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Vol. 1, Nº 1, 2021 EL DESVÁN DE ESCULAPIO. REVISTA DE ASEMEYA ASOCIACION ESPAÑOLA DE MEDICOS ESCRITORES Y ARTISTAS

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Vol. 1, Nº 1, 2021

EL DESVÁN DE

ESCULAPIO.

REVISTA DE ASEMEYA

ASOCIACION ESPAÑOLA DE MEDICOS ESCRITORES Y ARTISTAS

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El desván de Esculapio. Revista de ASEMEYA. Vol. 1, Nº 1, 2021

EL DESVÁN DE

ESCULAPIO.

REVISTA DE

ASEMEYA

Editorial 3

Sonidos nocturnos. Alberto Infante 4-5

Turquía. María Sáinz 6-9

Músicos ilustres en la consulta de dermatología. Rosa María Díaz Díaz 10-11

La mirada enferma inspiradora de la obra de Edgar Degas. Carmen Fernández Jacob 12-21

Siete médicos en torno a la figura de Sherlock Holmes. Fernando A Navarro 22-30

El arsénico, rey de los venenos. Olga Marqués Serrano 31-37

Las enfermedades olvidadas. Los curiosos trastornos fácticos. Ángel Rodríguez Cabezas 38-40

Medicina prehipocrática: cuando la ciencia era magia. Pedro Gargantilla 41-43

Director:

Pedro Gargantilla

Equipo de redacción:

Rosa María Díaz Díaz

Carmen Fernández

Jacob

Alberto Infante

Olga Marqués Serrano

Fernando A Navarro

Ángel Rodríguez

Cabezas

María Sáinz

https://asemeya.com

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El desván de Esculapio. Revista de ASEMEYA. Vol. 1, Nº 1, 2021

Editorial

Con el número 1 de El desván de Esculapio. Revista de ASEMEYA

iniciamos un proyecto acariciado desde hace mucho tiempo por

los miembros de nuestra asociación: contar con una revista que

dé cabida a los trabajos literarios y artísticos de nuestros

asociados y asociadas y que funcione, al mismo tiempo, como un

vehículo de intercambio cultural con otras personas y

asociaciones.

La publicación ve la luz en formato digital y en tiempos difíciles,

cuando la pandemia de Covid-19 condiciona grandemente

nuestras vidas y dificulta las relaciones presenciales. Por eso,

creemos que lanzarla precisamente en estos momentos tiene un

valor añadido. Si la cultura es siempre vehículo de comunicación

e instrumento de participación, su papel se refuerza en

circunstancias tan difíciles como las actuales.

Por eso, en nombre de la Junta Directiva, del Consejo de

Redacción y en el nuestro propio queremos expresar nuestra

satisfacción por la puesta en marcha de la revista y pediros vuestra

colaboración. Por supuesto se trata de un proyecto que irá

evolucionando para lo que esperamos contar en primer lugar con

vuestras sugerencias y aportaciones.

En la última página figuran unas sencillas normas editoriales que

deberán reunir los trabajos para ser publicados. En este momento

lo más importante es que os animéis a participar y que nos enviéis

originales de calidad. Y, por supuesto, que difundáis la revista

entre asociad@s, amig@s y conocid@s.

Todos deseamos que estemos ante el inicio de una larga

andadura en la cual queremos ir acompañados por todos vosotros.

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Alberto Infante

Pedro Gargantilla

El desván de

Esculapio. Revista

de ASEMEYA

Vol. 1, Nº 1, 2021,

pág. 3

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El desván de Esculapio. Revista de ASEMEYA. Vol. 1, Nº 1, 2021

Zumbón, gordo y peludo -dije nada más oírlo.

-Zumbón, gordo y peludo -repitió Adela y cerró su libro.

Me miró. La miré. Me levanté de la cama y apagué la luz del dormitorio. Fui hasta el salón y encendí una lámpara. Esperé unos segundos. No vi nada. Regresé al dormitorio, esperé otra vez. Por fin, cerré la puerta y encendí la luz.

-¡Ya está! -exclamé satisfecho-.Y me metí en la cama.

- Eso parece -respondió Adela. Y abrió su libro.

Seguimos leyendo. A los pocos segundos un punto negro zumbaba otra vez en torno nuestro.

-Esa maldita puerta no ajusta bien –comenté resignado-.

- ¿Cuánto hace que quedaste en arreglarla? -replicó ella con fingida paciencia, sin levantar la vista del libro.

Suspiré, me levanté de nuevo y apagué la luz. Fui hasta la puerta, la abrí, crucé el salón y apagué la lámpara. Luego me giré hacia el cuarto de baño, oprimí el interruptor y entré, dejando la puerta abierta. Esperé. Cuando lo vi revoloteando frente al espejo, cerré rápidamente la puerta, oprimí de nuevo el interruptor y regresé al dormitorio.

-Ahora sí- exclamé-. Ya podemos dormir tranquilos. Y me metí en la cama con gesto de triunfo.

-Sí -dijo Adela-. Pero mañana no te olvides de ajustar esa puerta.

Capitulé sin discutir, apagamos las luces, nos dormimos.

Me desperté sobresaltado. Abrí los ojos, miré el reloj: marcaba las tres menos cinco. Agucé el oído.

Leve, imperceptible casi, pero no lejano, se escuchaba un sonido. No se parecía al de antes. Me levanté sigiloso y comprobé que Adela dormía. Después caminé a tientas, salí del dormitorio, me detuve y volví a escuchar. Sí, ahora lo escuchaba con mayor nitidez.

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SONIDOS

NOCTURNOS

Alberto Infante

El desván de

Esculapio. Revista

de ASEMEYA

Vol. 1, Nº 1, 2021,

págs. 4-5

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El desván de Esculapio. Revista de ASEMEYA. Vol. 1, Nº 1, 2021

Fui hasta el cuarto de baño, me acerqué a la puerta y pegué la oreja. Entonces lo escuché con claridad. Me alejé de un salto y me quedé mirando sin saber qué hacer. Porque al otro lado, precisos y distintos, había oído dos sonidos simultáneos que parecían proceder de un mismo origen: el de unas uñas afilándose contra la madera y, de cuando en cuando, un gemido lastimero y triste.

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El desván de Esculapio. Revista de ASEMEYA. Vol. 1, Nº 1, 2021

En 1991 tuve el placer de visitar un país desconocido para mí en todos los aspectos culturales, religiosos y sociales. Este país -llamado Turquía- donde sus ancestros se remontan desde el Imperio Romano y el Imperio Otomano hasta la República Turca del gran padre de la modernidad, llamado Ataturk, me embrujó de tal forma que los versos me brotaban sin cesar entre sus calles, minaretes, jardines, gentes por doquier y, sobre todo, su fuerza interior de la Madre Asia.

Es una tierra que enamora y sus ciudades invitan a amarla una y otra vez, con sus sedas, sus baños turcos, sus mujeres sabias y morenas y sus hombres de miradas ardientes. Me prometí volver a Estambul para recrearme en los olores de sus mercados, el de especias y el de alfombras, Mientras vuelvo puedo volar con mis recuerdos, que muestro en este poemario titulado Turquía.

Mirada turca Esos ojos turcos, que van conmigo y traspasan el mar de Mármara, conocen la luz más profunda del alma humana. Esas manos suaves y fuertes, que recorren cada punto de mi piel, en los baños de Bursa. Junto a los cuerpos desnudos, con la mirada te encontré, rodeada de luz. Esas mujeres tapadas, con negros mantos, desde la cabeza a los pies, cantan la esperanza del amanecer donde la belleza muestra su cuerpo de madre tierra, para gozar en el cielo, lo que la religión de los hombres eternamente cubrieron.

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TURQUIA

María Sainz

El desván de

Esculapio. Revista de

ASEMEYA

Vol. 1, Nº 1, 2021,

págs. 6-9

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El desván de Esculapio. Revista de ASEMEYA. Vol. 1, Nº 1, 2021

El minarete Oigo las voces del muecín y del imán llamando a la oración, y siento el quejido de la voz de los hombres que temen a Dios. Sentada en un banco de la Universidad de Estambul, mi espíritu vuela hacia otras tierras, donde el cante hondo también se cuela por las ranuras del alma. La mezquita, al igual que la iglesia, cruzan oraciones sin tocar la tierra, a los hombres que sufren la ignorancia y la pobreza, los cantos religiosos saben calmar sus penas. ¡Ay! Estambul de mis sueños de enamorada viajera. Huida Huida del amor, del viento, de la vida. ¡Oh! tú poetisa, que cantas a la luna y al sol. Cuanto romance llena tu alforja de eterna caminante. Por el olivar de Éfeso caminan tus pasos y tus versos.

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El desván de Esculapio. Revista de ASEMEYA. Vol. 1, Nº 1, 2021

Huida del amor, del viento, de la vida. ¡Oh! tu poetisa que cantas a la luna y al sol.

Haz que el agua se convierta en vino, para calmar la sed. Por las veredas de Éfeso los campos se ofrecen completos de olor y fragancia. Huida del amor, del viento, de la vida. ¡Oh! tu poetisa que cantas a la luna y al sol. Arlille Mi preciosa niña de ojos grandes y tez morena. Oigo apenas tu voz diciéndome adiós, y un corazón llora, por marchar lejos de tu mirada preciosa. Mi niña morenita, yo te compraré en mis sueños una muñequita, tan linda y doradita como tú, turca chiquita.

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Me acercaré a Capadocia para añorar tú mirada dorada, y te llevaré muy dentro, como tu voz y tu llamada, de niña linda, de niña amada. Luna común La media luna descubrió su cara dulce, a los viajeros sin techo ni suelo. Y las madres pasean por las calles buscando las botellas de las chimeneas, que hagan casaderos a sus mozuelos.

