El Comunicador para la Salud, Profesional Del Siglo XXI

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Competencias, habilidades y conocimientos que debe tener el comunicador para la salud en el contexto venezolano

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El Comunicador en Salud: perfil de un profesional para el siglo XXI

Acianela Montes de Oca

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Indice

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Introducción 7

Capítulo I 11

Capítulo II 35

Capítulo III 53

Capítulo IV 75

Capítulo V 95

A manera de cierre 111

Referencias 115

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Introducción

El siglo XXI encuentra una Venezuela afectada por dos de las

endemias que la acosaron a principios del siglo XX: el paludismo y el

dengue, dos graves enfermedades que podrían prevenirse con saneamiento

ambiental y con medidas individuales de prevención. Sin embargo, 35.130

personas sufrían paludismo a mediados de año y 27.820 personas

padecieron dengue en 2005, según cifras del informe epidemiológico del

MSDS, recogidas en el Informe Anual 2004-2005 del Programa Venezolano

de Educación-Acción en Derechos Humanos (PROVEA, 2005).

Si a eso sumamos que la principal causa de muertes femeninas es el

cáncer de cuello uterino (que puede prevenirse y hasta curarse si se detecta

tempranamente), y hay una cifra nada despreciable de decesos provocados

por embarazo y parto (165 fallecimientos hasta octubre de 2005), deberemos

concluir que algo ocurre en el sector salud en nuestro país cuando

enfermamos y morimos por dolencias que podrían ser evitadas a través de

intervenciones preventivas o mediante el uso de mecanismos de promoción

de la salud.

Esto no solamente habla de fallas seculares de infraestructura y de

atención. También demuestra que no hemos sido capaces de utilizar

eficientemente una de las armas más poderosas que dejó el siglo XX en

materia de promoción de la salud: la comunicación.

En efecto, la comunicación para la salud, utilizada de manera humana

y de acuerdo con las necesidades de auditorios específicos, ha demostrado

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capacidad para producir procesos de reflexión y movilización de las

comunidades que las respaldan en el camino de hacerse responsables de

sus procesos de salud. Ha sido también una herramienta vigorosa en manos

de los estados y organizaciones para apoyar los procesos e intervenciones

sanitarios.

Sin embargo, en Venezuela –al igual que en la mayor parte de los

países de Latinoamérica- la comunicación para la salud se subutiliza, al

reducirla a sus expresiones más técnicas o instrumentales, o sencillamente

se descarta tanto en procesos y campañas como en los planes y políticas

sanitarios. Esto se debe, por una parte, a fallas en la comprensión acerca de

las potencialidades de la comunicación para la salud, pero sobre todo a la

falta de profesionales en esta área, que desde años atrás ha quedado en

manos de personas de buena voluntad – y en algunos casos de especialistas

en diferentes disciplinas- pero con escasas competencias, que no han

logrado obtener los mejores resultados del uso de la comunicación.

Por esto, una prioridad en los actuales momentos debería ser la

adecuada formación de especialistas en comunicación para la salud. Ahora

bien, ¿cuáles conocimientos son necesarios en los profesionales que

deberían ejercen la labor de comunicar salud? ¿Qué competencias

específicas deberá tener un comunicador para tener éxito en su objetivo de

comunicar sobre salud? ¿Qué contenidos deben ofrecer las universidades y

los programas de capacitación para que los profesionales de la comunicación

para la salud desarrollen estas competencias?

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Aproximarse a algunas respuestas a esas preguntas que desde hace

casi un lustro se plantean organismos internacionales como la Organización

Mundial de la Salud (OMS), la Organización Panamericana de la Salud

(OPS) es el objeto de la actual investigación, que tiene como objetivo

fundamental definir el conjunto de competencias, habilidades y

conocimientos que debe desarrollar un comunicador para la salud en nivel de

postgrado en el contexto venezolano.

Para cumplir este propósito se aplicó una metodología establecida por

Naciones Unidas y la Organización Panamericana de la Salud, el mapa

funcional de competencias, aplicado al ámbito de la comunicación para la

salud. El resultado final del trabajo es, pues, un mapa funcional de la

comunicación para la salud en Venezuela, que tiene como misión primordial

servir como insumo para un posterior diseño curricular de una

especialización o maestría en comunicación para la salud.

Vale la pena resaltar que el comunicador que arroja la investigación es

un articulador de lenguajes, procesos y actores, caracterizado por la ética, la

responsabilidad social y el respeto hacia las diferencias. Es, además, alguien

capaz de hacer seguimiento y evaluación de procesos, así como de

participar en la mediación entre Estado y sociedad para impulsar el diseño y

la ejecución de políticas públicas.

La investigación se basó en métodos cualitativos, por lo cual los

resultados obtenidos no pueden tomarse como representativos de la opinión

de los comunicadores en salud del país.

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Capítulo I: La comunicación para la salud y el mant o de Penélope

El año 2000 fue testigo de uno de los más grandes compromisos que

haya adquirido la Humanidad en las últimas décadas: la firma del Proyecto

Milenio. Este plan estratégico de ocho Objetivos y 18 Metas tiene el fin de

propiciar nuevos caminos para el desarrollo, combatir la pobreza y reducirla

en 15 años, y fue suscrito por parte de 150 jefes de estado y de gobierno en

la sede de las Naciones Unidas, en Nueva York.

El Proyecto Milenio, que ha estudiado los países con una alta

proporción de personas en situación de pobreza extrema -a fin de determinar

qué volumen de inversión es necesaria para enfrentar el hambre, la

educación, la igualdad entre los géneros, la salud, el agua y el saneamiento-

entre otros hitos, fue ratificado en septiembre de 2005 por los mandatarios de

todo el mundo.

Tal vez uno de los aspectos más notables de este plan es el énfasis

que se le ha concedido a la salud: tres de los ocho objetivos y siete de las 18

metas se refieren explícitamente a esa área. En palabras de Ilona Kickbusch,

asesora de la Organización Panamericana de la Salud para los Objetivos de

Desarrollo del Milenio, y profesora de la Universidad de Yale, este énfasis es

un reconocimiento del valor de la salud no sólo como indicador de desarrollo,

sino también como elemento fundamental para alcanzar una vida mejor para

los pueblos:

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La situación de la salud suele ser la expresión más completa de la falta de equidad y de las brechas en el desarrollo de nuestra región, que cuenta con los recursos para lograr un mejor estado de salud, en muchos casos fuera del alcance de los grupos más pobres y vulnerables. (...)al destacar a la salud como un factor determinante para el desarrollo se tienden puentes entre los defensores de la salud pública y los ministerios de finanzas, planificación y desarrollo. En términos de políticas y financiamiento, pueden ayudar a que se incluya a la salud en el temario de estrategias de desarrollo socioeconómico, así como en proyectos y negociaciones de préstamos con los donantes (Kickbusch,2004).

Y todo parece indicar que estamos urgidos de planes y propuestas

eficaces, especialmente en Latinoamérica. Según el informe sobre logros de

los Objetivos del Milenio que elaboró la Comisión Económica para América

Latina y el Caribe (CEPAL), si bien la mortalidad infantil bajó de 43 a 25 por

cada mil nacidos vivos entre 1990 y 2003, y la fecundidad descendió de 3 a

2,6 hijos por mujer entre los periodos de 1990-1995 y 2000-2005, sin

embargo, la fecundidad adolescente aumentó entre los estratos

socioeconómicos bajos y medios de casi todos los países estudiados en la

subregión, con su lamentable correlato de consecuencias sociales.

Posiblemente un abordaje más complejo de la salud y por ende, de la

comunicación para la salud, podría ayudar a iniciar las transformaciones que

requerimos con premura.

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Salud y comunicación para la salud

La idea de salud, como todas las dinámicas y procesos culturales, ha ido

transformándose en el decurso de los años. Una de las nociones que

perduró durante mayor tiempo fue la concepción mecanicista, nacida en

las sociedades europeas. Éstas, atravesadas por una idea de Modernidad

basada en la razón y el conocimiento científico como vías para alcanzar la

libertad y la expansión de los mercados, desarrollaron una visión de la

persona humana y de su salud, que pasó por diferenciar mente y cuerpo,

y mantuvo durante siglos la aspiración de estudiarlos aisladamente.

