El Dinero

46
Prólogo El creciente interés que despierta la obra de Charles Péguy y el escaso material que se puede encontrar en castellano nos han alentado a presentar uno de sus ensayos más representativos: «L’Argent», perteneciente a la serie número catorce de los «Cahiers de la Quinzaine». Realizada esta edición con los auspicios de la filial de «L’Amité Charles Péguy» de Buenos Aires, se cumple además una finalidad primordial de dicha asociación, establecida en Francia desde 1941 y, a cuya actividad se deben no pocas publicaciones y estudios relativos a Péguy. Siempre resultaron necesarias las traducciones para poner al alcance de todos, las obras de autores cuya lengua original se ignora. En el caso de Péguy es particularmente útil, pues su estilo crea para el lector dificultades que no son únicamente idiomáticas. Pero abordar la traducción de una obra de Péguy no es tarea fácil. Aparte de la casi imposibilidad de verter el ritmo de esa frase tan peculiar, su manera de insistir en las ideas, sus neologismos, su procedimiento «de volver a crear» los términos como decía él, tornando al primitivo sentido vocablos deslucidos por el uso y en fin, su empleo tan particular de la puntuación, son todos factores que crean en torno a Péguy un verdadero problema estilístico y hacen muy delicada la responsabilidad del traductor. Hemos tratado de salvar esos escollos conservando la mayor fidelidad posible con el texto y a su esclarecimiento contribuirán las notas que hemos añadido. Toda la producción de Péguy revela una poderosa personalidad manifestada por su vocabulario, su sintaxis y sus inagotables repeticiones. Hay que reconocer que la crítica se ha encontrado a menudo perpleja ante una obra a veces desconcertante. De tal modo que se ha comprendido la necesidad de un estudio metódico de la lengua de Péguy. El estilo de Péguy es un estilo oral, de recitador, un estilo de conversación animada. Así se explica que utilice los procedimientos más primitivos del lenguaje. Péguy desecha el término «répétition», prefiriendo un neologismo «resurgement». para calificar esa tendencia, sobre todo en poesía a repetir la misma palabra y la insistencia sobre una misma idea. Para Péguy. una palabra no pocas veces trae como en germen otra, y la palabra ejerce una especie de

description

Charles Peguy, escritos. Sobre el dinero

Transcript of El Dinero

Page 1: El Dinero

Prólogo

El creciente interés que despierta la obra de Charles Péguy y el escaso material que se puede encontrar en castellano nos han alentado a presentar uno de sus ensayos más representativos: «L’Argent», perteneciente a la serie número catorce de los «Cahiers de la Quinzaine». Realizada esta edición con los auspicios de la filial de «L’Amité Charles Péguy» de Buenos Aires, se cumple además una finalidad primordial de dicha asociación, establecida en Francia desde 1941 y, a cuya actividad se deben no pocas publicaciones y estudios relativos a Péguy.

Siempre resultaron necesarias las traducciones para poner al alcance de todos, las obras de autores cuya lengua original se ignora. En el caso de Péguy es particularmente útil, pues su estilo crea para el lector dificultades que no son únicamente idiomáticas. Pero abordar la traducción de una obra de Péguy no es tarea fácil. Aparte de la casi imposibilidad de verter el ritmo de esa frase tan peculiar, su manera de insistir en las ideas, sus neologismos, su procedimiento «de volver a crear» los términos como decía él, tornando al primitivo sentido vocablos deslucidos por el uso y en fin, su empleo tan particular de la puntuación, son todos factores que crean en torno a Péguy un verdadero problema estilístico y hacen muy delicada la responsabilidad del traductor. Hemos tratado de salvar esos escollos conservando la mayor fidelidad posible con el texto y a su esclarecimiento contribuirán las notas que hemos añadido.

Toda la producción de Péguy revela una poderosa personalidad manifestada por su vocabulario, su sintaxis y sus inagotables repeticiones. Hay que reconocer que la crítica se ha encontrado a menudo perpleja ante una obra a veces desconcertante. De tal modo que se ha comprendido la necesidad de un estudio metódico de la lengua de Péguy. El estilo de Péguy es un estilo oral, de recitador, un estilo de conversación animada. Así se explica que utilice los procedimientos más primitivos del lenguaje. Péguy desecha el término «répétition», prefiriendo un neologismo «resurgement». para calificar esa tendencia, sobre todo en poesía a repetir la misma palabra y la insistencia sobre una misma idea. Para Péguy. una palabra no pocas veces trae como en germen otra, y la palabra ejerce una especie de fascinación. Las palabras le entregan sus secretos, y la riqueza del contenido se revela en la vasta continuidad de su frase ondulante.

Se ha dicho, con respecto a la poesía y a su empleo del paralelismo, que Péguy constituye un caso único e inimitable en su estilo. Permanecerá aislado, pero en una altura de clásico y de cúspide.

El estudiante del Barrio Latino que hacia 1910 penetraba en la «boutique» de los «Cahiers de la Quinzaine», estaba lejos de sospechar el asombroso destino del pequeño editor casi desconocido. que tenía ante sí vendiendo su obra. Era el mismo hombre original que publicaba una especie de pequeña revista, unos «Cuadernos» a veces de 60 páginas, otras de 400, que aparecían irregularmente y tendían a desconcertar, cada vez, según decía su propio fundador, por lo menos a un tercio de la clientela. Este era Charles Péguy. A su muerte, algunos escritores exaltaron su memoria, después volvió al silencio.

En 1926, un libro de los amigos de antaño, Jean y Jeróme Tharaud, («Notre cher Péguy»), fue un despertar. Como una marejada que sube, el movimiento se amplifica. Se multiplican los artículos, estudios y ediciones, hacia 1939, al momento de estallar la guerra. Entonces, Péguy ya había conquistado una amplia atención entre los jóvenes. En las tumultuosas horas de la ocupación. las ediciones clandestinas lo consideraban «un resistente que vivía». El resultado de este interés fue por lo menos, que el mercado negro agotara las ediciones de sus obras. Aquellos libros que tanto costara vender en vida de Péguy, se vendían y comentaban por miles. Su «Juana de Arco», al parecer imposible de representar, se representaba; sus sonoros poemas resonaban en recitales y

Page 2: El Dinero

reuniones que no eran sólo el tradicional peregrinaje a Chartres. Algunos fueron tan lejos que fundaron la «Orden de los Compañeros de Péguy», imitando las órdenes de la Edad Media, con sus reglas e insignias. Pero cuantos trataron de monopolizarlo se equivocaron. Péguy desaparecido, sigue siendo como en vida, un hombre que escapa a todas las clasificaciones; que tiene discípulos pero no escuela, refractario a todo conformismo. Sus «seguidores» podrán ser de derecha o izquierda, fieles a su propia vocación, que buscan en su obra la satisfacción de «las necesidades más profundas de las necesidades permanentes», según lo decía él mismo.

El ensayo titulado «L’Argent» apareció en los «Cahiers de la Quinzaine» en la serie 14, el 16 de febrero de 1913. Es una evocación de la infancia de Péguy y de sus estudios. En el curso del mismo, figuran algunos de sus antiguos maestros y compañeros de la enseñanza superior que no merecieron todos igual veneración. El debate en torno al culto del trabajo manual, el dinero y la responsabilidad de quienes forman la juventud, se torna un debate sobre la cultura francesa. Sus apreciaciones sobre el mundo moderno interesan en estas páginas, como en tantas obras de Péguy. Como dice el autor, este «Cuaderno» es como prólogo de otro más extenso. En efecto, el 27 de abril del mismo año, aparecía «L’Argent», continuación, en parte, de los mismos temas, el cual contiene algunas de las páginas más fuertes, salidas de la pluma de este polemista, implacable anti-moderno. Poco tiempo ya lo separaba de la muerte. En julio de 1914, empezó a publicarse la serie 15 de «Cahiers de la Quinzaine»; su creador y director y principal redactor, debía caer gloriosamente en Villeroy, el 5 de septiembre del mismo año. Había nacido el 7 de enero de 1873, en Orléans.

La Historia ha querido que en torno a los despojos de los caídos en Villeroy y sepultados en ese lugar, el fervor se renueve cada año en piadosa ceremonia; y siempre se ha resistido el proyecto de traer los restos de Péguy al Panteón Nacional de París, donde una placa le recuerda.

La edición de sus obras, algunas póstumas, la conservación de sus manuscritos y recuerdos, y más que nada, preservar su mensaje, hacían necesario particularmente en este caso una asociación. Así se constituyó, en 1941 en París. con el nombre de «L’Amitié Charles Péguy» extendiéndose luego a diversos países. El culto, lo,, sufrimientos y exaltaciones a que la amistad dio lugar en la vida de Péguy, justifican especialmente el nombre de Amistad.

Sin permitir que se le tome como modelo, Péguy quiso ser sin embargo un testigo apasionado en las luchas de su tiempo y un llamado a la superación. Su mensaje al mundo de hoy parece estar contenido en estos puntos, según lo han indicado sus mejores críticos.

1°) En un mundo donde se desarrolla peligrosamente el gusto de lo mórbido, juntamente con la obsesión de la novedad, Péguy nos trae el ejemplo de una vida entera construida sobre los elementos más simples.

2°) En un mundo devorado por el interés material, Péguy denuncia la gran herejía moderna; «El dinero ha tomado el lugar de la divinidad y es el solo rey», Péguy le opone la probidad de cada día, el propio destino cumplido con heroica sencillez.

3°) El intelectualismo y el saber enciclopédico son una forma de materialismo moderno; Péguy le opone un saber hecho todo de profundidad y silencio sumergido en las grandes fuentes clásicas.

4°) El mundo moderno ha perdido el sentido de «la obra de bien hecha»; el respeto de la labor cumplida con amor. Péguy le opone la majestad del trabajo y el dinero sagrado, precio del salario hombre y su sustento.

5°) El mundo moderno no sabe callarse, no sabe tampoco escuchar, todo lo ha envilecido, hasta la muerte y el amor; una vida interior hecha de sinceridad y pureza, su heroica muerte, son respuestas suficientes.

Page 3: El Dinero

Uno de sus contemporáneos más ilustres ha dicho: «Muchos grandes hombres llenan las paredes del panteón de las letras francesas y mundiales, pero pocos pueden merecer este elogio: mucho más que un escritor ser un maestro de vida». Y Romain Rollan evocando al amigo tempranamente caído llegó a afirmar: «No puedo leer nada después de Péguy. Todo el resto es literatura. Los más grandes de hoy me suenan a vacío después de él. Él permanece la fuerza más veraz y genial de la literatura europea».

I. R.

Buenos Aires, 15 de octubre de 1958.

Page 4: El Dinero

EL DINERO

El autor de este cuaderno —del cuaderno que sigue, del cuaderno del cual éste no es más que el prólogo— es el hombre a quién yo debo más.

Yo era un chico de ocho años, perdido en una excelente escuela primaria, cuando M. Naudy fue nombrado director de la Escuela Normal de Loiret. Nada más misterioso que esas sordas preparaciones que esperan al hombre en el umbral de toda la vida. Todo se juega antes que tengamos 12 años; veinte años, treinta años de trabajo encarnizado, toda una vida de labor no hará, no deshará lo que ha sido hecho, lo que ha sido deshecho una vez por todas, antes de nosotros, sin nosotros, para nosotros, contra nosotros.

En toda vida hay algunos entrecruzamientos, toda vida está gobernada por un pequeño número de ciertos entrecruzamientos; nada sucede sin ellos; nada acontece sino por ellos; y el primero de todos dirige todos los otros y directamente y por ellos todo el resto.

Era el tiempo de las locuras escolares. Los reaccionarios llamaban locuras escolares1 en aquel tiempo a unas construcciones muy honestas, de ladrillos o piedra, donde se enseñaba a leer a los niños. Esas locuras escolares eran cometidas por el Estado, por los departamentos, por las comunas; y a veces por algún generoso donante. Eran generalmente casas muy limpias, y que en todo caso valían mucho más para los chicos que el barro del arroyo. Y que el arroyo de la calle. Es preciso reconocer que en ese tiempo, ellas (esas locuras escolares) tenían en efecto un aspecto un poco insolente. No tanto por que fuesen suntuosas. Eso se ponía en los diarios, que eran suntuosas. Eran sencillamente limpias, y decentes. Pero porque eran un poco demasiado llamativas. Habían brotado un poco en todos lados a la vez. Y tal vez un poco demasiado rápido. Se las había puesto demasiadas al mismo tiempo. Y las que se veían se las veían demasiado.

Eran demasiado blancas, demasiado rojas, demasiado nuevas. Cuarenta años han pasado sobre esos rincones de la tierra. Un sencillo viaje a Orléans os convencería, sin esfuerzo, que hoy esos edificios escolares son como nosotros; no son demasiado llamativos.

Por qué coincidencia fue necesario que en el viejo suburbio a trescientos o cuatrocientos metros de la casa de mi madre, quizás menos, pues yo tenía las piernas cortas, que se acabase recién ese palacio escolar: la Escuela Normal de Maestros de Loiret. A los siete años se me puso en la Escuela. Estaba lejos de salir de allí. Pero, en fin, no era culpa mía. Y las consecuencias tampoco fueron sin duda por mi culpa. Se me

1 LOCURAS ESCOLARES: Péguy dice en el texto «folies scolaires». El término «folie» (que puede traducirse también por disparate) designa precisamente una casa de recreo que ha ocasionado gastos excesivos. Esta expresión del lenguaje antiguo, pero empleado con rara propiedad, es un ejemplo del interés que ofrece Péguy desde el punto de vista literario. En todas sus obras se encuentran términos tomados en su primitivo sentido, hoy olvidado; otras veces el término es tomado en su puro sentido etimológico, como cuando dice que: «M. Naudy había obrado (operé) treinta años en la enseñanza». Utiliza también el lenguaje popular; hace frecuentes juegos de palabras; emplea los plurales inusitados («les néants de l’histoire»); utiliza reiteradamente las conjunciones; repite los paréntesis y omite los signos en las frases interrogativas. Desde el punto de vista estilístico la puntuación tiene gran importancia para Péguy. Recurre con frecuencia al subrayado de las frases. Su estilo se ha calificado de conversación animada, y se ha observado que su prosa gana mucho en comprensión y belleza cuando es leída en voz alta. Nos complacemos en destacar que un grupo de estudiosos argentinos realiza en Buenos Aires un seminario sobre el estilo de Péguy, habiendo reunido interesantes observaciones.

