El Diálogo en La Entrevista

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  • El dilogo en la entrevista periodstica *Jos JuLio PERLADO

    Los dilogos con figuras de la historia tienen una cita excepcional cuandoel portugus Francisco de Holanda conversa con Miguel Angel en Roma, enSal Silvestre, en coloquios de muy alto valor, a los que asiste Lactaancio To-lomeo y la marquesa de Pescara. Aun cuando el dilogo renace en esa pocacomo mero ejercicio retrico, no ocurre eso con los dilogos de este dibujan-te portugus que tiene toda la frescura y atractivo de una conversacin escu-chada. (...) Son los dilogos gratos de leer comenta Snchez Cantn. Nosdescubren un punto de aquello a que el historiador siempre aspira, hacer mo-verse y or a las grandes figuras del pasado. Por una vez en su vida toc Ho-landa las cimas a pocos reservadas, y dio ejemplo que imitar 1 En verdadvemos a Miguel Angel rerse y opinar entre el embajador de Siena en Roma,Lactancio Tolomeo, y Victoria Colonna, poetisa, gran seora, viuda del mar-qus de Pescara, amiga de Miguel Angel. El creador del Moiss, que posa-ba al pie del Monte Caballo escribe Holanda, acert, por mi buena dicha,de venir contra San Silvestre, haciendo el camino de las termas, filosofandocon su Orbino por la Va esquilina y hallndose tan dentro del recado no nospudo huir, ni dejar de ser aquel que llamaba a la puerta. Alzse la marquesa ale recibir, y estuvo en pie buen pedazo antes que le hiciese sentar entre ella y

    * Este texto pertenece al libro Dilogos con la cultura La entrevista periodstica del profesorJos Julio Perlado, de inminente aparicin en la Editorial EUNSA, 1995.

    F. J. Snchez Cantn, Noticia de Francisco de Holanda, introduccin a Francisco de Ho-landa, De la pintura antigua, 1548. Versin castellana de Manuel Denis, Madrid, Ed. de la RealAcademia de Bellas Artes de San Fernando, 1921, PP. XXIV y XXV.

    Estudios sobre el ,nensaje periodstico, nY 2,1995. Servicio de Publicaciones UCM, Madrid.

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    Miser Lactancio, y yo sentme un poco apartado 2 As, aprovechando su es-tancia de cerca de diez aos en Italia, de 1538 a 1547, Francisco de Holan-da, recoge en tres amplios dilogos lo que Buonarroti coment sobre pinturay sobre varios temas, coloquios siempre elogiados por su vivacidad y testimo-nio histrico, como se resalt entre otros en el Michel Angelo del sabio K.Justi (Bonn, 1907): Si Holanda no hubiese provocado ms que esas cin-cuenta y siete pginas maravillosas, habra ganado la inmortalidad ~.

    Pero Francisco de Holanda en el siglo xvi no es un periodista, como nolo fue Eckermann para Goethe ~, ni lo haba sido Platn para Scrates ~, nolo sera James Bosswell para el doctor Samuel Johnson 6 Tampoco fue pe-rodista el fotgrafo Brassai en sus conversaciones con Picasso ~, el directorRobert Craft para Stravinski 8, Umberto Morra para el crtico de arte Beren-son ~, Gustav Janouch con Kafka 10 Goldenveizer para Tolstoi ~, o EmileBernard con Czanne 12 Ms escritor tambin que periodista fue AndrMalraux en nuestro siglo, acercndose a Mao 13, a De Gaulle ~ y a Picas-so ~ pero la pluma de Malraux, como veremos, re-crear ciertas cosas. Elperiodismo, la historia y la literatura se entrelazan con gran fuerza, y hay so-berbios reportajes vividos y nicos, pginas que quedarn para siempre,como las de Defoe describiendo el Londres de 1665 en Eldiario del ao de lapeste ~, o en otro plano diverso, saltando a nuestro siglo, el Diario de Hiroshi-ma, de Hachiya 17, y acontecimientos sociopolticos como la revolucion so-vtetica aunque sta tratada por un periodista 18, la marcha de Infantes deMarina en un campo de entrenamiento en las Carolinas La larga mar-

    2 Francisco de Holanda, De/a pintura antigua, 1548. Madrid, Ed. de la Real Academia deBellas Artes de San Fernando, 1921, p. 148.

