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EL CRISTIANISMO HISPANO (SU ORIGEN Y REPERCUSIÓN EN LA SOCIEDAD HISPANA Y EN LA IGLESIA UNIVERSAL) Director: José María Blázquez

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EL CRISTIANISMO

HISPANO (SU ORIGEN Y REPERCUSIÓN EN

LA SOCIEDAD HISPANA Y EN LA

IGLESIA UNIVERSAL)

Director: José María Blázquez

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Influjo del cristianismo hispano en la iglesia

universal. Osio. Dámaso. Orosio. Prudencio

(Conferencia IV)

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OSIO

Osio es la gran figura del cristianismo hispano en el S. IV y una de las más

influyentes de la Iglesia Universal en su siglo.

Los datos sobre fecha y lugar de nacimiento y de su ordenación episcopal son

inciertos. Debió nacer hacia el año 256, según dato deducido de las

afirmaciones de Atanasio o de Sulpicio Severo, de Febadio de Agen y de

Isidoro de Sevilla. Los escritores antiguos mencionan a Osio como el obispo de

Córdoba o de Hispania. Atanasio fue su gran amigo, y afirma (Hist. arr. 43) que

marchó a su patria y a su Iglesia. Su ordenación episcopal debió situarse entre

los años 290-295. Participó en el Sínodo de Iliberri, ocupando en él el segundo

puesto. En otros manuscritos figura en undécimo lugar.

Durante la persecución de la Tetrarquía, bajo el colega de Diocleciano,

Maximiano, confesó la fe, según afirma Osio en carta al emperador Constancio,

conservada por Atanasio (Hist. arr. 44).

Osio y los donatistas

Nada se sabe de la actividad de Osio hasta que, acompañando a Constantino,

participó en el problema donatista. El donatismo fue un problema

fundamentalmente del norte de África. En el año 311 murió Mensurio, obispo

de Cartago. Fue elegido para sucederle su diácono, Ceciliano, que contaba

desde antiguo con opositores, por el rigor en aplicar la disciplina eclesiástica

referente al culto a los mártires. Una enemiga personal fue la dama, rica y

poderosa, de nombre Lucila, que con sus seguidores, no aceptó la comunión

con Ceciliano. Pronto, los obispos de Numidia se reunieron en Cartago para

condenar y deponer del episcopado a Ceciliano. Lucila logró que los obispos

eligieran al criado suyo, el lector Mayorino. Se ha supuesto que esta dama era

también hispana, pero los autores principales que tratan los orígenes del

donatismo, Agustín, Optato de Milevi y el Proceso Contra Silvano, no la

mencionan como tal.

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Los donatistas se negaron a comulgar con los obispos que consideraban

apóstatas o acogedores de los apóstatas. Pronto se probó que entre los

oponentes a Ceciliano había traidores durante la persecución, que habían

entregado los libros y los vasos sagrados. W.H. Frend, el gran estudioso del

donatismo, lo consideró un movimiento de protesta, pero esta tesis no tuvo

aceptación. La sede de Cartago, en el año 212, contaba con dos obispos,

Ceciliano y Mayorino, que murió enseguida, siendo sustituido por Donato, que

fue el verdadero organizador de la Iglesia separada, a la que dio el nombre con

que se la conoce en la Historia.

Nada se sabe en concreto de la intervención de Osio en la lucha contra los

donatistas. Su intervención debió ser eficaz, pues Agustín (Contr. epist. Parm.

1.5.10), indica que –según Parmeniano, sucesor de Donato-, Osio apoyó a

Ceciliano y logró que se unieran a su comunión muchos obispos. Es muy

probable que Osio inclinara a Constantino a favor de Ceciliano. En una carta de

Constantino a Ceciliano se menciona un documento que Osio envió a Ceciliano

sobre la distribución de cierta cantidad de dinero (Eus. HE. X.6). Los donatistas

enviaron unos libelos contra Ceciliano al procónsul de África, Anullinus, que lo

remitió al emperador. En este escrito los donatistas pedían al emperador que

los juzgaran obispos de las Gallias, donde el problema donatista no existía.

Constantino ordenó que ambas partes acudieran a un tribunal, que se reunió

en Roma, formado por tres obispos galos bajo la presidencia del obispo de

Roma, Melquiades, en el año 313. El tribunal falló en favor de Ceciliano,

sentencia que los donatistas rechazaron. Constantino determinó reunir un

concilio en Arlés en 314, al que Osio no asistió. El concilio volvió a condenar a

los donatistas, que pelaron nuevamente al emperador, quien en 316 tomó

algunas diligencias y confirmó a Ceciliano como obispo de Cartago. El

emperador era la suprema apelación en materia religiosa. No existía otra.

Osio y los arrianos

Nada se conoce de la actuación de Osio hasta el año 325, fecha del Concilio

de Nicea. M. Sotomayor cree que es probable que permaneciera todo el tiempo

junto a Constantino y que fuera ya su consejero principal en la legislación

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religiosa, muy numerosa, de estos años, y favorable al cristianismo, como las

disposiciones en favor del clero, la concesión de inmunidad eclesiástica, la

creación de tribunales para las causas de los laicos, las medidas contrarias a

los cismas y a las herejías, la restitución de los bienes a la Iglesia, y la

exención de las cargas públicas a los clérigos. Es hipótesis muy aceptable,

pues, en un problema concreto, la constitución referente a la manumisión de

los esclavos en la Iglesia fue redactada personalmente por Osio.

Constantino nombró a Osio presidente del Concilio de Nicea, sin duda por

haber sido su consejero en los años anteriores en asuntos religiosos. No existe

otra explicación posible.

En el año 324 el patriarca de Alejandría, Alejandro, condenó a su presbítero

Arrio, que negaba la divinidad de Cristo. Defendía que había sido creado de la

nada, por lo tanto, había un tiempo en que no había existido y era mudable.

Constantino escribió a ambos litigantes, exhortándoles a la concordia. El

portador de la carta fue Osio, que se desplazó a Alejandría a lograr la paz (Eus.

Vita. Const. 2.68; Socr. HE. 1.7; Soz. HE. 1.16).

Constantino, para lograr la paz de la Iglesia, convocó en Nicea un Concilio, el

primero ecuménico de la Historia de la Iglesia. Eusebio ha descrito

detalladamente la inauguración. El emperador, en el centro de la sala, sentado

en un trono de oro, abrió el Concilio. Eusebio de Cesarea pronunció el discurso

de apertura. Constantino dirigió, quizás, unas palabras de salutación, animó a

los obispos a la concordia y dio la palabra al presidente del Concilio, Osio,

según Atanasio (Hist. arr. 42; Apol. de fuga 5). El emperador ofreció un

banquete a los asistentes, y proclamó su teología política: “Yo soy el obispo de

los de fuera”. Constantino no estuvo presente en las discusiones. El funcionario

de palacio, Filomeno, controlaba las votaciones. Constantino, sin proponer los

términos precisos, sólo intentó reconstruir la unidad de la Iglesia. Eusebio (HE.

III.8) menciona 250 participantes. Eustacio (Frag. 32) calculó 270 Padres

Sinodales. Constantino (Socr.HE. 1.9) y Atanasio (Apol. carr. 23) ascienden la

cifra a 300. Hilario de Poitiers da la cifra de 318 (Atan. Synod. 86). Casi todos

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los asistentes procedían del Oriente y de Egipto. De Occidente sólo

participaron Osio y dos delegados romanos, Bito y Vincenzo. El obispo de

Roma era muy viejo. Estuvo también presente el sofista Asterio (Ruf. HE. 1.5;

Soz. HE. 1.17, Socr. 1-8). Del Illirico llegó una decena de participantes. De

Persia vino un obispo, otro del Cáucaso, y algunos obispos del Ponto y de

Gothia. El Concilio fue verdaderamente ecuménico.

V.C. de Clercq, el mejor historiador de Osio, se plantea cuatro preguntas: La

idea de convocar un concilio ¿fue idea de Osio? ¿Presidió Osio el Concilio? Su

participación en el símbolo y en la aceptación del término homousios,

“consustancial” aplicado al Hijo. ¿Propuso Osio algunos de los cánones

disciplinares?

Constantino convocó el Concilio. Lógicamente, la idea de la convocatoria fue

promovida por el principal consejero en asuntos eclesiásticos, Osio, aunque es

muy probable que fuera, igualmente, promovida por el obispo de Alejandría.

El presidente del Concilio fue Osio, citado en primer lugar en todas las listas, lo

que indica que era de absoluta confianza de Constantino y su principal

consejero en asuntos eclesiásticos.

