El Diario.

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De los poetas más cuerdos que hay en este psiquiátrico llamado mundo.

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De los poetas más cuerdos que hay en este psiquiátrico llamado mundo.

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Agradecimientos a los cuerdos que han participado aquí.

Llenar esta página de la palabra “gracias” escrita de mil maneras diferentes sería poco.

Os apuntáis a cualquier baile que organice y eso es tan maravilloso como de locos.

Solo sé que puedo pronunciar un GRACIAS más grande que este mundo a todos aquellos que ha participado aportando su magia.

A los que no presentaron nada por unas o por otras, aun habiendo quedado de hacerlo, lo siento, solo espero que el próximo autobús que necesitéis coger no os vea en la parada y pase

de largo. Seriedad, señores; la palabra tiene mucho más valor del que se le da.

A los que habéis cumplido, y con cosas enormes, esto es más vuestro que mío, yo solo he puesto el hilo. Disfrutadlo, de verdad, por que sois magia.

Aclaro: no se han puesto direcciones de páginas web, redes sociales y/o parecidos por motivos irracionales, ya que simplemente quiero que esto sea un Diario de sentimientos de locos, no

algo para usar como vía publicitaria.

Espero que os quede suela en los zapatos para un próximo baile.

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DÍA 1 De Sab.

Creo que me estoy volviendo loca.

Tengo la boca llena de serpentinas y cada vez que intento respirar se me colapsan las salidas de emergencia. Tengo miedo de preguntar si es normal, si es de cuerdos que están perdidos o si es propio de una loca que juega a ahorcarse los miedos con la comba de cuando era una cría.

Tengo miedo a la página en blanco de mañana. Tengo miedo al silencio y odio el ruido. Solo sé poner la música al máximo volumen pero temo llegar siempre al último acorde.

Creo que me quiero por lo que no tengo pero no tengo lo que quiero. Me va a explosionar el pecho de personas y los pulmones de gritos silenciados. Tengo las comisuras de los ojos llenas de versos y en las grietas de los labios, la sal de lágrimas perdidas.

No me llegan las uñas para desgarrar tantas palabras. No me llega ni el alma.

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DÍA 2. De While.

Es el segundo día que vengo a verte a este sitio tan blanco con almas tan amarillas como la

tuya. Es el segundo día que te siento lejos a pesar de tenerte aquí cerca, durmiendo, contando

hacia atrás.

Me acerco a la cama donde duermes, tu pecho se mueve con tanto ritmo que a veces

me parece mentira. Tus ojos se abren y me miran tan intensamente que me haces creerme

todos los milagros que nos cuentan a lo largo de la vida.

Te toco el brazo, estoy demasiado fría por lo que te apartas de manera tan brusca que

me duele, pero te recuerdo y pienso y me dicen que es normal, que ya van dos días.

¿Dos? Qué suerte la mía haberte conocido como alguien que sabía bailar.

Te quedaste dormida.

Aproveché para hablarte y que mi voz apareciera en tus sueños este segundo día.

Acaricié con la mayor de mis tristezas tus manos, acaricié con mis labios tus dedos y me sentí

caer a pesar de estar sentada. Sin dejar de acariciarte empecé a contarte las tonterías más

insulsas que se me pasaron por la cabeza.

Fingí reír.

Fingí que teníamos alguna esperanza de contenerte aquí. Que tenías alguna esperanza

de quedarte.

De curarte.

Y entonces una lágrima sorda calló de mis ojos. Alguien en algún punto de la blanca

habitación me pedía silencio, y yo seguía enmudeciendo sin dejar que las lágrimas empaparan

mis mejillas. Mis labios pedían una paz extinta, mis ojos te miraban y sabían que no acabaría la

guerra.

Mis guerreros de la esperanza empezaron a morir cruelmente. Uno a uno. El tiroteo

fue escalofriante. Y dejé de creer en todo a la vez, de sopetón. Me levanté, ya vacía de ti, de

tus risas, de la esperanza que me hacía no dejarte. De la esperanza que moría y que murió.

Al salir de la habitación lloré hacia fuera. Con volumen, con dolor. Sabiendo que ahora

lo único que haría contigo sería recordarte.

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DÍA 3. De Eri. Día siete. O tres. Tres, si las noches no cuentan como días. Que deberían. Coca cola, Nestea y SevenUp. La bebida del nuevo mundo. Yo me froto un ojo. Es una señal. Para que vean que hay espías. Natalia se confunde y piensa que es una señal de la partida de cartas. Canta victoria y nos pillan el farol. Madre mía. Natalia tiene encima demasiada bebida gaseosa. Joder con el nuevo mundo. Solos. Nat, Cris y yo. Así es todas las tardes dos o tres veces a la semana. Hay algo de tensión en el aire porque hace poco murió alguien, y hace menos a mí me dieron el alta y se fueron los espías. Concretamente hace tres días. Aún no me he acostumbrado a los vaqueros con los que Nat me ve tan guapo. Eso es otra historia. Nat, yo y los vaqueros. Un clásico. Un circo. Hay espías. Me sigo frotando el ojo. Nat y Cris no entienden la seña. Ya no. Creían que me había recuperado. Ja. Tampoco está él para entenderla. Los espías son tres. Siempre me ayudaban de uno en uno. Vivimos muchas aventuras gracias a ellos, los cuatro, como cuando perdimos la escultura del museo y tuvimos que hacer otra tan rara que nadie se dio cuenta. Pero ahora son tres. Los espías. Son siempre tres desde que murió. Nosotros también somos ya tres. Un pájaro, un colibrí y una chistera. La chistera está a dos centímetros del dedo de Nat, pero nunca la rozará, siempre es así. Además está casi fuera de la mesa, cualquier objeto real se habría caído y ahí lo veo, bien estable, por eso sé que es un espía. Tras su muerte ya no nos ayudan. Esperan. Apenas hablan. Es como si hubieran perdido algo. Es como si se sintieran igual que nosotros. Me froto el ojo con tanta fruición que me duele la cabeza. Nat vacila. No lo reconocerá. La seña. Mira que la quiero, pero el SevenUp le arruina el cerebro. No hay manera de tratar con ella. Y Cris echa de menos a su compañero de timba. Estamos rotos, todos. Igual eso les pasa a los espías. Me pone enfermo vernos así. Tan… día tres. Siento que han pasado siete días. Una semana. Eso es una semana de libertad fuera, de alta médica, de volver a olerle el pelo a Cris y a morder a Nat, pero no está funcionando. Miro el hueco que ha dejado al morir, enfrente de mí. Se me hace un nudo en la garganta, pero me llega hasta el alma (aún me estoy frotando el ojo). El pájaro, el colibrí y la chistera se sientan en el sitio de él. Me levanto con violencia. Es el sitio de él. No deberían ni tocarlo. La mesa baila, casi por los aires. -Cama, cartas y chicas. Y Dauson. Tiro algo. Coca cola, Nestea y SevenUp. Nat salta y mira el hueco vacío que miro. Tiembla con un escalofrío. Me mira. Necesita que esté bien. Yo necesito que esté él. Me siento muy despacio. Miro al pájaro, el colibrí y la chistera. Repiten la frase. La frase de él. -Cama, cartas y chicas. Y Dauson. Yo le digo lo de siempre. La chistera sonríe igual que él. -Los amigos sí que saben. Nat me apoya la cabeza en mi hombro. Nat siempre está a gusto y sobre todo cuando cree que todo va bien. Cris me sonríe. Creen que estoy bien. Y yo le tengo a él. Qué haríamos sin los espías. Respirar. Día tres.

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DÍA 5. De Oniria.