    E. J. Snchez Cantn, op. cit., p. XXII.Johamm Peter Eckermann, Conversaciones con Goethe, en Goethe, Obras completas, t. 11.

    Madrid, Ed. Aguilar, 1958.5 Platn. Fedn. Madrid, Biblioteca de Iniciacin Filosfica. Ed. Aguilar, 1959; El han que-

    te. Buenos Aires, 3Y edicin, Biblioteca de Iniciacin Filosfica, Ed. Aguilar, 1960.6 James Boswell, La vida del doctor Samuel Johnsou. Buenos Aires, Coleccin Austral, Ed.

    Espasa-Calpe, 1949.Brassai, Conversaciones con Picasso. Madrid, Ed. Aguilar, 1966.

    8 Robert Craft, Conversaciones con Stravinsky. Buenos Aires, Ed. Nueva Visin, 1964.Umberto Morra, Coloquio con Berenson. Mxico, Ed. Fondo de Cultura, 1968.

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    cha 19...., o la otra marcha urbana sobre el Pentgono, en 1967, que describi-ra Norman Mailer en Los ejrcitos de la noche 20 Pero son los testimoniospersonales y privados los que muchas veces ayudarn a entender la vida coti-diana de un tiempo exacto, con sus menudencias reseadas en una escriturasecreta y jeroglfica, como hizo en su famoso Diario Samuel Pepys 2I Lo cier-to es que no slo los periodistas profesionales han recogido los aromas de laHistoria. Hay libros de entrevistas como las realizadas por Alain Bosquet aDal 22 que estn muy por debajo de vivencias y evocaciones de marchantescomo Kahnweiler 23 o los recuerdos de amigos de artistas como Sabarts lohiciera con Picasso 24~ A veces, como en el caso de Bosquet, el periodistaqueda aplastado por las boutades encadenadas de un Dal brillante, siempreresbaladizo, jugando a los equvocos permanentes. Se sabe que Dal era as,pero el profesional del periodismo se ha quedado en el umbral de las capta-clones, fuera de una atmsfera que quseramos habitar. Brassai, en cambio,lo consigue. Conoce a la perfeccin que Picasso quedar en la historia de lapintura y no duda en entrar y salir de esos aos finales de los 30 y princi-pios de los 40 como entra y sale de estudios y de humores, abriendo puer-tas y ancdotas, y estableciendo una corriente de vida, con Sabarts, HenriMichaux, Malraux o Kahnweiler. Brassai, no siendo periodista, nos deja uncalor ms cercano de una existencia que se mueve, y al moverse provoca arte.Quisiramos que Francisco de Holanda hubiera estado ms tiempo con Mi-guel Angel, que Platn nos describiera ms gestos y movimientos de Scra-tes, que Brassai nos hubiera dejado ms das con Picasso. Quisiramos quegrandes periodistas nos contaran las vidas de los grandes hombres.

    El Diario del mdico Michihiko Hachiya, narrndonos las horas atrocesdel horror de Hiroshima tiene ms valor que cualquier reportaje del momen-to o que la cadena ms excitante de entrevistas. Qu hay en esas descripcio-nes? La exactitud y la emocin, la precisin y la atencin. Volvemos a losojos de Picasso que Brassai recuerda: No aparta la vista. Indiferente a todoest absorto por lo que contempla. Pone toda su atencin. La avidez de sucuriosidad, su poder de concentracin, quiz sean las claves de su genio 25~Esa atencin el periodista la debe proyectar hacia lo exterior hacia su en-torno, hacia los personajes y hacia lo interior, hacia los movimientos escon-didos de los seres humanos; un da, Picasso le dijo a Sabarts: No se presta

    1< William Styron, La larga marc/ni Mxico, Ed. Joaqun Mortiz, 1965.20 Norman Mailer, Los ejrcitos dela noche. Barcelona-Mxico, Ed. Grijalbo, 1968.21 Samuel Pepys, Diario. Buenos Aires, Coleccin Austral, Ed. Espasa-Calpe, 1954.22 Alain Bosquet, Dal desnudado. Entrevistas con Salvador Dal. Buenos Aires, Ed. Paids,

    1967.23 D. H. Kahnxveiler, Mis galeras y mis pintores. Entrevistas con Frnn9ois Crmieux, Ma-

    drid, Ed. Ardora, 1991.24 Jaime Sabarts, Picasso. Retratos y recuerdos. Madrid, Ed. Afrodisio Aguado, 1953.25 Brassai, op. cit., p. 107.

