El Doctor Velásquez - Una historia nunca contada

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    P R O C U L T AProducción Cultural Tachirense C. A.

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    Ramón J. Velásquez y el Táchira 

    Luis Hernández Contreras

    Notas sobre mi vida P R J. V

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    El Doctor Velásquez. Una historia nunca contada

    © Luis Hernández Contreras, 2012

    Primera edición, 2012

    © De esta ediciónProculta C. A.Producción Cultural Tachirense C. A.San Cristóbal, Edo. Táchira.Calle 6 Nº 12-149. Barrio La Guacara.San Cristóbal. Estado Táchira. Venezuela.0276-3-422263 – [email protected]

    www.luishernandezcontreras.com

    Cuidado de los textosMirela Quero de Trinca, Ildefonso Méndez Salcedo y Guillermina Hernández Mendoza

    Foto de portada José Gregorio Vásquez C.

    Edición al cuidado de José Gregorio Vásquez C.

    Impresión

    Editorial ArteCaracas, Venezuela

    Hecho el Depósito de Ley:Depósito Legal: LF 07620129201878ISBN: 978-980-12-5756-1

    Reservados todos los derechos

    Impreso en Caracas, Venezuela

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    ÍNDICE

    UNAS CORTAS PALABRAS 9Luis Hernández Contreras

    CARTA DEL DR. VELÁSQUEZ A LUIS HERNÁNDEZ C. 13

    EL RECIPIENDARIO DE HOY 21

     José Humberto Ocariz

    UN LIBRO SOBRE RAMÓN J. VELÁSQUEZ Y EL TÁCHIRA 33Ildefonso Méndez Salcedo

    EL ABUELO Y EL NIETO O LA OPINIÓN.

    CHARLA PATERNAL 39Ramón Velásquez Ordóñez

    EL DOCTOR VELÁSQUEZ.

    UNA HISTORIA NUNCA CONTADA 45

    RAMÓN J. VELÁSQUEZ. NOTAS SOBRE MI VIDA 277

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    UNAS CORTAS PALABRAS

    Siempre he admirado a Ramón J. Velásquez. Su oficio de histo-riador me hizo enamorar del pasado cuando apenas tenía 15 años deedad. En 1978, busqué adentrarme en este sentido. Participé, siendoun liceísta, en un concurso que promovió José Rafael Cortés, a tra-vés de su “Diario de La Nación”, sobre el centenario de la compañíapetrolera tachirense, Petrolia del Táchira. Por primera vez tocabalas fuentes primarias de la investigación. Quedé prendado del vastoarchivo hemerográfico del Salón de Lectura, y tuve la suerte de teneren mis manos, en Caracas, en la Hemeroteca Nacional, los ejemplaresde “La Opinión Nacional”, cuando no estaban microfilmados. Ganéel premio correspondiente y conocí su libro de historia venezolana(1926-1976) inserto en el volumen “Venezuela Moderna”, que habíapublicado dos años antes, la Fundación “Eugenio Mendoza”. Luego,tuve ocasión de estudiar “La Caída del Liberalismo Amarillo”, y“Confidencias Imaginarias de Juan Vicente Gómez”. Siendo yo un

    jovencito trombonista de la Banda Filarmónica Experimental, debíasistir a Capacho, cuando el doctor Velásquez pronunció una largaconferencia que concluyó con velas, pues la energía eléctrica habíasufrido un habitual corte. Allí lo escuché por primera vez.

    En adelante, fui siguiendo sus pasos, su compromiso con la tierraque lo vio nacer y de la cual nunca se ha desprendido. Pasados treslustros, en 1994, tuve la fortuna de conocerlo personalmente, graciasa mi amigo, el Dr. José Humberto Ocariz, quien le pidió fuera mi tutoren una tesis que preparaba en el postgrado de Ciencias Políticas del

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    lidad de su amigo. Por último, a la doctora Mirela Quero de Trinca,

    historiadora que ha trabajado al lado de Velásquez en diversas tareas, y a Ildefonso Méndez, mi expresión por haber revisado los primerosborradores de este libro. A mi hija, Guillermina, mi bendición porhaber hecho las pertinentes correcciones y observaciones en el texto,afecto íntimo que expreso, igualmente, a mi hijo Luis Erasmo, y a mimujer, Marleny, por la paz que me brindan para acometer esta tarea.

    Esta obra no hubiera sido posible sin la decisiva participaciónde Finampyme, Entidad Microfinanciera Cooperativa de Ahorro yCrédito. Toqué sus puertas, guiado por la mano amiga de uno de

    sus fundadores, el Arq. Maximiliano Vásquez, quien conoce de misdesvelos por la investigación histórica regional. Presentada la debidasolicitud de crédito, Finampyme ha apoyado, en su totalidad, este tra-bajo con los recursos necesarios que abarcan parte de la investigación,la producción y la edición, en decidido compromiso con la industriacultural regional, incluida por sugerencia mía, en la Constituciónvigente del Táchira. Mi gratitud deferente a ellos, en particular, a supresidente, don Laureano Martínez, a la Lic. Carmen Uribe de Mora,

    a la economista Nancy Prato Rosales, a la señora Rosa de Bernal, ydemás componentes del Consejo Directivo.Mi reconocimiento especial a un noble amigo, el doctor Arturo

    Branger Curiel, por su comprensión, decidido respaldo y su mecenazgoa favor de estas inquietudes.

    Luis Hernández ContrerasSan Cristóbal, 16 de mayo de 2012

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    Ramón J. Velásquez 

    Caracas, 1º de junio de 2011Doctor

    Luis Hernández ContrerasSan Cristóbal. Estado Táchira

     

    Mi ilustre amigo: Contarle de la profunda sorpresa que los originales de su obra so-

    bre mi vida y mis tareas ha realizado, es decir poco de la gran emociónque esas páginas me han producido. Usted con su pluma maestra, haresucitado tiempos de mi pasado que estaban confusos en mi recuerdo,

    con su mano de artista de la palabra ha reconstruido las diferentesetapas de mi existencia, pintando el paisaje y las gentes de mi Colónimborrable como el paisaje dentro de los cuales se han movido mispasos, que sin embargo han alcanzado a conocer casi todas las latitudesdel mundo y a saber los secretos que constituyen la razón del triunfode los pueblos en la vida.

    Esa larga vida que Dios me ha otorgado, me permite asomarmesobre el tiempo tan distinto y tan distante que es necesario aislarsepara reconstruirlos. Usted me ayuda en esa tarea cuando evoca épocasque ocurrieron cuando era niño, casi estaban borradas. Qué hermoso,reconstruirlos, el de los primeros días en el amado San Juan de Colón

     y luego una San Cristóbal en que las pugnas políticas de castristas ygomecistas y también de liberales amarillos que tenía un jefe de admi-rable terquedad en la lucha, Juan Pablo Peñaloza mantenían en todala región tachirense el silencio como único medio para poder vivir enesa tierra y en donde el tirano local, don Eustoquio, confundía a lagente, por su crueldad con el enemigo, al mismo tiempo que transfor-

    maba a San Cristóbal en los comienzos de una ciudad moderna, con

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    su hospital, sus parques, sus caminos hacia el llano y la construcción

    de un hermoso edificio que la gente llamaba Palacio, y su autor, CasaMunicipal.Eran los días de los tres trabajadores ahorcados por creer que eran

    autores de un atentado. Al mismo tiempo que Eustoquio en el año 25escribía a su primo Juan Vicente para decirle que había construido unAeropuerto porque los tachirenses tenían que aprender a volar. Todoeso está en mi recuerdo como los días que fueron de gran agitación,con la llegada de la construcción de la Carretera Transandina a SanCristóbal.

    Había muerto en Puerto Rico, el jefe de la Causa, General Ci-priano Castro. Juan Vicente Gómez consideraba que el tiempo deEustoquio había terminado y entre los grandes cambios había hechoelegir un Obispo para San Cristóbal, Tomás Antonio Sanmiguel, quedebía traer la paz y la concordia. Todo eso se acumula en los primerostiempos, lo siguiente ya esta contado con mano maestra, con esas pági-nas suyas que para mi tienen la vibración, el valor de las cosas vividas.

    En mi recuerdo nace la gran casa en que mi madre instaló la

    Escuela Federal Graduada “Bustamante” que vino a regentar, y enuno de cuyos apartamentos anexos, empezamos a vivir, tiene paramí infinitos recuerdos. En un gran salón, sus antiguos dueños, donArecio Urdaneta y las Colmenares, tenían su almacén comercial queen 1916 cerraron para trasladarse y seguir sus actividades en Caracas.Ese gran salón lo facilitó mi madre para el funcionamiento del “Salónde Lectura”, que se había fundado a comienzos de siglo por iniciativade don José Antonio Guerrero Losada y con el apoyo de los jóvenesdoctores Abel y Eduardo Santos, y de otro pequeño grupo de abogados

     y comerciantes que deseaban tener en San Cristóbal un lugar dondese dictaran conferencias y se hablara de historia.

    Frente a la gran casa de la Escuela se levantaba la hermosa resi-dencia que los Branger, los Semidei, los Costa y los políticos y hombresde negocios más importantes de la región, habían adquirido para fundarun centro social, el Club “Táchira”.

    Las diferencias sociales se mostraban en las noches de los grandesbailes, cuando el club abría sus grandes ventanas para mostrar sus

    extensos salones de baile y esas noches la ciudad veía agolpados como

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    barra humana de las ocho ventanas, las decenas de personas, en su

    mayoría mujeres, que venían a ver el baile de las otras.

    Con la llegada de la Carretera Transandina llegaban a San Cris-tóbal muchas novedades, entre ellas, las orquestas caraqueñas queGómez envió como regalo en los primeros años y luego las traeríanlos ricos socios del club.

    El sonido de un nuevo instrumento, desconocido hasta entoncesen esa ciudad, el saxofón, provocó por los sonidos que producía, sor-presa, opiniones y señalaba la llegada de tiempos nuevos. Para unos el

    saxofón sonaba a veces como una revolución musical, era el portadorde nuevos sonidos, por el viejo clarinete.

