El Ensayo. Arturo Souto

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1 Arturo Souto EL ENSAYO 1973 Programa Nacional de Formación de Profesores ASOCIACION NACIONAL DE UNIVERSIDADES E INSTITUTOS DE ENSEÑANZA SUPERIOR

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Arturo Souto

EL ENSAYO

1973

Programa Nacional de Formación de Profesores ASOCIACION NACIONAL DE UNIVERSIDADES E INSTITUTOS DE

ENSEÑANZA SUPERIOR

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Primera edición: México, 1973

Derechos reservados Copyright c 1973 Programa Nacional de Formación de Profesores ASOCIACION NACIONAL DE UNIVERSIDADES E INSTITUTOS DE ENSEÑANZA SUPERIOR Av. M. A. Quevedo 8-4' piso Apúo. Postal 70-230 México 20, D. F .

Diseño de la Portada: Javier Espinoza y Javier Fí-agoso

Edición a cargo de: COMPLEJO EDITORIAL LATINOAMERICANO, S. A. Moctezuma esquina Lerdo No. 58-C Colonia Guerrero. México 3, D. F.

Impreio tn Méxito

Prínted ha Maxtto-

P R E S E N T A C I O N

Esta 'publicación forma parte de la Serie TEMAS BASICOS, preparada por la Asociación Nacional de Uni­versidades e Institutos de Enseñanza Superior. En cada una de las áreas de Matemáticas, Ciencias Naturales, His­toria y Ciencias Sociales y Lengua y Literatura, la Serie ofrece los temas vertebrales de los cursos correspondientes en el nivel de eyiseñanza preparatoria o bachillerato. Algu­nos de los temas serán útiles tqmbién como auxiliares para repaso en el inicio del ciclo profesional o como fuente de conocimiento para el lector autodidacta.

Dentro de la intención didáctica con que han sido elaborados los materiales, cabe destacar los propósitos de claridad, concisión y, en la medida de lo posible, desarrollo autónomo de los temas. En cada caso, se han incorporado al texto ejemplos, preguntas o ejercicios. En ocasiones, las preguntas o los ejercicios se acompañan de sus correspon­dientes resoluciones. Se recomienda que el lector intente su propia respuesta, antes de ver la que el autor ofrece.

Excepto en el área de Historia y Ciencias Sociales, en donde se utilizaron trabajos de autores extranjeros, en el resto se contó con la valiosa intervención de destacados científicos e intelectuales mexicanos. La coordinación ge­neral de la Serie estuvo a cargo del señor Lic. Hugo Pa­dilla. Los señores doctores Emilio Lluis, Francisco Medina Nicolau, Romeo Flores y Luis Rius, coordinaron, respecti­vamente, las áreas de matemáticas, ciencias naturales, his­toria y ciencias sociales y lengua y literatura.

LIC. ALFONSO RANGEL GUERRA SECRETARIO GENERAL EJECUTIVO

ASOCIACION NACIONAL DE UNIVERSIDADES E INSTITUTOS DE ENSEÑANZA SUPERIOR

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INDICE

1 N A T i m A L E Z A

1.1. Definiciones -' 1.2. Características i : - l . 3. Clasificación i..

< 2 HISTORIA

%r2; 1. Los precursores 42. 2. Montaigne y sus Ensayos

"I¿.'3.É1 siglo xvii • 2 4. El siglo XVIII . ^ 5. El siglo XIX 2. í : El siglo XX

.Í<ÍOTAS

.'VPREGUNTAS

RESPUESTAS

BIBLIOGRAFIA

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EL ENSAYO

1. NATURALEZA

1.1. Definiciones

El ensayo propiamente dicho es un género moderno. Bajo nombres ajenos, incluido todavía en otras clases de escritos, des-provisto de una teoría literaria que lo sustentara como variedad _

"lriHepeñ3iente",~pueden rastrearse sus orígenes hasta épocas an-llguas.Tero~él ensayo consciente de su autonomía literaria, el ensayo claramente definido como tal, se perfila en los'últirpos siglos más o menos. Sólo en la edad contemporánea es cuando ha llegado a alcanzar, dentro del más ampTio sector de la prosa didáctica que lo engloba, una p_osidón__cent£ál. Y es muy pro­bable que en su desarrollo y hegemonía como género literario mayor, hayan tenido_ gran influencia el pensamiento liberal y

_el__periodi,smo. De ahí su rápido ascenso a partir de la Revolu-ción francesa. La palabra "ensayo" se define en el Diccionario de Auloridades como "inspección, reconocimiento y_examenj]el_ estado de las cosas" (1) . No connotaba entonces forma litera­ria, como tampoco en las ediciones posteriores que le siguieron de cerca ( 2 ) . En la actualidad, sin embargo, el ensayo está de­finido como género literario, aunque no muy felizmente. "Es- crito, —explica el Diccionario de la Real Academia—, generai-mente breve, sin el aparato ni la exterisión que requiere j i n

"tratado complelcriobre ¡a misma materia" ( 3 ) - Por "aparato" " deb'e'erit"eii"derse aguí eljsrudito o"crítico, esto es, el conjunto de notas ai pie de página, citas y bibliografía que suelen acompa ñar a las obras doctrinales. No es muy sustanciosa la defin?«tón.

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Se refiere en realidad al aspecto formal del ensayo, y no a su naturaleza, a la estructura esencial que lo separa de otros géne­ros literarios. La nota a una retórica del siglo pasado dice que "su clasificación perfecta no cabe ni entre las obras imaginarias ni entre las didácticas o morales, aunque participa de algunos de sus caracteres. En realidad, se reduce el ensayo a una serie de divagaciones, las más veces de aspecto crítico, en las cuales el autor expresa sus reflexiones acerca de un tema determinado, o sin tema alguno" (4 ) . No es fácil entender cómo es posible escribir "sin tema alguno", pero lo que se desprende de esta definición preceptiva es el hecho de que, .£2_dengua española, el ensayo constituye un género que tardó bastante t i e m ^ en independizarse. Otro diccionario agrega un rasgo ^efinitorio más: "En los tiempos modernos, se aplica el vocablo a un ver­dadero género literario que comprende todos aquellos trabajos considerados como literariocientíficos" (5) . Corominasjo con­sidera "obra literaria didáctica ligera y provisional que aparece a principios del siglo xix" (6 ) . El término "ensayo" proviene del latín tardío: exagimn,_ es decir_, el acto de pesar algo. Está además relacionado con el "ensaye: prueba o examen~de la ca­lidad y bondad de los metales". Tanto pesar como probar son rasgos esenciales del ensayo, pero la definición más clara se encuentra en el diccionario de Webster^ "Composiciónjiteraria; breve que tratarH^lür solo tema, por lo común desde un punto de vista personal y sin intentar ser más completa" (7 ) .

Lo que deslinda el ensayo dejjtros 'géneros literarios no_es tanto su brevedad o falta de aparato erudito, cuanto un rasgo propio que consiste precisamente en lo que sugiere la palabra misma: ensayar. Esto es, j esar , proJDar, reconocer, examinar. Pero, ¿en qué consiste esta prueba que se hace? El ensayo es un escrito, j3or lo común breve, sobre temas muy diversos. No lo

" define el objeto sobre el cual se escribe sino la actitud del es­critor ante el mismo. Actitud de prueba, de examen, a veces de tentativa o de sondeo. El ensayo es una cala, una avanzada, un tiento por el que se reconoce un terreno nuevo, inexplorado. No tiene ni requiere aparato crítico ni gran extensión; en el fon­do, es una hipótesis, una idea que se ensaya. Se presenta escueto y desnudo. Sin ropajes eruditos, su apariencia enjuta es enga-

n ; r e . O N J M 0 ^ 6 STiíU COM-V«?>cl<i J ^Sx%•^ tM.U H«S v i Qa^'c ^

nosa. Aunque no deban buscarse en el ensayo muchos datos ni hechos rotundamente demostrados,, su humildad es tan sólo apa­rente. Porque elensayo no consiste en la exposición de ;onoci-mientos, en la ordenación de un caudal de datos informativos, cualesquiera que éstos sean, sino en la proyección de una idea nueva^sobre algo que se creía de sobra conocido.. Es frecuente que las cosas muy sabidas tiendan a ser aceptadas como axio­mas, como inconmovibles supuestos lógicos. Y en esta acepta­ción se arriesga a veces la marginación y el anquilosamiento mental. El ensayo abre una ventana, lo remueve, lo perturb.a

Jodo. En otras palabras: ensaya lo establecido, lo pesa, lo tem­pla, la pone a prueba. A esto se debe que loak-espiritual del ensayo y delensayismo sea la duda. Y no es, por lo mismo, alea­torio que el ensayo fuera definido por Montaigne a fines del siglo xvi, o sea durante el tiempo en que se oponía el concepto crítico y experimental al principio de autoridad. El ensayo, por consiguiente, no ha prosperado mucho allí donde pesen dema­siado las supuestas verdades dogmáticas, sea cual fuere el tema en que se aseveran. El medio ambiente del ensayo son, por lo

• contrario, la duda, la curiosidad, d l i b r e examen, el antiguo afán humano de querer ver las cosas por fuera y por dentro. De ahí eTcixáH'eFpolémico, agresivo, "que suelen tener jos j;rancles ensayistas. Ante lo establecido,-ante todo aquello que la tradi­ción consagra y cristaliza, el ensayista viene en efecto a ensayar, a probar, a tocar para creer. Esta actitud, originada en la duda,

Jmplica pórTopronto una sospecha y una negación; implica ade~ más la posiBUIdad de derruir loque se creía firmemente cirnem tado y sustituirlo £or otra cosa que puede ser por lo completo nufeva y diferente. No es una casualidad que el ensayo se haya desarrollado sobre togo~a fines del siglo xvm, ni que se haya cul­tivado jpreferentementeei^^ es decir, bajo los climas del liberalismo económico y político. El ensayo es uq género nuevo y revolucionario, pero es también uno de los gé­neros literarios que necesita mayor madurez por parte de sus autores. No es tanto fruto de conocimientos como de sabiduría. El ensayista no es el que dispara una flecha al azar, no es tam­poco el que trastoca las ideas por el solo hecho de volver las cosas del revés. El ensayo esjroducto de largas meditaciones.^

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'^s^'a'ígo parecido a la estilización que de la naturaleza pueden hacer los grandes dibujantes: esos trazos tan puros, tan senci­llos, tan "fáciles", representan muchos años de esfuerzo, de ob­servación, de academicismo. El ensayo arraiga en una decanta­ción de los conocimientos, en el sedimento que han ido dejando los hechos, su estudio y análisis. Y en ese limo fértil germina la medula misma del ensayo. Así.^jsja proyección de una i^a^ al lanzamiento de una hipótesis que obras posteriores de otra clase: académicas, doctrinales, confirmar"án o rechazarán me-diante métodos de comprobación sistemática. Es la pruebáTTel

