El Delfín Álvaro Salom Becerra · de la atención ciudadana y cumplieron el juramento de no...

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El Delfín Álvaro Salom Becerra

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Aquel día, cuyo recuerdo no se ha borrado ni podrá borrarse de la memoria de quienes lo vivieron,

fue extraordinario desde el principio hasta el fin.

La luna y las estrellas resolvieron prolongar sus funciones de vigilantes nocturnos hasta bien

avanzada la mañana para no perder ningún detalle del sensacional suceso. Y el sol que, a la manera

de un rubicundo polizonte alemán, venía paseándose por las calles de Bogotá, de seis á seis, desde

tiempos inmemoriales, decidió anticipar su salida del cuartel y postergar su regreso a este en

previsión de posibles desórdenes. Las nubes permanecieron arremolinadas todo el día sobre la casa

que iba a servir de teatro al acontecimiento y cuando se produjo derramaron lágrimas de felicidad.

Los cerros de Monserrate y Guadalupe, corresponsales de la cordillera de los Andes, se empinaron

sobre el Paseo Bolívar para observar mejor y transmitir al Continente, con mayor exactitud, las

incidencias del acto. Y el río San Francisco, que aún no había sido sepultado en la bóveda de la

Avenida Jiménez de Quesada, disminuyó la velocidad de su corriente para apreciar con más

detenimiento todos los pormenores del hecho, pues quería referirlos fielmente a los otros ríos del

país que, a su vez, se en cargarían de llevar la noticia a los mares del mundo.

De estos increíbles fenómenos fueron testigos todos los bogotanos. Varios abogados, algunos políticos y periodistas y numerosas mujeres y niños, es decir, personas dignas de la más absoluta credibilidad, declararon haberlos visto. Los historiadores, ante la insospechable veracidad de esos testimonios, optaron por incorporarlos a las crónicas de la ciudad. Y ni el más enconado enemigo del doctor Arzayús ni el más escéptico de sus conciudadanos se atreve hoy a negar los actos contra natura ejecutados para satisfacer su curiosidad y contribuir al esplendor del espectáculo por el sol, la luna y las estrellas, las nubes, los cerros y el río en aquel día inolvidable.

Los prodigios no pararon ahí. La tensa expectativa del acontecimiento paralizó todas las actividades lo que determinó la ocurrencia de una serie de hechos negativos que los fanáticos partidarios del sector Arzayús interpretaron como otros tantos milagros. Así, por ejemplo, en esas veinticuatro horas nadie dijo una mentira. De la boca de ningún bogotano salieron las consabidas fórmulas: “¡Mucho gusto de verte”’, “¡Dichosos los ojos que te ven!”, “¡Estoy muerto de la pena contigo!” y “Por allá te caigo sin falta!” Ningún paciente murió a manos de su médico y ninguna viuda quedó en la ruina por obra de su abogado. Ningún ciudadano inocente fue condenado y ningún malhechor absuelto por la justicia.

Aunque posteriormente se comprobó que las inexplicables omisiones de médicos, abogados y jueces habían obedecido al hecho de que en ese día los hospitales no habían abierto sus puertas y los Juzgados habían cerrados las suyas, los apasionados admiradores del doctor Arzayús sostienen todavía que aquellas fueron señales de lo alto. Algunos, los menos intransigentes, aceptan como cosas lógicamente posibles aunque extrañas que nadie hubiera sido asesinado científicamente, que ninguna viuda hubiera sido legalmente despojada de sus bienes y que no se hubiera administrado justicia en la forma tradicional. Pero afirman que la circunstancia inverosímil de que los bogotanos se hubieran abstenido de decirse mentiras unos a otros durante veinticuatro horas, es un imposible metafísico, uno de aquellos hechos sobrenaturales que suelen anteceder a los grandes acontecimientos históricos.

La ciudad fue prematuramente despertada por un intenso repicar de campañas. Según lo acordado en la mesa redonda de sacristanes realizada el día anterior en el Palacio Arzobispal, el sacro-romano escándalo con que la Iglesia anunciaría el suceso comenzaría en la Catedral, continuaría en la Capilla del Sagrario, seguiría en San Ignacio, se extendería después a Santa Clara, se prolongaría a La Concepción y terminaría en San Francisco.

A las cinco en punto de la mañana el sacristán de la Catedral, quien había pernoctado en el campanario como de costumbre, comenzó a halar las cuerdas con vigoroso entusiasmo y con no menor brío empezó a hacer lo propio el de la Capilla del Sagrario, a quien replicó, inmediata y enérgicamente el de San Ignacio. A las cinco y diez minutos las campanas de Santa Clara, La Concepción y San Francisco pregonaban con metálicos ayes el inmisericorde castigo a que estaban siendo sometidas.

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Simultáneamente los barrios de Egipto, Belén, San Cristóbal, Las Cruces, San Agustín, Santa Bárbara, San Victorino, Las Aguas y Las Nieves se trabaron en una estruendosa batalla con los centenares de cohetes, directamente importados de Pacho y generosamente repartidos dos días antes a los Presidentes de los respectivos Comités por el Directorio Municipal del partido y que, disparados desde los cuatro puntos cardinales, convergían sobre el escenario del acontecimiento formando una pirámide de fuego.

En acatamiento a lo dispuesto por la Resolución número 67, unánimemente aprobada por la Junta Protectora de Animales, de la que el doctor Arzayús era Presidente Honorario, todos los seres irracionales residentes en la ciudad: perros, gatos, caballos, burros y gallinas, aullaron, maullaron, relincharon, rebuznaron y cacarearon al unísono durante media hora para asociarse al alborozo colectivo.

Los seres aparentemente racionales: revendedoras de la Plaza Grande, “aguadoras” del Chorro de Padilla, “cargueros” de la Plazuela de Las Nieves, limpiabotas del Par-que de Santander y aurigas de la Estación de la Sabana, abandonaron sus “puestos”, múcuras, parihuelas, cajones y coches, respectivamente, se apostaron en lugares adyacentes a la casa convertida ese día en centro de la atención ciudadana y cumplieron el juramento de no injuriar, herir ni matar a nadie, “para que todo saliera bien”. Y este fue otro de los hechos portentosos de aquel día, elevado a la categoría de milagro por los áulicos del doctor Arzayús.

Los tres poderes del Estado no podían estar ausentes del glorioso episodio. El señor Presidente de la República, Íntimo amigo y compadre del doctor Arzayús, envió a la casa de este a los Ministros de Relaciones Exteriores y de Instrucción Pública para que siguieren de cerca el curso de los acontecimientos y lo tuvieran informado. El Honorable Senado de la República y fas demás corporaciones legislativas y judiciales que, suministrando una explicación no pedida anteponen ese calificativo a sus nombres, designaron comisiones con idéntico objeto. El Ministro de Guerra ordenó que inmediatamente después de que se produjera el hecho tan ansiosamente esperado fueran disparados veintiún cañonazos y bandas militares recorrieron la ciudad desde los cuarteles de San Agustín hasta San Diego.

A las ocho de la mañana los peones de la hacienda “El Eucalipto”, de propiedad del doctor Arzayús, hicieron su entrada por la Avenida Colón al galope tendido de sus caballos. Lanzando al aire sus corroscas y dando alaridos de júbilo avanzaron hasta la Segunda Calle de Florián y se situaron frente a la casa de su patrón. Allí estaban ya reunidos los empleados y obreros de la “Compañía Interamericana de Tabaco” y de la “Cervecería Baviera” también pertenecientes a aquel.

Los amigos y copartidarios del gran hombre, sus empleados, obreros y peones y los indefectibles curiosos formaban a las nueve de la mañana una inmensa muchedumbre que cubría las tres Calles de Florián y buena parte de la Plaza de Bolívar. La heterogeneidad de las prendas indicaba que allí estaban representadas todas las clases sociales pues se veían cubiletes y sombreros de jipijapa, medias calabazas y cachuchas, sacolevas y ruanas, trajes de paño inglés y de manta, zapatos italianos y alpargatas boyacenses.

Una creciente ansiedad se reflejaba en todos los rostros. Unos preguntaban a otros: “¿Ya?” Y los interrogados respondían: “Todavía no pero ya casi”. La pólvora seguía estallando intermitentemente y el frenético alboroto de las campanas habla languidecido por culpa del cansancio de los sacristanes. La luna y las estrellas continuaban impávidas en sus puestos de observación. El sol ante la inminencia del suceso permanecía inmóvil sobre la casa del doctor Arzayús para evitar que pudiera escapársele algo de lo que ocurría dentro. Los cerros de Monserrate y Guadalupe, a fuerza de empinarse, habían alcanzado la altura del Soratá y el Aconcagua y proseguían transmitiendo a toda América, en cadena de montañas, los detalles del histórico acto. El paso del río San Francisco era tan lento que muchas personas creyeron firmemente que sus aguas se habían congelado como por arte de encantamiento.

La paciencia de la gente se había agotado totalmente a las doce del día. La espera en realidad no había sido de varias horas sino de muchas semanas, ya que “El Incondicional”, el más importante periódico de la época, había dado la primicia nueve meses antes: “Tenemos el agrado de informar a nuestros lectores que la señora Catalina Seispalacios de Arzayús, esclarecida dama de la alta sociedad bogotana, esposa del eminente político, industrial, ganadero y abogado doctor Clímaco Arzayús, ex-Ministro de Estado, varias veces candidato a la Presidencia y actual Senador

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de la República, ha quedado encinta nuevamente. Formulamos los más sinceros votos por que el embarazo evolucione y culmine felizmente y presentamos nuestras respetuosas congratulaciones a esta ilustre pareja que trabaja día y noche por el engrandecimiento del país”.

Por fin, a la una de la tarde, cuando ya la multitud comenzaba a perder la esperanza de que el acontecimiento se produjera, aparecieron dos hombres en el balcón de la casa.

El uno en mangas de camisa, jadeante, despeinado, sudoroso, con un fonendoscopio colgado al cuello, era el doctor Nacianceno Terán, médico obstetra como su nombre y aspecto indicaban.

El otro, sonriente, eufórico, con aire de triunfo, era Aristóbulo Aldana (Aldanita), muy popular en la ciudad por las múltiples actividades que ejecutaba al servicio del doctor Arzayús, ya que era su secretario y su teniente político, su ayuda de cámara y su guardaespaldas; actuaba como espía suyo en las empresas de su propiedad y como oficial de enlace entre el conspicuo estadista y las damas que este se dignaba abrumar con el peso de su prestigio.

La muchedumbre enmudeció. El doctor Nacianceno Terán, con voz entrecortada por la fatiga, dijo apenas:

¡Fue un varón! pesó ocho libras. . . El y la señora Catalina se encuentran en perfectas condiciones. . . Todo, a Dios gracias, salió bien.

La emoción tanto tiempo contenida se desbordó. Un clamor formidable subió hasta el cielo. El mismo que en las monarquías sucede al anuncio de que ha nacido el heredero del trono. Alguien gritó: “¡Viva el futuro Presidente de la República!”. “¡Vivaa!”, replicó la multitud enloquecida de alegría. “¡Que vivan sus padres!”, gritó otro. “Sí, que vivan el doctor Arzayús y su dignísima esposa muchos años!” “¡Viva nuestro glorioso partido!” La banda del Batallón Ayacucho comenzó a tocar el Himno Nacional, mientras los cañones disparados desde el Parque de los Mártires divulgaban la buena nueva. Fue entonces cuando una pertinaz llovizna empezó a caer sobre la ciudad. Era las lágrimas de felicidad que derramaban las nubes,

Aldanita, como su amo lo llamaba entre paternal y despectivamente, hizo señas a la multitud para que guardara silencio y, apoyado en la baranda del balcón, dijo con ese in-confundible acento de la barriada bogotana que inmortalizó Jorge Eliécer Gaitán:

Señores: “Vox populi, vox Dei”. Y como aquí somos pocos los que hablamos latín y griego, a pesar de ser todos hijos de la Atenas Suramericana, voy a traducir la frase que acabo de pronunciar: “Voz del pueblo, voz de Dios”. Hace un momento Dios habló por la boca de la persona que gritó: “ Viva el futuro Presidente de la República!” (Grandes aplausos) Sí, señores! El niño nacido hace diez minutos está llamado a conducir los destinos del país. Estoy seguro de que él poseerá la inteligencia prodigiosa y la cultura ecuménica, el patriotismo ardiente y la ho-nestidad insobornable, la bondad extraordinaria y la simpatía avasalladora de su eximio progenitor, quien no contento con los invaluables servicios que le ha prestado a la nación a lo largo de su meritísima existencia, ha engendrado otro estadista que con el tiempo será todo lo que él ha sido y es: apóstol de la democracia , abanderado de la libertad y adalid de la justicia! (atronadores gritos de aprobación)

Quiero finalmente, asumiendo la vocería de todos ustedes, suplicar al doctor Clímaco Arzayús que le permita gozar al pueblo el privilegio de su presencia y rogarle que vierta sobre él la miel de su palabra. .

El doctor Arzayús que, según lo convenido, solo esperaba la invitación de Aldanita, apareció en el balcón.

El entusiasmo de la multitud se convirtió en delirio. Las gentes gritaban, gesticulaban, manoteaban, pataleaban, se retorcían convulsivamente, como si hubieran sido víctimas de un ataque de epilepsia colectivo. .

El prohombre era de mediana estatura, ligeramente obeso y revelaba cincuenta años. La calvicie, la nariz y los grandes bigotes recordaban a don Emilio Castelar. El rostro era rojizo y las manos muy blancas y cubiertas de vello. Grave, solemne, majestuoso. La conciencia de su misión histórica, la certeza que abrigaba de ser un representante directo de la Divina Providencia en la tierra, la seguridad de que había sido nombrado depositario de la sabiduría y secuestre de todas las

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virtudes humanas, el aplastante peso de su responsabilidad con la patria y las demás naciones del mundo, el halo de gloria que lo envolvía permanentemente, lo habían convertido en una estatua ambulante. La voz, capaz de subir hasta la cima del Everest o de bajar hasta el fondo del mar, tenía la misma medrosa resonancia que tuvo la de Jehová en el Monte Sinaí.

Tendió las manos abiertas sobre la muchedumbre y, como por arte de magia, todas las bocas se cerraron y todas las manos se dejaron de aplaudir. Se caló los anteojos, sacó del bolsillo un papel que minutos antes le habla entregado Aldanita, lo desdobló lentamente y leyó:

¡Gracias, amigos míos! Realmente hoy no ha dado a luz una mujer; ¡ha parido un pueblo! Julián Arzayús, que así va a llamarse el niño que acaba de nacer, más que de mi esposa y mío es hijo vuestro, de las gentes humildes que riegan con su sudor los surcos y los talleres de la patria. . .! Este no es un discurso demagógico. Pero ante la magnitud del homenaje que me ofrecéis yo renuncio a mi paternidad y declaro solemnemente: ¡Julián es un hijo de la democracia y a ella pertenece! Si vosotros estáis decididos a ceñirle la banda presidencial, estoy seguro de que no la rehusará, porque los hombres de mi estirpe no rehúyen los deberes ni esquivan los peligros ni eluden los sacrificios. Yo he sobrellevado estoicamente todas las cargas que la República ha colocado sobre mis hombros. Exponiendo mi salud y mi tranquilidad, he contribuido al afianzamiento de la paz, a la preservación del orden jurídico, a la consolidación de las instituciones republicanas y democráticas, al imperio de la justicia social y al progreso del país. Mi hijo, quiero decir el vuestro, no será inferior a la confianza que habéis depositado en mí ni a la que vais a depositar en él. En su nombre, ya que él aún no puede hacerlo, acepto la candidatura que acabáis de proclamar. . .! (Una ensordecedora ovación le impidió terminar)

El inmenso gentío empezó a disolverse agitando pañuelos blancos, En todas las caras había signos de hambre, de sed y de fatiga, pero todas proclamaban también el patriótico orgullo de haber asistido a uno de los momentos estelares de la nacionalidad.

Arzayús, el médico Terán y Aldanita, se retiraron del balcón porque alguien anunció que el señor Presidente de la República acompañado por su gabinete, numerosos Senadores y Re-presentantes, el Ilustrísimo Señor Arzobispo y el Venerable Capítulo Metropolitano, los miembros de la Corte Suprema de Justicia y el Estado Mayor del Ejército había salido del Palacio de San Carlos y se dirigía a conocer a su futuro colega.

A las cinco de la tarde las Cámaras reunidas en sesión extraordinaria declararon aquel día fausto para la República y el Concejo Municipal dispuso que una comisión de su seno pusiera en manos del recién nacido las Llaves de Oro de la ciudad para que le sirvieran de sonajera.

Las tres clases sociales que habían esperado reunidas el acontecimiento se separaron para festejarlo aisladamente. Los comerciante de la Calle Real, los hacendados de la Sabana y los banqueros se trasladaron al Loocky y al Sun Club; los empleados públicos y privados y otras gentes de medio pelo a las tiendas de Las Aguas, Santa Bárbara y San Agustín; y los siervos de la gleba o la “guacherna” como se decía entonces a las chicherías de Las Cruces, Egipto y el Paseo Bolívar.

Y con millones de metros cúbicos de “Brandy Valenzuela”, “Pola” y chicha brindaron esa noche los bogotanos por la salud del futuro Presidente que apenas medía treinta y cinco centímetros de largo.

Clímaco Arzayús era en ese momento un hombre omnipotente. Tenía en sus manos las palancas del poder político y social.

El Presidente y los Ministros eran instrumentos suyos; el congreso acataba sus órdenes y las sentencias dictadas por Magistrados y Jueces debían ser previamente aprobadas por él.

Dueño de las dos principales fuentes del vicio nacional: la “Cervecería Baviera” y la “Compañía Interamericana de Tabaco”; de la hacienda “El Eucalipto”, en Serrezuela, con-una extensión de tres mil quinientas hectáreas; del hato “Horizonte”, en los Llanos Orientales, con ocho mil cabezas de ganado y de diecisiete valiosas casas en Bogotá, su fortuna era calculada en la exorbitante suma de doscientos millones de pesos.

Descendiente de una linajuda familia, casado con una dama de elevada alcurnia, Presidente del Loocky Club y miembro de la Junta Directiva, del Sun, era el caballero más prestante de la aristocracia bogotana.

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Sobre el origen de su fortuna circulaban diversas leyendas que, según el prominente personaje, eran otras tantas calumnias de sus enemigos.

Decían unos que, aprovechando las guerras civiles de 1885, 1895 y 1899 y los altos cargos oficiales que había desempeñado por entonces, se había apoderado de los bienes raíces y semovientes de muchos enemigos políticos.

Otros afirmaban que habiendo sido comisionado por el gobierno para comprar cañones, naturalmente nuevos, de 95 milímetros, en Alemania, los había comprado viejos y de 75, con lo que había obtenido una ganancia de quince millones.

Aseveraban unos que en la negociación de un tratado de límites había cedido a un país vecino 100.000 kilómetros cuadrados del territorio nacional a cambio de diez millones de pesos.

Y otros aseguraban que su inmenso capital había sido hecho jugando a la Bolsa con la asesoría de cierto Ministro de Hacienda, quien diariamente le informaba qué Decretos en materia económica iba a dictar el gobierno a fin de que procediera a comprar o vender determinadas acciones.

Como “de la calumnia algo queda”, a Arzayús le habían quedado los bienes descritos anteriormente.

Se ufanaba de ser nieto de don Francisco José Arzayús, mártir de la independencia, condenado a muerte por los españoles en 1816, después de que se le probó que había prestado dinero a los patriotas al 30% para que adquirieran armas. El mártir aceptó su condición de usurero, pero rechazó cualquier vinculación suya con “los bandidos revolucionarios enemigos de Dios y de nuestro amado Rey Femando Vil”. Sin embargo fue fusilado aparentemente.

El ilustre nieto decía con frecuencia: “Yo quiero vivir como mi abuelo, ascéticamente desprendido de las cosas materiales, con el cerebro y el corazón puestos al servicio de la patria y morir por ella, como él murió, sin proferir una palabra, sin exhalar un suspiro, sin contraer un músculo.

Efectivamente cuando don Francisco José Arzayús fue conducido al patíbulo y atado a un taburete, permaneció absolutamente inmóvil y con los ojos desmesuradamente abiertos; ninguna palabra se escapó de sus labios, ningún suspiro de su pecho y ninguno de sus músculos se contrajo. Como se le preguntara si quería ser vendado guardó un altivo silencio. Posteriormente se comprobó que la heroica inercia y el sublime mutismo del mártir habían obedecido al hecho de que un infarto producido por el terror le había paralizado el corazón. Las balas disparadas por el pelotón de fusilamiento agujerearon simplemente su cadáver.

Clímaco Arzayús tenía sobradas razones para creer que era el ombligo del mundo. Que los hombres habían sido hechos para su servicio y las mujeres para su satisfacción. Que Dios mandaba en el cielo y él en la tierra. “No comulgo —solía decir— porque no me gusta comerme a mis semejantes. Eso se queda para los antropófagos”.

Cada vez que regresaba de Europa refería a sus amigos sin inmutarse que había sido huésped de Poncho en Madrid; de Memo en Berlín y de Colacho en San Petersburgo. (Poncho era Alfonso XIII de España; Memo: Guillermo II de Alemania y Colacho: Nicolás II de Rusia).

Las condecoraciones tenían para él una fascinación irresistible. Tan pronto como llegaba a Bogotá el representante de un país americano, europeo o asiático, lo visitaba, le enviaba presentes, escribía notas ditirámbicas en su honor, lo invitaba a Monserrate, el Salto de Tequendama y las Salinas de Zipaquirá, lo atracaba de comidas y bebidas hasta que el diplomático, al borde de la apoplejía y del alcoholismo, suplicaba a su gobierno que otorgara a su implacable anfitrión la Gran Cruz de Esculapio III o el Gran Collar de San Roque y su Perra. Por este sistema había logrado coleccionar tal número de condecoraciones que, en las grandes solemnidades, se colocaba ochenta y siete en el pecho, una placa de oro con la leyenda: “Continúan a la vuelta” y treinta y dos en la espalda.

Poseía una biblioteca formada por siete mil ochocientos cuarenta y cinco volúmenes... vírgenes, como que no había leído ninguno. Y doscientos setenta y tres títulos, diplomas y menciones de honor conferidos por las Academias y Sociedades Científicas de veintinueve países y obtenidos mediante procedimientos análogos a los utilizados en la consecución de las condecoraciones.

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Aunque el idioma nunca fue su lado flaco, la Academia de la Lengua se había enaltecido a sí misma recibiéndolo en su seno. Y aunque en su desdén por la historia había llegado hasta desfigurar la de su propio abuelo, la respectiva Academia había consolidado su autoridad haciéndolo miembro suyo.

Sus compañeros de estudio en París sabían muy bien que su título de abogado había significado la rendición incondicional de los profesores ante el bombardeo de licores y viandas a que los había sometido durante los cinco años de la carrera. Y comentaban socarronamente: “¡Arzayús no es abogado de La Sorbona sino de La Soborna!”.

Ejercía la profesión a su manera. El no iba a la justicia; la justicia debía llegar humildemente hasta él. Citaba en su casa al Juez que tenía a su cargo el valioso pleito en que era apoderado y después de hacerle entrega de un memorial le decía imperativamente:

—Tiene usted un plazo de veinticuatro horas para resolverlo en la forma solicitada por mí. ¡Puede retirarse!

El lacónico memorial rezaba así: “Pido a usted que revoque su auto de ayer. No necesito aducir los argumentos en que apoyo mi solicitud. Un hombre de mi posición intelectual y moral, rodeado por el respeto de la nación entera, no puede pedir cosas ilógicas ni injustas. Esa sola razón debe ser suficiente para usted, pero si no lo fuere me permito recordarle que de mi depende su permanencia en el empleo que desempeña actualmente”.

El Juez, veintitrés horas antes de que expirara el ultimátum revocaba su auto diciendo:

“Este Despacho comparte y acoge los incontrovertibles argumentos esgrimidos, con su habitual pericia, por el ilustre abogado peticionario, honra y prez del foro nacional, que resumen el pensamiento de los tratadistas alemanes, franceses e italianos y sintetizan el criterio constantemente sostenido por la Honorable Corte Suprema de Justicia”.

Y “El Incondicional”, al día siguiente, publicaba la noticia en primera página y a grandes titulares: “Brillante triunfo jurídico del doctor Arzayús”.

Sus ideas en materia política y social fueron recogidas a su muerte por el gobierno nacional en un libro titulado: “Soluciones del doctor Arzayús a los problemas del mundo”, mucho más denso y enjundioso que El Capital, según un crítico amigo suyo. He aquí algunas de esas ideas:

“La humanidad se divide en trabajadores y hombres de trabajo. Los trabajadores son los que trabajan y los hombres de trabajo son los que no trabajan y viven del trabajo de los trabajadores.

“Está científicamente demostrado que el rendimiento de un empleado u obrero es directamente proporcional al grado de hambre que tenga en un momento determinado. Las pirámides de Egipto no fueron construidas por gastrónomos satisfechos sino por esclavos desnutridos. Por tanto los aumentos de salario son inconvenientes pues disminuyen la capacidad de trabajo de quienes lo reciben.

“Educar es corromper. Los campesinos analfabetos viven en el santo temor de Dios, cumplen las leyes y respetan las instituciones republicanas y democráticas. Pero aprenden a leer y se vuelven comunistas.

“Mientras la gente crea que todo lo que le falta aquí abajo le va a sobrar allá arriba, el orden jurídico y la paz social están asegurados.

“Bolívar y su pandilla de agitadores comunistas cometieron la estupidez de abrir la jaula de las fieras para que todos los creadores de riqueza y los hombres de bien, españoles y criollos, fueran devorados. El último buen gobierno que hubo en este país fue el de Sámano!”

Por espacio de veinte años había honrado con su presencia e iluminado con sus luces al Senado de la República. No hablaba nunca. Pero ninguno de sus colegas llegaba al recinto antes ni se retiraba después; ninguno seguía con más inteligente atención el curso de los debates; ninguno miraba más expresivamente ni hacía gestos más significativos; ninguno era más elocuente en los ademanes; ninguno se reja en forma más diciente; ninguno, en fin, tosía tan sugestivamente como él.

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Los Senadores José Matías Burbano, de Nariño, y Juancho Pumarejo, del Atlántico, componían la comisión designada para interpretar sus movimientos y actitudes. Después de obser-varlo detenida y minuciosamente informaban: “El doctor Arzayús es partidario del proyecto. Por tanto debe ser aprobado”. O: “El doctor Arzayús considera inconveniente la proposición que se discute. En consecuencia debe ser negada”.

Así era el insigne hombre público. El privado apenas se distinguía de los simples mortales en que trabajaba menos pero comía, bebía, fornicaba y dormía más y mejor que ellos.

Se había casado diecisiete años antes con Catalina Seis- palacios, la mujer más agria, desapacible y antipática que haya pisado el suelo y respirado el aire de Bogotá en los últimos cua-trocientos treinta y cinco años. (La ciudad fue fundada en 1538 y este relato está siendo escrito en 1973)

Descendía, según ella, de la más rancia nobleza española. En la puerta del Palacio Arzayús, como los bogotanos llamaban la mansión del todopoderoso personaje, podía verse — tallado en piedra— el escudo de armas de los Seispalacios, donde figuraban otras tantas torres custodiadas por sendos leones rampantes.

La verdad sobre el origen del sonoro apellido había sido divulgada por un enemigo político de Arzayús en un folleto titulado; “De cómo un Palacio se convierte en seis”, que circuló profusamente.

Refería el folleto que a mediados del siglo XVI había venido al Nuevo Reino de Granada, con don Rodrigo de Bastidas un labriego asturiano llamado Sancho Palacio, evadido de la Cárcel de Oviedo donde purgaba pena de cadena perpetua por haber asesinado a su propio padre con el fin de robarlo.

Su equipaje, al llegar, lo formaban sus negros antecedentes y algunas enfermedades venéreas. La codicia y la crueldad de que había dado muestras para apoderarse del oro y las esmeraldas de los indios eran inenarrables. Ya rico y amancebado con la indígena Prudencia Chivatá, había sentado plaza de comerciante en Santa Fe. En el año de 1652 un nieto de este por parecerle más elegante había resuelto apellidarse Trespalacios y noventa años después un tataranieto de Don Sancho el Conquistador, como lo llamaban ya los historiadores, considerando que tres eran pocos había agregado al apellido tres palacios mas.

Catalina la Grande, nombre que le daban las gentes aludiendo a su grandeza puramente física pues medía 1.90 centímetros, era enjuta como debe serlo toda mujer que pertenezca al gran mundo social ya que la obesidad y la nobleza son incompatibles. Su rostro ostentaba una palidez cortesana que, según decían las malas lenguas, la había comprado en París por veinte mil francos a una Duquesa arruinada. Sus ojos exorbites lanzaban llamaradas de orgullo. La nariz, larguísima y afilada, se parecía al pico de una garza de Luisiana. La boca era una hendidura horizontal. Nadie supo nunca si tenía dientes porque jamás se rio.

Autoconvencida de que sus títulos nobiliarios eran verdaderos y persuadida de que todos los que presentaba su marido a la admiración del país eran falsos, lo miraba con un profundo desprecio. Entre ellos nunca hubo amor. Su noviazgo fue, como todos, un engaño mutuo. Ambos jugaron con cartas marcadas. Ella creyó haberse casado con un gran hombre y él con una gran dama pero pronto vino la decepción reciproca.

Aunque aparentemente juntos vivían separados. Sus contactos podían contarse por el número de sus hijos que eran tres: Victoria Eugenia, Claudia Fernanda y ahora Julián. En diecisiete años habían estado unidos en tres ocasiones y, en cada una de ellas, por el tiempo estrictamente necesario para cumplir la más importante de las funciones del matrimonio.

El, sin autoridad moral para condenarla, absolvió a la seudo-aristócrata; ella jamás perdonó al falso genio. Le repugnaban sus trucos, su poder de simulación, su capacidad histriónica. La enfurecía pensar que durante toda la vida tendría que desempeñar un destacado papel en el sainete montado para explotar a un pueblo. La avergonzaba sentirse cómplice y encubridora de una estafa. La atormentaba la idea de que el tinglado de la farsa pudiera desplomarse un día sobre ella y sus hijos inocentes. Entonces el desprecio se convertía en odio.

Clímaco Arzayús, por cobardía o por complejo de culpa representaba en su casa la comedia de

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la humildad. Al entrar colgaba en el ropero su arrogancia, sus humos de estadista, sus ínfulas de jurisconsulto, su suficiencia de parlamentario, su aire solemne de ministro plenipotenciario y enviado extraordinario del Padre Eterno en misión especial.

La metamorfosis era desconcertante. El hombre se salía de su estatua como un cruzado de su armadura. El semidiós se trocaba en un pobre diablo: mediocre, pusilánime, contemporizador. Y Catalina la Grande, dueña del campo, ejercía entonces un matriarcado despótico y cruel. Como si se propusiera vengar a los engañados y los oprimidos, a todas las víctimas de la soberbia y la ambición del impostor.

El Palacio Arzayús fue por su tamaño y elegancia y por la excelsa calidad de sus dueños la casa más importante de la ciudad, en los últimos años del Siglo XIX y los primeros del XX. “Aunque ustedes no lo crean fue hecha aquí”, le decían orgullosamente los bogotanos a los pocos turistas extranjeros que acertaban a pasar por la Segunda Calle de Florián, en cuyo costado occidental quedaba ubicada. Y realmente parecía que hubiera sido hecha en Europa, como todo lo que contenía: el piano de cola y los finísimos muebles, las arañas y los grandes espejos, las vajillas y los tapetes. En uno solo de sus grandes salones podían bailar vals sin tropezarse trescientas parejas y en el comedor sentarse doscientas personas. Las gentes que venían de provincia se detenían arrobadas ante su fachada del más puro estilo francés, como lo hacían pocos días después frente al Salto de Tequendama.

Si se piensa que Bogotá en esa época era un villorio que media veinticinco cuadras de largo por quince de ancho, en las que se alineaban dos millares de modestas casas habitadas por otras tantas familias paupérrimas, no repuestas aún del cataclismo que había significado para ellas la última guerra civil, el nombre de “Palacio” que la gente daba a la casa del gran hombre no era una hipérbole tropical sino una justa definición.

Por sus anchos corredores, sus enormes patios y sus cuarenta y siete habitaciones desfiló ese día toda la ciudad. La clase dirigente y la dirigida. Los amos y los siervos. El señor presidente de la República y “Cuchuco”, pintoresco poeta popular ataviado con sombrero de jipa, ruana y alpargatas. La primera dama de la nación y “La Chiravera”, una mendiga ingeniosamente procaz. El señor Ministro de Su Majestad Británica y “Pomponio", un loco graciosísimo cuyos improperios escanda-lizaban a un arriero. Los miembros del gabinete ejecutivo y los postillones del tranvía de muías. El ilustrísimo señor Arzobispo y el Venerable Capítulo Metropolitano y los herederos de los constituyentes de Rionegro, masones de grado 33. Los empleados nacionales, departamentales y municipales y los albañiles, carpinteros y zapateros de todos los barrios.

Cuando a las diez de la noche se retiraron los últimos visitantes, Clímaco Arzayús estaba extenuado. Sentía un dolor intenso en las zonas anatómicas más castigadas por la furiosa idolatría de sus conciudadanos. Habla recibido, según cálculo de la Oficina de Estadística, diecisiete mil apretones de mano veinticuatro mil abrazos y cuarenta y seis mil palmadas en k espalda. La sed lo devoraba pues había tenido que referir a mi llares de personas, por separado, todo el proceso del histórico embarazo desde la concepción hasta el parto.

Subió pausadamente la escalera y recorrió el largo pasillo alfombrado, de cuyas paredes pendían decenas de fotografías —o trucos fotográficos de acuerdo con la versión de sus ene-migos— en las que aparecía al lado del Emperador Francisco José, Eduardo VII, Víctor Manuel III, Teodoro Roosevelt y Porfirio Díaz. Se detuvo indeciso frente a la alcoba de su esposa. Pasados algunos minutos sacó fuerzas de flaqueza, se persignó y empujó suavemente la puerta.

Catalina Seispalacios se incorporó en su lecho como una leona herida y lanzó sobre Arzayús una mirada capaz de fulminar a un individuo menos importante. Arzayús, haciendo un esfuerzo sobrehumano por dominar el terror que lo paralizaba, avanzó algunos pasos. Asoció su situación a la de los domadores y buscó instintivamente una silla y un látigo para defenderse de la inminente acometida de la fiera. Que, por fortuna fue puramente verbal:

—Terminó el espectáculo?! ¡Porque esto no fue un parto sino una corrida de toros. ..! ¡Pólvora! ¡Música! ¡Gritos! ¡Sangre! ¡Naturalmente yo puse la sangre y usted recibió los aplausos, la oreja y el rabo...! ¡Farsante! ¡Canalla! ¡Mis felicitaciones para usted y el alcahuete de Aldana por el éxito de la fiesta!

¿Puedo saber a qué ha venido a mi alcoba? ¿Necesita ahora un Vicepresidente?

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—Pero mi bien. . . -^interpeló Arzayús tímidamente—

— ¿Desde cuándo soy yo un bien suyo? —Rugió Catalina llevándose las manos a los ojos para evitar que se le salieran de las órbitas—. ¡Todos sus bienes han sido mal habidos y yo no soy el botín de un delito.

—Cálmese, mujer. . . Yo he venido simplemente a saludar a mi hijo. . . —repuso Arzayús con humildad—

— ¿Cuál hijo? —Preguntó Catalina—. Usted mismo dijo que no era suyo sino de la democracia. . . ¡Que venga ella a verlo...! ¡Usted puede retirarse...!

—Sí ya me voy. Como usted quiera... ¡Buenas noches! —contestó Arzayús con voz temblorosa.

Y el recio caudillo con la cabeza inclinada, como un párvulo expulsado del aula por su maestra, salió de la habitación cerrando la puerta tras de sí. Se dirigió, como todas las noches, a la biblioteca, donde ocho mil libros esperaban inútilmente que un lector compasivo se acordara de ellos. Tomó uno al azar y se lo llevó consigo a su alcoba. Lo colocó sobre la mesa de noche y no volvió a pensar en él. Esa operación, repetida cotidianamente, había servido para que los criados de la casa le contaran a todo el mundo que su patrón era un sabio puesto que leía todas las noches un libro distinto.

Se desnudó y se metió en la cama. Pero antes de dormirse resolvió hacer un balance del día. Indudablemente había sido una jomada maravillosa. Su prestigio político, lejos de mermar, había crecido. Su hijo serla Presidente de la República en un día no lejano. Nada amenazaba su porvenir ni el de la patria ni el de las instituciones republicanas y democráticas. El camino estaba despejado. Y arrullado por estos pensamientos se durmió plácidamente como cualquier hombre honrado.

Se despertó a las diez de la mañana, que es la hora a la que suelen hacerlo los príncipes de la sangre y del dinero. Sentado en la cama hizo sus habituales ejercicios gimnásticos consistentes en bostezar diez veces y estirar y encoger los brazos otras tantas. Después agitó una pequeña campana de plata a cuyo llamamiento acudió Demetrio, un viejo criado horriblemente parecido al hombre de Java, quien en una bandeja elaborada en el mismo metal de la campana le trajo como todos los días un ejemplar de “El Incondicional”.

Clímaco Arzayús sonrió satisfecho. En la primera página y a ocho columnas aparecía un mote: “Bogotá recibió apoteósicamente al hijo de Arzayús”. Y cuatro fotografías que mostraban diversos aspectos del gigantesco homenaje popular. El editorial se titulaba: “Una monarquía democrática” y en sus principales apartes decía:

“El multitudinario fervor con que Bogotá saludó ayer el advenimiento del hijo de Clímaco Arzayús, ciudadano epónimo a cuyo patriotismo desinteresado tanto debe la República y eminente industrial que, con los millones de botellas de cerveza 3 los centenares de millones de cigarrillos que producen sus fábricas, contribuye tan eficazmente al bienestar físico y espiritual d< sus compatriotas, demuestra fehacientemente que así como Inglaterra es una “democracia coronada” nuestro país es una monarquía democrática.

“El instinto popular que no se equivoca proclamó ayer la candidatura presidencial de quien lleva en sus venas lí sangre gloriosamente vertida por Francisco José Arzayús en el cadalso y la que bulle en las arterias patricias de los Seispalacios, descendientes ilustres de Don Sancho el Conquistador. ¿Y quién mejor dotado para empuñar el timón de la nave y conducirla a puerto seguro que el heredero de la sapiencia 3 la probidad de Clímaco Arzayús? Los hijos de nuestros grandes hombres están inexorablemente condenados por el pueblo soberano a servirlo desde la primera magistratura de la nación.

“El Incondicional” ejercía un poder omnímodo. Nadie podía considerarse bien nacido, bien casado ni bien muerto si aquel no lo informaba. No ser mencionado en sus páginas equivalía a la muerte civil y recibir sus elogios significaba ingresar a la inmortalidad. Contar con su apoyo y ser elegido Presidente, Senador, Representante, Diputado o Concejal era una misma cosa.

Arzayús, por lo tanto, no podía pedir más para su hijo. Ahora todo se reducía a esperar que cumpliera la edad exigida por la Constitución. ¿Qué importaba la mirada asesina de su mujer y sus

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palabras cáusticas si todo lo demás le sonreía? Se tiró de la cama radiante de felicidad y se encaminó al baño tarareando la “Marcha Triunfal” de Aída.

Aristóbulo Aldana lo esperaba hacia una hora en la biblioteca. Era un hombre menudo, de marcado tipo pícnico, de rostro innoble pero inteligente y gracioso. Se reía más con los pequeños ojos oblicuos que con la boca de gruesos labios y dientes anchos. Era un exponente clásico de la picaresca bogotana: malicioso, ladino, zalamero, guasón. Su ignorancia estaba compensada por un talento vivaz que le permitía mover-se con propiedad en todos los lugares y circunstancias, nadar con los peces grandes y los chicos, burlarse de los de arriba, engañar a los de abajo y explotarlos a todos.

Hijo de sastre en lavandera, había nacido treinta años antes en el Barrio de las Cruces, que era a Bogotá lo que el de Triana a Sevilla. Experto en la organización de manifestaciones espontáneas; perito en la promoción de justos y merecidos homenajes; ducho en la planeación y ejecución de fraudes electorales; cómplice y encubridor de los delitos de estupro y corrupción de menores cometidos por los más distinguidos caballeros y de los de aborto perpetrados por las mas respetables matronas; proveedor de mujeres de los Honorables Senadores de la República y de los no menos Honorables Magistrados de la Corte Suprema de Justicia; propagador de chismes y consejas’; secretario, sirviente y espía del doctor Arzayús y de otros personajes notables; bebedor de cerveza, aficionado a los toros y los gallos; jugador de tejo y de billar. Esos eran algunos de sus oficios y ocupaciones.

Su conocimiento de las debilidades y flaquezas de los varones consulares que se debatían en el estadio de la política y de los pecadillos de las patricias romanas que actuaban en el gran mundo social, era —para el pícaro— la gallina de los huevos de oro. Le bastaba insinuar que estaba enterado de un secreto, para que le llovieran empleos bien remunerados, contratos, dinero. Habla ya logrado acumular una buena fortuna y comenzaba a ser, por lo tanto, una persona respetable.

Se entretenía en mirar burlonamente las largas hileras de libros y los títulos y diplomas colgados en las paredes, cuando advirtió que se aproximaba su amo y señor. Se levantó de la silla, hizo una genuflexión de noventa grados y frotándose las manos a la manera de un maître, lo saludó con esa ráfaga de preguntas que los bogotanos disparan sobre su interlocutor sin darle tiempo de contestar ninguna.

—Muy buenos días, mi querido doctor Arzayús! ¿Qué tal está? ¿Cómo le va? ¿Qué ha hecho? ¿Qué tal noche pasó? ¿Cómo siguió la señora Catalinita? ¿Y las niñas? Y el futuro. Presidente, ¿cómo amaneció?

—Todos bien —contestó Arzayús con sequedad— ¿Usted qué tal?

—Yo divinamente, mi querido doctor... Imagínese como estaré después del triunfo de ayer. . Porque no se quejará de la fiestecita. . . Mejor, ¡imposible! Creo que desde la entrada del Libertador, después de la Batalla de Boyacá, no se había visto nada igual.

-Si... la cosa no estuvo mal—repuso con displicencia Arzayús—, Naturalmente no me sorprendió que la ciudad entera se hubiera movilizado. Eso demuestra que la gente es agradecida.

—Y demuestra también que yo trabajé como un negro y que gasté siete mil y pico de pesos...—replicó Aldanita—. Porque los manifestantes no son cuerpos gloriosos. Hay que transportarlos, darles de comer y de beber... Claro que usted se lo merece todo. Pero le juro que s j no hubiera sido por mí el acto no habría resultado tan lúcido. Como dice mi compadre Venustiano: “El que sabe, sabe” y yo de eso sí sé..

— ¿Usted ya vio “El Incondicional”? —preguntó Arzayús cambiando de tema.

—Madrugué a comprarlo —contestó Aldanita—. ¡Está estupendo! Y a propósito: ahí también tengo yo muchas acciones. Porque le contaré que ayer invité a almorzar a Pérez, el cronista que redactó la información y a Bernal, el fotógrafo, y a cada uno le regalé cien pesos. Por la noche hablé con Sarmiento, quien es el encargado de escribir el editorial y le dije que el nombramiento de su cuñado en el Ministerio de Obras Públicas estaba listo

—Hay momentos en que usted parece inteligente. Y eso me lo debe a mí, porque el que anda entre la miel... —dijo Arzayús con aire de protección—.

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—Pues aunque yo tampoco he tenido tiempo de leer ninguno de estos libros —arguyó Aldanita, sonriendo irónicamente— no soy nada bruto. Eso indudablemente se lo debo en primer lugar a usted, con quien converso todos los días, y en segundo lugar a Dios, con quien me veo únicamente los domingos en misa... Usted, por su parte, me debe el dinero que gasté ayer. Pero, lógicamente, ese no es el motivo de mi visita. He venido a informarle que las cosas no andan bien en las fábricas. Hay descontento.

—Sí, algo de eso me dijeron el Jefe de Personal de la Cervecería y el Subgerente de la Interamericana —respondió

Arzayús—. Los obreros aspiran a un aumento de sueldo. Esa gente es insaciable! Hace cinco años tuvieron uno de dos pesos. . . ¿Qué más quieren?

—Tengo una fórmula. Ese problema se soluciona con unos retiros espirituales. . . —dijo Aldanita—.

— ¿Retiros espirituales? —Preguntó Arzayús—. ¡Usted está loco!

—Nunca he estado más cuerdo. Mi idea es la siguiente: Soy amigo de un cura que es capaz de convencerlo a usted de que debe regalar sus bienes a los pobres si quiere salvarse. Se llama Gumersindo Roa. Le gusta más el dinero que el vino de consagrar. Le damos quinientos pesos y en dos o tres pláticas los persuade a todos de que la pobreza es un don de Dios y de que mientras más bajos sean sus salarios en la tierra más posibilidades tienen de ir al cielo.

—Me parece bueno el plan —dijo Arzayús—. Lo autorizo para que le haga la propuesta al curita. Además la Iglesia tiene la obligación de defender a los hombres de trabajo, a los creadores de riqueza. .. Haciéndolo se defiende a sí misma, ya que los primeros latifundistas del país son los curas. Creo que por los lados de “El Eucalipto” también hay problema. El mayordomo me contó que en los últimos días se habían presentado varios actos de sabotaje. Apareció muerta una gallina que gozaba de muy buena salud, se perdió un rejo de enlazar y manos criminales le rompieron el mango a un azadón. . . No me cabe duda de que se han infiltrado entre los peones agitadores comunistas...!

.. Eso sí se arregla muy fácilmente - -repuso Aldanita—.

Mañana viajo a Serrezuela con el fin de adelantar la investigación. Una vez que descubra al responsable usted no tiene más que firmar la orden de detención.

Efectivamente los delitos reales o supuestos que cometían los trabajadores de “El Eucalipto” eran directamente sancionados por el señor feudal. El individuo declarado culpable recibía una orden con la que debía presentarse al Alcaide de la Cárcel de Serrezuela, que decía:

“Sírvase mantener al portador rigurosamente detenido e incomunicado durante sesenta días contados a partir de la fecha. (Firmado) Clímaco Arzayús”.

—Pasando a otra cosa —dijo Arzayús levantándose del escritorio— Hace mucho tiempo que no... Usted me entiende... Y al fin y al cabo yo soy un hombre como cualquier otro.

— ¿Como cualquier otro no! ¡Superior a todos! —exclamó Aldanita con vehemencia teatral—. Ya sé para donde va. Precisamente la infidelidad es un distintivo de los grandes hombres. Resignarse con una mujer, habiendo tantas, es una de las formas de la imbecilidad! ¿Cómo la quiere hoy? ¿Alta y delgada? ¿O gorda y bajita? Como dicen los comerciantes: tengo un lindo y novedoso surtido.

—Que no se parezca a mi mujer es lo importante —dijo Arzayús—. Porque esa señora es absolutamente anafrodisiaca. - . ¡Prefiero acostarme con un águila arpía!

Julián ignorante de la conmoción que había producido su llegada al mundo y sin sospechar siquiera que, a pesar de su brevísima edad y su diminuto tamaño, hubiera sido ya proclamada su candidatura presidencial, reposaba en la cuna.

Una robusta nodriza boyacense le llenaba periódicamente el estómago de leche, en la misma forma en que a los automóviles les llenan el tanque en las bombas de gasolina, pues Catalina la Grande se había negado a amamantarlo para evitar que los senos, que ya le cubrían el vientre, le

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llegaran a la rodilla. Además lloraba sin que él ni nadie supieran por qué y, en sus ratos libres, dor-mía y defecaba como cualquier hijo de vecino. Los pañales, sin lavar, eran recogidos por empleados del Museo Nacional para ser incorporados a la Sección de “Prendas de Hombres ilustres”.

Frente a esas ocho libras de carne con ojos, oídos, nariz y garganta, las aduladoras de Catalina la Grande juraban que no habían visto una criatura más hermosa en su vida. Y los protegidos del benemérito Arzayús afirmaban que la calvicie era la misma de Napoleón, la cabeza idéntica a la de Julio César, los ojos iguales a los de Richelieu, la nariz semejante a la de Bismarck, las orejas similares a las de Cavour, la boca parecida a la de Cánovas del Castillo y la inteligencia apenas inferior a la de su papá. O sea que poseía todos los atributos físico e intelectuales de un hombre de Estado.

Cuando cumplió quince días fue bautizado en la Basílica Primada y por el Ilustrísimo Señor

Arzobispo. Obviamente su padrino fue el Presidente de la República. La Iglesia y el Estado, las

armas y las letras, la casta de los brahmanes y la de los parias, fraternalmente unidas, se lanzaron

nuevamente a las calles para festejar el acontecimiento.

Clímaco Arzayús, desde uno de los balcones de la casa en cuya planta baja funcionaba la

“Botella de Oro”, mostró a la multitud apiñada en la Plaza de Bolívar al heredero de su poder

político, económico y social. Y la voz de Dios se oyó por segunda vez porque una ovación férvida

atronó el espacio. El magnate distribuyó después diez pesos, en monedas de cinco centavos, entre

los pobres. Y finalmente se sirvió un banquete para trescientas personas en el Palacio Arzayús en el

que se consumieron treinta cajas de champaña.

El país mientras tanto se debatía en la miseria, el atraso y la ignorancia. Tenía, en números

redondos, una superficie de un millón de kilómetros cuadrados, una población de cinco millones de

habitantes y quinientos millones de problemas, o sea quinientos por kilómetro cuadrado y cien por

cada habitante.

Sin embargo, los cinco mil propietarios de la tierra, el agua y el aire, afirmaban que esos

problemas solo existían en la imaginación de los cuatro millones novecientos noventa y cinco mil

ciudadanos restantes.

No había ferrocarriles, ni carreteras, ni acueductos, ni hospitales, ni escuelas, pero sí

montañas inaccesibles, ríos agresivamente caudalosos, selvas tercamente empeñadas en conservar

su virginidad, páramos inhóspites sometidos a una temperatura de varios grados bajo cero y llanuras

yermas que debían soportar una de muchos a la sombra, una flora y una fauna hostiles, asoladores

veranos y devastadores inviernos.

No obstante, los dueños de vidas y haciendas y sus representantes en el gobierno aseguraban

que la República era un ejemplo de progreso para el Continente.

Los esfuerzos que los ciudadanos realizaban para multiplicarse eran contrarrestados por la

tuberculosis, la fiebre tifoidea, la sífilis, la disentería, e 1 paludismo, las enfermedades infecciosas y

parasitarias, la violencia política y la delincuencia común atizadas por el alcohol que producían las

fábricas del Estado.

La clase dirigente pregonaba a los cuatro vientos, sin embargo, que no había en el mundo un

pueblo más fuerte ni más sano.

De los cinco millones de habitantes, cuatro y medio eran analfabetos y los quinientos mil

restantes se limitaban a leer la prensa gobiernista y algunos versos cursis, lo que no era incon-

veniente para que los literatos criollos aseveraran que eran los representantes de la nación más culta

del planeta.

Las mayorías eran derrotadas, invariablemente, por las minorías. Las leyes eran dictadas por

El Delfín Álvaro Salom Becerra

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los ricos a los pobres y aplicadas por los fuertes a los débiles. La justicia defendía la gula de los de

arriba contra el hambre de los de abajo. La Iglesia y el Ejército eran el guardián espiritual y el

centinela armado de los privilegios que detentaban veinte familias. Y la prensa oficialista adulaba a

los poderosos, cohonestaba sus arbitrariedades y calificaba de sediciosa la inconformidad de los

humildes.

No obstante los ciudadanos se jactaban de vivir en un país maravilloso, mezcla de Utopía y

Jauja. Y exportaban al mundo entero la versión de que él era, por su respeto a la voluntad popular y

su amor a la libertad y la justicia, una democracia modelo.

Para ser Presidente de la República se requería solamente pertenecer a la casta dominante,

descender de quien hubiera probado con hechos su fidelidad al sistema, un temperamento teatral y

algunos conocimientos de gramática castellana, pues para un mandatario era mucho más grave

incurrir en un que galicado que perder una porción del territorio nacional.

Sin embargo, las gentes se ufanaban de haber sido gobernadas siempre por estadistas que ya

hubieran querido para sí Roma en su apogeo o Grecia en su esplendor.

En aquel gran reino de la farsa Clímaco Arzayús era un monarca omnipotente. Y tenía la obsesión

de que su hijo lo sucediera en el trono porque la lucrativa zarzuela debía continuar. Para lograr ese

fin todos los medios eran buenos.

Había que comenzar por preparar sicológicamente al pequeño Julián para el ejercicio del

poder. La servidumbre del Palacio Arzayús debía decirle: “Señor Presidente” Su habitación debía

ser engalanada con un escudo y varias banderas nacionales,

—En vez de esas estúpidas canciones de cuna, cántele el Himno Nacional para que se vaya

acostumbrando... —le ordenó Arzayús a la nodriza.

Y dispuso que el Ángel de la Guarda, Nuestra Señora del Perpetuo Socorro y San Antonio de Padua fueran reemplazados por sendos retratos de Francisco de Paula Santander, Tomás Cipriano de Mosquera y Rafael Núñez. En carta a su cuñado Juan Felipe Seispalacios, a quien habla hecho nombrar Ministro de Inglaterra, le decía:

“Julián será Presidente. Porque así lo he resuelto y, además, porque el pueblo está de acuerdo

conmigo. Pero hay que educarlo para ese empleo. Hace unos días, por ejemplo, mandé colocar en su

alcoba los retratos de Santander, Mosquera y Núñez. ¿Sabe por qué lo hice? Porque el rostro de sus

antecesores le debe ser familiar desde ahora. ¿Y sabe por qué escogí las efigies de esos tres

personajes? Porque la vida de Santander es una lección de crueldad, la de Mosquera una de orgullo

y la de Núñez una de cinismo. Y un hombre de Estado debe ser cruel, orgulloso y cínico.

El hombre de las Leyes nos enseñó que no hay ninguna superior a la del Tallón, que al

vencido debe fusilársele para evitar que se vuelva vencedor y que a quien una vez conspiró contra

nosotros debemos perseguirlo como a una rata y darle muerte en su cueva.

El Gran General nos enseñó que la humildad y la modestia son virtudes negativas»

incompatibles con la grandeza; que el culto al propio yo y una confianza ilimitada en si mismo son

los más poderosos estímulos del hombre en su ascensión a la gloria.

Y el filósofo de “El Cabrero” nos enseñó que no hay principios inmutables ni amores eternos; que un político no puede desposarse para siempre con una ideología ni un hombre vincularse indisolublemente a una mujer; que en la constante mudanza de mujeres y de ideas está el placer de la vida”.

A los veinte día de nacido Julián inició su curso de Presidente. Rodeado de banderas,

arrullado por las notas del Himno Nacional y en la solemne compañía de los tres estadistas que lo

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habían antecedido en el ejercicio del cargo y que iban a ser, por voluntad de su padre, sus profesores

de tiempo completo.

Aldanita viajó a “El Eucalipto"’ con la misión de investigar el gallinicidio y los atentados contra la

propiedad privada

que, según Arzayús, eran el preludio de la revolución proletaria. A pesar de sus hábiles pesquisas no

pudo obtener pruebas testimoniales ni indiciarías contra nadie. Sin embargo —y como los tres

graves delitos no podían quedar impunes—ordenó la detención de Gamaliel Bojacá, uno de los más

viejos peones de la hacienda, por encontrarlo parecido a León Trotzky. El infeliz fue condenado ala

pena de noventa días de arresto y al pago de la gallina, el rejo y el azadón.

—Yo ninguna gallina he matao ni a nadien le he robao nada! -—dijo Bojacá en el momento de

recibir la orden de detención— La gallina se minió fue de lo puro vieja.. . Yo soy pobre pero

honrao... Apelo!

—Le concedo la apelación. . pero cuando salga de la cárcel —contestó Aldanita—. Aproveche

ratos tres meses para leer a sus amigos Engels y Marx.

E1 investigador regresó a Bogotá y ese mismo día visitó al Padre Gumersindo Roa, quien

vivía con la indefectible sobrina en una casa situada en la Calle del Camarín del Carmen.

El virtuoso sacerdote, como lo llamaban las damas de la alta sociedad a quienes servía de

director espiritual, era un hombre joven, de elevada estatura y gallarda presencia. Codicioso, sensual

y elegante como un Cardenal del Renacimiento. A algunas viejas ricas les cobraba hasta cinco mil

pesos por una absolución. Cuando un individuo se acusaba de haber cometido un robo le exigía que

le entregar a la mitad del botín so pena de denunciarlo. Y si una mujer joven y bonita se confesaba

de haber engañado al marido le decía que para absolverla era indispensable que él la exorcizara,

para cuyo efecto empleaba un hisopo que la adúltera no podía ver pues debía permanecer con los

ojos cerrados hasta que no concluyera el acto purificador que se efectuaba en la sacristía. Su

debilidad eran los perfumes franceses y los tabacos turcos. '

— ¡Bienvenido, hijo mío! —dijo saliendo al encuentro de Aldanita— No me dirás que vienes

a confesarte.

—A todo menos a eso, Reverendo Padre —respondió Aldanita. Entre otras cosas porque no

tengo con qué pagar la absolución. Yo se que sus tarifas son altas.

— ¡Ah, bribonzuelo. .1 Tú siempre con tus chistes. —repuso el Padre Roa muy sonriente—

—No. Hoy vengo a hablarle muy en serio —contetó Al- danita—. A proponerle un negocio en

nombre del doctor Arzayús.

—Naturalmente la ganancia será para él —observó el Padre Roa—, Porque el doctor Arzayús

es una lanza para los negocios según he oido decir.

—Ganarán ambos y ganará también la Iglesia... —dijo Aldanita.

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—Lo que gane la Iglesia no me interesa —replicó el Padre Roa— Ellá lleva veinte siglos

ganando y yo hace apenas seis años que me ordene. . . Vamos al grano. ¿De qué se trata?

—Pues se trata de que en “Baviera” yen la “Interame- ricana de Tabaco”, las dos fábricas del

doctor Arzayús, hay agitación. . Los obreros quieren un aumento de sueldo y, aquí entre nos, tienen

toda la razón. Pero los ricos no entienden de eso. El patrón no está dispuesto a aumentarles un solo

centavo. Yo creo que la única forma de apaciguarlos consiste en ofrecerles el consuelo de la vida

eterna.

Si, yo ya he ensayado ese truco en otras empresas con magníficos resultados —dijo el Padre

Roa—. Hay unos pasajes del Evangelio de San Mateo que vienen como anillo al dedo. ¿Y cuánto

me van a pagar por el trabajito?

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—Quinientos pesos. . . ¿estaría bien? —preguntó Aldanita.

—Estaría sumamente mal! —replicó el Padre Roa—. Son por lo menos mil obreros. ¿Me van

a pagar cincuenta centavos por cada obrero a quien convenza de que el pan de su mujer y de sus

hijos no tienen ninguna importancia frente a una gloria que no le puedo describir porque no la

conozco? Mi propuesta es: dos mil pesos! a razón de dos pesos por obrero, que es muy barato... O

que le prendan fuego a las fábricas.