El desarrollo posterior de la física, de la química, de la mecánica –que

hicieron viable la Revolución Industrial- abrió espacios para una

concepción del ser humano que se expresó en obras como El Hombre

Máquina (1748), del médico y fisiólogo francés Julien Offroy de la Mettrie,

quien sintetiza la noción de salud hegemónica durante esos siglos: “La

salud es producto del óptimo funcionamiento de los mecanismos de

acción del organismo. La reparación de las piezas disfuncionales asegura

la adecuada adaptación estructura-función y, en consecuencia, el disfrute

de la salud” (Offroy de la Mettrie, citado por Canelones, 2001).

El positivismo y su visión de las ciencias naturales hizo mutar esa noción

de salud y para concebirla de una manera más operativizable. Se le

definió entonces como “ausencia de enfermedad”, con lo que se dejaban

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fuera las subjetividades que acompañaban la dualidad mente-cuerpo y se

la reducía al ámbito del cuerpo individual, al espacio anatómico, clínico:

En consecuencia, desaparece la persona en toda su complejidad, como centro de estudio del campo de la medicina, para privilegiar los órganos, los tejidos, las células, las moléculas [...] El cuerpo, visto como una realidad biológica, es comparable y transferible en sus aplicaciones a los resultados obntenidos con modelos animales, asimilando de este modo la condición humana a la categoría de animal racional (Canelones, 2001).

Sin embargo, los retos del siglo XX obligaron a replantearse de nuevo el

concepto de salud y a admitir que más que un estado biológico es una

condición bio-psico-social. En el marco de las discusiones Este-Oeste, en

plena búsqueda de modelos más justos de desarrollo, en 1978, la

Conferencia Internacional sobre Atención Primaria de la Salud, de la

Organización Mundial de la Salud (OMS), reunida en Alma Ata declaró que la

salud es “un estado de completo bienestar físico, mental y social y no

solamente la ausencia de afecciones o enfermedades. Es un derecho

fundamental y el logro del grado más alto de salud es un objetivo social

sumamente importante en todo el mundo” (OMS, 1978:2). A esta idea, (que

integra lo psicológico, lo ecológico-colectivo, y lo fisiológico) le sumaba una

importante formulación de principios:

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El desarrollo económico y social, basado en un Nuevo Orden Económico Internacional, es de importancia fundamental para lograr el grado máximo de salud para todos y para reducir el foro que separa, en el plano de la salud, a los países en desarrollo de los países subdesarrollados. La promoción y protección de la salud del pueblo es indispensable para un desarrollo económico y social sostenido, y contribuye a mejorar la calidad de vida y a alcanzar la paz mundial (OMS, 1978:2).

Y una de las mejores opciones para compartir conocimientos en materia

de salud, era la comunicación, como ya habían comprobado naciones y

organismos internacionales, que venían desarrollando iniciativas con

diferentes niveles de éxito, al punto que fue necesario empezar a trabajar en

esta área específica como ámbito de estudio.

Gloria Coe, Asesora de la Organización Panamericana de la Salud

(OPS), ha caracterizado la comunicación para la salud como un proceso que

permite construir comportamientos individuales y colectivos más sanos:

[la comunicación para la salud es] la modificación del comportamiento humano y de los factores ambientales relacionados con ese comportamiento, los cuales directa o indirectamente promueven la salud, previenen enfermedades o protegen a los individuos del daño, o como el proceso de presentación y evaluación de la información educacional persuasiva, incorporativa y atractiva, que conduce a conductas individuales y sociales saludables (Coe, 1998).

Durante las primeras décadas, el enfoque fue fundamentalmente

difusionista y predominaba la noción clásica de “educación para la salud”

(recordemos que la comunicación se concebía como el mecanismo a través

del cual un emisor competente transmitía ideas, modelos y conocimientos

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útiles para facilitar el paso de una condición de atraso a otra de modernidad).

Se aspiraba entonces a encontrar las fórmulas para llevar un mensaje que

diera lugar a conductas capaces de eludir la enfermedad, de prevenirla, o

posteriormente de promover la salud.

Sin embargo, con el paso del tiempo y la proliferación de experiencias

se hizo ostensible que los modelos orientados a una simple transmisión de

información no funcionaban cabalmente. “Se asumía que la gente iba a

seguir instrucciones, y cuando no lo hacían se pensaba que era culpa de la

persona que “recibía las instrucciones” y no de quienes “las daban” o del

método para impartirlas” (Healthcom, 1995). Era clara la necesidad de

cambiar de modelo.

Apoyados fundamentalmente en teorías de cambio del

comportamiento- los investigadores en la comunicación para la salud

buscaron diferentes formas de generar mensajes eficaces para modificar

comportamientos que funcionaran como factores de riesgo para sufrir

enfermedades y problemas de salud pública.

Dentro de las teorías más usadas, según reportan trabajos

presentados por investigadores de USAID (Agencia Norteamericana para el

Desarrollo Internacional), están el modelo de la creencia en salud, la teoría

de la acción razonada y la teoría de aprendizaje cognitivo social, por su

utilidad para la prevención del cáncer, en campañas de promoción de

terapias, cesación del hábito de fumar, y en estrategias de prevención del

SIDA (Healthcom, 1995).

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El modelo de la creencia en salud, trabajado por autores como

Rosenstock (1974), Janz y Becker (1984), así como Kirscht y Joseph (1989),

propone identificar las creencias o factores psicológicos determinantes en el

público cuyo comportamiento se quiere cambiar. En cuanto a la teoría de la

acción razonada, fundamentada en investigaciones de Fischbein y Ajzen

(1975), entre otros, se enfoca en la relación existente entre creencias,

actitudes, intenciones y comportamiento, y señala que para cambiar

cualquier conducta es imprescindible cambiar el proceso cognitivo en que

ésta se basa. La teoría del aprendizaje cognitivo social, basada en autores

como Bandura (1977), postula que para cambiar su comportamiento las

personas requieren no sólo motivos, sino también apoyo psicológico, social y

de conducta (Healthcom, 1995).

Tejer y destejer

A partir de estas y otras teorías del comportamiento humano y social

se desarrollaron diferentes estrategias y modelos de comunicación para la

salud dentro de los cuales, la OPS ha indicado como útiles en sus

publicaciones tanto el mercadeo social como el activismo informativo

(Wallack, 1990). En ambas fórmulas, los medios de comunicación masivos

tienen un lugar preponderante.

El mercadeo social aplica elementos de publicidad y mercadeo a la

difusión de criterios o prácticas de salud, para lo cual combina los principios

de la comercialización con teorías sociopsicológicas. “Este método consiste

en tomar las variables de planificación del mercadeo -producto, precio,

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promoción, lugar- y reinterpretarlas en función de determinadas cuestiones

sanitarias” (Wallack, 1990:146).

También incluye la movilización de organizaciones locales y de redes

interpersonales, a las que considera como fuerzas capaces de impulsar

cambios en actitudes y comportamientos. Como está más orientada a las

audiencias, permite identificar sus necesidades y trata de responder a ellas,

en lugar de elaborar mensajes y estrategias mediante criterios

preconcebidos.

En múltiples oportunidades los programas de mercadeo social han

funcionado como complementos de los dispensarios y los servicios

comunitarios de salud: “el mayor uso [...] de los medios de comunicación

comerciales para transmitir mensajes [sobre salud], como, por ejemplo, las

telenovelas que plantean temas sobre planificación familiar, salud y

alfabetización, representaron un triunfo de la filosofía del mercadeo social”

(Fox y Coe, 2001). Sin embargo, cada vez queda más claro que por sí solos,

estos programas no constituyen una solución a los problemas sanitarios ni de

comunicación.

Con respecto al activismo informativo, pretende influir en la forma en

que se presentan las informaciones sobre temas de salud y se le ha definido

como “el uso estratégico de los medios de comunicación para proponer

iniciativas sociales o de políticas públicas”. En general no pretende modificar

directamente los comportamientos de riesgo de los individuos, sino más bien

mostrar el contexto de los problemas y enfocarlos desde una perspectiva de

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salud pública. Como señala Lawrence Wallack, implica un cambio en la

medida en que muestra la importancia del entorno, del contexto social, y deja

de enfocar la salud como un asunto meramente individual:

Este método trata de potenciar el papel de las persones proporcionándoles los datos y conocimientos técnicos necesarios a fin de que puedan participar en los esfuerzos que se llevan a cabo para modificar los factores sociales y políticos que determinan la situación sanitaria. Desde esta perspectiva se hace más hincapié en la salud de la comunidad que en la del individuo y la participación en el proceso de gestación de las políticas se convierte en un instrumento de promoción de la salud (Wallack, 1990:151).