La elegida servirá los cafés turcos las visitas, con el amargor de la vida no pensada, o con el dulce sabor de la vida deseada. Así podrá llegar el día, donde la túnica cubra las pasiones escondidas. Y la mujer soñará, con su vientre fecundado, como berenjena servida por viejas madres del lugar. Amamantar al hijo, que un día nacerá. Su madre y su padre miles de álamos cultivarán. Volver al círculo de la vida entregada a la media luna, eterna y bella, turco y turca, uno y una.

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Por una parte, es un hecho conocido que la musicoterapia puede ser útil en el control de algunos trastornos relacionados con la dermatología (1). Por otra parte, los músicos pueden padecer distintas dermatosis. Aunque la más reseñada sea la dermatitis alérgica de contacto profesional secundaria a sensibilización a múltiples alérgenos (2), también existen publicaciones acerca del efecto que las enfermedades de transmisión sexual, fundamentalmente la sífilis, ha tenido sobre el colectivo de músicos consagrados (3,4). Con este trabajo queremos aportar algunas pinceladas sobre las dermatosis, excluyendo las enfermedades de transmisión sexual, que padecieron algunos músicos ilustres. MATERIAL Y MÉTODOS Revisión bibliográfica sobre dicho tema. RESULTADOS Hemos encontrado referencias bibliográficas sobre seis músicos que cumplen el criterio de inclusión: Lully, Mozart, Paganini, Strauss, Rachmaninov y Berg. DISCUSIÓN Jean-Baptiste Lully (1632-1687) Nació en Florencia, estudió danza y música llegando a ser Maître de la musique de la famille royale de Luis XIV y colaborador de Moliere. Tras una herida en el dorso del pie por traumatismo punzante con el bastón metálico que usaba como batuta para dirigir la orquesta, sufre una infección que se complica con una gangrena de la pierna que provocó su fallecimiento por sepsis bacteriana tres meses después de la amputación de la extremidad (5). Wolfgang Amadeus Mozart (1756-1791) Natural de Salzburgo (Austria), fue un niño prodigio en el terreno de la música. Cuando tenía seis años presentó de forma brusca nódulos inflamatorios en piernas de etiología probablemente postinfecciosa, cuyo diagnóstico clínico podría coincidir con el de un eritema nodoso (6).

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MÚSICOS ILUSTRES

EN LA CONSULTA

DE

DERMATOLOGÍA

Rosa María Díaz Díaz

El desván de Esculapio.

Revista de ASEMEYA

Vol. 1, Nº 1, 2021, págs.

10-11

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Niccolo Paganini (1782-1840) Nacido en Génova, fue un virtuoso violinista. Entre sus antecedentes personales médicos destacaba una osteomielitis mandibular secundaria a un absceso dentario y sífilis tratada con mercurio (7). Al poco tiempo refiere episodios de gingivo-estomatitis dolorosas, sialorrea, dolor abdominal y temblores que pueden formar parte del diagnóstico clínico de una intoxicación por mercurio (8). Pero lo que para algunos autores es plausible (7, 9) es que la extraordinaria habilidad técnica del violinista fuera secundaria a la laxitud de sus articulaciones por un posible síndrome de Ehlers-Danlos. Johann Strauss I “El Viejo” (1804-1849) Nacido en Viena, padre del vals y de una dinastía musical importante. Consultó por un cuadro de fiebre alta con odinofagia, lengua “en frambuesa” y un exantema de inicio en cara y cuello que mostraba “líneas de Pastia”. Parece ser que la fuente de contagio fue uno de sus hijos que días antes presentó un cuadro similar típico de escarlatina (10). Sergei Vasilievich Rachmaninov (1873-1943) Brillante pianista nacido en Semionov, población que pertenecía al Imperio Ruso. Padecía episodios depresivos, consultando por un cuadro de astenia, pérdida de peso u cambios en una lesión melanocítica. El diagnóstico fue el de melanoma metastásico, proceso que le llevó a la muerte en un corto periodo de tiempo (11). Como en el caso de Paganini, su habilidad manual y el aspecto de su manos y cara ha llevado a que algunos autores afirmen que pudiera padecer una acromegalia (11) o un síndrome de Marfan (12). Alban Berg (1885-1935) Compositor vienés, asmático (13) que presentó un absceso cutáneo tras la picadura de una abeja. El músico descuidó el problema lo que dio origen a una sepsis de origen cutánea, siendo ésta fue la causa de su muerte (14). Bibliografía 1. Demirtas S, Houssais C, Tanniou J, Misery L, Brenaut E. Effectiveness of a music intervention on pruritus: an open randomized prospective study. JEADV 2020, 34: 1280-5. 2. Kraft M et al. Contac dermatitis and sensitization in profesional musicians. Contact Dermatitis. 2019; 80:273-278. 3. Franzen C. Syphilys in composers and musicians: Mozart, Beethoven, Paganini, Schubert, Schumann; Smetana, Eur J Clin Microbiolo Infect Dis. 2008; 27. 1151-7. 4. Franco Pedro MK, Branco Germiniani FM, Teive HAG. Neurosyphilis and a classical music: the great composers and the great imitator, Arq neuropsiatr, 2018; 76: 791-4. 5. Rietschel ET, Rietschel M, Beutler B. How the mighty have fallen: fatal infectious diseases of divine composers. Infec Di Clin N Am. 2004; 18: 311-339. 6. Franzen C. Leopold Mozart and the first description of erytema nodosum. Arch Dermatol 2008; 144: 1049-50. 7. Miranda M y cols. Niccolo Paganini: aspectos médicos de su vida y obra. Rev Méd Chile 2008; 136: 930-36. 8. O´Shea JG. Was Paganini poisoned with mercury? J R Soc Med 1988; 81: 594-7. 9. Yücel D.Was Paganini born with Ehlers-Danlos syndrome phenotipe 4 or 3? Clin Chem 1995; 41: 124-5. 10. Gomis Gavilán M, Sánchez Artola B. Las enfermedades infecciosas y la música. Círculo médico. 1999. pp: 105-7. 11. Ramachandran M et al. The diagnosis of art: Rachmaninov´s hand span.J R Soc Med. 2006; 99: 529-53. 12. Young DAB. Rachmaninov and Marfan´disease. BMJ (Clin Res Ed).1986; 293: 1624-6. 13. Falliers CJ. Arnold Schoenberg and Alban Berg. The serial music and serious asthma of two leading 20th-century composers.J Asthma. 1986; 23: 211-7. 14. Gomis Gavilán M, Sánchez Artola B. Las enfermedades infecciosas y la música. Círculo médico. 1999; pp: 186-8.

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María Zambrano en su obra “Algunos lugares de la pintura” (1) dice que “La pintura es un lugar privilegiado donde detener la mirada” y esta idea puede aplicarse de forma muy especial a la obra de Degas, porque el artista a lo largo de toda su vida creativa padeció grandes problemas oculares que, sin embargo, no le impidieron poder hacer de su pintura ese lugar privilegiado donde detener su mirada enferma y distinta, de la que habla María Zambrano en su ensayo (1), haciendo de ella un lugar donde el pintor pudo encontrarse a sí mismo y continuar trabajando guiado por su extrema dedicación y el gran amor que tenía por su arte. Biografía Edgar Degas nace en 1834 en Paris en el seno de una familia de origen italiano culta y acomodada. En 1855 ingresa en la academia de Bellas Artes pero, al cabo de dos años, abandona los estudios y viaja a Italia, allí copia las obras de Rafael y de Miguel Ángel (2). En 1880 su obra es muy reconocida y puede dedicarse a lo que más le gusta: la lectura, la ópera, su colección de arte y, su gran vocación, el dibujo y la pintura. Aunque es contemporáneo del movimiento impresionista no puede encuadrarse dentro de él porque pinta sus cuadros en el interior, donde trata incansablemente de buscar la relación entre el dibujo de las formas y el espacio en que se mueven.

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LA MIRADA

ENFERMA

INSPIRADORA DE

LA OBRA DE

EDGAR DEGAS

Carmen Fernández

Jacob

El desván de Esculapio.

Revista de ASEMEYA

Vol. 1, Nº 1, 2021, págs.

12-21

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Esta predilección por la pintura de interiores podría estar condicionada por su enfermedad ocular. Las obras realizadas desde 1890 a 1917 el mismo año de su muerte, nos hablan de un Degas prácticamente ciego, que sin embargo siguió trabajando hasta los últimos días de su vida. La enfermedad ocular a través de su correspondencia La enfermedad ocular afectó a Degas desde muy joven y le acompañó durante toda su vida, pero se adaptó a ella de forma asombrosa e incluso podemos pensar que la superación de sus limitaciones visuales pudo hacer su pintura aún más bella y original. Estudiar su historia oftalmológica es darse cuenta de cómo la voluntad de un artista puede sacar partido de las limitaciones de una enfermedad visual. Sus primeros óleos tan realistas y minuciosos se convierten en hermosos pasteles cuando su enfermedad progresa y, cuando ya está prácticamente ciego, al final de su vida comienza a utilizar otros métodos de expresión artística que requieren de una menor agudeza visual, como son la escultura o la fotografía. Degas fue visitado por oftalmólogos muy ilustres como el Dr. Landolt o el doctor Abadie y aunque no disponemos de ninguna historia clínica, sí podemos saber mucho de cómo fue la evolución de su enfermedad por la correspondencia del pintor y los testimonios de sus amigos (4). Sus limitaciones visuales eran conocidas por todos, André Lohte, por ejemplo, habla de un segundo Degas: “aquel al que sus ojos enfermos le obligaban a encontrar lo esencial de las cosas”. Esta opinión coincidía con la de Renoir, que también decía que “Degas pintó sus mejores obras cuando ya no veía nada”. El comienzo de los trastornos visuales de Degas fue lento y se le manifestó de manera fortuita (3). En su ensayo “Degas, danza y dibujo” el escritor y poeta Paul Valery (5) nos cuenta como cuando Degas durante la guerra franco prusiana fue enviado a Vincennes para un ejercicio de tiro y allí se dio cuenta de que por el ojo derecho no veía el blanco. Cuando ocurren estos hechos Degas tenía treinta y cinco años. Y podemos pensar ¿cuál pudo ser la patología padecida por Degas en el ojo derecho? La hipótesis más probable es que padeciese, lo que denominamos, una ambliopía y que normalmente se conoce como “ojo vago”. Un tipo de defecto visual que se produce porque al nacimiento los dos ojos tienen distinto poder óptico y para conseguir una visión homogénea el cerebro tiende a anular la visión del que tiene más graduación. Normalmente se presenta cuando la diferencia entre un ojo y otro es de tres dioptrías o más y su detección precoz es esencial para poder evitarla. Afortunadamente cada vez se ve menos por las revisiones visuales que actualmente se hacen a todos los niños, pero en la época de Degas esto no se realizaba y muchas veces era el propio paciente quien se daba cuenta de manera fortuita de la ausencia de visión por uno de los ojos al tener que cerrar accidentalmente el otro, como le ocurrió al pintor (3).

