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Universidad de los Andes Instituto de Historia Santiago – Chile El Ejército de Chile en vísperas de la Guerra del Pacífico (1866-1879). ¿Pacifismo o belicismo chileno? Una visión del personal. Tesis para optar al grado académico de Licenciado en Historia

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Universidad de los Andes

Instituto de Historia

Santiago – Chile

El Ejército de Chile en vísperas de la

Guerra del Pacífico

(1866-1879).

¿Pacifismo o belicismo chileno? Una visión del

personal.

Tesis para optar al grado académico de Licenciado en Historia

Valentina Verbal Stockmeyer

Profesor guía: Enrique Brahm García

Concepción del Nuevo Extremo, mayo de 2009

“Las relaciones de los pueblos viven de equilibrio, de suspicacia, no de amor. Los hombres de

Estado dignos de este nombre, no pueden extremar las manifestaciones de confianza sin caer en el

ridículo o en el peligro. Los pueblos no se aman. Los pueblos se vigilan, y buscan sus orientaciones

en sus intereses permanentes, no en efímeros abrazos. Por haber olvidado este principio, Chile

permitió en 1866 que su aliado el Perú, adquiriese un poder naval preponderante respecto de él y la

consecuencia se está viendo en la demostración de Mejillones seis años después, y en el Tratado

secreto que lo puso en peligro de desaparecer como Nación. Si alguien hubiera tenido la previsión

de decir esto en 1866, no habría sido escuchado. ¿No se habían borrado las fronteras; no estaba la

América unida por un fraternal abrazo?”.

Gonzalo Bulnes1.

“Apreciado padre: Es en mi poder la muy apreciada suya fecha 26 del presente2. Tuve el mayor

gusto al saber de Ud. y que se encuentra bueno como también mis hermanos. Yo por acá quedo

bueno y a sus órdenes.

En contestación a la suya le diré que la papeleta de la mesada ni yo mismo sé como se pagará.

Reciba lo que le den porque así debe ser.

Pasaré a decirle algo sobre el viaje de nosotros. El 3 de mayo, salimos de Dolores en la tarde y

caminamos toda la noche. Llegamos a Pisagua al otro día como a las 9 y nos embarcamos en el

Itata. A bordo se encontraba el Caupolicán. Salimos ese día y llegamos a esta Caleta al otro día. El

mar estaba muy bravo, y no pudimos desembarcar; seguimos para Ilo y desembarcamos el

Caupolicán. En tierra se encontraba el Chillán, Zapadores, Cazadores y Granaderos. Todos han

salido para el interior, menos nosotros. Saldremos ahora o mañana.

1 Bulnes, Gonzalo, La Guerra del Pacífico, Tomo I, Editorial del Pacífico, Santiago, 1955, p. 46. 2 26 de mayo de 1880.

2

Abraham Quiroz”3.

ÍNDICE GENERAL

INTRODUCCIÓN…………………………………………………………………………..5

CAPÍTULO I. INFLUENCIA FRANCESA……………………………………………….11

1. Afrancesamiento de la sociedad chilena……………………………………………

11

2. Influencia francesa en materia de organización militar…………………………….15

3. Recepción de las ideas tácticas de la época de Napoleón………………………….21

4. Escuela Militar……………………………………………………………………..27

CAPÍTULO II. DOTACIÓN DE TROPAS……………………………………………….31

1. Estadísticas del Ejército…………………………………………………………….31

2. Guardia Nacional…………………………………………………………………...37

3. Reclutamiento a comienzos de 1879……………………………………………….44

CAPÍTULO III. PROBLEMAS DEL ENGANCHE………………………………………53

1. Sueldos de la tropa…………………………………………………………………53

3 Quiroz, Abraham, e Hipólito Gutiérrez, Dos soldados en la Guerra del Pacífico, Editorial Francisco de Aguirre, Buenos Aires — Santiago de Chile, 1976, pp. 77 y 78.

3

2. Condiciones de la vida militar en general………………………………………….59

3. Condiciones de la vida militar en la Araucanía……………………………………67

4. Defectos del sistema………………………………………………………………..72

CAPÍTULO IV. PACIFISMO DE LOS POLÍTICOS CHILENOS……………………….77

1. Leyes militares..……………………………………………………………………77

2. Relaciones con Bolivia……………………………………………………………..83

3. Inicio de la guerra…………………………………………………………………..85

CONCLUSIONES…………………………………………………………………………88

FUENTES Y BIBLIOGRAFÍA……………………………………………………………95

4

ÍNDICE DE CUADROS

CUADRO 1. Estructura funcional del ejército de Chile (1866-1879)……………………..16

CUADRO 2. Dotación del Ejército de Chile (1866-1879)………………………………...32

CUADRO 3. Distribución del Ejército por guarniciones en 1877…………………………35

CUADRO 4. Dotación de la Guardia Nacional (1866-1879)……………………………...39

CUADRO 5. Distribución de la Guardia Nacional según provincias en 1871…………….43

CUADRO 6. Dotación de tropas de Chile, Perú y Bolivia al inicio de la Guerra del

Pacífico, según historiadores de diversas nacionalidades………………………………….46

CUADRO 7. Población de Antofagasta a comienzos de 1879, según porcentajes………...51

CUADRO 8. Sueldos del Ejército a partir de la ley de 21 de noviembre de 1871………...56

CUADRO 9. Promedio de salarios reales en Chile (1866-1879)…………………………..56

CUADRO 10. Población por provincias (censos de 1875 y 1865)…..…………………….73

CUADRO 11. Leyes de presupuestos en Chile según partidas ministeriales (1867-

1879)......................................................................................................................................7

8

5

CUADRO 12. Porcentajes de gastos militares del presupuesto total (1867-1879)………...79

CUADRO 13. Producto interno bruto en millones de pesos de 1995 (1866-1879)...……...80

INTRODUCCIÓN

La Historia Militar, al menos desde mediados del siglo XX, no se reduce sólo a la historia

de las guerras y batallas, sino que es mucho más compleja y amplia. En efecto, pueden

distinguirse varias líneas de investigación en la nueva historia militar, v. gr., la historia

política militar (que se refiere a la actuación de los militares en el acontecer político), la

historia militar social (que trata aspectos sociales de la vida de los militares), la historia de

la tecnología militar (que estudia las armas, las fortificaciones, etc.), la militaria histórica

(que analiza uniformes, banderas, medallas, etc.), las biografías de militares, y, por cierto,

la historia de las guerras y batallas4. Todas estas áreas tienen un punto de referencia en

torno al cual giran o han de girar. Y éste no es otro que la historia de los ejércitos en cuanto

se trata de instituciones insertas en el devenir de sus propios estados o naciones, o incluso

en el de continentes o áreas supranacionales de mayor o menor conflictividad.

En este sentido, todavía son escasos los trabajos que en Chile se dedican a estudiar

la vida del Ejército en tiempos de paz. La mayoría de las obras de Historia Militar de Chile

se refiere a la historia o crónica de las guerras y de las batallas, con mayor o menor análisis

estratégico y táctico5. Esto se debe, en no poca medida, a la circunstancia de que, hasta hace

no mucho tiempo atrás, la Historia Militar estaba, casi exclusivamente, en manos de

militares y no de historiadores propiamente tales6. Y teniendo un fin eminentemente

4 Cfr. Rodríguez Velasco, Hernán, “La historia militar y la guerra civil española: una aproximación crítica a sus fuentes”, en Stvdia histórica contemporánea, volumen 24, 2006, pp. 59 y 60. 5 Por ejemplo: Téllez, Indalicio, Historia militar de Chile: 1520-1883, dos volúmenes, Imprenta y Litografía Balcells y Cía., Santiago, 1946; Toro Dávila, Agustín, Síntesis histórico-militar de Chile, Editorial Universitaria, Santiago, 1976. 6 En 1941, el Capitán Bernardino Parada critica el hecho de que historiadores generales se inmiscuyan en el campo de la Historia Militar que, según él, debe quedar reservada a los militares, por poseer ellos los conocimientos necesarios de la Ciencia Militar (Cfr. Parada, Bernardino, “Hacia un nuevo concepto de Historia Militar”, en Memorial del Ejército de Chile, Nº 173, Santiago, 1941, pp. 125-148). Una visión

6

pedagógico: el estudio de las guerras y batallas del pasado siempre se ha estimado como

una útil herramienta para los profesionales de las armas, puesto que “es un arte que supone

la adquisición de una experiencia”7. Y, si bien los sujetos fundamentales de la Historia

Militar son los ejércitos, no ha de olvidarse que ellos están hechos y orientados para la

guerra. Como bien señala Roberto Arancibia Clavel, “los ejércitos son para combatir, por lo

que se debe inferir, entonces, que la historia militar en último término debe ser acerca de la

batalla”8. De la batalla, agréguese, pero a partir de una estructura y de una preparación.

Elementos ambos que difícilmente se pueden improvisar. De ahí que para entender el

desenvolvimiento de un ejército en una guerra, ha de acudirse a la organización

institucional y preparación militar del mismo en tiempos de paz. En otros términos, la

victoria o derrota de un país o ejército no se explica, única y exclusivamente, por las buenas

o malas decisiones estratégicas y tácticas adoptadas durante el conflicto mismo, sino

también, y en gran e importante medida, por la consistencia institucional del país (y de sus

fuerzas armadas) y por la labor de preparación, cualitativa y cuantitativa, de las

instituciones castrenses que, quiérase o no, siempre están insertas en la sociedad de la que

forman parte integral, siendo un reflejo de ella.

La materia de la tesis que ahora se presenta es el Ejército de Chile en un período de

entreguerras: entre el término de la Guerra con España (1865-1866) y el comienzo de la

Guerra del Pacífico (1879-1884). Y el punto de vista es determinar en que medida esta

institución, en cuanto forma parte del Estado-Nación, desarrolla una preparación militar en

vistas a una posible guerra en el norte, con el Perú y con Bolivia, países ambos con los que

efectivamente Chile se enfrentará durante la segunda de dichas guerras. Valga la siguiente

aclaración. Al hablar de preparación militar de nuestro país para la Guerra del 79, como

también se le conoce, no se quiere afirmar que Chile haya planificado, deliberada y

concientemente, este conflicto. En todo caso, para dilucidar el problema, certera e

moderna, que analiza las fortalezas y debilidades del estudio de esta disciplina por parte de los militares, puede verse en Jiménez Ramírez, Diego, “Una perspectiva de la Historia Militar y su estudio por los militares”, en Memorial del Ejército de Chile, Nº 478, Santiago, 2006, pp. 24-31.

7 Arancibia Clavel, Roberto, “El concepto de Historia Militar”, en Primera Jornada de Historia Militar. Siglos XVII-XIX, Centro de estudios e investigaciones militares (CESIM) — Departamento de Historia Militar del Ejército de Chile, Santiago, 2004, p. 28.8 Ibid., p. 12.

7

integralmente, es necesario acudir a un conjunto más amplio de factores o elementos de

juicio. Elementos que escapan al ámbito de lo estrictamente militar y que, v. gr., se

relacionan con lo político, diplomático, económico, etc. En todo caso, consuela saber que

estos aspectos han sido suficientemente tratados por la historiografía. Por ejemplo, son

muchas las obras que, desde el lado de Chile, han estudiado profusamente los antecedentes

diplomáticos de la Guerra del Pacífico9. No se puede decir lo mismo, en cambio, con

relación a los antecedentes que podemos calificar de militares. Una segunda aclaración: por

motivos de tiempo y espacio, hemos centrado nuestra atención, de manera preferente, en el

elemento humano de la entidad castrense; dejando de lado, por ejemplo, el ámbito relativo

al material de guerra. Aspecto éste que, si Dios lo quiere, podremos tratar en futuras

investigaciones.

Esta tesis se divide en cuatro capítulos. El primero, intitulado influencia francesa,

está dedicado a tratar el influjo de la Francia revolucionaria y napoleónica (1789-1815) en

la institución castrense. El segundo, denominado dotación de tropas, está orientado a

estudiar, ante todo, la cantidad de plazas que nuestro Ejército recluta. Un tercer capítulo se

refiere a los problemas del enganche, buscando dilucidar la o las razones que permiten

explicar la permanente disparidad entre las fuerzas legalmente autorizadas y las

efectivamente enganchadas, siendo las segundas inferiores a las primeras. Finalmente, con

un cuarto capítulo se tratará el pacifismo de los políticos chilenos, con lo cual se buscará

demostrar la inexistencia de una actitud belicista de parte de nuestros dirigentes.

No se ha pesquisado ninguna obra monográfica que aborde, simultáneamente, el

tema, marco cronológico y punto de vista de esta tesis. Sin embargo, no son pocas las obras

que, de manera más o menos directa, tratan las materias aquí estudiadas. Sería extenso

describirlas o, incluso, enumerarlas a todas. Lo cierto es que nunca el oficio histórico parte

de cero, por lo que de varias de ellas se dará cuenta a lo largo de este texto y, por cierto, en

la bibliografía situada en la parte final. Sin embargo, un trabajo que ha servido de punto de

9 Por ejemplo: Encina, Francisco Antonio, Las relaciones entre Chile y Bolivia (1841-1963), Editorial Nascimento, Santiago, 1963. Ríos Gallardo, Conrado, Chile y Bolivia definen sus fronteras, Editorial Andrés Bello, Santiago, 1963. Téllez Lugaro, Eduardo, Historia general de la frontera de Chile con Perú y Bolivia. 1825-1929, Instituto de Investigaciones del Patrimonio Territorial de Chile, Universidad de Santiago de Chile, Santiago, 1989.

8

partida y que es el que más se acerca a la presente tesis es el de Carlos Grez, publicado en

el Boletín de la Academia Chilena de la Historia en 1935. Este es un artículo que abarca

todo el período republicano, aunque a través de un análisis en exceso conciso10. Grez busca

refutar el argumento, especialmente boliviano11, que afirma que nuestro país desarrolla, en

los años anteriores a la Guerra del Pacífico, una constante y sistemática preparación militar,

orientada a expandirse hacia el norte, territorio deliberadamente codiciado por sus enormes

riquezas naturales, particularmente salitreras. Señala Grez: “Si los publicistas del Altiplano

en vez de lanzar la gratuita acusación de preparación bélica suficiente por nuestra serenidad

para agredir no ya a un vecino, sino a dos, hubiesen tenido serenidad para revisar los

documentos anuales de nuestro Ministerio de Guerra y Marina, no se habrían atrevido a

pretender fundar artificiosamente una tan atrevida como injusta apreciación. Allí están a la

disposición de cualquiera esas Memorias, en cuyas páginas el lector encontrará dos hechos

que llaman fuertemente la atención, a saber: 1) que anualmente, se esforzaban los ministros

del ramo, en probar al Congreso Nacional que los efectivos reales eran inferiores a los

efectivos autorizados por leyes expresas. 2) que esos mismos ministros (aún cuando

muchas veces eran militares de alta graduación) no oponían ningún inconveniente cuando

al ser necesario hacer economías en la administración pública se recurriese, en primer

lugar, a la sección guerra y marina del presupuesto nacional. Se sacrificaban así ingentes

cantidades, cuyo gasto representaba para el país la tranquilidad, por ejemplo de las regiones

sureñas, amagadas por los indios araucanos, etc.”12

Las fuentes utilizadas son diversas, pero son dos las fundamentales: las Memorias

del Ministerio de Guerra y las normas jurídicas de orden militar, dictadas antes y durante

nuestro período. Ambas fuentes permiten obtener una gran cantidad de datos concretos,

10 De sólo 28 páginas, considerando que además aborda lo relativo a armamentos y tanto del Ejército como de la Marina. 11 Se refiere, como ejemplo de su aserto, a Eduardo Diez de Medina, que en una obra suya de 1919 afirma lo siguiente: “‘Se comprende, por lo mismo, que un año después Chile hubiese negociado con Bolivia el pacto de límites de 1874, reconociendo una vez más, como límite entre ambas repúblicas, el paralelo del grado 24 ya fijado en el tratado de 1866 y suprimiendo la injusta e inconveniente comunidad de derechos sobre los metales, aunque manteniéndola sobre el guano. Nada perdía con ello, venciendo en cambio la desconfianza del vecino, a quien le brindaba prueba de amistad y ganando el tiempo necesario para preparar su ejército y sus recursos hasta la ocasión propicia en que el triunfo de sus armas le diera la posesión del territorio codiciado’” (Citado por Grez, Carlos, “La supuesta preparación militar de Chile para la Guerra del Pacífico”, en Boletín de la Academia Chilena de la Historia, Nº 5, Santiago, 1935, p. 112).12 Ibid., p. 113.

9

especialmente estadísticos; datos que han resultado de gran utilidad. Sin embargo, se ha

evitado reducir el asunto a meras cifras, buscando analizarlas en el contexto histórico en

que se insertan; interpretándolas y cotejándolas con otras realidades con las se conectan de

manera viva. De forma tal que, frente a no pocos puntos aquí tratados, se ha acudido a un

método que puede designarse como estadístico-analítico13. O sea, las estadísticas responden

a una realidad más amplia: a unos fines que el Estado y el Ejército se trazan y que buscan

desarrollar. Tomando en cuenta esto último, las cifras cobran valor y se relacionan entre sí

y con otras realidades en tanto en cuanto se inscriben en un contexto más amplio, entorno

que se ha considerado con mayor o menor profundidad, dado el caso y según el tema

tratado. En no pocas ocasiones se han transcrito extensamente algunas fuentes, en el

entendido de que sólo así se hace posible el tradicional objetivo del oficio histórico,

consistente en lograr que las fuentes hablen por sí solas, siendo el historiador un modesto

intermediario de las mismas. No en un sentido positivista, sino en términos de que toda

interpretación historiográfica debe apoyarse en hechos reales y no en fantasías subjetivas.

En la disciplina histórica (como en cualquier otra) es fundamental que los conceptos e

interpretaciones guarden debida relación con las realidades que pretenden describir o

significar. De lo contrario, siguiendo a Marrou, se corre el peligro de que la Historia se

pueble de fantasmas14. Asimismo, y a objeto de graficar y consolidar las afirmaciones

realizadas, se añaden algunos cuadros, especialmente de carácter estadístico. Además, para

facilitar la lectura de las fuentes, se ha actualizado su ortografía al tiempo presente.

Por último, al presentar una tesis, no se puede dejar de agradecer a varias personas,

en especial a aquellas que han sido esenciales en el proceso educativo vivido y que, para el

caso de la presente investigación, han sido determinantes en la recopilación de las fuentes

utilizadas. De las primeras, inevitable es agradecer al Director del Instituto de Historia de la

Universidad de los Andes, Profesor Francisco Javier González Errázuriz, quien se ha

desvivido por sacar adelante esta unidad académica, a la cual el infrascrito pertenece,

formando parte de la primera generación. Tampoco se puede dejar de mencionar a Manuel

Salas Fernández, Secretario Académico, que tantas y tantas veces nos ha recibido en su

13 Para los diversos métodos históricos, véase a Comellas, José Luis, “III. El método de trabajo y de investigación”, en Guía de los estudios universitarios. Historia, Ediciones Universidad de Navarra, Pamplona, 1977, pp. 215-185. 14 Cfr. Marrou, Henri-Irénée, El conocimiento histórico, Idea Universitaria, Barcelona, 1999, p. 137.

10

pequeña oficina, atochada de libros, para tratar y solucionar los más variados problemas

propios de la vida de un estudiante universitario. En esta misma línea, corresponde

reconocer a todos los profesores que, muy mayoritariamente, han sido de primerísima

calidad académica e intelectual. Con respecto a las personas que han sido fundamentales en

la recopilación de las fuentes primarias, que son el alimento de que se ha de nutrir toda obra

histórica, puesto que constituyen las huellas del pasado que se pretende resucitar15, no

puede dejar de agradecerse a Carmen Gloria Olivares, de la Biblioteca del Museo Histórico

y Militar, lugar al que se acudió por mucho tiempo, revisando numerosos documentos

militares de diverso tipo. Asimismo, a Carmen Morandé de la Biblioteca del Congreso

Nacional, gracias a la cual fue posible fotocopiar las Memorias de Guerra y no pocas

sesiones parlamentarias del período de esta investigación. Pero ningún agradecimiento en

una tesis, de una obra que implica poner las últimas piedras del estudio de una carrera

profesional, se completaría bien si no se hace particular mención a la familia, en especial a

los padres: a aquellos que, siempre e incondicionalmente, saben perdonar todos los errores

cometidos. Y sólo por amor: por lo que, al decir de San Pablo, no tiene límites de ninguna

especie, sino que todo lo puede.

Concepción del Nuevo Extremo, 12 mayo de 2009.

15 “La historia se hace con documentos. Los documentos son las huellas que han dejado los pensamientos y los actos de los hombres de otros tiempos. Entre los pensamientos y los actos, muy pocos hay que dejen huellas visibles, y esas huellas cuando existen son raras veces duraderas, bastando cualquier accidente para borrarlas” (Langlois C.V. y C. Seignobos, Introducción a los estudios históricos, Editorial La Pléyade, Buenos Aires, 1972, p. 17).

11

CAPÍTULO I

INFLUENCIA FRANCESA

El Chile decimonónico es un Chile afrancesado, situación que incidirá de manera patente en

el Ejército, en términos de personas determinadas, así como en materia de organización

militar y de ideas tácticas; además de otros elementos externos, como son los uniformes.

1. Afrancesamiento de la sociedad chilena

La influencia francesa en el Ejército de Chile no fue el producto de una misión especial de

militares galos, contratada por el Estado, sino el fruto natural del ambiente general de

afrancesamiento de la sociedad chilena en el siglo XIX. El origen de este contexto cultural

es explicado por el profesor Francisco Javier González, quien señala: “Finalizado el

proceso de independencia, las nuevas naciones de Hispanoamérica comenzaron un lento y

difícil proceso de organización. Formaban parte, hasta entonces, de un conjunto político —

la monarquía hispánica— que era también una vasta área de intensos flujos culturales en los

que España ocupaba un lugar central. Aunque los países latinoamericanos conservaban la

cultura hispánica de sus orígenes, la península ya no ocupaba un lugar central en las

referencias de los nuevos países. La necesidad de distinguirse de ella durante la

independencia, unida al triste estado en que la antigua metrópolis se encuentra durante

buena parte del siglo XIX, hace que las miradas americanas se dirijan hacia otras naciones

en busca de modelos que reemplazasen a aquellos que anteriormente la península les había

nutrido”16. En la misma línea de pensamiento, Jean Pierre Blancpain habla, ya para el caso

de Chile, de un proceso de descastellanización que consiste “en aproximarse a las naciones

modernas, y enriquecerse con experiencias de otros países: esto haría que la joven república

tomará conciencia que sólo avanzando podría existir”17.

16 González Errázuriz, Francisco Javier, Aquellos años franceses. 1870-1900. Chile en la huella de París Taurus, Santiago, 2003, p. 11. 17 Blancpain, Jean Pierre, “Cultura francesa y francomanía en América Latina: el caso de Chile en el siglo XIX”, en Cuadernos de Historia, Nº 7, Departamento de Ciencias Históricas, Universidad de Chile, Santiago, 1987, p. 11.

12

Un camino mediante el cual nuestro país buscó acercarse a las naciones europeas

más avanzadas fue a través del impulso, sea por medios directos o indirectos —mediante

contratos expresos o apoyos tácitos—, a la venida de extranjeros de las más diversas

naciones y actividades. Las autoridades políticas patrocinaron la llegada de estos

inmigrantes con el objeto doble de, por una parte, construir la república que se encontraba

en ciernes y, por otra, ayudar a la conformación de una nueva sociedad: de un pueblo

“civilizado”, a la altura del mundo moderno al que el “coloniaje” nos tenía ajenos. Y, en

efecto, entre 1810 y 1840 se desarrolló un persistente proceso de llegada de inmigrantes

destacados a Chile. Hernán Godoy Urzúa constata que al “estallar la revolución de la

independencia, el número de extranjeros era muy reducido”, señalando que el

“empadronamiento de García Carrasco dio en 1809 la cifra de 79 personas, compuesta

principalmente por 21 portugueses, 18 italianos, 10 norteamericanos, 9 franceses, 6

ingleses”18. Pero este hecho se revirtió, notablemente, desde 1811. Como ya se dijo, estos

extranjeros pertenecían a las más variadas profesiones: eran educadores, comerciantes,

intelectuales, artistas, etc. Y, por cierto, también militares y marinos. Muchos de ellos

fueron incorporados a tareas públicas de carácter innovador y creativo. Se podrían citar

innumerables casos de extranjeros que desde 1810 en adelante vinieron a Chile, llegando a

constituir un importante aporte al desarrollo de nuestro país. Menciónese, sólo a manera de

ejemplo, al británico Lord Cochrane (1775-1860), que recibió de manos de O’Higgins el

almirantazgo de la escuadra nacional; a los médicos irlandeses Guillermo Blest y Nataniel

Cox, llegados en 1819; y al pintor alemán Juan Mauricio Rugendas (1802-1858), quien

permaneció en el país por más de una década, entre 1834 y 1845. Pero, sin lugar a dudas, la

personalidad foránea más emblemática fue la del venezolano Andrés Bello (1781-1865),

contratado en Europa por Mariano Egaña. Según Hernán Godoy, Bello “estimuló la cultura

impulsando todas las formas e instancias mediadoras del trabajo intelectual. Inspiró

periódicos y revistas, inauguró la crítica literaria, enseñó a escribir la historia, participó en

salones y tertulias, en su propia casa y en la de Peñalolén”19. Pero, claramente, su nombre

pasó a la posteridad gracias a la fundación de la Universidad de Chile en 1842, y por la

18 Godoy Urzúa, Hernán, La Cultura Chilena. Ensayo de síntesis y de interpretación sociológica, Editorial Universitaria, Santiago, 1982, p. 240. Por supuesto, estas cifras excluyen a los españoles, puesto que éstos se consideran viviendo en territorio propio. 19 Ibid., p. 309.

13

elaboración del Código Civil (promulgado en 1855 y vigente desde 1857), siendo un

modelo determinante de otros códigos en el continente20.

Entre los muchos extranjeros llegados Chile, no pocos procedieron de Francia.

Blancpain pone el acento en la calidad de artistas de estos primeros inmigrantes galos. Por

ejemplo: Ernest Courtois, “decorador incansable de los edificios públicos de la capital”; el

arquitecto Claude Brunet-Desbaines, “traído a Chile en 1849 y cuyo nombre se encuentra

en las más hermosas mansiones de la aristocracia”; y, ya a fines de siglo, Lucien Hénault

que “reconstruye el Teatro Municipal de Santiago después del incendio de 1870”21. Pero,

obviamente, más importante que los nombres concretos son las diversas áreas en que se

materializó lo que puede calificarse como afrancesamiento de la sociedad chilena. Además

del arte, pueden consignarse los siguientes ámbitos: la literatura, las ideas, la lengua, la

moda, las costumbres, etc. Por ejemplo, en el plano de la vida cotidiana se llegará a hablar

de una “vida a la francesa”: de una imitación de las formas de comportamiento y de

sociabilidad galas. “Y en la medida en que se ascendía en la escala social, esas formas

pasaban a ser, sino un retrato, al menos una copia —elegante o burda— de ese vivir de la

alta sociedad parisina”22.