Hoy ha llovido. A ti no te gusta, pero yo he sonreído, y he cantado, y he bailado. Sola. Ojalá nunca pare de llover. Ha cambiado todo mientras yo sigo exactamente igual. Con las rodillas contra el pecho, la cabeza hundida y los ojos húmedos. Triste. Sigo abrazándome a mí misma por todas las veces que no has estado para hacerlo tú.

Soy toda azul, flores muertas, nostalgia y mucha lluvia. Mi corazón se está rompiendo y grita. ¿Lo oyes? Todo este ruido eras tú.

Un día, G. me dijo que viviese de las pequeñas cosas. De las sonrisas. Al día siguiente, me senté en las gradas de un campo de fútbol viendo jugar a la persona que me rompió el corazón, y miré el cielo. Observé cómo a las seis empezaba a oscurecer (era invierno) y cómo a las seis y media ya había alcanzado un tono añil realmente bonito. Me quedé gran parte de la tarde con la vista puesta en aquel azul. Lloré. Supongo que en ese momento yo también me sentí azul, supongo que sigo siendo azul. Todavía no sé si eso de vivir se me da demasiado bien o demasiado mal.

Esta tarde me ha seguido un gato blanco y negro y le he sonreído como ya no te sonrió a ti. Ahora The Beatles me cantan en los oídos y tengo rojas las mejillas. Penny Lane is in my ears and in my eyes. Hoy he vuelto a llover.

Te he escrito siete cartas. Dieciséis páginas llenas de vida o de amor (aún intento averiguar cuál es la diferencia) que puede que nunca llegues a leer. Tampoco sé si quiero, pero a ti sí. Ha llovido y he llorado por ti demasiadas veces. Te he pensado y me has dolido más. A veces no sé de qué estoy hablando, pero siempre es de ti, de mí y de ese nosotros que sí pero ya no.

Esta noche he salido y había un atardecer precioso. El cielo era un incendio. Al igual que nosotros, ardió tanto que terminó apagándose. Fuimos entonces polvo, y cenizas. Se veían las estrellas. No sé si es amor, pero sólo fui capaz de imaginarme observándolas contigo. Fue bonito pensar, inocentemente, que una de ellas brillaba sólo para nosotros. El cielo es mi punto débil.

Yann Tiersen está tocando el piano en algún lugar en mi memoria y quiero volar contigo. Bailar también. Cuando sea mayor sólo quiero ser niña.

He roto las ventanas por si vuelves. No me gustan las despedidas.

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DÍA 7 De Azulperdido.

Bajaba la ventanilla ansiosa de sentir su sal, después de haberme tenido que conformar con el vago sonido de las caracolas que guardaba bajo la almohada cuando era pequeña. Ahora, vivo a tan solo veinte minutos del mar y no puedo estar más de unas semanas sin sentirlo de cerca.

Puedo pasarme horas viendo cómo las olas se ensañan contra las rocas una y otra vez, luchando por quién sabe qué. Sintiendo su fuerza y su azul, que me llenan de vida.

Cuántas veces habré tenido el mismo sueño. Caminaba desde la orilla hacia dentro hundiéndome cada vez más, hasta convertirme en mar. Entonces me rompía una y otra vez contra las mismas rocas, ponía todas mis ganas, todas mis fuerzas, me abalanzaba contra la más grande que encontrase y me deshacía en mil pedazos, pero luego, a diferencia de todas las veces que hice lo mismo, me recomponía sin que quedase ninguna cicatriz.

Entregar todo de ti, todos tus sentimientos, toda tu alma y que después de haberse hecho añicos, volviesen a ti sin ningún rasguño, sin sentir ningún tipo de dolor era demasiado bueno para que fuera real.

Esa es la magia del mar.

Quizás por eso siempre quise ser como él, quizás sea ahí donde se encuentre mi azul perdido.

(Quizás algún día… Despertaré siendo mar.)

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DÍA 10. De J. Collado.

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DÍA 13 De Trece.

Hoy he corrido bajo la lluvia con la sombra de tu ausencia pisándome los talones. Recuerdo haber escrito una y mil veces sobre la suavidad de tus manos, el olor de tu piel, el tacto de tus ojos al acariciarlos de mirada a mirada, de precipicio a precipicio.

Me ha dado por recordar tus dedos como fortaleza infranqueable y tu presencia como pilar a prueba de desastres naturales, de terremotos interiores. Me he preparado un desayuno reglamentario en días de frío y el café se ha quedado helado en la mesilla, la cafeína no anima los domingos. Así que he salido a la calle y las aceras empapadas me han susurrado un buenos días tardío. Es curioso que el agua no haya conseguido llevarse la suciedad de esta ruina en la que me he convertido.

Al encontrarme con tu recuerdo en esa esquina, en la del beso y la despedida, he sido un poco niña. Un poco mujer, un poco humana. Toda venas, piel, músculo y sangre en plena ebullición. He sonreído (me he derrumbado), ante el oxígeno que recuerdo en tu color grisáceo, oxígeno que guardaba en los pulmones y entre las manos.

Mañana puede que salga el Sol pero seguirás siendo tú, el tiempo que no pasa, el día en rojo del calendario.

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DÍA 14 De Shadows.

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DÍA 15 De Lucy Winterlight.

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DÍA 18. De Idoia Fradejas / Hiemis.

Abro los párpados y siento esa terrible necesidad de plasmar que anoche pude bañarme en sus ojos y me abrazó tanto y tan fuerte que mató todos mis monstruos y desahució mis miedos. Que nunca antes me había abrigado tanto un abrazo salvavidas. Pero, como siempre, al despertar no estaba. Otro maldito sueño más del que no salgo con vida. Me asfixia no poder pasar las yemas de mis dedos por su cuello mientras me acaricia el pelo para darme los buenos días sin mediar palabra. No respiro bien sabiendo que sus manos, las que abrigaban a las mías en aquella borrachera interminable –que ojalá hubiera durado seis noches más-, no son para curar mis heridas. Ahora quién me hará florecer por dentro. Quién bailará conmigo cuando haga frío. Quién.

Seguiré preguntándome por qué las noches duran tan poco cuando el lugar es lo de menos y la compañía lo de más. Cuando dos personas se bastan para hacerse reír. Cuando los temblores provocados por el jodido invierno son sustituidos por las ganas de. Huir. Con. Y cuando el querer se esconde tras la rabia del no poder. Pero yo he visto cómo me mira y cómo se evade del mundo hablándome de playas en las que bañarnos desnudos y ciudades en las que besarnos en cada callejón oscuro. He visto sus pupilas dilatadas y ese brillo que sólo aparece cuando las palabras no son suficientes para confesar que sí, que te arrancaría la ropa a bocados si no fuera por. Joder. Tan complicado es deshacernos de un recuerdo, que nos cuesta hasta intentarlo. Arriesgarse o morir. Morir. Siempre antes que llegar a perder. Pero yo también soy de las que prefieren algo que perder que nada que ganar. Y esperar nunca me ha hecho daño.

