El don de la druida y el hijo de gaia

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1 El cielo lloraba largamente por la pérdida de los hijos de la madre tierra, la culminante sensación había ido in crescendo a medida que transcurría el paso del tiempo y Veatrice Caster detenida en mitad del bosque contempló la luna lúgubre que los miraba desde las alturas tratando de alcanzarlos con su desconsuelo para abrigarlos, hacer lo imposible por detener esa oscura sensación que se enroscaba en la sensible prole que moraba con forma dispar; árboles, flores, tierra, viento y agua, todo le transmitía una impresión vaporosa de un mal lejano. Aspiró el aire por entre los labios y bajó paulatinamente los párpados aceptando el llamado de la vida, dejando que fluyera a través de ella como ensortijados galimatías que cobraban coherencia en su mente y sólo en ésta, deformándose y divagando hasta hilarse como palabras en forma de cánticos que aunaban eones de ancestral antigüedad que recababa la información del mundo envolvente. Y allí, en aquella paz, mientras la lluvia golpeaba su rostro y empapaba el simple vestido de humilde marrón, escuchó el lloro del universo y el grito agónico de desesperación cruda que transmitía la turbulencia de un suceso que se había llevado a cabo lejos, lejos de allí, muy lejos, pero que había perturbado la paz de la existencia con una violencia sin igual. El miedo se enroscó en su estómago y como mujer, madre e hija, elevó los brazos al cielo encapotado que enmascaró tras nubes la luna unos segundos antes de que, al quedar ésta nuevamente descubierta, sus haces cayeran sobre ella iluminando místicamente la melena de flamígero rojo sangre, sangre que estaba bañando la tierra en algún punto, una sangre putrefacta y macilenta, coagulada. ¿Qué era eso? Dentro de ella sintió el tirón del universo tratando de arrancarla del lugar para transportarla a lo largo de millas hacia algún lugar, queriendo retransmitirle un mensaje que los árboles no sabían expresarle con claridad y que el viento no hilvanaba coherentemente, para mostrárselo. Resistiéndose a aquella nueva sensación dispar a todo cuanto conocía, entre el terror y la inseguridad, se aferró a su cuerpo por dentro y los dedos temblaron iluminados por la luz de la hermana luna hasta que sintió el dulce toque del universo cosquilleándole, pidiéndole sin voz, esencia pura y prístina mezclada con una rareza fruto de malevolencia y crueldad sin par, que se abandonara a lo que era y que desconocía en su amplitud. Abrió súbitamente los ojos cuando se sintió arrancar de sus entrañas y el azul ahumado de su mirada, limpio, se desenfocó hasta quedarse enfocado a la nada con la roja melena sacudiéndose furiosamente cuando un oleaje de viento y agua azotó contra ella en espirar elevándolo hacia los cuerpos celestes que moraban tras la cortina de lluvia, nubes y oscuridad. La falda se sacudió vigorosamente entorno a sus piernas y se llenó del pálpito del mundo que la asfixió arrastrándola fuera de su cuerpo para hacerla sentir inconsistente, viéndose a sí misma con los ojos desenfocados de un gris azulado reluciendo intensamente; piel, ojos, labios entreabiertos, sin reconocerse a sí misma ya que cada hebra, cada guedeja roja se estaba transformando en hilos de plata etérea que centelleaba en la noche, a la luz de la luna y bajo la lluvia que no tocaba ahora su cuerpo, impelida por el viento que azotaba

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El cielo lloraba largamente por la pérdida de los hijos de la madre tierra, la

culminante sensación había ido in crescendo a medida que transcurría el paso del tiempo y

Veatrice Caster detenida en mitad del bosque contempló la luna lúgubre que los miraba

desde las alturas tratando de alcanzarlos con su desconsuelo para abrigarlos, hacer lo

imposible por detener esa oscura sensación que se enroscaba en la sensible prole que

moraba con forma dispar; árboles, flores, tierra, viento y agua, todo le transmitía una

impresión vaporosa de un mal lejano.

Aspiró el aire por entre los labios y bajó paulatinamente los párpados aceptando el

llamado de la vida, dejando que fluyera a través de ella como ensortijados galimatías que

cobraban coherencia en su mente y sólo en ésta, deformándose y divagando hasta hilarse

como palabras en forma de cánticos que aunaban eones de ancestral antigüedad que

recababa la información del mundo envolvente.

Y allí, en aquella paz, mientras la lluvia golpeaba su rostro y empapaba el simple

vestido de humilde marrón, escuchó el lloro del universo y el grito agónico de desesperación

cruda que transmitía la turbulencia de un suceso que se había llevado a cabo lejos, lejos de

allí, muy lejos, pero que había perturbado la paz de la existencia con una violencia sin igual.

