El cristiano ante el fracaso - Revista de Espiritualidad · 2017. 9. 11. · EL CRISTIANO ANTE EL...

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NOTAS Y COMENTARIOS El cristiano ante el fracaso JESÚS M. GARCfA ROJO (Madrid) Según Francisco Nieva, uno de los mayores espectáculos del mundo es el fracaso. Para probar su afirmación, el acadé- mico de la lengua echa mano de tres personalidades que, ha- biendo escalado los peldaños del éxito, se han visto envueltos en el fracaso: Bjorn Borg, David Lynch y Fidel Castro. Después de varios años de ausencia, Bjorn Borg ha vuelto a la práctica del tenis, deporte en el que anteriormente había saboreado las mieles del triunfo. Eran otros tiempos. Tiempos que ya no se volverán a repetir. La historia, imparable, sigue su curso, sin que a nadie le sea posible dar marcha atrás. Aquí está la clave del fracaso de Bjorn Borg, "un desesperado fra- caso que ha servido de espectáculo a la dulce fiera que es el público"J. En un campo completamente distinto, como es el de las artes, el director de cine David Lynch ha triunfado fracasando o ha fracasado triunfando (haciendo verdadero el viejo refrán: tanto monta, monta tanto). Por lo visto, el hombre elefante, o bra maestra con la que hizo su aparición en el cine, fue un rotundo éxito profesional a la vez que un manifiesto desastre económico. De haber seguido por el mismo camino es más que probable que hubiera realizado otras obras maestras, pero I F. NIEVA, en "ABe", 5 de mayo de 1991, p. 3. REVISTA DE ESPIRITUALIDAD 50 (1991), 283-295 1

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  • NOTAS Y COMENTARIOS

    El cristiano ante el fracaso

    JESÚS M. GARCfA ROJO (Madrid)

    Según Francisco Nieva, uno de los mayores espectáculos del mundo es el fracaso. Para probar su afirmación, el acadé-mico de la lengua echa mano de tres personalidades que, ha-biendo escalado los peldaños del éxito, se han visto envueltos en el fracaso: Bjorn Borg, David Lynch y Fidel Castro.

    Después de varios años de ausencia, Bjorn Borg ha vuelto a la práctica del tenis, deporte en el que anteriormente había saboreado las mieles del triunfo. Eran otros tiempos. Tiempos que ya no se volverán a repetir. La historia, imparable, sigue su curso, sin que a nadie le sea posible dar marcha atrás. Aquí está la clave del fracaso de Bjorn Borg, "un desesperado fra-caso que ha servido de espectáculo a la dulce fiera que es el público"J.

    En un campo completamente distinto, como es el de las artes, el director de cine David Lynch ha triunfado fracasando o ha fracasado triunfando (haciendo verdadero el viejo refrán: tanto monta, monta tanto). Por lo visto, el hombre elefante, o bra maestra con la que hizo su aparición en el cine, fue un rotundo éxito profesional a la vez que un manifiesto desastre económico. De haber seguido por el mismo camino es más que probable que hubiera realizado otras obras maestras, pero

    I F. NIEVA, en "ABe", 5 de mayo de 1991, p. 3.

    REVISTA DE ESPIRITUALIDAD 50 (1991), 283-295

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    no era rentable. Así que dio un giro a su carrera, entregándose a otro tipo de películas más en consonancia con el gusto del público. Con lo cual el público ha ganado la partida al posible genio. Y lo que es más vergonzoso todavía: le ha hecho fraca-sar triunfando.

    Por último, en el terreno de la política, tenemos a Fidel Castro. El que en otro tiempo fuera héroe legendario y una estrella política mundial, poco o nada puede hacer por evitar lo que todos consideran un fracaso inexorable. Y la caída de un mito siempre es un espectáculo.

    Más espectaculares unos, menos ruidosos otros, los fraca-sos forman parte de la historia humana. Hemos citado tres casos. Hubiéramos podido citar trescientos o trescientos mil. Pero no es necesario. La existencia del fracaso es un dato empírico que no precisa demostración. Partiendo de este he-cho, haremos unas breves consideraciones sobre la actitud cristiana ante el fracaso 2.

