El Dilema Del Prisionero 1

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Sección: Ciencia y Técnica

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William Poundstone: El dilema del prisionero

John von Neumann, la teoría de juegos y la bomba

El Libro de Bolsillo Alianza Editorial

Madrid

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Título original: Prisioner's dilemma, John van Neumann, Game Theary and the Puzzle althe Bomb

Traducción: Daniel Manzanares Fourcade

Reservados todos los derechos. De conformidad con lo dispuesto en el art 534·bis del Código Penal vigente, podrán ser castigados con penas de multa y privación de libertad quienes reprodujeren o plagia. ren, en todo o en parte, una obra literaria, artística o científica fijada en cualquier tipo de soporte sin la preceptiva autorización.

copyright © 1992 by William Poundstone © Ed. cast.: Alianza :Editorial, S. A., Madrid, 1995

Calle}. 1. Luca de Tena, 15; 28027 Madrid; teléf. 393 88 88 ISBN: 84-206·0747·9 Depósito legal: M. 30,256/1995 Compuesto e impreso en Fernández Ciudad, S. L.

~-.::-~na Suárez, 19; 28007 Madrid Pnnted in SI:~n

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Agradecimientos

Muchos de los miembros pertenecientes al grupo ori­.ginal de expertos en teoría de juegos de la organización :&AND continúan trabajando. Merril Flood y Melvin Dresher aportaron datos importantes para este libro con­cernientes a su labor allí y al ambiente que existía. Gran parte del material biográfico de John von Neumann, in­cluyendo las citas de su correspondencia, proviene del Conjunto de papeles de von Neumann existentes en el Departamento de Manuscritos de la Biblioteca dél Con­greso, en Washington, D.F. Parte de los datos históricos sobre la administración Truman fueron consultados en la Biblioteca Presidencial Harry S. Truman, en Indepen­dence, Missouri. Mis agradecimientos también deben ser para Paul Armer, Robert Axelrod, SalIy Bedrow, Raoul

'. Batt, George B. Dantzig, Paul Halmos, Jeane Holiday, ,;;'Cuthbert Hurd, Martin Shubik,John Tchalenko, Edward

"i~ Teller y Nicholas A. Vonneuman, por las narraciones de ',~>sus recuer<ilos, por su ayuda y sus consejos. :tj, !~_.

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1. Dilemas

Un hombre iba a cruzar un río con su mujer y su ma­dre. Apareció una jirafa en la orilla opuesta. El hombre sacó su rifle y apuntó, mas la jirafa le dijo: «Si disparas, morirá tu madre. Si no disparas, morirá tu mujer.» ¿Cuál debería ser el comportamiento del hombre?

Así se narra un cuento tradicional que contiene un di­lema, tal y como lo relata el Jeque de Dahomey. En el folklore africano abundan disyuntivas excéntricas y difí­ciles de este tipo. Muchas han sido recogidas por filóso­fos y escritores occidentales para su uso propio. En la fá­bula del Jeque hay que suponer que todo cuanto diga la jirafa parlante es verdadero. Se puede replantear el dile­ma en términos más apropiados al entorno y la lógica oc­cidentales: unos científicos locos le han raptado a usted junto con su madre y su mujer, y les han encerrado en una habitación con una máquina de aspecto extraño. Los tres están atados a sillas. Al alcance de usted hay un pul­sador. Una ametralladora se yergue amenazadora delante

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de su mujer y su madre, y hay un reloj en la pared que marca los segundos. Uno de los científicos le explica que si oprime el pulsador, la máquina apuntará a su ma­dre y la matará. Por el contrario, si no pulsa el botón en un lapso de sesenta segundos, el artefacto apuntará a su mujer y disparará. Tras una inspección detenida se ha da­do cuenta de que la máquina funcionará irremisiblemen­te como se le ha explicado. ¿Qué debería hacer?