Como la incendiaria solución significaba la ruina del Doctor Arzayús, Aldanita terminó por

aceptar el precio fijado por el Padre Roa.

Dos días después se iniciaron ios retiros espirituales. Los obreros de las dos fábricas

recibieron la orden de reunirse en el gran salón de máquinas de la “Interamericana de Tabaco”, en

cuyo muro principal se colocó un Cristo gigantesco.

Rostros prematuramente marchitos. Frentes ensombrecidas por el sufrimiento. Ojos vacunos, inexpresivos y tristes. Labios agostados por la amargura. Cuerpos cubiertos por los harapos de la miseria. Almas cubiertas por las cicatrices de la humillación. Fueron entrando lentamente. Un acre olor a trabajo saturó el ambiente.

El Padre Roa apagó el cigarro turco que había encendido para contrarrestar ese olor que le resultaba insoportable, se santiguó y dijo:

Amados hermanos míos en Nuestro Señor Jesucristo:

No necesitáis decirme que sois obreros. Lo veo en vuestros rostros resplandecientes de felicidad; en vuestras frentes orgullosamente erguidas; en vuestras miradas llenas de alegría; en vuestros labios ansiosos de agradecer a Dios el don inapreciable del trabajo con que os ha obsequiado generosamente!

¡Cómo os envidio! Yo hubiera querido ser uno de vosotros! Un modesto trabajador como lo fueron Jesús y San José en el taller de Nazareth. Cuánto darla por lucir en las palmas de mis manos esas preciosas condecoraciones que adornan las vuestras! Y exhalar ese estupendo aroma vital que emana de vosotros! (Una vanidosa satisfacción empezó a dibujarse en todos los semblantes)

¡ Y cómo compadezco a esos miserables que reposan mientras vosotros trabajáis; que comen hasta el hartazgo mientras vosotros sentís hambre; que beben sin saciarse mientras a vosotros os atormenta la sed; que se cubren con mantos de púrpura y armiño mientras vosotros tiritáis de frío! Sus días, como los dé Baltasar, están contados... ¡Ya se acerca para ellos la noche sin aurora del infierno! ¡Sus mullidos lechos se convertirán en pailas de ardiente lava y sus manjares en carbones encendidos y en ácido sulfúrico el champán...! (Un estremecimiento de horror recorrió el auditorio)

Tenéis salarios bajos. ¿Pero de qué le vale al hombre tener un salario alto si pierde su alma? ¿Queréis más dinero para malgastarlo en las mesas de las tabernas, en las ruletas de los garitos y en las camas de las prostitutas?

Recordad el Evangelio de San Mateo. ¿Os preocupáis por el alimento y el vestido? ¡Insensatos! ¡El que alimenta las aves del cielo y viste los lirios del campo os alimentará y vestirá a vosotros! (Gestos y murmullos de aprobación).

Sufrid ahora que después gozaréis. Contribuid con vuestro esfuerzo al progreso de la patria y al desarrollo de estas industrias básicas para la salud del pueblo. El demonio, que no descansa, os ha tentado con un aumento de sueldo. Decidle a Satanás: Vade retro! ¡No olvidéis nunca que el mejor negocio que puede hacer un hombre es cambiar unos años de pobreza en la tierra por la gloria imperecedera de los bienaventurados!

Gruesas lágrimas rodaban por las mejillas de los trabajadores cuando terminó. El Presidente, el Vicepresidente y el Tesorero del Sindicato, organizadores del movimiento pro alza de salarios, fueron los primeros en felicitarlo y en arrepentirse de su idea descabellada indudablemente inspirada por Lucifer.

Aldanita, que había escuchado con una sonrisa socarrona la conmovedora plática, se acercó al

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Padre Roa y le dijo en voz muy baja: — ¡Magistral! ¡Usted es un artista! Si Luis XVI lo hubiera contratado, ¡se habría evitado la Revolución Francesa.

Los retiros fueron un éxito. Los obreros, sin una sola excepción, se confesaron y el Padre Roa les impuso como condición para absolverlos la de que se abstuvieran en lo sucesivo de solicitar el aumento de sus asignaciones.

Arzayús ordenó que la pregunta “¿De qué le vale al hombre ganar un salario alto si pierde su alma?” se imprimiera y fijara en sitios muy visibles de las dos fábricas.

Y “El Incondicional” informó: “Conjurado el peligro de huelga en dos importantes empresas. Triunfaron el patriotismo y el buen sentido de los trabajadores”.

Terminada la dieta del parto que se prolongó por cuarenta días y cuarenta noches, según la costumbre de la época, Catalina la Grande abandonó el lecho.

Pero una hora más tarde hubo de regresar a él. Intensamente pálida, anonadada, temblorosa. Trató de leer nuevamente el papel que estrechaba en la mano pero recordó que aún no se había desmayado. Empuflé el frasco de las sales para volver en sí oportunamente, reclinó la cabeza en la almohada y con la aristocrática languidez de una Marquesa del siglo XVIII perdió el conocimiento.

El papel era una carta cuya letra y estilo denunciaban la humildad del autor y decía así:

“Muy respetable y distinguida señora:

“Acepte mi más atento saludo y mis deseos porque al recibir la presente se encuentre gozando de perfecta salud.

“Después de mi corto saludo le diré lo siguiente: Soy un pobre padre de familia. Una de mis hijas llamada Virginia conoció hace unos días a su ilustre esposo el doctor Arzayús y desde entonces no ha podido volver a usar su nombre de pila. Mi mujer que es muy grosera y muy irrespetuosa dice que el doctor la deshonró. Pero yo no estoy de acuerdo porque a mi modo de ver lo que hizo fue honrarla. ¿Qué más quiere una muchacha de la clase media que un hombre tan importante como su marido se digne poner sobre ella sus ojos, etcétera, etcétera?

“El problema consiste en que mi hija tuvo el honor de ser embarazada por el doctor. Yo naturalmente me siento muy orgulloso de ser abuelo de un hijo de su marido. Pero el embarazo y el parto implican muchos gastos. No he querido molestar al doctor quien vive muy ocupado para hablarle de una cosa tan pequeña. Además temo que se disguste. He preferido dirigirme a usted en solicitud de ayuda. Mi dirección en esta ciudad es: Calle 2a. Este No. 182.

“Perdóneme esta impertinencia, dele en mi nombre un respetuoso saludo al doctor Arzayús y reciba el de su atento y seguro servidor,!

Cornelio Forero”.

Al cabo de diez minutos, que es el tiempo de duración de un desmayo elegante, Catalina la Grande aspiró profundamente las sales y volvió en si. No bien lo hubo hedió se levantó, recogió la carta que habla dejado sobre el tocador y, después de arreglarse el cabello frente a un espejo, se encaminó a la biblioteca.

Clímaco Arzayús estaba sentado en su escritorio ocupado en la revisión de un proyecto de ley en cuya aprobación tenía especia] interés, pues creaba un impuesto del doscientos por ciento para los cigarrillos extranjeros, lo que equivalía a eliminar la única competencia que amenazaba los productos de una de sus empresas y que sería presentado ese día a la consideración de la

Cámara Alta por su colega el Senador Jaramillo Ochoa, de Antioquia, cuyo noble celo nacionalista le había sido retribuido con la suma de $100.000 por la “Compañía Interamericana de Tabaco”. Tan absorto estaba Arzayús en la lectura que no sintió los pasos de su esposa.

—¿Cómo está el incansable reproductor? —le preguntó mientras se abanicaba con la carta—

—¿Yo? Estoy... bien —respondió Arzayús—. Pero nunca le había oído ese término... —agregó tratando de sonreír.

—¡Ni yo había leído nunca una porquería iguala esta.

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—dijo Catalina la Grande blandiendo la carta—. ¡Adúltero! ¡Depravado! ¡Inmoral! ¡Entérese! —y se la arrojó al rostro.

Arzayús la desdobló y comenzó a leerla. El leve temblor inicial se fue convirtiendo a medida que lela en uno de aquellos violentos terremotos que suelen asolar a Chile, el Japón o el Pakistán. Y Ja discreta ola de carmín que en un principio le tiñó las mejillas se trocó en una marejada de salsa de tomate.

—¡Qué infamia! ¡Qué infamia! —comentó, abrumado, después de que terminó de leer.

—¡Si, qué infamia la suya! —replicó Catalina—. No ira a decir ahora que son calumnias de sus enemigos políticos, como la de los cañones o la del tratado de límites! ¡Le concedo un plazo de cuarenta y ocho horas para que arregle este asunto! Si, vencido ese plazo, no lo arregla, ¡me iré a donde el Presidente, a donde el Arzobispo, a donde el Papa! ¡Lo abandonaré para siempre! ¡Ese escándalo será su mina económica y su muerte política! ¡Y su hijo no será Presidente..

(Le lanzó una mirada de árabe a judío y con la misma majestuosa insolencia de su tocaya la Emperatriz de todas las Rusias le dio la espalda y regresó a sus habitaciones)

El insigne hombre público quedó aturdido, desmoralizado. Pasaron largos minutos antes de que lograra coordinar dos ideas. Al fin surgió ante él la figura del ser supremo, del hombre-panacea, del que remediaba todos sus males y solucionaba todos sus problemas. Llamó a un criado y le ordenó que buscara a Aldanita y le dijese que lo necesitaba con mucho apremio.

Aldanita escuchó sin inmutarse el relato de Arzayús y leyó entre sonrisas la carta de Comelio Forero.

—Usted, mi querido doctor, se aboga en un vaso de agua... —dijo. Si le damos unos cuantos pesos a ese sinvergüenza no nos lo quitamos nunca de encima. Hay que darle una solución definitiva al problema. El doctor Laurentino Rosas es un eminente facultativo, especializado en eliminar bobos, sordo-mu- dos, alcohólicos y otros miembros indeseables de familias distinguidas, en reparar vírgenes y desembarazar señoras y señoritas de la alta sociedad. Esa es una fórmula La otra consiste en casar a Virginia o ex-Virginia.

—Pero no será conmigo...!—exclamó Arzayús aterrado.

—Naturalmente que no, mi querido doctor. . . —dijo Aldanita— eso seda agregar la bigamia al estupro. Usted recuerda a Teófilo Jiménez? Tiene la idea fija de ser Diputado. Con tal de serlo está dispuesto a todo: el robo, el asesinato, el matrimonio! Además es soltero.

—Pero ni siquiera conoce a la... contraparte —argüyó el gran hombre—

—Para conocerla le va a sobrar tiempo. . . —respondió Aldanita.

—Usted ve las cosas muy fáciles... —dijo Arzayús.

—Todo es fácil cuando se tiene el poder en la mano —contestó Aldanita—. Este sería un problema grave para un pobre diablo. ¿Pero para usted? ¡Me muero de la risa! Jiménez está convencido de que es un gran orador y de que su porvenir está en la política. Si usted le promete la diputación es capaz de casarse con... ¡usted!.

Tres horas más tarde hizo su entrada al Palacio Arzayús Teófilo Jiménez. Un rostro insignificante, cuerpo diminuto, angustiosamente flaco. Era un joven envejecido por la conciencia de su destino histórico. Aunque cursaba apenas el tercer año de derecho usaba anteojos de jurista. Y aunque apenas era un aspirante a Diputado, sus palabras, gestos y ademanes eran los de un avezado parlamentario. Lucía un sombrero, un traje y un paraguas con los que parecía un nieto disfrazado de abuelo. Y ostentaba un aire doctoral y presuntuoso que recordaba a Disraeli el día en que fue lla-mado por la Reina Victoria para ofrecerle el cargo de primer Ministro.

—Tenemos que hablar de política... —le dijo el doctor Arzayús, dándole unos golpecitos en el hombro, que Teófilo recibió como otros tantos aletazos del Espíritu Santo.

—Nada será más satisfactorio y honroso —respondió Teófilo en tono oratorio—, para un humilde soldado de la causa, que escuchar la palabra elocuentísima del más grande de los...

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—No quiero discursos. . . —le dijo Arzayús interrumpiéndolo—. Aldanita me ha dicho que usted quiere ser Diputado.

—No soy yo —contestó Teófilo tratando de reanudar la perorata—. Es la abandonada Provincia de Oriente, son los abnegados habitantes de Cáqueza, Ghoachi, Ubaque, Chipaque, Fómeque, Une, Fosca y Quetame los que Verían con muy buenos ojos que yo.

—¡Le repito que no quiero oír discursos! —le dijo Arzayús imperativamente—. Usted será Diputado. Y más adelante Gobernador, Senador, Ministro. .. Su futuro político dependerá de su lealtad conmigo. Pero hay una condición: la de que usted se case inmediatamente!

—Si no es indiscreta la pregunta: ¿Puedo saber con quién? —interrogó tímidamente Teófilo.

—¡Eso a usted no le importa! —replicó Arzayús—. Y no olvíde que la discreción debe ser la primera virtud de un político. Se casara con. . . una mujer. Usted no necesitará embarazarla porque ya lo esta... Aldanita tiene instrucciones raías para ponerlo en contacto con ella y arreglar los pormenores de la boda... ¿Quiére saber algo más?

Teófilo pronunció otro discurso para agradecer la prueba de confianza y aprecio con que había sido abrumado, prometió que haría feliz a su desconocida esposa y juró eterna fidelidad a su benefactor. Al día siguiente se casó con Virginia.

El cadáver insepulto de la última guerra civil permanecía aún insepulto. Y sus emanaciones de odio y de venganza continuaban envenenando el ambiente nacional. El rencor de los vencidos y la desconfianza de los vencedores seguían em- sombreciendo el horizonte.

El ala más fanática del bando que detentaba el poder a la que naturalmente pertenecía Arzayús, miraba con recelo las concesiones que el Presidente de la República venia haciendo en

favor de sus adversarios políticos. No la preocupaba la amenaza que se cernía sobre su doctrina filosófica sino el peligro que corrían sus intereses económicos. Era necesario eliminar al mandatario débil y claudicante que podía en cualquier momento entregar el gobierno al enemigo. Y con el gobierno la facilidad de enriquecerse dolosa e impunemente,

Los verdugos encabados de ejecutar la sentencia debían salir del mismo pueblo que contribuye con los votos al éxito de las elecciones y con los muertos al éxito de las guerras. Fueron escogidos cuatro campesinos analfabetos, cegados por el odio, intoxicados por el alcohol, sugestionados por la idea de que iban a cumplir una misión providencial.

Dispararon con miedo sobre el coche del Presidente quien resultó ileso y huyeron despavoridos sin saber si lo habían herido o no. Detenidos y juzgados por un Consejo de Guerra Verbal se les condenó a muerte.

El consenso universal seflaló a Clímaco Arzayús como uno de los autores intelectuales del complot. En una hoja que circuló clandestinamente se decía:

“Los romanos en presencia de un delito preguntaban: “¿Qui prodest?”. ¿A quién aprovechaba la muerte del Presidente? En primer lugar a Clímaco Arzayús, sus paniaguados y secuaces”.

El regicidio frustrado sobrecogió de horror e indignación, según dijo “El Incondicional”, a las autoridades civiles, militares y eclesiásticas y a la alta sociedad bogotana que es una de las más altas del mundo ya que opera a 2.650 metros sobre el nivel del mar.

Todo el sanedrín acudió al Palacio Presidencial a cumplimentar al gobernante por el fracaso del atentado. Obispos y generales, parlamentarios y banqueros, Magistrados y comerciantes dieron gracias a Dios por haber impedido que la pieza más importante de la maquinaria plutocrática sufriera daño alguno y le pidieron al diablo que no tuviera compasión de los criminales cuando cayeran en sus garras. A los pies de la presunta víctima rodaron todos los ditirambos: ¡Ilustre! ¡ Perilustre!

¡ Conspicuo! ¡ Perspicuo! ¡ínclito! ¡ Periclito! Y sobre la cabeza de los frustrados victimarios llovieron denuestos y dicterios: ¡Monstruos del Averno! ¡Engendros del Demonio! ¡Abortos de la naturaleza! ¡Desalmados! jApátridas! ¡Descastados!.

Arzayús fije uno de los primeros en llegar a Palacio. Y aconsejado por Aldanita leyó un

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emocionado discurso, escrito por este, que tuvo la virtud de desvanecer todas las sospechas y disipar todos los indicios, cuyos principales párrafos fueron;

Excelentísimo Señor: La nación estupefacta, adolorida e iracunda habla en estos momentos por mis labios. Unos pérfidos malhechores que no pertenecen ni pueden pertenecer al género humano trataron de matar a la patria asesinando al más egregio de sus hijos! Todo estaba calculado y previsto. Cinco minutos después de que vos fallecieráis perecería el orden jurídico, sucumbirían las instituciones republicanas y democráticas, se desintegraría el país..! Pero la Divina Providencia que vela por los hombres como vos puso a temblar a los asesinos, desvió la trayectoria de las balas, aceleré la velocidad de los caballos que tiraban del coche, hizo, en fin, cuanto estuvo a su alcance para libraros de la muerte y a la República de la disolución.

¡Para esos hijos desnaturalizados de la democracia no puede haber piedad! La misericordia debe estar reservada para los buenos patriotas, para los hombres de bien, para quienes aportan su cerebro y sus brazos al afianzamiento de las instituciones y al progreso de la nación. ¡Esos miserables criminales no son hermanos nuestros! ¡Son bestias salvajes! ¡Tigres de la selva! ¡Lobos de la estepa! ¡Tiburones del mar! ¡La guillotina, la horca, la hoguera no son castigos suficientes para su atroz delito! Y no se me diga que la ignorancia y la pobreza atenúan su responsabilidad. Su invencible pereza

—y sólamente ella— les impidió adquirir en los libros una sólida cultura y liberarse de la miseria a golpes de trabajo fecundo! Vuestra magnanimidad no puede transigir con el crimen ni vuestra benevolencia pactar con la infamia! ¡Recordad que la clemencia es el idioma de los pusilánimes.

Dios seguirá protegiéndóos. Mientras el Sagrado Corazón de Jesús palpite normalmente —y ningún cardiólogo ha descubierto síntomas de infarto en él— ni la República que le está consagrada ni vos tienen nada que temer!

El cristianísimo Presidente se negó a indultar a los cuatro infelices quienes fueron pasados por las armas en el mismo lugar en que habían intentado darle muerte.

Y los bogotanos que oian misa todos los días y rezaban el rosario todas las noches; lloraban por la prematura desaparición de María, el malogrado amor de Efraín y la venta de Aura —la de las violetas— al mejor postor; sollozaban con los versos de Julio Flórez y Manuel Acuña; y vertían sobre propios y extraños el almíbar de su exquisita cortesía, asistieron regocijados al fusilamiento.

Clímaco Arzayús quien como Presidente de la Junta Protectora de Animales protestaba airadamente cada vez que un arriero maltrataba a un burro contempló —imperturbable—• el macabro espectáculo desde un palco de honor. Y cuando el humo de la pólvora se disipó y pudo ver los cuerpos desgonzados y sangrantes dio un suspiro de alivio. Eran cuatro bocas que se habían ce-rrado para siempre y un crimen suyo que, como tantos otros, iba a quedar impune. Se caló el sombrero de copa, empuñó el bastón de mango de plata y los guantes de cabritilla y se dirigió a su coche por entre la multitud que le abrió paso respetuosamente.

El príncipe heredero había seguido creciendo entre tanto como cualquiera de sus súbditos. Y estaba a punto de cumplir seis años. Aunque el cuerpo y el alma eran los de un niño normal y ni externa ni internamente difería en forma apreciable de ninguno de sus contemporáneos, su padre veía en todos sus rasgos, gestos, palabras y movimientos el sello del genio.

La frente era, según Arzayús, el cofre de una inteligencia prodigiosa. Los ojos los de un visionario. La nariz había sido hecha para olfatear las grandes crisis de la humanidad. La boca para proferir órdenes inapelables y discursos sublimes. Y las manos para señalar a los pueblos el derrotero de la gloria.

El niño se había habituado tanto al tratamiento de: "Señor Presidente”, que lloraba como un huérfano hambriento cuando alguien lo irrespetaba llamándolo Julián. Y no podía dormirse mientras no le cantaran el Himno Nacional. Los rostros de Santander, Mosquera y Núñez le eran más familiares que los de su papá, su mamá y sus hermanas y todas las noches les rezaba a

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lis tres efigies una oración que le había enseñado su aya para que lo ayudaran a ser cruel, orgulloso y cínico.

Por su parte el Niflo Dios cooperaba a la preparación •teológica del futuro mandatario (rayéndole anualmente pequeñas buidas presidenciales, bastones de mando y libros en blanco para que escribiera decretos y mensajes en ellos.

Su padre habla dispuesto, finalmente, —como complemento del curso para Presidente— que todos los días y por espado de dos horas le leyeran las “Vidas paralelas” de Plutarco, “El Príncipe” de Maquiavelo y biografías de grandes hombres.

La primera comunión de Julián fue un acontecimiento extraordinario comparable apenas con su nacimiento. Mil quinientos nifios ftieron invitadas, cuidadosamente escogidos entre tos descendientes de los principales jerarcas de la economía y la política y de los duques y condes de la nobleza bogotana. Los padres debian tener un millón de pesos, como mínimo, y cuatro litros de sangre azul, por lo menos, para que sus hijos figuraran en la lista, en cuya revisión se emplearon tres meses ü fin de que ningún pobre o plebeyo quedara incluido ni excluido ningún “niño bien”.

Los pasteleros de la ciudad elaboraron ciento cincuenta ponqués, los joyeros tantas tarjetas de oro como invitados y ei tren de la Sabana fue contratado para movilizarlos pues la fiesta se celebró en la hacienda de “El Eucalipto”.

Aldanita, sin embargo, consideró que esas bodas de Ca- macho eran un peligroso desafio al hambre del pueblo.

—Bueno es culantro... pero no tanto! —le dijo a Arza- yús— Esa ostentación de riqueza puede provocar reacciones.. —Esta gente no reacciona por nada... —replicó Arzayús— con ella podemos hacer lo que queramos. .! En el mundo no hay ninguna más resignada y sumisa. . . Además las invitaciones están ya repartidas .

—Yo en ningún momento he dicho que debe suspenderse la fiesta —dijo Aldanita— Pero se puede hacer algo para contrarrestar la impresión de derroche que puede causar a muchos. .. Tengo un plan. Consigo dos nifios pobres que no hayan hecho la primera comunión... Entiende usted, mi querido doctor? Todo el mundo va a decir: “Qué gran filántropo y qué gran demócrata

es el doctor Arzayús! Su hijo Julián comulgó por primera vez al lado de dos auténticos hijos del pueblo.

—No está mal pensado —repuso Arzayús— Y como estamos en vísperas de elecciones podemos explotar la cosa politicamente. .. Busque un par de chicuelos humildes que no hayan comulgado nunca, pero eso sí los bafla y los perfuma porque esa gentuza huele muy mal,.

El maestro Olegario Piraquive era un albañil experto en “goteras” y “resanes”, quien en varías ocasiones había aportado sus conocimientos técnicos a la reparación de los tejados y las paredes del Palacio Arzayús. Vivía con su barragana y nueve hijos cuyas edades oscilaban entre los dos y los dieciocho años en una habitación construida por él en las faldas de Monserrate —con la ayuda de trozos de madera, cartones y latas—que servia a la familia de sala, comedor, alcoba, cocina y excusado. Unas cuantas piedras y ladrillos colocados sobre las latas que formaban el techo, impedían que los fuertes vientos de agosto las arrancaran.

Aldanita dió tres golpes en la vieja puerta que originalmente había pertenecido a una casona de San Agustín en cuya demolición había participado el maestro Olegario. La puerta se abrió y dió paso a un chicuelo raquítico, haraposo, mugriento. Detrás de este salió un vaho fétido en el que se mezclaban el olor de la cebolla y la chicha y el hedor de los excrementos y la orina. Adentro el cuadro era una sordidez repugnante.

Un fogón, varios colchones de fique tendidos en el piso, una mesa coja, cinco cajones de madera, varias ollas de barro, cuatro bacinillas de distintos tamaños y una botella habilitada de candelera, formaban los muebles y enseres. De una de las paredes ennegrecidas por el humo del fogón pendían una imágen del Divino Rostro y una fotografía del doctor Clímaco Arzayús.

Entre curiosos y desconfiados se fueron asomando los demás muchachos. Aquello parecía un desfile de espectros. Famélicos, desdentados, cubiertos de andrajos. Ninguno había pasado nunca por una escuela. Mi por un baño. Ni por una peluquería.

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Por último apareció el maestro Olegario envuelto en una ruana que era un hueco grande rodeado de pequeños huecos. De baja estatura, rollizo, chato y de rostro rubicundo.

—¡Ave María Purísima, señor Aldanita! ¡Qué milagro es verlo! Hoy amanecí bien persiano... ¡Pero entre pa dentro...!

—Aqui no más, maestro —contestó Aldanita retrocediendo unos pasos pues al hedor de la habitación se había sumado el de los habitantes aglomerados en la puerta— ¿Qué tal usted y su familia?

—Pues ahí lo puede ver: ¡jodidos pero contentos! —repuso el maestro Olegario— Hac’iocho días que no me cae un trabajito. . . Y con el hambrerón que les dá a estos arrastraos chinos.. . Hoy n’uhabído ni pa una agüepanela..

—Vote usted por el doctor Arzayús en las próximas elecciones y verá que se le arreglan todos sus problemas —dijo Aldanita sentenciosamente—. Cuénteme una cosa: ¿Cuáles de sus hijos no han hecho la primera comunión?

—¡Ninguno! —replicó el maestro Olegario—. No tenemos con qué tragar. Vamos a tener pa primeras comuniones ¿D’ionde voy a sacar pal vestido y los chagúalos y la vela esa larga que llaman cirio?

—Precisamente el doctor Arzayús, quien es el benefactor de todos los pobres, quiere hacerle un altísimo honor a la clase proletaria en la persona de dos de los hijos de usted. Dentro de tres días hará la primera comunión su hijo Julián y desea que lo acompañen dos de estos muchachos. Los que usted escoja. A eso he venido.

—¡Cómo es de güeno mi doptor Arzayús...! —exclamó Olegario— Dios lo proteja y le de su salú...¡Razón tengo yo de votar por él en toiticas las eleiciones... Y t’uavia dicen 1® malas lenguas que tó’lo que tiene es robao y que desprecia a los probes...

Filiberto y Romualdo Píraquive quienes tenían siete y nueve años respectivamente fueron los escogidos. Aldanita los condujo directamente a la presencia de su filantrópico patrón.

—Aquí le traigo estos dos zarrapastrosos, mi querido doctor. Si los hubiera mandado hacer sobre medidas, no los habrían hecho tan perfectos para el efecto que buscamos.

Arzayús los miró con asco, se colocó a prudente distancia como si temiera el contagio de su miseria y dijo: —¡No resisto este espectáculo! Si estos fetos permanecen un minuto más delante de mí, no podré contener las náuseas... Será necesario

ponerlos a hervir durante una hora por lo menos para que les caiga toda la mugre que tienen.

Los zarrapastrosos se miraron aterrados y comenzaron a llorar amargamente. Unos minutos después, por primera vez en su vida, tuvieron contacto directo con el agua y el jabón y sintieron que unas tijeras exploraban la selva virgen de sus cabezas ante el terror de centenares de piojos que huyeron precipitadamente. Luégo fueron puestos al cuidado de Demetrio, el viejo criado de la casa, quien les dictó un curso relámpago de urbanidad para que aprendieran a saludar, a manejar los cubiertos y a usar el inodoro.

Y llegó, por fin, el día grandioso en que Julián Arzayús, según su padre, le hizo al cuerpo de Cristo el señalado favor de recibirlo en el suyo.

Como aquel inolvidable de su advenimiento, la naturaleza contribuyó gratuita y espontáneamente al esplendor de la fiesta. El sol lo mismo que seis aflos antes suministró sus servicios de alumbrado y calefacción desde las 5a.m. hasta las 7 pm. Unos ángeles barrieron con sus alas el cielo para limpiano de nubes y la Sabana para limpiarla de hojas secas, pues nunca un palio más azul había cubierto unas campiñas más verdes. Y las amarillentas aguas del río Bogotá tocadas por la vara de un hada invisible, se volvieron súbitamente •cristalinas.

A las siete de la mañana comenzaron a llegar a la Estación de la Sabana los primeros invitados. Media hora después fue despachado un tren hacia Serrezuela con cuatrocientos cincuenta pequeños oligarcas. Otro con seiscientos partió a las ocho. A las 9 y 30 minutos mil quinientos comerciantes, industriales, ganaderos, políticos y clubmen en potencia retozaban alegremente en los hermosos

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jardines de “El Eucalipto”. Cien criados repartían dulces y golosinas, mientras que tres orquestas interpretaban música brillante.

Dos trompetas anunciaron a las once la presencia de Julián. Estaba resplandeciente. Lucia un traje que le había sido enviado por su tío materno quien continuaba de Ministro en Inglaterra y que era una copia, en miniatura, del uniforme de gala del Primer Lord del Almirantazgo, con espadín, botones y charreteras de oro. A su derecha y a su izquierda fueron colo-

cados Fíliberto y Romualdo Piraquive, cuyos harapos habían sido reemplazados por unos burdos trajes de manta. Miraban asustados en todas direcciones y temblaban como unos cervatillos recién aprehendidos.

Los tres se situaron detrás de una enorme mesa colocada en el pórtico de la casa de la hacienda y cubierta con una carpeta de terciopelo rojo, sobre la que refulgían unas bandejas de plata que contenían las mil quinientas tarjetas de oro que Julián debía entregar como recuerdo a sus pequeños amigos. Estos formaron una fila interminable y, uno a uno, fueron subiendo la escalinata de mármol y haciendo entrega a Julián de los regalos que llevaban consigo.

—¡Felicitaciones, Julián! Acepta este regalo.

—¡Mil gracias, Bernardo! Llévate esta taijeta de recuerdo. . felicito sinceramente, Julián! Te traje esta bobería...

—¡Te agradezco muchísimo, Pablo! Conserva esta tarjética...

El canje de presentes duró dos horas. Fue necesario colocar cuatro mesas adicionales para poner sobre ellas los que recibió Julián. Naturalmente Filiberto y Romualdo, a quienes nadie conocía, no recibieron ninguno.

—¡Quiénes son esos tipos? —le preguntó al rey de la fiesta uno de sus amigos.

—Unos pordioseros que no se de donde salieron y que van a comulgar conmigo... —contestó Julián.

Después se inició el desfile hacia la capilla de la hacienda por una avenida de sauces en cuyas copas se habían apostado varios niños que arrojaban sobre el principe y su séquito pétalos de rosa. La misa fue oficiada por el Padre Gumersindo Roa quien desde los célebres retiros espirituales gozaba del favor de Arzayús.

Filiberto y Romualdo observaban extasiados las lámparas doradas, los candelabros de plata, los jarrones de porcelana de Se vres adornados con azucenas de Quito y cuando del órgano se escaparon las notas del Ave Maria de Gnoud clavaron fijamente los ojos en el techo pues creyeron firmemente que estaban oyendo una música celestial.

Julián recibió a Jesucristo con una displicente frialdad. Al fin y al cabo entre ellos no había nada en común. Su padre se

parecía más a Augusto y a Herodes, por el poder y la riqueza, que a José el carpintero de Nazareth. Jesús había nacido en un establo y había tenido una oscura infancia de obrero; él en un palacio y la suya había sido una brillante niñez de aristócrata. Jesús había amado a los pobres y aborrecido a los ricos; él tendría que proteger a estos y perseguir a aquellos. Jesús había condenado la desigualdad y la injusticia; él tendría que luchar por que siguieran imperando pues el fin de estas seria el de sus privilegios.

En cambio F ¡liberto y Romualdo lo recibieron emocio- nadamente. Con calurosa efusión de hemianos que se encuentran de nuevo. Jesús era de los mismos. Hijo de un artesano como ellos. Nacido en un pesebre semejante al tugurio que los había visto nacer. Su niñez también había sido de privaciones y trabajo. Sus discípulos no habían sido ricos mercaderes sino pescadores paupérrimos. Y entre gentes hambrientas, enfermas y haraposas había transcurrido su vida en la tierra. Había sido además el defensor de todos los oprimidos y explotados y el acusador implacable de los verdugos y los explotadores. Jesús no era para ellos el hijo de un Dios, un personaje mayestático e inaccesible, sino un caudillo revolucionario, un compañero de Lucha y de infortunio , una camarada en el dolor y la esperanza.

Eran las dos de la tarde cuando terminó la misa. Entonces se sirvió, en trescientas pequeñas

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mesas instaladas en el bosque de pinos situado a espaldas de la casa, un opíparo almuerzo. Las orquestas ejecutaban mientas tanto valses de Strauss y pasillos de Morales Pino.

A los hijos del maestro Olegario les sirvieron, en un rincón de la cocina, los residuos dejados por algunos niños. Posteriormente fueron despojados de los trajes de manta y obligados a ponerse los harapos con que dos días antes habían llegado al Palacio Arzayús. A las cinco de la tarde, en un carro de yunta, iniciaron el regreso a la ciudad.

Había concluido un maravilloso cuento de hadas. Los pequeños mendigos hablan acompañado al

príncipe en el día más feliz de su vida. Habían visto todo el esplendor de la corte. Las cabezas

doradas, los ojos azules y los flamantes trajes de diminutos marqueses y minúsculos condes. El oro

y la plata. Centenares de lindos juguetes. Las más ricas viandas y potajes. Y ese cuadro versallesco

representado en un escenario de ensueño: abajo una inmensa esmeralda; arriba un enorme zafiro.

Cuando ya entrada la noche llegaron los zarrapastrosos a su nauseabunda covacha no sabían

—y no lo supieron nunca— si todo aquello había sido realidad o espejismo.

La propaganda comercial se había generalizado. “El Incondicional” publicaba diariamente dos

avisos alusivos a la buena calidad de los productos fabricados por la “Cervecería Baviera” y la

“Compañía Interamericana de Tabaco” que cubrían sendas páginas. Arzayús, por lo tanto, era uno

de los mejores anunciadores del periódico. Dos dias después del acontecimiento cumplido en “El

Eucalipto” y bajo el título de: “Un gesto nobilísimo” apareció la siguiente nota:

“El doctor Clímaco Arzayús no contento con los invalua- bles servicios que le ha prestado al

país desde su curul de Senador de la República, no cansado de ofrecerle la felicidad a sus

compatriotas en forma de cigarrillos y cerveza, y no satisfecho con su ingente contribución al

desarrollo de la agricultura y la ganadería, ejecutó hace dos días uno de aquellos gestos que re-

concilian al hombre con la vida y le devuelven la fe en la bondad de sus semejantes.

Invitó a dos rapazuelos, de la más genuina extracción popular, a comulgar por primera vez

hombro a hombro con su hijo y a compartir el merecido homenaje que le tributaron a este mil

quinientos chiquillos de nuestra alta sociedad. Gracias a la generosidad del insigne filántropo esos

dos niños, lujosamente ataviados, vivieron momentos de intensa dicha y saborearon todos los

placeres reservados a los favorecidos de la fortuna.

Esta espléndida lección de altruismo, de amor al pueblo y de sencillez republicana, ha sido

objeto de los más elogiosos comentarios”. El segundo domingo de marzo se efectuaron las

elecciones para Senadores, Representantes, Diputados y Concejales.

El Gobierno envió una circular pública a los Gobernadores, Intendentes, Comisarios y

Alcaldes en la que les exigía que guardaran una neutralidad vertical frente a los partidos que iban a

disputarse el favor popular, brindaran plenas garantías a todos los ciudadanos e impidieran la

comisión de delitos contra

el sufragio o hechos que pudieran coartar Ja libertad política de los electores.

Pero les envió también una circular secreta en la que les

decía:

“Ante proximidad elecciones recuérdoles gobierno necesita ganarlas todo trance. Este

supremo fin justifica medios empléense. Enemigos políticos deben ser amedrentados moral,

físicamente, fin absténganse concurrir urnas. Sugiéroles usar como métodos persuasivos: bombas,

disparos nocturnos, amenazas, allanamientos, requisas, detenciones, supresión servicios agua, luz.

Si insisten votar ejército, policía deberán proceder inflexiblemente, evitando despilfarro munición,

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procurando número muertos no exceda de diez cada Municipio. Dios guarde a ustedes”.

El ¡lustrísimo Señor Arzobispo suscribió una pastoral que fue leída en las dos mil trescientas

ochenta y siete iglesias del país, en las que exhortaba a los feligreses a votar por los candidatos del

partido de gobierno y los prevenía acerca del peligro que implicaba el hecho de sufragar por los del

contrario.

Los curas párrocos, más arzobispistas que el arzobispo, notificaron desde los pulpitos el

restablecimiento del Tribunal de la Inquisición para los herejes que se negaran a votar por las listas

oficiales, quienes después de ser devorados por el fuego transitorio de la hoguera, lo serian por d

imperecedero del infierno.

Ocho días antes fue descubierta, naturalmente, una conspiración. “El Incondicional” anunció:

“Siniestra conjura contra las instituciones republicanas y democráticas —cuatro detenidos— En su

poder hueron halladas armas y propaganda subversiva— La nación rodea al gobierno”.

La información decía que los principales puntos del monstruoso plan eran la castración de

todos los altos funcionarios civiles y militares, banqueros, industriales y comerciantes que tuvieran

hasta sesenta afios, ya que después de esa edad la extirpación de los órganos genitales carecía de

importancia; y la violación de todas las damas de la alta sociedad menores de cincuenta, puesto que

sobrepasado ese limite el estupro violento se convertía en una obra de misericordia.

Los detenidos fueron un Coronel retirado de sesenta y ocho afíos, semiparal izado por obra de un

derrame cerebral, quien

solía hablar mal del gobierno; un estudiante de derecha en cuya biblioteca fue encontrado un

ejemplar del “Manifiesto Comunista”; un tipógrado cuya imprenta podía ser utilizada con fines

subversivos; y un químico en cuyo laboratorio se hallaron ácidos que podían usarse para corroer el

sistema.

En poder de los terroristas fueron encontrados: la empuñadura y parte de la hoja de un sable,

una escopeta de dardo y un cortaufias.

El efecto buscado se obtuvo plenamente. Nadie sabia a ciencia cierta cuáles eran las

instituciones republicanas y democráticas amenazadas por los anarquistas, pero el pánico se apoderó

de todo el mundo. La perspectiva de una intervención quirúrgica con dolor horrorizó a los presuntos

pacientes y las solteronas elegantes no ocultaron el temor de que unos guaches asquerosos les

arrebataran por la fuerza lo que ellas estaban dispuestas en todo momento a entregar de buen grado.

Los apáticos se animaron y los irresolutos se decidieron a votar.

Los comicios constituyeron un rotundo triunfo del régimen. Los ciudadanos aptos para

sufragar eran ochocientos mil y sufragaron un millón cuatrocientos mil. Hubo apenas dos mil ciento

ochenta y siete muertos, cifra muy inferior a la autorizada por el gobierno ya que el promedio de

occisos por municipio fue de tres. La eliminación de los malos patriotas

—condenados a morir tarde o temprano— no alcanzó a deslustrar el imponente acto democrático y,

una vez acallados definitivamente, reinó la más absoluta calma en el territorio nacional.

Clímaco Arzayús quien distribuyó profusamente una fotografía suya en la que aparecía con

las manos apoyadas en las cabezas de Filiberto y Romualdo Piraquive y la leyenda:

“Un benefactor del pueblo”, fue elegido Senador por la circunscripciones electorales de Antioquia,

Bolívar, Cauca, To- lima y Santander. Su hermano Alcibíades Arzayús, retardado mental quien

había sido declarado en interdicción judicial después de que dilapidió su fortuna fue elegido Repre-

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sentante a la Cámara. Teófilo Jiménez, padre aparente del hijo de Arzayús en Virginia Forero,

Diputado a la Asamblea. Y el inefable Aldanita miembro principal del Concejo de Bogotá.

El maestro Olegario Piraquive, en señal de gratitud, votó once veces por su egregio

benefactor. Ocho dias después murió de inanición.

El Gimnasio Contemporáneo era, como lo proclamaba la propaganda “el colegio de la gente

decente”. Los aspirantes a alumnos debían presentar el árbol genealógico de la familia, las partidas

de bautismo y matrimonio de sus tatarabuelos, bisabuelos, abuelos y padres. Estos últimos, a su vez,

debían exhibir su declaración de renta, las escrituras de los bienes ralees que poseyeran, un balance

reciente, certificaciones que los acreditaran como socios del Loocky Club y miembros de la Junta

Directiva de cinco empresas importantes y referencias bancadas y comerciales. Como además el

valor de las pensiones era altísimo no habla ninguna posibilidad de que pudieran filtrarse

muchachos de medio pelo.

En el prospecto podía leerse: “Este plantel es primordialmente una fábrica de hombres

importantes. Nuestros requisitos de admisión que muchos calificarán de excesivos, emanan de la

convicción que abrigamos de que los encargados de dirigir la marcha del Estado y el movimiento de

la empresa privada en el futuro deben ser los exponentes de una élite intelectual y social, los

representantes de una minoría selecta'”.

Un “landeau” tirado por .dos caballos blancos y guiado por un auriga de color, se detuvo

frente a la puerta del Gimnasio. De él se apearon Clímaco Arzayús y Julián.

El Rector, el Vicerrector, el Prefecto y el Secretario salieron a su encuentro.

—¡Qué honor tan grande para mi...! —exclamó el Rector haciendo una profunda reverencia.

—¡ Y para el colegio...} —agregó el Vicerrector haciendo otra capaz de romperle el espinazo

a un hombre que no lo hubiera tenido tan elástico.

—i Y para los profesores...! —anotó el Prefecto sonriendo beatíficamente.

—¡Y para los alumnos...! —observó el Secretario poniendo los ojos en blanco.

—Gracias, caballeros! Ustedes exageran... —repuso Arzayús, haciendo un esfuerzo

sobrehumano por parecer mo-

desto—. Soy apenas un obrero de la grandeza y el progreso de la patria... Les presento a mi hijo

Julián...

—¡Este colegio será tu segunda casa y yo tu mejor amigo! —le dijo el Rector tendiéndole la

mano—. ¡Eres un buen mozo 1

—¡Y estás muy elegante! —añadió el Vicerrector.

—¡ Y tienes una mirada inteligentísima! —comentó el Prefecto.

—¡Hijo de genio sale genial! —apuntó el Secretario triunfalmente, seguro de haber eclipsado

a sus colegas ante Arza- yús—

—¡En qué curso lo inscribo?—preguntó el Rector abriendo el libro de matrículas—

—Supongo que debe empezar por el principio... —dijo Arzayús.

—Eso sería lo lógico si fuera uno de tantos... —replicó el Rector—. Pero un hijo suyo puede

comenzar por donde quiera. Yo creo que Julián no necesita cursar los cinco años de la primaria. Eso

se queda para gente químicamente bruta. Tengo además una teoría: La importancia de los

El Delfín Álvaro Salom Becerra

28

conocimientos es muy relativa. Los cementerios están llenos de sabios que han muerto de hambre...

¿Conoce usted a alguien que haya conseguido poder o dinero por haberse aprendido al pie de la

letra el Catecismo Astete, el Castellano de Bruño o la Historia Patria de Henao y Anubla?

—Estoy de acuerdo en parte con usted ■—repuso Arzayús—. Porque no me negará que la cultura

es indispensable. Yo no sería quien soy si no hubiera leído millares de libros y no hubiera ganado

con estudio y esfuerzo de centenares de títulos...

—Todos sabemos que usted posee una vasta cultura — contestó el Rector—. Pero sus triunfos

y sus éxitos no se los debe a ella, sino a su talento, a su audacia, a su sagacidad política,.. La

erudición ordinariamente es un lastre. Lo único importante en la vida es vincularse a los poderosos,

asociarse bien, casarse mejor... Observe usted el escudo del colegio... (El escudo que pendía de una

de las paredes mostraba a un grupo de niños en actitud de estudiar debajo de un árbol frondoso)

Aparentemente es el símbolo de la juventud que busca el amparo de la ciencia..

Pero en realidad es la representación gráfica de un adagio popular: “Quien a buen árbol se arrima,

buena sombra lo cobija”... De aquí han salido miles de jóvenes más ignorantes de lo que entraron.

Hoy, sin embargo, son gerentes, Ministros, Gobernadores, latifundistas.

A Arzayús no le pareció necesario insistir en la defensa de algo que, como la cultura, no

conocía ni le había prestado ninguna utilidad. Julián fue matriculado como alumno del primer año

de bachillerato, a pesar de que en materia de lectura sus conocimientos apenas llegaban a la sexta

página de la Cartilla Baquero y, en punto a escritura, no pasaban de los palotes.

Inmediatamente después de que se retiraron los ilustres visitantes,-el Rector convoco a los

profesores a una reunión extraordinaria.

—Les tengo una magnifica noticia —comenzó diciéndo- les—. Hoy es un día histórico para

este plantel. ¿Saben ustedes quién acaba de ser matriculado? ¡Pues nadie menos que el hijo del

político más notable, del industrial mas rico y del hombre más influyente que tiene hoy por hoy el

país! Supongo que hasta el profesor de Educación Física haya entendido que me refiero al doctor

Clímaco Arzayús... ¡Sí, señores! ¡Su hijo Julián Arzayús va a ser desde mañana^alumno nuestro!

¿Y saben ustedes lo que eso significa? Pues significa que vamos a recibir del gobierno un auxilio de

cien mil pesos todos los años y un sobresueldo de cien pesos, por lo menos, todos los meses. Que al

colegio se le eximirá de pagar impuestos. Que podremos duplicar el valor de las pensiones con la

autorización del Ministerio de Instrucción Pública.

Por lo tanto, estudie o no estudie, venga o no venga, ¡Julián Arzayús será el mejor alumno del

Gimnasio! El primer puesto del curso debe estar reservado para él y sus calificaciones no podrán ser

inferiores a cinco! ¿Entendido? Al final de cada año deberán adjudicársele todos los premios: el de

matemáticas aunque no sepa cuántos son dos y dos; el de puntualidad aunque invariablemente

llegue tarde; y el que se otorga a “La más dulce Indole”, aunque se porte como un puercoespín

afectado por una sicosis maníaco-depresiva...

El profesor que no proceda con sujeción a estas instrucciones será destituido inexorablemente.

El Gimnasio Contemporáneo funcionaba en una casa de tres pisos construida en un lote que

había pertenecido —como todo terreno ubicado ai norte de la ciudad—a don Pepe Sierra. El edificio

estaba rodeado de jardines, árboles y prados cuidados con esmero. Las clases ordinariamente eran

dictadas al aire libre. Los alumnos se tendían a la orilla de un lago o subían a las ramas de los

árboles o, sentados en sendos columpios, se mecían suavemente hasta que el sueño se apoderaba de

ellos. Entonces el profesor se retiraba, en puntas de pies, para no despertarlos.

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Dos de las ocho horas de la jornada diaria estaban dedicadas a labores intelectuales y las seis

restantes a actividades sociales y deportivas. La urbanidad, la etiqueta, el baile y la equitación

prevalecían sobre las matemáticas y la filosofía. Los alumnos ignoraban el principio de Arquimedes

y los imperativos categóricos de Kant, pero sabían cuándo debían usar el frac y cuándo el sacoleva,

qué vino debía servirse con las carnes y cuál con los pescados y su destreza como jinetes apenas

podía parangonarse con su habilidad de bailarines.

El Algebra, la Geometría, la Física, la Química, la Trigonometría y el Latín habían sido

reemplazados por: “Cómo llegar a ser un potentado”, “El perfecto oligarca, “El jardín de las delicias

o el mundo capitalista”, “Método para conquistar el poder y perpetuarse en él”, “La Iglesia y el

Ejército: puntales del sistema” y “El dominio de las finanzas de un país” en 20 lecciones.

El único idioma que se estudiaba con alguna intensidad era el de Ford y Rockefeller pues el

castellano empezaba a ser considerado como una lengua muerta o moribunda, útil apenas para leer

los aburridos dramas de don Pedro Calderón de la Barca, los pesadísimos versos de don Miguel

Antonio Caro y los “Sueños” de don Marco Fidel Suárez que sumen al lector en uno muy profundo

tres minutos después de haberlos comenzado.

Con el fin de que ningún alumno sufriera la frustración consiguiente a la pérdida de una

materia, la calificación mínima era tres. Los castigos habían sido totalmente abolidos para evitar

traumatismos sicológicos y complejos. Cada cual podía ha-

cer lo que quisiera y obviamente nadie hacia nada distinto de comentar los chismes de sociedad y

los escándalos políticos, referir cuentos verdes, jugar a las cartas y turnar.

Ningún profesor fue destituido durante los seis años subsiguientes o sea que todos cumplieron

estrictamente la orden de calificar con cinco los exámenes de Julián, la de concederle mensualmente

el primer puesto del curso y la de otorgarle al final de cada afio los premios de aprovechamiento,

puntualidad y buena conducta. Al terminar el bachillerato había acumulado tantos diplomas y

medallas que su padre comenzó a mirarlo con inocultable envidia.

Jamás estudió una lección ni hizo una tarea. Alguna vez que el doctor Arzayús lo sorprendió

con un libro en las manos se lo arrebató diciéndole:

—¡No cometas tonterías! Un hijo de Ciimaco Arzayús no necesita estudiar. .. ¡Que estudien

los imbéciles!

La suma de sus ausencias y retardos excedía al gran total de los registrados, en una legislatura,

por todos los miembros del Congreso reunidos. Y cuando un profesor en virtud de una equivocación

que después no se cansaba de lamentar le pedía que pasara al tablero, le contestaba altaneramente:

—¡Parece que a usted se le ha olvidado quién soy yo! Si quiere conservar su empleo, ¡no me

fastidie!

Sin embargo, la revista “Consagración y Esfuerzo”, órgano de la dirección del colegio,

publicó con ocasión de su grado de bachiller la siguiente nota: “Después de honramos con su

presencia por espacio de seis años, de deslumbrar a profesores y alumnos con el brillo de su

inteligencia, de alentar a aquellos y estimular a estos con el ejemplo de su aplicación, de hacerse

envidiar por su cumplimiento y amar por su bondad y simpatía, termino sus estudios de bachillerato

—con el mismo lucimiento con que los adelantó— Julián Arzayús, el mejor alumno que ha pasado

por las aulas del Gimnasio Contemporáneo desde su fundación”.

Aquellos setenta y dos meses no fueron totalmente perdidos. Julián no aprendió nada de nada

pero adquirió conciencia de su propio valor. O mejor: del que le atribuían los demás. La permanente

El Delfín Álvaro Salom Becerra

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adulación de profesores y condiscípulos que coinci-

día con la que le habían tributado desde su nacimiento los criados del Palacio Arzayús y los

protegidos de su padre, afianzó su vanidad de niño mimado.

Ante sus ojos se abrió una perspectiva ilimitada. El podía ser tan importante y famoso como

su papá. O más todavía; entre sus ascendientes había conquistadores y mártires; su padre era un

personaje prepotente que manejaba con un dedo el Poder Ejecutivo, el Legislativo y el Judicial; las

gentes que lo rodeaban afirmaban unánimemente que era un genio a los doce años era ya bachiller;

a los diecisiete sería abogado; a los veinticinco Gobernador; a los treinta Ministro; a los treinta y

cinco Presidente.

Indudablemente él era yn convidado de honor al festín de la vida. Sobre la mesa humeaban

apetitosos los manjares: el poder, el dinero, la gloria. Y burbujeaban también los vinos del amor.

¿Para qué estudiar? ¿Para qué esforzarse? Sabía que era perezoso e ignorante. ¿Pero la pereza y la

ignorancia de su padre habían sido obstáculos en su carrera hacia la riqueza y el triunfo? ¿Acaso

había necesitado quemarse las pestañas y devanarse los sesos para llegar a la cumbre?

La clave del éxito consistía en imitar a Clímaco Arzayús: simular, fingir, aparentar, ponerse la

careta de la ciencia y el disfraz de la virtud, engañar, engañar siempre!

¿Y cómo no ser un farsante, si él era producto de una farsa, si había nacido y crecido dentro

de la farsa, si era farsa todo lo que veia a su alrededor?

Del Gimnasio Contemporáneo sacó dos amigos y un apodo que lo acompañaría hasta la

muerte.

Los amigos fueron Pepe Riómalo y Ulpiano de Montijo, dos señoritos bogotanos, de sangre

tan poco azul como la suya pues entre sus antepasados también figuraban plebeyos y gente “non

sancta”. Descendiente el uno de un héroe sobre cuyo heroísmo nunca pudieron ponerse de acuerdo

los historiadores y el otro de un bravo militar cuya bravura lo llevó -—en la guerra civil del 76 y

después de un sitio de veinte días— a comerse su propio caballo. Hijo el primero de un rico

hacendado sabanero y el segundo de un próspero comerciante de la Tercera Calle Real.

El apodo surgió en una clase de Zoología cuando cursaba el tercer año de bachillerato. El

profesor hablaba de los cetáceos y se refiere concretamente al Delfín,

—Este es un cetáceo carnívoro —dijo— que suele medir dos o dos metros y medio de largo.

Negro por encima y blanquecino por debajo, la cabeza es voluminosa, los ojos pequeños y

pestañosos, la boca muy grande, los dientes cónicos en ambas mandíbulas, el hocico delgado y

agudo. Tiene una sola abertura nasal, por la que despide un chorro de vapor... Al primogénito del

Rey de Francia se le daba también el título de Delfín. Y, por extensión o analogía, se aplica ese

nombre a los hijos de grandes hombres que heredan su prestigio e influencia.

—Entonces, ¿Julián Arzayús es un Delfín? —preguntó, con soma, Femando Calvo.

—Si —le contestó Julián—, pero con la diferencia de que el chorro que yo despido no es de

vapor.. . ¡Abra la boca y sabrá de qué es.

La campana del profesor tuvo que luchar durante varios minutos contra las carcajadas del

auditorio. Y desde ese momento Julián fue para todos los alumnos del colegio: ¡el Del-fin!

Muchas y contundentes razones había para que el Delfín, terminado el bachillerato, estudiara

abogacía. El doctor Arzayús, según sus áulicos y “El Incondicional”, era un gran jurisconsulto; el

prestigio del león cubriría al cachorro. Era apenas lógico que el heredero de tan cuantiosa fortuna

31

supiera defenderla. El conocimiento de las leyes resultaba fundamental para quien estaba

predestinado a dictarlas en el Congreso y ejecutarlas desde el gobierno. Los abogados se habían

reservado los principales y mejor remunerados cargos de la administración; era indispensables

obtener el titulo correspondiente para poder ejercerlos. En un país donde el papel sellado es más útil

que el agua y donde las estampillas de Timbre Nacional son más necesarias que el aire, sobre el que

se cierne la sombra tutelar de Francisco de Paula Santander para quien el Ordinal Cuarto del Inciso

Noveno del Parágrafo Sexto del Articulo Quinto de la Ley Octava era mucho más importante que el

resultado de las batallas de Boyacá, Carabobo, Pichincha, Junín y Ayacucho, todo hombre que

aspire a dirigir a sus conciudadanos debe ser abogado. Finalmente, la

tendencia del precoz bachiller a la mitomanía y la exageración, su inclinación a complicar las cosas

más simples ya formar nudos que “nadie nunca desatar podría”, eran la plena prueba de su vocación

jurídica.

Los Padres tomistas habían fundado en honor de San Ignacio de Loyola la Universidad

lgnaciana y en su Facultad de Derecho fue matriculado el Delfín.

La Universidad lgnaciana era, lo mismo que el Gimnasio sio Contemporáneo, un reducto de la

juventud aristócrática. El elevado costo de la matrícula y unos requsitos de admisión tan exigentes

como los de aquel, la hacían inaccesible a los jóvenes de la clase inedia. Los apellidos del aspirante

y su lugar de residencia dentro de la ciudad jugaban un papel decisivo en la aceptación o rechazo de

la solicitud, hasta el punto de que las presentadas por muchachos que vivieran en Las Cruces, San

Cristóbal o Egipto eran negadas de plano.

Grabados en una de las paredes del Aula Máxima podían leerse los siguientes aforismos que

sintetizaban el criterio filosófico y político de sus directores:

“La ley no es la expresión de la voluntad general; es un mandato divino transmitido a los

hombres por algunos eminentes juristas a quienes Dios ha otorgado poder para que lo representen

en la tierra y legislen en su nombre”.

“El orden debe prevalecer sobre la libertad y la paz sobre la justicia”.

“Las autoridades están instituidas para proteger la vida de los hombres de trabajo, la honra de

los buenos patriotas y los bienes de los creadores de riqueza”.

“La primera obligación de un abogado cristiano es la de defender el capital, honesta y

laboriosamente acumulado por los propietarios y los patrones, de la voracidad de arrendatarios y

obreros”.

Había una materia que sobrepujaba en importancia a todas las demás y era la de: “Solidaridad

y ayuda mutua”. Antes que el Código Civil, primero que el Penal, por encima del Administrativo

estaba el recíproco apoyo que debían prestarse los miembros del clan ignaciano. La consigna era la

de los mosqueteros de Luis XIII: “Todos para uno y uno para todos”.

La fórmula del juramento que se recibía a los graduandos en el momento de optar el título era:

“¿Juráis y prometéis amar a vuestros condiscípulos más que a vos mismo; nombrarlos Ministros,

Gobernadores, Intendentes y Comisarios si sois elegido Presidente; embajadores y Cónsules, si sois

nombrado Ministro de Relaciones Exteriores; Jueces cuando desempeñéis el cargo de Magistrado;

peritos y secuestres cuando ejerzáis el de Juez e interponer vuestra influencia para que, los más

pobres, sean nombrados Notarios, Administradores de Aduana o de alguna mina de esmeraldas a fin

de que resuelvan rápida y definitivamente su problema económico?”

El Delfín Álvaro Salom Becerra

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Como todos los exalumnos cumplían fielmente el anterior juramento y además la Universidad

—a la manera de una Bolsa de Empleos —suministraba al gobierno los candidatos que este le pedía,

las más altas posiciones del Estado eran patrimonio exclusivo de los abogados ignacianos.