Rogamos al lector tener presente las indicaciones que hemos formulado para mejor comprender los textos de Péguy. Y valorar la dificultad de su traducción. Con frecuencia se tropieza en este trabajo, además con términos creados por Péguy y que se deben considerar con atención, según la advertencia de J. Roussel: «El vocabulario de Péguy exige gran atención de parte del lector. No es el de alguien que no tiene nada que decir. Si hubiese manejado ideas abstractas, hubiese estado más cerca del público, quizá, que esforzándose en hacer sentir realidades olvidadas, con un lenguaje apropiado».

Page 5: El Dinero

puso en la Escuela Normal. No debía ser la última vez. Esto significaba que se me hizo entrar en esa linda escuelita anexa que se levantaba en un rincón del primer patio de la Escuela Normal, a la derecha entrando como una especie de nido rectangular administrativo, solemne y suave.

Esta pequeña escuela anexa tenía naturalmente un director propio, que era preciso no confundir con el director de la Escuela Normal en sí misma. Mi director fue M. Fautras. Lo veo aún desde aquí. Eran un gran jefe. Había sido prisionero en Alemania durante la guerra. Volvía de lejos. Eso le confería un lustre severo, una grandeza de la cual nosotros no tenemos ninguna idea.

En esta misma escuela yo debía encontrar algunos años más tarde el verdadero maestro de todos mis comienzos, el más suave, el más paciente, el más noble, el más cortés, el más amado, M. Tonnelat. Si vivimos lo suficiente como para alcanzar la edad de las confesiones, si tantas empresas comenzadas por tantas manos nos dejan espacio para poner por escrito el mundo que hemos conocido, trataré de representar un poco lo que era hacia 1880 ese admirable mundo de la enseñanza primaria. Más generalmente trataré de representar lo que era entonces todo ese admirable mundo obrero y campesino, digámoslo en una palabra, todo ese admirable pueblo.

Era rigurosamente la antigua Francia y el pueblo de la antigua Francia. Era un mundo al que aplicándole este hermoso nombre, esta hermosa palabra pueblo recibía su plena, su antigua aplicación. Cuando hoy se dice pueblo se hace literatura y aún, una de las más bajas, literatura electoral, política, parlamentaria. Ya no hay pueblo. Todos son burgueses. Puesto que todos leen su diario. Lo poco que quedaba de la antigua o más bien de las antiguas aristocracias se ha tornado baja burguesía. La antigua aristocracia se ha hecho como las otras una burguesía de dinero.

La antigua burguesía se ha hecho una baja burguesía, y una burguesía sin dinero. En cuanto a los obreros no tienen sino una idea, hacerse burgueses. Eso es lo que llaman hacerse socialistas. Sólo los campesinos han permanecido profundamente campesinos.

Nosotros habíamos crecido en un mundo diferente. Se puede decir en el sentido más riguroso de los términos que un chico criado en una ciudad como Orléans entre 1873 y 1880 ha tocado literalmente la antigua Francia, el antiguo pueblo, el pueblo en una palabra, que ha participado literalmente de la antigua Francia, del pueblo. Aún se puede decir que ha participado en ello enteramente pues la antigua Francia estaba aún íntegra e intacta. El descalabro se ha producido, permítaseme decirlo, de un solo arranque y en menos de algunos años.

Trataremos de decirlo: Hemos conocido, hemos tocado la antigua Francia y la hemos encontrado intacta. Hemos sido hijos de ella. Hemos sido del pueblo, cuando lo había. El último obrero de aquellos tiempos era un hombre de la antigua Francia y hoy el más insoportable de los discípulos de M. Mauras no tiene ni un átomo de un hombre de la antigua Francia.

Trataremos si podemos de representarlo. Una mujer muy inteligente, y que se encamina gozosamente hacia sus setenta y algo más decía: El mundo ha cambiado menos durante mis primeros sesenta años que en los últimos diez. Es preciso ir más lejos. Es preciso decir con ella, es preciso sobrepasarla: el mundo ha cambiado menos desde Jesucristo hasta ahora que desde hace treinta años. Ha habido la edad antigua (y bíblica). Ha habido la edad cristiana. Hay la edad moderna. Una granja en Beauce estaba aún, después de la guerra infinitamente más cerca de una granja galo-romana o más bien era una granja galo-romana, por las costumbres, por el estatuto, por la seriedad, por la gravedad, por la estructura misma y la institución, por la dignidad (y aún en el fondo una granja de Jenofonte) que lo que hoy ella se parece a sí misma. Trataremos de decirlo, nosotros hemos conocido un tiempo en el que cuando una buena mujer decía una palabra era su raza misma, su ser, su pueblo quién hablaba. Quién aparecía. Cuando un obrero encendía su cigarrillo lo que iba a deciros no era lo que el

Page 6: El Dinero

periodista ha dicho en el diario de esa mañana. Los librepensadores de ese tiempo eran más cristianos que los devotos de hoy. Una parroquia cualquiera de ese tiempo estaba infinitamente más cerca de una parroquia del siglo XV, o del siglo IV, digamos del V o del VIII, que una parroquia actual. Por eso uno se expone a ser extremadamente injusto con Michelet y todos los de su raza y lo que aún es quizás más grave, extremadamente incomprensivo2 con Michelet y los de su raza. A ser ininteligente. Cuando hoy se dice el pueblo, en efecto se hace una figura y aún una figura bastante pobre y hasta una figura totalmente vana, quiero decir una figura donde no se puede poner absolutamente nada dentro. Y además una figura política y una figura parlamentaria. Pero cuando Michelet y los de su raza hablaban del pueblo, ellos estaban en la realidad misma, y hablaban de un ser que habían conocido. Ahora bien, ese ser, ese pueblo es el que nosotros también hemos conocido, es aquel donde hemos sido criados. Es aquel que hemos conocido, aún en pleno funcionamiento, en toda su vida, en toda su raza, en todo su hermoso libre juego. Y nada lo hacía prever; y parecía que eso no debía acabar jamás. Diez años después no quedaba nada. El pueblo se había encarnizado en matar al pueblo, casi instantáneamente en suprimir el ser mismo del pueblo, un poco como la familia de Orléans un poco menos instantáneamente quizás se ha encarnizado en matar al rey. Por otra parte todo lo que padecemos es en el fondo un orleanismo3, orleanismo de la religión, orleanismo de la República. He aquí lo que había que señalar en Confesiones. Tratar de hacerlo ver. Y tratar de hacerlo oír. Tanto más exactamente, tanto más preciosamente y si podemos tanto más únicamente puesto que uno no volverá más a verlo. Hay inocencias que no se recobran. Hay ignorancias que caen absolutamente. Hay cosas irreversibles en la vida de los pueblos como en la vida de los hombres. Roma no volvió jamás a las cabañas de paja. No sólo en el conjunto, todo es irreversible. Pero hay edades irreversibles en sí mismas.

Aunque no se crea hemos sido nutridos en un pueblo alegre. En ese tiempo una obra era un lugar de la tierra donde los hombres eran felices. Hoy una obra es un lugar de la tierra donde los hombres recriminan, se detestan, se golpean, se matan. En mi tiempo todo el mundo cantaba (excepto yo, pero yo era indigno ya de ser de ese tiempo). En la mayor parte de las corporaciones de oficios se cantaba. Hoy se protesta. En ese tiempo se ganaba por así decir, nada. Los salarios eran tan bajos como uno no puede darse idea. Y sin embargo todos comían. En las casas más humildes había una especie de bienestar cuyo recuerdo se ha perdido. En el fondo no se contaba. Y no se tenía nada que contar. Y uno podía criar a los hijos. Y se los criaba. No existía esta especie de espantosa estrangulación económica que hoy cada año nos ajusta con una vuelta más; no se ganaba nada, no se gastaba nada; y todos vivían.

No existía este estrangulamiento económico de hoy, esta estrangulación científica, fría, rectangular, regular, limpia, nítida, sin desperdicio, implacable, juiciosa, común, constante y cómoda, como una virtud en la cual no hay nada que objetar y en la que el estrangulado es quien evidentemente no tiene razón. No se sabrá jamás hasta dónde llegaba la decencia y la justeza de alma de ese pueblo; tal finura, tal cultura profunda no se volverán a encontrar más. Ni aquella finura y precaución en el hablar. Esas gentes se habrían sonrojado de nuestro mejor tono de hoy que es tono burgués. Y hoy en día todos son burgueses.

Se nos creerá. Y volvemos aún a lo mismo, hemos conocido obreros que tenían ganas de trabajar. No se pensaba sino en trabajar. Hemos conocido obreros que a la

2 MICHELET: La obra de Michelet «Historia de Francia», constituye una resurrección de la vida nacional francesa. Al contacto con este historiador, Péguy penetró en la Edad Media y en un pueblo tradicionalista y revolucionario al mismo tiempo.

3 ORLEANISMO (ORLEÁNS): Hubo cuatro familias de príncipes franceses que llevaron ese nombre. La cuarta empezó con Felipe hermano de Luis XIV. Felipe II de Orleáns, regente durante la menor edad de Luis XV, fue célebre por su mala conducta. Felipe José de Orleáns, conocido con el nombre de Felipe Igualdad, fue revolucionario y votó la muerte de su primo Luis XVI. Murió él también en el cadalso.

Page 7: El Dinero

mañana no pensaban más que en trabajar. Se levantaban de mañana y a qué hora, y cantaban ante la idea de partir para el trabajo. A las once cantaban yendo a comer. En suma siempre, Hugo; siempre hay que volver a Hugo4.

Iban, cantaban. Trabajar era toda su alegría y la raíz profunda de su ser. Y la razón de su ser. Había un increíble honor del trabajo, el más bello de todos los honores, el más cristiano, el único quizás que permanezca de pie. Por eso por ejemplo digo, que un librepensador de ese tiempo, era más cristiano que un devoto de nuestros días. Porque un devoto de nuestros días es forzosamente un burgués. Y hoy todos son burgueses.

Hemos conocido un honor del trabajo exactamente igual al que en la Edad Media regía la mano y el corazón. Era el mismo conservado intacto en profundidad. Hemos conocido ese cuidado extremado hasta la perfección, el mismo en el conjunto, el mismo. en el detalle más ínfimo. Hemos conocido esa piedad de la obra bien acabada, extremada, sostenida, hasta las exigencias más extremas. Durante toda mi infancia he visto arreglar sillas de paja exactamente con el mismo espíritu y el mismo corazón y la misma mano con que ese pueblo había tallado sus catedrales.

¿Qué queda hoy de todo aquello? ¿Cómo han convertido al pueblo más laborioso de la tierra y el único pueblo quizá que amaba el trabajo por el trabajo mismo, y por el honor y para trabajar, en este pueblo de saboteadores, cómo se ha podido hacer este pueblo que en una obra pone todo su empeño en trabajar a desgano? Esta será en la historia una de las más grandes victorias y sin duda la única de la demagogia burguesa intelectual. Pero es preciso reconocer que cuenta. Esta victoria. Ha habido la revolución cristiana y ha habido la revolución moderna. Éstas son las dos que hay que contar. Un artesano de mi tiempo era un artesano de cualquier tiempo cristiano. Y sin duda quizá de cualquier tiempo antiguo. Un artesano de hoy ya no es un artesano.

En este hermoso honor del oficio convergían todos los más bellos, los más nobles sentimientos. Una dignidad. Un orgullo. No pedir jamás nada a nadie, decían. Éstas son las ideas en las que hemos sido criados. Porque pedir trabajo, no era pedir. Era lo más normal del mundo lo más natural reclamarlo y esto no era reclamar. Era ocupar su lugar en un taller. Era, en una ciudad laboriosa ponerse tranquilamente, en el lugar de trabajo que le esperaba. Un obrero de aquel tiempo no sabía lo que era mendigar. Es la burguesía quien mendiga. Es la burguesía quien al hacerlos burgueses les ha enseñado a mendigar. Hoy en esta misma insolencia, en esta brutalidad, en esta especie de incoherencia que ellos traen en sus reivindicaciones, es muy fácil percibir esta vergüenza, sorda, de estar forzados a pedir, de haber sido llevados, por el desarrollo de la historia económica, a mendigar. Ah sí; piden algo a alguien, ahora. Piden aun a todos. Exigir es también pedir. Es también servir.

Aquellos obreros no servían. Trabajaban. Tenían un honor, absoluto, como es propio de un honor. Era preciso que un palo de silla estuviese bien hecho. Eso se sobreentendía. Era un primado. No era preciso que estuviese bien hecho por el salario o mediante el salario. No era preciso, que estuviese, bien hecho para el patrón ni para los entendidos, ni para los clientes del patrón. Era preciso que estuviese bien hecho por sí mismo, en sí mismo, por el mismo, en su ser mismo. Una tradición que venía que subía de lo más profundo de la raza, una historia, un absoluto, un honor exigía que ese palo de silla estuviese bien hecho. Toda parte, en la silla aunque no se viese, estaba tan exactamente, tan perfectamente hecha como lo que se veía. Es el mismo principio que el

4 Hugo: Se refiere al poeta Víctor Hugo. Parece sorprendente a simple vista la consideración de Péguy por Víctor Hugo, teniendo en cuenta que se pronuncia con frecuencia en contra del romanticismo, al que reprocha su «insinceridad». Pero Víctor Hugo es para Péguy un bardo alimentado en la savia heroica y popular «anterior al mundo moderno». En cierto sentido participa de las cualidades auténticas del «mundo antiguo y del mundo clásico». Corneille, modelo entusiastamente admirado por Péguy, representa la grandeza del mundo antiguo en su pasaje al mundo cristiano. En esa forma se observa que, formado por un clásico y un romántico, Péguy no es sólo un escritor francés, es el heredero de una raza.