    1. DE HUMANOS ES FRACASAR

    En nuestro mundo occidental (también fuera de él, pero sobre todo en él) el éxito es la meta a la que tiende la gran mayoría. "Triunfar en la vida": ésta es la consigna a seguir. Consigna que es tanto más perjudicial cuanto más nos hace perder de vista que el fracaso también forma parte de la eXIs-tencia. "El encuentro con el fracaso es, según indica Navone, una constante del vivir humano"3. Quien más, quien menos, todos podemos aducir experiencias de fracaso. El fracaso es una experiencia humana universal.

    En uno de sus artículos dominicales, José Luis Martín Descalzo cuenta lo que le sucedió en cierta ocasión. Invitado a pasar la tarde en casa de unos amigos, no tuvo inconveniente enjugar con los hijos al juego de "pon-el-rabo". Todo hubiera transcurrido con absoluta normalidad de no haber notado

    2 De las tres acepciones que el diccionario de la Real Academia (1970) da a la palabra "fracaso", tomamos la tercera: "Malogro, resultado adverso de una empresa o negocio".

    3 J. NAVONE, Teologia delfallimento, Roma, 1988, p. 7.

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    que uno de ellos se negó a participar. Era un niño muy inte-ligente, un ganador nato que, ante la posibilidad de perder, optó por la retirada, olvidando que el mayor fracaso es no hacer algo por miedo a fracasar.

    En un artículo anterior, el mismo autor "hacía campaña" para que la Iglesia nombrara a san Anscario patrón de los fracasados. La vida de este monje del siglo IX fue un ir de fracaso en fracaso. Diríase que batió todos los records. Allí donde otros se hubieran rendido, él se mantuvo firme. Hasta el final de su vida siguió luchando con la misma entrega, si bien murió creyendo que había sembrado en campos de sal. Los frutos no tardarían en demostrar lo contrario.

    Con su gracejo, estas dos historietas ponen de manifiesto que el fracaso forma parte sustancial de la vida. Este es un hecho más que probado. Pero, por si alguien duda, ahí están los medios de comunicación social dando cuenta día y no-che de todo tipo de fracasos: escolares, profesionales, políti-cos, amorosos ... Pero no es necesario acudir a las páginas de los periódicos o a las emisiones de radio y televisión para percatarse de que el fracaso es una experiencia humana uni-versal. Bastaría con apelar a la propia historia personal. La novedad está en que en una sociedad como la nuestra, orien-tada al éxito, por regla general el fracaso aparece como algo insoportable. Siguiendo el principio de racionalidad, el fracaso es visto como un elemento perturbador que, como tal, ha de ser excluido. Así piensa la moderna razón calculadora. La verdad es que los cálculos o deseos no siempre se corresponden con la realidad, lo que, en ocasiones, contribuye a que la con-ciencia de fracaso aumente.

    La no aceptación del fracaso ha supuesto para muchas personas una ruina irreparable que, en casos extremos, ha llegado al suicidio. Probablemente, estas personas hubieran actuado de otra manera de haber comprendido a tiempo que el hombre no es más hombre porque triunfe en la vida, ni menos hombre porque fracase. Ni el triunfo añade nada, ni el fracaso quita nada a la dignidad humana. El fracaso es intrín-seco a la condición humana. Y en el supuesto de que alguien pudiera presumir de no haber fracasado nunca, al final no le quedaría más remedio que vérselas con la muerte, que es una

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    especie de fracaso definitivo (y a la inversa: todo fracaso es una especie de muerte). Y de la muerte nadie puede escapar. Los que triunfan también mueren. La diferencia está en que "los destinos felices son a la vez destinos dramáticos" 4. El público no siempre se apercibe de ello. Sin embargo, cuando se retira la coraza que esconde la verdadera intimidad, se descubre lo que, a propósito de Coco Chanel, ha dicho un autor: que toda gloria tiene su infierno.