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DÍA 20. De Arabella Singht. Aparece en tu vida como una ráfaga de aire fresco en medio de un bochornoso Julio en Madrid. Acaricia tu piel con la dulzura de la seda, y es capaz de robarte más de un gemido con tan sólo unas palabras susurradas. Hace que te cuestiones el sentido de la vida, sin él, acariciando tu alma desnuda en plena medianoche, o llenando cada uno de tus poros a la mañana bajo esa ducha tibia de siempre. Te mira con la sabiduría del que no sabe absolutamente nada, pero aun así conociendo todos y cada uno de tus puntos débiles. Es capaz de absorber tus demonios hasta el punto de convertirlos en ángeles. Y tiene la puñetera manía de arropar el cielo nocturno con una manta de estrellas que no se apagarán hasta que él cese. Sonríe con esa mirada capaz de hacer a los más santos cometer los mayores pecados de su vida. Sabe de sobra que su elegancia es capaz de ser visualizada incluso en el bullicio de Gran Vía, de una tarde cualquiera. Y sus besos -¡sus besos!- son mejor que cualquier cerveza en un buen recital de poesía. Y hablando de poesía... podemos llamar poesía a su forma proporcionar calor incluso en las noches más frívolas, aun cuando te despiertas con toda su anatomía enredada alrededor de tu cuerpo, brindándote un calor de mil demonios. También podemos hablar de su manera de hacer café de esa forma en la que sólo él sabe, o de cómo su mentón con esa barba de tres días es capaz de hacer cosquillas en tu cuello, al hundirlo en este para depositar un beso mañanero. Pero, sin duda alguna, lo mejor de él es esa risa que suena desde lo profundo de su garganta en los mejor momentos, haciéndole lucir tan joven y despreocupado, que parece incapaz de romperte el corazón. ... Pero al final lo hace. En algún lugar del mundo, por cualquier razón estúpida creada por el orgullo y la sinrazón, acaba haciéndolo. Y te quedas de nuevo con esa soledad terrible en el pecho. Y entonces comienzas a añorar cada momento que pasaste junto a él. Cada caricia, cada beso, cada susurro. La culpa comienza a crecer dentro de tus venas, hasta el punto de dejarte sin respiración. Lloras, tanto que eres capaz de regar un campo africano en sequía y convertirlo en el Amazonas. Pero al final eres capaz de parar, y ''seguir adelante''. Te levantas cada mañana con la ilusión de que el dolor por fin ha sido capaz de cesar, tratas de preparar café con las ganas de hacerlo mejor de lo que él era capaz, te vistes sabiendo que ahora sólo has de conquistarte a ti misma para desnudarte con ganas a la noche, te compras flores, y te llevas a bailar. Y le olvidas. Con demasiado esfuerzo. Sólo para que después vuelva a aparecer en tu vida. Hablo de él. Del amor.

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DÍA 21 Por Luna. Te he visto en la estación, sentado en el último banco del andén. Allí, cerca de la oscuridad del túnel donde desaparecen todos los trenes que nunca cogimos. Parecías otro. Quizá será que, realmente, eras otro. He visto pasar tantos trenes sin pensar en coger ninguno, que cuando he querido subirme, no he sabido reaccionar. Quizá será porque yo siempre preferí la carretera, los coches y los autobuses; y tú siempre fuiste más de vías, trenes y metros. Aunque, me parece recordar que un día cogiste un avión, por eso de probar cosas, salir de la zona de confort y todas esas mierdas que dicen los cobardes. También recuerdo que nunca volviste, que te aficionaste a volar, a ir por encima de todos los mortales que amamos tierra firme y rehuimos de los medios de transporte más rápidos, para disfrutar de las vistas un rato más, un kilómetro más. Ya ves, yo un día intenté subirme a un barco y lo único que me gustaron fueron los recuerdos que se repetían en mi cabeza una y otra vez, viendo el mar ahí, tan quieto, impasible, tan tú.

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DÍA 22 Por Avelaíña.

Esta noche he llorado sangre y he sangrado veneno. Veneno emanado de tu ser, que corre por mis entrañas haciendo que se estremezca cada rincón de mi cuerpo. Veneno que siempre repartes en dosis pequeñas y me deja con ganas de más, de sentir más dolor. Veneno que inconscientemente estoy dispuesta a mendigar con tan solo volver a probar tus labios de tal forma que algún día sea la última vez. Pero esa vez, niña, reparte una dosis mayor.

Es increíble lo que somos capaces de hacer por amor. Y no hablo solo de un amor puro y verdadero, sino también del falso amor.

Nos damos en vida a quien creemos amar y, así nos pese, lo único que recibimos es una puñalada trapera, que no duele por la fuerza, sino por el pesar.

Nos encaprichamos rápidamente con cualquier cosa, hasta con imposibles que, a veces, parecen estar al alcance. Es entonces cuando nos creemos dueños de todo: empezamos a dejar de lado todo lo que nos importaba hasta ese momento, rompemos nuestros ideales, pisamos nuestros esquemas, y mucho más, dándonos en vida a un individuo que ni siquiera entiende la suya y, a pesar de todo, preferimos atracar en el abismo de sus palabras.

Mi lagrimal se activó pero mi dolor se quiso fundir con el viento. Lo único que ahora fijaban mis ojos era aquella avelaíña, y solo pensaba en cómo un bicho con un nombre tan bonito podía causar una impresión tan agresiva. No me importó y me eché a correr detrás de ella, al alba, porque era hija del diablo. Así me llamaron cuando nací, solo por el hecho de tener el pelo de color naranja.

¡La atrapé! Me encantan los lepidópteros y tenía que formar parte de mi colección. Notaba su aleteo en la palma de mi mano. No me gustaba esa sensación. Podía ser mía si lo deseara, pero notaba como la estaba asfixiando. Abrí la mano rápido para dejarla volar. Lo increíble fue que no se movió. Allí estaba, posada en el medio de la palma de mi mano, sin echar a volar.

Lo cierto es que me sorprendió, pero ¿sabes qué? Aquella avelaíña no era más que el reflejo de mi espectro.

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DÍA 23. De Srta. Numérica.

Suena el despertador. Te despiertas. Esperas. Vuelve a sonar. Te levantas. Miras el móvil. Nada que destacar. Eliges la ropa. Hoy es un día sin más. Vaqueros, camiseta, jersey, zapatos. Eliges el pañuelo. Vas al baño. No enciendes la luz. Aún no es hora de amanecer. Sales del baño. Te vistes. En orden, siempre en el mismo orden. El reloj, la goma del pelo en el antebrazo, el llamador de ángeles. Te cepillas el pelo. Miras el reloj. Todo va en hora. Vas a la cocina. La taza del té con agua. El vaso del zumo de naranja en la encimera. El plato para las tostadas. Las tostadas al tostador. La taza al microondas. 1:30 minutos. Espera. El zumo y la comida de la nevera. Das al botón del microondas. Das al botón del tostador. La bolsa para la comida. El zumo y ella a la habitación. Preparas el bolso. No acabas. Suena el microondas. Vuelves a la cocina. La bolsa de té. El azúcar y el aceite. Las tostadas ya están listas. Aceite y azúcar. Azúcar para el té. A la habitación de nuevo. La pastilla de las vitaminas. Con el zumo. Abres las redes sociales. Sigue sin haber nada importante. Las revisas. Mientras, te comes las tostadas. Acabas. Bebes el té. Mirando el próximo autobús. 7 minutos. No tienes tiempo para acabar el bolso. El siguiente. Terminas el té. Preparas el bolso. 4 minutos. Hora de salir de casa. Mp3, tarjeta del bus, Kindle. Todo listo, hora de irse. Bajas las escaleras. Enciendes el mp3. Vetusta, ayer se acabó el disco de Vetusta Morla. Love of Lesbian toca hoy. Te da el frío de cara. Sales del residencial. Giras a la derecha. Hoy no hay perros. Sonríes. Suena Fans de John boy. Sonríes. Vuelves a girar. Está todo encharcado. Te asomas. Ahí está el bus. Corres. Llegas justo a tiempo. Buenos días. Sin respuesta. Continúas el día. Podría decirte todo lo que has hecho hoy. Detallarlo tanto o más. Seguir cada uno de tus movimientos. Cada sonrisa. Cada vez que te has hecho la coleta porque está demasiado floja. Cada mirada. Todas las veces que te has perdido en la conversación. Todas las veces que no has querido volver a ella. Todas y cada una de las miradas al infinito. Pero ya da igual. Ya has hecho lo más importante. Te has levantado. Has salido de cama. El día podría haber ido, mejor o peor. Pero podría haber no sido un día. Por eso ya da todo igual. Te has levantado. Has revindicado ese día como tuyo. Aunque solo sea otro día más que pasa. Porque esas 24 horas no volverán a repetirse. Ya no habrá otro día 23 de este mes de este año. Ya no serás la misma. Y solo han sido 24 horas.