Page 8: El Dinero

de las catedrales. Y soy yo que me remonto tan lejos, yo degenerado. Para ellos, en ellos no había la sombra de una reflexión. El trabajo estaba allí. Se trabajaba bien.

No se trataba de ser visto o no. Era el ser mismo del trabajo que debía estar bien hecho.

Y un sentimiento increíblemente profundo de lo que hoy llamamos honor del deporte, pero que en ese tiempo se extendía por todas partes. No sólo la idea de hacer rendir lo mejor, sino la idea, en lo mejor, en el bien de hacer rendir lo más. No solamente a quién haría lo mejor, sino a quien haría lo más, era un bello deporte continuo, de todas las horas, del cual hasta la vida misma estaba penetrada. Tejida. Una repugnancia sin fondo por la obra mal hecha. Un desprecio más que de gran señor por quien hubiese trabajado mal. Pero eso ni se les ocurría.

Todos los honores convergían en ese honor. Una decencia una finura de lenguaje. Un respeto del hogar. Un sentido del respeto, de todos los respetos del ser mismo del respeto. Una ceremonia, por así decir, constante. Por otra parte el hogar se confundía. lo más a menudo con el taller y el honor del hogar y el honor del taller eran el mismo honor. Era el honor del mismo lugar. Era el honor del mismo fuego. ¿Qué se ha hecho todo eso? Todo era un ritmo y un rito v una ceremonia desde el despertar. Todo era un acontecimiento; sagrado. Todo era una tradición, una enseñanza, todo era un legado, todo un hábito, el más santo. Todo era una elevación, interior y una plegaria, todo el día, el sueño y la vigilia, el trabajo y el escaso reposo, el lecho y la mesa, la sopa y la carne, la casa y el jardín, la puerta y la calle, el patio y el umbral de la puerta y los platos sobre la mesa.

Decían chanceando, y para fastidiar a los curas, que trabajar es orar, y ellos no sabían qué verdad decían.

Tanto su trabajo era oración. Y el taller un oratorio. Todo era el prolongado evento de un hermoso rito. Esos obreros se hubiesen sorprendido mucho, y cuán grande hubiera sido, no solo su desagrado, sino su incredulidad, cuánto hubieran pensado que se burlaban de ellos si alguien les hubiera dicho que algunos años más tarde, en sus obras los obreros —sus compañeros— se propondrían oficialmente hacer lo menos posible; y que ellos consideraban esto una gran victoria. Una idea tal para ellos suponiendo que hubiesen podido concebirla, hubiera sido un atentado directa contra ellos mismos contra su ser, hubiera sido dudar de su capacidad, puesto que hubiera sido suponer que ellos no rendirían tanto cuanto podían. Es como suponer que un soldado no fuese victorioso.

Ellos también vivían en una perpetua victoria, pero qué victoria. Cuán igual y cuán distinta. Una victoria de todas las horas del día en todos los días de la vida. Honor igual a cualquier honor militar. Los mismos sentimientos de la guardia imperial.

Y por consecuencia o en conjunto todos los hermosos sentimientos adjuntos o conexos, todos los bellos sentimientos derivados y filiales. Un respeto por los ancianos, por los padres, por la parentela. Un admirable respeto de los hijos. Naturalmente un respeto por la mujer. (Y es muy necesario decirlo, puesto que hoy falta tanto, un respeto de la mujer por la mujer misma). Un respeto por la familia, un respeto por el hogar. Y sobre todo un guste. propio y un respeto del respeto mismo. Un respeto de la herramienta, y de la mano, ese instrumento supremo. Pierdo mi mano trabajando, decían los viejos. Y era el fin de los fines. La idea de que se hubieran podido arruinar esos instrumentos exprofeso, no les hubiera parecido el último de los sacrilegios. No les hubiera parecido la peor de las locuras. No les hubiera parecido monstruoso. Les hubiera parecido la suposición más extravagante. Hubiera sido como hablarles de cortarse la mano. La herramienta no era más que una mano más larga, o más dura, (uñas de acero) o más particularmente dispuesta. Una mano que se había hecho expresamente para esto o aquello.

Para ellos, un obrero que dañase una herramienta, hubiese sido, en ese combate, como el conscripto que se corta el pulgar.

Page 9: El Dinero

Se ganaba poco, se vivía con nada y uno era feliz. No se trata en eso de entregarse a aritmética de sociólogos. Es un hecho, uno de los raros hechos que nosotros conozcamos, que hayamos podido abarcar uno de los pocos hechos, de que podamos dar testimonio, uno de los pocos hechos que sea incontestable.

Notad que hoy en el fondo, no les divierte eso de no hacer nada en las obras. Les gustaría más trabajar. No en vano pertenecen a esa raza laboriosa. Ellos oyen el llamado de la raza. La mano que hormiguea, que se impacienta por trabajar. El brazo que se hastía, de no hacer nada. La sangre que corre en las venas. La cabeza que trabaja y que por una especie de codicia anticipada por una especie de premonición por una verdadera anticipación, se apodera por adelantado de la obra hecha. Como sus padres, oyen ese sordo llamado del trabajo que quiere ser hecho. Y en el fondo sienten disgusto de sí mismos, de dañar las herramientas. Pero he aquí que unos señores muy bien, sabios, burgueses, les han explicado que eso era el socialismo y la revolución.

Porque nunca se lo repetirá demasiado. Todo el mal ha venido de la burguesía. Toda la aberración, todo el crimen. La burguesía capitalista es la que ha infectado al pueblo. Y lo ha precisamente infectado de espíritu burgués y capitalista.

Digo expresamente la burguesía capitalista y la alta burguesía. La burguesía laboriosa al contrario, la pequeña burguesía ha llegado a ser la clase más desdichada de todas las clases sociales, la única que trabaja hoy realmente, la única por consecuencia que haya conservado intactas las virtudes obreras, y por recompensa la única en fin que vive realmente en la miseria. Ella sola ha parado el golpe, uno se pregunta por qué milagro, ella sola continúa parándolo y si hay algún restablecimiento, será ella quien habrá conservado el estatuto. Así pues, los obreros no han conservado las virtudes obreras; la pequeña burguesía es quien las ha conservado.

La burguesía capitalista, por el contrario, ha contaminado todo. Se ha infectado a sí misma y ha infectado al pueblo de la misma infección. Ha infectado doblemente al pueblo; en sí misma permaneciendo ella misma por porciones tránsfugas de sí misma que ha inoculado en el pueblo. Ha infectado al pueblo como antagonista y como maestra de enseñanza.

Ha infectado al pueblo ella misma, por sí misma permaneciendo igual a sí misma. Si la burguesía hubiese permanecido no tanto lo que ella era sino lo que podía ser, el árbitro económico del valor que se vende, la clase obrera no hubiese pedido más que permanecer lo que ella siempre fue, la fuente económica del valor que se vende.

Nunca se repetirá demasiado; la burguesía es quien comenzó a sabotear y todo sabotaje tuvo nacimiento en la burguesía. Porque la burguesía se puso a tratar como un valor de bolsa el trabajo del hombre, el trabajador se puso, él también, a tratar como un valor de bolsa su propio trabajo. Como la burguesía se puso a hacer perpetuamente golpes de bolsa sobre el trabajo del hombre, el trabajador también, por imitación, por coalición y encuentro, y hasta se podría decir, por entendimiento se puso a dar continuos golpes de bolsa sobre su propio trabajo. A causa de que la burguesía se puso a ejercer un chantaje perpetuo sobre el trabajo del hombre nosotros vivimos bajo un régimen de golpes de bolsa de perpetuo chantaje, particularmente las huelgas. Así ha desaparecido esa noción del justo precio de la que nuestros intelectuales burgueses se llenan la boca pero que no por eso fue menos el fundamento durable de todo un mundo.

Porque aquí está la segunda y la no menos temible infección; al mismo tiempo que la burguesía introducía y practicaba el sabotaje en gran escala por cuenta propia, al mismo tiempo, introducía en el mundo obrero los teorizadores patentados del sabotaje. Mientras que de frente ella daba el ejemplo y el modelo, al mismo tiempo por dentro lo enseñaba. El partido político socialista está enteramente compuesto por burgueses intelectuales, son ellos los que han inventado el sabotaje y la doble deserción del trabajo, la deserción de la herramienta. Para no hablar aquí de la deserción militar, que es un caso particular de la gran deserción como la gloria militar era un caso particular de

Page 10: El Dinero

la gloria total. Son ellos que han hecho creer al pueblo que eso era el socialismo y que la revolución era eso. Los partidos sindicalistas-socialistas, han podido creer más o menos sinceramente que ellos operaban o que ellos constituían por sí mismos una reacción contra los partidos políticos, contra el partido unificado; por un fenómeno histórico muy frecuente, por una aplicación nueva y una nueva verificación de una ley muy vieja, de los antagonismos, esa reacción a una política es ella misma política, ese partido constituido es él mismo un nuevo partido político, otro partido político, un antagonista partido político. Los mismos partidos sindicalistas están también ellos bien infestados e infectados de elementos políticos, los mismos, de otros intelectuales, los mismos, de otros burgueses, los mismos. Han podido creer más o menos sinceramente que se habían desprendido del antiguo espíritu político socialista que era eminentemente un espíritu burgués, de ninguna manera un espíritu pueblo. A primera vista puede parecer que hay muchos más verdaderos obreros en el personal socialista-sindicalista que en el personal político socialista, el cual está por así decir exactamente compuesto de burgueses. Y es exacto si se quiere, si se procede, si se quiere ver, si se quiere contar por los métodos superficiales de un censo sociológico. No es verdadero sino en apariencia. En realidad están infiltrados e infectados de elementos intelectuales puros, puramente burgueses. Y sobre todo el gran número de obreros que uno ve allí no son realmente obreros, no proceden real, directamente del pueblo, puramente del antiguo pueblo. Son en realidad obreros de la segunda zona, de la segunda formación, obreros aburguesados (los peores burgueses), obreros, si se permite decirlo, endomingados en la burguesía, intelectuales enchalecados, los peores intelectuales, obreros aprovechados más tontos aún, si es posible, que los burgueses modelos suyos y que los intelectuales sus maestros, unos desdichados no solamente podridos de orgullo sino trabados en un torpe orgullo, embadurnados en metafísicas de las cuales no comprenden absolutamente nada, obreros cercenados de su pueblo, destroncados de su raza, y para decir todo en una palabra unos desdichados que se hacen los pícaros.

Nunca se repetirá bastante. Toda esa gente es jauresista5. Es decir en el fondo toda esa gente es radical. Es decir burguesa. Por todas partes es la misma demagogia, la misma vaciedad, ésta supone aquélla, aquélla supone ésta. Esa pobreza de pensamiento única quizá en la historia del mundo, esa falta de corazón que en política caracteriza al partido radical ha ganado en un jauresismo común todo el partido socialista político y por etapas al partido sindicalista. Toda esa gente es en el fondo radical. La misma indigencia, la misma lamentable pobreza de pensamiento. La misma falta de corazón. La misma falta de raza. La misma falta de pueblo. La misma falta de trabajo. La misma falta de herramienta. Por todas partes las mismas trabas torpes. Por todas partes las mismas elocuencias. Por todas partes el mismo parlamentarismo, las mismas supersticiones, los mismos trucos parlamentarios, los mismos balanceos. Por todas partes ese mismo orgullo hueco, esos brazos tiesos, esos dedos de oradores, esas mano que no saben manejar la herramienta. Por todas partes esas dificultades metafísicas. Y esas cabezas como nueces. Ellos han podido proporcionar otra materia, otro punto de aplicación a su radicalismo, o fingir que lo hacían. Pero la modalidad y el ser de su radicalismo son los mismos. La misma infecundidad profunda y la misma necesidad de

5 Jaurès: (Jauresista). En 1898 Péguy profesaba una gran admiración por Jaurès. Pero en 1900 se consideraba que éste había traicionado al dryefusismo aceptando la amnistía, cuyo resultado parecía impedir la rehabilitación de Dreyfus. Péguy se indignaba contra la utilización política de «l’affaire Dreyfus»; actitud que él veía personificada en la conducta de Jaurès. Péguy había desposado las dos pasiones de su tiempo: Socialismo y dreyfusismo, y en torno a ellas polemiza a menudo en los «Cahiers». Su pasión lo lleva a comparar la actitud del hombre con la de un muñeco («Poussah»). En castellano este nombre equivale a un juguete llamado dominguillo y que consiste en un busto de cartón representando un figurón balanceado por un peso que, movido, busca el centro de gravedad o de reposo. En sentido figurado el término se aplica a un hombre gordinflón y feo. Parece evidente que la ironía de Péguy alude al sentido de equilibrio de este muñeco semejante a las oscilaciones en la conducta política.

Page 11: El Dinero

esterilidad. Y esa misma exigencia profunda de no estar tranquilos por los otros, por ellos mismos mientras no experimenten ese buen sentimiento de infecundidad. Ese desarraigo perpetuo, esa ansiedad, esa mortal inquietud, esa alerta perpetua, ese constante horror, de que no haya, de que no venga de alguna parte fecundidad que no se haga, que no venga, que no se funde, que no nazca alguna vida, alguna raza, alguna obra.