Clímaco Arzayús había contribuido eficazmente a convertir en ley el proyecto de ceder a la

Universidad el lote de propiedad de la nación donde se levantaban sus edificaciones; además en

alguna ocasión le había sido ofrecida la cátedra de Derecho Internacional Público del que tenía

tantos conocimientos como de sánscrito; en la nota que envió para excusarse de aceptar la mentira

de sus “múltiples ocupaciones” sirvió para ocultar la realidad de su absoluta ignoranc ia. Sin

embargo, para mayor honra y prestigio de la Universidad, el retrato del gran hombre figuraba en

todos los mosaicos como titular de la citada cátedra,

El mismo día en que el doctor Arzayús, por intermedio de Aldanita, hizo conocer al Rector su

determinación de matricular a Julián, el Consejo Directivo aprobó una Resolución que a la letra

decía:

“El Consejo Directivo de la Universidad Ignaciana Considerando:

Que el distinguidísimo joven Julián Arzayús, hijo del excelente jurista y notable hombre

público doctor Clímaco Arzayús y de la preclara dama de nuestra sociedad doña Catalina

Seíspatacios de Arzayús, desea cursar sus estudios de derecho en la Facultad correspondiente de

esta Universidad;

Que gracias a la poderosa influencia del doctor Arzayús fue aprobado el proyecto de ley que

autorizó a la nación para ceder a esta Universidad el lote donde se construyó el edificio que ocupa

actualmente;

Que para la Universidad representa honor insigne y timbre de orgullo contar entre sus

alumnos al heredero de las virtudes y el talento del doctor Arzayús, quien es además nuestro ilustre

profesor de Derecho Internacional, aunque la multiplicidad de sus quehaceres al servicio del país le

haya impedido infortunadamente ejercer sus funciones,

Resuelve:

lo. Conceder una beca especial para que inicie y adelante estudios de derecho, hasta su

terminación, al señor don Julián Arzayús S.;

2o. Eximirlo de la obligación de presentar exámenes, ya que imponerle la de presentarlos sería

tanto como dudar gratuita y temerariamente de su sentido de la responsabilidad;

3o. Autorizarlo para que se abstenga de asistir a las clases cuantas veces se lo impidan sus

compromisos sociales; y

4o. Designar al prenombrado señor Arzayús Presidente de la Sociedad Jurídica y Delegado de

la Universidad al VIII Congreso Mundial de Estudiantes que se reunirá en Lima el 15 de noviembre

próximo”.

Un estudiante expresamente exonerado de estudiar no estudia a menos que sea un cretino, Y

el Delfín no lo era. Concurría esporádicamente a la Facultad, distribuía sonrisas entre profesores y

alumnos, divulgaba los secretos de la alta política que había oído en su casa la noche anterior du-

rante la comida ofrecida por su padre a un grupo de Ministros y parlamentarios, hacia retruécanos y

calamboures con buena dosis de humor y pronunciaba discursos sobre toda clase de temas.

Julián era extraordinariamente facundo. Y como la mayoría de sus conciudadanos confunden

la locuacidad con la elocuencia, había conquistado ya fama de orador. Aldanita, quien era su

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preceptor político, le había aconsejado que usara invariablemente en sus discursos los vocablos:

espada, sangre, bandera y los rematara con alusiones a la patria, |a República y la naciónalidad, pues

estaba demostrado que ningunos otros llegaban más directa y hondamente al corazón de las

multitudes.

Su debut oratorio fue un 20 de julio. El Padre Rector lo comisionó para que, a nombre de la

Universidad, llevara la palabra en la colocación de una corona de laurel que se depositaría al pie de

la estatua del Libertador. El último párrafo de su discurso fue el siguiente:

El día en que sobre la libertad se proyecte la sombra de una amenaza o un peligro se cierna

sobre las instituciones republicanas y democráticas, empuñaremos en la diestra la espada con que

Córdoba cortó en Ayacucho las cadenas de la esclavitud y en la siniestra la gloriosa bandera que

Girardot enarboló en la cima del Bárbula! El día en que un tirano deshonre y mancille el solio que

vos digniñcásteis, hundiremos el puñal de Bruto en su pecho y empapado en su sangre maldita lo

depositaremos en el altar de la República . . . ¡Colgaremos al déspota de las columnas del Capitolio,

evacuaremos nuestros vientres y vaciaremos nuestras vejigas sobre su cadáver.

Prometemos solemnemente ¡oh, Padre Inmortal! ser dignos herederos vuestros y de los

arquitectos de la nacionalidad!

El discurso, sazonado con los condimentos épicos recomendados por Aldanita, fue un éxito

rotundo. Las gentes—afónicas de tanto gritar y con las manos hinchadas de tanto aplaudir,

arrancaron al orador de la tribuna, lo pasearon triunfal mente por la Plaza de Bolívar y lo llevaron

en hombros hasta el Palacio Arzayús.

“El Incondicional” comentó: “Un sucesor de Rojas Garrido irrumpió ayer en la historia

nacionar*.

Hace cincuenta afíos Bogotá se parecía a Napoleón: tenía un cuerpo diminuto pero un alma

inmensa.

Veinte iglesias y otros tantos conventos rodeados de modestas casas. Cuatro o cinco edificios

pomposamente llamados palacios, Diez o quince almacenes elegantes: el de José María Vargas, el

de Carlos y Luís Castillo, el de Rafael Cueto, el de Richard, el de Touchet. .. Tres restaurantes: la

“Rosa Blanca”, el “Torres” y la “Maison Doré”. Dos teatros: el Colón y el Municipal y tres salones

de cine: el “Olimpia”, el “Faenza” y el “Bogotá”. Dos cafés: el “Windsor” y el “Inglés”. Dos

garitos: “El Globo” y “La Bolita”. Dos tabernas pintorescas: la de Román Bafios, en la calle 24, y

“El Castillo” en las Cruces. Cuatro parques: el de la Independencia, el del Centenario, el de

Santander y el de los Mártires. Tres hoteles: el “Franklyn”, el “Regira” y el “Ritz”, Unos cuantos

tranvías, algunos coches y unos pocos automóviles. La Plaza de Bolívar, las tres Calles Reales y las

tres de Florián eran el centro de todas las actividades. Entre la casta de los brahmanes o sea la

“gente decente” y la de los parias o sea la’'guachema” había un abismo insondable.

Aunque nunca produjo un Solón, un Aristóteles ni un Fidias se le llamaba la “Atenas

Suramerícana”. Los bogotanos no eran geniales pero si ingeniosos. La abeja de la gracia revoloteaba

por toda la ciudad. Se posaba en la boca de las vivanderas y en la de los mozos de cordel . Se colaba

a los salones de los ricos y zumbaba en las pocilgas de los pobres. Retozaba en los labios de graves

y doctos señores y le picaba la lengua a los pilludos.

El humor era la gran panacea. El antidoto supremo. La solemnidad, el tedio, el dolor, huían

despavoridos de ese bufón que los perseguía para hacerles cosquillas. Un solo chispazo provocaba

El Delfín Álvaro Salom Becerra

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el incendio de carcajadas que consumía en segundos un grave problema. El ácido de un retruécano

oportuno disolvía tragedias y dramas. La pobreza y las deudas se desvanecían, risueñas, con un

caiambour.

Un día llegó a la ciudad José Santos Chocano, “el poeta de América”. Venia como Secretario

de la Legación del Perú. Todos los vates, bardos y apolonidas criollos se aprestaron a agasajarlo. En

su honor fue servido un almuerzo en el Salto de Tequendama. Cuando el invitado y los anfitriones

se levantaron de la mesa, se celebró un concurso poético frente a la catarata. Uno a uno, con las

melenas despeinadas por el viento, los ojos entornados y la voz trémula cantaron en versos

improvisados ia imponente hermosura de la cascada. Se habían oído ya dieciocho poemas sublimes,

solemnes, majestuosos dignos —por la sonoridad y la extensión — de don Gaspar Núñez de Arce o

de don Andrés Bello. Santos Chocano bostezaba como un coco drilo indigesto. De pronto un poeta

bohemio, festivo y socarrón, se adelantó y dijo:

“Al contemplarte asi, de arriba abajo

Oh, estruendoso y sonoro Tequendama,

No puedo menos de exclamar: ¡Carajo!

Si esto eres tú cómo sería tu mama!”

El estrépito de las risas ahogó por varios minutos el del agua. Así era Bogotá. Y al innato

sentido del humor agregaban sus gentes el de la cortesía que muchos provincianos calificaban y aún

califican de insincera.

El concepto es injusto. Los bogotanos permutan cumplidos e intercambian lisonjas

mecánicamente, sin una partícula de interés ni un átomo de cálculo. En las decenas de preguntas

con que saludan al amigo, enderezadas a conocer su situación física, anímica y pecuniaria y la de

sus ascendientes, descendientes, colaterales y afínes y en las múltiples recomendaciones que le

formulan para que los coloque a los piés de su esposa, abrace a su madre y acaricie a sus hijos, no

hay sombra de adulación ni hipocresía. Simplemente son así. Exuberantemente cordiales. Tienen la

obsesión de la cortesía. La idea fija de la amabilidad.

La gracia y las buenas maneras, la afición de chicos y grandes por las novelas de Víctor

Hugo, Balzac y Flauberi, los versos de Silva, Flórez y Juan de Dios Peza, los dramas de Echagaray

y Benavente, la ópera italiana y la zarzuela española, envolvían a la pequeña urbe en un halo de

espiritualidad y compensaban su fealdad y su pobreza.

Cuando Julián cumplió veintidós afíos era un mozo arrogante, en el que la varonil hermosura

del rostro emulaba con la armoniosa elegancia del cuerpo. Cabeza bien proporcionada; pelo negro,

muy abundante y ligeramente ensortijado, que a los enemigos de su padre les recordaba el de

Cerbeleón Mosquera, un cochero de color, oriundo de Puerto Tejada quien por muchos años había

conducido el “landeau” de la familia; frente amplísi-

ma; ojos grandes y expresivos, de un extraño color gris; nariz recta y fina de aletas entreabiertas con

aire apasionado; labios sensuales; dientes simétricos, fuertes y muy blancos. La reciedumbre de los

músculos, la anchura del tórax y ia agilidad de los movimientos denunciaban al deportista.

Desplegaba una actividad impresionante. Jugaba polo, tenis y golf. Baccarat en “El Globo”,

poker en “La Bolita” y billar en el Sun Club. Tomaba brandy con Pepe Ríomalo y Ulpiano de

Montijo en el café “Windsor” cerveza con Aldanita y otros prestidigitadores electorales de los

barrios en “El Castillo”; té con Lolita Chiriboga, hija del Ministro del Ecuador, en el “Ritz”; peto

con Rosalba Argüello, linda modista del Barrio Belén, en “La Irlanda”; masato con Elvirita Cuervo,

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profesora del colegio de las señoritas Casas, dondef la Chata Dorotea; y chicha con los peones de

“El Eucalipto” en Serrezuela.

Almorzaba con otros señoritos en el Loocky Club o con diplomáticos y políticos amigos de su

padre en el Palacio Arzayús; cenaba con banqueros en “La Rosa Blanca” o con Carmen Belmonte,

una cantante española de la compañía de Paco Aguilar en la“Maison Doré”; y comía morcillas con

los empleados de la “Cervecería Baviera” y de la “Compañía Interamericana de Tabaco”, los jueves,

en Las Cruces.

Este comer y beber de todo, con todos y en todas partes; ese departir con las gentes de su

clase, de la media y de la baja, sin discriminaciones ni cálculos, no eran actitudes postizas. Ni trucos

demagógicos sugeridos por Clímaco Arzayús o Aldanita. Eran reacciones espontáneas e

incontenibles de su personalidad.

Entre el padre y el hijo había diferencias sustanciales. Climaco Arzayús era un perverso,

aguijoneado por el orgullo y la ambición, un farsante innato, un impostor temperamental, capaz de

cometer todos los crímenes para satisfacer su ansia de dinero y su avidez de poder. Julián era

honrado y sincero hasta donde puede serio un hombre colocado en sus circunstancias. Le re-

pugnaban el delito y la inmoralidad. Su intervención en la comedia estaba justificada por razones de

fuerza mayor. Su situación era la misma de esos niños que nacen en el camerino de una artista y que

desde ese mismo instante, sin su voluntad y talvez contra ella, quedan incoiporados para siempre a

la farándula.

Había entre ellos, sin embargo, un vínculo indisoluble de afinidad: su sentido hedonista de la

vida. Su sibaritismo. Arabos odiaban la lucha y el esfuerzo y amaban la comodidad, la buena mesa,

el amor fácil.

Se habían distribuido los siete pecados capitales. El padre se había reservado la ira y la

soberbia, ia codicia y la envidia. El hijo la lujuria y la gula. Y ambos practicaban la pereza con

voluptuosidad.

Para un hombre apasionado y sensual como Julián, dominado por un frenético deseo de vivir,

renunciar a la farsa, desenmascarar a su ladre, quitarse su propio antifaz, equivalía al suicidio. Y a

todo estaba dispuesto menos a eso. Por tanto era necesario evitar a todo trance que cayera el telón.

La comedia debía continuar.

El desaforado dinamismo del Delfín no se aplacaba en los campos de deporte, ni se

apaciguaba en las mesas de juego, ni se calmaba en las de ios restaurantes y tabernas, pues llegaba

con su ímpetu intacto hasta los lechos de distinguidísimas damas cuyos nombres figuraban

diariamente en la página social de “El Incondicional’ o de las damiselas que tenían registrados los

suyos en los Libros de Control de la Policía Sanitaria. Y no se le escapaban las doncellas del Palacio

Arzayús quienes gracias a él habían dejado de serlo, ni las arrendatarias de “El Eucalipto” quienes

se disputaban el privilegio de sobrellevar siquiera por unos minutos la excelsa carga de su patrón.

El histórico acto se efectuaba en un maizal. Y una vez concluido la favorecida se levantaba

sacudiéndose el polvo de las enaguas y le decía a su generoso benefactor: —¡Muchísimas gracias,

patroncito! ¡Y que perdone lo mal atendido

Pero no era sólamente bohemio, glotón y lujurioso. Como buen calavera también era músico.

Tocaba —y con destreza — el tiple, la bandola y la guitarra. En el “landeau” de su padre, la

“victoria” de su tía Enriqueta Seispalacios y un coche de alquiler solía pasear con Nancy, Hortensia

y Margoth, tres damas que nunca lo habían sido ni tenían las menores intenciones de serlo, sus

amigos Pepe Ríomalo y Ulpiano de Montijo y los cuatro miembros de la “Estudiantina Garzón”.

El Delfín Álvaro Salom Becerra

36

Entre alegres canciones llegaban a “Patiasao, en el Camellón del Norte, o a Rondinela, en San

Cristóbal» o a la Cuna de Venus”, el el Paseo Bolívar, Julián se apeaba y ordenaba a la ventera:

—“Vermouth” para las señoras, brandy para los caballeros, heno para los caballos y ron para

los cocheros!

Las tres parejas bailaban hasta el amanecer y como Nancy era la querida de Julián, Hortensia

la de Pepe y Margotli la de lílpiano, no es difícil adivinar el epílogo de la reunión.

A las anteriores ocupaciones había que agregar: los banquetes políticos, las recepciones

diplomáticas, los matrimonios elegantes, los bailes de gala en casa de lasAmáiz, las Villaurrutia y

las Rocafuerte, las comidas en la mansión de los Marqueses de Toutvabien, los almuerzos en

“Piedra-blanca”, “El Tulipán” y otras haciendas sabaleras, las, carreras de caballos en el Hipódromo

de “La Magdalena”, las corridas de toros en un viejo circo de madera ubicado en el “Camellón de la

Alameda” frente al Parque del Centenario, las funciones de teatro en el Colón y las de

cinematógrafo en el “Faenza” o en el “Salón Olimpia”.

No había en la ciudad un aparato digestivo ni uno génito* urinario que trabajaran tan

intensamente ni a un ritmo más acelerado que los del Delfín. Su cerebro en cambio permanecía

ocioso. La abulia lo paralizaba cada vez que trataba de pensar. Al fin y al cabo había otros que

pensaban por él. Su tesis de grado, por ejemplo, fue obra de un condiscípulo suyo a quien el doctor

Arzayús retribuyó haciéndolo nombrar Cónsul en Manaos.

La política le importaba una higa. Su padre lo había afiliado al partido que él orientaba y

dirigía. ¿Cuál? Uno de los dos que se disputaban el Presupuesto y que ideológicamente eran y son

exactamente iguales. De tes diferencias que los hablan separado en el siglo pasado: centralismo y

federalismo, clericalismo y anticlericalismo, rígido sentido del orden y concepto idealista de la

libertad, subsistía apenas un vago recuerdo.

A la clase dirigente, sin embargo, le convenía “dividir para reinar”. Distraer al pueblo con los

clarines de “Garrapata” y los tambores de “Palonegro”. Mantener vívala llama del odio. Y mientras

que gíleifos y gibelinos se exterminaban recíprocamente retener y aumentar sus privilegios. Las

ideas políticas de Julián eran, como las de su padre, elementales. Se mostraba partidario de un

gobierno fuerte que rigiera a la nación con un mínimum de libertad y un máximum de energía y

defendiera la propiedad privada a todo trance.

Las altas posiciones del Estado debían estar reservadas para la “gente decente”

-Dios nos ampare —solía decir— de un pobre rico, de un esclavo libre y de un indio

mandando. .! A sus amigos del Loocky Club les decía:

—La plata está enterrada en los surcos, l’s peones la desentierran y ¡os caballeros la gastamos.

Para justificar su amor por los yankis afirmaba:

—Hicimos la revolución de independencia para cambiar el Virrey español por el Embajador

americano. Porque es un hecho axiomático que dependemos económicamente de los Estados

Unidos. Y al que se le come el pan se le reza el Padre Nuestro.

Y expresaba su opinión sobre la justicia así: —Dicen que la justicia es un perro que no

muerde sino a los de ruana. Pero lo grave sería que no mordiera sino a los de smocking pues

mientras que una ruana vale treinta pesos un smocking vale trescientos!

No obstante, lo sublevaba la injusticia, lo conmovía el dolor ajeno y no ocultaba su simpatía

por los humildes con quienes departía frecuentemente a pesar de las prohibiciones de su padre.

37

Un día fue testigo de un episodio sangriento que lastimó profundamente su sensibilidad. Había sido

invitado a almorzar por su amigo Rafael Elicechea, hijo de un importante industrial, cuya casa

quedaba frente al Palacio Presidencial. De pronto se oyeron unos gritos en la calle. Julián y Rafael

se tevantaron de la mesa y se asomaron al balcón. De norte a sur avanzaba una manifestación. Los

manifestantes portaban banderas tricolores y unos carteles que decían: “Los colombianos también

sabemos coser!” “Los sastres nacionales podemos y queremos hacer los uniformes de nuestros

hermanos!”

El gobierno habla resuelto renovar los uniformes militares y contratado para el efecto los servicios

de unos famosos sastres ingleses. Los sastres criollos se llenaron de indignación y decidieron

organizar una manifestación para pedirle al Presidente que revocara esa determinación y les

adjudicara a ellos el contrato.

La manifestación, precedida por un coche destinado a servir de tribuna a los oradores, se

detuvo frente a las puertas del Palacio. Pasaron largos minutos y ni estas ni las ventanas se abrieron,

lin hombre alto, extremadamente flaco, de ojos hundidos y mejillas cóncavas, de cuya cabeza

colgaban unos pocos mechones grisáceos, con el hambre y el cansancio reflejados en el rostro, de

pie sobre el pescante del vehículo, dijo:

Lamentamos sinceramente que el excelentísimo señor Presidente no quiera vernos ni oírnos.

Hemos venido respetuosamente a rogarle que impida la consumación de una injusticia. Porque no es

justo que cuando muchos de nosotros carecemos de trabajo y los pocos que lo tienen no ganan el

dinero suficiente para alimentar a sus familias, el gobierno prefiera que unos sastres ingleses

confeccionen los uniformes de nuestros soldados. Si el señor Presidente se dignara oímos.

—¡Debe oímos! ¡Tiene que oímos! —gritó un manifestante y arrojó una piedra sobre las

puertas que continuaban cerradas.

Inmediatamente se abrieron. Apareció un capitán empuñando un sable desnudo. Detrás de él

veinticinco o treinta soldados armados de fusil que se enfrentaron agresivamente a la multitud. El

oficial ordenó:

—¡¡Apunten. . .!! *

El hombre que había hablado desde el coche abrió los brazos y suplicó:

—¡No nos maten! Ustedes no pueden disparar sobre sus herma. . .

¡ ¡—Fuego!! —Volvió a ordenar el oficial— La tropa disparó sobre la muchedumbre que se

replegaba en espantoso desorden. No hay motor de más alta velocidad que el pánico. Dos mil

personas huyeron en todas direcciones y desaparecieron como por arte de magia en un tiempo

inverosímilmente corto. En la calzada quedaron apenas unos cuerpos inmóviles y otros retor-

ciéndose entre charcas de sangre. Los “hermanos” uniformados comprobaron que catorce

individuos habían muerto y veinticinco presentaban heridas. El capitán descubrió entre estos

últimos

al orador. Permanecía en posición decúbito supino, con los ojos impresionantemente abiertos,

sudaba copiosamente y la respiración era anhelante. Una bala le había destrozado el estómago. Miró

fijamente al oficial y le dijo en voz muy queda:

—Gra... cias! Por... que es me.... jor mo.. rir así que de ham. . . . bre! —una violenta

contracción puso en tensión todos sus músculos y expiró.

El funcionario que practicó el levantamiento del cadáver encontró en los bolsillos del infeliz:

El Delfín Álvaro Salom Becerra

38

un metro, una tiza, un carrete de hilo, dos billetes de a peso, cuarenta centavos en monedas, un

recibo de la prendería donde habla empeñado tres días antes una máquina de coser y un carnet que

lo acreditaba como miembro del Comité Arzayucista del Barrio de Las Aguas.®(|

Julián y Rafael habían contemplado los distintos actos del drama. Hablan oído el discurso

inconcluso, el golpe de la piedra sobre las puertas del Palacio, las órdenes del oficial, la descarga,

los ayes de los heridos. Y habían visto correr la sangre a raudales, la feroz expresión de los

verdugos, la dolorosa estupefacción de los mártires, la fuga de la multitud despavorida.

A Julián lo cubrió un sudor frío, sintió náuseas, le flaquearon las piernas; tuvo que retirarse

del balcón fuertemente apoyado en el brazo de su amigo y reclinarse en un diván. Allí permaneció

largo tiempo absorto. Agitado por los más heterogéneos y confusos sentimientos. En su mar interior

se entrechocaban las olas del asombro, la cólera y el asco.

Ya bien entrada la noche llegó al Palacio Arzayús y fue en busca de su padre.

El gran hombre, envuelto en una fina bata, con la mano derecha apoyada en el mentón y

sosteniendo un cigarro egipcio en la izquierda, se encontraba arrellanado en una poltrona,

indudablemente sumido en graves y profundas cavilaciones. Esa era su pose predilecta y fue la

escogida años más tarde por el artista italiano a quien el gobierno contrató para que modelara su

estatua.

—¡Vengo horrorizado! —dijo el Delfín dejándose caer en una silla-

—Por muy poco te horrorizas... —respondió Arzayús— —Hasta el momento hay dieciséis

muertos y los heridos pasan de veinte.. —-repuso Julián—

—i~.n ja guerra que acaoa ae pasar nut>o matones de muertos. .. Y el mundo sigue

andando... —replicó Arzayús.

—Esos millones de hombres eran soldados armados hasta los dientes, que peleaban en

igualdad de condiciones.. —argüyó Julián— Pero en este caso la tropa disparé sobre una multitud

inerme. .

—No muy inerme porque estaba armada de piedras.. Varias fueron lanzadas sobre las

puertas del Palacio, según se me ha informado —respondió Arzayús, visiblemente disgustado.

—Papá: yo lo vi todo desde el balcón de la casa de Rafael Elicechea y puedo jurar que solo

uno de los manifestantes lanzó una pequeña piedra... ¡Ese fue un crimen monstruoso! —¡Deja

tanta sensiblería! —ordenó ásperamente Arza- ’ yus—. No olvides que todo lo que somos y lo que

tenemos se lo debemos al sistema que tú calificas de asesino.. ¡Estoy ya harto de saber que asumes

actitudes indignas de tu posición! ¿Cuándo vas a adquirir conciencia de que perteneces a una clase

y de que debes ser solidario con ella? ¿Hasta cuándo vas a alternar con todos los guaches y las

guarichas que te salgan al paso? ¿Y a permitir que te manoseen y te irrespeten? ¿Y a defenderlos y

compadecerte de ellos como si fueran iguales a ti? Por ese camino no llegarás a ninguna parte.

—Reconozco que siempre he sentido una gran simpatía por la gente de abajo. No lo puedo

evitar. Además si usted hubiera visto lo que yo vi hoy... —dijo Julián

—Te prohíbo hablar más de eso! —gritó Arzayús interrumpiéndolo—. ¡De una vez por todas

te ordeno que renuncies a esos sentimentalismos ridículos! ¿Qué te ifnporta a tí que hayan muerto

unos cuantos sastrecillos que ni sedal, ni política ni económicamente representan nada? Lo único

importante para ti debe ser que se prolongue indefinidamente el actual estado de cosas. Los fustjps

que dispararon contra esa gentuza son los mismos que deñenden esta casa y la “Cervecería

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Baviera” y l»*€om- pafiía Interamericana de Tabaco” y “El Eucalipto” y el hato “Horizonte” y el

dinero que tengo en los bancos para que tú te diviertas con tus novias y tus queridas y tus amigos...

¿Quiéres que todo eso se acabe? —y lo miró con el aire de triunfo del tirador que ha dado en el

blanco—

—Naturalmente que no... —respondió el Delfín—. ¡Perdóneme, papá! Realmente he sido

muy débil.

- Pues espero que no lo sigas siendo... —dijo Araayús La debilidad suele pagarse muy caro.

Luis XVI firmó su sentencia de muerte el día en que toleró que las turbas parisienses invadieran su

palacio y lo tocaran con el gorro frigio. ¡ Es necesario mantener a raya a la plebe si deseamos

conservar el poder. . .! Recuerda que todo hombre de Estado debe ser cruel como Santander,

orgulloso como Mosquera y cínico como Núfiez... Aldanita considera que esta es una magnífica

coyuntura para que tú, a nombre de la juventud, le ofrezcas al Presidente el respaldo del país en el

acto de desagravio y adhesión que se efectuará mañana . . .

“El Incondicional” informó al dia siguiente: “Apedreado el Palacio Presidencial por

agitadores comunistas. La guardia rechazó valerosamente el ataque. Varios muertos. Severa

investigación. Conocido terrorista ruso fue capturado. El país desagraviará hoy al primer

mandatario”.

Los dos partidos tradicionales representados por su Directorios, cuyos miembros

aparentemente se odiaban entre sí, sellaron la unión sagrada frente al “espectro de la insurrección

y el abismo del caos”. Y, fraternalmente abrazados, se encaminaron a visitar al Jefe del Estado .en

cuyas manos pusieron una declaración de apoyo irrestricto, en la que condenaban enérgicamente

el atentado lapidario y aplaudían el coraje de los soldados quienes habían salvado conjuntamente

la vida de aquel y la de las instituciones republicanas y democráticas.

El maestro Cesáreo Obaldía, un Justiniano a escala nacional, depositario de la ciencia

jurídica, exégeta de todas las constituciones, códigos y leyes dictados desde los tiempos de

Hammurabi y Tutmosis III, apóstol de la libertad y la justicia, latinista insigne cuyo amor por el

estudio lo llevó a decirle a su cónyuge la noche de bodas: “Noli me tangere” ya ordenarle mientras

le hacia entrega de un libro: “Tolle, lege!”, lanzó a la circulación una teoría revolucionaria en el

campo del Derecho Penal que provocó en Enrico Ferri cuando la conoció un arrebato de celos

apenas comparable con el que le costó la vida a Desdémona.

“Del mismo modo que una persona natural tiene pleno derecho para repeler cualquier

agresión contra su vida, honra y bienes —sostuvo el maestro Obaldía— el Estado puede y debe

rechazar por medio de sus agentes todo acto que atente contra las autoridades legítimamente

constituidas y el orden jurídico. Ni el oficial que impartió la orden ni los soldados que la

ejecutaron, cometieron por tanto ningún delito. El Estado ejerció, a través de sus representantes

uniformados, el derecho de legitima defensa. No fue un golpe de la fuerza contra la razón sino un

golpe de la ley contra la anarquía. Y “Dura lex, sed lex”.

La opinión sana cayó de hinojos ante el monumento jurídico. Los buenos ciudadanos,

amantes del orden y la paz, abrumados por el peso de tanta sabiduría, se postraron a los pies del -

excelso jurista y afirmaron que sus dimensiones eitfisuperiores a las del país o sea que este le

quedaba pequeño. Y hombres, mujeres y niños, desde el Atlántico hasta el Amazonas y desde el

Pacifico hasta Venezuela, repitieron que los desdichados sastres habían muerto a causa de un

“golpe de la ley”. La Iglesia consideró un deber suyo apuntalar al régimen con una pastoral que

terminaba así:

El Delfín Álvaro Salom Becerra

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“El doloroso sacrificio de algunos hermanos nuestros, quienes soliviantados por la

propaganda comunista y alzaprimados por los falsos profetas que pregonan la lucha de clases,

resolvieron rebelarse contra las cristianas instituciones que nos rigen, nos recuerda aquel pasaje del

Evangelio do San Mateo: “Y he aquí que uno de los que estaban con Jesús sacó su espada y dando

un golpe al siervo del Pontífice le cortó una oreja. Dícele entonces Jesús: Vuelve tu espada a su

lugar, que todos los que manejan espada, a espada perecerán”. Parodian- do a Cristo podemos decir

ahora: “El que a piedra ataca, a bala muere”. Elevemos nuestras preces a Dios para que perdone y

reciba en su aprisco celestial a estas ovejas descarriadas”.

El sanedrín, como sucedía siempre que un peligro amenazaba el sistema, acudió al Palacio.

Altos prelados de la iglesia, oficiales de alta graduación, funcionarios de no menos alta jerarquía,

altos representantes de la banca, la industria y el comercio y distinguidos miembros de la alta

sociedad. Lo único bajo y mezquino era el motivo de la asamblea: la muerte de unos pobres sastres!

Todos a una congratularon al Presidente, ala República, a las instituciones y se congratularon

a si mismos por haber salido ilesos de la criminal conjura dirigida por unos apátridas puestos al

servicio del comunismo internacional.

El Delfín, según lo acordado entre su padre y Aldanita, llevó la palabra. Su discurso que

interpretó el pensamiento y el sentimiento de todos los presentes, fue calificado al día siguiente por

“El Incondicional” como “una pieza de antología”.

En nombre —dijo— de una juventud que posee un profundo sentido cristiano de la vida y una

inconmovible vocación jurídica, que acata los mandamientos de la ley de Dios y los estipulados en

la Constitución del 86, vengo a deciros —señor Presidente— que la nación entera repudia la

cobarde asonada de que se os hizo víctima, primera etapa de un plan revolucionario urdido en

Moscú por los enemigos de nuestra democracia; admira y exalta la heroica conducta del oficial y los

soldados que detuvieron la espantosa marejada terrorista; yos respalda y apoya sin salvedades ni

limitaciones.

¡Yo tuve oportunidad de ver al populacho energúmeno, aguijoneado por la codicia y el odio,

blandiendo furiosamente armas blancas y de fuego..

¡Y tuve ocasión de oír las incitaciones a la barbarie hechas por un fanático en* quien

convergían la pasión incandescente de Marat y la siniestra frialdad de Robespierre, en cuyos

bolsillos fueron halladas dos bombas de alto poder explosivo, una pistola y un puñal, el que después

de pedir vuestra cabeza manifestó que sólo una noche de San Bartolomé, de la que no saliera con

vida ningún oligarca, podía salvar al país!

¡Y vi los millares de piedras, de inequívoca procedencia rusa, frenéticamente lanzadas por los

nihilistas sobre las puertas y ventanas de este Palacio.

¡Y vi a ese nuevo Aníbal, a ese Napoleón redivivo, a ese Bolívar reencarnado, impertérrito

ante la hidra de dos mil cabezas, impartir la orden de “¡Fuego!” que evitó la quiebra de la

democracia y la bancarrota de las instituciones!!

Y vi, por último, a ese grupo de soldados denodados e intrépidos ganar una segunda batalla de

Lepanto, pues, derrotando al monstruo de la revolución, salvaron nuevamente la civilización

cristiana y la cultura occidental.

Ya para terminar se acordó que no habla hecho ninguna alusión a las espadas, la sangre y las

banderas, con las que debía sazonar todos sus discursos conforme a los consejos de Aldanita y

concluyó la magistral oración así

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¡ La bandera nacional seguirá cubriendo como una coraza vuestro augusto pecho. Contra ese

tricolor escudo se mellarán impotentes los puñales de Bakunin, ávidos de sangre patricia. Y para

defenderos están igualmente las espadas de los libertadores que ahora empuñan sus legítimos

herederos: los gloriosos oficiales y soldados de nuestro ejército, con quienes la República ha

contraído una nueva e incancelable deuda de gratitud,.

La ovación que sucedió a las palabras finales fue apenas inferior a la que estremeció a Bogotá

cuando el doctor Nacianceno Terán, desde el balcón del Palacio Arzayús, anunció el nacimiento del

orador. Sólo después de diez minutos comenzaron a languidecer los vítores y a extinguirse los

aplausos. Entonces se iniciaron ios comentarios:

—¡Es un tipo simplemente genial! —exclamó el Presidente.

—¡Qué elevación! —agregó el Ministro de Gobierno.

—Y qué profundidad! —observó el de Obras Públicas.

—¡Un fondo excelente! —anotó el de Relaciones Exteriores

—¡Y una forma estupenda! —añadió el de Educación.

—¡A 1 fin, hijo de su papá! —afirmó el de Guerra.

—¡Y descendiente de un mártir! —apuntó el de Industrias.

—¡Y de un conquistador! —manifestó el de Correos.

—¡Ahí si hay madera! —dijo el de Hacienda.

- ¿Madera simplemente? ¡Mármol para un busto! ¡Bronce para una estatua —remató

patéticamente el de Agricultura.

Todo el sanedrín se sumó al coro de alabanzas y celebro con brindis de champán el triunfo del

orden jurídico y de las instituciones republicanas y democráticas.

El “nuevo Aníbal”, el “Napoleón redivivo”, el “Bolívar reencamado” fue condecorado con la

Gran Cruz de Plomo y los héroes de la segunda batalla de Lepanto ascendidos a Cabos; al maestro

Obaldía se le impuso la “Orden al Mérito Jurídico” y al Delfín la medalla de: “Servicios Eminentes

a la Patria”.

Cuando los cortesanos comenzaban a dispersarse, Rafael Elicechea se acercó a Julián quien se

encontraba rodeado de entusiastas admiradores, lo tomó de un brazo y lo condujo a un rincón del

Salón Verde.

—No he visto desfachatez igual a la tuya! —le dijo--. ¿De manera que los victimarios son

ahora héroes y las víctimas unos bandidos comunistas? ¿El patatús que te dio en mi casa fue una

comedía? ¿O la comedia es la que acabas de representar aquí?

—Ay, mi querido Rafael! —respondió Julián—. Yo nací en un teatro y en ese teatro estoy

condenado a morir. . . Te juro que hubiera querido'ser un hombre honrado. Pero mi papá se ha

empeñado en hacer de mí un político... En tu casa el ser humano sintió indignación, asco,

vergüenza; aquí acaba de hablar el histrión...!!!

Contrariando su inveterada costumbre de desayunar en sus habitaciones, Clímaco Arzayús

había ordenado que el desayuno le fuera servido en el comedor. Agitó una campana y le dijo a

Cosme, un criado joven, que acudió solicito.

—Dígale a la señora que la espero hace diez minutos y que como debo asistir a la Junta

El Delfín Álvaro Salom Becerra

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Directiva del Banco de la Nación dentro de una hora, no dispongo de mucho tiempo.

La fealdad y la antipatía-de Catalina Seispalacios habían aumentado con el tiempo. Los párpados

habían terminado por ceder a la tenaz presión de los ojos y estos se habían escapado definitivamente

de las cuencas; la nariz nada tenía que envidiar a la de Pinocho; la boca, coléricamente apretada,

cada vez más parecida a una cicatriz. Vestía un traje de terciopelo negro sobre el que refulgía un

valiosísimo broche de diamante. Entró al comedor con afectada lentitud, hizo a Arzayús una venia

protocolaria y como este estaba sentado en una de las cabeceras de la mesa, ella se sentó en la

opuesta.

—Hacía mucho tiempo que no lo veía... Lo encuentro muy viejo y muy gordo.

—¿Pues usted está más fea que nunca y tan antipática como siempre... —le respondió Arzayús

sin poderse contener—

—De manera que usted me ha citado aquí para insultarme? __rugió Catalina desconcertada

con la respuesta de Arzayús, quien jamás se habla atrevido a enfrentársele— Está muy bien! La

pelea es peleando! Yo soy fea y antipática. Pero soy una mujer honesta... Usted, en cambio, ¡es un

amoral y un depravado! ¡Capaz de vender por fanegadas el territorio nacional como si fuera una

finca suya! ¡Y de ceder a los gringos por unos cuantos dólares todo el petróleo de Santander y todo

el platino del Chocó! ¡De mandar matar a su mejor amigo para satisfacer su ambición! ¡De prostituir

a todas las colegialas del país! ¡De corromper a todos los jueces! ¡De...

—¡Paz, señora, paz...! —imploró Arzayús profundamente arrepentido de haber desatado

aquella tempestad sobre su cabeza. Usted me saludó desapaciblemente y yo le contestó en una

forma poco galante... ¡Estamos en paz! Si la ofendí, ¡perdóneme! Quiero que hablemos acerca de

Julián. Me tiene muy preocupado...

—Sé lo que me va a decir —repuso Catalina con voz todavía alterada por la ira—. Que es un

vagabundo y un irresponsable. Pero, ¿cómo puede pretender usted que el hijo no se parezca al

padre? ¡Julián es idéntico a usted!: perezoso, frívolo, sensual! ¡No se sabe cuál es más ignorante ni

cuál más vació espiritualmente! Ambos están convencidos de que vinieron al mundo

exclusivamente a gozar... ¡A comer las mejores viandas, beber los mejores vinos y dignificar a todas

las mujeres acostándose con ellas.

—No niego que nos parecemos en muchas cosas —argüyó Arzayús—. Pero en ese parecido

no me cabe ninguna culpa...

—¡Le cabe toda! —Replicó Catalina—. Usted hizo a Julián a su imagen y semejanza. -, Le

infundió su egoísmo, sus vicios, sus defectos. - - Nunca se preocupó por su formación intelectual ni

moral. Le escogió como preceptor a un picaro de siete suelas, a un proxeneta despreciable: ¡el señor

Aldanita! Llegó, en su estúpida soberbia, hasta prohibirle que leyera, con el argumento de que un

hijo suyo no necesitaba hacerlo. Julián es el producto de ese ambiente de mentira y de artificio

creado por usted para engañar a la gente..

Arzayús, que había perdido los dos primeros asaltos, no quiso exponerse a la derrota total e

izó bandera blanca.

—Reconozco que he pecado por acción y omisión —dijo humildemente—. Sin embargo, la

mayor parte de la responsabilidad es de Julián. Si él tuviera voluntad, ambición, una personalidad

recia, a pesar de mi influencia negativa, de lo que usted llama mi mal ejemplo, estaría dedicado al

estudio y la investigación. Y no a la “dolce vita”, a las mujeres y al alcohol. Hace más de un año

que se recibió de abogado y no le ha pasado por la cabeza la idea de abrir una oficina. La política no

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le interesa. Pero ni siquiera la marcha de las fábricas, la hacienda y el hato que van a ser suyos...

Nunca concurre a las Juntas Directivas de “Bavíera” ni déla “Interamericana” y cuando asiste se

queda profundamente dormido... Creo que es indispensable sacarlo de este medio. Un viaje a

Europa le convendría muchísimo.

—¡No me haga reír que tengo un labio partido! —contestó Catalina—. ¡La enfermedad es

grave pero la droga que usted propone es mortal! Si aquí, viviendo en esta casa, sometido a nuestra

vigilancia, con los ojos de toda la sociedad bogotana puestos sobre él, lleva la vida de un libertino,

¿cómo sería allá?

—Lo importante para mí en este momento es poner mar de por medio entre Julián y sus

amigos Pepe Riomalo y Ulpiano de Montijo, que son un par de sinvergüenzas! —replicó Arzayús—

. Evitar que mis enemigos se sigan solazando con el espectáculo de mi hijo borracho, abrazando a

las prostitutas en las calles... Quiero que vaya a París y que se matricule en un curso de

especialización en la Sorbona. No me hago ilusiones sobre el provecho que pueda sacar de él. En

todo caso de los viajes y los libros algo queda.

—Veo que usted tiene una determinación tomada. En otros términos: me ha llamado para

presentarme un hecho cumplido. Haga lo que quiera. Al fin y al cabo el dinero que Julián va a

malgastar en París, bien o mal habido, es de usted. Pero conste que me parece un disparate.

—Lamento, Catalina, discrepar de usted. Realmente he tomado la resolución de que mi hijo

viaje a París —respondió Arzayús muy contento de ver cómo su mujer se batía en retirada—. Le

repito que no soy optimista en relación con la utilidad intelectual que tenga ese viaje para él. Pero,

por una parte, es urgente sacarlo de Bogotá y, por otra, viajar a Europa, especializarse en Paris, son

hechos que dan prestigio, “good will”... Ya casamos —y relativamente bien— a nuestras hijas.

Ahora debemos pensar seriamente en el porvenir de Julián...

Efectivamente Victoria Eugenia y Claudia Fernanda se habían casado o, más exactamente,

habían sido casadas por sus padres ocho y seis años antes, respectivamente.

Victoria Eugenia, alta, magra y nariguda —como su madre— era ia esposa dei único hijo de

los Marqueses de Toutvabien. La nobleza dei Marqués y la opulencia de la Marquesa hablan

colocado a esta pareja en el vértice de la pirámide social. Con los Arzayús y los Peñarredonda, los

Rocafuerte y los Osuna de las Altas Torres compartían el cetro de la aristocracia bogotana. Los

banquetes más suculentos y los bailes más suntuosos eran ofrecidos en su espléndida mansión de la

Avenida de la República.

Contaban los viejos bogotanos que dias después del suicidio de José Asunción Silva habla

llegado a la ciudad un caballero francés, de gallarda apostura, porte majestuoso y maneras

impecables, que contrastaban violentamente con la humildad de su indumentaria: un sombrero

astroso, un traje negro que lanzaba destellos y unos zapatos en estado preagónico.

En el atuendo del extraño personaje se reflejaban cien años de penuria familiar, ya que los

monstruos del 89, junto con la cabeza le habían arrebatado a su abuelo todos sus castillos, palacios y

rentas. Y como este habia jurado, al pié de la guillotina, que -en señal de protesta— ninguno de sus

descendientes trabajaría jamás y ellos, a su vez, hablan respetado fielmente ese juramento, desde

entonces todo había sido hambre, desnudez y privaciones para los hijos y nietos del mártir.

Agregaban que una semana después de la llegada del caballero francés, había aparecido en el

principal periódico de la época el siguiente aviso:

‘Aristócrata europeo con titulo de Marqués, magnífica estampa, óptima educación, maneras y

El Delfín Álvaro Salom Becerra

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gustos correspondientes a su clase, experto en esgrima, equitación, baile y gastronomía, desea

contraer matrimonio con mujer joven o vieja, fea o bonita, que posea el dinero suficiente para

sostener decorosamente un hogar elegante, indispensable acompañar a la solicitud: declaración de

renta, escrituras propiedad, saldos bancarios, títulos acciones. El anunciador tiene en su poder

documentos fehacientes para probar la autenticidad de su linaje. Las interesadas pueden dirigirse a:

“Marido Ideal” —Hotel Génova— Camellón de los Cameros”

Y referían, finalmente, que Estefanía Paúl, una solterona de treinta y cinco años,

inmensamente rica como que era dueña de un ingenio azucarero en el Valle, una mina de oro en

Antíoquia, una hacienda algodonera en el Tolima, acciones en poderosas compañías extranjeras por

valor de varios millones de pesos y numerosas casas en Bogotá, quien vivía dos siglos atrás soñando

con los miriñaques y los abanicos de las cortesanas de Luis XV y suspirando por casarse con un

conde, un duque o un marqués, había mordido el anzuelo.

La millonaria se convirtió en Marquesa y el Marqués en millonario. Y el producto de esa

amalgama de oro y sangre azul fue el Marquesita de Toutvabien, quien sería con el tiempo el esposo

de Victoria Eugenia Arzayús.

El matrimonio estuvo antecedido de circunstancias tragicómicas ya que la novia no era virgen

y había sido ya madre cuando su ilustre padre la condujo al altar. Y algo peor todavía: el novio no

había sido el autor de la desfloración ni el coautor de la criatura! ¿Quién entonces? Pues nadie

menos que Toflín Urueta, mi apuesto joven barranquillero, experto en desfloraciones y técnico en la

reproducción de séres humanos, quien se jactaba de haber perforado ciento ochenta y siete himenes

y preñado a ciento treinta y cuatro mujeres durante los dos años de su permanencia en Bogotá.

Las cosas sucedieron como suceden siempre. Ella y él, lo mismo que otros ciento cincuenta

jóvenes elegantes fueron invitados a cenar en una hacienda sabanera. Excitados por el baile y enar-

decidos por el vino, salieron a los jardines. Promesas de amor eterno, caricias y besos. Se reclinaron

en el césped. “Después no supe que fué de mi...” —contaba ella como todas posteriormente—

Quince días más tarde supo, sin embargo, que estaba embarazada.

El escándalo de Catalina la Grande fue mayúsculo. Se desmayó dieciocho veces consecutivas.

Rompió todos los espejos y porcelanas del Palacio Arzayús. El hecho en sí mismo no la

preocupaba. Pero el origen y el color ligeramente moreno del seductor la sacaban de quicio. Con el

cabello revuelto, el traje en desorden y los ojos más desorbitados que nunca, se golpeaba la cabeza

contra las paredes, mordía las alfombras y las cortinas y gritaban frenéticamente:

—Y con un costeño! Con un negro! La descendiente de don Sancho el Conquistador

deshonrada por un descendiente de los esclavos africanos que levantaron las murallas de Cartagena!

Si hubiera sido con un caballero bogotano... Con uno de-los Osuna de las Altas Torres o de los

Villaurrutia o de los Rocaftierte no habría tenido importancia... Pero con un negro! Con un costeño!

Clímaco Arzayús quien era primordialmente un hombre práctico, analizó fríamente el

problema. Había que evitar a todo trance que la gente extraña a la familia lo conociera pues el

escándalo sería su ruina. En segundo lugar había que investigar las condiciones económicas,

sociales y políticas del seductor pues a lo mejor era un buen partido.

El resultado de la investigación fue adverso a Toñín. Su familia era una de las más

distinguidas de Barranquilla pero el patrimonio apenas sí llegaba a trescientos mil pesos y carecía

de influencia política. El seductor, naturalmente, fue rechazado de plano.

Por lo pronto era indispensable ocultar a Victoria Eugenia, conducirla a un sitio tranquilo

donde pudiera permanecer durante los meses de la gestación y dar a luz discretamente. Y después

45

buscarle marido. Arzayús, como siempre, le pidió consejo a Aldanita.

—Tengo la solución! Mándela a “Europa”.

—¿A Europa? —interrogó Arzayús— Para que pasee su preñez por las calles de París, de

Londres y de Roma, donde hay centenares de colombianos que la conocen?

—Usted, mi querido doctor, no me dejó terminar.

—repuso Aldanita— “Europa” se llama una casa situada en el norte, que tiene un poco de hotel,

algo de clínica de maternidad y mucho de orfanato, dirigida por unos eminentes ginecólogos y

pediatras. Allá van las más distinguidas señoritas de la sociedad precisamente cuando han. .. dejado

de serlo y esperan un hijo. Tejiendo chismes, jugando cartas, leyendo, viendo cine, fumando —

como pasajeras de un barco de lujo— pasan los meses del embarazo. Por último dan a luz y el niño

o niña son inmediatamente separados de ellas y trasladados a una sala-cuna donde se les pone a la

venta.

—¿A la venta? —preguntó sorprendidísimo Arzayús—

—Como usted lo oye... —replicó Aldanita— Frecuentemente van a la sala-cuna matrimonios

sin hijos, deseosos de

adoptar uno de buena sangre. La Casa garantiza la óptima calidad de la de todos los que vende... El

precio depende lógicamente del “pedigree”... Y la señorita regresa a la casa de sus padres como si

nada hubiera pasado.

Seis días después apareció en la página social de “El Incondicional” la siguiente nota:

“Parte mañana para Europa, con el objeto de continuar sus estudios, la señorita Victoria

Eugenia Arzayús, gentilísima dama de nuestra alta sociedad, hija del ilustre político, estadista e

industrial doctor Clímaco Arzayús y de la venerable matrona doña Catalina Seispalacios de

Arzayús”.

Cuando diez meses más tarde volvió la viajera al Palacio Arzayús, su padre y el Marqués de

Toutvabien le habían escogido al hijo de este como esposo. Los dos viejos magnates se reunieron,

como lo hacían en otro tiempo los Emperadores y los Reyes, y sin mucho esfuerzo llegaron a la

conclusión de que esa alianza familiar y económica convenía por igual a las dos casas felizmente

reinantes. Y sin consultar siquiera a los futuros cónyuges acordaron la fecha de la boda.

Un día mientras apuraban unos vasos de whisky en el “Bar Escocés”, Arzayús le preguntó al

Marqués:

—¿Y qué va a pasar la noche de bodas cuando tu hijo descubra que Victoria Eugenia no es

virgen?

—Absolutamente nada! —respondió el Marqués— Un tipo del pueblo bajo o de la clase media

armaría una tragedia griega, con efusión de sangre, varios muertos y heridos... Pero mi hijo es un

hombre civilizado. ¿Sabes que es el himen para mí? Un obstáculo puesto por la naturaleza en el

camino del hombre hacia la felicidad —y lanzó una sonora carcajada— Y sabes qué hará el

Marquesito la noche de bodas? Preguntarle a Victoria Eugenia quién le hizo el favor de remover ese

estorbo para darle las gracias. ..! —y soltó otra carcajada estruendosa— El matrimonio, aprestigiado

con la presencia de todas las autoridades civiles, militares y eclesiásticas, el Cuerpo Diplomático y

los más prominentes miembros de la sociedad, la banca y el comercio, tuvo

El Delfín Álvaro Salom Becerra

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la pompa y el boato de una boda principesca. La revista “Bogotá Elegante” publicó una larga

crónica del acontecimiento en uno de cuyos apartes podía leerse:

“Todo en la linda novia era blanco, puro,, inmaculado, virginal! El precioso traje de satín

francés con incrustaciones de encaje de Bruselas, la corona de azahares, el bouquet de lirios y

campanitas del campo, el rosario de nácar. Cuando atravesó majestuosamente el templo del brazo de

su ilustre padre tuvimos la sensación de que en el cielo habían quedado apenas 10.999 vírgenes!

Porque su impoluta blancura exterior era un reflejo de la albura sin mancilla de su alma”.

Dos semanas después el Marqués de Toutvabien fue a visitar a Climaco Arzayús. Le mostró

un periódico y le dijo:

—¿Tengo yo razón o no? Estos tipos de medio pelo son unos bárbaros, unos perfectos

salvajes. . . En cambio el Marquesita recibió muy deportivamente el hecho. . . Como yo lo había

previsto dijo que afortunadamente le habían evitado un trabajo impropio de un hombre tan delicado

como él... —y prorrumpió en una de sus habituales carcajadas.

El titular del periódico decía asi:

“A los gritos de “prostituta! ”, “ ¡prostituta! ”, un empleado oficial mata a su hija y luego se

suicida. Lo hizo al enterarse de que había sido deshonrada”.

—Qué guache tan bruto y tan de mal gusto! —comento Arzayús—

Claudia Fernanda Arzayús, la segunda de las hijas del insigne personaje, se parecía más a este

que a su madre. De baja estatura, regordeta y sanguínea. Habla heredado de Catalina la Grande el

engreimiento y la insolencia que, sumados a su antipatía persona], hacían de ella una mujer

simplemente abominable. A pesar de su posición y su dinero, que la convertían en una presa

apetitosa, a los veintinueve años no habla tenido el primer novio.

Fermín Iriarte, joven perteneciente a una familia arruinada pensó —lo mismo que el Marqués

de Toutvabien— qUe un buen matrimonio era la única solución de su problema. Y enfilé baterías

sobre Claudia Fernanda quien, indiscutiblemente, era el mejor partido de Bogotá en ese momento.

En una fiesta a donde habían sido convidados ambos, se le acercó para pedirle que bailara con

éi. Ella lo miró de pies a cabeza y le dijo despectivamente:

—Yo no bailo con desconocidos. ¿Quién es usted?

—Fermín Iriarte.

—Su nombre, que es horroroso, no me dice nada. ¿Y cómo se llama su papá?

—José Luis Iriarte —contestó Fermín tratando de disimular su enojo

—Lo conocí alguna vez y no me pareció simpático.

—repuso Claudia Fernanda con deliberado desdén

—Por favor, señorita! —alcanzó a decirle Fermín ya iracundo.

—Le prohíbo interrumpirme, caballero! —ordeno ásperamente Claudia Fernanda- — ¿Y

quien es su mamá?

—Josefina Amáiz de Marte! —respondió Fermín con voz ahogada por la indignación— Y

sepa usted que es una dama muy conocida en Bogotá.

—Demasiado conocida! —replicó irónicamente Claudia Fernanda

47

¿Como puede uno conversar con esa víbora sin aplastarle la cabeza? —le preguntaba Fermín a

un amigo luego de referirle la escena anterior— No me casaría con esa mujer aunque me diera en

oro el peso de los cerros de Monserrate y Guadalupe.

Y con palabras análogas se expresaban todos los fugaces pretendientes de la solterona después

de que hablaban con ella.

Hubo uno, sin embargo, que resistió todas sus afrentas y vejámenes. Escupitajos en el rostro y

puntapiés en el trasero. Que bebió hasta las heces el cáliz de la humillación. ¿Un masoquista? No.

Simplemente un calculador cuyo lema era el mismo de Crispín: para subir cualquier escalón es

bueno. Se llamaba Chepito de la Parra. Era un lechuguino bogotano, relamido y melifluo, con bi-

gote de galán joven y dengues feminoides. Tenía una capacidad de simulación impresionante. Venia

del moyo pero tenía la arrogancia de un príncipe. Decía ser hijo de un abogado famoso y de una

esclarecida dama pero nadie recordaba haber conocido al uno ni a la otra. Con unos cuantos

arcaísmos y vocablos estrambóticos y otros cuantos latinajos tomados del Diccionario Larousse

engatusaba a los incautos que lo consideraban un genio. Se ufanaba de haber sido el mejor alumno

del Gimnasio Contemporáneo y de la Universidad Ignaciana pero nadie recordaba haber sido con-

discípulo suyo. A su verdadero apellido que era Parra, había resuelto anteponer la preposición y el

artículo con lo que se había incorporado a una de las más aristocráticas familias de la ciudad, cuyos

miembros —no obstante— negaban enfáticamente todo parentesco con el advenedizo.

Lo movían dos motores: la ambición y la audacia. No había ruindad que no fuera capaz de

cometer ni golpe que no estuviera dispuesto a soportar en su ascensión a la cumbre. Arrastrándose,

doblando la cerviz, adulando, cultivando el mito de su erudición y su nobleza, había llegado a

ocupar un alto cargo en el Ministerio de Relaciones Exteriores. Y en ese ambiente de eufemismos

cobardes y reticencias hipócritas se movía como un pez en el agua

Aldanita era un buen observador. Como por sugerencia de Arzayús figuraba en la lista de

personajes que el Ministerio enviaba a las Legaciones para que fueran invitados por estas, concurría

a todas las recepciones diplomáticas. Y en todas se encontraba con Chepito de la Parra. Arzayús le

había confiado la misión de conseguirle marido a Claudia Fernanda. Entonces comenzó a estudiar al

flamante funcionario. A analizar lo positivo y lo negativo que había en él.

Y llegó a la conclusión de que tenía condiciones sobresalientes, que ningún otro podía reunir:

Era un magnífico actor puesto que había convencido a la gente de su aristocracia y su sapiencia; el

oficio lo había convertido en un hombre de mundo muy adecuado para actuar airosamente en los

salones del Palacio Arzayús; estaba decidido a subir así fuera por la escalera de la indignidad; a

cambio de un poco de dinero y un trozo de poder recibiría con una sonrisa los desplantes histéricos

de la solterona, sus desprecios y sus golpes; ya incluido en el clan Arzayús podía llegar a ser un

instrumento valiosísimo en la ejecución de ciertas maniobras no siempre ilícitas pero

invariablemente inmorales.

Una noche durante un cóctel en una Legación se quedó mirando fijamente a Chepito quien, en

ejercicio de sus funciones, repartía sonrisas forzadas y venias sin fuerza y dando un leve codazo a

Arzayús le dijo mientras sé lo enseñaba con un movimiento de cabeza:

—¡Ecce homo!

—¿Para qué? —preguntó Arzayús sin entender—

—Pues para esposo de Claudia Fernanda —respondió Aldanita— Es el único tipo capaz de

aguantarla, de soportar su genio endemoniado. . . Además es un joven meritorio. Dicen que

pertenece a una familia distinguida y que tiene una vasta cultura y nadie ha demostrado lo contrario.

El Delfín Álvaro Salom Becerra

48

Con su esfuerzo ha llegado a una buena posición en el Ministerio y con la ayuda de usted podrá

volar muy alto.

—A mí no me disgusta del todo —replicó Arzayús— Por otra parte mi hija ya no puede

esperar más tiempo... Y no tengo siquiera el derecho de decir que se va a quedar para vestir santos

porque no creo que haya un santo, por santo que sea, que se deje vestir de esa pantera...* Lo

autorizo para que organice un romance y veremos qué pasa.

Aldanita se dirigió a Chepito de la Parra, lo tomó del brazo y ambos se encaminaron a un

pequeño salón y se sentaron en un sofá.

—Soy portador de una noticia que va a cambiar su destino... — le dijo Aldanita con voz

sibilina— Una mujer que sin ser reina de belleza no es un monstruo, multimillonaria, hija del

hombre más poderoso del país, está interesada en usted, llene un único defecto: es dominante y

despótica y goza humillando a sus admiradores. Usted debe asumir una actitud absolutamente

pasiva, resistir en silencio, no protestar, no enfurecerse jamás, sonreír siempre... Deje que lo insulte,

que le pegue, que lo escupa, que lo orine...! El poder que a usted le gusta y el dinero que no le

disgusta van a ser el precio de su sacrificio)

La cara de estupefacción y felicidad que puso Chepito fue la misma que ponen los místicos

cada vez que se les aparece la Virgen. Estuvo a punto de caer de rodillas a los pies de Aldanita. Sin

averiguar siquiera el nombre de su futura novia (pues lo sabia muy bien) prometió hacerla su esposa

y juró que, para probar su amor, se sometería a todos los castigos morales y físicos.

Al dia siguiente fue invitado a comer al Palacio Arzayús y comenzó un idilio unilateral que

habría de prolongarse durante dos años. De nada valieron las actitudes y las palabras hostiles de

Claudia Fernanda, su agresiva indiferencia sus sarcasmos y desprecios, sus burlas y desaíres.

Chepito permaneció impertérrito. Como Zaragoza y Gerona frente a los ejércitos de Napoleón.

Mientras más lo vapulaba ella más enamorado y solícito se mostraba él.

El milagro se operó al fin. En uno de sus raros momentos lúcidos pensó Claudia Fernanda que

a los veinte años una mujer puede casarse con el hombre que quiera pero a los treinta tiene que

resignarse a hacerlo con el que pueda. Y el único con quien podía después de que todos sus

pretendientes se habían batido en retirada, el único que había sufrido impasible sus groseros

desdenes, era Chepito. Y pensó también que conformarse con el papel de tía pudiendo desempeñar

el de madre era una solemne idiotez. Recordó, finalmente que la única soltera de sus contem-

poráneas en el colegio era ella. Este argumento fue definitivo. La fortaleza, aparentemente

inexpugnable, se rindió.