    Ya apunté que ese año de 1925 significó el final de la domi-nación de Eustoquio Gómez que había empezado en 1913 y huboun episodio que vio la multitud cuando hizo su entrada triunfal aSan Cristóbal, el elegido Obispo Monseñor Sanmiguel. La multi-tud se trasladó a una distancia considerablemente lejana del sitioen donde comenzaba la ciudad, y todos los actos preparados para

    recibir al Obispo iban a comenzar allí. Eustoquio Gómez estabapresente, todavía en su cargo de Presidente del Estado, pero yasabía que eran los días finales de su gobierno. Llega el Obispo y vainiciar su marcha de entrada a la capital. Son los momentos en losque Eustoquio Gómez piensa que van a mostrar su caída, pues eldorado techo del solio pontificio se ha extendido y seis sacerdotesllevan sus barras doradas, pero en el instante mismo en que se va ainiciar la marcha Monseñor Sanmiguel invita a Gómez a compartirel honor del solio. Y así llegan a San Cristóbal.

    Ese tiempo en mi niñez y de la llegada de mi adolescencia larecuerdo con marcada emoción, por acontecimientos que más tardellamarían políticos, porque así empecé y se siguieron señalando: Eldominio de Eustoquio Gómez y su parentela familiar, entre los que sedestacaban un hombre joven, Simón, que utilizaba su poder para con-quistar y raptar doncellas y para organizar bailes y francachelas inter-minables a las que obligaba a concurrir a comerciantes y empleados,mientras traía de la vecina ciudad colombiana de Cúcuta mujeres de

    vida alegre, para que fueran sus parejas de baile.

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    geografía de Venezuela y de Historia de Venezuela que editaban en

    Maracaibo, los Belloso Rossell.Esos tiempos de Caracas, de la muerte de Gómez, de mi papelde periodista en Caracas y mi actuación en primer plano de la vidanacional, lo relata Luís Hernández Contreras con dominio excelentedel tema histórico y con su acostumbrado manejo del idioma español.

    Días antes de mi primer viaje a Caracas presencié un aconteci-miento que para mí es imborrable, y también creo que para muchosniños, jóvenes, hombres y mujeres que fueron testigos de la entradacomo prisionero del General Juan Pablo Peñaloza, el famoso y último

    jefe nacional venezolano del liberalismo que había de morir en loscalabozos del Castillo Libertador, en los meses de 1931.

    En el año 31, si no me equivoco, decidió Peñaloza “volver a al-zarse”. No había podido cumplir su promesa con el General RománDelgado Chalbaud, quien desde París lo invitaba a una gran empresarevolucionaria contra Juan Vicente Gómez, dictadura que calificabade interminable.

    Una mañana supimos en el Liceo “Simón Bolívar”, que Peñaloza

    había caído preso y que esa tarde entraría a la ciudad, pues lo lleva-ban por orden de Juan Vicente Gómez rumbo al Castillo de PuertoCabello. Serían las 3 de la tarde cuando empezaron a aparecer gruposde hombres y mujeres de todas las edades, de todas las condicionessociales. El grupo aumentaba desde la entrada a la ciudad hasta laPlaza 19, llamada ahora Plaza de Juan Maldonado, frente a la cualse levantaba un viejo e inmenso edificio que era cuartel y cárcel y endonde llevarían esa tarde al prisionero. Serían las 5 de la tarde cuandoentraron cuatro o cinco camiones que conducían a jóvenes campesi-

    nos, prisioneros, amarradas sus manos con mecates que eran tambiénllevados con destino a la cárcel: eran los liberales amarillos de los pue-blos altos del Táchira en donde la leyenda de Espíritu Santo Morales y

     Juan Pablo Peñaloza contaba todavía con muchos partidarios. Detrásvenía un automóvil de cubierta baja, y sentados en el puesto trasero,el General José Antonio González, Presidente del Estado Táchira,su Secretario General y junto al chofer, vestido con un traje de blusacolor marrón y un ancho sombrero de explorador, estaba un hombre

    blanco de mejillas sonrosadas. Era el General Juan Pablo Peñaloza. La

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    multitud lo miraba en silencio, pues su nombre era tan conocido en

    el Táchira como los de Castro, Gómez o Rangel Garbiras. Entró a lacárcel. Detrás entraron quienes lo habían conducido, en medio de unsilencio que era el último saludo a su tierra, pues de allí fue conducidoa Puerto Cabello y pocos meses antes de la muerte de Juan VicenteGómez, Peñaloza preso, murió.

    Andrés Eloy Blanco, que también estaba en la cárcel, preso porlos sucesos de 1928, escribió años después una hermosa página deevocación de Peñaloza en la cárcel. En los últimos meses había sufri-do un derrame cerebral. El doctor Quintero Quintero, hermano de

    Rodolfo Quintero, también preso, le fabricó un carrito para poderlollevar y traer. Su enfermedad se prolongó y en la hermosa y dolorosaevocación de Andrés Eloy Blanco, dice que a Peñaloza solo le quedólibre de la infección el acero del carrito que Quintero había fabricado.

    Ese recuento de mis pasos refleja también los tiempos del Táchiraen algo distinto a lo que sucedía en el resto del país, explicable por lapresencia de una frontera poblada y que se extendía en territorio de lamisma naturaleza para el cultivo de la tierra, que la del propio Táchira.

    Para ser más familiar, esos límites que la ley dejaba, siempre se decía,“del otro lado”. Y en tiempos de mi niñez y juventud, “el otro lado” eraColombia. Era también para centenares de venezolanos el territoriode la libertad y de la paz, en donde se podían decir verdades políticassin temor del cobro de quien presumía de autoridad y en donde loslectores de periódicos aprendían a entender el valor práctico de lapalabra libertad.

    Ese contacto con el mundo de la libertad y el derecho que eraestimulado con la lectura de los periódicos que se editaban desde ese

    “otro lado” y en donde el joven lector iba aprendiendo a conocer losvalores de una democracia que en su propia tierra estaba encerrada oen las cárceles o andaba por otros mundos.

    Aprecio doctor Hernández, su obra sobre la región tachirense,digna de la mayor atención, pues busca mostrar las facetas más diversasde esa vida, de esa tierra que nos enorgullecemos de haber nacido.

    Gracias infinitas por su generosidad, al detenerse un momentoen su obra de historiador para realizar esas páginas dedicadas a un ta-

    chirense que ama profundamente a Venezuela y no olvida ese infinito

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     y pequeño mundo que alguien llamó “el terrón nativo”. Lo saluda,

    su amigo. Ramón J. Velásquez

     

    Ramón J. Velásquez y Luis Hernández Contreras

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    EL RECIPIENDARIO DE HOY

    No siempre como en esta oportunidad, armonizan los tres factorescuya autenticidad aquilata el sentido de un homenaje: jerarquía dequien lo otorga, rango de quien lo recibe y oportunidad en que se hace.Otorga el título honorífico de Doctor en Historia la Universidad deLos Andes en su celebración bicentenaria, a petición de su veinteañeraFacultad de Humanidades, joven en su fundación pero de coetáneasraíces en su origen y de seguro porvenir por su justa correspondencia

    con las características propias de Mérida.En pleno mediodía de su labor creadora llega hoy Ramón JoséVelásquez a recibir este doctorado honorífico de una universidad a laque ha estado ligado desde hace muchos años. Como Secretario dela Presidencia de la República, en abril de 1961, es el inspirador delofrecimiento que el Presidente Betancourt formuló en San Cristóbal,referente a la conveniencia de crear un organismo para el desarrollo dela región andina. Luego apoya decididamente la “Primera ConferenciaEconómica de Los Andes”, reunida en Mérida en agosto del mismo

    año, con asistencia de más de 400 delegados nacionales y extranjeros;impulsa la constitución de la “Comisión Promotora del Desarrollo deLos Andes” y posteriormente, ya como senador, presenta y defiendeen el Congreso Nacional la “Ley de la Corporación de Los Andes”,aprobada en 1964, hechos que muy justificadamente destaca ese otroformidable gestor y presidente de ese organismo en sus comienzos, elDr. Antonio José Uzcátegui Burguera.

    Durante toda su década de fecunda existencia Velásquez fue

    asiduo y generoso colaborador de la mencionada Asociación de Es-

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    tudiantes Tachirenses de la ULA, apoyando sus gestiones en Caracas

     y asistiendo personalmente a sus periódicas celebraciones, en unade las cuales dictó una conferencia reivindicando el nombre de unmerideño preterido, el General Ignacio Andrade, primer presidentevenezolano de origen andino.

    En 1982, en el auditórium de CORPOANDES, fue el expositorinicial de las Jornadas de Evaluación Democrática a que antes mereferí; y ahora, junto con el licenciado Luis Caraballo, en la Cátedra“Simón Bolívar”, donde se ha disertado muchas veces, organiza el curso“Historia y Balance del Siglo XX venezolano: 1899-1935”. Y entre estas

    destacadas participaciones, podemos afirmar que no ha pasado un añosin que nos visite en la práctica de su peregrinaje cultural y amistoso.No es, pues, un recién llegado este eximio venezolano del Táchira, nicontingente su devoción por Mérida y su Universidad. La oriundezauténtica es bicondicional, porque requiere nacimiento e identifica-ción con el terruño. Sin experiencia personal sobre gentes, paisajes ycostumbres el nacimiento es simplemente un accidente y mayor valortiene el domicilio voluntario del adulto. Nada tan chocante como

    el deslucido reclamo de la nacionalidad venezolana para hombresque nacidos en el país, desde muy temprano se fueron a otras tierrascon las cuales se integraron completamente sin recordarse más de suregión de origen. Y lo mismo ocurre dentro. Considero sinceramenteque por haber nacido y vivido allí su infancia y juventud, por el nuncainterrumpido contacto, por el continuo afán en el estudio y soluciónde los problemas regionales, por la calidad y cuantía de su producciónoral y escrita, por su pasión venezolanista expresada frecuentementeen los medios de comunicación y directamente en su peregrinaje por

    todos los rincones de la patria, Ramón José Velásquez sobresale entrelas contribuciones que el Táchira ha dado a la intelectualidad vene-zolana, en cuyo seno a su vez destaca con luz propia.