Se está mal informado sobre la elaboración del símbolo de Nicea. Parece que

varios obispos presentaron los símbolos de sus Iglesias. Uno de estos obispos

fue Eusebio de Cesarea, según propia afirmación. Ninguno de los símbolos fue

aceptado al no excluir suficientemente los errores de Arrio. Finalmente,

partiendo de estos símbolos, se aprobó un símbolo con tres expresiones que

condenaban las doctrinas de Arrio: Engendrado, no hecho. Consustancial al

Padre. Es dudosa la participación de Osio en la aceptación de estas tres

expresiones. Hay que admitir que fue decisivo su influjo en la tercera expresión,

“consustancial”, que fue el gran caballo de batalla en todas las disputas del S.

IV, como indican los historiadores Sócrates y Sozomeno, que continuaron la

Historia Eclesiástica de Eusebio de Cesarea, y que fueron testigos de las duras

luchas que narran, que hemos descrito en otros trabajos nuestros. Atanasio

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(Hist. arr. 42) y Filostorgio (Hist. ecl. 1.7), historiador arriano, confirman que

Osio fue el principal artífice de las definiciones contra Arrio en el Concilio.

V.C. de Clercq escribe que fueron los arrianos los que dieron pie a que los

Padres Conciliares, y el mismo Osio, introdujeran el término homousios como

el más claro contra los errores de Arrio. Esto se deduce claramente de lo que

cuenta Ambrosio, obispo de Milán (De fide 3.15), que escribió que Eusebio de

Nicomedia afirmaba que “decimos que es verdadero Hijo y no creado. Es como

confesar que es consustancial al Padre”. Leída esta afirmación de Eusebio, los

Padres Conciliares propusieron este término en el símbolo, al caer en la cuenta

de que lo tenían los adversarios para cercenar la cabeza de su nefanda herejía,

con la misma espada que ellos habían desenvainado. La fórmula afirmaba la

divinidad de Cristo. Atanasio (Hist. arr. 42; Apol. de fuga 5) atribuye un papel

importante a la discusión. Veintidós obispos votaron en contra, según

Filostorgio (HE. 1.8 a), y diecisiete, según Sozomeno (HE. II.20).

Arrio y dos obispos que le apoyaron, Segundo de Tolemaide y Teona de

Marmarice, fueron desterrados. Muchos obispos orientales, después de

celebrado el Concilio, se opusieron al término “consustancial”.

La influencia de Osio en la legislación disciplinar, muy probablemente, es

aceptable, al ser el presidente del Concilio y el consejero del emperador.

Varios cánones de Nicea recuerdan a otros de Elvira y de Arlés, que Osio,

estos últimos, con seguridad conocía. M. Sotomayor da la lista de este

parentesco: el canon 2 de Nicea y el 24 de Elvira, el 3 de Nicea y el 27 de

Elvira; el 5 de Nicea y el 53 de Elvira; el 9 y 10 de Nicea y el 76 de Elvira, el 17

de Nicea y el 20 de Elvira; el 5 de Nicea y el 16 de Arlés; el 15 y 16 de Nicea y

el 20 y 21 de Arlés; el 17 de Nicea y el 12 de Arlés. La influencia de los

cánones de Elvira en el de Nicea y, por lo tanto, en la Iglesia universal, fue

grande. Falló el intento de Osio de imponer el celibato a los obispos, a los

presbíteros y a los diáconos.

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Osio después de Nicea

Después de Nicea, Osio parece que se retiró una buena temporada a su sede

episcopal de Córdoba, y no participó en las luchas entre arrianos y seguidores

del credo de Nicea: condena de Atanasio, del 335, por los obispos orientales

reunidos en Tiro y en Jerusalem; nueva condena de Atanasio por el Concilio de

Antioquía, del 339. En 343 se reunieron en Tréveris, Atanasio, Máximo y Osio.

Poco después, los emperadores Constancio y Constante convocaron el

Concilio de Sárdica, para reunir a todos los obispos del Imperio.

Osio y el Concilio de Sárdica

Lo presidió Osio, que contaba más de ochenta años. La situación era

explosiva. El grupo de obispos antinicenos no cedía. Entre éstos, estaban

Usacio, obispo de Singidunum, en Mesia, y Valente, de Mursa, en Panonia. Los

obispos antinicenos obstaculizaban el Concilio, y planeaban llegar y retirarse

inmediatamente. Osio exhortó a los disidentes a presentar las quejas que

tuvieran contra Atanasio, al que se juzgaría con justicia; más aún, propuso que,

si continuaban rechazándolo, llevaría a Atanasio a España (Atan. Hist. arr. 44).

Los obispos orientales presentaron la exigencia de que los obispos

occidentales rompiesen la comunión con Atanasio y con los restantes

condenados, en Tiro (Soz. HE. 40), lo que sabía muy bien que no sería

aceptado.

El Concilio de Sárdica quedó así reducido a una reunión, fundamentalmente de

obispos occidentales. Se ha calculado que los participantes fueron unos

noventa. Cinco procedían de sedes hispanas: Anianus, de Cástulo (Jaén);

Florentius, de Mérida; Domitianus, de Astúrica Augusta; Castus, de

Caesaraugusta, y Praetextatus, de Barcelona.

La epístola sinodal (2) describe la personalidad de Osio, despreciado por los

seguidores de Arrio, al que califican de venerable anciano, dignísimo, de toda

reverencia por su edad, su confesión, su fe, tan largamente probada; por los

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trabajos que ha soportado para utilidad de la Iglesia. Se conoce otro

documento importante: el decreto emitido por los obispos arrianos, presentado

antes de retirarse del Concilio contra Atanasio y Osio, al que condenan por

comulgar con Marcelo de Ancira y con Atanasio, y por causa de Marco, al que

causó graves injurias siempre, y porque ha defendido con todas sus fuerzas a

todos los malos condenados justamente por sus crímenes; porque convivió en

Oriente con delincuentes y perjuros... Osio, defensor empedernido de

delincuentes, se vinculó desde el principio a éstos y otros semejantes,

alineándose así contra la Iglesia, y apoyando a los enemigos de Dios.

No se puede dar un juicio más demoledor sobre la personalidad de Osio. Las

calumnias entre unos obispos y otros eran frecuentísimas.

El juicio de Atanasio (Apol. de fuga 5), que le conoció y trató, es altamente

laudatorio: del gran Osio, varón verdaderamente santo, confesor de feliz

ancianidad, no es necesario que hable... No es un anciano desconocido, sino el

más y mejor conocido de todos. ¿Qué sínodo no dirigió? Hablando con

propiedad, persuadió a todos. ¿Qué Iglesia hay que no tenga los más bellos

recuerdos de su patrocinio? ¿Quién se le acercó entristecido que no se alejase

de él reconfortado? ¿Qué necesitado le pidió algo y se fue sin conseguirlo?

Los juicios que emitieron Sócrates –historiador laico de Constantinopla- y

Teodoreto de Cirro –obispo- en sus Historias Eclesiásticas, son altamente

laudatorios sobre la personalidad de Osio. Sócrates le presenta como obispo

de Córdoba, consejero, mensajero y enviado a Alejandría (HE. I.VII.1;

III.VII.11); presidente de los Concilios de Nicea 1 (HE. I.XIII.12); de Sárdica

(HE. II.XX.8); de Sirmio (HE. II.XXIX); desterrado y obligado a firmar la fórmula

de Sirmio (HE. II.XXXI.1-14). Teodoreto, obispo de Cirro, en su Historia

Eclesiástica (II.8.8), llama a Osio “venerable”, al que los años, la confesión y las

penas sufridas le hacían digno de todo honor y respeto. En el segundo párrafo

(HE. II.15.5), copia el texto de la Apología de Atanasio sobre Osio, ya

mencionada, que es aceptar las grandes alabanzas que el obispo de Alejandría

hacía sobre las virtudes de Osio.

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Los cánones del Concilio de Sárdica se deben a Osio o a su influjo. Tanto V.C.

de Clercq como M. Sotomayor acuden a los cánones de Sárdica para el

conocimiento de la personalidad de Osio que, según Isidoro de Sevilla (De vir.

ill. 4), fue el autor de muchos cánones. Osio casi siempre propone y razona

sobre los temas. Debido a su gran prestigio, los Padres Conciliares aceptaban

los temas y la redacción de Osio. Los cánones son documentos originales de la

mentalidad de Osio. Todos demuestran una gran moderación, amabilidad; una

constante solicitud por los pobres, por los afligidos y los oprimidos; un fuerte

sentido de la justicia y un espíritu de observación de la naturaleza humana.

Señalan los cánones, magníficamente, todas las grandes virtudes de la

personalidad de Osio.

La mayoría de los cánones se refieren a la disciplina eclesiástica, como a los

viajes de los obispos a la corte imperial para tratar asuntos eclesiásticos, a los

traslados de unos obispos de sede, al absentismo de las sedes y a la

ordenación. Los dos cánones más importantes son el tercero y el cuarto, que

se refieren a los procesos eclesiásticos entre obispos, y a la apelación a Roma.