A la boda, tan fastuosa como la de Victoria Eugenia con el Marquesita de Toutvabien, asistió

el sanedrín. Las joyerías y platerías de la ciudad quedaron naturalmente vacías. “El Incondicional”

calificó la fiesta como “el acontecimiento social del año”. Y los recién casados pasaron su luna de

miel en Río de Janeiro, en donde Chepito por influencia de Arzayús había sido nombrado Ministro

Consejero.

Días después mientras jugaban una partida de billar en el Sun Club, Julián le dijo a su amigo

Pepe Ríomalo:

—Con la llegada del nuevo actor: el eminente humanista doctor Chepe de la Parra, que no es

eminente, ni es humanista, ni es doctor, ni es de la Parra, ha quedado completo —ahora si— el

elenco de la Compañía de Alta Comedia “Arzayús y Seispalacios”...

Sobre la estada del Delfín en Paris existen apenas dos documentos contradictorios. Son dos

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cartas suyas. La primera, dirigida a su padre, dice así: “No me creerá usted pero no he tenido tiempo

de conocer sino unos pocos lugares de la ciudad. Los más interesantes desde el punto de vista

histórico, cultural y artístico. La Catedral de Notre Dame, donde estuve rezando por ustedes, la

Plaza de la Bastilla, el Palacio de Luxemburgo, los Inválidos, el Museo del Louvre (permanecí dos

horas extasiado ante “La victoria de Samotracia” y tres frente a la “Mona Lisa”), los Jardines de las

Tullerías, el Teatro de la Opera, el Panteón que, como usted sabe, queda muy cerca a la

Universidad, donde están enterrados Rousseau, Voltaire, Víctor Hugo y Emilio Zola, entre otros.

No he ido, en cambio, a ningún sitio de diversión. Aunque a usted le parezca inverosímil me

he vuelto un anacoreta. Las mujeres que son todas lindas y muy fáciles me dejan completamente

indiferente. Además le he tomado aversión al alcohol. Bebo, a lo sumo, una copa de vino en cada

comida. Carlos Sanclemente, nuestro Cónsul aquí y quien fue mi compañero de bohemia allá, está

aterrado del cambio. Hace algunos días me invitó a comer con unas amigas suyas y no salía de su

asombro cuando rehusé la invitación alegando que estaba indispuesto.

Una sed insaciable de saber se ha apoderado de mi. Mi vida transcurre entre la Universidad y

el hotel. Concurro puntualmente a las clases y, una vez que terminan, me encierro a estudiar en esta

habitación de la que salgo sólamente cuando necesito satisfacer necesidades ineludibles. Hay días,

sin embargo, en que se me olvida comer y dormir. Hasta ese extremo ha llegado mi obsesión por el

estudio. Un compañero de Universidad me dijo recientemente que si continuaba así me iba a enlo-

quecer como Don Quijote.

Estoy, pues, haciendo lo posible y lo imposible por corresponder a la confianza que rtU madre

y Usted han depositado en mi. Le prometo que no los defraudar^. Es necesario, si, que

frecuentemente eleven sus preces a Dios —como yo lo hago para pedirle que les conserve a ustedes

la salud— y le supliquen que, por ningún motivo, permita que se debilite mi fervor o decaiga mí

entusiasmo

La segunda carta, dirigida a Ulpiano de Montijo, dice en cambio:

“Esta es una ciudad sencillamente maravillosa! Simplemente fantástica! Claro está que no conozco

todavía los sitios qué la gente llama interesantes. Sería absurdo que perdiera el tiempo visitando

iglesias, palacios y museos en vez de aprovecharlo divirtiéndome. ¿Cómo puede un ser racional

preferir los mamarrachos que exhiben en el Louvre a las preciosas muñecas de carne y hueso que se

encuentra uno en todas partes y a todas horas?. Y cómo puede un individuo normal cambiar los

monumentos humanos que ve a cada instante por Ja columna de Vendóme o el Arco del Triunfo?

Naturalmente tengo convencido a mi papá de que no levanto los ojos de los libros, de que no

como ni duermo porque no le puedo robar un minuto al estudio, de que no miro a una mujer aunque

se me aparezca desnuda, de que cada vez que veo una botella de champaña me persigno como ~,i

hubiera visto al diablo y de que me la paso en Notre Dame rezando por él...!

Me matriculé en la Sorbona pero no he asistido sino a tres o cuatro clases. Definitivamente el

tiempo aquí no alcanza para nada. Estudio o diversión: that is the question. Esa alternativa no ha

tenido para mi, como supondrás, sino un solo término: el último. Los Delfines no necesitan estudiar

pero los jóvenes sí necesitan divertirse! Y me he divertido intensamente. No puedes imaginarte

hasta qué punto. . . No ha pasado un día sin que no me haya emborrachado ni una noche en que me

haya acostado solo. Tengo el hígado destrozado y las demás visceras, órganos y ihiembros hechos

una birria...!

Supongo que te acuerdes de Carlos Sanclemente. Está de Cónsul aquí y es mi compañero de

farra. Como lleva varios años viviendo en París conoce muchos sitios agradables y tiene conexiones

El Delfín Álvaro Salom Becerra

50

estupendas.

Fuimos naturalmente al Moulin Rouge” con dos lindas chicas. Aquella noche se presentaba la

Mistanguette. ¡Qué piernas, Ulpiano, qué piernas! No hay un superlativo para calificarlas. Junto a

ellas son dos chusques las de Nancy y un par de tubos de gres las de Margoth. Y qué extraordinaria

bailarina! Mis alaridos de júbilos eran tales que un maitre se me acercó para pedirme compostura. Y

un caballero inglés, de monóculo, muy circunspecto y ceremonioso, quien estaba sentado en una

mesa contigua me miró insistentemente y después meneó tristemente la cabeza como queriendo

decir: Pobrecito! Está loco!” No sé cuantas botellas de champaña bebimos. Si mi papá supiera lo

que pagué me haría declarar en interdicción judicial. Las chicas y nosotros estuvimos felices y la

fiesta terminó horizontalmente.

A la noche siguiente fuimos con dos chicas distintas, una rubia despampanante y una morena

espectacular, a la “Rate Morte” donde se presentaba Maurice Chevalier quien es el cantante y

bailarín de moda y el tipo más simpático y gracioso que puedas tú concebir. Champaña en

cantidades amazónicas, una cuenta más alta que la Torre Eiffel y alegre fin de fiesta en la cama.

No me había levantado aún cuando llegó Carlos para decirme que como esa noche actuaría

Josefina Bakeren el “Casino” iríamos a verla en compañía de dos nuevas amigas suyas (su surtido

es inagotable): una baronesa rusa quien tuvo que abandonar su país en 1918 y una cubana

divorciada de un magnate azucarero. Dos jamonas espléndidas. La baronesa un poco fría y

protocolaria pero elegantísima. La cubana con un cuerpo escultural y una simpatía avasalladora.

Ambas son modelos.

Renuncio a describirte a Josefina Baker como mujer y corno baiilarina Aquí está haciendo

furor el “charleston” y ella lo baila como no lo ha bailado ni lo podrá bailar otro ser humano. Es un

espectáculo maravilloso. Mi entusiasmo llegó al frenesí cuando me tiró un beso. Nuestras amigas,

Carlos y ya comimos, bebimos y bailamos desaforadamente. Y para cerrar con broche de oro nos

¿limos a acostar. Carlos con la rusa y yo con la cubana. Fue una jomada deliciosa. Naturalmente me

costó un Potosí.

Para referir todas mis aventuras aquí tendría que escribir una enciclopedia. Y no quiero

cansarte. Pero no resisto la tentación de contarte una muy original y divertida: Suzanne es una linda

florista del Boulevar Saint Germain; una bonita cara, un cuerpo hermosísimo y para el amor... ni

hablar! Definitivamente estas francesas nacieron para amar y ser amadas. Son unas artistas

incomparables no solo en la pelea de fondo sino en las preliminares. .. La conquista fue muy fácil y

actualmente es una de mis nueve amantes. Hace cuatro noches fui con ella al “Lido”. Regresamos a

su apartamento pasados de copas. Y sabes qué idea se me vino a la cabeza? Pues la de que ella y yo

nos bañáramos en champaña. Le ordené al portero que me comprara cuatro cajas, destapara las

cuarenta y ocho botellas y las vaciara en la tina. Suzanne y yo, completamente desnudos, nos

sumergimos hasta el cuello. Yo roe sentía un Petronio. Aquello era la quintaesencia del

refinamiento, el non plus ultra del sibaritismo.

Le propuse a Suzanne que hundiéramos la cabeza en la espuma para que la ablución fuera

completa. De pronto un ardor insoportable nos obligó a abandonar precipitadamente la tina. El

alcohol se nos habia metido en los ojos, en los oídos, en la nariz, en la garganta, en el ano, en el

recto, en los óiganos genitales. Dábamos saltos, nos revolcábamos en el suelo, Suzanne me soplaba

a mi y yo a ella, nos abanicábamos con sendos periódicos, nos echábamos agua fría. .. Pero todo era

inútil. El ardor, lejos de disminuir, aumentaba. Creí volverme loco Duramos una hora corriendo y

brincando como posesos. Al fin caímos extenuados. Y sabes cuál fue el comentario del portero?

“Estos salvajes suramericanos que se quitan las plumas para venir a Europa Sólo a ellos se les puede

51

ocurrir que la champaña sirve para hacerse baños de asiento...!!”

La anterior, sin embargo, ha sido mi única experiencia desagradable. Todas las demás,

agradabilísimas! Yo vine aquí a gozar. ¿Para qué estudia un hijo de Clímaco Arzayús? Tú muy bien

sabes que nuestro país es una monarquía con disfraz democrático. La riqueza, el poder, el éxito, el

prestigio, no se conquistan; se* heredan! Para subir, para triunfar es indispensable tener un padre

poderoso como el mío. El ya ha resuelto que yo sea un gran hombre. Yo apenas debo repetir las

palabras de María al Arcángel Gabriel: “He aquí el esclavo del señor. l lágase en mi según tu

palabra”.

Julián duró dos años en París. “El Incondicional’ anunció su regreso a Bogotá con la siguiente

nota:

“Está de nuevo entre nosotros, después de haber adelantado con aprovechamiento excepcional

un curso de especialización en la Sorbona y de haber alcanzado el primer puesto entre los alumnos

de setenta y dos países, el joven abogado Julián Arzayús, hijo del doctor Clímaco Arzayús y de

doña Catalina Seispalacios de Arzayús, uno de los más promisorios miembros de la juventud actual,

quien está destinado a continuar la brillante carrera de su egregio progenitor. Le presentamos un

atento saludo de bienvenida y hacemos votos porque los conocimientos que adquirió redunden en

beneficio de la nación

En la ausencia de Julián, Clímaco Arzayús había sido personaje central de un formidable

escándalo.

La nación había sido condenada a pagar trescientos millones de pesos a una compañía

petrolera norteamericana de la que era apoderado y, por concepto de honorarios, había recibido

sesenta. Pero además —y esto era lo más grave— los cuatro Magistrados Madores habían sido

acusados de haber proferido esa sentencia mediante el pago de quinientos mil pesos a cada uno de

ellos.

Arzayús aparecía, por una parte, defendiendo intereses contrarios a los de la República de la

cual era Senador y recibiendo como emolumentos una suma superior al Presupuesto nacional de

aquella época. Y aparecía, por otra, como autor intelectual de un delito de cohecho y como agente

de los sobornadores extranjeros ante los Magistrados venales.

El gobierno ordenó una “severa investigación” y comisionó para que la adelantara al doctor

Melitón Salguero, el más hábil, sagaz y probo de los jueces de Instrucción Criminal, capaz de

esclarecer en cuarenta y ocho horas el crimen de Berruecos que no se ha esclarecido en ciento

cincuenta años. Terror de pillos y de abogados defensores quienes lo llamaban “El Incorruptible”

por su intransigente honestidad y esperanza y garantía de los hombres de bien.

El Ministro de Justicia hizo llamar al “Incorruptible” a su Despacho, lo invitó asentarse en la

mesa de conferencias, ordenó al ujier que trajera dos tazas de café, le pidüó a la secretaria que no lo

interrumpiera por ningúa motivo y le dijo a su visitante:

—El conocimiento que tengo de su capacidad y rectitud me decidió a confiarle una

investigación delicadísima. Usted tiene plena libertad para actuar. No voy a coartar su autonomía... .

Pero considero que tengo el deber de hacerle algunas reflexiones Detener a un pobre diablo, así sea

arbitrariamente, no tiene ninguna importancia. Pero meter a La cárcel a un hombre ilustre, que ha

ocupado altísimas posiciones, a quien el país le debe eminentes servicios, propietario de dos de las

más florecientes industrias nacionales, condecorado por numerosas naciones amigas, socio de los

principales clubes sociales—así haya suficiente mérito para hacerlo—es un duro golpe a la

República, a las instituciones republicanas y democráticas, a los hombres de trabajo, a los creadores

El Delfín Álvaro Salom Becerra

52

de riqueza, a la sociedad, al prestigio internacional del país. - Y cómo vamos a darles esa

satisfacción a los enemigos del sistema democrático, a los agitadores comunistas, a los malos hijos

de la patria, quienes comparan al país con los establos de Augias y pregonan a todos los vientos que

la clase dirigente esta corrompida y que el capitalismo está naufragando en un mar de pus?

El Ministro hizo una pausa, apuré un sorbo de café, prendió un tabaco y prosiguió mientras

lanzaba una bocanada de humo:

—Por lo demás, como usted sabe, en esta investigación esta comprometida una poderosa

compañía petrolera norteamericana. Para el gobierno y el país vale mucho más la amistad de los

Estados Unidos que el triunfo de la justicia. ¿No ha visto usted en la prensa que el Ministro de

Hacienda viajé a Washington con el fin de gestionar un préstamo de quinientos millones de

dólares? ¿Cree usted, mi apreciado doctor Salguero, que los gringos nos van a prestar un solo dólar

cuando sepan que estamos persiguiendo judicialmente a sus compatriotas? En síntesis: Hay razones

de Estado que hacen aconsejable el fracaso de esa investigación. Ni nacional ni intemacionalmente

nos conviene que ella prospere. Me entiende usted? No le estoy pidiendo que prevarique... Líbreme

Dios Le pido simplemente que piense en la patria, en el irreparable daño que le puede causar

dictando un auto de detención precipitado e inconsulto contra uno de sus mejores hijos, en el me-

noscabo que puede sufrir el crédito del país en el exterior... Y, por último, le pido que piense en

usted, en su porvenir, en su carrera judicial.. . Porque no olvide que la República premia a sus

buenos servidores... Hay momentos en que un Juez debe poseer algunas de las propiedades de los

metales: elasticidad, ductibilidad, maleabilidad.

El Juez miraba desconcertado al Ministro. Cada vez entendía menos, ¿Qué relación tenían los

títulos y preeminencias del sindicado y la patria y las instituciones y los Estados Unidos y los

préstamos, con su obligación de recoger las pruebas que condujeran al descubrimiento de la verdad?

¿Qué era en definitiva, lo que el alto funcionario quería pedirle a través ‘e todos sus eufemismos y

ambigüedades? Era necesario darle una lección de moral!

—Puede usted tener la seguridad, señor Ministro, de que cumpliré estrictamente con mi deber

como lo he hecho siempre... —dijo Salguero— Si la investigación fracasa no será por mi culpa... He

sacado adelante otras más difíciles y nunca me ha temblado el pulso para firmar un auto de

detención. No le tengo miedo a los peces gordos. La ley y mi conciencia están para mí por encima

de todas las cosas del mundo... Por eso me llaman el “Incorruptible”.

—Veo que me he equivocado con usted—replicó el Ministro malhumorado y poniéndose de

pie - Le falta inteligencia para comprender ciertas cosas y patriotismo para entender otras... La

entrevista ha terminado!—y con la mano derecha le indicó la puerta

Salguero quedó atónito. Había creído, en su angelical ingenuidad, que había ganado la

partida. Ahora se daba cuenta de que la había perdido irremediablemente. Y junto con ella el cargo

de Juez.

Tan pronto como el “Incorruptible” abandonó el despacho, el Ministro oprimió el timbre para

que acudiera el Secretario.

—Ese tipo es un cretino! —Le dijo— si le dejamos la investigación es capaz de meter a la

cárcel a Arzayús, al Embajador Americano y al Nuncio Apostólico... Redacte usted un decreto

destituyéndolo y piense en un candidato para reemplazarlo. Pero, por favor, que no vaya a ser

incorruptible.

Un Robespierre de esos, administrando justicia, puede tumbar un gobierno o provocar una guerra

internacional...

53

Javier Estrada, el nuevo Juez, un antioqueño vivaz, ambicioso y locuaz, si entendió las

infracciones ministeriales. Y tanto que, cuando el Ministro empezó a dárselas con sus habituales

circunloquios, lo interrumpió para decirle:

—Demás, señor Ministro, demás.. . A buen entendedor pocas palabras bastan... Usted cree

que yo voy a meter al gobierno en la grande por una porquería de investigación? ¡Eh, Ave Maña!

Montañero si soy pero de pendejo no tengo un pelo. ¡Cuando fui Juez en Sonsón y figuraba alguna

persona importante en el sumario, yo dudaba y como la duda debe resol-verse en favor del

sindicado, la absolvía... ¿Cómo le parece pues?

Se inició la investigación. Una montaña de papel comenzó a crecer. Declaraciones,

indagatorias, careos, inspecciones oculares. Pero como el Juez era soberano en la apreciación de la

prueba, los testimonios más dignos de credibilidad se volvían sospechosos; ios indicios más

vehementes se tomaban equívocos y documentos incontrovertibles eran puestos en tela de juicio

El proceso, torpedeado desde adentro y precisamente por el encargado de perfeccionarlo, se

con virtió en un hacinamiento de vaguedades e incongruencias. Remitido al conocimiento del Juez

competente para fallarlo, este —después de una convincente conversación con el Ministro de

Justicia—sobreseyó definitivamente en favor de Clfmaco Arzayús y del Gerente y el Auditor de la

“Massachusetts Oil Company”. Los cuatro Magistrados del Tribunal, a su vez, fueron absueltos

posteriormente por sus superiores de la Corte Suprema.

Arzayús triunfó en toda la línea. Pudo presentarse ante el país como la víctima propiciatoria

de una inicua campaña cuyo principal objetivo era el descrédito de las instituciones. El Senado, la

Cámara, varias Asambleas y muchos Cabildos aprobaron proposiciones de felicitación. Doscientos

veinte socios del Loocky Club le ofrecieron un banquete de desagravio. Y ‘El Incondicional”, en un

editorial titulado: “Un imposible metafíisico” sostuvo:

“Lo dijimos en un principie y lo ratificamos ahora. El delito, en Clímaco Arzayús, es un

imposible metafísico. Contra el eximio repúblico se desató hace ya algunos meses una implacable

ofensiva, en el curso de la cual hubo de sufrir los zarpazos del odio y las dentelladas de la envidia.

Sitó detractores lo presentaron como un mercenario contratado por una empresa extranjera para

comprar un fallo judicial. Pero el insigne patricio demostró paladinamente su inocencia. Y un Juez

de insospechable pulcritud lo absolvió con el argumento irrebatible de que no habían aparecido los

cheques presuntamente girados a los Magistrados ni los recibos firmados por estos.

Ferri dijo alguna vez que ningún hombre estaba vacunado contra el delito. Clímaco Arzayús

se ha encargado desvirtuar la tesis del penalista italiano. Ei sí está vacunado contra el delito, contra

el pecado, contra el vicio. Su vida es tic compendio de virtudes, un tratado de ética, un código de

moral. Sus enemigos, que son ios de la República y las instituciones democráticas, pueden seguir

dando coces contra el aguijón de su entereza irreductible”.

Aldanita, cauteloso y desconfiado por naturaleza, consideró que aquel era un triunfo pírrico y

opinó que Arzayús debía desaparecer de la escena política, así fuera transitoriamente.

—Quiere oír un consejo y seguirlo, mi querido doctor? Retírese! Usted cree que salió muy

bien librado de este lío pero yo no las tengo-todas conmigo. La gente, en la calle, tiene la

convicción moral de que usted es responsable. Ademas los Magistrados han cometido estupideces

increíbles. El une compró una casa que no habría podido comprar ahorrando todo Su sueldo durante

veinticinco años; el otro adquirió una finca por trescientos mil pesos en Ubaté: y el otro está

pensando en viajar a Europa con su familia. El único prudente y discreto ha sido el doctor

Figueredo quien continúa sable en mano, dando mandobles a diestra y siniestra, para que le crean

El Delfín Álvaro Salom Becerra

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que está muy pobre... Por otra parte, Mr. Brown, el gerente de la “Massachusetts Oil Company” dijo

el otro día en el “Saxo American Club”, según me cuentan, que los colombianos debían estar muy

agradecidos con su compañía por haber repartidos centenares de miles de dólares entre ellos y que

se metía la justicia de este país por el.. Bueno, usted ya se imaginará por donde...

Arzayús anonadado miraba a Aldanita con los ojos muy abiertos y la boca muy cerrada.

Nunca le había hablado con tanta claridad ni tanta lógica.

—Y quiere que le diga otra cosa con toda sinceridad?

—preguntó Aldanita— La gente está cansada de usted, de oírlo nombrar, de ver todos los días en el

periódico una fotografía suya con la respectiva leyenda: “Arzayús trabaja”, ‘Arzayús descansa”,

“Arzayús bebe”, “Arzayús orina’, ‘Arzayús come”, “Arzayús defeca”... Usted ha mandado

demasiado, ha ganado demasiado dinero, ha recibido demasiados honores, ha explotado demasiado

a este pueblo... Dentro de pocos días cumplirá ochenta años. Acaba de recibir sesenta millones de

pesos. La vida le ha dado con creces todo lo que le ha pedido. ¿Qué espera para retirarse?

Arzayús no encontró un solo argumento que oponer a los irrefutables de Aldanita. Y por

duodécima vez se retiró definitivarnente de la vida pública, pues siguiendo una tradición de los

políticos nacionales en once ocasiones anteriores se había despedido para siempre de sus

admiradores y correligionarios.

Se transformó entonces en un titiritero. Manejaba desde la sombra los hilos de las marionetas.

Aparentemente no intervenía en nada, pero no había ley, ordenanza, acuerdo, decreto ni resolución

donde no tuviera ingerencia. El Presidente no nombraba Ministros, ni los Gobernadores Alcaldes, ni

los Alcaldes Secretarios sin su previo concepto favorable.

Cuando su partido se dividía o los intereses de la plutocracia exigían una coalición de los dos

bandos tradicionales o alguna grave crisis amenazaba las instituciones o la apatía de la gente

presagiaba una derrota electoral de las tuerzas gobiernistas, aparecía como el Sumo Sacerdote de la

tribu. Como el salvador de la República.

Y al conjuro mágico de su palabra el partido se unía o los bandos tradicionales se coaligaban

o se solucionaba la crisis de las instituciones o el pueblo votaba caudalosamente por las listas

oficiales y la oligarquía volvía a ganar las elecciones.

Su último acto político fue el de autorizar la inscripción de su nombre como candidato al

Senado. Pero puso una condición: la de que su hijo Julián quedara como suplente suyo.

El Deiñn, quien estaba aún en París supo por una carta de Pepe Ríotnalo que había sido

elegido Senador Suplente y que, como el principal había tomado la determinación de no ocupar su

eurul, le correspondería a él ocuparla cuando se iniciaran las sesiones ordinarias del Congreso,

—Lo que yo digo... —le comenté a Carlos Sanclemente con quien cenaba en “L’escargot

Rouge”—enseñándole la carta de Pepe— A mi todo me llueve del cielo. Para algo tengo un papa

importante... No he sido político, el pueblo no me conoce, no participé en la campaña electoral, no

moví un dedo para que me eligieran y, sin embargo, ya lo ves... Senador de Ja República! Miembro

de la más alta corporación legislativa del país, a donde se llega sólamente después de treinta años de

lucha y luego de haber hecho elkinder en el Concejo Municipal, la primaria en la Asamblea

Departamental y el bachillerato en la Cámara de Representantes...

Quince días después de su regreso a Bogotá, Julián abrió su oficina de abogado. Ningún

jurisconsulto de la ciudad había tenido hasta entonces una más elegante. Finísimos muebles fran-

ceses, tapetes persas, cortinas de damasco, centenares de obras jurídicas ricamente empastadas,

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retratos de Planiol y Ripert, con sendas dedicatorias, bustos de Enrico Ferri y Francesco Carrara y

una linda secretaria: Juliette, directamente importada —como los muebles— de París y que aunque

ignoraba totalmente la mecanografía, la taquigrafía y el castellano, no tenía nada que envidiar en la

cama a los Siete Sabios de Grecia.

Y en la puerta una placa que decía: “Julián Arzayús — Abogado de la Universidad Ignaciana,

especializado en la Sorbo- na— Asuntos civiles, penales, comerciales y administrativos”.

—El marco está precioso pero no veo el cuadro.

—le dijo Aldaníta a Julián después de recorrer el suntuoso bufete—

—No entiendo bien... —repuso Julián que había entendido perfectamente—

—Pues que la oficina está muy bonita pero le hace falta el abogado... —replicó Aldaníta-—-

Hablemos claramente, Julián: Hace cuarenta años que estoy al servicio de su padre. Algo de lo que

es él me lo debe a mi y todo lo que yo soy se lo debo a él. A usted lo conozco como si lo hubiera

parido.

Entre nosotros no puede haber secretos ni mentiras. Usted tiene el título de abogado pero no sabe

qué diferencia hay entre un juicio ejecutivo y uno ordinario ni entre un delito de concusión y uno de

incesto. Y un avión no puede volar sin piloto ni una oficina de abogado funcionar sin una persona

que sepa derecho. Yo conozco una que puede servir.

—¿Quién es? —preguntó Julián—

—Damián García— contestó Aldanita— Es un joven hui- lense tímido, demasiado modesto,

pero con un gran talento y un gran criterio jurídico. Se gradué hace dos arios pero no ha tenido el

dinero indispensable para montar una oficina. Por unos cuantos pesos se encargará de estudiar los

negocios y de redactar los alegatos y memoriales que sean necesarios. Usted se limitará a firmarlos

y a cobrar a los clientes... Además García tiene un instinto político certero que puede ser de mucha

utilidad para usted, ahora que va a entrar de lleno a la vida política...

García, quien estaba al borde de la muerte por inanición, consideró que ser asesor jurídico del

hijo de un ilustre jurisconsulto y eminente jurisperito a la vez era un honor que excedía a todos los

que él habla soñado y le pareció que la suma con que se le retribuirían sus servicios era muy

superior a la que él podía aspirar. Y alquiló su cabeza. Después alquilaría su dignidad hasta

convertirse en el Aldanita del segundo Arzayús.

La curiosa sociedad inició operaciones. Garda trabajaba quince horas diarias mientras que

Julián—en una y media— recibía poderes y honorarios y firmaba los alegatos y memoriales

redactados por aquel. Julián ganaba en promedio la cantidad, entonces exorbitante, de doce mil

pesos mensuales y García recibía un sueldo de ciento veinte.

La clientela estaba compuesta en su mayoría por amigos de Julián y gentes de su clase: socios

del Loocky Club, comerciantes acaudalados, banqueros, hacendados de la Sabana y viudas ricas.

Pero cuando acudía un cliente desconocido el bufete era escenario de una divertida comedia.

Salí# a recibirlo, elegantísima Juliette, la linda secretaria, quien le dedicaba la más adorable de

sus sonrisas y la más insinuante de sus miradas. Lo instalaba en una pequeña antesala lujosamente

decorada. Allí permanecía inedia hora, al cabo de la cual era introducido a una segunda antesala

más lujosa que la primera, donde se entretenía en admirar los muebles, los cuadros, las cortinas y

los adornos y en hojear las más recientes revistas americanas y europeas. Pasados veinte minutos

Juliette lo invitaba a penetrar a una tercera y suntuosa antesala, donde lo agasajaba con una taza de

El Delfín Álvaro Salom Becerra

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exquisito café y cigarrillos egipcios. Al fin, un cuarto de hora después, abría la puerta del despacho,

hacia una profunda reverencia y exclamaba con la solemnidad de un gran chambelán: — El doctor

Arzayús lo espera. Tenga la bondad de seguir!

En ese preciso instante Julián sostenía una conversación telefónica imaginaria con un

supuesto cliente.

—No insista usted... No puedo hacerle ninguna rebaja. Diez mil pesos, ni un centavo menos!

Le ruego que no pierda su tiempo ni me lo haga perder a mi... Usted sabe que yo soy uno de los

abogados más ocupados del país... Hoy debo terminar tres demandas de casación; mañana tengo una

audiencia

en Cali y pasado mañana una inspección ocular en Bucara- manga... Le repito que no me interesa su

asunto pero si usted se empeña en darme poder ya sabe cuál es el valor de mis honorarios...Muy

bien! Muy bien! Entonces lo espero hoy por acá... Buenas tardes!

—Mi oficina es un filtro —les decía a sus amigos— Un individuo que resiste la prueba de las

tres antesalas indudablemente tiene capacidad económica para pagar bien... De diez que van

diariamente, nueve se retiran con cualquier pretexto antes de llegar a mi despacho. Pero queda uno

dispuesto a pagarme el dinero que le pida.

Mientras que García escribía demandas y memoriales jurídica y literariamente impecables,

Julián presionaba a los Jueces y Magistrados para que los resolvieran favorable e inmediatamente.

El instrumento de trabajo del primero era la máquina de escribir y el del segundo: el teléfono.

—Ola, mi querido Juez...!! Le habla el Senador Arzayús. Por allá le mandé un memorialito.

Espero que me lo resuelva hoy mismo. ¡Ah,... me contaron que todavía no les habían pagado los

sueldos... Si necesita dinero ya sabe que yo soy su amigo y que estoy para servirle. Naturalmente...

Tengo mucho gusto...Entonces nos encontramos a la una en ei Loocky y almorzamos juntos.

Diez minutos después llamaba a Camilo Larrea, su amigo de infancia y condiscípulo en el

Gimnasio Contemporáneo y en la Universidad Ignaciana, quien era el funcionario encabado de

conceder las licencias de importación:

—Ala, viejito, como estás? Y Clemencia qué tal? Y Memé? Y Tutú? Y Fifi? Mira: necesito

hablar contigo urgentemente. Si, claro, en relación con la licencia de que te hablé hace dos días..

. Tú anotaste ej número de la solicitud. Para los interesados, que son muy buenos clientes míos, este

es un asunto de vida o muerte porque si en quince días no les llega la materia prima tendrán que

cerrar la fábrica... Son unos tipos muy ricos y muy generosos... ¿Me entiendes? ¿Por qué no me

aceptas una invitación a comer esta noche para conversar más tranquilamente sobre esto? Bueno, te

espero a las ocho en el Sun... Encantado de oírte! Mil recuerdos a Clemencia. Y caricias a Memé, a

Tutú y a Fifí...

Y para rematar las labores jurídicas del día llamaba al Secretario de Obras Públicas, también

miembro de la masonería ignaciana.

—Ilustre Secretario! ¿Cómo te va? Te he llamado para pedirte un favor especialísimo: tengo un

gran interés en que el contrato para la construcción de la carretera a Turmazaque le sea adjudicado a

mi amigo Polidoro Huertas... Ha tenido mala suerte como ingeniero pues se le han caído varios

puentes, pero es un pisco chirriadísimo, es copartidario nuestro y está muy pobre... De manera que

nada, de licitaciones ni de carajadas! Muy bien...! Así me gusta! En nombre de Polidoro

muchísimas gracias! Y de antemano me pongo a tus órdenes en el Senado... Mañana te llamaré, sin

falta, para que celebremos el acontecimiento con una botella de whisky..

57

Por consejo de Aldanita y —como lo haría Hitler pocos años después— nombró como

Ministro de Propaganda al cronista judicial de “El Incondicional” a quien le fijó una remuneración

de doscientos pesos mensuales para que destacara sus éxitos profesionales. En cumplimiento del

contrato de trabajo, el cronista informaba por lo menos una vez a la semana; “Julián Arzayús gana

valiosísimo pleito”, “Brillante actuación del doctor Arzayús en un célebre juicio”, “Intrincado

negocio judicial fallado después de treinta años gracias a ia actividad de Julián Arzayús”.

Al cabo de seis meses no había en Bogotá un jurista más respetable y prestigioso. Ni uno que

ganara más dinero. García tenía que trabajar dieciocho horas al día y Julián se había visto obligado a

aumentar a tres sus horas de labor. Tantos eran los alegatos, demandas y memoriales que debía

firmar.

La prosperidad del Delfín era absoluta. Clímaco Arzayús había repartido ya sus bienes entre

Catalina la Grande y sus tres hijos. A cada uno le había correspondido una fortuna representada en

acciones de la Cervecería “Baviera” y la “Compañía lnteramericana de Tabaco” y derechos en “El

Eucalipto” y “El Horizonte” y las propiedades urbanas. Y como los ciudadanos seguían

envenenándose con los productos de la primera empresa nombrada e intoxicándose con los de la

segunda, las utilidades eran pingües. A medida que aumentaban los casos de cirrosis hepática y

enfisema pulmonar entre los consumidores, crecían los dividendos de los accionistas.

El éxito económico, los triunfos profesionales y políticos y sus mismas victorias amorosas,

había modificado visiblemente la personalidad de Julián Arzayús. Le habían dado seguridad en sí

mismo confianza en sus propias fuerzas. El tímido se había vuelto audaz y ligeramente cínico. El

muchacho débil, refractario a la mentira y alérgico a la inmoralidad, había desaparecido para dar

paso a un hombre endurecido, de moral laxa, para quien el fin de satisfacer su ambición justificaba

los medios más indignos. No había podido sustraerse al contagio del ambiente. Ahora era un

farsante como su padre, como su madre, como su hermana Victoria Eugenia, como su cufiado

Chepe de la Parra, como el Marqués de Toutvabien como Aldanita, como todos los escribas y

fariseos del sanedrín que lo habían rodeado desde niño.

Dos semanas antes de la instalación del Congreso citó en su oficina a sus amigos Ulpiano de

Montijo y Pepe Ríomalo.

—Toda la vida nos hemos comunicado nuestros proyectos —les dijo— Tengo ahora un plan y

quiero que ustedes lo conozcan y me den su opinión sobre él. Deseo hacerme elegir Presidente del

Senado el 20 de julio...

—¿Tú estás loco? O se trata de una broma... —dijo Ulpiano— desde que yo me conozco los

Presidentes del Senado han sido siempre unos ancianos venerables, cargados de años y

merecimientos Que yo sepa nunca han elegido a un joven que asista por primera vez a la

corporación y en calidad de suplente.

—Estoy completamente de acuerdo con Ulpiano - -agregó Pepe— Me parece un error. Y no

olvides, Julián, que el que mucho abarca poco aprieta.

—Ustedes definitivamente son unos idiotas! —replicó Julián— Me arrepiento de haberlos

llamado. Y les voy a probar que ni la prostatitis, ni el reuma, ni la caspa en la bragueta son

requisitos para llegar a la Presidencia del Senado... Les apuesto cinco mil pesos a que me hago

elegir.

Al día siguiente invitó a comer en el Palacio Arzayús a dos Senadores que por su jerarquía

dentro de las colectividades a que pertenecían, decidían cualquier elección: el doctor Teodi-

El Delfín Álvaro Salom Becerra

58

celdo Pulido, boyacense fatuto, malicioso, cazurro y camandulero; y el doctor Yezid Rocha,

toiimense genuino, espontáneo, dicharachero y ateo, quienes a pesar de sus grandes diferencias se

entendían tan bien en el campo ideológico como los partidos que representaban.

Terminada la primera botella de whisky e iniciada la se- guna, Julián preguntó a sus invitados:

¿Y quién es el candidato para Presidente?

—No hemos podida ponemos de acuerdo —contestó el doctor Pulido-— Hay dos candidatos

y las fuerzas de uno y otro son exactamente iguales.

—Presento mi nombre para dirimir el empate...! —dijo Julián— Mí elección constituiría un

homenaje a la juventud y una reparación a mi padre que tantas persecuciones ha sufrido por sitó

servicios a la patria.

—Esa es la solución! —exclamó entusiasmado el doctor Rocha— Y lo más lógico y justo que

podemos hacer... Acepto incondicionalmente! Maflana mismo pondré tu candidatura a la

consideración de mis copartidarios.

—Y'yo se la propondré a los míos —dijo el doctor Pulido en tono oratorio, poniéndose de pie

y apoyando las manos en el espaldar de su silla— Me parece elementalmente equitativo desagraviar

al más recio caudillo que ha tenido el país en los últimos cincuenta años de las infamias y calumnias

de sus enemigos, que son los nuestros, los de Dios y de la patria, de la civilización cristiana y la

cultura occidental! Y si se trata de rendir un homenaje a la nueva generación, que ha comenzado a

irrumpir en la vida pública, nadie la encama y simboliza con más brillo que nuestro insigne

anfitrión, este joven meritisitno que a golpes de inteligencia y voluntad, de consagración y de

esfuerzo, se ha colocado ya en la primera fila de los jurisperitos nacionales! Por él, por su juventud

inmaculada, por la gloriosa senectud de su padre, por la salud y prosperidad de ambos y, en fin, por

el futuro Presidente del Senado quiero brindar ahora.

Y los vasos de los tres Senadores se estrellaron en el aire.

El Senador Rocha convocó a sus colegas y copartidarios a una reunión preliminar y otro tanto

hizo el Senador Pulido con los suyos. La candidatura de Julián no tuvo oposición. A los argumentos

expuestos por los Senadores del Tolima y de Boyacá para defenderla, se sumaron muchos mas.

—Es descendiente de un bizarro caballero español, don Sancho el Conquistador, quien nos

trajo la sublime cruz de Cristo y la noble lengua de Castilla! —dijo el Senador Tomás Cipriano

Arboleda, del Cauca.

—Por sus venas circula la sangre generosa con que tiñó el patíbulo ese excelso mártir de la

libertad que se llamó Francisco José Arzayús! —anotó el Senador Pacifico Rosero, de Narifto.

—No seamos pingos! Siendo el Senado la fábrica de las leyes —manifestó el Senador Andrés

Avelino Galvis, de Santander— el Gerente tiene que ser un gran abogado para que queden bien

hechas.. Y en este momento no hay un abogado mejor, ni uno que gane más pleitos, ni reciba más

dinero que Julián Arzavús... Elijámoslo y dejémonos de tochadas

Algunos argüyeron que el hecho de no haber intervenido en la política hasta entonces y el de

no haber causado ni recibido heridas eran una garantía de imparcialidad en la dirección de los

debates; otro opinaron que habiéndose presentado un empate entre los partidarios de los dos

candidatos postulados inicialmente, la única forma de resolver el problema consistía en elegir a un

tercero que no despertara resistencia en ninguno de los dos grupos y a quien nadie pudiera ponerle

tacha ni reparo; y hubo quienes conceptuaron que la riqueza del candidato y su prestancia social

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eran factores importantísimos tratándose de un cargo eminentemente representativo.

La reunión convocada por Pulido duró diez minutos y cinco la presidida por Rocha. Y en

ambas el acuerdo fue unánime alrededor del nombre de Julián Arzayús. Posteriormente se celebró

una conjunta y en ella se dispuso que todos los presentes firmaran el compromiso de votar por el

candidato escogido.

Con una mujer así ningún hombre normal puede conversar mucho tiempo. Los amantes se

saludaron apasionadamente, charlaron por espacio de cinco minutos y pasaron a lo que para ellos

era el campo de batalla del amor y para el Coronel un mueble que destinaba a descansar y dormir.

El combate fue, como siempre encarnizado. Los contendientes tomaron posiciones y se inició

la lucha cuerpo a cuerpo. Cargas de bayoneta calada. Ataques y contraataques. Avances y

retrocesos. Extenuados, al fin, quedaron sumidos en un profundo sueño.

De pronto despertaron sobresaltados. Una persona subía la escalera. Se oyeron dos gritos en la

oscuridad:

—¡Mi marido! —gimió Marilú.

—¡Mis calzoncillos! —clamé Julián El Delfín se arrojó velozmente de la cama, recogió sus

prendas y con ellas en la mano se introdujo a una diminuta habitación incrustada en la alcoba que

hacia las veces de guardarropa. Marilú cerró los ojos y fingió que dormía.

El Coronel —un hombre corpulento y vigoroso, de facciones duras, cuyos bigotes recordaban

los de Boulanger—encendió las luces y besó en la frente a Marilú.

—Te sorprenderá yerme —le dijo— Pero tuve necesidad de regresar a marchas forzadas.

Imagínate que dejé olvidadas las instrucciones del Jefe de Estado Mayor.

—Si- ...No te esperaba. Me metiste un susto terrible!

—contestó Marilú con voz temblorosa—

—Pues debió ser terrible en verdad porque estás muy pálida y te tiembla la voz —repuso el

Coronel quien se había sentado en la cama— Súbitamente algo que estaba en el suelo le llamó

la atención: era una media masculina. La recogió, la observó minuciosamente, y

mostrándosela a su esposa le dijo:

—¿esta media?

—Si... es una media—respondió Marilú aterrada—

—No cabe ninguna duda de que es una media... Pero no es rara... ■—dijo el Coronel-—

—Ni mía tampoco... —replicó Marilú más muerta que viva —¿Entonces de quién diablos es?

—preguntó el Coronel furibundo—

—¡Ah, ya me acuerdo... —contestó Marilú— Como está haciendo tanto frío en Bogotá ahora,

compré un par de medias de lana para ponérmelas sobre las de seda... La compañera debe estar por

ahí...

El Coronel, satisfecho con la explicación, se despojo de la guerrera y se encaminó al

guardarropa. Marilú petrifi— cada por el terror lo siguió con la vista. Julián advirtió que el Coronel

se acercaba a su escondite y se aferró a la puerta con todas sus fuerzas. El oficial trató de abrirla

pero cuando se dió cuenta que alguien se lo impedía desde adentro, desenfundó su revólver y le dijo

a Marilú:

El Delfín Álvaro Salom Becerra

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—Apareció el dueño de la media! Pero no le voy a dar tiempo de ponérsela Salga de ahí

miserable! Esta afrenta la voy a lavar con sangre.

—Permítame Coronel que le diga que me parece un error lo que va a hacer. La sangre no lava,

la sangre mancha! —gritó Julián sin abrir la puerta del guardarropa— Además para usted va a ser

sumamente grave matar aun Senador de la República.

—¿El caballero que está ahí metido es realmente Senador? —le preguntó el Coronel a su

mujer—

—Naturalmente... Es nadie menos que el doctor Julián Arzayús y mañana lo van a elegir

Presidente del Senado.

—contestó Marilú ya menos asustada—

-—Haberlo sabido antes! Precisamente mi ascenso a General está pendiente de la aprobación

del Senado... He podido cometer una barbaridad... —dijo el pundonoroso militar— Guardó el

revólver, se puso nuevamente la guerrera y se dirigió a Julián quien continuaba encerrado en

su escondite.

—-Discúlpeme, se lo ruego... Yo no sabia que tenía un huésped tan importante como usted.

Puede salir con toda confianza.

—Me jura usted que se le ha quitado la idea de que mi sangre es un quitamanchas? —preguntó

Julián desde adentro— —Se lo juro por mi honor de militar! —replicó el Coronel Cabrejo juntando

marcialmente los talones— Salga usted tranquila mente.

Julián ya vestido pero con los zapatos en la mano, con una media en el pie derecho y el

izquierdo desnudo, abandonó su refugio.

Los dos hombres que momentos ames podían haber sido la víctima y el victimario de una

espantosa tragedia pasional se abrazaron estrechamente.

—Muy complacido! —exclamó al Coronel—

—Y yo complacidísimo! —repuso Julián quien sinceramente lo estaba de encontrarse aún

vivo—

—Mi esposa y yo nos sentimos muy honrados con su presencia en esta casa... agregó el

Coronel—

—Y yo profundamente agradecido con su hospitalidad... ¿Qué más le puedo pedir a la vida

que una amiga de las condiciones de Marilú y un amigo noble y comprensivo como usted? —dijo

Julián—

Hay que celebrar este acontecimiento —repuso el Coronel— Unos cognacs nos caerán muy

bien. Ya estoy con ustedes. .. —y salió de la alcoba con dirección al bar—

—Qué susto tan horrible, mi amor! —le dijo Marilú a Julián tan pronto como quedaron

solos— Yo creí morirme.

Nos salvé la Virgen del Perpetuo Socorro.

—Ninguna Virgen que se respete a si misma se inmiscuye en estos problemas... Me salvé

haber dicho que era Senador! Cuidado! Vuelve tu marido.

El Coronel regresó portando una botella y dos copas.

61

—Me pareció oír que su ascenso estaba a la consideración del Senado? —le preguntó

Julián—

—Así es efectivamente —contestó el Coronel—

—Pues le prometo que mañana mismo lo haré aprobar. - —dijo Julián—

—Me va a hacer usted un inmenso servicio. Muchísimas gracias, doctor!

—No me diga doctor. Yo me llamo Julián.

—Y yo Deogracias...

—Salud Deogracias!

—Salud Julián!

—Y pensar que estuve a punto de disparar contra ti. - —comenté el Coronel—

—Ese no habría sido un disparo sino un disparate inconcebible en un hombre civilizado como

tu...—replicó Julián—

Los dos nuevos amigos acabaron reclinándose en el lecho nupcial, uno a la derecha y el otro a

la izquierda de Marilú y allí permanecieron conversando alegremente hasta que no apuraron

totalmente la botella de cognac. Serian las tres de la mañana cuando Julián decidió retirarse.

En la puerta hubo efusivas y mutuas protestas de eterna amistad y cuando Julián abordé su

automóvil le gritó el Coronel:

-—Ya sabes que esta es tu casa. Puedes venir cuando quieras...

Doce horas más tarde Julián hacia su entrada al recinto del Senado donde fue recibido con una

estruendosa ovación organizada por Aldanita. En efecto, el inquieto personaje quien como Concejal,

ejercía una vasta influencia en las dependencias municipales y había logrado que muchos de sus

amigos fueran nombrados en distintos cargos de la administración, le ordenó a un centenar de ellos

que se trasladaran a la barra del Senado

y saludaran con vítores y aplausos la llegada del joven Senador.

Julián miró a las tribunas con inocultable sorpresa. Quiénes eran esos admiradores suyos que

aplaudían y gritaban frenéticamente y que él no habla visto jamás? ¿Cuándo, dónde y cómo había

nacido ese prestigio? Uno de los paniaguados de Aldanita, entusiásticamente coreado por los demás,

gritó:

—Viva el futuro Presidente de la República doctor Julián Arzayús!

El Senador Pulido se acercó a un grupo de colegas y les dijo: —Oigan lo que piensa el

pueblo... jTeníamos o no razón Rocha y yo cuando les propusimos su candidatura? Ese tipo va a

llegar muy lejos!

El efecto de las aclamaciones fue inmediato como lo había previsto Aldanita, Algunos

Senadores para quienes Julián era demasiado joven e inexperto y otros que no le reconocían mérito

distinto al de ser hijo de su padre, se rindieron ante la evidencia de su popularidad. Y todos, sin una

sola excepción se disputaron el honor de saludarlo.

El Jefe del Estado, escoltado por una corte en la que contrastaba el negro de los sacolevas que

lucían los burócratas civiles con el blanco de los penachos y las charreteras y el dorado de las

condecoraciones que ostentaban los burócratas militares, declaró solemnemente inauguradas las

sesiones de la corporación.

El Delfín Álvaro Salom Becerra

62

Y leyó un mensaje idéntico, en la esencia y en la forma, a los leídos por sus antecesores y

sucesores durante ciento cincuenta años. Sometimiento al Vaticano, sumisión al Tio Sam, respeto

reverencial a la sacrosanta propiedad privada, ratificación del concepto de justicia social entendida

como el reparto a los pobres de las migajas caídas de la mesa de los poderosos y los inveterados

estupefacientes para adormecer al pueblo: Promesas de paz, progreso, libertad, pan, techo y

educación.

Una vez que se retiró el primer mandatario del recinto los Senadores Pulido y Rocha

presentaron la siguiente proposición :

“ El Honorable Senado de la República,

Considerando:

Que el primer punto del Orden del día es a elección de dignatarios;

Que en las untas preliminares celebradas separadamente por los miembros de uno y otro de

los partidos tradicionales fue escogido el nombre del Senador Julián Arzayús como candidato a la

Presidencia de la Corporación;

Que el doctor Arzayús es hijo de un prócer de la República y mártir de la democracia, cuyos

inestimables servicios a la nación le han sido retribuidos con la difamación y el agravio y a quien el

Senado está en mora de rendir un homenaje de justiciera reparación y fervorosa gratitud;

Que el Senador Arzayús no solo heredó los grandes talentos y virtudes de su preclaro

progenitor sino que dejó en la Universidad Ignaciana y en la Soborna huella indeleble de su paso y

actualmente es uno de los grandes maestros del derecho; y

Que en atención de sus múltiples merecimientos la postulación de su nombre fue hecha

unánimente y, por tanto, resulta inoficiosa su elección,

Resuelve:

Aclamar al Honorable Senador Julián Arzayús como su Presidente”.

Los sesenta y cuatro Senadores presentes votaron afirmativamente. Y entre las felicitaciones

de sus colegas y los furiosos aplausos de los empleados municipales reclutados por Aldanita, Julián

ascendió al cargo más alto del Órgano Legislativo del Poder.

Entonces pronunció unas breves palabras de agradecimiento, con el obligado fondo de

banderas, espadas y sangre.

Con la más honda emoción —dijo— recibo el grandioso homenaje que, en mi persona,

acabáis de tributarle a la juventud del país y también a la gloriosa ancianidad —perdonad mi in-

modestia— del más ilustre jurisperito, del más elocuente parlamentario y del más hábil creador de

riqueza que ha producido esta tierra en los últimos ochenta aflos, sobre cuya vida pulquérrima —

totalmente consagrada al servicio de sus conciudadanos— han tratado de arrojar sombras los

enemigos de la nacionalidad, siguiendo las instrucciones de una potencia extranjera que quiere

exportar al mundo entero la revolución que echó por tierra a un régimen paternal y bondadoso

dedicado durante varios siglos a hacer la felicidad de su pueblo!

Una sola promesa puedo haceros: Que en mis manos no trepidará la bandera de la patria, que

este sagrado recinto no será profanado por los jenízaros del despotismo, que el día en que un tirano

amenace la soberanía de este cuerpo, empuñaré la espada que fulguré en las manos de don Sancho

el Conquistador y derramaré hasta la última gota de mi sangre con el heroico estoicismo con que lo

hizo un día Francisco José Arzayús!

63

Posteriormente fueron aprobadas proposiciones de saludo al Papa, al Nuncio Apostólico, al

Arzobispo, a todas las comunidades religiosas, al Embajador Americano y a los gerentes de las

grandes empresas.

El Senador Vélez, de Bolívar, observó que nadie se habla acordado del pueblo y presentó una

de saludo a los trabajado- res que fue negada por su marcado cariz demagógico.

A las siete de la noche Julián levantó la sesión y se trasladó con sus colegas al Palacio

Presidencial donde el Presidente ofrecía un coctel a los parlamentarios.

El Delfín fue el personaje central de la reunión. Sobre él convergieron todas las miradas y

confluyeron todos los comentarios. El Presidente lo cumplimentó efusivamente y llevándoselo

aparte le dijo:

—¿Te convences de que la fórmula para alcanzar las más altas posiciones del país consiste en

tener un papá como el tuyo y una pequeña dosis de audacia?

Y la gloriosa jomada terminó con una alegre cena en el “Restaurante Internacional”,

organizada por Pepe Ríomalo y Ulpiano de Montijo con el pretexto de pagarle la apuesta al ga-

nador, a la que asistieron Nancy, Hortensia y Margoth y que lógicamente tuvo su desenlace debajo

de las cobijas.

Durante los tres meses de su período Julián cumplió bien y fielmente con las graves y

delicadas funciones del car- go, ya que agitaba la campana y decia: “Se declara abierta la sesión!”,

“Señor Secretario: sírvase leer el orden del día!”, “En discusión la proposición leída...”, “Va

cerrarse la discusión...”,“Queda cerrada!”, “Tiene la palabra el Honorable

Senador...”, “Se levanta la sesión!”

Bajo su presidencia la corporación realizó una intensa y fecunda labor pues fueron aprobados,

entre otros, los siguientes proyectos de ley:

Auxilio de $10.000.000 a la Universidad Ignaciana; aumento de sueldo a los miembros del

Congreso, Ministros, Magistrados de la Corte, Consejeros de Estado, Embajadores y altos oficiales

del ejército; auxilio de $5’000.000 al Santuario de Nuestra Señora de Chiquinquirá, en vista de que

los Padres Dominicanos se habían quejado de una alarmante disminución en las utilidades dejadas

por los peregrinos; aumento del 100% en el impuesto sobre la renta y erección de diecinueve

estatuas y veintisiete bustos en honor de otros tantos próceres y genios fallecidos recientemente.

Asimismo aprobó, sin discusión y unánimemente el ascenso a General del Coronel Deogracias

Cabrejo.

En cambio negó los proyectos para aumentar el sueldo a los maestros y a los empleados

subalternos del Poder Judicial y elevar la cuantía de las pensiones de jubilación a cargo del Estado,

muchos de cuyos antiguos servidores recibían una de treinta pesos mensuales.

El “Parlamento Admirable”, como lo llamó “El Incondicional, clausuró sus sesiones “rodeado

de la gratitud y el respeto de la nación entera”.

Entre tanto el país y su capital crecían a pesar de los malos congresos y los peores gobiernos.

Bogotá había dejado de ser un villorio y comenzaba a ser una ciudad. La aristocracia de las

tres Calles Reales y las tres de Florián, de los Barrios de La Catedral y La Candelaria, los

Marqueses de Toutvabien, los Villaurrutia, las Rocafiaerte y las Amáiz, los Ríomalo y los del Solar,

habían iniciado el éxodo al norte.

Clímaco Arzayús había vendido su palacio y comprado una moderna mansión en Teusaquillo

El Delfín Álvaro Salom Becerra

64

y cambiado su viejo coche por un “Cadillac”. Julián, a su vez, había adquirido un elegante

apartamento de soltero y un “Packard”.

Los almacenes de José Maria Vargas, de Carlos y Luis Castillo y el de Richard, “La Rosa

Blanca”, el “Restaurante Torres”, la “Maison Doré”, el café”Windsor”y el “Inglés”, “El Globo y

“La Bolita”, “El Castillo” y los hoteles “Franklyn” y “Ritz” habían desaparecido, pero el comercio

se había extendido a lo largo de la Avenida de la República y surgido decenas de restaurantes,

hoteles y cafés. Los coches, desplazados por los automóviles, se habían convertido en simples

vehículos de transporte de coronas fúnebres.

Pero simultáneamente con la aldea habían muerto ei ingenio y las buenas maneras de los

viejos cachacos. Bogotá ya no se parecía a Napoleón: un cuerpo diminuto con un alma inmensa.

Había empezado el proceso de crecimiento que lo transformaria en lo que es hoy: un cuerpo

inmenso con un alma diminuta.

Julián, una vez instalado en su “garconiere”, libre del freno de su padre y de la tutela de

Catalina la Grande, resolvió llenar con alcohol su vacío interior y fugarse en brazos de sus queridas,

del tedio de una vida inútil.

Su pereza invencible lo empujaba al “dolce far niente”, mientras que la sensualidad lo impelía a la

lujuria y la sed de placeres lo impulsaba a la embriaguez. Esas tres fuerzas anulaban su voluntad.

El Delfín era un ególatra. Nacido en las gradas del trono, mimado por la fortuna, adulado por

cuantos lo habían rodeado desde su nacimiento, persuadido de que a todo podía aspirar porque todo

lo merecía, de que la Divina Providencia lo había eximido del dolor y el esfuerzo, su Dios era su

propio yo.

No amaba a nadie porque se amaba demasiado a si mismo. Las mujeres eran para el meras

fuentes de placer. Y los hombres, sus más íntimos amigos: co-bebedores, entes parlantes, bufones

que halagaban su vanidad y lo divertían. Aquellas y estos lo hastiaban rápidamente y cambiaba de

unas y de otros con la misma frecuencia con que lo hacía de camisas y corbatas.

Como si la colosal faena de haber firmado centenares de alegatos y memoriales y recibido

centenares de mifes de pesos y la ímproba de haber presidido durante tres meses las sesiones del

Senado, lo hubieran dejado totalmente exhausto y necesitara un descanso reparador, entró en una

especie de letargo.

Reclinado en un sofá y en la única compañía de una botella de whisky y un paquete de

cigarrillos ‘Chesterfield” pasaba los días enteros. O se hastiaba de la soledad y organizaba ruidosas

fiestas en las que participaban Juliette, Nancy, Marilú, la linda viuda de González, Matilde la

manicura y sus habituales compañeros de jarana: Pepe Rjoinalo, Diego del Solar, Ulpiano de

Montijo y Carlos Sanclemente quien habla regresado de París.

Apenas esporádicamente visitaba su oficina y muy de tarde en tarde concurría al Senado,

generalmente ebrio, y decía unas cuantas tonterías salpicadas —como siempre— de sangre y ador-

nadas con las consabidas espadas y banderas, Damián García le llevaba todos los días alegatos y

memoriales o exposiciones de motivos e informes que firmaba sin leer.

Esa situación se prolongó por varios meses. Un día se encontró en la calle con su cuñado el

Marqués de Toutvabien. Este tuvo la impresión de que Julián había envejecido veinte años. Tenía el

rostro intensamente pálido, la piel y los labios marchitos, los ojos enrojecidos y circundados de

arrugas y lo acometían frecuentes y violentos accesos de tos. El Marqués se encaminó

inmediatamente a la casa de sus suegros.

65

Aunque Julián se había abstenido de visitar a sus padres en los últimos tiempos, estos tenían

ya noticias de su vida disoluta. La información del Marqués no los sorprendió pero los alarmó.

Clímaco Arzayús optó por convocar a su mujer, a sus yernos, a Aldanita y a Damián García a una

reunión urgente.

—Los he citado aquí para exponerles un problema muy grave y pedir que me ayuden a

resolverlo... —les dijo cuando estuvieron todos reunidos alrededor de la mesa situada en el centro

de la biblioteca— Tengo informes de que Julián está entregado a los vicios y de que ha convertido

su apartamento en una taberna y un prostíbulo... Naturalmente está física y moralmente deshecho.

.. Al menos físicamente es un escombro... —manifestó el Marquesito— y revela veinte años

más de los que tiene.