    ESCRITOR E HISTORIADOR Forma él parte de ese pequeñísimo núcleo cuya presencia en foros,

    entrevistas, conferencias o cualquier otra actividad similar asegurade antemano el éxito, por lo que se hace innecesaria su presentaciónpública. Más, a pesar de su brillo y nombradía estoy seguro que rasgos

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    narrativas que para regodeo de lectores y oyentes prodiga en libros,

    conferencias y en la conversación amistosa que así queda convertidaen amena cátedra venezolanista.Su obra crece día a día. Sin contar artículos y discursos, más de

    20 títulos integran su obra escrita: “La juventud de un caudillo: Ci-priano Castro”; “Las elecciones de 1888, 1893 y 1889”; “La caída delLiberalismo Amarillo”; “El Táchira y su proceso evolutivo”; “Apuntespara la historia electoral de Venezuela (1884-1952)”; “López Contreras,un estilo político” (1950); “Arévalo Cedeño, el hombre de las sieteinvasiones” (1954); “Velasco Ibarra, el problema político del Ecuador”;

    “Janio Cuadros y el drama del Brasil” (1955); “Donde la Patria empieza,Elogio de San Cristóbal en su Cuatricentenario” (1961); “Coro, raízde Venezuela” (1961); “La obra histórica de Caracciolo Parra Pérez”(1971); “Pocaterra, actor y testigo de una época” (1973); “TomásFunes no es un nombre” (1974); “Aspectos de la evolución políticade Venezuela en el siglo XX” (1976); “Confidencias imaginarias de

     Juan Vicente Gómez” (1979); “Rómulo Betancourt en la historia deVenezuela” (1980); “Los Héroes y la Historia” (1981); “Individuos de

    Número” (1981); explican su fama y su ingreso como Individuo deNúmero de la Academia Venezolana de la Lengua y de la AcademiaNacional de la Historia, en la que ocupa el sillón vacante por la muertedel eminente merideño Caracciolo Parra Pérez.

    El último cuarto del siglo XIX y lo que va del nuestro han sidoconstante objeto de su dedicación. Los personajes descollantes delLiberalismo Amarillo, los protagonistas de la Restauración, de la Re-habilitación y de la democracia venezolana desfilan por sus páginassin desfiguraciones ni afeites. Aunque también los héroes de nuestra

    independencia, el ambiente rural venezolano, varios de nuestros másrelevantes historiadores y algunos personajes de segundo y tercerplano a quienes la audacia o la credulidad les permitieron subir alescenario nacional.

    De igual manera, cuantas veces está en sus manos, entrega a la luzpública abundante documentación hasta entonces inédita, o reeditaobras de autores poco conocidos u olvidados, para ponerlas al alcancede estudiantes y estudiosos. Tal ocurre con el “Boletín del Archivo

    Histórico de Miraflores”, las colecciones “Venezuela Peregrina”, “El

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    Pensamiento Político del Siglo XIX”, y la “Biblioteca de Autores y

    Temas Tachirenses”, que al decir de Luis Troconis Guerrero es el“más importante esfuerzo de divulgación de las letras provincianasen nuestro país” y que para esta fecha ya sobrepasa los 80 volúmenes.Su labor no se limita a la mera dirección y gestiones de publicación

     y distribución, sino que frecuentemente ha tenido que reunir pro-ducciones dispersas, traducir manuscritos originales, lograr o suplirla colaboración de familiares inactivos, y escribir los prólogos. A esterespecto debemos confesar que es un prologuista comprometedor puescomo alguien dijo “hay prólogos que valen por los libros y libros que

    no valen un prólogo”.Debo igualmente mencionar su concurso tanto en el señalamiento

    de temas como en el suministro de materiales y apoyo variado para laelaboración de trabajos sobre temas históricos venezolanos, fuera y dentrodel país, por parte de escritores y tesistas que han enriquecido significati-vamente nuestra bibliografía histórica con sus investigaciones.

    Como simple lector puedo afirmar que en su obra contenido y forma armonizan perfectamente, sin que la erudición perturbe la

    sencillez o la amenidad. Sería labor de investigación, fuerza vital enel texto, exposición amena y cautivante, amplio dominio del idioma y honesta interpretación de los hechos son cualidades que no puedenregateársele.

    La Historia, nos dice Octavio Paz en un reciente ensayo “esconocimiento que se sitúa entre la ciencia propiamente dicha y lapoesía. El historiador describe como el hombre de ciencia y tienecisiones como el poeta” tal acontece con Velásquez en este párrafode su estudio sobre Pedro Manuel Arcaya que no resisto la tentación

    de citar: “A estas influencias insoslayables del ambiente se suma latradición popular, con sus cuentos sobre los personajes claves de laregión. Susurran historias los difuntos cuando la brisa se desliza entrelos cujisales, cuando el mar revienta junto a las playas, cuando a la luzde la luna se estremece el cardonal. El caballo de Juan Garcés descabezamédanos en la hora final. La sangre de Chirinos esmalta las laderas.En su casa de Coro el mariscal aún platica con sus compadres… Eneste paisaje luminoso nació Venezuela y sus sacadales fructificaron al

    hilo del tiempo”.

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    En su capítulo sobre Enrique Bernardo Núñez él mismo se pregun-

    ta: “Será verdad o mera casualidad esa de que nuestros novelistas setransforman en historiadores? Debe mediar un nexo, un lazo, entre elnovelista y el historiador y este lazo lo encontraríamos en el elementoque le sirve de cantera a ambos: La vida presente, activa, o vida quefue. Realidad que se palpa o realidad que se intenta reconstruir. Lahistoria es, en cierta manera, novela. No como cosa nueva pergeñadapara deleite o prurito ético. Tampoco como ficción. Más bien comouna recreación. Revivir en su tiempo personas, grupos, épocas”.

    “La historia nos da una comprensión del pasado, y a veces del

    presente” nos dice el mismo Octavio Paz. Petru Dimitru utiliza confrecuencia citas de las “Historias de Tácito”, perfectamente aplicablesa la etapa europea en que escribe su “Incógnito”.

    Algunas manchetas de El Nacional, durante su época de direc-tor, comparan los sucesos del día con episodios del siglo XIX como lasiguiente: “Estamos llegando al final del siglo XX pero casi siempreactitudes, frases y estilos recuerdan la época de liberales amarillos ygodos”.

    EL PERIODISTALleva el periodismo en la sangre, empezando por aquello de que

    para ejercerlo a cabalidad hay que ser primero escritor. A los 13 añosdirige un periodiquito escolar y a los 14 ayuda a su padre, directordel “Diario Católico” de San Cristóbal, como corrector de pruebas.Más tarde será reportero de “Ultimas Noticias”, redactor de “Elite” yde “Signo”, fundador de “El Mundo” y culminará dirigiendo por dosveces esa institución venezolana que ha sido El Nacional. Su primer

    ejercicio directivo se caracteriza porque vigoriza y renueva la vida delperiódico y defiende a capa y espada la libertad de expresión, laborque en conjunto le hace ganar el premio internacional “María MoorsCabot”. Y en su segunda etapa, además de lo ya conocido, intensificanotablemente el sentido nacional de ese medio comunicativo poniendopaladinamente sus columnas al servicio de la provincia venezolana,patentizando sus problemas y divulgando la opinión de sus hombres.

    En 1958 funda el “Instituto de Investigaciones Históricas delPeriodismo Venezolano”, en la escuela respectiva de la Universidad

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    Central. Es también profesor de la “Cátedra de Historia del Periodismo”

    en la Universidad Católica “Andrés Bello” y fundador del “Boletín delArchivo Histórico de Miraflores” en 1960.Entre todas sus actividades periodísticas el episodio que vive como

    reportero de “Ultimas Noticias”, trabajo en que se ganaba entoncesla vida, merece destacarse. Se debatía la sucesión presidencial deMedina Angarita y el Dr. Diógenes Escalante, candidato guberna-mental seleccionado con apoyo de la oposición, estaba recién llegadoa Caracas. La dirección del periódico exige del reportero la obtenciónde una entrevista urgente que revele el ideario político del candidato,

    pero éste no puede ser localizado en todo el día. Llegada la noche ypresionado por sus empleadores Velásquez se sienta ante la máquinade escribir y combinando las ideas que de aquel conocía al respectocon su personal interpretación del momento político que vivía el país,elabora un imaginativo reportaje en donde el candidato expone suprograma de gobierno. Al día siguiente el periódico se vende comopan caliente y el sagaz reportero es despertado con la noticia de quefuncionarios de Miraflores lo andan buscando urgentemente. Pensan-

    do que es para desmentirlo o algo peor acude resignado a la cita. Susorpresa es mayúscula cuando el Dr. Escalante lo recibe cordialmente,le hace un cálido elogio de la ocurrencia periodística, le asegura queha interpretado como nadie su pensamiento político y sobre la marchale ofrece el cargo de Secretario Privado que, lamentablemente para él

     y para Venezuela, duró muy poco pues una grave enfermedad frustróla esperanzadora candidatura presidencial.

    Existen bestsellers producidos por la asociación de un periodista y un historiador, como es el caso de Dominique Lapierre y Larry Co-

    llins, cuyos éxitos se inician con “Arde París” y llegan hasta “El Quinto Jinete” de no muy antigua aparición. Ramón J. Velásquez, en quiencoinciden el periodista y el historiador, da a la publicidad en 1979 eseestupendo libro tan original como auténtico “Confidencias imaginariasde Juan Vicente Gómez”, que en poco tiempo, a diferencia de lo queordinariamente ocurre con los libros venezolanos de guste, lleva yaediciones consecutivas.

    Los periódicos, como nos dice Howar Simon en reciente artículo,

    especialmente los diarios, distan mucho de ser completamente exac-

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    tos. Y es así porque su misión es “atrapar la historia en desarrollo”.

    Afirmación que consolida los nexos entre el periodista y el historiadorque coexisten en Ramón Velásquez.Progresiva y eficientemente corrector de pruebas, reportero,

    redactor y director de importantes medios de comunicación, docentefundador de cátedras y autor de obras famosas en las cuales se haasociado la verdad histórica con los recursos propios del género, heaquí todo un arquetipo para los que siguen la carrera del periodismo.

