalados como los responsables del asesinato de un carretonero portugués, dos negros y cinco indios, al ser-

13 Zavala, Los esclavos indios…, pp. 269-271.14 Powell, La guerra chichimeca…,p. 118.

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vicio y propiedad de los mineros zacatecanos Diego de Ibarra y Cristóbal de Oñate respectivamente.15 Este informe nos ilustra sobre la presencia de dos componentes fundamentales en el comercio de esclavos de los años por venir: la presencia de portugueses en territorios de la Nueva España y de africanos en los caminos septentrionales. Pero en el camino de la plata y las rutas alternativas, como lo fue el circuito de caminos que se articularon en función del establecimiento del pueblo de San Luis, transitaban otros per-sonajes y uno de ellos, posiblemente el mejor identificado en su función de negociador en el conflicto entre nómadas y europeos, fue el Capitán Miguel Caldera. El también llamado Capitán Mestizo por sus orígenes nativos y es-pañoles, también sintetizó el perfil casi heroico del militar-minero-vecino de la frontera norte de la Nueva España, imagen en la cual había cabida para integrar la práctica de vender a los nativos capturados bajo el amparo legal de la guerra justa.16 Sin embargo, en la historiografía tradicional sobre el norte de la Nueva España se han reconocido muy poco un par de rasgos de Caldera en sus andanzas por la frontera chichimeca: 1) su cercanía a compa-ñeros de armas de origen portugués y 2) su proceder como poseedor de es-clavos africanos de cuya práctica es posible encontrar huella en documentos personales como el testamento mismo del militar. En la relación pormenori-zada de los bienes de Caldera, se señala la posesión de al menos dos escla-vos (y uno más del cual daremos cuenta más adelante): en primer lugar, un mulato llamado Juan del Toro, quien el mismo Caldera había “comprado” o rescatado del cautiverio chichimeca con el pago de 200 pesos. En el lega-do del capitán de frontera, se estipuló que este esclavo podría quedar libre a la muerte del dueño. El otro cautivo propiedad de Caldera fue un esclavo negro de nombre Alonso de Tapia, adquirido a través de la intervención del abogado de Caldera en el mercado de esclavos de la capital novohispana y quien pasaría a manos de su sobrino Pedro Cid al fallecimiento del mítico militar.17 En sintonía con el perfil de conquistador y más por su protagonis-

15 Powell, Capitán Mestizo:…, p. 39.16 Powell, Ibid. p. 80.17 Powell, Ibid., p. 304

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43Capítulo i. El comercio de esclavos en san luis potosí

mo en el septentrión novohispano, Caldera cumplía los requisitos de poseer caballos y esclavos como ingredientes primordiales.18

Más allá de la importancia de Caldera en la consolidación de la paz fronte-riza y la construcción de un clima propicio para el asentamiento de poblados como San Luis Potosí, es justo reconocer el papel que el militar desempeñó según la documentación disponible, en el comercio de esclavos que a partir de 1580 había entrado en la época de bonanza con el establecimiento de los Asientos portugueses.

Pero antes del periodo de 1580 a 1640 es conveniente hacer una mirada re-trospectiva y analizar los antecedentes de la esclavitud en el universo medi-terráneo y en los inicios de la Nueva España en donde se trasplantaron mu-chos aspectos culturales del viejo continente y por supuesto, la cautividad de seres humanos sin distinción del color de la piel del sometido. En Europa, la posesión de esclavos era parte fundamental de la cultura romana y hasta el Renacimiento se observaba la costumbre de poseer cautivos como si fueran objetos. Así, el comercio de esclavos era una práctica comercial muy exten-dida entre los imperios europeos y en donde al menos hasta el año de 1441, los tratantes de esclavos portugueses no hicieron distinciones en función del color de la piel de los cautivos que comerciaban. Incluso si los cautivos eran identificados como cristianos o de otro credo.19

Un par de siglos antes, en España, el Rey Alfonso x, el sabio había dejado plasmado en Las Siete Partidas (1260) un marco legal a través del cual se po-día justificar la esclavitud. En este código que sirvió de cierta medida como voz de la conciencia de los tratantes de esclavos, se decía que un hombre podía ser esclavizado si era capturado en acciones de guerra o bien si nacía de un vientre cautivo.20 No era gratuito entonces que estos conceptos eran la base de la justificación del comercio de esclavos y de la concepción que se tenía de ellos. En la España del siglo xvi además de que se observaba la implementación de Las Siete Partidas, se compartía la idea de que los negros

18 Mellafe, Breve historia de la esclavitud…, p. 33.19 Rout, The African Experience…,p. 10.20 Thomas, La trata de esclavos…,p. 39.

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africanos eran seres racialmente inferiores e incluso con la referencia de las teorías aristotélicas, se les podía considerar como “esclavos naturales”.21

En las principales ciudades de la península ibérica, los esclavos africanos eran parte del paisaje urbano. En lugares como Sevilla, desde los últimos años de la edad media se decía que la ciudad podía parecer un tablero de ajedrez con un número similar de piezas blancas y negras en la composición de su vecindario. Años más tarde, la mayoría de las casas sevillanas que con-taban con recursos económicos tenían al menos un par de esclavos negros y el servicio doméstico era desempeñado con naturalidad por la servidumbre de origen africano.22En pocas palabras, no había en toda España más escla-vos negros que en Sevilla aunque en esta realidad, los tratantes de esclavos españoles no fueron del todo los responsables por la captura, trasiego y co-mercialización de los esclavos africanos.

Los portugueses fueron los primeros europeos en realizar viajes por las costas de África y en empezar a capturar esclavos23 con fines comerciales por lo cual se convertirían en un componente primordial en el tráfico de esclavos al interior de Europa y con el Nuevo Mundo. España dependió en-teramente del manejo experto del mercado bajo el dominio experto de los lusitanos, por lo cual en las empresas de expansión hacia el nuevo mundo, el esclavo africano se integró rápidamente en la ecuación de conquista y con-solidación de las posesiones coloniales. El primer negro que llegó a tierras americanas lo hizo en calidad de persona libre en el segundo viaje del Almi-rante Colón en 149324 y a partir de esta fecha la sucesión de los episodios de la colonización del nuevo continente fueron sentando las bases para la im-portación masiva de esclavos provenientes del continente negro. Basta re-cordar que el contacto entre europeos y la población nativa de América en el plano biológico desencadenó una severa caída de la población original no como producto de acciones bélicas, sino por el poder devastador de agentes patógenos de origen europeo.

21 Rout, Op. Cit., p. 20.22 Phillips, La esclavitud desde la época…, p. 239, 241.23 Thomas, Op.Cit., p. 54.24 Lewis, “African Mexicans…, p. 1.

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45Capítulo i. El comercio de esclavos en san luis potosí

Para remediar el desplome de la población nativa en las colonias españolas en América, se planteó que la llegada de esclavos africanos vendría a solu-cionar la carencia de mano de obra ocasionada por la elevada mortalidad de los indios. En el caso de la Nueva España, Hernán Cortés se hizo acompañar de esclavos africanos y a dos de ellos, circunstancialmente se le atribuyen un par de episodios contrastantes en los primeros días de la conquista y co-lonización de México. Por una parte, se ha reconocido que un negro de las huestes del conquistador es responsable de la introducción de una de la en-fermedades más letales que diezmaron a los indios del Anáhuac: la Viruela. Al otro de los africanos que acompañaron a Cortés en cambio, la historia le atribuye el reconocimiento de haber introducido y logrado la primera cose-cha de trigo en suelo mexicano.

Entre 1519 y 1580, llegarían a la Nueva España un poco más de 36,000 es-clavos africanos, dos tercios de esta cifra, hombres aunque en esta época todo negro que llegaba al continente americano era ante todo un sobreviviente de los viajes desde África en los cuales, las cargas de esclavos fueron diezmados por una alta mortalidad.25 De cierta manera, los esclavos africanos bajo la perspectiva hispana pasaron de ser acompañantes en la empresa de coloni-zación a representar una mercancía valiosa la cual podría remediar el declive de la población natural.26 La mayoría de los negros que fueron importados al México colonial lo hicieron por la intervención de la licencias otorgadas a comerciantes europeos como la concedida al Gobernador de Bresa en los días de la conquista o bien a los asientos otorgados a los germanos Eynger y Sayller en 1528.27

La caída del imperio mexica, exigió al ejército de Cortés unos dos años de esfuerzo. Sin embargo, tan pronto los colonizadores españoles empezaron a adentrarse en el septentrión, se enfrentarían con los grupos de nómadas norteños que exigieron un esfuerzo extraordinario tanto en el plano militar como en el de la política virreinal. La tenacidad de los chichimecas para re-sistir la ocupación de sus territorios chichimecas fue muy parecida a la per-sistencia con la cual la colonización hispana se empeñó en ocupar el paisaje

25 Ibid, p. 126 Bowser, “Africans in Spanish American…,p. 357.27 Aguirre Beltrán, “The slave trade in…,p. 412.

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norteño en el cual paradójicamente, se habían identificado importantes ya-cimientos de minerales preciosos.

En este escenario, no existen muchas referencias sobre la importación ma-siva de negros en esos primeros momentos y los pocos datos disponible nos ilustran sobre una participación discreta de gente de origen africano en las partidas militares que combatieron en la mítica guerra chichimeca. Al fin de cuentas, el conflicto entre europeos y nómadas en la última década del siglo xvi fue cayendo en un letargo y ante el hecho de que ganar esta “guerra” no sería tarea sencilla ni viable, los españoles modificaron su actitud para el lugar de luchar se comprara una paz convenenciera. Durante la segunda mitad del siglo xvi, en la frontera norte de la Nueva España se vivió una at-mósfera de tensión por la resistencia de los nómadas y la perseverancia de los colonos, pero principalmente los mineros a la par de que ampliaron el horizonte económico del norte del reino también promovieron la fundación de poblados como San Luis Potosí sin disponer del antecedente de una base mínima de población, sino bajo la premisa de patrocinar la llegada de gente de varias altitudes a poblar y trabajar las minas.

Justo en esta época de fundaciones y fundiciones, la trata de esclavos afri-canos hacia América había caído en un desorden por lo cual la Corona espa-ñola buscó mecanismos de regulación del tráfico.28 Pero al mismo tiempo, en Portugal se experimentó un vacío monárquico hasta que el soberano es-pañol Felipe II, absorbió a Portugal bajo su tutela real en 1580. Este año tam-bién señala el inicio del periodo más intenso en el comercio de esclavos afri-canos a la América española fundamentado en la capacidad experta de los portugueses en su conocimiento de la trata. En gran medida, la ventaja de los portugueses en términos comerciales estaba fundamentada en la experien-cia obtenida en los viajes por las costas africanas así por su entendimiento de las culturas africanas (incluso las esclavistas) y el mundo castellano, aspectos que en conjunto les facilitaron el pasaporte para ingresar a las colonias es-pañolas en América.29 En otras palabras, los negreros portugueses supieron descifrar los componente básicos de la ecuación esclavista y los alcances del mercado de esclavos tanto en la dimensión africana como en la parte ameri-

28 Peralta Rivera, El comercio negrero…, p. 8.29 Wheat, The Afro-Portuguese Maritime World…, p. 20.

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47Capítulo i. El comercio de esclavos en san luis potosí

cana. En este orden de ideas, según la tesis de Vila Vilar, el tráfico de esclavos fue vital para sostener la empresa de colonización española de América y su importancia creció en los episodios de crisis y depresión económica,30 todo magnificado durante la vigencia de lo que se podría llamar la era dorada del monopolio portugués en el comercio negrero. De 1580 a 1640, la Nue-va España también experimentó un momento de desarrollo de la economía colonial a través del fortalecimiento de los reales de minas de Zacatecas y Guanajuato31, y al mismo tiempo con el descubrimiento de las minas del Po-tosí novohispano y la consolidación del original pueblo de San Luis Potosí.

En este proceso, incluso encontramos a mineros de ascendencia africana entre la primera nómina de mineros en el Cerro de San Pedro como el caso de un mulato de nombre Gaspar, quien se apropió de dos minas en la veta de San Antonio de Padua en retribución por haber ayudado a catear otras tantas.32 Empezaba pues el ciclo de protagonismo de la población de origen africano.

La dinámica del comercio de esclavos africanos a San Luis Potosí bajo los Asientos Portugueses.

Más allá de la polémica interminable acerca del volumen real del tráfico de esclavos que pasaron al nuevo mundo, este trabajo privilegia la perspectiva sugerida por Thomas33 en cuanto a la recomendación de reconstruir cada historia de la trata de esclavos a partir de las experiencias locales ya que en cuanto a una percepción más general, la cantidad de trabajos sobre el tema ahora apuntalan en gran medida el pasado del proceso en sí.

Ya hemos señalado que en el plano historiográfico, la población de < origen africano de San Luis todavía se encuentra atrapada en un molde de apartheid imaginario mientras que el tema de la esclavitud en la frontera septentrional de la Nueva España apenas esta empezando a arrojar luces en cuanto a des-cifrar este pasado obscuro.

30 Vila Vilar, Hispanoamérica y el comercio…,1977.31 Vinson y Vaughn, Afroméxico. El pulso…, pp. 13-14.32 AHESLP. AMSLP. A-33 1592, 1 de abril de 1592.33 Thomas, Op. Cit.

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Los primeros años de vida del pueblo y real de minas de San Luis del Po-tosí, coinciden con los últimos del siglo xvi y en este espacio temporal, el comercio de esclavos experimentó una lenta evolución sumando no más de 15 transacciones de compra-venta de esclavos registradas. El primero de los contratos formales de la trata de esclavos en la localidad fue protagonizado por el mejor exponente de la vida fronteriza y de la incorporación de los negros africanos en las dinámicas sociales, económicas y de la configuración de la sociedad de un poblado en la periferia bárbara del septentrión novo-hispano. En el año de 1592, justo en los primeros días de formalización ofi-cial del pueblo, ante el escribano Pedro Venegas, uno de los primeros ve-cinos y mineros Juan de Valle, a nombre de Alonso Fernández vendió al capitán Miguel Caldera un negro esclavo de nombre Pedro, “de tierra Santo Domingo” de 30 años de edad en un precio de 512 pesos y cuatro tomines de oro común, pagados en plata.34 Los datos contenidos en este primer con-trato sirven de referencia en cuanto a los componentes que se articularon en torno al comercio de esclavos en la esfera local. En primer lugar, el perfil de los vendedores de esclavos que nos permite conocer quiénes estaban invo-lucrados de manera esporádica, directa o indirecta o bien sistemática en el comercio al grado de reconocer a los personajes identificados como tratan-tes en toda la extensión del significado. La siguiente característica en el con-trato deja al descubierto al esclavo, a la pieza que se comercializa, poseedor de un nombre, un origen (étnico y geográfico), el grado de asimilación con la cultura hispana, la edad y sexo en función de su perfil de productividad, así como el precio pactado en la compra. Sin embargo, en el escrutinio de los datos contenidos en los contratos de compra-venta es posible registrar la participación velada de los comerciantes de esclavos así como la interven-ción de los portugueses en el norte de la Nueva España.

En líneas anteriores habíamos dado cuenta de algunos esclavos en pose-sión de Miguel Caldera y de la naturalidad en el comercio de cautivos en la frontera septentrional, en la cual la población de origen africano no repre-sentaba una rareza sino todo lo contrario ya que Caldera incluso mantenía a africanos, no precisamente esclavos, en cercanía de sus intereses. Uno de ellos, Francisco López, natural de Ceuta, poblado del norte de África pero de

34 AHESLP. PAM, A-3, 1592. Legajo 1.

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49Capítulo i. El comercio de esclavos en san luis potosí

tutela portuguesa, era el típico colono polivalente del norte de la Nueva Es-paña. Además de ser soldado bajo las órdenes de Caldera y de servicio al rey de España, López se había dedicado a trabajar las minas, así como en el pas-toreo y en la vaquería, actividades en las cuales se distinguieron los negros africanos en el norte novohispano. En su hoja de vida, López había acumu-lado experiencias tales como el haber sido capturado por los moros a la edad de 14 años en Tetuán, Marruecos. Después de este episodio, partió a Guinea viajando en una carabela desde Sevilla en una travesía que duró entre cuatro y cinco años, lapso en el cual estuvo en contacto con un soberano de los pue-blos negros encargado de llevar el registro de los esclavos negros de Guinea. López finalmente llegó a la Nueva España a los 30 años de edad.35 No sabe-mos cuando se enlistó bajo las órdenes de Caldera, pero sí estamos seguros que López lo hizo en plena vigencia del conflicto en contra de los nómadas norteños. Además, este personaje poseía toda la experiencia acumulada tan-to en el tráfico de esclavos desde el África misma que le pudo haber sido de utilidad en la captura de esclavos chichimecas, como en la incorporación de cautivos africanos en el comercio de cautivos en un espacio de frontera como el Real de Minas de San Luis Potosí en donde el recurso humano era muy valioso. En este sentido, la trata de esclavos al interior de la Nueva Es-paña y en específico a un centro minero como nuestro caso, fue orientada a desempeñar un papel complementario al abasto de mano de obra indígena. Por una parte, las tareas más importantes en la producción fueron realizadas por los indios dejando a los africanos las tareas o “actividades accesorias” de lavado y en la molienda de metales. En cambio, en las actividades mineras en Venezuela, Cuba y principalmente en los lavaderos de oro de Colombia, los esclavos africanos sí representaron la principal fuerza laboral.36

Desde finales del año de 1590, en la correspondencia que cada año el Vi-rrey Luis de Velasco enviaba al rey se mencionaban dos condiciones que coadyuvarían a la conservación de la paz fronteriza y al desarrollo de la mi-nería en la frontera norte de la Nueva España. En cuanto al primer aspecto se reconocía que todo lo que se pudiera pagar resultaba barato y todo por hacer, útil, en los esfuerzos por mantener en paz a los chichimecas y más

35 AGN, Inquisición, Vol. 146, Exp. 1, 1597.36 Vila Vilar, Hispanoamérica y el comercio…, p. 231.

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para que las nuevas generaciones de indios dejaran de aprender a hacer la guerra. Pero el tema que reiteradamente fue citado en las misivas era la su-gerencia de fortalecer el patrocinio de las actividades mineras, para lo cual el Virrey de Velasco advirtiendo que no sería tan fácil convertir al indio bárba-ro en operario minero, promovió ante el rey la iniciativa de favorecer a los mineros con la introducción de esclavos. El costo de llevar esclavos africanos a las minas novohispanas correrían por cuenta del soberano español y serían vendidos a precios moderados para que los mineros ya no adquirieran tan-tas deudas.37 Dos años más tarde llegó al puerto de Veracruz un cargamento con 140 negros procedentes de Cabo Verde en una remesa a cuenta de tra-tantes de esclavos sevillanos que manifestaron varios inconvenientes para introducir piezas de esclavos por la intervención autoritaria de los oficiales de la Real Hacienda que al parecer no estaban consientes de la falta generali-zada de esclavos en la Nueva España.38 Incluso, la petición de esclavos al rey que hacía el Virrey de Velasco se mantuvo vigente durante toda la duración de su gestión y al final de la misma, reiteró su solicitud de importar esclavos africanos para la minería ante la circunstancia de la inminente desaparición de los indios laboríos y de la necesidad apremiante de encontrar operarios que se introdujeran en las minas a romper el metal y trabajar en las hacien-das de beneficio. Velasco, al conocer perfectamente el pulso de los Asientos portugueses fue muy preciso en señalar en su petición al asentista Reynel39 para el encargo de mil negros a la Nueva España. Pero se buscaba además que dichos esclavos no fueran vendidos en un precio de 500 pesos cada uno ya que este costo ocasionaría que los mineros los compraran a plazos au-mentando su estado de endeudamiento. Velasco pedía al rey patrocinio para introducir los esclavos africanos a un precio de 300 pesos “poco más o me-

37 AGI, Audiencia de México, 22, N. 3238 AGI, Audiencia de México, 22, N. 8239 Pedro Gómez Reynel, ha sido identificado como el asentista quien dirigió en buena medida el comercio de esclavos a través de los contratos controlados entre 1595 a 1640 y parte del complejo entramado de asentistas portugueses en cuya red participaron también Juan Rodríguez Coutiño, Antonio Fernández, Manuel Rodríguez Lamego, Melchor Gómez Ángel y Cristóbal Méndez Sosa. Vila Vilar, Hispanoamérica y el comercio…, p. 100-114.

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nos” y de ser necesario, podían ser adquiridos a crédito pagable tan pronto los mineros obtuvieran ganancias.40

En el ámbito regional del mercado de esclavos del norte novohispano, este panorama descrito por Velasco ante el rey era una realidad que se experi-mentaba tanto en Zacatecas, como en Guanajuato o bien, en las recién inau-guradas minas potosinas. En el pueblo de San Luis, ante el escribano Pedro Venegas algunos vecinos de Zacatecas de donde procedieron los primeros empresarios mineros que llegaron a San Luis Potosí, solicitaron la expedi-ción de “poderes” y compromisos de pago para que sus presentantes vendie-ran o bien compraran mercancías diversas así como bienes, en los cuales se incluyeron también esclavos africanos. En 1594 el minero Pedro Gómez de Buitrón (uno de los míticos “Pedros” que descubrieron las minas del Cerro de San Pedro) se comprometió a pagar al mercader Simón Rodríguez de la ciudad de México la cantidad de 350 pesos a cuenta de una deuda por 850 por la adquisición de dos esclavos de labor. Uno de ellos llamados Simón Rodríguez como su dueño y el otro, Manuel, ambos de la “India de Portu-gal”, de 30 años de edad cada uno. Además este minero (muy integrado al círculo de amistades del capitán Caldera), recibió a la negra Isabel, de tierra Angola, mujer de Manuel como parte del trato.41 A partir del año de 1593, los portugueses lograron un aumento en el comercio de esclavos provenien-tes de Angola al igual que de otras regiones en el continente negro que se abrieron a la trata para servir a los intereses del soberano español. En la am-plia documentación de la Contaduría Mayor de Hacienda se dejó en claro el uso de las remesas de esclavos: convertirse en la mano de obra minera en zonas de clima caluroso en virtud de la imposibilidad de asegurar la partici-pación de los indios en tales tareas.42

El descubrimiento de las minas de San Pedro atrajo la atención de pobla-ción que al mismo tiempo de ofrecer su mano de obra, ampliaron la posi-bilidad de convivencia étnica no siempre en avenencia. Españoles, mulatos, mestizos y negros llegaban a las minas, aunque la mayor parte de la masa de población trabajadora estaba representada por los indios, sobre quienes se

40 AGI, Audiencia de México, 24, N. 4041 AHESLP.AMSLP, A-3, 1594.142 Mgou-Mve, El África Bantú en…, p. 85.

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cuidaba que no fueran inquietados por la gente de los otros grupos raciales43 ya que eran el recurso más valioso.

Pero no toda la gente llegaba a trabajar las minas y ante este escenario, las autoridades virreinales en sus primeras ordenanzas dictadas para San Luis Potosí buscaron al menos empadronar a los negros, mulatos y zambaigos libres con el fin de contrarrestar el vagabundaje.44 Algunos negros (aunque fueran cautivos con dueño) por esta época no estaban sujetos del todo a una localidad o región de la frontera norte de la Nueva España y esta actitud era del todo natural en estas latitudes en donde la movilidad de la población era una característica inherente al trabajo minero en el cual se involucraban tan-to hombres y mujeres. Un ejemplo de esto es el caso de la negra Juana quien llegó a San Luis Potosí diciendo que tenía licencia de su amo domiciliado en la ciudad de Zacatecas para estar en cualquier sitio.45

En este teatro un tanto desordenado, durante los primeros años del pobla-miento de San Luis Potosí, el comercio de esclavos fue discreto ya que entre los años de 1592 y 1596 la cantidad de transacciones en promedio fue de dos operaciones por año. En 1597, se registraron otros cuatro contratos, uno al año siguiente, tres en 1599 y ninguno en 1600. En 1595 el vidriero Jaime del Valle compró de Francisco López Bonilla un esclavo de nombre Pedro, criollo de Sevilla en donde originalmente había sido propiedad de Pedro de León y lo sabemos por la anotación al margen del contrato en la cual se de-clara el letrero que portaba el africano en el rostro con el nombre del dueño a quien le había servido como sirviente y bajo esta calidad fue revendido en San Luis. Otro esclavo negro pero de origen europeo46 fue adquirido por Francisco de Méndez residente y mercader del pueblo cuyo apellido es fácil-mente asociable a dos condiciones primordiales en el tráfico de esclavos en la Nueva España: por una parte, sus principales protagonistas fueron iden-tificados como portugueses judíos y en segundo lugar, porque fueron per-

43 AGI, Contaduría, 851, f. 345.44 AHESLP. AMSLP, A-2, 1594, 28 de mayo.45 AHESLP. PAM, A-3, 1592., 11 de marzo de 1593.46 Antón, criollo de Portugal, 30 años, en un precio de 450 pesos de oro común.

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seguidos por la Inquisición47como fue el caso de Francisco Méndez Chillón del cual hablaremos más adelante.

Sin embargo, este par de transacciones nos dejan al descubierto que el im-pacto local del comercio de esclavos africanos bajo los Asientos portugueses fue de muy baja demanda de esclavos y que en la adquisición de piezas, al menos hasta 1595 incluyó a negros traídos de Europa ya ladinos o en pro-ceso de conversión cultural. En los años correspondientes al siglo xvi, el estatus de llegada de los esclavos según los datos de las cartas de venta nos permiten observar la preeminencia de los cautivos ladinos sobre los boza-les48 y aquellos llamados “entre bozal y ladino”, es decir que se encontraban en un estado intermedio de aculturación, en el cual era muy sintomática la adopción del castellano como lengua.

En este lapso de tiempo el circuito comercial de la esclavitud se constituyó en la vertebración de los reales de minas y el mercado negrero de la capital novohispana. En centros mineros como Guanajuato y Zacatecas, algunos vecinos de San Luis adquirieron sus esclavos, pero también los mandaron a comprar a la ciudad de México en donde salieron a la venta bajo distin-tos proce dimientos. Muchos cautivos fueron comprados dentro del esque-ma de la oferta del comercio transatlántico articulando a la capital novohis-pana con el Puerto de Veracruz en donde eran descargadas las remesas de esclavos. Otros esclavos también estaban disponibles para su adquisición en los puestos de venta por subasta pública por el embargo de los bienes de los dueños49 o bien aquellos que cambiaron de mano por medio de trueque.50

47 Vila Vilar, Hispanoamérica y el comercio…, p.116.48 En el Diccionario de Autoridades, el término “BOZAL” es un adjetivo que denota lo inculto, lo que necesita ser pulido y es usado comúnmente para referirse a los esclavos “recién venidos de sus tierras: y se aplica también a los rústicos. Es lo contrario de ladino.” Diccionario de Autoridades, 2002 [1726], T.I, p. 66649 Las subastas de esclavos al igual que las de otros bienes de los bienes embargados a vecinos de San Luis Potosí se llevaban a cabo “en lugar público acostumbrado” y paradójicamente, los avisos e informaciones previas a los remates y durante los mismos, se hacían por medio de la voz de un negro pregonero, mientras que los avisos públicos que el cabildo potosino hacía conocer a los ciudadanos, frecuentemente eran divulgados por mulatos pregoneros, lo cual nos lleva a presumir que los africanos y sus descendientes eran usados en estas tareas posiblemente por su capacidad de emitir con su voz las informaciones. (AHESLP. AMSLP, A-3, 1604.1)50 AHESLP. AMSLP, A-3, 1598.1

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Es decir, sin la mediación de dinero pero sí bajo el esquema de atribuir a los esclavos un estándar de valor. A inicios del siglo xvii, en los libros de pro-tocolos, al margen de varios contratos de compraventa se registraron anota-ciones de “compromisos de pagos” involucrando la adquisición de esclavos en los cuales el beneficiado fue José Chagoyán. Este personaje además de recibir los beneficios contractuales de los pagarés, establecía ciertas pautas del incipiente comercio de esclavos a la par que hacía circular los títulos de propiedad de los cautivos como si fueran moneda corriente en la economía del recién fundado pueblo de San Luis.51

Por otra parte, las cifras reducidas de compraventa de esclavos en San Luis Potosí en el momento, contrastan con las noticias de transacciones de escla-vos indios, o también llamados “piezas de chichimecas” que eran adquiridos no exclusivamente por mineros potosinos, sino que eran puestos en venta en San Luis Potosí por tratantes como Rodrigo de Quintero para trabajar en las minas de Mazapil, Zacatecas, Fresnillo y Sombrerete.52 En este escenario contrastante se puede incluir el comparativo en la tabla de precios de los cautivos africanos y nativos de la frontera norte. Un esclavo africano podía estar cotizado cuatro o cinco veces más caro del valor de los 100 pesos que se pagaron por ejemplo por un nativo. En esos días, 100 pesos era el precio de un “chichimeco esclavo rayado el rostro de edad treinta años poco más o menos…”del cual no se supo el nombre ni edad, mientras que 560 pesos se pagaron para adquirir a Pedro, “natural de tierra angola”. En otros casos, la suma de 490 pesos cubrieron el costo de adquisición de Antonia, originaria de San Tomé, “entre bozal y ladina” de 20 años de edad53, descripción que nos permite saber que la negra estaba en proceso de asimilación lingüística con la cultura de sus tratantes.

En cuanto a la utilización de los esclavos en las tareas propias de los reales de minas, la escasez de datos acerca de su participación en las labores mine-ras no nos permiten dejar en claro el grado de intervención de los esclavos africanos en la minería. De las escasas menciones que hemos encontrado en los cuerpos documentales sobre la minería potosina del siglo xvi, es posi-

51 AHESLP.PAM, A-3, 1602.1 y 1602.2.52 AHESLP. AMSLP, A-43, 159853 AHESLP. AMSLP, A-3, 1598.2

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ble reconstruir circunstancias aisladas de la participación del africano en las minas. A inicios del año de 1594 el opulento empresario Antonio de Ariz-mendi y Gogorrón, propietario de la mina de San Cristóbal acusó al guar-damina Juan de Mederos por negligencia en el derrumbe de una labor de la citada mina en el cual falleció el negro Antón Sánchez Caballero y a la vez casi le ocasionó la muerte de otro operario que estaba dentro de la mina en el momento del accidente.54 En la causa criminal en contra de Mederos, no queda del todo claro si el negro fallecido era esclavo, aunque por su nombre (con apellidos castellanos) suponemos que era libre pero no sabemos cómo se integró a la nómina de los trabajadores del empresario.

En otro ejemplo nos remontamos al año de 1595 cuando a San Luis Potosí llegaron los ecos de un pleito legal entablado en Zacatecas por Pedro de Lan-da en contra de Juan González por la disputa de la suma de 300 pesos por concepto de la compraventa de un esclavo de nombre Francisco de 30 años de edad, “entre bozal y ladino”. Este esclavo había sido adquirido original-mente en la ciudad de Guanajuato en donde se dice que era utilizado para “calear”[sic] minas a pesar de la cortedad de su vista, aspecto que al parecer no impedía realizar su trabajo al interior de las galerías subterráneas a donde se le conducía de la mano por los estrechos pasadizos.55

Pero más allá de la posibilidad para descifrar las actividades económicas de los esclavos, tal pareciera que era más fácil conocer quiénes y cómo se des-empeñaban los comerciantes de esclavos. A diferencia de la identificación de los tratantes de esclavos indios, en estos primeros momentos de la trata en San Luis es más complicado establecer la participación de los europeos involucrados en el tráfico de africanos y del perfil profesional asociado con alguna ocupación como el servicio de las armas, la arriería o el comercio no necesariamente de seres humanos. En la lista de vendedores y compradores de esclavos que se han rescatado de los libros de protocolos es conveniente resaltar el protagonismo de algunos “tratantes” en los contratos de adquisi-ción de piezas como Manuel Mirado, Juan de Alfaro, Francisco Barragán y hasta comerciantes vecinos de Guadalajara como Pedro de Medina. Incluso, los esclavos podían ser adquiridos desde estos momentos del siglo xvii a

54 AHESLP. AMSLP, A-44, 1594.1, 12 de enero de 1594.55 AHESLP.AMSLP, A-43, 1595, 15 de junio de 1595.

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crédito y a través del método de pagos diferidos a lo largo de cuatro meses o más tiempo. Así también, algunos compradores de negros, lo hicieron a través de terceras personas quienes fueron facultados con “poderes” o por-taban cartas-poder para cerrar los tratos a nombre de sus representados.56 A manera de comparación del universo de los vendedores de esclavos, en San José del Parral los personajes que vendieron consecutivamente cautivos afri-canos se dedicaban al comercio, a la minería, a la conducción de diligencias y a la arriería.57

En San Luis Potosí, algunos datos nos revelan la interacción abierta de europeos con porciones de la población de origen africano dentro y fuera del esquema de la esclavitud. Además de los vecinos hispanos, el pueblo era también lugar de residencia de portugueses como Baltazar de Chávez quien sería acusado en el año 1600 por estar amancebado con su esclava negra a lo cual el luso se defendió argumentando que no cometía falta alguna con esta relación pues la africana era su “esclava y su dinero” por lo cual no se consideraba vivir en unión pecaminosa58 lo cual nos revela la actitud hacia los cautivos como prendas. En este sentido, no era gratuita la sentencia que se escribía al final de los contratos de compra de las esclavas y cuyos nuevos dueños las recibían con la alocución “…para que gocen de ella como cosa suya…”59 En otros significados, la posesión de un esclavo representaba en sí la tenencia de un bien, de un objeto o “prenda verdadera” que podría ga-rantizar la obligación de pagar una deuda o bien garantizar una transacción financiera como si el esclavo mismo fuera un tipo de moneda corriente.60

En contraste, otros ejemplos de interacción entre europeos y africanos se lograban consolidar legítimamente por medio de uniones matrimoniales como la constituida por el español Rodrigo de Saucedo y Mariana de Vargas su “… legítima mujer de color moreno persona libre…”61

56 AHESLP. AMSLP, A-3, 1606.257 Mayer, The Black on New Spain´s Northern…, p. 8.58 AGN, Inquisición, Vol. 249, Exp. 25, 1600.59 AHESLP. AMSLP, A-3, 1605.160 En 1607, el vecino y minero de San Luis Potosí, Gerónimo Tudor para aliviar la carga de deuda por 260 pesos que tenía con Miguel Ruíz, empeñó a su esclavo Agustín, de tierra Angola de 18 años de edad.61 AHESLP. AMSLP, A-3, 1604.1

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Pero más allá de las relaciones de afinidad social, en el San Luis Potosí de entrada al siglo xvii, se hacía cada vez más evidente la carencia de gente dedicada permanentemente en el servicio de las minas lo cual justificaba los intentos para injertar a los esclavos en la economía minera. Para el año de 1600, en una de las primeras descripciones de la población de San Luis Poto-sí se informaba que en el pueblo había una vecindad de más de mil españoles varones, una gran cantidad de castas y más de cuatro mil indios “que van y vienen”62, es decir que no necesariamente permanecían en San Luis ya que tan pronto llegaban noticias de la bonanza en otros reales de minas o del descubrimiento de nuevos filones en otros lados, los operarios contratados en relaciones de trabajo libre dejaban sus puestos e incluso deudas para ir en busca de mejores salarios. En otras palabras, el éxito de un empresario mi-nero no tanto dependía de la riqueza de sus minas, de la rentabilidad de los avíos o del abasto de los insumos para la producción de metales, sino en la capacidad para arraigar a sus trabajadores por un tiempo mínimo necesario para disfrutar de las ganancias. En este esquema de trabajo, no se menciona la posibilidad del empleo de esclavos africanos en la minería local a pesar de las recomendaciones para hacerlo o bien de la tibia respuesta que los mine-ros recibieron en cuanto al uso de los negros en los trabajos mineros. A las repetidas solicitudes que había realizado el Virrey de Velasco para promo-ver ante el soberano español el envío de esclavos africanos se sumó el virrey que le prosiguió en el cargo, Gaspar de Zúñiga y Acevedo. Con ello, se daba continuidad a las peticiones y el nuevo funcionario asumió ante Felipe III una actitud de atención al problema más apegada a la realidad ya que su percepción de la esclavitud rebasaba el ámbito del abasto de la mano de obra y se orientó más a los significados del uso del africano en la servidumbre. En este sentido, el también llamado Conde de Monterrey tenía una visión en la cual la presencia multitudinaria de negros en la Nueva España era sinónimo de desórdenes y de abusos. Inclusive, se identificaba como un problema que muchos españoles habían cultivado la costumbre de salir a la calle hacién-dose acompañar por negros como si éstos fueran objetos de ostentación que eran costosos y que mejor podrían estar en otros lugares y haciendo otras cosas. Los altos precios en la cotización de los esclavos según el virrey, eran

62 AGI, Audiencia de México, 223, No. 13

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de los principales impedimentos para que los señores de las haciendas de beneficio minero los adquirieran y pusieran a trabajar en la labores en donde eran más necesarios, y no tanto en las tareas de servidumbre. En otras pala-bras, el virrey reconocía que se estaba desperdiciando a las remesas de escla-vos y peor aún, la adquisición compulsiva de negros sujetos a servidumbre podría empeorar más la situación económica de

“…personas que son pobres o lo están por razón de sus deudas y muchas obligaciones de igual hacen de esto a otras de mayor posi-ble en grave perjuicio de sus casas y del sustento de ellas y remedio de sus hijos e hijas y en manifiesta ocasión de manchar su buen nombre con las faltas que suele ocasionar y traer la necesidad en se-mejantes condiciones y que demás de este daño se emplean en este género de servicio impertinente en muchas cantidades de mulatos negros que pudieran trabajar en las haciendas de minas labranzas y otras granjerías de esta Nueva España en que hay gran falta de gente pudieran así mismo repartirse entre más número de personas siendo como es notorio que hay muchos de ellos en esta ciudad y en otras poblaciones de españoles que no alcanzan para su servicio un esclavo ni un mozo libre por no hallarlos o por encarecer en de-masía el precio de los unos y la soledad de los otros con la mucha suma de ellos que esta entretenida en el ejercicio de acompañar por las calles…”63

Justo en estos momentos, en San Luis Potosí es muy difícil conocer, se-gún la información disponible, qué tanto los esclavos que estaban llegando a cuentagotas se estaban utilizando en labores productivas en la minería o bien en la servidumbre. En los últimos años del siglo xvi, entre los 15 com-pradores visibles, solamente dos de ellos (Miguel Caldera y A. De Espinoza, minero de Sombrerete) sabemos que se dedicaban a las actividades mineras, uno más era el Alguacil Mayor del pueblo. La única tendencia clara obser-vable en los pocos años del siglo xvi en cuanto a la utilización del esclavo en alguna actividad productiva se inclina a la adquisición de esclavos del sexo masculino en una proporción de tres a uno sobre las cautivas lo cual tam-bién es un reflejo de la composición sexual de los cargamentos provenientes de África.

63 AGI, Audiencia de México, 24, N. 62

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Los instrumentos públicos de compra-venta en ninguno de estos caso in-dicó el destino o uso que se daría a los africanos tal y como sucedería más tarde cuando muchos de los contratos dejaron el claro el uso laboral de los esclavos como sujetos a servidumbre. Por otra parte, en algunos documen-tos de la época, en los cuales se hace referencia a la posesión de algunos es-clavos negros sí se dejó en claro la ocupación de ellos en la servidumbre do-méstica como fue el caso de Miguel, “de tierra Congo de catorce años” quien fue comprado por Pedro Paz en conjunto con 800 cabras y cuatro caballos por los cuales se pagaron en total 1,500 pesos.64

En los últimos años del siglos xvi en muy pocos casos de los contratos de compra-venta se incluyeron en las transacciones la adquisición de esclavos adicionales ya que solamente en casos particulares en 1596 y 1597, se añadió un cautivo a los tratos unitarios. Este aspecto sería una práctica más común a partir de 1601 y a lo largo de la vigencia de los Asientos y en algunos mo-mentos, es posible incorporar a las cifras de las operaciones individuales, un nada despreciable “bono” de esclavos en la suma total de contratos.

El año de 1601 también marca un cambio en las tendencias ya que a partir de este momento, el número de los contratos de compra-venta de esclavos en San Luis Potosí empezó a romper el límite inferior observado en los úl-timos años del siglo xvi. Incluso en 1605, se sobrepasó por vez primera la cifra de 20 transacciones por año y de esta fecha en adelante se hizo más evi-dente el aumento año tras año de los pactos de adquisiciones formales de es-clavos a excepción de los años de 1606 y 1608 cuando se observó un descen-so muy marcado con el registro de un solo contrato para el primer momento y tres para el segundo. Estos años son prácticamente los únicos episodios en el comercio de esclavos en San Luis Potosí bajo los Asientos portugueses en los cuales la venta de esclavas fueron más que la de cautivos varones desde el inicio de la década de 1590. En algunos casos de adquisiciones de esclavas por esta época se hizo evidente que algunas esclavas como la mulata María eran piezas de cautiverio muy codiciadas entre varios vecinos de San Luis Potosí como Bartolomé María y Mateo Rodríguez quienes se disputaron la propiedad de la mulata vendida originalmente por el vecino de la ciudad de México Francisco Vilchis. En el pleito por la posesión de la descendiente

64 AHESLP. AMSLP A-44 Causa criminal, 1601, 14 de marzo.

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africana fue llamado a declarar el arriero Juan López de Boronda quien fue el encargado de transportar a la mulata en su recua y quien estaba herrada en el rostro con una “s” y “un clavo”. El arriero declaró que el precio base de la esclava era de 450 pesos, pero se podía estirar el valor hasta unos 500 pesos en función de las habilidades y debilidades de la morena ya que ella era “…muy buena mulata que es muy fiel y sabe coser y guisar solo porque es una gran puta la envió que no tiene otra falta…”65

En otro sentido, en el flujo de esclavos a San Luis Potosí, desde los primeros instantes de su fundación se hizo evidente un patrón inversamente propor-cional en las preferencias por edad y en el género entre los cautivos comer-ciados. Hasta 1600 la edad promedio de las esclavas que llegaron al mercado fue de 2.5 años más alta que la de los hombre, pero por ellos se pagaron en promedio 524.5 pesos de oro común mientras que las esclavas se cotizaron en una media de 472.5 pesos.

En la primera década del siglo xvii la edad de los esclavos al momento de las ventas descendió notoriamente alejándose de la línea de los 30 años en ambos sexos,66 aspecto que va acompañado también por un descenso de los precios promedio (430.9 pesos para los esclavos y 441.3 para las mujeres en el periodo de 1601 a 1605 y 463.1 y 449.7 respectivamente entre 1606 y 1610) lo cual pudo haber sido resultado de una mayor oferta de piezas en el mercado de esclavos en San Luis Potosí. Justo a partir de 1605, en los contratos que originalmente incluían la adquisición de una sola pieza, de un esclavo solamente, empezaron ser más notorios los casos de varios subyuga-dos como integrantes de una sola operación. Antes de esta fecha, notamos en algunos ejemplos la compra de esclavos en pareja ya sea en el esquema marital o entre negros compartiendo lazos sanguíneos. En el primero de los casos observamos la operación realizada por Juan de Zavala en 1602 quien pagó a Juan de Frías Salazar la suma de 1,200 pesos por el esclavo ladino portugués Antonio Duarte de 30 años y su mujer, Constanza de la misma edad. En el segundo caso hacemos referencia a la venta realizada por Geró-nimo Arquero de su esclava Cristina, de 22 años, originaria del Congo quien

65 AHESLP. AMSLP, A-43, 1607.1, 4 de enero de 1607.66 La edad promedio de los esclavos varones entre 1601 y 1605 fue de 19.7 años mientras que en las mujeres fue de 21.5. Para el quinquenio siguiente, la cifra sube a 23.1 para los hombre y 24.2 para las esclavas.

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cambió de dueño por la suma de 700 pesos en la cual se incluyeron dos hijos de la negra: Bartolomé de seis meses de edad e Isabel de 5 años.

En 1607, en cuatro de las 25 negociaciones contractuales anuales se in-cluyeron a esclavos adicionales con el mismo esquema de parejas conyuga-les así como de hijos de esclavas como adición al momento del cambio de propietario de las madres cautivas. Dos años más tarde, a la compra de los binomios madre-hijo esclavos, se añadieron los casos de compras múltiples de cautivos en los contratos. Antonio Maldonado, además de comprar al angoleño Bruno, sumó en el arreglo a Pedro, de la “India del Portugal” de 20 años por un precio en conjunto de 820 pesos. Por su parte, Fernando Ortíz adquirió a Pedro de 30 y Mateo de 37 años por 754 pesos, mientras que el mercader Pedro Bautista Genovés se llevó en compra un par de africanos: Antonio y Baltazar de 20 y 24 años de edad respectivamente por quienes pagó 700 pesos. Por 100 pesos más Diego Romero adquirió una familia de africanos compuesta por ambos padres y una criatura de 5 meses, vendidos todos por Damián de Aquino.

En cuanto a la identificación del grado de asimilación de los esclavos llega-dos a San Luis Potosí, en la primera década del siglo xvii el primer aspecto evidente es la reducida presencia de los esclavos ladinos, los cuales según la información disponible prácticamente desaparecieron en el catálogo de los negreros en la segunda mitad del decenio 1600-1610. En su lugar, los co-merciante llevaron al mercado de cautivos de San Luis más bozales y aque-llos que estaban en la frontera cultural entre la conservación de sus rasgos culturales y la adopción de la lengua de sus amos como criterio básico de la asimilación. Hasta la primera década del siglo xvii, el comercio de esclavos en San Luis Potosí se fundamentó primordialmente siguiendo un patrón de creación de binomios comerciales entre vendedores y compradores. Hasta este momento, no encontramos evidencia de prácticas de acaparamiento de las piezas de Indias en el mercado local. En otras palabras, en la mayoría de los casos, hubieron tantos vendedores como compradores en el lapso de los diez primeros años de 1700.

En este periodo solamente reconocemos la actuación reiterada de  cuatro vendedores de esclavos, mas no podemos comparar su discreto protagonis-mo a la par del proceder característico de los negreros en el mercado de es-clavos en San Luis. Diego Alonso apareció en cuatro transacciones con el

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mismo número de clientes. Por su parte, Diego de Medina vendió tres escla-vos a distintos vecinos en 1605, 1607 y 1609, proceder que no es compatible con las prácticas mercantiles de los tratantes de esclavos sino se ajusta mejor al perfil de un poseedor de cautivos que tanto vende, como adquiere piezas al interior de un comercio más doméstico. Un aspecto que refuerza este ar-gumento es el origen de los esclavos vendidos por él: un congo, un mandiga y uno más procedente de Biafra. Así, en este escenario de esclavitud urbana, cobra importancia el hecho de que en un poblado como San Luis Potosí, de recién fundación las posesiones más valiosas de los vecinos fueron las armas, los caballos y los negros.67

En una escala más modesta con un par de transacciones en cada caso, res-catamos la participación de vendedores de esclavos como Gaspar y Pedro López quienes en la primera década del siglo xvii procedieron como vende-dores y en años posteriores, en lugar de vender comprarían esclavos africa-nos. En la perspectiva de los compradores de esclavos en el ámbito local, es notoria la participación activa en los tratos de compraventa de vecinos varo-nes, ya que solamente en tres casos, algunas españolas como María de León, Teresa Manso y Juana Guado [sic] fueron quienes compraron esclavos indi-viduales de ambos sexos e incluso paquetes familiares de esclavos con prole. Pero posiblemente la dueña de esclavos más célebre en San Luis Potosí fue la morena libre Antona Gallegos. Esta negra andaluza natural de la ciudad de Jerez de la Frontera, hija de Antón Mendoza, negro y Joana Gallegos morena, estaba casada con Pedro Hidalgo Meléndez con quien vivía en una de la casas potosinas mejor ubicadas en la traza urbana, justo enfrente de la Capilla de la Santa Veracruz. Para Antona Gallegos, el color de su piel no fue impedimento para que tuviera esclavos negros a su servicio como una cautiva de nombre Agueda originaria de la isla de San Thome que compró de un portugués y la cual a su muerte, debía ser puesta en venta por subasta en no menos de 400 pesos.68

Con estas características expuestas entre los propietarios de esclavos de San Luis Potosí, encontramos sentido para la noción de la esclavitud como una institución urbana en la cual las familias que buscaban hacerse notar en la

67 Bernand, Negros esclavos y libres…, p. 29.68 AHESLP. PAM, 1621.5, 17 de noviembre.

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colectividad y demostrar cierta posición social adquirieron esclavos negros para la servidumbre doméstica.69 En un escenario complementario a la utili-zación de los esclavos en actividades económicas, a través de la documenta-ción de la época nos es posible ubicarlos en tareas asociadas a la fundición de metales como fue el caso del minero Diego Fernández de Fuenmayor quién en ocasiones se quejaba que sus negros vendieran las “grasas” o mejor dicho los plomos fundidos de metales ricos a rescatadores quienes podían seguir exprimiendo gotas de plata en la refundición de planchas y pedazos de esco-rias con los cuales se podía llegar a recolectar hasta 100 marcos de plata.70 La información recabada para denunciar este fraude deja al descubierto tam-bién que muchos negros, a pesar de estar implícitamente sujetos al yugo de la esclavitud, se movieron con relativa libertad e incluso aprovecharon la confianza de sus propietarios a tal grado que prácticamente en las narices del amo vendieron minerales de deshecho a terceros.

En términos generales se puede establecer que el comercio de esclavos en San Luis Potosí hasta la primera década del siglo xvii fue el resultado de un intercambio de cautivos entre particulares con la participación discreta de algunos personajes como el caso de Gaspar López, minero radicado en el mineral de Ramos quien le vendía esclavos ocasionalmente y a cuentagotas, a sus colegas mineros en San Luis. La circulación en las adquisiciones nos hacen suponer que los esclavos era bienes demandados si bien no en gran escala, pero con fuerte aceptación en el mercado de cautivos internos en el cual es muy difícil detectar la actuación de mercaderes de esclavos en una escala más amplia hasta 1610. Al año siguiente, los datos contenidos en los Instrumentos Públicos desvelarán un escenario diferente.

Los tratantes de esclavos en San Luis Potosí.

El año de 1611 marca el momento de aparición consecutiva de los tratan-tes dedicados en buena medida al tráfico de esclavos en el mercado esclavista de la Nueva España dejando al descubierto sus conexiones con el mundo at-lántico en el cual articulaban el comercio de seres humanos provenientes en

69 Bowser, “Africans in Spanish American…, p. 367.70 AHESLP, AMSLP, A-44, 1606.2, 10 de abril de 1606.

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su gran mayoría del continente negro. Hoy en día, una de las maneras más fáciles para entender el perfil profesional de los tratantes de esclavos es la comparación que podemos hacer de ellos con un vendedor de automóviles usados, a diferencia que los comerciantes portugueses fueron temerarios y prácticos por una parte para procurarse sus piezas a sangre y fuego para in-tegrarlas en el circuito mercantil71 y por la otra, al hacer lo (im)posible para integrar a sus esclavos en la dinámica de la oferta y la demanda de cautivos.

En San Luis Potosí, el mercado de esclavos que queda al descubierto por la actuación de los protagonistas registrados en los libros notariales, fue im-pulsado por una parte por las iniciativas particulares de vecinos y foráneos al real de minas, así como tratantes dedicados a la actividad de transportar y vender africanos en todo lugar en donde se les demandara. Como expli-camos en líneas anteriores, en San Luis Potosí el comercio de esclavos du-rante los primeros 30 años de los Asientos portugueses que temporalmente coinciden con los primeros años de consolidación del poblado, no propició la participación intensa de los mercaderes lusitanos dedicados a la trata y si alguno de ellos participó en el comercio humano, posiblemente no lo hizo a gran escala y pudo haberse parapetado en las cartas poder con las cuales se podía ejercer la representatividad del dueño original de los esclavos que cambiaban de propietario.

Al inicio de la segunda década del siglo xvii, se puede identificar sin duda alguna el primer protagonista de la trata de esclavos negros identificado como tal en San Luis Potosí: Joan de Alfaro Peraza. La participación activa de este tratante durante el año de 1611 se puede relacionar en primera ins-tancia con el aumento del pulso numérico del comercio de ébano en el pue-blo minero con cifras que sobrepasaron la línea de los 40 contratos de com-pra-venta por ciclo anual, ya que la mitad de las negociaciones para adquirir a los esclavos, se los podemos atribuir a la intervención directa de Alfaro Peraza.

