El Cuervo del Cementerio que se Enamoró

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EL CUERVO DEL CEMENTERIO QUE SE ENAMORÓ Por Julián Forero Cruz Nocturno y oscuro era el lugar donde él la oyó por primera vez. Era una cálida noche de verano cuando las luces del parque no funcionaban y los humanos ya no caminaban por allí a esa hora. Era un tiempo para regocijarse en la soledad y la ausencia. Pero su silueta se dibujó acompañada del sonido que hizo al aparecer de manera súbita en la rama del más viejo roble del cementerio, un lugar bajo el cual las parejas felices y pícaras solían disfrutarse a sí mismas, sus compañías y sus cuerpos en las noches iluminadas durante las largas horas de la oscuridad en las que a él le gustaba mantenerse encerrado, mirando, contemplando y sintiéndose curioso, asqueado e intrigado acerca de lo que aquellas personas podían hacer allí en ese sitio, con ese ambiente y ese aroma almizclado, de madera húmeda y a veces incluso podrida. Pero en esta noche no había parejas. Al principio sólo estaba él, complacientemente observando el bombillo apagado de la lámpara, sin luz en esta noche de soledad y apagones, apagado en esta noche de lamentos en la cual el sonido de una alarma que interrumpió su sueño vespertino causó que una oleada de gente aterrorizada dejara la ciudad hace unas horas, abandonando una ciudad que había prometido ser fructífera y creciente, que estaba preparada para todo clara y organizadamente, y aún en tal manera, que estaba lista incluso para un caso de evacuación masiva de emergencia, la cual justo había sucedido hoy en el medio de su sueño y ahora le permitía disfrutar su amada soledad y sentir la ligera brisa cálida que juguetonamente acariciaba sus plumas; una invitación para volar. Ni siquiera estando cerca de abrir sus alas y empezar a hacerlo, vio hacia el viejo árbol de roble, el misterioso y antiguo testigo silencioso de parejas en las noches iluminadas de jadeos y murmullos que él no podía entender. Si tan solo ese árbol pudiera hablar y explicarle… y finalmente aclararle sus dudas, aclarar su mente sobre aquello que lo hacía sentirse extraño, incómodo, repugnado, pero de alguna forma y de cierta manera también atraído, concentrado y curioso. Pero al momento en que la vio aparecer en el lado de aquella rama del roble, aquellas preguntas se desvanecieron y su voluntad de volar se alejó. El quería aproximarse y verla de cerca. Con muchas dudas graznó hacia la figura que vió esperando una respuesta; aparentemente no lo hizo lo bastante fuerte, ya que la silueta no se movió ni un centímetro en ninguna dirección de donde se hallaba. Más firmemente, se decidió a saltar de árbol en árbol, el sonido que hacía al moverse acallado por una brisa más fuerte que empezó a pasar por encima de los árboles del cementerio, moviendo las hojas sonora y arrítmicamente, camuflando el sonido de su aleteo cuando la distancia a cubrir era un poco más lejana de la que con solo brincos podía llegar, una brisa que era cómplice y refrescante, haciendo las lápidas aun mas frías de lo que eran junto con los sentimientos de aquellos que dejaron enterrados, abandonados y olvidados a quienes alguna vez fueron amados, y en un solo instante debido a una emergencia, los dejaron de manera ordenada y eficientemente descuidada cuando un momento de sobrevivencia define la vida del más apto y el mas frío. Y saltando y aleteando se fué acercando mas y mas al roble silencioso, el destino de toda su curiosidad y variedad de emociones. Con dudas aun rondando por su mente, vio su espalda, el negro prístino brillando a la luz natural de la nublada luna mientras la fría brisa que volaba por

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Un cuento autoría de Julián Forero Cruz

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EL CUERVO DEL CEMENTERIO QUE SE ENAMORÓ

Por Julián Forero Cruz

Nocturno y oscuro era el lugar donde él la oyó por primera vez. Era una cálida noche de verano cuando las luces del parque no funcionaban y los humanos ya no caminaban por allí a esa hora. Era un tiempo para regocijarse en la soledad y la ausencia. Pero su silueta se dibujó acompañada del sonido que hizo al aparecer de manera súbita en la rama del más viejo roble del cementerio, un lugar bajo el cual las parejas felices y pícaras solían disfrutarse a sí mismas, sus compañías y sus cuerpos en las noches iluminadas durante las largas horas de la oscuridad en las que a él le gustaba mantenerse encerrado, mirando, contemplando y sintiéndose curioso, asqueado e intrigado acerca de lo que aquellas personas podían hacer allí en ese sitio, con ese ambiente y ese aroma almizclado, de madera húmeda y a veces incluso podrida.