'Yiísaye~dFurrperisaíE^^ peró^eslambTeñ la consecuencia de pesar o examinar lo que se aceptaba como definitivo en fodos sus ángulos posibles. Lo demás: que sea breve, que carezca de aparato erudito, que sea híbrido entre la imaginación y el razo­namiento, no son sino rasgos secundarios. Lo esencial en el em sayo es su sentido de exploracióa, su audacia y..su. originalidad. "Erensayo~es7'en efecto, la "aventura del pensamiento" (8 ) . No sólo representa un puente entre la obra de arte y la obra cientí­fica, entre la fantasía y la observación, sino que_es a la vez una vanguardia, una aventura en los territorios inexplorados de las ideasTSe apoya en los hechos, que gravitan y lo fincan en la realidad,_pero, al mismo tiempo, el poder imaginativo lo alza,

Jo hace volar.El término "ensayo ' aplicado a un género litera­rio fue escogido por Miguel de Montaigne para denominar sus libros: Essais. Muchos de sus admiradores no estuvieron de acuerdo con este nombre; les parecía demasiado- humilde en contraste' con la trascendencia de la obra. Escribe un crítico ha­cia 1598: "La miscelánea de obras que quiso legar a Francia bajo el modesto título de Ensayos, aunque por la elegancia de su estilo, la espontánea libertad de hablar sobre lo que se ofrez­ca y la docta variedad de los temas tratados, debiera haber lle­vado con justicia un título más pomposo y magnífico, serán siempre testimonio de esta verdad que predico" (9 ) . El propio Montaigne dio este título a sus escritos porque los consideraba el jesultadp. de las_/>r«g^, de las experiencias que a lo largo . He su vida y sus lecturas habían ido posándose en el fondo de su espíritu. De ahí el carácter subjetivo, personal, de sus En­sayos.

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A propósito del significado de la palabra "ensayo", en cuan­to género literario, escribe Juan José Arreóla:

Cuando Enrique de Navarra pasó dos días en el castillo de Montaigne, quiso dar a su anfitrión una prueba de confianza, y se negó a que los manjares fueran "ensayados" en la mesa. Justo Lipsio, amigo y corresponsal de Mon­taigne, piensa que "ensayo" corresponde con exactitud a la palabra latina gustus, esto es, la prueba que el gentil­hombre de cámara hace a la vista del rey para demostrar la inocuidad de los alimentos que van a servirse (10).

1. 2. Características

Algunas de las condiciones que debe satisfacer el ensayo moderno pueden resumirse- en una serie de rasgos que se enu­meran a continuación.

a) Variedad y libertad temática. El ensayo es, en efecto, un género literario, pero esta categoría corresponde más a un pro­blema de forma que de fondo. El tema literario puro, el comen­tario y crítica de libros, por ejemplo, constituye por sí solo un muy importante subgénero, pero no es necesariamente el único ni el más antiguo. Los Ensayos de Montaigne, que como se sabe establecieron la autonomía del género, parten en muchos casos de citas, de lecturas y de obras literarias, pero hay en ellos mu­chos otros temas motivados por la observación de las costum­bres, el trato humano, la experiencia vital. Sólo externajtnente pueden ser reducidos todos al campo literario. Las ideas en.

Juego abarcan muy diversos Jomjnios: la.jnaial. Ja ciencia, la . fjlosofía, la historia, la política. Este sentido misceláneo, diná­

mico, libre, fue de hecho lo que le valió a Montaigne ser re,cp?.-,-nocido de inmediato como un escritor original y renovadorJEós Ensayos de Montaigne son en realidad acotaciones al margen deT.a vida; im2£es¡ones, reflexiones espontáneas sugerídas_^r

_ las_más variadas experiencias. Este sentido de notas libres, de apuntes" tomados casi al azar por un contemplador de la natu­raleza y de los hombres, se ha conservado después en muchos grandes ensayistas. Son el Espectador de Addison, el Andando

CÉ.w6(7r?¡i/}r)tCAS . . I — V A ^ \ i •

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j pensando de Azorín, las "Notas de andar y ver" de Ortega y Gasset, las Puertas al campo de Octavio Paz.

b) Prueba. Porque el ensayo arraiga en la duda, en el es­cepticismo, no tanto erTel sentido peyorativo de la palabra, del que no cree, sino en el etimológico del que considera y examina ]as cosas. Visto así, el ensayo se opone por definición a toda Tctitud dogmática. Presupone el ensayista un espíritu abierto,, libre de prejuicios, quizá un tanto ecléctico. A eso se debe en buena parte que el género haya florecido entre aquellos pueblos y épocas que por temperamento y circunstancias históricas han tendido a contemplar la vida con cierto desenfado irónico y to­lerante (Francia, Inglaterra). El ejemplo contrario parecería hallarse en Unamuno, uno de los más grandes ensayistas del siglo XX y a la vez uno de los más apasionados y subjetivos. La contradicción es sólo aparente. El tópico medular del pensa­miento unamuniano es precisamente la duda.

c) Hipótesis. El ensayo^no aspira a definir verdades defi-nitivasT^o a remover la inteligencia, a inquietar los espíritus._

"No sFmueve en el ámbito de los hechos establecidos, sino en el de las sugerencias y los proyectos. Es esencialmente un vis­lumbre desde un ángulo nuevo, una hipótesis que deberá ser confirmada por análisis posteriores. La intuición, por tanto, es el alma del ensayo. S~óBjeto no es dar pensamientos hechos sino hacer pénsar.JUn ensayo que no perturbe al lector •—sea a favor o en contra—, pierde casi por completo su propósito y significado.

d) Originalidad. Suele apoyarse el ensayo en el conoci­miento profundo del tema que trate, pero su punto de mira, debe ser diferente al empleado antes. Puede tratar un proble­ma antiguo, un tema al parecer agotado, pero su originalidad consiste en enfocar el problema de una manera nueva. No hay recetas que ayuden a hallar o encontrar el ángulo adecuado. A veces ha consistido en buscar el sentido original de un vocablo, en poner cabeza abajo el cuadro de un problema, en entrar por otra puerta. Son innumerables los caminos.

e) Ciencia y literatura. Una de las fronteras entre ciencia y poesía está en el ensayo. Se le ha llamado género "literario-científico", se ha dicho que participa de la imaginación artística

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^ y del razonamiento científico. La realidad es que los límites entre una y otra cosa no existen sino vistos con estrechas pers­pectivas. La creación científica arraiga, como la poética, en la capacidad imaginativa, y no hay tampoco poesía auténtica que se pueda apartar mucho de la naturaleza o de la lógica. El en-sayo comparte con la.ciencia uno de sus propósitos esenciales:" explorar más a fondo la realidad, aproximarseTTa "verdad'^^ las cosas. Con el arte, sin embargo, comparte la originalidad, la intensidad y la belleza de la expresióm '

Fy^adm^gz. Se ha dicho antes que_el gran ensayista parte _de un cauSal previo de conocimiento, pero no es" éste lo más Importante. No hay exposición de datos en el ensayo. No es tanto información como formación, encauzamiento de criterios, apertura a los más diversos caminos de pensamiento. De ahí que el ensayista requiera saber bien el tema, desde luego, pero más que esto necesita experiencia intelectual —y vital tam­bién—, madurez. En el ensayo las ideas están decantadas, pro­vienen de lentos, viejos arrastres aluviales.

g) Tono polémico. Si el ensayo proviene de la duda y la inconformidad, si pretende en la mayoría de los casos inquietar los espíritus, remover lo establecido, se desprende de inmedia­to que suele estar escrito en contra de algo. Sostenía Unamuno que no sólo se debe escribir en contra de algo, sino vivir en con­tra de algo, esto es, luchar. Contra la muerte, como en La agonía del cristianismo: contra los prejuicios, como en Aii religión; con­tra las falsas tradiciones anquilosadas, como en uno de sus pri­meros libros: En torno al casticismo. De ahí el carácter polémico agresivo —-a veces cortesmente Irónico al estilo de los ensayis­tas ingleses—, polémico, que tienen los mejores ensayos.

h) Subjetivo. El ensayo nunca ha pretendido expresar he­chos evidentes para todos mediante un lenguaje convencional. Por lo contrario, el ensayo es y debe ser personal, subjetivo. Es una visión particular del escritor, un ángulo específico desde el cual enfoca un problema, cualquiera que éste sea. Podrá ser más o menos imparcial, honesto —nunca desapasionado—, pe­ro su debilidad y su fuerza consisten precisamente en que re­presenta una actitud del escritor, una toma de conciencia Indi-

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vidual que pone las cartas en la mesa desde el comienzo y re­conoce sus límites.

i ) Estilo. Siendo el ensayo una visión subjetiva, se refleja necesariamente en él la personalidad total del que lo escribe. Así, al igual que la poesía, el cuento, la novela, el ensayo está teñido por el espíritu propio de su autor. Y esto no debe re­primirse ni disimularse ba.jo "estilos" más o menos objetivos y académicos. A l revés: en los grandes ensayistas están presentes las constantes del estilo en la misma medida que puedan estarlo en las obras de ficción. No hay en realidad un estilo en el en­sayo, sino muchos según el carácter de los ensayistas. Quizá, sin embargo, sí exista una condición esencial en el ensayo que to­dos deben cumplir: la claridad. Esta claridad de expresión, esta trasparencia, puede darse al lector de las más diversas maneras. Y lo esencial, serán el valor, la altura y la autenticidad del pen­samiento. No debe haber ensayos a medias.

1. 3. Clasificación

Clasificar los temas que incluye el género del ensayo es, desde luego, arbitrario y artificial. El ensayo trata todos los te­mas imaginables. Conviene, sin embargo, para mayor claridad didáctica, señalar .algunos de los campos más importantes en que ha sobresalido la ensayística moderna. Aunque el ensayo es un género literario —y lo es en su origen histórico y por una razón de estilo—, puede ser clasificado en dos grandes vertien­tes: la propiamente literaria, en la que lo son los temas disai-tidos: crítica, teoría, historia literarias; y la vertiente en que se agrupan objetos de estudio no literarios. Estos son innumera­bles, pero entre los más importantes cabe especificar los siguien­tes: el ensayo histórico, el filosófico, el científico y el político.

Ejemplos del ensayo histórico se espigan en el barón de Montesquieu: Grandeza y decadencia de los romanos; en Vol-taire: Ensayo sobre las costumbres y el espíritu de las naciones; en Herder: Ideas para la filosofía de la historia de la humani­dad. Son importantes Guizot y sus Etisayos sobre la historia de Francia, así como Macaulay y sus Ensayos críticos e históricos. La aportación de Nietzsche a la filosofía de la historia ha sido

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de gran trascendencia. En la época contemporánea tienen mu­cha resonancia las ideas de Spengler y Toynbee, vueltos a la anticua idea de los ciclos históricos (Eclesiastés, Tucíclides, Vico).