    Como experiencia humana, el fracaso afecta al individuo particular, pero afecta igualmente al colectivo o grupo de hombres. "La ley del fracaso es común a toda civilización"5. Es sabido que famosas civilizaciones del pasado, después de un período de gloria y esplendor, han iniciado otro de deca-dencia y confusión que ha desembocado en ruina y desinte-gración. La desaparición de una civilización ha sido a menudo la condición necesaria para que emergiera otra nueva. Con lo cual, la historia ~asevera Karl Popper~ ha resultado ser "una crónica de crímenes y asesinatos". La conclusión ya la ha sacado mucha gente proclamando que la humanidad fracasó en el pasado y sigue fracasando en el presente. Otra cosa es la reacción que ante el fracaso adoptan unos y otros.

    Están, en primer lugar, aquellos que piensan que la única salida posible es la desesperación. De esto la literatura moder-na ofrece abundantes ejemplos. Sin llegar a tanto, otros pien-san que el fracaso, sobre todo el fracaso de los pueblos, es una carga tan abrumadora que vuelve insípida la existencia. En este contexto se ha dicho que después de Auschwitz ya no es posible hacer poesía. Por último, están aquellos que, con Karl Jaspers, piensan que "el fracaso ofrece también la posibilidad de una vida más humana".

    Ciertamente, no suele ser lo normal considerar el fracaso como algo positivo. Lo normal y corriente suele ser lo contra-rio. Sin embargo, nunca han faltado quienes, por encima de cualquier estimación negativa, han defendido que el fracaso puede convertirse en inagotable fuente de energía. Y la historia no ha dejado de darles la razón. Es bien sabido, por ejemplo,

    4 F. NIEVA, O.C., p. 3. 5 J. NAVONE, O.C., p. 137.

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    que determinadas situaciones de crisis han provocado la apa~ rición de importantes movimientos renovadores. Y lo sucedido a nivel de grupo ha sucedido también a nivel individual. ¡Cuán-tas experiencias de fracaso no han sido el comienzo de una nueva etapa de reflexión y madurez para la persona! Por otros muchos, valga el testimonio de Pablo, quien, teniendo sobrados motivos de qué gloriarse, se gloría de sus flaquezas y tribulaciones, porque, dice, "cuando soy débil, entonces soy fuerte" (2Cor 12,10). Sentencia de gran contenido, ya que nos enseña que una cosa es fracasar y otra sucumbir al fracaso; además, nos anima a enfrentarnos con el fracaso sin miedos ni complejos. En esta línea no es casual que algunos autores hayan llamado la atención sobre la necesidad de una sólida formación que, sin cercenar lo que son legítimos ideales hu-manos y sin camuflar la realidad, ayude a los jóvenes a afron-tar el fracaso.

    Recordemos que la realidad se camufla siempre que se intenta huir de su ambigüedad. "La huida de la ambigüedad es un rasgo humano tan antiguo que ha sido objeto de tema en los mitos"6. Modernamente dicha huida va en la dirección de la soteriología tecnológica. Pero, ¿por· qué esta huida? Sin descender a detalles, podemos decir que, generalmente, se huye por falta de coraje para aceptar la realidad tal y como es. Dejarse arrastrar por la imaginación o fantasía, capaz de cons-truir maravillosos paraísos, es más cómodo, pero, a la larga, más frustrante. La caída de tantas y tantas utopías debería ser tenida en cuenta por todos aquellos que se empeñan en soñar despiertos. Hay que abrir los ojos y darse cuenta de que el fracaso invade todas las estructuras humanas. En el pasado ninguna época ha quedado sin su correspondiente tasa de fracaso. Ninguna época quedará sin su correspondiente tasa de fracaso en el futuro. Quien niegue esto fomenta engañosas ilusiones; y las fomenta porque desconoce que el fracaso es parte integrante de la condición humana. "Fracasamos porque somos finitos y mortales ( ... ) Hasta los revolucionarios tienen

    6 J. MARK THOMAS, ¿Fracasa la humanidad en lo que conoce?, en "Con-cilium" (1990), p. 205.

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    necesidad de dormir durante la noche. Y todos, en última instancia, estamos abocados a la muerte"?

    n. FRACASO E HISTORIA DE SALVACIÓN

    De cuanto hemos dicho hasta aquí ha podido quedar claro que el fracaso es un elemento intrínseco de la historia humana. ¿Puede decirse otro tanto de la historia de la salvación? En el supuesto de que así sea, ¿en qué sentido afecta el fracaso a Dios?