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De esta manera, si consideramos los dos autorretratos realizados por el artista en su juventud y nos fijamos en cómo se pinta su ojo derecho, que era el vago, podremos ver como el párpado superior en ambas obras está un poco caído y presenta ptosis palpebral, que podría ser secundaria a la falta de función visual por ese ojo.

Si comparamos estos autorretratos de su época juvenil con el último que se realiza en 1916 (Fig. 2) podemos encontrar grandes diferencias que, aunque pudieran deberse en parte a la evolución artística del pintor, también podrían ser consecuencia de su adaptación a una agudeza visual muy limitada.

Fig. 1. Autorretratos de Degas de joven hechos en 1856 y 1857

Fig. 2. Último autorretrato de Edgar Degas (1916)

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En principio podríamos pensar que la visión de Degas por su ojo válido -el izquierdo- pudo ser buena hasta 1871, en una carta que escribe a su amigo el pintor Walter Likert le cuenta como se le presentaron bruscamente los síntomas en su ojo izquierdo (4):

«Mi punto débil es la luz para mis ojos, el otro día en Chatou cuando pintaba una acuarela al borde del agua, sentí un fuerte dolor en los ojos, que me hizo estar casi tres semanas sin poder leer, y sin poder salir de casa para pintar, he estado realmente inquieto porque esta situación se prolongue, y no pueda volver a pintar» (Fig. 3).

Fig. 3. En la laguna

Cuando sufre este episodio el pintor consulta con el Dr. Abadie que le diagnostica una afectación macular. La mácula es la zona más central de la retina donde se acumulan un gran número de células visuales y gracias a ella podemos realizar las actividades que necesitan una mayor agudeza visual como ver las caras, leer, escribir, dibujar y pintar. La exploración macular se realiza utilizando el oftalmoscopio después de dilatar la pupila y veremos la mácula como una zona central brillante en la parte más central de la retina (Fig. 4).

Cuando existe patología macular esta zona pierde su brillo y puede presentar hemorragias, que se ven como manchas rojas en el fondo de ojo y exudados de coloración amarilla. En la Fig. 5, en la parte más central, podemos ver estas lesiones en el fondo de ojo. A la izquierda como sería la visión de un paciente con este tipo de patología, que percibiría una mancha negra en la parte central del campo visual que le impediría utilizar su visión para hacer aquellas cosas que requieren una mayor agudeza visual como es el poder ver las caras, leer o pintar pero, sin embargo, vemos como se mantiene su visión periférica. En la parte derecha podemos ver como Degas en su cuadro titulado “En la laguna “pinta su propia sintomatología ocular. Él también tenía esta mancha en su visión central, pero su visión periférica que conservó hasta el final de sus días fue la que le permitió seguir pintando.

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Fig. 4. Mácula normal

Fig. 5. Sintomatología, fondo de ojo y percepción por Degas de su afectación macular

Cuando fallece en 1917 ya está casi totalmente ciego, pero el haberse instaurado su patología ocular de forma lenta y progresiva y el mantenimiento de su visión periférica le había permitido adaptarse perfectamente a ella, y las crónicas de la época cuentan como al final de su vida aún podía deambular por las calles de París sin necesidad de ayuda, a pesar de sus problemas visuales. Gran admirador de la obra de Ingres en 1912 visita una exposición del pintor y recorre los cuadros con sus manos palpándolos, porque ya no podía verlos, también seguidor de Delacroix (6) se hace leer sus diarios por su sirvienta Zoo cuando su enfermedad ocular no le permitía hacerlo.

Es sorprendente como los pacientes con patología macular pueden adaptarse a su pérdida de visión, de hecho la ceguera de Degas a veces no era tenida en cuenta por las personas que le rodeaban, y sus contemporáneos muchas veces no lo comprendían o no le tomaban en serio cuando se quejaba de sus molestias oculares (4).

El escritor Goncourt decía: “Degas miope envidioso que juega a hacerse el ciego”. También Monet decía al oírle quejarse de sus dificultades para ver: “es un bromista”. Y su amigo y marchante Amboise Vollard aseguraba: “Degas dice que no ve para no tener que saludar, y dice no poder ver el reloj cuando acude tarde a sus citas”. La visión de las caras y también la visión próxima sobre la esfera del reloj es algo que realmente se pierde con la patología ocular que padecía Degas.

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Las gafas de Edgar Degas

Existen varios pares de gafas que pertenecieron a Edgar Degas en el museo de Orsay de París con diferentes cristales, que van de neutros a leves astigmatismos, que han sido muy bien estudiados por el profesor Philips Lanthony (7) (Fig. 6).

Una de las gafas es en pinza, con sujeción directamente en la nariz, con cristales sin graduación, únicamente estaba provistas de un filtro gris que absorbe prácticamente el ochenta y cinco por ciento de la radiación lumínica. Precisamente su amigo Desboutin pinta a Degas leyendo el periódico provisto de estas gafas que siempre utilizaba y que únicamente le podrían servir para defenderse del efecto de la luz sobre sus ojos mientras leía (Fig. 7).

Fig. 6. Las gafas de Edgar Degas en el museo de Orsay de París

Fig. 7. Retrato de Degas por su amigo Desboutin

El segundo par de gafas, que también es en pinza, y que vemos metido en el estuche (Fig. 6) contiene filtros azules, aunque menos intensos que las anteriores y en este caso los cristales sí que tienen graduación -en el ojo izquierdo- que era el que podría utilizar el artista tiene una miopía y un astigmatismo de una dioptría.

El tercer para de gafas que tiene sujeción con patillas (Fig. 6) están más intensamente tintadas que las anteriores y tienen una graduación de una dioptría y media de miopía en cada ojo, algunas fotografías de Degas -hechas entre 1890 y 1900- le muestran con estas gafas. Esta leve miopía le habría permitido al pintor leer sin gafas hasta una cierta edad si sus retinas hubiesen funcionado normalmente.

El cuarto par de gafas que vemos en la foto en primer plano son muy especiales, se las prescribió el Dr. Landolt en 1871 y tienen la peculiaridad de ser de metal sin cristales, eran un tipo de gafas que en aquella época se empleaban para adaptarse a climas con luminosidad extrema como el desierto o las regiones árticas y así protegerse de la luz intensa. En las gafas prescritas a Degas el ojo derecho está totalmente ocluido, ya que era su ojo vago y en el ojo izquierdo la esfera metálica tiene una hendidura que coincidiría con el leve astigmatismo que tenía el pintor en ese ojo.

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Dado que la patología visual que padecía Degas afectaba a la retina y esta nunca puede mejorarse por el uso de unas gafas, estas solo le servirían para reducir algo su fotofobia, pero no desde luego para aliviar los síntomas de su enfermedad ocular. Degas en su correspondencia (4) se refiere muchas veces a estas gafas y a los problemas que representaba para él el utilizarlas, y así en una carta escrita a su amigo Evariste de Valernes escribe:

«Me veras con un siniestro artilugio sobre mis ojos, intentan mejorar mi visión filtrando la luz del ojo derecho, y en el izquierdo tienen una pequeña ranura. Quizás me ayudan algo para protegerme de la luz, pero desde luego, no para poder trabajar».

También su amigo, Daniel Halévy, hace referencia al uso por Degas de estas gafas, en octubre de 1882, y de los problemas que le ocasionaba llevarlas, diciendo:

«Degas no ha venido a visitarnos, se está aislando de sus amigos cada vez más. Sus ojos van de mal en peor, ahora lleva unas gafas muy particulares que le avergüenzan muchísimo, esto le entristece mucho, y es lo que quizás le hace aislarse, escondiéndonos su melancolía que antes tanto había combatido. Ha tenido que dejar de trabajar durante dos meses, y hacerse unos nuevos cristales. Ha estado en Bélgica, ocho días solo, sin leer una palabra, ni siquiera los nombres de las estaciones de ferrocarril».

Desde luego, estas gafas metálicas no lograron su efecto, y en los meses siguientes, el pintor escribe: «las gafas especiales no me han ayudado nada». La prescripción de estas gafas tan atípicas, por parte del Dr. Landoth, podría estar basada en una conferencia que dio el doctor Liebreich en Londres en 1872 titulada «Turner y Mulready o los efectos de la visión en la pintura». Se publicó también en Francia y tuvo mucha repercusión en el mundo del arte y también en el de la oftalmología, en ella se decía que «la alteración en la dispersión de la luz, que produce alteraciones en la percepción del motivo, puede paliarse con el uso de un diafragma de apertura de visión», Quizás fuese esto lo que animaría a Landolt a prescribir a Degas estas extrañas gafas metálicas que intentaban concentrar la visión del ojo útil evitando la dispersión luminosa, realmente en un intento desesperado de su oftalmólogo para ayudar a Degas a poder ver mejor, pero desde luego sin ningún éxito (3).

Oftalmólogos que le atendieron

En los libros de notas, y en sus cartas, el pintor hace referencia a los oftalmólogos que le trataron desde 1870 hasta su muerte en 1917. Uno de ellos fue el doctor Charles Abadie (1842-1932), eminente cirujano, profesor y coleccionista de obras de arte. Entre las notas de Degas de 1872 y 1873 encontramos una que hace referencia a él: «Abadie (...) oculista recomendado por Manet, calle Sant Andre des Arts». Esta anotación indica que Manet consultaría también a este oftalmólogo y, por ello, se lo recomendaría a su amigo.