No es posible mencionar el ensayo filosófico sin aludir a Descartes. Como otros intelectuales de su tiempo, recurrió al­guna vez a la forma dialogada de exposición: Investigación de la verdad por la luz natural. Fueran o no ensayistas en el más riguroso sentido del término, han sido muchos los filósofos que alejándose de cuando en cuando de las grandes obras doctrina­les y sistemáticas, escribieron obras de carácter ensayístico. Así Pascal, Kant, Hegel, Comte, Marx, Schopenhauer, Nietzsche, Lammenais, Emerson, Bergson, Croce. Sartre, por ejemplo, tiene un notable ensayo de divulgación acerca del existencialismo. El ensayo estético tiene ilustres exponentes, como Berenson, Worringer, Malraux.

El ensayo científico ha sido espoleado por los grandes de­bates en torno de los cuales entran en pugna no sólo criterios académicos diferentes, sino opuestas actitudes ante la vida. El furor de muchas polémicas famosas no tendría sentido si no se toman en cuenta las personas de carne y hueso y la vida que late bajo sus aparentes abstracciones. Ante los enigmas que propone la Esfinge, símbolo de la ciencia para Francisco Ba-con, se han ensayado respuestas muy dispares y contradictorias. Primero es la discusión, el fuego cruzado de los pensadores; después debe venir la comprobación sistemática que representa el triunfo de unos y la derrota de otros. Las ideas nuevas, los hechos, las observaciones de los fenómenos naturales, a veces puramente casuales, han originado atisbos, raudales de tinta, confrontaciones violentas. Recuérdese a Giordano Bruno y la pluralidad de los mundos. Uno de estos hechos —el descubri­miento de América—, dio lugar a una verdadera tormenta "en­sayística". Entre muchos, vino a resolver el antiguo conflicto entre el principio de autoridad y el de experiencia. El ejemplo está en Gonzalo Fernández de Oviedo y sus críticas a Plinio el Viejo. Otro suceso de enorme trascendencia fue el de las teo­rías de Copérnico y las observaciones telescópicas de Galileo, de cuyo heliocentrismo todavía no se agota el alcance Fue ca-

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pital también el encuentro entre Needham y Spallanzani, aven­turado precursor de Pasteur en su rechazo a la teoría de la generación espontánea. Aun resuenan los ecos de las ludias entabladas por Darwin y sus seguidores, con T. H . Huxley en la más combativa vanguardia, contra la idea de la inmutabilidad de las especies vivas. Apenas necesario parece recordar el im­pacto que en la civilización actual tienen los escritos de Marx y Engels sobre economía, filosofía, historia y política. Gran importancia tuvo Claudio Bernard y su negación de todo cri­terio metafísico aplicado a la filosofía. La Introducción a la medicina experimental ejerció, por cierto, mucha influencia en el naturalismo literario. El escándalo que produjeron estas ideas de carácter materialista: positivismo, darwinismo, fisiologismo, etc., fue opacado por el que no muchos años más tarde causaron Havelock EUis y Segismundo Freud, invadiendo, casi por vez primera, las antes, prohibidas regiones del sexo y el subcons­ciente. En el siglo xx, los nuevos descubrimientos de la lingüís­tica y de la antropología producen ensayos notables, como los de Spitzer, Vossler, Frazer, Malirtowski. Los debates más espec­taculares, sin embargo, se dan en la física. La teoría atómica, la relatividad de Einstein, los cuanta de Planck, la mecánica on­dulatoria de De Broglie, motivan la crisis del determinismo y obligan a revisar conceptos que se consideraban firmemente es­tablecidos desde los tiempos de Nev/ton. A la vez, el acelerado desarrollo de la tecnología, la carrera armamentista y la ciber­nética, llevan a los científicos más conscientes a escribir ensayos sobre el peligro al que se enfrenta el hombre contemporáneo. En este sentido, son ejemplares los ensayos de Oppenheimer en contra de la guerra nuclear, y también los de Rachel L. Carson a favor de la ecología.

El ensayismo político fue en gran parte impulsado por la Revolución francesa. La conmoción social de 1789 dio origen a obras famosas: Las reflexiones sobre la Revolución francesa. de Edmundo Burke; el Ensayo histórico, politico y moral sobre las revoluciones antiguas y inodernas, de Chateaubriand. Las guerras de independencia americanas están en el origen mismo de la literatura de este continente. Al ensayo político pertene­cen algunos escritos de Bolívar, de Bello, de Sarmiento. A l mis-

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mo género pueden adscribirse Fernández de Lizardi, fray Ser­vando Teresa de Mier, Bustamante y Lucas Alamán. Son ensa­yos muy importantes aspectos de la obra de Castelar en España o de Ignacio Ramírez en México, que debatieron acerca de la conquista'y las raíces de los problemas americanos. No puede olvidarse a Martí, ni a Justo Sierra, ni a 'Vasconcelos, como maestros de muy importantes corrientes de pensamiento filosó-ficopolítico. Una y otra vez, las revoluciones han sido incentivo para el florecimiento del ensayo político. La mexicana de 1910, por ejemplo, determina escritos de Luis Cabrera y de Jesús Silva Herzog. Entre las generaciones más recientes sobresalen, en el ensayo político, Pablo González Casanova, Gastón García Can-tú, Carlos Fuentes.

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2. HISTORIA

2. 1. Los precursores

Innombrado aun, el ensayo existe en forma germinal desde hace muchos siglos. No se intentaban satisfacer condiciones es­pecíficas ni tampoco había una teoría literaria que lo sustentara como género independiente. Pero a pesar de todo ello, el ensa­yo, contenido todavía en sus más esenciales límites, estaba, pre­sente bajo otros nombres, a veces implícito, o incluido en obras de géneros que entonces se consideraban mayores. Los libros de máximas, por ejemplo, a los que fueron tan afectos los escri­tores griegos y latinos, contienen la semilla de lo que más tarde sería el ensayismo. Podrían citarse muchos escritores de la an­tigüedad. Baste recordar algunos de' los más ilustres, autores de obras que, exceptuados sus aspectos formales (diálogos, dis­cursos, cartas. . . ) , representan en muchos casos ensayos de ca­rácter filosófico y moral; los presocráticos, entre los que están los "Fragmentos" de Heráclito, de Empédocles y de Demócri-to; Platón; Lucrecio; Séneca, con sus tratados {De la brevedad

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de la vida, De la clemencia, . . .) y sus Cartas a Lucilio (De la verdadera amistad, Del menosprecio de la muerte,. . . ) , que tan grande influencia tendrían en los pueblos y en las culturas his­pánicas; el emperador Marco Aurelio y sus Soliloquios, escritos en griego. De hecho, los Ensayos de Montaigne parten en gran medida de la lectura de los filósofos y moralistas clásicos. Me­nos claro fue esta especie de pre-ensayismo durante la edad me­dia. Aunque sin lugar a dudas existe una corriente de pensa­miento con características muy parecidas a las que después tendría el ensayo como género, (San Agustín, San Isidro, Aben-tofáil, Pedro Abelardo, Dante Alighieri), éste se encuentra so­terrado en obras didácticas dirigidas a fines específicos (teoló­gicos, morales, cosmográficos, legales), o en formas narrativas (apólogos, ejemplos, fábulas) a las que fueron muy afectos los escritores medioevales. Un ejemplo de habla española es el de Alfonso X el Sabio, rey de Castilla. Es bien sabido que Las siete partidas, compuestas entre 1256 y 1276, constituyen una amplia colección de leyes. Un código, pero muy especial, porque tanto su estructura como su estilo revelan propósitos que van más allá de la pura enunciación de la ley. Además de estar es­critas en una prosa consciente de la perfección artística, no sólo declaran la ley sino que la comentan en sus motivaciones, sus orígenes y su trascendencia. En realidad, cada ley suscita un pequeño ensayo. Algunos famosos son los que se refieren al t i - , rano, al poder de la palabra, a los estudios generales o las uni­versidades, a la convivencia de judíos y cristianos. Recuérdese, por ejemplo, la definición con que se inicia la ley 10 del título I en la segunda partida: "Qué quiere decir tirano et cómo usa de su poder en el reino después que es apoderado de él".

Tirano tanto quiere decir como señor cruel que es apo­derado en algún reino o tierra por fuerza o por engaño o por traición: et estos tales son de tal natura, que después que son bien apoderados en la tierra aman más de facer su pro maguer sea a daño de la tierra, que la pro comunal de todos, porque siempre vivan a mala sospecha de la per­der (11).

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Véase el comienzo de otra ley muy conocida, la referente al establecimiento de colegios y universidades, perfecta en su sen­cillez:

Estudio es ayuntamiento de maestros et de escolares que es fecho en algún lugar con voluntad et con entendi­miento de aprender los saberes (12).

Hacia 1335, los cuentos del infante don Juan Manuel, reuni­dos en El libro de los ejemplos del conde Lucanor et de Patro-nio, están precedidos por un "Prólogo" que constituye un •pequeño ensayo sobre la condición humana y su diversidad. El camino hacia el ensayismo es todavía más significativo en sus otros libros. El género evolucionaba hacia formas cada vez más definidas. Por ejemplo en El Corbacho del arcipreste Alfonso Martínez de Toledo, que viene a ser un conjunto de sermonci-llos ilustrados. Mejor aun en el Tratado de providencia contra fortuna de Mosén Diego de Valera y en el prólogo de Antonio de Nebrija, ambos del siglo xv. El primero es una breve diser­tación político-moral que parte de un "dicho" de Séneca: "En­tonces los consejos saludables busca cuanto la fortuna más rien-te se te muestra: que la fortuna es de vidrio, y cuanto más resplandece, entonces se quebranta" (13). Ahondando en el tema, el autor concluye, acorde con la doctrina de los antiguos moralistas, que la amistad sincera es tesoro que "non se puede por precio comprar". De muy diferente índole es el ensayo de Nebrija que prologa su Gramática castellana dirigida a la reina Isabel la Católica y publicada en 1492. Trata del idioma caste­llana y la utilidad de su texto. Tres serán los provechos: la in-mortalización de las hazañas por la lengua que las preserva ("compañera del imperio"); el mejor conocimiento de la gra­mática latina al través de la castellana; la difusión del español entre pueblas y naciones de peregrinas lenguas (entre las cuales incluía Nebrija además de los africanos, a los vizcaínos y na­varros). Muy importantes son los conceptos de Nebrija para la filología hispánica, pero no fue sino en el siglo xvi cuando empieza a adquirir verdadera autonomía el ensayo, que por en­tonces solía llamarse "tratado" o también ser expuesto en for­ma de diálogos a imitación de los platónicos según el gusto

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renacentista. Debe señalarse, en primer lugar, a Erasmo de Ro­tterdam. El Elogio de la locura, por ejemplo, es en cierto sentido un ensayo humorístico en el que vierte algunas de sus tesis fundamentales: la lucha contra la autoridad escolástica y la in­tolerancia, la vuelta a la pureza evangélica, el rechazo de la pedantería y la hipocresía, la crítica de los malos religiosos, el pacifismo. No es necesario insistir en el hecho de que el eras-mismo fue la más importante corriente de ideas en el mundo español durante la primera mitad del siglo xvi. Muy especial significación para América, y México en particular, tienen los escritos de fray Bartolomé de Las Casas. Sus libros suelen tener grandes dimensiones, su estilo peca de prolijo. Sin embargo, algunos escritos suyos pueden ser considerados, en su estructura y en su estilo, apasionados ensayos, polémicos al igual que sus otras obras. Un ejemplo es su Tratado sobre la esclavitud de los indios; otro el discurso que pronunció en 1519 ante Carlos V, en respuesta a fray Juan de Quevedo, obispo del Darién, y que termina en estos términos:

y de su natura son libres y tienen sus reyes y señores naturales, que gobiernan sus policías. Y a lo que dijo el reverendo Obispo, que son siervos a natura, por lo que el filósofo dice,..en el principio de su Política, de cuya in­tención a lo que el reverendo dice, hay tanta diferencia como del cielo a la tierra.

