El Cuaderno Rojo

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Paul Auster

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PAUL AUSTER

El cuaderno rojo

PRLOGO Y TRADUCCIN DE JUSTO NAVARRO

Paul Auster naci en 1947 en Nueva Jersey y estudi en la Universidad de Columbia. Tras un breve perodo como marino en un petrolero, vivi tres aos en Francia, donde trabaj como traductor, negro literario y cuidador de una finca; desde 1974 reside en Nueva York. Es el autor de la llamada Triloga de Nueva York (Ciudad de cristal, Fantasmas y La habitacin cerrada) y, publicado en Anagrama, El pas de las ltimas cosas, La invencin de la soledad, El Palacio de la Luna, La msica del azar, Leviatn y El cuaderno rojo.El Palacio de la Luna, publicada en esta coleccin, le vali la consagracin internacional. As, en la revista Lire, fue elegido como el mejor libro publicado en Francia en 1990, calificndose a su autor de mitad Chandler, mitad Beckett. La critica espaola la salud tambin de forma entusiasta: Una de las novelas ms complejas, elegantes, refinadas e inteligentes de los ltimos aos (Sergio Vila-San-Juan, La Vanguardia); Tiene la magia exacta de los mitos que nos valen para vivir... Pertenece al club de las novelas que desearamos no terminar de leer nunca" (Justo Navarro). Con La msica del azar y Leviatn (premio Mdicis a la mejor novela extranjera publicada en Francia), Paul Auster ha confirmado su gran calidad de escritor.

La primera novela de Paul Auster fue inspirada por un nmero equivocado. Un hombre llam una noche, preguntando por la agencia de detectives Pinkerton. Auster le explic que se haba equivocado. A la noche siguiente, la llamada y la respuesta del novelista se repitieron, pero ste, intrigado, comenz a preguntarse qu habra sucedido si hubiera fingido que aquel nmero corresponda a la agencia de detectives, y l era uno de ellos. Y as comenz Ciudad de cristal, donde un hombre llamado Quinn recibe la llamada de alguien que quiere hablar con el detective privado Paul Auster. Pero no hace mucho tiempo otro hombre llam al actual nmero de telfono del escritor y pregunt si poda hablar con el seor Quinn. Y no era una broma de un amigo o de un lector. Era una llamada absolutamente en serio, y sta es una historia verdadera, como todo lo que se cuenta en este libro: lo irreal horadando lo real, el novelista ejerciendo de cazador de coincidencias, de traductor de las siempre oscuras revelaciones del azar. Porque Paul Auster, antes de ser escritor, fue traductor, alguien que escribe en una lengua con las palabras de otro. Y Justo Navarro, el traductor de este libro, y autor del prlogo que, a manera de hilo en el laberinto, recorre y muestra la manera de la literatura de Auster, es tambin un novelista, alguien que traduce a la lengua de sus fbulas la lengua misteriosa y dolorosa del mundo, alguien que inventa una nueva lengua que suplante la lengua misteriosa y dolorosa del mundo.El cuaderno rojo es, pues, tambin, la coincidencia de dos escritores que escriben en el idioma del azar, el idioma de la casualidad y las coincidencias, el idioma de los encuentros fortuitos que se convierten en destino.

Prlogo y traduccin de Justo Navarro

EDITORIAL ANAGRAMABARCELONA

Ttulo de la edicin original:The Red Notebook

Paul Auster, 1993

EDITORIAL ANAGRAMA, S.A., 1994 Pedr de la Creu, 5808034 Barcelona

ISBN: 84-339-0650-XDepsito Legal: B. 10101-1994

Printed in Spain

Libergraf, S.L., Constituci, 19, 08014 Barcelona

PRLOGO:EL CAZADOR DE COINCIDENCIAS

I

En 1960 o 1961 Paul Auster fue de excursin al bosque. No era el escritor Paul Auster, sino un colegial de trece o catorce aos que se llamaba Paul Auster, pasaba el verano en un campamento al norte del estado de Nueva York y treinta aos despus escribira una novela llamada Leviatn. El da que Paul Auster fue de excursin al bosque estall una tormenta: una tempestad de agua, rayos y truenos envolvi a los excursionistas. Paul Auster recuerda que los rayos caan como lanzas. Los excursionistas atravesaban un bosque: uno dijo que, si se alejaban de los rboles, si encontraban un claro, estaran ms seguros. Tuvieron suerte: encontraron un claro aislado por alambre de pas, ms all de los peligros del bosque. Los exploradores se pusieron en fila para pasar bajo la alambrada: ordenadamente, de uno en uno. Entonces les lleg el turno a los exploradores Ralph y Paul. Ya cruzaban la alambrada, primero Ralph, y despus Paul, a medio metro de Ralph: justo cuando Ralph pasaba bajo la alambrada, cay un rayo. Ralph se detuvo y Paul pas a su izquierda. Paul arrastr a Ralph: que siguieran pasando los exploradores. Se haba desmayado Ralph, y los rayos caan como lanzas, y los exploradores chillaban y lloraban rodeados por la tormenta, y a Ralph se le ponan los labios azules, cada vez ms azules, mientras sus compaeros le frotaban las manos fras, cada vez ms fras. Cuando la tormenta acab, los exploradores se dieron cuenta de que Ralph estaba muerto. Si la fila de exploradores se hubiera formado de otra manera, quiz no hubiera existido el escritor Paul Auster. Quiz el explorador Paul Auster hubiera muerto electrocutado, porque hubiera cruzado la alambrada en el lugar del explorador Ralph. O quiz, si no hubiera vivido tan de cerca la muerte del explorador Ralph, no hubiera tenido una idea tan clara de cmo el azar decide de repente la vida y la muerte de las personas, y no hubiera escrito ninguna de las novelas que escribi mucho ms tarde. El mundo es un misterio azaroso.

II

Un da de 1979 son el telfono en casa de Paul Auster. Eran las ocho de la maana de un domingo nevado. La noche anterior Paul Auster se acost muy tarde, a las dos o las tres de la madrugada. Haba estado escribiendo: Algo sucede y, desde el momento en que empieza a suceder, nada puede volver a ser lo mismo, haba empezado a escribir Paul Auster. Y termin: Y la nieve cae sin fin en la noche de invierno. Entonces se acost Paul Auster. A las ocho de la maana son el telfono. Nadie llama un domingo a las ocho de la maana si no es para dar una noticia que no puede esperar, y una noticia que no puede esperar siempre es una mala noticia, dijo una vez Paul Auster, y no se equivocaba: aquel domingo de enero de 1979 Paul Auster recibi por telfono, a las ocho de la maana, la noticia de que su padre haba muerto.

III

Los telfonos son enigmticos y amenazadores. Mucha gente ha recibido a las ocho de la maana una llamada telefnica que anunciaba una muerte: el telfono es una ruleta rusa, aunque el muerto no sea el que recibe el disparo, la llamada telefnica (pero me acuerdo de una pelcula en la que el Doctor Mabuse asesinaba demoliendo cerebros con un zumbido que transmita a travs del hilo telefnico). Yo mismo podra hablar de cmo un da de 1976 me llamaron por telfono a las ocho de la maana, exactamente tres aos antes y tres meses despus de que, a la misma hora que me llamaron a m, llamaran a Paul Auster. Prefiero hablar de otra cosa. La nica vez que Paul Auster consigui que su padre lo llevara al ftbol (a Paul Auster lo llevaban al ftbol americano, a m me llevaban al ftbol) jugaban los Giants contra los Cardinals de Chicago en el estadio de los Yankees o en el Club de Polo: Auster no recuerda bien este detalle. Pero recuerda perfectamente que, poco antes de que acabara el partido, su padre decidi que haba que irse ya para evitar los atascos de trfico. Y se fueron antes de que acabara el partido, y el joven Paul Auster oy desesperado cmo se alejaban los gritos de la multitud conforme bajaba las rampas de cemento del estadio. Conozco la sensacin de Paul Auster cuando sala del estadio. Yo la conoc acercndome al estadio y entrando en el estadio de ftbol: la nica vez que yo consegu que mi padre me llevara al ftbol jugaban el Granada y el Huelva un partido de la Copa del Generalsimo en el estadio de Los Crmenes. Me acuerdo de que el Granada perdi 1-2, despus de adelantarse en el marcador (somos las palabras de otro: repito exactamente las palabras de otro, las palabras que los locutores pronuncian en la radio: despus de adelantarse en el marcador). No vi el partido entero: llegu con mi padre al estadio cuando terminaba el primer tiempo. No s qu cosas haba tenido que hacer mi padre antes del partido, pero s cmo me desesperaba mientras pasaban los minutos, llegaba la hora del partido, pasaba la hora del comienzo del partido: llegamos al estadio cuando terminaba el primer tiempo. Paul Auster recuerda su desesperacin al salir del estadio; yo recuerdo mi desesperacin antes de salir hacia el estadio, camino del estadio y entrando en el estadio. Quiz una clasificacin de los tipos de padre debera incluir estos dos tipos: a) padres que deciden irse del estadio antes de que termine el partido; b) padres que llegan al estadio mucho despus de que empiece el partido. (No recordamos a nuestro padre, recordamos la mirada con que nos miraba nuestro padre. [Otra vez repito exactamente las palabras de otro: un filsofo esta vez, no un locutor de radio.])

