El Cuartel General de Franco en Burgos - J. M. Gárate Córdoba - Ejército 246 - Jul 1960

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El Cuartel General de Franco en Burgos Comandantede Infantería del Regmento de San Mardal n.0 7, José María GARATE CORDOBA. Todos los años hace el Caudillo en Burgos un alto de jornada. Suele ser uno de esos días en marcados por dos santos españoles como Santia go y San Ignacio. En la mejor semana del ve rano burgalés. La única, en un dicho popular muy pesimista. Su entrada es por el puente de San Pablo—vía cidiana que flanquean los bultos del Poema— junto a la glera dél Arlanzón, donde aéampó el desterrado. Fiente a su estatua. Sigue, luego por el paseo provinciano, que la guerra dió renom bre nacional. El Espolón. Allí, entre el festivo’ flamear de gallardetes y banderolas, por encima del clarnor del homenaje, se enciende una co- 41

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El Cuartel General de Franco en Burgos

Comandante de Infantería del Regmento de San Mardal n.0 7, José María GARATE CORDOBA.

Todos los años hace el Caudillo en Burgos unalto de jornada. Suele ser uno de esos días enmarcados por dos santos españoles como Santiago y San Ignacio. En la mejor semana del verano burgalés. La única, en un dicho popularmuy pesimista.

Su entrada es por el puente de San Pablo—vía

cidiana que flanquean los bultos del Poema—junto a la glera dél Arlanzón, donde aéampó eldesterrado. Fiente a su estatua. Sigue, luego porel paseo provinciano, que la guerra dió renombre nacional. El Espolón. Allí, entre el festivo’flamear de gallardetes y banderolas, por encimadel clarnor del homenaje, se enciende una co-

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rriente íntima y confiada, que vibra con la presencia personal de Francó cuando mira y sonríea cada uno, porque parece que recuerda a todos.Allí resucita la emoción que para él y para lospresentes tuvieron los azarosos días del Alzamiento Nacional. En el mismo lugar, veintitrésaños antes, la presencia de un héroe se denotabapor un rumor creciente y una salva de aplausosque corría en traca. Un día era Mola, con la leica al pecho, recién aterrizado en Gamonal, adonde Dios no quiso que llegase Sanjurjo. Otro, elmismo General Franco, con su sonriente juventud, su airoso gorrillo y su elasticidad legionaria.Se localizaba en el Casino a Moscardó con la barba héroica, acabado de liberar en el Alcázar. Yarengaba a los provisionales, Millán Astray, figura impresionante, casi persónaje de Solana, manco y tuerto como Nelson, pero además recosidode cicatrices.

Todo evoca aquel tiempo. El palacio de Capitanía recuerdá en su lápida el primero de octubreen que Franco aceptó la gloriosa servidumbre delPoder, La catedral conserva el rumor de sus acciones de gracias, de las honras fúnebres porCalvo Sotelo y Sanjurjo, por Mola y José Antonio.

Pero, sobre todo, el palacio de la Isla, ante elcual la multitud admira esa corrección de cadetecon que Franco saluda a la bandera, la vivezade su mirada, detenida un instante en cada unade las doscientas personas que le estrechan lamano, la atención con que escucha a sus interlocutores, su flexibilidad de movimientos.

Este palacio de la Islá fué eje de la vida nacional durante la época más importante de losúltimos tiempos. Hubo ahí planes de campaña,Consejos de Ministros, recepción de Embajadoresy hasta vistosos relevos de la guardia. En su balcón-rotonda resonaron muchas p a 1 a b r a s deFranco, improvisadas ante la demanda de la muchedumbre, incansable en el vítor hasta gozar desu presencia y de su voz. La voz que anunciabala liberación de Covadonga, la reconquista deTeruel, la victoria del Ebro. Palabras de alientoy esperanza, a veces de consuelo para quienes laguerra hacía vestir luto; de fe en España siempre, fe soñada primero y esmaltada después deéxitos, que eslabonaron la historia del paraje.

La umbrosa mansión de los Muguiro, que laciudad adquirió para ofrendarla al más ilustrehuésped, brinda cada verano al Caudillo unashoras de descanso y un motivo de recuerdos, se-

renados ya en la lejanía del tiempo. Porque raraserá la visita en que Franco no dedique un espacio a la lectura en su antiguo despacho, generosamente amueblado por caballeros burgalesesdel treinta y seis.