Nuestra religión cristiana es igual y se adapta a todas las naciones del mundo, y a todas igualmente recibe, y a ninguna quita su libertad ni sus señores, ni mete debajo de servidumbre, so color ni achaques de que son siervos a natura, como el reverendo Obispo parece que significa. Y por tanto, de vuestra real majestad será propio, en el prin cipio de su reinado, poner en ello remedio (14).

Los diálogos constituyen una forma predominante del ensayo incipiente en el siglo xvi. Esta técnica no sólo revivía la antigua tradición griega, sino que mediante la síntesis renacentista de lo dulce y lo útil lograba atraer amplios sectores del público lector a los que la sobriedad erudita habría espantado. Así, los

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hermanos Alfonso y Juan de Valdés, erasmistas ambos, perse­guidos después de la muerte del maestro, escriben el Diálogo de Mercurio y Carón y el Diálogo de la lengua respectivamente. El primero es en parte una sátira como las danzas de la muerte, y en parte una apología de Carlos V. El segundo es uno de los primeros estudios acerca del,origen, evolución y características de la lengua castellana; en cierto modo una respuesta a la gra­mática de Nebrija y algunas de sus observaciones sobre la pro­nunciación del español a comienzos del siglo xvi. El Diálogo déla dignidad del hombre (1533), de Fernán Pérez de Oliva, es uno .de los más hermosos ejemplos del humanismo español de aquella época. El "argumento" está expuesto al comienzo de la obra:

Yéndose a pasear Antonio a una parte del campo, don­de otras muchas veces solía venir, le sigue Amelio, su ami­go; y preguntándole la causa por que acostumbraba venirse allí, comienzan a hablar de la soledad, Y tratando por qué es tan amada de todos, y más de ios sabios, entre otras razones, Aurelio dice que por el aborrecimiento que con­sigo tienen los hombres de sí mismos, por las miserias y trabajos que padecen, aman la soledad. Pareciendo mal esta razón a Antonio, por no haber criatura más excelente que el hombre, ni que más contentamiento deba tener por haber nacido, dice que le probará lo contrario; y ansí de­terminados de disputar de los males y bienes del hombre, para más a placer hacerlo, se van hacia ,una fuente (15).

Otros diálogos notables fueron por aquellos años los de Cer­vantes de Salazar, publicados en 1554, escritos para el apren­dizaje del latín por parte de sus discípulos. Constituyen una de las primeras descripciones de la Universidad, la ciudad de México y sus alrededores. Los Diálogos de Luis Vives, son uno de sus libros más amenos e interesantes por la frescura con que se describe la vida de los estudiantes en pleno renacimiento. Su Tratado del alma es una de las primeras tentativas para trazar una psicología sistemática. En los tiempos anteriores a los Essais de Montaigne, el número de escritos con carácter moral o filo-

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sófico es muy considerable. Deben recordarse las de fray An­tonio de Guevara: Reloj de príncipes y Libro áureo de Marco Aurelio (1529), -donde se halla la famosa anécdota de "El vi­llano del Danubio" (rústico campesino cuya elocuencia en de­manda de justicia asombra al emperador Marco Aurelio), en-la que se ha querido ver una de las primeras imágenes del hom­bre natural, así como una crítica de la conquista de América; Menosprecio de corte y alabanza de alde-a, debate en torno a la antigua antítesis campo-ciudad. Guevara tuvo una enorme in­fluencia en la literatura europea posterior.' Algunos lo consi­deran como el primero de los ensayistas españoles. Es también de gran interés el original estudio de Juan Huarte de San Juan: Examen de ingenios, cuya primera edición apareció hacia 1575. Es un ensayo científico, notable para la época en que fue es­crito. Dedicado a Felipe I I , su propósito es examinar las con­diciones que favorecen la aparición del genio, así como las di­ferentes clases de inteligencia humana que se conocen. "Todos los filósofos antiguos" —escribe Huarte— "hallaron por ex­periencia que donde no hay naturaleza que disponga al hombre a saber, por demás es trabajar en las reglas del arte". Y a con­tinuación agrega lo que forma el tema de su obra:

Pero ninguno ha dicho con distinción ni claridad qué naturaleza es la que hace al hombre hábil para una cien­cia, y para otra incapaz; ni cuántas diferencias de ingenio se hallan en la especie humana; ni qué artes y ciencias co­rresponden a cada uno en particular; ni con qué señales se había de conocer qué era lo que más importaba (16).

A poco de haberse publicado los primeros libros de los Ensayos de Montaigne, aparece la Introducción al símbolo de la je de fray Luis de Granada. Escrito en una prosa castiza e impecable, diáfana, armoniosa, el libro de Granada concilia el naturalismo pagano con la concepción cristiana del mundo; describe, mara­villado, los misterios y hermosuras de la naturaleza, desde los insectos hasta las estrellas, como prueba evidente de la sabidu­ría y misericordia del Creador. Es fray Luis de Granada uno de los mejores prosista en lengua española. Ensayos en cierto as-

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pecto son los de otro extraordinario poeta del siglo xvi: fray Luis de León. La perfectia casada es un pequeño tratado moral; De los nombres de Cristo una profunda interpretación simbóli­ca de los epítetos evangélicos. En algunos pasajes alcanza la elevación mística. Pero no debió haber relación entre los escri­tores citados y Montaigne. Su influencia fue posterior. Con todo, aun en su tiempo, sus Ensayos se difundieron rápidamen­te y tuvieron mucho éxito. Uno de los pfimeros en repetir el nombre de "ensayo", referido al género literario, es Francisco Bacon, quien con sus Essays or Comiséis Civil and Moral, pu­blicados en Londres entre 1597 y 1638, inicia la tradición en­sayística inglesa, quizá la,más importante. '

2.2. Montaigne y sus "Ensayos"

Nada extraordinario hay en la vida de Miguel Eyquem, na­cido en el castillo de Montaigne, cuyo nombre haría famoso mediante la pluma. Sus ayenturas fueron casi todas interiores. Tenía antepasados judíos españoles y portugueses. Su madre era protestante y su padre un rico mercader ennoblecido. A su muerte, heredó el hijo los bienes de fortuna y las tierras de Montaigne, El 28 de febrero de 1571 mandó grabar en el muro de la biblioteca su "renuncia" al mundo:

A la edad de treinta y otho años, la víspera de las ca­lendas de marzo, aniversario de su nacimiento, Miguel' de Montaigne, desde hace mucho aburrido de la servidumbre de la Corte del Parlamento y de los cargos públicos, pero sintiéndose todavía alerta, fiene a-reposarse en el seno de las doctas Vírgenes, en la paz y la seguridad; y aquí pasa­rá el resto de sus días. Y pensando que el destino le per­mita' mejorar esta habitación, dedica estos dulces retiros paternales a su libertad, a su tranquilidad y a sus entrete­nimientos (17). ^

El espíritu de la obra de Montaigne contrasta con los tiempos que le tocaron vivir. Las guerras de religión, la intolerancia, el fanatismo, ensangrentaban Europa; más aun: pervertían las con- >

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ciencias, llenándolas de odios y sospechas. Montaigne, por lo contrario, emerge como una isla de serenidad en medio de la tor­menta. Su pacifismo, su comprensión y respeto- a la manera de pensar de los demás, su actitud escéptica (en el mejor sentido de la palabra), su ironía, no son muy comunes a fines del siglo X V I (Noche de San Bartolomé). Se ha querido explicar la es­pecial posición de Montaigne de diversas maneras. Quizá parte de su tolerancia se deba a los orígenes de su familia (que sabía de persecuciones). Se cree también que la madre practicaba la fe protestante, Quizá se explique además por la formación in­telectual de Montaigne. Desde niño leyó a fondo a los autores griegos y latinos, saturándose de espíritu racional y hrunanista. El hecho es que sus Ensayos inician en la literatura francesa y en la universal una caudalosa corriente de libre pensamiento, establecen un nuevo género literario y definen un estilo perso-nalísinio. En la biblioteca semicircular, sentado a su mesa de traabjo, rodeado de un millar de libros, Montaigne pasó horas y años de lectura, meditación y ensueño. Anotaba los libros con las impresiones que se le ocurrían, escribía a vuelapluma sus propias meditaciones. Así nacieron los Ensayos. En 1580, en Burdeos, publicó los dos primeros libros. El tercero apareció en 1588. A l cabo, en 1595, una edición postuma muy aumenta­da, preparada por la señorita de Gournay, su hija espiritual. Los Ensayos de Montaigne están precedidos por una nota al lector, de la que se citan estas palabras:

"Si hubiera buscado el favor del mundo, me habría ataviado mejor y me presentaría con una estudiada actitud. Quiero que se me vea a mi manera simple, natural y ordi­naria, sin rebuscamientos ni artificio: puesto que soy yo quien me pinto. Mis defectos se leerán al vivo, ingenua mi forma, tanto como el respeto público me lo permita. De haber estado en esas naciones de las que se dice viven to­davía bajo la dulce libertad' de las primeras leyes de la naturaleza, te aseguro que con mucho gusto rhe hubiera

,^pintado entero y por completo desnudo. Así, lector, yo mismo soy el tema de mi libro: no es razón que tú em­plees tu ocio en un objeto tan frivolo y tan vano" (18).

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De los Ensayos de Montaigne ha dicho Nisard que pueden abrirse en cualquier hoja: "son libros que comienzan y acaban en todas las páginas". Y ésta muy bien podría ser una clara definición del ensayo en general. Porque, como se dijo antes, lo significativo en este género literario no son los temas, sino la actitud libre, fresca, alerta, del escritor. Los temas de Mon­taigne, por ejemplo, revelan múltiples y variados intereses. A l libro primero pertenecen 57 ensayos, y entre ellos se espigan los títulos siguientes: "Por diversos medios se llega al mismo f in"; "De la tristeza"; "De los mentirosos"; "Del miedo"; "De la pedantería"; "De los caníbales"; "De Demócrito y'Herácli-; to"; . . . En el libro segundo hay ensayos sobre los libros, la l i ­bertad de conciencia, la grandeza romana, la cobardía como madre de la crueldad. El libro tercero contiene reflexiones su­geridas por los versos de Virgilio, notas sobre la vanidad, sobre la fisonomía y otros muchos temas. Muy difícil resulta clasificar esta temática. Quizá en sus primeros Ensayos, Montaigne es­taba todavía muy próximo a los tratadistas morales, muy cer­cano a las fuentes (Séneca, entre otras), pero conforme sigue leyendo y escribiendo en el retiro de su castillo, sus observacio­nes sobrevuelan territorios cada vez más extensos. Independien­temente del valor de sus ideas y de su estilo, Montaigne-confi­gura un género literario que habría de tener enorme trascen­dencia en los siglos venideros.