No quiero volver aquí sobre ese nombre de Jaurès. El hombre que representa en Francia la política imperial alemana ha caído por debajo del desprecio más bajo que se le puede dirigir. Ese representante en Francia de la política imperialista alemana, capitalista alemana, y particularmente colonial alemana ha caído en un desprecio universal. Ese traidor por esencia ha podido traicionar una primera vez al socialismo en provecho de los partidos burgueses. Ha podido traicionar una segunda vez al dreyfusismo6 en provecho de la razón de Estado. Y en provecho de otras cosas. Ha podido traicionar esas dos místicas en provecho de esas dos políticas. Ha tratado de traicionar por una tercera vez. Ha tratado de traicionar a Francia en provecho mismo de la política alemana. Y de la política alemana más burguesa. Aquí ha encontrado una resistencia que debe advertirle de lo que le espera en el vergonzoso coronamiento de esa carrera y que tantas ruindades no encontrarán quizá siempre un éxito igual. Lo que había hecho del socialismo, lo que había hecho del dreyfusismo él quería hacer también de Francia. Un miserable jirón. Pero ha encontrado que Francia estaba mejor guardada.

Pido excusas al lector por pronunciar aquí el nombre de M. Jaurès. Es un nombre que se ha hecho de tan baja basura que cuando uno lo escribe para enviarlo a los impresores o a la impresión se tiene miedo de caer bajo quién sabe qué leyes penales. El hombre que ha infectado de radicalismo el socialismo y el dreyfusismo. Esta especie de Mac-Mahon7 de la elocuencia parlamentaria. El hombre que siempre ha capitulado ante todas las demagogias. Y no solamente ha capitulado sino que siempre ha engalanado todas las capitulaciones con festones de sus bravatas. Y no solamente ha capitulado, siempre por él mismo, por sí mismo, sino que siempre ha tenido la manía, enfermiza, la monomanía de capitular no sólo por todas las causas que él representaba más o menos útilmente, sino por un montón de causas que nadie jamás había pensado confiarle y de las cuales tenía la manía de cargarse él mismo. Posee de tal modo el vicio, el gusto abyecto de la capitulación que no solamente capitula en él, y en sus propias causas sino que se apodera por todas partes de cualquier causa únicamente para hacerlas capitular. Este tambor mayor de la capitulación. Ese hombre no ha sido siempre sino radical y hasta un radical oportunista, un radical de centro izquierda y que ha infectado al radicalismo precisamente de todo aquello que era contrario al radicalismo, de todo aquello que podía esperar escapar un poco al radicalismo.

Lo que quiero decir hoy de M. Jaurès es esto solamente. ¿Qué puede haber de común entre este hombre y el pueblo, entre este grueso burgués advenedizo, panzón, con brazos de «poussah» y un hombre que trabaja? ¿Qué tiene él de pueblo ¿Sabe él un poco qué es ser pueblo? ¿Qué tiene de común con un obrero? ¿No es acaso la miseria mayor de este tiempo que un hombre tal, hable para el pueblo, en el pueblo, del pueblo?

Todo lo que yo quería decir, hoy, es que el gran desprecio que universalmente se tiene por Jaurès impide ver lo que todo el mundo (digo en los partidos políticos) hace del jauresismo y lo mismo del radicalismo. El gobierno hace mucho menos, aún cuando es radical, aún cuando es el mismo personal, porque el radicalismo es bueno para explotar un país, pero todos y aún los radicales, lo encuentran imposible para gobernar.

6 Ibídem.7 MAC-MAHON: El mariscal realista Mac-Mahon ocupó la presidencia de Francia en 1873. Su

actuación se coloca en una de las épocas más agitadas de la historia, La Comuna, (guerra civil de clases entre la burguesía y los obreros).

Page 12: El Dinero

Con esta reserva todos hacen jauresismo y en su seno todos hacen radicalismo. Quiero decir, todos los partidos políticos. Y aún aquéllos que se jactan a lo más de no hacerlo y de hacer lo contrario. Los unificados lo hacen, también los sindicalistas y tanto y lo mismo. En Francia, todo el mundo es radical (no digo en el gobierno, quiero decir en la política). Los pocos que no son radicales son clericales y es lo mismo.

¡Qué gran miseria ver tantos obreros escuchar un Jaurès! Quien trabaja escuchar al que no hace nada. Quien tiene una herramienta en la mano escuchar a aquél que no tiene en la mano sino un bosque de pelos. Aquel que sabe, en fin, escuchar al que no sabe, y creer que es el otro el que sabe.

Ahora que no me hagan decir lo que no digo: Yo digo esto: Nosotros hemos conocido un pueblo que no se volverá a ver. No digo: Uno no verá jamás pueblo. Yo no digo la raza está perdida. No digo eso. El pueblo está perdido. Yo digo: Nosotros hemos conocido un pueblo que no se volverá a ver jamás.

Se verán otros. Desde hace algunos años se multiplican síntomas que dejan entrever un porvenir mejor. Hoy es mejor que ayer, mañana será mejor que hoy. El buen sentido de este pueblo quizá no se ha secado para siempre. Las virtudes singulares de la raza se volverán a encontrar, se volverán a encontrar sin duda. Es necesario saber solamente que pasamos. pongamos que acabamos de pasar por la crisis peor que este pueblo haya debido pasar jamás. Y además por una crisis enteramente nueva. Y además por una crisis de la cual uno no podía tener ninguna idea. No hay que decir: esta raza ha visto muchas otras, ella verá muchas aún como ésta, como en la canción:

He olvidado muchas otras, olvidaré también ésta

Hay que decir: Esta raza ha visto muchas otras. Nunca ha visto tantas. Nunca ha visto nada semejante. Ella pasará así también. Además. Tiene en las venas la mejor sangre carnal. Y tiene patronos como no los hay en el mundo.

Hay otras sabidurías. Hay otras formas. Hay otros estatutos, hay una sabiduría advertida, una sabiduría vacunada, una sabiduría seria, una sabiduría severa, una sabiduría después. Pero cómo no echar de menos la sabiduría de antes, cómo no conceder un último recuerdo a esa inocencia que ya no volveremos a ver. Uno no puede figurarse lo que era entonces la salud de esta raza y sobre todo ese buen humor, constante, general, ese clima de buen humor. Y esa felicidad, ese clima de felicidad. Evidentemente no se vivía aún en la igualdad. Ni siquiera se pensaba en ello, la igualdad, entiendo la igualdad social. Una desigualdad común, comúnmente, aceptada, una desigualdad general, un orden, una jerarquía, que parecía natural, no hacía más que evidenciar los diferentes niveles de una felicidad común. Hoy no se habla más que de igualdad. Y vivimos en la más monstruosa desigualdad económica que se haya visto jamás en el mundo. Entonces se vivía. Se tenían hijos. Ellos no tenían de ninguna manera esa impresión que nosotros tenemos de estar en presidio. Ellos no tenían como nosotros esa impresión de un estrangulamiento económico, de un collar de hierro que sujeta la garganta que se ajusta todos los días con una vuelta más. Ellos no habían inventado ese admirable mecanismo de la huelga moderna de chorro continuo, que hace subir siempre los salarios en un tercio, y el precio de la vida en una buena mitad, y la miseria, la diferencia.

De todo ese pueblo, los mejores serán quizá aun esos buenos ciudadanos, los maestros. Es cierto que para nosotros no eran maestros, o apenas. Eran maestros de escuela. Era el tiempo en que las contribuciones eran todavía impuestos. Trataré algún día de mostrar si puedo, lo que era entonces el personal de la .enseñanza primaria. Era el civismo mismo, la abnegación sin medida por el interés común. Nuestra joven escuela normal era el hogar de la vida laica, de la invención laica en todo el departamento y

Page 13: El Dinero

hasta tengo idea de que era un modelo en esto y en todo para los otros departamentos, al menos para los departamentos limítrofes. Bajo la dirección de nuestro director particular, el director de la escuela anexa, jóvenes maestros de la escuela normal venían cada semana a enseñarnos. Hablemos bien: venían a darnos clase. Eran como los jóvenes Bara8 de la República. Estaban siempre prontos a gritar «Viva la República». Viva la nación, uno sentía que ellos lo hubiesen gritado hasta bajo el sable prusiano. Porque el enemigo, para nosotros, confusamente todo el enemigo, el espíritu del mal, eran los Prusianos. No era ya tan estúpido. Ni tan alejado de la verdad. Era en 1880. Estamos en 1913. Treinta y tres años. Y hemos vuelto a esto.

Nuestros jóvenes maestros eran hermosos como húsares negros. Esbeltos; severos, espigados. Serios, y un poco vacilantes de su precoz, de su repentina omnipotencia. Un largo pantalón negro pero, creo con ribete violeta. El violeta no es solamente el color de los obispos, es también el color de la enseñanza primaria. Un chaleco negro. Una larga levita negra bien derecha, que cae bien, pero con palmas violetas cruzadas en las solapas. Una gorra chata negra, pero con unas palmas violetas cruzadas encima de la frente. Este uniforme civil era una especie de uniforme militar, más severo aún, más militar aún porque era un uniformé cívico. Algo así, pienso, como el famoso «cadre noir» de Saumur9. Nada más bello que un hermoso uniforme negro entre los uniformes militares. Es la línea misma. Y la severidad. Llevado por esos muchachos que eran verdaderamente los hijos de la República. Por esos jóvenes húsares de la República. Por esos lactantes de la República. Por esos húsares negros de la severidad. Creo haber dicho que eran muy viejos, tenían al menos quince años. Todas las semanas se destacaba uno de la escuela Normal a la Escuela Anexa; y era siempre uno nuevo; y así esa Escuela Normal parecía un regimiento inagotable. Era como un inmenso depósito gubernamental, de juventud y de civismo. El gobierno de la República estaba encargado de proveernos tanta juventud y tanta enseñanza. El Estado estaba encargado de proporcionarnos tanta seriedad. Esa Escuela Normal hacía de depósito inagotable. Era un gran problema entre las buenas mujeres del suburbio saber si era bueno para los chicos, cambiar así nomás, de maestro todos los lunes de mañana. Pero los partidarios respondían que uno tenía siempre el mismo maestro, que era el director de la Escuela anexa, quien no cambiaba, y que esa casa, puesto que era la Escuela Normal, era ciertamente lo más sabio, que había en el Departamento de Loiret y por consiguiente sin duda en Francia. Y en todos los otros departamentos. Y sucedió una vez que el prefecto vino a visitar la escuela. Pero esto me arrastraría a las confidencias. Yo aprendí entonces (como si hubiese aprendido otro trozo de historia de Francia), que era preciso no llamarle señor simplemente, sino señor prefecto. Por otra parte, debo decirlo, él quedó muy contento de nosotros. Se llamaba Joli o Joly. Nosotros encontrábamos muy natural (y hasta entre nosotros, un poco necesario, un poco sentador) que un prefecto tuviese un nombre tan gracioso. No me sorprendería que fuese el mismo quien hoy, siempre servido por ese nombre gracioso, pero habiéndolo reforzado ligeramente bajo el nombre de señor Joly o de Joli preside hoy en Niza (o presidía recientemente) los destinos de los Alpes Marítimos y recibe o recibía muchos soberanos. Y los primeros versos que haya oído en mi vida y de los que se me haya dicho «esto se llama versos» era «Les soldats de l’an II» o soldats de l’an deux, o guerres, épopées. Se ve que eso me ha servido. Hasta entonces yo creía que eso se llamaba fábulas. Y el primer libro que yo haya recibido como premio en las vacaciones de Pascua eran precisamente las fábulas de La Fontaine. Pero eso me arrastraría a sentimentalismos.

8 BARA: es un personaje histórico y legendario al mismo tiempo, muerto por los vendeanos cerca de Cholet en 1793. Robespierre celebró, en una sesión, su heroísmo añadiendo que había perecido por negarse a gritar: «Viva el Rey».

9 CADRE NOIR DE SAUMUR: Es una alusión al grupo más selecto y elevado en la caballería francesa.

Page 14: El Dinero

Quisiera decir algún día, quisiera ser capaz de decirlo dignamente, en qué amistad, en qué bello clima de honor y de fidelidad vivía entonces esa noble enseñanza primaria. Quisiera hacer un retrato de todos mis maestros. Todos me han seguido, todos me han permanecido obstinadamente fieles en todas las pobrezas de mi difícil carrera. Ellos no eran como nuestros lindos maestros de La Sorbona. No creían absolutamente que porque un hombre ha sido vuestro discípulo, se está obligado a odiarlo. Y combatirlo; y buscar estrangularle. Y envidiarle rastreramente. Ellos no creían absolutamente que el bello nombre de alumno fuese un titulo suficiente para tanta villanía. Y para estar expuesto a tan bajo odio. A1 contrario, ellos creían, y puedo decir que lo practicaban, que ser maestro y alumnos, constituía un lazo sagrado fuertemente semejante a ese lazo que de filial se transforma en paternal. Siguiendo la hermosa expresión de Lapicque ellos pensaban que se tiene no sólo deberes hacia sus maestros sino, que uno los tiene también y quizá sobre todo hacia sus alumnos. Porque en fin a los alumnos, se los ha hecho uno. Y esto es bastante grave. Esos jóvenes que venían cada semana y que nosotros llamábamos oficialmente alumnos-maestros porque aprendían a ser maestros, eran nuestros mayores y nuestros hermanos. Allá yo he conocido, digo como alumno-maestro, ese hombre de tan gran corazón, y tanta bondad que hizo después una carrera científica tan seria y tan bella. Charles Gravier, y quien es yo creo, hoy, asistente de malacología en el Museo de Ciencias Naturales. Y que debería ser más, allá he conocido, en el personal mismo de la Escuela Normal, el ecónomo, señor Lecompte, el tipo mismo de cuanto eso tenía de serio, de severo, de puntual, de justo, de probo, y al mismo tiempo de puntual y de delicado; y al mismo tiempo de benevolente y de amigo y de severamente afectuoso; y al mismo tiempo de silencioso y de modesto y bien en su lugar. En él se resumía todo el orden de esa bella sociedad.