—Y como usted muy bien sabe, mi querido suegro, el proceso de descomposición moral y el

de relajación física son paralelos en estos casos... —observó el diplomático y humanista Chepe de la

Parra, quien se encontraba de vacaciones en Bogotá pues había sido nombrado Ministro

Plenipotenciario en Austria— Como decían los antiguos: “Mens sana in corpore sano”. —Página

1.098 del “Diccionario Larousse”...! —exclamó

Aldanita con soma

—Yo no quiero divagaciones ni latinajos sino una solución! —replicó Arzayús—

—Yo no veo ninguna—dijo Catalina Seispalacios levantándose de la mesa— Vine a esta

reunión porque no sabia de qué se trataba. Para mí el caso de Julián es un caso perdido. Y el

responsable es usted! añadió señalando a su marido con el índice de la mano derecha—

—¿Yo? — preguntó Arzayús sabiendo sobradamente que era él—

—Sí señor, usted! —repuso Catalina cruzando los brazos sobre el pecho y mirándolo con aire

de desafío— Usted le inculcó todo lo malo que tiene y yo que lo conozco hace cuarenta y cinco

años puedo afirmar que usted no tiene nada bueno.

Lo enseñó a ser holgazán y vanidoso! Le prohibió instruirse! Lo convenció de que era el rey de la

creación y de que todo le llovería del cielo! Y no contento aún lo mandó a París para que aprendiera

toda clase de vicios y perversiones! Y ahora nos llama para decimos que está insatisfecho con su

obra. .

Esta reunión carece de objeto y, por lo tanto, me retiro...

—hizo una ligera venia y se marchó.

Aldanita rompió el embarazoso silencio que siguió al retiro de Catalina la Grande:

—A mi modo de ver el problema es de oficio, es decir de falta de oficio. Y la solución

consiste en inventarle uno.

—dijo pausadamente— El no tiene nada que hacer ni como abogado ni como Senador ya que

Damián se lo hace todo.

¿O me equivoco? —preguntó dirigiéndose a este

—Pues... él... si trabaja... —respondió Damián visiblemente ofuscado— No ve que tiene que

firmar los memoriales, los alegatos, las exposiciones y los informes que debe llevar ai Senado?

—Sí, pero ese trabajo agobiador lo ejecuta en una hora. —replicó irónicamente Aldanita— Y

le sobran veintitrés en el día para beber con sus amigotes y acostarse con sus amiguitas..

El Delfín Álvaro Salom Becerra

66

—¿Qué tal un cargo administrativo importante? —preguntó Climaco Arzayús— Sé de buena

fuente que el Gobernador del Departamento va a renunciar pues aspira a ser elegido Representante y

no quiere inhabilitarse.

—Ese es el cargo ideal para un individuo que no sepa hacer nada! —repuso Aldanita— Julián

podría desempeñarlo con extraordinaria competencia! Saben ustedes cuáles son las funciones del

Gobernador en una semana determinada? Visitar durante cinco días a un Municipio, recibir regalos,

viandas y licores, prometer a los vecinos ríos de leche y de miel, colocar la primera piedra de obras

irrealizables y descansar los dos días restantes.

—Aunque yo estoy retirado definitivamente de la política, como bien lo saben ustedes —dijo

Arzayús y no quiero que nadie pueda poner en entredicho la seriedad de esta determinación

irrevocable, voy a hablar con el Rector de la Universidad lgnaciana a fin de que él presione al

Presidente.

—Yo ofrezco la intervención de la ACDO (Asociación Colombiana de Oligarcas) y la

FEDBTYL (Federación de Terratenientes y Latifundistas), de las que soy miembro —dijo el

Marquesito de Toutvabien— en favor de la candidatura de Julián... Son, como a ustedes les consta,

dos organizaciones poderosas. I,a primera aportó diez millones de pesos y la segunda ocho para la

última campaña electoral... En consecuencia ambas tienen muchas acciones en la elección del actual

mandatario. . , Hasta el momento les ha concedido todo lo que le han solicitado. .

—Usted sabe, mi querido suegro agregó Chepe de la Parra— que en la reciente Asamblea

General del Loocky elegido miembro de la Junta Directiva. Y el Club pesa mucho en la vida

política y económica del país... Una sugerencia de la Junta es una orden para el alto gobierno.

—Pues manos a la obra, muchachos! —dijo Arzayús— Un grupo de presión constituido por la

Universidad Ignaciana, la ACDO, la FEDETYL y el Loocky Club equivale a veinte divisiones del

ejército alemán!

—Porque si usted lo cree necesario —manifestó Aldanita— yo movilizo los Comités de

Barrio y los Sindicatos Municipales.

—No es indispensable —respondió Arzayús— Hagamos la intriga por lo alto. Al pueblo solo

debe recurrirse en casos extremos... Pasando a otra cosa —añadió dirigiéndose a Damián García—

quise que usted asistiera a esta reunión para que nos diera algunos informes en relación con mi hijo.

Como hace tanto tiempo que no lo veo y usted lo ve diariamente.

Es cierto, por ejemplo, que está gastando cuantiosas sumas en juergas y francachelas?

Damián García habría visto con muy buenos ojos que un abismo se hubiera abierto a sus pies

para arrojarse de cabeza en él. La palidez de su rostro, que era la de las gentes oriundas de las tierras

cálidas, se trocó en una capa de rojo coral. Aquella pregunta era una invitación a la infidencia, a la

deslealtad, a la traición. Tarde o temprano Julián se enteraría de su conducta infiel y lo echaría

como a un perro. Temblaba de pies a cabeza. Al fin, tartamudeando y con una ingenuidad de la más

pura cepa huilénse, contestó:

---Relativamente. .. a mi es poco lo que me consta.

Claro que él si hace sus fiestecitas... pero no todos los días. A lo sumo dos o tres veces por semana...

Además al apartamento del doctor. . . va muy buena gente.. Señoritas muy respetables. . y muy

distinguidos... Todos se desnudan. . . pero yo creo que lo hacen para no sentir tanto calor... En

cuanto al dinero... pues el mes pasado gastó $4’7.000 que no me parece demasiado... Para eso

trabaja! Mejor dicho: para eso trabajamos ambos.

67

—¿Han oído ustedes? —preguntó Arzayús dirigiéndose a sus yernos y a Aldanita— Cuarenta

y siete mil pesos en un mes! Un promedio de mil quinientos pesos diarios! Y yo trabajando como

un negro toda la vida para levantar una modesta fortuna... ! A ese tipo hay que declararlo en

interdicción judicial!

Dos días después todas las fuerzas de la plutocracia abrieron fuego sobre el Presidente. El

Padre Uscoiguitia, Rector de la Universidad Ignaciana, le escribió diciéndole!

‘Julián Arzayús no solamente fue alumno —como usted y nueve de sus doce Ministros— de

esta ilustre Universidad, o sea que pertenece a la “cofradía ignaciana” y por tanto tiene pleno

derecho a escalar las más altas posiciones del Estado, sino que además es un insigne jurista, un

diestro parlamentarioy un elocuente orador. Nadie más indicado que él para desempeñar la

Gobernación del Departamento

El Presidente de la ACDO (Asociación Colombiana de Oligarcas) suscribió el siguiente

mensaje:

“La empresa privada reclama la presencia de un hombre de trabajo al frente de los destinos del

Departamento. La “Cervepería Baviera” y la “Compañía Interamericana de Tabaco’" son dos

aportes de los Arzayús al progreso de la economía nacional. Por esos espléndidos frutos los conoce

el país. En ningunas manos quedarán también los intereses públicos que en las de quienes han

manejado los privados con tanta habilidad y pericia”

Y el Gerente de la FEDETYL (Federación de Terratenientes y Latifundistas) se dirigió al

mandatario en estos términos:

“Los miembros de la Federación que contribuimos con ocho millones de pesos a la campaña

que lo llevó a usted al poder, veríamos complacidos que el gobierno del departamento le fuera

confiado al doctor Julián Arzayús, uno de los grandes creadores de la riqueza nacional, brillante

jurisconsulto y parlamentario, quien ha alumbrado ya con sus luces el foro y el Senado de la

República. Un hombre como él, en el comando de la nave departamental, representa la más absoluta

garantía para la propiedad privada, los intereses espirituales de la Iglesia, el orden jurídico y las

instituciones republicanas y

democráticas y una valla infranqueable al comunismo materialista y ateo”.

- Finalmente, ia Junta Directiva del Loocky Club, a petición de Chepito de la Parra, aprobó una

proposición que terminaba así:

“Solicitar respetuosamente, en nombre de la sociedad bogotana de la que él es miembro

prominente, el nombramiento de Julián Arzayús, caballero de la más preclara estirpe, en quien se

prolongan el señorío y la gentileza de sus ilustres antepasados, hijo de nuestro Presidente Honorario

doctor Clímaco Arzayús y cuñado de nuestros prestantísimos socios el Marqués de Toutvabien y el

doctor Chepe de la Parra.

Consideramos que siendo Bogotá la capital del Departamento, el Gobernador de este no puede

ser un oscuro provinciano, que no tenga maneras, carezca de frac y de sinocking y no sepa

comportarse en la mesa. Debe, tiene que ser un caballero de irreprochable distinción, vinculado a las

viejas familias santafereñas, capaz de representar decorosamente esta importante Sección del país y

a la ciudad capital ante propios y extraños. Y nadie satisface más ni mejor estos requisitos que el

doctor Julián Arzayús”.

La cuádruple ofensiva tuvo pleno éxito. El Presidente, que no podía quebrantar el juramento

ignaciano de ayuda mutua y asistencia reciproca ni negarle nada a su antiguo maestro, ni desoír la

El Delfín Álvaro Salom Becerra

68

solicitud de las dos entidades que más generosamente habían contribuido a financiar su campaña

presidencial, ni desatender la petición del Club que más influencia ejercía en la vida de la nación,

firmó el decreto de nombramiento de Julián antes de que el titular del cargo presentara renuncia.

El Delfín recibió sin sorpresa la noticia. Con la naturalidad del niño mimado a quien cada

semana le regalan un juguete. Desde el día en que descubrió que, sin saber derecho podía litigar con

más éxito que los mejores abogados de la ciudad y desde aquel en que se hizo elegir sin ninguna

dificultad Presidente del Senado, todo le parecía fácil. La Gobernación del Departamento era otra

dádiva que Dios, quien lo miraba con inocultable simpatía, le enviaba para premiar sus virtudes.

La ciudadanía se enteré del nombramiento con la apática resignación con que se ha enterado,

durante siglo y medio, de los relevos administrativos.

—Un oligarca más! —comentó Martín Ulloa, viejo empleado de la Gobernación— Es el

heredero del trono Arzayús! El papá a pesar de ser el hombre más rico del país, no ha soltado la teta

del presupuesto desde que nació y el hijo va por el mismo camino.. . Me dicen que no sabe dónde

está parado.. . Pero eso qué importa? Para algo es uno de los dueños de la hacienda.. . Naturalmente

todo seguirá igual o peor!

En cambio “El Incondicional” saludó la designación de Julián con un editorial titulado: “Un

feliz acierto”, en el que se te encomiaba ditirámbicamente, se recordaba que el departamento jamás

había tenido un Gobernador de esa talla y se auguraba que en el futuro no lo tendría de una igual.

Por su parte los miembros del grupo de presión se dispusieron a festejar la victoria de su

candidato.

El Loocky Club le ofreció un banquete al que asistieron trescientas personas; el Rector, los

antiguos alumnos y los profesores de la Universidad Ignaciana una elegante comida; la ACDO un

almuerzo en e! Sun Club y la FEDETYL otro en el Club de “Los Saurios”.

El nuevo Gobernador se vió obligado a. suspender, durante quince días, las orgías en su

apartamento para dedicar-se a comer y beber por cuenta de todas las personas naturales y jurídicas

que resolvieron agasajarlo. Su hígado, muy maltrecho por el ajetreo de los meses anteriores, resistió

el furioso bombardeo de comidas y bebidas, a la manera del boxeador que ya sin alientos para sufrir

más golpes se retira, con el rostro cubierto, a una esquina del ring.

Por ios mismos días Damián García estuvo atareadísimo escribiendo los discursos que debía

pronunciar y los mensajes de agradecimiento que debía firmar su patrón, que eran centenares puesto

que todos los iúturos subalternos del Delfín, en ejercicio del derecho de legítima defensa de sus

cargos, optaron por felicitarlo mediante telegramas y cartas para dejar constancia de su actitud.

Y llegó, por fin, el día señalado para la posesión, obviamente organizada por Aldanita con la

colaboración de Damián., quien estaba haciendo un curso intensivo de teniente político, proxeneta y

espia, pues aquel había anunciado su intención de retirarse definitivamente de la vida pública lo

mismo que su amo.

Todos los empleados departamentales recibieron la orden de congregarse en las tribunas de la

Asamblea y la con signa de gritar incesante y desaforadamente: “Viva el doctor Julián Arzayús!”,

“Viva nuestro ilustre Gobernador”, “Viva el mejor Gobernador que ha tenido el Departamento!”,

“Viva Julián Arzayús, futuro Presidente!”

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“El empleado que no asista será destituido y el que asista y no grite será sancionado con

noventa días de suspensión", decía la nota que fue puesta en las manos de cada uno de los fun-

cionarios.

La fábrica de Licores del Departamento repartió cien botellas de aguardiente y cincuenta de

ron para levantar el ánimo y avivar el fervor de los burócratas.

A las cinco de la tarde una multitud formada por los ochocientos empleados residentes en la

ciudad y los Alcaldes, Inspectores de Policía y Colectores de Rentas de los 114 Municipios del

Departamento, ya bajo la euforia del segundo grado de embriaguez, bufába de impaciencia. El gran

acontecimiento era inminente.

Entre los Diputados, gentes modestas procedentes de tojos los rincones de la provincia:

gamonales de pueblo, caudillos i escala parroquial, abogados en agraz, antiguos matarifes, peones

del ajedrez político manejadas por los jefes de la ciudad, la impaciencia no eran menor. Hombres

toscos y rudos, iban a conocer al Delfín, al príncipe de la sangre, al heredero de la inmensa fortuna

económica y política de Clímaco Arzayús, al mejor estudiante del Gimnasio Contemporáneo, la

Universidad gnaciana y la Sorbona, al mejor abogado del país, al genio que labia iniciado su carrera

política en el cargo donde todos la terminan, al galán más apuesto y al caballero más gallardo de la

sociedad bogotana. Y como si iodo lo anterior fuera poco: al futuro Presidente de la República!

A las cinco y treinta minutos, rodeado por sus padres, sus hermanas y sus cuñados y la

comisión de Diputados que lo había citado para avisarle que la Asamblea lo esperaba y a los

acordes del Himno Departamental, hizo su entrada al recinto.

Una ovación superior a la que estallaba en las Plazas de Toros cuando aparecía Manolete

reventó en las tribunas. En acatamiento de las órdenes recibidas ninguna boca quedó cerrada ni

ninguna mano inmóvil. La multitud, más que gritar aullaba rabiosamente, aguijoneada por el

instinto de conservación. Todos sabían que ei silencio significaba ia muerte burocrática.

El Delfín estaba radiante. Sobre su impecable traje de etiqueta cortado por el mejor sastre de

Londres, refulgían el oro, la plata y los diamantes de seis de las doscientas diecinueve condeco-

raciones otorgadas a su padre por diversas naciones de Europa y América. La cabeza erguida, la tez

blanquísima que contrastaba con la negrura del cabello en el que apuntaban las primeras canas, los

herniosos ojos grises que irradiaban nobleza, la esbeltez del cuerpo, la marcialidad del porte, todo

en él denotaba al gran señor.

Catalina la Grande, Victoria Eugenia y Claudia Fernanda, envueltas en pieles de mink y

luciendo valiosísimas joyas, parecían tres Grandes Duquesas de Rusia y Climaco Arzayús, el

Marquesito de Touvabien y Chepe de la Parra tres altos dignatarios de la corte de Francisco José.

.Los Diputados quedaron deslumbrados. Nunca habían visto un lujo y una pompa iguales.

Aquello parecía una escena de la “belle epoque” en el Palacio de Buckingham o en el de Invierno de

los Zares o en el de Oriente. Y el ciudadano que los iba a gobernar se asemejaba a un rey.

—Demasiado gobernador para un Departamento que apenas tiene 23.960 kilómetros

cuadrados de superficie...! —exclamó el Diputado por Chichaitá...

—Qué figurón! Así debe ser el Príncipe de Gales! —dijo el Diputado por Tusaqué— Y el

indio Táutiva estaba convencido de que lo iban a nombrar a él...

No había faltado más! —replicó el Diputado por Turmazaque— Los cargos altos no son

para los indios, los zambos ni los negros! Ni para los muertos de hambre! Son para la gente

blanca, que tenga pergaminos y dinero. .. Da gusto verse uno gobernado por un caballero tan

El Delfín Álvaro Salom Becerra

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elegante y tan buen mozo!

Julián le hizo señas al público de las tribunas que seguía ovacionándolo para que guardara

silencio y avanzó hacia el estrado presidencial. Todos los Diputados se levantaron de sus sillas y le

formaron calle de honor. Hubo uno, sin embargo que permaneció sentado y que cuando pasó por su

lado lo miró con un aire agresivo y desafiante.

Era tal la energía que exhalaba ese rostro, tanto el odio que emanaba de esos ojos, tanta la

voluntad que revelaba ese agudo mentón, que el Delfín sintió miedo. Tuvo la impresión de que el

desconocido lo iba a atacar y un escalofrío recorrió su cuerpo. Indudablemente ese hombre era su

enemigo. Y un enemigo peligroso. ¿Pero quién era?

El Diputado volvió la cara hacia su vecino y le dijo refriéndose a Julián:

—Este es un farsante igual ai padre que además es un miserable! Y los que aplauden son unos

logreros o unos imbéciles! Algún día tendré la oportunidad de desenmascarar a todos estos ex-

plotadores del pueblo y de contarle al país lo que sé de ellos.

Inmediatamente después de saludar al Presidente de la Asamblea y de sentarse a su lado,

Julián le preguntó:

—¿Quién es aquel individuo moreno, de nariz afilada, con traje axul oscuro, que conversa

ahora con el Diputado de anteojos y bigote?

—Es el Diputado Juan José Jiménez, muy inteligente pero... comunista según dicen... —

respondió el Presidente— Es el mejor orador de la Asamblea y el peor enemigo del gobierno! Tiene

una gran cultura y una voluntad de hierro. Pero vive burlándose de la democracia, de la justicia, de

las instituciones, de todas las cosas respetables que hay en el país.

Dice que todos nuestros grandes hombres son unos comediantes y unos picaros... Es un inococlasta!

—Iconoclasta, querrá usted decir! —dijo el Delfín—

—Perdón, señor Gobernador! Un icococlas... Bueno, usted me entiende... Como en mi pueblo

poco se usa ese término... En todo caso el día en que haya aquí una revolución no me cabe la menor

duda de que él la va a encabezar... Todo el mundo dice que le mandan dinero, armas y propaganda

del exterior. El Diputado Mahecha me contó hace algunos días que le había visto un frasco de

“Cuero de Rusia”...!

Julián se llevó una mano a la boca para disimular la risa y le dijo al Presidente:

—Pues ese sujeto me miró muy mal cuando entré...

—Pura envidia! Esos comunistas odian a la gente decente! Por eso fusilaron a Lázaro y a toda

su familia.

—No fue a Lázaro sino al Zar! .—dijo Julián fastidiado con los disparates de su interlocutor—

Le ruego que proceda a darme posesión!

El presidente le recibió juramento y agregó unas pocas palabras en las que, incurriendo en sus

habituales “lapsus”, confundió la pleitesía con la pleuresía y la pediatría con ia pederastía.

Aldanita le había aconsejado que pronunciara un discurso muy corto, de dos minutos a lo

sumo:

—Nada de banderas, ni de espadas, ni de sangre! Esos discursos chauvinistas están mandados

a recoger. Además usted ya es un hombre de Estado y debe hablar como tal. Hechos no palabras. Dé

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la impresión de que usted es un hombre práctico, dinámico, de empuje... Haga una cosa original: en

dos minutos dígalo todo aunque no diga nada!

• El Delfín siguió el consejo de Aldanita. Se levantó y dijo: “Los peores gobernantes que ha

tenido el país han sido los gramáticos y los humanistas. La administración del señor Caro fue un

desastre, la del señor Marroquín una catástrofe, la del señor Suárez un cataclismo y la del doctor

Abadía Méndez una calamidad... Yo afortunadamente no sé griego ni latín, nunca he sido escritor y

hablo con mucha dificultad. De mí no esperen bellas palabras sino cosas objetivas, hechos

concretos, obras tangibles!

Yo no conozco la filosofía griega ni la alemana, pero sí conozco y practico la filosofía de ese

pueblo gradioso que ha antepuesto la realidad a la utopía y que está resumida en dos pensamiento

más profundos que toda la obra de Aristóteles y de Kant: “Time is money” y “Business are

business"!

Y como el tiempo es dinero y los negocios públicos son los negocios públicos y su trámite no

da espera, voy a decirles simplemente: Durante mi gobierno habrá paz, orden, progreso, justicia,

más escuelas y menos analfabetos, más hospitales pero menos enfermos, más cementerios pero

menos muertos, más acueductos y menos gente sucia, más alcantarillas y menos casos de

exhibicionismo y desaseo en la via pública, más luz eléctrica y menos caídas y fracturas de

ciudadanos en la noche. Los ricos no tendrán nada qué temer y los pobres podrán esperarlo todo de

mí! Y por hoy no más, porque tengo mucho que hacer...

La brevedad del discurso desconcertó al auditorio. En ciento cincuenta años de vida

republicana nunca’ se había oído uno tan lacónico. Solamente cuando el Gobernador se sentó ad-

virtió la gente que había terminado. Los empleados, ya completamente borrachos, iniciaron una

estruendosa salva de aplausos y comenzaron a vociferar a todo pulmón:

Viva el doctor Julián Arzayüs!, Viva nuestro ilustre Gobernador! Viva el mejor Gobernador

que ha tenido el Departamento! Viva Julián Arzayús, futuro Presidente!

El jefe de Personal, papel en mano, anotaba los nombres de los empleados que se abstenían

de gritar. Ya había elaborado la lista de los que habían dejado de asistir.

A los Diputados les pareció excelente el discurso del Gobernador, con una excepción: la de

Juan José Jiménez.

—No hay derecho para que a una corporación como esta se le irrespete con un programa de

gobierno como ese! le dijo a su vecino— Un estudiante de primer año de primaria no habría dicho

tantas perogrulladas! Claro que los ricos nada tendrán que temer de él y los pobres podrán esperarlo

todo de sus manos...! Pero que esperen sentados porque la espera va a ser larga... ¡Y oiga usted

como gruñen los cerdos —dijo mirando a las tribunas — para que les den más bellotas!

Concluida la ceremonia todos los Diputados menos Jiménez. se encaminaron al “Campo

Villamil”. un restaurante popular, ya que ellos —a pesar de ser representantes del pueblo

soberano— pertenecían a la casta de los parias y no tenían acceso al Loocky Club, ni al Sun, ni a!

de “Los Saurios” reservados a los brahmanes.

Allí habían invitado al Gobernador a un “picnic” como las gentes habían dado en llamar al

antiguo “piquete” bogotano, pues el castellano había sido declarado lengua muerta y e! inglés

idioma oficial de la ciudad. Los ciudadanos, que tenían sobradas razones para considerarse súbditos

del Tío Sam. ya no decían: correcto, está bien y adiós, Sino: ah right, okey y good by.

Se consumieron decenas de botellas de aguardiente’y centenares de cerveza. El Gobernador,

El Delfín Álvaro Salom Becerra

72

en un gesto noblemente democrático que fue muy aplaudido, accedió a apurar varias copas de aquel

y varios vasos de esta. Y permitió, asimismo, que le tomaran numerosas fotografías con sus

anfitriones.

Los “Hermanos Avila” y el conjunto “Brisas de la Sabana” interpretaron música nacional y

mejicana y el Gobernador, en otro rasgo de sencillez republicana, empuñó una guitarra y cantó

varias canciones inolvidables: “Princesita” “Ojos tapatios” y “A ia orilla de un palmar”.

En medio de una estruendosa alegría, entre risas y bromas y cantos, prosiguió la reunión.

Todos bebieron como cosacos y comieron como piratas, sin que faltaran al final los cohetes, los

vivas y los abajos, los disparos al aire y uno que otro puñetazo.

La fiesta fije para Julián una experiencia interesante. Aquellos hombres humildes que en la

mesa no se comportaban con estricta sujeción a las reglas del señor Carrefío, que hablaban y se

reían con escandalosa vulgaridad, que carecían de refinamiento y de buen gusto, que cuando se

emborrachaban se ponían ridiculamente afectuosos o peligrosamente agresivos eran —sin

embargo— sinceros y buenos. Extrovertidos, espontáneos, diáfanos, generosos serviciales, sin

dobleces ni tapujos, dotados de un noble sentido de la solidaridad humana.

Qué distintos los hombres de su clase! Reservados, calculadores, hipócritas, egoístas,

sinuosos. De finas maneras, discretos y parsimoniosos en todo, parcos en el comer y el beber,

incapaces de dar un grito, de lanzar una carcajada demasiado estrepitosa o de emplear un vocablo

soez, pero capaces de arruinar en un negocio a su mejor amigo o de engañarlo con su propia esposa.

Y qué diferente esta fiesta donde vibraba una ingenua alegría y hervía una sana euforia de

vivir, donde nadie disimulaba su apetito, ni recataba sus emociones, ni escondía sus pensamientos,

de esas tediosas reuniones a que estaba acostumbrado, donde todo era convencional y postizo,

donde la gente se entendía a través de eufemismos y sonrisas estereotipadas, donde nadie comía

aunque tuviera hambre ni bebía aunque tuviera sed, de esas reuniones que ordinariamente eran

simples pretextos para planear adulterios o contratos leoninos.

Por lo menos esa noche el “Campo Villamil’ triunfó sobre el Loocky Club en la conciencia de

Julián.

Tres días después, en declaraciones publicadas por “El Incondicional”, el Gobernador

anunció: “Cada matador torea con su cuadrilla". Y efectivamente dictó un decreto nombrando a

todos sus amigos Secretarios del Despacho.

La Secretaría de Gobierno le correspondió a Diego del Solar quien un año después se retiró

del cargo sin saber dónde había estado; la de Hacienda a Pepe Ríomalo quien a duras penas conocía

la de su padre en la Sabana; la de Educación a Carlos Sanclemente quien supuso que su

nombramiento era un homenaje a sus buenas maneras pues era un hombre muy bien educado, y la

de Ganadería a Camilo Villaurrutia quien jamás pudo saber qué diferencia había entre un toro y un

buey.

—La cuadrilla es muy buena —comenté Aldanita— pero tiene el pequeño inconveniente de

que ninguno de los que la componen ha visto en su vida un toro, un capote ni unas banderillas.

Sin embargo, todos eran miembros de la aristocracia bogotana y todos amigos y copartidarios

del Delfín; dos de ellos habían sido condiscípulos suyos en el Gimnasio Contemporáneo y los otros

dos en la Universidad Ignaciana. Además esta última, el Loocky y el Sun Club y la FEDETYL iban

a quedar representados en el gabinete.

Como otros amigos del Gobernador poseían haciendas en los municipios adyacentes a la

73

ciudad y el cargo de Alcalde les permitía defender mejor sus intereses, eludir el pago de los impues-

tos municipales, amedrentar a los vecinos con su autoridad y lograr que los trabajos públicos

beneficiaran sus propiedades, Julián nombró cinco terratenientes Alcaldes de otros tantos pueblos

sabaneros.

El comentario de “El Incondicional” fue el de que se había iniciado un gobierno “por lo

alto”y que con tales personajes al frente de la administración las misérrimas aldeas se convertirían

bien pronto en prósperas metrópolis.

Y para completar su equipo humano de trabajo creó la “Junta Técnica de Asesoría, Consulta y Planificación Científica en Materia Socio-Económica Encargada de Elaborar Proyectos para la Erradicación Metódica de la ignorancia, la Pobreza, las Enfermedades y Ja Muerte” y nombró como miembros a todos ios magnates de la banca, ia industria y el comercio residentes en Bogotá. Por último nombré a Damián García Secretario General pues alguién tenía que dirigir ía marcha del gobierno, redactar los decretos, proyectos de ordenanza e informes a la Asamblea, crear, suprimir y fusionar empleos y representar al Departamento en los negocios administrativos y judiciales. En una palabra: alguien tenía que desempeñar las funciones de Gobernador!

Y comenzó la ardua y prolija tarea administrativa. Era indispensable, en primer Jugar, conocer

por percepción directa el territorio de su jurisdicción. Apreciar objetivamente los problemas y

necesidades de cada municipio para solucionar los primeros y satisfacer las segundas. Convocó a

sus Secretarios para preguntarles por cuál debían principiar. Todos a una manifestaron que como Ja

idea era visitarlos 1)0 que formaban el Departamento debían seguir un orden rigurosamente

alfabético para que ninguno se sintiera desairado. Y fue escogido el de Anacoipa, un pueblecito de

clima cálido a 130 kilómetros de Bogotá, para iniciar las giras.

Damián García ya en ejercido de sus funciones de Secretario General dirigió al Alcalde el

siguiente mensaje telegráfico:

“Anuncióle próximo lunes señor Gobernador, acompasado Secretarios, altos empleados

Gobernación, honrará su presencia ese Municipio. Comitiva tónnanla treinta personas. Sírvase pre-

parar alojamiento, organizar recepción multitudinaria con participación escuelas, banda,

asociaciones existan. Elaborar programa incluya copa champaña, almuerzos típicos, cocteles,

comidas, bailes, retretas, evitar todo trance señor Gobernador abúrrase. Hágole saber su whisky

favorito es “Johnnie Walker”. Proceda inmediatamente adquirir viandas, pólvora, licores, sin

escatimar gastos. Diligencia, eficacia actúe dependerá permanencia ese cargo”.

A las once de la mañana, porque el señor Gobernador nunca se levantaba antes de las diez, y

en siete automóviles de último modelo, partieron el Deifin y su cortejo.

Mientras tanto en Anacoipa los niños y niñas de las Escuelas Públicas, con banderines en la

mano, formaban calle de honor a la entrada del pueblo desde las 6 a.m. y los vecinos, congregados

en la plaza principal, esperaban desde las 8 bajo un sol canicular y una temperatura de veintinueve

grados y ya habían sido atendidos en el Puesto de Salud ochenta y siete desmayados y treinta y

cuatro casos de insolación. Algunos músicos de la banda municipal se habían colocado ios

trombones y los bombos sobre la cabeza pero los encargados de tocar los clarinetes y las flautas

tenían la sensación de que se les iba a derretir la masa encefálica.

En el puente sobre el rio Guaitia, que era el limite entre Anacoipa y Arepalá, se encontraban

también desde las más tempranas horas el Alcalde, el Tesorero, el Personero y el Juez Municipales,

el Cura Párroco, los presidentes de los directorios políticos y unos sesenta vecinos reclutados so

pena de arresto, caballeros en sendos caballos recogidos por la policía en todas las fincas de la

región.

El Delfín Álvaro Salom Becerra

74

Cuando, al fin, a las dos de la tarde el Alcalde percibió el ruido de los motores de la caravana

oficial y alcanzó a divisar el automóvil del Gobernador que la encabezaba, avanzó a recibirlo al

frente de la cabalgata. El vehículo se detuvo y otro tanto hicieron los seis restantes. El Gobernador

se apeó del suyo y el Alcalde de su cabalgadura y quitándose el sombrero respetuosamente le dijo:

—Señor Gobernador: No salimos más porque no hubieron mas bestias.,.!

—¿De manera que éstas son todas? —preguntó el Gobernador. Estoy muy contento de haber

venido. ¿El pueblo queda muy lejos?

—No, señor Gobernador, a un cuarto de hora de aquí. ¡Ah, se me estaba olvidando. ..

Bienvenido, señor Gobernador, al Municipio de Anacoipa! Las autoridades y los vecinos nos

sentimos sumamente honradísimos con su honrosa visita. Viva el señor Gobernador, doctor Julián

Arzayús! Viva su ilustre cometiva!

La manifestación ecuestre coreé los vítores del Alcalde, agitando banderas tricolores y varios

jinetes hicieron estallar numerosos cohetes en el aire. Los caballos asustados relincharon

y muchos se pararon peligrosamente en las patas traseras. El Gobernador volvió a su automóvil y

por entre una nube de polvo y una tempestad de pólvora encabezó la marcha hacia el pueblo.

Los alumnos de las Escuelas que habían esperado ocho horas de pie, sin comer ni beber nada,

bajo el hostigo de un sol implacable, parecían los sobrevivientes de una ciudad sitiada o castigada

por la peste. Unos con indiferencia, otros con rabia, vieron pasar la caravana y agitaron

lánguidamente los banderines de papel.

El Gobernador observaba las calles y las casas a través de los cristales del vehículo. Un

pueblo igual a todos. Viejo, triste, feo. Unas cuantas calles estrechas y empedradas y alineadas en

las aceras unas casas de paredes blancas, anchos portones y ventanas arrodilladas, cubiertas por

tejas tapizadas de yedra.

La botica donde venden el almanaque “Bristol” y también aspirinas y sulfato de soda; el

almacén del turco, el hotel, la peluquería con sillas de madera y moldes de hojalata, la oficina del

tinterillo, el consultorio del tegua, el café Con un billar adquirido en 1894 y la leyenda; “Los que

quieran jugar deben traer las bolas”,

Y la plaza idéntica a la de todas las aldeas que había conocido hasta entonces. Una gigantesca

iglesia de diez torres que remedaba la Catedral de Milán, de estilo gótico italiano, cuyo valor era

diez veces superior al del pueblo y sus alrededores; una inmensa Casa Cural que abarcaba una

manzana en la que podían pernoctar cómodamente todos los miembros del Seminario Mayor y

dieciocho parientes del señor Cura cuando iban de vacaciones a Anacoipa y que terna como todas

las Casas Cúrales, una despensa inagotable y una bodega inexhausta; el Palacio Municipal, un

caserón destartalado, de dos pisos , en el que funcionaban la Alcaldía, el Concejo, la Personería, la

Tesorería, la telegrafía, el Juzgado Municipal y la cárcel y que no se había desplomado porque un

Alcalde atrabiliario había derogado la ley de la gravedad en aquel municipio; y otra enorme casa

que se extendía a lo largo del costado sur, de propiedad de don Plutarco Montes, el más poderoso

latifundista de la región, que favorecía a los pobres pestándoles dinero al 20%.

La plaza estaba de bote en bote pues todos los habitantes del perímetro urbano y la zona rural

habian recibido la orden de reunirse allí y, una vez que Jo hicieron, policías apostados en las cuatro

esquinas les notificaron que no podían retirarse.

Cuando el señor Gobernador y su comitiva entraron al cuadrilátero empedrado, las campanas

de la iglesia fueron echadas a vuelo, la banda ejecutó el Himno Departamental, centenares de

75

banderines tricolores florecieron en las manos de los campesinos y decenas de cohetes le

transmitieron al cielo la noticia de que todos los problemas de Anacoipa iban a quedar resueltos

definitivamente.

Los miembros del Cabildo: un tinterillo, quien era el único que sabia leer y escribir y por

tanto presidía la Corporación, un talabartero, un albañil, un matarife y un latonero, se pusieron de

pies para saludar al señor Gobernador cuando este, rodeado sus Secretarios, hizo su entrada al

salón.

El doctor” Cupertino Albarracín, que así se llamaba el Presidente, se dirigió al ilustre huésped

en los siguientes términos

Lamento, señor Gobernador, no poder entregarle las Llaves de Oro de la ciudad. En primer

lugar, porque esto —como se habrá dado cuenta— no es una ciudad sino un pueblo; en segundo,

porque el pueblo no tiene puertas; y en tercero, porque lo único de oro que tenemos aquí es la

custodia de la iglesia y el reloj de don Plutarco Montes.

Pero si podemos darle una copita de champaña nacional, puesto que la señora Circuncisión

vendió hace catorce años la última botella de ‘Cordón Rojo” que le quedaba.

En nombre del Concejo Municipal de Anacoipa presento al señor Gobernador un atento y

respetuoso saludo!

El Gobernador alzó su copa (una de las únicas siete que se habían conseguido en todas las

casas del pueblo) y dijo;

Brindo por la prosperidad de Anacoipa, sus habitantes y sus autoridades! No voy a pronunciar

un discurso. Todo discurso es un monólogo y yo quiero un diálogo con el pueblo representado por

ustedes, señores Concejales. Sírvanse contestar las preguntas que les voy a formular: ¿Anacoipa

tiene Acueducto?

—No, señor Gobernador! -— contestaron los Concejales

—Pues les prometo que tan pronto como regrese a Bogo-

tá contrataré a unos ingenieros romanos para que les hagan uno idéntico al que construyeron en

Segovia en el Siglo 1. En consecuencia procedan a comprar toallas y jabón! ¿Anacoipa tiene luz

eléctrica?

—No, señor Gobernador! —respondieron los Concejales—

—Les garantizo que antes de tres meses Anacoipa le disputará a París el título de Ciudad Luz!

Es conveniente por tanto que se provean desde ahora de suficientes bombillas.

¿Y alcantarillado?

—No, señor Gobernador! —volvieron a contestar los Concejales—

■—Las alcantarillas que se construirán aquí en los próximos sesenta días tendrán tales

dimensiones que, en caso de bombardeo, todos los habitantes del Municipio podrán refugiarse en

ellas! ¿Son suficientes las actuales escuelas?

—No, señor Gobernador! Hay dos y hacen falta por lo menos diez -contestó el Concejal

Albarracín en nombre de 103 demás—-

—Pues si hacen falta diez, se construirán veinte! Va a ser necesario que los señores padres de

familia le pongan más actividad y celo a sus labores de reproducción para evitar que pueda

El Delfín Álvaro Salom Becerra

76

presentarse en el futuro un superávit de escuelas y un déficit de alumnos...! ¿Anacoipa tiene

hospitales?

—No, señor Gobernador! —contestaron otra vez los Concejales—

—Daré la orden para que se construya uno con capacidad para mil quinientos enfermos en los

próximos cuarenta y cinco días! Los vecinos quedan autorizados para contraer las enfermedades

que a bien tengan... En caso de que se abstengan de enfermarse, se importarán pacientes de otros

municipios.

El Gobernador miró su reloj. Eran Jas tres de la tarde. Recordó que los Gobernadores también

comían y que el segundo punto del programa era precisamente un almuerzo campestre. Entonces

resolvió poner punto final al “diálogo con el pueblo” y dijo:

Me he enterado ya de los principales problemas de esta próspera y floreciente población. Les

juro, por mi honor de ca- balJero y de gobernante, que antes de seis meses Anacoipa tendrá

acueducto, luz eléctrica, alcantarillado, veinte escuelas y un hospital con cupo jara mil quinientos

enfermos!

Considero también que a este pueblo le hacen falta, teatros, monumentos, fuentes, museos

Puede construirse un teatro como el de la Opera aunque sea mas reducido, una olumna como la de

Neison aunque no sea tan alta y un museo como el del Prado aunque sea más pequeño. ¿Por qué

Anacoipa no tiene derecho de poseer algunas de las cosas que enorgullecen a Paris, Londres y

Madrid?

Si Cristo hubiera descendido a la tierra nuevamente, los cristianísimos miembros del Concejo

Municipal, el Alcalde, Personero y Tesorero y los vecinos de Anacoipa aglomerados ett el salón del

Cabildo no lo habrían mirado con el asombro, la veneración y la gratitud con que miraron al señor

Gobernador cuando terminó.

Ese hombre era un taumaturgo, un enviado de Dios, un santo más milagroso que San Martin

de Porres! Al golpe de su vara mágica iban a brotare! agua y la luz, alcantarillas, escuelas,

hospitales, teatros, columnas y museos!

No se atrevieron a aplaudir porque les pareció una profanación. Silenciosamente y con la

cabeza inclinada le abrieron paso, lo mismo que las muchedumbres de Galilea a Jesús de Nazareth.

El almuerzo, servido a orillas del río Guaitía por las principales señoras de 1a población y

amenizado por dos conjuntos musicales, fue muy animado. Diecisiete botellas de “Jhonnie Walker"

se encargaron de abrir el apetito a los invitados, muchos de los cuales lo tenían abierto desde hacía

varias horas. La fauna de la región quedó diezmada ya que fueron sacrificados cuatro cerdos, seis

terneras, cinco cabros, treinta gallinas, cincuenta pollos y diez conejos; y a las carnes se agregaron

toneladas de productos agrícolas.

Ciento cincuenta personas, entre anfitriones y convidados, dieron buena cuenta —en media

hora de aquella ingente cantidad de comida.

Todos los pordioseros del pueblo y centenares de pobres que no lo eran por simple vergüenza,

subidos en las ramas de unos árboles cercanos o parapetados en los troncos, observaban esas bodas

de Camacho con una avidez angustiosa, mientras que sus glándulas parótidas, submaxilares y

sublinguales producían saliva a toda máquina.

De pronto la rama de uno de los árboles se desgajó bajo el peso de uno de los espectadores. El

ruido atrajo la atención del Gobernador hacia el sitio de donde provenía. Y vio los rostros

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famélicos, los cuerpos esqueléticos y la mirada suplicante de aquellos desdichados.

—¿Quién es esa gente? —le preguntó al Alcalde que estaba a su lado.

Son los pobres de Anacoipa —repuso el Alcalde Quiero decir: ios más pobres, porque

pobres somos todos Aquí... Individuos que no han podido conseguir trabajo y que no tienen qué

comer ni donde dormir.

—Me parecen muy peligrosos! De ahí ai comunismo no hay sino un paso! Porque el hambre

es muy mala consejera.

—replicó el Gobernador— Aplíqueles la ley de vagancia y envíelos a una Colonial Penal!

Y se levantó de la mesa. Otro tanto hicieron los miembros de su comitiva, las autoridades

municipales y los demás invitados. Y se inició el regreso a la población.

Las fieras humanas que acechaban en los árboles y que esperaban ese momento hacía una

hora, se abalanzaron furiosamente sobre las presas que eran las sobras dejadas en los platos. Veinte

manos caían simultáneamente sobre un hueso del que apenas pendían unas hilachas de carne. Y

entonces sobrevenía una feroz disputa a puñetazos y mordiscos por la posesión del miserable botín.

Como las mesas fueron derribadas y las sobras se esparcieron por el suelo, la gente lamía la yerba

para recoger unos mendrugos de pan o unos granos de arroz.

De nada sirvió que los garrotes de los policías municipales cayeran muchas veces sobre las

espaldas de los infelices. El hambre era superior al dolor de los golpes. Tres minutos después no

quedaba el más remoto vestigio de que alguna vez se hubiera servido comida en aquel sitio pues

hasta los huesos habían desaparecido.

El señor Gobernador, instalado en la más espaciosa y ricamente amoblada de las habitaciones

de la Casa Cural, la que se reservaba al señor Arzobispo en los días de confirmación, quiso dormir

Ja siesta pero no pudo. Había comido demasiado y estaba ahito. Se puso entonces a hojear “El

Incondicional” que traía una información acerca de su gira y comentaba que solo sobre el terreno se

podían apreciar y resolver los problemas de los municipios.

Después se encaminó a la habitación de su Secretario y amigo Pepe Ríomalo, quien había

sido alojado en una contigua a la suya.

—¿Qué tal estuv.e en mi diálogo con los Concejales?

—le preguntó.

—El poder te ha traído una imaginación más fecunda que la de Emilio Salgan! —contestó

Pepe— sólo faltó que les prometieras la construcción de un subway.J

—La primera obligación de un gobernante es la de mantener engañados a sus gobernados! —

afirmó sentenciosamente ■ el Gobernador Arzayús—. La humanidad vive de ilusiones. EJ día en

que la gente pierda definitivamente la esperanza de mejorar, se lanza a la revolución! De ahí la

importancia de las mentiras piadosas... Vine a recordarte que a las seis es el coctel que ofrece el

Personero... —y regresó a su alcoba con el fin de mudarse de traje.

Si el almuerzo le pareció que habla sido ordenado por el Emperador Heliogábalo, el coctel le

dio la sensación de que no había sido ofrecido por el Personero de Anacoipa sino por el mismo

Baco. Nunca había visto tal abundancia de viandas ni tanta profusión de licores.

—Pero esto les va a costar un dineral! —¿A quién se le ocurre poner en manos de cada

invitado una botella de whisky y un vaso?

El Delfín Álvaro Salom Becerra

78

—Lo importante es, señor Gobernador, que usted esté contento y que se lleve una buena

impresión del pueblito para que después se acuerde de nosotros... ■—respondió el Alcalde— A las

nueve de la noche, abrazados fraternalmente, dando tumbos y cantando “Allá en el Rancho

Grande”, salieron el señor Gobernador y sus acompañantes con rumbo al “Hotel Europa” donde se

iba a servir una comida de “corbata negra” (todos los vecinos resolvieron usar una de ese color para

imitar a los grandes señores de la ciudad que. según la página social de los diarios, no podian

comer sin ella) ofrecida por el Tesorero Municipal.

El señor Gobernador, que no podía tenerse en pie. hubo de realizar un esfuerzo

sobrehumano para responder apoyando las manos en la mesa, con los ojos cerrados y con palabras

incoherentes— las pronunciadas por su anfitrión. Después se desplomó sobre su asiento y quedó

completamente dormido.

Como ninguno de los presentes entendió nada de lo que dijo, el Alcalde suministró la

siguiente explicación:

—Supongo que no hayan entendido las palabras del señor Gobernador. Sucede que él habla

diecisiete idiomas y como no quiere que se le olvide ninguno, esta noche nos habló en holandés.

Dos horas más tarde, reanimado por una suculenta langosta y un refrescante baño, entraba al

baile organizado en su honor por el Juez Municipal, que iba a efectuarse en las aulas de las

Escuelas Públicas. Contra uno de los muros había una fila de asientos en los que permanecían

sentadas, luciendo sus mejores galas, veinte o treinta señoritas de la localidad. t)na de ellas le

llamó poderosamente la atención.

Era una auténtica princesa chibcha aunque más alta que las mujeres de su raza. Los ojos-

ligeramente oblicuos despedían una mirada llena de ternura y de melancolía , la boca incitaba al

beso como la fruta abierta al mordisco, las dos trenzas caían como chorros de ébano sobre los

senos erectos que subían y bajaban con ritmo voluptuoso y unas piernas eurítmicas, duras y

macizas completaban el conjunto.

El Gobernador, con un vaso de whisky en una mano y el indefectible cigarrillo en la otra, la

miró fijamente. Ella se ruborizó y miró a sus vecinas con aire de triunfo. Arzayús le hizo sedas a

Damián García para que se aproximara.

—■■Necesito saber quién es aquella joven, cómo se llama y dónde vive... Baile usted con

ella y le dice que estoy interesadísimo en conocerla.

—Como usted ordene, señor Gobernador! —contesto Damián y enfilé baterías sobre el

objetivo—

—De manera que usted se llama Cleotílde Sasíoque, es maestra de escuela y vive en el

“Hotel Europa”? —le dijo Damián

mientras bailaban— Pues sepa que usted es muy bonita y que hay un personaje muy interesado en.

—Estoy a la orden! ¿Usted es soltero? —respondió Cleotílde creyendo que el interesado era el

propio Damián—

—Creo que no he sabido explicarme... —contestó Damián— El interesado no soy yo.. .

Aunque también me interesa como a todo hombre de buen gusto... El interesado es nadie menos que

el señor Gobernador!

—Usted me está tomando el pelo! exclamó Cieotilde dejando de bailar— Eso es imposible!

—No ha notado usted cómo la mira? —preguntó Damián—

79

—Pues si noté hace un momento que me miraba pero supuse que era aficionado a ta etnología

y como yo soy india pura... —contestó Cieotilde sonriendo con picardía—

—Lo que le digo es absolutamente cierto! —replicó Damián— ¿Quiere una prueba? Usted

bailará la próxima pieza con el señor Gobernador del Departamento!

—Señor Gobernador: misión cumplida! —le dijo Damián— se llama Cieotilde Sastoque, es

maestra de escuela, vive en el ‘Hotel Europa” y me pareció muy mansita... Está lista para que la

saque a bailar.

Cinco minutos después Cieotilde, fuertemente aprisionada entre los brazos del señor

Gobernador, sintiendo su respiración anhelante y oyendo sus apasionados requiebros tuvo la certeza

absoluta de que le había inspirado al insigne personaje algo más que un simple interés.

El señor Gobernador le ordenó a la orquesta que tocara boleros de moda: “Perfidia”, “Vereda

tropical”, “Desesperadamente”. Y comenzó un romance mudo, una historieta sin palabras. Bailaban

tan estrechamente entrelazados que era necesario observarlos a espacio para concluir que eran dos

cuerpos y no uno y con tanta lentitud que bien habrían podido hacerlo en un andamio sin correr el

peligro de caerse.

Pensaba el señor Gobernador —y no sin razón— que las palabras sobran cuando existen las

manos. Sus dedos recoman nerviosamente la cabeza, el cuello y la espalda de Cieotilde y a veces —

en una audaz y rápida operación de tanteo— descendían

hasta la parte infero-posterior del tronco, que era según los vecinos de Anacoipa una de las siete

maravillas del mundo y el único atractivo turístico que tenia el pueblo.

Bailaron sin separarse durante tres horas y acabaron haciéndolo con los ojos cerrados y las

bocas unidas, ante el escándalo de algunas de las más respetables matronas anacoipunas.

—Ave María Purísima! Esto si no se había visto nunca. Yo creo que el! mundo se va a

acabar... —dijo doña Gertrudis quien sentada en un viejo canapé comentaba con otras antiguallas

las incidencias del baile—

—Lo que pasa es, mi querida Gertrudis, que aquí vivimos muy atrasados... —replicó la señora

Filomena— Esto está de moda en Bogotá hace mucho tiempo... Deje que inauguren la luz eléctrica

y que pongan un cine y hasta nosotras vamos a bailar así...

Súbitamente, sin que nadie lo advirtiera, la pareja desapareció. El Alcalde se mostró partidario

de buscar al señor Gobernador por todo el pueblo. Pero Damián García lo disuadió diciéndole:

—Me parece una terrible indiscreción! La vida privada del señor Gobernador es sagrada! No

se perdió en París mucho menos aquí...!

Cuando al día siguiente Cleotilde Sastoque llegó a la Escuela, la señora Mercedes y la

señorita Lola, profesoras de segundo año, quienes habían asistido al baile le hicieron cara de

dignidad ofendida y le voltearon las espaldas.

—¿Saben con quién tuve el honor de acostarme anoche? —Ies preguntó Cleotilde— Pues con

nadie menos que con el señor Gobernador del Departamento! Para que sufran! Me explico

que estén muertas de envidia. Como a ustedes no se les arrima ni un gallinazo... —y les

mostró la punta de la lengua— El señor Gobernador quien apareció misteriosamente en su

aposento de la Casa Cural pues nadie lo vio entrar, mandó llamar al Alcalde: — lodo

Gobernador que viaja a un Municipio debe inaugurar una obra le dijo - por lo tanto aquí es

necesario inaugurar algo.

El Delfín Álvaro Salom Becerra

80

—Pues la casa más nueva que hay en este pueblo que es la de don Fidolo Trejos fue

construida hace sesenta años.

—repuso el Alcalde—

—¿Por qué serán los Alcaldes municipales tan brutos? —preguntó el Gobernador— Claro

que estoy haciendo una pregunta idiota porque si fueran inteligente no serian Alcaldes! Como no

tenemos ninguna cosa real que inaugurar vamos a hacer una inauguración simbólica... En ese lote

de propiedad del Municipio que me mostró usted ayer podemos colocar —por ejemplo— la

primera piedra del nuevo Palacio Municipal... Consiga usted una piedra grande y haga grabar en

ella la leyenda que le voy a dictar... Aquí hay papel y lápiz.

“Primera piedra del edificio de ocho pisos que se levantará en este sitio y que será la sede del

gobierno municipal. Colocada hoy, tantos de tantos, siendo Gobernador del Departamento Julián

Arzayús”.

A las diez de la mañana se verificó el “encuentro democrático”, organizado por el “doctor”

Albarracín. El acto se reducía a que el monarca descendiera del trono y se mezclara con sus

vasallos. Intimidados con multas y arrestos, todos los vecinos de Anacoipa habían acudido a la

plaza principal, de la que no podían escaparse por cuanto la policía vigilaba ias cuatro esquinas para

impedirlo.

Y comenzaron las demostraciones de “inequívoco sabor democrático y de genuino amor a los

pobres” como las llamó al día siguiente “El Incondicional”, cuyo fotógrafo había sido enviado a

Anacoipa para que captara las conmovedoras escenas.

El señor Gobernador, convertido en un San Francisco de Asís, abrazó a Dámaso Timoté un

campesino octogenario, le quitó el sudoroso sombrero de jipa y se lo colocó en la cabeza, mientras

lo abrazaba. Fotografía y estruendosa ovación.

En seguida y haciendo de tripas corazón alzó a un chi- cuelo de cuatro o cinco años a quien

no le había caído una gota de agua desde el día del bautismo y de cuyas fosas nasales manaba un

humor negrusco. Fotografía y ovación no menos estruendosa.

A continuación se acercó a la “Tachuela”, la más popular de las pordioseras del pueblo, una

horrible bruja arrugada, sin dientes y cubierta de harapos y —realizando un sacrificio heroico— la

besó en la boca. Fotografía y ovación igualmente estruendosa.

Finalmente y sobreponiéndose al asco, se aproximé al “Studebaker”, un mecánico que vivía

permanentemente cubierto de grasa y sostenía la tesis deque las gentes de su oficio solo debían

bañarse “in articulo mortis” pues hacerlo todos los días equivalía a incurrir en un absurdo circulo

vicioso, lo despojó de la gorra que le servia para colar el aceite y se la puso en la cabeza. Fotografía

y ovación tan estruendosa como las tres anteriores.

No puedo más! Esto es superior a mis fuerzas! —le dijo a Carlos Sanclemente— No puedo

contener ya las nauseas... Sácame de aquí!

Sanclemente que lo vio intensamente pálido y sudando copiosamente, se alarmó y pidió ayuda

a Diego del Solar, Pepe Ríomalo y al Alcalde para conducirlo a su habitación de la Casa Cura!. Una

vez allí exigió que le trajeran un balde y vomité hasta las mismas tripas. Después se reclinó en el

¡echo y cerró los ojos. Gruesas gotas de sudor le corrían por el rostro y respiraba con dificultad.

El Alcalde ¡e ordenó a un policía que íbera en busca de don Procopio Quirós, el tegua de

Anacoipa y propietario de la única botica y le dijese que al Gobernador le había dado un síncope.

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—Pues tratándose del señor Gobernador no pudo ser un síncope sino un diézcope...! —

conceptuó don Procopio en tono doctoral— 'la¡vez en este libro encuentre algo bueno para

eso... empuñó un viejo libraco titulado ‘'Diccionario Médico para Casos Urgentes” y comenzó

a buscar la letra D Al cabo de diez minutos el Gobernador abrió los ojos, se enjugó el

sudor de la frente y dijo:

- -Quiero oler “Agua de Colonia”!

Se empapé las manos y la cara, vertió buena parte del contenido de un frasco que le

alcanzaron en el pañuelo y aspirándolo profundamente agregó:

—Este es mi olor! El olor que he percibido desde que nací! Y no el de esa plebe inmunda!

¿Quién le dijo a usted, señor Alcalde, que yo había venido a este pueblo a dejarme manosear de la

canalla? A ponerme sombreros asquerosos, a besar viejas hediondas y a alzar chicuelos a quienes

no les han limpiado las narices desde que los parieron?

—El “encuentro democrático” fue organizado por el Presidente del Concejo. . . —dijo

tímidamente el Alcalde—

—¿Encuentros para qué? Con esa gentuza no quiero encontrarme ni en el cielo! —tronó el

Gobernador— Los señores nacimos para mandar y los peones para obedecer! Eso es todo! Le ruego

el.favor de que me deje solo con mis amigos...

En la habitación quedaron únicamente sus cuatro Secretarios: del Solar, Ríomaio,

Sanclemente y Villaurrutía.

Se tiró de la cama, se sentó en una poltrona y les dijo:

—Al fin solos! Me parece que hace un siglo que no departo con gente decente! Ustedes y yo

no podemos ser demócratas! La democracia es una porquería! La vida me ha obligado a ser, como

ustedes lo saben, un simulador y un farsante, pero la comedia no puede llegar hasta el extremo de

tener que renegar de mi clase y revolearme en el barro para probar un amor por el pueblo que nunca

he sentido... Yo no soy Felipe Igualdad! Aristócrata nací y aristócrata moriré

Y continuaron los agasajos. A la una de la tarde asistió con su comitiva a un opíparo almuerzo

ofrecido por el Concejo Municipal y servido en la casa de don Plutarco Montes, el ricachón del

pueblo, que era la única donde había tres bandejas y una jarra de plata para deslumbrar a los

visitantes.

Varias botellas de “Jhonnie Walker”, deliciosos potajes preparados en el “Restaurante

Borchert” que, por ese entonces, era eJ mejor de Bogotá, un maravilloso brandy griego y exquisitos

tabacos cubanos.

E! señor Gobernador se retiró a las cuatro de la tarde y expresó su deseo de que lo dejaran

descansar hasta el día siguiente pues estaba excesivamente fatigado. Y realmente la actividad de ios

dos últimos días había sido febril. El, al menos, nunca en su vida había trabajado tanto.

Sin embargo, como el prurito de beber y divertirse era permanente en él ordenó que le

llevaran whisky y cigarrillos y les dijo a sus amigos:

—Los espero a Jas ocho de la noche para que juguemos una partida de poker. Creo que nos

merecemos un recreo porque el trabajo ha sido abrumador.

(El señor Gobernador había llevado en su maleta, para no aburrirse, varias barajas, un par de

dados, un juego de damas y uno de dominó y tres obra que él consideraba fundamentales en la

literatura universal: “Los tres mosquetéros” “Robinsón Crusoe” y “Veinte mil leguas de viaje

El Delfín Álvaro Salom Becerra

82

submarino”)

Cuando llegaron sus cuatro amigos ya estaba ebrio pues había apurado solo una botella de

“Jhonnie Walker”. Tambaleándose salió a recibirlos.

—Mis viejitos queridos! ¿Qué honor y qué placer verlos por esta su casa... coral! No se

quejarán del paseíto, no? Llevamos dos días comiendo y bebiendo... Hay algo más importante que

llamarse Ernesto.. . Hipü Y es ser amigo de Julián Arzayús...! Del señor Gobernador... Porque aquí

donde me ven yo soy el Gobernador Hipü Y mientras yo sea el Gobernador ustedes serán mis

Secretarios... Porque ustedes son muy buenos tipos... Y cuando me elijan Presidente... los nombraré

Ministros... HipU Por eso es tan importante ser amigo mío... Pero tomémonos un traguito.

—Julián está bebiendo demasiado! —le dijo Camilo Vi- llaurrutia a Diego del Solar— Debe

tener el hígado deshecho!

A las cinco de la mañana Julián y Diego se habían dormido con las cartas en la mano.

Ríomalo y Villaurrutia, muy borrachos, seguían jugando. Y Sanclemente se había retirado.

Villarrutia había ganado siete mil pesos en cifras redondas. Sobre una mesa se veían cinco botellas

de whisky vacías y seis ceniceros atiborrados de colillas.