Todos estos esfuerzos, teóricamente deberían ir acompañados de

empeños de evaluación, que permitieran detectar la efectividad de los

mensajes, de manera de saber si son aceptados, comprendidos y asumidos

por los grupos a los que van dirigidos. Además, permiten orientar los

procesos de comunicación de manera más directa y descartar los

mecanismos que no funcionan adecuadamente, lo cual implica ahorro tanto

de esfuerzos como de recursos (con mayor efectividad general).

La evaluación, también permitiría demostrar la necesidad de más

recursos en una intervención, de promover acuerdos de cooperación con

otras organizaciones e instituciones involucradas, y sobre todo, de repetir

errores en futuros esfuerzos. En general se recomiendan tres tipos de

evaluaciones: formativa (que se hace al principio de una intervención para

establecer fortalezas, debilidades y criterios de los materiales o estrategias

antes de ponerlos en práctica), de proceso (que examina los procedimientos

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y tareas que se realizan durante la intervención) y de resultado (que compila

y analiza el logro de los objetivos a través de hechos concretos). Hay otro

tipo de evaluación, quizás la más interesante pero también la más compleja

de lograr, la de impacto. Ésta revisa los resultados en el largo plazo y los

cambios o mejoras del estado de salud de las personas como producto del

programa. Dada la cantidad de variables que intervienen en procesos de este

tipo y la dificultad de aislar cuáles efectos provienen de la intervención en

comunicación y cuáles no, y el muy alto costo económico, pocas veces

puede ensayarse una evaluación de este tipo (Tinker y Silberberg, 1997).

Según el reporte “Herramientas para desarrollar destrezas en

comunicación para la salud”, desarrollado por Healthcom (Comunicación

para la salud para la supervivencia infantil), organismo adscrito a USAID

(Agencia Norteamericana para el Desarrollo Internacional) y publicado en

1995, más de 40 países recibieron asistencia técnica en programas de

comunicación para la salud entre 1978 y 1995 usando los recursos del

mercadeo social. En Honduras, Ecuador, Perú, Guatemala, Indonesia, Papua

Nueva Guinea, Filipinas, Jordania, Yemen del Norte, Lesotho, Malawi,

Nigeria, Zaire, Gambia y Swazilandia se concentraron en promover la terapia

de rehidratación oral (que evita la mortalidad por deshidratación producto de

las diarreas infantiles), programa de inmunizaciones, tratamiento de

infecciones respiratorias agudas, lactancia materna, planificación familia y

prevención de la malaria.

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Posteriormente, se proporcionó ayuda de largo plazo a Burkina Faso,

Egipto, Malí, Senegal, Honduras, Perú, Yemen, Filipinas e Indonesia para

intervenciones relacionadas con prevención del cólera y de la ceguera del

río, así como campañas para evitar la mortalidad infantil. Todos estos

enormes esfuerzos, intensivos en capital y en movilización de recursos

humanos, sin embargo, se revelaron como insuficientes a la vuelta de pocos

años.

Entretanto, en Latinoamérica se perfilaban opciones en comunicación

que conferían mayor importancia a la respuesta de las audiencias y a formas

novedosas de presentar los mensajes sanitarios a partir de elementos

vinculados con las expresiones culturales de las poblaciones. Una de las

manifestaciones más notables –según recoge la OPS- es el edu-

entretenimiento, del que ha habido importantes experiencias en nuestro

continente, especialmente Perú y México.

El edu-entretenimiento, que ha tenido como vehículo esencial la

televisión, preconiza que la información educativa debe ser atractiva y

divertida. Los programas producidos desde este modelo han promovido la

alfabetización de adultos, la planificación de la familia, el uso de

anticonceptivos y condones, la crianza responsable de los niños, el control

del abuso de drogas y la reducción de la violencia, entre otros (Coe, 1998).

En su mayoría, estos esfuerzos de organismos internacionales (como

OMS-OPS) o de los Ministerios de Salud de los distintos países, se limitaban

a copiar experiencias exitosas en otros lugares y transplantarlas sin mayores

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modificaciones a entornos que podían ser radicalmente distintos. En el

mediano y largo plazo, los resultados han demostrado el reducido alcance de

estas iniciativas y de estos modelos de trabajo en comunicación para la salud

basados en información para cambiar conductas.

Un ejemplo interesante podría ser la epidemia del SIDA, que comenzó

a principios de la década de los 80 y que en 2005 prosigue con preocupante

vigor. El informe sobre logros de los Objetivos del Milenio que elaboró la

Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), muestra el

aumento de los contagios del virus de inmunodeficiencia humana (causante

del SIDA), situación que puede resultar explosiva por cuanto el Caribe

presenta una de las tasas de incidencia del virus en adultos más altas del

mundo, solo superada por África subsahariana.

De acuerdo con estimaciones de las Naciones Unidas, en América

Latina hay un millón 800 mil portadores del virus, 200 mil de los cuales

infectaron durante 2005. "Las tasas crecientes de infección entre las mujeres

tienen dramáticas consecuencias en términos de morbilidad y mortalidad,

para la salud y el bienestar de la familia y la comunidad en general, además

del riesgo de transmisión perinatal [madre a hijo]", advierte la Cepal

(Machinea y otros, 2005).

El incremento de casos de SIDA es particularmente interesante por la

cantidad de dinero que se ha invertido –y se sigue invirtiendo- en campañas

de comunicación orientadas a la prevención de la enfermedad, sin que haya

resultados positivos aparentes. De hecho, el Informe sobre la salud en el

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mundo producido por la Organización Mundial de la Salud en 2004, es un

mensaje urgente a la comunidad internacional:

Frenar el VIH/SIDA constituye el reto de salud pública que con más urgencia debe afrontar la humanidad. Desconocida hace apenas un cuarto de siglo, esta enfermedad es hoy la principal causa de defunción entre los adultos jóvenes en todo el mundo. Más de 20 millones de personas han fallecido como consecuencia, y se estima que el número de seropositivos asciende a 34–46 millones. Por ahora no disponemos de ninguna vacuna contra la enfermedad, ni tampoco de tratamiento alguno que la cure (OMS, 2004).

Aprender de los errores

¿Qué ha ocurrido? ¿Por qué la comunicación para la salud se nos ha

convertido en esta suerte de manto de Penélope en el que se avanza tanto

como se retrocede? ¿Cuáles han sido los principales errores cometidos?

Investigadores como Rosa María Alfaro, directiva de la Asociación de

Comunicadores Sociales Calandria, Estela Roeder, docente de la

Universidad de Lima, Washington Uranga, director de la maestría en

Planificación y Gestión de la Comunicación en la Universidad Nacional de La

Plata, Hernán Díaz, docente de esa misma universidad argentina, y Gastón

Femia, profesor de Ciencias de la Comunicación de la Universidad de

Buenos Aires, por sólo citar los latinoamericanos, han reflexionado sobre

estos temas y proponen algunas respuestas, vinculadas por una parte con el

uso instrumental o básicamente técnico de la comunicación como apoyo de

procesos sanitarios, y por la otra con la carencia de políticas sanitarias

integrales por parte de los Estados.

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En la medida en que la comunicación se identifica primordialmente con

un medio para transmitir mensajes, se limitan sus numerosas dimensiones y

potencialidades, y se le transforma en un quehacer técnico, en una simple

secuencia de pasos a cumplir para lograr un objetivo, o en una receta de

trabajo práctico. No se le mira como una disciplina con implicaciones

estratégicas sino con un simple “saber hacer” para que ciertos materiales y

productos tengan mejor apariencia o mayor difusión.

Se tiende además a homogeneizar los productos y a utilizar el recurso

de la “campaña” (generalmente con una visión publicitaria estereotipada)

como comodín para las iniciativas de comunicación para la salud.

Este uso de la comunicación como mero soporte técnico, además de

implicar un subaprovechamiento de una disciplina poderosa, trae otras

consecuencias, como lo sintetiza Rosa María Alfaro:

la comunicación instrumental resulta ser, cada vez más, una actividad momentánea y efectista, que no es continua ni ordenada de acuerdo a procesos de aprendizaje, sino que se limita a conseguir efectos e impactos inmediatos, perdiendo la visión integral de su intervención, con lo cual también la sostenibilidad se pone en cuestión. Generar aprendizajes es un reto que pesa muy poco en su definición y sentido. Al no apostar por las apropiaciones comunicativas de la persona y sus comunidades, en diferentes campos de la vida cotidiana, el desarrollo se aleja (Alfaro, 2004:9)

En la medida en que se le considera estrictamente un recurso de

información, la mayor atención se brinda a los mensajes y a la adecuación de

éstos a un contenido científico que en muchos sentidos reproduce la relación

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médico paciente y privilegia la curación de enfermedad por encima de la

promoción de la salud.

