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EL DR. SANCHEZ DE LA CUESTA, COMO ACADEMICO Por FRANCISCO MORALES PADRÓN El hablar de una persona que ya no existe -es la segunda vez que lo hago- reviste para mí, historiador , un singular ejercicio. Un ejercicio en torno al tiempo y a la contingencia. Ayer fuimos, hoy no somos; hoy somos, pero podemos de- jar de ser. Es la contingencia. En cuanto al tiempo, bien sabe- mos que él existe porque hay realidades que duran. Como existe el espacio porque hay cuerpos que ocupan un lugar. El hombre -y lo leemos magistralmente en José María Cabodevilla- es el único ser entre todos los vivos y creados que guarda con el tiempo una relación absolutamente única. El hombre no sólo posee un pasado y un futuro , sino que los contiene. No sólo está en el tiempo, sino que el tiempo está en él. Solemos referirnos a la edad de los animales, o de los árboles e, incluso, aludimos a la vejez de los metales. Son metáforas. Como son licencias poéticas decir que mueren el día, la flor o el" río. En realidad sucede que la luz se extingue, que la flor se marchita, y que el río desemboca en el mar. Ni siquiera los animales mueren, pues ellos no realizan su muer- te, sino que ésta se realiza en ellos. La muerte es patrimonio exclusivo del hombre . Los demás seres no mueren, no se mueren, no saben que se van a morir. Por eso el hombre es un animal histórico. Y por eso los demás hombres sentimos su desaparición y hacemos su historia. Y son estas ideas las que se amontonan en nuestra mente siempre que, como ahora, h emos de hablar de quien fue y ya no es , de quien tuvi mos como compañero integrando con su

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EL DR. SANCHEZ DE LA CUESTA, COMO ACADEMICO

Por FRANCISCO MORALES PADRÓN

El hablar de una persona que ya no existe -es la segunda vez que lo hago- reviste para mí, historiador, un singular ejercicio. Un ejercicio en torno al tiempo y a la contingencia.

Ayer fuimos, hoy no somos; hoy somos, pero podemos de­jar de ser. Es la contingencia. En cuanto al tiempo, bien sabe­mos que él existe porque hay realidades que duran. Como existe el espacio porque hay cuerpos que ocupan un lugar.

El hombre -y lo leemos magistralmente en José María Cabodevilla- es el único ser entre todos los vivos y creados que guarda con el tiempo una relación absolutamente única. El hombre no sólo posee un pasado y un futuro, sino que los contiene. No sólo está en el tiempo, sino que el tiempo está en él.

Solemos referirnos a la edad de los animales, o de los árboles e, incluso, aludimos a la vejez de los metales. Son metáforas. Como son licencias poéticas decir que mueren el día, la flor o el" río. En realidad sucede que la luz se extingue, que la flor se marchita, y que el río desemboca en el mar. Ni siquiera los animales mueren, pues ellos no realizan su muer­te, sino que ésta se realiza en ellos. La muerte es patrimonio exclusivo del hombre. Los demás seres no mueren, no se mueren, no saben que se van a morir. Por eso el hombre es un animal histórico. Y por eso los demás hombres sentimos su desaparición y hacemos su historia.

Y son estas ideas las que se amontonan en nuestra mente siempre que, como ahora, hemos de hablar de quien fue y ya no es, de quien tuvimos como compañero integrando con su

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vida y con su quehacer -que eso es su vida- la historia de una institución.

Similares reflexiones nos hacemos también siempre que manejamos un periódico del pretérito. No hace muchas horas que lo experimentábamos. Estábamos leyendo el diario ABC del 24 de abril de 1949, domingo. En tercera página, un ar­tículo firmado por J. -M. Pemán y dedicado a Joaquín Romero Murube, llamaba a éste «el conservador conservado», «ermi­taño de sensualidades», «prior de claveles y romeros», «con­servador de libertades» ... Sin querer, sin buscarlo intencio­nadamente, ha saltado la palabra: libertad, la que permite al hombre trascender al tiempo, dotarlo de sentido. La que al ejercerla hace que el hombre al tomar una decisión sobre su presente, está asumiendo su pasado y afrontando su futuro ...