2. 5. El siglo xwu

Los Ensayos de Montaigne se difundían rápidamente. Su influencia se hacía sentir sobre todo en Francia e Inglaterra. No tanto en España. Las ideas de Montaigne eran demasiado l i ­bres, y escépticas. Los pensadores españoles, iniciados en la an­gustia barroca, preferían seguir la tradición de los tratadistas morales, viva en la península desde los años de Séneca. Tampo­co se apresuraron a aceptar la forma ensayística como tal, que quizá les pareciera demasiado breve, fresca e impresionista. A pesar de ello, implícitamente, germinaba el ensayo español en varios escritores del siglo xvii. En Juan de Mariana, a quien se le debe un Tratado contra los juegos públicos, donde se ha-

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bla de los toros, escrito hacia I6OO. En Quevedo, en sus Sueños, por ejemplo, <que mucho tienen de ensayo alegórico, amargas sátiras de'las costumbres, la hipocresía y corrupción de su épo­ca, y que serán la vanguardia del tema de la decadencia de Es­paña. Se perfila la forma ensayística en la Aguja de mvegar cultos, crítica en verso' de los culteranos, y en el Marco Bruto, una de las obras capitales de Quevedo. Precursor del ensayo moderno es también Diego de Saavedra Fajardo, autor de la Idea de un príncipe cristiano representada en seis empresas. Muy grande influencia ejerció Baltasar Gracián, agudo repre-.sentante del conceptismo. Como otros muchos ingenios espa­ñoles, no fue un filósofo sistemático, pero su pensamiento llega a Scho'penhaüer y a Nietzsche. Entre sus obras', las que más se acercan al ensayo actual son el Oráculo manual y arte de pru­dencia, ( 1647), y la Agudeza y arte de ingenio. Gracián parte de máximas, pero, en su enjuta concisión, escribe verdaderos ensayos condensados. En el Oráculo dice:

Hombre de gran paz, hombre de mucha vida. Para vi-vivir, dejar vivir. No sólo viven los pacíficos, sino que reinan. Hase de oír y ver, pero callar. El día sin pleito hace la noche soñolienta. Vivir mucho y vivir con gusto es vivir por dos, y fruto de la paz. Todo lo tiene a quien no se le da nada de lo que no le importa. No hay mayor despro­pósito que tomarlo todo de propósito. Igual necedad que le pase el corazón a quien no le 'toca, y que no le entre de los dientes adentro a quien no le importa (19).

Todavía no se difundía en el mundo de habla española el vo­cablo "ensayo" aplicado a un género literario, pero en francés e inglés comenzaba a hacerse común. No se trataba de ensayo en el sentido riguroso del término, tal como lo definiera Mon­taigne con sus obras; se empleaba más bien referido a trabajos eruditos; filosóficos o científicos, consistiendo en una breve monografía sobre un tema específico. En ese sentido emplearon el término Pascal y Locke. El siglo barroco declinaba, pero la literatura en lengua castellana tenía aun suficiente vitalidad pa­ra producir grandes escritores como Calderón y Sor Juana. En

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México, hacia 1690, Carlos de Sigüenza y (jóngora publicó un ensayo de carácter científico: la Libra astronómica, refutación del padre Kino, dedicado a combatir las supersticiones y falsas teorías que existían acerca del efecto y las causas de los come­tas. La Libra constituye uno de los escritos con ideas más avan­zadas que se conocen de aquella época. Contemporánea suya, Sor Juana Inés de la Cruz expone en su Carta a sor Pilotea una de las primeras y más inteligentes defensas de la mujer. Su es­tilo, su cultura, la lógica diáfana de sus razonamientos, la sin­ceridad y pasión con que está escrita, hacen de la Carta una de las más notables obras de carácter ensayístico en el siglo xvii,

2. 4. El siglo X V I I I

En el siglo xviil se inicia el extraordinario florecimiento del ensayo 'moderno. Es muy posible que su desarrollo a partir de esta época se deba a dos hechos principales: la difusión de la prensa periódica y el creciente predominio del pensamiento y la política liberales. A la vez, estos factores están íntimamente ligados a la revolución industrial y el progreso científico. El en­sayo refleja todo ello. Es, a un tiempo, causa y efecto de dichos fenómenos. El periodismo determinó la demanda de crónicas, artículos y ensayos.en mayor número conforme se multiplicaban los diarios y las revistas. El liberalismo favorecía el nuevo gé­nero por lo que tiene de libre, subjetivo y polémico. El movi­miento renovador culminó en la Enciclopedia y en la Revolución francesa. La libertad de pensamiento y de expresión se afirnió primero en Inglaterra, después en Francia, y más tarde, entre muy variados y trágicos accidentes que no acaban, en los países de habla hispánica

Ricardo Steele y José Addison fijaron en Inglaterra el ensa­yo como género literario. Después del Taller, publicaron la re­vista The Speclator, de 1711 a 1713. Allí, manteniendo el punto de vista de un "espectador", un contemplador imparcial, ajeno sobre todo a las luchas políticas que dividían Inglaterra, escri­bieron breves artículos ,sobre modas, costumbres, literatura. Addison, formado'en los ideales clasicistas, se dirigía a la clase media, a las mujeres en buena parte, y esto determinó el tono

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amable de sus ensayos. Con todo, bajo una apariencia mundana, muchas veces frivola, EL Espectador fue esencialmente un diario liberal que desterró prejuicios, divulgó la muy efectiva ironía inglesa e influyó mucho en Francia, donde ívíontesquieu, por ejemplo, se inspiró en el personaje Sir Roger de Coverley y su tertulia [Cartas persas). Fray Benito Jerónico Feijoo inicia en 1727 ¿[Teatro crítico universal. No ha sido todavía estudiada por completo esta obra y la significación que tiene en su tiempo, pero es indudable que fue Feijoo el primer escritor moderno entre los españoles. Su visión del atraso científico en que había caído España respecto de los demás países europeos, su crítica de los prejuicios dogmatismo y supersticiones, lo convierten en el primer eslabón de una cadena de escritores que tuvieron una muy clara y dolorosa conciencia de los problemas hispáni-

• cos y que llega hasta el 98. A él se deben también las Cartas I eruditas. Fue un gran renovador. Tuvo fuerte influencia extran­jera; entre otras, del Journal des-Savants, y áé. Spectator de Addison. La Inquisición le abrió proceso, pero le defendió el rey Fernando V I . Un investigador de la historia del ensayo en España, Juan Marichal, lo considera el "primer ensayista .his­pánico contemporáneo".

El camino iniciado por Feijoo lo siguieron Cadalso, con Los eruditos a la violeta y las Cartas marruecas (1789), que tie­ne influencia de iSlontesquieu. El jesuíta desterrado Lampillas, publicó en italiano y en Genova, una defensa de la cultura es­pañola: Ensayo histórico-apologético de la literatura española contra las opiniones preocupadas de algunos modernos italianos. Lampillas demostró que la decadencia de las letras italianas no se debía, como creían algunos, a la hegemonía española. Un trabajo semejante, de apología contra los injustos ataques que sufría por entonces la cultura hispánica (parte de la ofensiva 3olítica de las rivales potencias imperialistas) realizó el tam­bién desterrado Clavijero desde Bolonia. Muchos de sus escritos sobre la historia antigua de México, quizá la primera realizada con método científico, pueden ser considerados ensayos. Otros ensayistas españoles del xviil fueron Leandro Fernández de Moratín: La derrota de los pedantes; Jovellanos: Informe sobre la ley agraria, importante documento sociopolítico; Forner: Exe-

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quias de la lengua castellana, publicada postumamente y consis­tente en una curiosa alegoría en la que se satiriza la decadencia literaria de aquellos años.

2. 5. El siglo X I X

A principios del siglo xix, se produjo la revolución román­tica, cuyos efectos aun perduran en las artes contemporáneas. A la idea de la belleza absoluta, universal y eterna, se opuso un concepto relativista: cada pueblo, cada época, poseen un sen­tido propio de lo bello. Contra los modelos paganos y grecola-tinos se valorizaron las catedrales románicas y góticas, y en su conjunto el espíritu y la poesía medioevales. La literatura de élite y la influencia francesa fueron sustituidas por la glorifi­cación del pueblo y las raíces nacionales. Se rechazaron la vero­similitud, el racionalismo y las leyes en el arte. No fue cosa nueva la discusión entre clásicos y románticos que llenó la pri­mera mitad del siglo: antes se había presentado bajo el nombre de polémica entre "antiguos" y "modernos", e inclusive podía rastrearse hasta el siglo xvii en la querella de los "irregulares" a propósito de Corneilie.. Pero fueron la revolucióíi industrial en Inglaterra, el idealismo filosófico alemán, y las guerras con­tra Bonaparte, los factores determinantes en la eclosión román­tica que habría de poner fin al absolutismo clasicista. Y es pre­cisamente entonces cuando el ensayo adquiere los rasgos esen­ciales que tiene en la actualidad. Aquellos años están caracte­rizados por la polémica y la sucesiva aparición de diversos ma­nifiestos románticos. Rompe el fuego Madame de Stael con su De Alemania y De la literatura. Siguen Stendhal, con su Racine y Shakespeare y Mánzoni: Carta sobre las unidades. Edgar Alian Poe escribe su Filosofía de la composición, ensayo inapreciable para la teoría literaria y en particular el concepto sobre el cuen­to moderno. Víctor Hugo, en su "Prefacio" al Cronmell, esboza la. filosofía del romanticismo literario. Sus ideas acerca de la función dé lo grotesco en el arte, por ejemplo, son muy impor­tantes. Algunos ensayos notables que difundieron la nueva sen­sibilidad romántica en los países de habla española fueron el "Prólogo" de Ramón López Soler a Los bandos de Castilla