    Desde la perspectiva del autor sagrado, hay un hecho que ha dado lugar a la historia que todos conocemos y padecemos. Ese hecho es la expulsión del Edén. Después de haber creado el cielo y la tierra, Dios creó al hombre a su imagen y seme-janza. Mas la que en la mente del Creador iba a ser la obra cumbre resultó ser un proyecto fallido. Pronto las cosas co-menzaron a no salirle bien a Dios. El pecado introdujo un factor de desorden no previsto inicialmente. Y si responsable del mismo fue única y exclusivamente el hombre, Dios fue el encargado de sacar las consecuencias. Consecuencias negativas para ambos, puesto que el inicial plan de amistad y comunión quedó truncado. El que iba a gozar de la familiaridad de Dios, ahora es condenado a vivir lejos de él, expuesto a todo tipo de calamidades. Con lo cual la historia de los orígenes es la historia de un fracaso.

    ¡Si a la vista de lo sucedido en los orígenes se hubiera sabido reaccionar! Pero no. Los hombres van a seguir pecan-do. Y con su pecado, una y otra vez, harán fracasar los planes de Dios. A propósito del diluvio se dice que a tanto había lle-gado la maldad del hombre que Dios se arrepintió de haberlo creado (cfr. Gn 6,5-7). Y, contrariado, se apresta a destruir toda carne, porque la tierra estaba viciada (cfr. Gn 6,12). Sólo un pequeño grupo se salvará del desastre. ¿Habrá apren-dido este grupo la lección, de forma que en adelante no pro-

    7 A. GREELEY, Fracaso y mundo exterior, en "Concilium" (1976), p. 347. Cfr. W. J. BERGER, E/fracaso en e/propio proyecto de vida, en "Concilium" (1976), pp. 337-345.

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    vaque a Dios, haciendo fracasar sus planes de salvación? To-dos sabemos que no. En la persona de Noé, Dios hizo un pacto de amistad, comprometiéndose a velar por el hombre. La construcción de la torre de Babel llevó a Dios a cambiar sus planes. Así, el que había prometido ser valedor de los intereses del hombre, indignado, arremete contra él, confun-diendo su lenguaje y dispersándolo por la faz de la tierra (cfr. Gn 11,1-9).

    La lectura de los primeros capítulos de la Biblia deja la impresión de que el pecado de los orígenes o primer pecado no sólo no se enmienda, sino que, con el paso del tiempo, adquiere proporciones mayores. Después de la expulsión del Edén, Dios no renuncia a poner nuevamente en marcha su plan de salvación. Mas a las reiteradas propuestas de amistad, hechas por él, el hombre no corresponde. El pecado del hom-bre hace fracasar una y otra vez el plan de Dios.

    La salida de Egipto es un hito importantísimo en la historia del pueblo de Israel y, por consiguiente, en la historia de la salvación. Dios ha visto la aflicción de su pueblo y ha decidido tomar cartas en el asunto. Dijo Dios a Moisés: "He bajado para librar a mi pueblo de la mano de los egipcios y para subirle de esta tierra a una tierra buena y espaciosa, una tierra que mana leche y miel" (Ex 3,8). Este es el plan de Dios. Plan que, de inmediato, va a tropezar con la cerrazón del Faraón. Las famosas plagas ablandarán finalmente su corazón, permi-tiendo a los israelitas salir de Egipto. El primer obstáculo ha quedado superado. También el segundo: Al tener noticia de la salida de los israelitas, el Faraón dio orden a sus tropas de que los persiguieran. Pero antes de que los alcanzaran, el mar acabó con ellos.

    Despejado el horizonte, Israel emprende la marcha; una marcha que va a estar salpicada por una serie de sucesos que a punto estuvo de hacer fracasar el plan de Dios. Lo del bece-rro de oro fue el no-va-más. Pero Dios no está dispuesto a tolerar acciones como ésa. Por eso, para cortar por lo sano, toma la decisión de aniquilar a Israel. N o lo hace por conside-ración hacia su siervo Moisés. N o es la única vez. En varias ocasiones Moisés tendrá que interceder por Israel que es un pueblo recalcitrante que no sigue la voz de Dios. Y tanto

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    menos la sigue cuanto más añora su pasado: "¿Por qué nos trae Yahvé a este país? ¿N o es mejor volver a Egipto?" (Nm 14,3).