Después de visitar al Dr. Abadie, el pintor escribe en sus notas de nuevo: « mis ojos están muy mal. El oculista me ha recomendado no trabajar durante quince días, justo el tiempo que tenía para poder terminar mis obras antes de enviarlas. Esta dificultad me deprime mucho».

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También menciona al Dr. Maurice Perrin, otro distinguido oftalmólogo, que consulta desde 1875 a 1878, pero desgraciadamente, no hay más referencias al respecto. En 1891 el pintor visita al doctor Edmond Landolt (1846-1926) y, al igual que el Dr. Abadie, estaba muy interesado en el mundo del arte, y había también tratado a la pintora Mary Cassatt.

Repercusión de la enfermedad en su obra y en su vida

Dado que la patología padecida por Degas no tenía ningún tratamiento efectivo en aquella época, en sus últimos años sus ojos fueron atendidos por las hermanas de Saint Germain, con cuidados paliativos, sin ningún otro tratamiento médico ni quirúrgico.

Concluyendo, la enfermedad ocular de Degas, se puede resumir diciendo que antes de los treinta y cinco años no se quejaba prácticamente de nada y que es a esta edad cuando descubre fortuitamente su ausencia de visión por el ojo derecho. Al año siguiente, con treinta y seis años sufre un proceso inflamatorio agudo en el ojo izquierdo, que era su ojo válido, y que podemos pensar que se resuelve en parte. Los años sucesivos están marcados por un deterioro progresivo de su visión con la aparición de una fotofobia persistente, y una agravación de los síntomas.

El crítico de Arte Thiébault-Sisson, en una entrevista, que hace al artista a los sesenta y tres años, dice en relación a su visión: «me dice que desde hace una veintena de años su vista se ha debilitado progresivamente, que ninguno de los oculistas consultados le habían podido decir la causa (...) y que los remedios que le habían mandado, no habían servido para nada».

De todos modos, encontramos una discrepancia entre las ideas pesimistas que tenía Degas en relación a su enfermedad que le hacían decir con frecuencia frases como: «pronto estare totalmente ciego», y su intensa actividad social y profesional -hasta 1895- participando en exposiciones conjuntas con pintores impresionistas, acudiendo a las funciones de ópera. A pesar de su fotofobia viajó a España y Marruecos en 1889, siguiendo los pasos de su querido Delacroix, una época especialmente fecunda, sus cuadros son auténticas obras de arte de color, luminosidad y de calidad de dibujo, lo que realmente está en discordancia con sus quejas sobre el estado de sus ojos.

Su ceguera debido a las características especiales de su enfermedad ocular nunca fue completa, así su sobrino decía de él: «mi tío no se quedó nunca totalmente ciego, no veía con un ojo pero con el otro vio de forma fragmentaria, hasta el final de sus días».

Además, incluso a los setenta y cuatro años, el pintor seguía dando grandes paseos por París, como podemos verlo en el film de Sacha Guitry, donde camina por el bulevar de Clichy, con la ayuda de un bastón, pero no como un ciego. Degas se había adaptado tan bien a sus alteraciones visuales, hasta el punto que puede sorprendernos que su hermano René dijera -en 1915-, dos años antes de su muerte, que «no tiene ninguna enfermedad, salvo su sordera».

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Su amigo, Daniel Halévy, se preguntaba cuál sería realmente la enfermedad ocular de Degas que ni los oftalmólogos habían podido comprender y la verdad es que la respuesta a ciencia cierta tampoco puede darse hoy. La presencia de una mancha en la región central del campo visual, la pérdida progresiva de la agudeza visual y los hallazgos del cambio del color en sus obras más tardías nos pueden orientar más a una patología de la retina.

Su amigo, el pintor Maurice Denis, que trató al artista en sus últimos años decía que «Degas padecía una corioretinitis». Utilizó esta terminología tan precisa, a pesar de no ser oftalmólogo, porque él mismo también la padecía.

Pero ¿cuál podría ser su causa? La sobrina de Degas refiere que el doctor Landolt había dicho que podía deberse a una alteración de su estado general y, también, se ha sugerido un componente hereditario en su patología por la enfermedad ocular de su prima hermana Therese De Gas Musson, que quedó totalmente ciega muy joven, aunque se ignora la naturaleza de su enfermedad.

Según todo esto, no podemos saber a ciencia cierta cuál fue realmente la enfermedad ocular padecida por Degas, solo quizás intuirla, ya que no se ha podido tener acceso a una historia clínica detallada de todos los oftalmólogos, que le trataron durante su larga vida. Pero podemos pensar ¿es esto realmente importante?, quizás sí para satisfacer una mera curiosidad médica. Sabemos, desde luego, que el artista tuvo una enfermedad ocular grave y limitante para poder pintar, pero lo más interesante de todo sería poder entender como el pintor pudo adaptarse a ella y crear unas obras tan hermosas durante toda su vida.

Tal vez, detrás de esta casi perfecta adaptación del pintor a sus defectos visuales, se esconda el consejo que le dio cuando era joven, su admirado Ingres diciéndole algo que el pintor recordó toda su vida: «dibuje líneas y más líneas, joven, tomándolas de la realidad y de la memoria; así lograra convertirse en un gran artista». Con este consejo pintando no solo lo que veía, sino también lo que recordaba haber visto, fue lo que hizo que lograse realizar las hermosas obras de arte de sus últimos años, con su enfermedad ocular tan avanzada.

En este dibujo de la bailarina (Fig. 5) vemos como Degas siempre hizo caso de los consejos que le dio su admirado Ingres y durante toda su vida continuó dibujando estas líneas que a veces veía y cuando no podía hacerlo, las tomaba de su memoria para utilizarlas, modificando su manera de ver, para poder continuar trabajando en su obra.

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Fig. 8. Bailarina atándose una zapatilla

Su modelo -Alice Michael (8)- que posó para Degas cuando el pintor tenía setenta y ocho años, cuenta como aún a esta avanzada edad el artista además de esculpir todavía, a veces dibujaba, y pintaba pasteles, algo realmente insólito y excepcional dada su baja visión, y esto fue algo que el pintor solo pudo lograr por su gran amor al dibujo y a su arte.

Bibliografía 1. Zambrano M. Algunos lugares de la pintura. Entelequia Ensayo. Madrid (2012). 2. Degas E. El proceso de la creación. Fundación Mapfre. Madrid (2011). 3. Fernández Jacob M.C. La patología ocular en la pintura a través de la historia clínica oftalmológica. McLine. Madrid. (2017). 4. Degas E. Lettres. Les Cahiers Rouges. Ed. Grasset (2011). 5. Valery P. Piezas sobre arte. Degas, danza, dibujos. Machado libros. Madrid (2005). 6. Delacroix E. El puente de la visión. Ed Tecnos. Madrid (1988). 7. Lanthony Ph. La mal visión de Degas. Médicine e hygiéne 48: 2382-2401 (1990).8. Michael A. Degas y su modelo. Ediciones Sd. Barcelona (2013). 8. Michael A. Degas y su modelo. Ediciones Sd. Barcelona (2013).

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Las aventuras de Sherlock Holmes ―personaje que vale por todo un género literario, el detectivesco― son bien conocidas en general, pero pocos saben que la fama actual del más brillante detective de todos los tiempos no se explicaría sin la concurrencia de varios médicos.

Arthur Conan Doyle: oftalmólogo

El primero de ellos es, obviamente, su creador literario: Arthur Conan Doyle (1859-1930), que estudió la carrera en la Facultad de Medicina de la Universidad de Edimburgo, una de las más prestigiosas del mundo en esa época. Siendo todavía estudiante, se embarcó durante siete meses en un ballenero ártico, The Hope, como sanitario de a bordo. Y, tras licenciarse en 1881, repitió experiencia como médico de a bordo en el Mayumba, con rumbo a la costa occidental de África. A continuación, ejerció como médico general en Southsea, un suburbio de Portsmouth, desde 1882 hasta 1890.

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SIETE MÉDICOS EN

TORNO A LA FIGURA

LITERARIA DE

SHERLOCK HOLMES

Fernando A. Navarro

El desván de Esculapio.

Revista de ASEMEYA

Vol. 1, Nº 1,2021, págs.

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Sus inclinaciones literarias eran evidentes ya desde su época de estudiante ―cuando publicó dos relatos―, pero hasta 1884 no comenzó a escribir su primera novela, The Firm of Girdlestone, publicada en 1890.

En sus años como médico generalista publicó cuarenta relatos y cinco novelas; entre ellas, las dos primeras de la serie holmesiana: A Study in Scarlet (1887) y The Sign of the Four (1890). Nadie sospechaba entonces, ni siquiera su autor, que este delgado, inteligentísimo y cerebral personaje acabaría convirtiéndose en el más famoso detective de todos los tiempos.

El 3 de enero de 1891 viaja a Viena para especializarse en oftalmología durante un trimestre; regresó a Londres el 24 de marzo y abrió consulta de oftalmólogo el 6 de abril, pero la mantuvo apenas un mes, pues, ante el éxito arrollador de las dos primeras novelas de Sherlock Holmes, cerró la consulta el 4 de mayo de 1891 (aunque siguió siendo miembro de la Sociedad Oftalmológica Británica hasta 1893) para dedicarse en exclusiva a la literatura. Fue escritor prolífico (novela policíaca, histórica y fantacientífica, relatos, teatro, poesía) y se convirtió en uno de los primeros millonarios literarios.

Joseph Bell: cirujano

Los relatos de Sherlock Holmes marcaron en su momento el inicio de un nuevo género literario: el de la novela policíaca científica, basada en la solución lógico-psicológica de los casos más intrincados y misteriosos.