En efecto, estas campañas suelen calcar la relación médico paciente,

que en nuestros países funciona como un proceso de transmisión de

información –muchas veces en clave científica- desde una fuente autorizada,

el médico, hasta una audiencia ignorante, que debe aprender y seguir

instrucciones, más allá de su contexto cultural, comunitario o social.

Los materiales de apoyo de esas campañas tienen una función

informativa o a lo más persuasiva, pero pocas veces incluyen ni las

expectativas ni elementos sociales o culturales de las audiencias a las que

van destinados:

Lejos de constituirse en materiales que fomentaran en los actores sociales una reflexión sobre los hábitos de vida en el marco de su cultura, se generaron un conjunto de mensajes descontextualizados, sin anclaje en la realidad concreta de los destinatarios. Pero además, mensajes alarmistas, enfocados a destacar lo catastrófico de la enfermedad y no a comprender los procesos de producción de salud. El punto de partida se situó en la cultura de la enfermedad y de la muerte y no en una cultura de la salud y de la vida (Uranga y otros, 2002:65).

En efecto, la práctica de campañas tanto persuasivas como

informativas se ha concentrado en hablar sobre enfermedades, riesgos,

daños. El acento se ha puesto en el error, en el problema, y no en la

solución. A lo sumo, se promueven los servicios de los Estados para atender

a los ciudadanos, pero difícilmente se producen mensajes que promuevan

estilos de vida individuales y colectivos saludables. Bien lo explica la directiva

de la Asociación Calandria:

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La noción de promoción de la salud es aún ambigua, pero se la suele identificar con el trabajo comunitario o participativo sin incluir o diferenciar la perspectiva de salud que supone. Al solo entenderla como comunicación directa, no se integra a los medios locales y comunitarios en esta perspectiva [...]. La propia vida saludable es más una frase que una realidad a conquistar. La ciudadanía solo aparece en el discurso y en escasos lugares, más bien se sigue estando al frente de pacientes (Alfaro, 2004:16).

La confianza en que las teorías de cambio de comportamiento pudieran

resultar suficientes para cambiar actitudes y conductas de las audiencias

más díscolas se ha tambaleado en la medida en que se ha evidenciado que

el impacto de las costosas campañas se desvanece en pocos meses, y las

colectividades o grupos a las que eran dirigidas permanecen apáticos o

indiferentes ante las propuestas de modificación de actividades.

Una parte del problema puede relacionarse con la falta de evaluación

de los procesos e intervenciones en comunicación para la salud. Son pocos

los programas de este tipo que colocan como componente fundamental la

evaluación (en cualquiera de sus tipos: formativa, de procesos, de resultados

o de impacto). Y si evalúan, lo hacen apenas usando uno o dos factores, por

lo cual no se puede conocer con claridad si el esfuerzo ha rendido los frutos

esperados.

También se ha puesto en duda la eficiencia de los mensajes con el

visto bueno de la comunidad científica. Si bien en muchos casos se

corresponden con lo que la medicina y la ciencia consideran adecuado, no

necesariamente resultan útiles para las comunidades: al hablárseles en

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términos que les resultaban ajenos, sobre síntomas que no están vinculados

con sus prácticas o actividades, se les asusta con horrores por venir y no

con bondades por lograr, a través de textos complicados y poco atractivos.

De esta manera resulta poco probable lograr transformaciones

medianamente duraderas a partir de esquemas tan abstractos, como aclaran

los docentes de las universidades de Buenos Aires y de La Plata:

La falta de anclaje en la realidad de esos discursos científicos se manifestó en dos sentidos: por un lado, la escasez de productos comunicacionales que superaran la lógica verbal, la retórica, e incluyeran otros elementos (visuales, por ejemplo) que aumentaran la comunicabilidad; a la vez, la incapacidad de comunicar a partir de un sujeto social en acción, en las múltiples mediaciones (tecnológicas pero sobre todo sociales) que constituyen la vida cotidiana, el ser y hacerse de los individuos y los grupos en sus diarias prácticas. Al quitarle el carácter concreto, los contenidos fueron reconocidos en tanto discursos, pero despegados de las prácticas culturales, lo que en cierto sentido limitó las posibilidades de que se tradujeran en la adquisición de hábitos saludables (Uranga y otros, 2002:69).

El uso permanente de mensajes ajenos a las prácticas sociales de los

colectivos, así como de un esquema vertical de transmisión de

conocimientos, en el que lo fundamental es la producción de mensajes y

materiales, y en la que además operan relaciones desiguales de poder, “en

que los interlocutores y destinatarios de esos procesos [de comunicación

sanitaria] han sido situados en el lugar de receptor pasivo, de ‘paciente’ por

quienes han monopolizado la instancia de producción” (Uranga y otros,

2002:65) implica relaciones excluyentes por definición.

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En efecto, la verticalidad- unidireccionalidad opera en contra del

diálogo y la reciprocidad y por tanto, desarman cualquier posibilidad real de

participación. Ésta se convierte en un ejercicio retórico –algunas personas

que comentan sus experiencias pero que realmente no son tomadas en

consideración a la hora de planificar o ejecutar las estrategias de

comunicación- y no en un recurso fundamental para generar compromiso y

hacer viables las transformaciones. Y tal práctica- que Rosa María Alfaro ha

calificado de deshumanización ética de la comunicación en salud- encuentra

en los gobiernos sus principales ejecutores: “El propio sistema de salud

conducido por el Estado está atrapado en pensamientos y conductas de

carácter normativo desde donde emana lo que hay que hacer, sin ida y

vuelta, de arriba hacia abajo, llegando el proceso comunicativo a la

población totalmente desgastado (Alfaro, 2004:5)

Esta autora también ha señalado otros problemas que parten de la

ausencia de políticas comunicacionales- sanitarias integrales por parte de los

Estados: una visión parcial o utilitaria de lo comunicacional (se la usa para

producción de materiales promocionales o propagandísticos, para proyectos

específicos, contingenciales y de escasa trascendencia, sin enlace con

políticas y estrategias generales de promoción de la salud), establecimiento

de políticas de salud sin enlace con políticas de comunicación, un sistema de

salud desgastado y deshumanizado, con importantes fallas de comunicación

que provocan no sólo carencias de participación democrática sino también

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desarticulación y redundancia de iniciativas, así como frustración de los

distintos actores involucrados.

Se trata, pues, de un sistema que convierte los centros de salud en

centros de búsqueda de curación:

se comprende perfectamente el gran aforismo de la población de que se acude tan solo cuando está enfermo, y muy poco o nunca cuando esta sano, determinando asimismo que los Centros de Salud, sean eso: Centros de Asistencia para recuperarse de la enfermedad. Esto evidencia una clara acción de carácter curativo recuperativo y muy poco o casi nada preventiva, y menos promocional de la salud (Paredes, 2004:5).

Otro problema –también relacionable con la falta de políticas del Estado

– es la carencia de opciones de formación en cuanto a comunicación para la

salud. No se le contempla como línea clave de capacitación, ni tampoco se

proporcionan herramientas ni a los comunicadores ni al personal de salud, ni

a los promotores, con los problemas que ello implica: “Se contrata a

comunicadores para tareas específicas sin integrarlos a las políticas de

conjunto. Esta es aún externa al sistema de salud y todos sabemos que sin

comunicación no es posible la promoción, ni siquiera la prevención (Alfaro,

2004: 10).

Los autores del informe Comunicación en Salud: Lecciones

Aprendidas y Desafíos en el Desarrollo Curricular, producido por USAID,

OPS y proyecto Change, coinciden también en señalar las carencias de

formación como una falla importante de la comunicación para la salud en

Latinoamérica. En su texto, insisten en que las insuficientes oportunidades

30

para la formación de profesionales han generado dificultades en la

factibilidad y sostenibilidad de programas. Otro aspecto conflictivo que

detectaron es que se percibe a los programas de comunicación para la salud

como ajenos, ya que se los ve como engendrados desde fuera y sin

capacidad para responder a necesidades domésticas. Para estos

especialistas, “el desafío es cómo vincular los diferentes intereses de actores

locales como internacionales en proyectos que respondan a necesidades

comunes” (Castro, Coe y Waisbord, 2003).