Tales dilemas se discuten a veces en las clases de ética de los institutos. Evidentemente, no hay una solución adecuada. Sería evadir su responsabilidad si arguye que no tomaría ninguna acción (es decir, no pulsar el botón, con lo que la máquina mataría a su cónyuge), basándose en que no podría ser culpable por no hacer nada. Sólo puede decidir cuál de las dos personas aprecia más, y sal­varla.

Las decisiones son aún más difíciles cuando otro tam­bién está decidiendo, y el resultado depende del conjun­to de todas las decisiones tomadas. En el libro The Book 01 Questions (1987), de Gregory Stock, hay un dilema pa­recido pero que incita a una mayor reflexión: «Usted y una persona amada son situados en habitaciones separa­das provistas de un pulsador. Saben que matarán a am­bos a no ser que uno pulse el botón antes de una hora; además, la primera persona que accione el pulsador sal­vará a la otra, pero morirá inmediatamente. ¿Qué deci­sión tomaría usted?»

Ahora hay dos personas deliberando sobre su situa­ción que realizan decisiones independientes. Es necesa­rio que haya alguien que pulse el botón. Lo difícil es de­cidir cuándo deberá sacrificarse. El dilema le obliga a tomar una «decisión de tipo bote salvavidas» que afecta a la persona a quien usted quiere y a sí mismo. ¿Quién debería ser el que sobreviviese?

Existen muchas situaciones en las que uno decide sal-

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var a otro a expensas de perder la propia vida. Un padre o madre podría salvar a un niño basándose en que el niño, dada su juventud, tiene mayores expectativas de vi­da. Sea el que fuere el criterio usado, y sabiendo que am­bas personas no tendrían el mismo, hay tres desenlaces posibles al tomar una decisión de tipo «bote salvavidas».

El caso menos angustioso es cuando ambos coinciden en quién debe sacrificarse y quién salvarse. Entonces aquel debería pulsar el botón para así salvar al otro.

Una segunda posibilídad es que ambos decidan salvar­se el uno al otro. Una madre decide salvar a su hija, a la que le quedan más años de vida, y la hija decide asimis­mo salvar a su madre, pues esta le dio la vida. En este caso se compite por ser el primero en pulsar el botón.

La opción más conflictiva surge cuando ambas perso­nas deciden que ella misma es la que debe salvarse. En­tonces nadie pulsa el botón, y el reloj marca el tiempo que pasa inexorablemente ...

Revisemos este caso algo más a fondo. Según el reloj, han pasado cincuenta y nueve minutos. Usted no ha oprimido el pulsador, con la esperanza de que su ser querido lo hiciera, pero no ha sido así. (Presupongamos que la noticia de la muerte de uno es comunicada inme­diatamente al superviviente en cuanto este pulsa el bo­tón.) Ha tenido usted tiempo sobrado para considerar todas las posibilidades. Ciertas personas pueden tardar la hora entera para decidir quién se salvará, o para reu­nir el valor suficiente para pulsar el botón. Aun tenien­do en cuenta estas posibilidades, parece que la persona que usted adora ha decidido que sea usted el que se sa­crifique.

No tiene sentido comprometerse a no pulsar jamás el botón, ni siquiera en la última fracción de segundo. Por muy egoísta que usted sea, no puede salvarse a sí mismo. Alguien ha de morir; así es como se ha planteado el dile-

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ma. Si la persona a la que ama no se presta a sacrificarse, por lo menos sálvela usted. Pues no olvide que ama de verdad a esa persona.

La situación ideal sería que pulsara usted el botón en el último instante. Es posible que la otra persona piense lo mismo. Precisamente esto le da fuerzas para resistir hasta el último momento. Pues así da a esa persona la oportunidad de pulsar el botón en el penúltimo instante; si no fuera así, entonces, y sólo entonces, pulsaría usted su botón. Por supuesto, es posible que el ser amado pla­nee esta misma estrategia.