Y el Ejército chileno es una de las instituciones que mayor inspiración recibió desde

el país galo. Esta influencia concluyó con el inicio del proceso de prusianización (1885),

que tiene su origen en la contratación por el Gobierno chileno del capitán alemán Emilio

Körner (1846-1920)23. Desde el punto de vista de las formas exteriores, llamativa es la

influencia francesa en materia de uniformes. Esta situación se concretó de manera clara y

permanente con las disposiciones establecidas bajo el gobierno del Director Supremo

Bernardo O’Higgins (1820), distinguiéndose varias categorías de uniformes según el grado:

20 Francisco Walker Linares constata que Bello, si bien se inspiró en el Código Napoleón para la elaboración de nuestro Código Civil, “en otros puntos se aparta del sistema francés siguiéndose viejas prácticas coloniales españolas” (Walker Linares, Francisco, “La cultura francesa en Chile”, en Atenea, Nº 406, Universidad de Concepción, Concepción, 1964, p. 174). 21 Blancpain, Jean Pierre, op. cit., p. 17. 22 González Errázuriz, Francisco Javier, op. cit., p. 169. 23 Para este tema, véase a Brahm García, Enrique, Preparados para la guerra. pensamiento militar chileno bajo influencia alemana 1885-1930, Ediciones Universidad Católica de Chile, Santiago, 2003; y Sater, William F., “Reformas militares alemanas y el Ejército chileno”, en Revista de Historia, Departamento de Ciencias Históricas, Universidad de Concepción, Concepción, 1997, pp. 79-91.

14

Coroneles, Oficiales de Estado Mayor General, Servicio Religioso, Escuadrón de Dragones

de la República, Edecanes y Dragones de la Escolta General24. Por ejemplo, se dispone que

el “petit uniforme” de la tropa del Escuadrón de Dragones será “gorra o morrión, cordones

celestes, corbatín negro, casaquilla como está detallada para Oficiales; pantalón azul, franja

amarilla de lana, botín paño azul; bota con espuela de fierro”25. Y durante nuestro período

(1866-1879) se mantuvieron los uniformes, con diversos detalles en sus diseños, de notoria

influencia gala, incluso detectable para los neófitos en estos asuntos26.

Pero las instituciones son las personas que las integran, siendo decisiva en el

Ejército la llegada, desde los primeros tiempos, de varios militares franceses, sobre los

cuales O’Higgins puede apoyarse, tanto durante el proceso independentista (1810-1818)

como bajo su mandato mismo (1818-1823)27. Este elemento constituye lo que podemos

llamar el fundamento humano del Ejército posterior, puesto que se trata de personas venidas

a Chile mucho tiempo antes, desde los años de Independencia, pero que dejan marcas

indelebles en la institución: huellas que permanecen y que estarán plenamente vigentes en

la segunda mitad del siglo. Es difícil referirse a todos. Además de otros nombres como los

de Viel, Vic de Tupper, Cramer, Bacler d’Albe, Mercher, Lafond de Lurcy, Drouet y

Brayer, este último amigo personal de Napoleón28, quizás merezca ser destacada figura de

Jorge Beauchef (1787-1840), como un claro ejemplo de estos varios militares franceses que

llegan a Chile desde los tiempos de la Independencia29. Hasta el día de hoy, Beauchef es un

personaje que figura en el panteón de los héroes de nuestro Ejército30. De hecho, una de las

publicaciones historiográficas oficiales de la institución castrense no duda en afirmar que

“pronto Beauchef se conquistó el título de ‘chileno ilustre’”31.

24 Cfr. Historia del Ejército de Chile, Tomo III. El Ejército y la organización de la República (117-1840), Estado Mayor General del Ejército, Santiago, 1980, pp. 271-273. 25 Ibid. 273. 26 Cfr. Historia del Ejército de Chile, Tomo IV. Consolidación del profesionalismo militar. Fin de la Guerra fe Arauco. 1840-1883, Estado Mayor General del Ejército, Santiago, 1981, pp. 303-316. 27 Cfr. Francisco Javier González, op. cit., p. 196.28 Cfr. Ibid. 29 Una buena síntesis de estos militares galos puede verse en Campos Harriet, Fernando, “Soldados de Napoleón en Independencia de Chile”, en el mismo, Jornadas de la Historia de Chile, Academia Superior de Ciencias Pedagógicas de Santiago, Santiago, 1981, pp. 119-136. 30 Cfr. “Coronel Jorge Beauchef Ismet”, en Ejército de Chile, http://www.ejercito.cl/nuestro_ejercito/heroes_beauchef.php, febrero de 2009. 31 Héroes y soldados ilustres de Chile. 1810-1891, Estado Mayor General del Ejército, Santiago, 1981, p. 17.

15

2. Influencia francesa en materia de organización militar32

La influencia gala en el Ejército de Chile se expresó, ante todo, en el modo en que se

organizó la institución. En cuanto a la organización de tipo funcional, que se refiere a las

unidades permanentes que incluye la fuerza militar y que deben estar preparadas para

constituirse en unidades operativas, especialmente en el caso de producirse algún evento

bélico33, la Ordenanza General del Ejército de 1839 (vigente hasta 1924) establecía que

El ejército permanente de la República se compone de artillería, infantería, caballería e

ingenieros, observando en su formación el método siguiente: la artillería tendrá el primer

lugar, después de ésta seguirá la infantería por antigüedad de cuerpos, según fecha de su

creación, y luego la caballería guardando el mismo orden34.

El arma de artillería se dividía en artillería de a pie y de a caballo35. Como consta en

las Memorias de Guerra, esta arma se conformaba en un único regimiento36. ¿En que

radicaba el influjo francés en este ámbito? Justamente en el hecho de que desde los tiempos

de la Revolución, y especialmente con Napoleón, se consolidó en Europa la idea de que la

artillería debía estar organizada separadamente y no formar parte de las otras armas. Esto se

explica por la circunstancia de que, con el emperador francés, “la artillería dejó de tener

simplemente un valor de estorbo para impedir que el enemigo se juntara en el campo de

batalla y pasó a ser un arma con la que abrir brechas en sus filas antes de lanzar un ataque

de infantería o la caballería para completar el proceso de desorganización”37. Como

32 El marino chileno Omar Gutiérrez distingue tres dimensiones en toda organización militar: organización operativa, organización administrativa y funcional y organización del personal (Cfr. Gutiérrez Valdebenito, Omar, Sociología Militar. La profesión militar en la sociedad democrática, Editorial Universitaria, Santiago, 2002, pp. 189-193). Para este apartado, hemos seguido este marco teórico. 33 Cfr. Ibid., pp.189 y 190. 34 Lara, Alberto, Ordenanza General del Ejército, Imprenta del Ministerio de Guerra, Santiago, 1923, p. 11. Esta ley es promulgada por vez primera en 1839. La edición de 1923 contiene todas las disposiciones anteriores, modificadas o derogadas, puesto que se trata de una edición crítica. 35 Cfr. Ibid. También puede agregarse la artillería de costa, asociada a la Marina. 36 Para la historia en Chile de esta arma, véase a Barrientos, Pablo, Historia de la Artillería de Chile, Instituto Geográfico Militar, Santiago, 1946. Como bosquejo: La artillería chilena. 1810-1992, Dirección General. Comité de Artillería, Santiago, 1996. 37 Gibbs, N. H., “Capítulo III. Las fuerzas armadas y el arte de la guerra”, en Cambridge University Press, Historia del mundo moderno, Tomo IX. Guerra y paz en tiempos de revolución 1793-1830, Editorial Sopena, Barcelona, 1978, pp. 45 y 46.

16

concepto básico, señálese que el arma de artillería “combate en orden cerrado y por lo tanto

en frentes estrechos. Las órdenes son a viva voz o al toque de una corneta”38.

El arma de infantería se dividía en batallones, cada uno separado en compañías39. Y

el arma de caballería se componía de regimientos, divididos en dos o más escuadrones,

cada uno de los cuales se subdivide en compañías40. Para no quedarnos sólo en la letra de

esta normativa, señalemos que en la mayor parte de nuestro período el Ejército se compone

de un regimiento de artillería, de cinco batallones de infantería y de dos regimientos de

caballería.

CUADRO 1

Estructura funcional del ejército de Chile (1866-1879)41

Regimiento de Artillería

Batallón Buin 1º de línea

Batallón 2º de línea

Batallón 3º de línea

Batallón 4º de línea

Batallón 7º de línea

Regimiento de Cazadores a caballo

Regimiento de Granaderos a caballo

Fuentes: Elaboración del autor en base a Memorias de los Ministerios de Guerra y Marina presentadas al Congreso Nacional (Santiago, diversas imprentas, 1866-1880).

Con respecto a la organización del personal, cabe distinguir dos materias

principales: reclutamiento o enganche de tropas y grados jerárquicos. Sobre el primero de

estos aspectos, clave es la siguiente disposición referida al “modo de completar la fuerza

del Ejército”:

38 La artillería chilena, p. 17. 39 Cfr. Lara, Alberto, op. cit., p. 12. 40 Cfr. Ibid., p. 15. Para una historia de esta arma, véase a Madrid Torres, Vanessa, “Génesis y evolución de la caballería en Chile”, en Revista Libertador O’Higgins, Nº 12, Santiago, 1995. 41 Aclárese que se trata de la estructura más estable durante el período, puesto que a lo largo de él se producen algunas variaciones. Las de mayor importancia dicen relación con lo siguiente: en 1867 se disuelven los batallones 9º, 10º y 11º. En 1868 el batallón 8º se convierte en la Brigada de Toltén (zona de Arauco). En 1871 se restituye el batallón 8º, siendo suprimido definitivamente en 1871.

17

La fuerza del Ejército se compondrá de hombres destinados por la autoridad competente, y

de recluta de gente voluntaria. No bajarán de dieciséis años de edad ni pasarán de cuarenta;

no se les sentará su plaza en menos de cinco años. La estatura será lo menos de cinco pies,

con disposición, robustez y agilidad para resistir las fatigas del servicio, sin imperfección

notable en su personalidad, y libre de accidentes habituales42.

Como se observa, además de la natural exigencia de cumplir con ciertos requisitos

mínimos —en lo físico y moral—, esta disposición establecía un servicio militar

semivoluntario, de una duración de cinco años, luego de los cuales se podía renovar por

otros dos43. Decimos semivoluntario, porque incluía a los “hombres destinados por la

autoridad competente”. No contamos con cifras sobre la efectiva voluntariedad del servicio,

pero a la luz de los problemas del enganche —asunto que veremos en el capítulo siguiente

— se trataba, en la práctica, de un servicio más voluntario que obligatorio. Además, esta

prestación suponía el pago de un sueldo y de ciertas gratificaciones variables44.

El carácter semivoluntario de la conscripción en Chile es un aspecto en que nuestro

sistema de reclutamiento difiere del caso francés, revolucionario y napoleónico, de índole

obligatoria y más o menos universal. Principio este último que sí es recogido en los años de

la Patria Vieja (1810-1814), puesto que en aquella época la Junta de Gobierno decretó la

conscripción de todos los hombres de entre dieciséis y sesenta años de edad (1811). De este

modo, se comienza a poner en práctica el principio de “la nación en armas” de la Francia

revolucionaria45. El profesor Enrique Brahm García, siguiendo las ideas de Goltz, describe

este concepto histórico-militar como la circunstancia de que las guerras modernas ya no son

entre ejércitos, sino entre naciones, poniéndose en ellas “todos los medios, tanto

espirituales como materiales, para superar al rival”46. En otras palabras, se trata de una

guerra total: “La guerra dejaba de ser cosa del rey y su tesoro para abarcar el estado entero

42 Lara, Alberto, op. cit., p. 15. 43 Así lo establece la Ordenanza para el régimen, disciplina, subordinación y servicio de los ejércitos de la República de 1854 (Cfr. Rodríguez Rautcher, Sergio, Problemática del soldado durante la Guerra del Pacífico, Estado Mayor General del Ejército, 1984, p. 110). 44 A los sueldos y condiciones del servicio, nos referiremos en el Capítulo III. 45 Cfr. Puigmal, Patrick, “Influencia francesa durante las guerras de la independencia: de lo militar a lo político”, en Segunda Jornada de Historia Militar. Siglos XIX-XX, Centro de estudios e investigaciones militares (CESIM) — Departamento de Historia Militar del Ejército de Chile, Santiago, 2005, pp. 18 y 19. 46 Brahm García, Enrique, op. cit., p. 38. Para el tema de la guerra moderna, véase a Verstryngue Rojas, “El sistema de guerra de la sociedad industrial”, en REIS, Madrid, pp. 105-143.

18

con todo su potencial humano y material”47. Gibbs sostiene que uno de los primeros autores

en tomar conciencia de este fenómeno es Clausewitz para quien, “después de 1789, la

guerra se había convertido repentinamente en un asunto del pueblo, y de un pueblo formado

por treinta millones de personas, cada una de las cuales se consideraba a sí misma como un

ciudadano del Estado”48.

Pero, ¿por qué en el Chile de nuestro período no existió un sistema obligatorio y

masivo de reclutamiento? Las razones pueden ser varias. Pero señálense tres principales,

estrechamente conectadas entre sí. La primera es que reinó en el país, desde tiempos de la

Independencia, un profundo sentimiento pacifista y americanista. Similar sentimiento que,

con ciertos matices, inspiró la participación de Chile en la Guerra contra la Confederación

Perú-boliviana (1836-1839) y, especialmente, en la Guerra con España (1865-1866). En

segundo lugar, existían motivos de economía fiscal. Precisamente por la misma razón

anterior, no constituyó una prioridad el gasto en materia de defensa49. Y, finalmente, no

existía en Chile, ni en general en el continente americano, el concepto europeo de guerra

total, sino de guerra limitada. Probablemente, y en buena medida, recién con la Guerra del

Pacífico, nuestro país (así como el Perú y Bolivia) se acercará a este último concepto,

puesto que se ahí sí se logra movilizar, incluso forzadamente, a una gran cantidad de tropas,

amén de que se movilizarán las conciencias de todo el pueblo mediante una serie de

simbologías de carácter patriótico y romántico.

En términos de la organización del personal, un aspecto en que sí se aprecia una

influencia francesa es en el hecho de que en el Ejército se podía hacer carrera, viéndose a la

institución castrense como una entidad más democrática que aristocrática. Los grados

jerárquicos del Ejército, de inferior a superior, eran los siguientes: soldado, cabo 2º, cabo

1º, sargento 2º, sargento 1º, cadete, alférez, subteniente, teniente 2º, teniente 1º, ayudante

mayor, capitán, sargento mayor, teniente coronel, coronel, general de brigada y general de

división. Los oficiales eran nombrados por el Ministro de Guerra a propuesta del Inspector

47 Brahm García, Enrique, op. cit., p. 39. 48 Gibbs, N. H., op. cit., p. 40. 49 Al pacifismo de los políticos chilenos, dentro del cual veremos el presupuesto asignado a defensa, dedicaremos el Capítulo IV de esta tesis.

19

General del Ejército50. Y “las clases que pretendan su ascenso a oficial deben acreditar por

medio de un examen que poseen conocimientos equivalentes o los que se exigen a los

cadetes de la Escuela Militar”51. De este modo, se configuraba el principio de la carrièrre

ouverte aux talents52. Por supuesto, muchas veces, los principios son más teóricos que

prácticos; pero ello revela, al menos, el antedicho influjo y la posibilidad de acceder, para

personas de pocas alternativas en la vida, a una carrera ascendente y segura. Además, una

ley de 1878, promulgada por el Presidente Pinto (1876-1881), establecía que “para ascender

a los empleos que median entre la clase de soldado y la de Sargento primero, es necesario

haber servido cuatro meses a lo menos en el empleo inmediatamente inferior”53. O sea, ni

siquiera era estrictamente necesario, al menos en el papel, haber cumplido el plazo

obligatorio de cinco años en el servicio.

Ahora bien, con respecto al alto mando, importante es saber que en siglo XIX (y

hasta bien entrado el XX), no existía en Chile lo que hoy se conoce como Comandante en

Jefe del Ejército. En otras palabras, no había una jefatura máxima centralizada en las filas

de la institución, sino que el Ejército dependía directamente del Gobierno a través de sus

autoridades civiles, en especial del Ministro de Guerra que, en algunas ocasiones, y siendo

de la confianza plena del Presidente de la República, era militar. Las autoridades máximas

del Ejército en tiempos de paz fueron de dos tipos: 1) el Inspector General del Ejército que,

tal como su nombre lo indica, ejercía la función de fiscalizador del cumplimiento de la

normativa que regulaba a la institución castrense54; y 2) los comandantes generales de

armas de las provincias que, al mismo tiempo, eran los intendentes de cada una de ellas, a

quienes “estarán subordinados todos los individuos militares que tengan destino o

residencia accidental en ella [s], incluso los generales”55. Ambas autoridades dependían

directamente del Gobierno a través del Ministro de Guerra. Salta a la vista la intención del

50 Cfr. Lara, Alberto, op. cit., p. 157. 51 Körner, Emilio, y Jorge Boonen Rivera, Estudios de Historia Militar, Tomo II, Imprenta Cervantes, Santiago. 1887, p. 254. 52 Cfr. Gibbs, N. H., op. cit., p. 42. 53 Varas, José Antonio, Recopilación de Leyes, Órdenes, Decretos Supremos y Circulares concernientes al Ejército desde abril de 1812 a diciembre de 1887, Tomo VI, Imprenta de R. Varela, 1884, p. 32.54 Cfr. Lara, Alberto, op. cit., p. 157. 55 Ibid., p. 167.

20

legislador: mediante la descentralización del alto mando, se caminaba en la línea portaliana

y constitucional de subordinación del Ejército al Gobierno.

La organización operativa (o sea, aquella que se forma en caso de guerra) se basaba

en el nombramiento por parte del Gobierno de un General en Jefe del Ejército de

Campaña, al cual estaba subordinado el Comandante General de Armas de la provincia que

corresponda, en su caso. Este general tenía a su directo cargo un escuadrón especial

denominado “Escuadrón del General”56. Asimismo, la organización operativa contemplaba

las comandancias generales de infantería y de caballería57; no así de artillería: situación que

se debía al hecho de que, por constituir una unidad más pequeña —compuesta, como ya se

vio, de un solo regimiento—, pasaba a depender directamente del General en Jefe. Por otra

parte, en caso de guerra comenzaba a funcionar un Estado Mayor del Ejército58. En Chile,

este organismo se creó el 15 de septiembre de 1820, bajo el Gobierno de Bernardo

O’Higgins. En 1869 se dictó el Reglamento para el Estado Mayor de un Ejército de

operaciones. Esta norma vino a complementar las disposiciones que sobre esta entidad

consagraba la Ordenanza de 1839. Su artículo 1º la definía del siguiente modo:

El Estado Mayor es una reunión de jefes y oficiales que son los auxiliares del General o

Comandante en Jefe en el ejercicio de sus funciones, y el órgano por donde se transmiten

sus órdenes a las diversas secciones de que se compone un ejército59.

Al jefe de esta repartición, le correspondían, entre otras, las siguientes atribuciones:

1) formar el plan de batalla60, 2) inspeccionar todos los detalles del Ejército, 3) informar de

lo anterior al General en Jefe, 4) mensualmente, debe establecer el estado de la fuerza, 5) lo

mismo sobre estado del material de guerra, fortificaciones y municiones, y 6) después de

una batalla, recopilar la nómina de los muertos, heridos y prisioneros61. A objeto de

56 Cfr. Ibid., p. 185. 57 Cfr. Ibid., pp. 195-197. 58 Cfr. Ibid., pp. 191-195. Para la Historia del Estado Mayor del Ejército, véase: Reseña histórica del Estado Mayor General del Ejército. 1820-1985, Estado Mayor General del Ejército, Santiago, 1985; y Barrientos Gutiérrez, Pedro, Historia del Estado Mayor General del Ejército (1811-1944), Estado Mayor General del Ejército, Santiago, 1947.59 Varas, José Antonio, op. cit., Tomo IV, p. 188. 60 Cfr. Lara, Alberto, op. cit., p. 191. 61 Cfr. Varas, José Antonio, op. cit., Tomo IV, pp. 189 y 190.

21

subrayar la falta de preparación militar de Chile para la Guerra del Pacífico, el militar

chileno Arturo Sepúlveda Rojas se pregunta: “¿Cuántas vidas, tiempo y dinero se habrían

ahorrado, si se hubiera encontrado funcionando este imprescindible organismo

especializado, asesor del Mando?”62. Esto puede ser verdad, pero no hay que olvidar que en

esto nuestro Ejército también seguía la pauta de Napoleón, que se basa en sistema de

mando personalista y centralizado63. Hay que decir que la moderna idea de un Estado

Mayor General permanente, que nace en el Ejército prusiano de la primera mitad del siglo

XIX, aún no era asimilada por nuestro Ejército, porque todavía no se captaba plenamente la

evolución del arte de la guerra en el mundo, particularmente en Europa. Citemos a Liddell

Hart: “Durante las luchas contra Napoleón, los reformadores militares Scharnhorst y

Gneisenau, desarrollando las ideas anteriores de Massenbach, habían creado el núcleo de un

‘Estado Mayor General’ con funciones más amplias y responsabilidades mayores que las de

los antiguos ayudantes de Estado Mayor de un general, que eran usualmente muy poco más

que correos a sus órdenes, o burócratas encargados de los detalles administrativos. En el

sistema prusiano, el Estado Mayor General sería el cerebro colectivo del Ejército”64. Hart

añade que aquí surge, por vez primera, el concepto de un Estado Mayor General en

funcionamiento no sólo en campañas efectivas, sino también en tiempos de paz, y que

estaría compuesto por asesores expertos en táctica militar65. Pero, reiteremos, todavía no es

el prusiano el modelo que sigue nuestro Ejército, sino el francés.

3. Recepción de las ideas tácticas de la época de Napoleón

Otro aspecto clave en que se materializó la influencia francesa en nuestro Ejército es el de

de las ideas tácticas de la época del emperador galo. ¿En qué consistió esta incidencia en el

Ejército de Chile? Esta pregunta puede ser respondida desde varias perspectivas.

Hagámoslo desde el punto de vista de la infantería, que es lo que mayor importancia tiene

para los efectos de nuestro tema; referido, esencialmente, al personal.

62 Sepúlveda Rojas, Arturo, Así vivieron y vencieron. La logística del Ejército chileno durante la Guerra del Pacífico, 1980, p. 8. 63 Cfr. Gibbs, N. H., op. cit., p. 52. 64 Liddell Hart, B. H., “Capítulo XII. Las Fuerzas Armadas y el Arte de la Guerra: el Ejército”, en Cambridge University Press, Historia del mundo moderno, Tomo X. El cénit del poder europeo. 1830-1870, Editorial Sopena, Barcelona, 1978, p. 228. 65 Cfr. Ibid.

22

Desde los tiempos de la Revolución Francesa se viene debatiendo sobre la eficacia

de la formación en línea o, en cambio, de la de columnas, a las cuales hay que agregar,

como fuerzas de vanguardia, a las de escaramuzas66. Señala Gibbs: “Los generales

franceses en 1792 y 1793 tendían a apegarse a la formación en línea, ya que los veteranos

de sus ejércitos habían sido instruidos de este modo y los nuevos reclutas se adaptaron al

principio al viejo sistema”. Este mismo autor añade: “La columna en masa para el ataque

fue probada una o dos veces, en Jemapess por ejemplo, pero con resultados no muy

satisfactorios. En 1794, sin embargo, y en particular en la Armée du Nord, donde los

refuerzos necesariamente grandes de nuevas quintas rebajaron sumamente la disciplina —

aunque no el espíritu—, de las tropas francesas, la lucha en línea resultó prácticamente

imposible. Como resultado de ello, la infantería francesa luchó dispersa como

escaramuzadores, utilizando los cobijos para su fuego de acoso y para el de retirada al ser

contraatacados”67.

En otros términos, el siglo XIX, en particular las guerras napoleónicas, marcará la

disyuntiva, en el plano de la infantería, entre los llamados orden compacto y orden

disperso, avanzándose, gradualmente, hacia la segunda de estas modalidades. Hay que

decir, tal como lo indica Gibbs, que ello, en gran parte, dice relación con la masificación,

producto de la conscripción más o menos obligatoria, que se va produciendo en los

ejércitos. Pero a este elemento cuantitativo, hay que añadir otro de orden cualitativo o

específicamente técnico, como es el progreso en las armas de fuego, que van haciendo

ineficaz el orden unido en el combate, incluso bajo la forma de columnas más o menos

flexibles. A contrario sensu, la línea de mosqueteros mantendrá su vigencia en tanto en

cuanto los infantes de ataque en columnas carezcan de la preparación de tiro suficiente y de

armas de mayor precisión y largo alcance68. Lo cierto es que el Ejército napoleónico

utilizará un sistema mixto, combinado, entre las formaciones de línea y de columna,

además de la utilización de grupos de escaramuzadores. Por lo mismo, puede decirse que

las tácticas del emperador, cuyas victorias en el campo de batalla tanto prestigio le darían a

66 Cfr. Gibbs, N. H., op. cit., pp. 48 y 49. 67 Ibid., p. 49. 68 Cfr. Ibid.

23

Francia —y que, por cierto, marcaría la influencia que venimos refiriendo—, no fueron el

fruto de grandes transformaciones o reformas, de cambios dogmáticos y radicales, sino

expresión de un tiempo de transición en el arte de la guerra, incluyendo estrategias, tácticas,

armas, logística, entre otros varios elementos. Más bien, lo destacable en Napoleón, como

tantos autores lo han sostenido, fue su gran capacidad de movilizar, en poco tiempo, aunque

no en distancias en exceso amplias, a enormes masas de soldados, hasta de 200.000. Y

procurando siempre concentrar a sus tropas en cantidades claramente superiores a las del

enemigo, al que buscaba mantener acotado a unidades separadas69. Además de que utilizó

con éxito las maniobras de líneas envolventes (por ejemplo, en la batalla de Ulm en 1805) y

la de líneas interiores (léase, la batalla de Austerlitz en el mismo año). La primera consistía

en dividir sus tropas en un ejército de frente y otro que entra de espaldas; la segunda,

buscaba cortar en dos partes al ejército enemigo70.