Lo que pocos saben es que la personalidad y el método deductivo de Sherlock Holmes estaban inspirados en una figura real: Joseph Bell (1837-1911), afamado cirujano en la Royal Infirmary de Edimburgo y profesor de Arthur Conan Doyle cuando este estudió medicina en la Universidad de Edimburgo.

Último de una conocida familia escocesa de cirujanos que habían ido transmitiendo la profesión de padres a hijos durante más de ciento cuarenta años ―entre ellos, por cierto, Charles Bell, quien describió la parálisis de Bell―, Joseph Bell no era catedrático, sino algo así como el equivalente a lo que hoy llamaríamos «profesor asociado».

Durante su época de estudiante, Doyle trabajó junto a él como ayudante, y su personalidad lo marcó para siempre. No solo por su reconocida habilidad como cirujano, sino también y, sobre todo, por su ojo clínico y su habilidad para diagnosticar la enfermedad, la ocupación y el carácter de los pacientes. Para ello, utilizaba un método deductivo basado en la observación y la valoración inteligente de los más mínimos detalles.

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Doyle, posteriormente, se limitó a transferir los métodos deductivos de su ex profesor del ámbito del diagnóstico médico al de los misterios policíacos; y así nació el más famoso detective de la historia: Sherlock Holmes.

No es de extrañar, pues, que cuando en 1892 Conan Doyle publicó The Adventures of Sherlock Holmes, una recopilación de doce relatos cortos previamente aparecidos en la Strand Magazine, en la dedicatoria se leyera: «To my old teacher, Joseph Bell, MD».

Para entender hasta qué punto pudo servir la personalidad del cirujano Joseph Bell como prototipo para Sherlock Holmes, puede ser útil leer el siguiente pasaje tomado de la autobiografía de Arthur Conan Doyle. Este, que trabajó en la consulta de Bell como ayudante, estaba admirado por la capacidad que demostraba su maestro para aprender más sobre un enfermo con solo un vistazo que la mayor parte de los médicos después de una anamnesis exhaustiva.

Veamos cómo relata Doyle uno de los casos que más le impresionó: Joseph Bell mantiene la siguiente conversación con un paciente civil al que ve por primera vez (la reproduzco en el inglés original para no dejar escapar ningún matiz en la traducción):

—Well, my man, you’ve served in the army. —Aye, sir. —Not long discharged? —No, sir. —A Highland regiment? —Aye, sir. —A non-com. officer? —Aye, sir. —Stationed at Barbados? —Aye, sir.

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“You see, gentlemen” he would explain, “the man was a respectful man but did not remove his hat. They do not in the army, but he would have learned civilian ways had he been long discharged. He had an air of authority and he is obviously Scottish. As to Barbados, his complaint is elephantiasis, which is West Indian and not British.”

Oliver Wendell Holmes: internista

Acabamos de ver cómo Arthur Conan Doyle escogió para su gran creación literaria, el detective Sherlock Holmes, la personalidad y el método de trabajo del cirujano escocés Joseph Bell. También para darle nombre se inspiró en un médico de carne y hueso, pues obsequió a su personaje con el apellido del gran internista y humanista estadounidense Oliver Wendell Holmes (1809-1894), uno de los escritores que Doyle más admiraba.

Licenciado en medicina por la Universidad Harvard, Oliver Wendell Holmes estudió también en París. A continuación, ejerció la profesión durante diez años hasta que, en 1847, obtuvo la cátedra de anatomía y fisiología en la Facultad de Medicina de su prestigiosa alma mater, de la que llegaría a ser decano.

Aunque realizó importantes contribuciones científicas a la medicina ―en 1843, por ejemplo, llamó la atención sobre la contagiosidad de la fiebre puerperal―, alcanzó más fama como poeta y ensayista. Sus tres novelas (Elsie Venner, The Guardian Angel y A Mortal Antipathy), su abundante obra poética (Astrea, the Balance of Illusions; The Iron Gate and Others Poems; The Last Leaf) y, sobre todo, el enorme éxito de sus ensayos humorísticos The Autocrat of the Breakfast Table, The Professor at the Breakfast Table, The Poet at the Breakfast Table y Over the Teacups, le han granjeado un puesto destacado entre los grandes literatos en lengua inglesa de todos los tiempos.

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John H. Watson: médico militar

Del mismo modo que el enjuto, soñador, idealista y aventurero don Quijote resulta inconcebible sin el contraste con el gordinflón, sencillo, práctico y bonachón de Sancho Panza, la figura del brillante detective Sherlock Holmes adquiere su máximo esplendor por contraste con la del sobrio cronista de sus aventuras, el doctor Watson. Desde un principio, Arthur Conan Doyle entendió perfectamente que su protagonista no podía narrar al lector sus propios éxitos, por lo que desde su primera aventura se encargó de ello nuestro colega John H. Watson.

Licenciado en medicina por la Universidad de Edimburgo y doctor en medicina por la Universidad de Londres, John H. Watson ejerció en calidad de oficial médico con las tropas británicas destacadas en Afganistán, donde recibió una herida que acabó bruscamente con su carrera castrense.

Regresó entonces como inválido de guerra a Londres, donde conoció a Sherlock Holmes en el laboratorio de anatomía patológica del londinense Hospital de San Bartolomé, hacia 1881. A partir de entonces, su devenir biográfico es ya bien conocido por cualquier aficionado a las aventuras del gran Sherlock: el doctor Watson compartió residencia con Holmes y se convirtió en compañero inseparable, ayudante y narrador de sus éxitos detectivescos.

Si alguien preguntara en qué famosa obra literaria el protagonista usa una y otra vez la muletilla «elemental, querido Watson», la respuesta parecería verdaderamente elemental, ¿no?: en las aventuras completas de Sherlock Holmes, surgidas de la pluma de Arthur Conan Doyle.

Pues es falso: en ninguno de los cincuenta y seis relatos y cuatro novelas cortas que escribió Arthur Conan Doyle con el famoso detective como protagonista, este llega a decir jamás «elementary, dear Watson» ni «elementary, my dear Watson».

En The Crooked Man sí dice «elementary» a secas; en The Cardboard Box, «it was very superficial, my dear Watson, I assure you», y en otros tres relatos, «exactly, my dear Watson». Pero nunca, ni una sola vez, «elementary, my dear Watson», que es hoy, sin embargo, una de las citas literarias más conocidas en todo el mundo.

¿Por qué, entonces, todos asociamos esta frase inmediatamente con el famoso detective británico? Posiblemente, debido a Hollywood: en la película The Adventures of Sherlock Holmes de 1939, por ejemplo, el actor Basil Rathbone, que encarnaba el papel protagónico, la pronuncia tal cual hoy todos la recordamos.

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Desde entonces son infinidad las películas cinematográficas, las series de televisión y los libros y relatos escritos en los que Sherlock Holmes aparece diciendo «elemental, querido Watson», «elemental, mi querido Watson» o «elemental, mi buen Watson».

Sir Malcolm Morris: dermatólogo

El dermatólogo Malcolm Morris (1847-1924) ejerció una influencia decisiva en dos momentos cruciales de la vida de Arthur Conan Doyle.

El primero de ellos fue en 1890, cuando Robert Koch anunció en Berlín el descubrimiento de un prometedor tratamiento para la tuberculosis: la tuberculina. Doyle, entonces médico rural en Southsea, decidió viajar hasta Berlín para conocer el descubrimiento de primera mano. El 16 de noviembre de 1890, en el largo viaje en tren a través de la Europa continental, coincidió con su compatriota Malcolm Morris, que había sido también médico rural antes de mudarse a Londres para abrir un consultorio de dermatología con gran éxito de clientela.

Según podemos leer en la autobiografía del propio Arthur Conan Doyle (Memories and Adventures, 1924), durante ese trayecto en tren Morris lo convenció de que estaba perdiendo el tiempo como médico general en provincias, y que debería ir a Viena para especializarse en oftalmología y mudarse a Londres, donde, como especialista, podría llevar una vida desahogada y con tiempo libre suficiente para dedicarlo a sus afanes literarios.

Tras esa conversación, Doyle regresó a Southsea el 22 de noviembre convertido en otra persona. Y siguió al pie de la letra los consejos de Morris: cerró su consulta rural el 18 de diciembre, viajó a Viena el 3 de enero para estudiar oftalmología y abrió consultorio en Londres como oculista el 6 de abril, para cerrarlo menos de un mes después cuando sus éxitos literarios le permitieron vivir holgadamente de la escritura.

Menos conocido es el segundo consejo trascendental de Malcolm Morris, que aparece narrado en la autobiografía de su hijo Harold Spencer Morris (Back View, 1960). Según cuenta este, en cierta ocasión Arthur Conan Doyle preguntó a su padre si se le ocurría qué barrio de Londres podría ser adecuado para fijar la residencia de su criatura literaria, el detective Sherlock Holmes. Y el dermatólogo Morris le dijo que podría ser buena idea alojar a Holmes y al doctor Watson en el número 21 de la calle Baker, que había sido la residencia londinense de su abuelo John Morris.

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Como todo buen aficionado holmesiano sabe, el domicilio de Sherlock Holmes en Londres quedó finalmente fijado para la posteridad en el número 221B de la calle Baker; posiblemente, porque en aquella época el nº. 21 estaba habitado y Doyle decidió inventarse un inexistente número 221B.

Gregory House: holmesiano internista televisivo

Sherlock Holmes, una de las figuras literarias más populares de la narrativa europea del primer cuarto del siglo XX, es, con toda seguridad, el detective más famoso de la historia. No es de extrañar, pues, que en las obras policíacas posteriores encontremos infinidad de figuras inspiradas directamente en él. Descendientes directos de Holmes en muchos aspectos son, por ejemplo, el padre Brown, Hércules Poirot, el anónimo agente de la Continental, Philip Marlowe y el teniente Colombo.

De entre todas las figuras neoholmesianas contemporáneas, la de fama más internacional en los albores del tercer milenio ha sido, en mi opinión, el genio médico, amargado, cínico, sociópata y cascarrabias de Gregory House, protagonista de las ocho temporadas (2004-2012) de la exitosa serie televisiva House M.D.