Pero en esta noche no había parejas. Al principio sólo estaba él, complacientemente

observando el bombillo apagado de la lámpara, sin luz en esta noche de soledad y apagones,

apagado en esta noche de lamentos en la cual el sonido de una alarma que interrumpió su

sueño vespertino causó que una oleada de gente aterrorizada dejara la ciudad hace unas

horas, abandonando una ciudad que había prometido ser fructífera y creciente, que estaba

preparada para todo clara y organizadamente, y aún en tal manera, que estaba lista incluso

para un caso de evacuación masiva de emergencia, la cual justo había sucedido hoy en el

medio de su sueño y ahora le permitía disfrutar su amada soledad y sentir la ligera brisa cálida

que juguetonamente acariciaba sus plumas; una invitación para volar.

Ni siquiera estando cerca de abrir sus alas y empezar a hacerlo, vio hacia el viejo árbol de

roble, el misterioso y antiguo testigo silencioso de parejas en las noches iluminadas de jadeos

y murmullos que él no podía entender. Si tan solo ese árbol pudiera hablar y explicarle… y

finalmente aclararle sus dudas, aclarar su mente sobre aquello que lo hacía sentirse extraño,

incómodo, repugnado, pero de alguna forma y de cierta manera también atraído, concentrado

y curioso. Pero al momento en que la vio aparecer en el lado de aquella rama del roble,

aquellas preguntas se desvanecieron y su voluntad de volar se alejó.

El quería aproximarse y verla de cerca.

Con muchas dudas graznó hacia la figura que vió esperando una respuesta; aparentemente no

lo hizo lo bastante fuerte, ya que la silueta no se movió ni un centímetro en ninguna dirección

de donde se hallaba. Más firmemente, se decidió a saltar de árbol en árbol, el sonido que hacía

al moverse acallado por una brisa más fuerte que empezó a pasar por encima de los árboles

del cementerio, moviendo las hojas sonora y arrítmicamente, camuflando el sonido de su

aleteo cuando la distancia a cubrir era un poco más lejana de la que con solo brincos podía

llegar, una brisa que era cómplice y refrescante, haciendo las lápidas aun mas frías de lo que

eran junto con los sentimientos de aquellos que dejaron enterrados, abandonados y olvidados

a quienes alguna vez fueron amados, y en un solo instante debido a una emergencia, los

dejaron de manera ordenada y eficientemente descuidada cuando un momento de

sobrevivencia define la vida del más apto y el mas frío.

Y saltando y aleteando se fué acercando mas y mas al roble silencioso, el destino de toda su

curiosidad y variedad de emociones. Con dudas aun rondando por su mente, vio su espalda, el

negro prístino brillando a la luz natural de la nublada luna mientras la fría brisa que volaba por

los cielos movía esas mismas nubes para hacer su imagen borrosa por instantes mientras él la

contemplaba, mostrándole sombras azulosas o verdosas a los ojos que hasta este momento

percibían y seguían cada uno de sus movimientos, el expandirse y contraerse de su tórax, e

intentaba medir la extensión de sus alas. Como si sus medidas fueran referencias de los astros

en las constelaciones que lo guiaban durante sus vuelos nocturnos y le mostraban la vía por la

que debía dirigirse para llegar hacia donde él quisiera cuando quería hacerlo por instinto,

naturalmente.

Ahora eran tres los arboles que lo separaban de ese núcleo de atención suyo, y moviendo su

cabeza y cuello en extrañas contorsiones que nunca antes había hecho, emitió un sonido

gutural dudoso, un sonido hacia el cual ella se volteó y dirigió su atención.

Ella lo observó caprichosamente antes de que él sintiera calor entre sus ojos y a la vez un

escalofrío le recorriera a lo largo de su espalda y entonces decidiera cual sería su curso de

acción, simplemente abrir sus alas en toda su extensión mientras cortésmente hacía una venia

frente a ella mientras gruñía suave y agraciadamente, con grandes modales y pompa; algo que

ella encontró divertido y a lo que respondió con un coqueto movimiento de su cuello

haciéndole una señal para que se le acercara, sin saber realmente por qué lo estaba

permitiendo o incluso por que ella misma estaba actuando de esta forma con alguien que le

era completamente extraño en principio.

Él realmente no estaba seguro de si seguir la señal que creyó haber entendido de ella:

acercarse, así que simplemente aleteó para dar otro rápido y gran salto hacia otro árbol aún

más cercano al misterioso roble que ahora estaba siendo nuevamente testigo; sólo que en esta

oportunidad lo era con personajes totalmente nuevos y que tenían un modo de actuar

totalmente distinto, pero no había nada que el silencioso roble pudiera hacer al respecto sino

dejar que sucediera y ser parte de ello, otra vez en otra historia que siempre quedaría en y

para él y la cual jamás sería capaz de poder contar.