    EL POLÍTICO

    Cuando es presentado en público, a los calificativos de historiador,escritor y periodista se añade inmancablemente el de “político zaho-rí”. Alguien lo ha definido como “los ojos más sagaces de Venezuela,detrás de unas gafas de carey” y otros aluden a su sonrisa “pícara ymefistofélica”, amparo de una pasmosa habilidad para evitar ataduras ycompromisos de su demostrada independencia política. En Venezuelael vocablo “político” tiene muy diversas acepciones y últimamenteestán predominando las peyorativas. Creemos que en Ramón J. Ve-

    lásquez el término está plenamente justificado en su prístino sentido.Primero, porque desde su juventud –en el liceo y en la Federación deEstudiantes- ha estado estrechamente ligado al quehacer político en lastrincheras democráticas; segundo, porque es un profundo conocedortanto de la historia magna como de la historia menuda y de las peri-pecias de muchos personajes fallecidos o todavía actuantes; tercero,porque su conocimiento no se circunscribe a la política nacional sinoque abarca también la internacional, condición importantísima enun mundo dominado inexorablemente por la interdependencia y la

    información; cuarto, porque participando lealmente en la actividadpolítica, nunca ha sido ficha de partido, independencia que nuestraaún inmadura democracia no es capaz de valorar y utilizar debidamentetodavía; quinto, por esa enorme capacidad que tiene para ganar lim-piamente amigos en todas las posiciones, modestas o encumbradas,que ha ocupado; y sexto, porque contrariamente a lo que ocurre conla mayoría, sin buscarlos y más bien rehuyéndolos o mirándolos condisplicencia, siempre los altos cargos han estado rondándolo. Tal ocurrecon su breve pasantía por la Secretaría Privada del Dr. Diógenes Es-

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    calante; su ejercicio de la Secretaría General con el Presidente Betan-

    court; el Ministerio de Comunicaciones con el Presidente Caldera y suelección en varias oportunidades como congresante, funciones que hadesempeñado con dignidad, eficiencia y genuino sentido humanitario.Y, casi como una constante, el anhelo de muchísimos compatriotas deverlo diestramente hacer historia desde la Presidencia de la República.

    En su condición de parlamentario, además de su preocupación es-pecífica por la región que representa, Ramón J. Velásquez ha presididoimportantes comisiones del Congreso como la de Relaciones Exterio-res, la del Bicentenario del nacimiento del Libertador y recientemente

    la de Reforma de la Administración Pública. Sus conocimientos, susdotes personales para el entendimiento y el acuerdo y sus relacionescordiales con personeros de diversos partidos, ideologías e intereses lefacultan un logro positivo en tan difíciles tareas. Y ese conocimientodel país, esa sensatez en el enfoque de sus problemas y esa ausenciade pugnacidad, hacen que su opinión sea esperada y oída con el másgrande interés.

    EL RAMÓN VELÁSQUEZ MENOS CONOCIDONada hay que yo admire tanto en un mundo cada día más cruel,

    intolerante, competitivo y abrasado por la fiebre crematística, comola bondad del corazón. Esa “bondad útil” que el Libertador encontra-ra en Don Cristóbal Mendoza y que, según acertada explicación deVelásquez “no es simple ejercicio de filantropía sino más bien energíaque se transforma en constante enseñanza, en obra de beneficiocolectivo” bien podemos proclamar que la posee sin regateos el queasí la describe. No la demuestra únicamente en la infinita paciencia

    para atender – en medio o al final de agotadoras jornadas de trabajo y fuertes tensiones- el variopinto desfile de esperanzados solicitantes;ni el complacer las continuas demandas de discursos, prólogos, confe-rencias, publicación de trabajos, envío de documentos o información.Más diáfana se muestra en la generosa protección a quienes ayer lenegaron ayuda mínima en horas de necesidad; en la ausencia de ten-taciones vengativas, ni siquiera de reproches, con el protegido felóno el asiduo amigo de ayer cuya lealtad se derrumbó ante el engañosoespejismo; en el benedictino rehacer de obras completas para que

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    antiguos o modestos escritores fueran hoy conocidos; en extremar la

    condescendencia amistosa hasta límites muy pocos acostumbrados; y hasta en la humilde forma en que se queja por lo que no le fue po-sible alcanzar; “la lucha por la vida frustró este, como muchos otrosproyectos que imaginé poder acometer a lo largo de los años y cuyarealización se quedó en el cementerio de los sueños” como confiesaresignadamente alguna vez.

    Ahora deseo volver sobre su aspecto político. Tradicionalmenteen América Latina el doctorado político se obtiene con el carcelazo oel exilio. Pero también es verdad que en el saldo negativo de nuestras

    dictaduras deben cargarse las abultadas facturas que en cuotas de podero de beneficios económicos muchos de los innecesariamente presos oexpatriados cobrar después a la nación. Ramón José Velásquez sufriócárcel y hostigamientos que le ocasionaron pérdidas irrecuperables ylo colocaron en lo que él humorísticamente llama “ociosidad forzosa”.Su respuesta frente a estos desmanes ha sido el piadoso silencio o lagenerosa protección a muchos de sus antiguos perseguidores y la trans-parente honradez con que ha ejercido funciones públicas, patentizada

    en el hecho de que su modesto hogar de siempre aún requiere para susostenimiento la diaria jornada de trabajo.Aguda inteligencia, integridad sin desmayos, capacidad de tra-

    bajo, bondad del corazón, culto a la convivencia y sencillez de vidapública y privada, he aquí algunas de las virtudes de este venezolanoejemplar entre cuyos defectos sólo he oído mencionar la falta de am-bición y el no querer limitar su vocación de servicio al prójimo.

    Raymond Aron fue reconocido como una de las inteligenciasmás brillantes de Europa. Una vez un periodista lo emplazó a que se

    definiera formulándole la siguiente pregunta: “Profesor Aron, en resu-midas cuentas, ¿cuál es su profesión? ¿Es usted sociólogo, politólogo,filósofo, periodista o literato?” Sin inmutarse el interrogado respon-dió sencillamente: “Soy educador”, definiendo así su característicaesencial, el rasgo fundamental de su personalidad, de su vocación yde misión a favor de la humanidad. En circunstancias semejantes,si a Ramón José Velásquez se le preguntara: “En resumidas cuentas,¿cuál es su profesión? Es usted historiador, periodista, conferencista,

    político o escritor?”, podría contestar tranquila y ciertamente: “Soy

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    educador”. Porque desde la cátedra universitaria, el libro, el periódico,

    la tribuna, el parlamento, el cargo ejecutivo o la simple conversaciónamistosa, se ha propuesto con la palabra y con su ejemplo, ser uneducador para la convivencia, para el honesto servicio público, parala recta vida ciudadana, para el mejor conocimiento del país y parasu perfeccionamiento democrático.

     José Humberto Ocariz

    Tomado de “Imagen Andina”, libro publicado en 1990. Artículo de prensa escrito con motivo del doctorado Honoris Causa, mención Historia, que la Universidad de Los An-des confiriera al Dr. Ramón J. Velásquez en 1986.

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    Ramón J. Velásquez y José Humberto Ocariz

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    UN LIBRO SOBRE RAMÓN J. VELÁSQUEZ

    Y EL TÁCHIRA

    Con el mayor agrado inicio mis palabras de presentación para estenuevo libro del doctor Luis Hernández Contreras, alta cifra intelectualque honra el gentilicio y la cultura tachirenses. En esta oportunidadse trata de un ensayo biográfico sobre el más destacado de nuestrosintelectuales: el doctor Ramón J. Velásquez. A pesar de que se hanpublicado numerosos escritos en los que se revisa la trayectoria deVelásquez como intelectual y hombre público, el presente trabajo

    tiene un mérito excepcional: trazar el inventario de la relación queha mantenido el biografiado con su tierra natal a lo largo del tiempo.Este es el eje que ha orientado la investigación del autor, así como laredacción de cada página de su libro.

    Pocas veces hemos sido testigos de una relación tan entrañablecon el medio que lo vio nacer, como la que ha mantenido Ramón J.Velásquez con el suelo tachirense. Nada ha impedido el amor y lafidelidad del hijo hacia su tierra. Nacido en San Juan de Colón en

    1916, población a la que se habían trasladado sus padres desde SanCristóbal; pocos años después, los esposos Velásquez Mujica decidieronregresar con su hijo a la capital tachirense, una ciudad de modestaimportancia en la Venezuela de entonces, gobernada con mano férreapor el general Juan Vicente Gómez. Fueron los años de su niñez y ju-ventud, fundamentales en cuanto a su primera formación, siempre dela mano de sus progenitores: don Ramón Velásquez Ordóñez, periodista

     y educador, y doña Regina Mujica de Velásquez, maestra y promotorade instituciones en beneficio de la comunidad.

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    No es de extrañar que el hogar de los Velásquez Mujica fuera un

    centro de cultura, “una casa que era escuela y era imprenta”, dondese fue formando el niño Ramón José, escuchando las lecciones desus padres, con lecturas escogidas de libros y periódicos, así comolas conversaciones que sostenían don Ramón y doña Regina con susilustres visitantes, entre ellos, el obispo Tomás Antonio Sanmiguel y elhumanista Antonio Rómulo Costa, por solo mencionar dos nombres.La formación del niño se fue ampliando con su asistencia al kinder-garten creado por su madre con la maestra Flor María Román y a laescuela anexa del Liceo “Simón Bolívar”, institución donde después

    comenzaría sus estudios de bachillerato.Esta fue una etapa de intensa actividad intelectual para el joven

    Ramón J. Velásquez. Se reúne con sus compañeros de estudio, entrelos que figuran Simón Becerra, Aurelio Ferrero Tamayo, Ciro Urdane-ta Bravo, Luis Andrés Rugeles, Antonio Pérez Vivas, Gonzalo VivasDíaz, Gabriel Barrera Moncada y Leonardo Ruiz Pineda. Escucha lasnovedades que trajeron a San Cristóbal dos intelectuales contrariosal régimen imperante: Pedro Romero Garrido y Antonio Quintero

    García. Se inicia como redactor de periódicos y revistas de la capitaltachirense: Diario Católico,  Juventud,  Nautilus, Mástil,  Antena  y El Nacional. Pronuncia su primera conferencia: Influencia del Táchira enla vida nacional.

    Su manera de ser, abierta, cordial y tolerante, chocaba con lasnormas establecidas por una sociedad tradicional, acostumbradaa guardar silencio y a ser gobernada de manera autoritaria. Era lahora de vislumbrar otros horizontes para su formación intelectual.Así, en 1934 partía en compañía de sus padres hacia Caracas. Iba a

    encontrarse con un país desconocido para la gente de los Andes. Unterritorio que apenas comenzaba a integrarse con la red de carreterasconstruida por el régimen del general Gómez. Una economía en dondela explotación petrolera era ya la principal fuente de ingresos para elpresupuesto nacional. Y una ciudad en donde se esperaba el fin de lalarga dictadura gomecista y el comienzo de una etapa de reformas enlo político, económico y social.