El doctor House, capaz de razonar en una longitud de onda que no logra sintonizar el resto de los simples mortales, aplica al diagnóstico clínico el mismo método deductivo de Sherlock Holmes ―que, no lo olvidemos, estaba a su vez inspirado en el método diagnóstico del doctor Joseph Bell―.

Londres muta en un moderno hospital de Princeton, y los malvados criminales pasan a ser microbios patógenos y enfermedades raras —rarísimas, más bien—. Pero, al igual que para Holmes, gran parte del placer que experimenta Gregory House obedece no al diagnóstico en sí, sino al modo en que maltrata al paciente mientras humilla intelectualmente a un grupo de seudowatsonianos colegas.

Y las semejanzas no terminan ahí; para cualquier buen conocedor de la obra de Conan Doyle resultan evidentes los incontables guiños sherlockianos que los guionistas de House incorporan por doquier.

La afición a la cocaína de Sherlock Holmes se convierte para House en adicción a Vicodin® (asociación en dosis fijas de hidrocodona y paracetamol); el violín se transforma en piano y guitarra eléctrica; Gregory House vive en un apartamento 221B (Holmes, ya lo sabemos, en el número 221B de la calle Baker) y tiene un único amigo, el doctor James Wilson (esto es, J. W. por sus iniciales, exactamente igual que el único amigo de Holmes, el doctor John Watson); en el episodio 17 de la segunda temporada de House, hablan de una antigua paciente de apellido Doyle (Esther Doyle), que murió doce años atrás porque House fue incapaz de diagnosticarla, y en el último episodio de esa misma temporada, el doctor House cae abatido y supuestamente muerto por un disparo que recibe de un tal Jack Moriarty, claramente evocador del profesor James Moriarty, archienemigo de Sherlock Holmes y causante de su muerte (o supuesta muerte) en las cataratas de Reichenbach.

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¡Ah!, y un dato curioso sobre el televisivo personaje. Si los guionistas de la serie no mienten, el doctor House añade el poliglotismo a sus muchas virtudes, pues se desenvuelve con soltura en francés, español, portugués, hindi y chino mandarín (además del inglés, obviamente, que es su lengua materna).

Jürgen Schäfer, el doctor House alemán

Sabemos ya que los guionistas de la serie House se inspiran con frecuencia en los casos clínicos extraordinarios que publican las grandes revistas médicas para crear los rebuscados casos clínicos que debe resolver el huraño internista en cada episodio. Y que este aplica al diagnóstico clínico el mismo método deductivo del detective Sherlock Holmes, inspirado a su vez en el método diagnóstico del internista de carne y hueso Joseph Bell. Dando a todos estos hechos la vuelta, ¿podrían usarse los casos ficticios del doctor House para resolver en la vida real casos clínicos de diagnóstico difícil?

El internista alemán Jürgen Schäfer (nacido en 1956) estaba convencido de que así era, y en el año 2008 puso en marcha en la Universidad de Marburgo una serie de seminarios titulada «Dr. House revisited; oder: Hätten wir den Patienten in Marburg auch geheilt?», que recibió varios galardones a la innovación docente y lo hizo famoso entre los medios de su país con el apodo de «el doctor House alemán».

A raíz de ello, comenzaron a llegarle casos difíciles de toda Alemania y abrió en el Hospital Clínico de Marburgo un centro de enfermedades no diagnosticadas en el que resuelve casos complejos inspirado en los métodos de House, y en ocasiones incluso directamente apoyado por casos televisivos previamente resueltos por el propio doctor House.

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El más famoso de los casos esclarecidos por el doctor Schäfer, que atravesó fronteras, es probablemente el que diagnosticó en mayo de 2012. Varón de 55 años con insuficiencia cardíaca grave (clase IV de la NYHA), elevación del péptido natriurético cerebral y fracción estimada de expulsión por ecocardiografía del 25 %. Sin antecedentes personales de interés a excepción de artroplastia bilateral de cadera. Se descarta arteriopatía coronaria por cateterismo y la insuficiencia se atribuye inicialmente a una miocardiopatía. Además, el paciente está casi ciego y presenta hipoacusia importante, fiebre de origen desconocido, hipotiroidismo y esofagitis de reflujo. Se aprecian adenopatías mediastínicas y en la cadera izquierda, donde dos años antes se había implantado una prótesis metálica de CoCrMo.

Este último dato le recuerda inmediatamente un episodio de House que había proyectado recientemente a sus estudiantes: el capítulo 11 de la séptima temporada, «Family Practice», emitido el 7 de febrero de 2011. En él, una paciente ingresada por presunta endocarditis micótica presenta una taquicardia gravísima que inicialmente enfocan como una intoxicación saturnina, pero que a la postre se demostrará que responde en realidad a una intoxicación por cobalto desprendido de su prótesis de cadera.

Alertado por el antecedente televisivo, «el doctor House alemán» solicitó una radiografía de cadera y determinaciones sanguíneas de cobalto y cromo, y acertó: su paciente tenía una intoxicación con cobalto por desgaste de la cabeza protésica. A continuación, publicó el caso nada menos que en las páginas del Lancet: «Cobalt intoxication diagnosed with the help of House» (2014; 383: 574).

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Se considera veneno cualquier sustancia que, ingerida o inoculada en el organismo, ocasiona la muerte o graves trastornos funcionales al mismo. El veneno por antonomasia es el arsénico que, por su largo historial en los envenenamientos criminales, ha sido denominado rey de los venenos. De todos sus compuestos los más nocivos son los inorgánicos, siendo el arsénico blanco o trióxido de arsénico el pigmento preferido por los envenenadores ya que puede ser mezclado con los alimentos o las bebidas sin levantar sospechas. Fue empleado por Mitrídates VI en el siglo I a de C, por Locusta, la envenenadora de Nerón y, así mismo, era uno de los principales componentes de la cantarella de los Borgias, de los filtros de la Voisin en la corte del Rey Sol, y del acqua toffana de las mujeres sicilianas. La cantarella se obtiene al mezclar arsénico con vísceras de cerdo seca y, aunque ha pasado a la historia como el veneno de los Borgias, fue también usado por otras poderosas familias del Renacimiento italiano. El arsénico ha sido utilizado de forma voluntaria por algunos celebres personajes de la historia para dar fin a su vida y, es en este contexto, en el que se encuentran algunas de las pinturas más famosas de muertes por envenenamiento.

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EL ARSÉNICO, REY

DE LOS VENENOS

Olga Marqués Serrano

El desván de Esculapio.

Revista de ASEMEYA

Vol. 1, Nº 1, 2021, págs.

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Fig. 1. Sofonisba tomando el veneno (1615). Verona, Museo di Castelvecchio Giovanni Francesco Caroto Sofonisba tomando veneno (Fig. 1) muestra el momento en que la bella e inteligente reina de Numidia –Sofonisba- se dispone a beber de la copa envenenada. Sentada en un sillón, se cubre con una capa roja y una túnica blanca que deja una parte de su pecho al descubierto. Solo se adorna con un colgante de oro que cuelga del cuello y sobre la cabeza lleva la corona que corresponde a su alto rango. La joven, con gesto ensimismado y triste, mira a la lejanía, mientras sostiene y levanta la copa que el destino ha puesto en sus manos.

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Fig. 2. La muerte de Sofonisba (1755-1760). Madrid, Museo Thyssen-Bornemisza Giambattista Tiepolo La muerte de Sofonisba (Fig. 2) es un boceto para una composición de gran tamaño que escenifica el suicidio por envenenamiento de la protagonista. La escena, en un ambiente lleno de sensualidad y colorido, tiene lugar en la estancia abierta de un lujoso palacio, donde en un primer plano, la protagonista desvanecida, con el pecho al descubierto y a punto de morir tras ingerir el veneno, se apoya sobre una sirvienta que la atiende en sus últimos momentos. Junto a ella, en una mesa, reposa un cuenco con los restos del veneno. Detrás, otra mujer espera pacientemente el desenlace de la tragedia y, a la izquierda, un hombre sale de la estancia mientras se gira para observar apenado lo que sucede. Al fondo, colosales arquitecturas se suceden en distintos planos.

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Fig 3. Sofonisba envenenándose (1889). Luis Pogliaghi Sofonisba murió a finales del siglo III a de C. Su padre, el general cartaginés Asdrúbal la prometió muy joven a Masinisa, rey de los númidas orientales -los Masilios-, aunque acabó casándola durante la Segunda Guerra Púnica con Sifax, jefe de otra tribu númida, los Masesilos. Este, que había sido aliado de los romanos, se convirtió en su enemigo tras la influencia que ejerció su mujer sobre él. Cuando Sifax murió -en el año 203 a de C- en la batalla de Cirta, Sofonisba fue hecha prisionera, pero el vencedor Masinisa no solo la perdonó sino que se casó con ella. Escipión Emiliano temeroso de que ejerciera sobre él la misma influencia que sobre su anterior marido, no ratificó los esponsales y exigió su entrega para conducirla a Roma y hacerla desfilar como botín de guerra con los demás rehenes. Para evitar esta humillación Masinisa la envió un cuenco con veneno que ella tomó acabando con su vida. Sofonisba envenenándose (Fig 3.) es una lámina perteneciente a la enciclopedia Historia de Roma. Fue escrita en 1889 por Francisco Bertolini e ilustrada por Luis Pogliaghi. En ella se representa el momento en el que una hermosa y sensual Sofonisba, lamentándose de haber contraído matrimonio con Masinisa, aliado de Roma, se dispone a beber el veneno que este le ha hecho llegar.