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DÍA 26. De SMPerez.

¿Qué es el cuerpo? El cuerpo.... Para mí el cuerpo era un simple medio de transporte, un medio capaz de llevarte a conocer almas atrapadas en telas de araña. Porque quien consiguiese desprenderse de esos pétalos vacíos e inertes, no solo conseguía llegar a conocer la flor, también a saber amarla tal cual es y respetar todo cuanto ella consideraba sumamente importante. El cuerpo era un simple capullo de seda capaz de encerrar almas tan liberales que ni el viento podía controlar. Solo los valientes que se atrevían a echar un ojo dentro y rasgar un poco esa delicada tela, encontraban metamorfosis jamás descubiertas por el hombre, y por miedo, volvían a coser la seda que las envolvían dejándolas descansar. Aislándolas de todo lo malo que habitaba fuera de ellos. Desprenderse de la ropa era muy sencillo era una tarea fácil y simple que consistía en quedarse desnudo, sin nada material puesto. Bajarse los pantalones, quitarse la blusa, desprenderse de la ropa interior y dejarla todo a un lado en el suelo; no era complicado. Lo complicado era desnudarse ante otra persona que no conocías, desnudarse de pensamientos de sentimientos. Mostrarle tu alma sin miedo a que le hagan daño, mostrarte tal cual eres sin pensar que puedes ser rechazado. Para eso existían personas capaces de llegar a tu vida y sin conocerte de nada hacer que sientas en él, el hogar más dulce,

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la cama más cómoda, aquella mano capaz de sujetarte cuando estás a punto de caer, esa mirada que no se despega de tu lado, esa cálida sonrisa solo para ti. Esas personas saben escuchar, aconsejar sonreírte y sin conocerte adivinar qué es lo que te preocupa. Esas personas hacen que desnudarse no sea tan difícil. Hacen que nuestra forma de pensar de un giro de 360 grados. Es muy fácil pensar que el cuerpo no tiene nada que ver con el alma, porque en ocasiones pasa que la personalidad de alguien consigue engancharte más a esa persona que su físico. Que a veces, no son los músculos de una persona lo que hace que sigas sintiendo atracción por ella, que a veces, es su forma de hablar, de pensar, de escribir o de mirar, lo que hace que sigas estando a su lado. Que a veces, las personas maduran y sólo a veces, las personas crecen.

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DÍA 27. De Ana Palaniuk.

No podéis entrar en Utopía.

Quiero poder desnudarme y no escuchar que soy menos digna por ello.

Correr de la mano de la mujer más bonita de la ciudad por un campo de amapolas agonizantes al ver aparecer la nieve y no escuchar un comentario etiquetando lo que es o no es natural.

Levantar el puño y gritar rasgando mi garganta que soy libertad, no pueden arrebatarme algo que soy.

Lo antinatural, señores, es no ser capaz de respetar al que quiere brillar junto a la persona que le hace despegar.

Y no hay más.

Quiero bailar en todas las piscinas invisibles llenas de sueños hechos por niños de papel y descubrir que si queremos, que si quieren, puede llegarse a hacer.

Una revolución de versos en cada buzón, un silencio sordo anunciando la paz entre líneas intangibles trazadas por déspotas sin escrúpulos, y que todos esos que no saben lo que es tener corazón descubran lo que nos mueve, y si quieren, que lo llamen “amor”.

Quiero llenarme los dedos de placer, rasgar todos los tabús, jodernos en un ascensor y si nos atrevemos, prender de ilusiones cualquier contenedor.

Hoy creo. Hoy quiero.

Quiero salir corriendo sin pedir perdón, reconocer que lo hicimos por quienes somos, que en nosotros ya no queda rencor.

Eh: Os perdonamos. Os perdonamos por estar ciegos y no creer en las personas. Os perdonamos por todos los prejuicios que habéis regalado a este cochino mundo. Os perdonamos por hacer crecer a millones de niños tristes… O bueno, eso no se puede perdonar nunca.

Os perdonamos lo que sea, malditos hijos de la grandísima puta llenos de fobias, de fe falsa, de manipulación. Os perdonamos.

Y sí: Es probable que si nos miráis a los ojos escuchéis un “Eh, que soy feliz. Se puede vivir una vida plena de manera distinta de la que te ha llenado a ti”.

Solo os pedimos una cosa:

Largaos bien lejos; aquí, si no os limpiáis el odio de las manos, no podéis venir.

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DÍA 28. De Serendipia.

Olí la tormenta y corrí hacia el campo para mancharme los pies de barro y las

clavículas desnudas de agua de lluvia. Como buena mujer Tierra, necesitaba notar

la naturaleza golpeando el pecho para sentirme viva. Y es que desde que tú no te

deshaces de mis bragas encuentro pocas formas de vivir.

Sólo soy un puñado de arena revuelta por ti, hombre Mar, como las sábanas con

tu olor que dejaste tras el portazo. Sólo soy un cuerpo moldeado con las olas

pasionales que rompías contra mí. Sólo soy capaz de caer en tu boca de pez y

regalarte la última bocanada de niebla.

Te he buscado sustituto en otras aguas, pero no dan tanta guerra como tú.

Conseguiste hasta que me sintiera Mar cuando introdujiste los dedos en el centro

de mi tierra. Todas las mañanas sentía resaca de nuestros vaivenes de caderas y

ganas de volver una y otra vez a tus orillas.

La cerveza no sabe igual en los labios de otros mares y el Océano Atlántico,

aunque me prometiera la Luna en un puño, no pudo arrebatarme las medias

porque quería que lo hicieras tú. Y entonces llegó el Mar Cantábrico e hizo darme

cuenta de que aunque buscase cerrar la herida abriendo las piernas con él, lo

único que me iba a cicatrizar era tu agua salada.

Algún día de estos seremos capaces de comprender que no es lo mismo follarse a

alguien que querer despertarse a su lado.

Yo sólo sé que nos prometimos una ciudad con costa en la que poder convivir los

dos y lo único que poseo es esta ansiedad en mis manos que atrapé tan

recientemente que aún mueve la cola.

Hay un libro en mi estantería con mi nombre de Tierra que subrayé pensando que

algún día te regalaría y leería en voz alta mientras tus manos marineras me

navegaban el cuerpo. Y llora por tu ausencia porque yo ya no tengo ni fuerzas

para hacerlo.

No nací en el Mediterráneo como Serrat, ni como tú, mi Mar, pero debo

reconocer que de lo único que estoy segura es que quiero quedarme a vivir en tu

pecho.

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DÍA 30. De Cristinargou.

Sigo soñando que tus manos tiran de mi pelo mientras hacemos el amor.