Pues bien, el ejército chileno de nuestro período (1866-1879) es hijo de la transición

señalada en el párrafo anterior: de la disyuntiva, no totalmente aclarada, entre el sistema de

orden compacto y el de orden disperso. Esta realidad ecléctica puede ser apreciada en los

manuales de instrucción, destinados a la enseñanza del soldado recluta o a las diversas

armas de que se compone la fuerza (artillería, infantería y caballería). Por eso, no resulta

casual que sean estos manuales —a veces traducidos del francés; en otras ocasiones, de

autoría original, aunque inspirados en las ideas tácticas galas— los que sean usados durante

buena parte del siglo XIX, hasta los inicios de la referida prusianización. Por lo mismo,

tampoco resulta sorprendente, en la línea que venimos señalando, que el anexo Nº 24 de la

Memoria del Ministro de Guerra de 1868 realice la siguiente enumeración de las obras

autorizadas por el Gobierno para la instrucción militar:

1º Ordenanza General del Ejército, Edición oficial de 1839 (Código de Instrucción).

2º Táctica de infantería, Edición oficial de 1829, dos tomos.

3º Guía del instructor para la enseñanza del soldado en 30 días, por Armand Legrós, traducido por el Coronel graduado don Justo Arteaga. Adoptado por decreto supremo de 23 de julio de 1845, un tomo.

69 Cfr. Ibid., pp. 51 y 52. 70 Cfr. Fernández, Antonio, Historia del mundo contemporáneo. Curso de orientación universitaria, Vicens Vivens, Barcelona, 1998, pp. 46-49.

24

4º Táctica de guerrilla para la infantería, por el Sargento Mayor don José María Silva Chávez. Mandada observar por decreto supremo de 22 de enero de 1846, un tomo.

5º Táctica de artillería, por el Coronel don Justo Arteaga, traducción de Le-Secq de Crepy. Adoptada por decreto supremo de 10 de abril de 1848, un tomo.

6º Táctica de artillería, por el Teniente Coronel don Antonio de la Fuente. Adoptada por decreto supremo de 5 de diciembre de 1854, un tomo.

7º Táctica de caballería. Edición oficial de 1828. Mandado que se venda en $ 2.50 por la Tesorería General, decreto de 4 de noviembre de 1853, un tomo y un cuaderno de laminas.

8º Táctica de infantería, por el Coronel graduado don José María Silva Chávez. Adoptada por decreto supremo de 3 de mayo de 1867, tres volúmenes.

Hay algunas otras publicaciones militares, costeadas por el Estado o por particulares, para el buen servicio del Ejército, pero que no tratan del ejercicio y maniobras, etc.71.

Como se aprecia, dos de estas ocho obras son directamente traducidas del francés,

siendo las restantes de clara influencia gala. Esta situación, en términos críticos, es así

reconocida, en 1887, por Emilio Körner y Jorge Boonen Rivera (1858-1921), impulsores

ambos de la reforma prusiana en nuestro Ejército. Señalan: “El reglamento de infantería

que todavía se sigue para la instrucción de los cuerpos de esta arma, fue propuesto por el

coronel don José María Silva Chávez y aceptado por el Ministerio de Guerra en el año

1865. Está tomado del reglamento francés de 1862 y adolece de todos los defectos que

hemos señalado en este último”72.

A los manuales arriba indicados, hay que agregar el Tratado de ejercicios para la

instrucción del cuerpo de Artillería de Antonio de la Fuente73. Asimismo, ya durante la

guerra misma, en agosto de 1879, fue aprobado el Compendio de Táctica de Infantería de

José Antonio Nolasco74, basado en la citada obra de Silva Chávez. Y, con respecto a la

táctica en general, abarcando a las tres armas en su acción conjunta, nuestro Ejército llegará

a utilizar la obra de Vaultier, publicada en Chile en 1871: Observaciones sobre el Arte de

hacer la Guerra según las máximas de los más grandes generales75.

71 “Documento anexo Nº 24”, en Memoria que el Ministro de Estado en el departamento de Guerra presenta al Congreso Nacional de 1868, Imprenta Nacional, Santiago, 1868, p. 20. 72 Körner, Emilio, y Jorge Boonen Rivera, op. cit., p. 257. 73 De la Fuente, Antonio, Tratado de ejercicios para la instrucción del cuerpo de Artillería, arreglado en vista de los mejores autores modernos, Imprenta del Diario, Valparaíso, 1854. 74 Nolasco, José Antonio, Compendio de Táctica de Infantería, Imprenta Nacional, Santiago, 1879. 75 Vaultier, M., Capitán del Ejército Francés, Observaciones sobre el Arte de hacer la Guerra según las máximas de los más grandes generales, en APÉNDICE de Varas, José Antonio, op. cit., Tomo IV, 1871, pp.

25

Así, pues, por ejemplo, el Compendio de Infantería de José Antonio Nolasco

constituyó una patente manifestación de lo que se acaba de indicar: es decir, no logró

definirse del todo por un sistema compacto o disperso. Con posterioridad a nuestro período,

se le dará mayor importancia al segundo de estos sistemas, estableciéndose manuales

exclusivamente dedicados a él. En 1884, todavía en tiempos de la Guerra con el Perú, se

publicó el Reglamento para la instrucción de la infantería en “orden disperso”. Esta obra,

cuyo autor es Adolfo Silva Vergara, Coronel Jefe de la División de Estado Mayor de la

ocupación de Arequipa, es una de las últimas basada en disposiciones galas. En este caso,

se trató de una extracción o compendio del “Reglamento para las maniobras de infantería

del ejército francés” de 188276. Aquí (y en la misma Francia) ya se estaban aquilatando las

lecciones de la Guerra Franco-Prusiana (1870-1871), llegándose a la conclusión de que con

las nuevas armas de fuego resultaba imposible mantener las formaciones en orden unido,

las que se estimaban muy vulnerables.

Después de la llegada de Körner, y en la medida en que se asimile de mejor manera

la evolución en el arte de la guerra, se adoptarán nuevos manuales y reglamentos, v. gr., El

soldado de infantería en el combate (1896)77, Traducción del Reglamento de maniobras

para la artillería de campaña (montada y a caballo) del Ejército alemán (1899)78, etc.

Enrique Brahm trata in extenso el proceso de prusianización de nuestro Ejército y, en

concreto, la consolidación de la táctica de infantería de orden disperso por sobre la de orden

compacto en el período de la prusianización (1885 en adelante)79. Aquí sólo deseamos

subrayar que el Ejército de Chile del período 1866-1879 representa una transición en el arte

de la guerra. Similar situación que antes se había dado en la Francia napoleónica.

257-324. 76 Cfr. Silva Vergara, Adolfo, Reglamento para la instrucción de la infantería en “orden disperso”, Imprenta San Agustín, Santiago, 1884, p. 6. 77 El soldado de infantería en el combate, Imprenta y Litografía de la Sección Técnica del Estado Mayor General del Ejército, Santiago, 1896. 78 Silva, Luis, Traducción del Reglamento de maniobras para la artillería de campaña (montada y a caballo) del Ejército alemán, Imprenta y Litografía de la S.T. del E.M.G.E., Santiago, 1899.79 Cfr. Brahm, Enrique, op. cit., pp. 111-117.

26

Las enseñanzas de la Guerra Franco-Prusiana, que pusieron en el tapete múltiples

novedades en el orden táctico-militar, no alcanzarán a dejar su huella en la institución

castrense aquí tratada. Con Liddell Hart, puede decirse que el éxito de Helmuth von Moltke

(1800-1891) consiste en haber logrado una excelente combinación copulativa entre diversos

elementos, v. gr., estrategia, movilidad, dotación de tropas, instrucción eficaz, armas

modernas, todo lo cual es magistralmente dirigido desde un cerebro único, el Estado Mayor

General, justamente al mando de este brillante general alemán80. Pero el caso es que el

prestigio prusiano, obtenido básicamente en la antedicha guerra, si bien es conocido en

sectores de Chile y del Ejército, no alcanzaba a ser asimilado plenamente, en concreto para

los episodios de la Guerra del Pacífico81. En efecto, en 1879 existe el deseo de obtener un

triunfo rápido —“a la prusiana”, se dice—, pero esto se ve lejano por la falta de recursos

técnicos de nuestro país. En este sentido, se pronunciaba Alberto Blest Gana desde Francia:

Desde el principio me parecía insensato y aun criminal ese clamor que pedía victorias

instantáneas al Gobierno. ¡Por aquí quieren guerra barata, a la prusiana!, me dice V. lo uno

y lo otro son incompatibles para cualquier persona de buen sentido. Un país que

sistemáticamente ha negado al Gobierno los recursos más esenciales para armarse y

apertrecharse; que ha querido llevar su economía hasta vender sus mejores buques que por

cierto no se hicieron en un día como puedo asegurarlo yo que contraté y vigilé su

construcción, ese país no tiene derecho a pedir victorias a la prusiana82.

4. Escuela Militar

Indudablemente, la influencia de Francia en el orden militar se expresó también en la

formación de la oficialidad, concretamente en la Escuela Militar; entidad fundada por

80 Cfr. Liddell Hart, B. H., op. cit., p. 238. 81 Como complemento teórico de este tema, véase a Puyana García. Gabriel, “Teorías de la guerra en Moltke y Liddell Hart”, en Revista de Estudios Sociales, Nº 15, Bogotá, 2003, pp. 109-121. 82 Citado por Ruz, Fernando, Rafael Sotomayor Baeza. El organizador de la victoria, Editorial Andrés Bello, Santiago, 1980, p. 177. La cita corresponde a una carta de Blest Gana al Presidente Pinto de fecha 10 de octubre de 1879.

27

Bernardo O’Higgins el 15 de marzo de 181783. El influjo galo se manifestó, v. gr., en la

circunstancia de que uno de sus primeros instructores haya sido Jorge Beauchef, quien

“implantó en la academia la instrucción de modalidad francesa para las diversas armas, y

los uniformes, que poco se diferenciaban de los españoles usados hasta entonces desde el

advenimiento de la dinastía francesa con Felipe V de Borbón y sus sucesores en España”84.

En el período anterior al marco cronológico de este trabajo (o sea, entre 1817 y

1866), esta academia sufrió algunas vicisitudes, básicamente expresadas en el cierre, en

diversos momentos, de su funcionamiento. Por ejemplo, esta situación se dio en 1838, en

medio de la Guerra contra la Confederación Perú-boliviana, por razones de carácter

económico85. Pero en 1843 el Presidente Bulnes, otrora triunfador en dicho conflicto,

reorganizó la Escuela Militar, contratando a los instructores Juillet y Chamoux. En 1847 se

enviaron a Francia a trece cadetes egresados, entre los cuales se encontraba Alberto Blest

Gana, quien luego destacaría como diplomático y escritor86.

Más tarde, en 1865, la Guerra con España obligó a nombrar oficiales a la totalidad

de los cadetes. Según el Ministro de Guerra, don Federico Errázuriz, el plan de estudios

vigente hasta el inicio de esta guerra “se proponía hacer de la Escuela Militar algo

semejante a la escuela francesa de Saint Cyr”87. Sin embargo, luego se constató que

Este plan exigía, sin embargo, una grande reforma, irrealizable tal vez en nuestro país, a lo

menos en algunos años. La Escuela Militar montada de esta manera iba a imponer grandes

gastos, puesto que era indispensable traer de Europa una regular dotación de profesores

especiales; y por otra parte, todo hacía creer que el número de alumnos que se incorporaran

a ella debía ser muy reducido, y por lo tanto iban a ser casi estériles los sacrificios que se

impusiera el Estado. Estas consideraciones obligaron al Ministerio de Guerra a pensar en

una reforma más modesta, a la vez que práctica y hacedera88.

83 Para la Historia de la Escuela Militar, puede verse: Duchens, Miriam, La Escuela Militar del Libertador Bernardo O’Higgins: 190 años de Historia (1817-2007), Instituto Geográfico Militar, Santiago, 2007.84 Aravena, Héctor, “La Escuela Militar a través de sus 150 años”, en Boletín de la Academia Chilena de la Historia, Santiago, 1967, p. 144. 85 Cfr. Ibid., p. 145. 86 Cfr. Ibid. 87 Memoria que el Ministro de Estado en el Departamento de Guerra presenta al Congreso Nacional de 1867, Imprenta Nacional, Santiago, 29 de julio de 1867, p. 37. 88 Ibid.

28

Por esta razón, y después de los reglamentos de 1817, 1823 y 1862, en 1866 se dictó

una nueva normativa de la entidad que, en materia de estudios, estableció los siguientes

cursos89:

• Escuela preparatoria: Aritmética (cuatro operaciones, cálculo con

fracciones), Geografía (mapas de Europa y América), Gramática castellana (nociones

elementales), Caligrafía.

• Primer año: Aritmética, Gramática castellana, Historia Sagrada, Geografía

descriptiva, Dibujo de paisajes, Caligrafía.

• Segundo año: Algebra, Gramática, Francés, Historia antigua hasta la caída

del Imperio romano, Catecismo, Dibujo de paisajes.

• Tercer año: Geometría, Trigonometría rectilínea, Francés, Historia moderna

hasta 1815, estudio profesional de artillería, Dibujo líneal.

• Cuarto año: Elementos de topografía y dibujo topográfico, Historia de

América y de Chile, Elementos de física, Elementos de química, Literatura retórica y

poética.

• Quinto año: Cosmografía, Geografía física, Código militar, Derecho de

gentes, Fortificación y castrametación, dibujo de construcción.

Además, se puso la enseñanza de la Escuela bajo la vigilancia de la Universidad de

Chile. “Esta corporación ha quedado encargada de inspeccionar sus exámenes, a fin de

hacer de ellos verdaderas pruebas de competencia de parte de los alumnos”90. Como así lo

constata la Memoria de 1869, los textos de estudio utilizados eran importados a Francia:

89 Cfr. Ibid., Tomo IV, pp. 42 y 43. 90 Ibid., p. 38.

29

A mediados del año anterior se recibieron las obras que sobre construcción, arquitectura y

fortificación, se habían encargado a Francia. Con estos buenos libros se ha enriquecido la

biblioteca del establecimiento, y encuentran los alumnos donde consultar los trabajos que se

les encomiendan, pudiendo igualmente estudiar buenos modelos91.

El 2 de noviembre de 1876 la Escuela Militar fue disuelta92. Esta medida se justificó

en dos tipos de razones: 1) el tener completado el número de vacantes para la oficialidad93,

y 2) la necesidad de reformar radicalmente sus planes de estudios94. Pero una razón de

fondo, que se puede inferir de las memorias de guerra respectivas, es la búsqueda de reducir

gastos en el erario nacional. Por ejemplo, en 1878 el Ministro del ramo Belisario Prats se

pronunció a favor de, en un tiempo más, reabrir la Escuela Militar, pero “reduciéndose el

número de alumnos y la antigua dotación de profesores”, con el objeto de “obtener una

disminución considerable en los gastos que demande anualmente su sostenimiento”95. En

este mismo año dictó un nuevo reglamento que concentró los estudios para ingresar al

Ejército y a la Armada96:

• Primer año: Geografía elemental y dibujo lineal, Gramática castellana,

Inglés, Química general, Historia moderna, Ordenanza militar.

• Segundo año: Nociones de Geometría analítica y Trigonometría rectilínea,

Principios de Geometría descriptiva, Física y Meteorología, Cosmografía, Historia de

América y de Chile, Retórica y Poética, Tácticas de infantería y caballería.

91 Memoria que el Ministro de Estado en el Departamento de Guerra presenta al Congreso Nacional de 1869, Imprenta Nacional, Santiago, 26 de julio de 1869. 92 Cfr. Historia del Ejército de Chile, Tomo V, p. 44. 93 Cfr. Memoria de Guerra y Marina presentada al Congreso Nacional en sus sesiones ordinarias de 1877, Imprenta Nacional, Santiago, 10 de agosto de 1877, p. 15. 94 Cfr. Memoria de Guerra y Marina presentada al Congreso Nacional de 1878, Imprenta Nacional, Santiago, 26 de junio de 1878, p. 13. 95 Ibid. 96 Cfr. Ibid., Tomo VI, pp. 44-46.

30

• Tercer año: Hay que distinguir entre el plan común y plan diferenciado. El

primero contaba con Topografía, Artillería, Higiene del hombre, Derecho de gentes. El

segundo puede desglosarse en dos áreas:

— Aspirante a Subteniente: Arte militar, fortificaciones y castrametación,

Administración militar, Conocimientos e higiene del caballo.

— Aspirante a Guardiamarina: Arte de aparejar y maniobras marineras,

Trigonometría esférica y principios de Astronomía esférica.

• Cuarto año:

— Aspirante a Artillero e Ingeniero: Fortificación permanente, Principio de

Mecánica, Química aplicada, Principios de Arquitectura construcciones militares, Táctica

de artillería.

— Aspirante a Guardiamarina: Arte de aparejar y maniobras marineras,

Navegación e Hidrografía, Artillería naval (torpedos), Geografía física, Elementos de

construcción naval, Elementos de mecánica (Hidrostática).

Luego de iniciada la Guerra del Pacífico, y para subsanar la notoria carencia de

oficiales, el 28 de febrero de 1879, el Gobierno decretó que pueden obtener el grado de

subteniente: 1) “los sargentos que hayan servido en el Ejército cuatro años, a lo menos”; y

2) los paisanos (civiles) “mayores de dieciocho años que hayan rendido exámenes

legalmente válidos de Geografía, Gramática Castellana, Aritmética, Algebra, Francés y

Dibujo Lineal”97.

CAPÍTULO II

DOTACIÓN DE TROPAS

El Ejército de 1866-1879 es notablemente exiguo en cuanto a número de soldados, amén de

que se encuentra básicamente acantonado en el sur de Chile. Más aún: no logra en ninguno 97 Varas, José Antonio, op. cit., Tomo VI, p. 79.

31

de estos años completar la fuerza autorizada por mandato de la ley. La Guardia Cívica,

pivote de su complemento, va decayendo en importancia, disminuyendo drásticamente su

contingente. La inmensa mayoría de las tropas que combaten en la Guerra del Pacífico

(1879-1884) es reclutada durante el curso del conflicto, no antes.

1. Estadísticas del Ejército

Son pocas las obras que, en términos estadísticos, tratan la dotación del Ejército de Chile en

el período completo de 1866-1879. Una de estas excepciones es el artículo de Carlos Grez,

referido en la introducción de esta tesis. Sergio Villalobos, en un libro que ha causado

bastante polémica en el Perú98, reitera el mismo punto de vista de Grez: “En forma

sostenida la historiografía peruana y boliviana han aludido sin mayor análisis a la política

armamentista de Chile antes de la Guerra del Pacífico. Es una afirmación que nadie ha

comprobado, aceptada como indudable y ajena a toda discusión. La tendencia armamentista

no sería más que la consecuencia de los planes expansivos, preparados en la sombra y que

debían culminar con el zarpazo de 1879. Esta cuestión es de esas verdades inconcusas, que

transformadas en mitos y leyendas no admiten prueba en contra porque son parte de la

necesidad colectiva”99.

Con el objeto de determinar lo más certeramente posible las cifras de tropas en el

marco de nuestro período (1866-1879), se han acudido en este trabajo a dos fuentes

principales: 1) memorias anuales del Ministerio de Guerra (utilizadas por el mismo Grez), y

2) leyes periódicas que autorizan la fuerza del Ejército permanente. La primera de estas

fuentes acostumbra a contrastar las fuerzas autorizadas con las efectivamente existentes,

incluso en términos de su distribución en las distintas unidades del Ejército: regimientos y

batallones. Véase el siguiente cuadro:

98 Cfr. “Curso de extensión: las visiones historiográficas de la Guerra del Pacífico”, en Instituto de Estudios Peruanos, http://www.iep.org.pe/ViewVideo.php?Id=9f61408e3afb633e50cdf1b20de6f466, febrero de 2009. Asimismo: Parodi, Daniel, “El presente de la Guerra del Pacífico: Memoria, alteridad e imaginarios de una conflagración pasada”, en Blog PUCP, http://blog.pucp.edu.pe/media/avatar/393.pdf, febrero de 2009. 99 Villalobos, Sergio, Chile-Perú: lo que nos une y nos separa, Editorial Universitaria, Santiago, 2004, p. 114. Este autor transcribe los cuadros estadísticos aportados por Grez.

32

CUADRO 2

Dotación del Ejército de Chile (1866-1879)

Año Fuerza autorizada100 Fuerza efectiva

1866 3.083 7.504

1867 3.776

1868 3.705

1869 5.018 4.290

1870 5.140 4.519

1871 5.176 3.916

1872 3.916 3.516

1873 3.516 3.171

1874 3.516 3.143

1875 3.573 3.155

1876 3.573 3.165

1877 3.316 3.127

1878 3.316 2.440

1879 3.122 2.400101

Fuentes: Elaboración del autor en base a Memorias del Ministerio de Guerra presentadas al Congreso Nacional, diversas imprentas, Santiago, 1866-1880; y Varas, José Antonio, Recopilación de Leyes, Órdenes, Decretos Supremos y Circulares concernientes al Ejército, desde enero de 1866 a diciembre de 1870, Tomo IV, Imprenta Nacional, Santiago, 1871.

La ley que estableció la declaración de guerra a España, de fecha 24 de septiembre

de 1865, autorizó al Presidente de la República, en su artículo 2º, “para que aumente las

fuerzas de mar y tierra hasta que lo creyese necesario”102. Esta disposición explica el

notable aumento de fuerzas efectivas de 1866 (7.504 plazas) con respecto al año anterior

(2.796). Como bien se sabe, la participación de Chile en la Guerra con España obedeció al

sentimiento americanista reinante en el Chile de ese entonces103. El 14 de abril de 1864, la

Escuadra española, al mando de Luis Pinzón, ocupó las islas peruanas Chincha, ricas en

guano. Esto lo hizo en cobranza de una deuda proveniente de la época virreinal y

reconocida por el Perú en 1853. Chile, bajo el gobierno de Pérez (1861-1871), decidió

protestar en contra de las autoridades peninsulares, residentes en Chile; y, en seguida, pedir

100 Como es lógico, los casilleros en blanco se explican por falta de información en base a fuentes primarias y secundarias (el trabajo de Grez también los deja sin información). 101 Esta cifra es la existente al momento del inicio de la Guerra del Pacífico, no la que se logra reclutar durante el año 79. 102 Anguita Ricardo, Leyes promulgadas en Chile desde 1810 hasta 1918, Tomo II, Imprenta, Litografía y Encuadernación Barcelona, Santiago, 1912, p. 206. 103 Para este conflicto, véase a Courcelle Seneuil, J. G., Agresión de España contra Chile, Imprenta del Ferrocarril, Santiago, 1866.

33

a los otros países americanos que solidaricen con el Perú. Para nuestro país, esto resultará

dramático por el posterior bombardeo hispano en contra del puerto de Valparaíso, acaecido

el 31 de marzo de 1866104.

Un segundo aspecto del cuadro precedente, que es general y que salta a la vista, es

que en los años de nuestro marco cronológico se aprecia una gradual y constante

disminución de las fuerzas efectivas en el Ejército permanente. Esta situación permite

constatar que, al menos en términos de cantidad de tropas enganchadas, no existió —ni de

lejos— una política belicista de parte de Chile. La inexistencia de este ánimo de parte de

los políticos chilenos, se verá en el capítulo IV de esta tesis.

Un tercer punto de análisis consiste en cotejar las tropas efectivas (no las

autorizadas) con la población total del país. Para este efecto, son dos los censos que hemos

de tener a la vista: el de 1865 y el de 1875. El primero arrojó una población total de

1.819.222 habitantes; y el segundo, una cantidad de 2.067.524105. Si consideramos el

segundo (1875), que es el más cercano a la Guerra del Pacífico, y considerando que, según

el cuadro estadístico de arriba, el promedio de las tropas efectivas en los años 1875-1879

asciende a las 2.865 plazas, ello representa tan solo un 0, 1 % de la población del país. Esta

situación, claramente, lejos está de representar a una sociedad militarizada. Para nada puede

hablarse de una nación en armas como, por ejemplo, llegó a serlo la Francia napoleónica106.

Y un cuarto punto interesante de constatar es la distribución geográfica de las

diversas unidades del Ejército y de las tropas en ellas insertadas. Basta tomar cualquier

Memoria de Guerra, del año que sea en el marco de nuestro período, para comprobar

fehacientemente que la inmensa mayoría de los efectivos del Ejército permanente se

encontraba concentrada en la zona de Arauco, en el sur del país. Y esto es así porque la

segunda mitad del siglo XIX coincide con una guerra interna, con lo que parte de la

104 Cfr. Historia del Ejército de Chile, Tomo IV, pp. 159-166. 105 Cfr. Boletín de Sesiones de la Cámara de Diputados, Sesión 15 Ordinaria de 8 de julio de 1875, p. 225. En esta sesión se transcriben los resultados del censo de 1875 para efectos de determinar el número de representantes al Congreso. Un cuadro evolutivo de la población en Chile puede verse en Braun, Juan, et. al., Economía chilena 1810-1995. Estadísticas históricas, Documento de trabajo Nº 187, Instituto de Economía, Pontificia Universidad Católica de Chile, Santiago, 2000, p. 203. 106 Napoleón llegó a movilizar a más de 1 millón de franceses (Cfr. Gibbs, N. H., op. cit., p. 43).

34

historiografía chilena ha llamado la “Pacificación de la Araucanía”107. Este proceso forma

parte de la construcción, aún pendiente en el período de esta tesis, del Estado-Nación

chileno. Recuérdese aquí la conocida teoría de Mario Góngora (1915-1985) que afirma que

el Estado precede a la Nación, y ello por el hecho de ser nuestro país una “tierra de

guerra”108. Lo cierto es que la distribución fundamental de las tropas en Arauco da cuenta

de que lo que le interesa al país (Gobierno y sectores de opinión pública), en términos

militares, es la ocupación efectiva de ese territorio y la integración definitiva de la

Araucanía al conjunto del Estado-Nación. Por ejemplo, en 1877 casi todas las guarniciones

del Ejército permanente correspondían a la zona de Arauco, situadas estratégicamente en

orden a consolidar la ocupación e integración de dicha extensión territorial. Asimismo, de

un total de 3.127 soldados para ese año, 2.854 se encontraban ubicados en dicha región del

país, lo que representa el 91, 3 % de la dotación efectiva del Ejército permanente. Además,

y considérese que estamos hablando de sólo dos años antes del inicio de la Guerra del

Pacífico, no existía ninguna guarnición ubicada al norte del puerto de Valparaíso; menos

aún en la región de Atacama, materia de disputas territoriales desde los tiempos del

Presidente Bulnes (1841-1851)109. Esto es otra demostración de la falta de intención chilena

—al menos, en términos militares— de planificar una guerra en el norte, en contra del Perú

y de Bolivia.