IV

En 1978 Paul Auster no era todava el novelista Paul Auster. En 1978 Paul Auster era poeta y traductor: era pobre, pero quera ser rico. As que invent un juego de bisbol con barajas de naipes y durante seis meses fue de oficina en oficina intentando venderlo: nadie compr el misterio de meter en una mesa un estadio, dos equipos, rbitros, una multitud. Escribi una novela de misterio en tres meses: gan dos mil dlares (ya haba escrito con tinta verde un relato de misterio cuando tena once aos). Quiso ser, sin xito, periodista deportivo. No se despeda nunca de los misterios de una infancia de nio enfermizo que juega bien al bisbol y conoce mejor las consultas de los pediatras: los juegos de mesa, los cuentos de misterio, los cuadernos garabateados, la vida de las estrellas del deporte. Era pobre. Son el telfono porque su padre haba muerto. Una herencia cambi la vida de Paul Auster. Paul Auster ha contado que el dinero le ofreci tiempo, proteccin: el dinero que le dej su padre le permiti vivir dos o tres aos sin preocupaciones. Le permiti escribir. La muerte de mi padre me salv la vida, no puedo escribir sin pensarlo, ha dicho Paul Auster.

V

En 1966 Paul Auster estudiaba en la Universidad de Columbia. En un aula de la Universidad de Columbia ley los poemas de Baudelaire, Rimbaud y Verlaine. Aunque no los entenda demasiado bien, saba que eran apasionantes: ruidos que llegan desde otra habitacin, desde una habitacin secreta, impenetrable. Eran poemas extranjeros, irreales como un lugar extranjero. Paul Auster quera volverlos reales, reales como su propia lengua, y los traduca al ingls. As quera volverlos comprensibles, familiares, parte de su propio mundo: palabras en el interior de su cabeza, palabras suyas. As Paul Auster empez a convertirse en el traductor Paul Auster.

VI

Cuando Paul Auster acab la carrera, se fue a Pars: quera estar en el extranjero para notar menos que, ests donde ests, todo el mundo es el extranjero: el mundo es incomprensible, escurridizo. El mundo es un lugar extranjero. El mundo era como los poemas de Baudelaire, Rimbaud y Verlaine: incomprensible y apasionante. El mundo era una lengua extraa que haba que traducir. Cmo se puede traducir el mundo? Paul Auster empez a transformar el mundo en palabras, palabras suyas: as Paul Auster empez a convertirse en el novelista Paul Auster.

VII

Al traductor Paul Auster lo asombraba el misterio de la traduccin. Un hombre llamado Paul Auster lee en Nueva York un libro escrito en francs y luego escribe ese mismo libro en ingls. Supongamos que traduce las notas que Mallarm escribi junto al lecho de muerte de su hijo Anatole. Un hombre escribe en ingls el libro que otro hombre escribi en francs. Un libro se hace en soledad, pero, cuando el traductor escribe su libro, lo escribe con las palabras de otro hombre que no est en la habitacin. Aunque slo haya un hombre en la habitacin, hay dos hombres que hablan en la habitacin: cada uno habla en una lengua para querer nombrar las mismas cosas. El traductor se convierte en una sombra, fantasma del hombre que invent las palabras que ahora inventa el traductor. La traduccin es un caso de suplantacin de identidad: por decirlo con una palabra inglesa, es un caso de impersonation. Impersonation significa suplantacin, el acto de hacerse pasar por otro.

VIII

Un hombre llamado Paul Auster vive en un mundo misterioso, un mundo cuyas conexiones no entiende demasiado bien, un mundo aterrador y cmico a la vez, un mundo que es una lengua misteriosa, una lengua dolorosa. Paul Auster quisiera traducir la lengua misteriosa y dolorosa del mundo, como en 1967 traduca los poemas de Baudelaire, Rimbaud y Verlaine. As empieza a transformar la lengua misteriosa y dolorosa del mundo en palabras suyas. Llena cuadernos y cuadernos, una palabra detrs de otra, porque est rodeado de cosas que no entiende. Est confundido: las cosas que lo rodean no son puntos de referencia para no perderse, sino recovecos, paredes de laberinto. Ha llegado un da de 1979 a un apartamento de la calle Varick, en Nueva York, a una habitacin en el dcimo piso del nmero 6 de la calle Varick. Duerme vestido, dentro de un saco de dormir, sobre un colchn en el suelo. Vive con unos cuantos libros, tres sillas (los das se distinguen por la silla donde te sientas cada da), una mesa, un lavabo. Como el ascensor est roto, no sale a la calle: no porque la calle no merezca el viaje por las escaleras inacabables, sino porque volver a la ruindad de la habitacin no merecera el viaje por las escaleras inacabables. El mundo es un saco de dormir, un colchn, tres sillas, una mesa, unos libros, un lavabo, una habitacin en un dcimo piso: el mundo es incomprensible. Entonces Paul Auster abre un cuaderno, empieza a escribir, trata de traducir el mundo a palabras comprensibles.

IX

As Paul Auster empieza a sufrir la maldicin del escritor. Supnte que escribes en una hoja de papel cuanto ves y piensas. Si escribes en una hoja de papel cuanto ves y piensas, poco a poco la vida parece no transcurrir en el presente: la vas escribiendo, y es como si la vieras ya pasada, muerta, como si vieras en la cara de un nio la cara que tendr cuando viejo. Escribes la vida, y la vida parece una vida ya vivida. Y, cuanto ms te acercas a las cosas para escribirlas mejor, para traducirlas mejor a tu propia lengua, para entenderlas mejor, cuanto ms te acercas a las cosas, parece que te alejas ms de las cosas, ms se te escapan las cosas. Entonces te agarras a lo que tienes ms cerca: hablas de ti mismo. Y, al escribir de ti mismo, empiezas a verte como si fueras otro, te tratas como si fueras otro: te alejas de ti mismo conforme te acercas a ti mismo. Ser escritor es convertirse en otro. Ser escritor es convertirse en un extrao, en un extranjero: tienes que empezar a traducirte a ti mismo. Escribir es un caso de impersonation, de suplantacin de personalidad: escribir es hacerse pasar por otro.

X

Cuando Paul Auster volvi de Francia en 1974 se dedic a venderles artculos a los peridicos. Escriba sobre escritores: dice que as ordenaba sus ideas sobre la literatura. El primer artculo se lo vendi a The New York Review of Books. El primer artculo que Paul Auster vendi despus de volver de Francia se llamaba Babel en Nueva York y hablaba de un libro de un esquizofrnico llamado Louis Wolfson: Babel, el lugar de la confusin de las lenguas, era un solo hombre, el esquizofrnico Louis Wolfson. Louis Wolfson no poda soportar a su madre, no poda soportar el ingls, su lengua materna: le dola hablarlo, le dola orlo. Se tapaba los odos con las manos, se refugiaba bajo los auriculares de una radio. Hua a otras lenguas: estudiaba francs, alemn, ruso y hebreo. Pero no bastaba con traducir las palabras inglesas al francs, al alemn, al ruso, al hebreo: las palabras inglesas seguan latiendo bajo las palabras que las traducan, seguan existiendo amenazadoras bajo el disfraz francs, alemn, ruso o hebreo. Entonces Louis Wolfson invent un idioma propio: invent sus propias palabras para aniquilar la confusin de las palabras inglesas. Inventando sus propias palabras se senta un poco menos desdichado.

XI

Un novelista traduce a la lengua de sus fbulas la lengua misteriosa y dolorosa del mundo. El novelista, como Louis Wolfson, inventa una nueva lengua que suplante la lengua misteriosa y dolorosa del mundo. Pero el novelista forma parte del mundo y, al traducir el mundo, se traduce a s mismo. As se desdobla, se convierte en otro, una sombra, un fantasma. Es doloroso convertirse en sombra? Me acuerdo de que una vez un amigo mo que se pona inyecciones de herona me dijo que necesitaba ponerse inyecciones para vivir, que se senta muy mal cuando no se pona inyecciones. Que ponerse inyecciones tampoco le produca un gran placer pero que era mucho peor si no se pona inyecciones. Una vez Paul Auster le dijo a Larry McCaffery: Escribir es una actividad que parezco necesitar para sobrevivir. Me siento muy mal cuando no lo hago. No es que escribir me produzca un gran placer, pero es mucho peor cuando no lo hago.