Este personaje, del cual sabemos era vecino de San Luis, se desempeñó du-rante 1611 y 1612 como vendedor local esclavos que procedieron en su ma-yoría de la ciudad de México. En la capital de la Nueva España, Alfaro con-taba con la cooperación de dos tratantes como lo fueron el Capitán Miguel

71 Van den Berghe, “The african diáspora…, p. 536.

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Sánchez y Joan de Acosta, ambos avecindados en la metrópoli novohispana, desde donde enviaron al menos unos 27 esclavos a San Luis Potosí, los cua-les fueron comercializados formalmente dentro de la legalidad de los con-tratos de adquisición ante escribano público y protagonizados por Alfaro Peraza como agente de las ventas por medio de los “poderes” cedidos por los dueños originales. Tal pareciera que los propietarios de esclavos que radica-ban en la ciudad de México se involucraron de manera natural en el tráfico negrero. Uno de ellos, el capitán Duarte López de Lisboa tramitó varias car-tas poder para hacer circular sus esclavos en San Luis Potosí con la ayuda del mulato libre Simón de Villanueva quien era el encargado de llevar las piezas incluso a las minas de Zacatecas.72

El negocio tenía buen pronóstico que incluso, a los comerciantes metro-politanos se les unieron en el comercio de africanos miembros del clero re-gular, funcionarios del Santo Oficio así como integrantes del clero secular.73 Otro socio de Alfaro era el tratante de esclavos Baltazar Núñez quien era muy hábil para diagnosticar el clima financiero en el mercado de esclavos y los potenciales compradores de “piezas”. A manera de consolidar los tratos, antes de la protocolización de las compraventas, se firmaban “obligaciones de compra” e incluso, los tratantes recibían adelantos de los pagos acorda-dos. En algunos momentos del protagonismo de Joan de Alfaro Peraza, llegó a recibir hasta 3,000 pesos por concepto de remuneraciones anticipadas.74

Este breve periodo de inicio de la década de 1610 es importante para el es-tudio del comercio de esclavos a nivel general y local porque justo a partir de 1611, en las cifras totales de la venta de cautivos se observó una paridad en dos sentidos: en primer lugar en cuanto al género de los esclavos que cam-biaron de dueño después de que desde los primeros años de trata se había preferido en términos generales la compra de esclavos hombres. En segundo lugar, el equilibrio en los precios pagados por género de los esclavos ya que la diferencia entre las cotizaciones para hombres y mujeres fue reducida en el marco de una estabilización del mercado y de los precios que alcanzaron un promedio de 437 pesos por pieza. Estas condiciones en la trata se logra-

72 AHESLP. PAM, 1611.3.73 Mayer, The Black on New Spain´s…, p. 13.74 AHESLP. PAM, 1611.3. Alfaro incluso fue demandado por clientes como Antona Gallegos.

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ron después de las oscilaciones en los precios pactados por los esclavos que en ocasiones hicieron más costosa la adquisición de varones (siglo xvi) o la compra de esclavas (1601-1605). Entre 1611 y 1615 el promedio de los pre-cios pagados para los cautivos de ambos sexos se calcula en unos 437 pesos y de este momento hasta 1630, se hará evidente una tendencia a la baja en los precios por debajo de la línea de los 400 pesos, lo cual contrasta con los valores monetarios del inicio del mercado de cautivos a nivel local cuando se llegaron a vender sujetos por más de 500 pesos. Los altos precios desembol-sados por una “pieza de indias” llevó algunos compradores a cuidar el estado de la “mercancía” a tal grado de exigir garantías sobre las compras. Pedro de Arizmendi y Gogorrón entabló una disputa legal con Francisco de Alarcón porque en la compra del esclavo angola Pedro, no se declaró el estado de salud del negro. A las dos semanas de haber recibido el esclavo adquirido, el africano empezó a quejarse de dolor de costado y al mismo tiempo que arrojaba sangre por la boca. Estos argumentos le sirvieron para solicitar la cancelación del contrato ya que había comprado mercancía defectuosa por el precio de 520 pesos y más aún con la garantía de que se le había asegurado que el esclavo estaba complemente sano “…y que no tenía enfermedad nin-guna pública ni secreta…”. Cabía pues la posibilidad de que el vendedor in-tentaba hacer fraude al ocultar los síntomas de padecimientos que también habían sido detectados por el dueño anterior de Pedro ya que se indicaba que tenía una “…enfermedad tan grave y peligrosa que nunca escapan de ella los que la tienen o muy raras veces sanan de todo punto sino que al fin tienen a morir de la dicha enfermedad…”75

Pedro de Arizmendi y Gogorrón se puede identificar a su vez como uno de los vecinos de San Luis con una nómina de esclavos muy numerosa. Él y su esposa, doña Antonia de Rivas Palominos llegarían a acumular en los inventario de sus bienes contingentes de 17 esclavos negros, 14 mulatos y siete “mulatillos”. Algunas de sus esclavas, como la angoleña Catalina estuvo acompañada de sus dos hijos, mientras una mulata de nombre María estaba cautiva en compañía de su hijo varón de tres años de edad.76

75 AHELSP. AMSLP, 16 de febrero de 1612.76 AHESLP. AMSLP, 1642.2, 20 de junio.

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Bajo estas características que se estaban desarrollando en el mercado de es-clavos potosino, el citado tratante Alfaro vendería piezas individuales y en conjunto como el caso de dos parejas de negros angolas que acomodó con Pedro de Mendoza y con Felipe de Fraga Corbalán respectivamente. O bien, al matrimonio de los esclavos angoleños Francisco y María más su hija An-tonia de dos años de edad que a cambio de 905 pesos entregó a Juana Guado. Pero en ocasiones, las ventas de algunos esclavos desataron fuertes polémi-cas y juicios para intentar invalidar los contratos, sobre todo cuando eran evidentes enfermedades ocultas, así como limitaciones físicas y dolencias padecidas por los esclavos. Uno de los pleitos más exacerbados que hemos podido rescatar de los documentos fue precisamente de este tipo e involu-cró a comerciantes intermediarios de la ciudad de México como Pedro de la Calle y mineros del ámbito potosino como Juan Pérez de Basurto, minero avecindado en Monte Caldera. En el mes de febrero de 1615, ambos per-sonajes cerraron el trato de venta de un lote de tres esclavos, dos hombre y una mujer por los cuales el precio pactado fue de 1,300 pesos. Unos meses más tarde, el minero de origen vasco y miembro de una segunda generación de militares-mineros del septentrión novohispano, inició pleito contra de la Calle porque uno de los esclavos, Lorenzo, angola de 20 años estaba prácti-camente inutilizado ya que estaba “…falto de la vista corporal y quebrado de los lomos…” y esta condición fue ocultada por el vendedor ya que al ce-rrar el trato, Pérez de Basurto se quedó con el entendido que el esclavo no tenía ni tacha ni defectos. Para complicar más la reclamación se descubrió también que el negro en lugar de ser bozal era ladino y en un plano prácti-co, era muy difícil deducir el precio del angola en la cantidad pagada por el conjunto de tres. Los meses pasaron y alcanzaron a darle la vuelta al año ya que por el mes de abril de 1616, el pleito estaba empantanado por causa de que el demandado, al ser vecino de la ciudad de México intentaba rehuir a la responsabilidad amparado en la distancia. El asunto finalmente empezaría a resolverse cuando en el expediente del caso se hizo presente una misiva del mismísimo rey de España, Felipe III y ante tal intervención, se le concedió la razón a Juan Pérez de Basurto a quién se le reembolsó la cantidad de 430 pe-sos. Lo que el minero vasco no pudo conseguir a pesar de sus influencias, fue la reparación del daño causado por el engaño aunque el caso nos ha permiti-do introducirnos en los significados que envolvían la compra de un esclavo

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y la vida en un espacio de la frontera minera del norte de la Nueva España en la cual los comerciantes vascos participaron en el comercio de esclavos tanto en el mediterráneo como en las costas africanas. En Sevilla, en el emporio mercantil de los vascos participaban personajes como Cristóbal de Basurto (hermano de Joan Pérez de Basurto), quien a su vez tenía en Monte Caldera una mina y en la ciudad andaluza tenía atracado un galeón listo para viajar a las Indias. Además, en Sevilla el comerciante negrero vasco más importante era un tal Antón de Arriaga.77

En otro sentido, las transacciones de compraventa de esclavos nos permi-ten identificar la manera en la cual los hábiles tratantes de esclavos empe-zaban a tejer sus redes comerciales hacia adentro y hacia fuera de los muros de San Luis Potosí y en cierta medida marcaron el ritmo comercial ya que en términos numéricos, a Joan de Alfaro se le puede atribuir un tercio de las transacciones realizadas en 1611. Esta característica se repetirá con otros personajes en los años siguientes de vigencia de los Asientos.

Antes del protagonismo de Joan de Alfaro, en el amplio catálogo confor-mado con los nombres de los vendedores de esclavos en San Luis Potosí, no hay evidencia de una participación insistente de algún personaje en las transacciones. Los vecinos más activos en los contratos eran aquellos como Diego Alonso en 1607, así como los mercaderes Gaspar y Pedro López en 1609 cuando a título personal vendieron en actos consecutivos dos esclavos africanos a lo mucho. Sin embargo, no les podemos atribuir plenamente la denominación de tratantes de esclavos ya que precisamente en la misma época, otros residentes del pueblo como Cristóbal Hernández, Joan Martin Matanza, Sebastián de Vargas e incluso una vecina de nombre Esmeralda Martínez, en conjunto vendieron cantidades similares o unos cuantos escla-vos más bajo el esquema de contratos colectivos. En este sentido, al conocer el grado de involucramiento de los dueños de esclavos es posible entender la presencia de esclavos en la sociedad colonial.78

En el año 1611, a la participación de Alfaro en las ventas de esclavos, se le sumó aunque de una manera más discreta y sin representar una compe-tencia, la de Francisco López con un par de tratos. Joan de Alfaro vendió la

77 Comunicación personal con Román Basurto Larrañaga, Bilbao, España, febrero de 2013.78 Cortés López, Esclavo y colono…, p. 133.

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mayor parte de los africanos en el esquema de transacciones individuales a compradores diversos. Solamente les vendió a Pedro de Mendoza, y a Fe-lipe de Fraga Corbalán binomios de esclavos de ambos sexos provenientes de Angola y a P. Enríquez de Rivera vendió a la angoleña Felipa y a María de San Tomé, ambas de 20 años de edad y cada una con un precio pactado de 375 pesos. Desde estos momentos de la trata bajo los Asientos, el origen geográfico de los esclavos estuvo estrechamente relacionado con la salida de embarques de los puertos africanos, y en este orden, los navíos que partie-ron de Angola representaron más del doble de los que zarparon de Guinea y ocho veces más de Cabo Verde y San Thome.79

La actuación acaparadora de Alfaro Peraza como intermediario en los tra-tos de ventas de esclavos se hizo patente nuevamente al año siguiente aunque de una manera más discreta ya que solamente consolidó la venta de seis es-clavos a un universo similar de clientes. Estos cautivos (cinco angolas y una africana Bran) habían llegado provenientes de la ciudad de México de donde fueron despachados a San Luis por el propietario original y vecino de la ca-pital novohispana, el Capitán Manuel Sánchez quien también en 1611 expi-dió cartas-poder para que Alfaro vendiera en San Luis sus esclavos. Acerca del destino de los africanos en San Luis, no es posible seguir la pista a través de los compradores. Sabemos que uno de ellos, Joan Muñoz de Benavente hipotecó a María, la negra angola que había adquirido por medio de la in-tervención de Alfaro Peraza en 1612, junto con todos sus bienes en el mismo año en consecuencia del clima de endeudamiento que muchos empresarios mineros estaban experimentando en San Luis Potosí. Paradójica mente, en los días en que se intentaba consolidar el comercio negrero por esta porción de la frontera norte de la Nueva España, se hacía más que evidente la falta de mano de obra dedicada a las labores mineras. Ser empresario minero en estos territorios significaba vivir endeudado y prácticamente ahogado por las obligaciones de los gastos por la producción de oro y plata. En reales de minas como Zacatecas, los mineros endeudados eran conminados a que si poseían esclavos, los vendieran para hacer frente a sus débitos en lugar de dar por perdidos sus compromisos financieros.80 En San Luis Potosí, los mi-

79 Peralta Rivera, El comercio negrero en América…, p. 249.80 AHESLP. AMSLP, A-2, 1612

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neros vivieron un escenario similar y como ejemplo tomaremos el caso del vecino y minero, el capitán Miguel de Maldonado quien falleció sepultado en deudas que sumaban más de 18,000 pesos de oro. A la muerte del minero, uno de sus deudores, Pedro de Altamirano se posesionó de todos los bienes que eran minas, instalaciones de beneficio de metales, molinos, grasas y por supuesto, esclavos. Además, quedarían embargadas las producciones futu-ras de las vetas a nombre del difunto quien incluso no había pagado el suel-do de un mayordomo de hacienda por un año.81 En este caso, la posesión de esclavos y su remate ayudarían a solventar la carga de deudas que heredaron los parientes del minero.

La oferta masiva de esclavos en San Luis Potosí empezaba a ser una prác-tica más común y favorecida por el entramado comercial que sentaba las bases de la concentración de cautivos en la ciudad de México como centro de acopio y distribución. A los mercaderes de esclavos asentados en la capi-tal novohispana que hemos señalado, se le pueden agregar personajes como Salvador Francisco quien pasaba temporadas en San Luis para tomar el pul-so del mercado local y planificar la distribución de esclavos inventariados en México. Una cifra recurrente en los envíos de las remesas de cautivos eran los llamados “armazones de negros” que eran conjuntos compuestos por una veintena de esclavos de ambos sexos, que salían de la capital novohis-pana para ser vendidos en los reales de minas en donde se cotizaran mejor o bien, para satisfacer la demanda en aquellos lugares en donde se habían levantado los encargos o pedidos con anterioridad.82 En este orden comer-cial, a partir de 1613 sería más evidente la participación de personajes ave-cindados en la ciudad de México en el tráfico de esclavos africanos. Si bien no se puede fijar con claridad el perfil profesional de los involucrados como tratantes de negros sí es posible dar cuenta de la diversidad de los oficios que desempeñaban algunos. No sabemos mucho acerca de involucrados como Jorge Tristán, pero sí de los mercaderes Pedro de la Calle, Diego Tinoco, Simón García, Simón Báez y Juan Bautista. También podemos dar cuenta que el transporte de los esclavos estaba asegurado por la actividades com-plementarias de algunos vendedores como Pedro López Borricón quien era

81 AHESLP. AMSLP, 1612.2, 30 de abril de 1612.82 AHESLP. AMSLP, 1613.1, 27 de febrero de 1613.

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dueño de varios carros de bueyes o el caso del trajinero Lorenzo Alonso. La actuación de ambos bien pudo apoyar el aumento en los contratos de adqui-sición de piezas africanas en la segunda década del siglo xvii, periodo en el cual también notamos la influencia de tratantes de esclavos profesionales y de alcances transatlánticos.

Algunos tratantes como Salvador Francisco alternaban su residencia entre la capital novohispana y los mercados internos de esclavos como San Luis Potosí y con la ayuda de corredores o intermediarios como Francisco López Enríquez organizaban los traslados de cargamentos de esclavos con los ries-gos que los viajes implicaron. En febrero de 1613, esta mancuerna de comer-ciantes sufrió una importante merma cuando de las 21 piezas que salieron de la ciudad de México con rumbo a la frontera norte, siete esclavos (seis hombres y una mujer) murieron de una enfermedad grave que contrajeron en el camino.83

Desde el año de 1617, el notable aumento en la comercialización de escla-vos angoleños bozales jóvenes84 y de ambos sexos se puede relacionar con la intervención del portugués Pantaleón de Figueroa y Mezquita quien actuó como vendedor en los 16 contratos individuales y colectivos de cautivos que por su cuenta hizo traer a la Nueva España y posteriormente comercializó en San Luis Potosí a sendos compradores quienes le pagaron en prome-dio 355 pesos por pieza. En este lote, destacan las transacciones hechas con Alonso de la Fuente y Domingo Varela quienes se hicieron de un par de cau-tivos cada uno, mientras otro vecino de San Luis, Gabriel de Rosas compró un par heterogéneo de cautivos de Angola, Mateo de 17 años en 400 pesos y Catalina de 25. El predominio de los esclavos de Angola en las compraventas fue resultado a que durante los Asientos, el porcentaje de los esclavos pro-venientes de esta porción del occidente africano en ningún momento des-cendió por debajo del 60% del volumen de la trata y en alguno episodios, la hegemonía en las cifras del esclavo bantú alcanzó hasta el 95% con lo cual no es gratuita la expresión de identificación de Angola como parte de la “Costa de los Esclavos”.85 En esta región, el puerto de Luanda se consolidó además

83 AHESLP, AMSLP, 1613.1, 27 de febrero de 1613.84 Con una edad promedio de 17.5 años para 10 hombres y mujeres.85 Mgou-Mve, El África Bantú en…, pp. 172-173.

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como principal punto de salida de lo que se ha llamado la “ola angoleña”, ya que de ahí fueron embarcados la mayoría de cautivos que incluso fueron destinados a las colonias inglesas y holandesas en América durante la pri-mera mitad del siglo xvii.86

Figueroa y Mezquita, se avecindó una breve temporada en San Luis Potosí para vender sus piezas durante el año de 1617 aunque su residencia estaba en la ciudad de México. Al año siguiente regresaría a la capital potosina con un protagonismo comercial más discreto ya que solamente cerró un solo trato con el minero Gaspar González para venderle a Tomás de 10 años de edad y proveniente de Cabo Verde, lo cual contrasta con el perfil de los esclavos vendidos por este comerciante con anterioridad. En los registros protocolizados de compraventa de esclavos, este portugués desaparece por completo del mercado para los años siguientes a la par que se experimentaba una baja en las transacciones prolongada hasta el año de 1620. Sin embargo, lo que se mantendrá vigente será la participación de otros lusos en el comer-cio de esclavos.

Entre los portugueses con las redes más amplia en el mundo transatlántico, se reconoce el papel desempeñado por el Capitán Sebastián Báez de Acevedo cuyos tentáculos en el comercio negrero alcanzaron el interior de los mu-ros de San Luis Potosí en donde vendió esclavos a través de sus apoderados Francisco Ruíz y el mercader Diego Rodríguez. Estos intermediarios además de coincidir en la confianza depositada por Báez tuvieron el mismo cliente en el pueblo: el pastelero Joseph Ramos quien adquirió en la triangulación un par de esclavos varones angoleños de 21 y 22 años de edad quienes segu-ramente lo asistirían en el oficio y por los cuales pagó la suma de 420 pesos por cada uno.

En los últimos 20 años de los Asientos portugueses y de una manera no significativa pero constante, en los protocolos se empieza a notar la parti-cipación en la posición de vendedores de esclavos a dos tipos de tratantes. Por un lado, la actuación de europeos mas no solamente portugueses, como pilotos de navíos, y en segundo lugar, a personal de la milicia, en específico a capitanes quienes se integraron en el elenco de vendedores de negros. En el primer distintivo, resaltamos a personajes como Antonio de Sotomayor y

86 Wheat, The Afro-Portuguese Maritime World…, p. 103.

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Joan Bautista Burgos, pilotos de la carrera de las Indias, a Antonio de Soto y a Joan Ruiz, pilotos que también llegaron a San Luis a vender sus piezas, y cuya posesión tenían derecho como encargados de la transportación de las cargamentos de negros desde la costas africanas. Entre los militares, en-contramos vendiendo a sus piezas a los capitanes Alonso Guajardo Fajardo, Andrés Merino de Guzmán87, Manuel López, Gonzalo Martín de Gona, Pe-dro de Salazar, Alonso Gómez Montesino, Juan Pineda de Salazar e incluso, algunos como el capitán sevillano Luis Salmerón, abiertamente ostentó sus distintivos como militar y mercader. A todos ellos se le sumaron otros resi-dentes de la ciudad de México que estaban dentro del negocio del comercio de esclavos e identificados como mercaderes sin especificar su especialidad o bien con el oficio perfectamente transparente como Pedro Jorge quien en un solo contrato podía comercializar a tres esclavos en una sola transacción. Sus cargamentos por lo general estaban compuestos por negros bozales de Angola con precios singulares de 430 pesos por los varones mientras que por una mujer88 se podía llegar a pagar sumas de hasta 450 pesos. Estos pre-cios son característicos de la época ya que en el mercado de esclavos en San Luis Potosí desde 1615 hasta 1630, los precios promedios pagados por las esclavas, fueron más altos que los erogados por los varones. En sentido con-trario en esta ecuación, en el mismo periodo se vendieron más esclavos del sexo masculino y en ciertos momentos como en 1621 y 1626, las ventas de hombres casi duplicaron a la de las mujeres. Por otro lado, las repercusiones más realistas que podemos apreciar como saldo de esta diferencia en las co-tizaciones de los esclavos, pueden señalar el significado de las adquisiciones

87 El Capitán Andrés Merino de Guzmán se desempeñó como vendedor de esclavos africanos provenientes de sus cargamentos transportados en navíos como el “San Francisco” que llegó a inicios del mes de febrero de 1619 al puerto de Veracruz con una nómina de 111 negros de los 150 que sacó de África, de Angola. Los 39 esclavos restantes murieron en el trayecto. (Vila Vilar, Hispanoamérica y el tráfico, Cuadro 3 en Apéndices.)En San Luis Potosí, Merino de Guzmán logró la venta protocolizada de al menos cuatro piezas (todos varones) entre 1619 y 1620. En el primer momento, le vendió al Bachiller Diego Paz y Joan Castillo esclavos angoleños, igual que como lo hizo con el mercader Miguel Ruiz en 1620 con la venta de un cautivo procedente de “Tierra Mina” de 10 años de edad propiedad del Capitán Martín Gil, vecino de la ciudad de México.88 Gracia, angola, bozal, 18 años de edad en 450 pesos, vendida en 1619.

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en cuanto a los usos de los esclavos en la sociedad y economía potosina en la primera mitad del siglo xvii.

Lo que si nos queda más claro es que estaba en marcha un tráfico de escla-vos resultado de la demanda de siervos que cambiaban de dueño en pequeña escala pero también dentro de estrategias más complejas de comercializa-ción en el mundo atlántico en donde personajes como Antonio Pacheco era parte de un complejo entramado de comerciantes y maestres de navíos que promovieron el itinerario de la esclavitud desde África pasando por la facto-ría veracruzana, el almacén de cautivos de la ciudad de México y el mercado interno, hasta alcanzar poblados novohispanos como el pueblo minero de San Luis Potosí. Al final de cuentas, el largo recorrido estaba bien justificado ya que según la evidencia recopilada en el presente trabajo, San Luis Potosí era una buena plaza para la comercialización de los esclavos.

El derrotero de los tratantes de esclavos como Pacheco empezaba al embar-car en las costas africanas unos 180 esclavos angoleños para enfilar a la Nue-va España. El 29 de septiembre de 1617, el navío del cual Pacheco era Maes-tre, el “Nuestra Señora de Guía” arribó a Veracruz con 44 esclavos muertos, quienes fallecieron en la travesía. Los esclavos sobrevivientes serían repar-tidos sucesivamente entre compradores del interior del reino y hasta 1621, Pacheco seguía vendiendo esclavos bozales en el mercado norteño. Un ne-grero más activo y abierto a opciones de pago fue el capitán Jorge Benecia-no de quien se registró su arribo a Veracruz el 12 de febrero de 1619 con una cargazón de 123 negros, menos de la mitad de los que habían partido con vida de África a bordo del filibote San Jorge.89 En San Luis Potosí, este maestre de navío lo encontramos vendiendo sus esclavos por medio de dos criterios de comercialización. En primer lugar, vendía sus piezas directa-mente a compradores locales como Gerónimo León en 1623 o a Joseph de Briones con quién hizo tratos por dos esclavos de Angola en 1624. Al año siguiente siguió con sus ventas en directo las cuales incluyeron cautivos de tierra calabar (sic) que llegaban a cotizarse en unos 370 pesos. Por último, en 1627 Beneciano vendió en transacción directa a Pedro de Pineda una angola llamada paradójicamente Esperanza en 320 pesos. El otro procedi-miento que usó recurrentemente este traficante para colocar sus piezas, fue

89 Vila Vilar, Hispanoamérica y el tráfico, Cuadro 3, Apéndices.

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el abastecer de esclavos a comerciantes locales en San Luis Potosí como Gas-par de Villanueva para que a su vez se revendieran las piezas entre los veci-nos que demandaban esta variedad de mercancía. Otro de los comerciantes, Juan Monzón le vendió a Bartolomé Rodríguez una esclava de nombre Ca-talina, caribali que había comprado previamente a Beneciano, cuya especia-lidad era la comercialización de esclavos provenientes de Angola.

Para reconstruir la intensidad de la actividad comercial de otros merca-deres como Alonso Rodríguez, los datos disponibles no ayudan mucho en cuanto a esclarecer la residencia y la vecindad de los comerciantes de es-clavos. Lo que sí nos queda más transparente en que a partir de 1621, los comerciantes foráneos y en especial los de la ciudad de México participaron intensivamente en el mercado local.

Hablemos ahora de Juan Martínez, un participativo tratante de negros vecino de la ciudad de México que tanto vendía piezas individuales como lo hizo a Francisco Velázquez, vecino de San Luis, como vendió a Sebastián de Oyarzabal un conjunto de varios esclavos en el año de 1621. En esta opera-ción, Oyarzabal se haría de la propiedad de cinco negros a un costo de 300 pesos cada uno por su calidad de bozales de Angola. Sin embargo, a este precio también adquirió a un negro de nombre Pedro que fue comprado en Lisboa lo que descubre las redes comerciales y sociales de Martínez en el mundo transatlántico. Ese mismo año, le vendería a Alonso Mata Crespo un esclavo bozal procedente de Angola y parte de los cargamentos de afri-canos llevados a América bajo el auspicio de Melchor Méndez y Compañía. Sin lugar a dudas, Martínez desde su residencia en la capital novohispana tejía sus redes con los comerciantes de esclavos y en el caso de los cautivos que logró vender en San Luis Potosí, éstos llevaban en el cuerpo siete marcas de fuego distintas de los tratantes fácilmente reconocibles por los Calimbos. En ninguna de las marcas con las cuales se imprimieron en la piel de los esclavos las iniciales de los propietarios, se dibuja las iniciales de Juan Mar-tínez.90 No obstante, su papel en calidad de intermediario de tratantes como Diego de Olivera, Álvaro de Acosta, Manuel Solís fue notoria así como sus vínculos con Melchor Méndez. La especialidad de Martínez fueron los escla-vos recién llegados de Angola, pero en algunos de sus tratos, también vendió

90 Ver Calimbos números 3,4,5,6,7,8 y 9 en Apéndices,

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a los provenientes de otros mercados. A Alberto Xaime, dueño de una car-bonera ubicada en la jurisdicción de la Alcaldía Mayor de San Luis Potosí le vendió un paquete de tres negros, uno de ellos llamado Francisco, ladino, criollo de Brasil quien en conjunto con los angoleños fueron mercados en calidad de esclavos sujetos a servidumbre.91

La actividad de este intermediario de esclavos solamente podría comparar-se por la del minero potosino Pedro Díez del Campo aunque en una escala más discreta por el volumen de sus transacciones, pero sería totalmente em-pañada por la otro residente de la capital del virreinato, Sebastián de Cas-tro, quien se desempeñó como un tratante de esclavos muy sobresaliente y activo entre los años de 1621 y 1630. El papel de Pedro Díez del Campo en la comercialización de esclavos fue muy efímero y solamente logró cerrar 7 contratos con el mismo número de compradores en 1621 mientras que el caso de Sebastián de Castro merece un lugar aparte por la dimensión de su papel como tratante y como parte del entramado del comercio de esclavos administrado por negreros portugueses en la ciudad de México como el al-macén de cautivos que fueron desembarcados en Veracruz.

En el periodo mencionado de 1621 a 1630, Sebastián de Castro vendió en San Luis Potosí al menos 50 esclavos de ambos sexos y diferentes edades como parte de las transacciones del comerciante lusitano Antonio Méndez Chillón de quien era apoderado en la capital de la Nueva España. A su vez, Méndez Chillón era un dinámico comerciante de todos géneros en los cuales se incluía el cacao proveniente de Venezuela así como los negros que traía a México gracias a sus conexiones con negreros portugueses en Cartagena de Indias. La facilidad para vender esclavos era una característica familiar ya que su padre y sus hermanos se desempeñaron como negreros en la época dorada de la trata en la Nueva España. El método de venta de los esclavos de Méndez Chillón incluso permitía a los compradores adquirirlos a plazos por lo cual, el comerciante luso alimentaba cotidianamente una creciente lista de deudores en la cual se incluyeron tanto vecinos del pueblo de San Luis como también a funcionarios reales que observaron la costumbre de comprar esclavos negros y de otros colores. La cobranza de las deudas por compras de esclavos era realizada por comerciantes que recibían de Méndez

91 AHESLP. AMSLP, 1621.4

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amplios poderes para la recolección de las deudas y por lo general estaban avecindados en poblados estratégicos como la ciudad de México. Aquí en-contramos justamente el lugar de residencia del mercader Sebastián de Cas-tro quien como apoderado de Méndez, ocupó el papel de vendedor en las operaciones de venta de esclavos llevadas a cabo por donde se demandaran esclavos, incluso en las minas del norte de la Nueva España.92

La especialidad en estas transacciones de adquisición de esclavos también fue la comercialización de cautivos provenientes de Angola, señalado como lugar de origen de 35 negros de ambos sexos que cambiaron de dueño a tra-vés de la intervención de Sebastián de Castro. Una quinta parte de las piezas fueron del sexo femenino, y en total, el promedio de edad fue de 25 años y el de los precios pagados, de 353 pesos. El año más activo en la actuación de este binomio comercial fue el de 1626 cuando vendieron en conjunto 19 es-clavos, los más de Angola, y en segundo término los criollos de la ciudad de México. En años posteriores, las ventas de Méndez y Castro tendieron a una disminución e incluso en 1629 vendieron un esclavo “ladino por cautiverio” a Cristóbal de Castro en 390 pesos cuando empezaron a escasear los angole-ños y diversificaron el origen geográfico de sus piezas de indias.

La participación de los negreros en el puerto de Veracruz y de los comer-ciantes en la ciudad de México también se reflejó en los contratos múltiples de compraventa de esclavos registrados en los libros de protocolos de los escribanos en la década de 1620. En dos momentos de este periodo (1621 y 1626) esta tendencia se manifestó en un aumento notable en el número de los contratos que incluyeron en una misma operación dos o más esclavos. En otras palabras, en los contratos que tradicionalmente se establecían por la venta de un solo esclavo en la mayoría de los casos, también se añadieron esclavos adicionales. Resultado de esta práctica, en los años mencionados la información registrada en los protocolos de compraventas unitarias de esclavos en cierta medida es un registro parcial del número total de los es-clavos que cambiaron de dueños ya que es necesario añadir las cifras de los esclavos adicionales que se incluyeron en los contratos y que representan los valores más altos en las transacciones durante los Asientos portugueses y en toda la historia del comercio de esclavos en San Luis Potosí, con un bono de

92 García de León, “La malla inconclusa…”, pp. 64-67.

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43 esclavos en 1621 y de 33 en 1626. En conjunto, este par de años también marcaron significativamente la evolución del comercio negrero en cuanto a los totales de contratos formalizados por la compraventa de esclavos ya que en 1621 se registró la segunda cifra más alta en el periodo de la trata de ne-gros, alcanzando la cantidad de 135 tratos dentro de los cuales la adquisición de esclavos bozales más que la de ladinos fue la de mayor demanda no sola-mente en este año citado sino en toda la década de 1620 a 1630.

A mediados de 1621, a San Luis Potosí llegaron noticias no alentadoras del otro lado del mar y en palabras del virrey de la Nueva España, el Conde de Priego se informaba que en virtud de conflictos entre España y Alemania, el reino necesitaba de ayuda económica en forma de donaciones urgentes. En San Luis Potosí, este llamado se dirigió a los vecinos con cierto perfil eco-nómico, pero principalmente se hizo un llamado a los empresarios mineros que cumpliera con dos atributos: en primer lugar, poseer minas abiertas y secundariamente, tener a operarios trabajando en ellas como barreteros, te-nateros y personal de servicio.

La información recopilada en función del cálculo del donativo en metales “secos y plomosos” nos da la oportunidad de conocer las nóminas de los mineros y la integración de la población de origen africano en las cuadrillas dedicadas al trabajo minero de los principales propietarios de minas y de esclavos ya que los mismos nombres que se enlistan como dueños de ve-tas en el Cerro de San Pedro aparecen consecutivamente en las escrituras proto colizadas de compras de esclavos. Dependiendo del tamaño y compo-sición étnica de las cuadrillas de los mineros, se haría la “graciosa donación” en metálico y en el caso de los carboneros, la entrega del donativo sería en cargas, sacas y cajones de carbón, medidas diversas del mismo elemento que igualmente era valioso como medio de intercambio económico y como in-grediente fundamental en la fundición de los metales. En el cómputo de las cantidades que se ofrecerían como dádiva corporativa, se hizo una diferen-cia muy marcada en la capacidad productiva entre los trabajadores que des-cubre así mismo la manera en la cual eran vistos los indios y los africanos en el campo laboral. Por cada indio inscrito en las cuadrillas de los mineros se les pidió la otorgación de 10 xiquipiles93 de metal, mientras que por cada ne-

93 Xiquipil. Vocablo de la lengua Náhuatl (xiquipilli) que se usa para nombrar al morral, saco o

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79Capítulo i. El comercio de esclavos en san luis potosí

gro, la cuota solicitada se duplicó. Así, en una simple ecuación del donativo particular del minero Francisco Díaz del campo, al mantener una nómina de seis indios y seis esclavos africanos, su cuota fue de 180 xiquipiles deducidos de los 60 indicados para sus indios y los 120 para sus negros.

Algunos mineros como el Capitán Alonso Yáñez de Montoya tenían en sus minas unos seis esclavos los cuales había empezado a comprarlos desde 1617 y alguno de ellos pertenecieron a los lotes de Francisco Acuña, armador de negros avecindado en Lisboa. A otros los adquirió por medio de los tratantes de la ciudad de México. Igual cantidad de esclavos declaró el minero Fran-cisco Díaz del Campo, mientras que a Diego Tovar se le reconocieron siete. En el caso de Díez del Campo, en los libros de los escribanos a partir del año 1621, hay evidencia que lo identifica como un comprador consuetudinario de esclavos y al parecer el último de los 15 que llegó a poseer (todos varones) lo adquirió en el año de 1640, cuando llegaron a su caducidad los Asientos portugueses. Por su parte, Diego Tovar observó el mismo patrón de compra de esclavos de su colega, adquiriendo unas 10 piezas, en los cuales se inclu-yeron a dos mujeres unidas a sus parejas y ocho esclavos varones, necesarios para las labores requeridas por el empresario minero. Los dueños de minas que solamente declararon la propiedad de un cautivo en sus labores fueron Matías Pardo, Fernando de Salazar, Antonio Camacho, el Capitán Pedro de Arizmendi y Gogorrón así como Baltazar de Villanueva Sandoval. Sin em-bargo, un aspecto era la posesión de mano de obra forzada por la esclavi tud de sus operarios y otra el hecho de disponer de esclavos adicionales en el servicio doméstico. Por ejemplo, la minera Francisca de Paz viuda de Diego Fernández Fuenmayor empadronó a cinco esclavos negros trabajando sus feudos serranos, pero en los libros de protocolos encontramos a otros tan-tos cautivos de su propiedad de sexo femenino y adolecentes en su mayo-ría. Entre las esclavas de la minera española algunas fueron destinadas al servicio doméstico. Es decir, tenía esclavos para cada esfera de su vida y en-tre ellas una muy joven, de nombre Juana, criolla de San Juan de Ulúa de seis años de edad, quien había sido adquirida del citado Pantaleón de Figueroa

bolsa de fibra vegetal en el cual se transportan los metales del interior de las minas hacia fuera. Así mismo, es una medida o unidad con la cual se calcula el trabajo a destajo de los tenateros, quienes son los encargados del acarreo de los minerales que son derrumbados por los barreteros con la ayuda de una pica o barreta de hierro.

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por la suma de 200 pesos. Por su parte, otra empresaria de nombre María de Mendoza manifestó la propiedad de tres negros en sus cuadrillas que segu-ramente laboraban en labores de refinación de los metales.

En el corporativo de mineros, quien más esclavos declaró en propiedad fue Josephe Briones con la suma de 15 esclavos sujetos al trabajo de sus minas, a los cuales le debemos añadir un mulato criollo de Jamaica, una jamaiquina comprada en Zacatecas, dos angolas, un terranova y un mulato nacido en San Luis Potosí que a esta altura del siglo xvii, se estaba incorporando desde dentro al mercado de esclavos local.94 Briones era uno de los mineros más acaudalados de San Luis Potosí, dueño de la célebre “Cata Briones” que era una propiedad minera que le dio muchos dividendos. En base a su solvencia económica, Josephe de Briones se dedicó también a comprar esclavos para el trabajo de su hacienda de beneficio de metales en Monte Caldera. En 1617, de Briones vendió al Capitán Pedro de Arizmendi y Gogorrón un conjunto de esclavos indios que le servía en la modalidad de cuadrilla conformada por 19 indios entre los cuales había cuatro parejas de indios casados y entre los 11 restantes encontramos a individuos de las naciones chichimecas, caca-pus y sirapos. La compraventa de esta cuadrilla incluyó también los jacales respectivos de los esclavos indios, es decir, las habitaciones portátiles en los cuales se alojaban en cercanía de sus lugares de trabajo.95 El precio por el conjunto de esclavos fue de 425 piezas y media de oro, lo cual nos indica la familiaridad en la posesión de esclavos que algunos mineros acaudalados te-nía a pesar de vivir inmersos en fuertes deudas, lo cual era una característica natural entre los empresarios.

A su muerte, uno que otro de los deudores de Briones que coincidente-mente eran también tratantes de esclavos, como el Capitán Miguel López de Ayala, requisaría a la plantilla actualizada de esclavos para cubrir las obliga-ciones insatisfechas del minero. Gracias al nivel de endeudamiento de Brio-nes en el momento de su fallecimiento descubrimos el universo de un pro-pietario de esclavos, sus piezas así como las redes comerciales, e incluso el origen de los mismos cautivos.

94 AHESLP. AMSLP, 1621.3; 1623.395 AHESLP. PAM, 1617.1

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81Capítulo i. El comercio de esclavos en san luis potosí

Cuadro 1. Los Esclavos de Josephe Briones. 163296

Comprado de: Esclavo(s)

Pedro Díez del Campo María y Francisco, su hijo de 8 años.

Juan Sánchez Badillo Pedro

Domingo González Antón(natural de Castilla) y Lucrecia, su mujer

Lic. Juan de Herrera Sandoval Diego

Sebastián Camacho Pedro y Manuel, angolas

Sebastián Camacho Antón

Antonio Hernández Francisco, Manuel, Antonio y Simón

Jorge Beneciano Pedro y Domingo

Francisco Alarcón Francisco. Comprado en Guanajuato

Juan de la Paraja (Secretario del Santo Oficio) Beatriz, angola

Sargento Salvador de Torres Pedro y Rodrigo

Pedro Arizmendi y Palomino Francisco, angola

Matías de Argüello Francisco, angola

Capitán Sebastián de Oyarzabal Juana y Francisco

Capitán Luis Fernández Tristán Francisco

Joseph Juárez Pedro, mulato

Alonso de Castillo Manuel

Capitán Carlos Fernández Antonio, Manuel, Simón y Manuel

Matías Núñez Antón y Catalina, mulata

Capitán Francisco Vilchis Antón, chino esclavo

Juan Díaz de Mora Francisco

Capitán Antonio Pacheco Francisco, angola

Manuel de Acosta Francisco

Don Fulgencio de Vigaga Francisco, angola

Domingo González Antón y Lucrecia, su mujer

Con base a este inventario, tal parece que en los 15 últimos años de su vida, Josephe de Briones había duplicado el número de esclavos de su posesión , aunque en esta nueva nómina, los indios cautivos habían desaparecido dan-do paso al acopio de chinos y africanos. Más allá de la composición étnica de sus cautivos, de Briones en manifiesto su fuerte inclinación por la posesión de esclavos.

Un año antes del fallecimiento de Briones, en un informe de los beneficios, pueblos y lenguas habladas en el Obispado de Michoacán se describieron las minas potosinas así como sus principales centros de procesamiento de los minerales, incluyendo la nómina de los trabajadores asignados a cada mi-nero en las cuales podemos resaltar la proporción de la participación de los

96 AHESLP. PAM, A-3, 1632.1

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esclavos africanos en las actividades mineras. En Monte Caldera, el minero vasco Juan de Eguía Ylumbe declaró tener una hacienda en la cual trabaja-ban 100 personas entre indios y negros. Otros empresarios como Gerónimo Díez solamente tenía 15 esclavos mientras que otro vasco emparentado con Eguía, Gregorio de Campos conservaba nueve cautivos y en una escala más discreta, Francisco de Acosta dispuso de cinco mientras que Juan de Illescas contó con siete más. En el Cerro de San Pedro, la población africana y sus descendientes mulatos, además de componer las cuadrillas de trabajo de los mineros, estaban organizados en la Cofradía de Nuestra Señora de la Sole-dad, encargada de la celebración de misas cantadas y a la recolecta de fondos para la fiesta patronal. Además, en el templo de San Nicolás, la segunda en importancia detrás de la de San Pedro, estaba domiciliada la cofradía de San Nicolás fundada por indios, negros y mulatos que trabajaban en las minas.

Pero los datos más significativos para esta descripción de 1631 fue la com-posición de las cuadrillas de los principales mineros del Cerro y la presencia de esclavos negros en estos equipos de trabajo que fueron característicos de los centros mineros de la Nueva España, así como en otras latitudes de la América española. Basta recordar que la figura de la cuadrilla era una defi-nición amparada por la legislación española y las ordenanzas de minería. En la sociedad esclavista del Popayán colombiano de los siglos xvii y xviii los empresarios mineros eran nombrados como “señores de minas y cuadrilla de esclavos”, y con este uso del término se legitimaba la apropiación de gente para su servicio.97

En el caso del Cerro de San Pedro, la composición de las cuadrillas nos da una idea de qué tanto era la participación del africano esclavo en este esque-ma de organización laboral.

En términos numéricos, los esclavos africanos en esta fórmula de trabajo por cuadrillas, representaron casi el 40% de la fuerza laboral total de los em-presarios, aunque en el caso particular de algunos mineros, como Antonio de Arizmendi y Gogorrón, miembro de un linaje acostumbrado a la adquisi-ción de esclavos, éstos fueron la principal fuerza de trabajo en sus cuadrillas, mientras que entre otros mineros, el uso de los esclavos fue más discreto como se ilustra en el cuadro anterior.

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83Capítulo i. El comercio de esclavos en san luis potosí

Cuadro No. 2 Cuadrillas en el Cerro de San Pedro. 1631.98

Pero así como algunos documentos nos ofrecen la oportunidad para re-construir la nómina de esclavos de los empresarios más influyentes en el distrito minero de San Luis Potosí, otros documentos son más escuetos en describir a qué actividades se dedicaban los esclavos africanos tanto en las minas como en las haciendas de beneficio al lado de indios y mestizos. Inclu-so, más allá de la identificación en los contratos de compraventa en la cual se señala la sujeción de los esclavos a la servidumbre, los datos sobre el papel que desempeñaron los negros africanos en un lugar como San Luis Potosí, no queda del todo claro en el pasado obscuro del poblado. Los escasos indi-cios que nos ilustran acerca del trabajo de los negros en las tareas mineras son los testimonios sobre los seis esclavos propiedad de Francisco Díez del Campo de los cuales se decía “que suben a las bocaminas” o bien, se puede reconstruir el caso de un negro esclavo del minero Matías Pardo quien lo conservaba en su hacienda de beneficio desempeñando labores de acuerdo

97 Colmenares, Historia económica y social de Colombia…, p. 49.98 López Lara, El Obispado de Michoacán …,pp. 60-62.

Empresarios Mineros Indios Negros

Martín de Aspurúa 30 4

Melchor de Gámez 12 0

José Chagoyán 15 10

Diego de Tovar 6 0

Alonso de Fuentes 7 0

Juan de Zavala 13 0

Matías Pardo 7 0

Francisco Díez 6 4

Antonio Maldonado 10 6

Alonso de Fraga 10 0

Francisco Camacho 4 6

Isabel de Rutiaga 10 0

Br. Antonio de Espinoza 3 4

Juan de Apirabay 7 0

Empresarios Mineros Indios Negros

Gaspar de Herrada 19 0

Gerónimo Díez 8 6

Antonio de Arizmendi y G. 20 30

Alonso Yáñez de Montoya 8 1

Antonio Sánchez 13 0

Francisco de Acosta 5 0

Francisca de Paz 8 3

Br. Agustín del Valle 7 0

Diego Márquez 6 0

Cristóbal Méndez 5 3

Juan de Guía 4 0

Gregorio de Campos 4 2

Gabriel Ibáñez 3 2

Rodrigo Noriega 4 2

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a su productividad limitada ya que trabajaba como “rayador por viejo”,99 es decir que no se le podía exigir más que a los esclavos jóvenes y en plenitud de facultades. En otros documentos se menciona la participación de dos es-clavos negros de Joan de Zavala en el descubrimiento de vetas y minas como la de San Pedro, San Nicolás y la Cata de Santa Clara.100 En otro caso recu-perado de los archivos encontramos la actuación del negro esclavo Antón, propiedad del minero Juan de Salazar quien en complicidad con el Capitán Pedro de Solórzano defraudaron a los Reales Quintos ya que el negro era el encargado de fundir “ pelotas de oro” de mineral de rescate, agravio admi-nistrativo que se sumó a la larga lista de abusos y atropellos llevados a cabo por Salazar.101 Pero más allá de las luces que arrojan los casos mencionados, es evidente el gran vacío en la información sobre el esclavo minero en los feudos del Cerro de San Pedro, lo cual nos recomienda cautela en cuanto a dimensionar el trabajo del africano en este escenario.

Por otro lado, la disposición manifiesta de los mineros para hacer la reco-lecta para el donativo antes mencionado, también nos arroja luces acerca de los días de bonanza que se vivían en la industria minería potosina y en este contexto, el comercio de esclavos también fue reflejo de la prosperidad del momento. Pero para mantener la circulación de cautivos al pueblo, todo aquel que quisiera hacer negocios con la venta de negros, debía ser más agre-sivo para irlos a buscar más allá de los muros del poblado o bien esperar que los tratantes hicieran llegar a los pueblos y ciudades las remesas de ébano para la reventa de esclavos.102 Como hemos explicado, esta fue una estrategia que permitió el abasto de cautivos a San Luis Potosí y con ello se articuló el real de minas con la capital del virreinato mexicano. La ciudad de México

99 AHESLP. AMSLP, 1621.3100 AHESLP. PAM, 1617.2, leg. 1.101 AHESLP. AMSLP, 1620.2, Exp. 19102 El minero potosino Pedro de Esquivel Albornoz encargó a Pedro de Adriansen la tarea de ir a buscar esclavos negros, mulatos o chinos a su nombre a la ciudad de México. La edad de los cauti-vos debía ser de 15 a 20 años. En un caso complementario, el Administrador General del Estanco de la pólvora y Salitre de la Nueva España, Antón Rodríguez de Miranda, dio su autorización para que el dueño de recua, Luis Camacho llevara a vender a San Luis Potosí dos esclavas que había adquirido en el mercado de cautivos de la ciudad de México. AHESLP, Protocolos A-3, 1628.1

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85Capítulo i. El comercio de esclavos en san luis potosí

funcionaba como una central de abastecimiento del mercado de esclavos novohispano, luego de que estos habían sido desembarcados en Veracruz.

Los negros no necesariamente tenían que llegar a la ciudad para ser co-mercializados o pasar a formar parte de los inventarios de mercaderes. En el Puerto de Veracruz, personajes como el Capitán Miguel de Solís otorgaba amplios poderes para que sus representantes llevasen a vender sus esclavos a San Luis Potosí y a otras partes de la Nueva España directamente.103

Por otra parte, en la ciudad de México, mercaderes de esclavos como Ja-cinto de Yanes acumulaba piezas para su venta a compradores foráneos o bien canalizaban a los esclavos a sus representantes, que funcionaban como corresponsales comerciales en el mercado interior. En San Luis Potosí, el agente comercial de Yanes era Sancho de Llano a quien se le encargaba la tarea de llevar despachos de hasta 10 esclavos bozales de Angola a vender a las minas de San Luis y de Zacatecas, al contado o fiado.104 La presencia de comerciantes portugueses en poblados como San Luis Potosí respondía a la construcción de una comunidad apuntalada en una red social y económica perfectamente vertebrada tal y como se ha explicado para el caso de Parral en la Nueva Viscaya, que era parte de la trama que unían al poblado minero con la ciudad de México, con Portugal y con las posesiones lusitanas. Al in-terior de la comunidad portuguesa en esta porción del norte novohispano, las relaciones de negocios apuntalaron a su vez el sentido de identidad de los lusos antes de ser amalgamada con la sociedad hispana.105

Mientras tanto, en un norte más cercano en la frontera minera, el aumento en la demanda de esclavos en San Luis Potosí se pueden explicar fácilmen te en el hecho de no poder inmunizarse a una enfermedad económica recu-rrente: la necesidad de mano de obra para las actividades mineras.

En sentido opuesto a lo experimentado en otras latitudes del septentrión minero, como en el Parral de la Nueva Viscaya, el dinamismo de la produc-ción de metales activó la participación de los tratantes de negros e incluso, el impulso alcanzó para reactivar otros negocios. Con el auge minero del año de 1629, a la par de la llegada de indios y mulatos para trabajar las minas en

103 AHESLP. PAM, A-3, 1628.1104 AHESLP. PAM, A-3, 1625.2105 Hendrick y Mandell, “The portuguese community…, 2003.

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el esquema de trabajo libre, los mercaderes de esclavos agilizaron otras ra-mas de su actividad comercial ya que además de vender africanos, los negre-ros también fueron identificados como comerciantes de géneros diversos, como mineros, así como dueños de recuas y en la conducción de diligencias. Incluso, miembros del clero regular y secular se sumaron a la lista de hasta 161 personajes quienes promovieron la venta legal de más de 350 negros en el poblado entre los años de 1631 y 1641.106

A inicios de 1630, el Capitán General Pedro de Ortíz visitó el Cerro de San Pedro, sede de la explotación minera de la jurisdicción de San Luis Potosí y se percató que muchas minas de recién denuncio se encontraban ociosas justamente por la falta de gente, de cuerpos de operarios que tradicional-mente habían estado conformados por indios, negros, mulatos y mestizos considerados como la fibra laboral. En este escenario, la gente mejor infor-mada de la peculiaridad de la fuerza de trabajo eran los mayordomos de las minas quienes reconocieron la desventaja de trabajar las vetas sin una po-blación laboral mínima. Mineros como Fernando de Salazar contaba con una nómina de 10 trabajadores, ocho indios y dos negros esclavos. Joseph de Chagoyan por su parte era un poco más afortunado al contar con el tra-bajo libre de 20 indios y la esclavitud de 10 negros.107 Este minero desde el año de 1617 se había dedicado a comprar exclusivamente esclavos varones que podrían ser utilizados en las tareas mineras. Sabemos por medio de la información vertida en los protocolos ante los escribanos públicos que en-tre 1617 y 1629, de Chagoyan adquirió esclavos provenientes de Angola, el Congo, Guinea y uno criollo de San Luis Potosí. Entre ellos, el empresario minero buscó comprar sus piezas dentro de un rango de edad inferior a los 20 años, lo cual le permitía pagar menos por ellos y además aseguró una porción de la fuerza laboral requerida en sus minas y haciendas de beneficio. Dentro de su inventario de cautivos encontramos esclavos de 10 (Antonio, angola), 13 (Manuel, congo) y 14 años de edad (Juan, de Guinea), y en con-junto, el total de negros que fue adquiriendo en su mayoría de tratantes de la ciudad de México, coincide con la planta de esclavos que tenía trabajando en el Cerro de San Pedro 10 años más tarde. La información disponible nos

106 Mayer, The Black on New Spain´s…, p. 8.107 AGI, Audiencia de México, 63.

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87Capítulo i. El comercio de esclavos en san luis potosí

impide seguir el hilo de la participación de los esclavos en la minería poto-sina al igual que en otros centros mineros del norte de la Nueva España. En cuanto a los ejemplos que hemos integrado al análisis de la esclavitud en San Luis Potosí, no encontramos una base documental lo suficientemente sólida para sostener el argumento que los esclavos eran utilizados en las tareas rea-lizadas al interior minas del Cerro de San Pedro, pero el flujo de esclavos en la década de 1620 nos ilustra las maneras en las cuales los africanos estaban siendo vendidos en el real de minas de San Luis y que posiblemente estaban usando la fuerza de los cautivos negros en actividades como el trabajo en las haciendas de beneficio como sucedió en Zacatecas. En un esquema comple-mentario, los esclavos estaban también ocupando un lugar muy importante en la composición de la servidumbre dentro de las casas españolas al inte-rior del casco del poblado español. Incluso, los esclavos eran también mone-da corriente, piezas de intercambio económico y prendas de empeño en lo cual, en función del valor reconocido de los cautivos se calcularon garantías financieras como la ofrecida por el maestro zapatero Gregorio de Acosta como deudor de Bartolomé Bustamante, a quien le debía 530 pesos. Para pagarle esta cifra Acosta ofreció el empeño de sus dos esclavos: Joan de 14 años criollo de la ciudad de México y Lorenza de tierra calabar de 22. Ambos permanecerían en poder del acreedor hasta que la deuda se pagara.108

El año de 1624 marca el momento de actuación de los tratantes de esclavos más importantes en cuanto al volumen de africanos que pasaron por sus ma-nos y que vendieron entre vecinos de San Luis Potosí. En este orden de bo-nanza en el comercio, resaltamos la participación del Capitán Alfonso López de Méndez, tratante de esclavos, junto con otros mercaderes como Francis-co de Montoya, Juan de Unzueta, Pedro de Escobar, Andrés Luis Guireiro y la reaparición de Sebastián de Castro quienes en conjunto contribuyeron a que en 1624 y en especial, en 1626, las cifras en la protocolización de las ventas de esclavos llegaran a los índices más altos dentro de la vigencia de los Asientos portugueses con 148 contratos. Además, al detenernos un poco en el análisis de las compraventas de 1624, podemos incorporar en el mercado de esclavos en San Luis Potosí, la comercialización de mulatos esclavos que

108 AHESLP. PAM. A-3, 1625.3

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sumaron cinco varones y una mujer en la cuenta total de las transacciones, tal y como se había observado también en 1621.

