Próxima inauguración ¡No falten!

El Disneyland educativo está por abrir sus puertas

Por Mayra Castañeda

Pensando en letra alta me permito compartir las siguientes reflexiones que, podían ser juzgados por algunos, como maquiavélicas. Imaginemos un país donde la riqueza de recursos y la cantidad de pobladores sea tan grande que difícilmente encuentre parangón en el mundo. Un país al que después del saqueo continuo de más de 500 años todavía cuente con suficiente riqueza natural, cultural y humana para explotarlo durante otras 10 generaciones por lo menos. Pensemos que llega un grupo de tecnócratas que, colocados en puestos clave, sin ideología, filosofía, ética y totalmente desposeídos de lo que muchos consideramos resabios de humanidad, piensen en el beneficio de ellos mismos. Este beneficio puede ser ficticio, aclaro, porque podemos ver fehacientemente cómo la devastación nos conduce a todos a la propia extinción, pero en fin, estos seres sólo piensan en cómo lucrar o sacar el mayor provecho ya sea en términos económicos, de poder (léase control sobre la vida de millones) o fama (esa adoración falsa y efímera), esa es su pretensión y harán todo para lograrla. Puede ser que en este camino muchos de ellos se hayan dividido de la orientación primigenia y quizá hayan hecho intentos por mejorar en algo su “producto” (es decir el país) con la única intención de aumentar su precio en el mercado. Pensemos que en esta lógica de mejorar el producto y armar una campaña mercadológica (su verdadera área de expertise) se hayan topado con una gran piedra en el camino: un grupo de seres más o menos pensantes que alcanzan a ver sus intenciones, tal vez sean los únicos; este grupo no sólo alcanza a percibir algunas de sus intenciones, sino que tiene un gran poder. Este poder se ha forjado durante décadas en la capacidad de transmitir conocimientos, de formar conciencias y de movilizar a otro grupo muy grande de pobladores de este país. Pero el grupo de tecnócratas descubre una de sus grandes debilidades: dependen de un sistema que ellos pueden controlar; de ahí cobran sueldos y les permite la subsistencia a sus familias ¿Cómo quitarles ese poder? Encuentran que este sistema en sí mismo posee un gran valor en el mercado y que hay empresarios dispuestos a pagar millonarias cantidades por él. Pero otro de sus grandes obstáculos es que este sistema, por ley no les pertenece, sólo pueden administrarlo ¿qué hacen? Se alían con los empresarios y empiezan a desprestigiar a este grupo de resistencia, esos personajes que pueden mover la conciencia de millones de niños, jóvenes y de sus familias. Empiezan a enfrentarlos con los que deberían ser sus aliados naturales, es decir, los padres de estos niños y jóvenes que se encuentran en este sistema. El sistema en sí mismo empieza a desprestigiarse, inventan métodos, medidas, indicadores y parámetros que les proporcionan evidencias de que todo en el sistema está mal, está podrido, es insalvable y que este grupo de resistencia es el

responsable de todo ello. Mientras tanto los empresarios siguen implementando medidas y van negociando ese precio, a ellos les beneficia que el precio del mercado del “producto” se desplome, no deberán pagar tanto por él cuando se subaste. Manipulan, mienten, atacan por todos lados y buscan más herramientas para el desprestigio de este grupo “¿Y si los evaluamos?” proponen, mientras saben perfectamente que los sistemas de actualización aplicados por el mismo grupo de tecnócratas no ha funcionado; entonces elaboran una forma de evaluarlos “muy avanzado y eficiente” que no funciona, que no puede valorar si uno de estos hombres o mujeres ha transformado la vida de un niño o un joven; si los $20 que puso todos los días para comprar una lata de frijoles y un kilo de tortillas durante un año para que sus estudiantes tuvieran algo en el estómago y pudieran medianamente funcionar y aprehender algo del conocimiento que está obligado a transmitirle les fuera útil; que los 15 minutos que se toma todos los días para platicar con ellos sobre su vida y sus problemas han abierto el horizonte de 200, 500, 3,000 jóvenes que han pasado por su aula. Eso no mide la prueba que se inventan, eso no hay forma de saberlo más que sentándose en el lugar de ese hombre o mujer, pero se trata de encontrar el error, no de encontrar la verdad, porque la verdad no es redituable. Entonces, cuando esos precios del mercado se desplomen y el sistema sea subastado los padres y madres que ahora son manipulados y que se enfrentan ferozmente al grupo en resistencia, rogarán, se desgarrarán las vestiduras, pedirán préstamos o empeñarán su futuro o el de sus hijos para poder pagar por ese sistema que hoy desprecian por “ineficiente” y que, es claro, no será mejor bajo el control de empresarios y tecnócratas cuyo único interés es lucrar, pero eso si, se encargarán de empacarlo en cajitas vistosas, con muchos moños de colores y venderlo como si fuera realmente lo que mejorará la vida de sus hijos y los hará “felices por siempre”.

Pronto nos alcanzará el “Disneyland educativo” esperemos que el parque de diversiones en que se convertirá el sistema educativo, que podría haber sido la diferencia entre ser autónomos y dignos y ser esclavos de otros países, les alcance a todos los que hoy lanzan piedras denostando a quienes dejan la piel en el aula. Pero eso, desde luego, son sólo visiones de una mente surrealista, nada que ver con la realidad, pueden dormir tranquilos.