XII

Una vez Paul Auster fue de excursin al bosque y encontr el idioma al que mucho ms tarde tratara de traducir el mundo, el mundo cmico y aterrador: encontr el idioma del azar, el idioma de la casualidad y las coincidencias, el idioma de los encuentros fortuitos que se convierten en destino. Gracias al azar Paul Auster encontr la msica del azar. Se haca novelista mientras descubra la msica del azar: traduca el mundo al idioma que haba descubierto haca muchos aos en una excursin al bosque: el idioma del azar. Pero el idioma del azar es tambin el idioma de la fragilidad: hay coincidencias y casualidades con las que te mueres de risa y hay coincidencias y casualidades con las que te mueres. Descubrir el poder del azar es descubrir que somos terriblemente frgiles y vulnerables, que dependemos de la casualidad, que una coincidencia estpida puede destrozarnos en un segundo. Que una palabra estpida oda por casualidad tambin puede fulminarnos. Recordar que las personas son terriblemente frgiles es una obligacin moral: Paul Auster dice que es cazador de coincidencias por obligacin moral.

Justo navarro

FUENTES

Paul Auster, La invencin de la soledad, Edhasa, Barcelona, 1990.Paul Auster, Ground Work, Faber y Faber, Londres, 1990.Aldo G. Gargani, Laltra storia, Il Saggiatore, Miln, 1990.Conversaciones de Paul Auster con S. Rodefer, J. Mallia, L. McCaffery y S. Gregory, publicadas en Paul Auster, El arte del hambre, Edhasa, Barcelona, 1992.Entrevista de Paul Auster con Eduardo Lago, Suplemento Culturas de Diario 16 (Madrid), nmero 411.Quisiera expresar mi reconocimiento y agradecimiento a Paul Auster, Aldo G. Gargani y a los autores de las entrevistas utilizadas.J. N.

El cuaderno rojo

1

En 1972 una ntima amiga ma tuvo problemas con la ley. Viva aquel ao en una aldea de Irlanda, no muy lejos de la ciudad de Sugo. Yo haba ido a verla por aquel entonces, el da que un polica de paisano se present en la casa con una citacin del juzgado. Las acusaciones eran lo suficientemente serias como para requerir un abogado. Mi amiga pidi informacin, le recomendaron un nombre, y a la maana siguiente fuimos en bicicleta a la ciudad para reunirnos y hablar del asunto con aquella persona. Con gran asombro por mi parte, trabajaba en un bufete de abogados llamado Argue & Phibbs.sta es una historia verdadera. Si alguien lo duda, lo reto a que visite Sligo y compruebe por s mismo si me la he inventado. Llevo veinte aos rindome con esos apellidos y, aunque puedo probar que Argue & Phibbs existan de verdad, el hecho de que los dos apellidos hubieran sido emparejados (para formar el chiste ms ingenioso, la stira ms certera contra la abogaca) es algo que todava me parece increble.Segn mis ltimas noticias (de hace tres o cuatro aos), el bufete contina siendo un negocio floreciente.

2

Al ao siguiente (1973) me ofrecieron un trabajo de guarda en una granja del sur de Francia. Los problemas legales de mi amiga eran agua pasada, y puesto que nuestro noviazgo intermitente pareca funcionar de nuevo, decidimos unir nuestras fuerzas y aceptar juntos el trabajo. Los dos andbamos mal de dinero por aquel entonces, y sin aquella oferta hubiramos tenido que volver a Estados Unidos, cosa que ninguno de los dos an haba previsto.Fue un curioso ao. Por una parte, el lugar era precioso: un casern de piedra del siglo xviii, rodeado de vias por uno de sus flancos y, por el otro, por un parque nacional. El pueblo ms prximo estaba a dos kilmetros de distancia, y no lo habitaban ms de cuarenta personas, ninguna de menos de sesenta o setenta aos. Era un sitio ideal para que dos escritores jvenes pasaran un ao, y tanto L. como yo, trabajando de verdad, sacamos en aquella casa mucho ms fruto del que ninguno de los dos hubiera credo posible.Por otra parte, vivamos permanentemente al borde de la catstrofe. Los dueos de la finca, una pareja estadounidense que viva en Pars, nos enviaban un pequeo salario mensual (cincuenta dlares), dietas para la gasolina del coche, y dinero para la comida de los dos perros perdigueros que haba en la casa. En conjunto, era un acuerdo generoso. No haba que pagar alquiler, y aunque nuestro salario nos viniera corto para vivir, cubra una parte de nuestros gastos mensuales. Nuestro plan era conseguir el resto haciendo traducciones. Antes de abandonar Pars e instalarnos en el campo habamos acordado una serie de trabajos que nos ayudaran a pasar el ao. Con lo que no habamos contado era con que los editores suelen ser lentos a la hora de pagar sus deudas. Habamos olvidado tambin que los cheques enviados de un pas a otro pueden tardar semanas en cobrarse, y que, cuando los cobras, el banco te descuenta comisiones y gastos de cambio. As que, al no haber dejado un margen para equivocaciones o errores de clculo, L. y yo nos encontramos frecuentemente en una situacin econmica desesperada.Recuerdo la feroz necesidad de nicotina, el cuerpo entumecido por la abstinencia, cuando registraba bajo los cojines del sof y buscaba detrs de los armarios alguna moneda perdida. Con dieciocho cntimos (unos tres centavos y medio), podas comprar cigarrillos de la marca Parisiennes, que vendan en paquetes de cuatro. Recuerdo que les echaba de comer a los perros, y pensaba que coman mejor que yo. Me acuerdo de conversaciones con L., cuando nos plantebamos en serio abrir una lata de comida de perro para la cena.Nuestra otra nica fuente de ingresos aquel ao proceda de un tal James Sugar. (No quiero insistir en los nombres metafricos, pero las cosas son como son, qu vamos a hacerle.) Sugar perteneca al equipo de fotgrafos del National Geographic, y entr en nuestras vidas porque haba colaborado con uno de los dueos de la casa en un artculo sobre la regin. Hizo fotos durante meses, recorriendo Provenza en un coche alquilado que le proporcion la revista, y, cada vez que se encontraba por nuestros pagos, pasaba la noche con nosotros. Puesto que la revista le abonaba dietas para sus gastos, nos daba muy amablemente el dinero que tena asignado para gastos de hotel. Si recuerdo bien, la suma ascenda a cincuenta francos por noche. As, L. y yo nos habamos convertido en sus hoteleros particulares, y como adems Sugar era un hombre encantador, siempre nos alegrbamos de verlo. El nico problema era que nunca sabamos cundo iba a aparecer. Nunca avisaba, y la mayora de las veces transcurran semanas entre visita y visita. As que habamos aprendido a no contar con el seor Sugar. Llegaba de repente como cado del cielo, aparcaba su deslumbrante coche azul, se quedaba una o dos noches, y volva a desaparecer. Cada vez que se iba, estbamos seguros de que era la ltima vez que lo veamos.Vivimos los peores momentos al final del invierno y al principio de la primavera. Los cheques dejaron de llegar, robaron uno de los perros, y poco a poco acabamos con toda la comida de la despensa. Slo nos quedaba, por fin, una bolsa de cebollas, una botella de aceite y un paquete de masa para empanada que alguien haba comprado antes de que nosotros nos mudramos a la casa: un resto revenido del verano anterior. L. y yo aguantamos durante toda la maana, pero hacia las dos y media el hambre pudo con nosotros. Nos metimos en la cocina a preparar nuestro ltimo almuerzo: dada la escasez de ingredientes con que contbamos, un pastel de cebolla era el nico plato posible.Despus de que nuestro invento permaneciera en el horno lo que nos pareca tiempo de sobra, lo sacamos, lo pusimos sobre la mesa y le hincamos el diente. En contra de todas nuestras expectativas, lo encontramos exquisito. Creo que incluso llegamos a decir que era la mejor comida que habamos probado nunca, pero me temo que slo era un ardid, un tmido intento de darnos animo. Pero, en cuanto comimos un poco ms, vino la decepcin. De mala gana -muy de mala gana- nos vimos obligados a admitir que el pastel no haba cocido lo suficiente, que el centro an estaba crudo, incomestible. No haba ms remedio que ponerlo en el horno otros diez o quince minutos. Considerando el hambre que tenamos, y considerando que nuestras glndulas salivares acababan de ser activadas, abandonar el pastel no fue fcil.Para entretener nuestra impaciencia, salimos a dar un paseo, pensando que el tiempo pasara ms deprisa si nos alejbamos del buen olor de la cocina. Me acuerdo de que dimos una vuelta a la casa, quiz dos. Quiz nos dejamos llevar por una profunda conversacin sobre algo que he olvidado. Pero, hiciramos lo que hiciramos y tardramos lo que tardramos, cuando volvimos a la casa la cocina estaba llena de humo. Nos lanzamos hacia el horno y sacamos el pastel, pero era demasiado tarde. Nuestro almuerzo slo era una ruina. Se haba incinerado, reducido a una masa carbonizada y ennegrecida: no se poda salvar ni un trozo.Ahora parece una historia divertida, pero entonces era cualquier cosa menos una historia divertida. Habamos cado en un agujero negro y no sabamos la manera de salir de l. En todos mis aos de esfuerzo por convertirme en un hombre, dudo que haya existido un momento en el que me sintiera menos inclinado a rer o a bromear. Era realmente el fin, una situacin terrible y espantosa.Eran las cuatro de la tarde. Menos de una hora despus, el imprevisible seor Sugar apareci inesperadamente. Lleg hasta la casa en medio de una nube de polvo: la tierra y la gravilla rechinaban bajo los neumticos. Si me concentro, todava puedo ver la cara boba e ingenua con que baj del coche y nos salud. Era un milagro. Era un verdadero milagro. Y yo estaba all para verlo con mis propios ojos, para vivirlo en mi propia carne. Hasta aquel momento, yo pensaba que cosas as slo ocurran en los libros.Sugar nos invit a cenar aquella noche en un restaurante de dos tenedores. Comimos copiosamente y bien, nos bebimos varias botellas de vino, nos remos como locos. Y ahora, por exquisita que fuera, no puedo recordar nada de aquella comida. Pero no he olvidado nunca el sabor del pastel de cebolla.