    En Caracas reinició sus estudios de bachillerato en el Liceo “An-

    drés Bello”, donde tuvo como profesores a Mario Briceño Iragorry,

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    Caracciolo Parra León, Juan Francisco Reyes Baena, Julio Planchart,

    entre otros. Se incorporó al Centro de Estudiantes, organismo cuyapresidencia ejerció por poco tiempo. Se recibió de bachiller en Filosofíacon un trabajo titulado El Táchira y su proceso evolutivo. A pesar delos logros alcanzados, el joven Velásquez no se resignaba a vivir lejosde su tierra natal, por lo que después de la muerte de doña Regina,ocurrida en 1938, tomó la decisión de regresar a San Cristóbal. Seabría la posibilidad de cursar la carrera de Derecho en la Escuela deCiencias Políticas que se había creado en el Salón de Lectura.

    Esta fue una etapa intensa y decisiva en la vida del joven Ramón

     J. Velásquez. Se incorporó a la lucha que exigía la transformación delpaís, presidiendo la Federación de Estudiantes de Venezuela–SeccionalTáchira. Formó parte de la junta directiva del Salón de Lectura, pri-mero como secretario y luego como presidente. Durante su gestión alfrente de nuestro más antiguo centro de cultura, tuvo la oportunidadde trabajar con un equipo amplio y coherente. Al lado de los nuevosnombres del ámbito cultural de entonces, figuraban los de algunosviejos intelectuales ansiosos del progreso de la región. Muy pronto se

    comenzaron a ver los resultados: organización de homenajes a per-sonalidades olvidadas, convocatoria del primer concurso de músicatachirense, creación de un premio de estímulo a los estudiantes, entreotras realizaciones.

    Finalizada su gestión al frente del Salón de Lectura, Velásquezdecidió volver a Caracas en 1942. Entre sus planes inmediatos figura-ban: concluir los estudios de Derecho e iniciar su trabajo como profe-sional. En efecto, después de aprobar los exámenes de las asignaturaspendientes, la Universidad Central de Venezuela le otorgó el título de

    doctor en Ciencias Políticas y Sociales, y la Corte Federal y de Casa-ción el de abogado de la República. A pesar de sus planes, el destinole tenía reservado otros derroteros: el ejercicio del periodismo en losprincipales diarios de la capital venezolana (Últimas Noticias, El País yEl Nacional) y la incorporación como funcionario de la administraciónpública (Corporación Venezolana de Fomento).

    En 1947 iniciaba Ramón J. Velásquez sus viajes al Táchira enmisiones oficiales. En esta primera oportunidad acompañaba como

    secretario a la delegación presidida por el doctor Juan Pablo Pérez

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    Alfonzo, encargado del Ministerio de Fomento, cuyo fin era estudiar

    la situación de la economía tachirense y ofrecer el apoyo crediticio dela Corporación Venezolana de Fomento a los empresarios interesadosen establecer nuevas industrias o ampliar las ya existentes. A mediadosde aquel año, Velásquez le comunicaba el resultado de esta gestión alpresidente de la Junta de Fomento y Producción: se habían aprobadolos créditos solicitados por tres empresas tachirenses.

    En 1956, después de sufrir tres encarcelamientos por orden de losregímenes militares que sucedieron al gobierno de Rómulo Gallegos,Velásquez regresó a su tierra natal. Conviene recordar que durante

    esta visita apoyó el proyecto de crear una universidad privada en SanCristóbal. Igualmente, propuso que con motivo de los cincuenta añosdel Salón de Lectura (1957), se editaran una serie de trabajos escritospor varios intelectuales tachirenses, entre ellos, Luis López Méndez,Samuel Darío Maldonado, Abel Santos y Antonio Quintero García.Y en el mismo sentido, lanzó la idea de convocar un concurso públicopara la elaboración de la “primera historia completa del Táchira”, unaobra que explicara el proceso de transformación de esta región a lo

    largo del tiempo.La instalación del sistema democrático en Venezuela, a partir de1958, le dio a Ramón J. Velásquez la oportunidad de promover una seriede realizaciones en beneficio del país en general y del estado Táchiraen particular. En efecto, el presidente Rómulo Betancourt, electo enlos comicios de ese año, lo designó secretario general de la Presidenciade la República, un cargo clave para un gobierno que necesitaba ac-tuar con amplitud, firmeza y tolerancia. Desde esa posición, Velásquezrecibió a los venezolanos que deseaban colaborar con el nuevo rumbo

    del país, escuchando sus peticiones y ofreciéndoles el apoyo del PoderEjecutivo. De este modo, entre 1959 y 1963, concedió más de 25.000audiencias, solicitadas por compatriotas de todas las regiones, quienesfueron atendidos sin discriminación.

    En lo que respecta al Táchira, Velásquez formó parte de la JuntaPro Cuatricentenario de San Cristóbal y coordinó la Comisión Presi-dencial de Obras del Cuatricentenario. En tal sentido, fueron muchaslas reuniones en Caracas y San Cristóbal para la planificación y eje-

    cución de las obras más importantes. Igualmente, fueron numerosos

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    superior en San Cristóbal: Universidad Católica “Andrés Bello”–Exten-

    sión Táchira, Universidad de los Andes–Núcleo del Táchira, InstitutoUniversitario de Tecnología y Universidad Nacional Experimental delTáchira. Fueron iniciativas que se gestaron desde la capital tachiren-se, impulsadas por quienes ejercieron el liderazgo de esta región enlas décadas de 1960 y 1970. Velásquez formó parte, o asesoró desdesu despacho en Caracas, a las comisiones de trabajo que lograron elestablecimiento de aquellas instituciones universitarias.

    Han sido múltiples las gestiones de Ramón J. Velásquez a favorde la tierra tachirense desde los cargos que ha desempeñado en la

    administración pública: secretario de la Corporación Venezolana deFomento, secretario general de la Presidencia de República, miembrode la cámara del Senado, ministro de Transporte y Comunicaciones ypresidente de la República. Siempre ha apoyado el trabajo de funcio-narios, organismos, personalidades, grupos de intelectuales y gentes delcomún. Ha sido el principal promotor de los intereses del Táchira enla capital del país. Y a la vez, el divulgador más persistente de nuestracultura, dando a conocer los logros de sus hijos e instituciones más

    notables. Ildefonso Méndez SalcedoSan Cristóbal, Junio de 2011

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    EL ABUELO Y EL NIETO O LA OPINIÓN

    CHARLA PATERNAL

    (Dedicada a mi pequeño hijo, Ramón José Velásquez)

    Cuenta la leyenda que un viejo, sin duda un viejo marrullero,conocedor práctico del mundo y sus bellaquerías, quiso darle a un rapaznieto suyo, una lección objetiva, como decimos en nuestra pedagógicajerga los maestros, de lo que es la opinión del honorable; - el honorable

     ya se sabe que es el público.El viejo tenía un asno, y llevando de cabestro el orejudo, abuelo

     y nieto emprendieron camino hacia un cercano pueblecillo.Aún no habían andado mucho, dice la crónica, cuando topetearon

    con el primer prójimo que, mirándolos, gruñó, no tan por lo bajo queno lo oyeran ellos:

    “¡Hace visto pazguatos, ellos a pie y el burro de balde!”El abuelo dijo entonces a su nieto: “¿Oyes hijo? Pues vas a ver;

    voy a montar yo” Y así lo hizo.Pasó otro tío, que al verlos, como el anterior, dijo, no muy entre

    dientes: “¡Viejo caritieso! ¡Quién ha dicho que el so grandulón bienacaballado y el pobre niñito a pie! ¿A que los cojo a piedra?”Y hubiéralo hecho, a no ser por el temor a los vueltos. A cuántos

    lapidaríamos si no fuera por respeto… ¡a nuestras costillas!“¡Vamos, muchacho: móntate ahora tú!”, dijo el viejo.Y montó el nieto.Pasó un tercero; ése, más audaz o menos culto, se encaró con

    el niño: “¡Grandísimo bellaco, ¿no te da pena?, ¿no te remuerde laconciencia, el ir tú muy a gustazo jineteado en el burro, tú, que estás

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    joven y resistes, mientras el pobre viejecito (enantes fue, el pobre niñito,

    ahora es el pobre viejecito), que está ya achacoso y débil, vaya a pie?”Nótese de paso el tono de hipócrita compasión, de fingida pie-dad, que para encubrir sus verdaderos sentimientos, adoptaban loscensuradores. Eso mismo sucede cada rato.

    “Ya lo ves, hijo: ni cuando el asno iba solo, ni cuando iba yo mon-tado, ni cuando tú lo hiciste; de ningún modo hemos podido contentaral público. No lo olvides nunca; así pasa siempre en el mundo”.

    La lección estaba dada; y con el burro de cabestro, regresaronabuelo y nieto a su casa.

    Por el camino, mientras poco a poco, al tardo paso del rucio,caminaban, a guisa de corolario, decíale el viejo al muchacho:

    “Medrados estaríamos, hijo, si quisiéramos obrar a contentamien-to del prójimo, porque, como tuviste ocasión de ver ya, a los demásno les satisface nada de lo que hacemos; así que, aspirar a tener satis-fecha la opinión, sería la mayor de las locuras. “¡Qué bien!”, dice eluno; “¡qué mal!”, dirá el otro; ¿a cuál de los dos atenderás? La mismaacción que conquista el aplauso de unos, merece la desaprobación y

    censura de otros. Si haces, malo; y si no haces, también malo. Y hasde saber que para arrostrar la opinión, se necesita tanto valor, comopara desafiar las balas en el combate; porque una fuerza poderosísima,invencible, nos impulsa a buscar siempre el asentimiento, el elogio, lacelebración de lo que hacemos; y esta fuerza, es el amor propio, que esuno de los más enérgicos sentimientos que mueven a la humanidad.Pero el amor propio hay que vencerlo, hijo mío, si queremos ser algo.Quien no es capaz de poner la ajena opinión por debajo del criteriopropio y la voluntad individual por sobre el querer de los otros, prueba

    evidentemente su interioridad, por ese mismo hecho. La malevolencia,la intención ofensiva, el dolor del bien ajeno, tienen muchas ingeniosas

     y bien variadas formas de manifestarse. ¡Cosa rara!: a veces la male-volencia, en vez de hablar, calla; hace un discreto silencio en torno ala persona, como si el hecho meritorio fuera un acto punible que porcaridad debe callarse. Otras veces no es sino un pero… lanzado al des-gaire; el pero… es una reticencia misteriosa, piadosamente encaminadaa despertar sospechas; y el pero hace su obra. Ahora bien, suprimir la

    malevolencia, evitar los malquerientes, es imposible!: los tuvo Cristo,

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    los tiene todo mundo. Te recuerdo a este propósito lo que dice un

    adagio nuestro: “las personas no son monedas de oro para agradara todos”. Lo que para unos es motivo de simpatía, lo es de antipatíapara otro. Pero que eso no te desaliente nunca, que jamás te arredre:hay que saber blindar el corazón para la lucha.