Al complicarse la situación con este planteamiento mu­tuo de resistir hasta el último momento posible, el desen­lace dependerá de los tiempos de reacción y de la preci­sión del reloj. La malvada máquina no tiene en cuenta la intención de haber pulsado el botón dentro del margen de tiempo estipulado. O bien usted o bien la otra persona han de cerrar mediante su actuación el circuito, antes de que la máquina se ponga en marcha y les mate a los dos. Además, no se sabe a ciencia cierta si el reloj de la pared está perfectamente sincronizado con la máquina. Eso dijo el científico loco, mas quizá no se refería al segundero, y recuerde que después de todo es un chiflado. Para asegu­rarse de poder pulsar el botón dentro de un margen de seguridad, debiera en realidad pulsarlo un instante o dos antes. ¡Sin embargo, este requerimiento es contrario a su intención de resistir hasta el último momento!

Tanto la persona a la que quiere, y que parece aplazar su decisión, como usted están en el mismo barco. Si am­bos decidieran pulsar el botón en el último instante, el desenlace sería resultado del azar. Uno de los dos pulsa­ría una fracción de segundo antes que el otro, o bien am­bos se pasarían del tiempo límite y por tanto morirían. El desenlace se determinaría por casualidad. La suerte pri­maría frente a la racionalidad.

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En el ámbito de la 610sofía, las situaciones en las que se han de tomar decisiones límite encerrado en una habi­tación desconocida, han despertado el suficiente interés como para que se las bautice con el nombre de las «cajas de dilemas». ¿Por qué tales dilemas llaman tanto la aten­ción? En parte se debe a la curiosidad que tenemos ante cualquier situación nueva. Pero no despertarían tanto in­terés si sólo fueran rompecabezas que no influyeran en nuestra existencia personal.

Los dilemas de la vida real, que no son planteados por cientí6cos dementes, surgen gracias a las diversas maneras con las que nuestros intereses individuales se debaten con los de otros y los de la sociedad en general. Diariamente debemos tomar decisiones difíciles, a veces con resultados distintos de los que habíamos esperado. La cuestión esencial que se plantea es simple y apre­miante: ¿existe un comportamiento racional para cada si­tuación?

El dilema nuclear

La URSS hizo explotar su primera bomba atómica en Siberia, en agosto de 1949. De esta manera terminaba el monopolio americano sobre armas nucleares. Mucho an­tes de lo esperado por los observadores occidentales, ha­bía ya dos potencias nucleares.

La bomba soviética provocó el comienzo de una ca­rrera armamentística nuclear. Algunas consecuencias eran fáciles de prever. Cada nación se armaría hasta el punto en que pudiera lanzar una ofensiva atómica rápida y devastadora sobre la otra. Muchos pensaron que se planteaba así un dilema inabordable. Por vez primera en la historia del mundo, se contemplaba la posibilidad de un ataque sorpresa que borraría a toda una nación de la

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faz de la Tierra. Si surgía un conflicto, la tentación de pulsar el botón nuclear sería irresistible. Era igual de im­portante darse cuenta de que cada nación temería ser la víctima del ataque sorpresa de la otra potencia.

Hacia 1950, muchas personas de los Estados Unidos y de Europa occidental pensaban que América debería considerar la posibilidad de llevar a cabo un ataque sorpresa, no provocado, sobre la Unión Soviética. La idea, llamada eufemísticamente «guerra preventiva», afirmaba que, aprovechando la oportunidad, los Esta­dos Unidos deberían establecer un Gobierno mundial, bien mediante la amenaza de un ataque -es decir, ha­cer chantaje nuclear- o bien por ataques sorpresa. Po­dría pensarse que sólo una minoría compuesta por chi­flados apoyaría tal propuesta. De hecho, encontró apoyo entre gentes de innegable inteligencia, entre ellos dos de los mejores matemáticos de todos los tiempos: Bertrand Russell y John von Neumann. Los matemáti­cos no suelen dar a conocer sus opiniones políticas, o sobre asuntos mundanos de otro tipo. Bertrand Russell y John von Neumann tenían muchos rasgos y actitudes bastante diferentes. Pero coincidían en la opinión de que no había lugar suficiente en e! mundo para dos po­tencias nucleares.