El miedo se enroscó en su estómago y como mujer, madre e hija, elevó los brazos al cielo

encapotado que enmascaró tras nubes la luna unos segundos antes de que, al quedar ésta

nuevamente descubierta, sus haces cayeran sobre ella iluminando místicamente la melena de

flamígero rojo sangre, sangre que estaba bañando la tierra en algún punto, una sangre

putrefacta y macilenta, coagulada.

¿Qué era eso?

Dentro de ella sintió el tirón del universo tratando de arrancarla del lugar para

transportarla a lo largo de millas hacia algún lugar, queriendo retransmitirle un mensaje que

los árboles no sabían expresarle con claridad y que el viento no hilvanaba coherentemente,

para mostrárselo.

Resistiéndose a aquella nueva sensación dispar a todo cuanto conocía, entre el terror y la

inseguridad, se aferró a su cuerpo por dentro y los dedos temblaron iluminados por la luz de

la hermana luna hasta que sintió el dulce toque del universo cosquilleándole, pidiéndole sin

voz, esencia pura y prístina mezclada con una rareza fruto de malevolencia y crueldad sin

par, que se abandonara a lo que era y que desconocía en su amplitud.

Abrió súbitamente los ojos cuando se sintió arrancar de sus entrañas y el azul

ahumado de su mirada, limpio, se desenfocó hasta quedarse enfocado a la nada con la roja

melena sacudiéndose furiosamente cuando un oleaje de viento y agua azotó contra ella en

espirar elevándolo hacia los cuerpos celestes que moraban tras la cortina de lluvia, nubes y

oscuridad.

La falda se sacudió vigorosamente entorno a sus piernas y se llenó del pálpito del

mundo que la asfixió arrastrándola fuera de su cuerpo para hacerla sentir inconsistente,

viéndose a sí misma con los ojos desenfocados de un gris azulado reluciendo intensamente;

piel, ojos, labios entreabiertos, sin reconocerse a sí misma ya que cada hebra, cada guedeja

roja se estaba transformando en hilos de plata etérea que centelleaba en la noche, a la luz de

la luna y bajo la lluvia que no tocaba ahora su cuerpo, impelida por el viento que azotaba

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todo su cuerpo sin que éste se moviera un ápice. Parecía una mujer convirtiéndose en plata

poco a poco, con los brazos elevados al cielo, absorbiendo el universo de enseñanza y poder.

Apenas pudo sentirlo que se sintió arrancar de la inmovilidad y su espectro

existencial viajó, observando en algún punto de alguna selva el cuerpo rendido de bestias y

algunos cadáveres... entre los cuales había un lobo de pelaje platino que iba

transformándose en negro cetrino con una criatura rocambolesca y tenebrosa inclinada

sobre él, aspirando... aspirándole la vida.

Los ojos del lobo, bicolores, se iban desenfocando a medida que la vida que lo nutría

iba escapándose de él, hasta que parecieron inertes, tanto como su cuerpo noble convertido

de platino pelaje a negro deslucido.

"Peligro." "Muerte." "Destrucción."

La Diosa habló a través de ella con palabras tan viejas como los milenios y flotó

incorpórea horrorizada por la visión antes de ser arrastrada de regreso porque captó incluso

ella que, de permanecer mucho tiempo allí, podría ser vista y sentida por aquel ser.

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"Mis hijos mueren."

Hubo algo lamentable y profundo en aquella sensación y su cuerpo, en la distancia,

sollozó.

Cuando regresó chocó contra sus propios huesos saliendo disparada hacia atrás,

perdiendo el rumbo de lo que estaba ocurriendo y siendo impelida por la inercia de su propio

reajuste hacia el terreno mojado del bosque.

Gerulf también lo sintió. Empezó siendo como una punzada en la nuca. Algo que

llevaba años sin sentir. Cuando llegó a estas tierras la presencia, constante, no era tan

acuciante como en otros lugares pero ahora era brutal, inmoral. No podía ser permitida.

Luego sintió un llanto de dolor. Una llamada y un pinchazo ardiente que le laceraba el

corazón. Y de pronto su vista se nubló. Su conciencia se echó a un lado para dejar paso sin

oposición a la Bestia. Sus ojos se inyectaron en sangre, y lágrimas al sentir la destrucción y

el llanto de su Madre. Ella le pedía ayuda, y con un aullido inhumano acudió. Pero estaba

muy lejos del epicentro de ese mal.

El hombre convertido en bestia corría furioso por el bosque de Dhargen hasta la

orilla de un lago en la que sobresalía una roca inclinada, inmensa y de superficie plana.

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Trepando, saltando y corriendo el lobo se irguió sobre los cuartos traseros y aulló.

Aulló declarándole una vez más, a su más ancestral enemigo y sus siervos, que estaba

preparado para derramar su impía sangre.