El caso del Capitán Alfonso López de Méndez, residente en la ciudad de México y “estante en San Luis Potosí” es de notar porque en el trasiego de esclavos que llegaron para ser vendidos en San Luis Potosí, este militar logró consolidar una especialidad en el perfil étnico de los esclavos ofrecidos en el mercado local. Por vez primera aparecen como una opción mercantil los esclavos de tierra caravalli que se sumaron a la diversidad de los esclavos provenientes de diversos pueblos africanos en un mercado dominado nu-méricamente por orden jerárquico por los provenientes de Angola, los crio-llos y los del Congo. Entre las piezas que vendió en San Luis, 12 fueron mu-jeres y 18 hombres quienes en conjunto fueron comercializados en una edad promedio de 20 años mientras que en cuanto al costo, la media de las can-tidad pagadas fue de 335 pesos. Algunos de ellos fueron vendidos a labrado-res, otros a personal de la milicia, a funcionarios del clero, a plateros como Bernardo Lombardo, a dueños de recuas y en un solo ejemplo, a un minero, Alonso Yáñez de Montoya.109

Otro residente en la ciudad capital y propietario de recua, Lorenzo Alonso aprovechó las facilidades de su oficio para transportar y vender en San Luis Potosí cargamentos de africanos que compraba previamente en el mercado de esclavos de México.

La mayor parte de las piezas que comerció este personaje fueron negros y negras originarios de Angola y a diferencia de López de Méndez quien con-centró su actividad como tratante en 1624, Alonso lo hizo entre los años de 1623 y 1628. La compra de esclavos en la capital novohispana y su posterior venta en lugares distantes como San Luis Potosí fue un buen negocio tam-bién para el tratante Juan de Terán y a diferencia de los otros comerciantes residentes de la ciudad de México, los esclavos de Terán fueron en promedio 100 pesos más caros llegando a cotizar en promedio hasta 450 pesos para hombres y mujeres sin distingo de edades. A Juan Gutiérrez le vendió una esclava angola de nombre Marta de 14 años de edad en 460 pesos, misma suma que recibió de Luis Barrera por el trato por Antonio, un angola de 13

109 Sin embargo, otras informaciones vertidas en torno a este personaje involucrado en la explo-tación minera nos lleva a incorporar la presencia de africanos en la minería como explicaremos más adelante en el texto.

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89Capítulo i. El comercio de esclavos en san luis potosí

años y por la venta de Lucía, angola bozal de 22 años cedida a Juan Sánchez. Los altos precios que se pidieron por los esclavos de Terán se justificaron simplemente por el lugar en donde salieron a la venta en el mercado de cau-tivos metropolitano ya que adquiría sus piezas en las calles de San Agustín y San Juan de la ciudad de México. Al parecer, la capital novohispana se había convertido en un importante repositorio de esclavos de todos tipos y precios en donde algunos comerciantes como Juan de Unzueta empezarían a vender también esclavos criollos que gradualmente vinieron a ser engrosar los in-ventarios sin depender del tráfico transatlántico.

En San Luis Potosí, el éxito en la trata de negros estaba asegurado en la medida de la dedicación de los tratantes y de la cobertura del entramado so-cial en el cual se articulaban los comerciantes portugueses desde Veracruz hasta el norte de la Nueva España, pasando por el nodo comercial de la ciu-dad de México. A pesar de que a San Luis Potosí llegaban recomendaciones para denunciar la presencia de cualquier extranjero a los Reinos de Castilla y León, en los cuales se incluía a los portugueses, tal parece que existió un trato preferencial para los influyentes comerciantes de esclavos lusos. En sentido contrario, aquellos portugueses que deambulaban por la Nueva España y es-taban fuera del comercio negrero, corrían el riesgo de ser encarcelados, tal y como sucedió con el lusitano Antonio Fernández de Cueto, quien se declaró insolvente en lo económico y de no dedicarse al comercio de esclavos.110

En un escenario diferente, uno de los vecinos y mercaderes ilustres de San Luis Potosí en la década de 1620 era Pedro de Escobar, originario de las Islas Canarias y casado con Catalina de Córdoba, natural de San Luis. Entre las aspiraciones sociales de este matrimonio estaba la obtención de un cargo en la Inquisición por lo cual se sometieron a las correspondientes pruebas de limpieza de sangre para lograrlo. Pero al margen de sus trámites para con-vertirse en “familiar del Santo Oficio”, de Escobar se dio tiempo para traficar esclavos provenientes de Angola, Mozambique, así como de “tierra anchi-co”, “de tierra caravalli” al igual que lo hizo transportando esclavos criollos de la ciudad de México y de Valladolid. Sus esclavos tenían la característica común de ser muy jóvenes y de un precio promedio alrededor de los 350 pesos. Los negros criollos de San Luis Potosí también se hicieron presente

110 AHESLP. AMSLP, 1621.3, 7 de junio de 1621.

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en los tratos y en el mercado de trabajo local en beneficio de sus amos. En 1626, el vecino de San Luis, Pedro Rueda propietario de Joan Pasqual, de 11 años de edad, redactó ante escribano público una escritura de “servicio y aprendiz” en la cual cedía su cautivo al zapatero Joan Díaz por los próxi-mos dos años para aprender el oficio, periodo en el cual el maestro estaba obligado de darle de comer, vestir y calzar. La escritura también especificaba que el esclavo podía cambiar de tutela y tenía derecho a recibir el sueldo es-tablecido por el gremio.111 Sin embargo, este proceso no implicaba la manu-misión del Joan Pasqual, ya que su dueño original estaba obligado a vigilar el apego a sus deberes y en caso de ausentarse del aprendizaje, el esclavo sería apresado.

En algunos perfiles de los vendedores de esclavos que han quedado regis-trados en los protocolos, es imposible pasar por alto los atributos del tratan-te profesional como el ejemplo que queda al descubierto en los contratos protagonizados por el Piloto Andrés Luis Guireiro o también llamado con su alias “Andrés Luis Guerrero” el cual le sirvió para hacer un tanto más castellano su apellido lusitano en sus estancias temporales en el pueblo his-pano de San Luis Potosí. Si bien es cierto que usaba ambos nombres indis-tintamente en los contratos, en la piel de los esclavos de su propiedad no dudó para usar un solo distintivo en su marca de fuego: un sello de fuego o calimbo en el cual se entrelazan las primeras dos letras de su nombre, una “A” y una “L”.112

No obstante, a pesar de la actividad en la trata realizada por comercian-tes foráneos y residentes del pueblo sede de la Alcaldía Mayor de San Luis Potosí, después de la cima que alcanzó la curva de los contratos a la alza en 1626 con 140 transacciones en las cuales se vendieron a título individual y colectivo un total de 181 esclavos de ambos sexos, en 1627 la cifra de los con-tratos se desplomó hasta un nivel de 34 acuerdos de adquisición y un total de 40 esclavos que cambiaron de propiedad. Así mismo, en este año de 1627 empezó a ser más evidente la participación en el tráfico de esclavos algunos chinos, mulatos y negros criollos que se sumaron a las cifras aportadas por

111 AHESLP. PAM, A-3, 1626.2.112 Ver Calimbo número 33 en Apéndices.

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91Capítulo i. El comercio de esclavos en san luis potosí

los originarios de Angola, Congo, Mozambique y Terranova en orden de importancia numérica.

Entre 1628 y 1629, el pulso del comercio negrero intentó una discreta re-cuperación, pero sin alcanzar sobrepasar la línea de las 80 transacciones por año. En este lapso de tiempo, el dinamismo en el comercio de esclavos fue impulsado singularmente por los tratantes Francisco de Lagarche y Manuel Méndez de Miranda. El primero era vecino del Puerto de Veracruz y re-sidente por periodos cortos en San Luis Potosí así como en otros lugares en donde vendía sus propios cargamentos de negros y las pertenecientes a otros mercaderes como el capitán Manuel Solís. Su cartera de esclavos era tan variada que incluso vendió a Pedro Carrasco un mulato criollo de Santo Domingo de 20 años de edad en un precio similar al de una cautiva bozal de Angola de edad en la misma plenitud.

Por su parte, el Capitán Manuel Méndez de Miranda cumplía con el perfil característico del mercader luso de esclavos asentado en la capital novohis-pana pero desde la ciudad de México tejía una amplia red con terminales en Portugal y Veracruz. Desde Lisboa, algunos mercaderes con filiación mili-tar como Sebastián Díaz Acevedo, Manuel Núñez, Antonio de Urrutia y el negrero Héctor Méndez le hicieron llegar esclavos recién capturados en An-gola en donde se desempeñaban como traficantes de esclavos. En San Luis Potosí, al parecer los esclavos llegados de esta línea de comercio eran espera-dos por clientes habituados a la compra de esclavos como Francisco Díez del Campo quien llegó a adquirir unos 15 esclavos entre 1621 y 1631, cantidad de piezas que contrasta con la propia de Juan de Mederos quién se adueñó solamente de tres piezas en tres distintos momentos entre 1625 y 1640.

De Díez del Campo se puede decir que era uno de los mejores comprado-res de esclavos según constan los registros de los contratos en un escenario de trata negrera en la cual habían más compradores que vendedores. In-clusive, en las ventas realizadas por el vecino de Veracruz Francisco de Largache durante 1629, no repitió cliente de compra alguno en sus varias transacciones. Tanto le vendió esclavas a doña Beatriz de la Ruelas, vecina de Saltillo, como a doña Justina Rodríguez, residente en el Cerro de San Pe-dro. Además de estos tratos, también logró colocar un angoleño con el pres-bítero Bartolomé González con lo cual se sumó una compraventa más a las muchas operaciones de este tipo en las cuales se involucraron a miembros

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del clero regular como compradores de esclavos. En el inicio de la década de 1630, se hacía más evidente el dominio de agentes de venta como Sebastián de Castro en el mercado de esclavos local pero a su vez globalizado. Algu-nos comerciantes como Aparicio de Saboagal y Pedro de Escobar apenas lograron vender un par de esclavos cada uno y no representaron compe-tencia alguna para la bien aceitada maquinaria de comercialización de es-clavos que ejecutaba de Castro con las piezas de Méndez Chillón. En esos días, la única competencia o mejor dicho, la segunda opción a mano, fue el adquirir esclavos de los inventarios de Gregorio de Ortega quien se desem-peñaba como apartador del oro y la plata en San Luis Potosí, aspecto que al parecer no le impidió vender unos 12 esclavos varones en su mayoría boza-les y uno que otro ladino entre los años de 1633 y 1637. También logró ha-cer lo mismo que los mercaderes profesionales al vender negros que apenas alcanzaban una media de 20 años de edad en precios que alcanzaron hasta los 450 pesos. Así mismo, desarrolló relaciones clientelares con personajes importantes de la época como Alonso de Pastrana y Diego Esteban a quienes les vendió más de un esclavo consecutivamente. Estas prácticas mercantiles eran comunes en una época en la cual, el tráfico de esclavos a San Luis Potosí se había desplomado y prácticamente algunos tratantes a partir del año de 1634 habían abandonado el negocio. Entre los pocos “tratantes de negros” que conservaron su identidad mercantil, encontramos al Capitán Marcos de Tejeda113 quien a manera de adaptación a los nuevos tiempos, en lugar ofrecer esclavos negros, incorporó mulatos como mercancía novedosa en un mercado de esclavos cambiante.

A partir de 1634 y hasta 1640, la evolución de la trata experimentó alti-bajos, y en cuanto a la actuación de los comerciantes de esclavos, logramos rescatar el protagonismo ya disminuido del capitán Francisco de Barxa, otro metropolitano con negocios en San Luis quien vendió esclavos al contado y a crédito a mineros del pueblo y a su camarada el capitán Juan de Oyarzum.

En 1638, los esclavos habían alcanzado precios muy altos sin importar el sexo ni que fueran recién llegados o de cierta edad. Juan de Torres pagó 600 pesos por la compra de Pantaleón, un negro bozal angola de 30 años, misma cifra que fue entregada a Antonio de Uresti por la esclava Elena, proveniente

113 AHESLP, PAM, A-3, 1633.1

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93Capítulo i. El comercio de esclavos en san luis potosí

también de Angola, pero de 18 años de edad. Estas cifras contrastan con la tendencia observable durante la década de 1620 a 1630 cuando los prome-dios de los precios pagados por esclavos de ambos sexos no llegaron ni si-quiera a rozar la barrera de los 400 pesos por cautivo. Pero en esta dinámica, tan pronto observamos que durante la primera mitad de la década de 1630, los precios pagados por los esclavos y principalmente para los varones, una vez más sobrepasaron la barrera de los 400 pesos, tendencia que se sosten-dría hasta 1640. De 1620 a 1630, los precios pagados por las mujeres fueron un poco más altos que para los hombres. Empero, la edad promedio de éstos últimos en el momento de la venta fue ligeramente más alto que el de las esclavas. En la década siguiente, este orden se invierte con el incremento en la edad promedio de las mujeres, lo cual no impidió que fueran vendidas en precios más baratos que los ofrecidos para los hombres. En algunos casos, los altos precios erogados por los compradores de esclavos estaban estrecha-mente relacionados con las habilidades de los cautivos. En 1636, el zacateca-no Antonio Martínez le vendió a Juan Bravo Camacho, un esclavo Angola de 40 años de edad en 500 pesos. La suma estaba justificada ya que el negro era oficial del arte de dorar, o también era llamado “dorador” el cual era un oficio muy apreciado ya que este tipo de artesanos eran los encargados de la decoración más apreciada en los templos y capillas de la Nueva España. Pero así como unos 500 pesos era la cotización de un especialista artesanal, la misma cantidad de dinero fue pagada por Antonio Basco para comprar de Francisco Ruiz a Pedro, angola de 30 años, y “sujeto a servidumbre” simple-mente. A manera de comparativo, en el mismo año, el importante empresa-rio minero Antonio de Arizmendi y Gogorrón, compró dos pares de indios de labor de la mina del tajo de San Cristóbal en el Cerro de San Pedro, de los cuales no sabemos su nombre, edad ni origen, solo su precio: 150 pesos cada uno. Por su parte, en el mismo momento, un chino esclavo de menos de 20 años, podía cotizarse en un poco más de 400 pesos.

En los últimos cinco años de la década de 1630, el comercio de esclavos en San Luis Potosí observó una leve recuperación después del declive del año de 1634, cuando las cifras de los contratos de compraventa se desplomaron dramáticamente. Entre 1635 y 1640 se experimentaron altibajos en la evo-lución de los contratos como síntoma de las dificultades para mantener vi-gentes las importación de cautivos desde África. En la década de 1630, el

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Santo Oficio persiguió a los portugueses sospechosos de ser judíos y en con-secuencia, se ejerció también presión sobre el comercio de esclavos,114 con lo cual también se puede explicar las oscilaciones en la trata. A la par de estas condiciones, entre los años de 1630 y 1640, los negreros holandeses se con-virtieron en una verdadera amenaza para los intereses de los portugueses en el mundo atlántico del tráfico de africanos.115

En 1640, se termina la participación de los portugueses en el tráfico de es-clavos en un marco en el cual la adquisición de esclavos era una parte de la vida de muchos poblados como San Luis Potosí y en dicho proceso, la parti-cipación de los mulatos esclavos fue gradualmente sustituyendo a los negros africanos en el comercio de cautivos en un escenario en donde el abasto de esclavos para los mineros continuaba siendo una condición para impulsar la producción de las minas sin gente de laborío. El tesorero real Juan de Ordanza y Galarza, tan pronto como tomó posesión de su cargo en 1636, redactó una solicitud al Rey para concertar el envío de algunos esclavos que dieran alivio a los mineros y prometía pagar los cautivos con el “…quinceno de la plata que sacaren porque están muy faltos de gente…”116 Sin embargo, la solución de la escasez de mano de obra dedicada al trabajo de las minas potosinas no era un asunto que traspasaba la trata de esclavos sino era un problema propio de la concurrencia de población con un perfil laboral es-pecífico. Según la documentación en la cual se traduce la experiencia laboral en las minas de San Luis Potosí, el principal problema al cual se enfrentaron los empresarios mineros para sostener la producción fue en primer orden de importancia la escasez de mano de obra dedicada a las tareas de extracción y en segundo término, para el tratamiento de los metales serranos. En estas actividades, reiteramos la participación de los esclavos africanos e incluso, sus descendientes fue de muy baja escala, aspecto que también contribuyó a la construcción del perfil comercial de la trata y de las adaptaciones a las cuales se enfrentaron los comerciantes de ébano.

La mutación del mercado de esclavos.

114 Vila Vilar, Hispanoamérica y el comercio…, p. 53.115 Phillips, La esclavitud desde la…, p. 221.116 AHN, Diversos, 31, Doc. 33

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95Capítulo i. El comercio de esclavos en san luis potosí

Durante los últimos cinco años de la década de 1630, en el mercado de esclavos de San Luis Potosí se hicieron presentes dos características propias de la evolución de la trata bajo los Asientos portugueses. Por una parte, se hizo por demás evidente en los registros de las transacciones de compra-venta la presencia de esclavos bozales a la par que empezaron a desaparecer como categoría los esclavos ladinos y los clasificados “entre bozales y ladi-nos”. Como complemento a esta tendencia en el mercado, gradualmente se fueron sumando en los contratos las ventas de esclavos hasta el año de 1640 los negros criollos en un momento previo a la finalización de los Asientos lusitanos. Esta condición nos deja al descubierto que en los últimos años de vigencia de las licencias administradas por los portugueses, el comercio de esclavos ya estaba a la baja y más al observar el declive del año de 1634 y la inestabilidad en las cifras de compraventas entre los años de 1635 y 1640. Después de este último año, el número de los contratos se vino al suelo y tocó fondo entre los años de 1646 y 1647. De de aquí en adelante y hasta el final del siglo xvii, en muy contadas ocasiones (1653 y 1692), la cifra de las transacciones de compraventa de esclavos alcanzó el nivel de las 20 opera-ciones por año.

En este escenario, la segunda característica en el comercio de cautivos en San Luis Potosí fue la confirmación de la aparición de mulatos esclavos en el mercado. En la medida de que la demanda de esclavos continuaba vigente pero se hizo más evidente la escasez de piezas africanas, los mulatos fue-ron incorporados significativamente en las transacciones como confirma-ción del cambio en el paradigma esclavista y como un síntoma de la época. Pero en la comercialización de los esclavos con sangre africana mezclada, el mercado en primera instancia se orientó al consumo de esclavos de sexo masculino ya que en los registros, las mulatas prácticamente desaparecie-ron de los contratos protocolizados en el lapso de 1633 a 1637. Los mulatos varones que fueron vendidos en este mismo momento, si bien es cierto no sumaron grandes cantidades,117 se sumaron a la tendencia ascendente en su participación en el comercio de cautivos.

117 Para el año de 1636, cambiaron de dueño siete mulatos esclavos, la cual es la cifra más alta en ese momento específico.

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En cierta medida, la presencia más notoria de individuos con sangre afri-cana mezclada con los otros sectores sociales de la Nueva España en el mercado de esclavos local en la segunda mitad de la década de 1630 fue un claro síntoma de la composición demográfica y social en San Luis Potosí. Los cambios en el comercio de esclavos reflejó también que los mulatos que cambiaron de propietario no provinieron exclusivamente de la población local sino también llegaron de otras latitudes. Con este presupuesto pode-mos explicar la venta de la mulata Luisa de 23 años, criolla de la ciudad de México, vendida por Servando Buitrón a Simón Bala en 425 pesos. Otras mulatas que también fueron parte de las transacciones llegaron a San Luis Potosí de tierras más lejanas aunque el factor de la distancia tal parece que no afectó la fijación de los precios, pero en este sentido sí influyó la edad de las cautivas. Por ejemplo, Ana Ximénez, mulata nacida en la ciudad anda-luza de Jerez de la Frontera fue vendida en suelo potosino a la edad de 40 años por Diego Serrato a Francisco González por la suma de 379 pesos en el año de 1636. En este mismo año, algunos otros mulatos esclavos empe-zaron a cambiar de propietario e incluso, algunos de ellos, criollos de San Luis Potosí se empezaron a comercializar en el mercado de esclavos. Uno de ellos, Tomás, nacido en la casa de propiedad de Gaspar Núñez fue vendido a Francisco de Acosta por la suma de 352 pesos, cifra que refleja el valor del cautivo de 13 años ya que por la misma cantidad de dinero fue vendido otro mulato esclavo de nombre Josephe de 16 años al acaudalado coleccionista de esclavos Antonio de Arizmendi y Gogorrón. Las transacciones en las cuales se involucraron estos mulatos se vendrían a sumar a otras en las que cam-biaron de propietario un par de mulatos criollos de San Luis en el mismo año. Simón de 14 años tuvo un costo de 275 pesos y Luis, de 20, 300 pesos. Estas operaciones demuestran la circulación de esclavos nacidos en las casas de sus dueños como opciones viables para todo aquel que buscara adquirir en la oferta local, un esclavo.

Durante los mismos momentos, el citado A. Arizmendi y Gogorrón ade-más adquirió un mulato esclavo adulto (30 años) sujeto a servidumbre de nombre Lucas en 400 pesos. Este mulato era parte de los lotes de esclavos ne-gros y mulatos propiedad de comerciante Gregorio de Ortega quien vendía a sus cautivos a través de la actuación de su apoderado local, Diego de Tovar. Tal pareciera pues que empezaba la inclusión de los mulatos esclavos como

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97Capítulo i. El comercio de esclavos en san luis potosí

opción para adquirir cautivos diferentes a los negros africanos. En este sen-tido, otro vecino de San Luis Potosí, Roque Rodríguez no vaciló en desem-bolsar 900 pesos para cubrir el costo de un par de esclavos mulatos (Felipe y Pascual de 18 y 16 años de edad respectivamente) en plenitud de edad que le vendió Luis del Castillo.

Para el año de 1637, el número de transacciones de compraventa de mu-latos en San Luis Potosí, descendió a 16 contratos aunque singularmente en este mismo año encontramos contratos formalizados ante los escribanos públicos en los cuales se empezaron a incluir el cambio de tenencia de algu-nos esclavos en la adquisición de bienes inmuebles. Por ejemplo, el precio devengado por una casa de piedra vendida en el Cerro de San Pedro por Joan de Aperritar más dos esclavos bozales alcanzó la no despreciable suma de 3,400 pesos. De este total deducimos que a lo mucho los dos esclavos cos-taron 450 pesos cada uno, cantidad que a su vez podía alcanzar para com-prar una vivienda al interior de la traza urbana del pueblo de San Luis Potosí o muy bien ubicada en la cercanía de las minas serranas. Sin embargo, lo más evidente en el mercado de esclavos potosino fue la generalización de las compraventas de esclavos no nacidos en África tanto negros como mulatos ya que en 1637, de los 16 casos que se registraron en los libros de protocolos, encontramos a siete criollos nacidos tanto en los Reinos de Castilla, tres en suelo novohispano, y un trío adicional de nacidos en San Luis Potosí, hijos de esclavos negros y mulatos que previamente habían sido vendidos en el poblado. Sin embrago, a pesar de que la circulación comercial de los escla-vos criollos era vista como una alternativa, en los informes generales sobre el estado de la minería de la Nueva España se continuaba defendiendo el argumento de que una posible solución para abatir la escasez de mano de obra era a través de la iniciativa para traer negros bozales del África y chi-nos esclavos de Filipinas como si éstos fueran ingredientes primordiales en el avío de los mineros.118 Este proyecto finalmente, no sería una solución viable para apuntalar el trabajo minero en San Luis Potosí porque estaba orientado a remediar principalmente la escasez de trabajadores en las gale-rías subterráneas. En otras palabras, se necesitaba principalmente de opera-rios mineros como los barreteros y tenateros, quienes eran los encargados de

118 AGI, Audiencia de México, 1684.

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derrumbar y transportar los minerales al exterior de las minas y de aquí eran acarreados a las haciendas y a quienes se les pagaba en metálico así como en algunas relaciones laborales se pactó la retribución por “partido”, que no era otra cosa más que el pago en especie.

Las factorías de producción de metales valiosos en el caso particular de San Luis Potosí eran haciendas de beneficio por fuego, es decir, que empleaban el método de beneficio por fundición en virtud de la ley de los metales del Cerro de San Pedro. Esta característica implicaba llevar a cabo una serie de tareas productivas diferentes a las haciendas de beneficio por amalgamación como las que había en Zacatecas y en Guanajuato, en donde como hemos mencionado, la producción dependía también del abasto de mercurio, ele-mento del cual las minas potosinas no se supeditaron. Además, otro aspecto a considerar es el comparativo de la importancia del trabajo en cada uno de los pasos del proceso productivo. En un escenario minero fundamentado en el beneficio por amalgamación, la dureza de las labores eran tanto dentro como fuera de los socavones. En cambio, si se privilegiaba el beneficio por el método de fundición, las tareas más difíciles estaban precisamente dentro de las minas, espacio en el cual no trabajaron los esclavos africanos pero sí fueron utilizados como fuerza laboral en las haciendas de beneficio.

En una hacienda de este tipo, propiedad de Cristóbal Méndez Hidalgo y su finada esposa Catalina de Mendoza Fuenmayor, quien fue la sobrina con-sentida y heredera única del Capitán Gabriel Ortiz de Fuenmayor, el inven-tario de los activos productivos incluía un catálogo diverso de trabajadores, indios a sueldo, así como mulatos y negros esclavos de la hacienda. Entre los africanos estaba un negro de nombre Gaspar de los Reyes quien se desem-peñaba como Capitán de cuadrilla y que supervisaba el trabajo del lavador Juan, de Diego, Francisco, Juan Largo, Gaspar Nalu, Matheo, Nicolás de 10 años, el herrero Pedro además de las esclavas María, de tierra Jolofa y Luisa Pito. En las lista de esclavos negros también estaba listado Francisco, afri-cano que por su edad ya no podía trabajar. A los negros se le sumaron Luis Chino, y los mulatos Gabriel y Hernando.119

Pero para que las haciendas continuaran trabajando separando el oro y la plata en los hornos, así como para la fundición de los lingotes o barras que

119 AHESLP, PAM, A-3, 1640.0, Exp. 7

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99Capítulo i. El comercio de esclavos en san luis potosí

serían quintados, era vital tener funcionando los molinos y hornos con los minerales provenientes de los socavones. Dentro de las entrañas de las mi-nas había muy poca posibilidad de utilización del esclavo africano por los riesgos de que enfermaran y con ello, se perdiera la inversión realizada con su compra.

En el último lustro de la década de 1630, los precios pagados por los escla-vos de ambos sexos observaron una tendencia a la baja, mismo comporta-miento que se experimentó en la llegada de esclavos de Angola quienes ha-bían constituido el principal destino de los africanos que se comercializaron en San Luis Potosí durante los Asientos portugueses. Entre 1636 y 1640, los esclavos de Angola sumaron el 38% entre los registros en los cuales se señala eñ origen geográfico de las piezas. Este porcentaje fue similar al observado a inicios del siglo xvii, cuando la trata de angoleños en San Luis Potosí apenas se estaba consolidando. En este comparativo que intenta contrastar los ex-tremos temporales del comercio de esclavos en San Luis, es de resaltar que a finales de la década de 1630, la participación de los angoleños como piezas de mercadeo fue inversamente proporcional a la de los esclavos criollos y muchos de ellos nacidos en suelo potosino, hijos de los esclavos que llegaron en las diferentes mareas impulsadas por los tratantes que hemos mencio-nado. En el lapso de cinco años, la comercialización de los esclavos criollos escaló del 18% (1631-1635) a una proporción muy competitiva de 32% tan pronto se acercaba el fin de década de 1630 y del ciclo de oro de las licencias.

En el año de 1640, Portugal se subleva de la dominación española y los asentistas portugueses se retiran de la trata y en cierta medida, el comercio de esclavos en la práctica deja de ser un patrimonio del Estado español120 con lo cual se cierra este capítulo de la América española en la cual se trasplanta-ron cientos de miles de esclavos africanos en todo rincón del reino, aunque la costumbre de adquirir esclavos se mantuvo vigente y ajustada a las nuevas condiciones del comercio.

En San Luis Potosí, este nuevo contexto en la trata se reflejó en distintos aspectos. En primer lugar, el costo de los esclavos se redujo después del año de 1640 y en especial para los esclavos varones que se ubicaron más en la cercanía de la línea de los 300 pesos, mientras que las esclavas, a pesar de que

120 Vila Vilar, Hispanoamérica y el comercio…, p. 54, 64.

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fueron más costosas, no llegaron a la cotización de los 400 pesos, cifra que se mantuvo como una constante por mucho tiempo en el mercado de esclavos local. En concordancia con la fijación de los precios en la edad promedio de los cautivos vendidos, observamos una tendencia a la alza tanto en hombres como en mujeres sobrepasando la edad promedio de 25 años. Con este bino-mio de condiciones en el mercado de esclavos local posterior a los Asientos resulta la ecuación inmediata de esclavos más viejos y menos caros y la de esclavas de más edad y más caras. Estas características vendrían a ser la nor-ma durante la segunda mitad del siglo xvii. En el escenario comercial de la minería potosina, la década de 1630 a 1640 es un periodo de estancamiento en la producción argentífera, a pesar de que es el lapso de tiempo cuando la población empezó a crecer producto de la inmigración laboral.121 Igual-mente, después de 1640 el descenso de la importancia en la trata se tradujo además en la desincorporación de esclavos adicionales en los contratos no-tariales de compraventa. En otras palabras, el bono demográfico de los es-clavos incluidos en los contratos unitarios prácticamente desapareció en las transacciones. En cuanto al origen geográfico de los eslavos, en los últimos años de la trata lusitana y el primer quinquenio pos-asentista, la comercia-lización de los esclavos de Angola representó una proporción de casi cuatro de cada 10 esclavos que fueron vendidos en San Luis Potosí (1636-1646). El 41% de los esclavos angoleños que aparecieron en el mercado local es la mis-ma relación numérica de los esclavos criollos que cambiaron de propietario según los datos notariales. En los registros protocolizados, otro cambio que se hizo evidente fue la gradual desaparición de las etiquetas que definían el grado de asimilación de los esclavos a la cultura de sus captores. En este sen-tido, es preciso señalar que a partir de 1641, apenas fueron visibles los pocos esclavos declarados como “ladinos” y sintomáticamente fue por demás evi-dente en el plano documental la invisibilidad de los bozales y de los llamados “entre ladino y bozal” lo cual también nos confirma las dificultades en el trasiego interoceánico de esclavos entre África y la América hispana. A par-tir de 1641 también fue evidente el desplome general en el comercio el cual prácticamente queda nulo entre 1646 y 1647, con lo cual se marca un nuevo ritmo en la compraventa de esclavos en San Luis Potosí. Justo en estos mo-

121 Montoya, San Luis del Potosí…, 2009.

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mentos de derrumbe en el comercio de cautivos, don Francisco del Paso y Mampaso, tesorero de la Real Caja local le informaba al virrey novohispano la situación de las minas potosina las cuales se declaraban pletóricas de oro y plata pero sin operarios quienes las trabajaran ya que en la medida de que en el mercado de trabajo minero, los indios que acudían voluntariamente a las labores habían prácticamente desaparecido del horizonte laboral en el cual también se vislumbraban a los negros africanos, escasos también por-que no había llegado a estas latitudes del reino “armazones de Angola”.122 Sin embargo, la empresa de orientar esclavos africanos a las labores mineras implicaba la adquisición de mano de obra muy cara y no la más apropiada para el trabajo. De mediados de la década de 1640 en adelante serían muy pocos los momentos en los cuales el comercio de esclavos dio muestras de vitalidad. El declive fue más evidente en el plano numérico y en muy pocos años se sobrepasó la cota de las 20 transacciones por periodo en el resto del siglo xvii y durante la centuria siguiente.

Con el final de la vigencia de los Asientos portugueses se abriría un nuevo capítulo en la trata de esclavos en el nuevo mundo. Un escenario con nuevos actores, nuevas reglas y por supuesto una capacidad de hacer el comercio de cautivos muy diferente a la estructura con la cual los portugueses le enseña-ron al mundo su eficiencia en la venta de seres humanos que se llevó a cabo en el lado americano del mundo atlántico. Dentro de este ámbito también estaba articulado el septentrión novohispano y un real de minas que inten-taba reinventarse a sí mismo en sus iniciativas de transformación de pueblo a ciudad que se consolidaron en 1656. En este año, San Luis Potosí emerge en el teatro novohispano con el título de ciudad, mientras que el comercio de esclavos en términos numéricos no es ni la sombra que había llegado a ser 30 años antes.

Los contratos de compraventa de cautivos en la segunda mitad del siglo xvii se conservaran en el horizonte social mientras que en el plano econó-mico, el esclavo ya sea africano o descendiente, fue integrándose a la pobla-ción y sociedad de la ciudad que por mucho tiempo comió esclavos y adaptó la trata a los nuevos tiempos.

122 AGI, Audiencia de México, 371.

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Capítulo II. El comercio de esclavos en la época pos-asientos.

Los Asientos portugueses (1580-1640) y el poblado del real de minas de San Luis Potosí (1592) compartieron por medio siglo, el mismo espacio de tiempo en el cual, por un lado se consolidó el comercio de esclavos bajo la batuta lusitana y en un plano complementario ajustado a nuestro estudio, en el norte de la Nueva España, el real de minas de San Luis Potosí fue fundado y dio sus primeros pasos de consolidación anclando su protagonismo tanto en la producción minera como en la re configuración de la frontera septen-trional. A esta época se le ha identificado también como un tiempo de paz conciliada con los nómadas mientras que al periodo de coincidencia con la vigencia de las licencias otorgadas a los negreros portugueses, se le ha reco-nocido como la época dorada de la trata. La imposición de sendos adjetivos no fueron gratuitos ya que también fue el momento en el cual la Corona española disfrutó más de los beneficios de la introducción de esclavos en la Nueva España, lo cual se extendería hasta 1640, fecha que marca la indepen-dencia de Portugal.1

A la par de la des incorporación de Portugal del dominio hispano, en el plano del comercio de esclavos, esta actividad ya no sería patrimonio exclu-

1 Aguirre Beltrán, El negro esclavo…, p. 94.

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sivo del Estado español,2 justo en el año en el cual, en el mundo americano se hizo por demás evidente el declive de la población nativa a niveles tan bajos que este episodio marcó un parte aguas en la depresión demográfica.3 Con este presupuesto, la presente sección del trabajo tendrá como objetivo principal reconstruir el escenario del comercio de esclavos en San Luis Poto-sí después de la intensidad experimentada hasta el año de 1640. Así mismo, nos daremos a la tarea de analizar los cambios en la dinámica mercantil que continuó abriendo las vías del Atlántico en cuanto al trasiego de esclavos. La última parte del capítulo estará dedicada a construir una mirada al cuerpo del esclavo y de las maneras en las que fueron descritos bajo la óptica de los dueños y tratantes.

Los saldos de los Asientos portugueses.

En la dimensión estadística del comercio de esclavos en San Luis Potosí, los saldos de la trata portuguesa contenidos en el cuerpo documental en el cual esta anclado el presente trabajo, se apoyan en la recopilación de 1,656 con-tratos de compraventa entre los años de 1592 y 1640. Como hemos explica-do en el capítulo anterior, los contratos a través de los cuales se formalizaron las operaciones de cambio de propietario fueron de dos tipos: 1) contratos individuales, en los cuales se adquirieron esclavos en el esquema unitario y 2) transacciones múltiples en las cuales, dentro de un mismo contrato se incluyó el traspaso de dos o más esclavos. En ocasiones, en esta última varie-dad de contratos tanto se vendieron a miembros de un mismo núcleo fami-liar como conjunto de esclavos sin relaciones de parentesco.

La evidencia documental protocolaria que nos sirve de andamio, nos con-duce a las siguientes conclusiones. En el primer medio siglo de existencia de San Luis Potosí como poblado organizado en función de la explotación mi-nera, se sentaron las bases de una sociedad esclavista, en la cual los esclavos de origen africano ocuparon un lugar en la estructura económica y social, además de desempeñar varias funciones en el ámbito urbano. En los cuerpos documentales alternativos a los contratos de compraventa, no encontramos

2 Vila Vilar, Hispanoamérica y el comercio de esclavos…, p. 643 Ibid…, p. 213.

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muchas luces para ubicar la mano de obra del esclavo africano en las tareas más importante de la minería que eran el derrumbe y la extracción de mine-rales de las minas, pero los documentos sí identifican el uso de la mano de origen africano en los procesos de beneficio de los minerales.

Concretamente, el suministro de la fuerza laboral para trabajar al interior de las minas, fue la principal preocupación de los empresario mineros, quie-nes se vieron en la incapacidad de usar la supuesta fortaleza física del africa-no en las entrañas de las vetas, en donde cada jornada o turno de trabajo era ampliamente valorada tanto por los dueños de las minas como por los inver-sionistas que inyectaban recursos en la producción. De esta manera, coinci-dimos con otras voces historiográficas que opinan que la participación mar-ginal del africano en los lavaderos de oro, o bien en la minería de la plata no fue significativa y en cierta medida, el disponer de esclavos negros no fue un factor que representó ventaja económica.4

A pesar de la escasa o nula participación del esclavo en ciertas actividades productivas de la minería potosina que hemos dado cuenta en páginas an-teriores, el poblado fue escenario de un mercado de esclavos muy dinámico y en el cual, en base al volumen documentado de las operaciones de com-praventa, sentaron las bases de una sociedad que consumía esclavos, de una colectividad hispana que hizo de la adquisición de los mismos una práctica cotidiana y en donde se permitió también la actuación sobresaliente de co-merciantes negreros que incluyeron a San Luis Potosí en el circuito comer-cial del esclavo en la Nueva España y del mundo atlántico. Así mismo, el volumen de las transacciones de compraventa de esclavos en San Luis Potosí que da cuenta el apartado cuantitativo de este trabajo puede ser considerado como de los más importantes en el norte de la Nueva España en compara-ción con otros poblados de características similares a la capital potosina.

El mercadeo fue resultado de la intervención de múltiples actores, entre los cuales sobresale el protagonismo de los tratantes portugueses quienes a pe-sar de que eran considerados como extranjeros a la legislación de la Corona española, y fueran frecuentemente perseguidos y proscritos, también se con-virtieron en los agentes indispensables en la dinámica del tráfico de esclavos africanos y en este escenario no es posible desligarlos de los nudos del mun-

4 Martínez Montiel, Afroamérica I. …,p. 235

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do atlántico en el cual se vertebraban las costas de África, con la península ibérica, el puerto de Veracruz y la capital novohispana. En esta compleja red, los tratantes portugueses ejercieron el control casi absoluto del comercio ne-grero y lograron consolidar una dependencia en la capacidad para producir y colocar en los mercados americanos “piezas de indias”.

En virtud del volumen e intensidad de la trata que ha sido posible recons-truir desde los primeros días del poblado hasta el año de 1640, en San Luis Potosí no se puede negar la presencia del negro africano en el teatro urbano, en cual lo encontramos en cercanía con la familia de los dueños, al interior de las casas españolas, y desde donde invade las esferas de las calles y partici-pa en los aspectos de la vida diaria5 del todavía Pueblo de San Luis Potosí. En este contexto, en el pasado de nuestro poblado minero, la esclavitud es fácil-mente perceptible como una institución urbana en la cual los negros africa-nos se insertaron en diversos niveles de la vida de sus propietarios quienes tanto los utilizaron para las tareas domésticas, como los adquirieron como un objeto de lujo e incluso, la tenencia de esclavos fue un síntoma de pres-tigio social.6

Pero, como sucedió frecuentemente en las prácticas comerciales entre Es-paña y sus posesiones de ultramar, durante los años de los Asientos lusita-nos, a la par del florecimiento del comercio de esclavos articulados desde las factorías en África, tanto se llevaron a cabo iniciativas comerciales domici-liadas en Sevilla conectadas con la red de comerciantes posicionados en el Puerto de Veracruz y la ciudad de México, como se hizo presente el contra-bando o las actividades clandestinas de comercio en el mercado de cautivos de la Nueva España.

En el caso que nos ocupa la atención, en las minas de San Luis Potosí du-rante las primeras décadas del siglo xvii, se cultivó un clima de defrauda-ción fiscal en la producción de metales a pesar de la férrea vigilancia de las autoridades recaudatoria del Real Quinto de la plata.7 Si no sabemos con certeza las cantidades de plata que cambiaron ilegalmente de manos, menos sabremos cuáles fueron los procedimientos y el volumen de la comerciali-

5 Bernand, Negros esclavos y libres…, p. 156 Bowser, “Africans in Spanish American...,p. 367.7 Montoya, San Luis del Potosí, 2009.

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zación clandestina de esclavos africanos a nivel local y como parte de la red de poblados mineros del norte de la Nueva España en donde circulaban in-sumos y recursos consumibles en los cuales podemos incluir a los cautivos provenientes del África en un mercado más que negro, opaco en la docu-mentación.

La reconstrucción del contrabando de esclavos, es un tema complicado por abordar, pero sin lugar a dudas, fue parte de la dinámica comercial en Amé-rica y el viejo continente durante la época virreinal. Incluso, los extravíos de la documentación que habla del esclavo en el mundo hispanoamericano, nos ha impedido construir una visión más completa del movimiento mi-gratorio forzado que sin lugar a dudas fue el “más amplio y violento de la historia.”8

Pero a pesar de dejar al margen del estudio el comercio ilegal, e “indocu-mentado”, ante la imposibilidad de acreditación, la evidencia disponible y la plataforma documental que hemos utilizado para dar cuenta de la presen-cia del esclavo africano en el pueblo minero de San Luis Potosí hasta 1640, nos descubren el protagonismo innegable del negro en la población y so-ciedad potosina en el primer medio siglo de su consolidación. Empero, en los informes y descripciones de las visitas de autoridades civiles y religiosas que efectuaron en la sede de la Alcaldía Mayor, no se registraron mencio-nes detalladas para hacer “visibles” a los negros en el escenario urbano del pueblo español y en la periferia de barrios y/o pueblos de indios. En 1603, los esclavos pasaron inadvertidos a los ojos de quienes contaron a los 6,000 vecinos españoles e indios, tal como pasó para el conteo de la población del año siguiente. Ninguna descripción posterior a esta fecha se dio a la tarea de reconocer el componente africano en la población en la década de los 1620 y al inicio de la década de 1630, en el informe sobre el Obispado de Michoa-cán,9 apenas se nos ofrece un marco estadístico de la presencia del africano en las cuadrillas mineras, pero no de un aproximado de la población esclava tanto en las minas como en las casas y haciendas españolas del todavía pue-blo de San Luis Potosí en donde seguramente compartieron espacios con sus dueños. No obstante que el volumen de las transacciones de compraventa

8 Cáceres Gómez, Rutas de la esclavitud…, p. 10.9 Ver López Lara, El Obispado de Michoacán…, 1973.

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de esclavos ocuparon un lugar importante en las páginas de los libros de es-cribanos públicos de la época, no sabemos con certeza la dimensión demo-gráfica del componente africano en el poblado ni las actividades que estaban realizando en el ámbito urbano.

En otras esferas del reino, en la capital de la Nueva España, en los años posteriores al final de los Asientos portugueses, la presencia del africano era tan evidente que superaron en cifras a los españoles. Este patrón demográfi-co fue perceptible también en la Provincia de Michoacán en donde a la par del protagonismo poblacional del negro, se hicieron visibles los mulatos.10 Así mismo, éstos aspectos de la percepción del negro en diferentes rincones de la Nueva España representaron incluso una posición contradictoria en cuanto a la invisibilidad documental y el escaso reconocimiento del negro como parte de la sociedad novohispana que practicó la esclavitud y que dejó testimonios de su desarrollo en los registros de las transacciones.11 En el pa-sado del Nuevo Reino de León,12 el negro también fue incorpóreo en las cró-nicas de la primera mitad del siglo xvii, mientras que en la capital y centro minero por excelencia de la Nueva Galicia, las ciudades de Guadalajara y Za-catecas respectivamente, en la misma época fue evidente la fuerte influencia africana en conjunto con la población de origen hispano.13

Después de 1640, se abrió un nuevo capítulo en el comercio de esclavos en la Nueva España y a la par, empezaría a ser notorio también un cambio en el patrón demográfico del africano y su descendencia. Al concluir la trata controlada por los portugueses, emergió un nuevo escenario de comerciali-zación en el cual participan activamente los tratantes holandeses y de otras potencias europeas a través de la regulación de la Casa de la Contratación de Sevilla. A partir de esta coyuntura se identifican dos momentos medulares: 1) de 1663 a 1674 bajo la batuta de los comerciantes genoveses Grillo y Lo-melín, y 2) de 1676 a 1681, bajo la administración del Consulado sevillano.14

10 Mgou, Mve, El África Bantú en la colonización…, pp. 180-181.11 Aguirre Beltrán, El negro esclavo en Nueva España…, p. 20.12 Gómez Danés, Negros y Mulatos…, p. 13-14.13 Nájera, “Los Afrojalicienses,…, p. 24.14 Vila Vilar, “Aspectos marítimos del comercio…, p. 114.

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Así mismo, en los años posteriores a 1640, empezarían a hacerse patentes mecanismos de regulación del tráfico de esclavos por medio de contratos individuales que eran gestionados desde España o bien desde las Filipinas. Con estas iniciativa se abrieron también las puertas de la importación de cautivos chinos que eran desembarcados en el puerto de Acapulco15 y a pe-sar de que los volúmenes no fueron significativos, ni los precios fueron com-petitivos con los africanos, los esclavos transportados en las naos del oriente sí entraron en la dinámica de la comercialización. Este escenario novedoso representó un cambio substancial incluso en la costas africanas ya que el co-mercio de esclavos por siglo y medio de vigencia, estuvo en manos de espa-ñoles y portugueses, quienes surtieron de esclavos a todo mundo, y dejaron en un plano secundario a los holandeses, ingleses y franceses.

En este escenario incipientemente globalizado del comercio de esclavos, nuestras preguntas se orientan ahora en tratar de responder en qué medida las transformaciones del comercio afectaron la llegada y comercialización de cautivos a un pueblo y real de minas que a la par de intentar su consolida-ción como centro productivo, buscaba también una mutación en su estatus legal como poblado de frontera.

La resaca de la trata de esclavos en San Luis Potosí.

Después de 1640, el comercio de esclavos en San Luis Potosí sufrió una disminución por demás evidente a tal grado que tan pronto terminó la vi-gencia de las licencias para la trata bajo la administración de los mercaderes portugueses, las cifras en las transacciones ya no sobrepasarían las 20 opera-ciones por año de la fecha de finalización de los Asientos lusos hasta la mitad de siglo xvii. En sí, de este momento en adelante, el volumen en los totales de los contratos legales no pasaría la barrera de las 20 operaciones de com-praventa de esclavos. Solamente en dos momentos los registros individuales rompieron esta tendencia: en 1654 y en 1691.

En sentido contrario a estas discretas remontadas en la dinámica comer-cial, en la década de 1640 a 1650, en sintonía con la debacle en el comercio de esclavos, en dos momentos, las cifras en las transacciones fueron prácti-

15 Aguirre Beltrán, “The slave trade in..., pp. 420-421.

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camente nulas en los años de 1646 y 1647, fechas en las cuales encontramos en los instrumentos públicos de los notarios un índice muy bajo de actividad comercial en San Luis Potosí. En este breve lapso de tiempo, además de que había cesado la vigencia de la licencias concedidas a los negreros portugue-ses, justo en 1646 en la Nueva España se hizo por demás evidente la hosti-lidad hacia los lusitanos quienes se sintieron mucho menos integrados a las colonias españolas y con ello, el derrumbe de escaso comercio de manumi-sos que pudo haber estado funcionado fuera de la concesión de licencias. Para empeorar la situación de los tratantes lusos en el plano empresarial, el Consulado de Comerciantes asentado en la capital novohispana emprendió con bríos algunas iniciativas para asegurar la expulsión de los portugueses del reino a lo cual se sumó el debilitamiento de sus posesiones en África ante el empuje de los negreros holandeses.16 Todos estos aspectos en conjunto nos ayudan a explicar el derrumbe en la trata de esclavos que fue por demás el tenor a lo largo de la década de 1640 a 1650. En el esquema de la periodi-zación de la trata esclavista, se estaban dando los primeros pasos al interior de un ciclo de transición en el cual era evidente la internacionalización del comercio y esta disposición se extendería hasta el año de 1696 con la con-clusión de los llamados Asientos con los portugueses17 que nos ocuparemos más tarde.

En el mercado de esclavos potosino, estos ajustes se reflejaron así mismo en el origen de los cautivos que cambiaron de propietario. Como síntoma de los tiempos, entre 1641 y 1645 el porcentaje de los esclavos que se declararon como originarios de Angola fue idéntico al de aquellos que nacieron en sue-lo novohispano (41%) y es justamente en este momento en que los esclavos criollos se empezaron a incorporar a la trata como opción mercantil tanto para vendedores como para todo aquel que quisiera adquirir un cautivo. En la oferta de esclavos criollos se incorporaron incluso los nacidos en España, como Bernardina, criolla de Sevilla, ladina de 28 años, sujeta a servidumbre quién fue vendida en 455 pesos por el médico Diego Francisco de Ortega a Matías González, vecino de San Luis Potosí. A ella se sumarían las ventas de esclavos criollos de ambos sexos, negros y mulatos que vieron la primera

16 García de León, Tierra Adentro, Mar en Fuera…, pp. 507-512; 513-514.17 Donoso Anes, “Algunos aspectos relacionados…, p. 1097.

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luz en el todavía pueblo minero de San Luis así como los nacidos en la Villa de Ramos, la ciudad de México, Culiacán, la Villa de Lagos, Puebla, Guate-mala y los no pocos denominados como “criollos de esta tierra” o bien, los “criollos en la casa de sus dueños”. A falta de una estructura que permitiera el tráfico de esclavos africanos, en San Luis Potosí tal parece que ante esta circunstancia se puso en marcha una circulación (¿o reciclaje?) interna de cautivos que funcionó al menos hasta el año de 1650.