    Al final, tras no pocas peripecias, Israel llega a la tierra prometida, con lo cual el plan de Dios se cumple. Pero se cumple muy por debajo de lo esperado. Los cuerpos que han quedado tendidos en el desierto, así como el hecho de que Moisés muriera sin entrar en la tierra prometida son claro exponente de que algo ha fallado.

    El fracaso de los orígenes del pueblo de Israel evoca, a la vez que prolonga, el fracaso de los orígenes de la humanidad. Un fracaso que, lejos de amlnorarse o detenerse, va in crescen-do. En este proceso de crecimiento se sitúa el destierro a Babilonia, bochornosa experiencia de fracaso. Sin patria, sin templo, sin sacerdotes, sin sacrificio ... , ¿qué queda del pueblo que Dios se escogió como heredad? Queda un minúsculo resto. Tan minúsculo como para poner en evidencia que las prome-sas de Dios a Abraham, al menos hasta la fecha, no se han cumplido. "Yo haré de ti un gran pueblo -había dicho Dios a Abraham-. Tan numeroso como las estrellas del cielo" (Gn 15,5). Muchas generaciones después, la constatación no puede ser más deprimente: "Ahora, Señor -se lee en el libro de Daniel- somos el más pequeño de todos los pueblos" (Dn 3,37). La dura realidad ha ganado la batalla a las promesas divinas.

    Como último recurso, en la plenitud de los tiempos, Dios envió a su hijo. El ha venido a dar cumplimiento a lo anuncia-do por los profetas. Y, ¿qué ha sucedido? Ha sucedido que Jesucristo, el Mesías, ha muerto miserablemente como un malhechor. Su trágico final ha superado con creces al de los profetas que le precedieron. Abandonado de Dios y de los hombres, Jesús muere sin que su predicación produjera los frutos esperados. Su llanto a las puertas de Jerusalén, que apedrea a los que le son enviados, es un presagio del veredicto de condena que se va a pronunciar contra él. Por consiguiente, la crucifixión es el final de un fracaso anunciado. Tres veces se lo ha dicho Jesús a sus discípulos. Cuando llegue el momento, harán lo propio: huir.

    Y en su huida van comentando lo sucedido. "Nosotros

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    -explican los dos discípulos de Emaús- esperábamos que nos liberara, pero nada" (Le 24,21). Todo ha sido un fracaso. Un fracaso tan estrepitoso que algunos han atribuido al após-tol Pablo el nacimiento del cristianismo. Por su parte, Pablo no sólo no comparte esta idea, sino que explícitamente declara que el Cristo que él ha conocido es un Cristo crucificado (cfr. 1 Cor 2,2), en quien se ha revelado el poder y la sabiduría de Dios. Misterio saludable que recuerda y actualiza la figura del siervo de Yahvé: Sin apariencia humana, despreciable y des-echo de los hombres ... , no le tuvimos en cuenta. Herido de Dios y humillado ... , como un cordero fue llevado al matadero. Arrancado de los vivos, se puso su sepultura entre los malva~ dos, por más que no cometió ningún atropello. Eran nuestras culpas y delitos los que él soportaba. Mas, ¡oh, maravilla!, lo nunca oído ha sucedido: cargando sobre sí el pecado del pue-blo, el siervo ha justificado a los hombres (cfr. Is 52,13-53,13). Con razón, pues, exultante de gozo, la Iglesia canta todos los años en la vigilia pascual: i Feliz culpa que mereció tal re-dentor!

    Las situaciones y pasajes bíblicos a que nos hemos referido no dejan lugar a dudas: el fracaso forma parte del plan de salvación de Dios. Al lado de esta importante constatación hay que colocar otra no menos importante. Es ésta: el fracaso no tiene la última palabra. No la tiene, al menos, para el hombre de fe. De momento, la fe no libera al creyente del fracaso, pero le da fuerzas para creer que al final, cuando Dios sea todo en todos, quedará superado 8.

    lII. TEOLOGÍA DEL FRACASO

    Seguramente todos recordamos el impacto que hace algu-nos años causó entre nosotros la teología de la esperanza. Al parecer habíamos olvidado un tanto que la esperanza es una dimensión fundamental de la vida cristiana. Fue una suerte

    8 En tiempos especialmente difíciles, la teología apocalíptica ha interpre-tado la historia reafirmando la soberanía absoluta de Dios. Dios, y nadie más que él, es quien misteriosamente guía la historia, como al final se pondrá de manifiesto. El triunfo del mal es sólo aparente.