3

No mucho despus de mi regreso a Nueva York (julio de 1974) un amigo me cont la siguiente historia. Tiene lugar en Yugoslavia, durante lo que seran los ltimos meses de la Segunda Guerra Mundial.El to de S. era miembro de un grupo partisano serbio que luchaba contra la ocupacin nazi. Un da, sus camaradas y l amanecieron rodeados por las tropas alemanas. Se haban refugiado en una granja, en un lugar perdido del campo, y la nieve alcanzaba casi medio metro de altura: no tenan escapatoria. No sabiendo qu hacer, decidieron echarlo a suertes: su plan era salir de la granja uno a uno, corriendo a travs de la nieve para intentar salvarse. De acuerdo con los resultados del sorteo, el to de S. deba salir en tercer lugar.Vio por la ventana cmo el primer hombre corra por la nieve. Desde detrs de los rboles dispararon una rfaga de ametralladora. El hombre cay. Un instante despus, el segundo hombre sali y le ocurri lo mismo. Las ametralladoras disparaban a discrecin: cay muerto en la nieve.Entonces le lleg el turno al to de mi amigo. No s si vacilara en la puerta. No s qu pensamientos lo asaltaran en aquel momento. La nica cosa que me han contado es que ech a correr, abrindose paso a travs de la nieve con todas sus fuerzas. Pareca que la carrera no tena fin. Entonces sinti de repente dolor en una pierna. Un segundo despus un calor insoportable se extendi por su cuerpo, y un segundo despus haba perdido el conocimiento.Cuando se despert, se encontr tendido boca arriba en el carro de un campesino. No tena ni idea de cunto tiempo haba transcurrido, no tena ni idea de cmo lo haban salvado. Simplemente haba abierto los ojos: y all estaba, tumbado en un carro que un caballo o un mulo arrastraba por un camino rural, mirando la nuca de un campesino. Observ esa nuca durante algunos segundos, y entonces, procedentes del bosque, se sucedieron violentas explosiones. Demasiado dbil para moverse, continu mirando la nuca, y de repente la nuca desapareci. La cabeza vol, se separ del cuerpo del campesino, y, donde un momento antes haba habido un hombre completo, ahora haba un hombre sin cabeza.Ms ruido, ms confusin. Si el caballo segua tirando del carro o no, no lo puedo decir, pero, pocos minutos o pocos segundos despus, un gran contingente de tropas rusas bajaba por la carretera. Jeeps, tanques, una multitud de soldados. Cuando el oficial al mando vio la pierna del to de S., rpidamente lo envi al hospital de campaa que haban montado en los alrededores. Slo era una choza tambaleante de madera: un gallinero, quiz el cobertizo de una granja. All el mdico del ejrcito ruso dictamin que era imposible salvar la pierna. Estaba destrozada, dijo, y haba que amputarla.El to de mi amigo empez a gritar. No me corte la pierna, implor. Por favor, se lo suplico, no me corte la pierna!, pero nadie lo escuchaba. Los enfermeros lo sujetaron con correas a la mesa de operaciones, y el mdico empu la sierra. Ya rasgaba la sierra la piel cuando se produjo otra explosin. El techo del hospital se hundi, las paredes se derrumbaron, el local entero salt hecho pedazos. Y una vez ms, el to de S. perdi el conocimiento.Cuando despert esta vez, estaba acostado en una cama. Las sbanas eran limpias y suaves, el olor de la habitacin era agradable, y an tena la pierna unida al cuerpo. Un momento despus, miraba la cara de una joven maravillosa, que sonrea y le daba un caldo a cucharadas. Sin saber qu haba sucedido, de nuevo haba sido salvado y trasladado a otra granja. Cuando volvi en s, durante algunos minutos, el to de S. no estuvo seguro de si estaba vivo o muerto. Le pareca que a lo mejor haba despertado en el paraso.Se qued en la casa mientras se recuperaba y se enamor de la joven maravillosa, pero aquel amor no prosper. Me gustara decir por qu, pero S. nunca me cont ms detalles. Lo que s es que su to conserv la pierna y, cuando termin la guerra, se traslad a Estados Unidos para empezar una nueva vida. No s cmo (no conozco bien los pormenores), acab en Chicago de agente de seguros.

4

L. y yo nos casamos en 1974. Nuestro hijo naci en 1977, y al ao siguiente ya haba terminado nuestro matrimonio. Pero todo eso importa poco ahora, salvo para localizar el escenario de un incidente que ocurri en la primavera de 1980.L. y yo vivamos entonces en Brooklyn, a tres o cuatro manzanas de distancia, y nuestro hijo divida su tiempo entre los dos apartamentos. Una maana, yo haba ido a casa de L. para recoger a Daniel y llevarlo al colegio. No me acuerdo si entr en el edificio o si Daniel baj las escaleras solo, pero recuerdo con claridad que, cuando ya nos bamos, L. abri la ventana de su apartamento en el tercer piso para echarme dinero. Tampoco me acuerdo de por qu lo hizo. Quiz quera que echara una moneda en el parqumetro; quiz yo tena que hacerle algn recado, no lo s. Lo nico que se me ha quedado grabado es la ventana abierta y la imagen de una moneda de diez centavos volando por el aire. La veo con tal claridad que es casi como si hubiera estudiado fotografas de ese instante, como si la moneda formara parte de un sueo recurrente que yo hubiera tenido desde entonces.Pero la moneda de diez centavos choc contra la rama de un rbol, y se rompi la curva descendente que describa camino de mi mano. La moneda rebot contra el rbol, aterriz sin ruido por all cerca y se esfum. Me acuerdo de haberme agachado a buscarla, removiendo las hojas y las ramas al pie del rbol, pero los diez centavos no aparecieron por ninguna parte.Puedo fechar este incidente a principios de la primavera porque s que ms tarde, el mismo da, asist a un partido de bisbol en el Shea Stadium: el partido que inauguraba la temporada. Un amigo mo haba conseguido entradas, y generosamente me haba invitado a acompaarlo. Yo no haba estado nunca en el primer partido de la temporada, y recuerdo bien la ocasin.Llegamos temprano (parece que haba que recoger las entradas en alguna taquilla) y, mientras mi amigo haca la gestin, yo lo esperaba en uno de los accesos del estadio. No se vea un alma. Me refugi en un hueco para encender un cigarro (aquel da haca mucho viento), y all, en el suelo, a un palmo de mi pie, estaban los diez centavos. Me agach, los cog y me los met en el bolsillo. Por absurdo que pueda parecer, tuve la certeza de que eran los mismos diez centavos que haba perdido en Brooklyn esa maana.