CUADRO 3

Distribución del Ejército por guarniciones en 1877

Nº Guarnición Ubicación Dotación

1 Artillería Santiago 210

2 4º de línea Santiago 365

3 Cazadores Santiago 277

107 Para este proceso histórico-militar, véase a León, Leonardo, et. al., Araucanía. La frontera mestiza. Siglo XIX, Ediciones UCSH, Santiago, 2004. Como obra clásica: Lara, Horacio, Arauco Indómito, Imprenta de El Progreso, Santiago, 1888. En reciente reedición: Navarro Rojas, Leandro, Crónica de la conquista y pacificación de la Araucanía, desde el año 1859 hasta su completa incorporación al territorio nacional, Pehuen, Santiago, 2008. Desde el ángulo del Ejército: “Capítulo VI. Pacificación de la Araucanía”, en Historia del Ejército de Chile, Tomo IV, pp. 221-.277. 108 Cfr. Góngora, Mario, Ensayo histórico sobre la noción del Estado en Chile en los siglos XIX y XX, Editorial Universitaria, Santiago, 2003, pp. 63-73. 109 Cfr. Bulnes, Gonzalo, op. cit., Tomo I, p. 33-36.

35

4 Artillería Valparaíso 273

5 3º de línea Ángol 298

6 Granaderos Ángol 143

7 3º de línea Rucapillán 9

8 3º de línea Tigueral 15

9 Granaderos Mulchén 7

10 Granaderos Huequén 65

11 Buin 1º de línea Ñipaco 8

12 Buin 1º de línea Cancura 32

13 Buin 1º de línea Fortín Maipú 5

14 2º de línea Lolenco 20

15 2º de línea Torre 5 de enero 8

16 2º de línea Chiguaihue 107

17 Cazadores Chiguaihue 66

18 2º de línea Puente de Chiguaihue 5

19 Buin 1º de línea Marilúan 20

20 Buin 1º de línea Torre de Granaderos 8

21 Buin 1º de línea Collipulli 190

22 Cazadores Collipulli 70

23 Buin 1º de línea Perasco 16

24 Buin 1º de línea Curaco 44

25 Buin 1º de línea Esperanza 10

26 Buin 1º de línea Cule 11

27 3º de línea Sauces 58

28 Granaderos Sauces 12

36

29 Buin 1º de línea Lumaco 51

30 Zapadores de línea Lumaco 326

31 Granaderos Lumaco 58

32 2º de línea Cañete 43

33 Zapadores de línea Purén 38

34 2º de línea Lebu 30

35 2º de línea Quidico 25

36 2º de línea Toltén 101

38 2º de línea Queuli 8

39 Artillería Magallanes 95

Fuentes: Elaboración del autor en base a: Memoria de Guerra y Marina presentada al Congreso Nacional en sus sesiones ordinarias de 1877, Imprenta Nacional, Santiago, 1877, pp. 11-14.

2. Guardia Nacional

Los antecedentes de las milicias en Chile se remontan al período indiano. Sin pretender

detallar la evolución histórica de la Guardia Nacional, baste consignar que “las milicias

fueron una modalidad de instrucción militar para que los habitantes del Reino colaborasen

con el ejército de línea, ante la eventualidad de los ataques exteriores y, particularmente en

Chile, para defenderse de los aborígenes”110. Y con respecto a la época republicana

(anterior a nuestro período de estudio), señálese que la Guardia Nacional —también

conocida como Guardia Cívica o, sencillamente, Cívicos— constituyó bajo el Régimen

Portaliano un útil contrapeso del Ejército, con el fin de asegurar la subordinación de este

último al poder político constituido. Pero, poco a poco, y la Guerra contra la Confederación

Perú-boliviana será la consagración de ello, esta entidad se va convirtiendo en el necesario

complemento que la institución castrense requiere. Más tarde, con el decenio de Bulnes

(1841-1851), se produjo la consolidación institucional de la Guardia Cívica. Por de pronto,

110 Hernández Ponce, Roberto, “La Guardia Nacional de Chile”, en Historia, Nº 19, Instituto de Historia de la Pontificia Universidad Católica de Chile, Santiago, 1984, p. 58.

37

por el hecho de que en 1848 se promulgó un Reglamento de la Guardia Nacional111.

Conforme a esta normativa, se estableció formalmente que la Guardia Cívica se organizaba

en tres armas —artillería, infantería y caballería— y que se trataba de un servicio de

carácter voluntario.

A diferencia del Ejército, situado especialmente en la zona sur del país, los cívicos

sí se establecieron a lo largo de todo el territorio, incluyendo las provincias septentrionales.

Por ejemplo, de norte a sur, se formaron batallones de infantes en Copiapó, Vallenar, La

Serena, Ovalle, Illapel, Putaendo, Quillota, San Felipe, Los Andes, Valparaíso, Melipilla,

Santiago, Rancagua, San Fernando, Cauquenes, Curicó, Talca, Linares, Chillán,

Concepción, Caupolicán, Valdivia y la Unión112. La instrucción de la Guardia Nacional se

encomendó al Ejército; y quedó bajo el control, además del Ministro de Guerra, de un

Inspector General propio, o sea, distinto del homónimo dedicado a la entidad castrense113.

Con ocasión de la Guerra con España (1865-1866), se puso nuevamente a prueba el

carácter de fuerza complementaria de la Guardia Nacional con respecto al Ejército de línea.

Esta situación será positivamente valorada por el Ministro de Guerra José Manuel Pinto,

quien señalaba en 1866:

La Guardia Nacional ha prestado al país, durante este tiempo [el de la guerra], grandes e

importantes servicios.

Como lo he hecho notar más arriba, ella fue la llamada a cubrir las guarniciones de muchos

puntos de la costa, mientras se aumentaban las fuerzas de línea. Así es que la mayor parte de

los cuerpos de que consta, han contribuido en su totalidad o en parte a la defensa de la

República. Sus servicios no se han limitado a guarnecer el litoral, sino que también ha

alternado con la tropa de línea destacada en las plazas de la frontera114.

El antedicho carácter de reserva, será subrayado de este modo por la misma autoridad:

111 Véase: Varas, José Antonio, op. cit., Tomo II, Imprenta Chilena, Santiago, 1860, pp. 20 y ss. 112 Cfr. Historia del Ejército de Chile, Tomo IV, p. 45. 113 Cfr. Ibid., p. 49. 114 Memoria que el Ministro de Estado en el Departamento de Guerra presenta al Congreso Nacional de 1866, Imprenta Nacional, Santiago, 25 de agosto de 1866, p. 10.

38

A fin de no distraer por mucho tiempo de sus quehaceres, a los individuos que componen la

Guardia Cívica, el Gobierno ha tratado de formar con ella un verdadero cuerpo de reserva

que sin abandonar sus pueblos, estuviese pronta para acudir al primer llamado al punto

preciso115.

Por la misma y explicable razón de la Guerra, en 1866 la fuerza efectiva de la

Guardia Nacional ascendía a las “45.895 plazas, correspondiendo 1.141 a la arma de

artillería, 27.088 a la de infantería y 17.393 a la de caballería”116. Esta cifra irá

descendiendo con el transcurrir de nuestro período, llegando en 1878 a contar con sólo

6.687 plazas117. Este péndulo, ahora con relación a la cantidad de cívicos existentes,

demuestra, nuevamente, la carencia de un ánimo belicista de parte de Chile con respecto al

Perú y a Bolivia.

En otras palabras, pese a que, conceptualmente, la Guardia Nacional se entendía

como la necesaria reserva del Ejército de línea, en la práctica, esta situación va perdiendo

vigencia, por la clara y dramática disminución de sus tropas. Y, en este caso, no tanto por

desinterés en la sociedad civil (de la cual se nutre), sino fundamentalmente por expreso

mandato de las autoridades. Por ejemplo, el 9 de noviembre de se 1877 se decretó el receso

de veintitrés batallones, seis brigadas y dos compañías de infantería. Esta notable

reducción, como afirmaba el Ministro García de la Huerta, se explicaba por “una economía

en el Presupuesto de gastos, aconsejada por el estado de los fondos públicos”118. En

términos de cifras

La medida indicada ha reportado al Erario un ahorro anual de 70.000 pesos, próximamente,

que el Ministerio del ramo pagaba en subvenciones a los cuerpos cívicos, diarios para las

guardias de prevención, arriendo de cuarteles, etc.119

CUADRO 4

115 Ibid., p. 11. 116 Ibid. 117 Cfr. Memoria de Guerra y Marina presentada al Congreso Nacional de 1878, Imprenta Nacional, Santiago, 26 de junio de 1878, pp. 15 y 16.118 Ibid., p. 14. 119 Ibid.

39

Dotación de la Guardia Nacional (1866-1878)120

Año Tropas

1866 45.895

1867 53.220

1868 48.618

1869 54.992

1870 52.721

1871 54.294

1872 35.092

1873 30.447

1874 24.287

1875 21.951

1876 22.674

1877 18.071

1878 6.687

Fuentes: Elaboración del autor en base a Memorias del Ministerio de Guerra presentadas al Congreso Nacional, diversas imprentas, Santiago, 1866-1880.

Desde el término de la Guerra con España (1866), el Gobierno planteó la necesidad

de contar con una ley orgánica para la Guardia Nacional. Hasta ese momento, el

fundamento jurídico de la entidad era el artículo 156 de la Constitución de 1833 que

establecía que “todos los chilenos en estado de cargar armas deben hallarse inscritos en los

registros de las milicias si no están especialmente exceptuados por ley”121. Esta norma no se

refería, específicamente, a la Guardia Cívica, sino que se le aplicaba por analogía. Y ello no

significaba que todos debían integrarse a la institución, sino sólo que debían concurrir a

inscribirse en sus registros. Además, recordemos que en 1848 (bajo el Presidente Bulnes) se

dictó un reglamento que estableció las bases de esta institución como tal, confirmándose el

carácter voluntario del servicio en ella implicado. Sin embargo, en el marco de nuestro

período, nunca se aprobó una ley regulatoria de la Guardia Nacional. La misma

despreocupación de las autoridades políticas con respecto a la entidad, que se materializa

—como hemos visto— en una persistente baja de sus tropas, ayuda a explicar la no

120 Para el caso de la Guardia Nacional no se hace el distingo entre fuerzas autorizadas y fuerzas enganchadas, porque 1) su dotación no es materia de ley, y 2) las Memorias de Guerra sólo hacen referencia a las fuerzas efectivas. Además, no se incluye la cifra del año 1879, ya que la Memoria de 1879 no hace referencia a la Guardia Nacional, por lo que al inicio de la guerra debe ser similar a la de 1878. 121 Valencia Avaria, Luis, Anales de la República. Textos constitucionales de Chile y Registro de los ciudadanos que han integrado los poderes ejecutivo y legislativo desde 1810, Editorial Andrés Bello, Santiago, 1986, p. 182.

40

promulgación de una norma legal específica, propuesta por el Gobierno y aprobada por el

Congreso.

A lo anteriormente dicho, agréguese que una de las motivaciones iniciales del

Ejecutivo por auspiciar una ley orgánica de la Guardia Nacional fue garantizar el principio

de igualdad de las cargas públicas, establecido en el artículo 12 número 3º de la

Constitución122. Además, el artículo 149 disponía que “no puede exigirse ninguna especie

de servicio personal o de contribución, sino en virtud de un decreto de la autoridad

competente, deducido de la ley que autoriza aquella exacción, y manifestándose el decreto

al contribuyente en el acto de imponerle gravamen”123. Pese a su carácter voluntario, en la

práctica, algunos ciudadanos eran conminados a integrarse a sus filas, con lo cual, en ese

momento, comenzaban a asumir obligaciones frente al Estado. La necesidad de que los

miembros de la Guardia Nacional procedieran de todos los ámbitos sociales, y no

exclusivamente de los sectores de bajo rango económico, llevó en 1868 al Ministro

Errázuriz a decir lo siguiente:

En la práctica, ni se da cumplimiento a la disposición del artículo 156, ni existe en esta

materia la igualdad ante la ley124, ni la igual repartición de las cargas públicas. El artesano,

los hombres que viven de la industria y del trabajo son obligados a cargar las armas y a

llevar todos el peso del servicio de la milicia cívica; mientras que los capitalistas, los

propietarios y toda la clase acomodada, que son los más interesados en la existencia del

orden y los que mejor pueden soportar esta carga, se ven libres de todo servicio, salvas las

pequeñas excepciones de los que desempeñan los cargos de jefes y oficiales en los cuerpos

cívicos. El Congreso debe empeñarse en hacer desaparecer, cuanto antes, una desigualdad

tan injusta, tan chocante a nuestro sistema de gobierno y tan contraria a nuestra

Constitución, contrayéndose con preferencia a la promulgación de una ley que haga

efectivas las disposiciones constitucionales, desterrando para siempre aquellos abusos

insostenibles.

El punto capital de una buena ley sobre organización de la guardia nacional es el hacer

efectivo el servicio de las milicias para todos los chilenos en estado de cargar armas, sin

excepciones odiosas e indebidas. Estableciendo convenientemente en la práctica esta

122 Cfr. Ibid., p. 163. 123 Ibid., p. 182. 124 Este principio se encontraba consagrado en el artículo 12 número 1º de la Constitución de 1833 (Cfr. Ibid., p. 163).

41

obligación; detallando con justicia y discernimiento los casos de excepción; fijando el

tiempo que los ciudadanos deben servir, y reglamentando algunos otros puntos de menor

importancia, se habrían llenado todas las necesidades de una institución tan íntimamente

ligada con la existencia del sistema democrático125.

Mediante un decreto de fecha 10 de octubre de 1867 se establecieron los doce años

como plazo de duración del servicio en la Guardia Nacional, tanto para oficiales como para

la tropa126. Esta norma

Establece enseguida que los que hubieren cumplido el término fijado [de doce años] tienen

derecho a obtener licencia absoluta, pero que continuarán perteneciendo a la guardia

nacional sin prestar ninguna clase de servicios, y pudiendo ser nuevamente obligados a ello

sólo en circunstancias graves y urgentes calificadas por un decreto supremo. De esta manera

se provee el caso de tener que salir a la defensa del país o de sus instituciones, al paso que se

da en parte cumplimiento a la disposición constitucional que ordena que todos los chilenos

en estado de cargar armas deben hallarse inscritos en los registros de las milicias. Por

último, se determina lo relativo a las licencias y a los casos de cambio de residencia, tan

frecuentes en los oficiales cívicos127.

Con relación a la distribución geográfica de la Guardia Nacional, en los años

previos a la Guerra con España (1865-1866) y durante el desarrollo de la misma, el

Gobierno descuidó la presencia de la institución en la zona norte del país, concretamente en

la provincia de Copiapó. Esta situación, sobre todo en momentos de crisis internacional,

generó la molestia del caudillo por dicha zona, diputado Pedro León Gallo:

Como siempre he manifestado en la Cámara el deseo de que la guardia nacional se aumente

cuanto sea posible, desearía que se suprimieran esos gastos de pura fanfarronería y que esas

cantidades se destinaran al fomento de la guardia nacional; pero desde que ella no existe en

algunos de aquellos puntos para los cuales se consultan asignaciones en el presupuesto,

deberían suprimirse todas aquellas que no sirven para formar partidas sin objeto.

Y luego agregaba:

125 Memoria que el Ministro de Estado en el Departamento de Guerra presenta al Congreso Nacional de 1868, Imprenta Nacional, Santiago, 15 de junio de 1868, p. 27. 126 Cfr. Ibid., p. 28. Anteriormente, este plazo de doce años se exigía sólo a la tropa. 127 Ibid.

42

Por lo demás, señor, podría hacer presente a la Cámara que mientras la escuadra española

estuvo bloqueando nuestras costas no sólo no se organizó el cuerpo cívico de Copiapó, sino

que no se formó una en el Huasco, que tiene asignación para una banda de música. Este

batallón estaba enteramente disuelto, no tenía un solo oficial; no se vino a organizar sino

cuando ya se acercaban las elecciones. Por esa razón creo que hay cierta fantasmagoría en

esa partida para los batallones cívicos128.

En 1868 el Ministro Errázuriz daba cuenta de la reorganización del batallón cívico

de Copiapó, “que por tanto tiempo ha permanecido disuelto, dotándolo de un buen

armamento, de vestuario y de todo lo demás que pudiere necesitar”129.

Por último, considérese que algunos miembros de la Guardia Cívica participaban,

junto al Ejército de línea, en las labores de integración de la Araucanía. A diferencia del

Ejército, no se trataba de la mayoría de ellos, sino sólo de aquellas tropas situadas en la

zona cercana, en especial en la Provincia de Arauco:

La Guardia Nacional ha prestado en la frontera importantes servicios.

Autorizados los jefes de ambas fronteras para llamar al servicio, en caso necesario, a los

cuerpos cívicos de la provincia de Arauco, la mayor parte de ellos han compartido con el

ejército las penalidades de la guerra que se ha hecho a los indios rebeldes. Conocedores de

la localidad y de los usos de los indios, han llevado a nuestros soldados el contingente de la

práctica en una guerra de sorpresas como la que había de sostener130.

CUADRO 5

Distribución de la Guardia Nacional según provincias en 1871

Provincia Dotación

128 Boletín de Sesiones de la Cámara de Diputados, Sesión 28ª Extraordinaria de 15 de diciembre de 1866, p. 200. 129 Memoria que el Ministro de Estado en el Departamento de Guerra presenta al Congreso Nacional de 1868, Imprenta Nacional, Santiago, 15 de junio de 1868, p. 29.130 Memoria que el Ministro de Estado en el Departamento de Guerra presenta al Congreso Nacional de 1869, Imprenta Nacional, Santiago, 26 de julio de 1869, p. 42.

43

Atacama 2.989

Coquimbo 2.519

Aconcagua 3.526

Valparaíso 3.983

Santiago 7.107

Colchagua 929

Curicó 973

Talca 3.061

Ñuble 4.066

Concepción 3.593

Arauco 6.044

Valdivia 2.461

Llanquihue 3.442

Chiloé 6.957

TOTAL 54.294

Fuentes: Memoria que el Ministro de Estado en el Departamento de Guerra presenta al Congreso Nacional de 1871, Imprenta Nacional, Santiago, 9 de septiembre de 1871, p. 36.

3. Reclutamiento a comienzos de 1879

Al adentrarse en las muchas obras escritas sobre la Guerra del Pacífico sorprende, en no

pocos casos, la excesiva distancia interpretativa existente entre los autores de los diversos

países beligerantes. Un tópico tradicional de gran y perenne discusión es el referido a las

causas de la guerra. Los historiadores chilenos han tendido a resaltar los aspectos

fronterizos y diplomáticos, subrayando que la causa inmediata de la guerra sería la

violación por parte de Bolivia del Tratado de 1874. En concreto, por el hecho de haber

decretado un aumento de las contribuciones de la Compañía de Salitres de Antofagasta,

integrada, especialmente, por capitales chilenos. Esta es, por ejemplo, la interpretación de

Gonzalo Bulnes, quien en su clásica Guerra del Pacífico recuerda que el artículo 4º de este

convenio establecía que “las personas, industrias y capitales chilenos no quedarán sujetos a

más contribuciones, de cualquiera clase que sean, que a las que el presente existen. La

estipulación contenida en este artículo durará por el término de 25 años”131. Y más adelante

señala que el origen mismo de la guerra está marcado por la imposición de la asamblea

boliviana de un derecho de exportación de 10 centavos por quintal de salitre, afirmando que

131 Bulnes, Gonzalo, op. cit., Tomo I., p. 47.

44

“dejar pasar sin protesta una contribución de 10 centavos era autorizar una de cualquier tipo

más adelante”132.

En cambio, tradicionalmente, los historiadores peruanos y bolivianos han destacado

que las causas de la guerra son eminentemente económicas: han tenido su fuente en la

codicia de Chile que, deseando apoderarse de las riquezas guaneras y salitreras al norte de

su territorio, se habría aprovechado de la coyuntura antedicha para invadir el puerto

boliviano de Antofagasta el 14 de febrero de 1879 y, desde ese momento, iniciar su política

expansionista, planificada desde mucho tiempo antes133. Esta interpretación puede, por

ejemplo, verse en Alcides Arguedas, quien afirma que el aumento de los 10 centavos por la

asamblea boliviana constituyó sólo un asunto de carácter privado entre una compañía

determinada y el Estado en el cual ella se encontraba situada, no debiendo, por tanto, haber

intervenido un gobierno extranjero. Dice Arguedas: “El asunto era, pues, netamente privado

entre el gobierno de Bolivia y una sociedad anónima de Chile, la cual si se sentía atacada en

sus derechos, bien podía acudir a los recursos de la justicia ordinaria; mas no lo hizo así.

Tampoco rescindió el contrato reclamando los gastos de indemnización, sino que puso su

causa en manos del gobierno de Chile con el pretexto de que su domicilio principal se

encontraba en Valparaíso y eran chilenos los más de sus accionistas”. Y añade: “Chile, que

espiaba con ansías la oportunidad de un conflicto cualquiera, constituyó inmediatamente a

un representante suyo ante el Gobierno de Bolivia”134.

Resulta natural que en la disciplina histórica existan diferencias de interpretación,

sobre todo cuando el tema tratado es un conflicto internacional, que luego da pie a la

“guerra” entre los historiadores de los diversos países en él implicados. Sí sorprende que las

diferencias alcancen, incluso, aspectos cuantitativos, como los son las cantidades de tropas

132 Ibid., p. 82. 133 Excepcionalmente, esta interpretación existe en algunos autores chilenos como, por ejemplo, es el caso de Luis Ortega, quien afirma que “el proceso de gestación de la opción que finalmente privilegió el camino que inevitablemente condujo a la Guerra del Pacífico, incluyó prácticas como la presión grupal sobre el gobierno, el manejo de la prensa y la movilización de las masas” (Ortega, Luis, “Los empresarios, la política y los orígenes de la Guerra del Pacífico”, en FLACSO. Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales, Nº 24, Santiago, 1984, resumen). 134 Arguedas, Alcides, Historia general de Bolivia (el proceso de la nacionalidad): 1809-1921, Puerta del Sol, La Paz, 1967, p. 374. Esta interpretación atraviesa toda la famosa obra de Roberto Querejazu Calvo: Guano, Salitre y Sangre. Historia de la Guerra del Pacífico, Editorial Los Amigos del Libro, La Paz, 1979.

45

de los diversos ejércitos al inicio del conflicto. Para este tema, se da la circunstancia que

una buena parte de los autores consultados tiende a destacar la inferioridad numérica de las

tropas de su propio país y la consiguiente superioridad de las del enemigo.

Por ejemplo, la Historia de la Guerra del Pacífico del chileno Diego Barros Arana

afirma que “a principios de 1879 el ejército del Perú se componía de 8.000 hombres, esto

es, de 4.200 soldados por 3.870 oficiales de todas categorías, de los cuales 26 eran

generales”135. Y con respecto a Chile señala: “Las fuerzas de Chile al comenzar la guerra

eran muy inferiores. El ejército de tierra constaba de 2.440 hombres, de los cuales 410 eran

artilleros, 530 jinetes, y el resto infantes divididos en cinco pequeños batallones de 300

plazas cada uno”136. Por su parte, el peruano Mariano Felipe Paz-Soldán sostiene que el

Perú contaba con un total de 5.241 hombres, pero sólo nominalmente: 4.000 estaban

disponibles137. Con respecto a Chile dice que “su ejército permanente, en enero de 1879, en

la apariencia constaba de 2.440 hombres, de las tres armas; su guardia nacional de veinte y

cinco cuerpos; pero en realidad el número del de línea llegaba a los 9.000 hombres bien

armados”138.

CUADRO 6

Dotación de tropas de Chile, Perú y Bolivia al inicio de la Guerra del Pacífico, según historiadores de diversas nacionalidades139

Autor Nacionalidad Chile Perú Bolivia

Barros Arana Chilena 2.440 8.000

Blanco Boliviana 3.000 1.200

Bulnes140 Chilena 2.200 5.000

Caivano141 Italiana (pro-peruano) 13.000 8.000 2.000

Civati Argentina 9.127 7.000 2.232

Ekdahl142 Suiza (pro-chileno) 8.887 8.930

135 Barros Arana, Diego, Historia de la Guerra del Pacífico (1879-1881), en Obras Completas de Diego Barros Arana, Tomo XVI, Imprenta, Litografía y encuadernación Barcelona, Santiago, 1914, p. 71. 136 Ibid., pp. 72 y 73. 137 Cfr. Paz-Soldán, Mariano Felipe, Narración histórica de la guerra de Chile contra el Perú y Bolivia, Tomo I: Antecedentes y declaración de Guerra. La campaña marítima, Editorial Milla Batres, Lima, 1979, p. 100. La primera edición de esta obra es de 1884. 138 Ibid., p. 104. Suponemos que Paz-Soldán suma las fuerzas del Ejército de línea con las de la Guardia Nacional. 139 Consideramos las tropas de línea y de reserva como un todo, cuando los autores referidos hacen el distingo. 140 No considera para el caso de Chile a la Guardia Nacional. 141 Este autor, para el caso de Chile, comete el error metodológico de sumar las fuerzas existentes al inicio de la guerra con las que, según un discurso del Ministro del ramo, busca reclutar luego de haberse ella iniciado.

46

Ferrer143 Chilena 2.400 7.000

Körner y Boonen144 Alemana y chilena 9.502 13.181 3.406

Mason145 Estadounidense (pro-

chileno)

2.440 9.000 a 13.000 3.300

Paz-Soldán Peruana 9.000 4.000

Toro Dávila146 Chilena 8.000 8.000 2.000

Wilde Boliviana 13.000 3.000 1.200

Encina147 Chilena 8.887 7.000 2.239

Fuentes: Elaboración del autor en base a Barros Arana, Diego, Historia de la Guerra del Pacífico (1879-1881), en Obras Completas de Diego Barros Arana, Tomo XVI, Imprenta, Litografía y encuadernación Barcelona, Santiago, 1914, pp. 71-73. Blanco, G. C., Historia militar de Bolivia, Intendencia de Guerra — Talleres, La Paz, 1922, p. 142. Bulnes, Gonzalo, La Guerra del Pacífico, Tomo I, Editorial del Pacífico, Santiago, 1955, pp. 124 y 125. Caivano, Tomás, Historia de la Guerra del Pacífico entre Perú, Chile y Bolivia, Corporación Editora Chirre, Lima, 2004, pp. 79 y 80. Civati Bernasconi, Edmundo H., Guerra del Pacífico (1879-1883), Tomo I, Círculo Militar — Biblioteca del oficial, Buenos Aires, 1946, pp. 117-135. Ekdahl, Wilhem, Historia militar de la Guerra del Pacífico, Tomo 1, Sociedad Impresora y Litografía Universo, Santiago, 1917, pp. 42 y 61. Encina, Francisco Antonio, Historia de Chile, Tomo 31, Editorial Ercilla, Santiago, p. 86-89. Ferrer, Heriberto, Historia popular de la Guerra del Pacífico y reseña histórica de Chile, Imprenta artística, Iquique, 1923, pp., 38 y 39. Körner, Emilio y Jorge Boonen Rivera, Historia Militar, Tomo II, Imprenta Cervantes, Santiago, 1887, pp. 289-297. Mason, Theodorus, Guerra en el Pacífico Sur, Editorial Francisco de Aguirre, Buenos Aires — Santiago, 1971, pp. 23-25. Paz-Soldán, Mariano Felipe, Narración histórica de la guerra de Chile contra el Perú y Bolivia, Tomo I: Antecedentes y declaración de Guerra. La campaña marítima, Editorial Milla Batres, Lima, 1979, pp. 100-104. Toro Dávila, Agustín, Síntesis histórico-militar de Chile, Editorial Universitaria, Santiago, 1976, p. 232. Wilde, M. Fernando, Historia Militar de Bolivia, Intendencia Central del Ejército, La Paz, 1942, pp. 82 y 83.