Así que, por un momento, la brisa se detuvo, y ella viéndolo esta vez pudo notar claramente su

aleteo, y lo sintió poderoso, como si la pudiera hacer temblar con solo batir sus alas frente a

ella, presionó sus garras con más fuerza para asirse a la rama del silencioso roble testigo y

continuó esperándolo, a aquél cuya presencia había notado hace unos momentos, y a quien

ella le había enviado una sutil invitación con un movimiento de su cuello en un segundo

inesperado.

La presión de sus garras se hizo más fuerte en lo que él se acercaba hacia el otro árbol y daba

saltitos moviéndose de un lado a otro y dando vueltas sobre sí mismo frente a ella. Ella se

estaba perdiendo en el perfecto trazado de su espalda con una línea plateada resaltada por la

luz de la luna y que era opacada momentáneamente mientras la fuerte brisa de arriba seguía

sacudiendo las nubes, así como se sacudía su corazón ya agitado, sentía como si sus garras

temblaran y un calor se extendiera a lo largo de su vientre y subiera hasta su garganta,

recorriendo toda su cabeza y terminando en su cuello con un escalofrío que la hizo graznar

hacia él como una respuesta que le indicaba “ven aquí!”

El escucho su graznido y carraspeó en asombro, su voz era un magnifico y ensordecedor sonido

para sus oídos, ahora no escuchaba ningún otro ruido ni ningún otro elemento, además, en

aquella oscura noche, el apagón había detenido inclusive el zumbido de los tubos

fluorescentes y de los bombillos de todos los postes de luz alrededor, inclusive de aquellos del

cementerio y especialmente el de aquel cercano al silencioso roble también en ese cementerio

donde dos cuervos que finalmente se habían acercado con éxito, ahora graciosamente

frotaban sus cuellos el uno contra el otro y se acercaban de forma que pudieran sentir su calor

y dejaran ir la fría sensación de la congelada brisa que ahora empezaba a congelar las lápidas,

ahora aun más frías que antes en cualquier momento desde que habían sido puestas en ese

parque.

Pequeños saltos frenéticos, contactos de picos y rápidos graznidos sucedían en la rama del

viejo roble, el aire, a pesar de ser tan frío nunca se había sentido tan cálido para el árbol y aún

menos por encima del nivel de la tierra que tenía cuerpos fríos y muertos dentro y debajo de

ella, y esta clase de calor puro, inocente y primerizo, y esa calidez que jamás había sentido de

tal manera, hizo que él mismo se pudiera sentir envuelto en ella. Así que como un gesto de

amabilidad, abrió un agujero en su corteza para ofrecer asilo al calor de los cuervos. Esta vez el

roble había decidido ser parte de este espectáculo y experiencia dentro de lo que siempre

había visto o sido partícipe desde el exterior sin nunca sentirse interesado o invitado, pero en

esta ocasión todo se había dado en una forma totalmente diferente, y de tal manera él

también estaba actuando.

El y ella, ambos cuervos sintieron un corto temblor bajo sus garras, en la rama del árbol,

mientras veían cómo se abría un agujero que dejaba espacio en la madera del tronco y

formaba una cueva lo bastante grande para que ellos entraran. El pequeño lugar parecía

acogedor, cálido como su ánimo y pacíficamente los invitaba a descansar de la brisa que a este

punto recordaba ya mucho de la frialdad y la muerte que de hecho habitaba ese lugar en el

que estaban e invitaba a la vida a que se sintiera en y desde el interior, lugar donde les pareció

que harían su parte en la manifestación y contribución a ella.

Los cuervos entraron el espacio y por un momento las nubes que rodeaban la luna la cubrieron

completamente, la brisa se detuvo y no había movimiento de las ramas de los arboles, por un

momento todo signo de vida que quedara en esa ciudad no se manifestó para nada, al menos

los de todos aquellos seres que se pudieran mover, ya que los que no podían hacerlo

simplemente se quedaron aun más quietos y callados para mejorar el ambiente de los cuervos

que recién habían decidido experimentar su primera participación en el circulo de la vida, en el

cual ahora tomaban parte.

Después de un momento de largo y sublime silencio, dos cuervos salieron de un agujero de un

árbol, estirando sus alas y patas, sintieron la nocturna y amigable brisa como una invitación a

volar y decidieron que era efectivamente el momento de volar hacia aquella luna, rodeada de

nubes oscuras en una noche de luz de luna en un pueblo solitario que tenía un pequeño

cementerio con un feliz y silencioso árbol de roble, satisfecho con la sensación de haber sido

responsable y premiado con una experiencia de vida, ya seguro que aquellos cuervos que

ahora volaban hacia esa luna rodeada por nubes oscuras pronto empezaran a buscar pajillas

para hacer lo que de ahora en adelante sería la rama y el árbol de roble que llamarían “hogar”,

justo allí, en el silencioso parque cementerio.