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DÍA 2. De Marta Aguadero. Me he cansado de Cenicientas de bar que, no solo tienen hora fija para volver a casa, sino que también van perdiendo zapatos y principios entre sapos a los que besan deseando que se conviertan en príncipes y les liberen del hechizo (que yo sepa ella solo pidió un vestido y una noche, nada de unas manos que le salvasen de sí misma). Aborrezco a los héroes montados a caballo que van disminuyendo su dignidad con cada paso en falso y piensan que son esenciales para el desarrollo de la historia, y sobre todo detesto a los príncipes azules. Me recuerdan demasiado a ti, tan de cuento que rozabas lo insultante. Cambiaste los papeles demasiado rápido y pasaste de príncipe a villano en cero coma. Un hijo de puta así no debería tener los ojos tan bonitos. No me parece nada justo. Decir "te quiero" en la primera cita es lo que se lleva ahora, coleccionar "para siempres" entre las clavículas y bailar tan fuerte que con el propio roce se rompan por la mitad y solo quede el "para" susurrado a todo pulmón ya no está tan mal visto, y prometer paraísos terrenales entre sábanas de seda con vistas directas al mar en Madrid se ha instaurado como costumbre nacional. El frío da una vuelta de campana y se instala en tu ombligo. Nos quisimos como si no hubiese mañana, pero la verdad es que sí que lo hay y viene cargado de alcohol y fotos borrosas. En vez de mariposas en el estómago me colocaste chinchetas intencionadamente y ahora no dejo de vomitar punzones, pero sigues doliendo más tú. Vale que fueses de cuento, pero estabas escrito con caligrafía de la mala y manchas de café en los bordes. Con el tiempo te acabarán abandonando en una estantería de "viejos clásicos" y solo lectores antiguos volverán a por ti y al preguntar por tu nombre en las librerías, el dependiente pasará un mal rato pensando cómo se escribe para buscarlo en su ordenador. "0 resultados", dirá. Al fin y al cabo hay historias en las que no se comen perdices, sino todo el mal que algún día pusiste en el camino; por eso yo lo siento todo mucho. Y no, no es una disculpa.

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DÍA 4. De Elizabeth.

Recuerdo perfectamente esos días de verano donde su piel tostada brillaba bajo los rayos del

sol cada mañana. Ella bailaba sobre el pasto mientras intentaba escapar del rociador. Era todo

risas y amor. Una limonada cada tarde, yo leyendo un libro y ella, ella soñando.

No hay día que mejor recuerde como aquél donde el sol parecía sonreírle aún más. Un cielo

despejado, en un cálido día, y más azul disfrutaba también de la frescura de mi amada. Esa

tarde yo bebía té helado mientras ella se refrescaba con un batido de fresas; su favorito. Le

pregunté si ocurría algo, que nunca antes la había visto tan callada. Se encogió de hombros y

dijo que ese día quería descansar y disfrutar del calor de un día tranquilo. Creo que en ese

momento debí preocuparme pero me pareció algo tan normal como el cartero que un día más

no dejaba nada en nuestro buzón. Le sonreí y debí abrazarla, pero me levanté y la dejé allí,

sola.

Llámeme mentiroso quien quiera, pero les juro que en ese momento no me di cuenta. Ni en

ese ni en el siguiente ni el que vino después.

Mi niña, mi pequeña de piel canela y de cándida sonrisa, si yo te hubiera conocido mejor. Si

hubiera... ¡Pero de qué sirve arrepentirse ahora! Sólo para atormentarme más, claro está, por

el resto de mi miserable vida. Pero, dime, querida, ¿por qué nunca dijiste nada? Tú sabías

cuánto te amaba y sabías que por ti, la vida entera, pero, ¿por qué?

La mejor época del año era el verano cuando sacabas a relucir tu bonita espalda y atabas tu

cabello despejando tu cuello para mis besos. Destapabas tus hombros y quién te paraba, mi

pequeña, ¿quién?

***

Ese día el sol le acariciaba las mejillas como ni yo pude hacerlo alguna vez, y no hay cosa que

me entristezca más que saber lo poco que yo conocía a la niña que me trajo tanta alegría.

Page 26: El Diario.

DÍA 6 De Maibaik.

Todos los ‘tenemos que hablar’ hablan de un fin del mundo inminente y nunca nos supimos poner de acuerdo en el mínimo de tiempo necesario para la sonada perspectiva. Entonces llega el día después y volvieron los fantasmas y en el baile de disfraces faltaron invitados que dejaron huecos más gigantes que molinos, las zapatillas estaban gastadas y los bailes danzan ahora para ahuyentar las pesadillas. Y claro que hubo cena porque el qué dirán no alimenta pero para nadie fue un banquete: las sillas estaban vacías y los cristales rotos por el suelo y nunca más hubo manteles blancos impecables ondeando a media asta porque la guerra llevaba declarada desde hace ya muchas batallas.

No hubo diluvio porque hay especies que no sobrevivieron y porque hubo otras de las que salvamos más de dos ejemplares. No hubo plagas ni hubo bombardeos ni los restos quedaron repartidos en calles llenas de heridos y edificios derruidos repletos de historias. No se contará en los libros porque quién querría recordarlo pero cuando creamos que las heridas están curadas y sanas empezará de nuevo a brotar para cerrar un círculo vicioso con forma de espiral.

Y mientras tenemos que conformarnos con los murmullos silenciados con las sombras de falsas esperanzas, resignarnos con ver cómo se apagan las luces a nuestro paso y aceptar todas las pesadillas como sinónimo de normalidad. Hemos vuelto a las cuatro horas de sueño y a todo el resto de derivadas que a ver cuánto duran porque ni escribirles puedo.

Page 27: El Diario.

DÍA 9 De Jara.

Acabo de resucitar, como cada noche. Es tarde y mi habitación yace en la auténtica penumbra. Lo primero que hago es leer, disfruto empezando el día sumergiéndome en historias imaginarias que me ayudan a enfocar con otra perspectiva el resto de la jornada. Luego ceno algo ligero, el estómago lleno hace que mi cerebro vaya muy lento.

Miro la ropa que llevo puesta y no me parece adecuada para salir a la calle, así que me cambio y me pongo más incómoda. Creo que lo mejor que puedo hacer ahora es ir a nadar, necesito hacer ejercicio para despertar a mi musculatura entumecida. Llego al gimnasio y me encuentro a muchísimos socios que abandonan las instalaciones, justo cuando yo voy a entrar. Me parece raro, pero existen horarios para todos los gustos. Me ducho y entro a la piscina, la cual encuentro vacía y sonrío de satisfacción.

Al acabar, me dirijo al trabajo. Pero para mi sorpresa al llegar, percato que todos mis compañeros se han tomado fiesta, pues las instalaciones están vacías. Siento mi cuerpo extraño, así que decido merendar algo para quitarme esta sensación de malestar. Mi molestia no solo no desaparece, sino que la siento cada vez más aguda con el paso de las horas. Creo que estoy enfermando aquí dentro, así que decido acabar rápido mis obligaciones para poder beber un poco de aire libre.

Salgo de la oficina y busco algún lugar en donde pueda comer. El menú que me sirven sabe a jabón y plástico, y hace que me encuentre aun peor. De hoy no sobreviviré, estoy segura y no dejo de repetírselo a todos los que se cruzan en mi camino. La gente me da consejos sobre cambios de rutinas, pero yo no les escucho. Huelo la muerte cerca. Y respira a dulce al mezclarse con mi resignación.

Cada vez tengo los ojos más cerrados y los reflejos más lentos. Llego a casa y me preparo el desayuno, el último desayuno. En ese momento decido celebrar mis finales horas comiendo como una reina y me preparo un tremendo banquete para acabar el día y mi vida. Bostezo, la muerte me llama ansiosa. Pero tengo que estar limpia para ella, así que decido ducharme con menos fuerzas que una hoja.

Al salir del agua me estiro en la cama y dejo que mis párpados pesados apaguen la luz de mi día. Y entonces muero, como cada mañana. Es temprano y sé que el sol baña toda mi habitación.

Page 28: El Diario.

DÍA 10 De Belén Macía.