Ahora bien, ¿qué dotación de tropas efectivas tenía Chile al momento de iniciarse la

guerra en febrero de 1879148? La Memoria de Guerra de 1879, enviada al Congreso por el

Ministro del ramo Basilio Urrutia, consigna que “el ejército permanente sólo tenía un

efectivo de dos mil cuatrocientas plazas y se hallaba distribuido en las guarniciones de las

plazas del centro y sur de la República”149. A la dotación de la Guardia Nacional, este

documento no hace expresa referencia, pero difícil es pensar que ella supere la cifra de

142 Señala que las fuentes peruanas no dan cuenta de las cifras de la tropa de la Guardia Nacional. Por ello, incluye sólo a las tropas del Ejército de línea y a la oficialidad de la Guardia Nacional peruanas. 143 La cifra de 7.000 hombres incluye a las tropas bolivianas. 144 Suman la tropa, la oficialidad y las fuerzas de reserva. 145 Para el caso de Chile, no incluye a la Guardia Nacional. 146 Este autor da cifras aproximadas. 147 Señala que, para el caso de Bolivia, “la Guardia Nacional tenía más de 54.000 enrolados, pero apenas representaba valor militar” (Cfr. Encina, Francisco Antonio, Historia de Chile, Tomo 31, Editorial Ercilla, Santiago, p. 88). Por eso, el ítem de este autor no añadimos a la Guardia Nacional de Bolivia. 148 Situamos la ocupación de Antofagasta (14 de febrero de 1879) como punto de partida de la guerra, aunque ella legalmente se inicia abril de ese mismo año. 149 Memoria de Guerra y Marina presentada al Congreso Nacional de 1879, Imprenta de la República de J. Núñez, Santiago, 10 de agosto de 1879, pp. 5 y 6.

47

6.687 plazas, guarismo correspondiente al año 1878150. A este número hay que sumar 401

oficiales del Ejército151. Por lo tanto, la totalidad de las tropas del Ejército y de la Guardia

Nacional apenas excede la suma de 9.000 hombres.

Sin embargo, durante el año 1879 Chile logró movilizar a una gran cantidad de

tropas. En la misma Memoria arriba citada, el Ministro Urrutia se refería al apoyo recibido

de parte de la población:

Debo también consignar aquí la eficaz cooperación que ha encontrado el Gobierno en los

ciudadanos para atender a las múltiples necesidades de la guerra. Todos los pueblos de la

República han ofrecido contingentes de soldados, víveres y dinero. En el norte se

encuentran compartiendo las fatigas de la campaña cuerpos que como los batallones

“Bulnes” y “Valparaíso”, son organizados y sostenidos con los recursos de los respectivos

municipios152.

El plan inicial del Gobierno era lograr la movilización de 15.000 hombres, o sea, se

buscaba aumentar en unas 6.000 la cantidad de plazas enganchadas. En un primer

momento, se pensaba que ésta era la fuerza necesaria para vencer a la alianza peruano-

boliviana en la Provincia de Tarapacá153. En este contexto, entre el 6 de marzo y el 3 de

abril de 1879, el Gobierno publicó varios decretos, todos ellos tendientes a reestructurar las

unidades del Ejército. Ésta reestructuración consistió, básicamente, en: 1) la creación en un

nuevo batallón: el batallón de infantería de línea, denominado Santiago, compuesto (como

los demás) de cuatro compañías154; 2) la elevación de los batallones Buin 1º de línea, 2º de

línea, 3º de línea, 4º de línea y Santiago a la categoría de regimiento; esto implica que cada

regimiento constará de dos batallones de cuatro compañías cada uno155; 3) la organización

en Antofagasta de una brigada de artillería, compuesta de dos compañías156; y 4) la

150 Cfr. Memoria de Guerra y Marina presentada al Congreso Nacional de 1878, Imprenta Nacional, Santiago, 26 de junio de 1878, pp. 15 y 16.151 Cfr. Historia del Ejército de Chile, Tomo V. El Ejército en la Guerra del Pacífico. Ocupación de Antofagasta y Campaña de Tarapacá. 1879, Estado Mayor General del Ejército, Santiago, 1981, p. 35. 152 Memoria de Guerra y Marina presentada al Congreso Nacional de 1879, Imprenta de la República de J. Núñez, Santiago, 10 de agosto de 1879, p. 9. 153 Cfr. Ibid., p. 29. 154 Decreto de 6 de marzo de 1879 (Cfr. Varas, José Antonio, op. cit., Tomo VI, p. 84). 155 Decreto de 18 de marzo de 1879 (Cfr. Ibid., p, 85). También puede verse en Boletín de la Guerra del Pacífico 1879-1881, Editorial Andrés Bello, Santiago, 1979, p. 17. 156 Decreto de 26 de marzo de 1879 (Cfr. Ibid., p. 86, y Boletín, p. 17).

48

elevación a regimiento del batallón de artillería de marina, quedando compuesto de dos

batallones de cuatro compañías cada uno157.

Sin embargo, no hay que pensar que la antedicha movilización resultó sencilla. El

Gobierno debió enfrentarse a varios obstáculos. El primero de ellos fue la inicial oposición

de ciertos parlamentarios a entregar, rápida y diligentemente, las facilidades solicitadas por

el Gobierno. Pero, cuando la guerra ya se convirtió en un hecho inevitable, la mayoría del

Parlamento no dudó en aprobar las leyes necesarias que autorizaban al Ejecutivo para

decretar el aumento de tropas y disponer de mayores fondos públicos158. Por su

importancia, conviene leer íntegramente la siguiente ley aprobada por el Congreso y

promulgada por el Gobierno:

Santiago, abril 3 de abril de 1879.

Por cuanto el Congreso Nacional ha dado su aprobación al siguiente

PROYECTO DE LEY:

Art. 1º Se aprueba la resolución del Tratado de seis de agosto de 1874 que existía con la

República de Bolivia y la consiguiente ocupación del territorio que media entre los paralelos

23 y 24 de latitud sur.

Ar. 2º El Congreso presta su aprobación para que el Presidente de la República declare la

guerra al Gobierno de Bolivia.

Art. 3º Se autoriza al Presidente de la República:

1º Para que aumente las fuerzas de mar y tierra hasta que lo creyere necesario;

2º Para que de fondos nacionales invierta por ahora hasta cuatro millones de pesos en los

objetos a que se refiere esta ley, debiendo rendir la correspondiente cuenta de inversión en

la época en que deben rendirse las cuentas generales de la administración pública;

157 Decreto de 3 de abril de 1870 (Cfr. Ibid., p. 91). 158 A este tema se hará referencia en el siguiente capítulo.

49

3º Para contratar empréstitos hasta la suma de cinco millones de pesos, pudiendo hipotecar a

su cargo las propiedades del Estado, o estipular otras garantías:

4º Para que declare puertos mayores los que juzgue necesarios y provea a su servicio

mientras no se dicte una ley que lo organice.

Art. 4º Se aprueba la inversión de caudales públicos decretada por el Presidente de la

República para el aumento, la provisión y movilización de la Escuadra Nacional y de las

fuerzas del Ejército de tierra y para el servicio administrativo y aduanero de Antofagasta y

Mejillones, debiendo rendir la correspondiente cuenta.

Art. 5º Las autorizaciones contenidas en el artículo 3º durarán por el término de un año.

Y por cuanto, oído el Consejo de Estado, he tenido a bien aprobarlo y sancionarlo; por tanto,

promúlguese y llévese a efecto como ley de la República.

Aníbal Pinto.

Belisario Prats. Alejandro Fierro. Joaquín Blest Gana. Julio Zegers. Cornelio Saavedra159.

Una primera base de soldados procedió de los cuerpos del Ejército permanente,

mayoritariamente acantonados en Arauco, que se trasladaron a la zona del conflicto a

objeto de conformar el Ejército de Operaciones del Norte. “Los cuerpos de línea, al ser

retirados de la Frontera, dejaron su lugar a unidades movilizadas de la Guardia

Nacional”160. Los soldados de la Frontera —ahora en el Norte— pudieron lucir no poca

experiencia: tanto en materia de avance y construcción de zonas inhóspitas como de

enfrentamientos militares reales con riesgo de muerte.

Una segunda base de la tropa, además de los soldados de la Frontera, procedió de

los chilenos residentes en Antofagasta. La historiografía boliviana reconoce el hecho de que

la mayoría de la población de Antofagasta era de nacionalidad chilena. Por ejemplo, José de

Mesa y Carlos D. Mesa Gisbert afirman que “de los 6.000 habitantes de Antofagasta, 5.000

159 Varas, José Antonio, op. cit., Tomo VI, pp. 90 y 91. 160 Historia del Ejército de Chile, Tomo V, p. 29.

50

eran chilenos y solo 600 bolivianos, el resto de varias nacionalidades”161. Arguedas es de la

misma postura: sostiene que la población chilena representa el 93 % del total162.

CUADRO 7

Población de Antofagasta a comienzos de 1879, según porcentajes

Origen Porcentaje

Chile 93 %

Bolivia 2 %

Europa 1, 5 %

América del Norte y del sur 1 %

Asia y otros 1, 5 %

Fuentes: Arguedas, Alcides, Historia General de Bolivia. El proceso de la nacionalidad, Ediciones Puerta del Sol, La Paz, 1967, p. 349.

Lo anterior es explicable: desde 1860, cuando José Santos Ossa (1827-1877)

descubrió salitre en el desierto boliviano, comenzó un incesante proceso productivo de

explotación de nitrato, que trajo como consecuencia la progresiva migración de chilenos a

la zona de Antofagasta163. Baste señalar que antes de la guerra, las inversiones chilenas de

salitre al norte de la frontera —Atacama y Tarapacá— ascendían a un 19 %, ocupando el

segundo lugar después de las peruanas (58, 5 %), que conformaban un monopolio fiscal. El

excelente estudio de Alejandro Soto Cárdenas prueba que es falso, como ha tendido a

insinuar cierta historiografía peruana y boliviana, que la mayor parte de las inversiones

salitreras eran británicas, situación que sí se produce con posterioridad a la guerra164.

161 De Mesa, José, Teresa Gisbert y Carlos D. Mesa Gisbert, Historia de Bolivia, Editorial Gisbert y Cia S.A., La Paz, 2001, p. 455. 162 Cfr. Arguedas, Alcides, op. cit., p. 349. 163 Para el salitre chileno antes de la guerra, véase a Bermúdez, Oscar, Historia del Salitre. Desde la Guerra del Pacífico hasta la Revolución de 1891, Ediciones Pampa Desnuda, Santiago, 1984. Crozier, Ronald D., “El salitre hasta la Guerra del Pacífico. Una revisión”, en Historia, Nº 30, Instituto de Historia de la Pontificia Universidad Católica de Chile, Santiago, 1997. Y Mayo, John, “La Compañía de Salitres de Antofagasta y la Guerra del Pacífico”, en Historia, Nº 14, Instituto de Historia de la Pontificia Universidad Católica de Chile, Santiago, 1979. 164 Cfr. Soto Cárdenas, Alejandro, Influencia británica en el salitre. Origen, naturaleza y decadencia, Editorial Universidad de Santiago, Santiago, 1998, p. 50. Según Cárdenas, las inversiones británicas

51

Una tercera fuente de reclutamiento derivó de la población chilena procedente desde

el Perú, como consecuencia de la rápida expulsión decretada por el Gobierno limeño. Este

decreto, de fecha 15 de abril de 1879 y firmado por el presidente Mariano Ignacio Prado,

establecía que “en el perentorio término de ocho días contados desde la fecha, salvo el de la

distancia, saldrán del territorio nacional todos los chilenos que actualmente residen en la

República”165. Según Francisco Antonio Encina “la población chilena en el Perú fluctuaba

alrededor de 30.000 almas, y la mitad a lo menos eran jornaleros en edad de cargar armas”.

Luego agrega que “un cálculo de la época fijaba en 7.000 el número de chilenos repatriados

del Perú que formaron en las filas del ejército expedicionario” 166.

Sería, pues, extenso detallar todas y cada una de las medidas que se toman los

primeros días y meses del conflicto, antes y después de declararse la guerra. Lo cierto es

que, más allá de las deficiencias de nuestro Ejército, sorprende la gran diligencia con que

las autoridades de Chile enfrentaron los acontecimientos en curso. Si bien es verdad que el

Ejército de línea, y con mayor razón la Guardia Nacional, no se encontraba del todo

preparado para un conflicto bélico frente dos países, no es menos cierto que la capacidad

institucional de Chile, y la estructura coherente y sólida de su Ejército, permitió movilizar a

una gran cantidad de tropas y dar forma, de manera efectiva y rápida, a un nuevo aparato

militar. Puesto en pie de guerra y claramente decidido al triunfo.

ascienden a un 13 % en el momento de iniciarse la guerra. Para la historia del salitre chileno después de la guerra, véase, además de Soto Cárdenas, a Blackmore, Harold, Gobierno chileno y salitre inglés 1886-1896, Editorial Andrés Bello, Santiago, 1977; y a Couyoumjian, Juan Ricardo, “La economía chilena: 1830-1930”, en Revista Universitaria, Nº 9, Pontificia Universidad Católica de Chile, 1983, pp. 98-113.165 Ahumada, Pascual, Guerra del Pacífico. Documentos oficiales, correspondencias y demás publicaciones referentes a la guerra que ha dado a la luz la prensa de Chile, Perú y Bolivia, Tomo I, Editorial Andrés Bello, Santiago, 1982, p. 208. Esta norma contiene algunas excepciones, como el caso de los chilenos residentes por más de 10 años o casados con peruanas y propietarios de bienes raíces, siempre que su conducta sea intachable (Cfr. Ibid.). Sin embargo, dos días después se dicta un nuevo decreto que suprime de plano estas excepciones (Cfr. Ibid.). 166 Encina, Francisco Antonio, Historia de Chile, Tomo 31, Editorial Ercilla, Santiago, p. 86.

52

CAPÍTULO III.

PROBLEMAS DEL ENGANCHE

Una constante de nuestro marco cronológico (1866-1879) es el desajuste entre las fuerzas

legalmente autorizadas y las efectivamente existentes o enganchadas. Se trata de una

diferencia caracterizada por la inferioridad de las segundas con respecto a las primeras.

1. Sueldos de la tropa

En el conjunto del período aquí estudiado, la diferencia entre las fuerzas autorizadas y las

enganchadas no resulta ser ostensible. Sin embargo, acercándose a la Guerra del Pacífico,

en el año 78 puede apreciarse una cantidad importante de plazas vacantes: de 3.116 sólo se

llenan 2.440, existiendo por tanto un margen negativo de 876 soldados167. Esta constante

será motivo de gran preocupación entre las autoridades a cargo de las Fuerzas Armadas.

Por ejemplo, en 1869 el Ministro de Guerra Francisco Echaurren afirmaba:

Por consiguiente, faltando 728 plazas para completar la dotación que fijó el Congreso, se ve

que solo se han conseguido como voluntarios o enganchados 772 hombres. Esto se explica,

recordando que nunca es posible tener completas las dotaciones de los cuerpos, a causa de la

deserción y del licenciamiento de la tropa que ha cumplido su empeño. A estos motivos,

conocidos ya del Congreso, debe agregarse la extracción de trabajadores que se ha hecho en

los últimos años para obras emprendidas fuera del país. También debe tenerse presente que

los importantes trabajos que se ejecutan en el norte de la República dan ocupación a un

crecido número de individuos que con frecuencia se enrolan en ellos, halagados por el

167 Cfr. Memoria de Guerra y Marina presentada al Congreso Nacional de 1878, Imprenta Nacional, Santiago, 26 de junio de 1878, p. 12.

53

subido jornal que se les paga. Estas dificultades aumentarán, probablemente, así que se de

principio a la obra del ferrocarril de Talcahuano168.

Y en 1870 la misma autoridad agregaba:

El sueldo de 9 pesos que permanece estacionario cuando han cambiado las circunstancias de

la vida, es a todas luces deficiente para que los individuos del ejército atiendan a su propia

subsistencia y a la de sus familias, y a la vez se procuren la decencia en el vestir que les

impone la ley militar169.

Como se observa, el Ministro Echaurren no sólo se limitaba a consignar la

existencia de vacantes no llenadas, sino que intentaba explicarse las causas de tal

fenómeno. ¿Qué razones esgrimía? Principalmente dos, estrechamente relacionadas entre

sí, siendo la segunda causa de la primera. Por una parte, la deserción o licenciamiento de

parte de la tropa. Y, por otra, los bajos sueldos, que no alcanzarían para satisfacer las

necesidades mínimas de la vida, y que hacía que no pocos soldados vieran mejores

expectativas salariales en trabajos diversos a la vida militar, de por sí dura.

En correspondencia con la anterior explicación, la Historia del Ejército de Chile,

publicada por el Estado Mayor General, entrega la siguiente respuesta: “La diferencia de las

plazas autorizadas por la ley y las efectivamente ocupadas en cada cuerpo sería la constante

en el Ejército durante este período [1867-1878]. La principal razón para no llenarlas

obedecía a los bajos salarios, comparados con los ofrecidos en las faenas agrícolas y

mineras o en los trabajos del ferrocarril de Talcahuano. El ejecutivo propuso varias medidas

para evitar que, atraídos por mejores expectativas económicas, abandonasen las filas los

soldados experimentados que cumplían con su período de enrolamiento. Entre ellas estaba

la de mejorar los sueldos de los artilleros, cuya especialización era mayor que en los otros

168 Memoria que el Ministro de Estado en el departamento de Guerra presenta al Congreso Nacional de 1869, Imprenta Nacional, 1869, pp. 28 y 29. 169 Memoria que el Ministro de Estado en el Departamento de Guerra presenta al Congreso Nacional de 1870, Imprenta Nacional, Santiago, 15 de julio de 1870, p. 33.

54

cuadros del Ejército y el otorgamiento de lotes fiscales a los soldados que participasen en

las campañas de la Araucanía, para arraigar al hombre a aquellas tierras y dar vida a

verdaderas colonias militares”170.

La respuesta precedente, si bien es correcta en términos generales, parece ser

insuficiente en cuanto a su profundidad. Surgen algunas preguntas: ¿Eran tan malos los

sueldos de los soldados con respecto a los de la población civil? ¿Puede, por lo tanto,

afirmarse que los salarios constituían la principal causa del desajuste entre la fuerza

autorizada y la efectiva?

En nuestro período el sueldo de los soldados bordeaba los 9-12 pesos. Entre 1854 y

1871 ascendía a 9 pesos171. Pero, conforme a un aumento salarial establecido por una ley de

noviembre de 1871, giraba en torno a los 11-12 pesos, siendo mayor para los soldados del

arma de artillería por su mayor especialización técnica172. A esto agréguese la llamada

gratificación de enganche —de 11 pesos— que el recluta recibía a manera de aliciente sólo

por una vez, al momento de su ingreso voluntario173. En tercer lugar, hay que considerar

que al sueldo indicado se le aplicaba un descuento por concepto de gastos diarios, v. gr.,

vestuario, rancho, etc., descuento que ascendía a 4 pesos, aproximadamente174. Y que esta

rebaja se comenzaba a aplicar incluso sobre la misma prima de enganche, situación que

generaba un claro desincentivo para ingresar a las filas del Ejército. Este último problema

lo describía muy bien el Inspector General del Ejército, José Antonio Villagrán, quien en su

Memoria de 1874 señalaba:

Sucede muchas veces que la incorporación de estos individuos [los reclutas] suele tener

lugar poco después que se ha pasado la revista de comisario que autoriza el pago de sueldo y

en este caso algunos cuerpos del ejército han establecido la costumbre de descontar al

170 Estado Mayor General del Ejército de Chile, Historia del Ejército de Chile, Tomo IV. Consolidación del profesionalismo militar. Fin de la Guerra de Arauco 1840-1883, Santiago, 1983, p. 169.171 Cfr. Anguita, Ricardo, op. cit., Tomo I, p. 623. En 1854 se aumenta en un peso, quedando en 9; antes, desde 1845, es de 8 pesos (Cfr. Ibid., pp. 469 y 470). 172 Cfr. Varas, José Antonio, op. cit., Tomo V, p. 30. 173 Cfr. “G. Memoria del Inspector General del Ejército”, en Memoria que el Ministro de Estado en el Departamento de Guerra presenta al Congreso Nacional de 1874, Imprenta Nacional, Santiago, 20 de julio de 1874, pp. 76 y 77. 174 Cfr. Maldonado, Carlos, Maldonado, Carlos, El Ejército chileno en el siglo XIX. Génesis histórica del ideal heroico, 1810-1884, CEME. Centro de Estudios Miguel Enríquez, s/l, s/f, p. 66.

55

recluta, de su gratificación de enganche, la cantidad necesaria para suministrarle los diarios

que ha de consumir todo el tiempo que tiene que permanecer sin ganar sueldo. Y aunque

esta práctica tiene en sí las ventajas de evitar, primero: que el soldado contraiga deudas

desde el primer mes de su incorporación, como sucede cuando se le anticipan los diarios, y

segundo, impedir también por este medio que las cantidades anticipadas las pierda el cuerpo

en caso de deserción; tiene también el inconveniente de que la mayor parte de los

enganchados, que no comprenden el bien que con esto se les hace, miren, no de muy buena

voluntad, el que no se les de íntegra la gratificación de enganche175.

CUADRO 8

Sueldos del Ejército a partir de la ley de 21 de noviembre de 1871

Grado Artillería Infantería Caballería

Sargento 1º $ 20 $ 19 $ 19

Sargento 2º $ 18 $ 17 $ 17

Cabo 1º $ 15 $ 14 $ 14

Cabo 2º $ 14 $ 13 $ 13

Soldado $ 12 $ 11 $ 11

Fuentes: Varas, José Antonio, Recopilación de Leyes, Órdenes, Decretos Supremos y Circulares concernientes al Ejército, desde enero de 1871 a diciembre de 1877, Tomo V, Imprenta Nacional, Santiago, 1878, p. 30.

Luego de conocer las cifras de los sueldos y gratificaciones de los soldados,

corresponde preguntarse a cuánto ascienden los salarios de los trabajadores del mundo

civil. Un reciente estudio del Instituto de Economía de la Pontificia Universidad Católica de

Chile (2000) establece que en los años 1866-1879 el promedio de los salarios reales giraba

en torno a los 10 pesos176.

CUADRO 9

Promedio de salarios reales en Chile (1866-1879)

175 Cfr. “G. Memoria del Inspector General del Ejército”, en Memoria que el Ministro de Estado en el Departamento de Guerra presenta al Congreso Nacional de 1874, Imprenta Nacional, Santiago, 20 de julio de 1874, p. 77.176 Cfr. Braun, Juan, et. al., Economía chilena 1810-1995. Estadísticas históricas, Documento de trabajo Nº 187, Instituto de Economía, Pontificia Universidad Católica de Chile, Santiago, 2000, pp. 134 y 135.

56

Año Salario en pesos

1866 10, 434

1867 10, 476

1868 10, 609

1869 10, 938

1870 11, 148

1871 10, 663

1872 10, 225

1873 9, 992

1874 10, 411

1875 10, 617

1876 10, 979

1877 10, 504

1878 11, 261

1879 10, 850

Fuentes: Elaboración del autor en base a Braun, Juan, et. al., Economía chilena 1810-1995. Estadísticas históricas, Documento de trabajo Nº 187, Instituto de Economía, Pontificia Universidad Católica de Chile, Santiago, 2000, pp. 134 y 135.

Ahora bien, si se entran a comparar los sueldos de los soldados con los de los

trabajadores de determinadas actividades, en algunos pocos casos, las diferencias sí pueden

ser importantes. El historiador penquista Arnoldo Pacheco Silva, en una obra referida a la

historia económica de la ciudad de Concepción, señala que en 1875 un peón de las minas

de carbón de Lota ganaba 36 pesos mensuales177. Pero Gabriel Salazar, ya refiriéndose al

promedio salarial de los peones de minas de Chile en el período 1870-1879, afirma que

éstos recibían un estipendio mensual de 109 reales, cifra equivalente a más o menos 11

pesos178. Asimismo, señala que el peonaje urbano del período 1850-1870 recibía un salario

mensual de 58, 4 reales, lo que equivalía a la cantidad de 6 pesos, aproximadamente179.

Arnold Bauer afirma que entre 1851 y 1871 los salarios rurales alcanzaban los 80 pesos

anuales (casi 7 pesos mensuales180).

177 Cfr. Pacheco Silva, Arnoldo, Economía y sociedad de Concepción. Siglo XIX. Sectores populares urbanos 1800-1885, Universidad de Concepción, Concepción, 2003, p. 124. 178 Salazar, Gabriel, Labradores, peones y proletarios, LOM, Santiago, 2000, p. 221. Un peso equivale, aproximadamente, a la décima de un real. 179 Cfr. Ibid., p. 239. 180 Citado por Ibid., p. 174.

57

En suma, parece ser que, en general, los sueldos de los soldados no eran tan malos

en comparación a los del mundo civil. Al menos, no lo eran con relación a las actividades

de menor rango socio-económico: aquellas que, al mismo tiempo, requerían de menor

preparación técnica. Considérense dos aspectos. El primero es que para enrolarse en el

Ejército no se necesitaba, siquiera, haber completado la educación primaria, por lo que,

normalmente, el soldado que ingresaba no tenía grandes opciones laborales en la vida civil.

Y el segundo es que el enganche constituía la puerta de entrada a una carrera ascendente

que podía llegar, incluso, a la categoría de oficial, con todos los grados que ésta implicaba.

Con relación a lo primero, recordemos que la Ordenanza de 1839 sólo exigía las

siguientes calidades del soldado recluta: 1) sexo masculino, 2) edad entre 16 y 40 años, 3)

requisitos físicos (estatura de 5 pies, robustez y agilidad), y 4) condiciones morales (“sin

imperfección notable en su persona”181). Por lo mismo, al igual que ahora, el servicio

militar constituía una buena salida profesional para personas poco calificadas técnicamente.

Además, de que, al menos en los años de nuestro período, constante fue la preocupación de

las autoridades militares —Ministro de Guerra e Inspector General del Ejército— por

mejorar la educación e instrucción de los soldados. Por ejemplo, el Ministro del ramo en

1877, Belisario Prats, informaba que

En el curso de este año se han dictado algunas medidas encaminadas a fomentar la

instrucción del ejército y a mejorar en cuanto ha sido posible su condición. En los cuarteles

funcionan las escuelas de enseñanza primaria con todos los elementos y utensilios

necesarios, y las academias para oficiales se verifican periódicamente. El armamento de los

distintos cuerpos es de los mejores sistemas, y se procura con esmero dar al soldado

conocimiento perfecto de su arma, mediante los ejercicios doctrinales y el tiro al blanco182.