De igual manera, en los indicios del grado de asimilación de los cautivos, fue una rareza las ventas de esclavos bozales y los escasos datos disponibles sobre esta característica de los esclavos, apuntan solamente a las referencia acerca de los “ladinos”.

A partir de este momento también, los criollos ya no serían más que la ma-yoría en el “mercado negro legal” en el cual se mantenían todavía los prove-nientes de Angola aunque con una representación más discreta y ya no do-minante como lo fue bajo los Asientos portugueses. La presencia de esclavos angoleños en el mercado de cautivos novohispano pero no bajo el control lusitano se debió a que entre 1641 y 1648, los tratantes holandeses ocupa-ron el puerto de Loanda y prácticamente monopolizaron la exportación de esclavos de los pueblos Mbundo. Además, en 1645 el comercio de esclavos provenientes de Mozambique también fue controlado por los neerlandeses quienes en un breve periodo de tiempo desplazaron a los portugueses en el papel de proveedores de cautivos a las colonias españolas.18 El puerto de Loanda había sido uno de los principales bastiones portugueses en las costas africanas que sirvieron de guarda-esclavos19 y desde donde se embarcaron al Nuevo Mundo las cargazones de piezas. A pesar de que relativamente no había transcurrido tanto tiempo después de la caducidad de los Asientos, tal parece que los esclavos provenientes de Angola ya no eran más que un recuerdo en la Nueva España después de su masiva incorporación y prota-gonismo en la trata transatlántica en la cual fueron codiciados por su com-plexión física y gran habilidad, mientras que los Arara fueron seleccionados por su grado de educación. Así mismo, los esclavos de Mozambique fueron

18 Aguirre Beltrán, “San Thome, pp. 339, 344.19 Otero, “Lugares que fueron..., p. 11.

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señalados como amables, inteligentes pero débiles.20 Su debilidad no era gra-tuita al provenir del otro lado del continente africano, lo cual les hacía el trayecto al Nuevo Mundo más lejos.

Por otra parte, en los cinco años siguientes de la finalización de los Asien-tos, también cayeron los indicadores de las compras de esclavos no-africa-nos con la recesión en las adquisiciones de esclavos chinos después de que en términos estadísticos habían representado un índice que osciló entre 6 y 7% en el periodo de transición de 1630 a 1645. De los pocos casos de este tipo de transacciones resaltamos la adquisición de la esclava china Marta, de 40 años, “de casta gusarate [sic]” que fue comprada por la suma de 245 pesos por Sebastiana de Ysasi, esposa del empresario dueño de obrajes de fabrica-ción de sombreros Pedro Quintero.

En el mercadeo de esclavos de San Luis Potosí, entre 1640 y 1645 la edad de los cautivos observó una ligera tendencia a la alza, en sintonía con una dis-minución con los precios que se pagaron en promedio por cada individuo, principalmente varones. Por vez primera en la relación de precios por géne-ro, se pagó una diferencia más notoria por las esclavas que por los cautivos de sexo masculino después de que entre 1611 y 1630 (época de oro de la trata en San Luis Potosí), los precios promedios pagados por las mujeres es-tuvieron ligeramente más altos en un ambiente mercantil en el cual en muy pocas ocasiones se vendieron tantos hombres como mujeres como sucedió en 1611.

En esta época de mediados del siglo xvii en San Luis Potosí, el negocio del comercio de esclavos no fue la única actividad económica que estaba en declive, ya que la minería del Distrito del Cerro de San Pedro estaba inmer-sa en una ruina causada por sequías prolongadas, carestía de bastimentos y presencia de enfermedades que entre otros males habían hecho que muchos trabajadores no se contrataran con los empresarios mineros a pesar de los pronósticos de que la minas serranas guardaban aún muchas riquezas en sus entrañas, principalmente del llamado “medio oro”. Pero el principal proble-ma de la minería potosina seguía siendo la certeza de disponer de la mano de obra mínima para trabajar los socavones y tajos. La solución viable que propusieron algunos funcionarios reales como el Sargento Joseph de Assain

20 Chávez Carbajal, Propietarios y esclavos…, p. 100.

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y Vitoria no era diferente a la que vislumbraron los primeros mineros de San Luis medio siglo antes cuando establecieron la esclavitud de los nativos nó-madas como un procedimiento para asegurarse mano de obra para trabajar las minas. Sin embargo, a mitad del siglo xvii, esta idea no se había desva-necido del todo de las iniciativas de los empresarios mineros, aunque en esta ocasión se eliminaba de la ecuación laboral el componente de la esclavitud en la convocatoria de mano de obra. El nuevo bando que se emitió para emplazar a la gente de laborío entre las naciones pame y chichimeca pro-venientes de Rioverde, Guanamé, Agua del Venado, Tlaxcalilla, Mezquitic y Atotonilco a trabajar las minas, dejó en claro que sería con remuneración económica.21

Algunas minas del Cerro de San Pedro como la Mina del Rosario tenía has-ta tres años de abandono mientras que en otros fundos, se habían desatado disputas, enfrentamientos y prácticas desleales por parte de los empresarios como Eugenio Mora y el Capitán Antonio de Arizmendi y Gogorrón con tal de asegurarse un ejército mínimo de trabajadores. Sobre este último minero (que a su vez era miembro de la milicia de frontera) recayó una acusación de perjudicar las labores mineras ya que en complicidad con su mayordomo se puso a derrumbar minas y agujerear las rutas de trabajo al interior de la minas. De la causa criminal que se le hizo ante la Real Justicia rescatamos algunos indicios que en la mina de Santo Domingo los derrumbes ocasiona-ron la muerte de dos esclavos: Luis, Biafra y Julio, Congo que trabajaban en las labores.22 Esta información aunque dispersa es valiosa ya que nos remite a los pocos datos que podemos tejer en relación al trabajo de los africanos en la minería. En el mismo expediente de la acusación no culposa del minero descendiente de empresarios vascos encontramos también informes sobre el resto de la nómina de los trabajadores en la mina de Santo Domingo en la cual trabajaban bajo contratación asalariada algunos barreteros con sangre africana como el “mulato champurrado” Pedro Altamirano.

Arizmendi y Gogorrón no recibiría castigo alguno por su responsabilidad en los decesos ya que pertenecía a una de las familias más linajudas e influ-yentes del norte de la Nueva España, y solamente su parentesco con el Maes-

21 AHESLP. AMSLP 1647.322 AHESLP. AMSLP 1651.1

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tro Pedro de Arizmendi y Palomino, primer Comisario de la Inquisición en San Luis Potosí,23 bien le pudo haber ahorrado pisar la cárcel y pasar por alto este tipo de eventos que no fueron del todo aislados en la parentela de los Arizmendi y Gogorrón. En 1594, otro miembro del clan, Antonio, se vio envuelto en un lío muy parecido y en el cual otro accidente dentro de una mina fue la causa del fallecimiento de otro operario de origen africano.24

Pero más allá de la realidad del trabajo del africano (esclavo y libre) en las minas potosinas, justo en la mitad del siglo xvii en el clima laboral de las actividades económicas más importantes del reino se continuaba señalando la necesidad de la importación de esclavos negros para mantener vigente la iniciativa que defendía el argumento de sustituir la mano de obra indígena diezmada por las enfermedades con la entrada de esclavos bozales, un tercio de ellos mujeres.25

Esta conclusión era un tanto contradictoria ya que en la segunda mitad del siglo xvii, en la Nueva España empezaría a ser notoria la recuperación de la población nativa, a la cual se sumó también la gente de sangre mezclada, principalmente mestizos. Así, el crecimiento de estos sectores de la pobla-ción contribuirían a una disminución de la importancia que tenía el tráfico de esclavos.26 En otras palabras, la importación de esclavos en las colonias españolas en América estaba perdiendo importancia económica después de haber abierto la puerta para la entrada de hasta 300,000 esclavos hasta esta altura del siglo xvii.27 Sobre este asunto en particular, las circunstancias que hemos señalado en la devaluación del mercado global de seres humanos se verían reflejadas también en la oferta de cautivos en un escenario no tan alentador para la inversión económica. Desde 1640, los mineros potosinos venían sobrellevando una crisis en la producción de metales que bien pudo extenderse hasta 1651. La crisis fue de tal magnitud que incluso la baja pro-ducción de minerales pusieron en tela de duda la pertinencia de conservar

23 Martínez Rosales, “Los comisarios de la…, p. 428.24 Ver Capítulo 1.25 AGI, Audiencia de México, 36, N. 5726 García de León, Tierra Adentro, Mar en fuera…, p. 540.27 Klein, “Blacks, p. 171.

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en operación la Real Caja de San Luis Potosí.28 Pero en este sentido debemos de ser precavidos para reconocer que un aspecto era la crisis en la recauda-ción fiscal por la plata producida y otro lo era, la evasión del Real Quinto por la plata beneficiada en la frontera entre el Real Haber y las prácticas fraudu-lentas de los mineros. La minería potosina de mediados del siglo xvii estaba inmersa en un ambiente tanto de defraudación fiscal como de prácticas ale-vosas al interior del corporativo de los empresarios mineros. La extracción y beneficio de metales además de que eran empresas que exigían mucha su-pervisión por parte de los dueños, empezarían a convertirse en motivos de disputas y controversias entre los protagonistas. Las frecuentes denuncias por usurpaciones y robos de minerales, así como los perjuicios materiales29 que se hacían para entorpecer la producción nos revelan tanto la crisis en la minería potosina de la época como las estrategias para sacar provecho de los trabajadores libres e incluso de los esclavos. En este coliseo productivo, tal pareciera que podemos adaptar una sentencia ajustada a las condiciones de la minería local: en las minas revueltas se propició la obtención de ganancias por fundidores ilegales, mas no fueron imputados por fraude.

Tal pareciera que había un arreglo no escrito entre los dueños de las minas y los trabajadores ya que se corría la voz que en la haciendas de sacar plata del pueblo de San Luis y de su jurisdicción “… se sabe que todos los negros esclavos, mulatos e indios que sirven en las dichas haciendas pepenan plo-millos y temezquitates y grasas y los funden y afinan en los fuellecillos que hay de mano y la plata que de ellos procede la venden a quien ellos quieren por serles permitido…”.30 En otras palabras, tal pareciera que los dueños de los procesos de producción de metales si bien estaban acostumbrados a re-tribuir a sus operarios con el llamado “partido” del cual hemos hablado en páginas anteriores, a manera de sueldo oculto también permitieron que sus esclavos se embolsaran las ganancias que podían obtener con la refundición de las escorias (grasas) y otros desechos como mezclas de sales de sodio con impurezas de material orgánico.31 Estos elementos no eran del todo inser-

28 Carmagnani, “Demografía y sociedad…, p. 423,29 AHESLP. AMSLP 1654.1, 16 de febrero.30 AHESLP. AMSLP, 1654.3, 2 de octubre de 1654.31 Langue y Salazar, Dictionnaire del termes…, p. 576.

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vibles ya que resultaban del beneficio de metales por fundición que fue el método por excelencia para obtener oro y plata en las haciendas potosinas. A pesar del pronóstico de una economía minera turbia, el pueblo de San Luis Potosí fue objeto de un cambio de estatus con lo cual en el año de 1656 recibía el título de ciudad, sede todavía de Alcaldía Mayor.

A una década y media de la suspensión de las licencias, el comercio de esclavos en la ahora ciudad de San Luis Potosí empezaría una época de alti-bajos que se extendería hasta entrada de la década de 1670 y de ahí hasta el final del siglo xvii lo cual fue síntoma de la pérdida gradual de la vigencia y de los cambios en el comercio de africanos en la Nueva España. La inestabi-lidad en el flujo de las transacciones fue tan evidente que solamente en los años de 1653 y 1691, las operaciones de compraventa sobrepasaron la barre-ra de los 20 contratos. Fuera de esta excepción, de 1655 a 1666, el promedio de adquisiciones de esclavos se mantuvo cerca de las 10 operaciones por año como síntoma de la inmovilidad en la importación de cautivos africanos mientras que la circulación de esclavos de origen domésticos (negros crio-llos y mulatos) fue la constante al menos hasta 1665 ya que cinco años más tarde, el mercado estaría pleno de mulatos esclavos. En otras palabras, de 1670 a los primeros cinco años del siglo xviii, en las actas de los instrumen-tos públicos de compraventa de esclavos desaparecieron las designaciones de los orígenes geográficos de los esclavos para dar paso a solamente dos eti-quetas de identificación de los sujetos: 1) negros criollos (nacidos muchos de ellos en casas de los dueños de los padres esclavos) y 2) mulatos originarios de San Luis, así como de varios poblados de la Nueva España.

En San Luis Potosí, además de la compraventa de los esclavos criollos cam-biaron de propietario también esclavos nacidos en América pero en latitu-des lejanas a la frontera norte de la Nueva España, como la esclava criolla Ana, nacida en Caracas y quien fue comprada previamente en la ciudad de Puebla por Diego Lozano.

Los negros africanos, en la segunda mitad del siglo xvii se convirtieron en una verdadera curiosidad en el mercado de esclavos local ya que en el lapso de tiempo señalado no sumaron siquiera una docena. Entre los pocos que seguían llegando de Angola encontramos a varias mujeres vendidas en pre-cios muy variables ya que en el mismo momento (1651) que se pagaron 400 pesos por Petoria de 27 años, se entregaron en pago 200 pesos por Isabel de

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30 años de edad. Además de estas esclavas, cambiaron de propietario un par de negros provenientes del Congo, y otros como Manuel de tierra Masante [sic] entre los pocos africanos que fueron vendidos.

En el mercado de esclavos potosino, empezaría a ser evidente el gradual envejecimiento de los esclavos que seguían siendo reciclados en el recinto mercantil de cautivos de San Luis Potosí. En 1658 el vecino de la ciudad y conocido tratante de negros Francisco Díez del Campo prácticamente se deshizo de su esclavo congo Sebastián de 60 años de edad al vendérselo al Capitán Juan Caballero, sino es que rematándolo en un precio de 100 pesos, casi la cuarta parte de su valor original. En 1628, este esclavo proveniente del Congo había llegado a San Luis Potosí en las remesas del negrero, el Capitán Manuel Méndez de Miranda quien recibió la suma de 385 pesos en la tran-sacción y al menos desde el año de 1609, el esclavo Sebastián fue parte de un lote de cautivos (dos mulatos y seis negros) que fueron la herencia de Pedro Díez del Campo a su hijo.32

Unos años más tarde, la devaluación por edad de los negros africanos se vería reflejada en la cotización de una esclava de 60 años de edad vendida por Francisco de Izaguirre en 50 pesos de precio por ser una “negra vieja”. Sin embargo, en el comparativo de los precios de acuerdo al género de los cautivos, en la segunda mitad del siglo xvii seremos testigos de tres tenden-cias derivadas e irreversibles ya no tanto en el comercio de esclavos, sino en el mercadeo interno de sujetos: 1) la participación más activa de esclavas en las operaciones de compraventa, 2) la venta de esclavas con promedio de edad más alto que el de los varones y 3) el encarecimiento de las cautivas en las transacciones. En otras palabras, empezaba un periodo de al menos 50 años en el cual, las esclavas se vendieron más, a precios más altos y al parecer sin importar que fueran en promedio de mayor edad.

Este patrón en el mercado de esclavos de San Luis, nos puede arrojar luces sobre la orientación en el uso de los cautivos no tanto en las tareas propia de la minería sino en el ámbito doméstico o los llamados “esclavos sujetos a servidumbre”. Para muestra un botón.

En el año de 1656, en la lista de bienes del minero y miliciano Sebastián Camacho, se confeccionó una nómina de sus “…esclavos, sirvientes y suje-

32 AHESLP. PAM, A-3, 1609.3.

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tos de servidumbre…” que nos ofrece una mirada muy generosa acerca de los significados de la posesión de esclavos en el ámbito urbano. Se enlistaron las siguientes prendas:

• Francisco, ladino y catalina su mujer negros.

• Otro llamado Caporal y su mujer.

• Mateo, negro y otro negro, Manuel.

• Miguel y Francisco manco, negros.

• Sebastián y Juanillo, negros.

• Francisco Plomoso, negro.

• Isabel, negra que anda huida.

• Juan, negro y Bartolomé, negro.

• Manuel, zacatero y Luisa.

• Ventura mulato y Francisco.33

La conservación de estos cautivos por el Capitán Camacho se ajusta a un esquema de esclavitud doméstica en la cual la sujeción propició tanto cer-canía con el amo, como en cierta medida aseguró una mejor vida de los es-clavos y más en el caso en donde la propiedad de ellos era un indicativo del prestigio de los dueños. En otras palabras, eran los esclavos “sujetos de lujo” y en ocasiones, éstos eran considerados como improductivos y llegaron in-clusive a representar un lastre económico para los dueños.34 Entre los años de 1651 y 1663, en más del 50% de los contratos de compraventa de esclavos en nuestro universo urbano (50 casos de 96 registros) y reflejo de la infor-mación recabada en los protocolos de los escribanos que oficializaron las operaciones, se manifestó el uso de los cautivos que estaban “sujetos a servi-dumbre”. En otros términos, este rótulo significaba que los esclavos fueron destinados al servicio doméstico principalmente en las casas de sus dueños. El mismo patrón se observa en el último tramo del siglo xvii cuando en 115

33 AHESLP. PAM, A-3, 1656.34 Martínez Montiel, Afroamérica I…, pp. 245-246.

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de los 206 contratos de compraventa, claramente se señaló la asignación ocupacional de los esclavos en la servidumbre.

Ante este panorama, el comercio de esclavos más mulatos, más criollos y en buena medida parte del circuito interior de intercambio de cautivos, se orientó claramente en apuntalar el servicio doméstico en el amplio sentido de las funciones. En muy contados casos se manifestó ocupación alterna-tiva al servicio doméstico como el caso del mulato criollo en la casa de sus dueños, Diego de Llerena, quien aprendió el oficio de zapatero pero ante las necesidades económicas de su propietaria, Josefa Pérez de Bocanegra, sería vendido a la edad de 23 años al maestro zapatero Juan Díaz por la no des-preciable suma de 400 pesos, precio ajustado a las habilidades del mulato en una época en la cual, la cotización de la gente con sangre africana estaba a la baja, a no ser de que la prenda contara con un oficio. La posesión de esclavos en algunas ocasiones podía ayudar a los propietarios a solventar deudas, a respaldar créditos e incluso podían ser intercambiados en trueques pactados a través de un índice de precios a los consumidores vigentes en el tianguis regional de africanos y afro descendientes. Esta circunstancia se ajusta a la realidad que experimentaron algunos propietarios de esclavos en la cual por necesidad, ponían a trabajar a sus esclavos en calidad de aprendices y de esta manera contribuir al sostenimiento de sus amos.35 En ocasiones, como argumenta Carroll, también se abrió la posibilidad de poner en renta a los esclavos ante la imposibilidad de sus dueños de atenderlos.36

Así mismo, para algunos propietarios de esclavos, éstos eran como un me-dio de intercambio y al mismo tiempo un estándar de valor, del cual se podía hacer uso en situaciones de apuro económico. El linaje de los Pérez de Boca-negra y sus ramas familiares emparentadas con los Arizmendi y Gogorrón, era una dinastía que en base a su posición económica se había acostumbra-do a tener esclavos a su servicio. Sin embargo, en la segunda mitad del siglo xvii, el dinero de la familia empezó a escasear como síntoma de la recesión en la minería potosina y para enfrentar las deudas, echaron mano de los es-clavos como si fueran moneda corriente. Las dos hijas de los finados Pedro Pérez de Bocanegra y Elena Arizmendi y Gogorrón quedaron bajo la tutela

35 Mentz, Trabajo, sujeción y libertad…, p. 120.36 Carroll, Blacks in Colonial…, p. 67.

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de Francisca Batalla, viuda del potentado Alonso Pérez de Bocanegra hasta el año de 1662 cuando murió la albacea. Con el fallecimiento de su tía po-lítica, las muchachas se vieron abrumadas con los gastos del sepelio y otras deudas por lo cual se vieron forzadas a solicitar el permiso de las autoridades para vender algunos esclavos a manera de garantía de sus créditos contraí-dos que sumaban la nada insignificante suma de 600 pesos. La solución a corto plazo para saldar este compromiso era la venta de su esclava mulata Juana, criolla de la casa de sus finados padres de más de 40 años de edad, más sus dos hijos: Andrés y Juan de cinco y tres años de edad respectivamente. A este lote debía añadirse otra esclava más, criolla y sirvienta de la casa de los Pérez de Bocanegra, la negra Magdalena de más de 40 años de edad por la cual esperaban recolectar al menos unos 340 pesos.37 Las hermanas Pérez de Bocanegra recibieron la autorización para vender sus sirvientas esclavas y cubrir así sus deudas, estrategia que fue del todo común en la segunda mitad del siglo xvii en San Luis Potosí, cuando los esclavos empezaron a ser va-lorados o mejor dicho tasados, como piezas de intercambio económico que sirvieron tanto para engordar la dote de una doncella casadera. Los negros también servían como garantías que servían para abonar costos o también que se puede cambiar de dueño, sin la mediación de un pago como fue el caso del “empeño” de un mulato esclavo de 18 años de edad de nombre Gre-gorio por doña María de Salinas en una deuda reconocida por 140 pesos de oro con Bartolomé de Uresti y Bustamante. Para cubrir la suma en disputa, el esclavo debería de trabajar en el servicio doméstico de la casa de Uresti con una retribución de 20 reales por mes hasta completar la cantidad del crédito de su dueña original.38

En algunas ocasiones, la presencia de “criados esclavos” en la ciudad obede-ció a que éstos eran parte del menaje de muchos mediterráneos que llegaron a San Luis Potosí en calidad de funcionarios como Francisco Eusebio del Castillo quién recibió licencia para viajar a la ciudad para ejercer el puesto de Alcalde Mayor en compañía de su mujer y cuatro sirvientes, dos de ellos en calidad de esclavas39 de las cuales no sabemos el color de la piel en los días

37 AHESLP. PAM, A-3, 1662.38 AHESLP. AMSLP, 1671.4, 7 de octubre.39 AGI, Indiferente, 2077, N. 386.

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en los cuales, el color obscuro incluso empezaba a dejar de ser considerado como sinónimo de cautiverio. En el catálogo de esclavos con piel no tan ne-gra empezaría a ser evidente una amplia gama de colores en los cuales se en-contraban tanto mulatos blancos, como prietos, de “color cocho”, pardos, de tonalidad membrillo, güeros, alobados y también en un esquema daltónico que incluso los llegó a clasificar contradictoriamente como “mulato güero prieto” como fue el caso de Ignacio Guerrero, de 33 años vendido a finales del siglo xvii en 440 pesos ya que era oficial de tenería. La percepción corpó-rea del esclavo bien nos servirá de pretexto para más tarde abrir un apartado en la discusión del lugar social del africano y sus descendientes de sangre mezclada en el colectivo organizado de un San Luis Potosí que a pesar de la escasez de cautivos, no pudo recomponer fácilmente varios aspectos de la vida cotidiana urbana sin la participación de la negritud variopinta.

A lo que no se acostumbraron los vecinos de San Luis Potosí, fue a la pre-sencia de gente de piel obscura gozando de la libertad que podía acarrear conductas no propias de la vida en policía de una ciudad que se dignara de observar el orden. Toda noticia que diera cuenta de la estancia de mulatos libres y vagabundos era asociada inmediatamente a los juegos de azar y al sonsacamiento de la gente ociosa de todos colores a este tipo de vicio.40 Más valía diseñar mecanismos para aprovechar la mano de obra africana como el arrendamiento de los negros disponibles aunque escasos,41 en tareas en las cuales se llegó a pensar en formas de retribuirles por su trabajo y en cierta manera convertirlos en “esclavos asalariados”. En el Cerro de San Pedro tal parece que las cuadrillas de trabajadores de los mineros estaban compuestas íntegramente por mulatos que no solamente permanecían en conjunto en las labores mineras, sino en ocasiones eran la base de un tipo de pandillas urbanas que incluso fueron identificadas como generadoras de problemas. En una de estas cuadrillas, el célebre mulato “Miguelote” fue acusado de in-tentar liberar un reo de la cárcel pública de San Luis alborotando a sus igua-les en las minas serranas.42

40 AHESLP. AMSLP, 1660.1, 10 de marzo.41 AHESLP. AMSLP, 1660.2, 5 de mayo.42 AHESLP. AMSLP, 1667.1, 29 de marzo.

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Eran tiempos en los cuales se empezaba a vislumbrar una serie de cambios asociados a la vigencia de la esclavitud ante la circunstancia de un cambio en la composición demográfica y social de la población de origen africano en una ciudad como San Luis Potosí en la cual estaban naciendo nuevas gene-raciones de pobladores si bien con sangre africana, pero no necesariamente portadores del estigma de la sumisión. Algunos mulatos como Agustín de Navarrete en estricto apego a la Reales Ordenanzas de Minas, denunció ante el Alcalde Mayor el registro de una mina en el Cerro de San Pedro y solicitó que en virtud de la dureza de las vetas, se le concediera un plazo adicional para empezar a extraer beneficios de las mismas.43

En la sociedad potosina de mediados del siglo xvii, la esclavitud del afri-cano y sus descendientes tal parece que era un asunto en el cual encontra-mos posiciones confrontadas y en buena medida contradictorias ya que por una parte, no todos los negros eran esclavos de tiempo completo y muchas personas nacidas libres fueron confundidos por esclavos por su simple apa-riencia física y serían ubicados en una escala social en función del color de la piel que les condenada a la sujeción. El mestizo zapatero Andrés Costilla fue un caso emblemático de confusión social que lo llevó a ser encarcelado al ser considerado como un esclavo, propiedad de alguien y que estaba huido. Estando en la cárcel en espera de que alguien lo reclamara como de su pro-piedad, a Costilla le tomó dos meses demostrar que no era esclavo, que no tenía sangre africana en sus venas y que no estaba prófugo sino era hijo de español e india, natural de Guadalajara en donde había aprendido el oficio de zapatero. Su única falta había sido reconocer que le gustaba pasearse por las ciudades mineras del norte de la Nueva España como Zacatecas en donde fue confundido por el mercader Simón González de Requena quien solicitó su aprehensión ya que pensaba que Costilla era un esclavo huido propiedad de Isabel Delgado viuda de Carrillo. En el desahogo de pruebas, ningún tes-tigo lo identificaría como esclavo con lo cual pudo defender su libertad.44 Este caso nos puede indicar en qué medida y como Carmagnani opina, las definiciones para establecer lo que es “español” y “mestizo” se fundamentan más en una realidad social y económica que en los criterios “étnicos”, de

43 AHESLP. AMSLP, 1667.1, 5 de febrero.44 AHESLP.AMSLP, 1670.2, 27 de junio.

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“color” o “cultural”. En este orden de estratificación, para los negros y los mulatos, los criterios más importantes en su identificación serán aquellos asociados con lo “étnico” y “de color”.45

En este clima de perspectivas discordantes, la esclavitud en la Nueva Espa-ña vería abrir un nuevo capítulo en la periodización de la esfera global de la trata esclavista y el llamado Asiento con los comerciantes genoveses.46

Los Asientos de Grillo y Lomelín en San Luis Potosí.

Después de finalizados los Asientos con los negreros portugueses, el comer-cio de esclavos hacia las colonias españolas resentiría en las cinco décadas siguientes los titubeos, vacilaciones y debilidades de la monarquía hispana como consecuencias de su inestabilidad y del declive de la economía.47 Des-pués de 1640 y hasta el año de 1692, el tráfico de esclavos cayó en un periodo indeciso por parte de la Corona española ya que los principales protagonis-tas en el abasto de cautivos africanos serían las naciones rivales de los hispa-nos por excelencia: Portugal, Holanda e Inglaterra. Además, el Caribe como región intermedia entre el continente negro y América dejó de ser dominio exclusivo de los españoles para convertirse en un espacio internacional.48

En este marco del nuevo equilibrio en las potencias europeas, en 1663 Es-paña consintió la firma de los asientos con los comerciante genoveses Do-mingo Grillo y Ambrosio Lomelín para permitir la importación de esclavos africanos mas no necesariamente provenientes en su totalidad de la madre África, sino de cualquier lugar en donde los hubiera disponibles. El reto del nuevo esquema de la trata era formidable después de la eficiencia mostrada por los negreros lusitanos hasta 1640 y más aún por la precariedad eviden-ciada en el comercio impulsado por la Universidad de Mercaderes de Sevilla que entre 1651 y 1662 intentó llevar a cabo la trata49 que continuaba siendo

45 Carmagnani, “Demografía y sociedad…, p. 445.46 Donoso Anes, “Algunos aspectos relacionados…, p.1097.47 Mellafe, Breve historia de la esclavitud…, p. 51.48 Vega Franco, El Tráfico de Esclavos…, p. 4.49 Vega Franco, El Tráfico de Esclavos…,p. 18.

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muy buen negocio en la medida que se articularan armoniosamente intere-ses e iniciativas en ambos lados del mundo atlántico.

Los Asientos de Grillo y Lomelín se vertebraron en dos grandes momen-tos: 1) de 1663 a 1668 y 2) de 1668 a 1672. En el primer corte temporal por otra parte, la migración forzada de África al continente americano se tradujo en la configuración de los contingentes compuestos por un 58.9% de hom-bres y el 41.1% de mujeres. Así mismo, en las oleadas de migrantes africanos a las costas americanas, el 12.5% de la migración forzada estuvo integrada por niños.50

El nuevo esquema de la trata de esclavos tanto favorecía en sí el comercio como buscaba fortalecer la presencia naval de España, lo cual fue un as-pecto que no fue muy bien recibido en suelo americano en donde la prác-tica de comprar esclavos de contrabando había sido una de las causas del abaratamien to de los mismos. Para muchos, estas licencias servirían de pro-cedimientos a manera de articulación entre los Asientos portugueses y la in-ternacionalización del comercio de esclavos.51 En cuanto al fortalecimiento de la capacidad naviera española, en la segunda mitad del siglo xvii, esta ini-ciativa era de vital importancia ante la evidente carencia de navíos espa ñoles que sirvieran para transportar todos los géneros de mercancías a América, incluyendo a los esclavos africanos. La carencia de barcos llegó a tal punto que el Consulado de Sevilla abrió la posibilidad de permitir el uso de barcos extranjeros para el trasiego, pero en mayo de 1662, en los acuerdos firmados con los asentistas Grillo y Lomelín para la administración del monopolio de la introducción de esclavos en Indias, se incluyó el compromiso de que los negreros patrocinaran la construcción de 10 galeones en Viscaya y siete más en Indias.52

En el caso del impacto de los Asientos genoveses en San Luis Potosí, du-rante el primer corte temporal de su vigencia el ritmo en la comercializa-ción de esclavos en la ciudad nos descubre un escenario titubeante y con tendencias a la baja ya que incluso el volumen de las transacciones realiza-das en el año de 1663, estaba por debajo de los índices de años anteriores y

50 Manning, “Migrations of Africans…, p. 285.51 Vega Franco, El Tráfico de Esclavos…, p. 27.52 García Fuentes, El comercio español…, p. 188.

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después del corte del año de 1640. En sí, en el primer lustro de la década de 1660, el volumen de transacciones en muy contadas ocasiones se acercó a la decena de operaciones por año en las cuales predominaron las ventas de esclavos criollos. Después de que las adquisiciones protocolizadas rozaron casi la inactividad en 1665, en los tres años siguientes, fue notoria la remon-tada, especialmente durante 1668 cuando la curva de las ventas se acercó a 15 adquisiciones. El corte de este año de 1668 en la periodicidad de los Asientos genoveses esta justificado porque es el momento en el cual la Co-rona española manifestó sus dudas en torno a la conservación de la licencias. Antes de este año, la concesión de los permisos para permitir la comerciali-zación de esclavos no fue del todo aceptada por el Gobierno lo cual provocó demoras en el tráfico de negros, aspecto empeorado por la falta de liquidez económica entre los tratantes genoveses mismos.53

Sin embargo, al margen del trasiego de esclavos (amparado por las cues-tionadas licencias) que sirvió de marco para la entrada de cautivos a los mercados novohispanos, seguramente existieron caminos alternativos para introducirlos de manera clandestina. No obstante la reconstrucción del con-trabando de esclavos, como hemos dicho es una tarea muy complicada. En localidades como San Luis Potosí, el tráfico ilegal era viable al menos por un par de factores. En primer lugar porque era un lugar en donde se compraban muchos esclavos y a pesar de que el mercadeo de cautivos había sido mer-mado por las razones explicadas, la práctica de comprar y vender manumi-sos estaba muy arraigada aún con los pocos disponibles. En segundo lugar, la ubicación geográfica de San Luis Potosí en la frontera próxima del sep-tentrión novohispano, facilitaba el paso de las rutas que iban de norte a sur y del oriente al poniente del reino. No había pues mejor lugar para hacer negocio dentro y fuera de la legalidad, que en aquellas zonas que eran cruces de caminos y punto de convergencia de mercancías, tal y como se considera-ban a los esclavos.

Pero además de los géneros foráneos, había también una oferta interna de esclavos. En 1666, el año en el cual no llegó ningún negro al Puerto de Ve-racruz54, en San Luis Potosí, las opciones para adquirir un cautivo se orien-

53 Vega Franco, El Tráfico de Esclavos…, p. 37.54 Vega Franco, El Tráfico de Esclavos…, p. 185.

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taron justamente a esta sección del mercado en la cual salieron a la venta principalmente los negros y los mulatos “criollos en las casas de sus amos”.

Entre 1668 y 1674 empezaría el segundo periodo de los Asientos de Grillo y Lomelín señalando un momento en el cual la renovación del tráfico negre-ro había permitido una reconciliación entre los interés de la Corona y de los comerciantes en el escenario de un reacomodo de los poderes europeos en el cual la participación de Inglaterra y Holanda fue determinante en el derro-tero de la trata. De las posesiones holandeses en Curazao y de los bastiones ingleses en Jamaica, los comerciantes genoveses se proveyeron de esclavos que serían posteriormente vendidos en las colonias españolas.55

Pero estas condiciones cambiantes fueron resultando en un nuevo equili-brio entre las naciones europeas aunque no se reflejó en el intercambio mer-cantil local de esclavos. En el segundo periodo en las licencias genovesas y hasta 1674, en la ciudad de San Luis Potosí la abrumadora mayoría en las transacciones de compraventa se hicieron involucrando a negros y mulatos criollos, muchos nacidos dentro de los muros de las casas de los dueños en el escenario urbano. Los esclavos criollos tanto negros como mulatos cam-biaron de dueño a través del pago de precios similares, alrededor de los 400 pesos por un individuo del sexo masculino, en la plenitud de sus 20 años de edad y predestinado a la servidumbre. Con ello, se ampliaba el significado de criollo en relación un tipo de cercanía parental entre el esclavos y los amos, que de ninguna manera implicó la no comercialización.

Así mismo, en dos episodios de este periodo se hizo presente la degrada-ción del interés en el comercio internacional de esclavos mientras que en la esfera local, en 1671 de manera excepcional y entre los años de 1673 a 1677, fueron momentos en los cuales no se registraron acuerdos de compraventa. Eran días en los cuales en la Nueva España se declaraba finalmente la abo-lición de la esclavitud de los chichimecas del norte y de los esclavos chinos, quienes lograron los beneficios de estas ordenanzas hasta los primeros años del siglo xviii.56

Entre los años de 1669 y 1674, los Asientos genoveses destinaron sus car-gas hacia las colonias españolas en América concentrando el flujo en la en-

55 Vega Franco, El Tráfico de Esclavos…, pp. 67-81.56 Slack, “The chinos in New Spain…,p. 42.

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trada marítima en Portobelo en el norte del Istmo de Panamá, en donde des-embarcaron los cargamentos que constituían el 60% del tráfico. A manera de complemento, el 28% de la trata llegaría a Cartagena de Indias y Veracruz tendría que conformarse con apenas el 11.23% de los cargamentos.57 Ante estos ajustes en el mercado global de esclavos, una opción viable fue la ad-quisición de cautivas más que de varones. En este momento y por un corto periodo en la duración de la trata en la segunda mitad del siglo xvii (1666-1670), las esclavas y especialmente las criollas fueron más baratas que los hombres. (Ver Gráfica No. 14) Así explicamos las facilidades que encontra-ron en la oferta local de esclavos vecinos de San Luis como Martín Chávez y su esposa Juana Rivera para vender a su mulata de nombre María a doña Isabel de Salas. La mulata había nacido en la casa del matrimonio 22 años atrás, como hija de una esclava negra ya difunta. La compradora, al pagar el precio de 302 pesos la podía destinar a las tareas propias de la servidumbre tal y como su madre sirvió a la pareja con quienes creció en la cercanía ho-gareña. Esta familiaridad con la mulata no impidió la transacción en la cual los vendedores garantizaron por escrito la “seguridad y el saneamiento de la dicha esclava”.58

En el horizonte de las finanzas locales, en San Luis Potosí eran días en los cuales no se experimentaba el mejor clima económico y tampoco se podía ocultar la pobreza que era evidente en varias esferas de la colectividad. Por una parte, la falta de previsión en los avíos mineros, la carencia de gente de laborío y el descuido de las autoridades de la Alcaldía Mayor para atender los problemas habían contribuido al debacle. Algunos empresarios mineros agobiados por las deudas no les quedó más remedio que empezar a vender sus pertenencias para hacer frente a sus compromisos. Solamente el 10% de las haciendas de beneficio de metales conocidas se mantenían trabajan-do y dando salarios a no más de 150 empleados. El comercio local tampo-co disfrutaba de sus mejores días ya que los comerciantes tanto otorgaban préstamos a los mineros, como éstos revitalizaban el comercio en un ciclo de retroalimentación muy vulnerable. Bajo estas condiciones, no es difícil imaginar que mineros y mercaderes debieron ser muy creativos para encon-

57 Vega Franco, El Tráfico de Esclavos…, p. 186.58 AHESLP. AMSLP, 1667.1, 12 de mayo.

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trar fórmulas para saldar las deudas obligadas. La propiedad de esclavos era una solución y en este sentido Juan Martínez Bejarano dio como “empeño y prenda” a Miguel de Lizardi una “negrita” esclava llamada Dominga de 13 años nacida en su casa. Con el mercader Lizardi, la esclava adolescente pero productiva estaría sujeta a la servidumbre de la casa desempeñando labores por las cuales, cada mes recibiría la cantidad dos pesos de oro, pero más que recibir la suma mencionada como si fuera un sueldo, cada mes se desconta-ban de la deuda del dueño original de la esclava por 250 pesos.59

La raíz de los problemas económicos tal parece que podía explicarse por la falta de gente en los puestos de trabajo más importantes. En las noticias de la época se informaba que por muchas partes de la ciudad se encontraban grupos de gente ociosa y entregada a la vagancia, a los juegos de azar, a la borrachera y a la vida desenfrenada por las calles en lugar de estar traba-jando en las haciendas y carboneras.60 Incluso, en los informes preliminares de los Oficiales Reales que llegaron a San Luis Potosí a elaborar un padrón de tributarios de Real Tributo en 1679 declararon que encontraron “...una abundancia de mulatos y mulatas, negros y negras libres e indios que hay en esta ciudad y su jurisdicción independientes del servicio de los mineros que están vagos y sin ocupación...”.61 La ciudad de San Luis Potosí, en cier-ta medida era un destino atractivo para estos contingentes de gente ociosa ya que según la política fiscal de la Nueva España, el pago de tributo anual se podía exentar en un par de circunstancias: 1) dedicación a cualquier ac-tividad o ramo de la minería y 2) ser vecino de un poblado de la frontera chichimeca. Así, la capital de la Alcaldía Mayor de San Luis, era un lugar en el cual se podían vertebrar las dos condiciones y en cierta medida ofrecer un tipo de refugio fiscal a los potenciales tributarios o mejor dicho, hom-bres y mujeres62 que simulando su participación en las tareas mineras en la vecindad de la ciudad intentaron evadir el pago del Real Tributo. En otras palabras, los informes de escasez de mano de obra que frecuentemente ex-

59 AHESLP. AMSLP, 1667.2, 16 de junio.60 AHESLP. AMSLP, 1674.2, 12 de mayo.61 AGI Audiencia de México, 1043, fs. 35v.-36.62 En una lista de tributarios empadronados en San Luis Potosí se cobró el impuesto real a una 11 mujeres (ocho mulatas y tres negras) quienes pagaron 12 reales por año. AGI, Audiencia de México, 1043.

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presaron el pulso económico de los empresarios, no coinciden con las no-ticias de la prolifera ción de gente ociosa, entre los cuales es prácticamente imposible reconocer cuántos de ellos fueron “falsos mulatos” y cuántos más ajustaron la escala del color de su piel a la conveniencia de la vida diaria en un poblado de la frontera minera de la Nueva España. Los informes que re-conocen a las reservas desperdiciadas de trabajadores en conjunto con aque-llos que dan cuenta del estado de pobreza de las minas y la flaqueza de las leyes de los minerales, nos ayudan a reconstruir un período poco alentador y hasta sombrío de la minería potosina que repercutiría además en el infor-tunio del comercio local.63 Estas condiciones se conservarían hasta el final del siglo xvii64 cuando incluso se llegaron a implementar ordenanzas más estrictas para el reclutamiento casi coercitivo de tenateros y barreteros entre los vecinos de los barrios así como de los pueblos periféricos de la capital potosina para que acudieran a las labores mineras o bien a las haciendas de procesamiento. En este sentido, el encaminamiento de mano de obra forza-da en la hacienda y mortero del Capitán y minero Diego de la Fuente, sería el destino de un par de mulatos y un coyote quienes fueron “persuadidos” a prestar sus servicios por el lapso de dos años.65

Tal pareciera pues que en la segunda mitad del siglo xvii en San Luis Po-tosí no fue del todo aprovechada la fuerza laboral del descendiente africano (esclavo y “libre”) y sobre todo, estuvo notoriamente ausente en los traba-jos mineros, que eran de vital importancia para la revitalización económica. Más allá de que los mulatos se parapetaran detrás de otras denominaciones socio raciales, los rastros de la presencia de la población de origen africana y sus descendientes quedó plasmada en la política eclesiástica de levantar padrones de las jurisdicciones eclesiásticas. Por encargo del Obispo de Mi-choacán Francisco de Aguiar y Seixas, entre los años de 1680 y 1681 se re-

63 AHESLP. AASLP,1672-1675, fs. 449-449v.64 En el año de 1691, el gremio de los mineros de San Luis Potosí y su jurisdicción informaban sobre el estado deplorable de la minería y de la ciudad así como de sus vecinos que eran unos dos mil españoles, quienes eran mayoría. A los problemas de la producción minera se adjuntaba la incapacidad de la ciudad para producir sus propios alimentos. La vitalidad del comercio por otra parte, estaba fuertemente anclado en la producción minera, así cuando muchas labores y minas del Cerro de San Pedro empezaron a hundirse por causa de la ineficacia en el trabajo lo cual provocó que los operarios rehuyeran trabajar en tales condiciones. AHESLP. PAM, A-3, 1691.65 AHESLP. AMSLP, 1695.1, 24 de enero y 3 de febrero.

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gistraron en la ciudad de San Luis Potosí a 181 negros, 738 mulatos, unos 579 mestizos, 1,472 españoles y una mayoría de población indígena con 2,812 individuos.66 En base a esta información demográfica y eclesiástica, es evidente que en el tramo final del siglo xvii, los negros era un sector de la población que se había estancado en su dinamismo y en sentido contrario, sus descendientes, producto de la mezcla con otros grupos de la sociedad potosina como un todo, empezaban a ser más visibles en el teatro social y demográfico de San Luis Potosí. Además, el informe presentado a la cabeza del Obispado de Michoacán reconocía dos realidades demográficas de fina-les del siglo xvii: 1) la disminución de la población indígena por mortalidad y 2) un reacomodo de la población en función de los mercados de trabajo, aspecto que también contribuyó a una disminución de la población ya que el trabajo en las haciendas del norte chichimeca propiciaba la explotación de los indios a tal grado que éstos eran tratados más como esclavos y no tanto como sirvientes67, tal y como empezaría a ser lo opuesto entre la población de origen africano.

A pesar de que no es fácil realizar una comparación entre la población de origen africana con las otras porciones de la sociedad potosina en los días de apogeo de la trata, suponemos que el protagonismo estadístico del negro en el medio siglo del comercio negrero que corresponde a San Luis Poto-sí (1590-1640) se tradujo en una presencia más significativa del africano y posiblemente se llegaron a contabilizar tantos negros como hispanos en el estuche urbano de una ciudad en la cual la servidumbre negra era una ca-racterística indiscutible.

Para el año de 1684, en la ciudad se realizó una recopilación de informa-ción de la población de acuerdo a la política eclesiástica de descripciones de la feligresía de la parroquia principal y el levantamiento de padrones o también llamados censos eclesiásticos. En el caso que nos ocupa, la descrip-ción corresponde a la Parroquia Mayor de San Luis Potosí, con la cual po-demos acceder a una mirada de los sectores de la población y la cantidad de enlistados que se puede comparar con los datos del padrón de gente de con-fesión ordenado por el Obispado de Michoacán. En el mes de mayo del ci-

66 Carrillo Cázares, Partidos y Padrones…, pp. 18-19.67 Carrillo Cázares, Michoacán en el otoño…, p. 110

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tado año, don Cristóbal de Arízaga y de la Cueva supervisó el levantamiento de la descripción parroquial que corresponde a la ciudad española, perfecta-mente diferenciada y segregada de los barrios y pueblos de indios de los con-tornos de la traza urbana. Dentro de la administración de los sacramentos de la ciudad, se incorporó mayoritariamente a la población de origen africa-na, y el archivo de la Parroquia Mayor fue el lugar en donde quedarían re-gistradas las más de las huellas de la población negra y mulata, ya que en los acervos parroquiales alternativos, la presencia del africano fue más discreta. (Archivos del Convento de San Francisco, Parroquia de San Sebastián y del Curato de Tlaxcalilla).

La conformación de los recuentos no ofrecen mucha claridad en cuanto a los grupos de edad aunque sí quedó perfectamente establecida la cobertura jurisdiccional de la Parroquia Mayor de San Luis Potosí, la cual se extendía por un radio de dos leguas al oriente, seis al norte, siete por el rumbo del po-niente y solamente una legua al sur de la ciudad. Dentro de este universo ur-bano, la población africana en el último tramo del siglo xvii (negros y mula-tos) fue empadronada al interior de la traza urbana del poblado español. En la Descripción del beneficio de la Parroquia Mayor, la suma de mulatos en este momento fue de 691 que representaron el 22% de los vecinos enlistados, mientras que los negros, quienes fueron 189 constituyeron el 6% de la lista de 3,105 feligreses.

Fuera de la traza, los funcionarios religiosos no encontraron una cantidad significativa de población de origen africano pero sí se registraron cifras más notorias en el caso de mulatos. En Tequisquiapan se enlistaron solamente a dos negros y 48 mulatos que era una cantidad muy similar a los 42 españo-les y los 45 mestizos. En el pueblo de Tlaxcalilla, encontramos un universo indígena y la minoría eran los españoles y mulatos (48 y 47), 100 mestizos y solamente 5 negros.

En el barrio de la Laguna no había negros y solamente se lograron contar a 11 mulatos, en un patrón demográfico que será muy parecido al del barrio de San Cristóbal el Montecillo, en donde el número de mulatos era inclusive inferior con 7 individuos y únicamente un negro. En el Pueblo de indios de San Sebastián, de jurisdicción agustina, los empadronadores registraron la presencia de 8 mulatos y 2 negros además de 13 españoles quienes vivían fuera de la zona residencial por excelencia y se sumaron a los hispanos que

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habitaban regularmente en Tequisquiapan, Tlaxcalilla, San Cristóbal, y en la periferia rural de la ciudad.

Fuera de la presencia registrada de población africana y sus descendientes en las demarcaciones urbanas de San Luis Potosí, es notorio que la concen-tración mayor de negros se ubicaba dentro de la traza urbana ya que para 1684 en los ranchos y haciendas solamente se contaron a 43 mulatos y 5 negros quienes en conjunto eran la misma cifra de los españoles y menos de la mitad de los mestizos.68 El valor de este tipo de información además de las cifras, nos permite observar la presencia del negro dentro de la ciudad española y en donde posiblemente fueron encontrados habitando las casas de sus dueños españoles, mientras que los individuos con mezcla de sangre africana empezaron a ser un componente demográfico muy importante ya que habían más que la suma del conjunto de mestizos más indios. En con-traste, los mulatos en los pueblos y barrios de la periferia, ocuparon un esca-lón inferior en las matrículas detrás de los indios y mestizos en su caso. Pero más allá de las cifras, la confiabilidad de las listas de empadronados como referencias de la población negra debe ser tomada con mucha cautela ya que por una parte excluye a la población infantil y por la otra, no se ofrece mu-cha exactitud en cuanto a qué se refiere como “mulato” en una sociedad en que la mezcla de sangre impulso un sistema de estratificación con múltiples opciones para denominar a los individuos con sangre africana.

La sociedad potosina de finales del siglo xvii, en el ámbito urbano si bien es cierto estaba perfectamente identificada con la ocupación de los espacios de vivienda al interior de la traza, también empezaba a dar muestras de cam-bio en las tendencias de interacción social. Al lado de las casas de dos veci-nos españoles prominentes, el Capitán Juan Camacho de Jaina y el escribano don Francisco de Pastrana, encontramos casas habitadas por mulatas quie-nes sin lugar a dudas sostuvieron una relación (de esclavitud) con los hispa-nos acostumbrados a la tenencia de esclavos. En otra casa, la mulata Mag-dalena de la Cruz vivía en compañía de un mulato a quien don Francisco le había concedido su apellido. La información del Padrón no arroja más luces para ahondar en los vínculos entre el amanuense y los mulatos, pero los con-tratos de compraventa nos indican que unos años más tarde, don Francisco

68 AMBNAH, Rollo No. 757m 22 pp.; ACM-INAH, Negocios Diversos, Leg. 66.

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de Pastrana le vendería a Bartolomé Machado, a Magdalena a la edad de 20 años, en 450 pesos y destinada a la servidumbre. Los hijos de mulatos y negros que fueron nombrados con el apellido “de la Cruz”, fueron identifi-cados con este apelativo como hijos ilegítimos.69

Muy cerca de la casa de Pastrana y en la zona urbana más privilegiada de la ciudad, en las calles paralelas de la Concepción y de La Cruz, la informa-ción del padrón nos permite conocer los detalles íntimos de la convivencia. Tal parece que en estos espacios habían casas de españoles que debieron ser muy espaciosas para dar alojamiento hasta 15 personas entre miembros de las familias y su servidumbre. En una de ella vivió don Feliciano Hurtado y su esposa, Petronila de Agoitia en compañía de sus cinco hijos, un ahijado así como un conjunto de sirvientes formado por negras, indias y mulatas, quienes eran tantas que prácticamente cada miembro de la familia dispuso de una sirvienta. En 1685, don Feliciano vendería un mulato criollo en esta casa e hijo de una de sus fámulas a María de los Ángeles. El mulato, de color cocho y de nombre Nicolás de Castañeda fue vendido como sirviente a la edad de 14 años en 300 pesos. En otros hogares como del Tesorero local don Francisco de Barbosa la posesión de sirvientas mulatas le servía para mante-ner una iniciativa mercantil individual de venta de esclavos con sangre afri-cana. A lo largo de la segunda mitad del siglo xvii tanto le vendió a Simón Díaz una esclava angoleña en 1651, como lo hizo también a Ignacio Méndez en el traspaso de un esclavo mulato nacido en su casa. Incluso, le vendería a doña Violante Pérez de Bustos, una negra criolla que había sido parte de la dote matrimonial de su esposa. Hasta el año de 1691, le vendería a Sebastián Verástegui un negro más, de 34 años en 400 pesos. En la ciudad, algunos ve-cinos como el Capitán Francisco de Bustamante tal parece que adoptaba la adquisición de esclavos como una práctica regular ya que de 1651 a 1672, al menos se hizo de seis esclavos, cuatro negros y dos mulatos para su servicio doméstico tendencia que lo identifica como uno de los principales compra-dores de sirvientes de la segunda mitad del siglo xvii y solamente el vecino de Guadalcázar, el minero Marcos Posada representó competencia en esta práctica al adquirir él solo cinco cautivos (cuatro negros y un mulato) entre 1680 y 1681. Por su parte, a la muerte de don Francisco de Bustamante, su

69 Ochoa Serrano, Afrodescendientes sobre piel…, p. 57.

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viuda declararía en el año de 1664 que heredó siete esclavos de edades muy contrastantes ya que tanto declaró la propiedad de Nicolás, un negro que no había cumplido el año de vida, como lo hizo con su esclavo Pedro, negro “ya viejo”.70

En rumbos aledaños a la casa del Tesorero, el hogar de doña Magdalena Ortiz no era una casa matrimonial sino una residencia ocupada exclusiva-mente por solteras que sin embargo era el arquetipo de la ocupación excesiva de esclavos. Las seis mujeres quienes eran las ocupantes del inmueble tenían a su servicio un contingente de 17 sirvientes entre negros, mulatos, indios e inclusive mestizos de ambos sexos. En casas como la de doña María de Gogorrón y Bocanegra, la circulación de esclavos incluso no estaba mediada por el dinero sino que era vista hasta como ofrecimientos en retribución a favores recibidos. En 1687, esta mujer que era parte de uno de linajes más opulentos de la ciudad y jurisdicción de San Luis Potosí tomó la decisión de donar uno de sus esclavos nacidos en su casa al Convento de Nuestra Señora de San Juan, en la Villa de Los Lagos en agradecimiento por “…los muchos y repetidos consuelos, alivios y socorros…” que la virgen le había concedido.71

Así mismo, en casas de otros españoles solteros como Felipe Zapata tam-bién se hizo manifiesto la tendencia por acumular sirvientes-esclavos ya que este vecino hispano se hacía acompañar cotidianamente por nueve mulatas y uno que otro mestizo. Lo interesante de este caso es que en los libros de los registros de compraventa de esclavos de la segunda mitad del siglo xvii, no existe ningún contrato en el cual Felipe Zapata actuó como vendedor ni comprador de esclavos lo cual nos lleva a dos circunstancias para explicar sus tenencia de sirvientes: 1) la adquisición no-protocolizada de cautivos sujetos a servidumbre, ó 2) la contratación libre de servidumbre. Lo que sí queda al descubierto es que al interior de las casas de la ciudad española de San Luis Potosí existían fórmulas de convivencia familiar muy heterogéneas tanto en la composición de sus integrantes como en la diversidad étnica de los actores. Circunstancias similares se reprodujeron en la vida cotidiana de Guanajuato en donde además de la escasa participación del negro en el ramo minero, los negros se incorporaron en las labores agrícolas de cereales,

70 AHESLP. PAM, 1664.71 AHESLP. PAM, A-3, 1687.

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en las artesanías, como empleado en la ganadería, pero principalmente en el servicio doméstico.72

En las inmediaciones del centro administrativo de la ciudad de San Luis pudieron haber viviendas en las cuales moraban familias numerosas de es-pañoles y mestizos con diversos grados de relaciones interétnicas. En este orden, la información que arroja el padrón eclesiástico en los inicios de la década de 1680 nos ilustra sobre la constitución de los hogares en donde al-gunos matrimonios formados por españoles desarrollaron fórmulas de con-vivencia con otros grupos sociales como indios, mulatos y negros a través de las relaciones de servidumbre. Incluso, el padrón ilustra el caso de un indio chichimeco de nombre Felipe que servía en la casa del castellano Joseph de Huerta.