Pero, ¿por qué leíamos ese diario del 24 de abril del año 49? Lectura y objetivo que ha motivado las anteriores refle­xiones. Lo consultábamos buscando la noticia del comienzo de la vida académica del Dr. Sánchez de la Cuesta. Aquel do­mingo, en el salón de actos de la Universidad, y bajo la pre­sidencia del Presidente de la Academia de Medicina, Dr. Do­mínguez Rodiño; del Rector Mota Salado, y del general Ba­rroso, D. Gabriel Sánchez de la Cuesta hacía su ingreso en la Academia de Medicina exponiendo un discurso sobre el «Idea­rio y grandeza de D. Federico Rubio». La originalidad de la pieza radicó, especialmente, en el análisis de la corresponden­cia íntima y confidencial mantenida con su hermano y repre­sentante político en Sevilla, mientras D. Federico era dipu­tado a Cortes o embajador de España en Londres. Luego el nuevo académico siguió al personaje en lo que denominó sístoles y diástoles de su entusiasmo político hasta su defi­nitivo apartamiento de la actividad pública para dedicarse de lleno a la medicina en los postreros años de su vida. Las dos últimas partes del estudio estuvieron dedicadas al examen de las obras de D. Federico Rubio y a la exposición de la histo­ria de la Facultad de Medicina.

De esto hace ahora 34 años. Poco después, en 1952, D. Ga­briel Sánchez de Ja Cuesta sucedía en el sillón de esta Acade­mia de Buenas Letras precisamente al. Rector Mota Salado,

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que había copresidido su ingreso en Medicina. Habló en esta nueva ocasión, el recipiendario, sobre «Impugnación y defen­sa del plagio».

D. Gabriel Sánchez de la Cuesta fue, pues, académico de número de la Real de Medicina y de la Real de Buenas Letras.

Desde 1949 en que hace su ingreso como miembro de nú­mero de la de Medicina hasta 1972 en que se le designa pre­sidente de la misma transcurren 23 años. En ese largo período lo veremos ejercer a partir de 1950 el cargo de bibliotecario. Se impone una indagación en las actas de la corporación para hacer un completo balance de sus contribuciones a la vida académica. Así como hay que aclarar su papel de biblioteca­rio, sin duda singular y positivo dado su amor a los libros. Basta con un ejemplo: el hallazgo que hizo de los manuscri­tos del tomo VIII de las Memorias académicas que nunca había sido impreso. Pero es que la acción y la labor de los hombres no sólo hemos de enjuiciarlas o valorarlas por lo que ellos directamente realizaron, sino por lo que inspiraron y promovieron. Y en este caso que nos ocupa ahora, no cabe duda que su apego por los documentos y el libro impreso supo trasmitirlo a su heredero quien, un día, al igual que su padre, llevado por ese cariño hacia los papeles, tuvo el sin­gular acierto de encontrar en un librero de viejos de Málaga uno de los primeros libros de actas, manuscrito, de nuestra corporación, procediendo de inmediato a adquirirlo y donarlo. Yo deseo en este instante, y como público testimonio, mostrar Ja gratitud de nuestra Academia al Dr. Felipe Sánchez de la Cuesta por aquel gesto de generosidad, que le hace digno he­redero de su progenitor, cuyo ejemplo sin duda tuvo presente.

Nos referimos a Jos 23 años transcurridos hasta el momento en que el Dr. Sánchez de la Cuesta es designado Presidente de la Academia de Medicina. Fueron años, diríamos para darle un mayor significado a su posterior gestión, de vida oculta, de preparación. Fue un lapso de entrenamiento para esos nueve años fulgurantes que obligan a plantearse la historia de la Academia de Medicina estableciendo un antes y un des­pués de Sánchez de la Cuesta.