En segundo lugar, y como ya se ha visto, el enganche y consiguiente servicio

mínimo de cinco años era una vía de entrada a una carrera segura y ascendente. Y,

conforme a una ley de 1878, anteriormente referida, “para ascender a los empleos que

median entre la clase de soldado y la de Sargento primero, es necesario haber servido

181 Lara, Alberto, op. cit., p. 15. 182 Memoria de Guerra y Marina presentada al Congreso Nacional en sus sesiones ordinarias de 1877, Imprenta Nacional, Santiago, 10 de agosto de 1877, p. 15.

58

cuatro meses a lo menos en el empleo inmediatamente inferior”183. Asimismo, reiteremos lo

dicho en el capítulo I en el sentido de que las clases podían ascender a la categoría de

oficial, acreditando los conocimientos equivalentes a los de los cadetes de la Escuela

Militar184. Esta posibilidad implicaba una mejora lenta pero sucesiva en términos salariales.

Y el paso de clase a oficial no era una utopía. El mismo General de División Manuel

Baquedano (1823-1897), responsable de la victoria final en la Guerra del Pacífico, comenzó

su carrera como soldado, en su caso, ascendiendo rápidamente gracias a su valerosa

participación en la Guerra contra la Confederación Perú-boliviana185.

2. Condiciones de la vida militar en general

Después de concluir que los sueldos de la tropa no eran tan bajos, considerando la

calificación técnica del soldado —que no podía aspirar a mucho más—, amén de la

circunstancia de que el enganche era el primer paso de una carrera segura y ascendente,

podemos ahora formular las siguientes interrogantes: ¿Eran las condiciones de la vida

militar tan duras en comparación con las de la vida laboral del mundo civil? ¿Puede, por lo

tanto, sostenerse que la causa principal del desajuste entre las fuerzas autorizadas y las

efectivas era el carácter altamente exigente de la vida militar en los cuarteles?

De partida, nadie puede afirmar que la vida militar es fácil y enteramente placentera.

Inherente a la organización castrense, en todo tiempo y lugar, es el llamado principio de

disciplina al punto que, como bien señala Omar Gutiérrez Valdebenito, “una organización

militar sin disciplina, no es propiamente, una organización militar. Sería en todo caso un

grupo de incontrolados, pero nunca unas Fuerzas Armadas”186. Según el Diccionario de la

Real Academia Española (RAE), la disciplina implica “la observancia de las leyes y

183 Varas, José Antonio, op. cit., Tomo VI, 1884, p. 32.184 Cfr. Körner, Emilio, y Jorge Boonen Rivera, op. cit., Tomo II, p. 254. 185 Cfr. González Salinas, Edmundo, Soldados ilustres del Ejército de Chile, Estado Mayor General del Ejército, Santiago, 1963, pp. 204-211. Para este general, véase también a Carmona Yáñez, Jorge, Baquedano, Estado Mayor General del Ejército, Santiago, 1946. Y recientemente a: Vial, Gonzalo, Arturo Prat — Manuel Baquedano, en Colección Chilenos del Bicentenario. Los hombres y las mujeres que cambiaron nuestra Historia, El Mercurio, Santiago, 2007.186 Gutiérrez Valdebenito, Omar, op. cit., p. 193.

59

reglamentos de la profesión o instituto”187. Resulta obvio que en una institución militar —

de suyo jerarquizada— el principio de disciplina se aplique con mucho mayor rigor que en

la vida civil. Sobre todo, y como es lógico, en tiempos de guerra. En tal sentido, las penas

militares que contemplaba la Ordenanza de 1839 se sitúan en el contexto de la época y se

corresponden, en términos proporcionales, con las establecidas para los delitos comunes.

Por ejemplo, la pena de azotes recién llegará a ser abolida en Chile en 1947, conforme a la

Ley Nº 9.347. Esta pena “se prescribía para los reincidentes en los delitos de hurto y robo,

siempre que fueran mayores de dieciocho años de edad y no sobrepasaban los cincuenta

años, como también para los autores de robo con violencia o intimidación”188. Por otro lado,

una cosa es la letra de la Ordenanza y otra muy distinta es la efectiva aplicación de la

misma. El mismo Körner, naturalmente crítico del Ejército que viene a reformar, sostiene:

“Las leyes penales que rigen la disciplina en el ejército son sumamente severas; pero no se

las aplica con toda estrictez”189.

En concordancia con lo que se viene diciendo, el meticuloso trabajo de Sergio

Rodríguez Rautcher afirma que la aplicación de la pena de palos, “ampliamente difundida

en los ejércitos de la época, no puede juzgarse desde la perspectiva actual. Para comprender

su verdadero significado es necesario analizarla ampliamente bajo el prisma de la

temporalidad, ubicándonos en la realidad social, cultural y legal del período. De otra

manera, se puede incurrir en el fácil error de calificar la medida ligeramente o utilizarla

conscientemente como un mal ejemplo, si es que se pretenden fines inconfesables”190.

Incluso durante la misma Guerra del Pacífico las penas no son aplicadas con total

rigurosidad. El mismo estudio de Rodríguez Rautcher consigna no más de 650 deserciones,

ninguna de la cuales llegará a ser sancionada con la pena de muerte, prevista para este

delito en la Ordenanza191.

187 “Disciplina”, en Diccionario de la Real Academia Española, http://buscon.rae.es/draeI/SrvltConsulta?TIPO_BUS=3&LEMA=fenómeno, febrero de 2009. 188 Náquira, Jaime, et. al., “Principios y penas en el Derecho Penal Chileno”, en Revista Electrónica de Ciencia Penal y Criminología, p. 35, http://criminet.ugr.es/recpc/10/recpc10-r2.pdf, febrero de 2009. 189 Körner, Emilio y Jorge Boonen Rivera, op. cit., p. 262. 190 Rodríguez Rautcher, Sergio, Problemática del soldado chileno durante la Guerra del Pacífico, Estado Mayor General del Ejército, Santiago, 1984, p. 90. 191 Cfr. Ibid., pp. 85-87. Dicha cifra, según el autor, representa un 0, 2 % del promedio de la fuerza reclutada.

60

Por otra parte, y conforme a las Memorias de Guerra, así como constante fue la

preocupación de las autoridades castrenses —léase: Ministro del ramo e Inspector General

del Ejército— por acrecentar la educación ordinaria e instrucción militar de los soldados,

así también resultaba persistente la misma diligencia a la hora de mejorar las condiciones

materiales de la vida al interior de los cuarteles, por ejemplo, en términos de comodidad y

de salubridad. En la Memoria de 1867 decía Federico Errázuriz:

El Gobierno ha atendido con solícito esmero al bienestar de los individuos del ejército,

haciendo ejecutar en los cuarteles todas aquellas reparaciones necesarias para la comodidad

del soldado y para evitar el detrimento en su salud, lo que muchas veces es ocasionado por

su alojamiento en habitaciones inadecuadas y mal sanas. La misma solicitud ha contraído al

buen régimen y arreglo económico de los hospitales militares. Aprovechando la oportunidad

que se le presentaba con el viaje a Europa de un inteligente doctor en medicina, le encargó

hacer un estudio prolijo y detenido de la organización, régimen y servicio de estos

importantes establecimientos. Ese estudio, hecho por un profesional competente, puede

sernos de grande utilidad para introducir en nuestros hospitales militares reformas

ventajosas192.

Al año siguiente el mismo Errázuriz volvía a referirse al tema:

Los cuarteles de los diversos cuerpos del ejército han recibido en este último año

reparaciones de importancia, no sólo en lo que dice relación con las medidas de

conservación de los edificios, sino también en todo aquello que puede contribuir a su mejor

arreglo, al aseo, a la salubridad y comodidad del soldado193.

Con las citas anteriores, no se pretende en este trabajo afirmar —ni de lejos— que

las condiciones de vida en los cuarteles eran del todo buenas. Muy por el contrario: un

mínimo sentido crítico de estas fuentes, precisamente por la antedicha preocupación,

permite inferir que los problemas existían y que ellos eran complejos. Así, por lo demás, se

pronunciaba José Antonio Villagrán, en su calidad de Inspector General del Ejército:

192 Memoria que el Ministro de Estado en el Departamento de Guerra presenta al Congreso Nacional de 1867, Imprenta Nacional, Santiago, 29 de julio 1867, p. 33. 193 Memoria que el Ministro de Estado en el Departamento de Guerra presenta al Congreso Nacional de 1867, Imprenta Nacional, Santiago, 1868, p. 21.

61

El estado de los cuarteles que actualmente ocupa el Ejército no es, pues, el más satisfactorio

si se atiende a las necesidades que en ellos se hacen sentir, según lo han manifestado los

jefes de los cuerpos que los ocupan194.

El mismo Villagrán señalaba que las caballerizas se encontraban situadas bajo el

piso que ocupaban los soldados, situación del todo insalubre, por lo que dictaminaba que se

construyan en forma independiente195. Luego se refería a otros diversos problemas respecto

de los cuales se estarían tomando medidas, por ejemplo, mediante arreglos de

pavimentación, mejoramiento de jardines, nuevos galpones, construcción y reparación de

edificios, etc.196 Con respecto a uno de los cuarteles, Villagrán señalaba lo que sigue:

El cuartel de infantería situado en la calle de la Recoleta, en esta capital, ha recibido una

importante mejora con el aumento que se le ha dado al edificio del frente que da a la calle,

construcción sólida y de una extensión de 22 metros 65 centímetros de largo por 6 metros

50 centímetros de ancho. Estos trabajos, a mi juicio, no tienen por ahora otra importancia

que la de proporcionar comodidad a los jefes del cuerpo que habite este cuartel, necesidad

es verdad, remediada muy oportunamente; pues cada día se hace sentir más la inmediata

vigilancia de los jefes superiores. Es también de imperiosa necesidad proporcionar no

menos comodidad para los oficiales y tropa; pues para los primeros sólo existen diez piezas

bastante pequeñas en las que se alojan veintisiete oficiales, como los capitanes y ayudantes,

por ejemplo, que debieran tener pieza separada porque ellos generalmente convierten éstas

en otras tantas oficinas particulares donde los capitanes guardan los documentos de sus

compañías, prendas de vestuario de ellas y casi siempre sumas de dinero pertenecientes a los

individuos de tropa que están bajo sus órdenes197.

Luego agregaba:

Las mismas necesidades se hacen sentir en las cuadras destinadas para la tropa, en las que

los sargentos carecen de la independencia que la disciplina exige tenga el superior con el

inferior, pues la comunidad en que viven unos y otros, en la clase de tropa, no puede dejar

de ser un germen de desmoralización e indisciplina198.

194 “B. Memoria del Inspector General del Ejército”, Memoria que el Ministro de Estado en el Departamento de Guerra presenta al Congreso Nacional de 1873, Imprenta Nacional, Santiago, 20 de julio de 1873, p. 14.195 Cfr. Ibid., p. 15. 196 Cfr. Ibid. 197 Ibid. 198 Ibid., p. 16.

62

Y con respecto al único cuartel de caballería de la capital, el Inspector General

afirma:

Este cuartel […] carece absolutamente, puede decirse así, de las comodidades que exige un

cuartel destinado para cuerpos de caballería. Su único patio es sumamente estrecho e impide

por lo general, que el regimiento pueda formar a caballo dentro de él, y cuando hay

necesidad de hacerlo, aunque el cuerpo no esté todo reunido, hay que usar de muchas

precauciones para evitar desgracias que son consiguientes cuando se tienen en un estrecho

recinto, un número considerable de caballos altivos confundidos con los soldados, como

sucede generalmente cuando el regimiento ejecuta la operación de ensillar.

En ese único y reducido patio están las caballerizas arregladas para cincuenta caballos con

sus respectivas pesebreras, hay cuadras para tropa, oficinas, baño, cuerpo de guardia,

calabozo, etc. Las piezas para oficiales ocupan el segundo piso del cuerpo del edificio que

se extiende al frente de la plazuela, y aunque aparentan ser muy cómodas, visitándolas

solamente se ve la molestia con que se vive allí199.

Los textos anteriores son notablemente descriptivos de lo que ahora se desea

subrayar: que si bien las condiciones de vida en los cuarteles eran duras, al menos, existe

conciencia de ello en las autoridades militares que, reiteradamente, buscaban y tomaban

medidas a objeto de remediar los problemas existentes. Podrían multiplicarse los ejemplos

de esta preocupación, la que se percibe de modo recurrente en todas las Memorias de

Guerra del período de esta tesis.

Por otra parte, así como una persona es buena o mala dependiendo de con quien sea

comparada, del mismo modo la valoración de la calidad de la vida militar depende en gran

medida, del parámetro que se adopte. El más mínimo sentido histórico indica que éste no

puede ser el tiempo presente, considerando los enormes avances obtenidos en el plazo de

más de un siglo. Muy probablemente, y como es de esperar, el negativo juicio de Körner

sobre la preparación y realidad del Ejército de Chile se explica porque su punto de

comparación no es otro que los grandes ejércitos europeos, particularmente el alemán;

insertos ellos en las sociedades más avanzadas del mundo de ese tiempo, en términos

económicos, sociales, culturales y, por cierto, militares. El instructor alemán cuestiona

199 Ibid.

63

varios aspectos de la institución castrense, v. gr., preparación militar anticuada (de

influencia napoleónica), baja calidad moral de la tropa (alcoholismo, juego, corrupción,

etc.), castigos brutales a la misma, oficialidad poco capacitada, entre otros.200 Crítica muy

semejante se aprecia en Enrique Brahm García, al referirse en concreto a la tropa de la

Guerra del Pacífico: “Una vez integrado al ejército, el soldado debía someterse a una dura

disciplina y soportar condiciones de vida miserables. Los oficiales y suboficiales repartían

más golpes que comida; las raciones eran pobres; la paga de los soldados no sólo era baja,

sino que muchas veces no se recibía por la ineficiencia con que funcionaba el departamento

de pagos. El sistema de sanidad era casi inexistente: los soldados heridos tenían pocas

posibilidades de sobrevivir y eran más numerosos los muertos por distintas pestes que en

acciones de guerra”201. Brahm apoya su postura en las palabras de Simon Collier y William

F. Sater, quienes señalan que “el soldado chileno sufría casi tanto a manos de su propio

gobierno como a manos del enemigo”202.

Nos parecen exagerados los juicios anteriores. Incluso el mismo Körner,

naturalmente crítico de algunos aspectos de la organización y realidad militar chilena antes

de su llegada al país, afirma tajantemente: “En cuanto a la subsistencia de todas estas

fuerzas, tanto en el norte como en el territorio mismo de la República, se aseguró por medio

de contratos efectuados al mejor postor. El rancho suministrado al soldado en dichas

condiciones era de primera calidad y sumamente abundante”. Luego agrega: “La ración de

marcha, víveres secos, se formó sobre la base de cierta cantidad de charque y de galleta o

bizcocho. Antes de cada marcha, el soldado recibía una ración triple y aun a veces

quíntuple para otros tantos días, pero la práctica demostró enseguida que esta última daba

malos resultados, porque recargaba demasiado al soldado o bien éste no medía

suficientemente su consumo y pronto quedaba sin víveres”203.

200 Cfr. Arancibia Clavel, Patricia (edit.), et. al., El ejército de los chilenos 1540-1920, Editorial Biblioteca Americana, Santiago, 2007, pp. 204 y 205. 201 Brahm, Enrique, op. cit., p. 15. 202 Collier, Simon, y William F. Sater, Historia de Chile 1808-1994, Cambridge University Press, España, 1999, p. 130. 203 Körner, Emilio y Jorge Boonen Rivera, op. cit., p.

64

El estudio de Rodríguez Rautcher, con respecto al supuestamente excesivo

alcoholismo de la tropa, señala: “A manera de mentís para los detractores extranjeros de

nuestro Ejército, el alcoholismo ocupa el 22º lugar entre las causales de licenciamiento. El

promedio de casos comprobados es de 4 anuales, lo que es una cifra prácticamente

insignificante. El Diario de Campaña del doctor Guillermo Castro Espinoza, cirujano

primero de la Tercera Ambulancia, manuscrito entre agosto de de 1879 y diciembre de

1880, contempla la evolución cronológica de 242 pacientes. El facultativo menciona un

solo caso de alcoholismo”204. Esta misma investigación establece que el licenciamiento por

sífilis, durante los seis años de la guerra, asciende al 3, 28 %. De las causales identificadas,

las tres más importantes son las siguientes: tuberculosis (8, 18 %), reumatismo (6, 57 %) y

hernia (5, 58 %)205.

Lo que aquí importa determinar es si las condiciones de vida militar en los cuarteles

son inferiores a las de la vida civil. Y moros y cristianos —historiadores de diversas

tendencias ideológicas— coinciden en cuanto a que la situación de las clases trabajadoras

es, en la segunda mitad de la centuria y durante todo el cambio de siglo, terriblemente

insoportable. En esta apreciación coinciden, por ejemplo, Gabriel Salazar y Gonzalo Vial.

El primero considerado izquierdista y el segundo habitualmente catalogado de

“conservador”. Salazar dedica gran parte de su conocido libro Labradores, peones y

proletarios a tratar lo que califica como opresión206. Por ejemplo, al referirse al “peonaje

preindustrial de la ciudad”207, señala que “el trabajo de esos peones era […] duro. Se debía

trabajar al modo campesino: ‘de sol a sol’. Las jornadas de trabajo eran de 12 ó 13 horas

diarias. Se permitía a los peones tomar desayuno entre 8 y 9 A.M., y comer entre las 12:30

y las 14:00 horas. Si un peón libre llegaba a la faena con una hora de retraso, se le

descontaba ½ real de su jornal (30 % del mismo). Si llegaba a mediodía, no recibía

jornal”208. En cuanto al diagnóstico de la llamada cuestión social no es muy diferente el

punto de vista de Vial, un autor situado en las antípodas de Salazar.

204 Rodríguez Rautcher, Sergio, op. cit., p. 72. 205 Cfr. Ibid., p. 71. 206 Cfr. Salazar, Gabriel, op. cit., p. 98. 207 Ibid., pp. 232 y ss. 208 Ibid., p. 240.

65

Vial dedica un entero y extenso capítulo de su Historia de Chile a estudiar la

cuestión social que califica como “una presión aplastante”209 sobre las clases trabajadoras.

Si bien el marco cronológico de su obra comienza en 1891 (o sea, en una época posterior al

período de esta tesis), al tratar diversas realidades a través de las cuales se materializa esta

presión (v. gr., la vida en el campo y la ciudad; vivienda; sanidad, epidemias y

enfermedades; alcoholismo, juego, prostitución y sífilis; criminalidad y justicia; ignorancia;

disolución familiar y moral; miseria y usura; condiciones laborales, etc.) se remonta a

décadas anteriores, incluso al período precedente a la Guerra del Pacífico. Por ejemplo, al

referirse a la vivienda de las salitreras, señala: “Las condiciones habitacionales en los

yacimientos mineros fueron bajísimas. Reinó allí sin contrapeso el sentido de

provisionalidad, de campamento, consustancial con la minería. En el salitre, v. gr., pasaron

años y décadas, en que aumentó enormemente la producción y por ende creció a ritmo

vertiginoso la masa obrera… pero sus viviendas continuaron idénticas, mereciendo apenas

ese nombre”210.

Otro autor que trata a fondo el tema de las condiciones sociales de las clases

trabajadoras, llegando a conclusiones semejantes a las anteriores, es Sergio Grez Toso,

quien, por ejemplo, cita el diario El Comercio de Valparaíso de 1865 que denunciaba “la

falta de implementos mínimos en las faenas del puerto —como palancas y sogas—,

ocasionando un desperdicio de la fuerza de trabajo y numerosos accidentes en los que los

jornaleros sufrían contusiones que a veces les acarreaban la pérdida de alguna de sus

piernas o brazos”211. Más adelante este historiador dedica un capítulo completo a lo que

llama “Las condiciones de vida”, tratando aspectos como el desarrollo urbano, la habitación

popular y la segregación social, todos los cuales apuntan, descriptivamente, a graficar la

situación de especial dramatismo en que vivían los sectores más desposeídos.

209 Vial, Gonzalo, Historia de Chile, Tomo V, Qué Pasa — Editorial Portada, Santiago, 1981, p. 867. 210 Ibid., p. 874. 211 Grez Toso, Sergio, De la “regeneración del pueblo” a la huelga general. Génesis y evolución histórica del movimiento popular en Chile (1810-1890), Ediciones RIL — Centro de Investigaciones Barros Arana, Santiago, 1997, p, 150.

66

En suma, lo que aquí se desea recalcar no es que las condiciones de la vida militar

en el marco de nuestro período —y, menos aún, durante la guerra— hayan sido de las

mejores. Por el contrario: ellas eran bastante malas, pero lo eran en cuanto se comparan con

el tiempo presente y, muy probablemente, con la situación de los mejores ejércitos del

mundo en la época, entre los que ocupaba un lugar destacado el alemán. Pero, en cambio, si

el punto de comparación es la efectiva realidad social del Chile de esos años —parámetro

que ha ser el valido para determinar la razón fundamental del desinterés general por

ingresar a las filas de la institución castrense— las condiciones de la vida militar se

correspondían completamente con ella; incluso, en algunos puntos, podían hasta ser

mejores, por ejemplo, en materia educacional y de atención sanitaria212.

3. Condiciones de la vida militar en la Araucanía

Como antes se vio, el Ejército de la época de este trabajo es el Ejército de la “Pacificación

de la Araucanía”. Recordemos que alrededor del 90 % de los soldados se encontraba

acantonado en dicha zona. Una rápida hojeada por cualquier Memoria de Guerra de nuestro

período (y de antes) basta y sobra para captar que la principal preocupación, en términos

militares, no era otra que la de ocupar e integrar dicha región al Estado-Nación chileno. Por

ejemplo, la Memoria del año 1868 dedicaba veinte de treinta y una páginas a tratar el

estado de las fuerzas en la Alta y Baja frontera213.

Por otra parte, se podrá decir que la preocupación de las autoridades militares por

las condiciones de vida en los cuarteles (arriba descritas) se referían a las unidades

establecidas en la capital. Sin embargo, similar preocupación puede advertirse con relación

a las condiciones de la vida militar en la zona de Arauco, siendo un tópico recurrente el

212 El ejército de la época de nuestro estudio cuenta con hospitales y servicios de salud: malos, buenos o regulares, pero específicamente destinados a la atención del personal castrense, en particular de la tropa. Por ejemplo, en 1873 se inicia los llamados baños hidroterápicos, que habrían generado una disminución de los enfermos mensuales del número de 30-40 al de 8 (Cfr. “B. Memoria del Inspector General del Ejército”, Memoria que el Ministro de Estado en el Departamento de Guerra presenta al Congreso Nacional de 1873, Imprenta Nacional, Santiago, 20 de julio de 1873, p. 22). 213 Cfr. Memoria que el Ministro de Estado en el Departamento de Guerra presenta al Congreso Nacional de 1867, Imprenta Nacional, Santiago, 15 de junio de 1868, pp. 1-20. La Alta Frontera se extiende desde la Cordillera de Nahuelbuta hacia el oriente. Y la Baja Frontera abarca desde dicha cordillera hasta el mar (Cfr. Historia del Ejército de Chile, Tomo IV, p. 221).

67

relativo a la difícil problemática del soldado y de la oficialidad en dicho marco geográfico y

vivencial. En este contexto, el Ministro José Ramón Lira señalaba en 1871:

En los distintos puntos de la línea de Malleco se han llevado a cabo numerosas reparaciones,

tanto en los cuarteles y lugares destinados al alojamiento de tropas, como en los almacenes

para forraje, maestranza, hospitales militares, etc.214

Más adelante, refiriéndose a un cuartel en la zona de Lumaco, señalaba:

En el fuerte se han levantado galpones para la tropa, casa de pólvora y varias oficinas. Se

acopian los materiales para la construcción de un extenso cuartel, hospital, caballerizas, etc.

en el mismo edificio del cuartel se planteará la escuela de primeras letras y talleres de

oficios para los indios215.

En fin, cada una de las Memorias de Guerra da cuenta de las mejoras que apuntan a

mejorar las condiciones de vida de la tropa en la Araucanía. Situación ésta que permite

concluir, al mismo tiempo, 1) las malas condiciones existentes, y 2) la preocupación,

conforme a los recursos escasos, por subsanar esas malas condiciones. Señalemos un último

ejemplo de este fenómeno, en este caso dado por el Ministro Aníbal Pinto en 1873:

En el cuartel de la plaza de Chiguaihue, punto en que reside el jefe militar de la primera

sección de la línea de Malleco, se cambió el pavimento de los galpones que sirven de

caballerizas, se restauró la techumbre de los edificios y se arreglaron convenientemente las

cuadras para la tropa. Actualmente se construyen camarotes cómodos y decentes en las

piezas del cuartel a fin de proporcionar alojamiento a los oficiales que quedarán así en

actitud de atender personalmente a cualquiera ocurrencia extraordinaria del servicio216.

214 Memoria que el Ministro de Estado en el Departamento de Guerra presenta al Congreso Nacional de 1871, Imprenta Nacional, Santiago, 9 de septiembre de 1871, p. 15. 215 Ibid., p. 21. 216 Memoria que el Ministro de Estado en el Departamento de Guerra presenta al Congreso Nacional de 1873, Imprenta Nacional, Santiago, 20 de julio de 1873.

68

Ahora bien, con respecto a la dureza de las condiciones militares propiamente tales,

el Ministro Francisco Echaurren sostenía en su Memoria de 1870:

Allí [en Arauco] el militar lucha contra numerosos inconvenientes. Los trabajos de fosos,

escarpes de cerros y barrancas, laboreo de maderas y otras pesadas faenas, dan ocupación

constante al ejército. El estado de agitación de las tribus rebeldes hace con harta frecuencia

que el soldado deje de la mano el instrumento de trabajo para asir el de guerra y entre a

soportar los riesgos y contrastes de campañas en que se expone la vida frente al enemigo y

se arrostran molestias por largas jornadas por caminos cenagosos o sendas intransitables217.

En la misma línea anterior, se pronunciaba José Antonio Villagrán:

Desde luego, como medio para mejorar y atender al bienestar de nuestros soldados que

sirven a su país con todo entusiasmo, no quiero excusar en cada vez que así me lo exija el

cumplimiento de un deber, que es satisfacción para mí, de expresar que necesitan buenos o,

por lo menos, regulares cuarteles para alojarse, y como complemento hospitales bien

dotados que sirvan de auxilio en los casos de enfermedades.

Esto es tanto más indispensable si se recuerda que, por lo que toca a la parte del ejército que

hace el pesado servicio de campaña en la frontera, tiene que soportar privaciones de toda

especie unidas a las incomodidades que produce un clima lluvioso.