Esos funcionarios, esos maestros, ese ecónomo no estaban de ninguna manera ni cercenados ni salidos del pueblo. Del mundo obrero y campesino. Ni ellos permanecían fríos en el pueblo. Ni entendían absolutamente gobernarlo. Apenas conducirlo. Es preciso decir, que ellos creían formarlo. Tenían el derecho, puesto que eran dignos de ello. No tuvieron éxito, y fue una desdicha para todos. Pero sino lo lograron no veo quién puede felicitarse de ello. Y quién, en lugar de ellos, ha triunfado jamás. Y si ellos no han triunfado, es que ciertamente era imposible.

Salidos del pueblo, pero en el otro sentido de salir, hijos de obreros pero sobre todo de campesinos y de pequeños propietarios, a menudo, pequeños propietarios ellos mismos de un pedazo de tierra en algún lugar del departamento, ellos permanecían pueblo, de ninguna manera endomingado, os ruego lo creáis, solamente un poco más alineados, más en rango, un poco ordenado en esos bellos jardines, de las casas de escuela.

Ante todo ellos no se hacían los pícaros. Estaban en su justo lugar en una sociedad bien constituida. Sabían hasta dónde irían y también llegaban infaliblemente.

Era en 1880 se estaba pues en todo el furor y gloria del invento de laicización. Nosotros no nos apercibíamos. Sin embargo estábamos bien colocados para percatarnos de ello. No solamente las escuelas normales, recientemente creadas, pienso, no solamente las jóvenes escuelas normales eran el corazón y el hogar de la joven laicización, sino que nuestra Escuela Normal de Orléans era pura entre las puras. Era una de las cabezas y uno de los corazones de la laicización. El señor Naudy, personalmente era un gran laicizador. Feliz infancia. Feliz inocencia. Bendición sobre una raza buena. Todo era bueno. Todo nos salía bien. Tomábamos de todas las manos y eran siempre alimentos sanos. íbamos al catecismo, el jueves, creo para no molestar las horas de clase. El catecismo quedaba muy lejos, en la ciudad, en nuestra antigua parroquia de Saint-Aignan. No todo el mundo tiene una parroquia como esa. Era preciso subir la mitad del suburbio hasta la puerta de Borgoña, descender la mitad de la calle de Borgoña, doblar esa calle a la izquierda que creo se llamaba, calle de la Oriflama y

Page 15: El Dinero

cruzar el claustro frío como un sótano bajo sus pesados castaños. Nuestros jóvenes vicarios nos decían exactamente lo contrario de lo que nos decían nuestros jóvenes alumnos-maestros, o nuestros jóvenes practicantes como también se los llamaba, pero era quizá un apelativo un poco menos exacto, y sobre todo un poco menos elegante (un poco menos noble). No nos dábamos cuenta de ello. La República y la Iglesia nos distribuían enseñanzas diametralmente opuestas. Qué importaba con tal que fuesen enseñanzas. En la enseñanza y en la infancia hay algo tan sagrado, en ese primer abrirse de los ojos del niño sobre el mundo, en esa primera mirada hay algo tan religioso, que las dos enseñanzas se unían en nuestros corazones y sabemos que allí quedarán eternamente ligadas.

Amábamos a la Iglesia y a la República juntas y las queríamos con el mismo corazón, y era con un corazón de niño, y para nosotros era el vasta mundo, y nuestros dos amores, la gloria y la fe, y para nosotros era el nuevo mundo. Y ahora… Ahora evidentemente no las amamos sobre el mismo plano, puesto que se nos ha enseñado que hay planos. La Iglesia tiene nuestra fe y todo le pertenece. Pero Dios sólo sabe cuánto hemos permanecido comprometidos de honor y corazón en esta República, y cuán resueltos estamos a permanecer comprometidos, puesto que ella fue una de las dos purezas de nuestra infancia.

Éramos pequeños muchachos serios de esta ciudad seria, inocentes y en el fondo ya preocupados. Tomábamos en serio todo lo que se nos decía, tanto lo que nos decían nuestros maestros laicos como lo que nos decían nuestros maestros católicos. Tomábamos todo al pie de la letra. Creíamos enteramente e igualmente y con la misma fe, todo lo que había en la gramática y todo lo que había en el catecismo.

Aprendíamos la gramática e igualmente y de manera semejante aprendíamos el catecismo. Sabíamos la gramática e igual y de semejante manera sabíamos el catecismo. No hemos olvidado ni lo uno ni lo otro. Pero es preciso venir por esto a un fenómeno mucho menos simple. Quiero hablar de lo que ha sucedido en nosotros, por estas dos metafísicas, puesto que está entendido que es preciso que haya una metafísica por debajo de todo. Lo he dicho bastante en el tiempo que era prosista. Llegamos aquí a un punto de extrema dificultad. Es el momento de no esquivar las dificultades, sobre todo ésta que es importante. Es también el momento de asumir las propias responsabilidades.

Todos tienen una metafísica. Patente, latente. Lo he dicho bastante. O bien uno no existe. Y hasta aquéllos que no existen tienen lo mismo, tienen igualmente una metafísica. Nuestros maestros no estaban en eso. Nuestros maestros existían. Y vivamente. Nuestros maestros tenían una metafísica. ¿Y por qué callarlo? Ellos no lo callaban. No se han callado jamás. La metafísica de nuestros maestros era la metafísica escolar, ante todo. Pero era luego, era sobre todo la metafísica de la ciencia. Era la metafísica o al menos una metafísica materialista, (esos seres repletos de alma, tenían una metafísica materialista, pero siempre es así). Y al mismo tiempo idealista, profundamente moralista v si se quiere kantiana, era una metafísica positivista, era la célebre metafísica del progreso. La metafísica de los curas, Dios mío, era precisamente la teología y por lo tanto la metafísica que está en el catecismo.

Nuestros maestros y nuestros curas: sería un título bastante bueno para una novela. Nuestros maestros laicos tenían una cierta enseñanza, una cierta metafísica. Nuestros maestros curas tenían, daban una enseñanza diametralmente contraria. Una metafísica diametralmente contraria y nosotros no nos dábamos cuenta de ello, tengo necesidad de decirlo, y además no es eso lo que quiero decir. Lo que yo quiero decir es más grave.

Lo he dicho, nosotros creíamos íntegramente todo lo que se nos decía. Éramos hombrecillos serios y ciertamente graves. Yo tenía entre todos y en el más alto grado esa enfermedad. No he curado jamás de ello. Aún hoy, creo todo lo que se me dice. Y siento que no cambiaré jamás. Ante todo uno no cambia jamás. Yo he tomado todo en serio. Esto me ha llevado lejos. Nosotros creíamos pues integralmente en las enseñanzas

Page 16: El Dinero

de nuestros curas. Nos absorbían íntegramente las o la metafísica de nuestros maestros e igualmente integralmente la metafísica de nuestros curas. Hoy puedo decirlo sin ofender a nadie que la metafísica de nuestros maestros ya no tiene para nosotros, ni para nadie ninguna especie de existencia y la metafísica de los curas ha tomado posesión de nuestros seres a una profundidad tal que ni los mismos curas hubieran sospechado. No creemos ya una palabra de lo que enseñaban, de las metafísicas que enseñaban nuestros maestros. Y creemos integralmente lo que está en el catecismo y se ha hecho y ha permanecido carne de nosotros mismos. Pero no es esto aún lo que quiero decir.

Ya no creemos ni una palabra de lo que nos enseñaban nuestros maestros laicos, y toda la metafísica que estaba debajo de ellas es para nosotros menos que vana ceniza. En cambio no solo creemos integralmente sino que estamos nutridos de lo que nos enseñaban los curas, de lo que tiene el catecismo. Sin embargo nuestros maestros laicos han conservado nuestro corazón y nuestra entera confidencia. Y desgraciadamente no podemos decir que nuestros viejos curas tengan absolutamente todo nuestro corazón ni que jamás hayan tenido nuestra confidencia.

Aquí hay un problema y hasta diría un grave misterio. No lo disimulemos. Es el mismo problema de la descristianización de Francia. Se me perdonará esta expresión un poco solemne y esta palabra tan pesada. Lo que quiero expresar es el acontecimiento, eso es lo que quiero designar que es quizá en sí mismo bastante solemne. Y un poco pesado. Aquí no se trata de negar, ni de enmascarar las dificultades. No se trata de cerrar los ojos. Que aquéllos que tienen la confesión no tengan la confidencia no es una explicación, es un hecho, y el centro mismo de la dificultad.

Yo no creo que esto tenga que ver con el carácter mismo del sacerdote. Me doy cuenta muy bien que desde hace algunos años me ligo cada vez más con jóvenes sacerdotes que vienen a verme a los Cuadernos10 dos o tres veces por año. No experimento ninguna incomodidad, ningún impedimento. Los comienzos de esta unión se hacen con todo el corazón abierto, con toda simplicidad, con toda franqueza de lenguaje. Verdaderamente sin ningún sentimiento de defensa. Cómo se explica que no hayamos tenido jamás con nuestros viejos curas, más que una unión un poco reticente y un cierto sentimiento de defensa? Este es uno de esos secretos del corazón donde se encontraría profundas explicaciones. No creamos ya una palabra de lo que decían nuestros viejos maestros y nuestros maestros han conservado todo nuestro corazón, una actitud, una ancha brecha a la confidencia. Creemos enteramente lo que decían nuestros viejos curas, (ya no me atrevo a decir que no lo creían ellos mismos, porque no hay que decir jamás, lo que se piensa), y nuestros viejos curas ciertamente han tenido nuestro corazón; eran buena gente, tan buenos, tan abnegados, pero ellos no tuvieron nunca esta especie propia de entera brecha de confianza que concedíamos de plano y tan liberalmente a nuestros maestros laicos. Y que siempre la hemos mantenido entera.

Éste no es lugar para profundizar este secreto. Se precisaría un diálogo, o aún varios y no digo que no los escribiré. Es el mismo problema de la descristianización temporaria de Francia. Es preciso que haya una razón para que en el país de San Luis y de Juana de Arco, en la ciudad de Santa Genoveva, cuando uno se pone a hablar del cristianismo, la gente crea que se trata de Mac-Mahon, y cuando uno se prepara para hablar del orden cristiano todos entiendan que se trata del Seize-mai11.

Nuestros maestros eran esencialmente y profundamente hombres de la antigua Francia. Un hombre no se determina por lo que hace y menos aún por lo que dice. Sino que en lo más profundo un ser se determina únicamente por lo que es: Qué importa para lo que quiero decir que nuestros maestros hayan tenido en efecto una metafísica que

10 CUADERNOS: ver Bibliografía. Péguy se refiere a su publicación «Cahiers de la Quinzaine».11 SEIZE MAI: Los delegados de diez y seis barrios de París durante la Liga se llamaron «Los diez y

seis». Este consejo, cuyo poder fue oculto y que la población de París oponía a la autoridad del cuerpo municipal, se reveló agitador ardiente en favor de la insurrección católica con el duque de Guisa en la formación de las Barricadas en mayo de 1588.

Page 17: El Dinero

apuntaba a destruir la antigua Francia. Nuestros maestros habían nacido en esa casa que querían demoler. Eran los hijos directos de la casa. Eran de la raza y todo se explica con eso. Nosotros sabemos muy bien que no fue su metafísica que echó abajo la antigua casa. Una casa nunca perece sino desde adentro. Los defensores del trono y del altar son quienes echaron abajo el trono lo mismo que el altar.

Es una de las confusiones más frecuentes (y no quiero decir más primitivas) el confundir precisamente el hombre, el ser del hombre con los desgraciados personajes que nosotros representamos.

En esta confusión y en esta prisa de la vida moderna no se examina nada; basta que un cualquiera haga cualquier cosa (o hasta lo simule) para que se diga (y hasta se crea) que ése es su ser. Ningún error de apreciación es tan falso y quizá tan grave. Por consiguiente ningún error es más difundido. Un hombre es su extracción, un hombre es de lo que es. No es de lo que hace para los demás, para los sucesores. Serán quizá los otros, quizá serán los sucesores que serán eso. Pero él no lo es.

El padre no es de sí mismo, él es de su extracción; y son sus hijos quizá quiénes serán de él.

Los hombres de la Revolución Francesa eran hombres de antiguo régimen12. Ello representaban la Revolución Francesa. Pero eran de antiguo régimen. Y apenas si los hombres del 48 ó nosotros mismos somos la Revolución Francesa, es decir, lo que ellos querían hacer de la Revolución Francesa. Y aún no la habrá tal vez nunca. De la misma manera nuestros buenos maestros laicos introducían, representaban metafísicas nuevas. Pero eran hombres de la antigua Francia.

Por el contrario y de manera semejante, por una situación contraria y perfectamente análoga todos esos grandes caudillos del antiguo régimen, entre nosotros son como todos. Son esencialmente hombres modernos y generalmente modernistas. De ninguna manera, aún menos que otros, hombres de la antigua Francia. Son reaccionarios, pero infinitamente menos conservadores que nosotros. No demuelen la República, pero se aplican tanto como pueden en demoler el respeto, que era el fundamento mismo del antiguo régimen. Se puede decir literalmente que esos partidarios del antiguo régimen no tienen sino una idea; arruinar cuanto habíamos conservado de bello y de sano del antiguo régimen, y que es aún tan considerable. Se hacen los «ligueur»13; se hacen una mentalidad de «ligueurs», olvidando que la ligue14 no era sin duda una institución de la monarquía sino por el contrario era su enfermedad, y el anuncio y el punto de arranque de los tiempos futuros, el principio de la intriga y de la multitud, y de la delegación y del número y del sufragio y no se sabe ya de qué democracia parlamentaria.

Siempre es la misma historia y el mismo deslizamiento y el mismo transporte y el mismo desequilibrio. Porque siempre es la misma prisa y la misma superficialidad y la misma carencia de trabajo y la misma falta de atención.