Nuevos caminos por transitar

La reflexión común en los autores revisados es la necesidad de formar

profesionales capaces de avanzar por los nuevos senderos que la

comunicación para la salud impone, y que implican entre otros aspectos una

perspectiva comunicacional más amplia y una transformación (o

resignificación) de las prácticas tradicionales de comunicación para la salud.

Una primera vía es asumir que los procesos de comunicación para la

salud están insertos dentro de prácticas culturales híbridas, en las que

operan múltiples mediaciones a través de las cuales las comunidades y las

personas (una multiplicidad de actores por conocer y comprender)

construyen sentidos y significaciones. Darle espacio a esa construcción

común es fundamental para comunicar y para compartir salud. También lo es

crear una perspectiva compleja en la cual la comunicación se relacione con

diferentes disciplinas, pero también con los llamados “saberes vulgares” o de

sentido común, imprescindibles para entender a las audiencias, su lógica de

31

acción, sus necesidades y el sentido que quisieran imprimirle a los cambios

(Uranga y otros,2002).

Otro camino será abordar la comunicación para la salud como proceso

de aprendizaje social (en el que todos los involucrados aprenden en una

relación dialógica), en el que tanto los formatos como los contenidos de la

comunicación sean novedosos, diversos, múltiples y vinculantes con las

prácticas y actividades concretas de los colectivos, lo que probablemente

permitirá una mayor implicación y compromiso de los involucrados.

Al mismo tiempo deberá iniciarse una estrategia de verdadera

promoción de la salud, que impulse la adopción de “hábitos saludables en el

marco de una cultura de la vida focalizándose en los procesos de producción

de salud y no sólo en sus resultados” como afirman Washington Uranga,

Gastón Femia y Hernán Díaz (2002). La intención sería proponer una cultura

de la calidad de vida, que sustituya a la cultura del miedo y de la enfermedad

sobre la cual se han basado tradicionalmente los mensajes de comunicación

para la salud.

Es un cambio paradigmático al que la comunicadora Celia Aldana se

refiere como una posibilidad integradora:

32

Requerimos que se desarrolle una cultura de la salud, que es una cultura en la que se celebra el cuidado de uno mismo; el amor al otro que se manifiesta a través de los diversos apoyos que damos; es una cultura del aprendizaje constante, que se da a través de la búsqueda y acceso constante a la información, a las explicaciones, en la que quienes no sabemos de medicina podemos plantear preguntas y encontrar respuestas que nos permitan entender mejor. Una cultura en la que la medicina deje de ser un saber especializado y aislado, la comunicación tiene el reto de vincular a la salud a las personas. Una cultura en la que nos comprendemos mejor, y en la que decidimos hacer algo porque sabemos qué es lo que estamos haciendo y no sólo porque nos dijeron que lo hiciéramos (Aldana, 2004:10)

En esta perspectiva los autores antes citados concuerdan con Rosa

María Alfaro, para quien todas las acciones de comunicación para la salud

deben estar orientadas de manera preferente a la promoción de la salud, que

para ella, debe ser concebida de una manera integral:

como el proceso social, educativo y político que incrementa la conciencia pública sobre salud, que promueve estilos de vida saludables y la acción comunitaria a favor de la salud, que brinda oportunidades y ofrece a la gente la posibilidad de ejercer sus derechos y responsabilidades, para formar ambientes sistemas y políticas favorables a la salud y al bienestar. Es decir una sociedad vinculada comunicativamente entre sí para crear comunidades saludables (Alfaro, 2004:22).

Esta autora va aún más allá al insistir en que la salud debe ser

asumida como el derecho fundamental que en efecto es, y por tanto debería

ser objeto de debates públicos “haciendo de esta tarea una nueva gesta

democrática, donde los propios sujetos definan lo que son y lo que quieren

ser con el apoyo de autoridades y el personal de salud” (Alfaro, 2004:21). En

33

ese sentido plantea el reto comunicacional de hacer comprender la enorme

dimensión ciudadana que tiene la salud, y que como señala Celia Aldana,

implica “entender a la salud como un derecho y también como una

responsabilidad. Esto hace que pasemos de una visión fatalista frente al

destino y pasiva frente a los servicios a otra que sea activa, asertiva”

(Aldana, 2004:2).

Ahora bien, para transitar estos senderos hace falta un comunicador

para la salud con habilidades y competencias mucho mayores de las

tradicionales, porque su campo de acción será más complejo y extenso. Se

trata de un profesional que estará obligado a “superar los enfoques

tradicionales de la comunicación en salud: difusión, producción de

materiales, imagen institucional, por el de participación, entendimiento,

tolerancia y negociación de conocimientos y prácticas” (Roeder, 2004:19).

Tendrá que ser hábil para “navegar de un medio a otro, escoger entre

las muchas herramientas de comunicación y adaptar las estrategias a una

situación particular” (Gumucio, 2005:6). En síntesis, será un comunicador

capaz de relacionarse con diferentes actores, disciplinas, modelos,

estrategias y criterios, así como a ponerlos al servicio de la gente para que

ésta, libremente, decida sus prioridades en materia de salud y de cambios.

Tomando en consideración que uno de las fallas detectadas por los

investigadores de diferentes países es justamente la carencia de espacios

académicos donde formar este profesional, una de las tareas urgentes en los

próximos tiempos será diseñar currículum que permita a estos

34

comunicadores transitar con solvencia por los diferentes caminos del siglo

XXI y superar sus nuevos desafíos.

35

Capítulo II: Los retos a la vista

“La salud es el único capital de los pobres” dijo a mediados de la

década pasada el expresidente del Banco Central de Chile y también ex

ministro de Salud Pública de esa nación, doctor Carlos Massad, con lo cual

no solamente caracterizó la situación de extrema pobreza de los excluidos de

nuestro continente, sino también la importancia fundamental que tiene la

salud como factor de desarrollo de nuestros pueblos, como afirman

diferentes investigadores:

La salud es uno de los componentes centrales del desarrollo. Es fin (porque finalmente el estar sanos es parte de nuestra calidad de vida), es medio (porque estar vivos y gozar de salud es una capacidad básica que influye en las demás capacidades que tenemos), y se ve negativamente afectada por los problemas que la pobreza y la exclusión traen. Al mismo tiempo que es un componente central del desarrollo está íntimamente vinculada con otros aspectos del desarrollo: con los niveles de equidad de género, con nuestra capacidad de asumir que somos una sociedad de múltiples y valiosas culturas y ejercer la interculturalidad, con la pobreza, con el ejercicio de la ciudadanía (Aldana, 2004:2).

Resulta imperativo entonces para los Estados diseñar políticas de

salud que permitan satisfacer al menos las necesidades primordiales de sus

ciudadanos. Sin embargo esta tarea ha resultado poco menos que titánica en

la mayor parte de los países, debido a razones complejas, de carácter

estructural. Venezuela es un claro ejemplo de ello, según muestra el Informe

Anual 2004-2005 del Programa Venezolano de Educación-Acción en

Derechos Humanos (PROVEA): además de serias fallas en la infraestructura

36

sanitaria y en el acceso a los servicios de salud –que violan el derecho a la

salud de buena parte de la población venezolana- las principales causas de

consulta ambulatoria están constituidas por enfermedades relacionadas con

problemas de educación y saneamiento ambiental, como las enfermedades

respiratorias, las diarreas y el dengue.

Algunas cifras de esta organización resultan elocuentes: a partir de

datos tanto del Instituto Nacional de Estadística (INE) como del MSDS,

determinaron que en el año 2003 fueron censadas en Venezuela 74.371

camas en el ámbito público (28 camas por 10.000 habitantes). Para

septiembre de 2005 apenas 21.182 (28% del total de camas) estaban

operativas, lo que implica que en realidad contamos con 8 camas por cada

10.000 habitantes. Recordemos que el estándar de la OPS para una

cobertura adecuada, establece 40 camas por cada 10.000 habitantes

(PROVEA, 2005).

En cuanto a las primeras causas de muerte están las enfermedades

del corazón, el cáncer, los accidentes de todo tipo, las enfermedades

cerebrovasculares y las afecciones originadas en el periodo perinatal. Estas

patologías están estrechamente relacionadas tanto con estilos de vida y

hábitos saludables como con infraestructura sanitaria.