Tendida en la tierra dentro de su propia piel no se sintió como normalmente lo hacía,

cada latido de corazón parecía en consonancia con el universo y la respiración entrecortada

aspiraba una poderosa sensación de estar recogiendo de la madre naturaleza la existencia,

los conocimientos y el propio vitae que corría como una red extraña que hasta la fecha no

había sentido.

Acostada con los ojos abiertos contemplaba la noche y la lluvia que no tocaba su

cuerpo, el viento actuando de cortina ante ella y sacudiendo la humedad de sus prendas,

zozobrando violentamente aquella cabellera platina que vibraba con destellos rojizos en los

juegos del toque de la Luna, que miraba impertérrita en lo alto mientras la voz de la

milenaria tierra clamaba dentro de ella ensordecedoramente, iluminando a la mujer que

humildemente respiraba con esfuerzo, entre el horror y la simpatía por ese dolor compartido.

Cuando, repentinamente, los haces lunares aumentaron enormemente y descargaron hacia el

bosque su esencia, derramando dentro de la mujer un caudal de fuerza que la dejó rígida de

asombro e incredulidad.

El poder diluido de siglos de emparejamientos se reunió, arrancado de las memorias

de las druidas de su familia, aunadas e imbuidas en aquel cuerpo materno que esperaba un

hijo, haciendo que profiriera un grito que hizo eco en la noche.

La Madre de todos los hijos no consentiría que el mundo conociera la debacle del

tiempo y el escarnio del mal sin hacer algo al respecto, sus hijos habían muerto en aquella

jungla, su intento de detenerlo... menguado.

Y ahora todas las bestias que circulaban en las inmediaciones captaron el reclamo de

la Madre en su epicentro, allí donde estaba Veatrice Caster arqueando la espalda con los

ojos en blanco, convertida en una luminiscente forma platina que escuchaba, sentía y olía de

forma sin par todo cuanto la envolvía.

Lobos aullaron en respuesta al reclamo y a aquel otro que se sucedió previos

instantes antes a aquella explosión de poder, y la carrera se inició.

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Los gatos de Dhargen miraron con sus místicos ojos al cielo y maullaron antes de

correr entre callejas, casas y plazoletas hacia el bosque, los perros ladraron, los caballos

corcovearon relinchando y los gallos cacarearon antes de tiempo, sólo aquellos más unidos a

la madre corrieron a su reclamo, para ser testigos de la fuerza que ella iba a disponer en sus

hijos, para ser advertidos del mal que acechaba.

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Lobos emergieron, ciervos, jabalíes, algún oso, indistintamente de sus propias

hambres acudieron al llamado y contemplaron solemnemente a la platina forma que

permanecía rígida en el lecho de la tierra mojada.

Y la voz de la Diosa, cargada de poder, serpenteó a través de los labios de la humilde

hija por Dhargen, llevada por el viento hacia más allá.

Era tiempo de que los hijos decidieran.

"Debes hacer algo" "Mis hijos mueren" "La corriente de vida se escapa" "Haz

algo" "Por el bosque" "Por la vida" "Por mí".

El bosque se lo exigía, sentía la súplica y pensó en aquel lobo moribundo...

alargando dedos temblorosos a la nada, queriendo tocarlo, queriendo tocar aquel mal para

extinguirlo.

Sin embargo entonces la luz menguó y se extinguió y la potencia del poder que se

descargó en ello enturbió su visión y su brazo cayó laxo sobre la pronunciada curva del

vientre, ladeando el rostro que perdió el color, así como la melena, pese a que seguía

fluctuando como plata viva, se posó lentamente en el lecho mojado del bosque.

La inconsciencia se apoderó de ella, momentáneamente y los animales lanzaron sus

rugidos y aullidos al viento.

Emergió de entre asustados lobos, de entre osos rencorosos y reservados, de entre

cornamentas de grandes cérvidos. Era más grande que cualquiera de ellos, a cuatro patas

era más alto que un oso.

Los animales se apartaban a su paso, con una mezcla de temor y respeto. Algunos,

lobos sobre todo, incluso le lanzaron dentelladas desafiantes a las que la Bestia respondió

con un gruñido, acallándoles.

Era una inmensa masa de músculo y pelaje gris blanquecino. Tenía "calvas" de pelo

blanco allí donde había curado una cicatriz, una X afeaba su hocico y una raja cortaba su

ceja, y su párpado hasta la mejilla. El lobo, porque aquella bestia era como un lobo bestial,

se irguió sobre sus cuartos traseros, mostrando un cuerpo humanoide.

Un torso fuerte, cubierto de pelaje blanco, brazos fuertes y anchos como troncos,

terminados en unas manos cuyos dedos tenían afiladas y oscuras garras.

El ser observó a la mujer yacente y con la tristeza, el odio y la furia brillando en sus

ojos, la miró y agachó la cabeza.

Aulló, arrancando tras él otros aullidos aterradores que prometían sangre. Había

estado demasiado tiempo en paz, había descuidado sus tareas.