Según mi calendario hoy es el día diez de febrero de un año cualquiera; poco me importa ya el inexorable movimiento de las manecillas del reloj, el paso del tiempo. Lo único que recuerdo es que hoy, día diez de febrero, han transcurrido seis meses desde que partiste en busca de un sitio al que poder llamar hogar. Las paredes de mi cuarto se encuentran yermas desde que no guardan el eco de tu voz. Antes, al despertar, me encontraba inundada la sala de una diáfana luz, a veces me daba por pensar que me había dormido más de la cuenta y que llegaría tarde al trabajo, luego averiguaba que eras tú el que irradiaba una claridad tal que oscurecía los rayos solares tras las cortinas; parecía como si al sol le hubiera dado por amanecer en mi cuarto todas las mañanas que tú te quedabas a mecer el sueño entre mis sábanas. Necesito una ducha de realidad. Esconder bajo la piel las emociones. Si te nombro, no te desvaneces, y mi banal existencia deja de ser una sombra de tu despedida, para pasar a evocar el ritmo de mis caderas sobre tu cuerpo.

Hay personas demasiado desquebrajadas por la vida, como para dejarse acariciar por ella; yo soy una de esas personas. Mis cuarenta y pico años no pesan tanto como los daños que se van acumulando en cada surco que recorre mi rostro. Son heridas del alma expuestas a modo de escaparate en la piel. Antaño, gustaba pensar que, una vez alcanzara la madurez, todas las arrugas se me antojarían historias heroicas que relatar a mis nietos en las gélidas noches de invierno. Ahora, a las puertas de la senectud, me doy cuenta de que el invierno con el que tanto fantaseaba se ha convertido en una estación permanente bajo mi piel. Por ello temo al espejo; temo cualquier reflejo del fondo de mis ojos que me recuerde el gran vacío que yace en mi interior. Antes, tu presencia, tu mera existencia, me abrazaba un poco de este vacío que apesta tanto a tu falta.

Siempre te había exigido como requisito único que pudieras salvarme de mí misma, y eso hacías. El error capital fue no acudir en tu rescate cuando tú te ahogabas entre tus propios fantasmas. Ahora, en la cumbre de mi vida profesional, sigo siendo la cuerda que debió sacarte de ese vacío y mantenerte a mi lado. Ahora sí, con más daños que años, me enorgullezco más bien poco de que ambas cifras hayan tenido que crecer de manera directamente proporcional para, a su vez, conseguir aumentar la cifra bancaria, pero, ¿para qué?

Quizás mañana, todas estas líneas que me he decidido a escribir no sirvan más que para alimentar el fuego; un fuego que arde y me abrasa los recuerdos. Intento plasmar mis sentimientos en unas pocas líneas para aferrarme a los “punto y seguido”, para encontrar en mis propios trazos un motivo por el que no desvanecerme en la estela de tu perfume en la esquina de cada calle.

Intuyo que hoy no será un buen día. Supongo que no. Quizás mañana todo vaya mejor. Ojalá llegue pronto la primavera. Ojalá entonces todas tus pisadas sobre mi piel florezcan y pueda, por fin, mirarme al espejo sin imaginarme tus pestañas acariciando cada poro de mi piel.

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DIÍA 12. De isa_martin. 12 días. 288 horas. 17280 minutos desde que cerraste esa puerta.

No he comido, casi ni he bebido. Apenas he dormido aprovechando los descansos entre sollozos y rabietas. He llorado tanto que creo que ya estoy vacía. Inerte. Me duele la boca, el paladar, los hombros, la espalda, el vientre, los tobillos. Tengo los pulmones llenos de tristeza y los huesos, de olvido. Dolor. Dolor indescriptible. Punzante. Lacerante. Desgarrador. Casi mortal. Dolor inundándolo todo, llenando espacios, debajo de la cama, tras las cortinas, entre las arrugas de las sábanas, en los zapatos. Duele tanto que a veces me desvanezco, porque no puedo, porque no estoy, porque ya no soy. A mi alrededor sólo un silencio ensordecedor. Y decepción, y amargura. Las horas de tu ausencia se van amontonando en los talones y ahora siento que mis piernas pesan como columnas de piedra, que casi no puedo mover los dedos, que arrastro los pies y el alma cuando deambulo por la casa. Pero hoy es diferente. Me he mirado al espejo y no me he visto. Creo que ya no existo porque me he quedado sin corazón. Y ya basta. Me he cansado de no ser, de no sentir, de no, no y no. Hoy es el día. Voy a construirme un corazón y no voy a poner absolutamente nada de ti. Escojo momentos que me han hecho feliz, música de mi adolescencia, el ruido de mis pasos en el pasillo de aquella casa enorme, las flores del balcón, el olor a eucalipto en el parque, los veranos de risas, las horas en la playa, un poco de rebeldía, y un montón de recuerdos bonitos... Lo coso despacito, poniendo cuidado en cada costura, reconstruyendo poco a poco algo parecido a lo que era, a lo que fui, a lo que dejé de ser... Y ya está. Ya lo tengo. Con el corazón que te llevaste sin permiso puedes hacer lo que quieras. Ahora tengo uno nuevo. Y le he puesto alas.

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DÍA 13 Por Magdi.

Hoy me he despertado poseída por mi alter ego.

Estaba lloviendo y yo veía, olía y saboreaba sangre.

Me he vestido de negro, como de costumbre.

Mi alter ego y yo luchando por ver quién iba a controlar mi cuerpo inerte.

La trezidavomartiofobia no desaparece desde aquél terrible martes trece

que me estrujaron el corazón con tanta fuerza que explotó.

Page 31: El Diario.

DÍA 14 De Sangra García.

Hoy me he levantado de la cama por inercia. Uno de esos días en que mi cuerpo repite los movimientos que le he acostumbrado a hacer.

Ayer fue demasiado agotador. Volver a ver sus ojos a menos de un beso de los míos. Demasiado. En el fondo llevaba tanto tiempo esperando ese momento que no supe qué hacer… fue un desperdicio de emociones.

Ufff, nada como un buen té caliente para despejar fantasmas y tomar decisiones.

¡Qué demonios! Hoy no voy a pensar en nada que no sea yo misma, voy a creerme fuerte, a ser valiente y capaz de comerme el mundo y a quién se me ponga por delante. Después de todo soy joven y puedo hacer lo que quiera, por mucho que me digan lo contrario.

Ya habrá tiempo de arrepentirse después. O no. Nada de arrepentimientos. No pienso ni tan siquiera arrepentirme de la decisión que acabo de tomar.

He mirado el billete más asequible que he logrado encontrar, tengo la mochila preparada, las ganas en un bolsillo y el corazón abierto a lo que pueda venir. Que nada me pare, y mucho menos yo misma. Esta noche pongo rumbo a ninguna parte y a todas a la vez, y qué ganas tengo de llegar. Esto no es una huida, eso lo tengo claro, y si alguien lo ve así, pienso invitarle a venirse conmigo, total, ya no hay nada que perder.

Puede que hoy llegue a conocerme un poco más. Puede que mañana sea mi día: el comienzo del resto de mis días. Y si el mundo no colabora para hacerlo posible, ya estoy yo para hacerlo.

Page 32: El Diario.

DÍA 15 Por Andrea Miau.