En las Actas Conciliares, se hace constar expresamente la intervención de

Osio: “El obispo Osio dijo: También hay que prohibir esto: si en una provincia

un obispo tiene pleito con un hermano suyo en el episcopado, que ninguno de

los dos llame a obispos de otra provincia. Si algún obispo es juzgado en alguna

causa y piensa que tiene buenas razones para que esa causa se revise, si os

parece bien, honremos la memoria del santísimo apóstol Pedro: que escriban al

obispo de Roma los que examinan la causa o los obispos de la provincia

vecina. Si el obispo de Roma juzga que debe revisarse el juicio, que se revise y

determine para ello los jueces. Si aprueba el juicio y no cree que deba

revisarse, quedará confirmado. ¿Os parece bien así a todos? El sínodo

respondió: “Nos parece bien”. El obispo Gaudencio dijo: “Si os parece bien,

habrá que añadir a esta santa determinación los que sigue: cuando algún

obispo sea depuesto por los obispos de las sedes vecinas y alegue que va a

tratar el asunto en Roma, que no se ordene otro en lugar del que ha apelado

hasta que la causa sea sentenciada por el obispo de Roma... El obispo Osio

dijo: “Parece bien que, en el caso que un obispo sea acusado, juzgado por el

sínodo de los obispos de su región, depuesto de su grado y apele y acuda al

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obispo de Roma, si éste juzga que se debe revisar la causa, que se digne

escribir a los obispos de la provincia limítrofe para que sean ellos los que

examinen todo con su diligencia y decidan según la verdad. También podrá el

obispo depuesto, si así lo prefiere, pedir al obispo de Roma que envíe un

presbítero como legado suyo. El obispo de Roma podrá enviar, si quiere,

legados con su autoridad, que están presentes en la revisión del juicio por los

obispos. Si creen que bastan los obispos para poder poner fin al asunto, hará lo

que juzgase mejor en su sapientísimo juicio”.

M. Sotomayor concede importancia al canon quinto para conocer la

personalidad humana que señala la función social de los obispos. Dice así,

según las Actas: “El obispo Osio dijo: ...Es honesto que el obispo preste su

intercesión en favor de los oprimidos por alguna iniquidad, como por ejemplo, si

una viuda sufre o un pupilo es expoliado... Con frecuencia acuden a la

misericordia de la Iglesia las víctimas de la injusticia, y también los condenados

con motivo al exilio o a otra pena cualquiera. A todos éstos hay que ayudarles

y, sin duda, hay que interceder por ellos”.

También es significativa la decisión del Concilio de Sárdica de que no es lícito

ordenar, sin más, un obispo en las aldeas o pequeñas ciudades donde es

suficiente un solo presbítero. Porque no es necesario que haya allí un obispo,

con descrédito del nombre y autoridad.

Este canon sería aplicable, decenios después a los priscilianistas, que

ordenaban obispos en comunidades pequeñas.

El Concilio de Sárdica declaró a Atanasio y a los demás condenados,

inocentes, y depuso de sus sedes y condenó a los ya citados Ursacio de

Singiduno y Valente de Mursa.

Osio y los protagonistas del Concilio, Gaudencio de Naisso, Protógenes de

Sárdica, Massimino de Tréveri, y los legados romanos, hicieron aprobar a la

asamblea una legislación que justificaba la intervención del obispo de Roma.

También se prohibió recibir a los clérigos condenados en otras sedes. Sin

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embargo, el obispo de Roma podía recibir a los refugiados perseguidos que

apelasen a Roma. Mientras tanto, el obispo que apelaba podía mantener su

sede episcopal. El obispo de Roma se reservaba el derecho de nombrar los

jueces. Esta propuesta procedía de Osio. El proceso seguía las normas del

derecho imperial, que se convertía en modelo. Igualmente, condenó el Concilio

a los que separaban al Logos (Cristo) del Padre. La condena iba contra la

confesión de Antioquía y contra los subordinacionistas. Se condenaba también

a los que no reconocían al Hijo como verdadero Hijo y como Dios. Rechazaba

las tres hipóstasis, es decir, las tres sustancias, y aceptaba una única

hipóstasis, sustancia. El Hijo no era por adopción, sino engendrado desde la

eternidad. El Concilio afirmaba la unidad divina.

Osio y Protógenes de Sárdica propusieron al Concilio una nueva forma de fe,

según indican las dos cartas dirigidas al obispo de Roma, Julio, para completar

y concretar la fórmula de Nicea, debido al tiempo transcurrido y a los nuevos

problemas planteados por los arrianos. No parece que pueda considerarse

documento propio del Concilio. Atanasio, en el año 362, afirmó que en el

Concilio de Sárdica no se promulgó ningún símbolo. Algunos propusieron un

texto, que el Concilio rechazó.

Los orientales no admitieron el Concilio de Sárdica. Constancio favorecía

abiertamente el arrianismo. En Occidente tampoco tuvo mucho influjo. Al decir

de Gregorio Nacianceno, ningún concilio de la Historia de la Iglesia había

servido para nada, sino para poner las cosas peor de lo que estaban, como

sucedió con los Concilios de Nicea y de Sárdica. Con el arrianismo dentro del

Imperio acabó Teodosio I (CT.XVI.1.23), años 380 y 381.

Osio después del Concilio de Sárdica

Después del Concilio de Sárdica, Osio volvió a su sede de Córdoba. Contaba

más de noventa años. Liberio, obispo de Roma, le envió una carta

informándole de las claudicaciones de los obispos galos en Arlés, año 352,

ante las presiones de Constancio, condenando a Atanasio.

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Últimos años de Osio

Los seguidores de Arrio convencieron a Constancio de que era necesario

condenar nuevamente a Atanasio. La fuente principal para estos años es la

Historia de los arrianos (42-46) de Atanasio, que una vez más alaba la amistad

y refuerza la veneración que siempre tuvo por Osio. Se queja de que los

arrianos no respetan al venerable anciano, ya centenario, que era padre de los

obispos y confesor de la fe; ni su antigüedad, de más de setenta años, de

episcopado. Creían los arrianos que con su palabra y su fe era capaz de

persuadir a todos contra ellos, pues todos los sínodos que presidió, se

acomodaban a sus decisiones. Osio era muy hábil en persuadir a los

contrarios.

Constantino obligó a Osio a ir a Milán. Le pidió que condenase a Atanasio y

entrara en comunión con los arrianos. Osio se negó y persuadió al emperador.

Después se marchó a Córdoba. Los arrianos no cesaron en su empeño, y

Constantino envió varias cartas a Osio e intentó persuadirlo. Unas veces

adulándole y otras amenazándole. Atanasio insertó en su Historia de los

arrianos un documento original de Osio, dirigido a Constancio, que indica la

entrega del obispo cordobés. “Ya antes he confesado la fe, cuando comenzó la

persecución bajo tu abuelo Maximiano. Y si tú me persigues, también ahora

estoy dispuesto a soportar todo lo que sea necesario o a verter mi sangre

inocente para dar testimonio de la verdad. No comprendo cómo puedes escribir

y amenazar así. No escribas más de esa manera, no apoyes las opiniones de

Arrio, no hagas caso a los orientales ni creas a los de Ursacio y Valente. Lo

que ellos hablan no lo dicen por causa de Atanasio, sino por su propia herejía.

Créeme a mí, Constancio, que soy tu abuelo en edad. Estuve en el Concilio de

Sárdica cuando tú y tu hermano, de feliz memoria, nos reunisteis... ¿Por qué

oyes de nuevo a los detractores de Atanasio? ¿Por qué soportas a Ursacio y

Valente, si hicieron entonces penitencia y confesaron por escrito que lo habían

calumniado? Y confesaron sin ser coaccionados con violencias, como dicen;

sin soldados que les urgiesen, sin que nada supiese tu hermano, que con él no

se usaban, ni mucho menos, estos métodos que se usan ahora. Marcharon a

Roma espontáneamente y escribieron su confesión en presencia del obispo

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con sus presbíteros. Y antes habían escrito ya a Atanasio una carta amigable y

pacífica. Arguyen de violencia y reconocen que la violencia es mala. Tú

tampoco la apruebas. Pues entonces no la emplees, no envíes cartas y

legados, deja libres a los exiliados. Si no, reprochas la coacción y ellos sufren

mayor. ¿Cuándo obró así Constante? ¿Qué obispo tuvo que ir al exilio?