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El eco de los aullidos fue lo que la despertó y paulatinamente el color platino de su

melena se convirtió en una masa de flamígeras hebras carmesíes, hasta que su piel incluso

dejó de centellear con tanta intensidad, quedando el rastro residual del toque de la magia

que no desaparecía dentro de ella.

Podía aspirar y oler un mundo entero, al abrir los ojos parpadeó y contempló juegos

de luces en la noche que siempre se habían escapado a ella, pero que había visto a través de

la vegetación y el lazo que sostenía con ellos, pareciendo ahora que el lazo era más intenso

o, tal vez, permanente.

La malicia de la distancia podía captarse, revolviendo el odio que moraba en esas

tierras cargadas de la misma pestilencia pero en menor medida, como si hubiera una

conexión entre aquel y éste territorio, un suceso, tal vez.

Aturdida se incorporó con ayuda de los brazos viendo alrededor a las bestias y, al

contrario de lo esperado, sintió la fiebre de la rabia que contenían, pero no enfocada a ella,

sino a... Lo habían sentido, también.

Ajena a que mostraba una imagen más etérea que tangible, reparó en la sombra de

una criatura algo más grande que las demás y pese a su horrendo aspecto no sintió miedo,

porque aunque la ira que contenía aquel era intensa, no se sabía en peligro, por extraño que

pareciera. Iba a hacer algo, sí. Conseguir divulgar la noticia al regente pese a que no

confiaba en aquel. Cualquier cosa.

- Marchaos... y tranquilizaos, no podéis hacer nada. Todo saldrá bien.- Trató

de sonar convencida, e incluso procuró una sonrisa, pero... no confiaba mucho en ello.

La criatura, que era dos veces ella en altura, asintió levemente pero gruñó algo.

Parecía una orden y la gran mayoría de los lobos, y algún otro animal, se marcharon por

distintos puntos. Parecían tener prisa por hacer o por llegar a algún lugar.

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Gerulf, al contrario que el resto de animales, no se marchó sino que se quedó donde

la etérea mujer se encontraba.

Por grotesco y complicado que pareciera, el ser se sentó sobre sus cuartos traseros,

demostrando ser más hombre que bestia. O al menos mitad de ambos. Leyenda y realidad. Él

era de esas bestias que, contrariamente a la realidad, poblaban las pesadillas y los cuentos

de terror de los humanos.

Luego se levantó y rodeó a la mujer, caminando en círculos y olisqueándola. Poco a

poco y de una forma que no era agradable, ni para él ni para el que lo veía, pasó a ser un

lobo normal. Un lobo como los demás, de pelaje claro, plateado y rostro marcado por

cicatrices. Fue inconsciente el cambio, no eligió su forma de homínido porque llevaba mucho

sin serlo, muchos meses sin caminar desnudo sobre dos piernas y cuando cambiaba lo hacía

de forma inconsciente a su forma animal.

El lobo se acercó, protector y curioso, a la mujer etérea. Observó el cambio, con

curiosidad. Antes sus cabellos eran como la luna, ahora rojos como el fuego. La miró

inquisitivo, preguntándose quien sería aquella manifestación cambiante, y si sería quien

creía que era.

Inquieta por aquel escrutinio y la escaramuza de la bestia, agradeció aun así que el

resto se hubiera empezado a retirar secundado con impaciencia por los demás, captándose

en la distancia los ecos de sus proclamos silenciosos en forma de ramas moviéndose y el

terreno temblar ante la estampida de criaturas retirarse de aquel epicentro de poder.

A ella no era la única a la que había llamado la Madre, seguramente todo ser

sensible habría captado el intangible duelo de la Diosa por su pérdida y el miedo palpable

convertido a través del mal a lo lejos aguijonear a conciencia. Aun lo captaba, pero tenía

mayores preocupaciones ahora dándose cuenta de que aquella criatura envuelta de halos

brillantes y chisporroteos ocasionales de luces coloridas -las que no tenía idea de por qué

estaba viendo- la rondaba, olisqueando, sin mover un músculo pese a que los ojos trataron

de seguirlo en todo momento.

Estaba a punto de hacerle ver que esa actitud era bastante... bueno, era jodidamente

inquietante, cuando hubo una explosión de centelleos ante sus ojos que casi opacaron la

imagen de la criatura y ella, en lugar de ver el horrendo proceso, captó la magia del

universo implosionar de dentro a fuera y fuera a dentro para transmutar a la bestia en...

lobo. Asombrada abrió la boca y la cerró rápidamente, parpadeando, consciente en el fondo

de que se había estremecido.

La lluvia golpeó entonces sobre ella, como si un campo de fuerza hubiera estado

repeliéndola, y con una mano en el vientre hizo amago de ponerse en pie, sin conseguirlo,

con las piernas entumecidas.

- ¿Qué eres?- Lo siguió con la vista, extrañada y excitada por la aparición.- ¿Te envía

la Diosa?