5

En el parvulario de mi hijo haba una nia cuyos padres estaban tramitando el divorcio. Yo apreciaba particularmente al padre, un pintor poco reconocido que se ganaba la vida copiando proyectos arquitectnicos. Creo que sus cuadros eran muy hermosos, pero siempre le falt la suerte necesaria para convencer a los marchantes de que apoyaran su obra. La nica vez que expuso, la galera quebr al poco tiempo.B. no era un intimo amigo, pero lo pasbamos bien juntos, y, siempre que lo vea, yo volva a casa con renovada admiracin por su tenacidad y su calma interior. No era un hombre que se quejara, que sintiera lstima de s mismo. Por muy negras que le hubieran ido las cosas en los ltimos aos (infinitos problemas de dinero, falta de xito artstico, amenazas de desahucio de su casero, dificultades con su antigua mujer), nada pareca desviarlo de su camino. Continuaba pintando con la misma pasin de siempre, y, al revs que muchos, nunca mostr ninguna amargura, ninguna envidia hacia artistas de menor talento a los que les iba mucho mejor que a l.A veces, cuando no trabajaba en sus propios cuadros, haca copias de los maestros antiguos en el Metropolitan Museum. Me acuerdo de un Caravaggio que copi un da y que me pareci extraordinario. No era una copia, sino ms bien una rplica, un duplicado exacto del original. En una de aquellas visitas al museo, un millonario tejano vio trabajar a B. y qued tan impresionado que le encarg la copia de un Renoir para regalrsela a su novia.B. era sumamente alto (casi dos metros), guapo y amable, cualidades que lo hacan especialmente atractivo para las mujeres. Cuando super el divorcio y volvi a la circulacin, no tuvo problemas para encontrar compaeras. Yo slo lo vea dos o tres veces al ao, pero cada vez haba una mujer distinta en su vida. Todas estaban evidentemente locas por l. Slo tenas que ver cmo miraban a B. para adivinar lo que sentan, pero, por una u otra razn, ninguna de sus relaciones duraba demasiado.Dos o tres aos despus, el casero de B. consigui su propsito y lo ech del estudio. B. abandon la ciudad, y dejamos de vernos.Pasaron varios aos y entonces, una noche, B. volvi a la ciudad para asistir a una cena. Mi mujer y yo tambin estbamos invitados y, cuando supimos que B. estaba a punto de casarse, le pedimos que nos contara la historia de cmo haba conocido a su futura mujer.Unos seis meses antes, nos cont, haba hablado por telfono con un amigo. El amigo estaba preocupado por B., y pronto empez a reprocharle que no hubiera vuelto a casarse. Ya hace siete aos que te divorciaste, le dijo; ya hubieras podido sentar la cabeza con una docena de mujeres atractivas e interesantes. Pero ninguna te parece lo bastante buena y siempre las dejas. Qu te pasa? Qu demonios quieres?No me pasa nada, dijo B. Simplemente no he encontrado la persona adecuada, eso es todo. Al ritmo que vas, nunca la encontrars, le respondi su amigo. Has encontrado alguna vez una mujer que se aproxime a lo que buscas? Dime una, slo una. A que no eres capaz de nombrar una sola mujer?Sorprendido ante la vehemencia de su amigo, B. reflexion sobre el asunto detenidamente. S, dijo por fin. Haba una. Una mujer que se llamaba E., a la que haba conocido en Harvard cuando era estudiante, haca ms de veinte aos. Pero entonces E. sala con otro, y B. sala con otra (su futura ex mujer), y no haba habido nada entre ellos. No tena ni idea de dnde estaba E. ahora, dijo, pero si encontrara a alguien como ella, no dudara en casarse de nuevo.se fue el final de la conversacin. Antes de hablarle de E; a su amigo, B. no se haba acordado de aquella mujer durante ms de diez aos, pero, ahora que le haba vuelto al pensamiento, no se la poda quitar de la cabeza. En los tres o cuatro das siguientes, pens en ella sin parar, incapaz de librarse de la sensacin de que haca varios aos haba perdido una oportunidad nica de ser feliz. Entonces, como si la intensidad de estos pensamientos hubiera enviado una seal a travs del mundo, el telfono son una noche y all estaba E., al otro lado de la lnea.B. la tuvo al telfono ms de tres horas. Ni se enteraba de lo que le deca, pero habl y habl hasta pasada la medianoche, con la conciencia de que algo extraordinario haba sucedido y no poda dejarlo escapar otra vez.Al terminar sus estudios universitarios, E. ingres en una compaa de baile y durante los ltimos veinte aos se haba dedicado exclusivamente a su carrera. Nunca se haba casado, y, ahora que estaba a punto de retirarse de los escenarios, llamaba a viejos amigos del pasado, intentando volver a tomar contacto con el mundo. No tena familia (sus padres se haban matado en un accidente de coche cuando era nia) y se haba criado con dos tas que ya haban muerto.B. qued en verla la noche siguiente. Cuando se encontraron, no tard mucho en descubrir que sus sentimientos hacia E. eran tan fuertes como haba imaginado. Volva a estar enamorado de ella, y varias semanas despus decidieron casarse.Para que la historia sea an ms perfecta, result que E. tena bienes. Sus tas haban sido ricas, y a su muerte ella haba heredado todo su dinero, lo que significaba que B. no slo haba hallado el verdadero amor, sino que los incesantes problemas de dinero que lo haban agobiado durante aos haban desaparecido de repente. Todo de golpe.Un ao o dos despus de la boda, tuvieron un hijo. Segn mis ltimas noticias, el padre, la madre y el nio estn bien.

6

En la misma lnea, a pesar de abarcar un perodo de tiempo ms corto (unos meses en lugar de veinte aos), otro amigo, R., me habl de cierto libro inencontrable que haba estado intentando localizar sin xito, husmeando en libreras y catlogos en busca de una obra supuestamente excepcional que tena muchas ganas de leer, y cmo, una tarde que paseaba por la ciudad, tom un atajo a travs de la Grand Central Station, subi la escalera que lleva a Vanderbilt Avenue, y descubri a una joven apoyada en la baranda de mrmol con un libro en la mano: el mismo libro que l haba estado intentando localizar tan desesperadamente.Aunque no es alguien que normalmente hable con desconocidos, R. estaba tan asombrado por la coincidencia que no se pudo callar.-Lo crea o no -le dijo a la joven-, he buscado ese libro por todas partes.-Es estupendo -respondi la joven-. Acabo de terminar de leerlo.-Sabe dnde podra encontrar otro ejemplar? -pregunt R.-. No puedo decirle cunto significara para m.-ste es suyo -respondi la mujer.-Pero es suyo -dijo R.-Era mo -dijo la mujer-, pero ya lo he acabado. He venido hoy aqu para drselo.

7

Hace doce aos, la hermana de mi mujer se fue a vivir a Taiwan. Su intencin era estudiar chino (que ahora habla con fluidez pasmosa) y mantenerse dando clases de ingls a los nativos de Taipei de habla china. Fue aproximadamente un ao antes de que yo conociera a mi mujer, que entonces haca los cursos de doctorado en la Universidad de Columbia.Un da, mi futura cuada estaba hablando con una amiga norteamericana, una joven que tambin haba ido a Taipei a estudiar chino. La conversacin toc el tema de sus familias en Estados Unidos, lo que dio pie al siguiente dilogo:-Tengo una hermana que vive en Nueva York -dijo mi futura cuada.-Tambin yo -contest su amiga.-Mi hermana vive en el Upper West Side.-La ma tambin.-Mi hermana vive en la calle 109 Oeste.-Aunque no te lo creas, la ma tambin.-Mi hermana vive en el nmero 309 de la calle 109 Oeste.-La ma tambin!-Mi hermana vive en el segundo piso del nmero 309 de la calle 109 Oeste.Su amiga suspir y dijo:-S que parece un disparate, pero la ma tambin.Es prcticamente imposible que haya dos ciudades tan lejanas como Taipei y Nueva York. Estn en las antpodas, separadas por una distancia de ms de quince mil kilmetros, y cuando es de da en una es de noche en la otra. Mientras las dos jvenes se maravillaban en Taipei de la sorprendente conexin que acababan de descubrir, cayeron en la cuenta de que sus dos hermanas probablemente dorman en aquel instante. En el mismo piso del mismo edificio del norte de Manhattan, cada una dorma en su apartamento, ajena a la conversacin que, acerca de ellas, tena lugar en el otro extremo del mundo.Aunque eran vecinas, resulta que las dos hermanas de Nueva York no se conocan. Cuando por fin se conocieron (dos aos despus), ninguna de las dos segua viviendo en el mismo edificio.Siri y yo ya estbamos casados. Una tarde, camino de una cita, nos paramos a echar un vistazo en una librera de Broadway. Seguramente curiosebamos en diferentes secciones, y, porque Siri quera ensearme algo o porque yo quera ensearle algo a ella (no me acuerdo), uno de los dos llam al otro en voz alta. Un segundo despus, una mujer se nos acerc corriendo. Ustedes son Paul Auster y Siri Hustvedt, verdad?, dijo. S, exactamente, contestamos. Cmo lo sabe? La mujer nos explic entonces que su hermana y la hermana de Siri haban estudiado juntas en Taiwan.El circulo se haba cerrado por fin. Desde aquella tarde en la librera, hace diez aos, esa mujer ha sido una de nuestras mejores y ms fieles amigas.