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(1830); el "Prólogo" de Alcalá Galiano a El moro expósito (1834); el del duque de Rivas en * sus Romances históricos (184l ) . Pero fue sobre todo Larra quien representa más cabal­mente el espíritu romántico y sus inquietantes contradicciones. Muchos de los Articulos de costumbres son ensayos que llevan a cabo una dolorosa introspección en la sociedad española de su tiempo. En ese aspecto, es un precursor de la generación del 98. En el puramente literario, tuvo Larra una agudeza crítica, un sentido de. la realidad que muy pocos otros escritores ro-.mánticos poseyeron. El siglo xix estuvo definido por dos gran­des movimientos espirituales: el romanticismo, durante su pri­mera mitad, y el positivismo en la segunda. Este último se manifestó de diversas maneras, pero la más significativa, por lo que al hecho literario se refiere, fue la novela realista-natu­ralista. Eatre los franceses, los ingleses, y los alemanes, el des­linde entre realismo y naturalismo fue bastante claro. No así entre los españoles y los rusos. La teoría realista del arte bus­caba sobre todo una visión objetiva y serena de la realidad, La teoría naturalista iba más allá. Supuesto-lo anteiior, la novela experimental pretendía ser científica y hallar las determinantes de la conducta anormal de los personajes en la herencia y el ambiente social. Se asociaba además a la política socialista y en su conjunto a la rebelión en contra de los falsos valores burgue­ses. El largo ensayo de Zola, La novela experimental, es el ma­nifiesto primordial del naturalismo. En el mundo hispánico, esta nueva manera de ver la realidad produjo un fuerte impacto- en los escritores. A la zaga del positivismo filosófico, que le pre­paró el terreno (recuérdese en México a Ignacio Ramírez, a Ignacio M . Altamirano y a Gabino Barreda y su Oración cívica de 1867), el naturalismo literario se extendió rápidamente en Iberoamérica, sobre todo en la Argentina. No tuvo tanto éxito en España, pues allí tropezó no sólo con la resistencia de fuer­tes estructuras conservadoras, la Iglesia entre otras, sino con la propia tradición del realismo español. Fueron pocos los escri­tores españoles que comprendieron el verdadero alcance de la novela experimental y lo que podría significar en lo futuro. Valera, uno de los más finos ensayistas del siglo xlx (y sus Cartas amerisanas son un ejemplo), nunca llegó a aceptarlas, y

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esto a pesar de su actitud casi siempre abierta a todas las ideas y auténticamente liberal. Tampoco Pérez Galdós, para quien la picaresca, por ejemplo, se había adelantado varios siglos al naturalismo francés; no vio, en efecto, que eran cosas distintas. Entre los escritores españoles de aquellos años, sólo dos com­prendieron que la nueva escuela no era ni una moda pasajera ni la "mano negra" de la literatura; Leopoldo Alas ("Clarín"), quizá el mejor crítico del momento —véanse sus Ensayos y re­vistas de 1888 a 1892—, y Emilia Pardo Bazán. Que haya sido-una mujer, una católica y una aristócrata, quien introdujera la más escandalosa literatura en la España de la Restauración resulta una ironía. La cuestión palpitante, o sea precisamente

el debate en torno de la novela naturalista, se publicó hacia 1882, comprende un conjunto de artículos y ensayos que la con­desa de Pardo Bazán escribió con el objeto de defender a los naturalistas, y a Zola en particular, del alud de injurias y ca­lumnias con que se les recibía en la península. A l propio lucha­dor —recuérdese- el caso Dreyfus—, le desconcertó que su pa­ladín en España fuera una señora. Pero no fueron éstos los úni­cos debates que en la época originaran una copiosa producción ensayística. La independencia de los pueblos americanos había desencadenado, desde comienzos de siglo, un vendaval de en­sayos, cartas, artículos de fondo, tanto en este continente como en Europa. Sin salir de México, se recuerda de inmediato a Bus­tamante, a Lucas Alamán, a Fernández de Lizardi, a Mier, y otros muchos. El conflicto socio-político de las revoluciones ame­ricanas arrastraba consigo grandes debates literarios. Uno de los primeros y más largos fue sobre la conveniencia o inconvenien­cia de la separación espiritual respeto de España, La controver­sia, en la que participaron algunos de los primeros y más grandes pensadores hispanoamericanos, como Bello y Sarmiento, deter­minó una tradición ensayística de gran trascendencia en este continente. Deben destacarse, entre los mejores, a Juan Bautis­ta Alberdi, a Juan Montalvo, a José Martí, a Manuel González Prada, a José Enrique Rodó. Una cadena de ensayistas van con­figurando la problemática americana a lo largo de todo un si­glo, desde los albores del romanticismo hasta los escritores mo­dernistas, Darío entre otros. Tendrán una poderosa influencia

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en la renovación del pensamiento hispánico. Paralelas a estas corrientes, surgieron otras en los Estados Unidos, como en el caso de Emerson y sus seguidores del círculo de Concord, que contribuían a independizar el ensayo del Nuevo Mundo respec­to de sus orígenes europeos. En este clima de extraordinaria actividad intelectual, -no puede pasarse por alto la disyuntiva que se hallaba en el fondo de todos estos debates aparentemen­te discontinuos: el conflicto entre la tradición, los partidarios de lo que en términos actuales ha venido a llamarse lo "estable­cido", y los que buscaban sustituir valores inoperantes por otros nuevos, acordes con el cambio de los tiempos. En este aspecto, fue muy importante la obra de Julián Sanz del Río y los krau-sistas, su lucha contra los consen^adores, encabezados por Me-néndez y Pelayo, y su entronque con la generación del 98.

'2. 6. El siglo X X

En todas las generaciones se cultivan los más diversos géne­ros literarios, pero cada una de ellas se caracteriza por el predo-minip de uno u otro. Hay algo en el espíritu colectivo de las épocas que encauza la creación artística • en determinadas for­mas que no son sino la reflexión particular de' dicha corriente, una especie de eje, de columna vertebral sobre la que se van configurando planos secundarios de expresión. La generación del 98, por ejemplo, planteó en la literatura española un pro­blema ontológico. Una circunstancia externa •—-la guerra con­tra Estados Unidos—, llevó a los escritores más conscientes de aquellos años a la búsqueda profunda, interior, de las causas de lo que entonces se llamaba el Desastre. No era posible ya achacarlo a la superioridad material del enemigo, no era posi­ble seguir entonando cantos de falso patriotismo, no era posi­ble continuar negándose a realizar el doloroso examen de con­ciencia que se necesitaba hacer desde hacía muchos años. De ahí que el eje de la literatura española a partir del 98 fuera la cada vez más honda búsqueda de las determinantes internas del "marasmo" en que se encontraba España en ese tiempo. Fue, como se ha dicho muchas veces, una voz de alarma, una toma de conciencia. Tanto más grave cuanto no era sólo asistir a la

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declinación de un imperio —hecho fatal para todos los impe­rios—-, sino a la fragmentación misma de la unidad en torno de la cual se había construido. Para muchos, la pérdida de Cuba no lo fue de una colonia, sino la mutilación del propio cuerpo español. Y esta desmembración seguían los cada vez más agu­dos problemas del separatismo, el conflicto civil, la lucha de-clases, el atraso industrial y científico. De ahí que los escritores del 98 nacieran a la vida literaria en los diarios, en la polémica y en la crítica. Pasaron lógica e inexorablemente del auto exa­men de la crisis española a la visión histórica del mundo, y de -ésta a la angustia del tiempo y la obsesión de la muerte. Porque se discutía la agonía de un imperio, de una nación, de un pue­blo, y esto llevó a un muy agudo sentimiento del devenir, y en último término, de la muerte y la.eternidad..Sus temas fueron ensanchándose en anillos concéntricos. España como problema se agrandó a su más amplio contexto europeo. La primera gue­rra mundial, el brutal despertar de la "belle epoque" y los efec­tos que produjo en la literatura universal, no fueron, en muchos aspectos, sino la más espectacular manifestación de lo que ya se. había planteado en España desde fines del siglo pasado. No sería éste el primero ni el último de los ensayos generales que han tenido lugar en la península. Y ese curioso rasgo de avan­zada de los grandes problemas mundiales, quizá haya sido en parte motivo para que los primeros escritores españoles en unl­versalizarse (después de los siglos de oro) fueran precisamente los de la generación del 98. Unamuno parte de la angustia que le produjo el Desastre, pero no sé queda limitado a ese círculo político, circunstancial, sino que lo traspasa hacia la historia y de ésta a la metafísica. El proceso puede ser observado en los libros que, como todos los suyos, lo son de ensayos: En torno al casticismo, Vida de Don Quijote y Sancho, Del sentimiento trá­gico deja vida, La agonía del cristiatiismo, para no citar sino los más trascendentes. Unamuno es un escritor de ideas, pero nunca pretendió dárselas hechas a los lectores, —rígida, defini­tivamente cristalizadas—, sino muy al contrario emplearlas a modo de picador para que en el alma de cada quien se produ­jera la guerra espiritual, los desgarramientos interiores que en-

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gendran la auténtica madurez, el verdadero progreso intelectual. El equilibrio, escribió Unamuno muchas veces, es la muerte. Se­ría del todo inútil, por consiguiente, pedirle consistencia abso­luta en sus ideas o sistema en su pensamiento. Y esto precisa­mente es lo que hace de él uno de los más grandes ensayistas del siglo X X . Su obra, aun la de imaginación —poesía, teatro, cuento, novela—, es siempre una idea encarnada, una "aventu-r£. delpensamiento", un doloroso hurgar en la carne viva de ia conciencia. Muy cercano a él en ideas, está Antonio Machado. Muchos quizá no concillen la figura del hondísimo poeta con la de un ensayista, pero la realidad es que una de las obras más trascendentes en lengua española es el Jtian de Mairena. Notas, decires, apuntes modestos, escritos para ser leído por todos, y que sin embargo no sólj revelan una gran sensibilidad sino una muy profunda sabid'-'ría. Hay en el Mairena de Machado, entre otras cosas, algo que no es muy común entre los escritores espa­ñoles (exceptuado Cervantes) : el sentido del humor, no el agrio y soberbio del escarnio, sino la dulce sonrisa de la ironía y la humildad. Cuandose lee el Juan de Mairena, escrito ya hace muchos años; cuando se sitúa en las circunstan":.?s vitales, his­tóricas, psicológicas, en que tue escrito, se comprende lo difícil •que podía ser para un escritor español de entonces —conflicto, guerra civil, guerra mundial— buscar siempre lo mejor en lo peor, rasgo además muy cervantino. Pero es en Juan de Mairena donde se leen cosas como éstas:

Sobre el orgullo niodeylo, de que tantas veces os he ha­blado, quiero añadir: Poca cosa es el hombre y, sin embar­go, mirad vosotros si encontráis algo que sea más que el hombre, algo, sobre todo, que aspire como el hombre a ser más de lo que es. Del ser saben todos los seres, hombres y lagartijas; del deber ser lo que no se es, sólo tratan los hombres ( 2 0 ) .