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    que nos percatáramos de ello, pero un mal procedimiento tratar de recuperarla a costa de otras dimensiones o facetas, en concreto a costa de la experiencia de fracaso. El fracaso es una experiencia más universal que la esperanza. Por ello, se falsea la realidad cuando, por insistir tanto en la esperanza, se pierde de vista el fracaso. Para compensar este desequilibrio es muy comprensible que algunos autores hayan postulado la necesidad de una teología del fracaso que sea complemento de la teología de la esperanza. Según N avone, dicha teología tendría como tarea la de afirmar que "la aceptación por parte de Jesús del completo fracaso histórico era condición indis-pensable para nuestra salvación"9.

    El fracaso histórico de Jesús es un hecho que viene atesti-guado por las crónicas de la época y del que no cabe dudar o disimular. El que se presentara entre la gente dirigiendo sus palabras a los que fracasan o han fracasado, ha resultado ser el fracasado por excelencia. Mas, he ahí que en este hombre fracasado Dios no fracasa. Lo deCÍamos un poco más arriba: el fracaso no tiene la última palabra, aunque, a veces, parezca tenerla. Y no la tiene porque también entonces Dios es fiel. "En las situaciones de fracaso y de derrota, el Dios bíblico se manifiesta como un Dios liberador y en el que se puede confiar absolutamente" 10. Así es como procedió Jesús, para quien la aceptación del fracaso ha sido un acto de absoluta confianza en Dios. Para él, hombre libre como el que más, "era mucho más importante adherirse a la verdad de su propia misión que triunfar en la misma" 11.

    Si Abraham, padre de los creyentes, no negó a Dios el sacrificio de su hijo, Jesús, en un gesto de fe y confianza su-premas, no le niega el sacrificio de sí mismo:, Sacrificar aquello que en los planes de Dios estaba destinado a ser germen de vida es algo que no cuadra muy bien con nuestras categorías. No acabamos de entender que no siempre fracasar es un fra-caso. Y, desde luego, no lo entendió el docetismo que, en su

    9 J. NAVONE, a.c., p. 58. 10 G. FUCHS, ¿Fracasa Dios? Reflexiones teológicas con una intención

    práctica, en "Concilium" (1990), p. 351. Cfr. P. SCHOONENBERG, Dios y el fracaso humano, en "Concilium" (1976), pp. 399-406.

    11 J. NAVONE, a.c., p. 230.

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    afán de eliminar todo aquello que pudiera ser menos digno o indecoroso, atribuía a Jesús una humanidad aparente. La Igle-sia no ha dudado en condenar esta doctrina, recordando que la humillación de Jesús hasta la muerte de cruz forma parte del kerigma primitivo (cfr. Filp. 2,6-11).

    Intentos de escamotear el fracaso no han faltado ni, pro-bablemente, faltarán nunca. Mas no es en esa dirección donde se halla su solución. A sus discípulos Jesús les advierte: "si el grano de trigo no cae en tierra y muere no da fruto" (Jn 12,24). Morir y fracasar son realidades que, como ya dijimos, tienen mucho en común: cuando fracasamos algo muere en nosotros, y la muerte es el fracaso definitivo. Según esto, la persona que no está dispuesta a morir, esto es, a afrontar la posibilidad del fracaso, se vuelve estéril. La solución al problema del fracaso no puede venir por vía de negación, sino por vía de aceptación. Aceptación que nada tiene que ver con una estoica resignación o cosa parecida. Desde el punto de vista cristiano se trata, más bien, de adherirse firmemente a Dios que se solidariza con el fracaso redimiéndolo.