No se mira, no se pone atención en lo que la gente hace, en lo que es, ni aún en lo que dice. Se pone atención en lo que dice que hace, en lo que dice que es, en lo que dice que dice. Es una confusión completamente análoga a la que se produce constantemente en la célebre grande renaciente querella de los románticos y de los clásicos. Y de los antiguos y los modernos. Basta que un hombre hable de la materia clásica y por poco

12 ANTIGUO RÉGIMEN: Se denomina así la organización política y social de Francia desde la desaparición del régimen feudal hasta la Revolución de 1789.

En 1792 nace en Francia la llamada Primera República. Después de la actuación de Napoleón I y de la Segunda Restauración, la Revolución de 1848, puso fin a la llamada Monarquía de julio, y a partir de entonces Francia entró en el período de la Segunda República, la que subsistió hasta 1852. Después del Segundo Imperio y los acontecimientos de 1870 se instauró la Tercera República, cuyo fin estuvo marcado por la Guerra de 1939 y sus consecuencias.

13 LIGA («LIGUEUR:»): Con la palabra Liga se designa generalmente, ésta a la que alude Péguy, formada en Francia en el siglo XVI en defensa de la religión católica, pero que con fines políticos, en tiempo de Enrique III y Enrique IV. En mal sentido el término ha pasado a ser sinónimo de complot.

14 Ibídem.

Page 18: El Dinero

que se declare partidario de lo clásico, de inmediato se entiende qué es un clásico. No se pone atención en que piensa como un fanático, sin orden y que escribe como un energúmeno, y como un frenético, sin orden y sin razón y que habla de lo clásico como romántico y que por lo tanto es un romántico, un ser romántico. Y nosotros que no hacemos tanta alharaca, nosotros, somos clásicos.

Los teorizadores de la claridad hacen libros confusos. De igual modo, Y desde que un autor trabaja en la materia cristiana. nosotros lo consideramos cristiano; aunque escriba en un desorden profundo, lo hacemos restaurador del orden; y aunque su mecánica de escena fuese exactamente la de Marie Tudor15 y Angelo16 y la de Lucrecia Borgia, no queremos ver que en teatro es un romántico y un desorbitado.

Nuestros viejos maestros no eran solamente hombres de la antigua Francia. Nos enseñaban, en el fondo la moral misma y el ser de la antigua Francia. Los voy a sorprender: nos enseñaban lo mismo que los curas. Y los curas nos enseñaban lo mismo que ellos. Todos sus antagonismos metafísicos no eran nada en comparación con esta comunidad profunda; eran de la misma raza, del mismo tiempo, de la misma Francia, del mismo régimen. De la misma disciplina. Del mismo ambiente. Lo que decían los curas, en el fondo también lo decían los maestros. Lo que los maestros decían, en el fondo los curas lo decían también. Porque los unos y los otros, decían en conjunto lo mismo.

Unos y otros y con ellos nuestros padres y desde antes que ellos nuestros padres, nos decían, nos enseñaban esa estúpida moral, que ha hecho a Francia, que aún hoy le impide deshacerse. Esa estúpida moral en la que tanto hemos creído. En la cual, tontos de nosotros y poco científicos, a pesar de todos los desmentidos del hecho, a la cual nosotros nos aferramos desesperadamente en el secreto de nuestros corazones. Esta idea fija de nuestra soledad, nos viene de ellos. Todos tres juntos nos enseñaban esa moral, nos decían que un hombre que trabaja bien Y que tiene una línea de conducta está seguro siempre que no le faltará nada. Lo más extraño es que lo creían. Y lo más extraño es que era cierto.

Unos paternal y maternalmente; los otros escolar, intelectual. laicamente; los otros devota, piadosamente; todos doctamente, todos paternalmente, todos con mucho corazón enseñaban, creían, atestaban, esa moral estúpida; (nuestro único recurso; nuestro secreto resorte): que un hombre que trabaja tanto como puede y que no tiene ningún vicio grande, que no es ni jugador, ni ebrio, está siempre seguro que no le faltará nada y que como decía mi madre tendrá siempre el pan de su vejez. Ellos creían todo esto con una credulidad antigua y arraigada, con una creencia inarrancable e inarrancada; que el hombre razonable y henchido de conducta, que el laborioso estaba perfectamente seguro de no morir nunca de hambre. Y aún estaba asegurado de poder siempre nutrir a su familia. Que encontraría siempre trabajo y que se ganaría siempre la vida.

Todo ese antiguo mundo era esencialmente el mundo de ganarse la vida.Para hablar con más precisión, ellos creían que el hombre que se acantona en la

pobreza y que tiene aunque medianamente, las virtudes de la pobreza, encuentra en ella una pequeña seguridad total. O para hablar más profundamente creían que el pan cotidiano está asegurado, por medios puramente temporales, por el juego mismo de las oscilaciones económicas, para todo hombre que teniendo las virtudes de la pobreza conciente (como por otra parte se debe) a limitarse en la pobreza. (Lo que por otra parte era para ellos, al mismo tiempo y en sí mismo no solamente la felicidad mayor, sino

15 MARIE TUDOR: Drama histórico de Víctor Hugo (1833). Tres jornadas en prosa; representan una reina de Inglaterra en situaciones conmovedoras.

16 ANGELO: (Angelo, Tirano de Padua). Petit de Julleville califica esta obra de melodrama. La intriga que comprende asesinatos y envenenamientos, se sitúa en el siglo XVI; Angelo representa un podestá de Venecia en Padua. (En el texto francés figura traducido al pie Tirano de Padua).

Page 19: El Dinero

hasta la única felicidad que se pueda imaginar). Alojarse bien en una pequeña casa de pobreza.

Uno se pregunta dónde pudo nacer, cómo ha podido nacer una creencia tan estúpida, (muestro profundo secreto, nuestra última y secreta regla, nuestra regla de vida secretamente deseada); uno se pregunta dónde ha podido nacer cómo ha podido nacer una opinión tan disparatada, un juicio sobre la vida tan plenamente indefendible. Que no se investigue. Esta moral no era estúpida. Entonces era justa y aún era la única justa. Esta creencia no era absurda. Estaba fundada en hecho. Y más aún era la única fundada en hecho. Esta opinión no era disparatada, ese juicio no era indefendible. Procedía al contrario de la más profunda realidad de aquel tiempo.

Uno se pregunta a menudo de dónde ha nacido, cómo ha nacida, esa vieja moral clásica, esa vieja moral tradicional, esa vieja moral de la labor y de la seguridad en el salario, de la seguridad en la recompensa, con tal que uno se encerrase en los límites de la pobreza y por consiguiente y en fin, de la seguridad en la dicha. Pero es lo que ellos precisamente creían; todos los días. Nosotros esto no lo vemos nunca, y nos decimos: ¿Dónde habían inventado eso? Y creemos (puesto que eran maestros de escuela y curas, es decir en. cierto sentido, también maestros de escuela) creemos que era una invención escolar, intelectual. De ninguna manera. No; esto al contrario era la realidad misma. Hemos conocido un tiempo, hemos tocado un tiempo en el que eso era realidad. Esa moral, esa visión sobre el mundo, esa visión del mundo tenía al contrario, todas las consagraciones científicas. Era de uso; de experiencia, práctica empírica, experimental, de hecho constantemente llevado a cabo. Ella era quien sabía. Ella quien había visto. Y quizás esté aquí la diferencia más profunda, el abismo que haya existido entre todo ese gran mundo antiguo pagano, cristiano, francés, y nuestro mundo moderno, cortado como lo he dicho, en la fecha que he dicho. Y aquí recortemos una vez más esa antigua proposición nuestra que el mundo moderno, solo él por su parte, se opone de un sólo golpe a todos los otros mundos, a todos los antiguos mundos, juntos en bloque y por su parte. Nosotros hemos conocido, hemos tocado un mundo (siendo niño hemos participado en él), en el que un hombre que se limitaba a la pobreza estaba al menos garantido en la pobreza. Era una especie de contrato sordo entre el hombre y el azar y a este contrato el azar no había jamás faltado, antes de la inauguración de los tiempos modernos. Se sobrentendía que quien fantaseaba, hacía arbitrariedades, que quien introducía un juego, que quien quería evadirse de la pobreza arriesgaba todo. Puesto que introducía el juego, él podía perder. Pero quién no jugaba, no podía perder. Ellos no podían sospechar que vendría un tiempo, que ya estaba allí y es precisamente el tiempo moderno, en el que quien no jugase perdería continuamente, y seguramente aun más que el que juega.

No podían prever que vendría un tiempo, que ya estaba allí que ya estaba al caer. No podían siquiera sospechar que nunca no hubiese, que debiese haber un tiempo tal. En su sistema, el cual era el mismo sistema de la realidad, quien desafiaba arriesgaba evidentemente todo, pero quien no desafiaba, no arriesgaba absolutamente nada. Quien intentaba, quien quería evadirse de la pobreza, quien jugaba a evadirse de la pobreza corría el riesgo evidentemente de volver a caer en las miserias más extremas. Pero quien no jugaba, quien se limitaba a la pobreza, no jugando, no introduciendo ningún riesgo, no corría tampoco ningún riesgo de caer en ninguna miseria. La aceptación de la pobreza otorgaba una especie de patente, instituía una especie de contrato. El hombre que resueltamente se limitaba a la pobreza no era jamás acosado en la pobreza. Era un reducto. Era un asilo. Y él era sagrado. Nuestros maestros no preveían y cómo hubiesen sospechado, cómo hubiesen imaginado este purgatorio, por no decir, este infierno del mundo moderno en el que quien no juega pierde y pierde siempre, en el que quien se acantona en la pobreza es incesantemente perseguido hasta en el mismo retiro de la pobreza.

Page 20: El Dinero

Nuestros maestros, nuestros antiguos maestros, no podían imaginar esta mecánica, este automatismo económico del mundo moderno en el que todos nosotros nos sentimos cada año más estrangulados por el mismo collar de hierro que nos aprieta el cuello cada vez más fuerte.

Se entendía que quien quería salir de la pobreza, corría el riesgo de caer en la miseria. Eso era cuenta suya. Rompía el contrato prefijado con la suerte. Pero no se había visto jamás que quien quería limitarse a la pobreza estuviese condenado a caer perpetuamente en la miseria. No se había visto jamás que fuese la suerte quien rompiese el contrato. Ellos no conocían, no podían prever esta monstruosidad moderna, esta trampa nueva, este invento, esta ruptura del juego, que quien no juega perdiese continuamente.

(Admitiendo que hacemos de la pobreza a la miseria esa diferencia por las definiciones, esa discriminación tan profunda y que va tan lejos, diferencia que hay de la una a la otra, determinación que yo había comenzado a reconocer, a propósito de la admirable novela de Lavergne, en un cuaderno titulado de Jean Coste).

En el sistema de nuestros buenos maestros, curas y laicos. y laicisadores, era el mismo sistema de la realidad; él que quería salir de la pobreza por arriba, arriesgaba salir de ella y ser precipitado de ella por debajo. No tenía nada que decir. Había denunciado el pacto. Pero la pobreza era sagrada. Quien no jugaba, quien no quería evadirse de ella por arriba no corría ningún riesgo de ser precipitado de ella por debajo. Fideli fidelis, a quien le era fiel la pobreza le era fiel. Y a nosotros nos estaba reservado conocer una pobreza infiel.

A nosotros nos estaba reservado que hasta la pobreza fuese infiel. Para decirlo todo en una palabra, nos estaba reservado que hasta el matrimonio de la pobreza fuese un matrimonio adúltero.

En otros términos, no podían prever, no podían imaginar esta monstruosidad del mundo moderno (que ya se venía encima), ellos no debían concebir este monstruo de un París como el París moderno donde la población está cortada en dos clases tan perfectamente separadas de modo que nunca se había visto tanto dinero rodar para el placer, y al dinero negarse a tal punto para el trabajo.

Y tanto dinero rodar para el lujo y negarse el dinero a tal punto para la pobreza.En otros términos, en otro término, no podían prever, no podían sospechar este reino

del dinero. Tanto menos podían preverlo pues su sabiduría era la sabiduría antigua por excelencia. Ella venía de lejos. Databa de la más profunda antigüedad, por filiación temporal, por descendencia natural que nosotros ensayaremos tal vez de profundizar algún día.

Siempre ha habido ricos y pobres y habrá siempre pobres entre vosotros y la guerra de los ricos y de los pobres ocupa la mitad más importante de la historia griega y de muchas otras historias y el dinero no ha cesado nunca de ejercer su poder y no ha esperado el comienzo de los tiempos modernos para efectuar sus crímenes. No es menos cierto que la alianza del hombre con la pobreza no había sido jamás rota. Y en el comienzo de los tiempos modernos no fue solamente rota sino que el hombre y la pobreza entraron en una infidelidad eterna.

Cuando uno dice los antiguos con respecto a los tiempos modernos es preciso comprender juntos los antiguos antiguos y los antiguos cristianos. El principio de la sabiduría antigua era el mismo, quien quería salir de su condición los dioses lo castigaban con seguridad. Pero ellos castigaban mucho menos generalmente a quien no buscaba elevarse por encima de su condición. Nos estaba reservada, estaba reservado al tiempo moderno que un hombre fuese castigado en su misma condición.

Con respecto al tiempo moderno el antiguo y el cristiano van juntos, están juntos: los dos antiguos, el hebreo, el griego. El cristiano era antes antiguo. Hasta 1880. Es preciso que hoy sea moderno. Así son los preceptos de estos gobiernos temporales. Así se

Page 21: El Dinero

cuentan estas estaciones del mundo. Es innegable que las misma costumbres cristianas han sufrido esta retorsión profunda. No; estaba reservada inaugurar este nuevo estado. En suma la cristiandad poco a poco había extendido a lo temporal esas palabras que: quien se abate será ensalzado y que quien se eleva será abatido. Así entendido en este sentido, temporal, no es solamente la palabra de David, Deposut potentes; et exaltavit; es casi la misma palabra antigua. La palabra de Hesiodo y de Homero; y de Sófocles y de Esquilo. Nos estaba reservado inaugurar este régimen en el que quien no se eleva lo mismo es abatido.