En otros centros mineros cercanos y dentro de la jurisdicción de San Luis Potosí como el real de San Pedro Guadalcázar, la población africana e hispa-na no eran tan diferentes en sus conteos de población. El poblado de Gua-dalcázar fue un asentamiento en donde no se constituyó una república de indios, sino funcionó básicamente como un real minero habitado por espa-ñoles quienes se enfrentaron a la carencia de mano de obra que trabajase en sus minas y haciendas de beneficio. Para solventar esta circunstancia y man-tenerse a flote en la industria minera local, los empresarios mediterráneos recurrieron al reclutamiento forzado de indios chichimecas para el avío de sus haciendas73 y dentro de este esquema de esclavitud incluyeron además la posesión de cautivos africanos quienes en cifras llegaron a estar muy cerca de la población hispana en las últimas décadas del siglo xvii (56 negros y 63 españoles), momento en el cual los mulatos no fueron incluidos en los resúmenes demográficos.74 Esta característica era muy distinta en el caso de la sede de la Alcaldía Mayor de San Luis Potosí, en donde la presencia de mulatos esclavos era por demás evidente, tanto como la disminución de la población negra.

Pero los africanos no eran el único sector de la población de San Luis Po-tosí que estaba en declive ya que los contingentes de operarios que se encar-

72 Guevara Sanguinés, “Participación de los africanos…, p. 157.73 AMBNAH, Serie San Luis Potosí, Rollo No. 11.74 Carrillo Cázares, Partidos y Padrones…, pp. 18-19.

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gaban del trabajo en las minas y en los hornos de fundición eran también escasos. A inicios del mes de octubre de 1683 el Alcalde Mayor de San Luis informaba sobre los perjuicios a la economía minera ocasionados por la falta de gente en las minas del Cerro de San Pedro. Esta condición se mantuvo a lo largo de la década de 1680 e incluso, al final de la misma, la desunión en el colectivo de los mineros serranos fue un ingrediente adicional en el desas-tre de la minería potosina. En 1689, Juan de Borja a nombre de los mineros acusaba una vez más el desabasto de gente además de la soltura en la cual se les permitía vivir a indios, negros y mulatos dentro y fuera del esquema laboral de las cuadrillas.75

Para empeorar el panorama, muchas familias de indios que originalmente estaban al servicio de los mineros empezaron a desplazarse a la capital po-tosina ocasionando con esto un clima de intranquilidad entre los vecinos quienes empezaron a ver en las calles de la ciudad gente ociosa, ocasionando vergüenzas públicas e incluso montando a caballo lo cual era considerado como una gran ofensa. Para remediar la situación se promulgó un mandato para hacer regresar la población a las minas serranas y prohibir el uso de ca-ballos so pena de castigos corporales. A los indios que no quisiesen regresar al Cerro, la pena era recibir 50 azotes mientras que a los jinetes ilegítimos “…si fuere de color quebrado mulato indio negro o mestizo [se le castigase con] doscientos azotes y pérdida de la bestia…”76

La preocupación por el abandono de las minas no era para menos ya que en el Cerro de San Pedro había una gran necesidad de operarios a sueldo pero muy poca respuesta principalmente de los mulatos quienes fueron identifi-cados como vagos potenciales que debían ser canalizados al trabajo en las haciendas y cuadrillas de operarios mineros. En los últimos 20 años del siglo xvii, se decía que esta actitud había fomentado el vagabundaje por lo cual se pedía que los alcaldes de barrio y el gobernador del pueblo de Tlaxcalilla no aceptasen el arraigo de los sirvientes de las minas y que se vigilase que todo aquel que se dijera “natural” no fuera relevado del pago del Real Tributo. Así mismo, se pedía que los negros y mulatos libres sin oficio ni beneficio

75 AHESLP. AMSLP, 1689.2, 5 de octubre.76 AHESLP. AMSLP, 1683.3, 1 de octubre.

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se acomodasen en el servicio de las minas.77 Estas condiciones se ajustan a la perspectiva que ubica a la población africana en la Nueva España en don-de, a pesar de la repetida solicitud que hicieron a la Corona los mineros de Zacatecas, Guanajuato, Pachuca y San Luis Potosí para el envío de negros a trabajar las minas, éstos por su elevado precio no representaron la solución e incluso era más fácil verlos como población libre.78

Por su parte, la población mulata que se estaba acomodando dentro y en las inmediaciones de la ciudad española de San Luis Potosí prontamente se empezaría a amoldar a los estilos de la vida y no exclusivamente en las tareas de la servidumbre. Algunas mulatas se habilitaron como parteras que inclu-so muchas españolas buscaron por la asistencia para dar a luz en lugar de ponerse en las manos de los facultativos quienes a manera de recelo profe-sional, permanentemente criticaron el desempeño tanto de las comadronas indias como de las mulatas.79

Pero así como las mulatas se hicieron indispensables para algunas tareas dentro y fuera de la ciudad, algunos negros y mulatos supieron sacar pro-vecho de otro tipo de habilidades para conseguirse el sustento cotidiano. En varios documentos de la Alcaldía Mayor que se hicieron públicos en la ciudad de San Luis, las ordenanzas fueron conocidas por la voz de prego-neros negros y mulatos como los africanos de nombres Alejandre y Juan de la Torre que desde los primeros días del poblado recibieron el encargo de recitar en las calles y plazas públicas las ordenanzas dirigidas a la población en voz alta.80

Pero así como había negros y mulatos en empleos reconocidos, también los hubo quienes supieron sacar provecho de ciertas condiciones adversas. En la última década del siglo xvii, a pesar de que la minería se pudo re-cuperar momentáneamente, en la ciudad se empezó a padecer el desabasto de alimentos provenientes del bajío novohispano. La ciudad vio dramática-mente reducir las entradas de maíz por lo cual, los comisarios de la Alcaldía Mayor debieron vigilar que nos se acaparara el grano así como que no ven-

77 AHESLP. AMSLP, 1691, 6 de enero.78 Serrano López, “Población de color…, p. 81.79 AHESLP. AMSLP, 1682.4, 3 de octubre.80 AHESLP. AMSLP, A-43, 1598.1, Exp. 7.

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diera el maíz destinado a San Luis en otros lugares. El mulato Juan Méndez fue acusado de acaparar el alimento y se le culpó de la escasez por lo cual le fue ordenado de salir a buscar comida por toda la jurisdicción.

Sin embargo, la mala racha de San Luis Potosí no duraría para siempre ya que la solución estaba a la mano o mejor dicho en las manos del virrey. En el primer lustro de la década de 1690, los mineros potosinos vislumbra-ron la apertura del socavón de San Nicolás en el Cerro de San Pedro. Para extraer sus riquezas, los mineros necesitaban además de mano de obra una inversión de al menos 50,000 pesos. De las arcas virreinales recibieron un préstamo de 40,000 pesos cantidad que alcanzaba para reactivar la industria minera y frenar el despoblamiento por hambre e incertidumbre económi-ca.81 Al llegar el recurso económico, los mayordomos de las minas se reacti-varon para recomponer las cuadrillas al ofrecer un sueldo de dos reales por día de trabajo, aspecto que contribuyó a que las 40 minas que había en el Cerro de San Pedro se poblaran nuevamente con gente de labor. Además de la inversión económica, en la ciudad se conjuró la amenaza del hambre y la sequía82 y en este promisorio panorama tal parece que el mercado de escla-vos también se revitalizó por un breve momento después de haber estado en un letargo de muy poca actividad en los últimos 20 años.

En 1691, el volumen de las transacciones de compraventa de esclavos por segunda ocasión en la segunda mitad del siglo xvii sobrepasó la barrera de las 20 operaciones tal y como no había sucedido desde 1654. En este último año recordemos que el aumento estuvo impulsado por un número idéntico de adquisiciones de cautivos de ambos sexos.

Sin embargo, en 1691 observamos una fuerte tendencia a la compraventa de esclavas quienes aparecieron en 15 contratos mientras que solamente se llevaron a cabo nueve operaciones para adquirir varones. Pero para esta al-tura del siglo xvii, los esclavos negros ya eran una rareza en un mercado de esclavos en los cuales los mulatos eran la principal mercancía humana. De

81 AGI, Audiencia de México, 63.82 Las noticias provenientes de las zonas de producción de maíz de la Huasteca, pronosticaron que no habría escasez del grano y que esta circunstancia podría ayudar para que la gente de San Luis adquiriera el alimento aprecio más bajos. Además, se presentaron algunas lluvias que hicieron que los pastos crecieran y se alimentase a los animales de carga y tiro. AHESLP. AMSLP, 1696.2, 11 de julio.

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los 24 contratos efectuados en 1691, solamente en tres casos los tratos inclu-yeron a esclavos negros. En cuatro de los contratos de compraventa de mu-latas, se incluyó en el mismo trato, la adquisición de los hijos de las esclavas con el correspondiente aumento en el precio del binomio de cautivos alrede-dor de los 500 pesos como los que pagó Bartolomé Machado para comprar un par de mulatas con hijos, que se vinieron a sumar a otra mulata que ha-bía adquirido en 1690. Por su parte, el Capitán Diego de la Fuente, adquirió un par de mulatos de ambos sexos en precios que rondaron los 350 pesos. Los precios más módicos que se pagaron fueron los 230 pesos que ofreció Joseph de Luna a Joseph Francisco Millán por el mulatillo blanco de 14 años Juan Bautista y los 200 pesos que desembolsó la vecina de Zacatecas Catalina Mendoza para comprar a la mulata Antonia de 13 años. Por su parte, los po-cos negros conservaban su cotización acostumbrada aproximada a los 400 pesos, suma con la cual fueron comprados negros esclavos como Sebastián por Sebastián Verástegui, Ramón por Diego de Zaldívar e incluso la Negra María de 39 años de edad por el criador de ganado mayor, Francisco de Uresti Bustamante quien pagaría 402 pesos por ella. Las esclavas estaban en una moda que duró solamente el año de 1691 aunque en los últimos 30 años del siglo xvii, los precios que se pagaron por la cautivas fueron significativa-mente más altos que por los varones. Después de 1691, en los dos años si-guientes se conservarían en igualdad numérica con los varones en la prefe-rencia de los compradores, pero fueron más caras que ellos y a partir de 1694 se venderían más esclavos que cautivas, pero más baratos y más jóvenes que las negras y las mulatas multicolores que fueron mejor cotizadas. En algún momento del auge de la trata negrera, se llegó a establecer que la tendencia en la adquisición de hombres se concentró en un grupo de edad entre los 16 y 25 años que era un síntoma de la plenitud física, aspecto que también condicionó el precio demandado por los esclavos, mientras que en el caso de las mujeres, su valoración monetaria respondió tanto a su escasez en el mercado o bien a las preferencias por ellas observadas por los compradores en algunos momentos del desarrollo de la trata.83

Hacia el final del siglo que fue escenario en su primera mitad del flore-cimiento del comercio de esclavos africanos, el negro original africano ape-

83 Chávez Carbajal, Propietarios y esclavos…, p. 102.

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nas era visible al interior de un mercado en el cual tal parece que se había reducido a dos opciones en la oferta: mulatos y criollos. En 1699, el volumen de las transacciones de nuevo tocó el nivel más bajo en una ciudad que a un siglo de haber sido fundada intentaba con muchos trabajos consolidar su economía basada en la minería y fomentar el crecimiento de su pobla-ción a pesar de los vaivenes ocasionados por las crisis en el suministro de alimentos. Estos aspectos bien pudieron afectar en parte a la evolución del mercado de esclavos de por si en desmoronamiento en el comercio exterior de la Nueva España. A nivel local, se presentaron además algunas tendencias en los estertores del siglo xvii como el de comprar más varones que mujeres aunque éstas última salieron al mercadeo con ciertos atributos: más caras y de mayor edad en promedio que los esclavos.

El comercio de cautivos en el siglo xviii.

El siglo de las luces para el comercio de esclavos en la Nueva España re-presentó una transición importante en la cual podemos establecer que los alcances mercantiles de la trata se pueden entender mejor en la derivación de un mercadeo de esclavos ajustados a las realidades regionales de cada rin-cón del reino. En términos numéricos, en el siglo xviii, la población africa-na empezaría a ser menos numerosa que la población hispana, aspecto que había representado una realidad muy diferente en los días del apogeo de las Asientos portugueses.84

En San Luis Potosí, el mercadeo de esclavo se tradujo en un proceso ape-nas reconocible o mejor dicho, en una fase irregular en el flujo de las tran-sacciones para adquirir o vender esclavos. La inestabilidad fue la principal característica que provocó que el volumen de compraventas alcanzara apena la docena de transacciones en dos únicos momentos durante los primeros 50 años del siglo: en 1703 y en 1744. Justo después de éste último año, las cifras se derrumbaron afirmando la evidente inactividad en el negocio, que dejaba de serlo ante un clima de devaluación de la esclavitud que se fue pro-pagando por la Nueva España y otras posesiones hispanas de América. Con la llegada de la dinastía de los Borbones al trono español, se termina la par-

84 Martínez Montiel, Inmigración y diversidad…, p. 31.

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ticipación de los negreros portugueses en el tráfico de esclavos los cuales du-rante la segunda mitad del siglo xvii en un mercado que permitió la interac-ción entre tratantes holandeses y los propios de la Compañía Real de Guinea del Portugal. A partir del año 1701, la Compañía Francesa de Guinea obtuvo la concesión para traficar 48,000 piezas a un ritmo de 4,800 esclavos por año.

Pero el inicio del siglo xviii no era el momento más propicio para conti-nuar con el tráfico tanto por la escasez de esclavos que resultó después de que las factorías portuguesas empezaron a cerrarse al tráfico. Además, en el tráfico transatlántico intervinieron factores como conflictos bélicos y la presencia de los ingleses en la posición de abastecedores de esclavos a Amé-rica.85 En el mes de septiembre de 1706, en la ciudad de San Luis Potosí circuló la noticia de un edicto acerca de la introducción de esclavos negros en las Indias por parte de la Real Compañía de Guinea en la cual se dejaron excluidos del tráfico “los negros de mina y de Cabo Verde”.86

Mientras el mercado global de esclavos se ajustaba a las nuevas condicio-nes, en la Nueva España, y en especial, en el norte minero, el auge en la producción de metales abría nuevamente el horizonte de la importación de fuerza laboral esclava, pero también, de contratación de mano de obra libre. La esclavitud todavía tenía un lugar importante en las estrategias de procu-ración de mano de obra y más aún en los escenarios urbanos como Queréta-ro, en donde los acaudalados comerciantes, hacendados y militares llegaron a poseer entre 5 y 6 esclavos para su uso personal. En años como 1730, la suma de transacciones de compraventa de esclavos en esta ciudad alcanzó las 71 operaciones registradas,87 algo poco imaginable en el escenario poto-sino cuando el número de adquisiciones de cautivos en ese mismo año fue de apenas dos contratos después de haber experimentado una inamovilidad en el periodo de 1723 a 1727.

En sí, reiteramos que durante los primeros 50 años del siglo xviii, la poca monta en el comercio de esclavos en San Luis Potosí fue reflejo de las dificul-tades de la trata en una esfera más global así como la gradual pérdida de la importancia del tráfico en el marco del protagonismo de la única compañía

85 Torres Ramírez, La Compañía Gaditana…, pp. 2-5.86 AHESLP. AMSLP, 1706.387 Armas y Solís, “La mercancía humana…, p. 30.

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española que se encargó de llevar esclavos africanos a América: la Compañía Gaditana de Negros.

La participación de este corporativo mercantil no pudo aislarse de la ines-tabilidad económica en el mundo atlántico ni a las consecuencias de las dis-putas entre España e Inglaterra en el año 1739.88 En este escenario vacilante, el destino de los miles de esclavos que continuaban siendo comerciados en América, estaba sujeto a un conjunto de aspectos que afectaron al comercio. Entre ellos resaltamos las tensiones entre los estados europeos, los vaivenes económicos en Europa y la demanda oscilante de esclavos en los centros de consumo. Este conjunto de condiciones nos sirven de marco apropiado para explicar el pulso del mercadeo de cautivos en suelo potosino, en donde el significado de discontinuidad es el mejor adjetivo para explicar el com-portamiento de las transacciones en las cuales, los mulatos de todos colo-res, incluso “mulatos negros”, fueron la mercancía mejor favorecida por los compradores y la mejor parte del inventario de los vendedores. Del listado de vendedores de esclavos en la primera mitad del siglo xviii, rescatamos al-gunos nombres de personajes que reiteradamente se deshicieron de sus cau-tivos. Entre ellos, José de Castro vendió tres mulatos en la primera década del siglo, mientras Feliciano Hurtado lo hizo en un par de ocasiones en el mismo lapso de tiempo. El ilustre potosino, benefactor de múltiples obras pías y ejecutor de varias funciones públicas, don Nicolás Fernando de Torre, también lo encontramos como vendedor de mulatos esclavos en tres mo-mentos de su vigencia civil en la ciudad: en 1710, en 1721 y en 1758. Dentro de la misma temporalidad, Juan Eusebio de Torres también fue uno de los vendedores más activos de esclavos de la época, guardando las reservas y alcances de un mercado muy limitado, ya que con la acumulación de tres transacciones, se resaltaban las operaciones ya que solamente, el mulato que vendió en el año de 1734 representó el 33% de los totales de ese año . En las listas, sobresalen también un par de mujeres que ocuparon la posición de vendedoras de mulatos. La primera de ella es doña Luisa Torres de Guzmán, española que manifestó un volumen de ventas muy notorio en lo reducido del mercado. Sus cinco transacciones (una en 1703, otra al año siguiente y tres adicionales en 1710) la convierten en una activa protagonista en el tráfi-

88 Torres Ramírez, La Compañía Gaditana…, pp. 10-11.

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co de mulatos a tal grado que solamente en el año de 1710, sus ventas repre-sentaron un tercio de las transacciones totales. Pero más allá de las cifras, un aspecto a resaltar en la actuación de Torres de Guzmán como vendedora o mejor dicho, como donadora de la potestad de esclavos, ya que observó una marcada preferencia a ceder mulatos a miembros de la familia Verástegui (Brígida, Margarita y Felipe) avecindados en la ciudad quienes recibieron meramente el obsequio de cautivas con edades que fluctuaban entre los tres y seis años, e incluso recién nacidas. Al alférez don Felipe de Verástegui se le entregó una mulata de ocho días de nacida y dicha acción como al igual que las otras, se registraron en los libros de protocolos como contratos de cesión de los derechos de propiedad de las esclavas. En cada uno de los en-dosos no se estipuló pago alguno en el procedimiento de cambio de propie-tario por lo cual este caso nos sirve de ejemplo para entender las condiciones emergentes en el mercado de esclavos. En primera instancia, las donaciones nos revelan la pérdida relativa del valor monetario de los esclavos en el siglo xviii ya que es justamente es esta época en la cual es notorio la disminución de los precios como síntoma de la desvaloración del sistema esclavista.89 Así mismo, el hecho de deshacerse de los esclavos “por donación” tal pareciera que respondió también a una liberación de los costos de la manutención de las nóminas de esclavos que básicamente eran una carga onerosa para los dueños y así, era mejor donarlos que venderlos.

En enero de 1772, el mulato esclavo José Manuel de la Huerta, cautivo de doña Gertrudis Nieto durante los últimos 11 años, le había servido como cochero, mandadero y portero, pero después de un tiempo empezó a lamen-tarse que su ama lo había abandonado a su suerte y para mantener a su fami-lia se había visto en la necesidad de vender su ropa. Ante esta circunstancia, el mulato solicitó a la autoridad que su ama lo vendiera a otra persona para así sostenerse.90

En segundo término, el tipo de “transacciones” que llevó a las mulatas an-tes citadas a la posesión de los Verástegui nos permiten presumir acerca del destino de otras tantas al interior de las casas de las familias que las acogie-

89 Armas y Solís, “La Mercancía Humana…, p. 31.90 AHESLP. AMSLP, 1772.2, 23 de enero.

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ron y las utilizarían en el servicio doméstico91 como sería una de las actitu-des más socorridas que distinguieron a la esclavitud urbana del siglo xviii novohispano. La constitución de las servidumbres con esclavas de origen africano puede ser identificado con el ejemplo de la ciudad de Saltillo y el de-sarrollo del llamado “esclavismo aristocrático” que significaba que cualquier persona con un respaldo económico podía hacerse de un esclavo y usarlo tanto en las distintas labores domésticas dentro de las casas, así como para servirles de mandadero o bien para sacarlos a pasear por las calles.92

En la ciudad de San Luis Potosí de mediados del siglo xviii, en los padrones eclesiásticos que se elaboraban a partir de la visita a todas y cada una de las unidades habitacionales de la jurisdicción parroquial, los empadronadores registraron la presencia de sirvientes con sangre africana en algunos hoga-res. En la casa de las viudas Isabel y Juana de Zárate servían cuatro mulatos, uno más fue enlistado con la vecina Juana Zamarrón. Un par de mulatas eran las sirvientas de Juana Europa, y un similar patrón de empleo de mu-latas en la servidumbre fue observado en los hogares de Tomás de Olivares, Manuel Esteban e Irene Gertrudis, entre otras.93

A través de los casos que nos revelan la presencia cada vez más activa de las mulatas como principales piezas en el mercadeo de esclavos en San Luis Potosí, queda al descubierto una característica adicional en la presencia de la población africana en los poblados de la Nueva España en la primera mitad del siglo de las luces: las mujeres, en términos numéricos estaban duplican-do a los hombre en distintas esferas de la vida en las ciudades,94 incluyendo en el ámbito del cambio de propietario en las compraventas de esclavos. En el San Luis Potosí del siglo xviii, los esclavos y en particular, las cautivas eran y habían sido parte activa del mobiliario de las casas españolas por más de un siglo y al parecer, como sucedió en la vecina ciudad de Querétaro, no se les impuso ninguna restricción de movilidad espacial, ni se asentaron en algún barrio y/o pueblo específico del escenario urbano.95

91 Lavrin, “Women in Spanish…, p. 351.92 Valdés y Dávila, Esclavos negros en Saltillo…, p. 25.93 ACM. INAH, Fondo Parroquial/Disciplinar/Padrones/Asientos, Caja 1291, 1759, Exp. 449.94 Velázquez Gutiérrez, “Juntos y revueltos…, p. 337.95 García Martínez, La negritud en Querétaro…, p. 16.

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En este contexto, es necesario resaltar la actuación de otra mujer ya no tan-to en el mercado de esclavos de San Luis Potosí, sino en el intercambio en la potestad de cautivos tanto por venta directa como por donación como lo realizado por doña María Teresa Domínguez a quien vale la pena distinguir en tres momentos de protagonismo como vendedora de esclavos. Primero, vendería una mulata de 12 años en el año de 1714 y un mulato de apenas dos años de edad treinta años más tarde, en 1744. A estas transacciones habría que añadir una más en 1729 con la donación que hizo de una mulata de 40 años a doña Ana Catarina de Mier. Estas cifras en otro momento del tráfico de esclavos hubieran pasado inadvertidas pero en la primera mitad del siglo xviii, las tres operaciones ejecutadas por un vecino de la ciudad, represen-taron un vigor extraordinario en un mercado que estaba a la baja. En este discreto “dinamismo” se pueden inscribir además las operaciones de Juan Eusebio de la Torre quien vendió un esclavo y daría en donación a un par de ellos más en una época en la cual tal parece que la mayoría de los veci-nos que optaron por vender a sus cautivos tanto cobraron sumas de dinero por las ventas, como cedieron los derechos de la propiedad sin recibir nin-gún peso. El único de los vendedores quien mantuvo en alto el índice para hacer negocios con las transacciones fue el presbítero Joaquín de Villalobos quien a pesar de la contracción del mercado buscó comprar barato y vender a mejores precios a sus cautivos en la primera mitad del siglos xviii según los rastros dejados en los libros de protocolos de los escribanos públicos. En 1711 le vendería a Francisco de Fagoaga un mulato de 18 años en la no despreciable suma de 290 pesos y a Nicolás Fernando de Torre, otro mulato de apenas un año de edad en 50 pesos. Al año siguiente le vendió uno más de diez años a José González por la suma de 300 pesos y de ahí tendrían que pasar 30 años para que acomodara una pareja de esclavos (madre e hijo, en 200 pesos) con Juan Barbules en 1744. En este año este personaje adquirió uno de los muy pocos esclavos negros disponibles, la negrita de cinco años Pascuala por la suma de 100 pesos. Pascuala, seguramente sería integrada en la servidumbre y tanto su edad en el momento de la venta, así como el precio pactado fueron reflejo de las condiciones del “mercado de ébano” del siglo xviii que se experimentaba en ciudades novohispanas como Guadala-jara en donde el precio de los cautivos fue descendiendo, así como la edad

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promedio de los sujetos comprados.96 En la capital potosina por su parte, la evidencia documental contenida en los libros de protocolos nos indica que había redes familiares como los Villalobos en donde se acostumbraba tanto la adquisición de esclavos, como integrarlos en las dotes matrimoniales de las hijas casaderas además de cantidades de dinero, bienes inmuebles, ropa y otras cosas.

En ocasiones, la compraventa de esclavos estaba sujeta a un conjunto de condiciones que estaban incluso más allá de los factores del mercado. A fina-les de 1713, don Francisco Zúñiga solicitó una licencia para vender sus cua-tro esclavas que le habían sido asignadas como parte de la herencia de la hacendada doña Isabel Caballero. Pero como no había dueño de haciendas sin deudas, al fallecer la española sus deudores reclamaron el embargo de las esclavas para cubrir los casi 2,000 pesos de deuda. En el largo proceso saldrían a relucir un sinfín de malentendidos en las relaciones familiares, especialmente con los cuñados y las sobrinas de la finada. Todos reclamaron al menos a una esclava ya fuera del par que habían sido compradas o bien de las dos que nacieron en la casa de doña Isabel.97 Con disputas por esclavos como esta, nos queda claro que por muchos episodios del siglo ya no había tantos esclavos, así que si era necesario, para conservar la propiedad de algu-no de ellos, habría que entablar juicios civiles con el fin de adueñarse aunque fuera por herencia, o por pleito, la poseción de un cautivo. Eran así mismo días en donde con la firma de la Paz de Utrech que reconocía el dominio inglés de los mares y de la trata esclavista, se empezó a poner fin a la intro-ducción masiva de esclavos a la Nueva España y a partir de 1713 empezaría la gradual sustitución del trabajo esclavo por el trabajo libre, asalariado, en cuyo esquema participaría activamente la población de sangre mezclada, in-cluyendo la sangre africana.98

La tendencia a la escasez de esclavos en los mercados urbanos de la Nueva España se hizo presente también en la composición del personal asignado a los funcionarios públicos que al viajar a las ciudades en donde estarían asignados, incluyeron en sus menajes tanto a sirvientes como a esclavos. En

96 Fernández, “Esclavos de ascendencia…, p. 76.97 AHESLP. AMCH, Civil, 1713, 3 de diciembre.98 Suárez Blanch, “La reconstrucción de la…, p. 9.

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el caso de San Luis Potosí, gracias a los detalles registrados en la Casa de la Contratación de Sevilla en las solicitudes de los funcionarios para pasar a América, hemos podido recolectar algunos datos que nos arrojan luces para entender la escasez de esclavos en el personal de servicio de Alcaldes Mayo-res, Tesoreros y Oficiales de las Reales Cajas principalmente quienes enlis-taron varios “criados”, pero no se indicó si se trataban de esclavos negros o de ascendencia africana. Solamente en la documentación del paso a América de doña Isabel de la Rocha, viuda del Comisario don Fernando Bustillo, que acompañaba a su hijo Miguel Carlos Bustillo, nombrado Tesorero de la Real Caja de San Luis, se señaló que en el menaje de la familia estaban dos escla-vas negras en conjunto con un par de criados.99 Así, en el último tramo del siglo xviii y para ser más precisos, después de 1750, el comercio de esclavos en San Luis Potosí fue un reflejo de la pérdida de la importancia del tráfico de seres humanos en la Nueva España.

Al lado de la inestabilidad que hemos dado cuenta en las transacciones, el precio de los cautivos de ambos sexos en su conjunto observó también una tendencia a la baja.100 En este nuevo esquema, el precio promedio pagado por las esclava fue el que se conservó con una relativa estabilidad entre 1751 y 1765 con valores promedios entre los 170 y 175 pesos por cautiva. En los mismos años y en sentido contrario, los precios por los esclavos varones fue-ron más oscilantes ya que la cotización pasó de los 150 pesos en promedio en el quinquenio de 1751 a 1755, a 100 pesos cinco años más tarde. Los costos de nuevo se elevaron a los 175 pesos entre 1761 y 1765 y en el último tramo del estudio, se registró nuevamente un descenso en la cotización.

Por su parte, las sumas pagadas por las mujeres llegaron a alcanzar los 200 pesos en promedio entre 1766 y 1770. En la parte final de nuestra revi-sión de los contratos de compraventa de esclava, los precios alcanzaron los 150 pesos dentro de un mercado en el cual desde la mitad del siglo xviii la balanza se inclinó para la adquisición de mujeres como sucedió en los años de 1754, 1758, 1761 y 1762 según la información recolectada en los libros de protocolos de los escribanos públicos de San Luis Potosí. A estas operacio-nes, habría que añadir las que se llevaron a cabo fuera de vigilancia oficial lo

99 AGI, Contratación, 5522, N. 1, R. 16, 1776.100 Ver Gráfica No. 15.

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cual nos impide dimensionar numéricamente un mercado que más allá de las cifras, estaba permitiendo una feminización de la esclavitud en el largo aliento (1701-1800). Lo que estaba sucediendo en el mercado de esclavos en el San Luis Potosí del siglo de las luces tal parece que no compaginaba con la estadística de la participación de las mujeres en los cargamentos de esclavos que había descendido en el plano numérico en comparación con el siglo anterior (64.1% de esclavos, 36% de cautivas y los infantes representa-ron la cifra no insignificante 20.2% de la migración forzosa).101 Igualmente, en otros informes de las cifras de ingreso de esclavos correspondientes a la primera mitad del siglo xviii se establecía que por cada 197 hombres que conformaron los cargamentos de esclavos, fueron embarcadas 100 mujeres con destino a las colonias españolas de América.102 En este escenario pode-mos suponer que si a la Nueva España estaban llegando menos esclavas en los también escasos cargamentos, éstas fueron sustituidas por las mulatas en la demanda de esclavos. Sin duda alguna, en San Luis Potosí las mulatas representaron la piedra angular del comercio de esclavos doméstico, y más porque muchas de ellas terminaron sirviendo al interior de las casas ya que la sujeción a la servidumbre fue la principal característica del mercado local de cautivos. Desafortunadamente, la información contenida en los contra-tos no permiten introducirnos en las hogares en donde servían las mula-tas, pero seguramente y como sucedió con las negras africanas, estas muje-res tanto limpiaron las casas, como hicieron la comida de los amos. Tanto acompañaron a sus dueñas como amantaron a varias generaciones de niños hispanos que fueron criados con la leche de los pechos esclavos de sus nodri-zas y seguramente crecieron escuchando cantos de origen africano mientras descansaban en los brazos de sus nanas negras.

A finales del siglo xviii, el precio de los esclavos descendió aún más y en los libros de los escribanos de la época como Silvestre Suárez se certificaron muy pocas escrituras por la adquisición de esclavos. Como síntoma de los tiempos, en uno de los pocos contratos se registró la compra de un esclavo que realizó don José Quiroz por la cantidad de 125 pesos y por el cual se pagó

101 Manning, “Migrations of Africans…, p. 285.102 Lovejoy, “The Children of Slavery…, p. 203.

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el 6 por ciento del Real Derecho de Alcabala,103 impuesto recaudado por la compraventa de la mercadería humana. En este nuevo escenario, las mujeres con sangre africana, y en particular las mulatas fueron el componente más importante de la esclavitud urbana de San Luis Potosí. El volumen de las transacciones en las cuales ellas fueron intercambiadas representó el 45% del total de las compraventas en las cuales se señaló puntualmente la carac-terística étnica del esclavo. Los mulatos por su parte representaron el 39% de las transacciones y en ambos casos, estas cifras de la esclavitud mulata no nos sirven como punto de comparación al cotejar estos números con los de los negros ya que entre 1701 y 1775 solamente se registraron cinco contratos por transacciones de esclavos negros, dos de ellos fueron gestionados por el sacerdote jesuita Antonio Marín dentro del total de los 174 actos protoco-lizados durante el lapso de tiempo señalado. Los esclavos negociados por el jesuita se vendrían a sumar a la larga lista de cautivos que fueron propiedad, así como fueron vendidos o comprados por miembros del clero regular y de las órdenes religiosas de la ciudad en toda la vigencia de la esclavitud.

Por otra parte, la evolución del mercado había dejado atrás las tendencias de la comercialización a menor escala de las esclavas que en los días de apo-geo de la trata, fueron menos demandadas y se pagaron por ellas, sumas de dinero menores.

Entre los años de 1770 y 1771, periodo en el cual nos detenemos en el estudio del comercio de esclavos, la Compañía Gaditana de Negros obser-vó una notable inamovilidad comercial que la llevaría en el corto plazo a la quiebra. Finalmente, el intento realizado por los tratantes españoles fue un fracaso en la medida que no conocían a fondo el negocio y no pudieron absorber las pérdidas que resultaron de su impericia comercial para llevar esclavos a América.104 Pero la ineptitud de los traficantes españoles no fue la única causa del declive de la esclavitud en territorios españoles en América, ya que el esclavo como “bien mueble” como mencionan Valdés y Dávila en lugares como Saltillo105 fue perdiendo importancia dentro de las casas de los dueños. Finalmente, los saldos de la trata de esclavos durante el siglo xviii

103 AGN, Instituciones Coloniales, Indiferente Virreinal/ Caja 5655, Exp. 027, 1793.104 Torres Ramírez, La Compañía Gaditana…, p. 77.105 Valdés y Dávila, Esclavos negros en Saltillo…, p. 29.

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se inclinó a un gradual detrimento resultado de los cambios en el equilibrio de fuerzas entre las potencias negreras del viejo continente, así como la par-ticipación de las diferentes empresas que intentaron mantener a flote el co-mercio, incluso a pesar de la sombra del contrabando de esclavos. En pocas palabras, el comercio de esclavos estaba muy lejos de ser el negocio que lo caracterizó en la primera mitad del siglo xvii con el dominio lusitano sobre el tráfico de ébano. La eficiencia a través de la cual los asentistas portugueses tejieron sus redes comerciales con nudos en África, el mundo atlántico, los puertos de desembarco y los centros de redistribución de los esclavos, no pudo ser emulada por los negreros holandeses, franceses, ingleses ni mucho menos por los “tratantes españoles”, mas no traficantes de negros. En el si-glo de las luces, no todos los inversionistas que apostaron a la vigencia de la institución del esclavismo salieron de la empresa con números positivos. Esto se hizo evidente incluso en la dimensión demográfica de los poblados de la América española como la Nueva España en donde, por varios mo-mentos, la cantidad de esclavos negros sobrepasó a la población española. Sin embargo, esta tendencia se revertería y se haría de una manera más evi-dente a partir de la segunda mitad del siglo xviii como resultado de la caída de la importancia de la trata.106

En plena decadencia de la trata, en San Luis Potosí, la esclavitud dio un giro hacia la “mulatización” mientras que en el plano social, en la ciudad se hizo por demás evidente que sus días como centro minero habían a su vez perdido importancia ante el resurgimiento del comercio como plataforma de la economía local. En otras palabras, la esclavitud no fue la única activi-dad económica que cayó en desgracia durante el siglo xviii potosino. El de-clive en el comercio de cautivos fue acompañado por la caída en la producti-vidad minera y los ajustes que se hicieron para mantener a flote la economía se orientaron en fomentar el trabajo libre, asalariado, en donde no fue del todo extraño atestiguar la participación del africano libre y sus descendien-tes como protagonistas de un nuevo orden.

En la transición al siglo xix, la actitud hacia la posesión de esclavos que des-empeñaban las tareas de servidumbre en San Luis Potosí estaba cambiando y la actitud de algunos propietarios de ellos nos ofrece una idea acerca del

106 Velázquez, Mujeres de origen africano…, p. 30.

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desmoronamiento de la esclavitud y la práctica disolución de un mercado al cual hacen poca referencia y menos aún lo utilizan. A finales de febrero e inicios de marzo de 1803, la española soltera de 30 años de edad, doña Josefa Sánchez de Bustamante vendió al Capitán Toribio Díaz y a otros vecinos de la ciudad de San Luis Potosí un total de siete mulatos esclavos de ambos sexos y varias edades que había heredado de sus padres. La mayor parte de ellos habían nacido en la casa familiar en donde al parecer y a juzgar por el historial esclavista de la parentela Sánchez Bustamante, en los últimos 30 años, se habían vendido esclavos nacidos al interior de la residencia fa-miliar. Además de la diversidad en las edades y los precios107 de sus escla-vos que quedaron al descubierto en las actas de ventas, se manifestó ade-más que las cotizaciones ya no estaban asociadas ni con la edad ni el sexo, características que determinaron en otras épocas de la trata la fijación de los precios. Habían quedado pues lejos los días en los cuales los propietarios de esclavos se hicieron de piezas con el fin de satisfacer sus intereses tanto en el plano social al adquirir objetos ostentosos, mientras que en el plano econó-mico, el mercadeo de los africanos y sus descendientes, permitieron diversos grados de involucramiento en el negocio de las compraventas de esclavos. Tanto encontramos vecinos con actuaciones muy discretas en el negocio, como evidencia de aquellos que abiertamente cimentaron su posición eco-nómica en función del comercio de esclavos. Pero, sin importar los niveles de participación de unos y otros, en San Luis Potosí la esclavitud fue parte de la vida cotidiana y más aún durante los días del florecimiento de la trata que permitió la llegada de contingentes de esclavos africanos quienes a su vez con su permanencia sentaron las bases de la población mulata, principal protagonista de la comercialización de seres humanos a partir de la segunda mitad del siglo xvii y a lo largo de la centuria siguiente. Sin embargo, a pesar de la relativa intensidad del comercio negrero y de la presencia innegable del africano así como sus descendientes en la población y sociedad potosina de la época virreinal, el proceso de mestizaje que se hizo evidente a partir del siglo xviii contribuyó al gradual desvanecimiento del fenotipo africano en

107 1. – Mulata cocha, 19 años en 60 pesos; 2. – mulato, 29 años, en 100, 3. – mulato, 19 años en 75; 4. – mulata, 20 años en 50 pesos; 5. – mulato cocho, 10 años en 40 pesos; 6. – mulata cocha, 12 años en 50 pesos y 7. – mulata de 50 años en 50 pesos.AHESLP. PAM, 1803, No. 28.

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la concepción del pasado potosino. En la ciudad de San Luis Potosí así como sucedió en lugares similares como Guanajuato, la historia del africano en el siglo xix parece que se detuvo108 y llegaron incluso a desaparecer en el orden de la memoria del pasado local olvidando los días en los cuales en las casas hispanas habían esclavos en la cercanía de la servidumbre o bien detrás de las fortunas de los comerciantes que los vendieron.

Pero más allá de los límites de la negación, el pasado del comercio de es-clavos en San Luis Potosí se descubre ante nuestros ojos a través de formas variadas que nos han permitido reconocer que la rancia ciudad capital de San Luis tiene un pasado obscuro y todavía visible en la capacidad de poder apreciar a través de los documentos la piel del esclavo africano a través de las huellas de sus registros como mercancía.

“Soy de Jorge de San Luis”. La piel del esclavo como documento histórico.

A inicios del año 1633, un vecino de San Luis Potosí de origen heleno como su apellido, Jorge Griego Melisto, compareció ante las autoridades de la Alcaldía Mayor para conceder el perdón a la pena de muerte con la cual estaba sentenciado Jorge Silva por el asesinato de un mulato esclavo de la propiedad de Griego Melisto. En la carta de exposición de motivos, el amo detalló todas las circunstancias que envolvieron la muerte de su cautivo en el marco de su aprehensión reiterada. El testimonio del comerciante griego nos ofrece a través del espejo documental una vívida descripción de cómo era vista la corporeidad de su cautivo. Así mismo, la trama documental nos permite adentrarnos en la manifestación del sentido de la esclavitud a través de los significados compartidos por los actores en torno al mulato el cual pa-rece que antes de ser tomado en cuenta como ser humano era una mercancía con atributos y defectos. A través de las vetas de información del juicio para otorgar el perdón a quien había matado al mulato, las palabras de Griego así como las de los que aprehendieron a Diego es posible y en la medida del sesgo de la percepción, nos permiten construir una mirada dirigida a la po-blación africana e intentar de reconstruir en lo posible cómo fue advertida

108 Velázquez, La huella negra…, p. 15.

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153Capítulo ii. El comercio de esclavos en la épocapos-asientos

la corporeidad de los individuos que tanto llegaron esclavizados a la Nueva España como nacieron bajo el estigma de la sujeción.

Recordemos que, como Cope opina la esclavitud se distinguió por cons-truir un sistema arquetípico en el cual se entretejían aspectos del trabajo y del control social. Pero sobre todo, en este esquema los seres humanos fueron reducidos a prendas, objetos de propiedad de los amos quienes dis-pusieron de ellos a su antojo109y de aquí podemos explicar las maneras en las cuales, los dueños de los esclavos modificaron el cuerpo de los mismos como si fuera una no-persona, un objeto producto de una relación social110que tanto se tiene a la mano, como esta muy alejada de los dueños.

Pero regresemos a nuestro caso para hilvanar los detalles. En primer tér-mino, se puede recrear la corporeidad del esclavo en disputa a través del dis-curso del proceso en donde se citan las particularidades del mulato. Griego Melisto describió a su mulato de nombre Diego con los datos distintivos de los esclavos. Diego era de color membrillo cocho originario de la isla de Jamaica, comprado en San Luis a los 15 años de edad por 450 pesos, del lote de esclavos del Capitán Marcos de Tejeda en el año de 1610.

Ahora los defectos. Al poco tiempo de adquirir al mulato, éste se dio a la fuga y Griego supo de él hasta el año de 1631 cuando le llegaron noticias de que su esclavo “…andaba en la Provincia de Michoacán en un pueblo de tal de Pacatepeque[sic]…”. Con esta información Griego Melisto hizo dos cosas: en primer lugar solicitó la aprehensión del mulato y en segundo tér-mino, extendió una carta poder a Pedro de Silva para que trajera el esclavo a San Luis. Este último personaje era uno de los cazadores de esclavos pró-fugos a quienes se ofrecían recompensas económicas e incluso la propiedad de los esclavos capturados, siempre y cuando los dueños originales no los reclamaran.111 Este no fue el caso, ya que Diego una vez que fue asegurado, regresó a la casa del comerciante, pero el gusto no le duró mucho al griego, ya que a los dos meses de conservar a Diego en su casa, se escapó nueva-mente a pesar de que hizo algo en el cuerpo del mulato que en cualquier otra circunstancia habría desanimado todo intento de fuga. Le hizo marcar

109 Cope, The Limits of Racial…, p. 95.110 Kopytoff, “Slavery. p. 221111 Love, “Negro Resistance to…, p. 94

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con fuego un letrero en el rostro, justo arriba de las cejas, la leyenda “Soy de Jorge de San Luis”.

Esta práctica era comúnmente aplicada en esclavos con historial de fugas y en la historia de la esclavitud en el mundo occidental encontramos referen-cias de los recursos que se usaban para detectar y aprehender a los esclavos huidos. Desde el siglo II de nuestra era se usaron collares de metal con los nombres de los dueños o bien con leyendas en las que se podían leer senten-cias como “me he escapado” o “recibirás un solidus de oro si me devuelves a mi dueño…”. También fueron comunes los letreros que advertían con las iniciales “T.Q.M.F. (tene me quia fugio)” que el esclavo estaba fugado y po-día ser retenido para regresarlo a sus propietarios.112

Aún así, Diego se resistió al cautiverio y al escapar fueron tras de él Pe-dro Silva y Jorge Ruiz, que estaban acostumbrados a dar caza a los esclavos fugitivos. Cuando lo encontraron gracias a la marca en la frente, Diego se resistió cuchillo en mano, hiriendo a Ruiz en una rodilla y en una muñeca. En la refriega, Silva acuchilló al mulato causándole la muerte por lo cual se inició causa criminal a lo cual procedió la imposición de la condena de pena de muerte al responsable del homicidio. Pero Silva no sería ajusticiado ya que Griego ejerciendo sus derechos como dueño del mulato esclavo, le con-cedió el perdón por la muerte de Diego la cual concluyó el mal negocio de su adquisición113 ya que frecuentemente en los contratos de compraventa se dejaba por cierto que los esclavos mercados no eran borrachos, ni ladrones y mucho menos que tenían alguna “tacha o enfermedad”. Al final de cuentas, Silva no había pues cometido un homicidio, porque Diego era ante todo un esclavo, un objeto de propiedad de Jorge Griego.

Este proceso criminal y su resolución, nos pone al descubierto un conjunto de significados muy complejos que podemos identificar detrás de la percep-ción que se tenía de los esclavos así como la normatividad ejercida en ellos. Estos representaciones se alejaban de las simples descripciones estereotipa-das que los rotulaba como “negros fornidos y mulatos arrogantes”114 como si ello fuera una ecuación básica para entender el lugar social del esclavo afri-

112 Phillips, La esclavitud desde…, p. 44113 AHESLP. PAM, A-3, 1633.1114 Camba Ludlow, Imaginarios Ambiguos…, p.111.

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cano en la sociedad novohispana, un lugar que era ocupado incluso a partir de la definición de su cuerpo.

No olvidemos que en el proceso de transformación de una persona en es-clavo, o en otros términos, de miembro de una comunidad de los muchos pueblos africanos que fueron sometidos, a una “pieza de Indias” se imple-mentaron diversos métodos como el palmeo para categorizar a los indivi-duos y calcular los embarques que llegaron a los puertos de destino. Una vez que un navío negrero atracaba, el cargamento era evaluado por un pro-tomédico en función a la apariencia física y el pulso como síntomas de la salud de los cautivos. Después procedía el palmeo que no era otra cosas más que la percepción oficial de cada esclavo en virtud de la medición del cuerpo en palmos o cuartos de varas de Castilla equivalente a unas ocho pulgadas inglesas. Así, una “pieza de Indias” debía ser la categoría recibida por un es-clavo entre 15 y 30 años de edad, en buena salud y de al menos siete palmos de talla. De no cumplir los requisitos, se podían efectuar deducciones a los cargamentos y así el número de piezas se veía reducir.115 Si los esclavos no alcanzaban la estatura requerida de siete palmos como mínimo, el cautivo era considerado como “mulecón”, mientras que si se detectaba una edad in-ferior, se les llamó “muleques” a manera de sinónimo de infantes esclavos.116 Igualmente, sin distinción de edad, sexo y estatura, fueron apilados como mercancía en todo lugar intermedio de la trata.117

Así, el estudio del cuerpo del esclavo como documento histórico nos pue-de conducir por varias rutas de análisis. En primer lugar, nos es posible per-cibir a través de las múltiples descripciones de lo que anteriormente hemos identificado como la negritud variopinta, el estudio de una tabla de colores y denominaciones que sirvieron como sinónimo de la esclavitud. Veamos algunos ejemplos. En 1619, en la venta múltiple que realizó Joan de Elorza a Martín Ruiz de Zavala encontramos detalles de los esclavos mercados en Veracruz de los cargamentos que trajo a puerto el Capitán Diego Tomás de León. En el lote, se distinguieron a piezas como Francisco de “cuerpo alto”, a Manuel, “atezado, gordo, con un diente amellado”, así como a Paulo, “con

115 King, “Descriptive Data on Negro…, pp. 208-211116 Torres Ramírez, La Compañía Gaditana…, p. 135117 Valdés y Dávila, Esclavos negros en Saltillo…, p. 3

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tres rayas en la frente” que nos puede indicar los distintivos de origen étnico. También se registraron datos sobre la constitución física de las piezas, como Gracia, angola de 20 años “de cuerpo grande”,118 características que contras-taban con la condición de aquellos esclavos que llegaron a la Nueva España en tal estado de deterioro que fueron descritos como objetos reflejo de “bul-to con cabeza, alma en boca, huesos en costal”119 como fueron descritos el par de congos bozales que compró Fernando de Salazar en pleno auge de los Asientos portugueses.120 Si llegaron a San Luis en las condiciones descritas bien pudo deberse a que en el viaje padecieron hambre y no fueron cuidados del todo bien por las tripulaciones, ya que la alimentación en los barcos ne-greros tenía como finalidad principal mantener a los más esclavos con vida con una dieta a base de biscochos, vino, vinagre, habas, garbanzos, bacalao, sardinas, carne salada y agua.121

Los defectos físicos o también llamadas “tachas”, así como los vicios de los esclavos fueron resaltados enfáticamente en los contratos ya que el compra-dor debía estar enterado de los aspectos no visibles en el cuerpo del sumiso, o en otras palabras, de las imperfecciones morales122 que no eran tan fáciles de evaluar lamiendo el sudor que escurría de la barbilla de los esclavos como era el método acostumbrado para saber la edad y salud de los africanos.123

En base al registro de este tipo de datos en los contratos nos enteramos que el mercader Salvador de Torres compró al bozal angola Juan en 400 pesos sin importar que el esclavo de 17 años tenía “…el pulgar del pie derecho cortado…”124, aunque otro defecto bien pudo haber reducido en 50 pesos el costo pagado por el médico Sebastián Zepeda al adquirir a Joan de la Cruz, criollo de la capital novohispana de 20 años, pero “con una nube en un ojo”.125 Igual circunstancia se presentó con otro esclavo de las cuadrillas

118 AHESLP. PAM, 1619.1119 Mondragón Barrios, Esclavos Africanos en…, p. 31120 AHESLP. PAM, 1628.2121 Peralta Rivera, El comercio negrero…,p. 226122 Bowser, El esclavo africano…, p. 120.123 Mondragón, “La actividad comercial…, p. 40124 AHESLP. PAM, 1621.3125 AHESLP. PAM, 1619.1La carencia de proteína en la dieta de los esclavos en la Nueva España frecuentemente les ocasionaba padecimientos como oftalmía, pelagra y escorbuto. Castañón Gon-

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de Joseph de Echagoyan, por el cual se pagó la suma de 315 pesos que era un precio nada despreciable por un “labrador de metales” pero que “tenía una oreja cortada y es corto de vista”126 aspectos que no le impidieron trabajar en el beneficio de los minerales.