El Alcalde fue a buscarlos a eso de las nueve para informarles que a las once se bendeciría la

primera piedra del nuevo Palacio Municipal» pero se le dijo que el señor Gobernador y sus

Secretarios habían permanecido reunidos hasta las primeras horas de la madrugada estudiando el

presupuesto y el plan vial del Departamento, que estaban reposando y que antes de las doce no se

levantarían.

No a las doce sino a las tres de la tarde se levantaron los altos funcionarios. Todos con los ojos

inyectados, los labios resecos, el pulso tembloroso, una sed devoradora y un insoportable dolor de

cabeza.

El señor Cura Párroco los invitó a almorzar y los obsequio con las mejores viandas de su

despensa y los mejores vinos de su bodega. En el curso del almuerzo el Gobernador le dijo a su

anfitrión que siendo la iglesia de Anacoipa una imitación de la Catedral de Milán, aquella debía

tener las mismas cien torres que tenía esta, Y que, por consiguiente, obtendría que la Asamblea de-

cretara un auxilio para que pudieran ser construidas jas noventa restantes. El señor Cura le prometió

una caja de whisky y mil días de indulgencia pleñaria.

La bendición de la primera piedra fue muy solemne. La emoción sobrecogió a la multitud

cuando el señor Gobernador retiró el tricolor nacional que la cubría y leyó en alta voz la leyenda ya

conocida pero adicionada por el Presidente del Concejo con una referencia laudatoria al dinámico

mandatario: "Primera piedra del edificio de ocho pisos que se levantará en este sitio y que será la

sede del gobierno municipal, por iniciativa del Gobernador Julián Arzayús, benefactor de Anacoipa

y propulsor de su progreso’9.

Terminada la ceremonia el señor Gobernador llamó al Alcalde y le ordenó:

—Esta piedra debe desaparecer pasado algún tiempo! ¿Me entiende? El efecto buscado ya se

obtuvo pero si la piedra continua ahí indefinidamente me cubro de ridículo...

El último acto del tercer día de visita fue la comida ofrecida por el PUM (Partido Único

Municipal) en el “Anacoipa’s Club”, un modesto salón donde solían reunirse los notables del

pueblo a conversar y jugar tresillo, irónicamente bautizado con ese nombre por don Crispulo Ardua,

quien se burlaba de lo lindo de la tendencia a los extranjerismos que estaba de moda.

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El señor Gobernador después de enterarse de la invitación le preguntó al Presidente del

Concejo, quien era el único ser pensante del Municipio:

—¿Y qué es eso del PUM?

—Es una historia larga pero interesante —respondió el Presidente—Hasta hace cinco años

Anacoipa era, como todos los pueblos del país, un campo de batalla. Los ciudadanos que estaban

afiliados aunó u otro de los dos partidos llamados tradicionales se odiaban entre sí y se mataban

recíprocamente, sin

saber por qué. Como no sabían tampoco por qué pertenecían a este bando o a aquel. No los

separaban antagonismos filosóficos sino resentimientos heredados. El abuelo de A había asesinado

al de B, un tío de C había violado a las hermanas de D, el papá de E le había robado al de F diez

cabezas de ganado... Esto era el infierno! Los partidos no eran agrupaciones civilizadas sino tribus

salvajes ferozmente enfrentadas. Al fin. un buen día don tiberio Uribe y don Godofredo Escallón,

caciques de ias dos tribus, quienes cada vez que se encontraban en la calle se injuriaban y se iban a

las manos resolvieron conversar pacíficamente. Y cinco minutos después de haberse reunido

llegaron a la conclusión de que entre los dos partidos que representaban no existía ninguna,

absolutamente ninguna diferencia y a la de que siendo ello así estos no debían coexistir

separadamente sino fundirse en uno solo que se llamaría el PUM (Partido Único Municipal). Esa

era la solución lógica y honesta! Y desde entonces reina en Anacoipa una paz octaviana.

En síntesis: el PUM se fundó para que Jos ciudadanos no siguieran haciéndose pum!, pum! en las

calles.

Y lanzó una carcajada tan prolongada que el señor Gobernador tuvo tiempo suficiente para

contar las once calzas de oro que convertían su boca en uno de los tesoros de Anacoipa. En la

comida no se habló, naturalmente, sino de política. Don Liberto y don Godofredo quienes durante

cuarenta años habían sido enemigos mortales y nunca habían podido descubrir la causa de su

enemistad, refirieron pintorescas anécdotas pero también hablaron seriamente.

Si en el país hubiera buena fe, silos políticos fueran honrados, debían imitar nuestro ejemplo y

liquidar los partidos -manifestó don Godofredo— Tiene alguna razón de ser la existencia de dos

comunidades que piensan, hablan y obran en completo acuerdo?

Usted es bien cándido! —exclamó don Liberio—Hablar de políticos honrados es como

hablar de abogados honorables o de banqueros humanitarios...! Claro que los partidos sobran! ¿Pero

usted lia visto alguna vez que un pescador rompa su anzuelo o un cazador su escopeta? Mientras

haya políticos habrá partidos. El día en que estos se acaben aquellos se mueren de hambre.

El Gobernador, para sus adentros, estaban totalmente identificado con don Godofredo y don

Liberto. Pero no podía ni debía decirlo. Terció en la conversación para hacer una defensa muy poco

convincente de los partidos y para afirmar que en su condición de funcionario público le estaba

vedado intervenir en política. Y como miraba con terror todo lo que pudiera implicar un esfiierzo

mental, abandonó a los que discutían, reunió a sus amigos y les dijo:

—Esto está aburridísimo! Aquino hemos venido a fatigarnos intelectualmente sino a

divertimos! Les propongo que nos sentemos en aquella mesa del rincón y nos tomemos una botella

de whisky.

Obviamente la botella de whisky se convirtió en seis y cuatro horas más tarde el señor

Gobernador y sus cuatro secretarios estaban bajo los efectos de una fenomenal borrachera. Hasta el

punto de que fue necesario que la policía los condujera a la Casa Cura!.

El Delfín Álvaro Salom Becerra

84

Julián Arzayús se había transformado paulatinamente en un alcohólico. Bebía todos los días y

las más de las veces inmoderadamente. No podía permanecer largo tiempo abstemio. Y a la

dipsomanía insaciable se añadía el prurito incontenible de fumar.

El último número del programa consistía en un paseo a caballo a la “Taciturna”, una hermosa

laguna situada a 15 kilómetros de la población, al que había invitado el Director del Puesto de Salud

y que se efectuaría a las ocho de la mañana del día siguiente.

El señor Gobernador no pudo concurrir. Amaneció muy enfermo. Vomitaba cada diez

minutos y cada cinco le sobrevenían unos violentos accesos de tos que lo dejaban sin respiración,

Sin embargo, inmediatamente después de que se marcharon sus Secretarios a quienes solicitó que lo

representaran, pidió una botella de “Johnnie Walker” y una cajetilla de “Chesterfield”. Y cuando los

paseantes volvieron, a las cinco de la tarde, estaba borracho nuevamente.

Por fin, una hora después la comitiva se dispuso a regresar a Bogotá. Habían sido cuatro días

de incesante ac- tidad. El Gobernador y cada uno de sus acompañantes habían sumido va-

rios kilos de alimentos y muchos metros cúbicos de alcohol. Los gastos causados por la histórica

visita habían ascendido a la cantidad de $70.000 que equivalía a una tercera parte del presupuesto

anual del municipio. Se había hecho, obstante, una magnífica inversión ya que todos los problemas

de Anacoipa iban a quedar solucionados definitivamente.

Frente a la Casa Cural los distinguidos visitantes y funcionarios municipales canjearon

abrazos y apretones mano. Los primeros juraron que no olvidarían nunca los agasajos de que habían

sido objeto y los segundos que recordarían siempre la presencia de tan elevados personajes en el

pueblo.

Un grupo de campesinos, en nombre de la Liga de Agricultores de Anacoipa, obsequió al

Gobernador con cinco pollos, tres libras de queso y tres de mantequilla, una canasta de huevos y

otra de frutas y él, para agradecer los presentes, pronunció unas breves palabras de las que se valió

para reiterar sus solemnes promesas de convertir a Anacoipa en una miniatura de las grandes

ciudades europeas.

Antes de abordar su automóvil llamó a un agente de la policía y le dijo:

—¡Llévele usted esta tarjeta a la señorita Cleotilde Sastoque!

El agente la guardó en un bolsillo y se dirigió a las “Escuelas Públicas” pero en el camino

sucumbió a la tentación de leerla. La taijeta decía asi:

“Mi adorada Cleotiide: La inolvidable noche que pase contigo tiene que repetirse muy pronto.

Espero que me visites cuando subas a Bogotá. Confió en que no se te haya extraviado la dirección

de mi apartamento. Ten la seguridad de que la semana entrante te haré esealafonar en primera

categoría. Que es la que te corresponde porque realnjente tú eres una mujer de primera. . .! Tuyo,

Julián”.

Hacía una hora que la caravana avanzaba por una carretera que remedaba un descorchador.

Atrás, ya muy atrás, envueltos en una nube de polvo habían quedado la aldea irredenta y sus

problemas y sus necesidades y sus vecinos ingenuos y sus funcionarios candorosos aferrados al

madero de la esperanza.

El Gobernador donnía plácidamente. De pronto se despertó y le dijo a Pepe Riomalo quien

viajaba a su lado:

—¿Cómo es el nombre del pueblito ese donde estuvimos?

85

—¡Anacoipa! respondió Pepe sin saber si su amigo bro

meaba o era víctima de Ja amnesia alcohólica.

Posteriormente Julián Arzayús visitó otros treinta y seis municipios de cuyos nombres

tampoco volvió a acordarse. O sea que permaneció nueve meses al frente de la Gobernación del

Departamento pues visitaba uno cada semana. A quien desee saber cómo se desarrollaron esas

visitas le basta leer el relato de la que efectuó a Anacoipa. Porque todas fueron exactamente igua-

les: centenares de botellas de whisky y millares de promesas de las que cumplió solamente las que

hizo a las maestras complacientes.

—¿Sabes una cosa? ¡Estoy cansado! ¡No resisto más esta vida de gitano, de agente viajero!

—le dijo un día a Ulpiano de Montijo-. Yo no nací únicamente para tragar polvo en las carreteras,

abrazar gentes que huelen a diablos y decir mentiras! Me han tratado muy bien en todas partes pero

parodiando una frase conocida yo podría decir: “Oh, democracia maldita seas aunque así nos

trates!” Mañana voy a presentar renuncia de la Gobernación, Volveré a mi bufete dé abogado y a

mi curul de Senador

La más alta corporación legislativa acababa de recuperar a uno de sus más prominentes

miembros y el foro de recobrar a una de sus figuras más brillantes, cuando una noticia pavorosa

cayó sobre el país a la manera de un gigantesco meteorito y 1o aplasté sicológicamente.

La muerte de un hombre que durante muchos años ha sido un recio caudillo civil, paradigma

de la inteligencia nacional, arquetipo de las mejores virtudes de la raza, guía espiritual de su pueblo

y paladín de su progreso, equivale a un terremoto, a un ciclón, a una espantosa tragedia colectiva.

“El Incondicional” formaba la conciencia nacional y por espacio de cincuenta afíos le había

hecho creer al país que Clímaco Arzayús era un genio, un santo y un héroe. Y cuando resultó

penalmente comprometido en el proceso de la “Massachusetts Oil Company” lo pintó como a un

mártir.

. El hombre de la calle, las gentes de la clase media y de la baja, cuyos cerebros funcionaban

sincronizados con los linotipos del poderoso periódico, tenían la idea inmodificable de que era un

prohombre, un ser omnipotente, a quien la nación le debía inmensos servicios. Y además, un

altruista de inconmensurable generosidad. Arzayús tenia también, frente al pueblo, el prestigio que

da el dinero, la aureola que representa ser propietario de las dos más ricas y pujantes empresas de un

país.

Asi se explica la tremenda conmoción que suscité su muerte, difundida por “El Incondicional’

en una edición extraordinaria que se agoté rápidamente. Bajo el título de ‘Murió Clímaco

Arzayús!!”, en gruesos caracteres y a ocho columnas, informaba el periódico:

“El insigne patricio falleció a consecuencia de un infarto al miocardio, después de recibir los

santos óleos, de manos de Monseñor Gumersindo Roa Obispo de Sutatizá, quien durante muchos

años fue su director espiritual y el de los empleados y obreros de sus fábricas, y rodeado por su

esposa, sus hijas, yernos y nietos. El senador Julián Arzayús no pudo asistir a los últimos momentos

de su ilustre progenitor por encontrarse enfermo.

La enfermedad del Delfín había sido la de Poe y Battde- laire. Con posterioridad a su retiro de

la Gobernación había reanudado las jornadas alcohólicas en su apartamento y vívta per-

El Delfín Álvaro Salom Becerra

86

manentemente borracho. Cuando se le avisé que su paire estaba agonizando y quería verlo se limitó

a-decir:

- Pues va a tener que prolongar la agonía hasta mañana porque si voy ahora, con la perra que

tengo, estropeo Id solemnidad del acto.

El Marquesita de Touvabien tuvo la precaución de recoger para la historia las últimas palabras

de su insigne suegro y al efecto ordenó a su Secretaria qu tomara de ellas una versión taquigráfica.

Estas palabras fueron:

“No espero más a mi hijo. Debe estar borracho. Cuando me muera vendrá, arrancará una flor

de una corona, se la colocará en la solapa, encenderá un cigarrillo en la llama de uno de los cirios y

se marchará a una fiesta. . . Porque ese sinvergüenza vino al mundo exclusivamente a divertirse!

¿Por qué engendraría yo ese monstruo? Me arrepiento sinceramente de haberlo educado para

Presidente. . . Voy a pedirle a Dios, muy cerca del cual voy a estar, que no vaya a permitir,

semejante adefesio! El día en que elijan a ese vagabundo”, a este país se lo va a llevar el diablo!

Le perdono a usted, Catalina, todos sus insultos y sus calumnias y suspicacias en relación con

mi fidelidad conyugal; a usted, Victoria Eugenia, el baldón que arrojó sobre la familia, que

afortunadamente fue transitorio, gracias a la caballerosa actitud del Marquesito aquí presente ya

usted, Claudia Fernanda, le perdono sus ataques de histeria que tantos dolores de cabeza me

costaron..

Que Dios me perdone todos mis pecados y delitos. Y que mis victimas, los millares de seres

que humillé y engañé y oprimí y exploté me perdonen. Sí lo que les hice tiene perdón.

No obstante, los colegas de Arzayús en la Academia de Historia resolvieron cambiar esas

palabras por las siguientes que son las que aparecen actualmente en los textos:

“Amé a la patria como a una madre, a la democracia como a una hermana, a la justicia como a

una esposa y a las instituciones republicanas como a unas hijas. Por ellas realicé toda clase de

esfuerzos y sacrificios. Muero tranquilo, con la satisfacción de no haber hecho mal a nadie y sí todo

el bien que pude a mis conciudadanos

Paradójicamente mientras la nación lloró a Clímaco Ar- zayús en su casa nadie derramó una

lágrima. En parte porque el llanto entre las gentes de la alta sociedad es de pésimo gusto. Las

crónicas sociales hablaron de que Catalina Seispalacios y sus hijos habían sentido un dolor sobrio y

severo pero lo que sucedió realmente fue que no sintieron ninguno. Lo conocían demasiado para

lamentar su muerte.

El homenaje de la República fue, eu cambio, imponente. Las Cámaras, todas las Asambleas

Departamentales y centenares

de Concejos Municipales levantaron sus sesiones en seña! de duelo. El gobierno nacional dictó un

extenso decreto de honores que ordenaba izar la bandera a media asta en todos Jos edificios del

Estado, prohibía los espectáculos públicos durante tres días y anunciaba que inmediatamente

presentaría al Congreso un proyecto de ley para honrar su memoria, que incluiría la erección de una

estatua en una de las principales plazas de Bogotá y la colocación de un retrato suyo en el recinto

del Senado.

Miliares y millares de personas venidas de las más apartadas regiones desfilaron conmovidas

ante el cadáver expuesto en el Salón Elíptico del Capitolio y custodiado por cadetes de la Escuela

Naval. Los clubes sociales, la banca, el comercio, la industria, las comunidades religiosas, el cuerpo

diplomático, los gobiernos extranjeros se asociaron al duelo nacional. Las coronas hacinadas en los

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patios y pasillos del Capitolio alcanzaron varios metros de altura.

A las exequias que se efectuaron en la Basílica Primada asistió el sanedrín en masa. El

Presidente sus Ministros, el Senado, la Cámara de Representantes, la Corte Suprema de Justicia, el

Consejo de listado en corporación, militares de alta graduación, miembros de la ACDO, de la

FEDETYL, socios del Looeky y del Sun Club y del Club de Los Saurios, distinguidos caballeros y

esclarecidas damas de la alta sociedad.

El féretro, envuelto en la bandera tricolor, transportado en una cureña y escoltado por la

Escuela Militar y varios destacamentos del ejército y por una inmensa muchedumbre, encabezó el

desfile que duraría tres horas desde la Plaza de Bolívar hasta el Cementerio. Varias escuadrillas de

aviones militares volaban, mientras tanto, sobre la ruta del cortejo.

En el Cementerio hubo un interminable concurso oratorio en el que participaron el Presidente,

sus Ministros de Relaciones Exteriores y de Educación, dos Senadores, tres representantes, los

Presidentes de las Academias de Jurisprudencia, de Historia y de la Lengua, el Presidente de la

ACDO, el Gerente de la FEDETYL y un socio del Looeky Club. Los catorce discursos duraron

siete horas.

—Un discurso más y nos tienen que enterrar a todos!

—le dijo Catalina la Grande a su hija Victoria Eugenia—. ¡Yo nunca había oído tantas mentiras

juntas!

Sobre los despojos del ilustre repúblico se volcaron, en efecto, las cornucopias de la

abundancia retórica y de la hipérbole tropical. De ningún ser humano se había dicho antes ni se ha

vuelto a decir después lo que se dijo de Clímaco Arzayús. No hubo superlativo, ditirambo ni epíteto

altisonante que no se usara para alabarlo:

“Varón consular de la República!”, “procer de la patria”, “adalid de la libertad”, “campeón de

la democracia”, “portaestandarte de la justicia", “augusto”, “benemérito”, “egregio”, “epónimo”,

“eximio”, “excelso”, “ínclito”, “insigne” y “perilustre” fueron algunos de los títulos que se le

endilgaron. Mentalmente fue comparado con Newton y Pascal; políticamente con Richelieu y

Disraeli y moralmente con Catón.

Uno de los oradores no tuvo empacho en decir que la muerte del patricio —ocurrida a los

ochenta y seis años— había sido prematura por cuanto el país tenia la ilusión de que lo siguiera

sirviendo siquiera por veinte aflos. .

Las rituales salvas de artillería y un prolongado toque de cometa anunciaron que los restos

mortales del gran ciudadano se habían hundido para siempre en la tierra que él había amado y

servido tanto. Que el sol de la inteligencia nacional se había ocultado para no reaparecer jamás. Que

el mar de la muerte se había tragado esa Atlántida de patriotismo y sapiencia, de honestidad y

filantropía. Que uno de los arquitectos de la República había franqueado marcialmente las puertas

de la historia!

A la salida del cementerio Julián, derrengado y al borde de una pulmonía por culpa de los

millares de abrazos y palmadas recibidas en la espalda, vio que se le venía encima —con los brazos

en alto —un oficial del ejército. Era el General Deogracias Cabrejo.

—Julián! Esta ha sido una pérdida irreparable para el país! —le dijo mientras lo abrazaba

emocionadainente Marilú está inconsolable. . . Lo hemos sentido muchísimo!

—Gracias, Deo... gracias! —le respondió Julián con la voz grave y profunda que había

El Delfín Álvaro Salom Becerra

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elegido ese día para que nadie pudiera dudar de la autenticidad de su dolor

—¡Pues cuando quieras ahogar esa pena ya sabes que raí bar está a tus órdenes! - dijo el

General—Y Mariiú se encar

gará de levantarte et ánimo.

Aunque el huérfano no lo tenía tan caído como lo suponía e¡ pundonoroso militar, decidió

aceptar la invitación y le prometió que iría a su casa el viernes a las ocho de la noche.

La velada inicialmente fue sombría. Julián sentado en un rincón de la sala, con el rostro

abatido y la cabeza inclinada, permanecía silencioso. De pronto lanzaba un suspiro capaz de

enternecer a Nerón.

El General y Mariiú trataban de consolarlo pero él se obstinaba en ser el más desventurado de

los mortales y defendía con pertinacia su pena. Ningún argumento podía convencerlo de que la

muerte de su amado padre era un hecho lógico y natural y que debía conformarse con los designios

de Dios.

Deogracias Cabrejo se levantó de su asiento y trajo una botella de whisky diciendo:

—Este es un quitapenas milagroso!

Julián sufrió una metamorfosis. Le volvió el alma al cuerpo. Se frotó las manos alegremente,

se le iluminaron los ojos y miró la botella con una amplia sonrisa. La máscara del dolor rodó por el

suelo.

Y comenzó a beber desaforadamente. Servía en su vaso tres cuartas partes de whisky y una de

soda. Después de beber tres vasos estaba perdidamente borracho. El subconsciente emergió a la

superficie.

—Ustedes son dos buenos amigos míos... —empezó a decirles con los ojos ya extraviados y la

dicción confusa—Al uno le debo la vida y a! otro... la felicidad! Por lo tanto tienen derecho de saber

la verdad... Mi padre fue un farsante!

Su vida fue una larga mentira! Nunca fue el gran patriota, el gran ciudadano, el gran jurista, el gran

político, en fin, el gran hombre de que habló siempre “El Incondicional”... Una de las principales

funciones de ese periódico es la de crear ídolos falsos para que el país los adore.. Mi padre fue

perezoso, ignorante, vanidoso, perverso... Y yo no solamente soy el fruto de ese monstruo sino que

fui formado a su imagen y semejanza... —apuré otro trago y encendió un nuevo cigarrillo—

Recuerdo que cuando era niño me decía que yo debía ser cruel como Santander, orgulloso como

Mosquera y cínico como Núnez... Y hoy tengo que acusarme de esos tres pecados que a mi padre le

parecían virtudes... Soy un farsante y un miserable como lo fue él! Me regalaron el diploma de

bachiller y el titulo de abogado... Fui a Paris a especializarme... Y efectivamente me especialicé en

bailar “charleston” y tango... Como no sé derecho tuve que contratar los servicios de un tipo que si

sabe. . El es quien lo hace todo en la oficina y yo firmo! Cuando fui Gobernador del Departamento

ese mismo tipo fue quien hizo todo lo que me correspondía hacer a mi.

¿Conciben ustedes una comedia más repugnante? —se llevó el vaso de whisky a la boca, bebió

buena parte del contenido y prosiguió— La vida me ha negado el placer de conseguir las cosas con

esfuerzo,.. Cuanto soy se lo debo al simple hecho de haber sido hijo de un hombre poderoso a pesar

de su mediocridad. .. ¿No es vergonzoso? ¡Soy un príncipe de zarzuela, un Delfín de opereta! Pero

no lo voy a ser por mucho tiempo. . . Estoy cansado de engañar y de engañarme! Asqueado de la

farsa, de los histriones que me rodean, asqueado de mi mismo! La gente cree que soy feliz y no hay

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en el mundo un ser más desgraciado que yo...! Por eso bebo continuamente.

El alcohol me sirve de anestesia: “pues no hay dolor más grande que el dolor de ser vivo, ni mayor

pesadumbre que la vida concierne”, como lo dijo bellamente Rubén Darío. . . Mis amigos dicen que

me estoy suicidando lentamente y quizás tengan razón... Sea como fuere el veneno está delicioso!

—y apuro, sin respirar, medio vaso de whisky.

Después recliné la cabeza sobre el espaldar de la silla, estiró las piernas y sin preocuparse por

la presencia de los dueños de casa, quedó sumido en un profundo sueño. Mariiú le quitó el vaso que

empulaba en la mano derecha y el cigarrillo que sostenía en la izquierda y lo cubrió con una manta.

—¡Cómo son de pequeños los grandes hombres! —le dijo el General a su esposa—¿Y de

desdichada la gente que uno cree dichosa! ¡Nosotros en cambio carecemos de todo pero tenemos un

hogar feliz Supongo que como Julián está fuera de combate podré acostarme contigo esta noche.

La muerte del viejo monarca convertía en Rey al Delfín. Automáticamente pasaba del

segundo al primer plano. Ya no sería un simple suplente en el Senado y en la Presidencia de la Junta

Directiva de la “Cervecería Baviera” y la “Compañía Interamericana de Tabaco

Cuando visitaba las fábricas ola hacienda de “El Eucalipto” tenía la sensación de que los

empleados, los obreros y los arrendatarios le decían: “Arzayús ha muerto. Viva Arzayús!”

Y esa sensación era la misma cuando concurría al Senado, a las oficinas públicas, a las fiestas oficiales, cuando las gentes lo saludaban en la calle. La desaparición del sátrapa, que lo eclipsaba, le abría posibilidades infinitas. El grandioso homenaje postumo rendido al padre había sido una clara notificación al hijo para que se aprestara a reemplazarlo. Julián Arzayús era un Ministro, un Embajador y un Presidente de la República en potencia próxima!

Los partidos tradicionales o históricos eran dos fuerzas equilibradas que, desde la fundación

de la República, se turnaban en, el poder o lo compartían amigablemente.

Periódicamente y casi siempre en virtud de que el uno se dividía llegaba el otro al gobierno. Y

se iniciaba una hegemonía excluyente y arbitraria. Los cargos públicos, los contratos, las prebendas

eran privativos del bando reinante; los miembros del contrario apenas tenían el derecho de pagar

impuestos y el de prestar el servicio militar.

Además, para ahuyentar a los adversarios de las urnas y asegurar la continuidad del régimen,

se desataba la violencia oficial en los campos. Hombres, mujeres y niños eran asesinados por el

ejército y la policía. Y muchos civiles hostilizaban también a los campesinos para apoderarse de sus

fincas.

Las victimas en ejercicio del derecho de legítima defensa repelían la agresión. Y el país se

convertía en el escenario de una guerra civil no declarada. Pero cuando la violencia llegaba a las

ciudades y los políticos que la habían dirigido y financiado empezaban a ver sus intereses en peligro

y comenzaban a caer peces gordos y a ser secuestrados los magnates de la economía, los jefes de los

partidos, aterrados, se reunían en Jos salones del Loocky Club y pactaban una coalición.

Como los unos y los otros carecían de principios y en materia ideológica a todos les daba igual

ocho que ochenta, el acuerdo era muy fácil. El problema se reducía al reparto equitativo de las

posiciones burocráticas.

Y venía entonces un gobierno híbrido, incoloro, políticamente informe que cambiaba de nombre cada vez que era elegido un nuevo Presidente: “Frente Patriótico”, “Frente Republicano y Democrático”, “Frente de Renovación Nacional”, “Frente de Redención Económica”, cuya misión

El Delfín Álvaro Salom Becerra

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fundamental era la de garantizar la vida y los bienes de los miembros de la clase dirigente y propender por su enriquecimiento.

La violencia oficial cesaba naturalmente. Las acciones subían en la Bolsa y las utilidades de

las grandes empresas aumentaban inverosímilmente pues todas las medidas que tomaba el gobierno

tendían a favorecerlas. Pero había algo que subía aún más que las acciones y las utilidades: el costo

de la vida! Sin embargo el pueblo hambriento y semi-desnudo no se cansaba de darle gracias al

régimen por el don inapreciable de la paz con que lo habla obsequiado.

Cada uno de los partidos contaba con un grupo de personajes de conciencia elástica,

pusilánimes, tibios, contemporizadores; siempre dispuestos a transigir y negociar, con un criterio

acomodaticio a sus conveniencias del momento: capaces de abandonar a su amigo vencido para

postrarse a los pies de su enemigo vencedor; permanentemente provistos de dos velas para

encenderlas una a Dios y otra al diablo.

Lógicamente de ese grupo salían los Gobernadores, los Ministros y los Embajadores. Eran

individuos dóciles y serviles, incapaces de desobedecer una orden pero ni siquiera de discutirla, de

crear un problema o suscitar un conflicto, lo que representaba insignes ventajas para el primer

magistrado dentro de un sistema rígidamente presidencial.

Los eternos cortesanos y burócratas eran conocidos por la opinión con el nombre de

“Raposas”. Obviamente Julián ingresó al grupo. Satisfacía todos los requisitos de admisión pues no

tenía principios, ni voluntad, ni carácter, y de la moral de su primera juventud no le quedaba ya sino

un borroso vestigio. Su pereza, su frivolidad, su alergia a los problemas, su propensión

a seguir la linea de la menor resistencia, eran otros tantos factores positivos que hacían de él una

raposa ideal.

Todo convergía por lo tanto a colocar al Delfín en la primera fila de los candidatos a un

Ministerio ahora que se había presentado una crisis de gabinete. Era un jurista eminente; miembro

de la más alta corporación legislativa de la cual había sido Presidente; había gobernado al

Departamento con un brillo insuperable; era el único hijo varón del hombre ante cuyo cadáver

acababa de descubrirse respetuosamente la nación; la opinión lo miraba con manifiesta simpatía y

había la absoluta seguridad de que su presencia en cualquiera de las carteras ministeriales seria

completamente inocua.

El Presidente, muy celoso de su dignidad y decoro, no permitió que los acostumbrados grupos

de presión lo constriñeran a nombrar a determinadas personas en su nuevo gabinete. Prefirió

pedirles que aprobaran los candidatos que él había escogido o los vetaran.

En efecto dirigió al Rector de la Universidad Ignaciana y a los Presidentes de la ACDO, la

FEDETYL y el Loocky Club el siguiente mensaje;

“Como quiera que ustedes, con el ánimo de prestar al gobierno que presido una eficaz

colaboración, tuvieron a bien recomendarme el nombre del doctor Julián Arzayús para la Goberna-

ción del departamento, donde desarrolló una ímproba y fecunda labor, imponiéndose el sacrificio de

visitar la mayoría de los municipios con eS fin de conocer y resolver sus problemas y me parece de

elemental lógica aprovechar su experiencia, versación y dinamismo y premiar su extraordinaria obra

en la Gobernación, he pensado en nombrarlo Ministro en mi próximo gabinete. Respetuosamente

someto, pues, la candidatura del ilustre ex-Gobernador y actual Senador de la República a la

consideración de ustedes”.

—Voy a nombrar Ministro de Justicia a Julián Arzayús! —le dijo el Presidente a su amigo el

Representante Castañeda.

91

.. .A Julián Arzayús? —preguntó Castañeda consternado— Pero si ese tipo es un adobe y se

encuentra en el último grado del alcoholismo.

.. Ni una cosa ni la otra tienen importancia repuso el

Presidente— Yo no voy a nombrar aun hombre sino a un apellido glorioso incorporado ya a la

historia del país. . . Además en ese Ministerio no hay nada que hacer.

El Ministerio de Justicia había sido creado cuando los partidos pactaron la primera coalición.

El gabinete debía estar compuesto por seis Ministros que pertenecieran a un partido y seis que

estuvieran afiliados al otro. Pero los Ministerios hasta entonces eran once. Había que crear el

duodécimo aunque no tuviera funciones. Inicialmente se le asignaron las de nombrar Jueces de

instrucción Criminal y ejercer la vigilancia de la Corte, los Tribunales y los Juzgados. Pero

posteriormente le fueron suprimidas.

En esc momento el único oficio del Ministro consistía en reemplazar a los alcaides y

guardianes de cárcel a medida que eran asesinados por los presos, io que felizmente sucedía con

frecuencia pues evitaba que el ocio del alto personaje fuera total.

El Presidente no había exagerado cuando dijo que allí no había nada que hacer.

Evidentemente el cargo podía ser desempeñado hasta por Julián Arzayús!

La Academia de Jurisprudencia, el Club de Jurisperitos y la Sociedad de Jurisconsultos

celebraron alborozadamente el acontecimiento, felicitaron al nuevo Ministro, se felicitaron a si

mismas, io nombraron Presidente Honorario y ofrecieron sendos banquetes en su honor.

Con no menos entusiasmo recibieron la noticia la Universidad Ignaciana, la ACDO la

FEDETYL y e! Loocky Club, que veían así aumentada en una unidad su representación en el

gabinete. Las cuatro entidades cogobernantes organizaron para agasajar al Delfín vario:; homenajes

gastronómicos y etílicos. El nombramiento significó, por lo tanto, veinte días de embriaguez

ininterrumpida.

El matador volvió a torear con su cuadrilla. El día de su posesión anunció una

“reorganización técnica tendiente a remozar las estructuras ya caducas de este importante

organismo y a perfeccionar los métodos científicos para la prevención y represión del delito’’, que

consistió en destituir sin fórmula de juicio a viejos servidores del Ministerio que estaban a punto de

adquirir el derecho a !a jubilación y nombrar para reemplazarlos a sus amigos de toda la vida.

Ulpiano de Montijo, rico comerciante, propietario de tres de los mejores almacenes de la

ciudad, especializado en la importación de patios, file nombrado Secretario General. Cuando le

preguntó a Julián cuáles eran las funciones de un Secretario de Ministerio, aquel le respondió:

—¡Facilísimas! ¡El Ministro no hace nada y el Secretario le ayuda!

Pepe Riomalo, hacendado sabanero, quien nunca había logrado saber qué diferencia existía

entre una pena de presidio, una de prisión y una de arresto, ni entre un condenado, un procesado y

un sumariado, ñie nombrado Director General de Establecimientos de Reclusión y Pena.

Camilo Villaurrutia, clubman, cafetero y experto jugador de poker. Jefe de la Campaña

Técnico-Científica contra la Delincuencia.

Carlos Sanclemente, libertino incurable, quien le embestía a todo representante del sexo

femenino que viera, sin reparar en sus condiciones físicas, cronológicas o sociales, Jefe de la Divi-

sión de Rehabilitación de la Mujer Caída.

Cuando el señor Ministro lo llamó para comunicarle el nombramiento le dijo:

El Delfín Álvaro Salom Becerra

92

—Te nombré para ese cargo porque sé que a ti te encantan las mujeres caídas. . . de espaldas!

Germán Osuna de las Altas Torres, conocido cleptómano de la alta sociedad, quien vivía con

los bolsillos atiborrados de los ceniceros y adornos de sobremesa que se sustraía, fue nombrado

Pagador General!

Finalmente nombró Secretaria Privada a Matilde Valdivia una manicura que había comenzado

por conocer las uñas del sefior Ministro en la “Peluquería Astoria” y había terminado por conocerle

todo el cuerpo en sus visitas a la “garconiere” y quien, según Julián, eran una doble mujer pues no

había visto jamás una que dijera más mentiras.

La mitomanía suplía su absoluta ignorancia en menesteres de oficina puesto que le permitía

decir a todo momento con una gran naturalidad: “El señor Ministro está en Palacio en una reunión

del gabinete”, “El señor Ministro está muy ocupado y no se le puede interrumpir”, “El señor

Ministro está ligeramente indispuesto y no viene hoy”.

Una vez completo su equipo de colaboradores el Delfín se dedicó al ejercicio de su profesión

de abogado, no sin antes ordenar que el automóvil oficial le fuera cambiado por uno de último

modelo, se le renovaran los muebles del Despacho y se adicionasen con un bar.

Había una clara incompatibilidad legal y moral para que Julián ejerciera simultáneamente sus

funciones oficiales y su profesión. Pero no hay obstáculos infranqueables para un hombre que tiene

concentrados en sus manos el poder político, el económico y el social.

Bernardo Rocafuerte, amigo y condiscípulo suyo, era un heredo-jurista. Su tatarabuelo, su

bisabuelo, su abuelo y su padre habían sido abogados. Y a él se le condenó a serlo desde el mismo

día de su nacimiento, como a Julián Presidente de la República. Sin ninguna vocación jurídica y

solamente para complacer a su familia, se matriculó en la Facultad de Derecho de la Universidad

Ignaciana. El pasó por la Facultad pero esta no pasó nunca por él. Sus conocimientos de derecho, al

concluir sus estudios, eran inferiores a los de Julián.

La ignorancia, sin embargo, no es impedimento ni escollo cuando se tiene una apostura

gallarda, un apellido altisonante y un sólido respaldo económico. Por obra y gracia de esas tres

circunstancias Bernardo Rocafuerte estaba reputado como uno de los mejores jurisconsultos de la

ciudad.

Los dos amigos llegaron a un rápido acuerdo: Rocafuerte se pondría al frente de la oficina de

Arzayús, firmaría los alegatos y memoriales elaborados por Damián García y recibiría un 30% de

los honorarios pactados por aquel. Arzayús, por su parte, se encargaría de conseguir clientes, de

presionar a los Jueces arrojando sobre ellos todo el peso de su autoridad para que fallaran en

determinado sentido y recibiría e¡ 70% de los emolumentos.

El señor Ministro dirigió una comunicación a la “Muzo Emerald Company”, la “Chocó

Platinum Company” y la”Ba- rrancabermeja Oil Company”, las tres empresas yanquis que mo-

nopolizaban la explotación de las esmeraldas, el platino y el petróleo, que decía así:

“Viejo admirador y amigo de la Gran Democracia del Norte y de las empresas

estadounidenses que tan noble y de-

sinteresadamente han vinculado su capital al país para incrementar nuestro desarrollo económico,

deseo ponerme incondicionalmente a las órdenes de ustedes como Ministro de Justicia y hacerles

saber que esa posición no me inhabilita sino que —por el contrario-— me confiere una mayor

autoridad e influencia para continuar sirviendo los intereses de esa importante compañía.

93

Por razones obvias yo no podré aparecer como apoderado de ustedes ante las autoridades

nacionales ni me será posible firmar ninguna petición, memorial o alegato. En mi nombre, bajo mi

dirección y responsabilidad, actuará el doctor Bernardo Roca fuerte, abogado muy prestante y

persona de absoluta confianza.

Nuestras futuras entrevistas no podrán efectuarse en sus oficinas ni en eí Ministerio sino en un

lugar reservado y discreto. Los cheques, invariablemente, deberán ser girados al doctor Rocafuerte”.

La oficina de Julián Arzayús se convirtió en el centro del más escandaloso tráfico de

influencias. Allí se gestionaba desde la pronta instalación de un teléfono hasta la rápida expedición

de una licencia de importación por varios millones de pesos. Huelga decir que las cuatro compañías

norteamericanas (Julián representaba también los intereses de la Massachusetts Oil Company), le

ganaron a la nación, mientras él fue Ministro, cuantos juicios civiles o administrativos adelantaron

contra ella.

Hacia ocho días que el Ministro no honraba con su presencia el Ministerio. Buena parte de ese

tiempo se la había dedicado a “Johnnie Walker1’ de quien seguía siendo intimo amigo ya Sara —

una linda judía— quien era su nueva favorita.

—Aquí no ha habido novedad! —le informó Matilde, la Secretaria—. No han matado a

ningím guardián de cárcel y, por lo tanto, no ha habido necesidad de reemplazarlo... Por eso no lo

he llamado... La que presenta una novedad soy yo!

—¿Tú? —preguntó el Ministro— ¿Has cejado de decir mentiras?

—Pues por lo menos voy a decir ahora la verdad más gorda que he dicho en mi vida: espero

un hijo! —replicó Matilde.

/ De padre desconocido? preguntó el Ministro con

ironía.

—De padre muy conocido, conocidísimo, no hay en el país quien no lo conozca! —repuso

Matilde indignada— Es nadie menos que el señor Ministro de Justicia!

—Tú estás loca! —dijo el Ministro despectivamente—

—Lo estuve todas las veces que me acosté con usted!

... respondió Matilde— Pero ya he recobrado la razón... No trate de eludir el problema porque le

puede costar caro.

—¿Me amenazas? —le preguntó el Ministro mirándola de pies a cabeza.

—Simplemente lo prevengo! —contestó Matilde Usted con todo su poder no puede impedir

que la prensa informe cualquier día: “El Ministro de Justicia acusado de estupro por su secretaria!”,

ni puede evitar que yo lo desenmascare ante el país, que diga todo lo que sé de usted, que es un

alcohólico y un .sátiro, que siendo funcionario público ejerce la....

—Cálmate mujer! - imploró el Ministro aterrado To

dos los problemas tienen solución... ¿Cuál puede ser ia de este?

—Yo no voy a representar el papel de la señorita embarazada... —dijo Matilde - Mándeme a

“Europa” mientras nace la criatura. —Ese es un lugar a donde van sólamente señoritas de la alta

sociedad... Además es muy costoso... —repuso el Ministro.

Matilde se colocó las manos en jarra, avanzó desafiante hasta situarse a un metro del Ministro

El Delfín Álvaro Salom Becerra

94

y le gritó:

—¿De modo que esas tenemos? ¿Cuánto dinero necesita tener una para pertenecer a la alta

sociedad? Las caídas en las mujeres de su clase son deslices sin importancia; en las de la mía son

crímenes imperdonables! Las primeras pueden ocultar su deshonra; las segundas tienen que exhibir

su vergüenza! Pero eso no va a suceder en este caso! O me paga el valor del viaje a “Europa” y el

de mi permanencia allá o lo denuncio y hago un escándalo que lo obligue a abandonar el país. . .!

¿Le parece muy costoso? Pues “el que quiere celeste que le cueste”! Mi hijo, nuestro hijo, no va a

nacer en un hospital de caridad... Aunque yo no tenga dinero soy una dama tan respetable por lo

menos como su hermana. . ¿Me entiende usted?

El último golpe anonadó al Ministro. No tuvo argumentos ni fuerzas para replicar. Sacó una

chequera de un cajún del escritorio, giró un cheque y entregándoselo a Matilde 1c dijo:

Si esta cantidad no es suficiente házmelo saber! apoyó los codos en el escritorio, la cabeza

en las manos y cerró los ojos. mgg De su ensimismamiento vinieron a sacarlo unos gritos

provenientes de la calle. Julián se asomó a la ventana. Era una manifestación estudiantil que

avanzaba por la que antes se llamaba Avenida de la República y después fue bautizada con el

prosaico nombre de carrera séptima. Los estudiantes agitaban pañuelos y libros y lanzaban vivas y

abajos.

El malestar y el descontento reinaban en la Universidad Nacional hacía varios días.

Exactamente desde aquel en que el Gobierno había nombrado como Rector a un pedagogo pastuso,

descendiente de Agustín Agualongo, oscurantista y retrógrado, para quien la Revolución Francesa

había puesto fin a la época más feliz de la humanidad yen cuyo concepto los enciclopedistas y los

filósofos de los siglos XIX y XX eran otros tantos corruptores de la juventud.

Aparecieron letreros en las paredes escritos con carbón: ‘Aquí enseñan ahora los que nunca

fueron capaces de aprender!'*, “Abajo el Rector reaccionario!”, ‘'Esto es una Universidad nó una

caverna!" Varios mensajes fueron enviados al Presidente y al Ministro de Educación que nunca

tuvieron respuesta. El silencio oficial enardeció los ánimos. Hubo discursos fogosos y algunos

guijarros cayeron sobre las ventanas de la Rectoría. Finalmente el Comité de Huelga decidió

iniciarla con una manifestación ante el Presidente.

Inopinadamente en dirección contraria a la que llevaban los manifestantes surgieron

centenares de soldados que lucían el inconfundible uniforme del “Batallón Bravos de Oriente”, un

cuerpo de ejército que el gobierno había enviado a apoyar la intromisión norteamericana en el

conflicto suscitado entre dos naciones asiáticas y que acababa de regresar al país.

Los soldados, obedeciendo la orden de un oficial, formaron varios cordones humanos a lo

ancho de la calle para impedir el paso de la manifestación. Los estudiantes que mar- chaban a la

vanguardia hicieron señales a los compañeros que venían atrás con el fin de que se detuvieran, Pero

estos, im- pacientes, optaron por empujar a aquellos obligándolos a presionar a los soldados. Un

Sargento gritó: —Si tratan de atropellamos disparamos!

Los estudiantes empezaron a cantar. Eran unos versos de Nicolás Guillen a los cuales les habían adaptado la música de una canción de moda:

“No sé por qué piensas tú, soldado que te odio yo, si somos la misma cosa: yo, tu.

Tú eres pobre, lo soy yo; Soy de abajo, io eres tú,

¿De dónde has sacado tú, soldado que te odio yo?

95

Me duele que a veces tú te olvides que quién soy yo;

Caramba! Si soy tú,

Lo mismo que tú eres yo.

Pero- los soldados, lejos de apaciguarse, se exacerbaron 1)LJCS creyeron que los estudiantes

se estaban burlando de ellos. Su reacción era lógica. Todos eran campesinos analfabetos porque los

señoritos de la nobleza estaban exentos (fe prestar el servicio militar. Además venían de combatir

durante muchos meses contra un pueblo indomable, ferozmente valeroso, que había puesto en jaque

a la primera potencia del mundo. Habían visto morir a innumerables compañeros, varios habían

sufrido heridas y algunos habían caído prisioneros. Tenían sicosis de guerra. Frente a ellos veían no

una inofensiva manifestación estudiantil sino un peligroso ejército enemigo. Y a unos hombres así

no se Ies puede pedir comprensión ni sentido del humor La canción fue contraproducente.

El Ministro observaba la escena desde la ventana de su Despacho. Por una obvia asociación de ideas

recordaba el episodio de que había sido testigo veintitrés años antes. Pero ahora no lo asustaba la

perspectiva de una matanza. Su sensibilidad, su simpatía por los humildes, su rebeldía ante la

injusticia estaban muertas y sepultadas. El poder no estaba ahora en manos de su padre sino en la

suyas. Y debía defenderlo a todo trance. Esos jóvenes vocingleros que osaban hacerle exigencias al

gobierno y trataban de desconocer una orden de la autoridad eran sus enemigos. Formaban la

avanzada de la revolución, de esa revolución que comenzaría por arrebatarle los bienes y terminaría

por arrebatarle la vida.

La tragedia era inminente. Y él podía evitarla. Le bastaba bajar a la calle y ordenar al oficial,

invocando su carácter de Ministro, que autorizara el paso de la manifestación. Pero recordó las

palabras de su padre cuando él le refirió cómo habían sido asesinados los sastres: Nada de

sensiblerías! Luis XVI, por débil, perdió el trono primero y la cabeza después. Y resolvió continuar

impasible en su puesto de observación.

Los estudiantes seguían pugnando por pasar y la actitud de los soldados era cada vez más

hostil. Un muchacho se acurruco para servir a otro de tribuna; este último, alto, rubio, con el cabello

revuelto, sostenido por dos compañeros, le puso los pies en los hombros; el primero empezó a

levantarse lentamente sujetando al segundo por las piernas.

Señores oficiales y soldados: —dijo el joven alto y rubio— Voy a decir cuatro palabras. Ni

mi actual posición ni la del amigo en cuyos hombros estoy parado son las más adecuadas para

pronunciar un discurso largo. Queremos pedirles simplemente que nos dejen pasar! Que nos

permitan llegar hasta el Presidente para solicitarle que sustituya a un Rector enemigo de la juventud

y del progreso por uno que posea una mentalidad abierta y generosa. Hasta hace muy poco tiempo

estuvieron ustedes en países remotos luchando por una causa ajena, defendiendo los intereses de la

nación que patrociné un día la desmembración de nuestro territorio. ¿Por qué no defienden ahora la

libertad de palabra y de reunión y el derecho de petición de sus propios compatriotas? Déjenos

pasar, se lo rogamos!

La súplica no tuvo respuesta Los estudiantes decidieron lanzar una nueva ofensiva y

arremetieron con tanto ímpetu que los soldados de la primera línea tuvieron que retroceder varios

pasos. El Sargento, fuera de sí, Ies gritó:

—Maricas! ¿Se van a dejar arrollar por estos culicaga- dos? ¿Ya se les olvidó para qué sirven

los fusiles?

Varios soldados se echaron el arma a la rara y se oyó una descarga. La confusión fue

indescriptible. Cuino ciervos perseguidos por leones hambrientos los muchachos huyeron aterrori-

El Delfín Álvaro Salom Becerra

96

zados. Muchos cayeron en la desbandada y fueron pisoteados por sus compañeros. En un minuto la

multitud quedó reducida a unos cuantos cuerpos inertes, otros que se arrastraban dolorosamente por

el suelo cubierto de libros, escuadras, reglas de cálculo, lapiceros, zapatos, prendas destrozadas que

flotaban en un lago de sangre.

El Ministro había presenciado imperturbable la cruenta escena. Veintitrés años antes una

idéntica lo había traumatizado. Ahora le parecían ridículos el sudor frío y las náuseas que había

sentido entonces. Indudablemente la vida lo había templado y los consejos de su padre no habían

caído en terreno árido.

Lo asaltó un incontenible deseo de beber. Sacó del bar una botella de whisky y sirvió una

buena porción en un vaso. En ese momento irrumpieron al Despacho Ríomalo, Villaurrutia, de

Montijo y Sanclemente con el terror pintado en los rostros. —Esto fue espantoso! —dijo

Ríomalo—

—Un crimen atroz! —agregó Villaurrutia—

—Los asesinaron como a perros rabiosos! —añadió de Montijo—

—La reacción va a ser terrible! comentó Sanclemente— —No olviden ustedes, caballeros,

que son funcionarios públicos y que deben estar al lado del gobierno con la razón o sin ella. .! —

replicó el Ministro— Esos mozalbetes, aparentemente inofensivos, son peligrosos agentes del

comunismo internacional y proceden con sujeción a instrucciones impartidas desde el Kremlim. El

gobierno frente a la insurrección tiene un dilema: O derriba a los insurrectos o se resigna a que

estos lo derriben! Lo que ha sucedido es doloroso pero era inevitable.

Sirvió whisky a sus cuatro amigos, volvió a llenar su vaso y levantándolo dijo:

- El régimen de que ustedes y yo formamos parte acaba de obtener una victoria sobre sus

enemigos. Brindemos por ella y por el triunfo del orden jurídico y de las instituciones republicanas

y democráticas!

En seguida le pidió a Matilde que lo pusiera en comunicación con el Presidente.

—Estoy vivo por puro milagro! —le dijo- Desde ei momento en que vi que la manifestación y

la tropa se enfrentaban presentí la tragedia. Hice lo posible y lo imposible por evitarla. Bajé a la

calle y traté de disuadir a los estudiantes de que siguieran avanzando; hablé también con los

oficiales y los soldados y les pedí que en ningún caso fueran a hacer uso de las armas. Pero todo fue

inútil. Los estudiantes se obstinaron en seguir adelante y los soldados en impedirlo. Cuando estos

dispararon yo trataba de convencer a aquellos de que debían desistir de continuar la marcha. A mi

derecha cayó muerto un muchacho y a mi izquierda otro malherido, . . Pero naturalmente el

gobierno no puede aceptar ninguna responsabilidad suya ni de los oficiales y soldados en los

hechos... Es necesario decir que los estudiantes iban armados, que tomaron la iniciativa en el ataque

y que, entre los militares, hubo varios muertos y heridos.

—Está muy bien pensado! —contestó el Presidente— El gobierno no puede acusar a quienes

lo sostienen asi hayan cometido toda clase de delitos. Pero me parece peligroso hablar de muertos y

heridos militares cuando no los hubo y afirmar que los muchachos iban armados siendo que iban

inermes.

No veo ningún peligro, señor Presidente —respondió el Ministro Arzayús— Si usted

declara en un comunicado que en la acción murieron los soldados José Rodríguez, Pedro Sánchez y

Luis Ramíres y resultaron heridos el Cabo Juan Peña y el Sargento Antonio Martínez, quien puede

desvirtuar esa afirmación? Los libros que empuñaban los estudiantes podemos convertirlos en

97

.“cocteles Molotov” y los pañuelos en granadas de mano... Recuerde, señor Presidente, que uno de

los privilegios del gobierno es el de mentir impunemente!

“El Incondicional” lanzó una edición extraordinaria. En la primera página podía leerse:

“Sofocado conato revolucionario. Estudiantes comunistas atacaron al ejército con granadas de

mano y “cocteles Molotov”. Varios militares muertos y heridos. También algunos de los atacantes.

Valerosa actuación de la tropa. La nación entera respalda al gobierno”.

El editorial titulado “No pasarán!”, decía en uno de sus apartes:

“El gobierno por la boca de los fusiles y en el lenguaje de la bala que es el único que

entienden los apatridas, los descastados, los lacayos de Lcnin y Stalin, les dijo ayer a unos cen-

tenares de agitadores comunistas disfrazados de estudiantes: "No pasarán”

Y no pasaron gracias al heroico comportamiento de un puñado de soldados que escribieron

otra página gloriosa de la historia nacional”.

La clase dirigente se sintió amenazada. La Iglesia, la Asociación Colombiana de Oligarcas, la

Federación de Terratenientes y Latifundistas, los banqueros, industriales y comerciantes y los altos

funcionarios del Estado percibieron claramente las pisadas del Oso Ruso que, después de cruzar el

Estrecho de Behring y de atravesar la América del Norte y la Central, se hallaba ya en la frontera

con Panamá.

Los jefes de los dos partidos tradicionales tuvieron la sensación inequívoca de que el poder

que habían detentado durante ciento cincuenta años iba a pasar a las manos de un Comisario del

Pueblo.

El miedo es cohesivo. Nunca son más solidarios los hombres que cuando el destino los reúne

en una embarcación a punto de zozobrar. Todos los miembros del sanedrín, entrañablemente

unidos, visitaron al Presidente para darle sus parabienes, ofrecerle su respaldo y congratular a las

fuerzas militares por haber debelado la revuelta y consolidado el orden jurídico.

El comunicado oficial decía que en la escaramuza callejera habían muerto tres militares y

nueve civiles. Naturalmente los primeros eran apócrifos y los segundos reales. Y agregaba que siete

falsos soldados y doce estudiantes auténticos habían sufrido heridas. Como es obvio atribuía a los

estudiantes la iniciativa en el ataque y colocaba a la tropa en situación de legítima defensa.

Fue nombrado investigador el doctor Escipión Payán, típico representante del sistema y

connotado miembro del grupo de las "raposas”. Era un individuo melodramático. Nació, vivió y

murió en el escenario. No hablaba para sus contemporáneos sino para la posteridad. Tenía la

soberbia de D’Annunzio, la arrogancia de Mussolini y la antipatía de ambos. En el fondo era

un pobre diablo. Presumía de erudito pero su igno- rancia era enternecedora; poseía una voluntad de

alfeñique pero él aseveraba que era de hierro; afirmaba solemnemente que era insobornable pero no

había quien superara su venalidad Era un estuche vacío. Pero la gente estaba convencida de que

encerraba una piedra preciosa de incalculable valor. Cada vez que surgía un problema o estallaba un

conflicto o se planteaba la necesidad de reemplazar a un Ministro o a un Embajador, el país volvía

sus ojos hacia él. Y Payán, que era un patriota excelso, se sacrificaba nuevamente, renunciaba al

remanso de su vida privada y se resignaba a cobrar los sueldos, viáticos y gastos de representación

inherentes al cargo.

Ex-Juez. ex-Fiscal, ex-Magistrado, ex-Procurador ex- Diputado ex-Representante, ex-

Senador, ex- Ministro ex-Em- bajador, ningún ciudadano podía mostrar un “curriculum vi- tae” más

El Delfín Álvaro Salom Becerra

98

brillante. Su nombramiento fue recibido con beneplácito unánime pues significaba la más absoluta

garantía de imparcialidad y justicia. El Ministro Arzayús le hizo saber que deseaba entrevistarse con

él en su Despacho. Payán acudió puntualmente a la cita.

—Usted es uno de los hombres mas respetables que tiene el país —le dijo el Ministro después

de que lo invitó a sentarse— Son actualmente las tres de la tarde pero si usted dice que son las

nueve de la noche, la gente le cree... Por eso le sugerí al Presidente que lo nombrara.. Un hombre así

es el que necesitamos! podrá evitar la sentencia condenatoria. . . Nos libraremos de los jóvenes

agitadores por varios años y usted se cubrirá de gloria como investigador! Se de buena fuente,

además, que cierta Embajada va a quedar vacante.

El hábil investigador desarrolló una ímproba labor. Recibió las declaraciones de todos los

empleados del Ministerio de Justicia y las de algunos soldados, suboficiales y oficiales del

“Batallón Bravos de Oriente”, acomodadas naturalmente a la versión oficial, pero se abstuvo de

recibir el testimonio de los estudiantes por considerar que siendo ellos parte en el negocio estaba

viciado de parcialidad. Practicó una reconstrucción de los hechos en la que varios centenares de

soldados vestidos de civil representaron el papel de estudiantes y numerosos uniformados el de

miembros del cuerpo de tropa. Ordenó la captura de los tres principales líderes estudiantiles:

Conrado Minero, un muchacho de color oriundo del Chocó; Joaquín Villamizar, un santandereano

que exhalaba entereza y hombría; y Monche Iguarán, valeroso y sagaz como todas las gentes de su

raza guajira. Las casas de los tres estudiantes fueron registradas dos veces, con un intervalo de

media hora. En la primera ocasión los detectives no hallaron nada sospechoso pero en la segunda

encontraron abundante propaganda subversiva, bombas de alto poder explosivo, armas blancas y de

fuego.

Los testimonios rendidos por los funcionarios del Ministerio y los militares, el resultado de la

diligencia de reconstrucción de los hechos que volvía añicos la versión de los estudiantes y el

indicio abrumador que se desprendía del hallazgo hecho en las casas de Minero, Villamizar e

Iguarán llevaron al investigador a la conclusión de que los victimarios habían sido los estudiantes y

las víctimas los soldados, quienes se habían limitado a repeler una agresión grave e injusta.

La conclusión del investigador fue transmitida al pais por “El Incondicional” y la ciudadanía

la acogió pues no tenía razones para refutarla. A los aplastantes testimonios e indicios acumulados

contra los estudiantes se añadía una prueba incontrovertible; el entierro de los tres militares muertos

en la refriega!

Efectivamente el gobierno había ordenado los funerales y la inhumación en el Panteón Militar

de tres cajas vacías que, según el boletín oficial y los avisos mortuorios, contenían los cadáveres de

los soldados José Rodríguez, Pedro Sánchez y Luis Ramírez, ascendidos a Cabos póstumamente.

Para los millares de personas que asistieron al paso del desfile fúnebre no hubo ni podía haber

ninguna duda sobre la muerte de los tres denodados defensores de la legalidad.

Y, por último, ¿quien podía poner en tela de juicio la rectitud acrisolada de esa cumbre moral,

de ese depósito de la ciencia jurídica, de esa viva estatua de la ley que se llamaba Escipión Payán?

El investigador dictó auto de detención contra Jacinto Minero, Joaquín Villamizar y Monche

Iguarán por los delitos de homicidio, lesiones personales, ataque a la autoridad, asociación para

delinquir y apología dei delito y contra ei régimen constitu-

cional y la seguridad interior del Estado y envió el sumario, junto cotí los detenidos y las armas y

propaganda halladas en su poder, a la Justicia Militar a la que competía juzgarlos por cuanto la

nación había sido declarada en estado de sitio.

99

Tres días después el Presidente llamó por teléfono a su Ministro de Justicia para preguntarle:

—¿Pero existe la plena seguridad de que el Consejo de Guerra condene?