Russell, que fue uno de los apologistas más importan­tes de! movimiento a favor de la guerra preventiva, apo­yaba la idea de un ultimátum dirigido a la Unión Soviéti­ca, en e! que se amenazaría con un ataque nuclear a no ser que se sometiera a ser gobernada por un Gobierno mundial dominado por los Estados Unidos. En un dis­curso realizado en 1947, Russell dijo que «me inclino a pensar que Rusia aceptaría; si no es así, y si actuamos con prontitud, e! mundo podría sobrevivir a la consi­guiente guerra y surgiría un Gobierno mundial, tal y como lo necesitamos». '

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Von Neumann llegó aún más lejos, pues propugnaba un ataque nuclear relámpago por sorpresa. La revista Lile citaba a von Neumann: «Si me propone usted bombar­dearles mañana, yo le contesto, ¿por qué no hoy? Si dice usted que hoy a las cinco de la tarde, yo le digo, ¿por qué no a la una?»

Ninguno de ellos tenían aprecio por la Unión Soviéti­ca. Sin embargo, pensaban que la guerra preventiva era, sobre todo, una cuestión de planteamiento lógico, la úni­ca solución racional al mortal dilema de la proliferación de armas nucleares. Así lo manifestaba Russell en un ar­tículo que abogaba por la guerra preventiva, en e! núme-

. ro de enero de 1948 de la revista New Commonwealth: «El argumento que he desarrollado es tan simple e ine­xorable como una demostración matemática.» Pero la misma lógica puede enmarañarse. No hay palabras que mejor hayan recogido e! enrarecido ambiente de todos los acontecimientos de la guerra preventiva, que la im­premeditada y orweHiana frase del Secretario de la Mari­nade los Estados Unidos, Francis P. Matthews, que en 19'0 instaba a la nación a convertirse en «agresores por "cpaz».

Hoy, en que la distensión Este-Oeste es bien patente, ]a guerra preventiva parece una aberración, producida pcjr la guerra fría. Sin embargo, actualmente existen las mismas disyuntivas. ¿Qué debería hacer una nación al chocar su seguridad con el bien de la Humanidad? ¿Qué debería hacer una persona cuando sus intereses se opo­nen a los del bien común?

John von Neumann

. Quizá el mejor ejemplo del planteamiento de! angus­tioso dilema de la bomba lo personifica John van Neu-

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mann (1903-1957). El nombre nada dice a la mayoría de las personas. El matemático célebre es una especie casi inexistente. Los pocos profanos a los que les sea fa­miliar, le ubicarán como el pionero de la calculadora digital electrónica, o bien como uno más del grupa de mentes brillantes que trabajaron en el proyecto Man­hattan. Unos pocos le reconocerán como uno de los posibles modelos en que se inspira el personaje del Profesor Strangelove, de la película de Stanley Kubrick (1963). Desde luego fue van Neumann el que asistió a las reuniones del AEC (Comisión de Energía Atómica)

en silla de ruedas *. El cuerpo principal de la obra de van Neumann,

aquel por el que adquirió al principio de su carrera la reputación de un genio, se halla en los dominios, inacce­sibles al profano, de la matemática pura y la física mate­mática. Pudiera suponerse que, a 10 largo de su vida, su trabajo estuvO alejado de los asuntos mundanos. Sin em­bargo, a van Neumann le apasionaba la matemática apli­cada. Tanto la calculadora electrónica como la bomba fueron para van Neumann proyectos no académicos, pero son típicos de su interés en las aplicaciones de las

matemáticas. Van Neumann jugaba al póquer, sin ser muy compe-

tente. Su mente ágil se fijó en determinados aspectos del juego. Le interesaba sobre todo el engaño, el faroleo y las segundas intenciones, es decir la manera en que los juga­dores trataban de dar pistas falsas, usando las reglas aceptadas. Si se emplea la jerga propia de los matemáti­cos, existía en ello algo que era «no trivial».