    Jesús, el fracasado por excelencia, se ha adherido firme-mente a Dios, y no ha quedado defraudado. Su resurrección de entre los muertos es la respuesta cabal al problema del fracaso. Así lo ha entendido la fe de la Iglesia que no ha cesado de proclamar que el muerto en la cruz como un fraca-sado ha resucitado gloriosamente. "La cruz ha puesto sobre el tapete el problema del fracaso, la resurrección le ha dado la respuesta" 12. Ahora se comprende que la resurrección se haya convertido en argumento central de la predicación cristiana. ¡No era para menos! Con la resurrección de Jesús, Dios coloca definitivamente las cosas en su sitio, dando pruebas de un amor que es más fuerte que la muerte.

    Como hombre que era, Jesús estuvo sometido a la ley del fracaso. El suyo fue, sin comparación, mucho mayor que el nuestro. Con todo, fue un fracaso que ha quedado trascendido y redimido por el amor. Un amor que en su caso es amor

    12 ¡bid., 25. "La resurrección es justamente el mentís al fracaso del mensaje y la vida de Jesús y, a la vez, a las visiones meramente humanas de lo que en realidad puede y debe significar 'éxito verdadero'" (E. SCHILLEBEECKX, Jesús y elfracaso de la vida humana, en "Concilium"[1976], p. 417).

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    crucificado. Jesús ha amado hasta el extremo de morir por todos en la cruz. Así tiene que amar el cristiano, ya que delante de Dios ni el éxito ni el fracaso cuentan para nada. Delante de Dios lo único que cuenta es el amor del que la cruz es expre-sión acabada. Como en ninguna otra parte, en la cruz se pone de relieve la potencia de un amor que trasciende el fracaso.

    Después de la experiencia pascual, los discípulos contem-plan lo sucedido en el calvario bajo una luz nueva. De ser una catástrofe, la cruz ha pasado a ser victoria de un amor que libera al hombre del mal. Mucho se ha discutido sobre la posibilidad de que la obra de la redención hubiera podido rea-lizarse de otra manera. Al margen de la discusión, una cosa es cierta: los evangelios no se han tomado la molestia de indagar sobre otros posibles medios. "Los discípulos han reivindicado que el medio verdaderamente eficaz, escogido por la sabiduría divina, para transformar el género humano era el de someter-se, en la experiencia del fracaso, al sufrimiento de la muerte y de la cruz" 13. Para la fe, de hecho, no hay otra alternativa. Por tanto, la teología tiene que recordar que no existe cristia-nismo auténtico sin una decidida disponibilidad a arriesgarlo todo. "El intento de inmunizarse contra todo posible fracaso es una traición al espíritu cristiano" 14.

    Casi todos los reformadores sociales han prometido a sus seguidores una sociedad perfecta. Muy de otra manera actúa Jesús cuando advierte a los suyos: "Todos seréis odiados por mi nombre" (Mc 10,22). El discípulo de Jesús ha de contar siempre con el fracaso, poniéndose en guardia contra quienes, llevados de un optimismo ingenuo, anuncian su desaparición. Alejándose de toda visión utópica de la historia, el cristianis-mo renuncia a crear un paraíso en la tierra. A lo que no re-nuncia es a crear una sociedad más justa y fraterna, utilizando como material también el fracaso. A este respecto bueno será recordar que "el espíritu de la Iglesia, como el de su fundador,

    13 J. NAVONE, o.c., p. 230. 14 Ibid., p. 139. Sobre la integración de lo negativo de la vida en san

    Francisco, puede verse: L. BOFF, San Francisco de Asís. Ternura y vigor, Santander, 19825, pp. 185-215.

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    alcanza el ápice de triunfo en los propios mártires y en los propios miembros perseguidos" 15.

    y para terminar, una última observación. Negar el fracaso es algo que no beneficia al hombre. Tampoco le beneficia su fetichización. Por eso hay que evitar ambos extremos. Ni ocul-tamiento ni exageración, sino aceptación serena del mismo. "El fracaso no se cura, pero se puede vivir con él" 16.

    15 J. NAVONE, a.c., p. l39. Exaltar y legitimar al poderoso, como a veces se ha hecho, es algo que no se compagina con el mensaje bíblico, que hace del pobre y desvalido (= fracasado) objeto de su preferencia.

    16 D. MIETH, Ethos del fracaso y de la vuelta a empezar: Una perspectiva teológico-ética olvidada, en "Concilium" (1990), pp. 250.