—Naturalmente! —contestó el Ministro— La alternativa es clara: Si los oficiales que lo

forman absuelven a los estudiantes, condenan a los militares, a sus compañeros de armas, se

condenan a si mismos. . .! Y el prestigio del ejército queda muy maltrecho. . , Si condenan, en

cambio, defienden a sus camaradas y salvan el buen nombre de la institución. . . Además yo les he

prometido, por intermedio del General Deogracias Cabrejo, que es muy buen amigo mío, que el

gobierno les retribuirá ese servicio ascendiéndolos...!

Una semana más tarde se produjo el veredicto del Consejo de Guerra. Conrado Minero,

Joaquín Villamizary Monche Iguarán fueron condenados a la pena principal de veinte años de

presidio como responsables de los delitos contra la vida y la integridad personal y el régimen

constitucional por los que habían sido juzgados.

El doctor Escipión Payan fue nombrado Embajador poco después. Los miembros del Consejo

de Guerra ascendidos y tres de ellos enviados como Agregados Militares a otras tantas Embajadas.

Los ojos de nueve madres humildes fueron durante mucho tiempo - todo el que les hacia falta

para cerrarlos definitivamente— fuente inexhausta de lágrimas. Porque no hubo un día, ni una hora,

ni un minuto en que sobre la herida que no restañé nunca dejara de caer el plomo derretido del

recuerdo.

Y los ojos de otras tres mujeres permanecieron ávidamente abiertos por espacio de largos años

esperando el regreso de los hijos presos. La muerte apagó los de dos de ellas y la luz huyó de los de

la tercera antes de que se cumpliera el retorno.

Nueve universitarios inocentes fusilados sin fórmula de juicio! 'fres más condenados por

delitos inexistentes y con pruebas preconstituídas a la pérdida de la libertad durante la tercera parte

de su vida! Y doce ancianas sometidas al martirio inenarrable de no volver a ver ios séres amados

que sintetizaban su alegría y su esperanza! Ese fue el saldo de la siniestra jomada. Pero en cambio

resultó incólume el orden jurídico, intacto el prestigio del ejército e ilesas las instituciones

republicanas y democráticas. A Y el gobierno se apuntó un triunfo extraordinario apenas

comparable con el que había obtenido veintitrés años antes cuando debeló la “Rebelión de los

Sastres”.

La élite económica y social presenció jubilosa la retirada del Oso Ruso y los jefes de ios

partidos tradicionales vieron con inmenso regocijo cómo se esfumaba la figura del Comisario del

Pueblo que iba a arrebatarles el poder. Y quinientos creadores de riqueza, distinguidos caballeros de

la alta sociedad y prominentes miembros de los dos partidos ofrecieron “el banquete de la victoria”

al Presidente, los Ministros y los altos mandos militares en el Loocky Club.

El origen de Juan José Jiménez, aquel Diputado que miró hostilmente al Delfín el día en que

se posesionó de la Gobernación, se pierde en las primeras páginas de este relato. Seguramente muy

pocos lectores recuerden a Virginia Forero la modesta muchacha desflorada y embarazada por C1

ímaco Arzayús. Y a Téofi lo J iinénez, el aspirante a Diputado que Aldanita le escogió como

esposo.

La sociedad conyugal se disolvió ocho meses después de haberse constituido cuando Téofilo

El Delfín Álvaro Salom Becerra

100

se negó a cumplir la orden, impartida por Arzayús, de votar afirmativamente un proyecto de

Ordenanza que perjudicaba a su Provincia. Este le retiró su apoyo político y Téofilo, para

desquitarse, abandonó a su mujer. Un mes más tarde nació Juan José.

Virginia era casi una chiquilla, frágil y menuda pero inteligente y enérgica. Todos sus rasgos

denotaban madurez y decisión. Sentía una vergüenza infinita de sí misma cuando recordaba que su

seductor había sido un viejo verde equipado con

los señuelos del dinero y el poder y lo odiaba con todas sus fuerzas. En el hijo recién nacido vio su

vengador. Y se propuso instilarle su odio feroz. Juan José diria muchos años después en el curso de

un histórico debate: “Yo no mamé leche de los senos matemos; yo chupé rencor!”

Abandonada por Teófilo vio frente a si tres caminos: el de la prostitución, el de la mendicidad

y el del trabajo. Y sin vacilar optó por este. Se parapetó detrás de una máquina de coser y por

espacio de veintiún años libró la dura batalla de su supervivencia y la de su hijo. Jamás, ni en las

más apremiantes y angustiosas circunstancias, acudió a Arzayús en demanda de ayuda. “Prefiero el

cianuro a la indignidad!” se le oyó decir muchas veces.

El hijo del todopoderoso personaje creció en el ambiente sórdido y mezquino de una casa de

inquilinato en el barrio de Las Cruces, cuyo predominio se disputaban a cuchilladas Valderramas y

Neiras.

Sus primeros años transcurrieron en una estancia estrecha, oscura y fría, habilitada por su

madre de taller de costura, sala, comedor y alcoba, cuyo mobiliario consistía en una cama destar-

talada, una antigua mesa de cortar desvencijada y coja, una máquina de coser y dos asientos. Las

paredes blanqueadas, el piso enladrillado y un diminuto tragaluz con pretensiones de ventana le

daban al aposento un inconfundible aspecto de calabozo.

Las demás habitaciones estaban ocupadas por familias de cuatro, seis y ocho personas que

vivían en un hacinamiento repugnante.

Todo en aquella casa ultrajaba la vista, el oído y el el- lato: el espectáculo de unos escombros

humanos cubiertos de andrajos; los juramentos y maldiciones de unas gentes desesperadas que ya

no creían en Dios ni en los hombres y que se injuriaban unas a otras con epítetos atroces; y las

emanado nes nauseabundas que saturaban el ambiente. El hambre, la mugre y la ordinariez

deambulaban como espectros por el inmueble sombrío que parecía un compendio de la miseria

humana.

Mientras que el Delfín gozó la infancia dorada de los mimados de la fortuna, el bastardo

sufrió la niñez miserable de los perseguidos por el infortunio.

Julián tuvo debajo de sus piés las tibias alfombras y encima de su cabeza las arañas de

baccarat del Palacio Arzayús, satisfizo su hambre con ricos manjares, cubrió su desnudez con trajes

suntuosos y los más linos juguetes le sirvieron de entretenimiento. Unos invisibles Reyes Magos lo

obsequiaron con el oro de la opulencia, la mirra del poder y el incienso de la adulación.

Juan José en cambio careció de todo. No conoció el esplendor del palacio sino la penumbra

del zaquizamí. Un pan duro y escaso fue su alimento y unos harapos constituyeron su abrigo. La

alegría del juguete fue para él un misterio impenetrable. No tuvo Hada Madrina pero si un hado

adverso de quien recibió como presentes: la miseria, las privaciones y la tristeza.

“El dolor es fuego que templa’1 dijo un hombre que lo sintió en el cuerpo y en el alma. Y el

dolor de su miseria templó a Juan José. Mientras que la gula debilitó la personalidad del Delfín, el

hambre fortaleció la del bastardo. Mientras que los mimos y halagos ablandaron el carácter de

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Julián, la hos- tilidad del medio endureció el de Juan José. Mientras que el dinero y el poder

impulsaron al primero a la “dolce vita”, la pobreza y la necesidad de subsistir impelieron al

segundo a una vida austera de sacrificio y esfuerzo. Mientras que su condición de principe heredero

y elegido de Dios destruyó la voluntad de Arzayús, la suya de hijo natural de una costurera

consolidó y fortificó la de Jiménez. En virtud de una curiosa paradoja todas las circunstancias que

rodearon a aquel le sirvieron de freno, al paso que todas las que envolvieron la vida de este te

sirvieron de aguijón.

A los diez años Juan José era un niño precozmente maduro. Estudiaba con voracidad, no tenía

amigos, no jugaba con nadie, no reía nunca. Parecía dominado por una obsesión. Ninguno de sus

compañeros pudo arrebatarle nunca el primer puesto en la clase. Ejercía sobre sus condiscípulos un

extraño ascendiente. A los dieciséis terminó el bachillerato con óptimas calificaciones en un

colegio oficial.

Sin embargo el discurso que pronunció en nombre de sus compañeros el día del grado suscitó

un tremendo escándalo,En efecto después de proferir algunas frases convencionales, dijo:

La misión primordial de nuestra generación es la de derribar los Ídolos falsos; la de limpiar de

seudosantos, de vírgenes apócrifas y de mártires supuestos los altares; la de abatir las estatuas de

muchos héroes de opereta, de muchos proceres de zarzuela y de muchos estadistas bufos!

La farsa se ha prolongado demasiado y el pueblo no resiste más!

Hace ciento cincuenta años unas pocas familias que se autodenominaron “distinguidas" crearon una “alta sociedad'’ —la unidad para medir la altura ha sido siempre el peso—, cuyos miembros presumían de inteligentes, ilustrados y virtuosos y, en realidad, eran y son unos auténticos simuladores dedicados al cultivo de todos los pecados y los vicios.

Y se adueñaron del poder político que han retenido hasta ahora, turnándose en él y recurriendo a toda clase de estratagemas y ardides para conservarlo: el fraude electoral, la violencia física, la coacción moral, el soborno, las promesas y los halagos.

Y se repartieron entre ellas la riqueza nacional. Dividieron los campos en sendos latifundios y las ciudades en otras tantas urbanizaciones de su propiedad. La agricultura, la ganadería, la industria y el comercio fueron cayendo en sus manos hasta convertirlas en dueñas exclusivas del poder económico.

La juventud a que pertenezco no va a permitir que prosiga la explotación y continúe el engaño! O cae el telón definitivamente o haremos saltar en pedazos el teatro de la comedia! Preferimos que el país desaparezca a que siga siendo escenario de un infame sainete!

Con las últimas palabras se armó la tremolina. Los alumnos y sus padres, puestos de piés, aplaudieron furiosamente. Algunos gritaron: “Abajo la farsa!”,” Mueran los oligarcas!”, “Viva la juventud revolucionaria”! El Ministro de Educación y su Secretario que asistían al acto se retiraron en señal de protesta. El rector le exigió a Juan José que suspendiera el discurso y como este se negó a hacerlo se trenzaron en una violenta disputa. Los profesores se enfrentaron a los estudiantes para ordenarles que guardaran silencio pues de lo contrario el colegio se abstendría de enlregarles los diplomas. Esa amenaza exacerbó a los padres, algunos de los cuales se lanzaron con los puños en alto contra los profesores y los golpearon. La oportuna intervención de la policía evitó que la ceremonia degenerara en una batalla campal,

'•El Incondicional" informó al día siguiente: “Bachiller extremista provocó graves incidentes

al recibir el cartón” Entre la clausura del colegio y la apertura de la Universidad transcurrieron seis

meses que Juan José aprovechó para leer desaforadamente. Clásicos latinos y griegos, españoles y

franceses, filósofos alemanes, novelistas inglesas y rusos, poetas y dramaturgos de todas las

nacionalidades. La Biblioteca Nacional nunca tuvo ni tendrá un lector más voraz.

Leyó por esos días “La Busca", una novela de Pío Baraja, donde encontró un consejo que le

El Delfín Álvaro Salom Becerra

102

produjo una viva impresión: “Si quieres hacer algo en la vida no creas en la palabra imposible.

Nada hay imposible para una voluntad enérgica. Si tratas de disparar una flecha, apunta muy alto, lo

más alto que puedas; cuanto más alto apuntes más lejos irá".

Esas cuarenta y un palabras fueron desde entonces su derrotero y su pauta. Su más poderoso

estimulo en la lucha. A partir del instante en que copió esa frase borró de su léxico el vocablo

imposible y apuntó alto, muy alto, lo más alto que pudo la flecha de su ambición.

El bastardo y el Delfín eran, como ya se ha dicho, dos individuos antitéticos. La voluntad, la

ambición, la sed de cultura, la reciedumbre moral que le sobraban al primero le faltaban al segundo.

Del mismo modo que Juan José carecía de la pereza, el sentido hcdonista de la vida, la moral

acomodaticia y la capacidad histriónica que Julián poseía en alto grado.

Julián estudió abogacía por imposición de su padre; Juan José por mandato imperativo de su

vocación. Ninguna profesión se avenía más a su temperamento ni ninguna resultaba más acorde con

su sensibilidad. Defender el derecho de los humildes de los abusos y las arbitrariedades de los

poderosos; ser el vocero de los obreros y campesinos ante los magnates urbanos y los terratenientes

rurales; evitar atropellos, reparar injusticias, desfacer agravios y enderezar entuertos fueron desde la

niñez sus más vehementes anhelos.

Se matriculó en la “Universidad Popular” única a la que podían tener acceso ios estudiantes

sin patrimonio, apellido aristocrático ni influencias. La situación económica de Juan José había

dejado de ser dramática para convertirse en desesperada. Los exiguos ingresos que obtenía Virginia

cosiendo de sol a so] eran notoriamente inferiores a los inevitables egresos de la desgraciada pareja.

Al suplicio del hambre y a la tortura de la desnudez, se añadía el tormento de las deudas con su

séquito de amenazas, insultos y vejámenes. Las tentativas de conseguir un empleo hechas por Juan

José habían fracasado invariablemente por la potísima razón de que ninguno de los dirigentes

políticos lo conocía ni tenía vinculación alguna con los hombres de trabajo que administraban la

empresa privada.

—Y pensar que tu padre es el hombre más poderoso del país —le dijo Virginia alguna vez—

Le bastaría mover un dedo para que tú escalaras una alta posición en el gobierno o en una de sus

fábricas...

—No me nombre usted, madre, a ese canalla!— contestó Juan José— No quiero nada suyo! Si

usted lo ha perdonado yo no lo perdonaré nunca!

-—•¿.Qué yo lo he perdonado? - preguntó Virginia sonriendo tristemente - No digas tonterías,

Juan José! No olvides que yo te enseñé a odiarlo! Quise saber simplemente si recordabas la lección.

—Yo no olvido lo inolvidable! —replicó Juan José— Mi odio está hecho de un material tan

durable como el del suyo.

Y la promesa de vengarla que le hice está en pié!

Sus estudios universitarios fueron un cuadro de esfuerzo en un marco de horrible pobreza.

Desnutrido, ataviado con prendas astrosas, tuvo que estudiar siempre en libros ajenos. Y no en el

chiribitil de Las Cruces porque el administrador de la casa cerraba a ias ocho de la noche ej registro

general y dejaba a los inquilinos a oscuras y, las más de las veces Jiménez carecía de los cinco

centavos necesarios para comprar una vela que supliera la luz eléctrica. Ni en un café como solían

hacerlo los estudiantes de la época porque rara vez tenia los diez centavos que valía entonces un

"tinto”.

Estudiaba en el Capitolio Nacional por cuyos pasillos iluminados se paseaba desde las últimas

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horas de la tarde hasta las

primeras de la madrugada. Cuando el hambre apuraba mordía el trozo de panela que su madre le

había metido en el bolsillo. Y cuando aneciaba el frío de la alta noche bogotana, subía y bajaba

....... corriendo las escaleras varias veces para entrar en calor.

Una noche descendía velozmente por ellas, con un grueso código debajo del brazo. El

Capitolio estaba desierto. Abajo lo esperaba un agente de la policía, quien desenfundé su revólver,

lo encañonó y le dijo:

Alto ahí! ¿Con que robando libros, no?

Juan José quedó paralizado. Inicialmente tuvo la intención de reaccionar. De decirle al agente

que su actitud era atrabiliaria. Pero inmediatamente recapacité. El único responsable de lo que

estaba pasando era él. Con su conducta extravagante había provocado las sospechas del agente y las

apariencias lo condenaban. No era el momento de pelear sino el de convencer.

. Usted, señor agente, —le dijo— tiene toda la razón al

pensar lo que está pensando de mi... Un individuo que a estas horas baje desalado la escalera de un

edificio público llevando consigo un objeto bajo el brazo es un ladrón o un loco! Yo

desgraciadamente no soy un ladrón; si lo fuera’ 110 estaría en un sitio donde 110 hay nada que

robar ni me cubrirían estos harapos pues el producto del primer delito lo habría invertido en renovar

mi atuendo. . . ¿Loco? Posiblemente sí. Porque sólo un individuo que lo esté de remate puede

estudiar derecho en un país donde la fuerza de los poderosos prevalece sobre la razón de los débiles,

donde las leyes son hechas por los de arriba para explotar a los de abajo, donde los códigos

consagran los privilegios de los ricos y las obligaciones de los pobres.

El agente lo miraba con la estupefacción con que las mozas de la venta vieron y oyeron a Don

Quijote; guardó maquínalmente el revólver y cruzó los brazos sobre el pecho. Cuando el estudiante

habló de su posible locura el guardián del orden asintió con movimientos de cabeza y sonrió varias

veces. Juan José pensó: este hombre es mío! Y reanudó el discurso:

—Naturalmente usted querrá saber por qué corría yo... Pues corría para calentarme porque

estaba entumecido. En las

noches en que el frío es muy intenso subo y bajo varias veces esta escalera al galope. El movimiento

es la calefacción de los pobres. Le juro que nada he robado. El dueflo de este código es mi

condiscípulo Víctor Julio Castro quien me lo prestó pues yo no he tenido con qué comprarlo... Mi

delito consistió en correr. Yeso pueden hacerlo sólamente los ricos. Porque si un rico corre las

gentes le abren paso respetuosamente y comentan: “Pobre Don Sutano! Debe tener un enfermo

grave en su casa!” Pero si quien corre es un pobre el comentario general será: “Ese tipo debe ser un

ladrón^ Y lo que ¡leva en la mano es sin duda el botín del delito!” Esto fije lo que muy

explicablemente pensó usted.

El agente se rindió a las razones de Jiménez, Y el cachorro de abogado ganó así su primer

pleito.

Juan José dominó desde un principio la Facultad de Derecho a golpes de inteligencia y

voluntad. La fama de su talento, de su honestidad, de su entereza y de su rebeldía se extendió

rápidamente. Tres meses después de haberse iniciado las tareas se paseaba por la calle de honor que

le habían formado la admiración de los alumnos y el respeto de los profesores, Y retuvo ese

campeonato intelectual y moral durante los cinco años de estudios.

El Delfín Álvaro Salom Becerra

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Su tesis de grado titulada: "Las monarquías americanas”, considerada por los brahmanes como

un líbelo revolucionario y por los parias como un recuento histórico de insospechable veracidad,

enumeraba las familias que —en diferentes países de América- habían detentado el poder político y

económico durante muchos atlos transmitiéndolo de padres a hijos y refería los métodos que habían

utilizado para enrique cerse, los sistemas a que habían recurrido para librarse de sus enemigos y lle-

gaba a la conclusión de que la democracia en América había sido y seguía siendo una farsa

sangrienta.

Sus éxitos profesionales fiíeron resonantes. Defendía 1o indefensable y triunfaba. Obtuvo la

absolución de un joven parricida que había asesinado de veintisiete puñaladas a su madre al

enterarse de que cada noche reemplazaba a su difunto padre en el lecho con un hombre distinto, Y

logró también que fuera absuelto un individuo que había dado muerte 2 su propio hijo para librarlo

de los dolores atroces de una enfermedad” incurable.

Con una elocuencia patética y un profundo conocimiento de los principios de la Escuela

Positiva demostró que el parricida había ejercido la legítima defensa del honor familiar y que el

filicidio había sido un delito piadoso cuyo autor habla obrado por motivos nobles y altruistas.

Y paralelamente con su prestigio de abogado penalista iba creciendo su fama de caudillo político.

Organizaba reuniones en todos los barrios de la ciudad y ante mi auditorio de estudiantes y

obreros hablaba con fervorosa pasión de la igualdad y la justicia, del hambre y la angustia de tos

desposeídos, de la concentración de privilegios en unas pocas manos, de la audaz rapacidad de los

amos y la cobarde pasividad de los siervos, de la complicidad de la iglesia y el ejército en la

explotación de los humildes, de la corrupción administrativa y la podredumbre judicial, de la

mediocridad de la clase dirigente, del servilismo o de todos los regímenes frente a los yanquis, de la

necesidad inaplazable de que el pueblo adquiriera conciencia de su misión histórica y reemplazara a

los farsantes que lo habían engañado durante tanto tiempo por hombres honrados salidos de su seno.

Y a medida que hablaba se multiplicaba el número de sus adeptos.

Fue en esa época cuando se le eh o Diputado y cuando se encontró frente a frente con el

Delfín por primera vez.

En (a Asamblea se convirtió en un censor implacable, Combatió el derroche y el desgreño

administrativos, ‘los paseos semanales del Gobernador a los municipios con el pretexto de conocer

sus problemas y el motivo real de comer y beber sin tasa ni medida”, denunció los desafueros de los

Alcaldes, los Peculados de los Tesoreros y la ineficacia absoluta de los funcionarios de-

partamentales.

Los cenáculos de la oligarquía principiaron a ver en él a un peligroso enemigo.

Indiscutiblemente tenia talento una buena cultura y una profunda versación jurídica, la voluntad de

un fanático y la tenacidad de un místico. Conocía la vida pública y privada de los dirigentes de uno

y otro partido, lo mismo que la de los magnates de la economía. Sus pecados y sus delitos, sus

negocios turbios, los trucos y las componendas de que se habían valido para llegar a la cumbre del

poder político y a la cima del poder financiero. Era además un hombre puro que no podía ser

sobornado con todo e! oro del mundo y un animal de pelea que, espoleado por su odio al sistema,

estaba siempre dispuesto al combate.

Había que cerrarle el paso a todo trance. “El Incondicional” lo calificó inicialmente de

“agitador comunista”, “apá- trida” y “agente de Moscú”. Después resolvió ignorarlo, envolverlo en

un manto de silencio para matarlo por asfixia. La “Asociación Colombiana de Oligarcas” y la

105

“Federación de Terratenientes y Latifundistas” ordenaron a los Bancos que se abstuvieran de

prestarle servicio alguno. El Loocky y el Sun Club y el Club de ‘Los Saurios” acordaron negar

cualquier solicitud de admisión que pudiera presentar ya que no solo política sino socialmente era

indeseable pues carecía del “pedigree”, las buenas maneras y el dinero indispensable para formar

parte de ellos.

El gobierno dispuso que se ejerciera sobre él una estrecha vigilancia. Cada vez que caía mía

dictadura militar o era derrocado un régimen plutocrático en América, se le aprehendía y

encarcelaba durante varios días como medida de prevención. Y periódicamente su casa era allanada

por miembros de la Prefectura de Seguridad quienes se llevaban consigo los libros de Dostoievski,

Tolstoy, Andreiev, Gogol, y Máximo Gorki y todos aquellos donde aparecieran las palabras:

revolución, libertad, democracia, igualdad y justicia.

El sanedrín a pesar de su fuerza incontrastable no pudo doblegarlo. Habituado a las

dificultades y los obstáculos, su máxima fruición era vencerlos y seguir adelante orgullosamente

solo. Luchando contra todos y contra todos, a dentelladas y zarpazos como una llera acorralada, ftie

acercándose a su objetivo; ser el defensor de los humildes, de los explotados y oprimidos, de los

eternamente engañados; y el fiscal de los verdugos y explotadores del pueblo, de los farsantes y

prestidigitadores, de las rameras políticas, de los mercaderes del templo.

A los treinta y cinco años Juan José Jiménez: era un capitán de su pueblo y el más famoso

abogado penalista del país. Sus admiradores lo elegían y reelegían como su Representante en la

Cámara contra la voluntad del gobierno, de los partidos tradicionales y de las fuerzas económicas.

Julián Arzayús se había retirado del Ministerio de Justicia después de realizar la ingente y

agobiadora tarea de nombrar treinta y siete Directores y trescientos sesenta y dos guardianes en las

cárceles del país y de sufrir un descalabro en el Consejo de Ministros.

Isaac Salomón Echeverri, millonario antioqueño, había sido secuestrado en Medellín y

liberado sano y salvo seis horas después cuando su familia pagó diez mi! pesos como rescate. Y el

“Banco Filantrópico” de Bogotá, con un capital de mil quinientos millones de pesos había sido

asaltado por siete malhechores que se habían sustraído la suma de cinco mil pesos.

Aquello era demasiado! Los “dos execrables delitos”

—como los llamó “El Incondicional”— significaban que el capitalismo tenia sus días contados, que

la bancarrota del sistema y la quiebra de las instituciones republicanas y democráticas eran

inminentes, que la revolución comunista se acercaba a pasos gigantescos!

La ACDO, la FEDETYL, todos los hombres de trabajo y creadores de riqueza que no se

inmutaban cuando una familia campesina de diez personas era asesinada y mutilada— se rasgaron

las vestiduras, se cubrieron de ceniza y pusieron el grito en el cielo.

El Ministro Arzayús recogió el clamor de la clase dirigente. El mismo se sentía la víctima en

potencia próxima de un secuestro. Y presentó a la consideración del Consejo de Ministros un

proyecto de ley que establecía la pena de muerte para los responsables de los delitos de secuestro y

robo contra entidades bancarias, que sería sometido posteriormente a la aprobación del Congreso.

Tan pronto como Arzayús terminó la lectura de su proyecto, comentó el Presidente:

La idea es excelente! Pero a nuestro querido Ministro de Justicia se le olvidó un pequeño

detalle: El Acto Legislativo Número Primero de 1910 abolió la pena de muerte. Sería necesario

reformar la Constitución previamente...

El Delfín Álvaro Salom Becerra

106

—No se cómo pudo olvidárseme...—contesté Arzayús ofuscado con la risa burlona de sus

colegas

—Distracciones de genio: —replicó el Presidente con a- cento marcadamente irónico- —

Conocí a uno que inmediatamente después de que orinaba se sacudía la corbata...

Las carcajadas de los Ministros cubrieron la retirada de Julián, quien ese mismo día presentó

renuncia del cargo.

Volvió a su curul de Senador y a su bufete de abogado. Pero con la amargura de la primera

derrota. Nadie hasta entonces había descorrido el velo que ocultaba su ignorancia. Y nadie se había

atrevido a burlarse de éí. Entró en una de sus habituales barrenas sicológicas y, corno siempre,

buscó consuelo en el fondo de una copa y entre los brazos de sus nuevas amantes. Porque lo mismo

que el niño mimado con el juguete el Delfín se aburría bien pronto con sus queridas y Jas

reemplazaba. Ahora ya no eran Juliette, Nancy, Marilú, la viuda de González, ni Matilde la

manicura, sino Lupe —la cantante mexicana, Adelaida Manjarrés, una costeña despampanante, la

“Negra Aurora” -—-a quien llamaban “Contradicción’ —, Mary, una rubia de Minesota y a quien

Fidias habría contratado como modele de tiempo completo y algunas empleadas oficiales.

Continuaba siendo fiel a “Jhonnie Walker”, a los cigarrillos “Chesterfield” y a sus amigos

Pepe Ríomalo, Ulpiano de Montijo, Carlos Sancíemente, Diego del Solar y Camilo Ví- Ilaurrutia. Y

la sede de las orgías no era ya la “garcomere” de la calle 14 sino un elegantísimo ‘peni house" como

los anglo-bo- gotanos llamaban el último piso de los edificios recientemente construidos en el norte,

decorado con muchos de los muebles, cuadros y adornos que habían sido del Palacio Arzayús.

El Delfín disfrutaba de una renta altísima. Sus acciones en la “Cervecería Baviera” y en la

“Compañía Interamericana de Tabaco” le producían dividendos cada día más jugosos, pues el

consumo de los dos productos entre el pueblo aumentaba en proporción directa a sus angustias. Los

campesinos y los obreros engañaban el hambre con cerveza y se hacían la ilusión de que fumando

sus problemas se desvanecerían lo mismo que el humo de sus cigarrillos.

Además el hato “Horizonte” “El Eucalipto” y las propiedades urbanas le reportaban pingües

utilidades, a las que era necesario agregar sus ingresos profesionales y su sueldo de Senador.

Económicamente era un hombre privilegiado. Pepe Río- malo aseguraba que las entradas de

su amigo no podían ser inferiores a los dos millones de pesos. Era, como lo había sido su padre, la

figura más importante de la sociedad bogotana. Y estrella de primera magnitud en el firmamento

político. Senador, Gobernador, Ministro, jete de uno de los partidos tradicionales, que equivalía a

serlo de ambos... Solamente le faltaba ser Presidente y ya n4uchos de sus copartidarios habían

pensado seriamente en proclamar su candidatura.

Pero era, sin embargo, un desgraciado. Un solitario a quien aterraba la soledad porque ella

significaba el encuentro con su propio yo, el diálogo con su conciencia. Un hombre vacuo, sin

mundo interior, sin inquietudes metafísicas ni estéticas, que se aburría hasta la desesperación. El

suyo no era el “tedium vitae” de Petronio sino el vulgar aburrimiento de los séres mediocres que

buscan la felicidad en la tristeza de la carne y el alcohol. De los que no teniendo valor para vivir ni

coraje para darse un pistoletazo se refugian en el mundo de la inconciencia. De los que no pudiendo

penetrar en los jardines encantados del arte ni embriagarse con la música de una sinfonía deben

conformarse con el placer efímero que brindan “un licor caro y una mujer barata”.

Nunca se casó porque el matrimonio resultaba absurdo para un hombre de su egoísmo y su

vanidad. No entendía la entrega y la fidelidad mutuas. La mujer era quien debía entregarse y ser fiel.

No amo a ninguna pero quiso poseerlas a todas y lo consiguió con cuantas se pusieron al alcance de

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su lujuria.

¿Un don Juan? Sí. Pero un Don Juan cobarde, parapetado detrás de sus millones y sus

pergaminos, que jamás se jugó la vida para conquistar a una dama, ni tuvo necesidad —como el de

Zorrilla— de bajar a las cabañas, ni de subir a los palacios, ni de escalar los claustros, sino que se

limitó a esperar que centenares de victimas —impulsadas por el hambre— cayeran en la trampa de

su dinero y su influencia.

La fulminante derrota que sufrió su proyecto en el Consejo de Ministros y el chiste cruel del

Presidente constituyeron para el Delfín, que no sabia perder, un rudo golpe. Para los hombres

fuertes “el arte de vencer se aprende en las derrotas” como lo dijo Bolívar un día. Para los débiles el

primer revés tiene las proporciones de una catástrofe definitiva.

Julián era un pusilánime que en la comedia política representaba el pape] de hombre intrépido. Teóricamente desenvainaba su acero y se batía con más valor y destreza que D’ Artagnao; vencía al enemigo, lo desalojaba de sus fortalezas y clavaba su bandera ai la torre más alta; derramaba hasta la última gota de su sangre en los campos de batalla por defender la libertad y la justicia. En la vida real jamás tuvo un lance con nadie; nunca dio ni recibió un puñetazo; ni en la infancia, ni en la juventud, ni en la madurez sufrió un rasguño.

La depresión en que lo sumió su caída del Ministerio lo empujó al alcoholismo y como el alcohol contribuía a deprimirlo, se internó en un circulo vicioso sin salida. Pasaba todo el día frente a una botella de whisky, que por la noche ya estaba vacía, vestido apenas con un pijama y una bata, oyendo tangos y boleros de su juventud porque la música clásica lo aburrió siempre. A las ocho llegaban sus amigas y amigos y empezaba un bacanal que se prolongaba hasta las cuatro o cinco de la mañana.

Desde hacia algún tiempo presentaba síntomas inequívocos de cirrosis hepática: dolores abdominales, ictericia, crecimiento del bazo, vómitos de sangre. Y el aspecto del enfermo había cambiado sustancialmente. El rostro se le había alargado y mostraba los ojos hundidos, el abombamiento del vientre contrataba con la delgadez de las piernas y le habían aparecido manchas rojizas en la nariz. Los tres mejores gastroeterólogos de la ciudad le habían prohibido el alcohol so pena de muerte. Pero el vicio era más fuerte Que el instinto de conservación.

Los excesos alcohólicos habían disminuido su potencia sexual casi hasta anularla. Ya no era el sátiro impetuoso de otros tiempos sino el fervoroso creyente que invocaba a Santa Rita de Casia, abogada de imposibles, para que se operara el milagro.

Un día, muy de mañana, lo visitó su amigo Camilo Vi- llaurrutia en demanda de un préstamo pues la noche anterior había perdido en el poker una gruesa suma. Cuando entró a la alcoba el Delfín se había retirado al baño. Adelaida Manjarrés reposaba en el lecho con los grandes ojos muy abiertos.

Era la Costa en forma de mujer. Se había traído en la sangre todo et fuego de sus playas

nativas, en los ojos el verde incomparable de su mar, en el cuerpo el ritmo lúbrico de las palmeras y

en la boca la risa jacarandosa de un pueblo para el que la vida es un perpetuo carnaval. Una hembra

magnífica capaz de provocar en el David de Miguel Angel las más imprevistas reacciones.

—Ajá, ¿Cami y tu qué? —le preguntó a Camilo en son de saludo—

—Muy mal, hija...! Anoche me fue como a los perros! No te pregunto cómo estás porque

basta verte... Chusquísima! Me muero de envidia con Julián... Debió pasar una noche gloriosa!

—Home qué va! —replicó Adelaida— El cachaco perdió el perrenque... (Y con la más

graciosa sonrisa del mundo levantó el índice de la mano derecha y lo dejó caer lánguidamente) Al

día siguiente todo el Loocky Club supo por boca de ViHaurrutia que lo peor que le puede pasar a

un individuo ardiente o.a un garañón le había sucedido a Julián. Y una semana después comenzó a

circular entre los socios una copla de autor anónimo que empezaba así:

El Delfín Álvaro Salom Becerra

108

“Si no quieres dar a luz y ser virgen hasta el fm

duerme en paz con Arzayús, también llamado el Delfín!”

Aldanita había muerto hacía ya algunos afios con la plácida serenidad de un patriarca.

Nadie que hubiera visto en sus últimos días a un anciano bonachón sobre cuya cabeza

refulgía una aureola de santidad y en cuyos labios retozaba una sonrisa ingenua, habría podido re-

conocer a! bribón habilidoso, mezcla de Crispín y Yago, que unos años atrás había sido el autor

intelectual de los delitos de Climaco Arzayús o el cómplice y encubridor de sus aventuras

extraconyugales y sus negocios turbios.

A la sombra del poderoso amo, llevándose de calle todas las normas de la ley y la moral,

había logrado acumular una fortuna que la gente calculaba en la suma de tres o cuatro millones de

pesos.

Con motivo de su muerte “El Incondicional” publicó una nota escrita por él mismo ocho días

antes, cuando el médico le dijo que ya no había nada que hacer:

“El fallecimiento de Aristóbulo Aldana priva a la nación de un eficiente y desinteresado servidor; a Bogotá de un hijo que la honró durante veinticinco años en el Concejo Municipal; al partido de un brillante y abnegado conductor que, bajo ¡as gloriosas banderas de Clímaco Arzayús, lo llevó de victoria en victoria; y a la sociedad de uno de sus miembros más respetables.

Su fortuna fue el fruto de una sombrosa capacidad de trabajo y de una honradez a toda prueba. Y la confianza que en él depositaron los ciudadanos que por espacio de cinco lustros lo eligieron Concejal, el premio a una vida integérrima consagrada al servicio de la comunidad”.

Damián García era para Julián lo que Aldanita había sido para Clímaco Arzayús. El brazo derecho. Pero también el izquierdo, las extremidades inferiores, la cabeza y el tronco. Y sobre todo la cabeza. Damián tenía que pensar por el Delfín, arreglar sus dificultades oficiales y particulares, solucionar sus problemas públicos y privados. Cuando se abstenía su patrón de consultarlo sucedían catástrofes como la del proyecto de la pena de muerte.

A pesar de que apenas eran las nueve de la mañana el Delfín estaba ya en compañía de sus inseparables amigos: la botella de “Jhonnie Walker" y el paquete de “Chesterfield”, cuando llegó Damián.

—Discúlpeme, doctor, por haber venido tan temprano... —le dijo tímidamente— No quería interrumpirlo pero es urgente que usted sepa lo que voy a decirle...

—Ya me imagino...—contestó Julián con displicencia— Chismes, problemas, cosas desagradables...

—Realmente no le traigo noticias agradables pero considero que mi deber es...

- Atormentarme la vida! Echarme a perder el whisky! ¿No es eso? Me importa un carajo'lo que piense la gente de mi! Y sobre todo esa gente del Loocky que conozco como a mis manos... Unos currutacos ignorantes e infatuados, con diez ladrones y veinte meretrices entre sus antepasados que se hinchan como sapos para decir: '‘Yo soy don Rodrigo Rodríguez de la Rodriguera!” Sé que muchos están diciendo que soy un beodo y un impotente... Prefiero ser las dos cosas y no un cornudo y un marica como ellos!

—Le agradezco, doctor, que me haya relevado de contarle esas habladurías —repuso Damián-

Como usted lo ha dicho eso no tiene importancia. Ahora viene el trueno gordo.

—Pues a trueno gordo, trago grande! —replicó el Delfín y llenó de whisky el vaso que

empuñaba Soy solo oídos...

- Usted está enterado del conflicto laboral en la 'interamericana de Tabaco” pero me da la sensación de que no ha medido la gravedad que tiene. A pesar de mis esfuerzos como abogado de la

109

empresa fracasó el arreglo directo gracias a la intransigencia del Gerente, quien tiene una mentalidad de señor feudal y no está dispuesto a ceder un milímetro... dijo Damián— Estamos actualmente en la etapa de concialiación pero no me hago ilusiones de que la situación varíe... Por lo tanto la declaratoria de huelga es inminente. Y la huelga significa un lucro cesante de setecientos mil pesos al día! De veintiún millones de pesos al mes! Usted como principal accionista y Presidente de la Junta Directiva debe, actuar inmediatamente antes de que sea tarde...

—En los tiempos de mi papá en que todavía reinaba Cristo sobre la tierra estos problemas se

resolvían con unos retiros espirituales... -—respondió Julián— En esta época, que es la del Becerro

de Oro, se resuelven con dinero...

—Entonces usted es partidario de aceptar las peticiones de los trabajadores? —preguntó,

sorprendido, Damián—

—De ninguna manera! Esos tipos están en condiciones privilegiadas Hay quienes ganan

quince y hasta veinte pesos diarios! He dicho que el problema se soluciona con dinero pero eso no

quiere decir que haya que dárselo a ellos... En el “Método para conquistar el poder y perpetuarse en

él” que era uno de los textos de estudio en el Gimnasio Contemporáneo” leí que todo conflicto

social se resolvía sobornando al jefe del movimiento o eliminándolo... ¿Cómo se llama el Presi-

dente del Sindicato?

Higinio Mufietón. que asi se llamaba, era un típico guache bogotano del Barrio de Egipto.

Hijo de un polvorero y una revendedora de la Plaza de Las Nieves. Apenas había tenido dos afíos

de escuela y. después de ejercer los rnás heterogéneos oficios manuales, había logrado emplearse

como obrero en la "Compañía Interamericana de Tabaco”. Allí se había hecho rápidamente popular

entre sus compañeros por su rebeldía y su capacidad de lucha y hacía seis años que desempeñaba la

Presidencia del Sindicato.

Con el sombrero de fieltro “a la berrionda” como él mismo decía, o sea agresivamente echado hacia atrás, el indefectible traje negro, corbata roja y zapatos amarillos, compareció puntualmente a la cita que el Delfín le había puesto en su “pent house' por intermedio de Damián.

Lo recibió un criado de librea que lo condujo al Salón Oriental, decorado con muebles, biombos, dragones, pebeteros, porcelanas, lámparas y tapetes traídos de la China. Muñetón hacia gi-rar el sombrero entre las manos como si fuera un timón y miraba de hito en hito el suelo, las paredes, el techo. Cinco minutos después apareció el Delfín envuelto en un finísimo kimono de seda con bordados de oro. El actor debía estar a tono con el escenario. El Presidente del Sindicato, completamente deslumbrado, tuvo para si que se encontraba en el palacio de un mandarín.

Ola, mi querido, mi muy querido Muñetón! —exclamó Julián abrazándolo con la emoción del padre que saluda a un hijo que vuelve de la guerra-— Qué felicidad tenerte al fin en esta tu casa! Porque todo lo que ves aquí es tuyo! Si algo te gusta, llévatelo! Yo quiero ser tu amigo, tu compañero, tu hermano!

Muñetón no salía de su estupor. No era capaz de decir una palabra y sonreía estúpidamente. Ante tantas protestas de amor hubo un momento en que pensó en la posibilidad de que Arzayús padeciera una desviación del instinto sexual y de que le hubiese tendido un lazo.

Julián notó la turbación de su visitante. Había que animarlo con una buena dosis de alcohol. Agitó una campana y unos instantes después se presentó un criado empujando un pequeño cairo que contenía whisky, agua y hielo.

Supongo que me acompañarás a brindar por la prosperidad de In empresa, por la de tu familia y la tuya! —dijo Julián levantando su vaso—

- Pues yo soy un culebro pa jartar cerveza pero com’ uaqui n’uhay d' eso será jartar gílesque aunque se me ampolle la jeta! — dijo Muñelón -Arzayús condujo hábilmente la conversación. Du-rante noventa minutos habló sólamente de generalidades: el invierno, Lis inundaciones, la última caída del doctor Ve lasco ibarra en el Ecuador y el asesinato del Premier del Irán, en espera de que

El Delfín Álvaro Salom Becerra

110

el alcohol produjera sus efectos. Cuando advirtió que Muñetón se hallaba ya en el segundo grado de embriaguez se lanzó al asalto.

- -Me has caído muy bien y quiero ayudarte... —le dijo— Quisiera hacerlo con todos los empleados y obreros de la Compañía pero eso no es posible... Los recursos disponibles son muy limitadosy apenas alcanzan para aliviar la situación de algunos... De ahi que no podemos conceder las peticiones que nos han hecho... Pero sí podemos resolver tu problema! ¿Dime francamente: Te interesa más solucionar el tuyo o el de los demás? Tener casa, finca y auntomóvi! o que los tengan tus compañeros de trabajo? ¿ Viajar o que lo hagan dios?

Pos naturalmente que lo mío tá primero! —repuso Mu-

ftetón . El que venga atrás qu’ iarrié.J

—Veo que me has entendido. Y que vas a ser en el futuro un gran amigo de la empresa... —

replicó Julián—Tendrás casa, automóvil y viaje a Europa! Pero con una condición: La de que

convenzas a tus compañeros de que retiren el pliego de peticiones y déjen de pensar en aumentos

por ahora... Engáñalos! Diles que próximamente se les hará uno.

Veinticuatro horas después Muñetón hizo ante los miembros del Sindicato un frío y objetivo

análisis de la situación. El doctor Arzayús, Presidente de la Juma Directiva, era un hombre noble y

bondadoso, con un corazón inconmensurable y una generosidad infinita, que amaba a los

trabajadores y estaba dispuesto a dar la vida por ellos. Sin embargo, el alza en los costos de la

materia prima y el escandaloso aumento de los impuestos tenían a la empresa al borde de la quiebra,

lo que excluía cualquier posibilidad de elevar la cuantía de los sueldos en ese momento. El doctor

Arzayús les prometía un aumento apreciable para una fecha próxima.

El Sindicato resolvió unánimemente: desistir del proyecto de huelga y retirar el pliego de

peticiones en espera de que tuviera cumplimiento la promesa del doctor Arzayús; enviar a este la

expresión de su emocionada gratitud; y felicitar efusivamente al com- pafiero-Presidente Mufletón

por el éxito de sus gestiones.

“El Incondicional” informó a sus lectores:

“No habrá paro en la “ínteramericana de Tabaco, Patriótica actitud del Sindicato. Sus

miembros reconocieron la razón de la empresa”.

—Hice un negocio estupendo! —le dijo Arzayús a Damián— La casa, el automóvil y el viaje

a Europa de Muñetón cuestan cuatrocientos mil pesos y el costo mensual del aumento que pedía el

Sindicato habría sido de un millón y medio...!

Un mes más tarde Muiietón inauguró su casa en uno de los barrios residenciales del norte con

una espléndida fiesta a la que fueron invitados Arzayús y los miembros de la Junta Directiva y no lo

fueron, obviamente, sus compafíeros del Sindicato. Como el vehículo de Julián sufriera un dafio,

Muñetón lo llevó a su casa en su flamante “Chevrolet” de último mode lo. Y una semana después la

compañía le concedió licencia para que viajara a Europa con su familia.

Así comenzó una brillante carrera de triunfos que lo llevaría a la suprema jefatura del

movimiento obrero y a una eurul en la Cámara de Representantes, con la que la ACDO y la

FEDETYL, premiaron sus buenos oficios en favor de la empresa privada.

El nuevo Presidente, antes de posesionarse y siguiendo una tradición inveterada, viajó a los

Estados Unidos con el fin de recibir órdenes de la Casa Blanca. La nación entera miró ese viaje con

angustiosa esperanza, pues se dijo que el mandatario traería en su maleta la solución de todos los

problemas del país. Que las aguas del Magdalena y del Cauca, del Arauca y el Meta, del Vichada y

el Guaviare, del Caquetá y el Putumayo se convertirían en leche y miel.

111

El Presidente electo visitó a Washington y Nueva York. Comió y bebió desaforadamente en

los nueve banquetes y once almuerzos que se le ofrecieron. Depositó flores en la Tumba del

Soldado Desconocido y en las de todos los Presidentes conocidos desde Washington hasta

Kennedy, sin omitir la de Teodoro Roosevelt, el héroe legendario que dijo: “1 took Panamá”; en las

de Ford y Rockefeller, algunos boxeadores y artistas de cine y otros genios “made in U.S.A.”

Pronunció dieciocho discursos para agradecer la “invariable actitud fraternal de esta gran de-

mocracia con sus vecinos del sur” y —con la maleta llena de instrucciones - emprendió el regreso a

Bogotá.

Se le tributó una recepción superior a la que brindaba Roma a los Césares vencedores.

Centenares de miles de personas le abrieron calle de honor desde el aeropuerto de “El Dorado”

hasta la Plaza de Bolívar. Llovía a cántaros pero el entusiasmo de la multitud crecía a medida que el

aguacero arreciaba. Había llegado el salvador de la República! El portador de la gran panacea! De

la piedra filosofal! De la vara mágica que transformaría la miseria en opulencia!

Después de nadar durante varias horas contra una corriente humana más poderosa que la del

Amazonas y el Nilo reunidas, sobre la que flotaba la espuma de los pañuelos blancos, llegó al fin a

la Plaza de Bolívar, subió a la tribuna que le tenían preparada y dijo:

Fui a los Estados Unidos de América, esa democracia ejemplar donde los pobres de Harlem y

los millonarios de Wall Street son exactamente iguales; donde negros y blancos conviven

hermanablemente, disfrutan de los mismos derechos y sobrellevan la carga de los mismos deberes;

esa nación extraordinaria que, a pesar de su poderío y su fuerza, ha sentido y siente un respeto

supersticioso por los pueblos débiles y nunca ha cedido a la tentación de intervenir en sus

problemas internos!

Ni pedí ni me dieron absolutamente nada! (Grandes aplausos) Mi dignidad me impedía

mendigar y el tetnor de ofenderme cohibía a nuestros ilustres amigos para ofrecerme un nuevo prés-

tamo... Debemos recordar además que nuestra deuda con los Estados Unidos asciende actualmente a

la cantidad de treinta mil millones de pesos!

No traje, por lo tanto, los dólares que ustedes esperaban ni la fórmula para solucionar todos

los problemas nacionales. Sin embargo, ustedes deben estar satisfechos y agradecidos. Porque los

homenajes que me hicieron a mí, no me los hicieron a mí, se los hicieron a ustedes! Ustedes y no yo

fueron los que bebieron champaña en la Casa Blanca, whisky en la Unión Panamericana y los que

comieron langosta en el Waldorf Astoria! Agradézcanle al gobierno y al pueblo americanos las

generosas atenciones que les prodigó!

La multitud, calada hasta los huesos pues la intensidad del aguacero no había mermado, se

disolvió a las voces de “Gracias!”, “Gracias!”, “Gracias!”

El nuevo Presidente era, como sus antecesores y sucesores, un producto del sistema. Hijo de

una acaudalada familia provinciana, había hecho los estudios de bachillerato en el Gimnasio

Contemporáneo y los de derecho en la Universidad Ignaciana. Un ventajoso matrimonio con la hija

de un prominente banquero y financista que había sido varias veces Ministro de Hacienda y ejercía

una protuberante influencia en el mundo político, le había franqueado las puertas de la oligarquía

bogotana y de la alta burocracia nacional. Calculador y oportunista le había servido a uno y otro de

los partidos tradicionales y a los dos cada vez que habían resuelto coaligarse. Repartiendo venias y

sonrisas a diestra y siniestra, transigiendo, contemporizando, retirándose estratégicamente,

halagando a tirios y troyanos, había recorrido todas las posiciones administrativas y diplomáticas

sin dejar el menor vestigio de su paso por ellas. Se había cuidado mucho de ganar el aprecio y la

confianza de la ACDO, la FEDETYL, e! Loocky Club, “El Incondicional” y la jerarquía eclesiásti-

El Delfín Álvaro Salom Becerra

112

ca. Logrados esos objetivos y con el apoyo irrestricto de la Universidad Ignaciana el camino de la

Presidencia se le abrió como una granada madura. El pueblo soberano, que no lo conocía, recibió la

orden de votar por él.

Cuando su padre lo envió a estudiar a Bogotá le dijo: ‘Lo importante no es el estudio! Lo

importante es relacionarse bien y hacer un buen matrimonio!” Siguiendo el consejo paterno traté de

ser amigo de Arzayús, de Ulpiano de Montijo, de Osuna de las Altas Forres y de los demás

señoritos elegantes que estudiaron con él en el Gimnasio Contemporáneo primero y en la Uni-

versidad Ignaciana después. Pero los aristócratas bogotanos lo repudiaron despectivamente. Ellos no

podían ser amigos de un “lobo”, de un provinciano sin pedigree”.

Pasaron los afios y el fiituro Presidente comenzó a escalar posiciones. Y el Delfín empezó a

determinarlo. Cuando fue nombrado Gobernador de su Departamento natal, aquel recordó cla-

ramente que había sido su condiscípulo en el colegio y la Universidad y le envió un mensaje de

felicitación. Y cuando llegó por primera vez a un Ministerio le ofreció su amistad incondicional.

Esa amistad se volvió íntima, naturalmente, cuando fue elegido Presidente. O sea cuando el “lobo’

trocé sus orejas por la melena del rey de Ja selva.

Ocho días antes de que tomara posesión de la Presidencia Julián lo visitó en su casa.

—Voy a hablarte sin ambages ni rodeos. El motivo de esta visita es hacerte saber que quiero

ser tu ministro. El cargo eti sí no me interesa. Tú sabes que tengo dinero suficiente para no necesitar

ninguno. Pero quiero rehabilitarme. Demostrarle al país que no soy un imbécil. Es cierto que cometí

un error grave pero no me negarás que el actual Presidente me lo cobré con sevicia... Mi salida del

Ministerio de Justicia no fue ciertamente airosa... Te ruego, en fin, que me des la oportunidad de

terminar decorosamente mi vida pública. Aunque apenas tengo cincuenta y cuatro aflos he vivido

muy intensamente y me siento enfermo y cansado... Estoy arreglando mis asuntos para marcharme a

Europa donde pienso pasar mis últimos años. Pero 110 quiero irme sin antes reivindicarme ante el

país...

—El Presidente dentro del sistema actual es un prisionero de los Directorios políticos, de

ciertas entidades econó-mi- cas y hasta de los clubes sociales, como bien lo sabes.

Ello son los que lo eligen y él no puede hacer ningún nombramiento sin su visto bueno... Si los

Directorios de los partidos tradicionales, la ACDO, la FEDETYL y el Loocky Club presentan tu

candidatura o la apoyan, te nombro Ministro...

¿Sabes en qué Ministerio quedarías tú muy bien? En el de Relaciones Exteriores!

—Pero si yo no soy intemacionalista! - dijo el Delfín—

—¿Y quién te ha dicho que se necesita serlo? —preguntó el Presidente-— Un Ministro de

Relaciones debe ser un distinguido caballero, preferiblemente apuesto y galante, que se sepa de

memoria la Urbanidad de Carreño y las normas del protocolo internacional, experto en

ambigüedades y eufemismos, capaz de halagar a las damas con piropos sutiles y a los caballeros con

mentiras piadosas, dueño de un hígado que resista el cosmopolita y permanente bombardeo de

comidas y bebidas lanzado contra él por cuarenta Embajadas y que repita como un loro cada vez

que esté delante del representante de un país extranjero: “Brindo por los tradicionales lazos de

amistad que han atado a nuestros pueblos...!” Y agregue si se trata de un diplomático español o

hispanoamericano; "...unidos por ta sangre, por la lengua y por la historia...!” Eso es todo!

—Pues creo que con excepción del relacionado con el hígado, que lo tengo despedazado, lleno los requisitos.

113

—repuso el Delfín sonriendo—

Olvidaba lo más importante —añadió el Presidente— El primer mandamiento de un Ministro de Relaciones es: “A- mar a los Estados Unidos sobre todas las cosas y a los yanquis como a si mismo". Cuando asista a una reunión internacional deberá —antes de que lo haga cualquier otro Canciller pedir la palabra y decir: “Deseo declarar en nombre de la nación que represento que estaré de acuerdo con todo lo que aquí piense, diga y haga el señor Secretario de Estado de los Estados Unidos y que votaré afirmativamente todos los proyectos y proposiciones que el presente”. Deberá también cohonestar las intervenciones norteamericanas en los cinco continentes y aprovechar cualquier coyuntura para agradecer los beneficios recibidos de los gringos y jurarles amor eterno... Por lo demás, tú que no eres precisamente lo que en el lenguaje burocrático se llama un “eficaz y diligente funcionario”, en la Cancillería te vas a sentir en la gloria... Porque si en el Ministerio de Justicia no hiciste nunca nada, en el de Relaciones vas a hacer menos...

Las entidades cogobernantes se movilizaron inmediatamente para solicitar el nombramiento del “hábil diplomático y experto intemacionalista Julián Arzayús. quien desempeñó la Gobernación del Departamento y la cartera de Justicia con inigualable eficiencia y durante muchos años ha representado brillantemente a sus conciudadanos en el Senado de la República” y el Presidente, que no esperaba otra cosa, procedió a firmar el decreto.

Julián Arzayús era la sombra del joven virilmente hermoso que treinta años antes había

despertado el amor de muchas mujeres y la envidia de no pocos hombres. El fantasma de aquel

mozo arrogante que derrochaba vitalidad y alegría en los campos de deporte, en los salones

elegantes y los lechos de sus amigas. El retrato borroso de ese muchacho de actividad polifacética

que atendía sin descuidar ninguno todos los frentes del hedonismo y comía, bebia, bailaba, tocaba,

cantaba, enamoraba y reía.

Ahora era un hombre prematuramente envejecido, taciturno, sombrío. Tenía el cabello

completamente blanco, los ojos sumergidos en las cuencas y la nariz y las mejillas cubiertas de

manchas rojizas. Las mujeres habla perdido su encanto para él después de que él perdió el atractivo

que tenía para ellas. Y se había desengañado de sus amigos cuando supo que se burlaban de su

impotencia. A Camilo Villaurrutia no le perdonó nunca que hubiera divulgado el secreto ni a Pepe

Ríomalo que hubiese dicho comentando la inminente baja de las acciones de la “Interamericana de

Tabaco” a raíz del conflicto que se refirió anteriormente: “La buena estrella de Julián se eclipsó!

Todas sus cosas tienen ahora tendencia a la baja...!”

Poco después de posesionarse comprobó que para ejercer el cargo de Ministro de Relaciones

Exteriores no se necesita ser un intemacionalista sino un bebedor y un gastrónomo. El Ministro es

un infeliz condenado al martirio de comer sin hambre todos los platos de la cocina internacional y

al tormento de beber de gula los licores originarios de todos los países acreditados ante el gobierno

que él representa: Kummel y champaña, whisky y manzanilla, brandy y tequila, vodka y saki, pisco

y ron. Unos años antes se habría sentido como el pez en el agua en ese ambiente. Ahora entre su

afición por el alcohol y la oportunidad de beber a todo instante, se interponía la cirrosis hepática

que habia seguido avanzando.

I.o aburrían además los discursos estereotipados de los Embajadores las sonrisas y las

genuflexiones hipócritas de los petimetres’ de la Sección de Protocolo, el intercambio de conde-

coraciones, las batallas de flores verbales y todas las ridiculas ceremonias que se realizaban en ese

mundo artificial y postizo. Arzayús era un farsante cansado déla farsa, un payaso que detestaba el

circo.

Un buen día el Embajador en Washington anuncié que el Secretario de Estado incluiría al país

en una gira que se proponía efectuar por la América Central y la del Sur.

El gobierno organizó un recibimiento colosal. Los optimistas y cándidos de siempre dijeron

El Delfín Álvaro Salom Becerra

114

que el Secretario traería la ayuda que no había traído el Presidente. La inmensa mayoría de la gente

permaneció indiferente y escéptica. Y núcleos obreros y estudiantiles notificaron que recibirían con

cuatro piedras en la mano al agente del imperialismo yanqui.

Damián García escribió el discurso que pronunciaría el Delfín en el Aeropuerto. Era una pieza

sobria y discreta, exenta de adulaciones y tropical¡smos.

Y llegó el día ansiosamente esperado. Como se calculaba que el avión llegaría a las 12 m., Arzayús sostuvo un coloquio de dos horas y media con “Johnnie Walker”y a las 11.30, con el rostro rubicundo y la euforia de quien ha apurado, solo, medio litro de whisky, le ordenó a su chofer que lo condujera al Aeropuerto.

Pasados los saludos protocolarios y los homenajes rituales los dos personajes se encaminaron

a una tribuna donde estaban instalados los micrófonos. Arzayús se dispuso a pronunciar su discurso

de bienvenida. Y entonces vino el horror...

En el bolsillo donde creía tenerlo no estaba...! Ni en ninguno de los otros. Por segunda vez se los

registró nerviosamente, bajo la mirada risueña del Secretario de JEstado y el Embajador Americano.

En ese momento recordó que lo había olvidado en el traje de calle de que se había despojado para

ponerse el sacoleva. La bochornosa escena no se podía prolongar. Era necesario decir algo. Y tomó

la heroica determinación de improvisar.

Como usted se habrá dado cuenta, señor Secretario,—dijo-— se me extravió el discurso que

iba a leer.. Eso le puede pasar a cualquiera. . Pero no debía pasarle a un Ministro de Relaciones

Exteriores... En todo caso talvez sea mejor que haya sucedido así... Porque lo que había escrito con

el cerebro voy a decirlo con el corazón!

Bienvenido, señor Secretario, porque usted representa a uit pueblo noble hasta la sublimidad y

generoso hasta e] altruismo; defensor de los débiles y respetuoso de la soberanía de las naciones! Si

a España le debemos una lengua incomparablemente herniosa y rica, una religión excelsa y el

orgullo inmenso de poder llamamos descendientes del Cid Campeador, de Miguel de Cervantes y de

los Conquistadores de América, a los Estados Unidos Íes debemos. .. los veinticinco millones de

dólares que nos dieron, a titulo de indemnización, veinte años después de que nuestra hija Panamá

abandonó el hogar con la ayuda de ellos y les debemos también los centenares de millones de

dólares que nos han prestado después.