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    nunca bastante atencin. Si Czanne es Czanne, es porque cuando est fren-te a un rbol mira atentamente lo que tiene ante sus ojos; lo observa fijamen-te como un cazador que apunta al animal que quiere abatir. (...) Muchas vecesun cuadro no es ms que esto... Hay que poseer toda la atencin... 26

    Esa atencin es la que debe aplicar siempre el periodista sobre una figura,un acontecimiento o los contornos de un personaje. Un buen periodista y,por tanto, un buen entrevistador no da vacaciones a su atencin. La aten-con va con l, vocacional y profesionalmente, y la curiosidad permanente sedespertar de inmediato ante el menor aleteo de intriga agazapado en unajornada aparentemente comn, ante la intuicin de que palpita en algn ladouna posible noticia, una novedad, algo que supone inters. Un buen perio-dista es aquel que, entre otras cosas, no se despoja nunca de la atencin y dela curiosidad. Es lgico entonces que surjan apasionantes entrevistas comolas de Sergio Zavoli, por ejemplo, en su libro Viaje en torno al hombre 27, conWernher von Braun, Schweitzer, Frank Bormann o Federico Fellini, entreotros. La atencin de Zavoli se proyecta hacia Bormann, el comandante delApolo 8 en su viaje del 24 de diciembre de 1968 por el espacio 28, o, en elcaso de Fellini, las largas entrevistas no se centran nicamente en el directoritaliano sino que abarcan a amigos de la infancia, como Cosmi, a compaerosde los tiempos difciles, como el actor Alberto Sordi, a la propia madre deFellini, al productor Sergio Amadir y a Giulietta Massina ~ Es sobre el mun-do de Fellini, fuera de Rimini y volviendo a Rimini la ciudad natal del di-rector, donde se apoya esa atencin. Es una atencin intelectual y un inte-rs por una persona, una encrucijada y un ambiente. Cuando el italiano FurioColombo constata la cada del comunismo, logra en la radio y en la televisinuna serie de entrevistas, convocando desde Vclac Havel al Nobel JosifBrodski, desde el cardenal Martini a Kurt Masur o a Elie Wiesel. Es La terce-ra posguerra 30 como Colombo la llama aquello que est a debate, comodebate supone la cada del muro de Berlin o apasionante debate debi demantenerse en 1969, cuando el hombre pis la Luna.

    Se busca al hombre y se le interroga sobre lo que piensa en momentos enque parece que no sucede nada y en instantes en que da la impresin de quetodo crujiera. El armazn del siglo xx deja escapar de vez en cuando de susentraas ruidos sordos, pero reveladores y en la dcada prodigiosa de lossesenta, como alguien la llam, hubo clebres entrevistas sucesivas con los

    26 Brassai, op. cit., p. 107.27 Sergio Zavoli, Viaje en torno al hombre. Bilbao, Ed. Mensajero, 1971.28 Sergio Zavoli, op. cit., pp. 25 a 37.29 Sergio Zavoli, op. cit., pp. 146 a 179.~ Furio Colombo, La tercera posguerra. Conversaciones sobre el poscomunisma Barcelona,

    Ed. Tusquets, 1991.