8

Hace tres veranos, encontr una carta en mi buzn. Vena en un gran sobre blanco y estaba dirigida a alguien cuyo nombre no conoca: Robert M. Morgan, de Seattle, Washington. En la oficina de Correos haban estampado en el anverso del sobre varios sellos: Desconocido, A su procedencia. Haban tachado a pluma el nombre del seor Morgan, y al lado alguien haba escrito: No vive en esta direccin. Trazada con la misma tinta azul, una flecha sealaba la esquina superior izquierda del sobre, junto a las palabras Devolver al remitente. Suponiendo que la oficina de Correos haba cometido un error, comprob la esquina superior izquierda para ver quin era el remitente. All, para mi absoluta perplejidad, descubr mi propio nombre y mi propia direccin. No slo eso, sino que estos datos estaban impresos en una etiqueta de direccin personal (una de esas etiquetas que se pueden encargar en paquetes de doscientas y que se anuncian en las cajas de cerillas). La ortografa de mi nombre era correcta, la direccin era mi direccin, pero el hecho era (y lo sigue siendo) que nunca he tenido ni he encargado en mi vida un paquete de etiquetas con mi direccin impresa.Dentro del sobre haba una carta mecanografiada a un solo espacio que empezaba as: Querido Robert, en respuesta a tu carta del 15 de julio de 1989 debo decirte que, como otros autores, a menudo recibo cartas sobre mi obra. Luego, en un estilo rimbombante y pretencioso, plagado de citas de filsofos franceses y rebosante de vanidad y autosatisfaccin, el autor de la carta elogiaba a Robert por las ideas que haba desarrollado sobre uno de mis libros en un curso universitario sobre novela contempornea. Era una carta despreciable, la clase de carta que jams se me hubiera ocurrido escribirle a nadie, y, sin embargo, estaba firmada con mi nombre. La letra no se pareca a la ma, pero eso no me consolaba. Alguien estaba intentando hacerse pasar por mi, y, por lo que s, lo sigue intentando.Un amigo me sugiri que era un ejemplo de arte por correo. Sabiendo que la carta no poda llegarle a Robert Morgan (puesto que tal persona no existe), en realidad el autor de la carta me estaba enviando a m sus comentarios. Pero esto hubiera implicado una confianza injustificada en el servicio de correos de Estados Unidos, y dudo que alguien que se ha dado el trabajo de encargar en mi nombre etiquetas de direccin y de ponerse a escribir una carta tan arrogante y altisonante pudiera dejar algo al azar. O s? Quiz los perversos listillos de este mundo creen que todo saldr siempre como ellos quieren.Tengo pocas esperanzas de resolver algn da este pequeo misterio. El bromista ha borrado hbilmente sus huellas, y no ha vuelto a dar seales de vida. Lo que no acabo de entender de mi propia actitud es que nunca he tirado la carta, aunque sigue dndome escalofros cada vez que la miro. Un hombre sensato la habra tirado a la basura. En vez de eso, por razones que no comprendo, la conservo en mi mesa de trabajo desde hace tres aos, y he dejado que se convirtiera en un objeto ms, permanente, entre mis plumas, cuadernos y gomas de borrar. Quiz la conservo como un monumento a mi propia locura. Quiz sea el medio de recordarme que no s nada, que el mundo en el que vivo no dejar nunca de escaprseme.

9

Uno de mis mejores amigos es un poeta francs que se llama C. Hace ya ms de veinte aos que nos conocemos, y, aunque no nos vemos muy a menudo (l vive en Pars y yo en Nueva York), seguimos manteniendo una estrecha relacin. Es una relacin fraternal, como si en una vida anterior hubiramos sido de verdad hermanos.C. es un hombre muy contradictorio. Se abre al mundo y a la vez se asla del mundo: es una figura carismtica con multitud de amigos en todas partes (legendaria por su amabilidad, su humor y su conversacin chispeante), y, sin embargo, ha sido herido por la vida, y le cuesta un autntico esfuerzo enfrentarse a las tareas sencillas que la mayora de la gente da por resueltas. Poeta excepcionalmente dotado y pensador de la poesa, C. sufre, sin embargo, frecuentes bloqueos en su trabajo de escritor, rachas patolgicas de desconfianza en s mismo, y, cosa sorprendente (para alguien tan generoso, tan totalmente desprovisto de mezquindad), es capaz de rencores y rencillas interminables, generalmente por una tontera o por algn principio abstracto. Nadie es tan universalmente admirado como C., nadie posee ms talento, nadie se erige con mayor facilidad en el centro de atencin, y, sin embargo, siempre ha hecho todo lo que ha podido para estar al margen. Desde que se separ de su mujer hace muchos aos, ha vivido solo en una serie de pequeos apartamentos de una habitacin subsistiendo prcticamente sin dinero con empleos efmeros y espordicos, publicando poco y rehusando escribir una sola palabra de crtica literaria, aunque lo lea todo y sepa ms de poesa contempornea que ninguna otra persona en Francia. Para los que lo queremos (y somos muchos), C. es a menudo motivo de inquietud. En la medida en que lo respetamos y deseamos su bien, tambin nos preocupamos por l.Tuvo una infancia difcil. No puedo decir hasta qu punto eso lo explica todo, pero no deberamos pasar por alto los hechos. Parece que su padre se fue con otra mujer cuando C. era pequeo, y mi amigo se cri con su madre, hijo nico sin una vida familiar digna de este nombre. Nunca he conocido a la madre de C., pero, segn todos los indicios, tiene un carcter extrao. Durante la infancia y la adolescencia de C., fue de amor en amor, cada vez con un hombre ms joven. En la poca en que C. abandon su casa para ingresar en el ejrcito a la edad de veintin aos, el novio de su madre apenas era mayor que l. En los ltimos aos, el objetivo principal de su vida ha sido una campaa a favor de la canonizacin de un sacerdote italiano (cuyo nombre se me escapa ahora). Asedi a las autoridades catlicas con un sinfn de cartas en defensa de la santidad de ese individuo, e incluso lleg a encargar a un artista una estatua a tamao natural del cura: todava se alza en su jardn como perdurable testimonio de su causa.Aunque no tiene hijos, hace siete u ocho aos que C. se ha convertido en una especie de pseudopadre. Despus de una pelea con su amiga (durante la que temporalmente se separaron), sta mantuvo una breve relacin con otro hombre y se qued embarazada. La relacin termin enseguida, pero ella decidi tener el hijo. Naci una nia, y, aunque C. no es su verdadero padre, se ha dedicado a ella desde el da de su nacimiento y la adora como si fuera de su propia sangre.Hace aproximadamente cuatro aos, C. fue un da a ver a un amigo. En el apartamento haba un Minitel, un pequeo ordenador que distribuye gratis la compaa telefnica francesa. Entre otras cosas, el Minitel contiene la direccin y el nmero de telfono de todos los abonados de Francia. Cuando C. jugaba con el nuevo aparato de su amigo, se le ocurri de repente buscar la direccin de su padre. La encontr en Lyon. Cuando aquel da volvi a casa, meti uno de sus libros en un sobre y lo envi a la direccin de Lyon: era el primer contacto que entablaba con su padre en ms de cuarenta aos. No le encontraba sentido a lo que estaba haciendo. Jams se le haba ocurrido que quisiera hacer una cosa as, antes de ver que estaba hacindola.Esa misma noche, coincidi en un caf con una amiga -una psicoanalista- y le cont esos actos extraos e impremeditados. Le dijo que era como si hubiera sentido la llamada de su padre, como si una fuerza misteriosa se hubiera desencadenado en su interior. Teniendo en cuenta que no se acordaba en absoluto de aquel hombre, ni siquiera poda conjeturar cundo se haban visto por ltima vez.La psicoanalista reflexion un instante y pregunt: Qu edad tiene L.? Se refera a la hija de la novia de C.-Tres aos y medio -contest C.-No estoy segura -dijo la mujer-, pero apostara cualquier cosa a que tenias tres aos y medio la ltima vez que viste a tu padre. Te lo digo porque quieres mucho a L. Es muy intensa tu identificacin con L., y ests reviviendo tu vida a travs de L.Varios das despus, lleg de Lyon una respuesta: una carta cariosa y verdaderamente amable del padre de C. Despus de darle las gracias a C. por el libro, hablaba de lo orgulloso que estaba de saber que su hijo era escritor. Por pura coincidencia, aada, haba echado al correo el paquete el da de su cumpleaos, y el simbolismo de ese gesto lo haba emocionado mucho.Nada cuadraba con las historias que C. haba odo en su infancia. Segn su madre, su padre era un monstruo de egosmo que la haba abandonado por una cualquiera y nunca se haba preocupado por su hijo. C. haba credo tales historias, y haba evitado cualquier contacto con su padre. Ahora, a la vista de la carta, ya no saba qu creer.Decidi contestar la carta. El tono de su respuesta era precavido, pero al menos era una respuesta. Das despus reciba de nuevo respuesta: la segunda carta era tan cariosa y amable como la primera. C. y su padre empezaron a escribirse. Se escribieron durante un par de meses, y un da C. pens en la posibilidad de viajar a Lyon para encontrarse con su padre cara a cara.Antes de que pudiera hacer planes definitivos, recibi una carta de la mujer de su padre que le informaba de que ste haba muerto. Le deca que durante los ltimos aos la salud de su padre haba sido mala, pero que el reciente intercambio de cartas con C. lo haba hecho muy feliz, y sus ltimos das haban rebosado alegra y optimismo.Me enter entonces de los cambios increbles que haban tenido lugar en la vida de C. En el tren de Pars a Lyon (iba a visitar a su madrastra por primera vez), me escribi una carta que resuma a grandes rasgos la historia de los ltimos meses. Su letra reflejaba cada sacudida de los rales, como si la velocidad del tren fuera la imagen exacta de las ideas que le bullan en la cabeza. Como me deca en la carta: Tengo la sensacin de haberme convertido en un personaje de alguna de tus novelas.La mujer de su padre no pudo ser ms cordial con l durante su visita. C. averigu, entre otras cosas, que su padre haba sufrido un ataque al corazn la maana de su ltimo cumpleaos (el mismo da que C. haba buscado su direccin en el Minitel), y que, s, C. tena exactamente tres aos y medio cuando sus padres se divorciaron. Su madrastra le cont entonces la historia de su vida segn el punto de vista de su padre, que contradeca todo lo que su madre le haba contado. En esta versin, era su madre la que haba abandonado a su padre; era su madre la que haba prohibido que su padre lo viera; era su madre la que haba matado a disgustos a su padre. Su madrastra le cont a C. que, cuando era nio, su padre iba al colegio para verlo a travs de la verja. C. recordaba a aquel hombre, que, sin saber quin era, le haba dado miedo.Entonces la vida de C. se convirti en dos vidas: existan una Versin A y una Versin B, y las dos eran su historia. Haba vivido las dos en igual medida, dos verdades que se anulaban mutuamente, y desde el principio, sin saberlo, haba estado atrapado entre las dos.Su padre haba tenido una pequea papelera (el tpico surtido de papel y material de escritorio, junt a un servicio de alquiler de libros baratos). El negocio le haba dado poco ms que para vivir, as que dej una herencia muy modesta. Las cantidades no tienen importancia. Lo significativo es que la madrastra de C. (ya una anciana) insisti en que se repartieran a medias el dinero. Nada en el testamento la obligaba a hacerlo y, moralmente hablando, no tena ninguna necesidad de renunciar a un solo cntimo de los ahorros de su marido. Lo hizo porque lo deseaba, porque era ms feliz compartiendo el dinero que guardndoselo para ella.