* La película mencionada es Dr. Strangelove or: How 1 Learned to Stop Worrying and Love the Bomb?, dirigida por Stanley Kubrick, 1963 (Teléfono rojo: ¿volamos hacia Moscú~). En ella el personaje del Profesor Strangelove -cuyo nombre se traduce literalmente como «amor abe­rrante ( ... a la bomba)>>- aparece siempre en silla de ruedas. (N. det T.l

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Desde mediados de los años veinte hasta los años cua­renta, van Neumann se entretuvo en investigar la estruc­

·tura matemática del póquer y otros juegos. A medida que sus estudios tomaban forma, se dio cuenta de que los teoremas podían aplicarse a la economía, la política, los asuntos exteriores y a otros ámbitos. Van Neumann y el economista de Princeton Oskar Morgenstern publica­ron en 1944 los resultados de sus análisis, en el libro Theory 01 Cames and Eeonomie Behavior.

Lo primero que hay que darse cuenta respecto a la «teoría de juegos» de van Neumann, es que sólo trata

. de pasada los juegos, tal y como se entienden normal-mente. Es mejor usar el vocablo «estrategia» en su senti-

. do habitual para hacerse una idea del contenido de la teoría de juegos. En el libro The Aseent 01 Man, el inves­tigador Jacob Bronowski (que trabajó con van Neu­mann durante la Segunda Guerra Mundial) recuerda la siguiente explicación de van Neumann mientras iban por Londres en taxi:

.;.como soy un jugador entusiasta del ajedrez, naturalmente se \.

t».e ocurrió decirle «Te refieres a la teoría de juegos tales como ehljedrez». «No, no», me dijo. «El ajedrez no es un juego. Es una forma muy precisa y particular de cálculo. Quizá no pue­das obtener las soluciones, pero en teoría hay una solución, un ~edimiento correcto para cualquier posición. Sin embargo, los juegos reales», dijo, «no son en absoluto así. El mundo real tampoco. La vida real consiste en echar faroles, en llevar a ca­bo pequeñas tácticas para engañar al otro, en preguntarse qué va a pensar el otro que vaya hacer. y sobre este tema se ocu­pan los juegos en mi teoría.»

La teoría de juegos estudia la pugna entre unos opo­nentes que piensan y que pueden ser capaces de engañar al otro. A partir de esta descripción, podría pensarse que

-fie trata de una especialidad de la psicología, en vez de

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matemáticas. Pero no lo es, porque se supone que los j~­gadores son totalmente racionales; esto permite un an~i­sis preciso de las situaciones. Por consiguiente, la teoría de juegos es una rama de la lógica matemática más rigu­rosa, y subyace a los conflictos reales entre los seres hu­manos (aunque no sean siempre racionales).

La mayoría de los avances científicos surgen cuando una persona lúcida percibe elementos comunes en con­textos sin relación aparente. Así nació la teoría de juegos. Van Neumann se dio cuenta de que los juegos de salón plantean dilemas simples. Estos conflictos, generalmente ocultos por la parafernalia de los naipes, las figuras de ajedrez o los dados, fueron los que preocuparon a van Neumann. Reconoció conflictos similares en la econo­mía, la política, la vida cotidiana y la guerra.

Siguiendo la noción empleada por van Neumann, un «juego» es una situación conflictiva en la que uno debe tomar una decisión sabiendo que los demás también toman decisiones, y que el resultado del conflicto se de­termina de algún modo a partir de todas las decisiones realizadas. Algunos juegos son sencillos. Otros llevan a una escalada recurrente de segundas intenciones difícil de analizar. Van Neumann se preguntaba si había siem­pre una forma racional de jugar, especialmente en el caso de haber mucho faroleo y segundas intenciones. Es una de las preguntas fundamentales que se plantea resolver la teoría de juegos.