El otro gran ensayista del 98 es Azorín. Muy distinto a Una-inuno y a Machado por esencial diversidad de temperamento, afín a ellos en muchas cosas —entre otras, la angustia centrada en torno a España, el tiempo, la muerte—, fue, en cierto senti-

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do, el más "literato" de todos, el escritor profesional, el que buscó más deliberadamente un estilo propio y perfecto. Esta rotundidad estilística fue a la vez una remora. El mundo de Azorín pudo ser tan rico en ideas y vivencias como el de Una­muno o Machado, pero su sangre lenta, su esencial sensualismo —producto quizá de su ascendencia levantina—, lo convierten en un contemplador resignado y melancólico del eterno fluir de las cosas y los seres. Azorín es la quintaesencia de la burguesía en el mejor sentido de la palabra: la quietud, la madurez, la dulce rutina, los ecos muy lejanos de la pasión, el sentimiento doloroso de lo que no fue, pues "daremos lo no venido por pa­sado". Y este proceso de beatificación ocurrió muy pronto en Azorín. Apenas pasados los más verdes años de juventud fogosa y anarquista, durante los cuales escribió sus primeros ensayos, Azorín halla su estilo y a partir de ese momento mantiene una constante notablemente fija en las ideas y en el tono. Y sin em­bargo, a cambio de esta especie de lenta soñolencia espiritual, afina los detalles, la microscopía de sus observaciones, y sus ensayos literarios son los más sutiles, los más claros, los más amables y gustosos. Ejemplares son La ruta de don Quijote, y otros libros de ensayo donde se renueva la crítica española: Al margen de los clásicos, Los dos Luises, Los clásicos redivivos. Los clásicos futuros. . .

Renovó la crítica literaria, sustituyendo los análisis erudi­tos, propios del positivismo de fines de siglo, por la apreciación estética y la recreación subjetiva de las obras maestras. El pro­pósito de sus ensayos literarios es vivificar la crítica, y en par­ticular la crítica cervantina,

¿Qué es un autor clásico.? Un autor clásico es un refle­jo de nuestra sensibilidad moderna. La paradoja tiene su explicación: Un autor clásico no será nada, es decir, no se--rá clásico, si no refleja nuestra sensibilidad. Nos vemos en los clásicos a nosotros mismos. Por eso los clásicos evolu­cionan: evolucionan según cambia y evoluciona la sensi­bilidad de las generaciones ( 2 1 ) .

Azorín, además, renueva el ensayo. Pocos escritores han tenido

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su finura para convertir la prosa didáctica en verdadera crea­ción, llena de fantasía y valores sensibles.- La sencillez y trans­parencia de sus ensayos ha tenido una gran influencia. Por ejemplo en Ortega y Gasset, el más inteligente y fecundo filó­sofo de los novecentistas. El alcance de sus inquietudes intelec­tuales, la vigencia de sus temas, su visión profunda y profética, tuvo una intensa y dilatada influencia en los escritores de habla española hacia los años veintes. En muchas cosas se parece Or­tega a los ensayistas del 98, pero fue más sereno, reflexivo y universal. No es posible hablar de la literatura contemporánea sin citar la Revista de Occidente y la obra emprendida por Or­tega y Gasset para difundir en los países de habla hispana los descubrimientos y problemas de la filosofía y la ciencia moder­nas. No hay página de Ortega que no esté llena de acertadas intuiciones; no hay tampoco provincia de la cultura, sea historia, filosofía, arte, ciencia, literatura, política, que no haya sido al­guna vez abordada por este ensayista. La guerra civil española y la segunda guerra mundial, tantas veces profetizadas por Or­tega, lo descorazonaron y produjeron una reacción en contra suya. Los nuevos filósofos, diferenciados en especialidades téc­nicas, criticaron su diletantismo; los escritores fuertemente po­litizados, de uno u otro signo, reprocharon su neutralidad. Se le consideró un pensador reaccionario y aristocratizante, porque, como muchos filósofos alemanes de la época. Ortega se desilu­sionó de la democracia e insistió en la dirección de las élites. Se esté de acuerdo o no con sus ideas, la calidad de sus ensayos es innegable. Esto se debe al poder sugestivo de su pensamiento, a la claridad y belleza de su prosa. Entre sus .ensayos, más co­nocidos están La rebelión de las masas, el libro donde Ortega vuelve al aristocratismo platónico después de señalar, a veces con asombrosa clarividencia, muchos de los problemas actuales; España invertebrada, donde se augura la guerra úVú; Medita­ciones del Quijote, puntó de partida para una serie de muy su-gerentes reflexiones en torno de la cultura hispánica; El espec­tador, colección de ensayos breves sobre los más variados temas, pero con el común denominador de interesarse en las cosas por sí mismas, por pura curiosidad intelectual. En 1916, en plena primera g\.ierra europea, escribe:

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De todas las enseñanzas que la vida me ha proporcio­nado, la más acerba, más inquietante, más irritante para mí ha sido convencerme de que la especie menos frecuen­te sobre la tierra es la.de los hombres veraces. Yo he bus­cado en torno, con mirada suplicante de náufrago, los hombres a quienes importase la verdad,- la pura verdad, lo que las cosas son por sí mismas, y apenas he hallado al­guno. Los he buscado cerca y lejos, entre los artistas y en­tre los ingenuos y los "sabios". Como Ibn-Bati.ita, he to­mado el palo del peregrino y hecho vía por el mundo en busca, como él, de los santos de la tierra, de los hombres de alma especular y serena que reciben la pura reflexión del ser de las cosas. ¡Y he hallado tan pocos, tan pocos, que meahogo! (22).

La generación de Ortega, la del novecentismo, fue rica en ensa­yistas. Se agostó la creación poética y novelesca •— exceptuados, desde luego, Juan Ramón Jiménez y Gabriel Miró— pero flo­reció la crítica, el análisis intelectual. Hay que mencionar a Gregorio Marañón, definidor de lo que podría llamarse la inter­pretación biológica de la biografía y la historia; a Eugenio

, D'Ors, famoso por su ensayos estéticos; a Manuel Azaña; a Sal­vador de Madariaga. La generación del 27, sin embargo, fue esencialmente poética, como lo fue también la de Contemporá­

neos en México. Sobresalen, sin embargo, Dámaso Alonso, in­troductor de la crítica estilística en español, y José Bergamín, uno de los más originales ensayistas contemporáneos.

El ensayo fue el eje medular de la generación del Ateneo en México. El largo crepúsculo del Porfiriato, el conflicto ideo­lógico, la Revolución, favorecieron las polémicas y el periodis­mo. Los ateneístas inician la literatura mexicana contemporá­nea. Su acometividad renovadora se encauzó en diferentes pro­pósitos que, en el fondo, estaban íntimamente relacionados: la lucha contra el positivismo; la democratización política; el fcnes-tizaje cultural; el nacionalismo humanista; la universilidad. José Vasconcelos, apasionado, contradictorio-, sorprendente siempre, tuvo una enorme influencia en México e Hispanoamérica. Su obra abarca diversos campos, pero es en el ensayo donde des-

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cueila, y en este género aventuró con genio y audacia toda suer­te de ideas filosóficas e históricas, políticas y estéticas. Su per­sonalidad caracteriza no sólo la generación del Ateneo, sino el primer cuarto de siglo en América. Su obra está llena de instui-ciones geniales y también de muy subjetivas opiniones que to­davía suscitan la discusión. Entre las más importantes, cabe citar La raza cósmica (1925), largo ensayo de filosofía de la historia, en el que se augura la integración definitiva de todas las razas en una sola que integre la perfección humana; Ulises criollo (1933), primer volumen de una autobiografía novelesca llena de pasajes ensayísticos; Estética (1936), quizá la más aca­bada. He aquí uno de sus pasajes:

Fue barbarie de la época positivista excluir de las Fa­cultades el estudio de las humanidades. Pero sería ceguera dejar al filósofo sin conocimiento somero de las hipótesis atómicas y la teoría del cuanta. A l filósofo moderno le deja más provecho la termodinámica que el griego, la f i ­lología y la gramática. Cuiden nuestras universidades de asentarse en las firmes bases de la época y de evitarse la posición de veleta que cambia con cada correo. Una con­cepción contemporánea del mundo tiene que enraizar en la física, la química y la biología. Que un pensamiento así orientado, supera, sin embargo, la materia, es una de las consecuencias de mi sistema (23).

Más puramente, intelectual, menos disperso que Vasconcelos en campañas universitarias y políticas, fue Antonio Caso. Su vida y su obra son paralelos a los años en que México, entre la Revolución y la segunda guerra mundial, se incorpora a los pro­blemas del mundo contemporáneo. Insistió en el sentido ético de la vida, en el compromiso del intelectual. Se interesó pro­fundamente, como Vasconcelos, en orientar el nuevo México que había emergido de las llamas revolucionarias. Entre sus obras más significativas están La existencia como economía, desinterés y caridad (1919); Discursos a la nación mexicana (1922); Nuevos discursos a la nación mexicana (1934) ; El pe-

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ligro del hombre (1942) . Al primero'corresponde el siguiente fragmento.:

La caridad es un hecho como la lucha. No se demues­tra, se practica, se hace, como la vida. Es otra vida. No tendréis nunca la intuición del orden que se opone a l.vi vida biológica, no entenderéis la existencia en su profun­da riqueza, la mutilaréis sin remedio si no sois caritativos. Hay que vivir las intuiciones fundamentales. El que no se sacrifica no entiende el mundo total ni es posible expli­cárselo, como no es posible explicar a un sordo lo que sea el sonido o a un ciego de nacimiento la luz. No hay óptica para ciegos ni acústica para sordos, ni moral ni religión para egoístas. Por eso veis que las niegan. Pero, así como el sordo no arguye contra la música ni el ciego contra la DÍntura, el malo no arguye contra la caridad, incompara-3le obra de arte. Hay que tener todos los datos, que ser liombre en su integridad; ni ángel ni bestia; para abarcar la existencia como economía y como caridad, como interés y como sacrificio ( 2 4 ) .

Alfonso Reyes fue esencialmente un humanista. Su obra, una de las más ricas entre los escritores del siglo xx, es literaria casi por entero. Sus ensayos críticos superan sus obras de imagina­ción. Se llamó a sí mismo "especialista en generalidades", pero la realidad es que atesoró un caudal extraordinario de conoci­mientos. Introdujo la estilística en México, oponiéndose así, co­mo Vasconcelos y Caso, a la escuela crítica del positivismo; iluminó mediante su erudición y sensibilidad muchos capítulos de las literaturas española y mexicana. Admirador de la sereni­dad griega, a su cultura ha dedicado algunas de sus mejores obrs. Aunque alguna vez se le reprochó soslayar los temas pro­piamente mexicanos. Reyes enfatizó la significación que para una auténtica literatura nacional tienen las corrientes universa­les. La X en la frente es precisamente un convincente ensayo acerca de este problema. Su estilo es claro y preciso. Entre sus muchas obras, en gran parte ensayos, sobresalen Visión de Aná-huac (1917) , Simpatías y diferencias (1921-26), Capítulos de

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literatura española (1939-45), Letras de la Nueva España (1948). . . Un libro fundamenta suyo es El deslinde (1944).