En él todo está como entonces. Sobre su mesa,la de los acuciantes partes y telegramas, el teléfono permanece intacto desde su última llamada. En medio hay otra mesa mayor, desnuda ysobria, alrededor de la que alternaron reunionesdel Cuartel General y los Ministros. Enfrente, sobre el caballete, un recuerdo imborrable, el másemocionante. Transparentando un mapa delCentro y Este de España, se ve un superponiblecon la última situación de la Campaña Nacional.Aquéllos son los trazos, firmes y rápidos, con quela mano de Franco trazó en lápiz azul zonas deacción, direcciones de ataque, flechas de penetración y despliegues finales. Todo lo que en la última ofensiva se reprodujo exactamente en latierra reconquistada. Junto a la entrada, en unaestantería, se alinean obras clásicas españolas ycolecciones de revistas.

Más de una vez, ocupando el Caudillo su histórico sillón, con un libro en la mano, levantarála vista para fijarla en el plano y en la mesagrande. Entonces, le acudirá el recuerdo de aquelfrente de guerra que iba reduciendo mientrascreaba una difícil construcción de paz.

** *

Desde la madrugada de aquel 19 de julio queresonó en las naves de la catedral una salve cantada con acentos bélicos, ansiaba Burgos conocer a Franco. Esta ansiedad era un motivo máspara el delirio de entusiasmo del primero de octubre. R.esultaba imposible conseguir el silenciode la multitud que, rebasando la plaza de AlonsoMartínez, llenaba la amplia calle de Laín Calvoy otras adyacentes. El momento en que el nuevoJefe del Estado anunció desde el balcón principal de Capitanía la aceptación del compromiso,sigue siendo muestra y símpolo del ardor popular de la Cruzada. Luego, mientras en Burgos seimprovisaba lo mismo un Alférez provisional queun Ministerio—en frase de Lojendio—, y se dabaestructura a la Junta de Defensa, más tarde Junta Técnica, Franco fué a Salamanca, centro estratégico de entonces, y fijó su residencia y suCuartel General en el palacio del prelado salmantino.

Pero la estabilización del flente de Madrid hi

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zo preciso disponerse para la guerra larga, creando nuev6s organismos. La ciudad de SalaianCay el mismo palacio .arzobispal adquirieron conello una densidad humana y una complejidadburocrática que se hacía asfixiante para el aislamiento que el trabajo del Generalísimo requería. La ofensiva de Santander plasmó la solicióndefinitiva; casi accidentalmente, porque comoFranco seguía las incidencias del frente activodesde ciudades próximas, dejó en Salamanca unCuartel General de eampaiia y se trasladó a Burgos con su familia y su Plana Mayor.

La fecha de aquel viaje no quedó registradapor prudente reserva militar. Pero estaban yatensas las flechas sobre la capital de la «costaesmeralda». Debió sér el 10 de agosto de 937,

día de San Lorenzo, cuando Franco se instalóen el palacete que asoma entre la espesa fronda por encima de la puerta ex:terior, numeradacon el 37, en el paseo de la Isla. Era, y sigue siendo un castillete de tres plantas, con rojas torresrematando la silueta, a cuya rotonda de dobleescalinata se entra por un jardín sencillo y sombreado. Detrás, se extiende una hermosa huertade frutales. En su interior se acondicionaron, enla planta baja, vestíbulo, comedor para doce personas y salón; arriba, los dormitorios y otras dependencias.

A partir de entonces, Burgos, que ya era sededel incipiente Gobierno de la Junta Técnica, remató su capitalidad con el doble carácter quela presencia de Franco representaba. El recoleto

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palacio cte la Isla, además de ser «Residencia»en términos telegráficos oficiales era también«Terminus», contrasefia del Puesto de Mandoavanzado que allí se establecía. Este puesto demando lo integraba el grupo que le rodeó hastael fin de la guerra y le acompaifió en todos susdesplazamientos. Eran eT Coronel Franco Salgado; los Tenientes Coroneles Barroso, Jefe de laSección de Operaciones, y Fusset; los Comandantes Medrano, del Estado Mayor, y Juste, Agregado aéreo; el doctor Cuervo; los ayudantes decampo; el padre Bulart. capellán, y el cronistaoficial Ruiz Albéniz, más conocido por «El TebibArrumi» El equipo de trabajo era muy reducido:algún oficial de secretaría, dos delineantes-cartógrafos y un escribiente. Completaban el personal las Unidades de escolta, con los CapitanesCano y Torres y la policía de! comisario Arias.