Podría pensarse ingenuamente que debe haber una forma racional de jugar a cualquier juego. ¿ Es así?, se pre­guntaba van Neumann. El mundo no es siempre un sitio regido por la lógica; en nuestra vida diaria abunda lo irracionaL Ciñéndonos al tema, la adivinación mutua de las intenciones del contrario que sucede en juegos como el póquer da lugar a cadenas de razonamiento teórica­mente infinitas. No era obvio vislumbrar que unos juga-

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dores racionales pudieran llegar a una idea precisa sobre la manera concreta de jugar.

Un matemático de menos categoría se habría plantea­do las mismas preguntas y, dando un suspiro, a continua­ción habría vuelto a su trabajo «serio». Sin embargo, van Neumann se enfrentó cabalmente y con todo rigor al problema. Obtuvo una demostración sorprendente.

Van Neumann demostró matemáticamente que siem­pre existe una forma racional de actuar en juegos de dos Participantes, si los intereses que los gobiernan son completa­

. mente opuestos. Esta demostración se llama <~el teorema minimax». Este teorema es aplicable a juegos de entrete­nimiento, que abarcan desde los más triviales, como ju­gar a las tres en raya, hasta los más sofisticados, como el ajedrez. Se aplica a cualquier juego entre dos personas en el que una gana y la otra pierde (es la forma más sen­cilla de cumplir el requisito necesario de que los intere­ses de ambas partes «sean completamente opuestos»).

. Von Neumann demostró que siempre existe una forma «eotrecta», o mejor dicho «óptima», de tomar parte en ~juegos.

",;Si las aplicaciones del teorema minimax no pasaran de ~, se habría establecido como una aguda aportación a tJ4Jllatemática recreativa. Sin embargo, van Neumann vis­'lumbró otras implicaciones más trascendentes. Pretendía l.I8ar el teorema minimax como la piedra angular de una teoría de los juegos que abarcara otras formas de jue­gos, incluidos los de más de dos jugadores, y aquellos en los que los intereses de los participantes coinciden par­:tiahnente. De este modo, al ampliar su campo, la teoría -podría dar razón de todos los tipos de conflicto entre se­'feS humanos.

"',. Van Neumann y Morgenstern presentaron su teoría juegos como una fundamentación de la economía.

conflictos en el ámbito económico pueden verse

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como «juegos», sujetos a las leyes de la teoría de juegos. Dos contratistas que concursan para un proyecto, o un conjunto de compradores que pujan en una subasta, es­tán implicados en juegos sutiles de adivinación de las in­tenciones ajenas, que pueden st:r analizados con preci-sión. I

La teoría de juegos tuvo importancia como una nueva disciplina casi desde su nacimiento. En una reseña de!li­bro de von Neumann y Morgenstern en el American Mat­hematzcal Soáety Bulletin, se predecía que «en e! porvenir se considerará esta obra como uno de los hitos científi­cos de la primera mitad del siglo veinte. Será así por ha­ber conseguido establecer una nueva ciencia exacta: la ciencia de la economía». En los años posteriores a la pu­blicación de Theory o/ Games and Economtc Behavior, la teoría de juegos y su terminología se convirtieron en pa­labras de uso común para economistas, investigadores en ciencias sociales y estrategas militares.

Un lugar donde halló aceptación inmediata fue la or­ganización RAND. RAND era el prototipo de «reserva de intelectos» y nació a instancias del Ejército del Aire americano poco después de la Segunda Guerra Mundial. Su finalidad original fue llevar a cabo análisis estratégicos sobre la guerra nuclear a escala intercontinental. RAND empleó a muchos científicos que habían participado en las tareas de defensa durante la guerra; además tuvo como consejer~s a un número aún mayor de grandes pensadores.

La opinión de RAND sobre la teoría de juegos era ele­vada y por ello empleó a von Neumann como consejero para dedicar mucho esfuerzo, no sólo a las aplicaciones militares de la te orla sino también a la investigación básica. Por consiguiente, durante el final de los años cuarenta y principios de los cincuenta, von Neumann visitó habitual­mente la central de RAND en Santa Mónica, California.