Antes de Sánchez de la Cuesta son los mismos académicos

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de medicina contemporáneos suyos los que pueden recons­truir la historia de la entidad. En cuanto al después, que aún no es historia pues está transcurriendo, habría que hablar de un período de Sánchez de la Cuesta. El después se ha comen­zado a vivir ahora tras su desaparición. Pero en su etapa, lo que llamaríamos la etapa de Sánchez de la Cuesta, ha sido para la Academia de Medicina una era de oro. Es un tiempo que abarca casi un decenio, desde 1973 a 1982. En este tiem­po, corto para realizar grandes cosas, el Dr. Sánchez de la Cuesta logra no sólo emprender trascendentales proyectos, sino concluirlos . Y esa fue una de las satisfacciones que pudo tener en vida. En ese lapso y como presidente desarrolló una actividad modélica en cuanto que hizo gala continua de inte­rés y dedicación. Derrochó, al mismo tiempo, generosidad. No basta con el interés y la dedicación, sino que se impone la generosidad. Me estoy refiriendo a la generosidad espiri­tual, mostrada en este caso en una total entrega del tiempo por y para la Academia. Pero es que, además, hubo una gene­rosidad material, inapreciable -de gran valor por su necesi­dad- en nuestros organismos siempre precarios y deficita­rios. Finalmente, enriqueció a la institución académica. Algo vital es to, en nuestras Academias, si no quieren languidecer y convertirse en tertulias de amigos y compañeros tolerantes que se reúnen para oírse y felicitarse mutuamente.

Nos hemos referido, o mejor dicho, hemos hablado de interés, dedicación, generosidad y enriquecimiento. Volvamos sobre ello.

Gracias al interés y a la dedicación de su empeño e ilusio­nes, el Dr. Sánchez de la Cuesta logró que se construyera un edificio extraordinario, de nueva planta, para sede de la Aca­demia. Puede afirmarse que ello se logró en un tiempo récord, que lo hace más meritorio. Y si bien el Estado no escatimó su apoyo, el objetivo se alcanzó gracias al tesón, tenacidad e insistencia del Dr. Sánchez de la Cuesta. Por eso hablamos de interés y dedicación. Y con el hecho en sí, el ejemplo, la lección.

A todos los que integramos una Academia nos pide ella estas actitudes, estos gestos. El Dr. Sánchez de la Cuesta se

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nos presenta como un paradigma, como un modelo. No sólo mostrando interés por el organismo; no sólo dedicándole buen tiempo de su vida, sino que lo hizo con desprendimiento. Plasmada esta generosidad, además, en el mantenimiento du­rante veinte años de un premio que él mismo había dotado. Obras son amores y no buenas razones.

La apertura de la Academia a ámbitos o círculos extra­locales y extranacionales lo hizo el Dr. Sánchez de la Cuesta mediante el I Congreso Mundial de las Academias de Medici­na. Los que hemos estado atareados en lides de este tipo sabemos muy bien cuán enojosas y complicadas son y cuán difícil se torna el logro de un final feliz y positivo. Es verdad que tales reuniones, congresos o coloquios, nos producen sa­tisfacciones personales y que nuestra vanidad puede enchirse al demostrar que fuimos capaz de hacer lo que parecía irrea­lizable o ante lo cual otros se amilanaban. Pero a la larga no es en nosotros en quien redunda el beneficio, sino en el orga­nismo, en todos sus miembros, si supieron aprovechar la . ocasión de establecer vínculos y contactos con colegas y estu­diosos cuyo conocimiento era más teórico que real.

Sin duda que ello enriqueció a la Academia de Medicina, como la ha enriquecido la feliz idea de incorporar en su seno a los llamados Miembros de Erudición. Con esa inyección humana y científica se contribuye a romper el posible artri­tismo, anquilosamiento o monotonía de un organismo que debido a su estricta especialidad puede experimentar ciertas limitaciones . El Dr. Sánchez de la Cuesta resucitó con acierto una medida del siglo XVIII, tal como se hacía en la Regia Sociedad de Medicina y Otras Ciencias, encaminadas a integrar en la Academia a individuos que representaban actividades que no fueran las médicas. Así la institución se torna más heterogénea, más eficaz, al ampliar sus miras . Siempre es bueno que en una Academia tengan cabida la mayor cantidad posible de hombres que representen la amplia gama del saber.

Creo firmemente que la labor del Dr. Sánchez de la Cuesta en estos aspectos académicos que hemos tocado, comporta todo un programa de acción, digno de tener muy presente por quienes pertenecemos a una Academia. La Academia nos

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exige entrega, dedicación, generosidad. Nos pide que la man­tengamos viva, con vida activa, no con vida vegetativa. Enri­queciéndola día a día. Este es el ejemplo, o la herencia, de un académico que lo entendió así, y así lo practicó venciendo el tiempo, no olvidándolo, asignándole una finalidad, dotán­dolo de sentido.