Yo estaba desde hacía un año en una escuelita primaria anexa a nuestra Escuela Normal Primaria cuando M. Naudy fue nombrado director de esa Escuela Normal, viniendo de otra capital de departamento menos importante donde había pasado tal vez una decena de años. Creo que era en 1881. Era un hombre de profunda cultura salido de los estudios secundarios y que creo además había cursado derecho. Como muchos otros se había lanzado por así decir a la enseñanza primaria al día siguiente de la guerra en esa necesidad de reconstrucción cívica a la cual en definitiva nosotros debemos el restablecimiento de Francia. Otros habían hecho otro tanto, los cuales hicieron gracias a este movimiento grandes carreras temporales. M. Naudy estaba preocupado por fundar, de ninguna manera en hacerse una carrera temporal. Tenía ese temperamento de fundador que es tan bello, que fue tan frecuente en los comienzos de la Tercera República. Reconozco que era de veras algo lindo esta Escuela Normal de maestros donde estábamos como pequeños pupilos y todo era joven, nuevo y andaba bien. El jardín estaba trazado como una página de gramática y daba esa satisfacción perfecta que solo puede proporcionar una página de gramática. Los árboles se alineaban como jóvenes ejemplos (solo, con las pocas excepciones, las suficientes excepciones para confirmar la regla). (Los he vuelto a ver. No se sabe cómo han hecho los árboles hoy para hacerse cuarentones). Estuvimos de vuelta del liceo, cuando ya jóvenes colegiales entrábamos en concursos constantes de deporte con los jóvenes normalistas. Pues se acababa de inventar también el deporte de fundar esta otra fundación. Pero esto me arrastraría a complejidades.

Así M. Naudy vino hacia nosotros como subdirector. Oficialmente no dirigía la Escuela Normal. Pero su actividad desbordante no podía ignorar o descuidar la filial. Casi diría que me distinguió. Sería hablar groseramente. Se hizo bien pronto mi maestro y mi padre. He dicho más arriba que era el hombre del mundo a quien yo debía más: él me hizo entrar en sexta17.

El hijo de la burguesía que entra en sexta, como ya está acostumbrado a lo bueno no puede representarse esta encrucijada que podía ser para mí entrar o no entrar en sexta; y la iniciación de entrar allí. Ya había partido, había arrancado sobre otro camino, estaba perdido, cuando M. Naudy con esa tenacidad de fundador, con esa especie de brutalidad que hacía de él verdaderamente un patrón y un amo, consiguió retomarme y enviarme a sexta. Después de mi certificado de estudios se me había colocado naturalmente, quiero decir se me había puesto en la Escuela primaria superior de Orléans (cuantas escuelas, pero es preciso estudiar) (que se llamaba entonces la Escuela Profesional). M. Naudy me pilló por así decir del cuello y con una beca municipal me hizo entrar en sexta para Pascua, en la excelente clase de sexta de M. Guerrier. Es preciso que estudie latín, había dicho: es la misma enérgica frase que hoy resuena victoriosamente en Francia de nuevo

17 Según la división escolar en Francia, la clase de sexta corresponde al tercer grado de gramática. Terminado su bachillerato completo, Péguy dejó la ciudad de Orléans y entró en el Liceo Lakanal en Sceuax (Seine) en 1891. Desde 1893 a 1894 efectuó su preparación para la Escuela Normal Superior en el antiguo colegio de Sainte-Barbe, en París, donde formó parte del grupo llamado «Amis de la cour rose».

Sus estudios superiores prosiguieron hasta 1898, cuando abandonó definitivamente la Universidad. La dureza que emplea a veces contra los que practicaban la «política intelectual» en la Sorbona, no debe hacer olvidar la admiración que profesó a algunos de sus grandes maestros.

Page 22: El Dinero

desde hace algunos años. Lo que fue para mí esta entrada en sexta para Pascua, la sorpresa, la novedad ante rosa, rosae, el abrirse de todo un mundo, distinto, todo un mundo nuevo, esto habría que decir, pero ello me arrastraría a enternecimientos. El gramático que una vez, la primera, abre la gramática latina sobre la declinación de rosa rosae, no supo jamás sobre qué canteros de flores abría el alma del niño. Yo debía encontrar de nuevo casi todo a lo largo de la enseñanza secundaria esa gran bondad afectuosa y paternal, esa piedad del patrón y del maestro que habíamos encontrado en todos nuestros maestros de la enseñanza primaria. Guerrier, Simore, Doret, en sexta, en quinta, en cuarta. Y en tercera ese hombre excelente que llegaba de las Indias Occidentales y cuyo nombre tendré que encontrar. Llegaba propiamente de las islas. Esa gran bondad, esa gran piedad que desciende de tutor y de padre, esa especie de advertencia constante, esa larga y paciente y suave fidelidad paternal, uno de los sentimientos más plenamente hermosos del hombre, que sea dado en este mundo, yo lo había encontrado a lo largo de esa escuelita primaria anexa a la Escuela Normal de Maestros de Orléans. La volví a encontrar casi todo a lo largo del Liceo de Orléans. La volví a encontrar en Lakanal18, eminentemente en el padre Edet, y entonces llevada, por así decir, en él hasta su punto de perfección. La volví a encontrar en Sainte-Barbe19. La volví a encontrar en Louis-Le-Grand, principalmente en Bompard. La volví a encontrar en la Escuela, principalmente en un hombre como Bédier y en un hombre como Georges Lyon. Fue preciso que viniese a la Sorbona para conocer, para descubrir, con un estupor de ingenuo de teatro, lo que es un maestro que tiene rencor a sus alumnos, que se seca de envidia y de celos, y de la necesidad de un dominio tiránico; precisamente porque es su maestro y ellos son sus alumnos; fue preciso que viniese a la Sorbona para saber lo que es un viejo agriado (la cosa más fea que hay en el mundo), un maestro flaco y agrio y desgraciado, ese rostro marchito, ajado, no solamente arrugado ojos falsos, boca mala, labios de distribuidores automáticos esos desgraciados que tienen rencor de sus alumnos, por todo, por ser jóvenes, ser nuevos, ser frescos, ser cándidos, ser principiantes, por no estar doblados como ellos; y sobre todo por el crimen más grande: precisamente por ser sus alumnos. Ese vergonzoso sentimiento de mujer vieja.

Quién no se ha sentado en el cruce de dos caminos. Me pregunto a menudo con una especie de ansiedad retrospectiva, con vértigo hacia atrás, adonde iba, qué hubiese sido de mí, si no hubiese entrado en sexta, si M. Naudy no me hubiese sacado a flote justo en esas vacaciones de Pascua. Tenía doce años y tres meses. Era hora.

En este cuaderno se encontrarán los resultados de una experiencia de treinta años, llevada adelante, proseguida en la enseñanza primaria por un hombre que no pertenecía sin duda a ella originariamente, pero se había hecho a ella sin reserva. Por un hombre que se había entregado enteramente sin ninguna restricción ni segunda intención, por un hombre que de eso había hecho su vida. M. Naudy no dejó la Escuela Normal de Orléans sino después de unos buenos diez o doce años de pleno ejercicio, (que fueron verdaderamente los doce años de la fundación de esta Escuela y de los cuales ella salió como un bello organismo constituido) y para tomar en París una inspección primaria en la que creo no permaneció menos de veinte años. Una vez más, una vez después de tantas otras, tuvimos pues esa buena suerte que supone habernos hablado de un oficio (y de uno de los primeros oficios) un hombre de ese oficio; que lo ha hecho treinta años; y tal vez más, de ninguna manera un hombre que habla sobre papeles sino un hombre que ha ejercido; treinta años; un hombre de gran sentido, de espíritu abierto, de gran actividad, que ha obrado en ello treinta años, y en el mayor detalle. Y que estuvo siempre particularmente bien colocado para hablar de ello. Cuando él os hable de escuelas normales e inspecciones, no se trata de papeles e informes de despacho sobre

18 Ibídem.19 Ibídem.

Page 23: El Dinero

las escuelas normales y sobre las inspecciones, se tratará de las escuelas normales y de las inspecciones en sí mismas. Las ideas que empiezan a circular, y que hoy figuran en cierto número de informes y proyectos de ley, las ha concebido él, aquellas que eran necesarias cuando era necesario, desde hace mucho, extraídas de una larga experiencia.

No necesito decir que no he cambiado ni una línea el trabajo de mi antiguo maestro. Allí se encuentran ciertamente, cómo decir, una fuerza de juventud y porque no decir, todo mi pensamiento, un poder de ilusión que ya no tenemos. Gran tristeza es cuando los hombres de sesenta han conservado todas sus ilusiones y los hombres de cuarenta ya no las tienen. Es aún un signo de este tiempo y del advenimiento de los tiempos modernos y nada igual se había presentado en ningún otro tiempo. Gran miseria cuando los hombres de sesenta años son jóvenes y los de cuarenta y a no lo son. Nosotros seremos constantemente una generación que habrá pasado por todas las mínimas y a veces por todas las nada de la historia contemporánea.

A eso llamé antes una generación sacrificada. Mas no sé por qué me obstino en repetirlo. Los hombres de cuarenta años lo saben muy bien sin que uno se los diga. Los de antes y los de después, los hombres de sesenta años por quienes hemos sido sacrificado, y los hombres de veinte años por quienes nos hemos sacrificado no les importa un bledo; y aún ni importándoles un bledo nunca lo creerán; y aún creyéndolo nunca lo sabrán, cualquier cosa que uno les diga. Aquí está el principio mismo de la enseñanza de la historia.

En consecuencia uno encontrará en este cuaderno ese mismo ardor de laicisación que llenó toda la vida de esos hombres, que en algunos degeneró en un furor obstinado pero que en otros se mantuvo como un simple ardor, de combate, como un bello ardor gozoso. Una regla absoluta desde el principio de estos cuadernos, nuestro principio por excelencia, nuestro fundamental estatuto y creo, lo mejor de nuestra razón de ser, es que el autor es libre en su cuaderno y que yo no estoy sino para asegurar el gobierno temporal de esa libertad.

Esta regla fundamental nunca ha sufrido ninguna excepción. No iba a sufrir una excepción aún cuando el trabajo me fuese traído por uno de los hombres a quien estoy más unido.

Esta regla fundamental, obstinadamente seguida desde hace quince años, y que será seguida tanto tiempo cuanto la casa permanezca de pie, nos ha costado cara. A ella y casi únicamente a ella, debemos los quince años de pobreza por los cuales acabamos de pasar. A ella deberemos los que nos esperan. Y aún, cuando digo pobreza, es por decencia y porque yo mismo falto un poco a mis definiciones. Sabemos muy bien que no hay dinero sino para los que entran en los partidos y hacen el juego de los partidos. Y cuando no son los partidos políticos es preciso al menos que sean los partidos literarios.

Tales son sin embargo, las costumbres de la verdadera libertad. Ser liberal, es precisamente lo contrario de ser modernista y por un increíble abuso de lenguaje se relacionan ordinariamente esas dos palabras. Y lo que ellas designan. Más los abusos de lenguaje menos indicados, son siempre los que tienen mayor éxito. Y aquí hay una increíble confusión. Y no hay cosa que odie tanto, como el modernismo. Y no amo nada tanto como la libertad. (Y en ella misma, y acaso no es la condición irrevocable de la gracia).

Digamos las palabras. El modernismo es, el modernismo consiste en no creer lo que uno cree. La libertad consiste en creer lo que uno cree y admitir, (en el fondo exigir) que el vecino también crea lo que cree.

El modernismo consiste en no creer uno mismo por no ofender al adversario que no cree tampoco. Es un sistema de declinación mutua. La libertad consiste en creer. Y en admitir, y en creer que el adversario cree.

El modernismo es un sistema de complacencia. La libertad es un sistema de deferencia.

Page 24: El Dinero

El modernismo es un sistema de urbanidad. La libertad es un sistema de respeto.No habría que decir grandes palabras, pero en fin el modernismo, es un sistema de

(palabra ilegible).El modernismo es la virtud de la gente de mundo. La libertad es la virtud del pobre.Debo hacer justicia a nuestros abonados que en este gobierno de la libertad nos han

permanecido admirablemente fieles. Es honor suyo. Y nuestro. He reprochado a menudo a nuestros abonados, no ser bastante numerosos. Y este año se los reprocho más que nunca. Pero reconozco que es reproche que va un poco, más bien a lo que no es que a lo que es. Los que están, han comprendido perfectamente, quiero decir que sabían con anterioridad tan bien como nosotros lo que son las costumbres de la verdadera libertad.

Una palabra todavía que no me gusta, pero en fin la vida misma requiere libertad. Una revista no está viva si ella no descontenta cada vez una buena quinta parte de sus abonados. La justicia consiste solamente en que no sean siempre los mismos quienes estén en el quinto. De otra manera, quiero decir: cuando se aplica a no descontentar a nadie, se cae en el sistema de esas enormes revistas que pierden millones, o los ganan, por no decir nada. O más bien, en no decir nada.

Nuestros abonados lo han comprendido perfectamente, es preciso rendirles este honor. Tanto como nosotros, ellos tienen el gusto, el respeto de la libertad. Nos lo han probado con esa hermosa fidelidad de quince años. Son, como nunca demasiado poco numerosos. Pero los que están, permanecen.