¿Cuándo se entrometió en un litigio eclesiástico? ¿Qué palatino suyo obligó

nunca a nadie a firmar contra otro, para que digan semejante cosa los de

Valente? Cesa ya, te lo ruego, y acuérdate de que eres hombre mortal. Teme al

día del juicio. Consérvate limpio para esa ocasión. No te metas en los asuntos

eclesiásticos. En este terreno no debes darnos órdenes, sino aprender de

nosotros. A ti te ha dado Dios el Imperio; los asuntos de la Iglesia nos los confió

a nosotros. El que usurpa tu poder se opone a la disposición de Dios. Pero, si

tú haces lo mismo con el de la Iglesia, eres culpable de gran crimen. Está

escrito: “Dad al césar lo que es del césar y a Dios lo que es de Dios”. Ni a

nosotros, por tanto, nos es lícito gobernar en lo terreno, ni tú, ¡oh, emperador!,

tienes potestad de ofrecer. Me estoy ocupando de tu salvación cuando escribo

todo esto. Sobre lo que me has escrito, éste es mi pensamiento: yo no me uno

a los arrianos y además anatematizo su herejía; ni voy a escribir contra

Atanasio, declarado ya inocente por nosotros, por la iglesia de los romanos y

por todo el sínodo. Tú mismo lo viste así, y, en consecuencia, lo llamaste y

dispusiste que volviese con honor a su patria e iglesia... Cesa, pues,

Constancio, te lo ruego; hazme caso, porque es esto lo que yo debo decirte, y

lo que tú no debes despreciar”.

Según la descripción de Atanasio, se mantuvo firme y escribió a otros obispos,

animándoles a dar la vida antes que traicionar la fe. Les ponía Osio, como

ejemplo, a Atanasio, al obispo de Roma, Liberio, y a otros muchos. Constancio

intentó que otros partidarios de Osio firmaran la condena, sin conseguirlo.

Constancio llamó a Osio a Sirmio, y le retuvo durante un año. Según Atanasio,

tanta fue la violencia que empleó, tanto tiempo lo retuvo que, abrumado, aceptó

la comunión con Ursacio y Valente, aunque no aceptó nunca firmar condena de

Atanasio. Ni siquiera le dejó tranquilo. Pronto corrió la voz que Osio había

firmado la fórmula heterodoxa de Sirmio, del año 357, que rechazaba el término

“consustancial” y se afirmaba que el Padre es mayor que el Hijo.

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V.C. de Clercq y M. Sotomayor son de la opinión de que Osio firmó la fórmula

de Sirmio porque ya no era libre de hecho. Se ignora cuándo y dónde murió

Osio.

Atanasio defendió la apostasía de su amigo Osio, debida a la debilidad de su

edad, de más de cien años. El Libellus precum (9-10), escrito en 384, dirigido al

emperador Teodosio I, redactado por dos presbíteros romanos, Marcelino y

Faustino, presenta una versión de la muerte de Osio, que la crítica no acepta:

“Llamado Osio por el emperador Constancio, a causa de la querella de Potamio

(obispo de Lisboa), aterrorizado por las amenazas, y temiendo a su edad

padecer el destierro y perder sus riquezas, se entrega a la impiedad, y al cabo

de sus años prevarica en la fe y vuelve a España con mayor autoridad, y con el

encargo terrible del emperador de mandar al destierro a cuántos no quieran

comunicar con el en su prevaricación.

Un fiel mensajero llevó a oídos del santo y constantísimo obispo de Elvira,

Gregorio, la apostasía de Osio. Aquel, con los ojos fijos en la fe y en el juicio

divino, se negó a participar en ella. Pero Osio, quien, después de su caída, no

podía sufrir la firmeza inquebrantable del que defendía su fe, cita a los

tribunales públicos a Gregorio, esperando poderle doblegar con los mismos

tormentos a que él cedió. Era a la sazón vicario (de España) Clementino, quien

por insinuación de Osio y mandato general del emperador, instó oficialmente a

San Gregorio a que compareciera en su presencia en la ciudad de Córdoba...

Osio, al intentar dar la sentencia, tuerce la boca, dislocándose al mismo tiempo

la cerviz, cae de su estrado en tierra, y espira, o, como otros dicen, enmudeció.

De allí se le saca como muerto”.

Osio, en Occidente, fue olvidado como hereje. Su nombre fue borrado de los

dípticos de su Iglesia de Córdoba. Ningún calendario hispano le menciona. La

Iglesia griega, al contrario, en sus calendarios, le veneran como santo.

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BIBLIOGRAFÍA

V.C. de Clercq, Ossio of Cordova, Washington, 1954

V. Domínguez del Val, Osio de Córdoba, Rev. Esp. Teol. 18, 1958, 141-165,

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J. Fernández Ubiña, Osio de Córdoba, el Imperio y la Iglesia del siglo IV,

Gerión 18, 2000, 475-508.

Ch. Pietri, Storia del cristianesimo. Religione-Política-Cultura. La nascita di una

cristianità (250-430), Roma, 2000, 266-279, 291-292, 294, 313-314.

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DÁMASO

Niñez y juventud

Fue obispo de Roma del 366 al 384. El Liber pontificalis, que recoge una serie

de noticias biográficas que, en la parte primera, va de Pedro a Silverio (536-

537), compuesto bajo Vigilio (537-555), le considera de origen hispano. Su

padre era un clérigo de Roma que murió siendo joven Dámaso. Su madre,

Laurentia, pertenecía al orden de las viudas (Epigr. 10). En tiempos del obispo

de Roma Liberio (352-366), era diácono, y fue acusado de haber apoyado al

antipapa Félix, impuesto por el emperador Constancio en lugar de Liberio, que

fue desterrado (365). Era dueño de un pequeño patrimonio rural en la Italia

central.

Las luchas por el episcopado de Roma

El destierro de Liberio motivó la polémica elección de Dámaso a la sede

episcopal de Roma, que ocasionó una gran violencia asesina. El historiador

cuenta con fuentes contemporáneas –paganas y cristianas- de primer orden,

que describen cómo obtuvo Dámaso la sede episcopal de Roma.

El último gran historiador de Roma, Ammiano Marcelino, pagano, pero no

anticristiano (XXVII.3.11-15), describe la simultánea elección de Dámaso y de

Ursino a la sede romana, en los siguientes términos: “Su sucesor fue Vivencio,

quien previamente había sido cuestor del palacio imperial, persona íntegra y

prudente, nacida en Panonia. Su administración se desarrolló de forma

tranquila y pacífica, sin que faltase ningún tipo de abastecimiento. Pero también

él se vio inmerso en el terror de cruentas sediciones populares provocadas por

el siguiente hecho. Dámaso y Ursino, deseosos por encima de cualquier límite

humano de apoderarse de la sede episcopal, se enfrentaban de manera

violentísima por sus aspiraciones opuestas. Como los partidarios de uno y otro

habían llegado a enfrentamientos que provocaban heridos y muertos, Vivencio,

que se veía incapaz de frenar o de mitigar este proceso, se retiró a una

residencia fuera de la ciudad obligado por la violencia. En el enfrentamiento

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resultó vencedor Dámaso por la fuerza del partido que le apoyaba. Es un dato

cierto que en la basílica de Sicinino, en donde hay una asamblea de rito

cristiano, en un solo día se descubrieron 137 cadáveres de personas que había

perecido y que la plebe que había estado largo tiempo enfierecida fue después

calmada con dificultad.

Y no niego yo, teniendo en cuenta el fasto de la vida de la Urbe, que cuantos

aspiran a disfrutarlo tengan que luchar con todas sus fuerzas para alcanzar lo

que desean, puesto que una vez que hayan logrado su objetivo, vivirán tan

libres de preocupaciones que podrán enriquecerse gracias a las ofrendas de

las matronas, podrán presentarse en público sentados en carruajes y ricamente

vestidos y podrán organizar banquetes más fastuosos que los de los reyes.

Pero podrían ser verdaderamente felices si, despreciando la grandeza de la

Urbe con la que encubren sus vicios, vivieran imitando a algunos obispos de

provincias a quienes la moderación en la comida y en la bebida, la simplicidad

de su vestido y sus ojos entornados mirando siempre al suelo recomiendan por

su honestidad y buenas costumbres a la eterna divinidad y a sus verdaderos

adoradores”.

El último párrafo describe la vida fastuosa de Dámaso siendo obispo de Roma.

El documento cristiano se lee en los Gesta inter Liberium et Felicem. Es el

documento mejor informado y que describe los terribles sucesos más

minuciosamente. Coincide con Ammiano Marcelino en lo fundamental. La

descripción de los hechos es favorable a Ursino. La historiografía moderna le

reconoce documento de valor histórico.