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Fig. 4. Retrato de Lucrecia Borgia (1510-1525). Frankfurt, Städel Museum Bartolomeo Veneto

Lucrecia, hija de Rodrigo Borgia, que llegó a ser papa con el nombre de Alejandro VI, es, junto a su padre y su hermano Cesar Borgia, protagonista de una de las grandes leyendas negras de la historia. En ella se cuenta que mantenía relaciones incestuosas con ambos, tuvo un hijo con su hermano, y era una experta envenenadora. Incluso se dice que llevaba siempre puesto un anillo diseñado especialmente para albergar en su interior, la cantarella, su veneno preferido. La familia Borgia unida a la corrupción y al nepotismo, utilizó a Lucrecia con fines políticos en distintos pactos matrimoniales, pero muchas de las depravaciones que se les achaca no tienen fundamento histórico. Retrato de Lucrecia (Fig. 4) muestra a una mujer pintada de tres cuarto que se gira levemente para mirar fijamente al espectador. La modelo tiene un hermoso rostro, de rasgos finos y delicados. Su piel muy blanca, casi translucida, resalta intensamente con el fondo oscuro de la composición. Lleva en la cabeza un turbante que no impide que su cabello rubio, artísticamente peinado, caiga sobre sus hombros, se viste con una túnica que deja el pecho al descubierto y sostiene entre sus dedos un pequeño ramillete de flores que parece ofrecer a quien la observa.

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Fig 5. La muerte de Chatterton (1856). Londres, Tate Gallery Henry Wallis Chatterton, nacido en una familia humilde y huérfano de padre, aprendió a leer pasados los siete años y abandonó la escuela a los quince años, sin embargo, a pesar de su juventud, era un ávido lector y un poeta con una imaginación portentosa. Realizó una falsificación literaria tan perfecta que engañó a los más prestigiosos críticos y eruditos de la época. Con unos pergaminos del siglo XV procedentes de una iglesia, compuso, a la edad de once años, una égloga: Eleonore y Juda, y alegó que se trataba de una obra escrita en verso durante el siglo XV por el monje medieval Thomas Rowley, personaje que era de su propia invención. A esta obra literaria hay que agregar a otros escritores inventados y los poemas que él reconocía como propios, sobresaliendo los del género satírico. Cuando se conoció el fraude se encontraba trabajando en Londres, colaboraba con varios periódicos de la época y cosechaba sus primeros éxitos. La versión oficial es que, desesperado, se trasladó a la buhardilla de Holborn donde vivía y tomó una dosis de arsénico y de opio, acabando con su vida. Su fama como héroe trágico se debe sobre todo al poeta y autor francés Alfred de Vigny (1797-1863), quien en 1835 escribió el drama romántico Chatterton basado en la vida del malogrado poeta. Actualmente, algunos estudios ponen en duda si la muerte de Chatterton se debió a un auténtico suicidio y, aunque se ha confirmado la presencia de arsénico y láudano en su cuerpo, se ha valorado la posibilidad de que llevara un tratamiento para curar una gonorrea que padecía, incurriendo en una sobredosis accidental.

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La muerte de Chatterton (Fig 5.) está basada en el personaje del poeta y falsificador ingles Thomas Chatterton (1752-1770), que con solo diecisiete años se suicidó con arsénico y, este hecho, le convierte tras su muerte en una figura legendaria del Romanticismo. La pintura se ambienta en el escenario donde ocurrió el suicidio, pues Wallis para dar autenticidad a la escena la sitúa en la misma habitación donde tuvo lugar la muerte. El cuerpo del joven, iluminado por la tenue luz diurna que entra por la ventana y que deja ver al fondo los tejados de Londres y la Catedral de San Pablo, descansa sobre la cama. Por la postura y la intensa palidez de su piel, se aprecia con claridad que está muerto. En el suelo de la humilde estancia hay un cofre abierto que contiene pergaminos, y fuera, pequeños fragmentos de otros que han sido destruidos; también se ve un zapato y una ampolla con restos de veneno. A los pies de la cama, sobre una pequeña mesa, descansa una vela que aún humea débilmente. Para hacer de modelo posó el joven escritor George Meredith, que entonces tenía veintiocho años. Dos años más tarde su esposa, Mary Ellen Nicolls, lo abandonó para unirse a Wallis. La pintura estuvo expuesta en la Real Academiaen (1856) y está considerada como una de las obras maestras de Wallis, así como una de las obras cumbres del movimiento prerrafaelita. Bibliografía 1. Alte Pinakothek, Munich. Museos del mundo. Planeta de Agostini, 2005. 2. Birchall, H. Prerrafaelitas. Taschen, 2010. 3. Marqués Serrano, O. El veneno en el arte. Madrid: Reprofot, 2013. 4. Muñoz Páez, A. Historia del veneno. De la cicuta al polonio. Barcelona: Editorial Debate, 2012. 5. Pickover, Clifford A. The Medical Book. Sterling Publishing Co., Inc., 2012. 6. Pita Andrade, J. M y María del Mar Borobia Guerrero.Maestros Antiguos del Museo Thyssen-Bornemisza. Lunwe

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Síndrome de Münchhausen

Si el lector quiere divertirse leyendo tremendas fanfarronadas, nada mejor que leer el Vademecum de los alegres compañeros, de 1793. Allí podrá apreciar los grandiosos embustes –a manera de las batallitas del abuelo, elevada al colmo de la más graciosa ironía– del barón Karl Friedrich Hieronymus Von Münchhausen (Fig 1.).

El tal barón fue un oficial alemán que nació en 1720 en Bodenwerder (Hannover) y allí mismo falleció en 1797. Colmada su juventud se alistó en el ejército ruso donde sirvió hasta 1750, participando en dos campañas bélicas contra los turcos. Bajo las órdenes de Ulrico II inició su servicio militar en Rusia, pasando sucesivamente por los empleos de paje de Ulrico, corneta de la caballería rusa, teniente, llegando al empleo de capitán en 1750, cuando Antonio Ulrico fue encarcelado. Ya retirado vivió en Bedenwerder hasta su muerte en 1797.

Pero lo que le hizo famoso no fueron sus hazañas guerreras sino las narraciones increíbles de sus aventuras durante el tiempo de servicio militar. El memorándum de sus hazañas incluye tanto el cabalgar sobre una bala de cañón de ida y vuelta, como viajar a la Luna (donde los selenitas se separan de sus cabezas) o al infierno con Vulcano, o matar a un oso y cubrirse con su piel para pasar desapercibido en medio de la manada, o bailar en el estómago de una ballena, o cabalgar sobre un caballo cortado por la mitad, o encender la mecha de su fusil gracias a su nariz, o viajar agarrado a una cuerda que se encontraba conectada a una bandada de patos, o salir de una ciénaga tirándose hacia arriba de su propia coleta, heroicidad que relata Günter Grass en su libro El tambor de hojalata.

A partir de estas proezas fingidas el escritor alemán Rudolf Erich Raspe crea un personaje literario, fantástico y cómico en su obra Narración de los Maravillosos Viajes y Campañas del Barón Munchausem en Rusia, que pasó a ser una verdadera leyenda en la literatura infantil, como pueden ser, por el mensaje y la atractiva lectura, Los viajes de Gulliver.

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LAS

ENFERMEDADES

OLVIDADAS. LOS

CURIOSOS

TRASTORNOS

FÁCTICOS

Ángel Rodríguez

Cabezas

El desván de

Esculapio. Revista de

ASEMEYA

Vol. 1, Nº 1, 2021,

págs. 38-40

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Y efectivamente, el mensaje de ambas obras es completamente opuesto al racionalismo dominante en aquella época. Naturalmente, en la obra de Raspe tuvo que mezclarse, en proporción adecuada, sus conversaciones con el barón con la ficción narrativa, que acompaña a todo escritor avezado en contar aconteceres históricos.

La obra de Raspe, la más auténticamente basada en el barón de Münchhausen, fue traducida a muchos idiomas, teniendo especial relevancia la versión en alemán y ruso. Cada una de estas traducciones fue sufriendo modificaciones y ampliaciones por los más famosos escritores de la época, de tal forma que en las versiones del siglo XIX ya es difícil saber qué aventuras y hazañas fueron contadas de viva voz por el barón.

También las proezas del barón han merecido estar representadas en muchas obras de arte, siendo las más importantes las que aparecen en el libro ilustrado por Gustavo Doré, un par de cortometrajes, uno de ellos dirigido por George Meliés en 1911 y al menos cuatro películas y alguna de animación.

Naturalmente, el barón de Münchhausen ignoraba que el relato de sus bravatas iba a servir, más de dos siglos después de su muerte, para bautizar a una curiosa patología, tan curiosa como el relato de su vida militar.

Se trata de un trastorno mental que lleva al enfermo a inventarse síntomas o a provocarse lesiones, generalmente en la piel, con el solo objetivo de recibir asistencia médica, de lograr que le practiquen exploraciones complementarias (análisis, radiografías), de ser ingresado en hospitales o incluso de ser intervenido quirúrgicamente. A este cuadro se le conoce como Síndrome de Münchhausen.

Son enfermos portadores de una alteración mental que no deben ser confundidos con los hipocondríacos, ya que estos son sujetos que, sin motivos fundados, están exagerada y patológicamente preocupados por su salud, que tienen una creencia firme de estar enfermos y que son laboriosamente manejables en las consultas por la dificultad que el médico tiene para convencerles de su error. Los hipocondríacos lo pasan mal, mientras que los enfermos con el síndrome de Münchhausen, seguramente, buscan algún retorcido placer en algún rincón de su mente con la invención de su sintomatología.

Han existido casos muy curiosos de esta enfermedad a través de la historia. Posiblemente el más comentado fue el del inglés William Mcllroy, en el siglo pasado, que se sometió a lo largo de su vida a cuatrocientas intervenciones quirúrgicas, utilizando incluso nombres falsos para lograr su ingreso en los hospitales.

Hace unos años la Audiencia Provincial de Murcia condenó a una mujer, madre de ocho hijos por “ser autora criminalmente responsable de cinco delitos de parricidio, tres de ellos en grado de consumación y dos en grado de frustración”. Al parecer esta señora padecía un extraño caso de síndrome de Münchhausen “por poderes”, lo que le llevaba a provocar enfermedades a sus parientes, originando incluso la muerte en varios de ellos. Hay algunos antecedentes similares en la historia.