    Cuando ya seas hombre y emprendas algo que veas tú que es bue-no, síguelo animoso, sin dudas ni desmayos; avanza con denuedo, queel verdadero valor es ese. Mas ten en cuenta que el destacarse cuesta;porque entonces tú y la ola humana marcharéis siempre encontrados,iréis en sentido opuesto y necesariamente el uno se estrellará contra el

    otro. Pero es de ahí, de ese choque, precisamente, de donde ha surgido y surge el gesto grandioso, el bello gesto de los grandes hombres.

    ¡Avanza, hijo mío, avanza! Y si oyes algún silbido a tus espaldaso cae a tus pies algún guijarro, no hagas caso, avanza imperturbable

     y sereno, con la sonrisa en los labios, que ésas, son ofrendas, coronasrendidas a tu mérito.

    Y si al ver tu impavidez, alguien se atreviere a lanzarte su escupidaal rostro, tampoco entonces has de descender: consérvate digno, lím-

    piate y sigue, que muchas veces el feo escupitajo es la más alta presea,la condecoración más honorífica que pueda ostentar un hombre.

    Ramón Velásquez OrdóñezEn “Diario Católico” 6 de junio de 1925

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    facetas desconocidas de uno de los tachirenses más valiosos y reconocidos,el doctor Ramón J. Velásquez, con una trayectoria al servicio de esta tierraen el campo político, económico, social y cultural. Esta vida al servicio delTáchira se expone aquí con amplitud y sesudo criterio investigativo. Porello, expresamos nuestro respaldo a esta iniciativa de la industria cultural,la que tiene respaldo constitucional y forma parte también del engranajeeconómico de la actividad humana.

    Por el Consejo Directivo de FINAMPYMETec. Agr. Sr. Laureano Martínez. Presidente

    Econ. MSC. Nancy Prato R. Director PrincipalArq. Maximiliano Vásquez. Director Principal

    Lcda. Carmen Uribe de Mora. Director (s)Sra. Rosa de Bernal. Director (s)

    Abog. Joaquín E. Forero ContralorAbog. Sonia González. Sub contralor

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    EL DOCTOR VELÁSQUEZ

    UNA HISTORIA NUNCA CONTADA

    EL HIJO DE LOS MAESTROSRamón J. Velásquez proviene de una familia de educadores. Cre-

    ció en un ambiente de libros, formales conversaciones, aulas de clase,intelectuales, bancos de escuela, tiza y pizarrón. Su llegada al mundo,al norte del Táchira, es producto de una decisión administrativa. Elministro de Instrucción Pública decidió crear en Colón, en 1916,dos Escuelas Federales Graduadas, una de varones, Junín, y otra dehembras, Ayacucho, designando como directores, respectivamente,a Ramón Velásquez Ordóñez y Regina Mujica de Velásquez, quienesse habían casado el año anterior en la parroquia La Ermita de SanCristóbal. El oficio de los institutores hizo que el único hijo del matri-monio, bautizado como Ramón José, naciera en San Juan de Colón,el 28 de noviembre de 1916.

    COLÓN EN LA SEGUNDA DÉCADA DEL SIGLO XX

    Luego de un pasado glorioso, cuando era llamado San Juan de losLlanos, Colón fue aposento de exportadores de café y comerciantesque avizoraron la importancia del norte tachirense, como expeditavía de comunicación. A partir de 1895, el Ferrocarril del Táchira lle-gaba hasta La Fría, evitando el antiguo paso obligado por Colombia,pagándose tributo al extranjero, paradójicamente, para viajar en elpropio país. Tiempo después, el progreso alcanzaba Estación Táchira,llamada también San Félix o Cara de Perro. La bonanza económicahizo que avezados negociantes establecieran allí sus operaciones. Un

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    corso emprendedor, Juan Guglielmi Olivieri, estuvo al frente de mil

    macheteros que descuajaron los cerros aledaños a La Blanca parahacer la Carretera Central del Táchira, proyecto dirigido por losingenieros Luis Vélez, Horacio Castro y el ministro de Obras Pú-blicas, Román Cárdenas, iniciado el 25 de junio de 1910. Un añodespués, el avance era notorio y, el 9 de enero de 1913, el primerautomóvil llegaba al Táchira, vía Colón, por lo que su jefe Civil,

     J. del C. Uribe, telegrafió al general Pedro Murillo, presidente dela entidad, para darle la buena nueva. El viejo Guglielmi murió endiciembre de ese año, dejando a su hijo homónimo que alcanzara

    notoriedad en las letras con su novela Andina, escrita en 1915. Eneste año, precisamente, el superintendente de Educación, Alejan-dro Fuenmayor visitaba San Cristóbal con su colega Miguel ÁngelGranado y conocieron a los Velásquez Mujica, llenos de ilusiones,quienes se habían casado por esos días. La pareja era ideal paraabrir esa senda en Colón. Allá llegaron y se internaron en las treslargas calles del explanado y fértil paisaje que destacaba el cerrodel morrachón. Seguirían la labor misionera del maestro Francisco

    de Paula Reina y se relacionaron con prestantes habitantes comoel poeta Medardo Vivas Pérez, el incansable Ceferino Chacón queharía una estatua a Sucre, además de los letrados Augusto Giusti,

     Juan Guglielmi Cardi, y exportadores de café como Italo Paolini,Rómulo Anselmi, Augusto Laviosa, Carlos Pagnini y Ernesto Croce.Con semejante lista de apellidos, cualquiera sentiría estar en Euro-pa. También fue el espacio de comerciantes como Gabriel Casanova,Esteban Gil Moreno y Manuel Escalante, establecidos los dos últimosen San Cristóbal a partir de los años treinta.

    La carretera fue inaugurada el 19 de abril de 1914, y un día antes,un automóvil recorrió los 86 kilómetros entre Estación Táchira y SanCristóbal, capital adonde también llegó el 19 de mayo de ese año,luego de tres horas de viaje, un Ford de tablita conducido por Edgar

     J. Anzola, representante del Almacén Americano de los Phelps enCaracas, haciéndose directa la conexión. Para 1915, Victorino MárquezBustillos, presidente de la República por voluntad del general Gómez,decretó la creación del Liceo “Simón Bolívar”, iniciando actividades

    el 6 de febrero de 1916, con un discurso pronunciado por uno de sus

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    profesores, el abogado Amenodoro Rangel Lamus. A pesar de la dic-

    tadura, 1916, fue tiempo de provecho para la educación.

    Ramón J. Velásquez vino al mundo ese año y tendría con RangelLamus más que una simple relación intelectual. Todo parecía estarpre-escrito. En Colón había nacido en 1903, Pedro Antonio RíosReyna, quien sería el más grande violinista de una época en Caracas,la creciente urbe donde llegaron los aires de la trompeta de otrocolonense, Rafael Demóstenes Puche. El destino los uniría el 28 dejunio de 1970, precisamente en Colón, cuando los músicos estaban alfrente de la Orquesta Sinfónica Venezuela y Velásquez era el ministrode Comunicaciones.

    En 1919, los Velásquez Mujica retornaron a San Cristóbal, peroColón quedó para siempre en el corazón del hijo, internalizado en elmás profundo de sus afectos.

    DON RAMÓNRamón Velásquez Ordóñez nació en Helechales, jurisdicción

    colombiana de San Juan de Girón, el 10 de agosto de 1886. Su padre, Juan Jacobo Velásquez conoció temprano los caminos del destierro,haciendo primaria y bachillerato en Tunja e ingeniería civil en Bogotá.

    Colón, años 20

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    Mientras tanto, el abuelo, Valentín Velásquez Arvelo, era oriundo

    de Barinas, y emprendió septuagenario, la búsqueda de otros rumbosante la fiereza de la Guerra Federal. Juan Jacobo falleció temprano y Ramón, llamado el hijo de don Juan Velásquez, quedó al cuidadodel abuelo materno, David Ordóñez, el Taita Daví, poseedor de unanutrida biblioteca, donde hallaría sustrato para sus primeras ideaspedagógicas. Ramón fue al Seminario y cimentó su cultura filosófica

     y humanística. Los avatares del destino lo hicieron emigrar al Táchiraadonde llegó en abril de 1912, precisamente a Rubio, para integrarseal cuerpo de redactores de El Aldeano, un periódico fundado en 1908

    por otro hijo de la tierra neogranadina, Pedro José Sánchez Cabrales,padre del futuro sacerdote, Carlos Sánchez Espejo.

    Instalado en San Cristóbal, Velásquez Ordóñez fue vicerrector delColegio del Sagrado Corazón de Jesús, dirigido por el ingeniero bogo-tano, Teodosio V. Sánchez, un hombre del renacimiento que tocabael piano, cantaba óperas, era fotógrafo y enseñaba lo que fuera, conpropiedad, desde griego hasta matemáticas. Desde entonces, el institu-tor y humanista comenzó sus colaboraciones periodísticas en el diario

    Horizontes, y presentó varias conferencias, en el Salón de Lectura, apartir de septiembre de 1913. Luego de contraer nupcias con ReginaMujica Acevedo en 1915, como se dijo, pasó al año siguiente a Colón,volviendo a la capital tachirense para estar al frente del citado Salónde Lectura en 1924 como presidente. Al año siguiente fue nombradopor su amigo, el obispo Tomás Antonio Sanmiguel, director de DiarioCatólico, cargo que asumió el 28 de julio de 1925, siendo el primer laicoen ejercerlo. En 1927, el director del Liceo “Simón Bolívar”, CarlosRangel Lamus, hermano de Amenodoro, lo llamó como subdirector

    de esa institución, en la que estaría hasta 1934, cuando por presionesdiversas debió marchar con su familia a Caracas, estableciendo consu esposa un kindergarten.