La salud del soldado como principio de orden, como condición indispensable de seguridad

de lo que se les ha encargado de custodiar, que es la vida de los habitantes que pueblan esas

regiones, y los valiosos terrenos con sus productos que sirven para el progreso y adelanto de

las ciudades que crecen y se desarrollan al abrigo del trabajo; decía que la salud del soldado

es una de las primeras y más importantes medidas que deben arbitrarse cuando se tiene el

propósito de mantener un ejército a la altura que exige el adelanto creciente de un país, y en

perfecta y lógica armonía con las necesidades militares reclamadas urgentemente por ese

principio invariable y que es un axioma de la guerra: la fuerza física y siempre activa que ha

de distinguir al hombre de combate218.

217 Memoria que el Ministro de Estado en el Departamento de Guerra presenta al Congreso Nacional de 1867, Imprenta Nacional, Santiago, 15 de julio 1870, p. 33. 218 “Núm. 2. Memoria del Inspector General del Ejército, en Memoria de Guerra y Marina presentada al Congreso Nacional de 1878, Imprenta Nacional, Santiago, 26 de junio de 1878, pp. 17 y 18.

69

Como se desprende de las citas precedentes, eran —en gran e importante medida—

las condiciones de la vida en la Frontera las que sí marcaban la diferencia entre las

condiciones sociales del mundo castrense y del civil. Además, puede de ellas inferirse, una

vez más, la permanente conciencia de las autoridades militares de la realidad dura que

debía enfrentar el soldado y la oficialidad. Realidad no sólo expuesta a malas condiciones

sociales, propias —como hemos visto— de la época, sino al constante peligro de sufrir

heridas de combate y heridas de muerte. Sin embargo, y con el fin de matizar este punto, no

hay que pensar que la llamada Pacificación de la Araucanía haya sido un proceso continuo

de combates y batallas, de guerra efectiva constante. No. Las Memorias de Guerra de

nuestro período dan, más bien, cuenta de una ocupación pacífica y sin grandes sobresaltos,

lo que no excluía, como se ha dicho, las duras condiciones existentes, el peligro inminente,

y ciertos momentos de verdaderos enfrentamientos armados, con resultados de muerte.

En no poca medida, las incursiones indígenas se enmarcaban en las revoluciones

existentes en el país completo. Por ejemplo, en la Revolución de 1859 los indios se unieron

a los insurrectos con la esperanza, a partir de un ofrecimiento previo, de recibir como

recompensa el botín de las víctimas219. Pero también, como es esperable, se produjeron

enfrentamientos armados que emanaban del proceso mismo de penetración militar. Uno de

estos casos, en el marco de nuestro período, ocurrió en 1868:

Alentados los indios con la impunidad de varios robos y asesinatos perpetrados en nuestro

territorio, principiaron a dar rienda suelta a sus instintos de pillaje y de barbarie, llevando su

osadía hasta el extremo de arrebatar una parte de los caballos del regimiento Granaderos

cuasi a la vista de las tropas que cubrían la guarnición del fuerte de Chiguaihue. Si

hubiésemos permanecido indiferentes a semejante estado de cosas, el atrevimiento de los

salvajes no habría reconocido límites, y los males habrían llegado hasta desaparecer la

tranquilidad de nuestras poblaciones fronterizas. Preciso era, pues, hacer sentir a los

criminales los efectos del poder de nuestras armas y someter a la acción de la justicia a los

verdaderos culpables, siendo muy conocida la tribu indígena perpetradora de aquellos

crímenes, como eran también muy conocidas las tribus inocentes que no están en guerra

abierta con nuestras leyes.

219 Cfr. Historia del Ejército de Chile, Tomo IV, p. 230.

70

Con semejante objeto se despachó el 25 de abril último una pequeña fuerza de ciento

cincuenta hombres al mando del Teniente Coronel don Pedro Lagos, la cual atravesó

diversas reducciones de indios, sin ocasionarles el menor mal, como cumplía a la reconocida

disciplina y moralidad de nuestras tropas, y fija sólo en su propósito de alcanzar a la tribu

única y verdaderamente culpable.

Una circunstancia desgraciada que no pudo prever el jefe de la pequeña división, fue causa

de un contraste lamentable que ocasionó la pérdida de un oficial y diez y seis hombres de

tropa. Careciendo el jefe del conocimiento de los lugares inexplorados del territorio

araucano, y fiando en el cálculo de computaban en seis o siete leguas la distancia del lugar a

que se dirigía la expedición, destacó en la noche una fuerza de cincuenta hombres al mando

del Capitán don Juan José San Martín en la confianza de reunírsele al amanecer del día

siguiente con el grueso de las fuerzas. Cuando la vanguardia destacada, después de una

marcha larga y extremadamente penosa, llegó al lugar de su destino abatida por la fatiga, se

vio inmediatamente envuelta por una fuerza de seiscientos indios que la atacaron con furor y

el más ciego encarnizamiento. Nuestros soldados necesitaron hacer prodigios de valor para

resistir a los repetidos y furiosos ataques de los bárbaros en una lucha tan desigual, hasta

tener que buscar el monte para su defensa, haciendo siempre frente al enemigo y

experimentando la sensible pérdida que ya he mencionado220.

Estas palabras del Ministro Federico Errázuriz dan cuenta de lo anteriormente

señalado: además de la dureza misma de la vida militar en los cuarteles, particularmente

difícil es la vida en Arauco que —aparte de los trabajos de construcción de caminos,

fuertes, viviendas, etc.— suponía arriesgar la vida en eventuales, aunque esporádicos,

enfrentamientos con los indígenas.

Por otra parte, la multiplicidad y dispersión de las unidades militares (vista en el

capítulo anterior), ayuda a comprender las precarias condiciones de vida de los soldados en

Arauco. Pero ello no implica que no haya existido comunicación telegráfica entre los

diversos fuertes y cuarteles; situación que sí existía y que, dado el caso de ataques

indígenas, permitían recibir los necesarios auxilios de los congéneres de otras unidades

cercanas221. Además, y como contrapartida a las malas condiciones cotidianas, los soldados

220 Memoria que el Ministro de Estado en el Departamento de Guerra presenta al Congreso Nacional de 1868, Imprenta Nacional, Santiago, 15 de junio 1868, pp. 9 y 10. 221 Cfr. Memoria que el Ministro de Estado en el Departamento de Guerra presenta al Congreso Nacional de 1871, Imprenta Nacional, Santiago, 9 de septiembre de 1871, p. 13.

71

podían dedicarse a cultivar “los terrenos desalojados por los rebeldes con la confianza de

que sus labores les serán productivas”222. O sea, las labores agrícolas de los soldados

redundaban en una mejora de sus ingresos; aunque, aclaremos, no contamos con cifras y

estudios acabados sobre este punto específico.

4. Defectos del sistema

En las autoridades militares de la época existía plena conciencia de los problemas del

enganche: de la consiguiente necesidad de terminar con la permanente disparidad entre

fuerzas autorizadas y efectivas. Esto las llevaría a crear en 1874 una comisión especial y

centralizada de enganche, residente en la ciudad de Chillán. Esta comisión dependía

directamente del Inspector General del Ejército. El artículo 11 del decreto que la establecía

disponía que

El Jefe de la comisión queda autorizado para mandar comisiones a enganchar, cuando sea

preciso, fuera del lugar de su residencia y a las provincias del Maule y Concepción. Estas

comisiones deberían ir siempre a las órdenes de un Oficial223.

Un año más tarde, el 15 de mayo de 1875, se decretaba la disolución de la misma

comisión224. Con igual fecha se establecía que los comandantes de cada cuerpo podían crear

y administrar “comisiones especiales de enganche”225. O sea, se regresaba a un sistema

descentralizado de enganche. Pero ¿por qué fracasó la comisión de Chillán? El decreto que

la disolvió daba una razón obvia: porque no logró “llenar las bajas de los distintos cuerpos

del ejército”226. Pero el Ministro de Guerra Mariano Sánchez Fontecilla iba más allá:

atribuyó dicho fracaso a la ubicación geográfica de la comisión y a la consiguiente baja

calidad moral de los reclutados:

Radicada la oficina en un centro de población poco considerable para los efectos del

enganche, se veía precisada a aceptar a individuos de dudosas condiciones de honradez y en

muchos casos ineptos para el servicio, los cuales, lejos de habituarse al severo régimen de

222 Memoria que el Ministro de Estado en el Departamento de Guerra presenta al Congreso Nacional de 1870, Imprenta Nacional, Santiago, 15 de julio de 1870, p. 19. 223 Varas, José Antonio, op. cit., Tomo V, p. 128. 224 Cfr. Ibid., pp. 178 y 179. 225 Ibid., p. 179. 226 Ibid., p. 178.

72

disciplina militar sólo procuraban desertar o incurrían en faltas que obligaban a separarlos

del servicio por incorregibles227.

Similar argumento es sostenido por la Historia del Ejército de Chile del Estado

Mayor General: “La comisión no pudo cumplir satisfactoriamente su cometido debido a

numerosos factores: se había establecido en un centro con baja densidad poblacional; debió,

por la misma razón, aceptar individuos ineptos a fin de alcanzar a completar las cuotas

asignadas y, finalmente, a pesar del aumento de sueldos y la gratificación de enganche, la

carrera de las armas seguía siendo poco atractiva económicamente y con exigencias como

la de servicios en días domingos o festivos, que no poseían otras labores”228.

Parecen poco plausibles estas opiniones, puesto que es falso que la jurisdicción

entregada a la comisión haya sido de baja densidad poblacional. En efecto, conforme al

Censo de 1875, la población total de las provincias de Ñuble, Concepción y Maule ascendía

a 406.702 habitantes, mientras que la de Santiago, que es la que individualmente tenía

mayor población en el país, alcanzaba los 362.712229. O sea, la población del área de la

comisión era superior a la de la provincia de mayor cantidad de habitantes en todo el país.

CUADRO 10

Población por provincias, censos de 1875 y 1865

Provincia Censo de 1875 Censo de 1865

Colonia de Magallanes 1.144 195

Chiloé 64.536 59.022

Llanquihue 48.492 37.601

Valdivia 30.525 23.429

Imperial (departamento militar) 6.956

Lebu (departamento militar) 24.631

Arauco 115.365 71.901

Concepción 151.365 146.056

Ñuble 136.880 125.409

Maule 118.457 187.983

Linares 118.857

Talca 110.359 100.575

227 Memoria de Guerra y Marina presentada al Congreso Nacional por el Ministro del Ramo en 1875, Imprenta Nacional, Santiago, 15 de julio de 1875, pp. 20 y 21. 228 Historia del Ejército de Chile, Tomo IV, p. 173. 229 Cfr. Boletín de Sesiones de la Cámara de Diputados, Sesión 15ª Ordinaria de 8 de julio de 1875, p. 225.

73

Curicó 92.110 90.579

Colchagua 146.889 142.456

Santiago 362.712 341.687

Valparaíso 176.682 142.629

Aconcagua 132.799 124.828

Coquimbo 157.463 145.895

Atacama 71.302 78.972

Total 2.067.524 1.819.223

Fuentes: Elaboración del autor en base a Boletín de Sesiones de la Cámara de Diputados, Sesión 15ª Ordinaria de 8 de julio de 1875, p. 225.

Más atendibles, en cambio, resultan las razones dadas por el Inspector General de la

entidad castrense, José Antonio Villagrán. Se trata de motivos de orden práctico: 1) el

descuento que se aplicaba sobre la prima de enganche constituía un desincentivo para el

ingreso, puesto que ella no se recibía en forma íntegra230, y 2) el plazo de cinco años de

duración del servicio era excesivo, situación que también constituía un factor desmotivante

para el enganche voluntario231. ¿Qué proponía el Inspector? Para solucionar el primero de

estos puntos, planteaba no suprimir dicho descuento, puesto que era necesario para evitar la

existencia de desertores luego de haber recibido la gratificación íntegra, sino aumentar la

misma a unos 20 pesos, ya que los 11 más el descuento constituía una cifra muy baja232. Y

para resolver el segundo, planteaba establecer un plazo mínimo de dos años y un máximo

de cinco, quedando la gratificación en cuatro pesos por año de servicio a que el recluta se

compromete.

Para salvar en parte el grave inconveniente que tiene en la actualidad el corto sueldo, lo que

no es de fácil remedio en las presentes circunstancias, convendría aumentar a veinte pesos la

gratificación de enganche, para que correspondan cuatro pesos por cada un año de contrata.

Al hacer esta división es porque a mi juicio conviene también suprimir la obligación de que

el contrato sea por cinco años forzosos, pues en muchos casos ha sido esto un motivo por el

cual se retraen muchos de enrolarse en las filas del ejército; así que con esta medida

quedaría la libertad al soldado nuevo o al que quisiera reengancharse el hacerlo por el

tiempo que le fuera más conveniente entre dos y cinco años que sería el máximo y mínimo

230 Cfr. “G. Memoria del Inspector General del Ejército”, en Memoria que el Ministro de Estado en el Departamento de Guerra presenta al Congreso Nacional de 1874, Imprenta Nacional, Santiago, 20 de julio de 1874, p. 77.231 Cfr. Ibid., pp. 78 y 79. 232 Cfr. Ibid., p. 78.

74

de las contratas, y sabría también que su enganche o reenganche estaría en proporción al

mayor o menor tiempo por que se contrataba, recibiendo entonces cuatro pesos por cada un

año de ésta233.

A manera de recapitulación de este capítulo, señálese que si bien es difícil

determinar con exactitud estadística las razones verdaderas de la disparidad entre las

fuerzas autorizadas y las enganchadas, nuestra impresión es que aquella no se debe, pura y

simplemente, a los bajos sueldos del Ejército (al menos, en términos nominales) ni tampoco

a la disciplina militar estricto sensu (que se desarrolla al interior de los cuarteles, sobre

ajenos a la zona de Arauco) ni menos aún a las condiciones sociales que emanan de la vida

militar (que incluso son mejores que las de la vida civil para personas de igual rango socio-

económico), sino además y fundamentalmente a dos factores: 1) a las duras y específicas

condiciones de la vida militar en la Frontera, escenario en que mayoritariamente se

desenvuelven los soldados: condiciones que emanan de los trabajos de construcción y

civilización de una región que se está incorporando al Estado-Nación chileno, además de

que esta presencia implica, por una parte, arriesgar la vida, y, por otra, vivir lejos del lugar

de origen; y 2) a ciertos problemas administrativos y legales del servicio mismo, como son

los descuentos a la prima de enganche por concepto de gastos diarios, y al plazo excesivo

de cinco años. De todas formas, no puede desconocerse que un problema de fondo es el

bajo presupuesto asignado a la rama de defensa, puesto que, por ejemplo, el aumento de la

prima propuesto por Villagrán no se decretó sino recién el 22 de diciembre de 1879 por la

necesidad imperiosa y evidente de reclutar soldados para la guerra ya en pleno desarrollo234.

233 Ibid., pp. 78 y 79. 234 Cfr. Varas, José Antonio, op. cit., Tomo VI, pp. 204 y 205.

75

CAPÍTULO IV.

PACIFISMO DE LOS POLÍTICOS CHILENOS

Los parlamentarios chilenos, en la medida en que discuten y aprueban los proyectos de

leyes de orden militar presentados por el Gobierno, no muestran un ánimo belicista en

contra del Perú y Bolivia. Ni tampoco, en general, la voluntad de desarrollar una carrera

armamentista. Por el contrario, y especialmente para el caso de Bolivia, con el que Chile

limita en el norte, se aprecia una actitud pacifista y de hermandad americanista.

1. Leyes militares

76

La Constitución de 1833 (vigente en Chile hasta 1924) consagraba jurídicamente los

principios militares de Diego Portales (1793-1837), en especial aquel referido a la

subordinación del estamento castrense al político (Gobierno y Congreso)235. En este

sentido, y para resaltar el civilismo constitucional—, el artículo 157 de la Carta

Fundamental establecía que la “fuerza pública es esencialmente obediente. Ningún cuerpo

armado puede deliberar”236. Esta disposición sería el epítome de la doctrina constitucional

sobre las Fuerzas Armadas y, en particular, sobre el Ejército.

Un aspecto esencial en que se materializa, en términos constitucionales, la

subordinación de los militares a la política es la aprobación (y posterior promulgación) de

las leyes periódicas de orden militar237. Estas leyes estaban señaladas en el artículo 36

referido a las atribuciones exclusivas del Congreso. Hay dos que de modo directo se

referían al Ejército: la de “fijar […] en cada año las fuerzas de mar y tierra que han de

mantenerse en pie en tiempo de paz o de guerra” y la de “permitir que residan cuerpos del

Ejército permanente en el lugar de las sesiones del Congreso, y diez leguas a su

circunferencia”238. La segunda de estas leyes tenía un fin que salta a la vista: evitar toda

suerte de presión militarista frente a los actos privativos de las autoridades políticas, en

especial de aquellas que integraban (en jerga constitucionalista) el Poder Legislativo. Y,

además, existía una tercera ley periódica que, de manera indirecta, se refería a las fuerzas

armadas: está señalada en la atribución del Congreso de “fijar anualmente los gastos de la

administración pública”239. Esta última, conocida como ley de presupuestos, resultaba ser

importante, porque, entre sus diversas partidas, contenía los gastos referentes al Ejército y a

la Armada. Y porque, como consecuencia de ello, es posible dimensionar aquella parte del

presupuesto total destinado al área de defensa.

CUADRO 11

235 Para el pensamiento militar de Portales, véase: Vergara Quiroz, Sergio, “Portales y el Ejército”, en Bravo Lira, Bernardino (comp.), Portales. El hombre y su obra la consolidación del gobierno civil, Editorial Jurídica de Chile — Editorial Andrés Bello, Santiago, 1989, pp. 87-116;236 Valencia Avaria, Luis, op. cit., p. 182. 237 Se llaman periódicas porque tienen una duración de 18 meses, al igual que las leyes sobre contribuciones (artículo 36 número 3º) (Cfr. Ibid., p. 166). Las leyes de presupuesto tienen una duración anual, según el artículo 36 número 1 (Cfr. Ibid.). 238 Valencia Avaria, Luis, op. cit., p. 166. 239 Ibid.

77

Leyes de presupuesto en Chile según partidas ministeriales (1867-1879)240

Año Interior y Relaciones Exteriores

Justicia, Culto e

Instrucción Pública

Hacienda Guerra y Marina Totales

1867 $ 2.150.191.26 $ 1.220.865.73 $ 5.154.967.80 $ 2.327.436.36 $ 10.853.461.15

1868 $ 2.382.219.76 $ 1.260.347.23 $ 5.593.499.73. 5 $ 2.364.132.89 $ 11.600.199.61.5

1870 $ 2.544.053.96 $ 1.365.130.91 $ 4.939.911.30. 5 $ 2.687.252.98 $ 11.536.349.15.5

1871 $ 2.664.535.93 $ 1.616.186.41 $ 5.445.287.69 $ 2.816.483.34 $ 12.542.493.37

1872 $ 2.627.006, 325 $ 1.750.023.06 $ 4.893.957.95 $ 3.137.568.68 $ 12.514.808.65

1873 $ 2.918.743.783 $ 1.978.267.15 $ 5.338.779.56. 5 $ 2.899.566.54.5 $ 13.364.450.72

1874 $ 5.200.981.7 $ 2.123.192.66 $ 6.080.561.27. 5 $ 3.204.447.20 $ 16.609.183.13.5

1875 $ 5.346.152. 96 $ 2.085.750.20 $ 6.525.807.37.5 $ 3.227.349.52 $ 17.185.060.05.5

1876 $ 4.835.842.46 $ 2.031.295.06 $ 6.782.780.63 $ 3.180.503.53 $ 16.830.402.87

1877 $ 4.331.610.133 $ 1.933.583.62 $ 8.055.050.83 $ 2.818.880.93 $ 17.337.599.84

1878 $ 4.257.006.19 $ 1.960.366.12 $ 8.049.146.42 $ 2.678.914.09 $ 17.245.432.82

1879 $ 4.407.267.78 $ 1.949.640 $ 8.043.821.24 $ 2.671.983.24 $ 17.072.712.26

Fuentes: Elaboración del autor en base a Anguita, Ricardo, Leyes promulgadas en Chile desde 1810 hasta el 1º de junio de 1912, Tomo II, Imprenta, Litografía y Encuadernación Barcelona, Santiago, 1912.

De las leyes de presupuesto correspondientes al período de la presente investigación

puede colegirse que, en términos gruesos, el porcentaje de las partidas destinadas a defensa,

con respecto al presupuesto total, era de un 20 %: una cifra bastante elevada, a primera

vista, aunque en notorio descenso a medida que se acercaba el año 79, que marca el

comienzo de la Guerra del Pacífico. En todo caso, y considerando que el presupuesto se

secciona, únicamente, en ramos ministeriales, las partidas de Guerra y Marina, en su

240 No disponemos de la ley respectiva para el año 1869. A partir de 1872, las partidas de los ministerios del Interior y de Relaciones Exteriores se separan, pero las hemos sumado. Igual cosa puede decirse de los ministerios de Guerra y Marina desde el año 1873. Además, considérese que las cifras del año 1879 corresponden al presupuesto aprobado antes del inicio de la guerra.

78

conjunto, no conformaban ni siquiera un cuarto de los gastos totales. Además, para tener

una visión amplia, habría que cotejar estos porcentajes con los de los países limítrofes y

potenciales enemigos de Chile, en especial los casos del Perú y de Bolivia, con los que

efectivamente nuestro país se enfrentará durante la Guerra del 79. Lamentablemente,

carecemos de estos últimos datos, motivo por el cual nos resulta imposible efectuar dicha

confrontación estadística. Por otra parte, estos gastos representaban un porcentaje bastante

menor del producto interno bruto en igual período.

CUADRO 12

Porcentajes de gastos militares del presupuesto total (1867-1879)241

Año Gastos guerra y marina Gastos totales Porcentaje de gastos guerra y marina

1867 $ 2.327.436.36 $ 10.853.461.15 21.4

1868 $ 2.364.132.89 $ 11.600.199.61.5 20.4

1870 $ 2.687.252.98 $ 11.536.349.15.5 23.3

1871 $ 2.816.483.34 $ 12.542.493.37 22.5

1872 $ 3.137.568.68 $ 12.514.808.65 25.1

1873 $ 2.899.566.54.5 $ 13.364.450.72 21.7

1874 $ 3.204.447.20 $ 16.609.183.13.5 19.3

1875 $ 3.227.349.52 $ 17.185.060.05.5 18.8

1876 $ 3.180.503.53 $ 16.830.402.87 18.9

1877 $ 2.818.880.93 $ 17.337.599.84 16.3

1878 $ 2.678.914.09 $ 17.245.432.82 15.5

1879 $ 2.671.983.24 $ 17.072.712.26 15.7

Fuentes: Elaboración del autor en base a Anguita, Ricardo, Leyes promulgadas en Chile desde 1810 hasta el 1º de junio de 1912, Tomo II, Imprenta, Litografía y Encuadernación Barcelona, 1912.

241 No disponemos de la ley respectiva para 1869, por lo que omitimos ese año.

79

CUADRO 9

Producto interno bruto en millones de pesos de 1995 (1866-1879)

Año PIB

1866 439.452

1867 424.609

1868 448.291

1869 495.871

1870 509.179

1871 510.469

1872 548.973

1873 585.615

1874 561.703

1875 607.865

1876 601.489

1877 582.251

1878 617.621

1879 711.524

Fuentes: Elaboración del autor en base a Braun, Juan, et. al., Economía chilena 1810-1995. Estadísticas históricas, Documento de trabajo Nº 187, Instituto de Economía, Pontificia Universidad Católica de Chile, Santiago, 2000, p. 24.

Sin lugar a dudas, resulta interesante, en el marco de nuestro período, tener a la vista

las discusiones parlamentarias de los proyectos de leyes periódicas a que nos hemos

referido. En especial, de aquellos asociados a la fijación de las fuerzas de mar y tierra, y al

presupuesto en cuanto se relaciona al área de defensa. Estos proyectos tenían su origen en

el Presidente, siendo discutidos y aprobados por el Congreso242. De la lectura de estas

sesiones, puede inferirse que no existió un ánimo belicista de parte de los políticos chilenos.

Muy por el contrario: si bien estos proyectos, enviados por el Gobierno, resultaban ser

generalmente aprobados sin gran dificultad, reiteradamente, de parte de ciertos

parlamentarios, se presentaban obstáculos o cuestionamientos a su contenido.

Para el caso de los proyectos que autorizaban las fuerzas de mar y tierra, se tendía a

cuestionar la supuestamente excesiva cantidad de tropas243. Aunque, reiteremos,

normalmente, la aprobación de estos proyectos legales se daba en forma bastante

automática. Por ejemplo, en una sesión de diciembre de 1866, incluso estando en guerra

242 Véanse los artículos 82 número 1 (Cfr. Valencia Avaria, Luis, op. cit., p. 173) y 40 (Cfr. Ibid., p. 168). 243 Materia tratada en el Capítulo II de este trabajo.

80

con España, se consideraba excesiva la cantidad de tropas; guarismo que, como ya hemos

visto, ascendía a poco más de 7.000 soldados. En este sentido, el diputado Claro señalaba:

Celebro saber que este excedente es temporal mientras dure la guerra y que no tiene el

carácter de permanente244.

Por otra parte, frecuente era el deseo de algunos parlamentarios de fortalecer la

Guardia Nacional en desmedro del Ejército de línea. En este sentido, reiteremos esta cita

del diputado Pedro León Gallo, uno de los paladines del pacifismo en Chile:

Como siempre he manifestado en la Cámara el deseo de que la guardia nacional se aumente

cuanto sea posible, desearía que se suprimieran esos gastos de pura fanfarronería y que esas

cantidades se destinarán al fomento de la guardia nacional; pero desde que ella no existe en

algunos de aquellos puntos para los cuales se consultan asignaciones en el presupuesto,

deberían suprimirse todas aquellas que no sirven sino para formar partidas sin objeto245.

Para el caso de las partidas del presupuesto relativas a defensa, se acostumbraban a

contravenir las cifras de los diversos ítems. Y el argumento de estos cuestionamientos casi

siempre era el mismo: la inexistencia de una guerra efectiva con nuestros vecinos. Por

ejemplo, en 1872, al discutirse la ley de presupuestos en la partida de guerra, se cuestionó

la compra en Europa de armas, en especial de 5.000 fusiles marca Comblain. Se produjo un

dialogo entre el diputado Gallo y el Ministro de Guerra, Aníbal Pinto (1825-1884)246, que

pasamos a transcribir:

El Señor GALLO (don Pedro León).- ¿Cuántas armas hay existentes?

El señor PINTO (Ministro de Guerra).- Como dieciocho mil.

El señor GALLO (don Pedro León).- Y entonces para qué queremos más.