En la medida de que algunos defectos físicos no mermaran la capacidad de trabajo de los negros, los precios de adquisición se podían mantener en el promedio de los 400 pesos por un cautivo entre los 18 y 30 años de edad. Por Sebastián, congo de 30 años el precio no descendió por ser “poco barbudo y un poco de bigote picado de viruela”.127 Sin embargo, hacia los días finales de la trata lusitana, la escasez de esclavos disponibles bien pudo haber influen-ciado para no abaratar el precio de Pascual, criollo de Sevilla por quien se pagaron 400 pesos a pesar de tener “…una nube en el ojo izquierdo y sedal en el pescuezo…”128 En algunas disputas desatadas por transacciones reali-zadas con esclavos defectuosos, se ofrecieron vívidos detalles de las imper-fecciones que al mismo tiempo fueron un reflejo del significado que tenía el cuerpo como objeto lucrativo, incluso en el plano reproductivo. Casi en los estertores de la época de la trata lusitana, Lucía de Torres y su marido Juan Jiménez fueron acusados por el mercader Tomás de Aragón por la venta de una negra criolla de nombre María la cual había sufrido de un “mal parto” cuando todavía era propiedad del matrimonio. En la circunstancia mencio-nada, a la negra se le rompió la tela del vientre y la lesión fue tan severa, que junto a la ingle se le rasgó la piel y casi se le salió el intestino. A pesar de la gravedad de la lesión, la negra se recuperó y fue vendida sin advertir del pa-decimiento que casi la lleva a la muerte. Los problemas se presentaron cuan-do el comprador se daría cuenta de las limitaciones físicas de la morena, ya que se cansaba con facilidad y decía que “sentía que se le salían las tripas… y que se le venía a la verija [sic]”. Para fundamentar el pleito por el fraude, el acusador pidió una evaluación de la salud de la negra y una india partera diagnosticó que la negra tenía “sentidas las caderas” por haber parido mu-chas veces y así con este veredicto se procedió a la anulación del trato.129

zález, “Seguimiento de la legislación…, p. 48126 AHESLP. PAM, 1624.1127 AHESLP. PAM, 1629.1128 AHESLP. PAM, 1639.1

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Por otro lado, en muy pocos contratos se registró información acerca de la configuración original del cuerpo de los esclavos con la cual es posible conocer las costumbres de los pueblos africanos que fueron trasplantados violentamente en América. Por información de carácter etnohistórico sabe-mos que los anchico del África occidental practicaban las escarificaciones en la frente y en las cejas como distintivos étnicos, mientras que se decía que los provenientes del Congo tenían la cara limpia de marcas.130

Sin embargo, en el momento de caer en las manos de los negreros, el cuer-po de los cautivos sufrió transformaciones que tanto lo marcaran como un objeto productivo como será el lienzo en el cual quedaron plasmadas las relaciones de poder, conflicto y violencia de los amos hacia sus esclavos.131 Relaciones ambiguas entre el sujeto y el sentido de propiedad en donde el cuerpo del esclavo es visto a través de la óptica de sus características físicas y morales como puntos de anclaje de su posición social.132

En el caso de nuestro estudio, a la par del análisis comercial de la importa-ción de esclavos, los datos disponibles alcanzan también para internarnos en caminos diversos de ilustración tanto a través de una descripción típica de la antropología física que se han propuesto en algunos tratados que toman en cuenta los atributos de color de la piel, forma de cráneo, labios, cabello y barba133 para el afronovohispano como en los intentos para incorporar las características de los esclavos en una relación de los patrones de identifica-ción racial basados en la forma de los rostros.134

Como parte visible del cuerpo, el rostro del esclavo se nos revela como un pergamino en el cual se escribe, al igual que se registran significados por escrito que refleja tanto la vanidad del amo,135 como la encarnación misma de la esclavitud.

129 AHESLP. AMSLP, 1637.4, 7 de diciembre.130 Wheat, The Afro-Portuguese Maritime…,pp. 63-64131 Casals, “Africanos y Afrodescendientes…, p. 38.132 Casals, “Representaciones del cuerpo esclavo…, p 120.133 Cortés Alonso, “La imagen del otro…, p. 263134 Yelvington, “The Anthropology of Afro-Latin…, pp. 244-245135 Suárez Blanch, “La reconstrucción de la identidad…,1999.

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Desde el siglo xv, los asentistas portugueses habían iniciado la práctica de marcar la piel de los esclavos con hierros calientes. Los carimbos (o ca-limbos) eran marcas de fuego que recibirán los esclavos en el rostro, pecho, hombros y antebrazos. Primeramente fueron simples cruces y se transfor-maron posteriormente es sellos simples como las “G” de Guinea y de la Compañía Gaditana de Negros, hasta representar las iniciales de los barcos y los comerciantes de ébano136 o bien para distinguir a los esclavos como parte de los cargamentos.137 Así mismo, las marcas impuestas en los cuerpos de los esclavos africanos fueron indicativos de los puertos de ingreso de los car-gamentos con lo cual se daba certeza legal de la importación y del comercio legítimo de esclavos en América.138

Los esclavos que llegaron usualmente de África ya marcados en el brazo o en la nuca, tenían los sellos de los comerciantes negreros e incluso, para los huidizos, se les agregaba el nombre de los amos para desanimar las fugas-139como fue el caso de nuestro célebre mulato Diego.

En el mercadeo de esclavos en San Luis Potosí, de las actas de los instru-mentos públicos de los escribanos potosinos hemos rescatado unas tres do-cenas de marcas de fuego que complementaron la información de las tran-sacciones de compraventa de cautivos con lujo de detalle desde los primeros años de la trata y en los distintos capítulos del comercio de esclavos africa-nos en América.140 En 1595, el comerciante instalado en la capital novohis-

136 Thomas, La Trata de Esclavos…, pp. 393-394137 Naveda Chávez-Hita, Esclavos Negros en las…, p. 32138 Mellafe, Breve historia de la esclavitud…, p. 76139 Boyd-Bowman, “Slaves in Early Colonial…, p. 139.140 En este orden de significados, cabe hacer la aclaración que en la base bibliográfica del presente trabajo, en algunas obras se encontraron los registros gráficos de los carimbos provenientes de diferentes momentos y distintos traficantes de esclavos. Sin excepción, en todos los registros refe-renciados, no existen semejanzas con las marcas de fuego que se encontraron en los libros de los registros de las compraventas de esclavos en San Luis Potosí. (Veáse, Torres Ramírez, La Compañía Gaditana de Negros… y Vega Franco, El Tráfico de esclavos con América…). Tampoco se encon-traron referencias de marcas utilizadas para los indios esclavos (Ver Zavala, Los esclavos indios). A nivel local, el único equivalente que hemos encontrado para hacer un comparativo entre marcas de fuego y manifestaciones de propiedad es a través de los padrones de los hierros usados por los dueños de Ganado de la jurisdicción de la Alcaldía Mayor de San Luis Potosí, recopilados en la estadística ordenada por Martín de Mendalde en el año de 1675. Entre los 136 fierros recopilados, ninguno guarda semejanza con los calimbos de los esclavos vendidos en San Luis Potosí durante

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pana Francisco López Bonilla le vendió al vidriero local Jaime del Valle un negro de nombre Pedro, criollo de Sevilla “con un letrero en el rostro que dice Pedro León”, el nombre de su anterior propietario.141 Unos años más tarde, Pedro y Juana de Rivera, en mancuerna comercial le vendieron a Pe-dro Vargas otro esclavo criollo, Juan de 13 años “con dos letreros en el ros-tro que dicen Juan Yáñez” que al igual que en el caso anterior, identificaba el dueño previo tal y como fue la identificación de Luis de Carbajal en la operación de compraventa que establecieron Pedro de Villanueva y Pedro de la Puerta en 1604.142

En otros contratos de la época, las marcas de fuego en los rostros de los cautivos identificaron perfectamente a los vendedores en el momento pre-ciso del negocio como lo fue Bartolomé Bocardo quien al venderle un par de esclavos a Joseph de Echagoyan dejó en claro que los había herrado en el rostro “con un hierro que dice mi nombre y los erré [sic] en mi poder…”143 Después de las vigencias de los Asientos portugueses, se dio incluso la prác-tica de continuar marcando con fuego a algunos de los pocos esclavos que fueron vendidos en la Nueva España y no precisamente de origen africano como el ejemplo de Nicolás, chino esclavo de más de 40 años que fue vendi-do en 200 pesos por Francisco de Lagunas a Pedro Fortuño, pero el dueño original no aparece más que en la perfil corporal del chino que estaba “he-rrado en el rostro con letrero que dice Diego de Chagoyan”.144 Pero así como algunos dueños dejaron en los rostros de sus esclavos el título de propiedad

el siglo xvii. Sin embargo, la lista de los ganaderos y sus fierros nos ofrece también la perspecti-va de saber cuántos de ellos además de manifestar las dimensiones de sus actividades pecuarias, tenían sirvientes con sangre africana bajo su tutela. Entre los 136 ganaderos, solamente seis de ellos manifestaron sirvientes negros, entre ellos Alejo de Sifuentes declaró el servicio de un negro manco que le ayudaba a cuidar un lote de 30 mulas, 80 caballos, 300 cabras y 30 vacas en un sitio cercano s Santa María del Río. Así mismo, se enlistaron a 24 sirvientes mulatos libres, los cuales en terminus numéricos representaron un 20% de la cantidad de sirvientes indios registrados en 1675 por los ganaderos de la Alcaldía Mayor de San Luis Potosí. Cordero de Burgos, 1675: El Alcalde Mayor…, pp. 16-59.141 AHESLP. PAM, 1595.142 AHESLP. PAM, 1603 y 1604.143 AHESLP. PAM, 1621.4144 AHESLP. PAM, 1657.

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bien establecido145, otros no fueron tan explícitos y nos dejan en la confusión en torno a saber quién fue el dueño original o anterior de los esclavos. Al contrario de los que pasaba con los varones cautivos, en el caso de las mu-jeres es menos frecuente y por largo tiempo, fue inexistente la práctica de la aplicación del carimbo. Cuando la esclava Isabel fue negociada por su dueña María Gutiérrez a Joseph Rodríguez, en el contrato se dejó en claro la no menos claridad de la piel de la susodicha “esclava berberisca blanca sin señal de hierro en el rostro”.146 Así mismo, no todos los esclavos que recibieron el hierro caliente en el rostro eran originarios de las regiones de las cuales se extrajeron los contingentes más numerosos de esclavos de continente negro, ni todos fueron del mismo color. A la compra de la citada berberisca Isabel se agregó el caso de Yndalesia María, “berberisca de buen cuerpo” comprada en primera instancia en Granada y negociada por Vicente Cos Medina en San Luis Potosí a la rica vecina María Díez del Campo147 en una época en la cual en virtud de la escasez de esclavos, fue redituable traerlos aunque fuera a cuentagotas de la Berbería mediterránea.

Después de la terminación del periodo de la trata portuguesa de esclavos en 1640, en las transacciones de compraventa empezaron a aparecer algunas negociaciones en las cuales los esclavos ya eran portadores del nombre de la familia de sus amos como fue el caso del negro Francisco de Guzmán quien sería vendido por su dueña a Juan de Velasco a pesar de que el esclavo era un dechado de defectos. El también llamado “Chiquaje”, que era el apodo del negro, tenía una dislocación parcial del brazo izquierdo, estaba quebrado del esternón y tenía una pústula en la planta del pie derecho, aspectos que no impidieron su venta como “sujeto a servidumbre”148 ya que mucho peor fue el hecho de ni siquiera poder comprar un esclavo sin que importase el estado de la mercancía.

145 Pedro Sebastián el mozo, le vendió al presbítero Diego de Ortiz en 1632, el esclavo Agustín de los Reyes, criollo de La Habana y “herrado en el rostro con el letrero Juan Farfán”(AHESLP.PAM, 1632.1)Hernando de Valdés vendió a su esclavo de nombre Antón, angola de 34 años, “herrado en el rostro con letras que dicen Valdés” (AHESLP.PAM, 1636.1).146 AHESLP.PAM, 1643147 AHESLP.PAM, 1645148 AHESLP.PAM, 1672

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Además de las marcas de fuego que integran el catálogo de calimbos,149 en la piel de los esclavos también se cincelaron con fuego los distintivos de la esclavitud como las frecuentes letras “S” y los “clavos” como los que tenía en el rostro María, una negra criolla vendida por Juan Jiménez a Antonio Mal-donado Zapata.150 La aparición de la letra “S” en los rostros de los esclavos tiene su origen en el siglo xii cuando en lugar de la palabra siervo (servus) empezaría a usarse un término genérico para designar a los cautivos en vir-tud del nombre del grupo étnico más numeroso en el tráfico medieval de esclavos, los eslavos, palabra que tenía traducción en las lenguas occidenta-les151 y en donde el vocablo por lo general tenía la presencia de la letra “S”. Basta simplemente hacer una traducción de la palabra “esclavo” a cualquier idioma para notar la presencia insistente de la letra “S”.

En pleno apogeo de la trata negrera en San Luis Potosí, el Capitán Alonso de Regil le vendió a Diego Serrato a Úrsula de 11 años de edad la cual era “de casta Burne y algo blanca” “…herrada en el rostros con una ese…”.152 Igual distintivo recibió en la cara el negro zapatero Juan Catalán en 1625153, y Juan, criollo de manila, “cariblanco” y que salió al mercado con una cotización de 500 pesos que fueron pagados por Francisco de Arizmendi y Gogorrón a Juan Álvarez Serrano.154 Experiencias similares fueron observadas con los esclavos del distrito minero de Parral en la Nueva Viscaya, en donde al me-nos 11 negros fueron marcados con la letra “S” y con un “clavo”, mientras que fueron ejemplos muy raros los casos de inscripciones con los nombres de los dueños en el cuerpo de los cautivos.155

Además de los usos comerciales de los carimbos como si fueran la insignia de una marca registrada, tal parece que los distintivos de los cuños en los rostros sirvieron también para reafirmar el lugar social del esclavos, así para que no se olvidara el estatus de sujeción que los acompañaría aún después

149 Ver Apéndices.150 AHESLP.PAM, 1614.1151 Phillips, La esclavitud desde…, p. 85.152 AHESLP.PAM, 1621.2153 AHESLP.PAM, 1625.2154 AHESLP.PAM, 1638.1155 Mayer, The Black on New Spain´s…, p. 29.

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163Capítulo ii. El comercio de esclavos en la épocapos-asientos

de haber obtenido la libertad y que era a su vez un signo inequívoco para no caer en confusiones sociales. En cierta medida, con los calimbos muchos es-clavos portaron en su cuerpo la encarnación misma de la esclavitud, como si fuese parte de su vestuario, tal y como naturalmente se identificaban las “ro-pas polleras y los jubones de seda” de las negras y las mulatas156como parte de su persona en una sociedad en la cual se buscaba no ser confundido con los estratos inferiores, aquellos ocupados por los negros esclavos y sus des-cendientes. Si algo debía cuidarse en un poblado de frontera como San Luis Potosí era precisamente ser tomado por quien no se era y más cuando estaba involucrada la frontera del color de la piel y el género en el teatro urbano novohispano.157Entre los vecinos de una ciudad como la capital potosina, ni mestizas, ni mulatas ni mucho menos negras, debían ocupar los asientos de las españolas en los templos,158 así como todo hispano de alcurnia que pre-sumiera de su linaje, debía guardar cierta distancia con los mulatos estereo-tipados como vagos, sin oficio y demasiado propensos al relajo y a los fan-dangos159 antes de pretender ser algo parecido a un “mulato españolado”.160

La importancia de las marcas de los negros esclavos se mantuvo vigente aún a finales del siglo xviii novohispano en la medida de que la administración virreinal no dejó de enviar recordatorios a las Cajas Reales del reino para solicitar informes detallados sobre los registros de las marcas de los esclavos y los carimbos mismos161 ya que esta práctica se mantuvo efectiva hasta el año de 1784162 cuando se buscó la supresión de abusos y maltratos hacia los esclavos.163

Al final de cuentas tanto en plena vigencia de los Asientos como fuera de la intensidad del tráfico negrero, el marcado de los esclavos cumplió con la im-

156 AHESLP. AMSLP, 1674.2, 12 de mayo157 AGI, Indiferente, 121, N. 154158 AHESLP. AMCH, 1681/L1/E9, 13 de agosto.159 AHESLP. AMSLP, 1799.1, 17 de enero.160 Armas y Solís, “La mercancía humana…, p. 30.161 AGN, Instituciones Coloniales, Indiferente Virreinal, Caja 2940, Exp. 035, 1786.162 Aguirre Beltrán, El negro esclavo en…, p. 41.163 Velázquez, Mujeres de origen africano…, p. 133.

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portante tarea de regular el comercio legal y controlar las carga,164 aspectos que pueden ser fundamentados a través del estudio histórico de la piel del esclavo como recurso tanto para poner carne a los documentos como para poder percibir su corporeidad en el espejo del tiempo. Las marcas en la piel de los esclavos no dejaron duda acerca del lugar social de sus portadores más allá de los ajustes que se realizaron en la escala del color de la piel como cri-terio de agrupamiento social.165 Sin embargo, el estudio histórico de la piel del esclavo nos permite asomarnos a esos pedazos de los diversos cuerpos que fueron transformados en objetos mercantiles y en la medida que obser-vemos los calimbos estaremos en contacto con un imaginario del esclavo africano.

164 Vega Franco, El Tráfico de Esclavos…, p. 147.165 Diggs, “Color in Colonial…, p. 403.

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165Capítulo iii. Los esclavos africanos en la sociedad potosina

Capítulo III. Los esclavos africanos en la sociedad potosina.

En esta sección del trabajo nos daremos a la tarea de reconstruir el prota-gonismo del africano y sus descendientes como actores sociales en la colec-tividad urbana de San Luis Potosí, y más allá de su percepción como piezas en el ámbito mercantil o bien como propiedad de alguien. En otras palabras, exploraremos aspectos diversos que caracterizaron el ciclo de la vida del africano en nuestra ciudad minera del norte de la Nueva España.

La presencia del negro esclavo en las ciudades novohispanas, además de su eminencia, en algunos momentos también fue un ingrediente activo que contribuyó al cultivo de un clima de tensión social en el cual tal pareciera que los africanos fueron partícipes naturales de la disidencia de las leyes reales y de la iglesia. En esta concepción del africano, influyeron así mismo aspectos como la raza, el género y el grado de conversión religiosa de los negros, como ingredientes de su lugar social.1

En muchas episodios del pasado virreinal potosino que redactaron los historiadores tradicionales, el lugar social del africano es, como hemos se-ñalado en páginas anteriores, prácticamente invisible y tal pareciera que es más fácil reconocer raíces tanto hispanas como nativas como pilares de la identidad histórica potosina, pero es muy difícil integrar la estirpe africana

1 Martínez, “The Black Blood…, p. 480

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diluida por el tiempo y el proceso de mestizaje de la población en una visión más completa del pasado potosino. Esta condición no fue exclusiva en la construcción del orden de la memoria de los poblados mineros del norte, ya que incluso en los estudios sobre el pasado de la capital de la Nueva España se ha reconocido el mismo significado en el cual es más fácil que se recuer-den con más claridad los linajes indígenas o bien los europeos, pero no la ascendencia africana.2

La tarea de despertar la memoria africana dormida en el pasado potosino, implica una complicada tarea de recopilación y articulación de datos de dis-tinta naturaleza, pero que tiene como eje central la visibilidad del africano en los documentos que nos traducen sus experiencias como integrantes de una comunidad y no simplemente como un objeto con dueño que esta pre-cisamente sujeto a la voluntad del amo y que se mantiene dentro tanto de los muros de la casa de su dueño o bien esta sujeto a una personalidad jurídica implantada en su carácter de esclavo.

Una vez que un esclavo era adquirido en los mercados de amplia cober-tura o en los menor alcance, no simplemente pasaba a ser parte del inven-tario de los bienes de sus dueños. Al mismo, tiempo pasaba a ser parte de una comunidad de cierta manera subyacente en donde los esclavos urbanos establecieron fórmulas de convivencia y conveniencia para subsistir en el estrato inferior de una sociedad en la cual se insertaba en calidad de cautivo. A pesar del estado de sujeción al servicio y del despojo de su identidad ori-ginal que empezaría a erosionarse desde el momento mismo de su captura y proceso de conversión en un objeto mercantil, la vida de muchos esclavos en las ciudades iberoamericanas también fue resultado del enfrentamiento de posturas diferentes para adaptarse o resistir la esclavitud.

En las páginas siguientes, nos daremos a la tarea de revisar e ilustrar con el caso del pasado oscuro de la ciudad de San Luis Potosí, las formas de adaptación y resistencia que llevaron a cabo los esclavos de origen africano en este espacio de frontera. En cada uno de los apartados privilegiaremos el sentido de sujeción y sus múltiples significados con los cuales se intentó controlar el comportamiento de los negros y sus descendientes tanto por la Corona como por el gobierno eclesiástico. En este sentido, muchos esclavos

2 Masferrer León, Las familias esclavizadas…, p. 1

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167Capítulo iii. Los esclavos africanos en la sociedad potosina

resistieron el destino impuesto y en la medida en que se han reconstruido las insurrecciones de negros en la Nueva España, así como los casos de fu-gas, suicidios, provocación deliberada de abortos e incluso el infanticidio, nos percatamos de las formas en las cuales los esclavos se opusieron y so-portaron el yugo de la esclavitud y en donde el objetivo primordial de las autoridades fue el de “hispanizar” al negro que tuvo el primer sentido de comunidad en la cercanía con sus amos.3

La conversión del africano a la vida en policía y dentro del ámbito de la evangelización no fueron tareas sencillas tanto para los funcionarios reales como para los dueños de los esclavos que antes de que fueran convertidos en entidades mercantiles, eran hombres y mujeres de distintas edades y here-deros de las milenarias culturas africanas, que no fueron olvidadas al cruzar el mar.4 A través de los ejemplos que se articulen en las líneas siguientes, el lector podrá percatarse de las formas en la cuales los esclavos se hicieron vi-sibles como actores en un juicio penal o bien fueron ingredientes en las dis-putas entre ellos y los vecinos no-negros. Incluso, es posible apreciar el pro-tagonismo como transgresores, astutos y devotos del africano como agentes emergentes en la sociedad potosina de la época virreinal.

Las actitudes hispanas hacia los esclavos y el sentido de resistencia.

El ejercicio de los derechos de propiedad sobre un cautivo estaba regulado por códigos como Las Siete Partidas del Rey Alfonso x promulgadas en el año de 1256 o bien el Código Negrero Francés de 1685,5 en los cuales se se-ñalaban las atribuciones dirigidas a los cautivos pero también las sanciones en caso de resistencia o desobediencia. Dentro de las disposiciones regla-mentarias de las actitudes, tanto se exhortaba a los dueños de esclavos a pro-veerles de los insumos básicos para su mantenimiento y no se les mutilara, como se autorizaba a los propietarios de esclavos la ejecución de castigos corporales según la gravedad de las faltas.

3 Davidson, “Negro Slave control…, p. 235, 2394 Nguema Allo, “El “sistema esclavista”…, p.15 Rout, The African Experience…, p. 83.

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Una de las conductas más perseguidas y castigadas fue la fuga o en otras palabras, que el esclavo se ausentara de la tenencia de su propietario. En las últimas páginas del anterior capítulo de este trabajo, expusimos el caso de la renuencia del mulato Diego que le costó la vida por el hecho de no per-manecer bajo la sombra de su amo Jorge Griego. Para otros esclavos consi-derados como huidizos, el castigo más frecuente fueron los latigazos y para casos más severos, algunas penas corporales incluyeron el vertido de aceite hirviendo sobre las heridas de los fuetes (pringar) así como el salpicar a los esclavos con grasa derretida o también llamado “brear o lardear”.6 Si algu-nos de los huidizos lograba permanecer en ausencia de su dueño por 40 días, la pena era recibir 50 latigazos, y este martirio podía empeorar de acuerdo al lapso de tiempo en el cual, el esclavo permaneciera en extravío, hasta llegar a la pena de muerte por seis meses en fuga.7

Para estudiar la esclavitud en la ciudad de San Luis Potosí durante los siglos xvii y xviii, no es suficiente analizar el tráfico y peculiaridades del mercado de cautivos así como sus actores. Es necesario también incluir una aproximación que nos permita explicar en qué medida la vida cotidiana del esclavo estuvo sometida tanto a situaciones de violencia así como a la germi-nación de relaciones tensas entre esclavos y dueños.

A inicios del año 1598, a pocos años de la fundación del pueblo de San Luis, uno de sus primeros vecinos, Juan Toledo denunció por causa criminal al esclavo negro Manuel, propiedad de Esteban Díaz ya que según los testi-monios del acusador, el africano lo quiso asesinar con dos cuchillos, con los cuales el esclavo lo había perseguido hasta hacerle buscar refugio en la igle-sia parroquial. El proceso judicial no explica del todo claro las circunstancias de la agresión pero sin duda alguna, este caso vendría a romper la calma re-lativa del recién fundado poblado minero, cuyos vecinos se enteraron por el alboroto que levantó el negro al ir persiguiendo al español con gritos e insul-tos. La Real Justicia tomaría el caso para castigar al negro y tal pena debería ser tan ejemplar, que ningún otro africano se atreviera a tomar una decisión parecida.8 Con la imposición de la pena de muerte al esclavo por intento de

6 Cortés López, Esclavo y Colono…, p.1487 Mayer, The Black on New Spain´s…, p. 238 AHESLP. AMSLP, A-33, 1598, 21 de febrero.

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169Capítulo iii. Los esclavos africanos en la sociedad potosina

asesinato, quedaba justificada la unilateralidad del ejercicio de la violencia y que prácticamente, con los esclavos se podía hacer lo que los dueños qui-sieran sin recibir sanción alguna. En septiembre de 1599, el español Mateo de Sepúlveda inició pleito legal en contra de uno de los primeros vecinos del pueblo, Francisco de Rutiaga quien llegó a residir en San Luis Potosí con algunos esclavos. La acusación era precisamente por la muerte de uno de ellos, el negro Juan que según los testimonios de Sepúlveda, había sido seve-ramente castigado al punto de que el maltrato le ocasionó la muerte. Rutiaga se defendió argumentando que si bien su esclavo había sido azotado por él, esto no le había causado la muerte sino que el negro murió porque “…comió tierra metal y de andar haciendo semejantes locuras y no de los maltratos ya que siempre lo trató como un próximo…”. La justicia absolvería a Rutiaga de los cargos a pesar de que los detalles expuestos en el desahogo de prue-bas se ilustró la manera en la cual sucedió el abuso. Uno de los testigos, el fundidor Joan de Segura, aseguró a manera de justificación del maltrato, que el negro andaba de “bellaco” y sin trabajar en las hacienda de beneficio de Rutiaga, por lo cual le azotaron una docena de veces. Sin embargo, el castigo no paró ahí ya que a Juan le siguieron castigando de manera brutal. En una ocasión, su cuerpo fue amarrado encima de una pila de plomo caliente y ce-niza, materiales propios de la hacienda de fundición de metales en donde fue disciplinado.9 La crueldad ejercida contra este esclavo, bien lo pudo llevar a tomar la decisión de cometer suicidio en lugar de someterse a recibir castigo por su conducta. Este caso, además de ilustrarnos sobre las razones de los castigos corporales en contra de los esclavos, nos enseña también la insti-tucionalización de la violencia como si fuera aceptada como un recurso de la autoridad legitima del dueño sobre su propiedad, en lo cual el esclavo es considerado como un objeto con el que se puede hacer lo inimaginable. Este ejemplo también nos confirma que en cuanto a los castigos de los esclavos, la línea que dividía lo legalmente permitido y el trato sádico, era muy difusa y en este esquema, los esclavos en no pocas ocasiones levantaron la voz para intentar limitar la brutalidad en las relaciones con sus dueños.10 Además, la violencia ejercida en contra de los esclavos, no en todos los casos fue deto-

9 AHESLP. AMSLP, A – 44, 1599, 6 de septiembre.10 Villa-Flores, “To Lose One´s Soul…, p. 440

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nada por los propietarios sino por cualquier persona cercana a los cautivos de ambos sexos. En 1604, el vecino de San Luis, Pedro Gómez de Butrón fue acusado de extraer una esclava a la fuerza de la casa de su dueño y atada con un mecate. Gómez llevó a la esclava negra María a esconder a su casa en donde la metió en una horadación en la piedra e intentó abusar sexualmen-te de ella.11 En los casos recopilados de las causas criminales de la Alcaldía Mayor de San Luis Potosí, no existe evidencia sobre castigos a los agresores a pesar de la contundencia de los testimonios, lo cual nos hace presumir la precariedad del estatuto legal del esclavo y de su personalidad jurídica. Para ilustrar lo anterior recurrimos a otro caso de violencia ejercida en contra de los esclavos y en especial, dirigida a negras que fue una tendencia clara en el San Luis Potosí virreinal.

A inicios del mes de abril de 1605, Juan Sánchez Agraz, vecino de San Luis interpuso una querella en contra de Diego Machón de Urrutia por las heridas que éste último le había propinado a su esclava. El acusado fue en-carcelado en compañía de sus cómplices Diego de Espinoza y Alonso Mu-ñoz, todos acusados por el maltrato a la negra María. Desde la cárcel, los inculpados solicitaron su libertad en base al argumento de que un cirujano revisara a la esclava y diera cuenta de que no la habían lastimado a pesar de que los testimonios indicaban que la negra había sido amarrada a un palo en donde fue azotada con cueros y que solamente se había salvado porque “…la gente llegó a ver los azotes”.12 No obstante, los acusados presumían de su inocencia, las declaraciones de los testigos establecieron que los tres agreso-res, no se conformaron con azotar a la esclava, sino que amarraron su cuer-po desnudo a la cola de un caballo para arrastrarla y hacerle más daño. En la sentencia del proceso penal, los acusados saldrían de la cárcel y, solamente Machón fue obligado a pagar 30 pesos de oro por los agravios cometidos. Pero la serie de atropellos sufridos por María pueden considerarse un juego de niños en comparación con lo sucedido en 1609 con el escarmiento su-frido por la esclava Andrea, propiedad de Pedro Enríquez de Rivera y de su esposa María de Arizmendi, de la misma célebre familia de mineros, clérigos y hacendados. Según la información recopilada de testigos presenciales del

11 AHESLP AMSLP, A-44, 1604, 14 de junio.12 AHESLP AMSLP, A-3, 1605.3, 7 de abril.

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171Capítulo iii. Los esclavos africanos en la sociedad potosina

caso, la esclava fue torturada a muerte por sus dueños, quienes sin importar su estado de gravidez la ataron a una escalera, para azotarla, cortarle el cuer-po e incluso rociarla con “algún líquido para prenderle fuego”. En los testi-monios se incluyó la evaluación del médico cirujano Juan de Trujillo quien dictaminó que la causa de la muerte de la negra había sido el haber sido quemada con la ropa puesta. A pesar de la contundencia de la evaluación médica y el deslinde de las responsabilidades por la muerte de la esclava, doña María de Arizmendi no pisó la cárcel sino fue confinada en la casa de doña María Yáñez de Arizmendi, es decir su madre y parte de la extensa y opulenta parentela acostumbrada a la tenencia de esclavos.13 Pero, ¿porqué esta española en complicidad con su marido se ensañaron con su cautiva? Tal parece que antes del maltrato, el matrimonio se percató que el vientre de Andrea había empezado a crecer por lo cual presumieron que estaba emba-razada. Para estar seguros, pidieron al mismo médico Juan de Trujillo que examinara a la negra por el mal semblante y las lombrices que arrojaba. A pesar de los síntomas de deterioro en la salud de la esclava, los dueños no se compadecieron de ella sino todo lo contrario ya que pensaron en castigarla por haber tratado de disimular el embarazo. El fiscal de la causa criminal, Luis de Santa Cruz ordenó el encarcelamiento de Enríquez de Rivera ya que se determinó que el español

“…la mató con rigurosos castigos que le hizo azotándola amarrada a una escalera le dio e hizo dar muchos azotes y muy crueles y la pringó con pringue de oler otras cosas que con el rigor del fuego y llagas que le tenía hecho con los azotes le quemó las carnes de la dicha negra de suerte que cuando acabó de azotarla y pegarla quedó sin sentido que no se pudo tener en sus pies de desmayada y muerta que la dejaron de los dichos azotes y luego la acostaron en una cama donde dentro de dos horas quedó muerta naturalmen-te…se le reventó una apostema en el cuerpo de la dicha negra…”14

Pero, el estado de gravidez de la esclava no fue el detonante de la violencia de los dueños, sino otros aspectos que valen la pena recuperar del caso. El fiscal del proceso propuso la imposición de una severa pena en contra de los dueños ya que argumentó como agravante que después de la golpiza, la

13 AHESLP AMSLP. 1609.5, 9 de julio.14 Ibidem.

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española no procuró la asistencia de un médico para su esclava ni un cura para que la confesara. En lugar de ello, fue llamado el franciscano Fray Cris-tóbal (cuñado de la dueña) para que confesara a la negra “en confianza” y también para que pasara por alto el hecho que la negra arrojaba sangre por la boca. En las conclusiones del proceso, a doña María no le quedó más re-medio que declarar las razones por las cuales asesinó con saña a su cautiva. El evento que detonó todo el clima de tensión entre ellas fue cuando la es-pañola descubrió que le hacían falta unos calzones, un cuello y un paño de su guardarropa. Al indagar sobre este extravío, su esclava negra le confesó que había tomado estas prendas para venderlas. Todo hubiera acabado aquí y posiblemente la negra hubiera recibido un castigo de dimensión diferente, pero la ofensa empeoró cuando la española intentó recuperar las piezas de ropa de quienes las habían comprado de la negra. Al no poder realizar esto, la dueña de Andrea montó en cólera y de ahí el despliegue ejemplar de vio-lencia con la cual disciplinó a la negra que sería torturada a muerte con una de las práctica de martirio de esclavos propia del mundo mediterráneo ya que en lugares como Andalucía se acostumbraba el “pringar” a los esclavos, que no era otra cosa más que la aplicación de brea o aceite hirviendo sobre el cuerpo de los cautivos.15

Al final de la indagatoria, doña María Sáenz de Arizmendi fue declarada culpable, pero su sentencia la cumplió al interior de la casa familiar en don-de seguramente fue “recogida” con todas las comodidades y lujos propios de su familia. En otras palabras, la pérdida de los objetos de la vestimenta de la rica española fue razón suficiente para la exhibición exagerada de violencia que causó el deceso de la esclava de lo cual nos enteramos gracias a la reco-pilación de los testimonios de indios y gente de sangre mezclada que presen-ciaron los hechos. No sabremos cuantos casos similares se guardaron hacia dentro de las casas españolas en donde los negros servían en servidumbre y cuantos más fueron escuchados superficialmente y desvalorados por las autoridades judiciales. Al final, este caso nos ejemplifica el valor de la vida de los esclavos a los ojos de sus amos y la permisividad de las autoridades en cuanto a la protección legal de la integridad física de los cautivos, y pesar del valor monetario de los esclavos, éstos eran prendas desechables y sujetas

15 Phillips, La esclavitud desde…, p.315.

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173Capítulo iii. Los esclavos africanos en la sociedad potosina

a los exigencias de sus dueños, quienes en caso de excesos en el maltrato no tuvieron cargos legales, ni de conciencia por su proceder.

Los amos no fueron los únicos personajes con los cuales, los esclavos en-traron en conflicto y roces físicos. En San Luis Potosí, la convivencia o cerca-nía de los negros con otros grupos étnicos también fueron causas de proble-mas y de que se cumplieran una de las preocupaciones más evidentes de las autoridades virreinales: los conflictos entre negros e indios. Y la inquietud no era para menos, ya que en la misma época en la cual San Luis Potosí in-tentaba consolidar su primera década de vida, se reafirmaban las ordenanzas que buscaban la separación entre negros e indios las cuales se remontaban a los primeros días del virreinato novohispano. Esta iniciativa, además de que fue muy difícil de cumplir, tenía como complemento el ideal de que los poblados hispanos de la Nueva España, se convirtieran en un tipo de “islas blancas” ya que en dado caso del establecimiento de alianzas entre indios y negros, la población española quedaría en una franca desventaja.16 Sin em-bargo, en San Luis Potosí, no encontramos indicio de este tipo de pactos en-tre africanos e indios, sino todo lo contrario, ya que justamente en el mismo año en que se reafirmaron las ordenanzas separatistas, en el teatro étnico de nuestro poblado de frontera, se dieron algunas escaramuzas entre negros e indios que demandaron la intervención de la Real Justicia17 a lo cual re-sultaron quejas e inconformidades que escuchamos más en las voces de los naturales que en la de africanos.

Los españoles consideraban a las personas con sangre africana como “infa-mes de derecho”, gente de “mala raza” o de “mala casta”, quienes ante todo representaban una mala influencia para los indios, por lo cual los negros ocuparon los peldaños inferiores de la estratificación social novohispana.18 Pero en la sociedad potosina del siglo xvii, además de la presencia de indios provenientes de varias latitudes del reino, también se podían encontrar al-gunos remanentes de nativos nómadas (chichimecas), aunque amoldados a la vida urbana, con los cuales algunos africanos entablaron pleitos como el enfrentamiento a pedradas que escenificaron los esclavos negros y mulatos

16 Love, “Legal Restrictions on Afro-Indian…, p. 13117 AHESLP AMSLP, A-44, 1599, 3 de abril.18 Love, “Negro Resistance to Spanish…, p. 90.

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de Francisco de Bustamante en contra del indio Ignacio y del chichimeca Francisco.19

A pesar de la sentencia social, los africanos esclavizados ofrecieron resis-tencia al orden colonial y en el recurso de la fuga dejaron escuchar sus recla-mos de manera por demás innegable en su difícil existencia como sujetos.

Los descaminos del esclavo.

La adquisición de un esclavo significaba ante todo y más allá de los usos destinados, el establecimiento de una relación de cercanía entre el cautivo y su amo, su dueño. Sin embargo, esta cercanía en el plano físico en el bino-mio esclavo-propietario podía no cumplirse en ciertas condiciones. En los fondos documentales de la Alcaldía Mayor de San Luis Potosí, encontramos al menos tres variedades de extravíos de esclavos, por los cuales se iniciaron procesos criminales en contra de los que resultasen responsables sin impor-tar en que lado se encontraban las ataduras de los implicados. La versión más frecuente del extravío se daba con la fuga deliberada del esclavo de la posesión de su amo. En segundo término, un esclavo podía también ausen-tarse de su domiciliación legal a través de la práctica de esconderse de su amo, como variedad de fuga. Este tipo de “cimarronaje urbano” permitía a los esclavos huirse de los dueños y permanecer en el mismo poblado y en frecuentes ocasiones, los negros fugados terminaron escondiéndose en los pueblos de indios, lo cual era una contradicción ante los esfuerzos que pro-curaban la no interacción de africanos y naturales.20

Un tercer tipo de alejamiento ocurría cuando un cautivo se distanciaba de su dueño por medio de la intervención de terceros quienes se apoderaban de esclavos ajenos.

En San Luis Potosí, ha pesar de todo los procedimientos de sujeción y valo-ración monetaria de los esclavos, desde los primeros días del establecimiento del poblado, las huidas de negros fue una preocupación constante para los dueños y funcionarios reales ya que si bien es cierto los escapes eran consi-derados como transgresiones, también se perseguía a quienes se apoderaban

19 AHESLP AMSLP, 1651.3, 4 de mayo.20 Martínez, “Algunas notas sobre…, p. 50.

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de algunos esclavos a sabiendas que legalmente no eran de su propiedad. Sin importar el tipo de alejamiento, los costos para la captura y la reincor-poración de los esclavos a la posesión de sus amos, debían provenir de los bolsillos de los dueños.21

En ocasiones, cuando algún esclavo había sido entregado en prenda o garantía de empeño para respaldar préstamos o finiquitar deudas, la fuga representaba un problema adicional a los dueños ya que en la figura del esclavo huido se esfumaba también la fianza. En 1600, un esclavo negro de nombre Miguel fue depositado bajo la custodia de Juan de Salazar a petición de Antonio de Villalobos para que su dueño, Esteban de Quirós pagara la deuda contraída con Villalobos. Pero el cobro del saldo se complicó porque el esclavo se dio a la fuga y con él, la deuda. Con el escape de Miguel, la can-tidad de dinero empeñada se convirtió prácticamente en un bien invisible para su cobro, por lo cual se solicitó al Alguacil Mayor del pueblo, saliera a buscar y aprehender al negro.22

En otras ocasiones, las fugas no implicaron más que la pérdida implícita de la inversión en un cautivo y del vacío en las tareas desempeñados por ellos. En este tenor, el vecino de San Luis Potosí y maestro zapatero Gaspar de los Reyes acudió a la Alcaldía Mayor para solicitar ayuda para retener a su mulata esclava Margarita. El zapatero necesitaba a la mulata en gran medida porque un conocido le había encomendado la crianza de sus dos hijos, que quedaron bajo el cuidado de Margarita. Sin embargo, la esclava era propensa a la “mala vida” por lo cual se ausentaba de la casa de los Reyes descuidando a los menores por lo cual su dueño solicitaba se le concediera licencia “…para que con prisiones abstenga a la dicha mulata de huirse y gozar de su libertad y apremiarla a que sirva y a las demás cosas de su virtud que tengo obligación…”23 En otros casos, también quedó al descubierto que las fugas podían tener como objetivo primordial la reunificación familiar de los esclavos que los llevó a enfrentar denuncias por ausencia deliberada. A inicios del año de 1623, el Teniente de Alguacil Mayor se dio a la tarea de dar persecución a Lucrecia, negra angola huida de la casa de Pedro Martínez. En

21 AHESLP. AMSLP, 1647.322 AHESLP. AMSLP, A-44, 1600, 16 de agosto, Exp. 12.23 AHESLP. PAM, A-3, 1624.2

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las palabras del funcionario, la esclava fue encontrada “metida y escondida dentro de una caja de donde la saqué y la susodicha se quería ir y ahuyen-tar de este dicho pueblo [de San Luis Potosí] al de Querétaro donde esta su marido…”24 Este caso expone las dificultades que muchas veces acusaban los esclavos para hacer vida maridable.25

En la mayoría de los casos, los procesos que se hicieron en contra de escla-vos prófugos estaban sólidamente fundamentados en la personalidad jurí-dica de los cautivos y la identificación de los propietarios como principales interesados en su captura. Sin embargo, también se registraron ejemplos en los que la fuga del esclavo estuvo envuelta en el velo de la indefinición del estatus de sujeción de los individuos y su parentela, o en otras palabras, la falta de certeza para saber si eran esclavos o no, los huidos. La mulata Elena de San Miguel, fue señalada como esclava propiedad del minero zacatecano, vecino de San Luis, Hernando de Escobedo ya que se decía que era hija de Isabel, negra esclava con lo cual el vientre de su madre le heredaba el estatus de esclavitud. Pero el problema era el que Elena no se consideraba como cautiva y en lugar de reconocer a su madre negra, se identificaba como hija de una india libre bautizada como tal en la Parroquia de Ponsitlán [sic] en la Jurisdicción de Guadalajara. La incertidumbre del estatus de esta mujer se originó cuando estando trabajando en la hacienda de Cristóbal de la Torre, la propiedad fue vendida con todo el inventario de sus bienes, incluyendo a los esclavos. En la nómina de la gente que formó parte de la transacción, se agregó el nombre de la mulata así que cuando Elena decidió irse a vivir a otro lugar, su ausencia fue considerada como fuga a lo cual procedió su captura y encarcelamiento. Estando en la cárcel de San Luis nadie reclamó la propiedad de esta supuesta esclava pero no fue dejada en libertad hasta que finalmente las autoridades reconocieron que la mulata tenía razón cuando su estado de salud estaba muy deteriorado.26

Sin importar las causas de las fugas y sus protagonistas, la preocupación por las escapadas de esclavos fue una materia importante en la agenda de go-bierno del Virrey de la Nueva España quien dictó ordenanzas sobre la cap-

24 AHESLP. AMSLP, 1623.1, 8 de febrero.25 Cortés Jácome, “Los esclavos: su vida conyugal…, p. 59.26 AHESLP. AMSLP, A-44, 1607, 16 de agosto.

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tura de esclavos fugados y las retribuciones a quien los sujetara. A finales de 1628 el Virrey Martín Enríquez ordenó la búsqueda de los esclavos huidos de Francisco Flores Camargo, de las minas de San Luis. Este caso permi-tió que las órdenes del Virrey circularan por varios poblados novohispa-nos para instruir a los Justicias o Alguaciles sobre la captura de esclavos. A toda autoridad que aprendiera un esclavo en los linderos del mismo lugar de donde se había ausentado, la recompensa sería de dos pesos y si lo captu-raba en el campo, 5. Posteriormente, en la medida de la distancia en la cual se efectuara la captura, los retribuciones aumentaban. Dentro del radio de la primera legua, se recibirían seis pesos, en la segunda legua, 12, mientras que si el caso era de huidizos primerizos se pagaban 50 pesos y si eran reinci-dentes, el premio llegaba a los 100 pesos.27 Sin embargo, no se establecieron cuotas de recuperación diferenciadas según el color de la piel de los esclavos prófugos, pero según la periodicidad del tráfico de esclavos novohispano, después del año de 1640 cuando termina en gran parte el trasiego de escla-vos africanos, empezaría una versión de mercadeo con mayor participación de los mulatos.

La circulación de las noticias sobre los esclavos huidos era parte funda-mental de la recuperación de los mismos e incluso la participación de las autoridades eclesiásticas favorecieron la captura de esclavos ya que como institución, el clero se destacó en la adquisición de esclavos para su servicio. En la reconstrucción del comercio de esclavos en San Luis Potosí, la parti-cipación de los jesuitas en las transacciones fue notoria por lo cual no sor-prende el grado de preocupación que manifestaron en caso de fuga de sus cautivos. En la correspondencia dirigida a la Alcaldía Mayor de Charcas se incluyeron edictos provenientes del Colegio de la Compañía de Jesús de San Luis Potosí solicitando la remisión de dos de sus mulatos esclavos huidos en la segunda mitad del siglo xvii que habían sido asegurados en la hacienda de Santa María del Cedral, en el Valle de Matehuala. Los mulatos en cuestión, Juan y Pascual de la Cruz servían como pastores en la hacienda de campo La Parada propiedad de los Jesuitas, en donde además de estar sujetos, tenían a sus mujeres e hijos esclavos. Al escaparse, se refugiaron en otra hacienda, la de don Francisco Sánchez de Cos, donde fueron aprehendidos y llevados

27 AGN/Gobierno Virreinal/Ordenanzas/Contenedor02/Vol.4/Exp. 123, 20 de diciembre de 1628.

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a Charcas para posteriormente con “grillos y esposas” fueran regresados a la hacienda de los religiosos.28

A finales del siglo xvii, la región minera de Santa María de las Charcas, se convertiría en una tierra de refugio para algunos huidos con sangre africana quienes eran fácilmente detectados en un ámbito en el cual todo mundo era conocido y en donde la presencia de personas foráneas desconocidas era la manera más fehaciente de identificar un esclavo en fuga. El mulato esclavo Tomás de la Cruz fue uno más de los fugitivos y renuentes a permanecer bajo la tutela de su propietario Domingo de Landeros en la Villa de los La-gos. Este mulato permanecería encarcelado en Charcas hasta que su dueño lo reclamara.29 En esta época, las razones para buscar pasar desapercibido en un lugar como el mineral de Charcas abrían también la posibilidad de que los huidizos se integraran a trabajar en las nóminas de operarios de algunas de las minas locales en las cuales frecuentemente se acusaba la falta de gen-te de laborío. El mulato Felipe de Santiago llegaría a Charcas el calidad de fugitivo, pero tal parece que esta condición no impidió que laborase como parcionero en la llamada mina de los mulatos de Charcas Viejas. Es decir, el mulato debía cubrir con su trabajo un arrendamiento de 5 pesos de oro común cada semana para conservar su trabajo al cual seguramente estaba habituado ya que se había escapado de las minas de Doña Mathiana de Gua-najuato. Cuando se descubrió que el mulato era fugitivo, además de ser cap-turado, se notificó a su dueña para que mandara por él así como se ofreció a otros mineros la porción de la mina trabajada por el mulato.30 Lo intere-sante de este caso, es que las autoridades de la Alcaldía Mayor de Charcas una vez que conocieron la condición de fuga del mulato, no hicieron nada para depositarlo en la cárcel sino lo dejaron trabajar con otros de su igual la mina, ya que para la industria y la economía local era mejor tener un esclavo trabajando que en la cárcel, aunque todos sabían que sería por el tiempo que durara la evasión y la reincorporación con su dueño vigente.

Otra modalidad de fuga fue el esconderse en una cercanía relativa a los amos o bien intentar hacerse el impalpable a los ojos de los dueños con algu-

28 AHESLP AMCH. Órdenes Religiosas, 1687, L1, E11.29 AHESLP AMCH. Justicia, 1683, L1, E1.30 AHESLP AMCH. Justicia, 1690, L1, 28.

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na finalidad y en la cual se contaba con la abierta complicidad de la red social de los africanos con las cuales se caracterizaron algunos poblados españoles como San Luis Potosí. En este tipo de ausencias intencionadas, los esclavos y principalmente las negras africanas intentaron tanto disimular embarazos o bien ocultar partos para evitar que sus hijos continuaran sometidos bajo el yugo de la esclavitud y el implícito título de propiedad con el cual se mar-caba el destino de los nacidos de vientres esclavos. En otras palabras, antes de que las criaturas tomaran el primer aliento, recibían el estatus adscrito de la esclavitud heredado por vía materna y los hijos de las esclavas pasaban a formar parte de los inventarios de cautivos de los poseedores de esclavos, quienes incluso los podían integrar en transacciones de compraventa por binomio de madre-hijo(s) o bien en el esquema multifamiliar como hemos dado cuenta en secciones anteriores de este trabajo.

En el pasado de San Luis Potosí, esta variedad evasiva puede ser ilustrada ampliamente con uno de los casos emblemáticos del siglo xvii en el cual han quedado plasmados tanto las estrategias para esconder una criatura re-cién nacida como para recuperar la posesión de un esclavo sin importar los recursos empleados. Esta intriga doméstica empieza a mediados del mes de mayo de 1669 con la comparecencia de doña María García viuda de Diego Portillo, vecina de San Luis. La española informaba que teniendo a su servi-cio una negrita esclava de nombre Micaela “muy preñada y a parir”, la había enviado fuera de su casa para que diera a luz. La negra se tardó un día en regresar y cuando lo hizo, dijo a su dueña que había malparido en casa de un mulato, hermano del padre biológico de la criatura con el auxilio de una india. La negra informó además que su hijo había nacido muerto y se lo ha-bía dado “a un hombre para que lo enterrara”. Lo que no confesó Micaela es que su hijo nació bien y se lo entregó a una india. En este proceder, la negra no actuó sola ya que cuando tomó la decisión de esconder a su hijo también intervino el responsable “de su barriga”, el mulato libre Diego Vensor quién la llevó a parir en una casa en la calle de la Concepción de la ciudad de San Luis. Una vez que la negra parió, llevó a esconder su criatura en el Real de los Pozos en donde el mulatillo recién nacido sería bautizado con el nombre de Manuel. La negra tampoco mencionó que después del parto, había visitado a su hijo para amamantarlo y enterarse que ya había sido bautizado. Lo que fue descubriendo de la trama fue el hecho que la negra estaba consciente de

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la transgresión que la podía llevar a la cárcel en compañía de los implicados y la única solución que vislumbró, fue el intentar aligerar la culpa por medio de la confesión ante un cura. La esclava nunca se imaginó, que el sacerdote, pasando por encima del secreto de confesión le informó a doña María Gar-cía de todo el asunto a lo cual la española procedió a reclamar por vía penal tanto el encarcelamiento de los culpables como la propiedad del niño escla-vo.31 Al final de cuentas y más allá de la dimensión social de los hechos, a la dueña de Micaela le importó solamente el sentido mercantil del extravío del esclavo recién nacido quien a pesar de que no vino al mundo dentro de los muros de la casa de la ama, sí era de su entera propiedad.