Comienzan los Gesta mencionando el destierro a que fueron condenados por

Constancio muchos obispos contrarios a Arrio: Atanasio, Liberio de Roma,

Eusebio de Vercelli, Lucifer de Cagliari, Hilario de Poitiers. Dámaso simuló

acompañar a su obispo Liberio, pero después huyó durante el viaje y volvió a

Roma. En la capital se comprometieron el pueblo, el clero y Dámaso que,

mientras viviera Liberio, no tendrían otro obispo. El clero, sin ningún derecho,

aceptó al archidiácono Félix en el puesto de Liberio. Al pueblo desagradó esta

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elección y se negó a participar en el desfile. Dos años después visitó

Constancio Roma y el pueblo intercedió por Liberio. El emperador le prometió

que volvería del destierro. Al tercer año, Liberio volvió. El pueblo le recibió con

gran alegría, mientras Félix, estigmatizado por el senado y el pueblo, fue

expulsado de la ciudad. Poco después apoyado por el clero, Félix intentó

instalarse en la Basílica de Julio, en el Trastevere. El pueblo y los senadores le

expulsaron. Ocho años después, en 365, Liberio murió. Los presbíteros y

diáconos, Ursinio, Amancio y Lupo, y el pueblo partidario de Liberio durante el

destierro, comenzaron a reunirse en la Basílica de Julio, y pidieron que el

diácono Ursino fuera ordenado obispo en sustitución de Liberio. Pero el partido

contrario, reunido en Lucina, reclamó en el puesto de Félix a Dámaso.

Éste siempre había ambicionado el episcopado, y se enteró de la propuesta.

Contrató a sueldo a todos los cocheros de las cuadrigas, a la plebe inculta, y,

armados con bastones, irrumpieron en la Basílica de Julio. Durante tres días

mataron a los fieles allí reunidos. Siete días después Dámaso, acompañado de

todos los perjuros y de los gladiadores que había comprado con grandes

sumas de dinero, ocupó la Basílica de Letrán y allí fue ordenado obispo.

Mediante el soborno del juez de la ciudad, Vivencio, y del prefecto de la

Annona, Juliano, logró que Ursino, ordenado ya obispo, fuera desterrado en

compañía de Amancio y de Lupo. Después, Dámaso comenzó a reducir con

bastonazos y matanzas a la plebe romana que no quería entregarse. Se

esforzó por desterrar de Roma a siete presbíteros, y los llevó a la Basílica de

Liberio.

Dámaso reunió mediante perfidias a los gladiadores, a los cocheros de las

cuadrigas, a los sepultureros y a todo el clero con hachas y bastones, y sitió la

Basílica en octubre del 366 y provocó una gran batalla. Forzaron e incendiaron

las puertas para entrar. Algunos acompañantes destruyeron el techo de la

Basílica y asesinaron al pueblo a pedradas. Después, los partidarios de

Dámaso irrumpieron en la Basílica y asesinaron a 160 del pueblo, hombres y

mujeres, e hirieron a muchos, que murieron. Ninguno de los partidarios de

Dámaso murió. A continuación, la plebe cantó salmos en honor de los difuntos.

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La plebe reunida en la Basílica de Liberio pidió al emperador que volvieran a

Roma todos los obispos; que se abriese una inspección de lo sucedido.

Dámaso había causado cinco guerras, que se le expulsase.

El autor de la Gesta indica que era amado de las matronas y se le llamaba

“chulo de señoras”.

Enterado el emperador Valentiniano de lo sucedido, permitió el retorno de los

desterrados. Volvieron, en 367, Ursino y los diáconos Amancio y Lupo, a los

que la plebe recibió con alegría. Dámaso sobornó a todo el palacio imperial

para impedir que sus crímenes llegaran a oídos del emperador. El emperador,

ignorante de lo sucedido, ordenó por edicto mantener a Ursino en el destierro.

Ursino se encaminó de nuevo al destierro. El pueblo, sin temer al emperador ni

a las autoridades de Roma, se reunió en los cementerios de los mártires.

Dámaso irrumpió y mató a muchos. Este suceso desagradó mucho a los

obispos de Italia. Dámaso invitó a muchos obispos a la fiesta de su aniversario.

Algunos acudieron, a los que suplicó mediante dinero, que condenasen a

Ursino. Los obispos se negaron.

Esta descripción detallada señala, bien, algunos de los graves problemas de la

Iglesia del S. IV: la lucha por alcanzar el episcopado, debido a los honores,

riquezas y privilegios de que gozaba. Estas luchas no retrocedían ni ante

batallas campales entre los partidarios ni ante asesinatos ni ante los sobornos,

incluso a la corte imperial. La intervención del emperador en estas luchas

llevaba al destierro al partido perdedor. Dámaso era un hombre ansioso de

poder eclesiástico y de riqueza.

Como muy bien indica R. Teja, alguna disposición del emperador va contra

esta avaricia de dinero del clero romano (CT. XVI.2.20), que prohíbe al clero

romano aceptar herencias. Dámaso era un hombre sin escrúpulos para

cometer crímenes con el fin de lograr sus deseos. Tampoco era muy cristiana

la vida que llevaba.

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Una tercera versión es la de Rufino (HE. III.10), favorable a Dámaso, que

completa los acontecimientos de la primera versión de un pagano, y la segunda

favorable a Ursino. Es la siguiente: “Después de Liberio ocupó el pontificado en

la ciudad de Roma Dámaso, por sucesión directa. Pero un cierto Ursino,

diácono de la misma iglesia, no soportando que Dámaso hubiese sido preferido

a él, explotó con tanto furor que se hizo consagrar obispo en la basílica

denominada de Sicinino. Había persuadido para ello a un obispo, muy

inexperto y poco instruido, y había reunido una banda de gente turbulenta y

bastante sediciosa, transgrediendo de este modo toda ley, orden y tradición.

Por todo ello surgió una rebelión tan fuerte y se produjeron enfrentamientos tan

apasionados, pues la población apoyaba al uno o al otro, que incluso los

lugares de oración se llenaron de sangre humana. Todo esto, debido también

al apoyo prestado por el prefecto Maximino, un hombre de naturaleza feroz,

terminó por transformarse en hostilidad abierta contra el obispo bueno e

inocente, hasta el punto que se llegó a someter a tortura a los clérigos. Pero

Dios, que apoya la inocencia, intervino y, de este modo, el castigo recayó sobre

la cabeza de aquellos que habían tramado esta serie de engaños”.

Dámaso y la evolución del papado

Dámaso, con Inocencio I y León, contribuyó a la evolución del papado. Declaró

a Roma sede apostólica, pero este nombramiento carecía de valor, pues las

principales Iglesias se habían declarado mucho antes sedes apostólicas.

Dámaso y el culto a los mártires

Se desconoce el influjo de Dámaso en la liturgia. Intervino en la organización

del culto a los mártires. Colocó sus composiciones poéticas sobre las tumbas

de los mártires. La poesía de Dámaso tiene las características de la epigrafía

funeraria y epigráfica. Demuestra una calidad literaria de primer orden, con

influjos virgilianos. La poesía de Dámaso influyó en todos los grandes literatos

cristianos del S. IV; en Prudencio, Paulino de Nola, Ambrosio, Jerónimo y en

Agustín.

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Desarrolló el culto en la mayoría de los cementerios comunitarios, a excepción,

quizás, de la Vía Latina. Se organizaron los talleres de San Clemente y Santa

Pudenciana. Construyó un baptisterio en San Pedro.

Política exterior

También intervino Dámaso en los acontecimientos fuera de Roma. Entre los

años 368-372 reunió al episcopado seguidor del credo de Nicea y condenó

nuevamente a Aussencio de Milán. En el año 378, un concilio celebrado en

Roma, solicitó que el emperador, directamente, juzgase al obispo de Roma en

materia penal. Esta solicitud evitaba la intervención del Concilio de Aquileya

(381), organizado por Ambrosio de Milán. Dámaso envió a las Galias la primera

decretal de un obispo de Roma. Trataba problemas de disciplina eclesiástica,

que habían consultado. Se negó a recibir a Prisciliano, al igual que Ambrosio,

posiblemente por ser un obispo huido de su metropolitano, que no había

asistido a su consagración episcopal.

Dámaso también intervino en los asuntos del Oriente. Entró en comunión con la

Iglesia de Paulino de Antioquía, orillando a Melecio, que apoyaba a Basilio de

Cesarea. Rompió con el sacerdote de Antioquía, Vital, que favorecía las ideas

de Apolinar de Laodicea, autor de la primera gran herejía cristológica, nacido

en Siria en torno al 310, íntimo amigo de Atanasio, obispo de Laodicea en el

año 361, escritor fecundo, luchador infatigable junto a Basilio de Cesarea y

Atanasio contra los arrianos, defensor de una única unidad real y biológica de

Cristo, que unía directamente la divinidad con su cuerpo, y forma una sola

naturaleza.

Convocó Dámaso un concilio en Roma, en 377, que publicó un volumen en que

se rechazaban las ideas de Apolinar de Laodicea y de las pneumatoquias

(contra el Espíritu). En el año 380, el emperador hispano Teodosio publicó un

edicto (CT. XVI.1.2), que vinculaba la unidad católica con la comunión con

Dámaso y con Pedro de Alejandría. En 382 Dámaso reunió un concilio en

Roma, en el que, por vez primera se vinculaba la frase dicha por Jesús a Pedro

(Mt. 16.18) con el primado romano. Esta teoría no la aceptó nadie.