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Síndrome de Lasthénie de Ferjol

Jules Amédée Barbey d’Aurevilly (Saint-Sauver-le-Vicomte, 1808 – París, 1889) fue un novelista y crítico literario del siglo XIX, con fama de misógino, al que le gustaba escribir relatos de trama y acción violenta, pero con propósito siempre moralizante.

En 1882 escribe una pequeña narración de título Una historia sin nombre que sitúa en la Francia de finales de siglo XVIII. La acción transcurre en una mansión donde viven tres mujeres: la baronesa de Ferjol, su sirvienta Agata y su hija adolescente, Lasthénie.

Una noche Lasthénie sale de la casa en pleno acceso de sonambulismo y es violada por un clérigo de mala reputación. Ella no recuerda lo que le ha pasado, ni entiende luego su embarazo, ni mucho menos el parto del niño que nace muerto. Por estas incoherencias en sus explicaciones, su madre la desprecia.

En esta situación de aislamiento familiar y desasosiego mental, Lasthénie va enfermando lentamente, se torna pálida, cae en anorexia y es presa de una angustiosa melancolía. Los médicos no comprenden su patología ni menos sus orígenes.

Todo se aclara, sin embargo, cuando un día su madre introduce su mano debajo del camisón de Lasthénie y saca sus dedos manchados de sangre. La joven había estado pinchándose con un alfiler debajo de las mamas, durante los últimos meses, provocándose pequeñas pero múltiples hemorragias.

Se intenta solucionar aquella sorpresiva circunstancia con los remedios de la época, pero Lasthénie palidece cada vez más, empeora por momentos y fallece sin que los remedios de médicos, sanadores, ministrantes o barberos pudieran remediar tan dramática situación.

La segunda parte de esta fascinante historia tiene como protagonista al hematólogo Jean Bernard que, en 1967, tras leer el relato de d’Aurevilly pensó en la estrecha relación que existía entre este caso y la historia clínica de algunas de sus pacientes, doce de ellas concretamente, con el diagnóstico de anemia ferropénica, que también tenían como causa fundamental del proceso las automutilaciones con sangrado. Todas eran mujeres jóvenes, con gran actividad laboral, pero desvinculadas de una buena relación social y afectiva y martirizada por emociones negativas.

He aquí dos síndromes curiosos, de nomenclatura prestada, ubicados en la historia de la medicina, de escasa prevalencia, pero que el clínico debe conocer y quizás estar atento en alguna ocasión a sus circunstancias sintomatológicas.

Fig. 1. Caricatura de Münchhausen por Gustavo Doré 40

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Los griegos fueron protagonistas de una de las empresas más importantes de la Historia de la Medicina, el paso del mithos al logos, una verdadera revolución científica que sentó las bases de la ética médica y el procedimiento profesional. Clásicamente se distinguen tres periodos dentro de la medicina griega: la prehipocrática, que se extiende desde la época homérica (siglo IX-VIII a. de C.) hasta Hipócrates (siglo V a. de C.); la hipocrática y la posthipocrática, donde se enmarca la figura de Aristóteles. La primera de ellas, la medicina prehipocrática, está basada, al igual que el resto de las medicinas arcaicas, en los dos elementos característicos: lo sobrenatural y lo puramente empírico. El resultado es una medicina que se desarrolla entre lo mágico y religioso. Las enfermedades son provocadas por la intromisión de un daimon (demonio), bien por capricho o por castigo. Los médicos-sacerdotes, a través de patrones comunes en los que entremezclan las plegarias, la terapéutica transferencial, el proceso de incubatio o los fármacos, tratan de alcanzar la curación mágica.

La primera cesárea de la Historia

Cuenta Estrabón que Corónide, hija de Felgias -rey de los lapitas- acostumbraba a bañarse a orillas del lago Beobes, en Tesalia. Cierto día acertó a pasar por allí Apolo, el dios de la música, que se quedó prendado de su belleza al instante y la convirtió en su amante, no tardando en dejarla embarazada. Cuando el dios se fue a Delfos a atender algunos asuntos relacionados con el oráculo de su templo, dejó a un cuervo de plumaje blanco para que vigilara a Corónide en su ausencia. La joven se había enamorado de Isquis, hijo de Arcadio, de Elato, con el que mantuvo un apasionado romance. Cuando el cuervo se enteró de los devaneos de la joven voló raudo y veloz hasta Delfos para notificar a Apolo la infidelidad de su amada. El dios maldijo al mensajero por no haber arrancado los ojos a Isquis y como castigo le condenó a él y a todos sus descendientes a ser de color negro y no blanco, como habían sido hasta aquel momento. Artemisa, la hermana gemela de Apolo, vengó la afrenta y disparó una de sus flechas envenenadas contra la infiel Corónide, provocándole la muerte. En ese momento llevaba en sus entrañas un niño (Asclepio), hijo del dios solar.

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MEDICINA

PREHIPOCRÁTICA:

CUANDO LA

CIENCIA ERA

MAGIA

Pedro Gargantilla

Madera

El desván de Esculapio.

Revista de ASEMEYA

Vol. 1, Nº 1, 2021, págs.

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Afortunadamente, acertó a pasar por allí Hermes -el dios del comercio-, quien se apiadó del pobre niño y lo extrajo del vientre materno, realizando de esta forma la primera cesárea de la historia. A continuación entregó al recién nacido a Apolo, su padre. El dios, dado que no podía hacerse cargo de su educación, decidió llevarlo a la cueva en la que moraba el centauro Quirón –que se había encargado con anterioridad de la educación de Aquiles- para que le cuidara y le enseñara el arte de la medicina. De esta forma, Asclepio se convirtió en un médico de prestigio y, posteriormente, en el dios de la medicina. Se desposó con Epiona, con la que tuvo varios hijos: Godalirio, Macaón (médicos que aparecen en la Ilíada), Telesforo, Hygia (de la que deriva el término higiene), Panacea («la que todo lo cura»), Egle (partera) y Laso (enfermera). Su veneración se extendió rápidamente por toda Grecia y llegó hasta Roma, en donde su nombre fue latinizado a Esculapio. Habitualmente se le representa vistiendo un largo manto, con parte del tórax expuesto, y con un largo báculo de madera con una serpiente enrollada.

El sueño curativo

Los griegos concebían la enfermedad como un acto punitivo de los dioses, que a través de sus flechas castigaban una falta individual (locura, ceguera, lepra) o a un colectivo (epidemias). Los centros médicos de la época eran los templos dedicados a Asclepio (asklepeia), de los cuales todavía quedan vestigios en Cos, Epidauro y Pérgamo, entre otros lugares. Para su edificación se eligieron lugares sanos, con agua abundante y naturaleza exuberante, hasta donde llegaban los enfermos en un largo peregrinar. Tras cruzar el umbral del templo los enfermos se vestían de blanco y ofrecían al dios un sacrificio, generalmente un gallo. Recordemos que, cuando Platón -en “Fedón”- narra la muerte de Sócrates pone en boca del filósofo: «Critón, le debemos un gallo a Aclepio. Así que págaselo y no lo descuides». Los enfermos se presentaban ante los sacerdotes que les relataban las curaciones que allí habían conseguido, a continuación el enfermo realizaba un ritual (baños, masajes, unciones) para prepararse para el descanso nocturno.

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En el templo abundaban las culebras de Esculapio (Zamenis longissimus), tal y como aparece descrito en la comedia «Pluto» de Aristófanes. Actualmente sabemos que debía tratarse de una especie de serpiente de la familia Colubridae carente de veneno, que se alimenta de roedores, huevos, aves y otros reptiles, a los que ahoga mediante constricción. La curación tenía lugar en el abaton del templo, en las proximidades de la estatua del dios. Mientras el paciente dormía (incubatio) se le aparecía la divinidad o bien le sanaba de la dolencia y/o le relataba la forma mediante la cual se curaría. A la mañana siguiente el sueño era descrito al sacerdote, el cual lo interpretaba y pautaba el tratamiento más adecuado. En caso de que el paciente se curase de su dolencia era costumbre que dedicara un anatema, representando en metal o en cera el órgano afectado y que dejara una tablilla votiva con la decepción del caso. Desgraciadamente no nos han llegado documentos en los que se describan estas actividades, el único que tenemos es un fragmento de una comedia de Aristófanes. En él un esclavo explica que: «al anochecer los enfermos se acuestan en las camas de reposo (gr. cline, de donde deriva el término clínico). Los siervos del templo (gr. therapeutes) apagan la luz y piden silencio. Un sacerdote da entonces una vuelta para recoger el pan de oblación de los altares. Después aparece el dios escoltado por sus dos hijas y un esclavo. Va de cama en cama para examinar a los enfermos y mezcla ungüentos y jarabes». El culto a Asclepio alcanzó su cenit hacia el 500 a. de C., época en la que había más de trescientos templos consagrados al dios en el mundo helénico, en especial, en Atenas, Pérgamo y Epidauro. Fue tal la importancia que adquirió que los sacerdotes llegaron a formar una corporación médica.

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RECEPCIÓN DE ARTÍCULOS

“El desván de Esculapio. Revista de ASEMEYA” es la revista oficial de la Asociación de Médicos Escritores y Artistas. El comité editorial evaluará para su publicación trabajos médicos relacionados preferentemente con la Medicina y las humanidades, en cualquiera de sus ámbitos.

Se admitirán para evaluación trabajos en castellano y para el envío de originales se utilizará el siguiente correo electrónico: [email protected].

El comité editorial, eventualmente con la ayuda de revisores externos, evaluará los trabajos enviados decidiendo si procede su publicación, si es necesario realizar correcciones o si se desestima la publicación.

Los trabajos reunirán los requisitos de uniformidad habituales en revistas biomédicas, tendrán una extensión máxima de 4 páginas (Times New Roman, tamaño 12 interlineado simple). Las figuras o imágenes se enviarán en el mismo documento con una resolución de 300 ppp. El trabajo puede acompañarse de un máximo de diez referencias bibliográficas.

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