244 Boletín de Sesiones de la Cámara de Diputados, Sesión 27ª Extraordinaria, 14 de diciembre de 1866, p. 198. 245 Boletín de Sesiones de la Cámara de Diputados, Sesión 28ª Extraordinaria, 15 de diciembre de de 1866, p. 200. 246 Futuro Presidente de la República (1876-1881). Para Pinto, véase a Barros Borgoño, Luis, “Don Aníbal Pinto”, en Revista Chilena de Historia y Geografía, Nº 88, Sociedad Chilena de Historia y Geografía, Santiago, 1936, pp. 5-54; y Campos Harriet, Fernando, “Aníbal Pinto, Presidente de Chile, 1876-1881”, en Boletín de la Academia Chilena de la Historia, Nº 95, Santiago, 1984, pp. 251-261. Asimismo: Zegers, Cristián, Aníbal Pinto. Historia política de su gobierno, Editorial Universitaria, Santiago, 1969.

81

El señor PINTO (Ministro de Guerra).- Es que la mayor parte de ellas están

inutilizadas, habrá como seis mil buenas, y éstas son de un sistema anticuado, como

lo sabe el señor Diputado.

El señor GALLO (don Pedro León).- Pido la palabra para oponerme al ítem de cien

mil pesos, a no ser que haya alguna razón oculta por la cual estemos en estado

de engolfarnos en una guerra exterior. Pero mientras vea que nos hallamos en

paz, me opondré247.

Como se ve, el argumento principal para oponerse a la adquisición de nuevas armas

no era otro que la inexistencia real de un conflicto. Tácitamente, el diputado señalaba que

de existir una guerra, en ese caso sí se justificaría la compra de nuevo material. Similar

razonamiento era repetido por el diputado Domingo Santa María (1824-1889)248:

Le doy mi voto en contra, porque no comprendo la necesidad del nuevo armamento cuando

en los años pasado y actual hemos gastado en él doscientos mil pesos. Si nos hallásemos en

el caso de prepararnos para una guerra exterior esa partida sería escasa; pero cuando

no hay nada que nos obligue a armarnos, yo le doy mi voto en contra.

Luego este mismo parlamentario agregaba un planteamiento en apariencia más

sofisticado:

Precisamente sucede que en Europa se está mejorando día a día el armamento, y si

nosotros ahora invirtiéramos una gruesa suma en comprar fusiles, en el año entrante o

en el subsiguiente esos fusiles ya no servirían y nos encontraríamos con nuestros

almacenes atestados de guerra inútiles. La prudencia nos aconseja entonces no tener sino

el armamento que necesitamos, o algunos más para reparar el inutilizado; pero no sería

prudente invertir gruesas sumas en lo que no tenemos necesidad249

Estas palabras hablan por sí solas. Sin embargo, señálese que el aserto del

parlamentario resultaba, a lo menos, curioso: si siempre la tecnología militar avanza, si

todos los años se perfeccionan los armamentos, bajo esa premisa, nunca —en ningún

247 Boletín de Sesiones de la Cámara de Diputados, Sesión 24ª Extraordinaria de 11 de diciembre de 1872, pp. 272 y 273. Las negritas son nuestras.248 Futuro Presidente de Chile (1881-1886). 249 Boletín de Sesiones de la Cámara de Diputados, Sesión 24ª Extraordinaria de 11 de diciembre de 1872, p. 273

82

momento— se podrían realizar nuevas adquisiciones. Para terminar con la discusión, el

Ministro de Guerra refutaba los dos argumentos anteriores —la inexistencia de una guerra

efectiva y el avance tecnológico de las armas— con un toque de cordura:

Es positivo que las armas se perfeccionan, que adelantan cada día; pero no me parece que

será prudente que un Estado enteramente desarmado casi, esté esperando la última reforma,

la última moda para proveerse de armas. Debemos estar siempre prevenidos para aquellos

casos de guerra, para que no nos sorprendan inermes e indefensos como sucedió el año 66.

Llegados estos casos, es muy difícil, sino imposible, poder adquirir armas de ninguna clase;

porque entonces estos artículos son de contrabando250.

2. Relaciones con Bolivia

Las sesiones parlamentarias también dan cuenta de una excelente disposición de Chile

hacia Bolivia. Sintomática, en este sentido, resultaría la sesión del 10 de junio de 1875,

destinada a discutir la ratificación del Tratado de 6 de agosto de 1874, celebrado entre los

gobiernos de ambos países. Recordemos que mediante este tratado se derogó el convenio de

1866, estableciéndose, entre otras cosas, lo siguiente: 1) se fijaba la frontera en el paralelo

24º, 2) Chile renunciaba a los derechos de exportación de los minerales entre los paralelos

23º y 25 º, y 3) Bolivia se comprometía a no aumentar las contribuciones existentes durante

25 años251. ¿Cuál fue la actitud general de los políticos chilenos? Las palabras de Horacio

Walker Martínez, el gestor de las negociaciones, revelan y representan un profundo espíritu

pacifista y americanista:

¿A qué principios, señores, obedecí cuando firmé el tratado de 6 de agosto? Dos cosas me

propuse: asegurar la paz entre Chile y Bolivia, esa paz tan digna del culto y de los esfuerzos

de las almas honradas, y garantizar los intereses chilenos desparramados en el litoral

boliviano, intereses que representan industria, comercio y bienestar para más de veinte mil

250 Boletín de Sesiones de la Cámara de Diputados, Sesión 24ª Extraordinaria de 11 de diciembre de 1872, pp. 273 y 274. Curioso es que en esta discusión participen, justamente, los dos mandatarios chilenos de la Guerra del Pacífico (1879-1884). 251 Cfr. Bulnes, Gonzalo, Resumen de la Guerra del Pacífico, redacción de Oscar Pinochet de la Barra, Editorial del Pacífico, Santiago, 1976, pp. 13-21. El texto completo de este tratado puede verse en Ahumada, Pascual, op. cit., pp. 7 y 8.

83

de nuestros conciudadanos. Indudablemente el tratado lo obtuvo, y esto es lo que voy a

poner de manifiesto a la Honorable Cámara.

Luego realizaba una larga oda a la paz:

Estoy perfectamente de acuerdo con la Honorable Comisión, que juzga de estas cuestiones

bajo un punto de vista superior y las considera de un orden más elevado que el interés

mesquino de provechos materiales.

Como ella obedece ahora, así obedecí yo en Bolivia, no a las inspiraciones de una política

terca, sino a los consejos de una política pacífica y amistosa.

Que hay, en realidad, dos clases de política en las relaciones internacionales de los pueblos,

la una de paz y de armonía, la otra de exigencias tirantes y de resistencias peligrosas, no

puede ponerse en duda. Y un axioma evidente también es que, según se sigan las

inspiraciones de la una y de la otra, así son las simpatías o los odios que los pueblos

alcanzan, como premio en un caso, como castigo en el otro.

La una, magnánima, serena, obedece a los principios elevados de la convivencia social, y se

levanta del terreno de las malas pasiones. No se encadena entre los lazos de mezquinos

intereses, ni atiende sólo al provecho material que pudiera resultarle: por el contrario,

purifica lo que toca, ennoblece lo que se le acerca, y lejos de buscar las soluciones difíciles

por medio de las armas, las busca en el terreno de la razón, no provocando nunca y

manteniéndose siempre en los augustos límites de la legítima defensa. Es la doctrina, la

ciencia de los grandes publicistas; es la única diplomacia que llena la misión noble y

generosa que fue creada.

La otra atropella los profundos y sólidos intereses permanentes, y se deja arrastrar por la

pasión del momento; se apoya en la fuerza de los cañones más que en el derecho de su

causa, exagera sus pretensiones con los débiles, y se precipita voluntariamente al peligro sin

tomar en cuenta las dificultades de la salida252.

Este discurso, que se extenderá por nueve páginas más, se orientaba a exaltar la

hermandad de Chile con Bolivia y el venturoso futuro de la construcción de una “patria

252 Boletín de Sesiones de la Cámara de Diputados, Sesión 4ª Ordinaria, 10 de junio de 1875, p. 61.

84

común”253. Igual ánimo que, en parte también por razones de economía fiscal, habría

llevado al Gobierno a plantear en 1878 la venta de los dos blindados adquiridos en

Inglaterra254. En efecto, en enero de ese año el Presidente Pinto le encargaba al Ministro

Plenipotenciario de Chile en Francia que propusiera en Europa la venta de los blindados255.

Sirvan los dos ejemplos precedentes —la ratificación del Tratado de 1874 y la casi

venta de los blindados de la Escuadra— para demostrar que el contexto general del país no

daba cuenta de una voluntad belicista de parte de Chile, en particular en contra del Perú y

de Bolivia256.

3. Inicio de la guerra

En marzo de 1879, cuando ya se ha producido la ocupación de Antofagasta (14 de febrero),

gran parte de los parlamentarios se muestran reacios a cooperar con el Gobierno en el

otorgamiento de facultades especiales para aumentar el potencial de nuestras Fuerzas

Armadas. Por ejemplo, en la sesión extraordinaria de la Cámara de Diputados de fecha 29

de marzo de 1879, se ventilaba una encendida discusión entre quienes buscan diferir dicha

concesión a cambio de garantías electorales de parte del Gobierno. O sea, algunos políticos

condicionan un asunto de seguridad exterior a uno de política doméstica. El diputado Prado

Aldunate señalaba:

Antes de pasar a la orden del día, pido la palabra, señor Presidente, para proponer a la

Honorable Cámara celebre sesión esta noche y continúe celebrándolas diariamente hasta

despachar los proyectos presentados por el Ejecutivo y que han sido ya aprobados por el

Senado; proyectos que tienden a establecer un orden legal en la situación por que

atravesamos, y suministrar al Gobierno los recursos necesarios para llevar adelante la

ocupación del litoral257.

253 Cfr. Ibid., p. 62. 254 Se trata del Cochrane y del Blanco Encalada, en servicio desde 1874 y 1875, respectivamente (Cfr. Fuenzalida Bade, Rodrigo, La Armada de Chile, Tomo III, Talleres Imprenta Periodística “Aquí está”, s/l, 1978, pp. 695- 697).255 Cfr. Ibid., p. 704. 256 Situación que, como es esperable, rebaten los publicistas bolivianos y peruanos, como el caso del General altiplánico Humberto Cayoja Riart, que hace no muchos años ha escrito y publicado una obra intitulada El expansionismo de Chile en el Cono Sur (Proinsa, La Paz, 1998). 257 Boletín de Sesiones de la Cámara de Diputados, Sesión 74ª Extraordinaria de 29 de marzo de 1879, p. 720.

85

Lo anterior que parece lógico, considerando la situación de guerra efectiva (en los

hechos, ya que la declaración legal es de principios de abril258), no resultaba tan evidente

para una buena parte de los diputados que intervienen en el debate, como es el caso del

diputado Allende Padin:

Comprendo la responsabilidad de ciertos actos; pero considero al mismo tiempo la

importancia de otros que se relacionan más directamente con el momento actual.

La hora es angustiada; mañana deben tener lugar las elecciones. Hasta hoy ha sido tan inútil,

señor Presidente, pedir garantías en toda la República para los derechos de ciertos

ciudadanos, que me parece muy justo se aplace siquiera por veinticuatro horas más la

aprobación de los proyectos del Ejecutivo.

Se ha sostenido por parte de los señores Ministros que la anarquía que reina en el país

electoral se debe exclusivamente al libre juego de los partidos. Yo sostengo lo contrario; yo

afirmo sin vacilar que los males que se lamentan se deben exclusivamente a la mano del

Gobierno, a la intervención manifiesta del Gabinete en las elecciones.

Basta para persuadirse de ello, ver lo que ha pasado y está pasando en todos los

departamentos: el movimiento inusitado de Intendentes y Gobernadores, la remoción más

violenta hasta de los empleados más subalternos del orden administrativo. En la presente

campaña electoral la intervención del Gobierno no se limita sólo a atacar en un

departamento los candidatos de un partido cuyos intereses parece favorecer en otros, sino

que va hasta la persecución tenaz y descarada de un partido, y ya no sólo de un partido para

impedir su representación en el Congreso, sino de las personas persiguiendo la candidatura

de tal partidario por la de otro de las mismas ideas, tan solo por satisfacer su capricho por

completo259.

No deja de sorprender que, estando Chile en una guerra efectiva, de inminente

declaración legal, no pocos parlamentarios se opusieran a entregar las facilidades que el

Gobierno requería para poner a las Fuerzas Armadas en pie de combate. En suma, llama la

atención que un asunto que hoy se llamaría “problema país” o “tema de Estado” sea tratado

258 El 5 de abril se declara la guerra al Perú y a Bolivia (Cfr. Varas, José Antonio, op. cit., Tomo VI, pp. 90-93. 259 Ibid.

86

como una cuestión del solo Gobierno, o sea, de un determinado sector político de la

sociedad. Obviamente, no todos los diputados anteponían el problema electoral al de la

guerra. Zorobabel Rodríguez refutaba a Allende Padin del siguiente modo:

Yo, que soy hombre de partido, siempre contribuiré con mi voto a dar a todos los partidos

facilidades para que expresen sus ideas y formulen los cargos que crean conveniente al

Gobierno.

Pero hoy la preocupación de todo chileno debe ser la gran cuestión de la honra del país. Un

solo día de demora puede ser fatal para Chile. Demorando el proporcionar recursos al

Gobierno para la prosecución de la guerra, puede ser un aliento para los enemigos, un

crimen contra la patria260.

Sería extenso detallar las vicisitudes de este debate parlamentario. Sólo señálese que

no existe un apoyo cerrado al Gobierno, ni siquiera durante el posterior transcurso de la

guerra. Basta, para comprobarlo, hojear los boletines de las sesiones legislativas en los años

1879-1884. El anterior es sólo un ejemplo puntual, referido al comienzo de la guerra.

CONCLUSIONES

El Ejército de Chile de 1866-1879 fue el Ejército de la influencia francesa. El influjo galo

penetró en la institución castrense no como consecuencia de una misión de oficiales

europeos, específicamente contratada por el Estado de Chile (situación que sí se dará a

partir de 1885 para el caso de la reforma prusiana, con la llegada del capitán Emilio

Körner), sino que fue el fruto espontáneo del ambiente de afrancesamiento que experimentó

nuestro país durante toda la centuria decimonónica.

Lo anterior, en tiempos de la Independencia, se expresó en términos de personas: de

determinados militares franceses que llegaron a estas tierras y que participaron en actos de

guerra y en la construcción institucional del país y del Ejército. Luego, ya en los años de la

llamada República Autoritaria, ella se materializó con respecto a la organización militar

adoptada, aspecto éste que permanecerá vigente en el marco cronológico de este trabajo. En

260 Ibid., p. 721.

87

cuanto a la organización funcional, el influjo aquí referido se manifestó, por ejemplo, en la

circunstancia de que el arma de artillería se conformó como una entidad separada de las

demás, por su carácter vanguardista en el ataque.

Una excepción a la influencia francesa se expresó en el sistema de reclutamiento,

puesto que, a diferencia de la levée en masse, en el caso de Chile operó un régimen

semivoluntario (más voluntario que obligatorio). Esto se explica por razones

interconectadas, como el pacifismo reinante en nuestro país, además de razones de

economía fiscal.

Un aspecto en que sí, al menos en el papel, se apreció una influencia francesa es en

el hecho de que en el Ejército se podía hacer carrera, viéndose a la institución castrense

como una entidad democrática; situación ésta que se revertirá con la prusianización; en

donde, por la necesidad de aumentar la profesionalización de la carrera de las armas, se

marcará más claramente la diferencia entre la oficialidad y el resto del personal. En materia

de alto mando también se aprecia una influencia de las tierras de Napoleón, en especial por

el carácter descentralizado en tiempos de paz y centralizado en los de guerra. Y, sobre todo,

por la inexistencia de un Estado Mayor permanente, como órgano colegiado y científico, a

cargo de la dirección estratégica de los conflictos, potenciales o reales.

En términos tácticos, el Ejército de Chile fue hijo de las ideas de Napoleón en el

sentido de desarrollar un sistema mixto de infantería, que no se decidió plenamente por los

denominados orden compacto y orden disperso. Esta disyuntiva puede detectarse en los

manuales de instrucción del período, varios de ellos traducidos del francés o de clara

influencia gala, orientados a la enseñanza del soldado recluta o a las diversas armas de que

se compone la fuerza (artillería, infantería y caballería).

Desde un punto de vista cuantitativo, el Ejército del período fue notablemente

exiguo. Las tropas apenas superaron en promedio las 3.300 plazas, y en claro descenso en

la medida en que avanzaban los años, hasta llegar al inicio de la Guerra del Pacífico.

Además, ellas representaron un 0, 1 % de la población total, conforme al Censo de 1875.

88

Por otra parte, estas tropas se situaron, en su gran mayoría, en la zona sur del país, en el

contexto del proceso de integración de la Araucanía.

La Guardia Nacional, que nació como un contrapeso del Ejército, desde la Guerra

contra la Confederación Perú-boliviana se consolidó como la reserva de aquel. Y, pese a

que esta institución, a diferencia de la entidad castrense, sí contó con guarniciones en el

norte del país, la cantidad de sus efectivos fue descendiendo de manera tan notoria a

medida que pasan los años (llegando en 1878 a contar con alrededor de 7.000 hombres),

que, en la práctica, terminó perdiendo total relevancia desde un punto de vista militar. Y

ello sin considerar ciertos aspectos cualitativos como las características de su instrucción y

el grado de preparación para una guerra efectiva.

La dotación de tropas y su ubicación son factores, entre otros, que muestran la

lejanía de un ánimo belicista de parte de Chile en contra del Perú y de Bolivia. A esto

añádase la falta de oficiales al inicio de la guerra, producto del cierre de la Escuela Militar.

No obstante lo anterior, cualitativamente hablando, nuestro Ejército no pareció estar

en tan mal pie, como a veces se dice o insinúa. Resulta sorprendente ver como el país se

organizó en los primeros meses de la guerra. Además de la experiencia de las tropas de

Arauco, que conformaban el tronco a partir de las cuales crecerán las otras ramas, en gran e

importante medida, esto se debió a la notable estabilidad institucional del país, marco en el

cual se insertaba el Ejército, como una parte integrante del todo. De ahí que no sea

casualidad que un historiador de tanto peso intelectual como don Diego Barros Arana, al

analizar las causas de la Guerra del 79, comience afirmando: “Desde 1830, Chile ofrece el

ejemplo único en la América española, y poco común en el resto del mundo, de la sucesión

legal y ordenada de todos sus gobiernos. Desde 1830, todos los gobernantes se han

sucedido en virtud de esta ley, sin que ninguno de ellos haya sido impuesto por una

revolución”261.

261 Barros Arana, Diego, Historia de la Guerra del Pacífico, p. 13.

89

En cambio, y como reconoce con dolor la propia historiografía peruana y boliviana,

los casos de nuestros enemigos en la mentada guerra dejaban mucho que desear en términos

institucionales. En cuanto, especifiquemos, a la sucesión regular de sus gobiernos y a la

consiguiente subordinación del estamento militar al civil. La obra de Víctor Villanueva,

intitulada Ejército peruano. Del caudillaje anárquico al militarismo reformista262, pasa

revista a esta realidad de manera cruda y profunda. En tal sentido, resulta increíble pensar

que, en el período 1839-1879, el número de presidentes en el Perú haya llegado a superar la

treintena y que recién en 1875 asuma un civil, Manuel Pardo y Lavalle263.

Es indudable que al carácter profesional de las fuerzas armadas, en cualquier tiempo

y lugar, guarda directa relación con su menor vinculación con aspectos ajenos a su función

específica. A contrario sensu, en la medida en que, de manera permanente, los militares

descuidan sus tareas profesionales, menor será su capacidad técnica para enfrentar una

eventual guerra exterior. Situación ésta también existente en el caso de Bolivia, país que

después de Andrés de Santa Cruz (que gobernó entre 1829 y 1839) no logrará alcanzar una

estabilidad institucional, caracterizada por el predominio del estamento civil por sobre el

militar; y ello orientado a la tranquilidad pública y a la correcta preparación castrense,

según su misión propia.

Un problema permanente durante nuestro período, y que en general se presenta

durante todo el siglo XIX, es la constante disparidad entre las tropas autorizadas y las

efectivas. Este tema es importante de tratar, ya que, indirectamente (al menos), permite

adentrarse en la realidad social de la vida de los soldados. ¿A qué se debió dicha

disparidad? Además de los malos sueldos y de la dureza de la vida militar en sí, ello puede

explicarse por las específicas condiciones de la vida en Arauco, y por ciertos defectos del

sistema de enganche y del cumplimiento del servicio.

262 Villanueva, Víctor, Ejército peruano. Del caudillaje anárquico al militarismo reformista, Editorial Juan Mejía Baca, Lima, 1973. 263 Cfr. Klarén, Peter, Nación y sociedad en la Historia del Perú, Instituto de Estudios Peruanos, Lima, 2004, pp. 219-227.

90

En efecto, los sueldos de los soldados no fueron tan bajos, si los comparamos con

los trabajos civiles de menor rango económico; que, en general, era el sector social que

ingresaba al Ejército en calidad de soldado. Asimismo, las condiciones de la vida militar no

fueron peores que las del mundo civil. Incluso, en no poca medida, fueron mejores, v. gr.,

en cuanto a la posibilidad de hacer carrera, de capacitarse, de recibir atención de salud, etc.

Por otra parte, existe consenso historiográfico, con los matices del caso, en cuanto a la

crudeza de la vida de los trabajadores en el siglo XIX en general, situación que confirma lo

dicho en este párrafo. Además, considérese que, a diferencia de la apatía de los dirigentes

políticos con respecto a la llamada cuestión social, las autoridades militares sí se

preocuparon, y mucho, por mejorar las condiciones de la tropa en los cuarteles.

Y, aunque resulta imposible determinar absolutamente la o las razones del

desinterés por ingresar a las filas del Ejército, un aspecto que, claramente, marcó la

diferencia con el mundo civil fue la radical dureza de la vida en Arauco. Esto implicaba

vivir lejos, en soledad, en guarniciones pequeñas, y tener que enfrentarse a constantes

peligros, incluyendo el riesgo de la propia muerte.

Al mismo tiempo, en el marco de nuestro período, las autoridades detectaron

defectos en el sistema de enganche y en la manera en que ha de cumplirse el servicio,

situaciones que nunca se logran resolver del todo. En parte por falta de voluntad política,

representando ello una expresión más de la carencia de una actitud belicista de nuestro país

con relación a sus potenciales enemigos.

Las sesiones parlamentarias del período no sólo no darán cuenta de un ánimo

belicista de parte de nuestros dirigentes, sino que, por el contrario, permiten constatar un

excesivo pacifismo y americanismo. Y los parlamentarios que no encajan en esta categoría,

al menos, plantearon la necesidad de armarse con fines meramente disuasivos. Expresión de

esto puede verse, por ejemplo, en las discusiones de los proyectos de leyes de presupuesto.

Asimismo, al tratarse las relaciones con Bolivia. E incluso, al momento del inicio de la

guerra, nuestros dirigentes persistirán en el señalado pacifismo.

91

Lo cierto es que los hechos superan a las intenciones. En la mañana del 14 de

febrero de 1879, un cuerpo de 500 soldados chilenos desembarcó en el puerto de

Antofagasta. A las 8 A. M., el Coronel Emilio Sotomayor notificó al Prefecto boliviano de

la ciudad, don Severino Zapata, que el Ejército de Chile iba a tomar posesión de la ciudad.

Según Encina, alrededor de 10.000 connacionales vitorearon la presencia en la bahía del

blindado Blanco Encalada264. “La bandera chilena surgió en los edificios, y el escudo

boliviano de la prefectura era despedazado en la calle pública”265.

¿Se imaginaron los soldados chilenos, uno o dos años antes, que, en vez de abrirse

paso en la difícil espesura de Arauco, deberían caminar por el desierto más árido del

mundo, según se acostumbra a decir? ¿Había, en los años previos a la guerra, un ánimo

belicista de parte de las autoridades de Gobierno y de los dirigentes políticos de nuestro

país? ¿Se respiraba en Chile un ambiente fatalista, orientado a empuñar las armas en el

norte, por razones más o menos justas?

Las interrogantes anteriores pueden resumirse en la gran pregunta de esta tesis, cual

es saber si Chile se preparó o no para la Guerra del 79. Nuestra conclusión es que Chile no

planificó dicha guerra de ninguna manera. Situación que no excluye, en otro sentido, la

existencia de lo que podemos calificar como expansionismo tácito, expresado básicamente

en la presencia de capitales y personas provenientes de nuestro país. Las inversiones

salitreras en Atacama y la mayoritaria población de chilenos en Antofagasta constituyeron

una clara manifestación de esta realidad.

Pues bien, la actitud retórica de los políticos chilenos, unida a ciertos hechos

evidentes y notorios, como son la baja cantidad de tropas del Ejército y de la Guardia

Nacional, demuestra la lejanía, para Chile y sus Fuerzas Armadas, de la posibilidad real de

una guerra en el norte, en contra del Perú y de Bolivia. El expansionismo tácito de Chile,

materializado en su presencia económica y social, no se expresó, según hemos visto, en una

preparación militar orientada hacia una guerra concreta, como realmente llegará a serlo la

Guerra del Pacífico.

264 Cfr. Encina, Francisco Antonio, op. cit., pp. 60 y 61. 265 Ibid., p. 61.

92

La anterior consideración, sin embargo, no ha de llevarnos a la conclusión

inexorable, como ha sido insinuada por cierta historiografía, de que el Ejército de Chile, en

los años anteriores a la guerra, se encontraba “totalmente desarmado”, careciendo de toda

base organizacional, y viéndose sometidos sus integrantes a constantes abusos y excesos.

Como ya hemos visto, nuestra conclusión es que, si bien cuantitativamente la preparación

de nuestro Ejército era deficiente, y no apuntaba a la consecución de una guerra específica

en el límite norte del país, cualitativamente sí había una institución más o menos sólida,

considerando como punto de comparación no a los principales ejércitos del mundo, como el

prusiano, sino el verdadero contexto con el que nuestra institución castrense puede en

justicia ser contrastada; y este parámetro no es otro que la realidad política y social del

Chile de esos años, y la política y militar de Latinoamérica, en especial de sus potenciales

enemigos, como la Argentina, el Perú y Bolivia. El mismo Villanueva, arriba citado,

reconoce la superioridad institucional del Ejército chileno al sostener que, de parte de la

entidad castrense peruana, “hubo inferioridad de armamento, sí, como la hubo en el mar,

pero también existió inferioridad profesional, organizativa, es decir, institucional”266.

De lo contrario, no habría sido posible para Chile, por ejemplo y entre otras cosas,

reclutar a tantos soldados en tan poco tiempo, adquirir una buena cantidad de armas con

sorprendente eficacia; y, no obstante los errores estratégicos cometidos, ganar la guerra en

su conjunto, en contra de dos países. Aunque todo ello como consecuencia de enormes

sacrificios humanos y materiales.

266 Villanueva, Víctor, 100 años del Ejército peruano. Frustraciones y cambios, Editorial Juan Mejía Baca, Lima, 1971, pp. 33 y 34.

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