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El canon 28 del Concilio de Calcedonia, celebrado en 451 y que reunió unos

seiscientos obispos, estableció dos primados de honor, no de jurisdicción: el de

Roma, por haber sido la antigua capital del Imperio, y el de Constantinopla, por

serlo en la actualidad. De Pedro no se acordó nadie.

Himero, obispo de Tarragona, dirigió una carta a Dámaso consultándole

algunos puntos de disciplina eclesiástica. Muerto Dámaso, le contestó su

sucesor Sinicio. Es la primera decretal conservada de Roma. Los asuntos

tratados iluminan la situación de la Iglesia hispana en la que vivió Prisciano.

Estos asuntos son los siguientes: no rebautizar a los bautizados por los

arrianos. Este problema enfrentó a Cipriano con Esteban, obispo de Roma;

sobre los apóstatas, que sean sometidos a penitencia si se convierten; sobre

los monjes y monjas, que no guardan entre ellos la castidad y que tienen hijos,

había que arrojarles de la comunidad monástica y de las reuniones

eclesiásticas, y meterlos en la cárcel. El problema fue frecuente en la Iglesia

primitiva, y fue abordado por Atanasio en su Carta a las vírgenes que fueron a

Jerusalem y volvieron, y por Juan Crisóstomo, poco después de ser

consagrado patriarca de Constantinopla, en la carta pastoral que lleva por título

Virgenes subintroductae. En la segunda Carta trata el mismo tema. Compara

las casas donde viven con burdeles; sobre los jóvenes que entran al servicio de

la Iglesia; no bautizar, salvo casos de necesidad, fuera de Pascua o

Pentecostés; prohibición de romper los esponsales para contraer otras nupcias;

no reconciliar los pecadores graves admitidos una vez a la penitencia y

culpables de reincidir, salvo a la hora de la muerte; prohibición del celibato

eclesiástico; prohibición de ordenar a hombres casados muchas veces, o

esposos de viudas, o admitidos a la penitencia; admisión de monjes al clero,

pero no al episcopado. El monacato era frecuentemente cantera de obispos.

Sinicio coloca las decretales romanas al mismo nivel que los decretos de los

concilios.

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Traducción de las Sagradas Escrituras al latín

Dámaso tuvo como secretario a Jerónimo, que por indicación suya tradujo las

Sagradas Escrituras al latín, traducción llamada Vulgata, usada hasta la

Reforma Protestante, y en la Iglesia Católica, hasta la actualidad.

BIBLIOGRAFÍA

Ch. Pietri, Roma Christiane. Recherches sur l’Église de Rome (311-440),

Roma, 1976, I, capítulos VI-X.

J. Fontaine, Naissance de la poésie dans l’Occident chrétien, París, 1981, 111-

125.

R. Teja, El cristianismo primitivo en la sociedad romana, Madrid, 1990, 185-

192.

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OROSIO

Según Genadio (De viris ill. XXXIX, compuesto en torno al 500), Orosio era

presbítero hispano. Avito de Praga, en Gallaecia, le llama “mi presbítero”, y

como la invasión bárbara del 409-412 afectó a Gallaecia, se ha decidido que

Orosio nació en la zona de Braga. Se desconoce el año de su nacimiento;

habrá que colocarlo entre los años 375 y 380, ya que, según la citada decretal

de Siricio, en España no se podían ordenar presbíteros antes de haber

cumplido los 30 años.

El primer dato sobre su vida es del año 414, cuando llegó a Hipona, ciudad de

la que era obispo Agustín. En 415, por consejo de éste, marchó a Palestina y

visitó a Jerónimo. Se vio implicado en la controversia anti-pelagiana por

imprudencia del monje de Belén. En el año 416 volvió a Occidente, trayendo la

preciada reliquia del cuerpo de Esteban el protomártir (Hch. 6.8-15; 7.53-60).

Desembarcó en Menorca con la reliquia. Con esta llegada se obligó a la

floreciente comunidad judía de la isla a bautizarse, siendo la primera

conversión judía forzada conocida en la Historia (Ses. De Min. Migne XX.752).

En este mismo año volvió a Hipona, y entre 416 y 417 se dedicó a redactar su

obra Historias contra los paganos, por encargo de Agustín.

Obras

Orosio compuso tres obras: Commonitorium de onore Priscillianistarum et

Origenistarum, que es un breve tratado que envió a Agustín contra las herejías

de Prisciliano y de Orígenes, tal como se habían difundido en España. La

segunda obra es el Liber apologeticus contra los pelagianos, que es la única

fuente sobre la citada reunión de Jerusalén del 415, bajo la presidencia del

obispo Juan, donde se discutieron las ideas de Pelagio, estando él presente. La

tercera obra es la Historiarum adversus paganos libri VII, que es la principal

obra de Orosio y la más antigua Historia Universal cristiana.

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Concepción de Orosio de la Historia

La finalidad de las tres Historias, desde los orígenes a la Edad Contemporánea,

era apologética. Mientras el cristianismo fue desconocido, reinó en el mundo la

muerte. Con el nacimiento de Cristo, la muerte quedó paralizada, y con el

triunfo del cristianismo, encadenada. Cuando gobernó no existió más la muerte.

Naturalmente, esto último sucedería después de la venida del Anticristo y del

Juicio Universal.

Orosio recuerda a los cristianos que el mundo no es la verdadera patria. Orosio

considera al Imperio Romano el último de los reinos de la tierra. Todo lo que

acaece en el mundo es guiado por la divina providencia, a la que debe el

hombre remitirse continuamente. El mal siempre es reconducible.

Orosio comienza sus Historias con una descripción del Orbe. Se suceden en el

gobierno del mundo los cuatro imperios universales. Roma es para Orosio el

gozne de la Historia del mundo.

Al componente cristiano que Orosio da a la Historia, añade un componente

romano. A partir de Pirro, la Historia Romana ocupa el primer lugar. Orosio

insiste en que la Historia del pasado está más llena de calamidades que la del

presente.

Orosio tiene una concepción universalista de la Historia. Un concepto universal

de la Historia tuvieron Herodoto y Polibio. Eforo, en torno al 540 a.C., tuvo

también un carácter universalista de la Historia. El siciliano Diodoro Sículo

pretendió, al igual que Orosio, hacer una Historia desde los orígenes a su

tiempo. Para Trogo Pompeyo, conocido por el Epítome de Justino, la Historia

actúa bajo un plano bien preciso. Los destinos de los grandes imperios de los

asirios, de los medos, de los persas y de los macedonios, son una línea

fundamental del proceso histórico. El apéndice serían los partos y el Occidente.

La Historia romana la trata el historiador galo sólo marginalmente. No existía en

esta Historia el concepto, como entre los cristianos, de un desarrollo lineal de la

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Historia y un fin, sino una visión cíclica. Sesto Julio Africano escribió la primera

Chronographia cristiana, desde los orígenes al 220. Es un cuadro sinóptico de

datos, muy leído en el Oriente griego. Más creativa es la Crónica de Eusebio,

que comienza con Abraham y va hasta su época. Sulpicio Severo concede una

importancia a la Historia de la salvación, y da poca importancia a la Historia

profana.

Orosio no sólo tiene una concepción teológica de la Historia, sino,

principalmente, le da una finalidad apologética. Las Historias se dirigen

principalmente a los paganos y a los cristianos escépticos y que dudan. Orosio

presenta la argumentación de Agustín, preferentemente teológica, en los

sucesos de la Historia profana. Por esta razón, los pensamientos teológicos

son escasos en la obra de Orosio. También, las citas bíblicas son raras. Los

paganos, a través de sus filósofos, llegaron a la creencia en Dios. Orosio se

pregunta por qué Dios ha permitido tantas calamidades; responde que la

humanidad, en principio, fue creada para la paz, pero abusó de la bondad del

Creador. El historiador dejó bien claro que la feroz persecución contra los

cristianos retrasó el triunfo del cristianismo. Orosio conocía bien la situación del

paganismo en su tiempo, que no había desaparecido a pesar de los edictos de

Teodosio: en 381, contra los paganos y apóstatas (CT. XVI.7.1-2); en 385,

contra el paganismo (CT. XVI.10.9); en391, prohibición de las ceremonias

paganas en Roma (CT. XVI.10.10); extensivas a Egipto (CT. XVI.10.11);

prohibición de hecho del paganismo (CT. XVI.10.12). Ataca a Apolo y a las

Vestales; a los espectáculos, que eran rituales en honor de la Triada Capitolina,

Júpiter, Minerva y Juno, en principio. La polémica de Orosio se dirige,

principalmente, a los paganos, y no a las personas cultas.

Fuentes de las Historias de Orosio

La principal es la ya mencionada de Trogo Pompeyo. No leyó a muchos

autores que nombra. No conoció a los historiadores griegos, pues, muy

probablemente, desconocía el griego. Algunas fuentes las debió citar de

memoria, como las Sagradas Escrituras, Virgilio, Cicerón, Ovidio o la Ciudad de

Dios.