Por eso definíamos alguna vez la literatura como "la verdad sospechosa". Algunos llaman a esto ia mentira" ar­tística, y a veces el efecto estético resulta de desenmasca­rarla de pronto. Ej.: "Porque ese cielo azul que todos vemos. N i es cielo ni es azul." Mas, para los fines del poe­ta, la ficción no es una mentira, antes es otro modo más cabal de verdad. Y esto, por dos razones: la una, porque ella contiene la evocación del hecho, práctico, el mínimo de realidad con que se satisface la práctica, y además de eso, la expresión de un querer real añadido por el hombre en un arresto de creación mágica, o complementación del mundo por la voluntad verbalmenre manifestada: "Sea el sol, además de lo que suele, un monarca oriental que ex­pira". Y la otra razón, que aquí encontramos la traduc­ción de una verdad íntima en toda su plenitud; ancha, arborescente, y no mutilada en un sentidd lineal, no des­plumada ya por la utilidad práctica: "Cuando el sol se pone, yo veo en él, además de eso, un monarca oriental que expira" (25).

Las generaciones posteriores a la del Ateneo han contado siem­pre con ensayistas de gran calidad que han explorado territorios muy diversos de pensamiento. Recuérdese, entre otros, a A l ­fonso Caso y La religión de los aztecas, ampliada en El pueblo del sol; a Ramos y la búsqueda fenomenológica de lo mexicano, que dio origen a una importante colección de ensayos sobre los más variados aspectos de la vida y la cultura nacionales: "Mé­xico y lo mexicano"; a los historiadores del arte, como Toussaint, Toscano, Justino Fernández y Francisco de la Maza; a los crí­ticos literarios como Monterde, Rojas Garcidueñas, José Luis Martínez, Ramón Xirau, Emmauel Carballo, Salvador Reyes Nevares, Carlos Fuentes. Entre los ensayistas actuales hay que destacar el muy particular talento de Octavio Paz. Muy cono­cido es El laberinto de la soledad. (1950), pero tiene otros mu­chos ensayos de gran interés: EJ arco y la lira, por ejemplo. En 1957 publicó Las peras del olmo; en 1967, Puertas al campo, donde se encuentran estos párrafos:

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No hay escuelas ni estilos nacionales; en cambio, hay familias, estirpes, tradiciones espirituales o estéticas, uni­versales. La novela argentina o la poesía chilena son rótu­los geográficos; no lo son la literatura fantástica, el realis­mo, el creacionismo, el criollismo y tantas otras tendencias estéticas e intelectuales. Los movimientos artísticos, claro está, nacen en este o aquel país; si en verdad son fecun­dos, no tardan en saltar las fronteras y echar raíces en otras tierras (26).

El ensayo es uno de los géneros literarios que en la actua­lidad cuenta con rhayor número de escritores y lectores. En Mé­xico, por ejemplo, las revistas literarias y los suplementos cul­turales de los grandes diarios [Universidad de México, Cua­dernos Americanos, Diálogos, Siempre, Plural, El Nacional, Ex-célsior. Novedades, etc.) testimonian la vitalidad y riqueza del ensayo. Su importancia, lejos de haber disminuido en estos úl­timos años, es hoy quizá mayor que en otras épocas. Y esto se debe a dos razones. Por una parte, el ensayo actual es el medio más preciso al través del cual pueden los escritores, los inte­lectuales del mundo, exponer los peligros que afronta la es­pecie humana (guerra, hambre, tiranía, contaminación). Por otra parte, el ensayo viene a ser un puente entre la literatura de imaginación (que muchos consideran "falsa") y las más auténticas y personales expresiones del escritor contemporáneo. Así, es frecuente encontrar en la actualidad prosas en las que el deslinde entre la fantasía o ficción y las vivencias concretas del poeta, es casi im cosible. A este respecto, son notables los ejem­plos de los ensa}'os de Azorín y de otros muchos escritores del' siglo xx: (Schwtób, Henry Miller, Arreóla, Elizondo, etc.). De hecho, se proyecta hacia el futuro una "antiliteratura" que in­tenta integrar, en una verdad sustancial, todos los géneros.

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NOTAS

(1) Diccionario de Autoridades. Ed. facsimilar. (2) Diccionario de la Real Academia Española. 4a. ed. Madrid,

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riaj Credos. (7) Webster^s New Ttuentieth Century Dictioitary of the English

Language. 2nd. ed. Cleveland, Ohio. (8) Titulo de una sección de la revista Cuadernos Americanos, (9) M . de Montaigne, Essais. T . I . París, Editions Garnier, 1958.

(10) J. J. Arreóla, "Prólogo" a Ensayos escogidos, de M . de Mon­taigne. México, U .N.A.M. , 1959.

(11) A. del Río, Antología general de la literatura española. T. I . New York, Holt, Rinehart & Winston, 1960.

(12) A. del Río, Antología. . ., ob. cit. (13) A. del Río, Antología.. ., ob. cit. (14) Obras escogidas de filósofos. Tntr. sel. A. de Castro. Madrid,

1953. BAE, t. 65. (Ed. facsimilar). (15) Obras escogidas de filósofos, ob. cit. (16) Obras escogidas. . . ob. cit. (17) M . de Montaigne, Essais, ob. cit. (18) M . de Montaigne, Essais, oh. cit. (19) A. del Río, Antología general de la literatura española. T. I . ,

. ob. cit. (20) A. Machado, Obras. México, Editorial Séneca, 1940. (21) Azorín, Lecturas españolas. (Austral, 36). (22) J. Ortega y Gasset, El Espectador,^T. I . Madrid, 1921. (23) Antología del pensamiento de lengua española en la edad

contemporá7iea. Intr., sel. J. Gaos. México, Editorial Séneca, 1945. '

(24) Ajitología del pensamiento de lengua española en la edad contemporánea, ob. cit.

(25) Antología del pensamiento de lengua española. . ., ob. cit. (2ó) O. Paz, Puertas al campo. México, U.N.A.M. , 1967.

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PREGUNTAS

1. Defina el ensayo como género literario. 2. ¿Cuál es la etimología de la palabra "ensayo"? 3. ¿Qué significados tuvo el término "ensayo" durante el siglo

X V I ? 4. Enuncie algunas características del ensayo. 5. Clasifique el ensayo medíante algunos temas. Ejemplos. 6. ¿Quién escribió los primeros "ensayos" literarios y en qué

época? 7. Cite algunos precursores. 8. ¿Existe algún escrito de carácter ensayístico importante en Mé­

xico durante el siglo xvn? 9. ¿Qué relación tiene el industrialismo con el ensayo?

10. ¿Y el liberalismo? 11. ¿En qué época aparecen los diarios, cuándo se desarrollan y

cómo se relacionan con el ensayo? 12. ¿A quién se considera el primer expónente del ensayisn;o inglés? 13. ¿A quién el primer ensayista propiamente dicho en lengua es­

pañola? 14. Cite los.grandes movimientos filosóficos y literarios que en el

siglo xix dieron origen a numerosos debates, artículos y en­sayos.

15. ¿Por qué estuvo la generación del 98 en'gran parte (''formada por ensayistas? ¡i

16. ¿Existe una generación paralela en México? 17. Cite tres grandes ensayistas españoles del siglo xx. I 18. Cite tres grandes ensayistas mexicanos de la misma época. 19. ¿Qué polémicas de carácter científico suscitaron ensayos? 20. ¿Cuál es la función del ensayista en el mundo actual?

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RESPUESTAS

1. El ensayo es un escrito en prosa, por lo común breve, original y subjetivo, acerca de un determinado tema. Su propósito no es sólo informativo, sino también polémico. Su estilo debe ser cla­ro y personal.

2. Proviene del latín "exagiu", que significa pesar. 3. Tres: prueba o "ensaye" de un metal; prueba de los manjares

en la mesa; escritos literarios producto de las pruebas o expe­riencias de la vida (en Montaigne).

4. Variedad, libertad de temas; prueba o experiencia; hipótesis; originalidad; estilo; carácter híbrido entre la ciencia y la lite­ratura.

5. Ensayo literario; Montaigne, Pardo Bazán, Alfonso Reyes. En­sayo científico': Darwin, Bernard, Freud. Ensayo filosófico: Sar­tre. Ensayo estético: Worringer. Ensayo histórico; Montesquieu, Voltaire, Toynbee. Ensayo polídco: Bolívar.

6. Montaigne, a fines del siglo xvi, 7. Séneca, Marco Aurelio, Erásmo, Vives. 8. La Cartd a Sor Pilotea, de Sor Juana Inés de la Cruz. 9. El industrialismo fomenta la tecnología y la investigación cien­

tífica, favoreciendo así el principio de experiencia y la crítica; contribuye, además, a la libertad del comercio y por consiguien­te el liberalismo político.

10. 'El liberalismo político estimula la libertad de pensamiento y de expresión, así como la crítica. De ahí, la floración de la litera­tura ensayística en Inglaterra y Francia durante el siglo xvin,

11. Hay hojas volantes a partir del siglo xvi y aun anteriores, pero los diarios propiamente dichos aparecen a fines del xvii . Uno de los primeros es el Journal des Savants, en Francia. Los dia­rios se desarrollan sobre todo en el xvm. El ensayo es un género esencialmente periodístico.

12. Addison, fundador con Steele de Tlie Taller y The Spectator en el siglo xvm.

13. A fray Benito Jerónimo Feijoo y su Teatro crítico universal. 14. El idealismo alemán y el romanticismo, en conflicto con la f i ­

losofía de la ilustración y el neoclasicismo. Después el positivis­mo y el naturalismo, en pugna con los románticos. En España, la oposición entre católicos tradicionalistas y krausistas. En Hispanoamérica, el modernismo.

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15. Fue una época de intensa crisis liistórica. De ahí la necesidad de un examen de conciencia nacional, y en éste prevalecen los gé­neros críticos, como el ensayo.

16. La generación del Ateneo y la del 98 poseen algunos rasgos co­munes, como son el antipositivismo, el énfasis en la educación Dopular, la búsqueda de la identidad nacional, y otros.

17. Unamuno, Azorín, Ortega y Gasset. 18. Vasconcelos, Reyes, Paz. 19. La nueva teoría de (Copérnico y las observaciones de Galileo en

los siglos X V I y xvti. Las discusiones acerca de la generación es­pontánea, que resolvió definitivamente Pasteur en el siglo xix. Las ideas evolucionistas, cuya crisis tuvo lugar a mediados del xlx con el triunfo de Darwín y Wallace. La»negación de prin­cipios vitales de índole metafísica (Wohler, Bernard). El de­bate entre deterministas e indeterminista,s en el xx. El psicoaná­lisis y la teoría del subconsciente.

20. Por una parte, contribuir a una más clara toma de conciencia de los problemas y peligros que enfrenta el hombre contempo­ráneo. Por otra, hacer de la "literatura" (como fantasía y di­versión) una expresión vital auténtica.

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BIBLIOGRAFIA

General:

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minario de Problemas Científicos y Filosóficos (Universidad Na­cional Autónoma de México), donde se ha publicado gran número de ensayos acerca de los más diversos campos de la ciencia contem­poránea.

Nota: Los asteriscos señalan lecturas recomeitdadas a los pro­fesores.