Gruñó, pero no podía contestarla. Era evidente, no en esta forma. Entonces la cabeza se

agachó. Sus huesos crujieron y el lobo rugió de dolor, cerrando mucho los ojos. El pelo fue

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menguando mientras que él crecía. Sus garras se alargaron en dedos y las patas en brazos y

piernas.

Pero no terminaba de avanzar en la transformación. Parecía ir hacia atrás de vez en cuando,

volviéndose lobo. Con mucha dificultad, finalmente pasó a ser lo que llevaba muchos meses

sin ser.

Era un hombre, alto y fuerte, de piel muy clara y cabellos rubios pajizos. Una barbita

enmarcaba un rostro surcado de cicatrices. A cuatro patas, alzó la cara para enfocar a la

mujer, sin importarle estar completamente desnudo. Cuando abrió los ojos, unos ojos claros,

de un azul tan frio que parecían grises, la observaron.

Y se irguió, acercándose a ella. No parecía importarle ni molestarle la lluvia que golpeaba

su cuerpo. Le tendió un brazo, viendo el abultado vientre, para ayudarla a levantarse. Tal vez

su Madre hubiera usado ese cuerpo para hablar a Sus hijos, eso la habría dejado exhausta, y

la lluvia y el embarazo seguro que no ayudaban mucho.

- Soy... soy.... un hijo de Gaia. Uno de sus guerreros. Ven. Enfermarás.- Hablaba con palabras

cortas y sin usar muchas frases largas, volviendo acostumbrarse a la sensación humana tanto

tiempo olvidada, y eso que había nacido como homínido.

A Veatrice casi se le desencajó la mandíbula; seguía las luces que emergían por cada crujido

de los miembros consciente del horror y el dolor que eso suponía, viéndolas desprenderse del

pelaje o la piel a medida que iba cobrando forma distinta para revolotear en el aire

danzarinas, alargadas, redondeadas o deformes, jugueteando en el espacio tiempo hasta

extinguirse.

Aquella debía ser la magia de la transformación.

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Había oído hablar de esas criaturas, en cuentos de terror para mantener a los niños

bien abrigados en la cama y que se cuidaran de ir a jugar al bosque o alejarse demasiado de

las aldeas o ciudades. Cambiaforma, garou, lupus, mitad-hombre, mitad-bestia, no

importaba cómo lo llamaran en qué lugar fuera, porque el resultado era, más o menos,

siempre el mismo. Un ser mágico de la madre naturaleza.

La imagen que quedó quitaba el hipo y levantó la cabeza con los ojos ahumados

ampliamente abiertos, fascinada y... avergonzada. Estaba en pelota picada.

Se cuidó de no bajar la vista más allá del cuerpo, aunque cuando se levantó tuvo una

panorámica en general demasiado explícita y cogió su brazo a ciegas para ayudarse a

ponerse en pie. Casi parecía que un perro le hubiera hablado de golpe y porrazo porque

había soltado un:- ¡Anda! ¡Si hablas!

Ya en pie sintió las piernas como gelatina y el mundo dio vueltas, pero se mantuvo en

sus trece, sin apartarse un ápice, desde ahí veía menos de lo que era aconsejable ver. Subió

los ojos y lo observó, con seriedad, acostumbrada más a sonreír. Un hijo de Gaia.

- La lluvia no es el problema, ahora... ¿Eres de aquí? ¿Conoces a alguien

en la corte? ¿Puedes tener una audiencia? Debemos decírselo a alguien

importante. - No he pisado la ciudad desde hace años.- Dijo tajante el humano desnudo.

Empezó a caminar hasta el interior del bosque esperando que la mujer le siguiera. Su idea

era volver a la cabaña a la que iba, hacía meses. Estaría un tanto cargada por el desuso y la

concentración de polvo. Pero podía encender una fogata, cazar ahora algo.- ¿Y tú? ¿Conoces la corte?- Sus fuertes manos se aferraban, firmes y protectoras, entorno del brazo

de la mujer.

No era difícil imaginar a esas manos aplastando el cráneo de alguien, pero no parecía que el

hombre fuera a hacerlo ahora. De vez en cuando se rascaba la barba, o la cabeza distraído.

- ¿Qué ocurre?- Preguntó tajante.- ¿Quién eres?

- Conozco...- Caminaba despacio, con el corazón acelerado por las nuevas impresiones

que recibía, asustada y sobrecogida por el curso de los acontecimientos cuando empezó a

sentir algo en ella, algo que volvía a tirar hacia fuera, pero rehusándose a salir de su cuerpo

por temor a descontrolar el caudal de poder que ahora recorría sus venas.- ... el bosque.- Jadeó ralentizando el paso, con la otra mano sobre el vientre donde sentía una punzada,

preocupándose de que las emociones acabaran por hacerla parir ahí mismo.