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Para el Oriente, la fuente principal fue Trogo Pompeyo. En el libro primero se

rastrean huellas de la Biblia y, posiblemente, de Tácito. Algunas noticias deben

remontar a la Crónaca de Eusebio, en la versión de Jerónimo, que fue el

modelo para el libro VII. No es seguro que fuera utilizada para los libros I-VI. No

coincide exactamente, por lo que se ha supuesto que utilizó una edición

abreviada, hecha por monjes egipcios.

Para la Historia de Roma, libros II, 4, las fuentes principales fueron Trogo

Pompeyo y Livio. Para los libros VI-VII se ha pensado en un compendio de

Livio. Además de Eutropio, Floro, y el autor de las Periochae, aunque en las

Historias de Orosio se leen datos que no aparecen en estos tres últimos

historiadores. Igualmente, hay divergencias con Livio. Las fuente principales

para el período 9 a.C.-378, son Jerónimo y Eutropio, y Rufino para el libro VII.

Para los libros VI.21 y VII.3-10, las fuentes podrían ser, además de Eutropio y

Rufino, Suetonio y Tácito. Para la Historia contemporánea, a partir del 379,

Orosio se pudo basar en informaciones orales o en datos conocidos por él.

Orosio y Agustín

Agustín lo silenció, muy probablemente, por no estar de acuerdo con su visión

de la Historia. Solo le cita una vez.

Agustín desconoce la teoría de los cuatro imperios, que según la divina

providencia, gobernaron sucesivamente el mundo. En Agustín no se

encuentran huellas de la llamada teología de Augusto. Tampoco admite el

obispo de Hipona la aceptación incondicional del Imperio Romano. Agustín no

se plantea el problema de los bárbaros. Orosio no se hace intérprete del

pensamiento de Agustín. Se ha explicado el silencio de Agustín como un

rechazo del pensamiento de Orosio. Como A. Lippold indica, podría deberse a

que Agustín se dirige a gentes interesadas en problemas teológicos y

filosóficos, y Orosio, en los paganos y a gentes no necesariamente cultas.

Agustín muestra una distancia de Roma; Orosio, todo lo contrario.

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La diferencia profunda entre Orosio y Agustín, es que el primero es optimista y

el segundo, pesimista, como lo fueron los contemporáneos Jerónimo y

Ambrosio. Desde Jesús y Pablo hasta finales del S. IV, todos fueron optimistas,

los escritores del Nuevo Testamento, los apologistas, la escuela de Alejandría

–con Clemente y Orígenes-, todos los Capadocios, y Pelagio. A finales del S.

IV, este optimismo desapareció.

Agustín, que es uno de los grandes colosos del cristianismo que ha influido

poderosamente en Occidente hasta el S. XXI, acabó siendo un sombrío

determinista, próximo a Calvino en lo referente a la salvación; un anti-

intelectual que odiaba la cultura clásica; él, que había sido profesor de cultura

en Cartago. También se convirtió en un maniático sexual, todo lo contrario al

Nuevo Testamento, donde no se lee ningún rechazo a la sexualidad humana, ni

ninguna valoración de la castidad. Su mortal enemigo, Juliano de Eilanum,

obispo cultísimo, defensor de Pelagio, le acusó de púnico y de maniqueísmo. El

saqueo de Roma del 410, hizo una profunda impresión en todos los

contemporáneos, que nunca dirigieron esta destrucción.

Difusión de las Historias contra los paganos

De las Historias se conservan más de 200 manuscritos medievales. Con la

Cronaca de Jerónimo, son las obras más leídas en el Medioevo para el

conocimiento de la Antigüedad.

Las Historias de Orosio fueron muy leídas durante toda la Edad Media hasta el

Renacimiento.

Las Historias de Orosio fueron muy consultadas poco después de su muerte.

Posiblemente, lo fueron por Próspero de Aquitania, seguido de Agustín; casi

ciertamente por Simmaco, en torno al 500, por Cassiodoro y por Jordanes, en

su Historia de Roma; por Marcelino Comes y por Gregorio de Tours, en el S.

VI, y en el S. VII por Beda, monje anglosajón; por los cronistas posteriores y

por Paolo Diácono; por la Cronaca, en torno al 830, de Frechulfo de Liseuse;

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por Otón, obispo de Frisinga, el mayor historiador de la época; por Onorio de

Augustodino y por Godoffredo de Viterbo, de finales del S. XII.

Lectores de Orosio fueron las grandes figuras de Juan de Salisbury, Dante y

Petrarca. En el S. IX se tradujeron libremente las Historias al anglosajón. En el

S. X, el califa de Córdoba se hizo traducir las Historias. En 1471 se publicó la

primera impresión. Entre 1471 y 1738 se editaron 25 ediciones. Hasta el S.

XVIII, Orosio fue valorado por los eruditos. A partir de la primera mitad del S.

XIX, su valoración fue negativa. En la Historiografía moderna, Orosio tuvo poco

eco. Lo estudiaron los filólogos. Después de la Segunda Guerra Mundial, el

interés por Orosio como historiador, revivió.

BIBLIOGRAFÍA

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F. Fabbrini, Paolo Orosio. Uno storico, Roma, 1979.

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Crist. XIX, 2002.

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M. Sotomayor, Historia de la Iglesia en España. I. La Iglesia en el España

romana y visigoda, Madrid, 1979, 337-347.

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PRUDENCIO

Es el mayor poeta cristiano de la Antigüedad Tardía y el que más influjo tuvo

después. Su nombre completo era Aurelio Prudencio Clemente. Los datos

seguros sobre su vida se leen en el Prefacio que puso al comienzo de sus

obras. Otras noticias sueltas se pueden encontrar en sus poesías,

Peristephanon, Apotheosis, y Contra orationem Symmachi.

Nació en el año 348. El poeta afirma en Apoth. 449-453 que su niñez coincidió

con el gobierno de Juliano el Apóstata (361-363). Durante mucho tiempo se ha

supuesto que nació en Caesaraugusta (Zaragoza), pero hoy día se cree que el

lugar de nacimiento fue Calagurris (Calahorra). Se piensa que nació en una

familia acomodada cristiana, ya que nunca habló en todas sus poesías de su

conversión. Ejerció la carrera administrativa, pues dos veces (Praef. 16-18)

afirma que ha llevado las riendas de dos nobles ciudades, ignorándose el

nombre de las ciudades. Alcanzó un puesto importante en la corte del

emperador (Praef. 19-21), como consejero del emperador, tal vez el de comes

primi ordinis, que debió desempeñar en Milán. En la última década del S. IV

determinó retirarse de la vida pública y consagrarse a Cristo, mediante una

obra poética de carácter cristiano. En los años 401-402 visitó Roma. Este viaje

lo debió hacer desde Milán, pues visitó la tumba de Casiano, que se

encontraba en Foruna Cornelia (actualmente, Imola), sobre la Vía Emilia

(Perist. IV. 1-4). Se desconoce la fecha exacta de su muerte, sólo se sabe por

Praef. 1-3, que en los años 404-405 tenía 57 años.

Educación

Prudencio recibió una buena educación retórica, que le capacitó para

desempeñar altos cargos en la administración. Conocía bien los grandes

poetas de la literatura latina, como Virgilio y Horacio, además de Ovidio,

Lucrecio y Catulo, y poetas posteriores como Lucano y los poetas de la época

flavia. En segundo plano se percibe, en la poesía de Prudencio, el influjo de la

poesía neotérica del S. IV: Optaciano Porfirio y Ausonio. La poesía de

Prudencio es la heredera de toda la poesía cristiana anterior, de Juvenco –

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también de origen hispano-, de los epigramas de Dámaso, de los himnos de

Hilario y de Ambrosio, y de Paulino de Nola, aunque el influjo de este último en

Prudencio es muy difícil de detectar.

Se supone que Prudencio conocía la lengua griega debido a la gran cantidad

de palabras griegas que abundan en su poesía.

Prudencio debió comenzar a componer poesías antes de abandonar la vida

pública. La composición de su poesía se extendería a lo largo de los años. En

el Praefacio afirma que compuso himnos todos los días, y no pasó una noche

sin cantar al Señor. Combatió la herejía y defendió la fe católica. J. Fontaine

cree que esta estrofa alude a la colección lírica del Cathemerinon, su título, y

parece evocar los poemas didácticos y teológicos en hexámetros de la

Apotheosis y de la Hamartigenia. Igualmente, anuncia la polémica antipagana

de sus dos libros épicos Contra Symmaco, el gran orador de Roma, de gran

prestigio en la ciudad y gran sostenedor del paganismo. El asunto del altar de

la Victoria fue uno de los problemas cruciales en la lucha del cristianismo

contra el paganismo en la Tarde Antigüedad. Prudencio intervino en esta lucha

feroz con dos libros, lo que indica que no estaba al margen de los grandes

problemas religiosos de su época.