    Cuando doña Regina falleció, el 27 de abril de 1938, el viejoeducador retornó al Táchira con su hijo, para desempeñarse comoinspector técnico de Educación Secundaria con jurisdicción en lostres estados andinos. Su obra cultural empezó a ser conocida, y unode sus discípulos, Régulo Burelli Rivas, difundió parte de su pensa-

    miento, confesando algunos sentimientos de su personalidad, diciendo

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    el avezado maestro: Yo soy disciplinado y amo la libertad acaso como

     nadie, y como Junio Bruto, por mi innata pero bien entendida y no torperebeldía, odio todo lo que signifique opresión o despotismo. Siempre he sidosencillo, atento al decoro, ingenuo, tímido y por lo tanto arisco. He sido unreconcentrado. Silencioso, reflexivo, el hábito de la reflexión ha consumido

     mi rostro, y como retraído amo grandemente la naturaleza, de mí podríadecirse como Petricari decía de Leopardo: Ha pasado de un salto de la niñeza la madurez tanto en el cuerpo como en el alma.

    Afortunadamente, la colección de Diario Católico se encuentracompleta en los propios archivos de su edificio contiguo a Catedral y

    en el Salón de Lectura. Entre sus incontables artículos de prensa hanquedado esas memorias sueltas de Ramón Velásquez, de sus días deniño y adolescente en Girón, Santander. Algunos párrafos ilustranesos singulares momentos.

    Cuenta que a los 13 años de edad era acólito. Entonces, su madre,doña Vicenta, mujer seria y austera, cedió a las pretensiones de PedroAlcántara, el sacristán mayor de la parroquia, de enviar al peque-ño al Seminario, cuestión que aumentó al llegar como párroco de

    Girón, el presbítero Benigno Severo, tío materno de Ramón, quiencomenzó a ayudarle en la misa. Huérfano de padre, quien había que-dado sepultado en una selva de Sogamoso durante una expediciónde su oficio de ingeniero, todos convinieron en inscribir al pequeñoen el instituto religioso. En febrero de 1927, Velásquez recordó elepisodio, enfatizando que la madre del hijo único, se oponía a laseparación. La insistencia del padre Severo había triunfado. Deello, queda el siguiente relato: Llegó el día. En mi casa no se durmióla noche anterior, y yo, desvelado, di muchas vueltas en la cama. ¡Cuán

    egoísta es el corazón humano!, yo no pensaba sino en mí: en la nuevavida que me esperaba; en el viaje; en las sorpresas de la perspectiva; enlas aventuras que correría; mientras mi madre, ¡pobrecita mía!, pensabaen la pérdida posible, en la separación acaso definitiva, de lo único queen mundo le quedaba: su hijo. Sólo por el dolor que más tarde también

     yo he sentido, he podido comprender su dolor. Amaneció; o más bien, noamanecía aún sino que las estrellas brillaban todavía en todo su esplendoren el fúlgido cielo de Girón, cuando bañada en lágrimas me echó muda

    los brazos al cuello la autora de mis días. Y los casquillos de mi caballo, al

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     golpear en el empedrado, resonaron después largamente en el silencio de

    las desiertas calles del pueblo mío…La entrada de la noche, con la familia sentada en el portón de sucasa que daba a la plazuela, era motivo para recordar la conversación,sosegada, amable, sobre temas sencillos, en la que participaban abuelita,

     mi madre, mis tías y don David mismo, mi abuelo materno, el viejo deresabios volterianos… Así envueltos en la paz y la sombra de la noche,desmigajando el pan espiritual del coloquio, a la puerta de nuestro viejocaserón, nos daban las nueve. Las campanadas lentas, graves, rimaban ensolemnidad con la calma y el silencio de la noche. Abuelita, al oírlas, decía

     juntando las manos: “alivio y descanso tengan las almas del purgatorio”“¡Así sea!” Contestábamos todos, y levantándonos, íbamos a sentarnos a la

     mesa para tomar el chocolate que en tachuelas de plata humeaba espumanteen la mesa, sobre el blanco mantel de lienzo criollo.

    Esos años de Girón constituyeron temas de algunos escritos,evocando algunas costumbres típicas, como el reputado masato quepreparaba Pachita Angulo, ña Pachita, haciéndole esto decir que ¿quién,por refinado y aristócrata que tuviera el gargüero no habría de relamerse

    saboreando un vaso de masato de apio, de sagú o de arroz, suave, dulce,aromatizado con canela?: y si era acompañado de mantequilludo queso,polvorosas y mantecado, váyase usted a la porra con su néctar de los dioses!Menuda y trigueña, arrogada con sus ojazos negros, Pachita pasó sus díasen su tienda o bodega. La memoria del ex seminarista la describe hasta eldetalle.La tienda es baja, ni reducida ni espaciosa, con aspecto de viejo, pero deuna vejez pulcra y aseada, que no es repulsiva. En el armario, cuatro botellas,con agua de color; un paquete de fósforos, de los de raspar dondequiera, consus doce cajetillas alineaditas en punto visible; media cuenta de velas de cebo,

    centaveras, unidas en haz por una cabuya pasada al través de la argollita del pabilo y pendientes de un clavo en una moldura del armario; media cuenta de jabón de la tierra y unas barretas de jabón de Castilla; una botella de anisado,una de mistela de breva, una de vino dulce y otra de vino de consagrar, paralos grandes días y los grandes señores; un cajoncito de los de bocadillo contabacos de a tres por centavo, puestos entre hojas de breva y angelino, paraque tengan buen olor y no se sequen.

    Muestra las dos caras de Girón, la opulencia de viejos siglos, del

    cultivo cacaotero y renombrados tabacos, y la decadencia originada

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    por el crecimiento del vecino pueblo de Bucaramanga que se entro-

    nizaría como capital de Santander. Girón, mi tierra natal. San Juande Girón, como se llamó en sus buenos tiempos, es una vetusta ciudaddel valle de Soto, en las márgenes del Río de Oro. Calles encalmadassoledosas, empedradas con gruesos cantos desiguales en cuyas anchas

     junturas crece la grama; caserones de saliente alero, y volado balconajeherrumbroso; de anchos portones, profundos y renegridos, encima delos cuales suele haber una cruz grabada en piedra… Ni una pinceladarisueña, nada que inspire placidez, nada que refresque el alma y desa-rrugue el ceño: en aquellas plazas solitarias, en esas calles desiertas y

    enyerbadas, en la profunda quietud de esas casonas evocadoras de viejastradiciones legendarias, en esos rincones sórdidos, sólo duerme el pasadosu sueño hosco y centenario.

    Girón debió su ruina a la prosperidad de Bucaramanga, su vecina, y Velásquez relató ese extraño proceso de sumisión urbanística. Fueun fenómeno etnológico frecuente en países poco poblados; cuando una

     nueva población se funda en las inmediaciones de otra antigua, la joven lesirve de vampiro a la vieja; la chupa, le succiona la vida, su progreso no se

    realiza sino a expensas de la otra, que al fin, acaba por consunción, muereexhausta. Bucaramanga fue la ruina de la ciudad de viejo abolengo y ran-cias ejecutorias señoriales. La joven hija, bella y alegre, pero loca, fue consu esplendor y su belleza y su locura, la perdición de la madre, la anciana

     matrona grave y adusta.Ramón Velásquez nació en el Girón mustio y desolado. Un día

    debió ir a la escuela. Como educador que fue, siempre recordaría lafigura de su maestro. Un domingo se decidió el gran paso. Después deun largo parlamento en el que fueron diputados, mi abuelo, mi abuela, mi

     madre, mis tías, mi padrino, mi madrina y mis primas, amén de algunabeata, que en casa nunca faltaban, y del loro, el perro, el gato y la cocineraque también tomaron parte, se decidió que esa misma tarde iría mi madrea matricularme en la escuela del señor Arenas. Puesto en carácter deceremonia con mi flamante vestido de terciopelo negro, hecho de un viejotraje de mi madre, ella, una de mis tías y yo, nos pusimos en camino. ¡Ohamargo viacrucis, hacia la escuela! Ya en la calle, se nos unió el viejo Cual,

     perrazo magnífico, asiduo compañero de mi difunto padre en sus correrías

    de ingeniero; y ahora, amigo inseparable de su hijo.

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    Luego de recorrer callejones del siglo XVI, angostos, oscuros,

    empinados y desiguales, llegaron a la escuela. El aspirante a estudian-te imaginó al maestro como un monstruo que comía niños. Pero no. Elcortés educador, recibió a las señoras, al niño y hasta hizo un gestocariñoso hacia el perro. Y Velásquez recordó esa primera impresión.Unos treinta y siete años tendría; delgado, blanco, regular de estatura; noera un Adonis, pero una sonrisa levemente irónica y agradable ilumina-ba sus facciones enérgicamente varoniles. La cabeza soberbia, el cabelloondulado, como el que yo había visto en un busto de Flammarión, en unlibro del astrónomo, caído en mis manos; la frente amplia, con dos surcos

    longitudinales partidos profundamente por el ceño; los ojos pequeños y pe- netrantes, un poco hundidos en la órbita; la nariz cuasiborbónica, el mentón fuerte; los labios gruesos presentaban un raro contraste con la frente severa, marcada austeramente por las arrugas que deja el pensamiento. Aunque nohabía sido educado para maestro, como fuera el caso de Carlos RangelLamus, el señor Arenas dominaba el arte de enseñar. Con los añosde conocerlo y formarse a su lado, lo calificó como de temperamentoemocional y de fuerte intuición, cuanto era en apariencia retraído y hosco

     para con los demás, era paternal y amable con los discípulos a los que sólose imponía por el ascendiente de su personalidad sugestiva y poderosa y por el imperio suave y grave de su incontestable superioridad mental. Sufina pluma volvió sobre las evocaciones imborrables, crecidas en suniñez triste y solitaria, sin contemporáneos a su lado, enseñando lasmiserias colectivas.