Unos años más tarde, en el centro minero de Charcas, al norte de San Luis Potosí sucedió un caso similar en donde quedó nuevamente de manifiesto el carácter económico de la tenencia de esclavos y las búsquedas exhaustivas que se realizaban para recuperarlos como piezas extraviadas de un planti-lla. A mediados del año 1714, un vecino del pueblo minero, Juan Fernán-dez de Casaferniza se inconformó por la conducta fraudulenta de su esclava Francisca por ausentarse preñada y decir que había tirado a su criatura que parió en la clandestinidad. Sin embargo, al español le llegaron rumores que su sierva negra había dejado en la casa de un herrero de nombre Nicolás a su hija recién nacida para que la ocultaran de los ojos de Fernández. Al ser descubierta la confabulación, el dueño de la negra en estricto apego a sus derechos sobre la negra y su vientre esclavo impuso dos opciones sobre el destino de la niña: ser echada a los perros del corral o incorporarse a su in-ventario de esclavos domésticos.32 Al final de cuentas, las facultades de los propietarios aseguraban que se consolidara la planta de cautivos como si esto fuera sinónimo de un aumento en la hacienda particular sin tomar en consideración las motivaciones y objetivos familiares involucrados.

En la medida de que la tenencia de esclavos tenía como finalidad prima-ria el acrecentar los bienes de los amos, esta circunstancia cobraba mucho más importancia en aquellos episodios de los poblados cuando el recur-so humano para la producción era escaso y esquivo. No perdamos de vis-ta el argumento que hemos señalado con anterioridad acerca del valor del

31 AHESLP. AMSLP, 1669.1, 15 de mayo.32 AHESLP. AMCH, 1714, A-43, Causa Civil, 26 de junio.

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recurso humano, en los centros mineros como lo es nuestro objeto de estu-dio y en donde desde los primeros años de existencia, la gente destinada al trabajo, libre y esclava era un bien apreciado que incluso se podía usurpar. En páginas pasadas señalamos que el abasto de mano de obra para traba-jar las minas potosinas puede resumirse en un recuento tanto de intentos de reclutamiento de trabajadores a larga distancia o bien el acaparamiento de operarios que los mineros hicieron de manera un tanto desleal. En este sentido, los esclavos también fueron objeto de algo que podríamos llamar apropiación ilegal (o casi secuestro) de mano de obra, lo cual se dio cuando empresarios de diferentes ramos alrededor de la minería se apoderaron a la fuerza de esclavos para satisfacer sus necesidades de fuerza laboral. A los pocos años de la fundación del primitivo pueblo y real de minas de San Luis, Pedro de Landayre sería acusado por Baltazar de Chávez por la retención a la fuerza de uno de sus esclavos, a quien el acusado había puesto trabajar en sus recuas ocasionado la pérdida de los 400 pesos que se había pagado por el negro.33 Algunos comerciantes de carbón como el inglés Alberto Jayme se encargaban se sonsacar tanto a indios asalariados como a negros esclavos a que abandonaran sus obligaciones para irse a trabajar con él. 34 La importan-cia de la conservación de la fuerza laboral por reducida que fuera, hizo que las iniciativas para recuperar los operarios “sonsacados” con engaños fuera muy complicada. En ocasiones, quienes estaban acostumbrados a “robar” gente llegaron a defender sus ganancias incluso con el uso de la violencia y en estas prácticas se involucraron a varios esclavos como mano de obra usurpada. En este sentido, habría que darle la razón a la segunda parte de la célebre sentencia del obispo Mota y Escobar aplicada a lugares con evidente carencia de gente como San Luis Potosí y en donde asegurar el trabajo de algunos negros aunque fuera a la mala, era más redituable que no tenerlos. Además de las fugas, los africanos esclavos y libres cayeron en otras circuns-tancias de transgresión que los hizo comparecer antes las autoridades civiles como religiosas en calidad de acusados.

33 AHESLP. AMSLP, A-44, 1597, 14 de enero.34 AHESLP. AMSLP, 1608.1, 4 de enero.

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El esclavo disidente e idólatra.

Los esclavos africanos, además de resistir la sujeción practicando las di-versas modalidades de fugas, resistieron al orden impuesto manifestando violencia tanto agrediendo a sus amos como en su comportamiento hos-til en contra del sistema.35 Muchos negros que se fugaron a pesar de todas las medidas para evitar las huidas, se convirtieron en problemas por demás evidentes en las ciudades novohispanas36 y en gran medida, los negros que no fueron reincorporados a la sujeción domiciliaria, llegaron a engrosar la presencia de vagabundos en varias ciudades lo cual contribuyó al clima de animadversión de la población blanca en contra de la gente con sangre afri-cana como si fueran naturalmente propensos a la desobediencia. La prime-ra causa delictiva que se hizo en San Luis Potosí involucrando a un negro fue realizada a finales de 1594 cuando el vecino Joseph de León se querelló criminalmente en contra de Antón, moreno esclavo de Juan de Cárdenas por alborotos y robo. En los detalles de este caso se expuso el argumento de que el negro en compañía de otros criados y esclavos de Cárdenas se había introducido en unos jacales para robar prendas de ropa amenazando a los moradores con cuchillos37 aspecto que no compagina del todo con la imagen de un esclavo que permanece tanto pasivo como sujeto a la voluntad de su dueño. En este ejemplo con el cual se describe la figura del acusado, encon-tramos el contraste de la imagen del esclavo sumiso y tal pareciera que ne-gros como Antón si bien eran identificados como esclavos con dueño, esta condición no los sujetó del todo para hacer fechorías en lo individual ni en complicidad con otros semejantes.

Así mismo, tan pronto muchos esclavos de origen africano empezaron a acomodarse en San Luis Potosí, empezarían también a buscar rencillas con los indios, haciendo cumplir la preocupación permanente de las autoridades en cuanto a los conflictos interétnicos. Problemas como este se presentaron incluso dentro de la casa del conquistador septentrional Miguel Caldera en un caso en el cual las autoridades persiguieron de oficio las transgresiones de

35 Klein, “Blacks…, p. 182.36 Love, “Negro Resistance to Spanish…, p. 95.37 AHESLP. AMSLP, A-44, 1594.1, 3 de octubre.

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algunos cautivos africanos (pero no sujetos del todo) de acuerdo a su com-portamiento. El vaquero negro Juan de Córdoba, esclavo de Agustín Gue-rrero fue acusado de oficio y encarcelado por haber ocasionado alborotos y agredir a un indio dentro de la vivienda del llamado capitán mestizo. Sin pa-recer importarle sus acciones agresivas, Córdoba se introdujo en la casa para darle “de puñetes y muxicones [sic]”, además de desvergonzar al natural, renegando de dios.38 Las acciones pendencieras de esclavos como Córdo-ba nos hace suponer que había cautivos de diferentes categorías, unos muy sujetos bajo la sombra de sus amos, pero otros al parecer gozaban de cier-ta libertad en su proceder, incluso para transgredir la ley. Algunos de ellos como el negro Gaspar, esclavo de Mateo de Nápoles tuvo fácil acceso a un machete para hacer agresiones físicas,39 aspecto que estaba proscrito por las ordenanzas que intentaban regular el comportamiento de la gente con san-gre africana a la cual se debía alejar de las armas, de los caballos y del con-sumo de bebidas embriagantes40 como si estos elementos fueran detonantes de su agresividad. Pero al igual que los esclavos negros fueron transgresores, también fueron víctimas de los atropellos de los indios como ocurrió en un caso de violación de un negrillo de seis años por parte de un indio. El niño en su declaración no supo decir su nombre ni su edad y apenas informó que era esclavo de Domingo Gallegos a través de las indagatorias de su defensor Joan de Jaramillo quien pidió su absolución por el pecado nefando cometido ya que ni el negro ni el indio agresor eran culpables por “falta de doctrina”, sino el dueño quien los puso juntos.41

A mediados del siglo xvii en una recopilación de los delitos cometidos por vecinos del todavía Pueblo de San Luis Minas del Potosí, notamos que ade-más de la presencia de chichimecos entre los transgresores, habían también algunos africanos esclavos como Antón y Pablo de los cuales no sabemos más. Junto a ellos fueron encarceladas también otras africanas como Juana, angola y Lucía Pérez. De las causas que los llevaron a la cárcel la información

38 AHESLP. AMSLP, A-44, 1596.2, 14 de julio.39 AHESLP. AMSLP, 1621.6, 23 de noviembre.40 AHESLP. AMSLP, 1621.3, 20 de noviembre.41 AHESLP. AMSLP, A-44, 1602, 20 de marzo.

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es difusa ya que solamente se declaraba que otro negro, el esclavo criollo de nombre Nicolás fue procesado penalmente por robo.42

A partir de la segunda mitad del siglo xvii con el declive del comercio de esclavos negros y el aumento en las transacciones de compraventa de cau-tivos mulatos, este nuevo patrón también se reflejó en el protagonismo cri-minal ya no tanto del africano, sino de sus descendientes quienes serán los principales actores en las denuncias penales en los años siguientes. Como complemento de esta tendencia, en varios de los procesos de impartición de justicia, los mulatos de ambos sexos fueron señalados como gente con mucha predisposición al desorden social, a expresar su hostilidad hacia los indios y a representar malos ejemplos de vida, aspectos que parecen eran identificados como parte de la naturaleza de la gente con sangre africana. La mulata Juana (alias “la sopelique”) sería acusada de oficio por las agre-siones en contra de una india que servía en la casa de la viuda hispana Isa-bel de Vargas. Los detalles del proceso dejan al descubierto un conjunto de los significados de la agresión que supuestamente sin motivo de por medio, recibió la india quien fue arrastrada a la calle por la mulata y a las voces de “puta india ahora me la has de pagar”.43 El acto que hizo la mulata al embes-tir con un cuchillo a la india, no buscaba herirla de muerte sino humillarla con el acto de cortarle los cabellos, lo cual era considerado en la época como un dechado de desenfreno moral en el orden de significados compartidos en la sociedad colonial novohispana. En el desahogo de los testimonios sal-dría a la luz el detonante del problema con lo cual se puede catalogar que el procedimiento violento de la mulata fue un crimen pasional, impulsado por los celos ya que la india agredida había sostenido una relación amistosa con Joseph de Goyas, antiguo enamorado de la mulata.

En algunos de los casos o denuncias por desórdenes y relajos callejeros en-contramos la participación activa de mulatas como las que fueron señaladas en las cercanías de las haciendas de beneficio de San Luis como la de don Dionisio de Rojas, en donde las morenas fueron señaladas de juntarse para

42 AHESLP. AMSLP, 1644.3, 2 de julio.43 AHESLP. AMSLP, 1664.2, 6 de mayo.

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pasar las noches “muy alegres y gustosas”,44 conducta por la cual se pidieron indagatorias para evitar desmanes.

La imposición de apodos para la gente con sangre africana, también fue una práctica asociada a la percepción del mulato escandaloso o bien, pro-clive al desorden como fue señalado entre otros ejemplos José Xavier Val-tierra, “alias chepón” quien se paseaba en las calles de San Luis Potosí del siglo xviii impunemente a pesar de que cargaba una sentencia por asesinato en el vecino real de Guanajuato.45 En la misma época, en la ciudad la gente reconocía a un par de mulatas muy famosas tanto por sus apodos como su conducta licenciosa. Las mulatas Felipa Neri de Chagoyán (alias La Borrega) y María de las Llanas (alias La Chifora) quienes serían perseguidas por la justicia eclesiástica por conducta libertina en el caso de Felipa y de alcahue-tería en la acusación de María.

A ambas se les inició una indagatoria por su proceder, pero principalmen-te “La Borrega” fue acusada de que tenía la mala costumbre de introducirse a escondidas en la celda del padre prior del Convento de San Juan de Dios de la ciudad, Agustín de Oviedo. En los aposentos del sacerdote, las mulatas recibían trato como si fueran sus concubinas, además de que el fraile gastaba con ellas los dineros de la limosna y se llevaban puestas la prendas de ropa destinas a los pobres. Pero el tema más delicado con el cual se integró la acusación en contra de las mulatas y el cura, es que durante el tiempo en el cual ellas estaban con él, dejaba de arder la lámpara “del divinísimo[sic] Se-ñor sacramentado y sin cuidar el culto divino”. En la relación de testimonios se reveló también que la relación entre el fraile y “ La Borrega”, era por de-más evidente durante los últimos años e incluso habían procreado dos hijos. Cuando la mulata fue interrogada, dijo que la relación había iniciado al poco tiempo de haber empezado a trabajar en el convento. Así mismo mencionó que el cura la “había solicitado” y ella accedió por “su mucha pobreza, mi-seria y fragilidad”…por lo cual “…hubo de consentir en que la violara…”46 En la sentencia del proceso, se llegó a la determinación de que la mulata

44 AGN, Inquisición, Vol. 604, Exp. 32, 1665.45 AHESLP. AMSLP, 1733.1, 28 de enero.46 ACM-INAH, Fondo Diocesano, Justicia, Procesos Criminales 1700-1792, C. 837, Exp. 5.

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fuera depositada en una casa ejemplar para restaurar su honra pero sobre todo para detener la amistad ilícita con el religioso, de quien no se supo más.

Este caso no fue el único de su tipo ya que en las postrimerías del siglo xvi-ii los fiscales de la inquisición recibieron la acusación por la conducta displi-cente de una mulata, Anna “la charvala” y los frailes franciscanos Joseph Ca-llejas y Miguel Montes quienes metían a la mujer a sus aposentos disfrazada de hombre. En la indagatoria del proceso, se estableció que por la mala in-fluencia de la mulata, los frailes vivían amancebados e incluso uno de ellos, Joseph Callejas se había atrevido a vociferar durante el juicio un “me cago en Dios padre”. Pero el aspecto más vívido de este caso fue la descripción de la mulata que de cierta manera era la causa justificante de la supuesta debilidad en la cual había sucumbido los religiosos. Se decía que “la charvala” “…es mujer de malos créditos en la ciudad y según parece con fundamentos en los trajes y liviandad con que se presenta…” Así mismo, se argumentaba que la mulata estaba distanciada de la religión y que incluso renegaba de las “misas de porra” y “la joroba de estarse hincando y parando” en las ceremonias.47

En torno a las mulatas se construyó el estereotipo de mujeres propensas a la mala vida, a la libertad sexual y al desorden urbano, aspectos que inclu-so se convirtieron en acusaciones de índole criminal. A mediados del siglo xviii, la mulata libre María Ramos sería incriminada por ser mujer de la mala vida y propiciar encuentros ilícitos de hombres con mujeres, o en otras palabras, promover la prostitución en la ciudad de San Luis Potosí. A María se le achacó que tenía “…casa pública, en que concurren hombres con mu-jeres a comercio deshonesto e ilícito, atrayendo, convocando y encubriendo en ella, a unos y otros, para el requerido y torpe efecto…”48 Era pues, una alcahueta confesa ya que en una visita de las autoridades a su “domicilio” célebre que se llamaba “la casa de Nanita”, fueron sorprendidos en pleno acto carnal el español Nicolás Obispo Cuevas y la mulata libre Anna Bruna, viuda. La fama de la mulata que promovía el lenocinio era tan reconocida que cuando algún forastero llegaba a San Luis Potosí, ya sabía a donde di-rigirse en búsqueda de los favores sexuales de mujeres libres y casadas “a cambio de reales”.

47 ACM-INAH, Fondo Diocesano, Justicia, Inquisición, 1781-1785, C. 1243, Exp. 127.48 AHESLP. AMSLP, 1751.1, 29 de enero.

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Además de las faltas a la moral ocurridas en la esfera religiosa, otro de los aspectos más vigilados en los centros mineros como San Luis Potosí, era la conservación de la “quietud” entre la gente asociada al trabajo de las minas ya que la procuración de las cuotas mínimas del trabajo a destajo y la bús-queda de un sobresueldo a través de la retribución por “partido” que hemos explicado previamente, ocasionaban tensiones entre los operarios de las mi-nas y la gente sin lugar en la nómina de los empresarios mineros que ronda-ban las labores así como las haciendas de beneficio. La vigilancia del orden en las minas del Cerro de San Pedro, era una tarea a cargo de la Alcaldía Mayor a través de la intervención de sus funcionarios quienes no estuvieron exentos de problemas. A mediados del siglo xvii, el asesinato de un lugar-teniente del Alcalde Mayor fue un caso muy sonado por las circunstancia del crimen y sus implicados. Todo empezó con la notoria desaparición del Alférez Pedro de Valdés de sus tareas de vigilancia en las minas serranas. Después de varios días de ausencia, las autoridades entraron a su casa para descubrirlo en su cama con el cuello cortado. Los vecinos identificaron como sospechoso al mulato Agustín (esclavo del Alcalde Mayor, el General Bartolomé de Estrada) con quien el funcionario había tenido problemas. El mulato fue arrestado y condenado a muerte en la horca de la plaza pública de San Luis. Posteriormente su cuerpo fue decapitado y su cabeza inserta-da en una estaca, la cual debería clavarse en una de las esquinas de la casa de la víctima. Como el ajusticiado era prenda del alcalde de San Luis, esta tarea recayó en el gobernador indio ladino del Pueblo de Tlaxcalilla, don Diego Martín49 quien llevó la cabeza empalada al lugar señalado para que sirviera de advertencia a quienes se atrevieran a no mostrar temor contra las leyes. No nos queda en claro las razones de este proceder pero la imagen del gober nador indio portando la cabeza del mulato ajusticiado, bien pudo ser motivo de tensión entre la gente con sangre africana acostumbrada al roce con los naturales.

Pero una cosa era no tener miedo del rey y otra muy distinta fue el no ma-nifestar temor en contra de dios en el binomio de obediencia de la vida “en policía” en la Nueva España, en donde los esclavos africanos fueron objeto de la evangelización y de la imposición de un dios blanco que de cierta ma-

49 AHESLP. AMSLP, 1668.1, 3 de febrero.

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nera no representó ningún consuelo en la vida de los esclavos negros. Para vigilar el grado de conversión del africano al cristianismo y castigar las ma-nifestaciones paganas de los esclavos, la Inquisición fue muy activa para juz-gar y sancionar al africano por actos de blasfemia y hechicería como mani-festaciones de transgresión.50

Pero para que un negro fuera declarado culpable, los testimonios debían otorgar pruebas fehacientes del grado de conversión y de que se mostrara evidencia contundente que los negros sabían lo que estaban haciendo y de la consecuencias de sus actos. Este principio de duda lo encontramos en los testimonios de acusados que declararon su culpa argumentando que habían sido “engañados por el demonio”51para hacer agresiones sexuales o renegar de dios. En algunas ocasiones, cuando los amos sometían a sus esclavos a ac-tos de crueldad severa, los esclavos escarmentados hacían uso de un recurso para detener los castigos: renegaban de Dios. Esto fue hecho por Cecilia, esclava negra de Domingo Varela quien después de capturar a su cautiva fugitiva la empezó a azotar hasta que la negra gritó “…reniego de Dios y de Santa María su madre y de todos los santos…”52, manifestación verbal que detuvo los azotes, pero abrió la indagatoria realizada por la Inquisición. En la Nueva España, se han registrado varios casos de juicios por blasfemias asociados a maltratos físicos en una ecuación un tanto polémica ya que la religión a la vez que justificaba la esclavitud, también avalaba los castigos corporales.53

Pero sin duda alguna, además de las blasfemias, el comportamiento más vigilado de los africanos fue la práctica de actos considerados como bruje-ría, por lo cual la Inquisición persiguió y castigó la transgresión con mayor cuidado en los territorios del norte de la Nueva España, considerados mar-ginales no exclusivamente en el plano geográfico, sino del orden impuesto.54

En la documentación histórica sobre el San Luis Potosí de la época vi-rreinal no son abundantes los casos de intervención del Santo Oficio en la

50 Reyes Costilla y González de la Vara, “El demonio entre los…, p. 201.51 AHESLP. AMSLP, 1683.2, 27 de julio52 AGN, Inquisición, Vol. 360, Exp. 7, 1627, f. 20f.53 Villa-Flores, “To Lose One´s…, p. 437.54 Reyes Costilla y González de la Vara, “El demonio entre los…, pp. 201-202.

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fiscalización de la conducta herética del africano. Sin embargo, vale la pena recuperar algunos de los casos que fueron señalados como prácticas de bru-jería en San Luis Potosí en los cuales se vieron involucrados a protagonistas africanos. En algunos procesos inquisitoriales encontramos ejemplos de re-sistencia a la sujeción por medio del envenenamiento del amo, como lo fue expuesto en una querella en contra de la mulata esclava de Nicolás Peralta de nombre Ana, quien fue acusada de tener una calavera en su poder en la cual preparaba el chocolate que le daba de tomar a su ama. Así mismo, guardaba celosamente un sapo que alimentaba con los restos de comida que dejaba su dueña y que eran contenidos en la cavidad de la calavera. Con la preparación de los brebajes pretendía “amansar” a su ama y con esto no recibir mala vida por parte de su dueña. Ana sería castigada por los actos de superstición que practicaba y por el pacto con el diablo que estaba detrás de todo el proceder de la mulata. Para agravar la situación, Ana confesó que el cráneo se lo había robado del Convento de San Agustín de San Luis. Pero además de los deta-lles registrados en el proceso inquisitorial, queda al descubierto la causa con la cual Ana fue descubierta y juzgada resultado del no pacto entre un esclavo negro y el dios blanco.

Joseph de la Cruz, negro esclavo de Francisco Batalla en descargo de con-ciencia delataría a la mulata55 por las prácticas de brujería que le hacía a su ama, lo cual nos descubre que el negro era un fiel practicante de la religión cristiana y que al menos en el discurso, era poseedor de uno de los atributos principales de la religión de sus dueños: la culpa. Al acusar a la mulata, ade-más de purgar el pecado de su conciencia pondría en evidencia las activida-des prodigiosas de la mulata que solamente buscaban su bienestar, aspecto que no podemos constatar en el final de esta historia.

Otro “descargo de conciencia” sería el mismo procedimiento de acusación que llevaría a otra mulata a comparecer en frente del fiscal inquisidor bajo el cargo de elaborar sortilegios amatorios por encargo. En el mes de mayo de 1782, la española María Josepha Agundis sería acusada de elaborar en complicidad con una mulata una sustancia o “medicamento para que la qui-siera un caballero”, usando para ello hojas de tabaco y peyote.56 Este tipo de

55 AGN, Inquisición, Vol. 604, Exp. 16, 1665.56 ACM-INAH, Fondo Diocesano, Justicia, Inquisición, 1781-1785, C. 1243, Exp. 130, 1782.

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acusación fue de las cuestiones más perseguidas y castigadas ya que el uso del peyote en el norte de la Nueva España además de que era considerado como una forma de comunicación con el diablo, también era una conexión con el saber mágico de los chichimecas y con el conocimiento de alucinóge-nos usados por los nativos.57 En el desahogo de las pruebas se descubrió que la supuesta hechicera quien ayudaba a la española era una loba apodada “La Colchada”. Sus pócimas eran muy potentes ya que mezclaba peyote, vora[-sic], chile prieto, copal, contrayerba del campo, al igual que usaba espinas de biznaga para atravesar el cuerpo de los muñecos de trapo58 que serían clava-dos en las casas a quienes estaba dirigidos los sortilegios.59

En otras ocasiones, las denuncias en contra de los africanos no se concen-traron en los medios de comunicación con las fuerzas ocultas, sino resulta-ron de una estricta vigilancia para no transgredir la integridad de la religión cristiana sin la participación de protagonistas con sangre africana. A inicios del siglo xviii, el Santo Oficio emprendió un juicio en contra de la negra amulatada Xaviera, esclava de Joseph de Luna bajo el cargo de haber fingido apariciones y milagros atribuidos a la virgen María. Los eventos ocurrieron en el poblado minero de Sierra de Pinos de jurisdicción potosina, en donde la negra supuestamente había encontrado esculpida la imagen de la virgen en un palo de xoconostle. La negra después del hallazgo cayó enferma arro-jando sangre por la boca síntoma con el cual fue desahuciada por un facul-tativo. Sin embargo, la negra sanaría milagrosamente cuando pidió que le pusieran la imagen de la virgen en el pecho y en el trance, la negra dijo que la madre de dios se le había aparecido y su imagen había quedado impresa en el pecho de la africana.60 Singularmente, en la descripción de la aparición divina, a la negra no se le apareció una virgen morena como a los indios, sino una imagen cubierta con un manto azul propia de las representaciones de la virgen de San Juan de los Lagos o la de los Remedios, la más española de las vírgenes. En la resolución del proceso, las autoridades eclesiásticas

57 Reyes Costilla y González de la Vara, “El demonio entre los…, pp. 215. 221.58 La manufactura de muñecos para hacer el mal, fue también un síntoma de brujería que sería penado por las autoridades eclesiásticas. Ibíd. p. 213.59 ACM-INAH, Fondo Diocesano, Justicia, Inquisición, 1781-1785, C. 1243, Exp. 132, 178260 AGN, Inquisición, Vol. 760, Exp. 8, 1715, fs. 133-137.

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desistieron tanto en reconocer los actos milagrosos como en castigar a la negra, quien regresaría a ocupar su lugar en el anonimato en la esclavitud urbana de San Luis Potosí.

El esclavo obediente y devoto.

En la época colonial mexicana, en torno a la población de origen africano se construyeron estereotipos fuertemente influenciados por criterios racia-les que imprimieron una percepción del negro y sus descendientes como si se tratara de gente soberbia, mañosa, desobediente e incorregible.61 Es-tas características parecen pues asomarse en algunos de los pocos casos que hemos documentado en donde es evidente el grado de resistencia del africa-no al orden impuesto. Dentro de las páginas de la burocracia civil, religiosa y judicial de una ciudad como San Luis Potosí, durante los años de dominio hispano hemos encontrado más ejemplos de las manifestaciones de la con-versión religiosa del africano libre y esclavo, así como su capacidad de adap-tación a la vida reglamentada que muestras de disidencia. La característica más importante en la observancia de las normas por parte de los negros y sus descendientes, fueron las expresiones de la práctica de la religión cristiana. En este sentido, hemos encontrado el caso de vida ejemplar entre algunos vecinos con sangre africana como el mulato libre Andrés Hurtado quien se caracterizó por vivir dentro de la fe católica y desempeñar un oficio. Gracias a su trabajo como zapatero, este mulato compraría algunas casas e incluso la libertad de su segunda esposa, María de Contreras, esclava del contador Francisco Díez del Campo. Antes, había estado casado con la mulata libre María de San Blas y en ambas uniones llegó a procrear nueve hijos quienes quedarían protegidos por una clausula en el testamento del mulato. Las ca-sas de su propiedad no necesariamente fueron producto de su trabajo ya que las recibió como herencia de su madre, la negra libre Leonor María y las cua-les no serían vendidas a su fallecimiento sino serían los aposentos para que su viuda y sus hijos huérfanos conservarían para vivir. La posición social que había alcanzado este mulato en la segunda mitad del siglo xvii le permitió también incluir en su última voluntad que fuera sepultado vestido con el há-

61 Márquez Rodiles, Origen del comercio de…, p. 43.

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bito de San Francisco en la Iglesia Parroquial62 de la ciudad, la parroquia por excelencia hispana de San Luis Potosí. Este caso nos ilustra cómo un descen-diente de africano tenía lugar en las esferas religiosas que podrían conside-rarse como exclusivas de la población europea. Así, este mulato zapatero nos demuestra a través de su testamento, que en cuestiones de la administración de los sacramentos se podía “blanquear” su posición social y permitirse así el ingreso al círculo, por decirlo de alguna manera más blanco del ámbito religioso local. En esto, bien puedo haber influido el hecho de que Andrés era hijo de una negra libre un tanto acaudalada y cuya historia particular es una singularidad durante los días del pleno auge del comercio de esclavos bajo la batuta de los tratantes portugueses.

A inicios de 1640 compareció ante escribano público la citada negra libre Leonor María para dictar su última voluntad en virtud de su deteriorado estado de salud. La lista de las disposiciones testamentarias era la propia de una católica ejemplar sin que en esto mediase el color de la piel de la africana quien decidió entre otras cosas que su cuerpo fuera sepultado en la Capilla de los Morenos de la Parroquia Mayor de San Luis Potosí, “…en la parte y lugar que a su albacea le pareciere…”. Así mismo, ordenó que en el momen-to de sus funerales, su cuerpo fuera acompañado por el cura y el sacristán del templo, que se rezaran misas en su nombre y no se embargaran algunas propiedades que dejaba a nombre de su hijo Andrés citado anteriormente.63

Pero, de dónde Leonor María se había hecho de sus propiedades y bienes enlistados64 en su testamento? La respuesta no es simple ya que la negra so-lamente declaró que había servido al español Antonio de Cuéllar, sobrino del presbítero Diego de Cuéllar, juez beneficiado del Cerro de San Pedro.

Bajo la tutela de Antonio de Cuéllar la negra se desempeñó como si fuera una esclava a sueldo ya que cada mes recibía la retribución de diez pesos más un pago en especie (telas de Ruan y de Campeche). Pero más allá de sus posesiones, Leonor María era una buena cristiana y mejor administradora de sus bienes ya que al momento de su fallecimiento declaró no tener deu-das con nadie, aspecto que muchos empresarios mineros del distrito poto-62 AHESLP. PAM, A-3, 1663, 31 de octubre.63 AHESLP. PAM, A-3, 1640, E2, 27 de enero.64 La negra declaró tener en una caja de madera artículos como mangas, sayas, prendas de seda, huipiles, pechos de seda, una sartén, tecomates pintados entre otros géneros.

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sino no podían ni siquiera imaginar ya que no pocos, como hemos relatado, murieron sepultados en deudas.

Sin duda alguna, el caso de esta negra liberada y asalariada es una excep-ción pero nos sirve de referencia para entender el peso de la religión en el comportamiento social y económico de la gente con sangre africana. No perdamos de vista que en cuanto a la administración de la fe, las iniciativas realizadas para cristianizar a los negros aseguraban su incorporación al sis-tema productivo en donde el binomio de integración y religión eran funda-mentales para que los esclavos entendieran su estatus de sujeción65 y su lugar social en el escalón más bajo de la estratificación social. Pero esto fue una condición ambigua ya que los negros esclavos al mismo eran también parte de muchos hogares españoles y estaban integrados a la sociedad.66 No du-damos que ricos empresarios, prósperos comerciantes, importantes funcio-narios o militares que nacieron y fueron criados en la ciudad, fueron ama-mantados por sus nodrizas africanas, que además de la leche, seguramente fueron arrullados con cánticos provenientes del otro lado del mar. Así mis-mo, los documentos son muy reacios para contarnos las intimidades de la vida cotidiana ya que si esto quedara plasmado en los documentos, podría-mos saber cuantos señoritos españoles se iniciaron sexualmente con sus es-clavas africanas, o bien cuantas señoras de apellidos aristocráticos metieron a sus amantes negros en sus aposentos.

Por otra parte, los africanos en San Luis Potosí estaban tan integrados al colectivo que más allá de las relaciones de esclavitud, establecieron patrones de conducta virtuosa a tal grado que dentro de la Parroquia Mayor existía una capilla de negros que era usada para la velación de cuerpos de algunos de los africanos fallecidos dentro de los muros de la traza urbana de la ciu-dad española.67

En relación a la observancia de los sacramentos, en el archivo parroquial de la Parroquia Mayor de San Luis Potosí quedaron inscritas las actas de bautizos, matrimonios y defunciones de africanos y sus mezclas en los libros señalados para tal fin bajo la denominación de “castas”.

65 Vila Vilar, “La evangelización del esclavo…, p. 191.66 Martínez, “The Black Blood of…, p. 494.67 AHESLP. AMSLP, 1652.2, 31 de mayo.

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En cuanto a los bautizos de esclavos africanos, adultos e infantes realiza-dos en la parroquia, hemos dividido la búsqueda de indicios en dos grandes episodios: 1) de los registros más antiguos disponible hasta 1640, con lo cual se justifica la periodicidad de la información bajo los Asientos portugueses, y 2) de 1641 a 1700, la época posterior a los Asientos. La información sacra-mental como opina Masferrer, nos permite conocer el grado de integración del negro esclavo al cristianismo,68 y en sentido complementario, las actas de los libros parroquiales son referentes que deben ser cuidadosamente anali-zadas con el presupuesto de que la reflexión de la fe cristiana, sus ritos e incluso, su burocracia no tuvieron el mismo significado entre los españoles, los indios y los africanos.

La importancia de la evangelización del negro africano era de vital impor-tancia y en palabras del jesuita Alonso de Sandoval era muy prudente que se examinaran “…sus bautismos, instruyendo su rudeza y bien enseñados los bauticemos [a los negros] con lo cual repararemos y restauraremos la salud que en ellos, por la razón dicha estaba perdida y como imposibilitada…”69 Así, la cristianización del esclavo fue parte vital en el proceso de asimilación.70

En el primer corte temporal de nuestro estudio, la suma de las ceremonias recuperadas de los libros es de 657 bautizos de esclavos con sangre africana, 448 de edad infantil y 209 negros adultos que recibieron el sacramento del bautismo acuerpados por padrinos igualmente africanos esclavos y libres, pero en la mayoría de los casos, en los libros tanto se registraron los datos de identificación de los padres y los padrinos como se dejó en claro de quiénes eran propiedad cada componente humano.71

68 Masferrer León, “Agua de blancos:…, p. 369 Sandoval, De Instaurada Aethiopum…, p. 13v.70 Phillips, La esclavitud desde…, p. 310.71 La inconsistencia en las series de bautizos de africanos no nos permiten hacer un cruzamiento con la evolución del comercio de esclavos en el mismo universo urbano por lo cual privilegiaremos una aproximación más cualitativa al sacramento del bautismo dentro de la feligresía multiétnica de la antigua Parroquia Mayor de San Luis, ubicada en el corazón mismo de la traza urbana en el primer corte de estudio de 1624 a 1640. Posterior a esta fecha, los datos aparecen con más consis-tencia y se asegura de cierta medida la integridad de las series.

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Entre el gran total de los bautizados solamente se registró el caso de un mulato adulto que fue bautizado con el nombre de Manuel quien fue apadri-nado por Manuel y Anna María. Su dueño, Bartolomé Bustamante.

En el primer periodo de observación, entre los infantes bautizados 126 fueron reconocidos como hijos legítimos y 279 fueron presentados ante la pila bautismal por su madre, como hijos naturales, mientras que a 40 cria-turas no se les reconoció padres por lo que fueron bautizados como “hijos de padres no conocidos”. Muchas de estas criaturas fueron abandonados a su suerte y expuestos a las puertas de los templos o bien de la casa de alguna familia que tenía más posibilidad de criarlos. La distinción del género de los niños abandonados fue casi de 50% para cada sexo, y en la mayoría de los ca-sos, los niños fueron apadrinados tanto por matrimonios de esclavos, o bien por mujeres esclavas y libres de manera individual. También observamos los casos de niños negros con dos madrinas como sucedió con Juan, nacido en 1629 de padres no conocidos pero bautizado por María y Juana, esclavas de Diego Torres. Caso similar fue el del negrito nombrado Carlos quien tuvo como madrinas a Ana y Magdalena de la Cruz, criadas de la española Ana de los Reyes, con quienes además de compartir el vínculo espiritual, también conllevaron la condición de ser todos hijos de padres desconocidos.72

Por decirlo de alguna manera, la “adopción” de niños africanos no fue una práctica exclusiva entre los españoles sino que se presentó también entre al-gunos vecinos mulatos con posibilidades económicas para criar a los niños abandonados e incluso, en el caso de las muchachas que crecieron como hijas propias, gozaron de la otorgación de dotes matrimoniales como si se tratara de las mejores familias del San Luis novohispano. La mulata libre Catalina de Guzmán, viuda de Joseph Hernández, al no tener descenden-cia acogió en su casa a una mulata huérfana “hija de la iglesia” a quien crió como hija propia. El vínculo que construyeron fue tan fuerte que además de bautizarla con su mismo nombre, le otorgó dote cuando la muchacha llegó a edad casadera. El patrimonio consistió en 500 pesos, un negrito de cuatro años de edad, una casa y demás enseres.73

72 Archivo Parroquial de la Parroquia Mayor de San Luis Potosí. Libros de Bautizos de Castas, Siglo xvii.73 AHESLP. PAM, A-3, 1629.2, f.33.

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Algunos infantes con sangre africana fueron llevados a bautizar por tuto-res religiosos españoles como el caso de Francisco de Cárdenas Arellano y su esposa, Isabel de Barros quienes fueron padrinos de Isabel, hija de una mulata esclava que servía en su casa y a la cual habían criado como si fuera su hija. El celo por la mulata de 10 años era tal, que en una ocasión que las autoridades la quisieron confiscar y alejar del hogar en donde había crecido, el matrimonio hispano la defendieron argumentando que habían educado a la muchacha “como si fuera una mujer honrada”.74

La incidencia bautismal del africano en San Luis Potosí después de 1640 y como fue de esperarse, tuvo un descenso notorio y en términos estadís-ticos, la totalidad de los bautismos de negros africanos a lo largo del siglo xvii se puede dividir en tres grandes porciones. Dos partes de los bautizos se llevaron a cabo entre los años de 1600 y 1640 (657 bautismos) y de 1641 a finales del siglo, se observó la parte restante del total de los actos sacra-mentados con un total de 360 actas recuperadas de los libros de bautismos de castas. En el flujo de la cifras se observó una relación inversamente pro-porcional entre la disminución de la presencia del negro en las actas, y el protagonismo de los individuos que eran producto de las mezclas de la san-gre africana con otros sectores de la población potosina del siglo xvii.

Con esta evolución de las series, en 1640, el siglo xvii sería partido en dos, o mejor dicho, este momento representaría un parte aguas para la presencia del africano en el estuche urbano de San Luis Potosí en donde como sucedió en otra latitudes del reino, los africanos empezaría a ser racialmente dilui-dos, asimilados en el crecimiento de la población mulata.75 En otras pala-bras, en el San Luis Potosí de esta época era por demás evidente que la po-blación y la sociedad estaban devorando al africano.

Bajo esta premisa, la aparición de la población negra en la segunda mitad del siglo xvii en los registros parroquiales fue mucho más discreta en com-paración con las cifras registradas hasta 1640. Como hemos mencionado, el primer distintivo evidente fue el número total de eventos bautismales reali-zados en la Parroquia Mayor potosina, con un agregado de 360 de los cuales, el 8.6% fueron bautizos de negros adultos. Esto representaba una cifra tres

74 AHESLP. AMSLP, A-44, 1607, 13 de agosto.75 Simms, “Miscenegation and Racism:…, p. 236.

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veces menor en los sacramentados observados durante los días de apogeo del comercio de esclavos lo cual fue un claro ejemplo de la reducción en la llegada de esclavos bozales, que además de estar sujetos al yugo de la es-clavitud implícita, fueron también sometidos a otra atadura: la conversión religiosa.

Así, a través del estudio del acto sacramental más importante en la admi-nistración de la fe y de la incorporación del individuo en la congregación religiosa (aunque fuera esclavo) nos es posible reconocer el lugar del negro esclavo en la comunidad cristiana de un lugar como San Luis Potosí.

Otro aspecto que podemos subrayar a partir de los bautizos es el elevado índice de hijos naturales ya que dos de cada tres niños que llegaron a la pila bautismal, solamente fueron presentados por sus madres, aunque contando con el imprescindible acompañamiento de los padrinos y en segundo térmi-no, la presencia velada de los dueños de las madres esclavas. En un ejercicio comparativo, en la ciudad de México, el 80% de los niños esclavos bautiza-dos no se registraron como miembros de una familia y tal parece que es-taban más apegados a sus madres en comparación con el resto de los afro descendientes y gente de sangre mezclada.76

En la presentación de los hijos naturales de negras esclavas, las madres y los infantes fueron indistintamente acompañados por comitivas formadas por binomios de mujeres solteras, por una sola madrina y en el mejor de los casos por parejas matrimoniales de negros y/o mulatos, pero sin excepción, todos eran propiedad de alguien.

Entre los esclavos adultos bautizados, la presencia de padrinos también fue un síntoma de cohesión social al interior de la comunidad africana de San Luis Potosí. En algunos casos, el negro adulto bautizado estaba acompañado por su amo, y sus dos padrinos quienes eran personajes diferentes. En 1641 fue bautizado el negro Antonio de edad adulta, propiedad de Pedro Esqui-vel, quien fue apadrinado por Pedro de la Cruz y su esposa María. Él era pro-piedad de García Bueno y ella, de Andrés Hernández. Sin excepción, en to-dos los casos, se registró íntegra la información concerniente a la propiedad del esclavo, es decir, de quién era tanto el bautizado como cada uno de los padrinos. La participación de los padrinos, además de darnos indicios sobre

76 Masferrer León, Las familias esclavizadas…, p. 8.

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el sentido de comunidad vigente y de la parentela espiritual entre los africa-nos, nos arroja luces sobre su lugar social muy reconocido en la medida de que eran vistos como guías en la educación de la fe.77

Un aspecto importante de realzar en los bautizos de negros es que a dife-rencia de lo ocurrido en la información sacramental de la primera mitad del siglo xvii, a partir de 1641 desaparece la identificación de hijos de padres no conocidos, o hijos de la iglesia e incluso la de “expuestos” para señalar en las actas a las criaturas desamparadas por sus progenitores.78

Para el siglo xviii, en los índices de bautizos de negros en la misma pa-rroquia79 se confirmó nuevamente la tendencia a la baja de los eventos sa-cramentales con negros y la consolidación de la población mulata en un pe-riodo de florecimiento del proceso de mestizaje no exclusivamente aplicada para la gente con sangre africana, sino también de las mezclas entre hispa-nos con indios. Al limitar nuestro análisis a los negros criollos80 del San Luis novohispano, la primer característica evidente es lo reducido del número de

77 Masferrer León, “Agua de Blancos:…, p. 200.78 Tal pareciera que los casos de infantes africanos abandonados después del nacimiento o tam-bién llamados expuestos fue materia de las instituciones de procuración de justicia en lugar de la administración de la fe. A mediados del año de 1730, en la Alcaldía Mayor del centro minero de Santa María de las Charcas se inició un auto por causa criminal contra de quien resultase respon-sable por el abandono del hijo de un esclavo de nombre Hilario que había sido tirado sin bautizar. Con las indagatorias salió a la luz que el recién nacido era hijo de Simón Morales y de Lorenza Gonzáles, esclavos ambos de Andrés Palencia, dueño de la hacienda de Bañón y Tresquila en la jurisdicción de Charcas. Así mismo, el juicio permitió conocer que los padres mas que abando-nar a su criatura, intentaron esconderla para que no pasara a formar parte de la nómina de es-clavos de Palencia. Después de 14 años en el anonimato, el adolecente sería inventariado como propiedad del dueño de su madre, ya que antes que nada, había nacido de un vientre esclavo. AHESLP. AMCH, A-44, 1730, Causa criminal, 5 de agosto.79 En este sentido cabe hacer la aclaración que se realizó una búsqueda de la población negra en los archivos parroquiales de la ciudad de San Luis Potosí además de la Parroquia Mayor o Sagrario Metropolitano (Parroquia de San Sebastián, Curato de Tlaxcalilla y Convento de San Francis-co) resultando que los actos sacramentales involucrando a la población africana se realizaron en la parroquia española principalmente. En los libros de información sacramental del Curato de Tlaxcalilla, de mediados del siglo xviii a 1815, se registraron los bautizos de 39 niños con sangre africana, cuyas “calidades” correspondieron a mulatos, lobos, coyotes en orden descendente. En la periferia de la ciudad, en otra parroquia en la cual se efectuó búsqueda de población africana, ésta fue muy reducida en lugares como San Miguel Mexquitic en cuyo archivo conventual apenas se lograron revisar cinco bautizos de niños negros a mediados del siglo xvii.80 Vecinos del poblado y por consecuencia sujetos a la jurisdicción de la Parroquia Mayor.

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eventos involucrándolos solamente en 39 actos litúrgicos de bautizos. Pero más allá de las cifras, la calidad de la información recopilada en las páginas de los libros parroquiales nos permiten apreciar también un par de cambios importantes entre la población negra de San Luis. El primero de ellos, se re-laciona con el estatus de sujeción de los actores detrás del bautizado: los pro-genitores. En 16 casos, las madres de los niños81 se declararon como negras libres, mientras que por el lado de la paternidad, en un par de ejemplos se reconoció el estatus de esclavo de los padres, aspecto que en el destino de las criaturas no era trascendente ya que la sujeción se heredaba del vientre es-clavo. Por otro lado, ocho niños fueron presentados por ambos padres cau-tivos y en un solo caso, ambos progenitores, Anna de Jesús y Joseph, negros libres integraron a su hijo legítimo82 Joseph a la comunidad cristiana con el auspicio del padrino Pedro Rodríguez Villalobos, natural de los Reinos de Castilla, todos vecinos de San Luis.

En los registros de la década de 1770, las etiquetas que señalan si los padres eran o no esclavos, prácticamente desaparecen con lo cual suponemos que estaremos ante otro indicio de la pérdida de importancia de la esclavitud en escenario urbano de San Luis Potosí.

La segunda característica a resaltar del siglo xviii se relaciona con una supuesta ampliación de la red social del africano hacia otros sectores de la sociedad a través del compadrazgo. En11 casos, la representación de los pa-drinos fue ocupada por españoles, y algunos de ellos con vínculos asociados a los dueños de los esclavos. En ningún caso, los amos tomaron el papel de padrinos de los hijos de sus esclavos. Sin embargo, se dio el caso de algunos españoles de la misma parentela que desempeñaron esta función social y religiosa con los hijos de sus cautivos dentro de la misma red familiar. Por ejemplo, en la primera década del siglo xviii, Miguel Badillo fue padrino de

81 En los registros de bautizos del siglo xviii, ya no se registraron ceremonias con adultos. Los últimos bautizos de negros adultos fueron dos realizados en el año de 1682 cuando un negro ave-cindado en Sierra de Pinos y uno más de Charcas recibieron el agua bendita en la Parroquia Mayor de San Luis Potosí, en cuyos registros ya habían pasado unos 34 años del último acto sacramental con negros adultos vecinos del entonces pueblo de San Luis.82 En el siglos xviii, en las 39 actas de bautizos de negros, en 11 casos se señalaron a la criaturas como hijos legítimos y 28 como hijos naturales. Esta proporción fue una tendencia que se había venido observando desde la segunda mitad del siglo anterior.

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Simón, hijo de Francisca y Domingo, los tres propiedad de Alfonso Badillo. Otro de los esclavos de este personaje, sería apadrinado a su vez por Petro-nila Badillo en la misma época. Otros españoles solteros como Santiago Du-que de Oviedo, Ana Romero, Magdalena Contreras, Rosa Mejía, María Ger-trudis de Verástegui, Juan Josep de la Serna y María Gertrudis de Urdiales también se sumaron al padrinaje de niños negros, esclavos y libres, legítimos y naturales, mas ninguno de padres no conocidos, de la comunidad negra con pasado africano de San Luis Potosí.

Así mismo y casi en la misma proporción de los padrinos españoles, parti-ciparon también los mulatos como tutores religiosos de negros nacidos en la ciudad. Mulatas como Agustina de la Cruz, María Anna de Chagoyan, Te-resa Rincón, Rosa de Zúñiga, Juana Francisca de Arias, Micaela de Dueñas y Ángela Antonia, todas libres y doncellas serían las madrinas de más negritos esclavos que libres.

Para encontrar un sentido ampliado al estudio de los bautizos, es de una gran utilidad la incorporación del análisis de la nupcialidad tanto en la di-mensión de las fluctuaciones en una periodo determinado, como una posi-bilidad que nos abre la observación del mercado matrimonial y la selección de pareja en la sociedad africana de San Luis Potosí tanto hacia dentro como en su interacción con otros sectores sociales. Esta perspectiva de estudio de cierta manera ha sido una de las tareas pendientes en los estudios sobre el esclavo africano en la Nueva España y desde la década de 1970, especialis-tas del tema como Love señalaban la poca atención dirigida al estudio de la participación del africano en el mestizaje y en los patrones de matrimonios interétnicos.83

En los libros de casamientos de la Parroquia Mayor potosina, el universo de datos disponibles nos permiten abrir esta perspectiva de estudio desde la última década del siglo xvi hasta la primera del siglo xix, periodo en el cual se logró la recuperación de los datos de 293 eventos nupciales protagoniza-dos por negros esclavos y libres. El más antiguo de los casamientos involu-crando a negros en el entonces pueblo minero, se llevó a cabo en el año de 1596 cuando el indio Mateo Suárez se casó con la negra esclava Francisca, ambos originarios de la capital novohispana. Sin embargo, el primero de los

83 Love, “Marriage Patterns of…, p. 79.

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enlaces entre dos esclavos africanos santificado por la iglesia fue registrado hasta el año de 1603 cuando Pedro e Isabel se unieron en santo matrimo-nio con la venia y bajo la supervisión del dueño de ambos, Gabriel Ortiz de Fuenmayor.

Pero al mismo tiempo que empezaron los registros de matrimonios entre africanos, también surgirían las primeras acusaciones por amancebamiento involucrando a esclavos como la negra Lucía propiedad de doña Luisa de Olivares por sostener “amistad ilícita” con un indio casado de apellido Pasos.84

Durante los años de vigencia de los Asientos lusos y el apogeo del tráfico de esclavos de las cuatro primeras décadas del siglo xvii, se registraron un total de 146 uniones bendecidas y legitimadas por la iglesia, que en términos numéricos representaron la mitad del total de los casamientos involucrando a africanos en los más de 200 años de dominio hispano en la ciudad de San Luis Potosí. A su vez, hasta el año de 1640 se realizaron en la Parroquia Ma-yor potosina 91 casamientos en los cuales ambos contrayentes fueron escla-vos negros. De esta cifra, se reconocen 49 bodas (53%) en las cuales los escla-vos contrayentes eran del mismo amo, aspecto que nos revela el control de los dueños de esclavos sobre sus prendas ya que al limitar las uniones de los esclavos aseguraron tanto el rendimiento de sus objetos como se ahorraron obligaciones.85 De nuevo, en este sentido quedarían al descubierto los nom-bres de los renombrados propietarios de esclavos de la ciudad como Alonso de Ávila, Pedro de Mendoza, Gaspar López, Cristóbal Navarro, Alonso Yá-ñez, Diego de Mesa. Así también quedaron expuestos en las actas de casa-mientos de sus esclavos los nombres de los negreros los cuales citamos en páginas anteriores. Entre los comerciantes del ébano humano que tenían en San Luis una sucursal de sus prósperos negocios encontramos nuevamen-te al Capitán Antonio Merino de Guzmán, así como mineros acaudalados como los Bravo Camacho, comerciantes como Francisco Pulgarin Amor e incluso algunas españolas como doña Mariana de Salazar, a quien encontra-mos atestiguando el casamiento de sus cautivos negros. También se identi-ficó la presencia de personajes reconocidos como asiduos consumidores de esclavos como Francisco Díaz del Campo.

84 AHESLP. AMSLP, A-44, 1603, 17 de mayo.85 Cortés Jácome, “Los esclavos: su vida…,p. 57.

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Entre las decenas de actas de matrimonio encontramos algunos ejemplos dignos de resaltar como la unión por duplicado que realizaron los esclavos Domingo y Antonia en 1635, ya que por vez primera se casaron en la ciudad de México y al ser vendidos en San Luis lo hicieron nuevamente bajo la mi-rada de su nuevo dueño, Francisco Flores.