La estatua de la Victoria, desde tiempos de Augusto, presidía la gran sala

donde se reunía el senado en Roma. En el año 357, Constancio ordenó

retirarla, con gran disgusto por parte de la mayoría de los senadores, que eran

paganos todavía. Nuevamente, se colocó en su lugar, ignorándose cómo y

cuándo. Graciano la mandó retirar en el año 382. Esta orden es una de las

medidas que el emperador tomó contra el paganismo, como renunciar al título

de pontífice máximo, destinar al correo imperial el presupuesto destinado al

mantenimiento de los sacerdotes paganos y de las Vestales, confiscar las

propiedades de los templos, suprimir las subvenciones a sus fiestas religiosas y

los privilegios de exención de sus sacerdotes.

Simmaco fue el encargado de visitar al emperador y evitar la aplicación de la

disposición imperial. Graciano no le recibió, prevenido por Ambrosio, a quien

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había informado Dámaso. Al año siguiente murió Graciano, asesinado por el

usurpador Máximo. Le sucedió Valentiniano II, joven de doce años de edad, al

que acudió Simmaco sin conseguir reponer la estatua de la Victoria en su

antiguo lugar, ante la oposición enérgica de Ambrosio. El usurpador Eugenio

cumplió el deseo de los senadores paganos. En 394, Teodosio venció a

Eugenio y la cuestión quedó zanjada.

Prudencio, en su refutación a Simmaco, tiene presente la relación de Simmaco,

que se ha conservado, y la refutación de Ambrosio, que es fundamentalmente

negativa y polémica contra los senadores paganos. Prudencio es más

persuasivo; separa cultura humana y religiosa pagana, que Simmaco y los

senadores paganos consideraban inseparables. Ataca a los dioses paganos.

Los triunfos de Roma no son obra de los dioses. Estas ideas habían aparecido

en la Apología cristiana de finales del S. II. En el Octario (20-27) del abogado

de Roma Minucio Félix se lee: “No ha sido esta superstición (el paganismo) la

que ha dado a los romanos el imperio del mundo. Sus templos tienen, ocupan y

poseen el botín de la violencia. Sus templos son fruto del botín de las ciudades

que arruinaron. No es la religión la que ha hecho grandes a los romanos, sino

la impiedad de sus sacrificios”. Su contemporáneo, Tertuliano, en la Apología

(26), en el año 197, defiende las mismas ideas. Refuta la creencia generalizada

de que los romanos rigen el mundo porque adoran a sus ídolos.

En el Peristephanon celebra mediante himnos la pasión y el culto de los

mártires romanos (Pedro y Pablo, Inés) e hispanos, principalmente. La

Psycomachia es una epopeya alegórica de la lucha entre los vicios y las

virtudes. El Dittochaeon versa sobre el alimento de los dos Testamentos, el

Antiguo y el Nuevo.

La poesía de Prudencio tiene dos facetas: una de carácter lírico y otra de

carácter didáctico y épico. Los poemas largos están compuestos en

hexámetros. Toda su poesía, sin embargo, tiene unidad. Prudencio concibe su

poema como una ofrenda lírica a Dios.

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La poesía se vincula con la liturgia, sin ser composiciones litúrgicas. Es una

poesía culta y refinada, obra de un laico. J. Fontaine puntualiza que es una

síntesis de las diferentes corrientes de la tradición poética latina, tal como se

había perpetuado en el S. IV, que queda en la poesía latina como un vasto

panorama, con un fondo de gusto clásico de los poetas latinos antes

mencionados. Señala el estudio francés que, posiblemente, es el mejor

conocedor actual de la obra de Prudencio, que el genio del poeta hispano

consiste en asumir al servicio del proyecto que se ha planteado, las diversas

poéticas y estilos de la triple producción, intentando darles unidad. No se puede

reducir la obra a un neoclasicismo del Alto Imperio. Prudencio, como ya se

indicó, está imbuido de las corrientes poéticas de la Antigüedad Tardía.

La poesía lírica de Prudencio indica bien claramente su proyecto espiritual.

El Peristephanon es una narración lírica y dramática del culto a los mártires,

utilizando las Actas y las Passiones, muchas veces novelescas, de los mártires.

Usa, igualmente, leyendas de tradición oral.

De particular importancia dentro de las composiciones poéticas de Prudencio

son las descripciones de la iconografía de los frescos y mosaicos coloreados

de la iglesias, dedicados a los mártires, como la de Imola, en honor de

Casiano; de Roma, para venerar a Pedro y a Pablo; de Mérida, para el culto a

Eulalia.

Como ha indicado él mismo, Prudencio utiliza los hexámetros frecuentemente

en sus mejores poesías. El poeta maneja con soltura todo tipo de metros. Las

estrofas del Peristephanon son tres tetrámetros trocaicos catalécticos. Los dos

libros contra Simmaco están compuestos en versos asclepiadeos menores; el

prefacio y el resto, en versos hexámetros. En el prefacio del Hamartigenia

empleó el poeta trímetros yámbicos utilizados monósticamente, y en el poema,

hexámetros dactílicos. En la Apoteosis, Prudencio utilizó hexámetros en el

prefacio I, y dísticos formados por senarios yámbicos y dímetros yámbicos

acatalécticos; el resto del poema tiene hexámetros dactílicos, que eran el metro

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de la poesía didáctica. Finalmente, el Cathemerinon está escrito en estrofas

trísticas, formadas por gliconio, asclepiadeo menor y asclepiadeo mayor.

Carecía Prudencio del genio teológico de Ambrosio o de Hilario. J. Fontaine

piensa que el poeta cristiano quería ser un Lucrecio de la doctrina cristiana, en

la estructura de su demostración, como en las formas y en el vocabulario. En

los dos libros Contra Simmaco usa una retórica satírica -siguiendo a Lucano y a

Juvenal- contra el paganismo, exaltando el cristianismo. En la Psycomachia

presenta una serie de enfrentamientos personificados entre vicios y virtudes.

La poesía de Prudencio alcanzó la más alta cumbre a finales del S. IV, y fue el

modelo a imitar en siglos posteriores.

Influjo y pervivencia de la obra poética de Prudencio

Prudencio fue el gran poeta cristiano hasta el Renacimiento.

Menciones

Sidonio Apolinar, a mediados del S. IV, le menciona junto a Homero. Gennadio,

entre 480-450, cita sus obras en De viris ilustribus. Avito le imita. Gregorio de

Tours, en el S. VI, le copia. Isidoro de Sevilla (560-696), le compara con los

grandes clásicos. Beda (672-735) ilustra su obra De arte metrica con ejemplos

sacados de la poesía de Prudencio.

En el S. IX, Teodulfo de Orleans recomienda a sus sacerdotes leer a

Prudencio. Acuino (735-804), encargado de la educación de Carlomagno, leyó

a Prudencio en la escuela monacal de York. Rabano Mauro alaba mucho al

vate hispano.

Imitadores de Prudencio

San Orencio, obispo y poeta hispano del S. IV, imitó la obra de Prudencio.

Paulino de Nola, Paulino de Pella, Paulino de Petricordia, Próspero de

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Aquitania y Pedro Crisólogo conocieron la poesía de Prudencio. Julián de

Toledo la menciona en el S. VII.

A principios del S. IX, Paulino de Aquileya se apoya en Prudencio, que se

estudiaba en las escuelas monacales de Reichanau, de St. Gallen, etc. En el S.

X, Eugenio Vulgarius de Nápoles imitó la técnica métrica de Prudencio. Bruno

de Colonia, muerto en 968 y hermano del emperador Otón I, fue un gran

admirador de Prudencio. El S. XI contó con muchos admiradores de Prudencio:

Ademar de Chabannes, Adam de Bremen, Anselmo de Besate, etc.

La poesía alegórica de los siglos XII y XIII gustaba mucho de Prudencio,

Abelardo, Pedro Compostelano, etc.

Los dramas litúrgicos medievales, el santoral eclesiástico y la pintura de los

artistas están inspirados frecuentemente en la poesía de Prudencio. Las obras

ascéticas medievales acusan, igualmente, el influjo de Prudencio. La influencia

de la obra de Prudencio es clara en el Libro del Buen Amor, en la pelea de don

Carnal con la Cuaresma y en el Conflicto de los vicios y las virtudes de

Ambrosio Autpertus, que murió en 778.

En el teatro sacro medieval se imitó a Prudencio. Erasmo comentó los himnos

XI y XII del Cathemerinon. El gran humanista español Luis Vives conoce bien a

Prudencio. A partir del Renacimiento, los eruditos se ocuparon de la poesía de

Prudencio.

BIBLIOGRAFÍA

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