Franco había residido algunos días en el palacio de la Diputación. Pero éste de la Isla fué suhogar, donde transcurrió, dos años largos, la vida,de su familia. La suya casi no, porque fué prolongada su permanencia en los puestos de mandode campaña y eran muy frecuentes sus salidasal frente, aun cuando «Términus» estuviese of icialmente en Burgos. En realidad podía dedicarpoco tiempo al hogar, su actividad y su menteestaban demasiado absortas en las cosas de laguerra y el gobierno.

Finalizaba el año 1937, días de Teruel, cuandose incorporaban desde Salamanca las Seccionesde Estado Mayor, que se instalaron muy cercade Palacio, en el colegio de «Las Francesas», religiosas Damas Negras, sUtituídas entonces porlas españolas de Jesús y María. En aquel edificiolas tareas bélicas se armonizaban con cantos yalgazaras infantiles. Los serios militares y lasalegres colegialas coincidían en la misa de domingo.

Concluía enero, cuando el palacio de la Islase animó con los Consejos de Ministros dei Gobierno recién constituido y la ciudad con laafluencia de personal administrativo que ellotraía consigo. Liquidado ya el frente Norte y enpleno desarrollo la campaña de Teruel, Francobuscó un nuevo emplazamiento a su Puesto deMando, más próximo a la zona de operaciones.El 9 de marzo estaba en el castillo de Pedrola. a’32 Km. de Zaragoza. Ya de nuevo en Burgos, lareacción roja del Ebro—otro día de Santiago—le inspiró la batalla definitiva, para lo cual sedesplazó con «Términus» a Alcañiz. El terrenoera árido y el calor asfixiante, aquel verano y

otoño de 1938. El Generalísimo revivía en su tien—da de campaña, en el paisaje, el clima y el ambiente sus mocedades africanas. Tras la victoriala fría calma del diciembre burgalés fué propicia para preparar la ofensiva sobre Gataluña,que, iniciada en Nochebuena, dirigió Franco desde la Torre de Raymat, hasta que el desfile triun-.fal por la diagonal de Barcelona le dió una prue—ba de la sazón del Ejército y del agradecido entusiasm del pueblo catalán.

La población de Burgos crecía diariamente conla llegada de refugiados. La vida oficial aumentaba con la puesta en marcha de nuevos orga—

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nismos y el aumento de actividad que daba atodos la liberación de amplias regiones. Al Cuartel General llegaba cada noche un motorista conun sobre lacrado conteniendo las notas e• instrucciones de Frafrco al General Martín Moreno.Era el origen de los nuevos trabajos. Pero lo quemás bullía en la ciúdad era la actividad políticay diplomática, que a veces trascendía a todo elpueblo, como la visita de Petain, la presentaciónde credenciales o las derivaciones de las tertulias oficiosas en el Condestable.

A fines de febrero ya estaba Franco en Burgos.Se preparaba con el mayor cuidado la ofensIva

general, y en el Colegio de las Francesas habíauna actividad constante a las órdenes del Generl Vigón. Cuando todo estaba a punto, aterrizaron en Gamonal los representantes del llamado Comité de Defensa de Madrid pretendiendoparar lo inevitable con el cambalache de una«paz honrosa» para ellos. Todo fué rápido. Apenas se estrenó el nuevo emplazamiento de «Términus» en «El Cristo», entre Ordpesa y Arenasde San Pedro. Cinco días después de romperselos frentes, salía del despacho del Caudillo en laIsla, el Comandante Martínez Maza, con unacuartilla, escrita y firmada a lápiz, que Franco -

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le acababa de entregar. Por primera vez no seheblaba allí de combates ni de frentes. Propiamente, aquellas cuatro líneas del texto, más queun parte de guerra eran un mensaje de paz, datofiel para la HistorIa, primer documento de unánueva era española.