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    Rolling Stone 31 o vlmenes de conversaciones y confesiones sobre locampo y los ohippies, o sobre la negritud que no consigue disolverse en lablancura 32 Las canciones y las guitarras elctricas alternaron con los hom-bres invisibles del novelista negro Ralph Ellison ~ caminando entre mu-chedumbres solitarias . No eran an los tiempos en que todo era emblem-tico>: todo el siglo, despus de los locos aos 20 y de millones de muertosen tantas guerras, estaba labrando, como cada poca, su emblema y cincelan-do sin saberlo su mitificacin. Si en Espaa se ha solido preguntar dndeestaba usted el 23 de febrero de 1981? y cmo vivi aquel momento?, paralos ciudadanos del mundo las preguntas tienen otro peso y adquieren otra di-mensin. Cmo se vivi el final de la Segunda Guerra Mundial? Qu sintiante el horror de Hiroshima? Cmo recibi las noticias del asesinato deKennedy, de la primera vez que el hombre pis la Luna, del atentado contrael Papa, de la cada del muro de Berln, del hundimiento de la URSS? Deja-mos a un lado zanjas interminables, hambres y desgarramientos. La pala de lacostumbre vuelca arena de indiferencia hasta tapar las vergdenzas de los hue-sos mondados y extender un largo tmulo. El periodismo cobra vigor en elsiglo xx y la atencin se sienta en sillones intelectuales ante un hombre comoDe Gaulle o un personaje histrico como Mao. Fue as, como la cuentaMalraux en sus Antimemorias, la entrevista con Mao? ~. Cunto tiempo es-tuvo Malraux con De Gaulle entrevistndole para reflejarlo en La hoguera delas encinas 36 Cuntas horas y das charl Malraux con Picasso para que losencuentros se recojan en La cabeza de obsidiana? ~. Hay una indudable po-tencia en la personalidad de Malraux que le empuja a recrear con su plumaencrucijadas histricas. La historia y sus tiempos pasan, y Mao queda en lasprofundidades salpicadas del siglo. Hasta Fellini suea con entrevistar aMao: Quera empezar con la entrevista a Mao. Si no poda entrevistarlo,contara por qu no haba podido, dice hablando de su pelcula Losclowns ~ Pero en cambio el autor de La condicin humana ~ a la que l noconsidera novela sino reportaje 4O~ s entrevista a Mao, siendo testigo de ex-

    ~ VV. AA., Conversaciones con el rock (2 vols.), en, The Rolling Stone tnterviews>,, Ma-drid, Ed.Ayuso, 1971.

    32 Pierre Domergues, Retraso sociopoltico de los USA. Dilogo con 40 intelectuales america-nos. Barcelona, Coleccin Historia Inmediata, Ed. Edima, 1967.

    Ralph Ellison, Elhombre invisible. Barcelona, Ed. Lumen, 1967. Paul Riesmann, La muchedumbre solitaria Barcelona, Ed. Paids, 1981,~ Andr Malraux, Antimemorias. Buenos Aires. Ed. Sur, 1968, Pp. 494 a 524.36 Andr Malraux, La hoguera de las encinas (conversacionescon De Gaulle). Buenos Aires,

    Ed. Sur, 1972. Andr Malraux, La cabeza de obsidiana. Buenos Aires, Ed. Sur, 1974, Pp. 74 a 101.38 Federico Fellini, Apuntes. Recuerdosyfantasas. Barcelona, Ed. Muchnik, 1987, p. 120.39 Andr Malraux, La condicin humana. Barcelona, Ed. Planeta, 1981 (3.< cd. popular).4> Jean Lacouture, Andr Malrawc Valencia. Edicins Alfons el Magnnim. Instituj Valen-

    ciana dEstudios i Investigaci, 1992, p. 509.

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    cepcin, y ensarta conscientemente las hojas de su memoria y de sus fijacio-nes en los pliegues de unas Antimemorias deliberadamente desordenadas.Esta entrevista con el caudillo chino celebrada en agosto de 1965 tendr tresversiones distintas 41, pero cul fue la autntica? Como seal un crticoamericano leer a De Gaulle y a Malraux, incluso aqu, cuando se les ha esca-pado todo se refera a la larga entrevista con el general, permite compren-der el poder que siempre tendr sobre nosotros la imaginacin: los dos sonmucho ms maravillosos que cualquier persona real 42 La imaginacin,pues, al poder de la palabra. Pero no nos engaemos. No fueron entrevistasimaginarias. Fueron reales. Y recreadas despus.

    41 Jean Lacouture, op. ch., p. 488.42 Murray Kempton, Malraus y La hoguera de las encinas, en New York Times book re-

    view, 21 de abril de 1972, citado por Lacouture, en Andr Malrawc, p. 510.