En materia de atención de salud, a pesar de las disposiciones del Plan

Estratégico de Salud y Desarrollo Social 2000-2007 (2002), que “pretende

garantizar atención integral a la población, en particular a los grupos

37

vulnerables en situación de riesgo, prevenir y controlar la morbilidad y

mortalidad prevalente, y garantizar el funcionamiento eficiente, efectivo,

eficaz, equitativo y solidario del sistema de servicios de salud y desarrollo

social”, aún las insuficiencias en la cobertura de servicios son notables.

Las deficiencias del modelo

Nos referimos a carencias estructurales, producto de una visión de la

atención fundamentalmente curativa y de la copia de patrones de atención

poco relacionados con la realidad venezolana, aunque la solvencia

económica que financia el petróleo permitiera construir una máscara de

capacidad y eficiencia, como lo recuerda el investigador Roberto Briceño

León:

El ingreso petrolero permitió todo [...] la sofisticación tecnológica, la política social distributiva, la formación de los recursos humanos, la instalación de un sector privado poderoso en salud. Permitió, también, la existencia de un sector sindical influyente que alcanzó importantes logros gremiales, a veces en detrimento de las propias metas para las cuales fue empleado. Esta modernidad, a su vez, conllevó a la presencia de nuevas enfermedades que venían acompañando los cambios en la sociedad, desde los accidentes cardiovasculares hasta los de tránsito. Esta modernidad implicó también la formulación de un modelo de salud que privilegia la atención médica curativa, que es sofisticado, que trabaja sobre el individuo más que sobre la colectividad y que olvida el ambiente y el saneamiento (Briceño-León, 1994:112).

Se trata de un modelo de salud que establece relaciones asimétricas

entre el “proveedor” de salud (generalmente un médico) que posee el don de

“curar” y el “paciente”, a quien se asume ignorante y desasistido. Es una

38

relación de poder que implica una transmisión de información (codificada en

lenguaje científico), generalmente instrucciones que deben ser cumplidas

para que se cumpla el proceso de devolución de la salud.

A partir de este modelo se han construido centros asistenciales a los

cuales el paciente debe acudir en busca de tratamiento (en el que tiene poco

qué decir y mucho qué obedecer), luego de soportar una larga espera (no

importa si es en una clínica privada o en un hospital público). De la misma

manera, el médico debe cumplir con una cuota de pacientes atendidos –con

los que apenas cruza palabras- , devolver la salud aún si no tiene recursos

elementales, y actuar como la fuente de saber y el responsable de resolver

problemas individuales y comunitarios. Una relación injusta para todas las

personas involucradas.

Pero además de un sistema asistencial catatónico, ese modelo

también ha generado un esquema de comunicación para la salud que se rige

por criterios semejantes, como hemos discutido en capítulos anteriores. En

vez de comunicar se limita a producir mensajes decodificados –o no- que

transmiten informaciones y que investigan sobre las audiencias sólo en la

medida en que buscan recursos para ser más eficaces en su intención de

persuadir o lograr cambios en el corto plazo.

Como hemos dicho, la abundancia de recursos con los que ha

contado Venezuela produjo una apariencia de eficacia que sin embargo, se

desdibuja cuando se mira con detenimiento. Por ejemplo, según

estimaciones de la Organización Panamericana de la Salud, el gasto

39

nacional en salud es aproximadamente del 7 % del PIB, aunque cerca del

3,5% proviene de fondos públicos. Eso significa que el mayor aporte de

recursos provendría del sector privado (OPS, 2004). Estas cifras

complementan las del informe anual de PROVEA del año 2005:

En relación con el porcentaje del presupuesto nacional se evidencia una tendencia al descenso desde el año 2002, cuando el gasto en salud representó el 6,62%, en tanto que para el 2003 fue del 6,41%, en el 2004, 6,31% y para el 2005, representó el 5,91%. No sucede así con el gasto del MSDS, en términos de porcentaje del Producto Interno Bruto (PIB), el cual mantiene una tendencia ascendente. Sin embargo, sigue sin superar el 2% (1,8%). Según estimaciones económicas realizadas por el Instituto de Estudios Superiores de Administración (IESA), por encargo de la Asamblea Nacional, para el 2005 el Sistema Público de Salud debería contar con una inversión pública del 4,98% del PIB, y para el 2006, del 5,13%, a fin de asegurar la puesta en funcionamiento del nuevo Sistema Público Nacional de Salud. (PROVEA, 2005: 6)

En cuanto a la red de atención que proveen tanto el sector público

como el privado, los investigadores de la organización defensora de los

derechos humanos también aporta datos importantes. Por ejemplo, el sector

privado cuenta con 344 centros de atención especializada (de las cuales 315

son instituciones de carácter lucrativo y 29 son fundaciones sin fines de

lucro). Por su parte, la red pública tiene 4.084 establecimientos ambulatorios

(incluidos 60 centros de diagnóstico y de rehabilitación) de los cuales el 96%

dependen del MSDS y 4% del IVSS; hay además 296 centros hospitalarios,

de los que 214 dependen del MSDS, 33 del IVSS, 13 del Instituto de

Previsión Social de las Fuerzas Armadas (IPSFA), 3 de Petróleos de

Venezuela, 29 del Instituto Nacional de Geriatría (Inager), 2 de las Empresas

40

Básicas de Guayana, uno de la Gobernación de Miranda y uno de la Policía

Metropolitana (PROVEA, 2005).

El aporte de Barrio Adentro (programa que surge en abril del 2003 y

se sustenta en el Convenio Integral de Cooperación celebrado entre Cuba y

Venezuela) ha sido importante, porque agregó 8.573 puntos de atención en

la fase Barrio Adentro I (568 consultorios populares construidos, 3.530

locales adaptados y 4.475 casas de familia), además de 1.415 clínicas

odontológicas. Este programa ha tenido impacto además por el número de

profesionales de la salud que ha incorporado a la atención de las mayorías:

24.156, que se suman a los 61.560 con que ya contaba el país. Sin embargo,

a decir de los investigadores del Programa Venezolano de Educación Acción

en Derechos Humanos, aún hay graves fallas de acceso:

Respecto a la desproporción de los puntos de atención primaria BA, destaca el Edo. Táchira, en donde es prácticamente inexistente, a razón de un punto de atención por cada 24.667 habitantes. Le sigue el Edo. Carabobo con 1 por cada 5.672 y el Edo. Portuguesa con 1 por cada 4.329, en contraste con la ciudad capital donde la proporción es de 1 por cada 1780, siendo esta la entidad federal que más se acerca a la meta planteada de 1 médico por cada 1.250 habitantes (PROVEA, 2005:17).

Por lo demás, la infraestructura asistencial del país presenta

problemas permanentes de mantenimiento y de dotación (no importa cuánto

dinero se inyecte en los presupuestos anuales). Los informes

epidemiológicos del Ministerio de Salud indican que tenemos una importante

prevalencia de enfermedades infectocontagiosas vinculadas al más

41

elemental saneamiento: parasitosis intestinales, paludismo, tuberculosis, por

no hablar del resurgimiento de la fiebre amarilla.

Ni siquiera la importante inversión en programas como Barrio Adentro

(en sus tres escalas) ha cambiado el rostro de un sistema de salud

colapsado, que tiene en la necesidad de organización y de formación una de

sus principales carencias. Bastaría con recordar que en el país funcionan –

sin coordinación real- más de 2.400 instituciones que trabajan en salud y que

pertenecen tanto al sector público como al privado.

Pero a eso hay que sumar la necesidad tanto de un número suficiente

de profesionales de salud, como de espacios adecuados en los que puedan

trabajar: para 2002, en Venezuela había 48.300 médicos, 6.489 enfermeras y

6.098 odontólogos. Datos más antiguos, de 1998, establecen que por cada

diez mil habitantes, había 20,5 médicos, 9 enfermeras, 6 odontólogos, 4

farmacéuticos, menos de un nutricionista y menos de un bioanalista. De los

47.957 médicos censados para ese momento, el 49,4% eran médicos

generales y en su inmensa mayoría se concentraban en Distrito Capital,

Miranda y Zulia. Estados como Monagas, Barinas, Portuguesa, Delta

Amacuro, Amazonas, Apure, Yaracuy y Sucre tienen menos de 10 médicos

por cada diez mil habitantes (Serrano, 2003).