La conocí gracias a Neruda. Me hizo cambiar mi manera de ver la vida, de sentir, de sufrir, de querer. Con ella descubrí que una sola palabra podía esconder millones de cosas. Me hizo saber lo que se podía atrapar en un verso, en una sílaba, en una letra, en una sonrisa, en la sombre leve de unas piernas. Me hizo seguir querer queriendo aun cuando parecía una lucha constante contra la vida y contra el mundo. Que lo importante puede encontrarse en un centímetro de piel de alguien a quien amas, y que los momentos que cuentan al final son los que quedan tatuados de por vida en el alma. Ella me enseñó la delicadeza, la suavidad del arte, el lado bueno del lado malo, y me vendió tu piel como quien vende toneladas de oro puro. Valiosa, brillante, como es ella, que puede erizarte hasta el alma. Que unas manos podían esconder un mundo, y que un mundo podía esconderse en el aliento de alguien al abrir la boca para decir mi nombre. Ella me enseñó las metáforas que se esconden en ti cuando te tumbas desnuda en mi cama, y tu cuerpo parece que se llena de flores. El equilibrio del desorden de tener tu ropa tirada por el suelo de mi cuarto, y la cama llena de metáforas al ver lo precioso que se vuelve tu pelo cuando está sobre mi almohada. A día de hoy puedo decir que sin ella sin la poesía nunca hubiese querido de esta manera, sabiendo los cientos de cosas que se esconden en el simple acto de querer. De entregarte a alguien y seguir siendo tuya. De amar. Pero de amar de verdad, no con ese amor lleno de romanticismo que se nos vende, sino con esa fuerza que derriba muros y consigue que algunos locos sigamos queriendo ser amigos de la distancia.

Page 33: El Diario.

DÍA 16 De Srta. Pasión.

Nunca te besé un día 16. Lo sé porque tengo todos tus besos marcados en el calendario, lo sé porque tengo una cicatriz por cada uno de ellos. Tengo tendencia a llegar tarde a todas partes, incluso a ti. O tal vez fue al revés, no lo tengo claro. Nunca te quise, es cierto, pero sí te eché de menos. Que vengan los expertos de pacotilla y me digan qué duele más. Nunca llegamos a tener rutina ni horarios, yo me pasaba las horas mirando el buzón de entrada y tú saliendo por la puerta de atrás. Tu profundidad favorita era la de mi garganta y no la que hay bajo mis costillas. No fuiste capaz de soñar con la canción que formaban mis pestañas, tu única fijación eran mis ojos oscuros y los pantalones que me hacían ese culo. Lo nuestro se quedó a medias tintas y las mías siempre rotas en el sofá. Yo, en cambio, me quedo con tu recuerdo mal apagado en el cenicero. Te he dejado el corazón en el buzón, no abras, que soy yo.

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DÍA 19. De Sara Saharabbey.

Me quedé absorta observando la forma de mis caderas, también me fijé en que mis curvas al estar tumbada se prolongaban de una forma peculiar. Por un instante pensé que en cualquier momento pasaría un dedo travieso por encima de mí; allí justamente K no tenía cosquillas, pero en la mayoría de las partes de su cuerpo sí, así que se convertía en un desencadenante de risas y más risas por culpa del roce de su piel contra la mía. A veces me molestaba, pero me gustaba oírle reír y que no fuese fingido. Su risa me provocaba vértigo y también ganas de subirme a un edificio alto, era algo extraño. A K le daban vértigo mis curvas, y alguna vez que otra se había mareado de tanto observarlas, pero igualmente, sigue aquí, impecable, con los pies en la tierra, ayudándome a no caer desde lo más alto.

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DIÍA 20 De Sara Ag. Era abril, el mes preferido de los poetas para escribir. Para escribir de alguien, porque todos, seamos poetas o no, tenemos a alguien por quien haríamos cualquier cosa, a quien nos robó (y rompió) el corazón por primera vez y de quien estamos enamorados. Los días pasan y ya estamos a día 20. De abril. Pensé que iba a escribir de mi corazón nostálgico y solitario, pero llegaste tú de pronto: llegaste cantando poesía y echándome de menos casi sin conocerme. Y claro, te dicen que quieren abrazarte y no soltarte y yo no sé qué hacer, cuando parece que el amor es la única opción viable para no perder la cabeza pensando cómo serán sus labios de poeta. Y es que hay veces que conoces a alguien y todos los poemas te hacen pensar en sus brazos rodeándote, y en lo tonta que pareces cuando le ves. Y ahí, es donde me hiciste llegar tú. Ya sabes que todo el mundo decía que yo era la chica que se parecía al invierno y me has convertido en la primavera, llena de violetas por dentro y que se pasa el día soltando versos por las esquinas. No hace falta nada más, no hace falta cuando tus manos encajan con las suyas, y vuestros labios y vuestras almas también. No hace falta cuando sientes que te mueres de frío en abril hasta que no podéis dejar de besaros, hasta que te piden fuego y tú respondes que no fumas, que solo tienes el fuego que él te hizo sentir. Puede que el próximo abril seas otra persona más entre mis líneas, de la que me enamoré, a la que olvidaste y también puede que sigamos como si no hubiera un mañana. Puede que ahora mismo solo nos quede la poesía. Que solo nos quede el frío de abril a tu lado. Y esto está empezando a dejar de tener sentido, sin ti. Sin ti cuando me miras y me empiezo a reír sin razón alguna, quizás solo que no me creo que tenga a alguien así a mi lado. Y que me da igual que vivamos en un sitio que no vale nada, y que nos pasemos la vida dando vueltas en círculos porque por lo menos siempre sobreviviré en tus versos que les cantan a mis ojos. Solo queda decir, que ella era invierno, y ahora se ha convertido en flores.

Page 36: El Diario.

DÍA 21. De Sara.

Todo es cuestión de tiempo. De buena de música. Y de compañías.

Así como a lo largo del día los tonos azulados tiñen las hojas. Como las flores que crecen poco a poco para luego decaer. Y los versos que se van formando cuando te viene la inspiración a las cuatro de la mañana.

Pero tú,

llenaste todos mis vacíos,

ocupaste todos mis momentos,

te instalaste en todos mis sentidos,

te grabaste en mi piel a fuego.

Así, sin medida alguna de tiempo.

Tarareo esa canción de Love of Lesbian, que solía inspirarme mientras vuelvo a casa, y creo verme bailando en algún bar. Como siempre.

Que seríamos sin bandas sonoras.

Eres vértigo en tierra firme. No es que haya perdido el norte, es que había tirado la brújula hasta que encontré algo. Llámalo X, llámalo alguien. Ya no quiero volver a casa.

Tú eres mi medida de tiempo.

Page 37: El Diario.

DÍA 23 Por Momo.

Page 38: El Diario.

DÍA 25 Por Mim.

Page 39: El Diario.

DÍA 26 De Rose. Estoy cansada. Cansada y de mala ostia. Pero sobre todo cansada. Cansada del frío. De un invierno que ha durado demasiado. Tómalo como una metáfora. O no. A gusto del consumidor. Los días grises y dormir poco me ponen de mal humor. “All work and no play makes Jack a dull boy”. Estoy cansada de decir que estoy bien. “¿Qué tal?” y tú respondes “bien” aunque tengas un día de mierda. Aunque sepas que va a ser una semana de mierda. No es que tenga una visión dramática de la vida, supongo que necesito vacaciones y es más fácil desahogarse por aquí que con un café en la mano. (Mentira. Sácame de aquí y llévame lejos. Déjame gritar. Hazlo conmigo. A ver quién llega más alto.) Siempre hay un listo que dice “bueno, en esta vida hay que sufrir”. No, mira, guapo. En esta vida se sufre. Pero no hay que sufrir. La expresión “hay que” implica necesidad, obligación. Y mira, mi obligación de sufrir quédatela tú. Que yo, paso. Se acabó, porque yo me lo propuse. Estoy cansada de que me digan que aguante. Que sólo un poco más. Que yo puedo. Pues mira, no. No es que no pueda. Es que no quiero. No me da la gana. Así. En plan niña pequeña. Cometéis el error de pensar que una niña no sabe lo que es el dolor. Estoy cansada que que mis problemas valgan menos que los tuyos. Lo tuyo sí, lo mío no. A ti se te acaba el mundo pero el mío puede aguantar lo que le echen. Y más. Y un apocalipsis zombie. También. Mi mundo va a aguantar hasta que el vaso se desborde. Tarde. Creo que me voy a pasar al whiskey. Al menos así iré bebiendo mientras llene. Con suerte, al final, iré tan pedo que me dará igual. Podría seguir así hasta mañana. ¿Te acuerdas de ese café? Mejor ponnos un par de cervezas. Olvida el vaso. A morro todo sabe mejor. (Me ocuparé de tus monstruos. Cúbreme. Confía en mí. Te llevaré lejos. Te sacaré de aquí.)