Tomando una bocanada de aire subió la vista y ladeó la cabeza hacia el hombre, o

tal vez bestia, no parecía muy acostumbrado a caminar sobre sus dos piernas y, otra vez,

procuró no mirar más allá de su barbilla, aunque la Diosa sabía que era difícil no hacerlo

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porque acabaría desnucándose.

- Soy... una jardinera.- Sonrió, entre divertida y desesperada por la locura de los

colores danzarines que revoloteaban por todas partes saliendo de árboles, flores, animales

nocturnos, y la lluvia misma parecía tener color y aroma distinto a su percepción. Perdió la

curva de la boca.- El miedo del bosque me arrastró a otro lugar... algo que está

ocurrie...- Se quedó en silencio, con los ojos en blanco y estática en el sitio, sacudida por la

fuerza que la arrastró lejos sin mover su cuerpo.

Como en trance.

- Umm.... yo también lo conozco.- Pero no se adelantaba nada conociendo "el bosque" si lo

que quería ella era ir a la corte humana. Ahora él caía en qué podía hacer. Buscar a los

suyos. Buscar por si hubiera algún otro hijo de Gaia dispuesto a luchar. Fuera lo que fuera,

cinco guerreros de Gaia eran más valiosos que una centuria humana, a quienes el Wyrm

podía corromper con solo desearlo. Por eso, en parte, desconfiaba de los humanos.

Por eso y por otras cosas en las que andaba pensando cuando la mujer se

convulsionó y fue sacudida. Gerulf la sostuvo, agarrándola para que no se hiciera daño. Él

no era un shaman, no era un conocedor de los espíritus ni tenía el poder de interceder con

ellos. Él, entre los suyos, era un guerrero, nacido bajo el auspicio de los Ahroun.

No sabía qué hacer, solo sostenerla y evitar que se hiciera daño, metiéndole el dorso de su

mano en su boca para evitar que se mordiera la lengua y se la tragara.

- Eh... eh eh eh eh.... responde.... ¿qué ocurre? ¿quién eres?- Pero por mucho que no conociera

tan a fondo a los espíritus y su magia, podía sentir su magia como todos los suyos. Algo le

hizo pensar que en la joven había algo que ni ella misma conocía. ¿Quién era?

La rigidez del cuerpo empapado se convirtió en laxitud cuando los brazos se

aflojaron pendiendo en el aire y las piernas se doblaron sin fuerzas, pero no cayó debido a

que el hombre la sostenía y los ojos en blanco se enfocaron con un brillo anormal que emitía

a pulsaciones cada vez destellos más intensos hasta dar luces y sombras al rostro de modo

casi fantasmagórico.

La boca se suavizó entorno a la mano que evitaba que se mordiera y la magia

zozobró entre las guedejas de pelo entre cobrizo y carmesí convirtiéndolo en una cascada de

ondulante plata brillante, con la piel transluciendo como el papel de cebolla y casi viéndose

las arterias correr a lo largo de la blancura del cuello antes de que la luz casi fuese

demasiado insoportable de mirar allí también. Luz que se desprendía de ella como pequeñas

perlas inconsistentes y que se evaporaban como polvo de hadas de los cuentos de fantasía.

De pronto volvía a estar incorpórea plantada en el terreno, la escena que había visto

antes era distinta y el pavor la sacudió terriblemente, porque veía aquel ser humanoide

espeluznante que había estado drenando la vida retroceder con una mano en el estómago

abierto por un... garrazo.

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Y allí, magnífico y noble, fuerte y terrible, se erguía un oso reclamado por la madre

tierra y, acudiendo al llamado de la Diosa, la bestia se alzó sobre sus dos patas y bramó al

ente oscuro con rabia inusitada. Casi pareció oír a través del bramido "Yo soy el hijo de Madre y tú vas a morir", pero lo que si escuchó fue la voz áspera como mil muertes e

infiernos: "Maldito animal, asqueroso perro de la Diosa. Caerás, como caerán todos los bosques, y todas las montañas."

Y la lucha se inició. Ambos se enzarzaron en un encarnizado combate a muerte y ante

sus ojos no pudo hacer nada excepto que estar, presenciando la batalla impotentemente...

hasta que los brazos del oso se cerraron entorno a la bestia tras varios momentos en los que

creyó que la criatura oscura iba a vencerlo, y estrujó con rabia hasta que ella se encogió al

chasquido de los huesos de aquel que, no tan hombre como muerto, realmente acababa de

morir.

El oso se tambaleó cayendo sobre sus patas, el hombre-criatura yació en el suelo, y

cuando la bestia humilde hijo de la Diosa se desplomó resollando, el ente se movió y ella

retrocedió un paso, deseando volver a su cuerpo. "Basta." Pero sonreía, aquella cosa...

de verdad estaba sonriendo al decir; No es... una victoria... sino una derrota. Otros volverán... caerás... y tu trono será nuestro.