10

Cuando pienso en la amistad, sobre todo en cmo algunas amistades duran y otras no, me acuerdo de que, desde que tengo carnet de conducir, slo se me han pinchado las ruedas del coche cuatro veces, y las cuatro veces me acompaaba la misma persona (en tres pases distintos, y en un perodo de ocho o nueve aos). J. era un amigo del colegio y, aunque siempre hubo una sombra de incomodidad e incompatibilidad en nuestras relaciones, durante cierto tiempo fuimos ntimos amigos. Una primavera, antes de terminar la carrera, cogimos la vieja furgoneta de mi padre y nos fuimos a los parajes desiertos de Quebec. Las estaciones se suceden con mayor lentitud en esa zona del mundo, y todava duraba el invierno. El primer neumtico pinchado no supuso ningn problema (llevbamos rueda de repuesto), pero cuando, menos de una hora despus, revent el segundo, nos quedamos desamparados en aquel territorio glacial y desolador prcticamente todo el da. Entonces no le di ninguna importancia al incidente, slo un caso de mala suerte, pero, cuatro o cinco aos despus, cuando J. fue a Francia para visitar la casa en la que L. y yo trabajbamos como guardas (aptico y deprimido, en un estado deplorable de autocompasin, incapaz de darse cuenta de que abusaba de nuestra hospitalidad), ocurri exactamente lo mismo. Habamos ido a pasar el da a Aix-en-Provence (a unas dos horas de camino) y volvamos de noche por una oscura carretera comarcal, cuando sufrimos otro pinchazo. Pens que era una simple coincidencia, y me olvid del asunto. Pero entonces, cuatro aos despus, en los meses finales de mi matrimonio con L., J. volvi a visitarnos, esta vez en el estado de Nueva York, donde L. y yo vivamos con Daniel, casi recin nacido. En un momento determinado, J. y yo cogimos el coche para ir a comprar la cena. Saqu el coche del garaje, di la vuelta en el camino de tierra lleno de baches, y avanc hasta la carretera para mirar a la izquierda, a la derecha y a la izquierda antes de seguir adelante. Y entonces, cuando esperaba que pasara un coche, o el silbido inconfundible del aire al escaparse. Otro neumtico se haba pinchado, y esta vez ni siquiera nos habamos alejado de casa. J. y yo nos echamos a rer, desde luego, pero la verdad es que nuestra amistad nunca se recuper de aquel cuarto neumtico pinchado. No digo que las ruedas pinchadas tuvieran la culpa de nuestro distanciamiento, pero, malignamente, son el emblema de cmo han sido siempre nuestras relaciones, el signo de alguna sutil maldicin. No quiero exagerar, pero, an hoy, no consigo convencerme de que esos neumticos pinchados no signifiquen algo. El caso es que J. y yo dejamos de vernos, y no hemos vuelto a hablar desde hace diez aos.

11

Volv a Pars unos das en 1990. Una tarde pas por el despacho de una amiga para saludarla, y me presentaron a una checa, ms cerca de los cincuenta que de los cuarenta aos, una historiadora de arte amiga de mi amiga. Me acuerdo de que era una persona atractiva y alegre, pero, como estaba a punto de irse cuando llegu, apenas si coincidimos cinco o diez minutos. Como suele ocurrir en tales situaciones, no hablamos de nada importante: una ciudad norteamericana que los dos conocamos, el tema de un libro que estaba leyendo, el tiempo que haca. Luego nos dimos la mano, cruz la puerta y nunca he vuelto a verla.Cuando se fue, la amiga que haba ido a visitar se retrep en su asiento y me pregunt:-Quieres oir una buena historia?-Desde luego -le respond-. Las buenas historias siempre me interesan.-Quiero mucho a mi amiga -continu-, as que no te llames a engao. No voy a contarte chismes. Pero creo que tienes derecho a saber esto.-Ests segura?-S, estoy segura. Aunque debes prometerme una cosa: si escribieras alguna vez esta historia, no citaras ningn nombre.-Te lo prometo -le dije.Y as mi amiga me cont el secreto. De principio a fin, no tard ms de tres minutos en contarme la historia que voy a contar ahora.La mujer que yo acababa de conocer haba nacido en Praga durante la guerra. Era muy pequea cuando hicieron prisionero a su padre, lo enrolaron a la fuerza en el ejrcito alemn y lo mandaron al frente ruso. Su madre y ella no volvieron a saber de l. No recibieron ninguna carta, ni noticias de si estaba vivo o muerto, nada. La guerra se lo haba tragado: desapareci sin dejar rastro.Pasaron los aos. La joven creci. Acab sus estudios en la universidad y lleg a ser profesora de historia del arte. Segn mi amiga, tuvo problemas con las autoridades a finales de los sesenta, durante la invasin sovitica, pero no precis qu tipo de problemas. No son difciles de imaginar, por las historias que conozco sobre lo que les sucedi a otros durante ese periodo.Un da le permitieron volver a la enseanza. En una de sus clases haba, por un programa de intercambios, un estudiante de Alemania del Este. El estudiante y ella se enamoraron y acabaron casndose.Poco tiempo despus de la boda, lleg un telegrama que anunciaba la muerte del padre de su marido. Al da siguiente, su marido y ella viajaron a Alemania del Este para asistir al funeral. Una vez all, no s en qu ciudad, se enter de que su difunto suegro haba nacido en Checoslovaquia.Durante la guerra los nazis lo hicieron prisionero, lo enrolaron a la fuerza en su ejrcito y lo mandaron al frente ruso. Haba conseguido sobrevivir milagrosamente. En lugar de regresar a Checoslovaquia despus de la guerra, se haba quedado en Alemania bajo un nombre nuevo, se haba casado con una alemana, y all haba vivido con su nueva familia hasta el da de su muerte. La guerra le haba dado la oportunidad de volver a empezar, y parece que nunca se haba arrepentido.Cuando la amiga de mi amiga pregunt cul haba sido su nombre en Checoslovaquia, comprendi que era su padre.Esto significaba, desde luego, que, en tanto que el padre de su marido era el mismo hombre, el hombre con el que se haba casado era tambin su hermano.