Uno de los aspectos que se registró en los matrimonios fue el origen de los contrayentes, pero en el caso de las bodas entre africanos en la Parroquia Mayor, encontramos inconsistencias en la recuperación de estos datos. Al menos, en cuatro de las uniones que se realizaron antes de 1640, se identi-ficó el origen geográfico de los novios en Angola en contrayentes de la pro-piedad de Andrés Rodríguez de Miranda, Antonio Gago y Diego Alonso de Hinojosa. En la capital novohispana, esta tendencia era un patrón muy bien definido ya que entre 1595 y 1650, el 73% de los casamientos entre esclavos, ambos desposados eran originarios de Angola lo cual representa un alto ín-dice de endogamia entre los angoleños.86

En otro sentido del análisis de los matrimonios, la información sacramen-tal también nos permite reconstruir las preferencias matrimoniales de los negros esclavos en plena vigencia de la trata. Hasta 1640 en el recuento de los 146 matrimonios observados y protagonizados por negros, contabilizamos 113 uniones endogámicas entre africanos (77.4%) lo cual nos indica que al interior de la comunidad esclava de San Luis, la selección de pareja favoreció un alto índice de endogamia. Después de casarse con sus semejantes, los ne-gros prefirieron en segundo término los casamientos con indias (16 uniones observadas: 11%) y en tercer lugar, se abrieron al sector de las mulatas en siete ocasiones (4.8%). En sentido opuesto, se registraron tres casamientos entre novios mulatos y negras (2%). La incidencia de matrimonios entre negros e indias también fue una característica observada en la Provincia de Chiapa y fue un recurso para que los hijos engendrados en estas uniones no heredaran el estigma de la esclavitud.87

En el conjunto de uniones entre negros africanos e indias, resaltamos tres casos de casamientos entre los primeros e indias chichimecas en los años 1604, 1638 y 1641, mientras que en orientación inversa en el proceso de

86 Masferrer León, Las familias esclavizadas…p. 16.87 Soriano Hernández, Los esclavos africanos…, p. 19.

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la elección de pareja, no encontramos evidencia alguna de uniones entre negras y nativos chichimecas. Así mismo, un chino y una negra se casaron antes de la fecha de finalización de los Asientos.

Después de 1640, con el desplome del comercio transatlántico de esclavos, la observancia de los matrimonios entre africanos experimentó una evidente caída a excepción de lo observado en el año de 1642 cuando la nupcialidad en términos numérico dio un salto por encima de la docena de eventos por año. Pero a partir de 1643, el número de casamientos involucrando a negros se desplomó en tal magnitud, que de este momento al final del siglo xvii, serán muy contados los episodios en los cuales las bodas sumaron al menos seis eventos por ciclo anual. Es más, lo que resulta más característico fue la observancia de tres o cuatro casamientos por año y en el balance total de 1640 a 1700, se lograrían consumar 131 nupcias.

En el patrón de elección de pareja, lo más significativo de subrayar es que a la par del descenso en la nupcialidad, la endogamia también perdió terreno como opción matrimonial entre los africanos, ya que hasta 1640 se había observado una fuerte tendencia de los afro potosinos a casarse entre si (más del 70% de las uniones fueron endogámicas). En este panorama, se puede observar el impacto de los Asientos portugueses ya que la trata provocó un desequilibrio en el género de los esclavos al concentrarse en la esclavitud masculina.88 En otras palabras, como resultado del tráfico de esclavos, y a pesar de las restricciones impuestas por los españoles, en lugares como el Veracruz colonial los varones buscaron pareja en los círculos sociales en donde fuera posible.89

En San Luis Potosí, después de 1640, menos de la mitad (47%) de las bodas religiosas se llevaron a cabo entre negros. Después de casarse entre ellos, los negros se abrieron en segundo término a las uniones con indias en un 20%, mientras que con las mulatas, lo hicieron en un 16%, lo cual significó el con-junto de tendencias más significantes en la selección de pareja. Además, so-lamente se registraron tres uniones entre negros y mestizas, indios y negras, mientras que cuatro se hicieron entre mestizos y negras. Por otro lado, siete mulatos terminaron casados con el mismo número de negras. Entre los 62

88 Castillo Palma, “Matrimonios mixtos y…, p. 108.89 Carroll, Blacks in Colonial,…p. 90.

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eventos nupciales entre negros y negras resaltamos además que en un poco más de la mitad de ellos, ambos novios declararon ser vecinos de San Luis Potosí. También, fue contrastante el descenso de los casamientos entre es-clavos del mismo dueño, aspecto que fue característico de la época de la trata, ya que después de 1640 solamente en tres casamientos encontramos evidencia de que ambos contrayentes eran propiedad de los mismos dueños como el mercader Alonso Ríos de Miranda, el boticario Diego de la Barrera y el notable negrero, el Capitán Sebastián Camacho. Estos personajes eran dignos exponentes de la sociedad esclavista que con la ayuda del clero ejer-cieron el control soberano sobre sus cautivos90 a tal grado que pudieron ha-ber influido en la selección de la pareja matrimonial.

En la segunda mitad del siglo xvii, desaparece también la identificación de los orígenes geográficos de los negros que se casaron en la Parroquia Mayor potosina y son escasos los datos con los cuales podemos conectar los novios con el mundo atlántico, África y Filipinas, lo cual nos hace suponer una participación más activa de los negros criollos de ambos sexos que de cierta manera no estaban tan vinculados con las redes de familias extensas a partir de los matrimonios.91

En 1679, en los libros de castas se registró la unión de un negro “de nación Matamba” y una negra del Congo, pero al momento de la boda, ya eran resi-dentes de la ciudad de San Luis. También llegaron al altar en la misma época un esclavo chino originario de Manila para casarse con una negra criolla de la ciudad. En todos los matrimonios con presencia africana no hay eviden-cia para reconstruir la red familiar más íntima de los contrayentes ya que prácticamente no había cabida para el registro del nombre de los padres, así como la legitimidad del apellido de los contrayentes que encontramos en los casamientos de indios, españoles y gente de sangre mezclada. El protagonis-mo de los amos en las bodas de sus esclavos, de cierta manera conforma (a manera de sustitución) una base familiar elemental en la ejecución del ritual del matrimonio religioso del africano.92

90 Bennett, Africans in colonial Mexico…p. 8.91 Proctor, “La familia y la comunidad…, p. 230.92 Cortés Jácome, “La memoria familiar…, p. 126.

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Hacia finales del siglo xvii, se casarían también Joan de la Cruz y Magda-lena María, él natural de Guinea y esclavo del Capitán Domingo de Zavala, ella era parte de la servidumbre de la hacienda del Espíritu Santo. En este mismo momento (1699) se casaría además otro negro de Guinea con una india de la jurisdicción y feligresía de la parroquia que ya daba muestra de estar conformada por un población multiétnica resultado del dinamismo del mestizaje que estaba en marcha al tocar la puerta del siglo xviii.

El siglo de la luces potosino se caracterizó por un mercado matrimonial muy influenciado por factores y condiciones sociales y económicas muy di-ferentes al del siglo anterior. La “feligresía social” de la Parroquia Mayor nos descubre un universo heterogéneo entre sus componentes de españoles, indios, gente de sangre mezclada, negros y sus descendientes entre los cuales observamos un cambio notorio en el patrón de selección de pareja guiado ya no exclusivamente por criterios raciales.93 En otras palabras, en el siglo xviii estaba en marcha un proceso de mestizaje irreversible y resultado de la evolución de la sociedad potosina de ese entonces y de un gradual debilita-miento del sistema de castas en el transcurrir del siglo xvii al xviii, que fue más evidente a la entrada del siglo siguiente.

En la medida que fue ganando terreno el matrimonio interétnico no tanto guiado por criterios de estimación social, sino de la disponibilidad de pros-pectos en el mercado matrimonial, los negros tal y como estaba sucedien-do con otros colectivos sociales, fueron perdiendo estabilidad como grupo étnico.94

En el siglo xviii, la aparición periódica de crisis en forma de sequías, ham-brunas, calamidades en la minería y sobre todo epidemias, provocaron pro-fundas mutaciones en la población y en la sociedad, de los cuales también formaban parte los negros esclavos y aquellos que cada vez eran más libres. En la dimensión de la mortalidad, la ciudad fue asolada por epidemias como la peste o matlazáhuatl de 1737, las viruelas de 1798 o el hambre del perio-do 1785-1786. Después de cada crisis, la sociedad potosina sin dejar algún sector aislado debió adaptarse a las condiciones demográficas y sociales que resultaban después de las dificultades. Los negros no estuvieron exentos a

93 Montoya, San Luis del Potosí,… 2009.94 Brading, “Grupos étnicos y estructura…, p. 478.

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los problemas, y los cambios en sus patrones de interacción con los otros sectores de la sociedad fueron resultado de ajustes tanto en actitudes como en significados dentro de la vida colectiva. En el siglo xviii, ya no observa-remos uniones endogámicas entre los negros en San Luis Potosí. Además, hasta mediados del siglo, el reducido número de eventos nupciales involu-crando a negros nos confirman su gradual desaparición y en otro sentido, su asimilación en el sector de los mulatos con quienes en conjunto cons-truyeron un sentido de comunidad hacia lo afromexicano.95 Desde inicios del 1700 fueron muy pocas los casamientos entre negros varones y mesti-zas, mulatas, coyotas e indias, mientras que las negras observaron mayor apertura para encontrar marido entre los mestizos, mulatos, indios e inclu-so, en 1756, cuando los negros criollos eran casos excepcionales, llegaría una negra nacida en Puerto Rico para casarse con un español vecino de San Luis Potosí.96 Igualmente, en el mismo año se casaría en la Parroquia Mayor un negro proveniente de Guinea con una coyota esclava nacida en San Miguel el Grande. Estaba pues en marcha la constitución de familias y comunida-des mixtas tal y como sucedió en la capital novohispana en donde surgirían lugares comunes para mulatos, indios, españoles y mestizos.97

La tercer vertiente de datos parroquiales que nos permiten hacer aproxi-maciones cuantitativas como cualitativas de la población y la sociedad son las series de entierros, que nos permiten construir una mirada sobre la mor-talidad de acuerdo a la información recopilada en los registros consistentes de las defunciones. El estudio de la mortalidad de los negros africanos, a la vez de que nos permite reconstruir las cifras en series, también nos abre una ventana para entender los significados culturales de la muerte y en este caso, en las actitudes de los africanos hacia los entierros y los ritos funerales re-ligiosos. De los escasos datos disponibles en los libros de entierros del siglo xvii, lo más evidente es un repunte en el número de enterramientos de ne-gros adultos y párvulos en el año de 168398 lo cual pudo haber sido causado

95 Proctor, “La familia y la comunidad…, p. 233.96 En otros rincones del gran septentrión novohispano como el Nuevo Reino de Léon las uniones entre españoles y negras fue una realidad a tal grado que se propiciaron las “casas chicas” negras para los amos. Gómez Danés, Negros y mulatos…, p. 29.97 Velázquez Gutiérrez…, “Juntos y revueltos:…p. 340.98 Ver Gráfica No. 39

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por una crisis de mortalidad no identificada del todo que afectó a la pobla-ción San Luis Potosí y del Cerro de San Pedro, en donde durante los años de 1682 y 1683, no se registraron bautizos de niños que no fueran indios.

Para el siglo xviii, los datos son más consistentes para una población de negros muy reducida de la Parroquia Mayor, en cuyas series de entierros es posible presenciar el impacto de la epidemia de matlazáhuatl del 173799 entre los feligreses de piel morena, aunque la información contenida en los libros no nos permite ir a mayor profundidad en cuanto a las consecuencias de la peste y de otros padecimientos entre la población negra.

De los libros de entierros rescatamos muy pocos ejemplos que nos arrojan luces sobre las causas de las defunciones. Los más de los casos hacen refe-rencia a los que murieron “de repente” en ocho actas de entierros, una más señalando la “apoplejía” que llevó a la tumba a un negro en 1685 y el “acci-dente” mortal de uno más en 1705. Los escasos datos acerca de las causas de los fallecimientos no nos permiten explorar el tema de la salud de los escla-vos negros ya que la naturaleza de la información parroquial se remite a la salvación de las almas mas no tanto en el estado de los cuerpos cautivos, y a pesar de la importancia económica de la corporeidad esclava, el estudio de la salud del africano se encuentra aún en una “zona oscura”.

La figura del esclavo en las célebres Partidas de Alfonso x, el sabio, bus-caron legitimar y proteger a los llamados siervos bajo preceptos inspirados tanto por el Derecho Romano como por la Doctrina Cristiana. Pero en el Nuevo Mundo, la cristianización del esclavo no significó la liberación de su cuerpo “en función del bien espiritual”.100

En múltiples referencias de la documentación colonial es más fácil recons-truir el ambiente de preocupación y recelo acerca de los supuestos peligros sociales que representaban la congregaciones de negros y mulatos, pero es muy difícil encontrar tratados o lineamientos consagrados para cuidar la salud de los africanos.101

En las aportaciones historiográficas sobre la presencia del africanos en las ciudades iberoamericanas encontramos pocas referencias sobre el tema de la

99 Ver Gráfica no. 40100 Crespi, “Cristianismo y esclavitud…, p. 142.101 Martínez Ferrer, “La preocupación médica…, p. 75.

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salud de los negros. Sin embargo, en una excepción, referimos una obra que describe en ámbito de la salubridad entre la población esclava limeña en la década de 1730. En este escenario se identificó que casi la mitad de las afec-taciones o causas de muerte tenían que ver con los llamados “afectos al cos-tado”, además de las lesiones comunes como fracturas y dislocaciones que sufrían los esclavos causadas por malos tratos y azotes.102 En San Luis Potosí, las únicas referencias similares las ubicamos para el siglo xvii, cuando en un informe o memoria de la curaciones realizadas por el facultativo Joseph de Briones e Lang entre la gente que trabajaba en el Cerro de San Pedro, identi-ficamos algunas de las dolencias sufridas por los africanos. El negro Manuel fue atendido por un “tajo” o herida cortante, a la par que otro del mismo nombre padeció el tabardillo y Salvador por heridas. Así mismo, una esclava sufría de esquinencia o inflamación que le dificultaba la respiración.103

Otro dato interesante que encontramos en los libros de entierros y de en-tre las 140 actas de defunciones de negros (de 1680 a 1770), fue el indicativo de la edad de los fallecidos. En la medida de que los tenientes de cura no mostraron consistencia en la elaboración de las actas y en la totalidad de los sacramentos administrados, rescatamos en la mitad de los casos la edad al momento de la muerte. Seis negros murieron entre los 15 y los 25 años, nueve más entre los 26 y 35 así como 10 en el grupo de edad entre los 36 y 45 años. Sin embargo, lo excepcional en la información son los datos que nos hablan de la población negra más vieja. Siete negros fallecieron de 50 años o más, seis a los 60, cinco sobrepasando los 70 años, seis los 80, mientras que siete negros adicionales fueron enterrados después de vivir noventa años o más. En dos casos encontramos negros esclavos que murieron de más de 100 años de longevidad. Uno de ellos murió en 1706 y fue la negra esclava soltera Ana de los Reyes natural de los Reinos de Portugal, la cual fue testigo de buena parte del comercio de esclavos de África y de Europa, así como los cambios en la dinámica de la trata que la llevaría como prenda a San Luis Potosí en donde murió de más de un siglo de edad.

A pesar de que para la década de 1770 el término “negro” era una catego-ría social casi en desuso por la escasez de los protagonistas, no tanto por las

102 Monge Juárez, “Paralelismo entre historia…, p. 18.103 AHESLP. AMSLP, 1629.8, 13 de noviembre.

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mutaciones en la estratificación social de la Nueva España de ese momento, en las actas parroquiales empezaría a usarse con mayor frecuencia la deno-minación de “moreno” para identificar a la feligresía de piel oscura, mas no tanto como la de los negros, pero no tan clara como la piel de los mulatos.

Con el ritual del enterramiento y el ofrecimiento de misas por la muerte de los negros, terminaba el ciclo ritual cristiano como norma del apego a la vida evangelizada. Pero el africano, hizo evidente su adhesión al cristianismo no solamente bautizando a sus hijos, casándose bajo la ley de dios y recibiendo el auxilio espiritual en el momento de la muerte sino a través de procesos más complejos.

La organización de hermandades de corte religioso fue una característica de los negros urbanos ya que tanto fomentaron la cohesión de grupo, como mostraron evidencia de la práctica del culto a los santos. En Sevilla y Lis-boa, de donde provinieron algunos esclavos, funcionaban cofradías de ne-gros encargadas de la tutela de las fiestas patronales.104 La hermandades eran organizaciones laicas encargadas de promover las devociones cristianas, así como organizar mutualidades y obras de caridad, aspectos en los cuales en-cajaron la cofradías de negros, principalmente libertos.105 En la Nueva Es-paña, este tipo de congregaciones representaron también un síntoma de la libertad adquirida, ya que por una parte los negros manumisos tanto pro-movieron la unidad al interior de las cofradías como llegaron a patrocinar los costos de la libertad de esclavos. Entre las cofradías mejor reconocidas funcionaron en el México virreinal fraternidades como la Nuestra Seño-ra del Rosario y de la Soledad en San Miguel, San Luis Potosí, Huaniqueo, Pizándaro y Valladolid. La cofradía de Nuestra Señora del Rosario de los Morenos incluso alcanzó un fomento económico y se mantuvo dentro de la reglamentación diocesana106 aunque las autoridades guardaron ciertas re-servas en torno a la pregunta de qué tanto, las cofradías de negras se pare-cieron a las antiguas organizaciones del medioevo europeo o bien, fue un recurso de cohesión en las cuales se enquistaron algunas costumbre de los

104 Martínez Ferrer, “La preocupación médica…, p. 83.105 Gutiérrez Azopardo, La población negra…, pp. 69-70.106 Chávez Carbajal, Propietarios y esclavos negros…, p. 120.

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pueblos africanos como el Bantú quienes favorecían la poligamia y el culto a los ancestros.107

Pero más allá de las preocupaciones legítimas de la autoridades de la Nue-va España alrededor de las cofradías de negros, ésta forma de cohesión fue básicamente un fenómeno urbano y se rigieron con los lineamientos de la Leyes de Indias, así como fueron auditadas por funcionarios civiles y religio-sos.108 En los antiguos fondos documentales del Obispado de Michoacán, es-tas revisiones formaron parte del gobierno eclesiástico y en el caso potosino, durante el siglo xviii se practicaron Visitas a los libros de cofradías como el de Nuestra Señora de la Salud de los Pardos, domiciliada en la Parroquia Mayor de San Luis Potosí. En los libros, tanto se registraron las elecciones de los mayordomos como se practicó el escrutinio sobre las cuentas que servi-rían para la construcción de la capilla dedicada a su patrona.109

Pero los datos más sólidos sobre las hermandades de africanos en San Luis Potosí se remontan a las primeras décadas del poblado, cuando los africanos buscaban en estas fraternidades un tipo de “familias ficticias” así como en otros poblados de la Nueva España, como la ciudad de México, Zacatecas, Taxco, San Miguel el Grande, y Querétaro, todas con sociedades esclavistas.

En las fraternidades, los esclavos encontraron de cierta manera una forma de sobrellevar el yugo de la sujeción al igual que les sirvió de escenario de relaciones entre hombres y mujeres, de reflexión religiosa pero también para propiciar la sociabilidad.110

En el caso de las fraternidades potosinas (hermandades de Flagelantes), los esclavos pudieron recolectar más recursos e incluso observar crecimiento dentro de la paradoja de la flagelación de sus miembros esclavos como ex-presión suprema de religiosidad.111 Pero este tipo de cofradías no fueron las únicas que lograron consolidarse en San Luis Potosí, ya que también pros-peraron las hermandades de negros de la Humildad y la Paciencia de Cristo, a cuyos miembros se les recomendaba vestir túnica y capucha para asegurar

107 Nguema Allo ,“El “sistema esclavista”…,pp. 4-5108 Crespi, “Cristianismo y esclavitud…, p. 140.109 ACM-INAH, Fondo Diocesano, Sección Gobierno, Serie Visitas, Informes 1749, Exp. 42, 1749.110 Germeten, Black Blood Brothers…, p. 4.111 Ibid…, p. 27.

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el anonimato en una vida de modesta de devota. De acuerdo a Germeten, esta cofradía estuvo domiciliada en la iglesia parroquial de la capital potosi-na en donde fue fundada en 1657. En la lista de los miembros fundadores, encontramos a seis mestizos, 14 mulatos y 10 hermanas, muchas con sangre africana y entre ellas, la negra Magdalena de la Cruz. Anterior a esta frater-nidad, en 1606 se había fundado la congregación de la Soledad, la cual para 1614 tenían entre sus integrantes a María conga, y a otras cautivas de nom-bre Clara y María, lo cual nos hace suponer que estas negras pudieron con-trolar las prácticas de la fraternidad como los ritos funerarios.112 Además de las dos hermandades mencionadas, en el Cerro de San Pedro también estuvo vigente la cofradía de San Nicolás Tolentino por el año de 1679. Así, el fun-cionamiento de las confraternidades de negros en San Luis durante el siglo xvii se hicieron cargo de aspectos como los entierros de los africanos, del cuidado de las almas y los enfermos, así como de la organización de las pro-cesiones113 con activa participación de sus integrantes mujeres que buscaron entre otros aspectos, el patrocinio de los gastos de los sepelios de esclavos.114

Con la articulación de los datos provenientes de procesos civiles, judicia-les, así como de la doctrina eclesiástica nos ha sido posible abrir una ventana hacia el San Luis Potosí de la época virreinal tratando de escuchar por se-parado y en su conjunto las voces africanas no solamente a través de la me-diación de la población blanca sino de la información de naturaleza cuanti-tativa y cualitativa que ha servido de andamio metodológico en esta última parte del trabajo.

Si bien nos fue posible penetrar en ciertos actos de resistencia de muchos esclavos a su estado, también hemos podido ser testigos de los mecanismos de adaptación que los africanos usaron para establecer relaciones de convi-vencia y conveniencia al interior de la sociedad virreinal potosina. A partir de los casos examinados, damos cuenta pues de la memoria africana que había permanecido latente en el conocimiento del pasado y en el cual se

112 Germeten, Black Blood Brothers…, pp. 58-59.113 El protagonismo de la Cofradía de Nuestra Señora de Soledad singularmente es la figura central de la Procesión del Silencio de la capital potosina que se ejecuta el viernes santo y que tuvo una revitalización a partir del año de 1954, desde cuando se ha convertido en el evento procesional más importante de las manifestaciones religiosas de México.114 Ibid…, pp. 60, 238

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descubre el sentido de aculturación. Por ejemplo, en la constitución de las cofradías de negros en San Luis, observamos esta variante de organización social que al mismo tiempo que contribuyó a darles un sentido de identidad comunitaria, les hizo que cumplieran con uno de los preceptos religiosos más valuados en la sociedad blanca. Así, el estudio de la comunidad africana en el San Luis de la época virreinal nos permite incorporar su protagonismo en la conciencia histórica ya que a pesar de la invisibilidad historiográfica que por mucho tiempo impidió verlos como parte de la sociedad potosina, la huella del pasado de los negros en la ciudad también pueden vinculares con los significados culturales sin los cuales San Luis Potosí no puede ser entendido del todo.

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213Consideraciones finales

CONSIDERACIONES FINALES.

El estudio de comercio de esclavos y de la integración del africano en la so-ciedad del San Luis Potosí novohispano que hemos dado cuenta, pretendió ante todo incorporar sus características en el marco de los estudios sobre los esclavos africanos en la Nueva España y de las repercusiones sociales de la trata en un colectivo económico y social de la frontera norte del México virreinal. Así mismo, nuestras pretensiones se orientaron también a intentar romper con las ataduras de la historiografía tradicional y las obras enciclo-pédicas del pasado potosino en las cuales, el negro africano no había obser-vado un protagonismo reconocible. Más allá de que las portaciones sobre el pasado colonial potosino son muy escasas, la actuación del africano libre y esclavo ocupa muy pocas líneas a pesar del dinamismo con el cual han evolucionado en años recientes los estudios sobre la población negra en el pasado mexicano.

Con los resultados que hemos expuesto, también buscamos ampliar nues-tro conocimiento acerca de no solamente las comunidades africanas en las urbes novohispanas, sino de los procedimientos del mercadeo de esclavos y de la implementación de modelos de convivencia entre todos los actores sociales en el estuche urbano.

Paradójicamente, la imagen del africano en la escritura de la historia de San Luis Potosí tal parece que ha logrado cierto reconocimiento en años recien-tes y al interior del instrumento básico de construcción de una conciencia

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histórica: el libro de texto gratuito de educación primaria. En las tres últi-mas versiones anuales de la obra, el esclavo negro discretamente empieza a ser mencionado como actor histórico y como componente del mestizaje regional. Así mismo, en cuanto a la participación del africano en la mine-ría colonial potosina, en la adaptación más reciente del Libro de Texto de Tercer Grado, los niños de las escuelas potosinas hoy en día adquieren una idea básica y de visibilidad manifiesta de un protagonista de piel obscura que llegó a la fuerza para instalarse en las páginas del pasado.

“En las minas al principio la mayoría de los trabajadores eran indios, pero después los españoles trajeron a personas de distintos pueblos africanos para hacerlos trabajar como esclavos. Dada su fuerza y resistencia, a los esclavos les tocaba hacer el trabajo más duro, como picar la piedra y cargar el mineral en la espalda para sacarlo de las mina.”1

Con esto, tal pareciera que el protagonismo del negro y su diversidad cul-tural en el pasado potosino (aunque con imprecisiones), se ha empezado a entender mejor en las aulas de educación básica, que en los círculos de re-flexión académica más complejos.

Más allá de que esta perspectiva puede ser considerada como una aproxi-mación factual, descriptiva y un tanto anecdótica sin el beneficio de la do-cumentación, representa en sí misma un avance significativo que puede estimular las miradas futuras en torno del negro en el periodo virreinal po-tosino y ayudar a las nuevas generaciones de investigadores a combatir un tipo de daltonismo historiográfico que ha obstaculizado la percepción de la población de origen africana en la historia regional.

Con los resultado del presente trabajo, el abanico de estudio se abre más permitiendo también el diálogo entre la historia y otras disciplinas que pue-den converger en el estudio del africano, tanto desde la mirada profunda dirigida al comercio de esclavos, como la orientada a los agentes que promo-vieron los desplazamientos y a partir de la perspectiva de una historia social del negro en un rincón de la frontera norte de la Nueva España.

La bitácora de pilotaje de este trabajo nos ha llevado por las orillas de mu-chas costas y puntos de encuentro tanto en el mundo atlántico como por los territorios del septentrión novohispano. Igualmente, hemos tomado mu-

1 Peña, et al. San Luis Potosí…, p. 65.

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chos caminos en nuestro intento de explicar la presencia del esclavo africano tanto en el Nuevo Mundo como en uno de los poblados hispanos más nue-vos en el horizonte norteño de la Nueva España. El trabajo tanto ha nave-gado por la costa occidental de África como en los pueblos del interior del continente negro en un esfuerzo de dimensionar los volúmenes de la trata, de dónde salieron los cargamentos y elaborar un inventario con los nombres de los pueblos o regiones del África que fueron agotados de sus recursos hu-manos con tal de mantener vigente uno de los proyectos comerciales que a la vez que fue un magnífico negocio, también sentaría las bases de un proceso de globalización sin comparación.

El trabajo además, ha atracado en los puertos y ciudades de la península ibero-lusitana que no pueden ser entendidos sin el tráfico de seres humanos, así como ha tocado tierra en los muelles veracruzanos y ha llegado caminan-do a las calles de la ciudad de México. Pero en este transitar, principalmente hemos visto desembarcar en las calles del San Luis novohispano los fletes de esclavos provenientes desde la otra orilla del mar ya sea en las mareas de arrieros o en las colleras de los negreros. Así mismo y más allá de las cifras, se ha intentado poner carne a los documentos y de cuantificar la importan-cia simbólica de los africanos en San Luis Potosí. A partir de los hallazgos que expone este trabajo, en las miradas sucesivas del pasado virreinal poto-sino será muy difícil excluir del imaginario histórico a la población de ori-gen africana como componente de varias esferas de la vida cotidiana, de la economía, de la población y de la sociedad.

Tradicionalmente, se había explicado la articulación de los protagonistas del pasado colonial potosino a partir de muchos escenarios en el cual no en-cajaba el africano. Se había reconocido por una parte los orígenes del pobla-do como parte de la diáspora tlaxcalteca, así como se había la importancia del real de minas en la producción de oro y plata. También se había puesto demasiada importancia en el papel que San Luis jugó en la llamada guerra chichimeca al igual que la configuración de la frontera norte de la Nueva España y terminamos por presenciar que justamente en la periferia de esta porción de la América española, hasta 1640 se hizo presente una ampliación de las fronteras de la América portuguesa en virtud de la vertebración de los comerciantes lusitanos administradores de la trata de esclavos.

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A la luz de un cuerpo documental en el cual se hace una organización de fuentes notariales, informes en las esferas de lo civil, lo administrativo y lo religioso, así como informaciones provenientes de archivos parroquiales, ha sido posible la reconstrucción de una versión del comercio de esclavos y de la presencia de la población africana en el real de minas de San Luis Potosí. La información ha sido generosa en la medida que nos ha permitido revisar las características peculiares y generales. En otras palabras hemos llegado a lugares comunes en donde han atracado también otros estudios en el inten-to de hacer visible al africano tanto como objeto de comercialización como vecino y miembro de una comunidad dinámica.

También, de ha tratado de reconstruir el peso o importancia de la escla-vitud negra dentro del sistema económico y social de una localidad como San Luis Potosí durante la época virreinal como cruce de caminos y de rutas comerciales en las cuales circulaban también las remesas de esclavos por te-rritorios en donde la gente era el recurso mejor apreciado como fuerza labo-ral. Las cifras expuestas no nos permiten vacilar en sostener, que durante los primeros 40 años del poblado, al interior de sus muros se reprodujo un vigo-roso mercado de esclavos articulado por el manejo experto de los tratantes y de la demanda de cautivos como características propias de una sociedad que promovió activamente la esclavitud.

En el colectivo organizado de San Luis Potosí durante la primera mitad del siglo xvii, funcionó un mercado de esclavos organizado por los traficantes portugueses y su compleja red de mediadores que les permitió organizar un lucrativo negocio y al mismo tiempo permitió la integración del africano en la población. Los nodos de las extensas redes de los negreros también se anclaron en San Luis y lo hicieron con tanta eficiencia que las cifras que hemos recuperado nos permiten argumentar que en varios episodios del pa-sado del poblado, la población de origen africana no puede ser considerada como la tercera raíz, como se ha dicho del lugar del negro en la población de la Nueva España, sino ocupó un segundo lugar muy evidente en la escala de importancia demográfica.

La contraparte de este designio de índole comercial contribuyó de una ma-nera importante en la configuración de un afro mestizaje característico de Hispanoamérica y en particular en el espacio de frontera de San Luis Poto-sí en donde las actividades mineras tanto permitieron la convergencia de

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la población como se llevaron a cabo experimentos de algo que podríamos llamar coexistencia fronteriza, en la cual el negro africano fue también un ingrediente.

El protagonismo de los traficantes lusitanos en el despliegue mercantil que hemos dado cuenta estuvo fundamentado tanto en la incapacidad de los tratantes hispanos para organizar el comercio de piezas africanas, como por el profundo conocimiento que poseían los portugueses del mercado origi-nal de cautivos, lo cual les permitió tanto la extracción de la mercancía, su almacenaje y posterior transportación como si fuera un proceso apuntalado dentro de la red de agentes cambiarios en todos los rincones del reino en donde se consumieran cautivos. San Luis Potosí no fue la excepción en esta red de mercados y nuestros hallazgos han intentado esclarecer los proce-dimientos por los cuales se dio la intervención de los negreros, sus agentes corresponsales en el Puerto de Veracruz y la ciudad de México, así como la red de comercialización con hebras en las costas y factorías africanas, Sevilla y el mundo atlántico.

Uno de los aspectos que queda pendiente es esta observación del comercio de esclavos puede ser el dimensionar el tamaño y los rendimientos del nego-cio no simplemente sumando los costos de los esclavos en una gran adición como las que se hacen para cuantificar las ganancias por la minería. El reto es tratar de completar un valor aproximado de la migración forzada de los miles de contingentes de cautivos que sobrevivieron el largo camino hasta llegar a ser comerciados en los mercados del Nuevo Mundo y de sus áreas periféricas en donde podemos ubicar nuestro estudio de caso.

Pero en este ámbito, la consideración de la esclavitud del africano como solución a la escasez de mano de obra dedicada al trabajo de las minas po-tosinas, no fue la base en la cual se sostuvo la trata de esclavos ya que la minería tuvo como principal obstáculo la concurrencia de población con un perfil laboral específico y la producción de plata no estuvo supeditada a la llegada de las remesas de azogue, aspecto que fue el principal detrimento de centros mineros como Zacatecas y Guanajuato.

Según la documentación en la cual se traduce la experiencia laboral dentro de las minas de San Luis Potosí, la participación de los esclavos africanos e incluso, de sus descendientes fue de muy baja escala, pero sí fue notoria en las nóminas de los trabajadores de las haciendas de beneficio. Sin embargo,

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en un real de minas como San Luis Potosí, la mano de obra más valorada era precisamente la necesitada al interior de los socavones y en segundo térmi-no, la dedicada a las tareas de beneficio de metales. Así, esta esquematización del trabajo minero contribuyó también a la construcción del perfil comercial de la trata y de las adaptaciones a las cuales se enfrentaron los comerciantes de ébano en el mercado de esclavo local en el cual tanto se mantuvo la oferta de mano esclava para estas tareas como dispuso de inventarios dedicados a la servidumbre.

Por su parte, la comercialización de los esclavos angoleños, del Congo, los terranovos o los provenientes de Mozambique que llegaron a San Luis Po-tosí, nos permite apreciar los rasgos de una sociedad esclavista con muchos rostros, intereses y costumbres amparadas en antiguos códigos negreros que permitieron convertir en objetos a los cautivos. Pero así como hemos po-dido dar cuenta de la construcción de este “sujeto” histórico, también nos fue posible estudiarlos en su recomposición como individuos que tanto re-sistieron la sujeción como se adaptaron a la vida en una ciudad con tintes hispanos.

Desde su posición en el personal de servidumbre doméstica, muchos es-clavos verían pasar la vigencia de su cautiverio en cercanía con los amos y al mismo tiempo, consolidaron las redes de relaciones sociales a partir de la esclavitud. El esclavo fue visto como un estándar de valor y un medio de intercambio, ya que la posesión de uno o varios de ellos tanto era de utili-dad para respaldar garantían monetarias como fueron prendas de empeño o bien fueron concebidos como objetos de ostentación dentro de un índice de prestigio entre los dueños. Pero ante todo, la esclavitud urbana del africano en San Luis Potosí construyó un escenario de cercanía tanto con los amos como con el resto de los componentes sociales y poblacionales de una ciu-dad multiétnica como el San Luis del Potosí novohispano.

No sabemos a ciencia cierta cuantos funcionarios españoles, clérigos o im-portantes hacendados y dueños de minas fueron criados por nodrizas ne-gras, ni podemos escuchar nuevamente las canciones con las cuales fueron arrullados en los brazos de ébano. Lo que sí podemos saber a través de la ventana documental que hemos abierto, es que las calles de San Luis por buena parte del siglo xvii estaban pletóricas de negros. A través de las de-nuncias civiles y judiciales, podemos ver a algunos de ellos riñendo contra

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los indios, o bien, a través de los discursos plasmados en tinta, es posible también observar a las negras y a las mulatas caminando detrás de sus dueños para asistir a misa y bien apreciarlas contoneando sus cuerpos en-frente de las miradas los vecinos. Pero más nítidamente podemos ver a tra-vés de las huellas documentales fragmentos de la piel de los cautivos, como si fueran escaparates corporales que nos revelan los rótulos que escribieron en sus cuerpos o bien como fueron catalogados de acuerdo a las tonalidades del color que fue sinónimo de esclavitud y de pertenecer al escalón más bajo de la sociedad al mismo tiempo que la estructura económica reconocía su valía como gente de laborío indispensable.

En complementariedad de nuestra reconstrucción del comercio, han que-dado revelados también los patrones de convivencia y las estrategias de fór-mulas de conveniencia con las cuales la población africana se amoldó a la sociedad potosina de los siglos xvii y xviii. En este sentido, en la revisión de los mecanismos por medio de los cuales, los esclavos y libres aprendieron a leer los significados de la vida en una ciudad hispana, pudimos asistir a las ceremonias de bautizos de los hijos de los esclavos, a las bodas observadas celosamente por los amos y bendecidas por la Iglesia. Así mismo, en la me-dida de las posibilidades, no fue posible también asomarnos a los rituales funerarios. En este último cuerpo de significados, quedó al descubierto tam-bién la construcción del sentido de comunidad africana según los criterios dictados por el clero en la constitución de cofradías, quienes tanto rezaron por el descanso eterno de las almas de sus muertos, como promovieron las fiestas patronales dentro de la organización de las fraternidades de africanos. De aquí en adelante, las características expuestas en torno a las hermandades de negros que funcionaron en San Luis Potosí nos podrán hacer reflexionar acerca de qué tanto las tradiciones de raíz africana siguen vigentes en distin-tas esferas de la vida cotidiana del San Luis contemporáneo.

Finalmente, en la última parte del trabajo, a partir de la observancia de los mecanismos de control y disidencia en torno al comportamiento del africa-no, nos ha sido posible reconstruir algunas manifestaciones de resistencia y disidencia de los africanos a distintas formas de sometimiento tanto a la sombra de los amos como bajo el escrutinio de la religión. En este aspecto, algunos esclavos negros arraigados en San Luis Potosí, a pesar de su encade-namiento prolongado, a través de su capacidad de resistencia, no perdieron

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rasgos de su identificación como personas y no como objetos e incluso lo-graron adaptarse a través de sus manifestaciones comunitarias a la vida en un espacio fronterizo del septentrión novohispano y en particular en San Luis Potosí en donde no fueron los único esclavos que integraron el gran mercado de cautivos ni el estigma de la esclavitud los inmovilizó del todo.

En conclusión, este trabajo ha conservado en su horizonte la construcción de un pasado virreinal potosino en el cual se incluya el componente africano y ya no solamente una historia emblanquecida ni en donde se deposite más relevancia sobre el color de la piel. Al final, en la medida de que se reconozca la participación del esclavo y el negro libre estaremos reconociendo la plu-ralidad étnica de una sociedad potosina asociada a la idea de Martí de este pasado sea “más que blanco, más que mulato y más que negro”.

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Inventario de Calimbos de Esclavos Africanos en la Ciudad de San Luis Potosí, Siglos xvii y xviii.

N° de Carimbo1 Descripción del Contexto(s)2

Descripción del

Esclavo(s)3

Tratantes4 Ubicación del Carimbo en

cuerpo

15 a) El Capitán Duarte López otorga poder a Si-món de Villanue-va para vender 5

piezas de esclavos de Guinea, bo-zales

Varón del congo, 12, “Guiamar”, 10; María, 15; Magdalena del Congo, 16; Lucía, 16 y An-tonio, 14 años de edad.

Simón de Villa-nueva, mulato libre llevaba a vender esclavos negros a las minas de Zaca-tecas y San Luis Potosí.

Marcados en ¿?

26 El Capitán Alon-so de Guajardo vende a Francis-co Rodríguez

Isabel, Angola, 18 años, en 360 pesos de oro común.

Comprada originalmente del Capitán Merino de Guzmán, quien la entregó marcada.

??

37 a) Juan Martí-nez, vende al Ca-pitán Sebastián de Oyarzabal, Diputado de la Minería.b) a Diego de Espinoza.c) a Alonso Matías.d) a Capitán Sebastián Oyar-zabal.e) a Alonso García.

a) Domingo, angola, bozal, 20 años en 300 pesos.b) Catalina, bozal; Juana, 20 y Antonio, 18, bozales por 710 pesos.c) Francisco, angola, bozal.d) Manuel, angola, bozal, 20, en 220.e) Madalena, angola, bozal, 20, en 220.

Juan Martínez, vecino de la Ciudad de México

a) En el brazo.b) Marcados por Melchor Méndez.c) en el pecho “ con una marca de afuerza de venta de Mel-chor Méndez & Compañía”.e) en los brazos.

1 Por aparición en orden cronológico en los documentos y referencia.2 Relación vendedor-comprador de esclavos.3 Nombre del esclavo, origen y características, edades en años y precio en pesos de oro común.4 Nombre de tratantes de esclavos que aparecen repetidamente en los contratos de compra venta individual y colectiva de esclavos africanos y afro descendientes.5 AHESLP Protocolos Alcaldía Mayor de San Luis Potosí, 1611.36 AHESLP Protocolos Alcaldía Mayor de San Luis Potosí, 1621.17 AHESLP Protocolos Alcaldía Mayor de San Luis Potosí, 1621.1

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253Apéndices y gráficos

48 a) Juan Martí-nez vende al Ca-pitán Sebastián de Oyarzabal.

b) a Alonso García.

a) Manuel, angola, bozal, 20 años en 300 pesos.

b) Madalena, angola, bozal, en 220 pesos.

Juan Mar-tínez

b) en los brazos.

59 a) Juan Martí-nez vende a Ca-pitán Sebastián de Oyarzabal.

b) A Diego de Espinoza.

c) A Juan de Salazar.

d) Gaspar Gar-cía vende a Juan de Salazar.

a) Pedro, angola, bozal, 20 años, en 300.

b) Manuel, an-gola, 20 años,

c) Gracia, angola, bozal, 15 años en 360.

Juan Mar-tínez

b) en brazo y nube en el ojo.

610 Juan Martínez vende a Hernan-do Díaz Infante.

Victoria, angola, bozal, 18 años. Enferma.

Juan Mar-tínez

¿?

711 Juan de Elorza, mercader vende a Alonso de la Fuente, dueño de carbonera.

Juan, angola, bozal, 20 años, en 370 pesos.

Juan Mar-tínez

¿?

8 AHESLP Protocolos Alcaldía Mayor de San Luis Potosí, 1621.1 9 AHESLP Protocolos Alcaldía Mayor de San Luis Potosí, 1621.1 y 1623.210 AHESLP Protocolos Alcaldía Mayor de San Luis Potosí, 1621.111 AHESLP Protocolos Alcaldía Mayor de San Luis Potosí, 1621.1

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Ramón Alejandro Montoya254

812 a) Juan Mar-tínez vende a Alonso de Solór-zano, mesonero.

b) Pedro Nieto vende a Mateo Rodríguez.

a) María, negrita, angola, bozal, 14 años en 335 pesos.

b) Lucas, angola “entre bozal y ladino”, 20 años en 370 pesos.

Juan Mar-tínez

¿?

913 a) Juan Mar-tínez vende a Juan de Salazar, minero.

b) a Rodrigo Alonso, pana-dero.

a) María, angola, bozal, 15 años en 360 pesos.

b) Catalina, angola, 25 años en 370 pesos.

Juan Mar-tínez

b) en el pecho iz-quierdo.

1014 a) Juan Méndez vende a Francis-co Santos.

b) Sebastián de Castro vende a Juan de Montal-vo, vec. de la Cd. de México.

c) a Domingo de Oyarquen.

a) Simón, angola, bozal, 20 años, en 380 pesos.

b) Isabel, angola, bozal,18 años en 380 pesos.

c) Alonso, angola, bozal, 22 años, en 360 pesos.

Juan Mén-dez

a) en el pe-cho derecho.

b) Idem.c) Idem.

11 Juan Bautista vende a Juan Pastrana.

Manuel, Mateo, Juan, Francisco, An-tonio, Cristóbal, María, Cristóbal, Pedro, bozales de Guinea.

Juan Bau-tista

En brazos y pechos, todos.

12 AHESLP Protocolos Alcaldía Mayor de San Luis Potosí, 1622.213 AHESLP Protocolos Alcaldía Mayor de San Luis Potosí,14 AHESLP Protocolos Alcaldía Mayor de San Luis Potosí, 1621.2

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255Apéndices y gráficos

1215 Francisco de Requena vende a Antonio Lino.

Lucrecia, angola, 18 años

¿? Con dos marcas

13 Juan Cano vende a Francisco de Acosta.

Mateo, congo, bozal

¿? ¿?

1416 Capitán Alonso de Pacheco, ve-cino de la ciudad de México, vende a Francisco de Puebla.

Francisco, ango-la, bozal, 22 años en 330 pesos

¿? En el pecho.

1517 a) Gabriel de Ro-sas vende a Diego Tovar.b) Diego de Tovar vende a Melchor de Te-rreros.c) Sebastián de Villalobos, vecino de la ciudad de México vende al Capitán Juan Ce-rezo Salamanca

a) Juan y Fran-cisco, angolas, 18 años y 400 pesos c/u.b) Juan, Luis, y Francisco, an-golas, bozales en 300 pesos c/u.c) Pedro, angola, 19 años en 340 pesos.

c) esclavo comprado en la ciudad de México de Xacinto de Torres.

b) en el brazo.c) en el brazo.

15 AHESLP Protocolos Alcaldía Mayor de San Luis Potosí, 1621.216 AHESLP Protocolos Alcaldía Mayor de San Luis Potosí, 1621.317 AHESLP Protocolos Alcaldía Mayor de San Luis Potosí, 1621.3, 1622.2 y 1625.3

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Ramón Alejandro Montoya256

1618 Diego Rodríguez, carbonero, vende a Francisco Gaytán.

Bonifacio, ango-la en 400 pesos.

[ ] [ ]

1719 Capitán Miguel López de Ayala vende

Simón, criollo en 400 pesos.

[ ]

1820 Sebastián de Yyarzabal vende a Joseph de Briones.

[ ] Sebastián de Yyarzabal

[ ]

1921 Sebastián de Yyarzabal vende a Joseph de Briones.

[ ] [ ] [ ]

2022 Sebastián de Yyarzabal vende a Joseph de Briones.

[ ] [ ] [ ]

18 AHESLP Protocolos Alcaldía Mayor de San Luis Potosí, 1621.419 AHESLP Protocolos Alcaldía Mayor de San Luis Potosí, 1621.420 AHESLP Protocolos Alcaldía Mayor de San Luis Potosí, 1621.421 AHESLP Protocolos Alcaldía Mayor de San Luis Potosí, 1621.422 AHESLP Protocolos Alcaldía Mayor de San Luis Potosí, 1621.4

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257Apéndices y gráficos

2123 Pedro de Sierra vende a Pedro León, mercader.

Pedro, angola, más ladino que bozal, 10 años en 250 pesos.

En el brazo.

2224 Juan de Pastrana vende a Francis-co Pulgarín

Xacinto, angola, 20 años en 360 pesos.

[ ] [ ]

2325 Gaspar García vende a Juan de Salazar.

María, 15 años en 360 pesos.

[ ] [ ]

2426 Alfonso López Méndez vende a Francisco Rodrí-guez Jordán.

Juan, angola, bozal, 16 años en 370 pesos.

Alfonso López Méndez

[ ]

2527 Alfonso López Méndez, tratante de negros, vende a Diego de Es-pinoza

Alexandre, an-gola, 20 años, en 390 pesos.

Alfonso López Méndez

En el pecho.

23 AHESLP Protocolos Alcaldía Mayor de San Luis Potosí, 1622.124 AHESLP Protocolos Alcaldía Mayor de San Luis Potosí, 1622.225 AHESLP Protocolos Alcaldía Mayor de San Luis Potosí, 1623.226 AHESLP Protocolos Alcaldía Mayor de San Luis Potosí, 1624.127 AHESLP Protocolos Alcaldía Mayor de San Luis Potosí, 1624.1

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2628 Idem. Idem. En el pecho

2729 Alfonso López Méndez vende a Pedro Bravo.

Manuel, angola, bozal, 20 años, en 380 pesos.

Alfonso López Méndez

En el pecho

28 Alfonso López Méndez vende a Juan Martínez

Pedro, angola, bozal, 20 años en 380 pesos.

2930 a) Manuel Ál-varez vende a Sebastián Cas-tillo.b) Manuel Ál-varez vende a Lorenzo Alonso.

a) Cristóbal, angola, bozal, en 360 pesos.b) Manuel, angola, bozal, en 335 pesos.

En brazo derecho.

3031 Miguel Ruiz, mercader vende a Juan Rodríguez de León, minero de Guadalcázar.

Mateo, angola, ladino, 30 años en 350 pesos.

En el brazo.

28 AHESLP Protocolos Alcaldía Mayor de San Luis Potosí, 1624.129 AHESLP Protocolos Alcaldía Mayor de San Luis Potosí, 1624.130 AHESLP Protocolos Alcaldía Mayor de San Luis Potosí, 1624.1, 1624.331 AHESLP Protocolos Alcaldía Mayor de San Luis Potosí, 1625.3

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259Apéndices y gráficos

3132 Juan de Llama vende a Joaquín de Echagoyan.

Pedro, angola, 15 años en 300 pesos.

En la espalda.

3233 Lic. Antonio de Puga, presbítero vende a Gregorio de Fuente.

Francisco, an-gola, 25 años en 300 pesos.

3334 Andrés Luis Guerrero, piloto vende a Gonzalo Alcalde.

María, angola, bozal, 18 años, en 300 pesos.

Andrés Luis Guerrero oAndrés Luis Guireiro

3435 Fernando de Aguirre vende a Antonio Cornelio

Dos esclavos an-golas de 20 años, en 640 pesos.

3536 Sebastián de Castro vende a Manuel Pinto, carbonero

María, angola, 13 años en 360 pesos.

32 AHESLP Protocolos Alcaldía Mayor de San Luis Potosí, 1625.333 AHESLP Protocolos Alcaldía Mayor de San Luis Potosí, 1626.1 34 AHESLP Protocolos Alcaldía Mayor de San Luis Potosí, 1626.335 AHESLP Protocolos Alcaldía Mayor de San Luis Potosí, 1626.336 AHESLP Protocolos Alcaldía Mayor de San Luis Potosí, 1629.1

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3637 Sebastián de Castro vende a Francisco Acosta, minero.

Antonio, angola, bozal, 16 años en 375 pesos

3738 Bernardo de Parada vende

Juan Antonio de la Cruz de 33 años.

3839 Juan Martínez vende a María Cortez.

Joan, angola, bozal de 18-20 años en 355 pesos

En el pecho

37 AHESLP Protocolos Alcaldía Mayor de San Luis Potosí, 1629.138 AHESLP Protocolos Alcaldía Mayor de San Luis Potosí, 174039 AHESLP Protocolos Alcaldía Mayor de San Luis Potosí, 1621.4

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261Apéndices y gráficos

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263Apéndices y gráficos

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Mapas

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267Mapas

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Privilegiando una mirada minuciosa en el plano documental (archivos locales, nacionales y del extranjero), El esclavo Africano en San Luis

Potosí reconstruye la presencia de africanos en este Real de Minas del norte próximo de la Nueva España desde los días de su fundación hasta la época de consolidación del poblado en el siglo XVII.   A través de la extensa documentación, el trabajo busca desmontar varios presupuestos historiográficos que han ponderado la actuación del negro africano como mano de obra en la minería. La nueva imagen del africano en los planos cuantitativo y cualitativo que el autor nos ofrece es ante todo una invitación para hacer visible a un sector de la población virreinal del septentrión novohispana que en buena medida, ha permanecido invisible en la mirada de los estudiosos de la sociedad y la minería a pesar de la contundencia

del color de la piel de los protagonistas.

Ramón Alejandro Montoya

Antropólogo social por la Universidad de las Américas-Puebla. Maestro en Historia por la Universidad Iberoamericana-Santa Fe y Doctor en Historia por la Université de Montréal, Canadá.Profesor Investigador de Tiempo Completo de la Facultad de Ciencias Sociales y Humanidades, en la Licenciatura en Historia.Miembro del Sistema Nacional de Investigadores.Ganador del Certamen 20 de Noviembre y del Premio Francisco Peña en Historia (1991, 2002 y 2013) así como del Certamen José Antonio Villaseñor y Sánchez del Consejo Potosino de Ciencia y Tecnología en 2005.

Obras principales:San Luis del Potosí Novohispano. San Luis Potosí, Coordinación de Ciencias Sociales y Humanidades-Universidad Autónoma de San Luis Potosí. 2009Guía de Investigación del pasado Colonial Potosino. San Luis Potosí, Escuela de Ciencias Sociales y Humanidades. 2013.