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DÍA 27 De Elena S.

Unos ojos tapados por la indiferente venda que, aunque invisible, no deja que su mirada observe el mundo. El café –me refiero al de sus ojos- no se da cuenta que es el mejor vicio que él tiene por droga. Y qué me dices de su sonrisa. Tan forzada como siempre. Tan triste y falsa. `Que nadie se entere de que estás llorando´- le dice su conciencia mientras muestra una de las tantas sonrisas que ya tiene como obligación enseñar –aunque siga siendo de esas que ni ella misma se cree-. Se rodea de gente que ni ella conoce. A quién va a conocer, si no se conoce ni a ella misma... Un día se presentó, pero no le gustó lo que vio en el espejo. Desde entonces intenta alejarse de los objetos en los que pueda reflejarse. Tiene miedo de atraer a la mala suerte por romper cristales. Vive porque respira; pero solo es dióxido de carbono lo que la mantiene de pie. Cada momento que pasa, su caja torácica se le rompe aun más, y ya no sabe qué hacer para detenerlo. Para detenerse. Y es que ella no sabe que no fue su culpa, sino la de él; fue él que la tomó por idiota. Pero cayó en su juego y él ya ni la recuerda. Y débilmente, sigue respirando. Es dióxido de carbono lo que sale de ella. Lo único que sabe hacer bien es contaminarse por dentro. No me beses, escupo chinchetas. No me escuches, no digo nada que ya no sepas. No me toques, tengo más cicatrices que ni el alcohol sabe curar. No me pienses, no me sueñes, no me quieras; no merezco estar dentro de nadie –ya tengo bastante con aguantarme-. No bailes conmigo; no camines delante, ni detrás de mí. Ni conmigo. Todo lo destruyo a mi paso. Me llaman Ruinas por hacer de Grecia una ciudad más; de Venecia un lago, comparándola con mis ojos; de París una pistola en tus manos, si mi corazón tiene una bala en forma de tu risa. Y tu risa. Tu risa... Qué daría por volver a escucharla una última vez. Ojalá más risas como la tuya en el mundo. Pero, siendo sinceros, te lloré mientras no parabas de reír. Te lloré más de lo que me has hecho reír. Y no sabes lo que duele. Lo que dueles. Y, si algo sientes, por favor, para de reírte. Mis ojos no paran de ahogarme. Hablo del amor, porque lo he visto; y no llegué a sentirlo porque lo rompió mi corazón antes de hora. Sin querer, claro. Y, bueno, queriendo también. También vi a tus ojos derramar recuerdos, porque me has visto reír. Y no sé qué es peor: que ría yo, o que lo hagas tú. Antes tenía luz, una por la cual tú te derretías ante mí; pero ahora estoy bajo mis propias ruinas y no llego a ver las estrellas; estoy esperando a que algún día me saques de aquí, o yo poder sacarte de mi cabeza. Un puñal en la coraza suena menos doloroso que pronunciar su nombre. Y llorando. Sabiendo que mis lágrimas multiplican su risa; pero no en ese orden. Quisiera saber qué lágrima se te pasa por tu mejilla cuando escuchas mi nombre. Estoy escribiendo nuestra historia, porque nunca fue representada. Así que si no eras tú, tenía que acabar yo con esto. Luego, si quieres, báilalo como mejor se te dé, pero que mi deseo de tenerte se cumpla, y ven.

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DÍA 28 De David Haizea

XXVIII – II

Hoy me desperté con el labio sangrado, con la mente en otro sitio y con el anhelo de otra persona. Me había marcado en el calendario que hoy sería un día cualquiera, pero iba a ser un día de menos. De echarte de mi cama, de mi vida o del café de las ocho, aún no lo sé.

Ya son veintiocho cruces rojas las que decoran mi calendario, y sólo llevo dos pasadas de hoja. Qué estás haciendo conmigo. Qué le haces a mi labio por las noches. Y a mi mente en los mediodías. Qué me haces. Ni tan siquiera puedo resolverme. Estamos empezando a llamar arte a cualquier desvarío irresoluble, a una mala decisión con buena forma o a un beso, otra vez, con sabor a café.

No me gusta llamar arte a mis errores. Sólo quiero saber por qué guardamos tan buena gramática, y no guardamos mejor a quién queremos, amamos o anhelamos, de nuevo. Me gusta llamar arte a este rotulador rojo con el que marco mi calendario. Con él, veo pasar los días, pero también los destaco, marco, plasmo. Un cumpleaños. Una noche de insomnio. Un beso. Un paseo. Él se entiende conmigo y yo con él. Nos respetamos. Yo no le trato como a un simple objeto ni él a mí como un simple humano. Nos tratamos como fieles a una misma causa: ver pasar los días.

Me quiero ir a dormir y he perdido el tape de mi rotulador. Otra vez perdido, joder. Comienzo mi particular búsqueda nocturna. Oigo como un bebé rompe a llorar en mitad del silencio. Tal vez me está diciendo que él sabe dónde está, pero hago como que no le entiendo. Enciendo la luz. No encuentro el tape. Sin él nada tiene sentido: no podré marcar los días, ni los momentos. Nada. Ya no podremos remarcar esas misceláneas sentimentales que hemos pasado juntos. Me frustro y me voy a dormir.

Ya es de madrugada y sigo despierto. Imagino que del día veintinueve. Estoy en un descuadre emocional. Los días ya no tienen sentido para mí. Ni las horas ni los besos los voy a poder recordar.

Vaya idiota. Vaya loco. Como un preso de psiquiátrico he comparado alguien que me ha marcado con un rotulador.

En las últimas, lo único que hacemos es el mayor de los absurdos: recordar al vacío, en vez de rellenar el olvido. Buenas noches.

DH

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DÍA 29 De Le Murmure.

Después de meses en este frío glacial lo he sentido, he sentido el frío polar. Siento que los rayos de sol se acercan a la primavera, ¿por qué ahora? Hay escarcha en los rincones de mi habitación y ceniceros rebosando bajo la cama. Hay botellines vacíos en los estantes y páginas arrancadas de los libros. Las patas de las sillas están astilladas y las almohadas arañadas, deshechas ¿Qué es lo que ha pasado estos últimos meses? He encontrado la guitarra bajo montones de ropa y he encontrado mis dedos cicatrizando con trazos de cuerda rota. He puesto una amapola en un vaso derrotado y he abierto la ventana. Fuera no llueve, ni hiela, ni nieva, no hay viento ni calma: es un día hueco. Me he rodeado de esparadrapo los dedos y he decidido componer canciones de primavera. El agua ha empezado a mojar la costura de mis calcetines.

Page 43: El Diario.

Todo llega a su fin. Incluso el verano paralelo al calendario que tenemos sobre nuestras mesas. Todo se acaba por mucho que lo reguemos, y brillar con todos vosotros, bonitos, ha sido como brillar con la magia de lo efímero. Solo puedo daros las gracias cuatrocientas cincuenta y seis millones doscientas treinta y tres mil ochocientas cuarenta y nueve veces.

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