12

Una tarde de hace muchos aos a mi padre se le cal el coche en un semforo en rojo. Se haba desencadenado una terrible tormenta y, en el preciso momento en que el motor fallaba, un rayo alcanz un gran rbol de la calle. El tronco del rbol se parti en dos y, cuando mi padre se esforzaba en volver a arrancar el motor (sin darse cuenta de que la mitad superior del rbol estaba a punto de desprenderse), el conductor del coche que lo segua, viendo lo que iba a suceder, pis el acelerador y empuj el coche de mi padre ms all del cruce. Un instante despus, el rbol se estrellaba contra el suelo, en el sitio exacto que haba ocupado el coche de mi padre. Lo que estuvo a punto de convertirse en su final, milagrosamente no pas de ser una ancdota en la historia inacabada de su vida.Un ao o dos ms tarde, mi padre estaba trabajando en el tejado de un edificio en Nueva Jersey. No s cmo (yo no estaba presente), resbal del alero y se precipit al vaco. Otra vez iba de cabeza al desastre, y otra vez se salv. Un tendedero fren su cada, y escap del accidente con apenas unos chichones y algunas magulladuras. Ni siquiera una conmocin. Ni siquiera un hueso roto.Ese mismo ao nuestros vecinos de enfrente encargaron a dos hombres que pintaran su casa. Uno de los trabajadores se cay del tejado y se mat.Resulta que la nia que viva en aquella casa era la mejor amiga de mi hermana. Una noche de invierno, fueron juntas a una fiesta de disfraces (tenan seis o siete aos, y yo tena nueve o diez). Mi padre haba quedado en recogerlas despus de la fiesta, y, a la hora convenida, yo lo acompa en el coche. Aquella noche haca un fro que pelaba, y las calles estaban cubiertas por traicioneras capas de hielo. Mi padre condujo con prudencia, e hicimos sin problemas el trayecto de ida y vuelta. Pero cuando nos detuvimos frente a la casa de la nia, de repente se desencaden una serie de acontecimientos inverosmiles.La amiga de mi hermana iba disfrazada de princesa de cuento de hadas. Para completar el disfraz, haba cogido un par de zapatos de tacn de su madre, y, como le bailaban los pies en aquellos zapatos, cada paso que daba se converta en una aventura. Mi padre par el coche y se ape para acompaarla hasta su puerta. Yo iba detrs con las chicas, y, para dejar salir a la amiga de mi hermana, me tuve que bajar primero. Me recuerdo de pie en la acera mientras ella consegua salir, y, en el momento en que la nia sacaba el pie, not que el coche se deslizaba lentamente marcha atrs, quiz por el hielo, quiz porque mi padre haba olvidado echar el freno de mano (no lo s); pero, antes de que pudiera avisar a mi padre de lo que pasaba, la amiga de mi hermana apoy en la acera los tacones de su madre y se resbal. Cay bajo el coche -que segua movindose-, estaba a punto de morir aplastada por las ruedas del Chevrolet de mi padre. Por lo que puedo recordar, no hizo el menor ruido. Sin pararme a pensar me agach, le cog con fuerza la mano derecha y de un tirn la sub a la acera. Un instante despus, mi padre not por fin que el coche se mova. Salt al asiento del conductor, puso el freno y detuvo el coche. Desde el principio hasta el final, la cadena completa de desgracias no debi de durar ms de ocho o diez segundos.Durante aos he tenido la sensacin de que ste haba sido el momento ms hermoso de mi vida. Haba salvado la vida de una persona, y, retrospectivamente, siempre me ha sorprendido la rapidez con que reaccion, la seguridad de mis movimientos en aquella situacin crtica. Volva a imaginarme el salvamento una y otra vez; una y otra vez reviva la sensacin de sacar a la nia de debajo del coche.Un par de aos despus de aquella noche, nuestra familia se mud de casa. Mi hermana perdi el contacto con su amiga, y yo no volv a verla hasta quince aos ms tarde.Era junio, y mi hermana y yo habamos vuelto a la ciudad a pasar unos das. Por casualidad su antigua amiga apareci y nos salud. Haba crecido mucho, ahora era una joven de veintids aos recin licenciada, y debo decir que sent un cierto orgullo al ver que haba llegado a adulta sana y salva. Sin darle importancia, hice alusin a la noche en que la haba sacado de debajo del coche. Tena curiosidad por saber cmo recordaba su encuentro con la muerte, pero por la expresin de su cara cuando le hice la pregunta era evidente que no recordaba nada. Una mirada vaga. Un leve fruncimiento de cejas. Un encogimiento de hombros. No recordaba nada!Entonces me di cuenta de que no se haba enterado de que el coche se mova. Ni siquiera se haba enterado de que estaba en peligro. Todo el incidente haba durado lo que dura un relmpago: diez segundos de su vida, un intervalo sin consecuencias, que no haba dejado en ella el menor rastro. Para m, sin embargo, aquellos segundos haban sido una experiencia definitiva, un acontecimiento extraordinario de mi historia ntima. Lo que ms me asombra es admitir que estoy hablando de algo que sucedi en 1956 o 1957, y que la nia de aquella noche tiene ahora ms de cuarenta aos.

13

Un nmero equivocado inspiro mi primera novela. Una tarde estaba solo en mi apartamento de Brooklyn, intentando trabajar en mi escritorio, cuando son el telfono. Si no me engao, era la primavera de 1980, no muchos das despus de que encontrara la moneda de diez centavos frente al Shea Stadium.Descolgu, y al otro lado de la lnea un hombre me pregunt si hablaba con la Agencia de Detectives Pinkerton. Le dije que no, que se haba equivocado de nmero, y colgu. Luego volv a mi trabajo y me olvid de la llamada.El telfono volvi a sonar la tarde siguiente. Result que era el mismo individuo y me haca la misma pregunta que el da anterior: Agencia Pinkerton? Volv a decirle que no, volv a colgar. Pero esta vez me qued pensando qu hubiera sucedido si le hubiera respondido que s. Y si me hubiera hecho pasar por un detective de la Agencia Pinkerton?, me preguntaba. Qu habra sucedido si me hubiera encargado del caso?A decir verdad, sent que haba desperdiciado una oportunidad nica. Si ese individuo volviera a llamar, me dije, por lo menos hablara un poco con l e intentara averiguar qu quera. Esper a que el telfono sonara otra vez, pero la tercera llamada nunca se produjo.Despus de aquello, empec a darle vueltas a la cabeza, y poco a poco se me abri un mundo lleno de posibilidades. Cuando me sent a escribir La ciudad de cristal un ao despus, el nmero equivocado se haba transformado en el suceso crucial del libro, el error que pone en marcha toda la historia. Un hombre llamado Quinn recibe una llamada telefnica de alguien que quiere hablar con Paul Auster, detective privado. Tal y como yo hice, Quinn responde que se han equivocado de nmero. A la noche siguiente, pasa exactamente lo mismo: Quinn cuelga otra vez. Pero, al contrario que yo, Quinn tiene otra oportunidad. Cuando el telfono suena la tercera noche, Quinn le sigue el juego al que llama, y se hace cargo de la investigacin. S, dice, yo soy Paul Auster: entonces comienza la locura.Quera, sobre todo, permanecer fiel a mi primer impulso. Si no me cea estrictamente a la verdad de los hechos, escribir ese libro careca de sentido. As que deba implicarme en el desarrollo de la historia (o implicar a alguien que se me pareciera, que se llamara como yo), y escribir sobre detectives que no eran detectives, sobre suplantacin de personalidad, sobre misterios irresolubles. Para bien o para mal, sent que no tena eleccin.Muy bien. Termin el libro hace diez aos, y desde entonces me he dedicado a otros proyectos, otras ideas, otros libros. Pero, hace menos de dos meses, descubr que los libros no se terminan nunca, que es posible que las historias continen escribindose a s mismas sin autor.Estaba solo en mi apartamento de Brooklyn aquella tarde, intentando trabajar ante mi escritorio, cuando el telfono son. Era un apartamento distinto del que tena en 1980: otro apartamento con otro nmero de telfono. Descolgu el auricular y, al otro lado de la lnea, un hombre me pregunt si poda hablar con el seor Quinn. Tena acento espaol y no reconoc su voz. Por un momento pens que era un amigo que quera tomarme el pelo. El seor Quinn?, dije. Es una broma o qu?No, no era una broma. Aquel hombre llamaba completamente en serio. Quera hablar con el seor Quinn, y me rogaba que le pasara el telfono. Le ped, para estar seguro, que me deletreara el nombre. Tena un acento muy fuerte, y yo esperaba que quisiera hablar con el seor Queen. Pero no tuve tanta suerte: Q-U-I-N-N, respondi el hombre. Me asust y, durante unos segundos, no pude articular palabra. Lo siento, dije por fin, aqu no vive ningn seor Quinn. Se ha equivocado de nmero. El hombre se disculp por haberme molestado y colgamos.Esto ha sucedido de verdad. Como todo lo que he escrito en este cuaderno rojo, es una historia verdadera.

1992

NDICE

Prlogo: El cazador de coincidencias, por Justo Navarro

3El cuaderno rojo

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