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El dilema del prisionero

En 1950, dos investigadores de RAND hicieron un descubrimiento considerado como la mayor influencia en la teoría de juegos desde su creación. Merrill Plood y Melvin Dresher idearon un «juego» simple y desconcer­tante que puso a prueba parte de la fundamentación teó­rica de la teoría de juegos. Albert W. Tucker, consejero de RAND, lo bautizó como el dilema del prisionero. Se lIa­mó así por una anécdota relatada por Tucker para expli­carlo. El juego pronto adquirió la fama de ser el conflicto más quimérico posible. En breve llegaremos a estudiarlo. De momento, baste decir que se trata de un rompecabe­zas intelectual que aún hoy nos deja perplejos.

Los estudiosos de! folklore ya conocen que un «relato con dilema» es una historia que plantea una decisión di­fícil y que pide al que escucha que lo resuelva. Así es el dilema del prisionero, un cuento que termina con un di­lema sin resolverse y que solicita al lector u oyente que 10 descifre. No se hizo público hasta años después de su creación; sin embargo, el dilema se propagó por toda la comunidad científica de los años cincuenta por transmi­sión oral, de la misma manera que se extiende, según la antropología del folklore, un relato con dilema.

Por supuesto, el dilema del prisionero es mucho más que un relato. Posee una estructura matemática concreta, aparte de ser también un problema que se plantea en la vida real. Gracias a una especie de casualidad, menos misteriosa de lo que aparenta, se «descubrió» en 1950, justo cuando la proliferación de armas nucleares y la ca­rrera armamentística comenzaron a ser hechos preocu­pantes. Hoy en día, se consideran que los conflictos y tensiones al principio de la era nuclear son ejemplos clá­sicos del dilema del prisionero.

No es desconocido en la época de las armas nucleares

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la espinosa cuestión de cómo obtener seguridad para un bando a expensas del bien común. Estos problemas son tan antiguos como la guerra misma. Sin embargo, la rapi­dez y el alcance destructivo de un ataque con armas nu­cleares hicieron que estas cuestiones salieran a la luz en­seguida. No sería exagerado afirmar que el dilema del prisionero es el problema fundamental en la defensa, y que la respuesta de un:a persona ante él (que no puede demostrarse como correcta o i~correcta) caracteriza su talante conservador o liberal.

Este libro no trata de estrategias militares. El dilema del prisionero es un concepto de aplicación universal. Los teóricos lo observan ahora en el ámbito de la biolo­gía, la psicología, la sociología, la economía y el derecho. Surge muy probablemente donde hay conflicto de intere­ses, y esta pugna no tiene por qué tener lugar entre seres conscientes. El análisis -del dilema es una herramienta poderosa para explicar la manera de organizarse las so­ciedades animales y humanas. Es una de las grandes aportaciones intelectuales del siglo xx, 10 suficientemente simple como para que cualquiera pueda comprenderla y entender también su gran importancia.

En los últimos años de su vida, van Neumann vio có­mo las realídades de la guerra se asemejaban cada vez más a un dilema teórico o a los rompecabezas abstractos de su teoría de juegos. Afirmaba que los peligros inhe­rentes a la era atómica se debían a que «el progreso tec­nológico había sobrepasado a la evolución moral y éti­ca». Aún más descorazonador es este análisis si se sospecha que no existe tal progreso moral, sino que las bombas aumentan de tamaño y potencia mientras que las personas siguen igual. El dilema del prisionero ha pa­sado a ser una de las cuestiones filosóficas y científicas primordiales de nuestros tiempos. Se asocia a nuestra misma supervivencia.

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Actualmente, los que trabajan en el desarrollo de la teoría de juegos tratan de elaborar algún tipo de código que permita el progreso moral. ¿Hay alguna forma de es­timular el bien común en el dilema del prisionero? El in­tento de responder a esta pregunta es uno de los mayo­res retos intelectuales de nuestra era.