Cuando el emocionado ayudante de campo llegó con su cuartilla al Cuartel General, resonaban en Burgos, lentas, solemnes, como siempre,ocho campanadas del reloj de la Catedral. Erala noche del primero de abril de 1939. Día de laVictoria. Burgos.

En el Ayuntamiento de Burgos se archiva unexpediente que entre la prosa numérica de susdatos contiene expresiones muy vivas del espíritu de entonces. El lector joven, que sólo tienede la época referencias históricas, puede captarmuy bien el pálpito emocional que hay entre lostrámites administrativos.

El primer documento está fechado en 5 de ju-nio de 1939. «Año de la Victoria», se aclara a lasgeneraciones venideras. Se titula: «Propuesta delAlcalde de Burgos, don Manuel de la Cuesta, para la compra conjunta por el Ayuntamiento yla Diputación del palacio de la avenida de la Isla,número 37, desde el que el Generalísimo Francodirigió el Alzamiento Nacional.» La exposiciónde motivos es un verdadero laude al Alzamiento, al Caudillo y al palacio, sede de ambos, «pueslas victorias de la guerra y de la paz se lograrona la sombra de las airosas torres de ese albergue».

Luego, elegantemente, se apoyan en una viejaanécdota burgalesa los motivos de la ofrenda:«Cuando el Condestable de los reinos de Castilla, Toledo, León y Galicia, regresó de victoriosascampañas, dicen las crónicas que se le ofreciócomo regalo, capilla donde orar, palacio dondemorar y quinta donde holgar. Por eso es razónofrecer ahora a Franco mansión, jardines y oratorio.»

Dos días después, el Ayuntamiento aprobabala propuesta por aclamación. Al dar fe de ello,el Secretario se hacía eco del sentir general paraexplicar tal gesto, porque «no eran momentos depronuncfar palabras, pues éstas serían pálidasante la realidad». La Diputación aceptó como unhonor su parte, considerando que «las, miradasde toda España fueron a converger en la flncadonde Franco fijó su residencia» y rubricó conun triple vítor la aceptación de la propuesta.

Unida también al expediente hay una cartade la marquesa de Mugiro en la que, el 27 demayo, accedía a la adquisición que se le habíapropuesto, aclarando con noble desprendimientoy una inefable sencillez de estilo: «como el palacio no estaba en venta, que fijen libremente elprecio, pues, tratándose de quien se trata, esasunto en el que todos debemos quedar contentos».

La historia del palacio de la Isla como residencia oficial secerraba en la despedida del Caudillo a la ciudad, representada por todas las autoridades en la audiencia extraordinaria del 18de octubre de 1939. Estaba en su despacho, acompañado del Jefe de su Casa Militai, el laureadoGeneral Moscardó, cuando dijo, poco antes de salir hacia El Pardo:

«Vinimos a Burgos en los momentos de mayorpeligro para la Patria. He pasado en este despacho los días más difíciles y decisivos de la Historia de España. Vinimos para enderezar y dirigirdesde aquí la guerra en el norte, en levante y enel sur, y aunque encerrado siempre en este palacio y absorbido por los apremios de la campaña, no he podido disfrutar’ dé las aelicias devuestra ciudad, he apreciado en todo momentoel cariño del noble pueblo burgalés, del que marcho altamente agradecido.

»Aquí os dejo, para que lo conservéis, el planode las operaciones en su última fase, donde serefleja cómo se encontraba España y los frentescuando íbamos a iniciar la última ofensiva. Sobre él trabajé durante muchas horas en vigiliay tensión constantes, por la salvación y engrandecimiento de España.»

** .x.

Cuando el último día de San Ignacio, exactamente a los veintitrés años de-su aterrizaje enGamonal, posó de nuevo Franco en su antiguopalacio, tuvo la deferencia de permitir que unportavoz de la Prensa burgalesa perpetuase, súbitamente despertada, la impresión viva del Caudillo ante sus recuerdos, reviviendo en el marco deantaño un momento histórico de la Cruzada Nacional. Franco, yendo al piano, señaló en él la situación de la batalla del Ebro, mientras el periodista observaba en sus ojos un relámpago deemoción. La emoción que ocultó los novecientosnoventa días de campaña. ‘ -

Luegó, sobre su mesa, todo cómo entonces, aúnhuio de firmar documentos de Estado.

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