Y a propósito de Panamá, los Estados Unidos hicieron bien en prohijar la separación e independencia de nuestro antiguo Departamento. Cuando están de por medio el progreso del mundo y el beneficio de la humanidad—y Colombia se oponía al uno y al otro al negarse a ceder al gobierno norteamericano la franja de terreno necesaria para la construcción del canal interoceánico— todo es licito y loable!

Perdimos es cierto una vasta porción del territorio nacional, pero los pueblos como los árboles

necesitan frecuentes podas para que crezcan y fructifiquen. Tal vez nunca habríamos llegado al

actual grado de desarrollo si el Gran Hortelano del Norte no nos corta la rama que nos sobraba!

Del mismo modo que México no estaría hoy a la cabeza de América si su bondadoso vecino

no le hubiera amputado los sarmientos conocidos con los nombres de Tejas, Nuevo México y

California.

Alabado sea, por tanto, el grandioso país que usted representa —sefior Secretario— que ha

sido, es y seguirá siendo el padre amantísimo de los pueblos americanos!

Un silencio hostil, de dignidad ofendida, siguió a las palabras dei Ministro Arzayús. Los

petimetres del Ministerio se enjugaban el sudor como lo hacían cada vez que su superior cometía

115

una indiscreción o una falta contra el protocolo. E] Secretario de Estado se limitó a hacerle al orador

una leve venia y quiso sonreír pero la sonrisa se le congeló en los labios. De pronto se oyó un grito:

“Viva la soberanía nacional” y luego dos más: “Muera el traidor Arzayús!”, “Abajo el im—

perialismo yanqui!” los tres fueron coreados por un numeroso grupo de estudiantes y obreros que

desde temprano se habían apostado cerca del muelle internacional.

Después se oyó la voz del amo. El Secretario de Estado pronunció un discurso duro, seco y

frío. Afirmó, en síntesis, que los Estados Unidos no eran una Casa de Beneficencia; que si las

naciones americanas querían recibir ayuda de la suya debían trabajar.

Ustedes no pueden sentarse a esperar —terminó diciendo - que “su padre amantisimo” les

suministre todo lo que necesitan, que del cielo les llueva maná. “Ayúdate que yo te ayudaré” le dijo

Dios al hombre y eso le digo yo a cada uno de los ciudadanos de este país en nombre de mi

gobierno!

La radio llevó a todo el país las palabras de Julián Arzayús y los diarios escritos las repitieron

al día siguiente. El estupor y la indignación fueron unánimes. Nadie se había atrevido a ir tan lejos

en el camino del servilismo y la adulación.

El Representante Juan José Jiménez quien no había oído la transmisión radial, leyó el

discurso en el periódico. Volvió a leerlo para convencerse de que era cierto lo que había leído.

Entonces se dibujó en sus labios la sonrisa de satisfacción del hombre que durante largos años ha

acechado una oportunidad propicia y al fin la ve llegar.

Esa tarde presentó a la consideración de la Cámara una proposición que fue unánimemente

aprobada:

“Cítase al Ministro de Relaciones Exteriores para que en la sesión correspondiente al día de

mañana y a partir de las cinco de la tarde explique a esta Corporación el sentido y alcance de las

palabras pronunciadas por él para dar la bienvenida al señor Secretario de Estado de los Estados

Unidos”.

La talla del personaje citado, la fama del citador—que ya la tenía de ser el mejor orador de la

representación nacional— y el motivo de la citación, crearon una inmensa expectativa. Se decía

insistentemente además que Jiménez aprovecharía la ocasión para arremeter violentamente contra

Julián Arzayús y revelar al país muchos aspectos desconocidos de su vida pública y privada y la de

su padre.

El ambiente en el recinto de la Cámara a las cuatro de la tarde era el mismo que antecede en

los estadios a los grandes encuentros de boxeo. Los Representantes, que excepcionalmente habían

concurrido todos, hacían predicciones y pronósticos. Y los espectadores de las tribunas, atestadas

desde muy temprano, apostaban entre sí.

Jiménez permanecía en su pupitre situado exactamente al frente de los reservados a los

Ministros del Despacho cuando eran citados a la Corporación. Revisaba unos papeles, hacia ano-

taciones, observaba nerviosamente el reloj; de pronto levantaba la cabeza y, haciéndola girar

lentamente, lanzaba una mirada entre peyorativa y altanera sobre sus colegas y el público.

A las cinco y quince minutos hizo su entrada el Delfín. Alguien gritó tímidamente: “Viva el

doctor Arzayús!” La voz fue coreada por veinte empleados públicos reclutados por Damián García.

Pero mil gargantas replicaron estrepitosamente; “Abajo el apátrida!”, “Muera el traidor!”, “Abajo el

lacayo del imperialismo yanqui!”, “Viva Juan José Jiménez!” El Presidente agitó la campana para

restablecer el orden, mientras el Delfín colocaba el sombrero, el abrigo y el paraguas sobre el

El Delfín Álvaro Salom Becerra

116

pupitre ministerial. Hizo una venia a los Representantes y se sentó;

Miró al frente y sus ojos se cruzaron con los de Jiménez. Lo reconoció inmediatamente. Era el

individuo que el día de su posesión como Gobernador lo había mirado como un tigre a su presa. El

mismo rostro enérgico, la misma mirada cargada de odio, la misma piel morena, la misma nariz

afilada, los mismos labios coléricamente apretados. Y lo mismo que aquel día un estremecimiento

recorrió su cuerpo.

—Señor Presidente: Me permito informar a usted que el señor Ministro de Relaciones

Exteriores, citado por medio de la proposición número 372 aprobada unánimente, está presente! —

manifestó el Secretario—

—Pido la palabra! —dijo Jiménez poniéndose de pie- —Tiene la palabra el Honorable

Representante Juan José Jiménez! —contestó el Presidente— El país —comenzó a decir Jiménez

con bien timbrada voz— está acostumbrado a todo! A

oír las mentiras de la clase dirigente; las promesas falaces de sus mandatarios; los embustes

demagógicos de sus políticos; las ardientes invocaciones al desprendimiento de los bienes terrenales

hechas por curas avaros y codiciosos; y los panegíricos de las honradez escritos por banqueros

ladrones (si se me consiente el pleonasmo)! (Risas y aplausos)

Les suplico que no aplaudan! Esto no es un circo ni yo un payaso o un acróbata. El payaso es

otro y será él quien tendrá que recurrir a toda clase de acrobacias para defenderse!

Tenemos habituado el oído al lenguaje de la farsa, que es el de la casta dominante pero no al

de la abyección! Ese no lo habíamos escuchado nuocj*. Y ese fue en el que se expresó atri-

buyéndose abusivamente nuestra representación y vocería el Ministro de Relaciones Exteriores en

su desventurada intervención ante el Secretario de Estado.

No quiero repetir, porque me llenan de vergüenza, las palabras humillantes pronunciadas por

ese sujeto con alma de esclavo a quien en mala hora se le confió la dirección de nuestra política

internacional.

----- Le pido que me haga respetar, señor Presidente'. —

dijo Arzayús con voz temblorosa—

—Usted no merece respeto ni como hombre ni como funcionario! —replicó Jiménez con

vehemencia— Para ser respetable hay que ser respetuoso y usted irrespetó a la nación ante el

mundo! En el curso de este debate diré quién es y quién ha sido usted y no creo que cuando yo

termine tenga el cinismo de exigir respeto! (una gran ovación estalló en las tribunas)

Veo, señor Presidente, que es imposible evitar los aplausos —dijo Jiménez reanudando su

discurso— Ellos no significan que yo sea un buen orador ni que esté diciendo bellas cosas.

Significan que estoy diciendo la verdad, que estoy defendiendo la dignidad y el decoro de la

República! Entonces esos aplausos me complacen y halagan porque demuestran que mis conciuda-

danos también aman a la patria!

Ustedes oyeron o leyeron las palabras ignominiosas. Jamás el representante de una nación se

había hundido tanto en el lodo del oprobio...! Un ministro de Relaciones Exteriores justificando la

desmembración de su país! Cohonestando la intromisión extranjera en los problemas de su patria!

Haciendo la apología de las “podas territoriales’.'Besando la mano que golpeó a su tierra con el

mismo “big stick” que cayó un día sobre México y Cuba, Nicaragua y la República Dominicana!

La gratitud del seflor Arzayús por los norteamericanos es ampliamente explicable puesto que

117

buena parte de su enorme fortuna se la debe a las “alianzas para el progreso” concertadas por su

padre y por él con la “Massachusetts Oil Com- pany”, la “Muzo Emerald” la “Chocó Platinum’’ y

la “Ba- rrancabermeja Oil Company”! Tengo en mi poder y la leeré más adelante una carta del

descastado señor Arzayús a las tres empresas últimamente citadas de la que se vale para ofrecerles

la autoridad y la influencia inherentes a su cargo de Ministro de Justicia!

Me cuentan que el señor Arzayús suele defender su yan- cofília con un adagio digno de

Sancho Panza por su grosero pragmatismo: “Al que se le come el pan se le reza el Padre Nuestro”.

¿Cómo extrañamos entonces de que quien asi piensa hinque la rodilla ante el amo extranjero que le

ha llenado las alforjas de dólares, justifique todos sus atropellos y abusos y le unja los pies?

A los hombres como usted, seflor Arzayús, para quienes la patria esta formada por una buena

mesa, una mejor bodega y un rico guardarropa, no puede pedírseles patriotismo! Ni a los miembros

de su clase, sin Dios y sin ley, sin moral y sin honor, sin sentimientos y sin principios, exigírseles

dignidad! Usted puede, individualmente, arrastrarse ante los poderosos, batir el incensario del

servilismo, llegar a los últimos extremos de la adulación? Pero no puede hacerlo en nombre

nuestro! No puede hacerlo en nombre de un pueblo orgulloso y altivo!

Tan orgulloso y altivo como el español que no solo nos enseñó a santiguamos y a hablar su

lengua, como lo recordó usted en el único aparte decoroso de su discurso, sino que nos transmitió

su carácter indomeñable y su amor sin eclipses por la autonomía nacional

Somos descendientes y herederos de esa nación inverosímil —por la fiereza y la porfía— que

conquistó su independencia en una lucha de setecientos años y que después volvió a

defenderla heroicamente, hasta con los dientes y las uñas de sus mujeres, en las calles de Zaragoza

y de Gerona.

Y si para obtener la emancipación nuestros antepasados se enfrentaron victoriosamente a esos maestros del coraje y tiñeron con su sangre las murallas de Cartagena y los patíbulos de Bogotá, las rocas de los Andes y la yerba del Llano, los hombres de ¡ni generación no seremos inferiores a ellos en la defensa de nuestra soberanía! (Grandes aplausos)

El Ministro Arzayús —y no creo que lo sea por mucho tiempo porque el gobierno tendrá que

ceder a la presión de la indignación nacional— tiene la obligación moral y política de explicar su

inexplicable y malhadado discurso.

Yo le digo de antemano y lo hago en nombre de la opinión pública que no acepto ninguna

explicación porque no puede haber una satisfactoria! Como él no podrá presentarla jamás, el honor

del país exige su inmediato retiro del Ministerio! (Veces de “Si!’, “Si!”, “Que se vaya el traidor!”)

Señor Presidente: El reglamento prohíbe a los espectadores lanzar gritos en pro o en contra

de los oradores —dijo Jiménez— Yo no quiero que se diga que he traído un público ad hoc para

que me respalde y aplauda y agravie a la persona a quien le estoy haciendo cargos... Yo aspiro a

que este sea un duelo caballeresco y no un combate desigual en el que yo lleve la mejor parte... Le

solicito, por tanto, que haga cumplir el reglamento y prohíba inclusive los aplausos...

—Se prohíbe a los asistentes aplaudir y manifestar su conformidad o inconformidad con las

personas que hagan uso de la palabra o estén presentes en el recinto! Cualquier violación de esta

orden autorizará a la policía para despejar inmediatamente las tribunas! —dijo el Presidente en tono

autoritario—-

—Aunque su ataque ha sido hasta ahora implacable —interpeló Arzayús dirigiéndole a

Jiménez— agradezco su intervención en mi favor y su propósito de que el debate conserve la altura

El Delfín Álvaro Salom Becerra

118

que debe tener. . . Deseo aprovechar esta intervención para preguntarle con la venia de la Presiden-

cia: Usted considera que sea un delito admirar a un país extraño, elogiarlo, agradecer los beneficios

que el nuestro ha recibido de él?

—Los delitos— respondió Jiménez-— están taxativamente enumerados en el Código Penal.

Eso lo sabría usted si se hubiera tomado la molestia de abrir el que debió comprar cuando estudió

derecho.

Si admirar a un país distinto del propio fuera delito —continuó Jiménez— yo sería un

redomado delincuente. Porque yo, por ejemplo, amo a España sobre todas las naciones de la tierra.

La amo sin conocerla. O conociéndola apenas a través de la geografía, de la literatura, de la historia.

Y mi amor por ella es desinteresado porque nunca le he pedido una peseta ni ella me la ha dado.

Pero sí me ha dado el “Quijote” y “Fuente Ovejuna”, y “La vida es sueño” y “El Buscón” y

“El lazarillo de Tormes” y “Guía de Pecadores” y “El Diablo Mundo” y “Don Juan Tenorio” y las

“Rimas” y los “Episodios Nacionales y me ha dado a Valera, a Pereda, a Palacio Valdés, a Alarcón,

a Castelar, a Menéndez y Pelayo, a tJnamuno, a Azorín, a Baraja, a Ortega y Gasset, a los Machado,

a García Lorca, a Juan Ramón Jiménez; y ha deleitado mis ojos con la “Inmaculada Concepción”,

las “Meninas” y las “Majas”; y ha recreado mi oído con las notas de Isaac Albéniz y Manuel de

Falla.

Amo la España heroica y mística, fanática y caballeresca, trágica y jocunda! La amo en la

feracidad de las huertas de Murcia y en la aridez de la llanura castellana; en la radiante alegría de

una tarde de toros y en la triste penumbra de una celda monacal; en los amoríos y duelos de Don

Juan y en la algarabía de una juerga gitana; en la prosperidad y en el infortunio; en la victoria de

Lepanto y en la derrota de Santiago de Cuba; en los éxtasis de Santa Teresa y en los juramentos de

los bandidos de Sierra Morena! La amo, aunque se me diga sádico, en la crueldad de los

Conquistadores y en las hogueras de la Inquisición!

Usted, señor Arzayús. que no es un romántico como yo sino un utilitarista puede amar a los

Estados Unidos que le han dado muchos dólares y ensalzar los pecados de ese pueblo, pero no

puede en su condición de Ministro de Relaciones Exteriores uncirnos al carro norteamericano!

Olvidar lo inolvidable y perdonar lo que no tiene perdón! Agradecer como una dádiva fabulosa la

misérrima suma que nos dieron, al cabo de veinte años, para indemnizarnos de los perjuicios

sufridos por la pérdida de una porción importante de nuestro territorio! Solidarizarse con el

atropello cometido por un país fuerte contra uno débil que era y es precisamente el suyo! Inventar

para justificarlo la estrambótica leona de que los países mutilados crecen y prosperan y convertir asi

la desmembración en beneficio! Eso no lo podía hacer usted y, como lo hizo, debe presentar hoy

mismo renuncia de su cargo y pedirle a la nación que lo perdone!

Aquí podía terminar, señor Presidente! ¿Pero cómo no aprovechar esta ocasión para recordar

algunas cosas que el país sabe y revelar muchas que ignora acerca de este flamante personaje que

por el solo hecho de ser hijo de su padre, por el derecho divino de los reyes, ha ocupado las más

altas posiciones del Estado, sin mérito ni esfuerzo, sin capacidad ni preparación de ningún género?

—Me permito recordar que a mi se me citó sólamente para que explicara mi discurso ante el

señor Secretario de Estado... —manifestó Arzayús-—

—Encuentro perfectamente lógico que el seflor Arzayús no quiera que se hable de él—replicó Juan

José Jiménez -- Eso demuestra que aún le queda un adarme de vergüenza! Yo que no tengo nada

que ocultar me sentiría muy halagado de que se hablara de mi... Seílor Presidente: Le ruego que le

pregunte a la Cámara si desea seguir escuchándome o prefiere oír las explicaciones del Ministro de

119

Relaciones Exteriores...

- . Quiere la Cámara que el Honorable Representante Ji

ménez continúe haciendo uso de la palabra? —preguntó el Presidente—

El golpe seco de ciento diez manos que cayeron simultáneamente sobre los pupitres se oyó en

el recinto.

—Sí lo quiere! —informó el Secretario—

—El Representante Juan José Jiménez puede seguir hablando! - dijo el Presidente—

Agradezco el voto de confianza con que me han honrado mis colegas —dijo Jiménez— Su

curiosidad por oírme es la misma del país entero. Por circunstancias especiales que divulgaré

posteriormente conozco la vida íntima de la familia real. Me refiero, como es obvio, a la familia

Arzayús. Antes de hablar del principe heredero, del Delfín —que es el nombre con que lo conoce

todo el país— hablaré del monarca.

Clímaco Arzayús fue el hombre más grande que tuvo la nación en los últimos treinta años del

siglo XIX y en los prime- rosros cincuenta del actual. El más diestro estadista, el más hábil

parlamentario, el más conspicuo jurisconsulto, el más dinámico empresario, el más brillante

clubman y el más distinguido caballero de la sociedad. Eso al menos nos dijo y repitió mil veces

“El Incondicional” y eso —y mucho más— nos dijeron los catorce oradores que hicieron su elogio

póstumo.

¿Pero qué hizo este hombre descomunal para llegar a esa cúspide del poder político,

económico y social? ¿Cuál fue su obra científica, filosófica o literaria? ¿Cuántos discursos

magistrales pronunció en el Parlamento? ¿Cuál ftie su teoría revolucionaria en el campo del

derecho? ¿Qué solución aconsejo para resolver los problemas nacionales? ¿Cuántos ferrocarriles y

carreteras, hospitales y escuelas fueron construidos por orden o iniciativa suya? ¿Cuál fue, en

síntesis, su contribución a la cultura y al progreso?

El viejo magnate nunca pensó, dijo, escribió ni hizo absolutamente nada! Ni la ciencia ni el

arte ni la oratoria ni la jurisprudencia ni el desarrollo material del país obtuvieron ningún beneficio

de su larga permanencia en el mundo ni sufrieron perjuicio alguno cuando el Señor, en su infinita

sabiduría, le ordenó que pasara al otro.

El secreto de su gigantesco prestigio fue su asombroso poder de simulación. Clímaco Arzayús

fue el gran impostor, el farsante supremo, en una sociedad que rinde culto a la farsa. Donde todos

fingen y simulan: los ignorantes erudición, los políticos honradez, los banqueros honorabilidad, los

militares pundonor, los jueces probidad y ciertos curas virtud y todos se engañan entre sí!

Fue un hombre mediocre pero ambicioso y audaz. Para llegar a la meta del poder todos los

caminos eran buenos. Los «regulares, los inmorales y los ilícitos! La opinión pública lo señaló,

hace muchos años, como uno de ios autores intelectuales del atentado contra el general Reynales.

La justicia nunca tuvo la prueba legal pero si la convicción moral de su responsabilidad. Sin

embargo, careció del valor necesario para asumirla, abandonó a los autores materiales y asistió

complacido a su fusilamiento!

Fue un permanente traidor a la patria! Vendió ei suelo y el subsuelo del país! El primero a

una nación vecina en su condición de negociador de un tratado de limites y el segundo a la

Massachusetts Oil Companv”!

Aprovechó la última guerra civil, en la que los dos partidos tradicionales se disputaron el

El Delfín Álvaro Salom Becerra

120

presupuesto exterminándose recíprocamente, para despojar de sus bienes a sus enemigos políticos!

Convirtió una comisión oficial en un sensacional negocio que Je reportó una ganancia de quince

millones de pesos! El celebérrimo “affaire” de los cañones Krupp que el país recuerda todavía. . . Y

en su avidez de enriquecerse más y más formó sociedad con un Ministro de Hacienda, cuyo nombre

tampoco ha olvidado el país, no para jugar sino para ganar en la Bolsa!

Después invirtió buena parte de la fortuna debidamente habida en el paulatino

envenenamiento de sus compatriotas, pues fundó dos empresas que desde hace cincuenta años

vienen proveyendo de tóxicos al pueblo y diezmando sus exiguos ingresos!

Todos sus crímenes quedaron naturalmente impunes. Porque en esta República de códigos y

leyes, de artículos y parágrafos, donde el orden jurídico está por encima de todas las cosas, existe

un indulto implícito y una amnistía tácita para los delincuentes de frac! En ellos el delito es un

“imposible metafí- sico” como lo dijo “El Incondicional”, refiriéndose a Climaco Arzayús, cuando

un Juez prevaricador sobreseyó definitivamente en su favor por los cargos que le aparecían en el

proceso de la “Massacbuseis Oil Conipany”

La investigación fue confiada inicialmente a un juez recto y probo que había ganado el

remoquete de “incorruptible” pero antes de que la comenzara lo llamó el Ministro de Justicia para

decirle que su misión no era la de adelantarla hasta sus últimas consecuencias sino la de sabotearla

y hacerla fracasar!

¿No es esto monstruoso? Un Ministro de Justicia ordenando que 110 se haga! Exigiéndole a

un Juez que prevarique! Prevaliéndose de su cargo para conseguir el triunfo de la impunidad! Como

el Juez se negó a cumplir la orden inicua y dolosa fue destituido en forma fulminante y en su

reemplazo se nombró a un prevaricador profesional que se apresuró a cumplirla. . . Y pensar que

esto sucede cada vez que un pez gordo cae en las redes de la justicia.

En este país no se puede meter a la cárcel a un Arzayús ni a ningún miembro de la Corte

imperial porque eso significa un duro golpe al sistema, un bofetón a la clase dirigente, un puntapié

en el trasero a la FEDETYL, a la ACDO, al Loocky y a! Sun Club!

Pero ¡ay! de que un obrero se robe un pan para sus hijos hambrientos! Todo el peso de la

justicia y todo el rigor de la ley caen sobre él! Los Jueces, inmisericordes. añoran la épo- ca de las

galeras para imponerle al criminal el mismo castigo que le fue impuesto a Juan Valjean! Las puertas

del presidio se abren para el infeliz y una vez cerradas no se vuelven a abrir.

Eh sefíor Arzayús llevó sus aptitudes teatrales a su vida privada.

—La vida privada de mi padre es sagrada y no estoy dispuesto a permitir que se hable de ella!

—dijo interrumpiéndolo Julián Arzayús—

—Los hombres públicos no tienen vida privada! —replicó Jiménez— Por otra parte es una

profanación afirmar que la vida inmoral y delictuosa de su padre es sagrada... Y finalmente yo

pertenezco a la vida privada del seflor Arzayús y tengo derecho de hablar de ella.

—¿Usted? —preguntó Julián con tremenda sorpresa—

—Si, yo. .. A mucha deshonra! Tengo efectivamente la desgracia de que por mis venas corra

la misma sangre maldita que corre por las suyas.

La tensión había llegado al clímax en el recinto de la Cámara con las últimas frases de

Jiménez. Apenas se oía la respiración de los Representantes. Arzayús, petrificado en su silla,

esperaba las palabras de su acusador con la ansiedad del condenado a muerte que espera la

121

descarga... A Jiménez lo envolvía un nimbo de grandeza; el tono de su voz, sus ademanes y sus

gestos tenían la majestad del hombre que se enfrenta serena y valerosamente al momento supremo

de su vida.

Le voy a contar a la nación por conducto de sus Representantes —agregó Jiménez con acento

patético— mi gran ver- gueza! Soy hijo de Clímaco Arzayús!

Un sordo rumor recorrió la enorme sala. Julián se enjugó el sudor que le bañaba el rostro,

inclinó la cabeza y cerró los ojos. Estaba anonadado. La fuerza del golpe había sido muy superior a

sus cálculos.

Ya ve usted, hermano mío, —prosiguió Jiménez dirigiéndose a Julián— cómo si tengo

derecho a hablar de la vida privada de nuestro padre? Pero antes de hablar de ella quiero y debo

rendir un homenaje a mi madre, quien no fue la prostituta o la mujer fácil que muchos de ustedes, si

no todos, se habrán imaginado después de oírme. .

Ella fue una víctima, una más, de la concupiscencia de un anciano libidinoso para quien las

mujeres fueron siempre —como para su hijo legitimo— simples vaginas! Porque ambos vinieron al

mundo a divertirse! Mi madre era una chiquilla ingenua, con todas las ilusiones de los quince años,

cuando Un infáme alcahuete —el sefior Aldaníta—, proveedor general de mujeres del viejo sátiro la

arrojó en sus garras! A ella se le condenó a la deshonra y a mi a la vida, pero eso qué importaba si el

omnipotente señor Arzayós había sido feliz por unos cuantos minutos?

Pero la historia no concluye ahí. El poder soluciona todos los problemas. Cuando mi abuelo

—un pobre hombre de aquellos que se sienten honrados al enterarse de que su hija ha sido

deshonrada por un miembro de la cíase dirigente—■ le refirió lo sucedido a la esposa de Arzayús en

una carta miserable que le dirigió para pedirle ayuda, el corruptor y su cómplice resolvieron

buscarle marido a mi madre.

Otro debía subsanar la falta cometida y resarcir el daño causado por el patriarca venerable que

comulgaba todos los primeros viernes y portaba estandarte en las procesiones de Semana Santa.

Y escogieron a un cretino con aspiraciones políticas, capaz de permutar su alma por un puesto en la Asamblea. El seria Diputado con la condición de que se casara inmediatamente con una mujer que no conocía. El cretino aceptó. El señor Arzayós, a su vez, cumplió lo prometido pero bien pronto le retirá su apoyo al arribista! Este, en venganza, abandonó a mi madre.

Esa mujer que era entonces una niña convirtió una máquina de coser en una barricada y

durante veinte años resistió los furiosos asaltos del hambre, sin desmayar, sin amilanarse, sin arriar

la bandera de la dignidad! Esa mujer maravillosa que no abortó, ni ocultó el embarazo y el parto en

una casa elegante y discreta (que el señor Ministro debe conocer muy bien como que en ella han

estado personas estrechamente ligadas a él) ni regaló su hijo —como lo hacen las damas de la alta

sociedad ni se prostituyó, ni cedió a la tentación de robar, que luchó con denuedo indomable por

hacer del fruto de un engaño lo que es hoy, se llamaba - y le pido a la Cámara que oiga con

respetuosa admiración el nombre de esa heroína del pueblo—, esa mujer se llamaba Virginia

Forero!

La emocionante evocación conmovió al auditorio. Como subsistía la prohibición de aplaudir

los pañuelos comenzaron a florecer en las manos y, al cabo de un minuto, una masa blanca y

trémula flotaba sobre todas las cabezas.

Mi madre odió a su verdugo como ningún ser humano ha odiado a otro! —continuo Jiménez

Y me transmitió su odio. Yo no mamé leche de los senos matemos; yo chupé rencor! “El odio es

anticristiano” me dirán los gazmoños que no han llevado el estigma del deshonor en la frente, ni

El Delfín Álvaro Salom Becerra

122

han sentido el latigazo del escarnio en el-rostro, ni el dolor de la frustración en el alma! Acaso el

mismo Cristo no sintió odio contra los ricos y los fariseos y los apostrofó diciéndoles: “hipócritas”,

“sepulcros blanqueados”, “serpientes”, “raza de víboras”? Y no expulsó, iracundo, a los mercaderes

del templo y los vapuló y”derribó las mesas de los cambistas y los asientos de los que vendían

palomas”?

Estos antecedentes no debilitan mi posición en el debate ni disminuyen la imparcialidad de mi

intervención. Porque yo no he venido aquí a denunciar a Clímaco Arzayús por el delito que cometió

en la persona de mi madre, sino a enjuiciarlo por todos los que perpetró contra la República! Si

mencioné ese vulgar delito de corrupción de menores, lo hice para mostrar en sus exactas

dimensiones la personalidad moral del acusado. Yo había podido callar la historia de mí origen, que

ni me favorece ni me honra, pero entonces habría quedado trunca la ficha antropométrica del

criminal.

Me proponía referir otras anécdotas de la vida privada de este sujeto que con su mujer y sus

hijos y sus yernos formó la mejor compañía de alta comedia que haya actuado en Bogotá.

Parque el Palacio Arzayús no era una casa sino un escenario. Iodo lo que encerraba hacía

parte de la farsa: Los centenares de condecoraciones y las decenas de títulos comprados con

banquetes, agasajos y regalos; las fotografías en que el director de la compañía aparecía al lado de

los grandes de ia época; el gran retrato de Francisco José Arzayús, el mártir de la independencia que

murió de físico miedo unos minutos antes de que ¡o fusilaran; el arcabuz que fue de don Sancho el

Conquistador, parricida y prófugo asturiano de apellido Palacio al que sus descendientes agregaron

cinco más y de cuyo concubinato con la india Prudencia Chivatá surgió la ilustre familia

Seispalacios; los árboles genealógicos, los escudos de armas.

Pero no quiero ni puedo abusar de vuestra benevolencia y apenas voy a contaros un episodio

que constituye una radiografía sicológica del gran impostor:

La primera comunión del Delfín fue un suceso nunca antes visto en la ciudad. Mil quinientos

invitados! Otras tantas tarjetas de oro para obsequiarlos con ellas!.Ciento cincuenta ponqués, tres

orquestas! Las más suculentas viandas y los más delicados manjares servidos por cien criados! Pero

a última hora Aldanita se asustó. Pensó —y con razón— que ese escandaloso derroche era una

ofensa y un reto a los pobres y así se lo dijo a su amo. Entonces ambos de común acuerdo

resolvieron dar a la fiesta un toque democrático. El augusto personaje en su infinita magnanimidad

dispuso que dos chicuelos del arroyo recibieran conjuntamente con el príncipe el cuerpo de Cristo,

para probar hasta qué extremo llegaba su amor por los humildes.

Aldana buscó y encontró dos rapaces hambrientos y haraposos a quienes se les cortó el

cabello, se les bañó y perfumo. Sus andrajos fueron reemplazados provisionalmente por unos toscos

trajes de manta.

Y comenzó para los desdichados el suplicio de asomarse por unas pocas horas a un mundo de ensueño que hasta entonces no deseaban porque desconocían; el martirio de comparar su miseria sórdida con una opulencia que ni siquiera habían intuido jamás; la tortura de ver un chico como ellos recibiendo centenares de finos juguetes que ellos no podrían tener nunca; el dolor de saber que otros niños comían ricos potajes y lucían lujosos trajes, mientras que ellos vivían cubiertos de harapos y, las más de las noches, debían recogerse con el vientre vació...

Deslumbrados con el brillo del oro y la plata y el fulgor de las grandes arañas, con la imagen

de los juguetes grabada en las retinas y el tufillo de las viandas todavía metido en la nariz, los

pilludos fueron devueltos a la realidad. El maravilloso sueño había terminado. Se Jes despojó de los

trajes que habían usado en calidad de préstamo y cubiertos con sus viejos harapos emprendieron el

123

regreso al tugurio.

¿Concebís vosotros, señores Representantes, una más refinada crueldad? Los chinos expertos

en suplicios nunca idearon uno más atroz Esa era la filantropía de Clímaco Arzayús! Y su concepto

de la caridad cristiana!

■ “El Incondicional” calificó el hecho como: “uno de aquellos gestos que reconcilian al

hombre con la vida y le devuelven la fe en la bondad de sus semejantes” y el farsante lo aprovechó

políticamente pues en vísperas de unas elecciones fue publicada una fotografía suya en la que

aparecía con uno de los pilluelos a su derecha y el otro a la izquierda y la leyenda:

‘Un benefactor del pueblo”!

Podía extenderme indefinidamente en Ja relación de ios delitos, las inmoralidades y las

infamias de este malvado que vendió el suelo patrio, prostituyó a la justicia, corrompió a los

hombres y mujeres que encontró a su paso, explotó a los obreros de sus fábricas y a los trabajadores

de sus haciendas y engañó al país a lo largo de una comedia que se prolongó por espacio de sesenta

años!

Pero debo ya ocuparme de su hijo, del Delfín, del eminente jurista y esclarecido político que

ha hecho una fulgurante carrera pública cuyas principales etapas han sido el Senado, la

Gobernación, el Ministerio de Justicia y el de Relaciones Exteriores y que si et país no trata de

salvarse terminará inexorablemente en la Presidencia de la República!

El caso humano de Julián Arzayús es diferente al de su padre. El fue la criatura de un creador

perverso; el trozo de arcilla torpemente modelado por un ambicioso; el heredero de los pecados de

un hombre que no tuvo virtudes. Porque Clímaco Arzayús, en la imposibilidad de transmitirle sus

cualidades, le infundió todos sus defectos.

Comenzó por inculcarle la soberbia al hacerle creer que era un ser superior predestinado al

poder. El día de su nacimiento Aldanita organizó una manifestación popular en el curso de la cual

fue proclamada su candidatura presidencial y el monarca en nombre del recién nacido, la aceptó.

Ese mismo día se inició el curso pre-presidencial ordenado por Arzayús. La alcoba de Julián

fue adornada con escudos y banderas nacionales; ¡as imágenes de tres santos fueron retiradas para

colocar en su lugar las de otros tantos ex-Presidentes; ¡a nodriza recibió la orden de cambiar las

canciones de cuna por el Himno Nacional; y la servidumbre del Palacio Arzayús la de decirle

invariablemente: “señor Presidente”.

Si algún europeo me está oyendo va a decir: “Exageraciones de la oposición! Eso no pudo

haber sucedido!” Pero vosotros, señores Representantes, sabéis muy bien que estas cosas son

comunes y corrientes en estas monarquías tropicales de ios Somozas y los Trajillos, los Duvalier y

los Arzayús!

Después de exaltar su vanidad estimuló su pereza. Referían los allegados al Palacio Arzayús

que cuantas veces Julián abría un libro su padre le ordenaba que lo cerrase diciéndole: “No cometas

tonterías! Un hijo mío no necesita estudiar!”

Y la secuela de la pereza fue la ignorancia. Salió del Colegio y de la Universidad como había entrado. El Gimnasio Contemporáneo le regaló el cartón de bachiller y la Universidad ígnaciana lo obsequió con el titulo de abogado.

Con el ejemplo de sus frecuentes adulterios y enviándolo a París para que se dedicara a la

“dolce vita”, el monarca le enseñó al Delfín que ia finalidad de la vida es el placer.

Le enseñó asimismo que cuando los objetivos son el poder y el dinero todos los medios son

El Delfín Álvaro Salom Becerra

124

lícitos: el homicidio, los delitos contra la existencia y la seguridad del Estado, el cohecho, el

prevaricato...

Y lo instruyó por último acerca de los trucos que deben saber los prestidigitadores de ¡a política para sacar del cubilete el conejo de un triunfo electoral; las estratagemas a que deben recurrir los caballeros de la alta sociedad para acostarse con las mujeres de sus mejores amigos; y los ardides que deben utilizar los hombres de trabajo para arruinar a sus socios.

El padre destruyó la voluntad del hijo, frenó su impulso vital, mino su moral y socavo su sensibilidad, lo convenció de que no le era necesario hacer ningún esfuerzo porque todo lo merecía. El único derrotero que le señaló ftie la Urica de menor resistencia.

Por tanto Clímaco Arzayús es el responsable de la vanidad y la egolatría, de la pereza y la ignorancia, de la frivolidad y el hedonismo de Julián Arzayús.

Yo soy un hombre apasionado y vehemente. Me rebelo ante la injusticia y la farsa. Me sublevan los privilegios y los abusos de los explotadores y me conmueven el hambre y el dolor de los explotados. Pero soy un hombre justo. El actual Ministro de Relaciones no es el monstruo que fue su padre. Ha sido y es un individuo débil, incapaz de sopreponerse a la influencia del medio en que nació y al ascendiente nefanda de quien fue, por tantos años, el dueño del país. Yo entiendo y justifico, en consecuencia, los pecados y los vicios de su vida privada.

Y tengo autoridad moral para hacerlo. Porque yo he sido todo lo que no quiso o no pudo ser el Delfín. Un hombre fuerte, endurecido y templado por el sufrimiento. Desde muy niño me impuse una disciplina, me tracé una ruta y me fijé una meta. En un libro de Pío Baroja aprendí que nada hay imposible para una voluntad enérgica. Y con ese lema he obtenido todo lo que me he propuesto conseguir. La vida, que para mi ha sido una catrera de obstáculos casi invencibles, me convirtió en un individuo austero, sobrio, frugal. Por eso puedo hablar de los pecados y los vicios ajenos.

Pero si a estos los comprendo y los perdono en el caso concreto de Julián Arzayús, no puedo comprender y mucho menos perdonar —en nombre del pueblo que represento— muchas de las actitudes asumidas por él en su vida política.

Las circunstancias ya expresadas atenúan la responsabilidad del acusado pero no lo eximen de ella. Porque cuando determinados actos o palabras de un funcionario lesionan económica o moraimente al país no tienen perdón!

El Delfín inició naturalmente su carrera pública en el Senado que es la corporación donde terminan la suya los plebeyos. Y fue el último en enterarse de que había sido elegido. Clímaco Arzayús acepté la inscripción de su candidatura como Senador principal con la condición de que su hijo fuera su suplente. Y este recibió la buena nueva en Parts.

Nunca presentó un proyecto de ley, ni elaboré una exposición de motivos, ni intervino en un debate económico o jurídico. Se limitó a decir tonterías, A poner el disco rayado de las espadas, las banderas y la sangre que vosotros le habéis oído tantas veces! Sin embargo presidié la corporación y fue uno de sus miembros más prominentes.

Lo que viene es ya una historia muy reciente. La Universidad Ignaciana, la ACDO, la FEDETYL y el Loocky Club presionaron al Presidente para que lo nombrara Gobernador y este, sumiso como siempre a las órdenes de la oligarquía, lo nombré. El Departamento no ha vivido una época de mayor despilfarro ni de peor desgreño administrativo. No solucioné ningún problema. No construyó un hospital, ni una escuela, ni un acueducto, ni una alcantarilla. Pero ningún Gobernador ha comido ni bebido tanto a expensas de sus gobernados.

Las mismas entidades, que son las que en realidad nombran y destituyen funcionarios, le exigieron al Presidente posteriormente que lo nombrara Ministro de Justicia para premiarle sus insignes servicios al Departamento y el Jefe del Estado, obediente como de costumbre, lo nombré. Allí comió y bebió menos que en la Gobernación pero causé con sus actos y sus omisiones daños irreparables al país!

Recordáis a un Ministro de Justicia que desde la ventana de su despacho contemplé impávido el asesinato de nueve estudiantes ejecutado por los valientes soldados del Batallón Bravos de

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Oriente , habiendo podido evitarlo con una orden al oficial que los comandaba? Y no podéis haber olvidado que ese Ministro aconsejó al Presidente que matara” y ‘sepultara cristianamente” a tres soldados imaginarios para que los papeles se invirtieran y las victimas aparecieran como victimarios...!

Pero hay algo que taJvez ignoráis: Ese mismo Ministro le ordené al investigador que orientara la investigación contra tres lideres estudiantiles, que hiciera colocar en sus casas las armas y la propaganda subversiva que servirían de prueba para condenarlos a veinte años de presidio. . .! Yo pregunto si esos actos inicuos tienen perdón de Dios. .

Pero enteráos ahora, señores Representantes, de la carta oprobiosa, desvergonzada, impúdica, que el Ministro Arzayús le dirigió a sus habituales poderdantes extranjeros: la “Muzo Emnerald”, la “Chocó Pla.tinum y la "Barrancaber- rneja Oil Company’ y cuya lectura os prometí al comienzo de este discurso:

“...deseo ponerme incondicionalmente a las órdenes de ustedes como Ministro de Justicia y hacerles saber que esa posición no me inhabilita sino que —por el contrario— me confiere una mayor autoridad e influencia para continuar sirviendo los intereses de esa importante compartía.

“Por razones obvias yo no podré aparecer como apoderado de ustedes ante las autoridades nacionales ni me será posible firmar ninguna petición, memorial o alegato. En mi nombre, bajo mi dirección y responsabilidad, actuará el doctor Bernardo Rocafuerte, abogado muy prestante y persona de absoluta confianza.

“Nuestras futuras entrevistas no podrán efectuarse en sus oficinas ni en el Ministerio sino en un lugar reservado y discreto. Los cheques, invariablemente, deberán ser girados al doctor Rocafuerte”.

Ni una cortesana parisiense, ni una prostituta neoyorquina, pero ni siquiera una ramera de Bagdad se habrían atrevido a escribir esa carta! Supongo que habréis sentido oyéndola las mismas náuseas que yo sentí cuando la leí por primera vez.

Y regresamos, ya para terminar, al punto departida. El Presidente, dócil como de ordinario a las solicitudes de la plutocracia, lo nombró Ministro de Relaciones Exteriores. Arzayús se dispuso a cumplir bien y fielmente sus funciones que consistían en comer, beber, sonreír, hacer venias, pronunciar discursos llenos de lugares comunes, dar y recibir condecoraciones y nombrar Embajadores, Ministros Consejeros y Cónsules a sus parientes y amigos. Ocho dias después de posesionarse, por ejemplo, nombró Embajadores a sus dos cuñados: el Marquesito de Toutvabien y Chepito de la Parra, dos grandes actores de la compañía fundada por su padre!

Pero llegó a la ciudad el Secretario de Estado de los Estados Unidos y el Delfín perdió los estribos, se arrojó a sus piés y se los ungió con el aceite pegajoso de la adulación! Y sin levantar la cabeza del suelo agotó el lenguaje de la indignidad para halagarlo! Sus infortunadas palabras suscitaron este importante y necesario debate.

Y aquí os doy una buena noticia: mi discurso ha llegado a su fin! No tengo derecho de fatigaros por más tiempo. He tratado de pintar el retrato de los Arzayós, esa pareja siniestra que tan funesta influencia ha ejercido en la vida de la nación. No he mentido. No he exagerado. Y tanto es así que el acusado no ha intentado siquiera rebatir mis cargos.

No me hago, sin embargo, ilusiones. Aquí no pasará nada! Este discurso servirá apenas para que los miembros del sanedrín, los jefes de los partidos tradicionales, los socios de laACDO, (a FEDETYL, el Loocky, el Sun y el Club de “Los Saurios”, los escribas, los fariseos y los príncipes de los sacerdotes se unan más estrechamente y se coloquen a la defensiva.

Ellos son, deben ser, tienen que ser solidarios entre si...! Condenar a una de las grandes figuras del sistema equivale a condenar el sistema, a condenarse a sí mismos! Es más fácil absolver al acusado y descalificar al acusador llamándolo ‘•calumniador”.

Ya veo los titulares de “El Incondicional”: “El Ministro Arzayús víctima de la calumnia. El calumniador, conocido agitador comununista, será denunciado penalmente”. Porque todo el que discrepe de los poderosos, todo el que proteste contra las injusticias y los privilegios, todo d que

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diga que tiene hambre es comunista! Del mismo modo que en la Roma Imperial todo el que pidiera un pan o censurara la corrupción de los Césares era motejado de cristiano y arrojado a las fieras del Circo!

Comunistas fueron los sastres acribillados a bala frente al Palacio Presidencial por haber manifestado su voluntad de coser los uniformes de sus compatriotas en vez de que lo hicieran sastres extranjeros! Comunistas los estudiantes miserablemente asesinados por el crimen de pedir que fuera reemplazado el Rector de la Universidad! Comunistas los curas que, apartándose de los obispos y los arzobispos —cómplices del sistema— han enarbolado la bandera de la justicia social cristiana! Comunistas los maestros que demandan un aumento de sueldo! Comunistas los campesinos que invaden cinco de las cinco mil hectáreas de un latifundista! Comunistas los ciudadanos que guardan en su casa un ejemplar de “El Capital” o el retrato de un abuelo barbudo que se parezca a Fidel Castro!

La oposición naturalmente no existe. Toda voz discordante está condenada a sufrir el silencio de la muerte o el silencio de la cárcel. La clase dirigente gobierna al país a través de dos partidos que en el fondo y en la forma son uno solo, que se disputan el presupuesto en jornadas sangrientas o lo comparten fraternalmente. El poder económico y político pasa de los padres a los hijos y de estos a los suyos. La jerarquía eclesiástica y el ejército montan guardia para defender las “instituciones republicanas y democráticas”, “la civilización cristiana”, la “cultura occidental” y el “orden jurídico”. Y “El Incondicional” que conduce la opinión pública como un pastor a su rebaño; que es un laboratorio de genios o una fábrica de monstruos según los hombres sean amigos o enemigos suyos; que oculta, exagera y desfigura los hechos de acuerdo con las conveniencias del momento, es el más sólido soporte dei sistema.

Creéis, señores Representantes, que dentro de este estado de cosas puedan tener eco mis palabras? ¿Qué los delitos que he denunciado sean investigados y castigados? ¿Qué sobre Julián Arzayús vaya a recaer siquiera una sanción moral? Yo no lo creo. Pero si estoy seguro que sobre el villano, el bastardo, el hijo de la costurera que se atrevió a irrespetarlo, a escupir e] pedestal de su estatua, caerán la ira oficial y la cólera de los hombres de trabajo y la indignación de los clubes sociales! Espero pero no temo las represalias. Vosotros sabéis que la casta dominante compra a sus enemigos o los mata! Y a mí no me ha podido comprar.

Me tiene sin cuidado el calificativo de comunista! Si serlo es denunciar el crimen y la infamia, desenmascarar a una sociedad corrompida, exhibir las pústulas y llagas de un sistema construido para perpetuar los privilegios de los menos y la miseria de los más, descorrer el velo que oculta los negocios deshonestos de una clase dirigente, arrebatar la careta a los escribas y fariseos del sanedrín, defender altivamente la soberanía nacional, las reivindicaciones populares, la justicia y la igualdad, acepto ese calificativo!

Y lo acepto en la excelsa compañía de un caudillo grandioso que hace veinte siglos fustigó a otros farsantes con palabras de fuego que la humanidad no olvidará! Porque si Jesucristo volviera a la tierra y tomara a predicar su evangelio y las muchedumbres lo rodearan de nuevo, la policía las obligaría a dispersarse con gases lacrimógenos, el orador sería aprehendido, declarado “agitador comunista” y condenado a la silla eléctrica por el sanedrín de Wall Street!

La situación que he descrito en este discurso se prolongará indefinidamente? El pueblo anestesiado con promesas y amenazas no reaccionará nunca contra quienes lo oprimen y lo explotan? Yo tengo la certeza absoluta de que los mordiscos del hambre y los latigazos de la injusticia lo despertarán al fin. Actualmente no se barrunta luz en el horizonte. Pero recordad, señores Representantes: nunca es más oscura la noche que momentos antes del amanecer!

El dique de la prohibición se rompió y el torrente desbordado de los aplausos y los gritos inundó el recinto. La Cámara no había escuchado jamás una ovación igual. Todos los Represen-tantes se acercaron a Juan José Jiménez para felicitarlo mientras que el público de las tribunas seguía aclamándolo delirantemente.

Julián Arzayús se levantó pesadamente, una intensa palidez le cubría el rostro y un ligero temblor agitaba su cuerpo.

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—Señor Presidente: —dijo con voz entrecortada— El discurso que acabo de oír no merece respuesta. Los árabes tienen un adagio sabio: “¿Quién va a morder a un perro que lo ha mordido?” —y se derrumbó en su silla—

—El que calla otorga! —replicó Jiménez— Su silencio es la plena prueba de su responsabilidad y la demostración inequívoca de que cuanto he dicho es cierto! Las bestias heridas se defienden dando coces... El refrán que usted ha citado para contestarme no es una respuesta, es una coz!

Con una nueva y prolongada ovación fue recibida la réplica de Jiménez. El presidente agitó la campana y dijo:

—En vista de que el señor Ministro de Relaciones Exteriores no desea hacer uso de la palabra y de lo avanzado de la hora, se levanta la sesión!

El Delfín regresó a su casa deshecho. Era necio negar la derrota o aminorar su gravedad. Juan José Jiménez lo había aplastado moral y políticamente. Lo había desnudado ante el país y exhibido sus fallas y vacíos, sus pecados y sus vicios. El prestigio de su padre y e¡ suyo se habían desplo-mado como dos castillos de naipes. Su carrera pública había terminado sin pena ni gloria. El telón de la farsa había caído para siempre.

Y lo que más lo deprimía era pensar que su victorioso contendor no había sido un hombre de su clase. Un armado caballero sino un pobre yangüés; que no lo habían derribado las lanzadas de un hidalgo sino los estacazos de un villano. El fruto de un capricho de su padre. Un bastardo. Un “lobo” de Las Cruces”. Pero que a pesar de todo llevaba su sangre y en quien tenía que admirar un carácter y una inteligencia que ya hubiera querido para sí.

Después de enviar su renuncia al Presidente buscó como siempre, refugio y consuelo en el alcohol. Pero a medida que bebía aumentaban la intensidad de los dolores abdominales y la frecuencia de los vómitos de sangre. El rostro era cada vez más alargado y manchas rojizas lo habían cubierto totalmente. Los ojos se le habían hundido hasta perderse entre las cuencas. Y el descomunal volumen del vientre Je daba el aspecto de un rentista barrigón de la época de Luis Felipe. No quedaba ya ningún rastro del mozo guapo y esbelto que treinta años antes había sido el árbitro de la elegancia bogotana.

—Si usted continúa bebiendo en esa forma ningún médico del mundo lo podrá salvar! —le dijo el gastroenterólogo que lo atendía—

~~ Discúlpeme doctor! —contestó el Delfín— No hay peor paciente que aquel que no quiere vivir más. . . Y yo soy uno de esos. . . Si la muerte viene pronto, tanto mejor! Ella es una mujer y yo siempre recibí a las mujeres con los brazos abiertos. .

Había transcurrido un año desde su caída del Ministerio.

Y como Jiménez lo habla previsto nada había pasado. La opi- r.ión sana del país, representada por las entidades económicas y los clubes sociales tantas veces nombrados, habían rechazado las calumnias del agitador comunista y todos los hombres de bien habían cerrado filas alrededor de la preclara víctima, a la que se le tributaron varios homenajes de desagravio. Y Jiménez había tenido que recurrir a toda suerte argucias jurídicas para librarse de la cárcel. Y nadie se acordaba ya de nada.

La situación del país era dramática. Un invierno interminable había echado a perder las cosechas y destruido fas vías de comunicación. Los precios de los productos agrícolas se habían decuplicado. Una ola de especulación anegaba el territorio nacional y el espectro del hambre se paseaba por las ciudades y los campos. Frente a las clínicas y los hospitales se veían largas filas de vendedores de sangre. Padres desesperados mataban a sus hijos y se suicidaban. Las clases populares, abrumadas por los impuestos, veían disminuir día a día sus ingresos mientras que la clase dirigente aumentaba inmoderadamente los suyos. La delincuencia había llegado a extremos inimaginables. Cincuenta huelgas estallaban diariamente. Multitudes famélicas y airadas compuestas por empleados y obreros cesantes apedreaban los almacenes, las casas y los automóviles de los ricos. Y ese hondo malestar que precede a las revoluciones flotaba en el

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ambiente. F.I gobierno mientras tanto acometía obras suntuarias y compraba cruceros, aviones y submarinos.

Los dirigentes políticos, los creadores de riqueza y los hombres de trabajo asustados ante el peligro revolucionario pensaron, como siempre, que la única solución consistía en unirse estrechamente. Organizar una gran coalición entre los partidos tradicionales. Bautizar el nuevo movimiento con un nombre sonoro que bien podía ser: “Frente Cívico-Progresista de Recuperación Nacional” inventar una conspiración y meter a la cárcel a unos cuantos comunistas reales o supuestos. Intimidar al pueblo con la bancarrota del orden jurídico y la quiebra de las instituciones republicanas y democráticas y amedrentarlo con una inminente invasión del suelo patrio por ejércitos rusos, chinos y cubanos. Lanzar la candidatura presidencial de un individuo que por sus antecedentes y condiciones ofreciera una máximas garantía de fidelidad al sistema y no despertara resistencia en el pueblo. Filosóficamente ecléctico, moralmente dúctil y políticamente elástico, sin un gran bagaje intelectual ni un carácter demasiado recio, que se dejara aconsejar y aceptara insi-nuaciones y sugerencias.

Los miembros de las Juntas Directivas de la ACDO y la FEDETYL, los Directorios de los partidos tradicionales y delegados de los clubes sociales se reunieron en el Loocky Club con el fin de escoger el nombre del candidato.

—Hay una persona que reúne todos los requisitos y de cuya lealtad no podemos dudar porque tiene mucho qué defender s Julián Arzayús! —dijo uno de los representantes de la FEDETYL—

—Arzayús es terriblemente ignorante! Además tiene un rabo de paja de varios kilómetros! —replicó el Presidente del Directorio de uno de ios partidos— ¿No recuerdan los cargos que le hizo Juan José Jiménez en la Cámara?

-——El Único que se acuerda de eso es usted! —manifestó el Vicepresidente de la ACDO— El país es amnésico. La gente a duras penas recuerda que hubo un individuo llamado Simón Bolívar. Por otra parte no podemos llevar a la Presidencia a un genio dogmático que gobierne sin nosotros o contra nosotros. Ni a un Catón o un Robespierre que se interponga con la bandera de la moral en el camino de nuestros negocios... Necesitamos un tipo como Arzayús a quien podamos asesorar, dirigir, manejar.

—Estoy plenamente de acuerdo! -dijo uno de los delegados del Loocky Club— Le tengo terror a los sabios y a los santos en el gobierno. El candidato ideal es Arzayús! Tiene un apellido histórico, familiar a los electores, es hijo de un gran hombre y bisnieto de un mártir de la independencia, ha ocupado las más altas posiciones oficiales y entonces se supone que posee expe-riencia administrativa... Y finalmente como tú lo has anotado — mi querido Roberto-- podremos hacer con él lo que queramos.

—Aunque cualquier otro argumento en favor de la candidatura Arzayús sobra, me permito preguntar: ¿Quién puede de- ' tender mejor nuestros intereses y ios del sistema que el dueño de “Baviera”, y la ‘interamericana de Tabaco” “El Eucalipto” y el “Horizonte”? ¿Y qué otro ciudadano puede invertir diez o

veinte millones de pesos para financiar una campaña electoral? —dijo el Presidente de la FEDETYL y agregó sonriendo: Además estamos en mora de elegirlo ya que su candidatura fue proclamada el mismo día en que nació y su padre lo educó para Presidente...

La Junta de notables, en nombre del pueblo soberano ratificó la voluntad de este libre y espontáneamente expresada cincuenta y cinco años antes. El sueño de Clímaco Arzayús iba a cumplirse al fin.

Pero la Muerte que a pesar de su importancia no había sido invitada a la reunión y por tanto no había tenido la oportunidad de exponer su concepto, pensaba en otra forma Hacía varios días que agazapada en la alcoba del Delfín acechaba a su presa.

La ya vieja cirrosis estimulada por las ingentes cantidades de alcohol que había seguido consumiendo el paciente contra las órdenes perentorias de los médicos, había hecho crisis. Los dolores abdominables insoportablemente agudos y ios vómitos de sangre casi permanentes

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anunciaban un pronto desenlace. Se mantenía continuamente aletargado pero de pronto despertaba y pronunciaba palabras aparentemente inconexas:

—El poder! BahL. Rico, muy rico... ¿Y qué? Nancy. Juliette... Marilú... Mis amigos... Qué risa!

El doctor jacinto Ladino, su médico de cabecera, había logrado convertirse a fuerza de sacrificios, abriéndose paso a empujones y codazos en un profesional eminente. Hombre de origen humildísimo, con el ancestro indígena marcado en el rostro, nacido en una pequeña aldea de Cundinamarca, hijo de campesinos paupérrimos, su paso por el colegio y la Universidad había sido un viacrucis de humillaciones y amarguras. Los señoritos bogotanos, quienes lo llamaban despectivamente el “indio Ladino”, lo habían hecho blanco de los más crueles escarnios. Se habían burlado de su nombre, de su cara, de su origen, se su miseria. “El Indio” no los había perdonado nunca. Y odiaba a todos los miembros de la casta dominante con el sordo rencor de su raza vencida.

Durante dos semanas permaneció al pie del lecho de Arzayús. Le prodigó todos los cuidados y le suministré todos los medicamentos que aconsejaba la ciencia.

Sin embargo, asistía a la agonía del Delfín con una morbosa delectación. El hombre cuya vida se extinguía ante sus ojos era el más auténtico representante de la clase aborrecida, el exponente más caracterizado de un sistema inicuo construido sobre la injusticia y la desigualdad. En él veía a uno de los verdugos que lo habían torturado a lo largo de su vida de estudiante. Y se solazaba con la idea de que aquel no era el crepúsculo de un hombre sino el ocaso definitivo de una sociedad.

Tres días antes de morir Julián Arzayús despertó sobresaltado y con voz muy débil, casi imperceptible, le dijo al médico Ladino que estaba a su lado observándolo:

—Acabo de tener una pesadilla atroz... ¡Soñé que estaba acicalándome frente al tocador de un camerino... Iba a representar el papel de Delfín de Francia... Ya me había puesto la peluca empolvada, la camisa de encaje, el jubón.

De pronto oí unos golpes en la puerta... Dije: “Adelante!”...

Y se me apareció un esqueleto cubierto con un manto negro y apoyado en una guadaña de plata. . . Y me dijo: “Arzayús! A escena! Dése prisa! Va a comenzar su último acto!” Entonces desperté.

—No me parece una pesadilla sino un sueño lógico en un actor que se dispone a abandonar las tablas... —le contestó Ladino con una burda ironía que hizo estremecer a Julián— El enfermo entró en coma. Los vómitos de sangre habían cesado porque el moribundo estaba ya completamente exangüe. Unos sordos quejidos y una respiración fatigosa fueron durante largas horas los únicos signos de vida. Al fin, el jueves siete de junio a las cuatro de la tarde expiró.

Cuando el médico Ladino aplicaba el fonendoscopio sobre el corazón de Julián para comprobar que había dejado de latir, se oyeron unos gritos en la calle:

Viva el futuro Presidente de la República! Viva el doctor Julián Arzayús! Viva el Frente Cívico-Progresista de Recuperación Nacional! Vivan los partidos tradicionales! Vivan las ins-tituciones republicanas y democráticas!

Habían llegado los Grandes Electores de siempre, los árbitros de los destinos nacionales, los fabricantes de Presidentes, Ministros y Gobernadores. Habían reclutado linos cuantos empleados y obreros oficiales y otros tantos politicastros de barrio para demostrar que la candidatura Arzayús tenía una auténtica extracción popular. Estos se quedaron gritando en la calle y los miembros del sanedrín subieron a las habitaciones de Julián. Jacinto Ladino salió a su encuentro y les dijo:

—Señores: Si ustedes vienen en busca del candidato a la Presidencia lamento informarles que

la muerte les jugó una mala pasada porque hace cinco minutos que se lo llevó! El Delfín ya no será

Rey!

Y agregó con una sonrisa sarcástica:

‘La commedia é finita”