Estas carencias han intentado paliarse con la presencia de 19.136 mil

profesionales sanitarios cubanos, entre médicos, odontólogos, optometristas,

enfermeras y técnicos varios (PROVEA, 2005). Pero no constituyen una

solución permanente y por el contrario, en muchos casos su ejercicio

42

profesional ha generado situaciones de alta conflictividad, tanto laboral como

social.

Si bien en el Plan Estratégico Social (PES) del Ministerio de Salud y

Desarrollo Social se establece entre sus directrices la importancia de la

formación del personal de salud y del empoderamiento de la población para

lograr que participe en la construcción de un nuevo modelo de salud, a siete

años de gestión resulta imposible medir el impacto de los planes y proyectos

que se han ejecutado por falta de indicadores transparentes y confiables.

Aparentemente no ha cambiado el enfoque curativo – paliativo del modelo de

salud, sino que se han extendido los esfuerzos por llegar a sectores más

amplios de la población de menores recursos.

Hay también un divorcio entre lo expresado en legislación,

documentos y planes, y la práctica habitual en los servicios de salud. Un

ejemplo de ello está en las Directrices del Plan Estratégico Social. La directriz

dos establece:

Adoptar la estrategia de promoción de la calidad de vida y salud, que busca la preservación y desarrollo de la autonomía de individuos y colectividades, entendida como el ejercicio de las potencialidades para satisfacer necesidades y deseos, a través de la transectorialidad y la acción sobre territorios-poblaciones, atacando las determinaciones sociales de los problemas y generando capacidades de organización y empoderamiento social (MSDS, 2002:9).

La orientación fundamental del Plan es, como hemos visto, la

promoción de la salud pero hace escasas alusiones a planes sobre

comunicación en salud. En el largo documento de formulación se menciona

43

la importancia de la comunicación en sólo un párrafo, y nunca como parte de

una política estructurada con los lineamientos generales de salud.

Tal aparente contradicción podría comprenderse si asumiéramos que

podríamos estar en la transición de un modelo curativo hacia otro modelo –

que se aspira sea de promoción de la salud- pero en el que aún perduran

numerosas prácticas, entre las cuales está una visión de la comunicación

para la salud como un elemento instrumental.

La investigación realizada por Estela Roeder para el Consorcio de

Universidades y el Proyecto Change, en Perú, demostró que una tendencia

internacional es enfocar la promoción de la salud en reducir la vulnerabilidad

de las personas a través de informar y difundir (Castro et al.,2003:10). Y esto

suele hacerse a través de campañas o intervenciones de corto plazo

(generalmente charlas en ambulatorios o comunidades). Prevalece, como

encontró la investigadora, un enfoque instrumental de la comunicación que

se puede sintetizar en dos modelos:

� La comunicación como herramienta o producto, es decir como

instrumento útil para la promoción de la salud y la prevención de

enfermedades (especialmente a través de la información). El comunicador

es un creador de actividades y de materiales, y determina el modelo de

conducta a seguir.

� La comunicación como proceso social. Las estrategias de comunicación

pretenden lograr la presencia y participación tanto individual como

44

colectiva, así como una prácticas conscientes y responsables que

permitan construir entornos saludables

Es también frecuente el enfoque instrumental que se hace del

comunicador para la salud. Según este estudio desarrollado por Roeder, al

comunicador en salud se le percibe desarrollando tres roles: traductor (es

decir, decodificador y adecuador de mensajes); bisagra (encargado de

sintetizar nociones de distintas disciplinas para evitar o resolver conflictos

interdisciplinarios y o políticos), y negociador (capaz de propiciar consensos y

de responder a los problemas del campo de la salud con enfoque

intercultural y de desarrollo), aunque esto último de forma menos frecuente.

Los hallazgos resultan significativos por cuanto se trata de resultados de

cinco indagaciones exploratorias y más de 700 entrevistas en 150

instituciones del Estado y de la sociedad civil en Perú (Castro et al., 2003).

También las universidades Si consideramos que el Estado es el gran productor de procesos de

comunicación para la salud (y también el mayor empleador: sólo el MSDS

cuenta con 16 organismos adscritos, sin tomar en consideración las

direcciones de salud de alcaldías y gobernaciones) y sin embargo mantiene

esta área infravalorada, no debe sorprender que lo mismo ocurra en las

universidades y espacios de formación profesional.

En efecto, para enero de 2006, hay en el país 13 centros de educación

superior en los que se estudia Comunicación Social a nivel de pregrado: las

45

universidades del Zulia, de Los Andes, Central de Venezuela, Católica

Andrés Bello (en los núcleos de Caracas y Guayana), Santa María, Santa

Rosa, Monteávila, Bolivariana, Bicentenaria de Aragua, Fermín Toro, Arturo

Michelena, Cecilio Acosta, y Rafael Belloso Chacín. Hay estudios de

postgrado en áreas de Comunicación en las Universidades del Zulia, Católica

Andrés Bello, Simón Bolívar, Metropolitana y Central de Venezuela.

Estudios de Comunicación en Venezuela

Universidad (Licenciatura) Pregrado Postgrado Universidad del Zulia X X Universidad de Los Andes X Universidad Central de Venezuela X X Universidad Católica Andrés Bello X X Universidad Santa María X Universidad Santa Rosa X Universidad Monteávila X Universidad Bolivariana X Universidad Bicentenaria de Aragua X Universidad Fermín Toro X Universidad Arturo Michelena X Universidad Cecilio Acosta X Universidad Rafael Belloso Chacín X Universidad Simón Bolívar X Universidad Metropolitana X Fuente: Elaboración propia

Sin embargo, la materia “Comunicación para la Salud” apenas se dicta

–y como electiva- en el pregrado de las Universidades de Los Andes (en el

4to año de la mención Comunicación para el Desarrollo Científico) y Central

de Venezuela (en el plan variable de estudios). En la Universidad

46

Bicentenaria de Aragua, en la mención Comunicación y Desarrollo se ofrece

una materia de nombre “Salubridad Social y las etnias en Venezuela”.

En cuanto a postgrado, hay un Seminario electivo en la maestría en

Comunicación Social (mención Comunicación para el Desarrollo) en la

Universidad Católica Andrés Bello, y una línea de investigación en la

Universidad del Zulia, que aparentemente tiene planificado desarrollar un

postgrado específico en Comunicación para la Salud (Guadalupe Olivo,

conversación personal el 25 de octubre de 2005).

Con respecto a las carreras relacionadas con salud, en el país se

estudian Medicina, Enfermería, Odontología, Farmacia, Nutrición y Dietética,

Bioanálisis, Veterinaria, y Técnico Superior en: enfermería, fisioterapia, salud

ocupacional, cardio-pulmonar, información sanitaria, ingeniería sanitaria,

citotecnología, terapia del lenguaje, en trabajo social, administración de

hospitales, y gerencia de servicios.

47

Estudios de Salud en Venezuela

CENTRO DE FORMACIÓN UNIVERSITARIA O INSTITUTO (Licenciatura/ Técnico Superior)

MED

ENF

ODO

FAR

NUT

BIO

VET

TENFE

TFISI

TOCUP

TCPUL

TISAN

TINFO

TCITO

TLENG

TTSOC

TADMH

TGERE

Universidad Central de Venezuela x x x x x x x x x x x x x x Universidad de los Andes x x x x x x x x Universidad de Carabobo x x x x x Universidad C Occ. Lisandro Alvarado x x x x Universidad Nac. Exp. Francisco Miranda

x

x

x

Universidad Nac. Exp. Rómulo Gallegos.

x x x x

Universidad de Oriente x x x x Universidad del Zulia x x x x x x x x Universidad Santa María (privada) x x Universidad Nac. Exp. Gran Mariscal de Ayacucho (privada)

x

Col. Univ. Jean Piaget (privado) x x x Col. Univ. Los Teques Cecilio Acosta (privado)

x x x

Col. Univ. Enfermería Gobernación del Distrito Federal

x

Col. Univ. Enfermería Centro Médico x I.U. Polit. de las FFAA x I.U. Tecnología de Caripito x I.U. Tecnología Dr. Delfín Mendoza x Col. Univ. Enfermería Cruz Roja x I.U. Tecnología Juan Pablo Perez Alfonzo

x

I.U. Tecnología Isaac Newton x I.U. Tecnología READIC x I.U. Tecnología Yaracuy x Inst. Ven. Audición y Lenguaje x Col. Univ. Rehabilitación x x Col. Univ. De Caracas x I.U. Profesiones Gerenciales x x TOTAL 8 8 7 4 3 5 4 1

9 3 3 1 1 1 2 2 1 2 2

Fuente: Serrano (2003) Estrategias de cooperación con los países. Informe de situación sobre desarrollo de recursos humanos en salud. OPS/OMS

48

Según datos de 1997 de la Oficina de Planificación del Sector

Universitario, en el país existían 10 programas de formación en medicina, 8

en enfermería, 7 en odontología, 4 en farmacia, 3 en nutrición, 5 en

bioanálisis y 4 en veterinaria, para egresar con nivel de licenciatura. La

mayoría de las carreras pertenecían a 8 universidades públicas y a 2

privadas. En cuanto a postgrados, con nivel de Especialización existen 167

cursos, 49 para Maestría y 20 para doctorado (Serrano, 2003).