¿Nuestro? ¿De quién?

Nunca vio el momento en el que el lobo, aún vivo por sorprendente que pareciera, se

elevó sobre sus patas, se acercó y con una dentellada definitiva crujió el cuello de aquel de

cuerpo mortal que murió, ahora sí... pero... no sintió como si hubiera sido una victoria.

Porque el oso estaba muerto, pese a que entre éste y el lobo lo derrotaron, parecía una

pérdida que podría repetirse pronto.

La maldad se había ido, extinguida, pero quedó el eco y ella no pudo menos que temblar, en

cuerpo y alma, aterrada.

¿El trono de quién? ¿De la Diosa?...

Cuando regresó a su cuerpo fue de un tirón y aun con el eco del aullido del lobo que

se había erguido victorioso pese a la pérdida del amigo oso zumbándole en la cabeza, abrió

los ojos débilmente, con la expresión digna de quien había presenciado una masacre. Allí ya

no se sentía la crueldad, sólo el largo y eterno silencio del bosque roto por la intensidad de

la lluvia de la Diosa lamentándose por sus pérdidas.

Jadeó, sin resuello.

Él no veía lo mismo que ella. No lo podía más que sentir, lejano, en forma de furia. Y

ciertamente, si no tuviera la maldita necesidad de ayudar a la mujer embarazada, se habría

lanzado a una loca cacería de siervos del Wyrm que habría terminado o en victoria o en

muerte.

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Incluso ahora está deseando dejar a buen recaudo a la joven para lanzarse a la caceria.

Pero debe ser paciente... paciente... ¡Al carajo con la paciencia! El hombre levanta a la

mujer, llevándola en brazos y en volandas hacia lo que es una pequeña cabaña de madera

con tejado de lascas de pizarra. Mientras iba caminando, observaba si la mujer se reponía o

no, una vez repuesta le preguntó.

- ¿Qué ha pasado? De repente cambiaste el pelo... emmm ¿Quién eres?

¿Por qué parecía que estaba flotando agarrada por dos pedazos de tronco caliente?

Lo comprendió al rato cuando, recuperando el aire, lo miró con el aspecto de una gota de

plata líquida sólida con forma de mujer aturdida que iba reponiéndose a su debido tiempo,

con la infinita paciencia que aquel hombre-bestia carecía.

- Él... ESO... está muerto. Lo han matado.- Pero en su voz translució que

era el preludio a algo más, así como aquel ente oscuro a su caída había vaticinado.

Parpadeó con un regusto extraño en la boca, como si hubiera mordido un pedazo de

bosque con barro, que de hecho así había sido; la mano de él. Subió la propia inestable y se

iba a frotar los labios cuando vio sus dedos brillando, la palma y el dorso, al voltearla varias

veces. Sólo entonces la melena empezó a perder el brillo y recuperar el color rojo cobrizo.

- ¿El pelo?...- Al tomarse un mechón éste ya no resplandecía, era rubí, como de

costumbre, pero le quitó importancia, aun agitada.- ¿Dónde estamos?

- Cabaña.- Dijo parcamente el hombre.

La cabaña, estaba claro, había sido habitada pero hacía meses que no pasaba nadie

por allí, por la capa de polvo que tenía todo. Gerulf dejó en una silla a la mujer y rebuscó

unas velas, sabia donde las tenía. Luego un par de candelabros donde dejar las velas

iluminar y con yesca y pedernal las encendió todas, dando iluminación a la habitación.

Después apiló un par de troncos en el fondo de la chimenea y más adelante unos

palitos secos, hojas, un poco de paja que encendió y con eso se ayudó para encender los

troncos.

- Vivía aquí... hace mucho.- Y efectivamente, no tenía nada para comer, aunque sí que tenía

botellas de licores, vinos y un barril de cerveza.

La observó y se decidió por el vino, por lo que recordaba de cuando había estado

más metido en la civilización, las mujeres solían preferir el vino. Abrió un arcón y sacó un

par de pesadas capas de osos. Dejó una sobre la mesa, al lado de la botella de vino, y se

puso la otra sobre sus hombros.

- Puedes cambiarte... mientras se sequen tus ropas. Si no te resfriarás... y eso es malo.- Dijo

señalando el vientre abultado.- Si quieres comer algo, saldré a cazarlo.

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- No hace falta, de verdad, por mí no te molestes.- Se envolvió un poco con la piel

después de mirar alrededor, todo tenía tal capa de polvo que había una acumulación en el

suelo y el mobiliario, pero dentro de lo que cabía no era un mal sitio y parecía que era de él.

Ella hubiera preferido que la casa familiar estuviera en el bosque, pero tenía la

desgracia de que estaba en la ciudad, aunque amaba la casita que Manwë había reformado

después de los destrozos del exabrupto del anciano árbol de su jardín, aun al recordarlo le

daba la risa. Un Ent, dirían algunos, sino supieran la verdad, claro.