    Escribo recordando a Girón, mi terruño; aquel pueblo tipo del añejovillorrio de provincia, lleno de preocupaciones y pequeñeces sociales. Jamás,

     pase el tiempo que pasare, se borrará de mi mente el espectáculo de la socie-

    dad del pueblo mío, estúpidamente dividida por mezquindades, destrozándosecon las uñas, hiriéndose a pellizcos, exhibiéndose recíprocamente sus lacras

     y vesanias. Despiadada, inmisericorde, y fanfarroneando sin embargo sutítulo de cristiana; atada a mil rancieras coloniales, de alcurnia, de linaje,de prosapia; dividida en bandos medioevales, dones y ñores, y damas entresí que se tratan a regañadientes y se desacreditan por lo bajo, sin que eluno valga más que el otro. Los hombres conversando pazguatadas, inepcias,en el eterno corrillo de la botica, del billar, de la pulpería, malgastando

    lastimosamente las horas. Las mujeres detrás de la romanilla fiscalizando

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    la casa del vecino, o desollándose las unas a las otras, en los cenáculos de

    la alcoba. Entre tanto, la hierba crece en las calles, se les desmorornan deabandono las casas, azota al pueblo la pobreza y la vida se hace pesada,asfixiante, para el cuerpo y para el espíritu. ¡Girón, Girón, pobrecito te-rruño mío! Velásquez dejó en otro párrafo su propia tragedia interna,los pequeños ríos de su alma.

    Mi pueblo, viejo, soledoso y mustio; el caserón destartalado, macizo y sombrío, de amplias estancias desoladas en donde no había sino sombra y frío; mi niñez enclaustrada y solitaria, sin caricias, sin afectos; todo ello formando uno como poema dolorido en que las estrofas son ruinas; algo

    triste y lejano como un mundo lunar iluminado por una luz semejante ala que penetra al través de los vidrios deslustrados de ciertos ventanales;aureolado por la poesía melancólica de lo que fue, y sobre el cual flota unhálito de vida apenas perceptible… Y yo, con las retinas de mi espíritudesmesuradamente abiertas, fijas, como las pupilas de un hipnotizado, miroeste mundo frío y triste, de escombros y fantasmas, envuelto en un algo, enun no sé qué de solemne y augusto.

    Ramón Velásquez, el viejo maestro y periodista pudo haber

    guardado para siempre estos recuerdos. Sin embargo, permitió que supluma volcara en el papel imborrable hasta ahora, esas intimidades quemuestran su carácter de hijo único, al igual que lo fuera Ramón José.Afortunadamente, esos artículos archivados en cuidados anaquelespermiten volcar a la luz lo que fuera el fermento de la mies.

    Abatido por el infortunio, la ausencia de su esposa y los años, donRamón Velásquez Ordóñez falleció en Caracas el 30 de junio de 1946.El Ejecutivo del Estado Táchira, a nombre de su presidente, LeonardoRuiz Pineda, decretó duelo público. Transcurridas dos décadas, uno

    de los alumnos de don Ramón, el gobernador del Estado, Pedro PabloMorales, fue presto al construir en la zona del viejo club de básquet dePueblo Nuevo, las 11 aulas del Liceo “Ramón Velásquez”, que inició actividades con 700 alumnos, el 14 de enero de 1969. Su hijo, quienejercía el cargo de ministro de Comunicaciones estuvo en el acto, eigualmente asistió a la primera promoción de bachilleres egresada el20 de septiembre de ese año. El 28 de octubre de 1972, el presidentede la República, Rafael Caldera, inauguró la moderna edificación del

    instituto, siendo el primero en la ciudad en haber comenzado con

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    todos los años del bachillerato, incluyendo las menciones de ciencias

     y humanidades del diversificado.Uno de sus directores, Honorio Valenzuela, al frente de 50 alum-nos, sembró 300 pinos oocarpa el 25 de mayo de 1977, en una montañaal norte de Cordero, en la zona de El Fical, honrando así la memoriadel eminente educador que nació en un riñón de selvas vírgenes, comoel propio Velásquez Ordóñez llamaría a la zona de Helechales dondevino al mundo. Desde la Carretera Trasandina, podía leerse añosatrás el aviso que decía “Bosque Ramón Velásquez”. Ciertamente, lainconmensurable obra de Ramón J. Velásquez ha permitido la remem-

    branza de su padre, escritor y pensador, autor de los libros El Azúcarde mi Trapiche y El Recuerdo de los Días, publicados por la Bibliotecade Autores y Temas Tachirenses. Gratitud y honra perennes.

    Ramón Velásquez Ordóñez

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    DOÑA REGINA

    María Regina Mujica Acevedo nació en San Cristóbal el 6 deabril de 1874. Hija de José María Mujica y Rufina Acevedo, fue bau-tizada con ese nombre, pero en el Registro Civil fue presentada comoRufina. Discípula de la institutora colombiana, Amalia Serrano deVargas, fue alumna del Colegio del Sagrado Corazón de Jesús de lacapital del Táchira, recibiendo lecciones, entre otros, de Abel Santos

     y Pedro María Morantes. En 1903 se desempeñaba como directorade la Escuela Municipal Nº 3, teniendo como alumnos a los niñosIsaías Medina Angarita, Roberto Villasmil Candiales y Luis Eduardo

    Montilla. Formó parte de ese grupo de abnegadas maestras-directorascomo Flor de María Silva, Emelina Osorio de Mujica y Ana AmeliaMedina, a la vez que formaban las sucesoras que ejercerían el magis-terio a la muerte del general Gómez. En ese ambiente conoce en 1912al maestro Ramón Velásquez Ordóñez.

    En 1918, doña Regina, como siempre fue conocida, ejercía ladirección de la Escuela Federal Graduada “Bustamante” de La Ermita,

     y creó en 1925 la primera Escuela Pública de Comercio para mujeres,

    logrando el apoyo de Francisco Baptista Galindo, secretario de laPresidencia de la República, quien le envió las primeras máquinas deescribir. En 1931, el presidente del Táchira, José Antonio González laconvirtió en Escuela Estadal, nombrando a Tulia Guerrero Gallardocomo directora, siendo éste el inmediato antecedente del Instituto“Alberto Adriani” de San Cristóbal. En 1927, la maestra Velásquezfundó una escuela de comercio privada, y al año siguiente, el primerkindergarten que conoció esta región, introduciendo el métodoFroebel. En su afán de colocar a la mujer en el sitio que le correspondía

    socialmente, Regina de Velásquez bautizó el 13 de junio de 1930 larevista Alba, órgano oficial de la Escuela Bustamante, y en 1931 abrióuna escuela pública de labores para mujeres, conocida como “AntoniaEsteller” desde el 24 de julio de 1932. Todo esto la consagró como lagran formadora de las educadoras tachirenses, cuyos destinos estuvie-ron en San Cristóbal y demás poblados de la zona, labor interrumpidacon su brusca partida a Caracas en 1934, fundando en su residencia eljardín de niños para ingresar gremialmente en la Sociedad de Maestros

    establecida por su amigo, Luis Beltrán Prieto Figueroa.

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    Una larga y penosa enfermedad minó su existencia el 27 de abril

    de 1938, en la capital venezolana, a los 64 años de edad. De inmediatoel Táchira guardó duelo ante tan lamentable noticia. El 16 de febrerode 1941, en la Escuela Federal Ayacucho de Colón, se develó su retratocon la presencia de su hijo, el bachiller Ramón J. Velásquez, presidentedel Salón de Lectura, quien descollaba por su inteligencia y activismocultural. Artículos de prensa escritos por Italo Ayesterán y RafaelPinzón elogiaron la vida de la ilustre educadora, y tiempo después, en1946, la municipalidad de San Cristóbal, constituyó la Escuela quelleva su nombre en la zona de La Guacara, descubriéndose su imagen en

    julio de 1981, reinaugurándose este edificio en mayo de 2000. En juliode 1958, el Instituto Católico Femenino dirigido por Yolanda SuárezTorres, entregó el título a 21 normalistas de la promoción “Regina deVelásquez”, pronunciando el discurso de orden, el Pbro. Lic. EdmundoVivas Arellano, en el acto al que también asistió Ramón J. Velásquez,director del vespertino caraqueño El Mundo, quien instó a las gradua-das a seguir el ejemplo de esta luchadora tachirense. Su figura ha sidoademás reivindicada por el historiador y docente Temístocles Salazar,

    quien fundó con el nombre de la connotada maestra, el Centro deInvestigaciones Histórico-Pedagógicas de la ULA-Táchira, en 1986, y el Museo Pedagógico el 23 de noviembre de 1998, designado luegocon el epónimo de su fundador “Temístocles Salazar”.

    Ramón J. Velásquez devela el retrato de doña Regina

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    La noble y enorme tarea emprendida por Regina de Velásquez a

    favor de los derechos femeninos, en una tierra oprimida y dominadapor el machismo, queda impregnada en sus propias palabras, cuandodijo que: la mujer en todas las edades dio demostración palpable de su ta-lento natural, intelecto firme, sin haber usado en su preparación la ampliaesfera en que se preparaba y educaba al hombre. Que el ambiente en quese educaba a la mujer atrofiaba, que tendía a sacrificarse todo lo que ellavalía intelectualmente, con leyes y costumbres restrictivas, eso ha muchotiempo que se sabe, aunque no se dice públicamente, y en muchos casos seha quedado escondido en la mente de cada ser humano, sin confesarse; el

    hombre, para no demostrar su injusticia, la mujer, para no hacer quedar mal a sus antecesores. 

    Doña Regina de Velásquez

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    UN NIÑO PRECOZ

    Los Velásquez Mujica dejaron Colón en 1919. Establecidos en SanCristóbal, la incesante actividad educacional de ambos y los afanesperiodísticos de don Ramón, hicieron crecer al niño en una casa queera escuela e imprenta, ubicada al frente del Club Táchira, en la calle5 con carrera 7, esquina noreste, donde años después se levantaríala Torre Unión. Allí, el pequeño empezó a leer sin darse cuenta y aadquirir nociones de gramática que lo hicieron, desde 1925, correctorde pruebas y redactor de sociales del Diario Católico, dirigido por suprogenitor. En el kindergarten de doña Regina, Ramón inició su tra-

     yectoria escolar, adentrándose en los libros de la biblioteca familiar, y aprendiendo de las largas tertulias sostenidas por sus mayores conilustres visitantes como el obispo Tomás Antonio Sanmiguel, el sabioAntonio Rómulo Costa, el pianista Caracciolo Lamus, el director de laBanda del Estado, Nicolás Costantino, el contabilista de la casa BreuerMöller, don Aurelio Ferrero Troconis, el historiador colombiano JoséManuel Rojas Rueda, y otros intelectuales que guardaron muy adentrolas heridas de la dictadura local de Eustoquio Gómez.

    Regina de Velásquez y sus alumnas. A su izquierda su hijo, Ramón José

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