Por este duro método, por este único sistema de reclutamiento no se manifiesta absolutamente un común descenso fundado sobre un incesante intercambio de concesiones mutuas, que se pasa incesantemente de unos a otros. Por esto nuestros cuadernos se han establecido poco a poco como un lugar común de todos aquellos que no trampean. Aquí somos católicos que no trampean; protestantes que no trampean; judíos que no trampean; librepensadores que no trampean. Por eso somos tan pocos católicos; tan pocos protestantes; tan pocos judíos, tan pocos librepensadores. Y en suma tan poca gente. Y tenemos contra nosotros los católicos que trampean; los protestantes que trampean; los judíos que trampean; los librepensadores que trampean; los Lavisse de todos los partidos; los Laudet de todas las orillas. Y eso junta mucha gente. Además todos los tramposos tienen una seguridad para reconocerse entre ellos y apoyarse; una seguridad infalible para sostenerse; una seguridad inexpiable. Una seguridad instintiva. Una seguridad de raza; el único instinto que tengan, que no es comparable más que con la seguridad profunda con la cual los mediocres reconocen y apoyan a los mediocres. Mas en el fondo no es la misma. Y no son los mismos. Siquiera nosotros las gentes honestas, fuésemos fieles a la honestidad como la mediocridad es fiel a la mediocridad.

No comprendo que haya una cuestión de los maestros. Ante todo, si hubiesen permanecido maestros de escuela, todo eso no habría pasado. Que enseñen, no hay nada más bello en el mundo.

Que no se engañen, ellos tienen el oficio más bello del mundo. Ellos únicamente tienen alumnos (ellos y los profesores de la enseñanza secundaria). Los otros tienen discípulos. Los otros son los profesores de la enseñanza superior. Y es, desdichadamente, el escritor.

Que se haga la experiencia, la experiencia es fácil de hacer. Que cada uno se examine atentamente. Que cada uno mire su ser y retroceda un poco en su memoria. ¿Quiénes somos? ¿Somos el estudiante inocente pero tanto más embaucado que seguía escrupulosamente los cursos de los Sorbonistas? No, no somos esa miseria y no somos ya esa presa. Que todo hombre que haya pasado los treinta y cinco años se mire y se reconozca él mismo. Que todo hombre vea lo que es, quién es, descienda en su ser propio. En su ser profundo. No somos esos jóvenes puros, inocentes y lastimosamente entusiastas, cándidos, ciegos, tan cándidamente piadosos hacia sus maestros que sus

Page 25: El Dinero

maestros han engañado. Nosotros somos aquellos niños anteriores a los doce años, esos mismos niños tan puros, quizá más puros; y somos esos mismos adolescentes anteriores a los diez y seis años. Somos los hombres de nuestra laboriosa infancia. Somos los hombres de nuestra laboriosa adolescencia. No somos de ninguna manera los hombres de nuestra juventud embaucada. Es decir, por oposición que hemos sufrido la impregnación de nuestros padres; y de nuestros maestros de primer grado; y de nuestros maestros de segundo grado. Pero que no hemos sufrido ninguna impregnación de nuestros maestros de tercer grado. Por otra parte nuestros maestros de tercer grado se preocupaban bien poco por la filiación y la paternidad espiritual y por reinar sobre los corazones. Su única preocupación era por un juego de casamientos, nombramientos, elecciones académicas y universitarias, intrigas, bajezas, traiciones, delaciones y honores, asegurarse, perpetuarse entre ellos un gobierno temporal de los espíritus. Ellos poseen lo que desearon. Y más de lo que esperaban. Que no pretendan más de eso.

Es decir por consiguiente que el más bello oficio del mundo después del oficio de padre (y por otra parte el oficio más emparentado con el oficio de padre) es el oficio de maestro de escuela y el oficio de profesor de liceo o si preferís es el oficio de maestro. Y el oficio de profesor de enseñanza secundaria. Mas entonces que los maestros se conformen pues con lo más bello que hay. Y que no busquen a su vez explicar, inventar, ejercer un gobierno espiritual; y un gobierno temporal de los espíritus. Sería aspirar a descender. Es realmente en este juego que los curas perdieron Francia. Y no es muy indicado que por el mismo juego los maestros la pierdan a su vez. Es preciso hacerse a esta idea, que somos un pueblo libre. Si los curas se hubiesen ceñido y limitado a su ministerio, el pueblo de las parroquias estaría aún estrechado en torno a ellos. Mientras los maestros enseñen a nuestros niños la regla de tres, y sobre todo la prueba por nueve, serán ciudadanos considerados.

Por qué sobre todo establecer esa confusión que vemos por todas partes en todos sus congresos, en sus diarios, revistas y reivindicaciones. Por qué mezclar las cuestiones de dinero y las cuestiones de gobierno. Sería acaso para honrar las cuestiones de dinero mezclándolas con las cuestiones de gobierno. Mas el dinero es altamente honorable, no se repetirá nunca demasiado. Cuando es el precio y el dinero del pan cotidiano. El dinero es más honorable que el gobierno, pues no se puede vivir sin dinero, y se puede muy bien vivir sin ejercer un gobierno. El dinero no es deshonroso, cuando es el salario, y la remuneración y la paga, por consiguiente cuando es el sueldo. Cuando pobremente es ganado. No es deshonroso sino cuando es el dinero de las personas del mundo. No hay pues en los otros casos, quiero decir cuando no es el dinero de las personas del mundo, ninguna vergüenza en hablar de él. Y aún no hay sino esto que sea honroso. Y que sea recto. Y que sea decente. Es preciso hablar siempre de dinero, como de dinero. Que los maestros tengan el derecho de vivir, como todos, quien lo niega, y nosotros lo discutiremos menos que nadie, nosotros que estamos no solamente con ellos, sino que somos de ellos, que hemos publicado aquí los primeros, la admirable novela de Lavergne. Jean Coste tiene el derecho de alimentar a su mujer y a sus hijos. De esto no se duda. Si lo logra hoy bastante mal, aquí también lo hace como todos. Como nosotros. Al menos como todos los que trabajan. En el mundo moderno no hay un poco de bienestar sino para los que no trabajan.

Aquí hay pues una cuestión muy grave. Pero lo que quiero decir hoy es que verdaderamente se trata de una cuestión de derecho común. Es una cuestión de cierta desgracia común, de gran miseria común. Es una cuestión de la vida general de la nación y de las disponibilidades del presupuesto. Esa primera cuestión no tiene nada de común con esa otra cuestión del gobierno espiritual que algunos maestros pretenden ejercer entre nosotros. Pues esto también es una reivindicación.

Que maestros jóvenes y hasta más viejos vayan a trabajar en las Facultades además está muy bien. Estoy seguro que proporcionarán excelente trabajo y que esta

Page 26: El Dinero

colaboración da en las provincias los mejores resultados. Pero no es un secreto tampoco, que en París el pequeño clan de la Sorbona había emprendido apoyarse sobre los maestros, cuando se propuso arruinar en Francia la enseñanza secundaria, y que un cierto número de maestros (un número muy pequeño), respondió a este llamado.

Aquí además me permito descubrir que no son los maestros quienes tienen la culpa. No fueron los maestros los más culpables, ni siquiera los verdaderos culpables. En toda demagogia el que es la materia y el objeto y el inerte instrumento, es menos culpable que el inventor y el autor. Y el primer motor. Grandes pontífices, hombres encumbrados vinieron a decir a los maestros de escuela que el liceo no sirve para nada, que uno no aprende nada desde el comienzo de sexta hasta el fin de filosofía. No culpo a esos maestros por haberles creído. Culpo a esos profesores, quienes han pasado por sexta y filosofía, por haberlo dicho. No se trata de reclutar tropas a cualquier precio. Sería preciso lo mismo no engañar demasiado a la gente.

Eso me lleva a una singular cuestión que me sorprende no se haya planteado nunca. Porque los maestros de escuela no estudian. Me acuerdo muy bien cómo sucedía eso. Me acuerdo muy bien del camino que yo seguía cuando M. Naudy me sacó de él un poco rudamente. Los jóvenes que se proponían hacerse maestros de escuela, o más bien los jóvenes en quienes uno pensaba para hacer de ellos maestros de escuela para transformarlos en maestros de escuela cursaban primero tres años en la escuela primaria superior que se llamaba entonces, lo he dicho, la escuela profesional. primer año, segundo año, tercer año; durante tres años preparaban el ingreso a la Escuela Normal primaria. Los que habían egresado pasaban luego tres años en esta Escuela Normal primaria. Se empezaba de nuevo: primer año, segundo año, tercer año. En total seis años. Con el tiempo que podía perderse entre los dos, cortándolos. era precisamente todo el tiempo que se necesita para hacer estudios desde el principio de la sexta hasta terminar filosofía. Ahora bien, esos hijos de campesinos y esos hijos de obreros, ya muy seleccionados, que se preparaban y que se destinaban o a quienes se preparaba y se destinaba para ser maestros, eran término medio al menos tan inteligentes como los pequeños burgueses que emprendían un poco confusamente el liceo. Y ellos trabajaban al menos tanto como éstos. Y algunos trabajaban muy bien. Se empeñaban mucho más, se tomaban mucho más trabajo para aprobar el certificado simple, que nosotros para dar el examen final de cuarta, que no rendimos, y para aprobar el certificado superior, que nosotros para aprobar el bachillerato. Entonces uno se pregunta. Y es tan sencillo preguntarse: Entonces en esas condiciones, a ese precio, con ese tiempo, por tanto trabajo y tanta conducta, uno se pregunta, a ese precio por qué no hacerles cursar sus estudios. Y por qué, en lugar del certificado superior, que no es nada, uno no les otorga al menos, el bachillerato, que no es gran cosa. No veo por qué, saber latín o griego, les impediría enseñar francés. Por mi parte yo sería un buen maestro de escuela. Uno se pregunta si no es la burguesía francesa que lo ha hecho expresamente, temiendo la competencia, eso de tener maestros que no hubiesen estudiado. Pues en fin es tan difícil y es preciso al menos tanto trabajo y tanta tarea para entrar en la Escuela Normal de Saint-Cloud como para entrar a la Escuela Normal de enseñanza secundaria. (Es la nuestra, hijos míos). Entonces por qué se ha hecho de tal manera que el bagaje de uno no sea más que hojarasca. Si es un cálculo que la burguesía ha hecho, como es probable, es preciso reconocer que está bien recompensada. Encontrando constantemente contra ella y bajo de sí esa sorda revuelta de una enseñanza primaria que precisamente no ha estudiado. Y una vez más, es preciso comprobar que el sabotaje ha venido de lo alto, de la burguesía. Y que está pagada por un sabotaje antagónico.

Todo está despejado, y dirigiéndome a los maestros mismos y no a sus programas, que soportan no ya a las condiciones que el Estado les ha hecho, que aguanten, yo me permitiré decirles (y no lo digo naturalmente sino a algunos que están evidentemente trabajados por esta tentación) les digo: Por qué queréis ejercer un gobierno de los

Page 27: El Dinero

espíritus. Y como todos los otros, por qué queréis un gobierno temporal de los espíritus. Por qué queréis tener una política e imponerla. Por qué queréis tener una metafísica e imponerla. Por qué queréis tener un sistema cualquiera e imponerlo.

Estáis hechos para enseñar a leer, a escribir y a contar. Enseñadles pues a leer, a escribir y a contar. No es solamente muy útil. No es solamente muy honorable. Es la base de todo. Sabe sus cuatro reglas, se decía de alguien cuando yo era chico. Que nos enseñen pues muestras cuatro reglas. No quiero jugar con las palabras, pero sin hablar de escribir ya sería un gran progreso (puesto que estamos en un sistema de progreso; tener, ser un pueblo que supiese leer y que supiese contar. Y cuando con esto nuestros maestros empleasen su actividad, en salvar al país de los dos azotes que lo amenazan constantemente, hay en ello para la vida de un hombre y muchos hombres quisieran decir otro tanto. (Esas dos pestes que quiero decir son naturalmente la política y el alcoholismo, en el fondo no hacen sino una, en tanto que los maestros reivindiquen un punto de apoyo, un establecimiento cono a la política, los vendedores de vino no solamente tienen cien veces el derecho, sino que tienen cien veces razón, por sí mismos y para el país). Pero esas reglas de gran higiene., esas prácticas de higiene general vienen por si mismas; ellas no pueden ser sino comprometidas y tal vez completamente disfrazadas, completamente selladas, completamente anuladas por una pretensión de gobernar los espíritus.

Enseñar los elementos, enseñar a niños de buen fondo, esas viejas verdades sobre las cuales todos están de acuerdo (y sobre las cuales está asentado el mundo): que París es la capital de Francia. Que Versalles es la cabeza del departamento de Seine-et-Oise. Para los más sabios llegar hasta la extracción de la raíz cuadrada, y tal vez de la raíz cúbica. Qué suerte más envidiable. Y no es acaso infinitamente más bello, más grande y más prudente que arengar a hombres borrachos. Hablar del sistema métrico, que es la razón misma y tan perfecto. Hablar también del sistema solar que es una especie de sistema métrico, con múltiplos y submúltiplos y que es realmente tan grande de los planetas, de los satélites, de la vía láctea: para los más sabios de la rotación y de la revolución; en fin todo lo que nosotros hemos aprendido en la escuela primaria; (todo lo que sabemos). Estar seguro que todo lo que uno dice es verdadero, que todo lo que uno dice llega, es bien comprendido. que permanece. Cuán feliz suerte, no hay nada superior.

Hacer bellos análisis lógicos y gramaticales, en donde todo caía bien y uno sabía todo, donde se desarticulaba completamente, se agotaba una oración, donde no quedaba nada y todo resultaba justo. Y esos bellos problemas de aritmética donde era preciso separar tan cuidadosamente los cálculos del razonamiento por una barra vertical, o donde había siempre canillas que corrían para llenar o vaciar un tanque (y a menudo ambas cosas) (para llenar y vaciar al mismo tiempo), (curiosa ocupación), (después de tantas horas…); y había siempre departamentos que amueblar. Y uno multiplicaba el tapicero por el precio del metro común.