Su menor problema de todos modos era coger un catarro, porque tan cerca de dar a

luz y con tanto entusiasmo dentro de ella, sino tenía cuidado ese grandullón cambiaforma iba

a tener un susto de pequeño tamaño en las manos.

Cogiendo la piel se envolvió con ésta y aun sentada miró hacia abajo desatando los

cordeles del busto y tirando de los bordes. Como era un tonel no podía vestirse coquetamente

con tiras a la espalda, corpiños y disparates varios, así que sólo tuvo que ponerse en pie,

apañarse para no soltar la capa y tirar del vestido hacia arriba hasta sacarlo por encima de

su cabeza, haciendo una pelota con él y agarrando con la otra mano los extremos de la piel

de oso.

- ¿Dónde lo dejo?

- Dámelo.- Dijo, sin retirar la mirada de ella ni de lo que estaba haciendo.

La verdad era que para él la desnudez no le era ni desconocida, ni avergonzante, ni

siquiera un tabú. Cogió una silla y tras sacudirla del polvo, la acercó al fuego. En su

respaldo colgó el vestido de la mujer para que se secara. Puso un par de jarras, que también

sacudió de polvo, sobre la mesa y las llenó de vino.

- Enhorabuena. Seguro que el padre está orgulloso.- Dice alzando la jarra con vino para

brindar por la criaturita que crece en el vientre de la joven.

- Orgullosamente muerto.- Lo dijo con una sonrisa macilenta, levantando la jarra tras

acercar la silla y sentarse en ella, haciendo un apaño con la capa para mantenerla bajo las

axilas y entorno al cuerpo ya que no se atrevía a estar agarrándola todo el tiempo con la

reciente tendencia a quedarse "en trance".

Tras brindar bajó la mirada al líquido, aunque hubiera preferido una buena cerveza

al vino, que subía tan rápido. Bebió largamente hasta que el frío huyó de sus huesos y entró

en calor, dándose cuenta de que temblaba un poco. Aun algo asustada, aunque lo habría

estado más hacía unas semanas y unos minutos, al menos, ahora, sabía que esa cosa estaba

muerta. Bajó la pieza y suspiró, mirándolo ahora, dándose cuenta del aspecto atroz y feroz

que tenía el hombre.

- Ya no hará falta hablar con la corte... de todas formas no escucharían.

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- Nunca escuchan. Solo cuando el Wyrm ha penetrado sus puertas escuchan.- El hombre se

sentó en la mesa frente a ella, lamentando no poder ofrecerle nada de comer.- Siento no tener sal siquiera para honrar tu visita. Pero... llevo meses que ni siquiera caminaba sobre dos pies.- El

hombre se levantó y se quitó de pronto la pesada capa que cayó al suelo dejándolo

totalmente desnudo.- Aquí estarás segura. Voy a salir a cazar... No voy a dejar a ningún siervo del Wyrm ande suelto por aquí...- Retiró sus labios, mostrando los dientes y los colmillos en

un silencioso gruñido. Estaba deseoso de volver a sentir la cálida sangre de sus enemigos

sobre sus garras.- Puedes quedarte, en ese arcón hay más pieles, y en esa habitación podrás descansar.

- Gra-gracias.- Se había tapado con un manotazo los ojos porque no era de piedra,

seguía siendo mujer y, condenación si aquel tipo no estaba cuadrado con todo en su sitio.

Apartó el pensamiento de una sacudida de su mente y asintió apurando la jarra para ponerse

en pie con piernas de gelatina, dejando la pieza en la mesa.- Descansaré, cuando

amanezca me iré, siento mucho los problemas. Y gracias de nuevo.

Hizo una pequeña reverencia sin quitarse la mano de los ojos, tanteando a ciegas

hasta saberlo a sus espaldas que bajo los dedos, parpadeó, enfocó y se escabulló hacia la

habitación que había mencionado, tan llena de polvo como lo demás. Así que, antes de cerrar

la puerta para darse al descanso, aunque probablemente no podría dormir, se la escuchó

estornudar.

Cuando sacudió la polvorienta cama y se tendió entre estornudos se quedó

observando fascinada, confusa y embobada las luces que bailoteaban como hadas de magia

que chisporroteaban coloridamente entre las partículas de polvo a la luz de la luna con el

eco de la lluvia en la distancia. Entonces supo que la Diosa le había entregado algo... algo

que ella no sabía bien qué era, pero se sentía como si de pronto estuviera en sintonía con el

universo al completo.

Se sentía... como un árbol con dos piernas.

Fuera, el bosque iba siendo empapado por las lágrimas del cielo, dando paso a un

amanecer lento e inexorable, viejo como el tiempo.

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Texto escrito por:

Sorsha & Drogon

Maquetado por:

Irasfel