A partir de 2005, a estos programas se sumó el de Medicina Integral,

que se desarrolla en las universidades Francisco de Miranda, Rómulo

Gallegos, Rafael María Baralt, Bolivariana de Venezuela, Nacional

Experimental de las Fuerzas Armadas y Nacional Experimental de los Llanos

Ezequiel Zamora.

Hasta ahora, en las carreras relacionadas con salud las materias de

comunicación se orientan a la comunicación humana (desde una perspectiva

médica y psicológica), salvo en el caso de la Universidad de Oriente, donde

existe una mención de Educación para la Salud. En ella hay contenidos

sobre educación y promoción de la salud más vinculados con comunicación

grupal.

La situación latinoamericana no es distinta, según podemos observar

en la investigación realizada para el Proyecto Change y la Iniciativa de la

Comunicación: de las más de 500 centros de estudios de Comunicación

Social – Periodismo (reportados por FELAFACS), sólo 5 o 6 han incluido

estudios en Comunicación para el Desarrollo (que podrían incorporar

49

materias sobre comunicación para la salud). En general presentan programa

de estudios orientados hacia el periodismo, la publicidad, las relaciones

públicas o la producción audiovisual (Irigoin et al, 2002).

De hecho, esos son los principales espacios laborales que encuentran

hasta ahora los comunicadores en salud en Venezuela: medios de

comunicación tanto diarios como periódicos (revistas, magazines, etc.) y

medios electrónicos (sitios web o medios de información por Internet) para

los periodistas en salud; centros de investigación, universidades, clínicas y

hospitales o direcciones de comunicación en los organismos públicos, para

los comunicadores organizacionales, y finalmente consultorías o espacios de

relaciones públicas, en materia de publicidad y comunicaciones integradas.

Una rápida revisión permite determinar que actualmente en el país 7

de los 12 diarios de circulación nacional (El Nacional, El Universal, Últimas

Noticias, El Mundo, Tal Cual, Panorama y El Nuevo País) y al menos 12 de

los 78 diarios regionales (El Carabobeño, El Impulso, El Aragüeño, El

Informador, El Norte, El Siglo, El Sol, los diarios El Tiempo (tanto el de Puerto

La Cruz como el de Valera), Frontera, NotiTarde y Nuevo Día) cuentan con

secciones fijas de salud o con periodistas que tienen dentro de sus

obligaciones cubrir esta fuente. La mayor parte de estos diarios también

poseen revistas dominicales que incluyen secciones de salud.

Adicionalmente, encontramos publicaciones con espacios fijos sobre

salud y belleza (particularmente las revistas asociadas al Bloque de Armas y

la Cadena Capriles, Sala de Espera, y el semanario Quinto Día ), o revistas

50

especializadas como Ciencia al Día y las editadas por las cadenas de

farmacias Locatel y Farmatodo. A eso habría que sumar las oportunidades

de producción independiente en las emisoras de radio y televisión tanto

privadas como comunitarias, y numerosas páginas web (que incluyen desde

el site principal de Cantv, Globovisión, El Nacional y El Universal, pasando

por portales de información en salud, hasta iniciativas individuales de

médicos). Esto, en relación con el ámbito periodístico.

Con respecto a la comunicación organizacional, las universidades

Central de Venezuela, del Zulia, de Carabobo, Centrooccidental Lisandro

Alvarado, de Los Andes, de Oriente, así como el Ministerio de Salud

(incluyendo sus organismos afiliados) cuentan con direcciones de

información que requieren comunicadores formados en el área de salud.

Igual ocurre con algunos de los principales centros privados de atención de

la capital (como Hospital de Clínicas Caracas, Policlínica Metropolitana,

Centro Médico de Caracas y la Clínica Santa Sofía), que mantienen o han

mantenido en los últimos cinco años un comunicador dentro de su personal

contratado.

En cuanto al ámbito publicitario, una parte importante de los

laboratorios farmacéuticos asentados en el país así como de las sociedades

médicas usan los servicios de comunicadores familiarizados con el tema

salud para sus estrategias promocionales o la difusión de sus eventos

científicos. Incluso agencias publicitarias o de consultoría subcontratan a su

51

vez comunicadores especializados cuando deben asumir clientes de esta

área.

Por lo demás, la comunicación para la salud no aparece vinculada -en

términos de formación o de políticas de comunicación- con la medicina, con

la gestión sanitaria o con la gestión pública. Esta situación de falencia podría

constituirse en una oportunidad, por cuanto evidenciaría la necesidad de

crear un programa de formación de comunicadores en salud adaptado a la

situación nacional. En efecto, en Venezuela es notable la falta de políticas de

formación en esta área, que ha quedado en manos de un voluntarismo

generalmente poco capacitado para enfrentar un desafío tan importante

como lo requiere el país.

Sería particularmente relevante que nuestras universidades, una vez

identificada esta demanda social, hicieran las propuestas de formación

correspondientes, pues como asegura Rosa María Alfaro, salud y educación

tienen una relación muy estrecha:

52

.

la mayoría de problemas de salud tienen que ver con aspectos educativos y culturales de mediano y largo plazo, pues se relacionan con las condiciones de vida y con las subjetividades y la convivencia humana que requieren cambios sociales y culturales más complejos. Una campaña tiene que ser buena en sí misma desde el punto de vista comunicacional; en cambio lo educativo y los cambios de la realidad requieren de otras intervenciones donde la comunicación no está en el mensaje sino en la relación que se establece entre diversos actores (no está dentro sino fuera de la propia intervención) quienes extraen, crean o reinventan sus apropiaciones para cambiar en relación con su entorno y comunidad. Ello incluye cambio en las subjetividades y en los problemas del medioambiente, las autoridades y la calidad de servicios que brindan, etc, etc, etc [sic]. (Alfaro citada en Consorcio de Universidades del Perú – Proyecto CHANGE, 2005)

Por todo lo anteriormente expuesto, en las próximas páginas se

analizarán los caminos para establecer el perfil idóneo del profesional en

comunicación para la salud.

53

Capítulo III: Caminos para construir un perfil prof esional

Desde la década de los 70 -cuando comenzó el proceso de

reorganización económica y tecnológica en Europa y Estados Unidos- hasta

nuestros días, diferentes investigadores han hablado de la transformación

radical de la economía mundial y de su paso de una fase postindustrial hacia

sociedades informacionales, en las que cambian tanto la noción como la

estructura misma del empleo.

Explica Manuel Castells que entre otros rasgos, estas sociedades

muestran un descenso constante del empleo industrial tradicional, una

creciente diversificación de las actividades de servicios como espacios de

puestos de trabajo, un incremento de los cargos ejecutivos, profesionales y

técnicos, así como de los servicios de producción y de atención social,

especialmente los de salud (Castells, 2001).

Es decir, requieren emplear personas con capacidad para adaptarse a

entornos cambiantes, resolver situaciones inéditas y aprender conjuntamente

con las organizaciones o colectivos en los que se desenvuelven. Tanto el

trabajo en sí mismo como los propios trabajadores se redefinen de acuerdo

con el conocimiento y la capacidad para reaccionar ante condiciones de

incertidumbre, algo radicalmente distinto de las demandas de los empleos

habituales hasta séptima década del siglo pasado.

54

Tiempos cambiantes, habilidades cambiantes

Entre 1920 y 1970, lo habitual era contar con empleo estable,

prácticamente para toda la vida (el desempleo era visto como una situación

coyuntural), en el que la mayor parte de los trabajadores eran hombres. Las

tareas estaban claramente especificadas y se valoraba en gran manera las

habilidades manuales. El ingreso y la permanencia se basaban tanto en las

credenciales académicas como en la experiencia. En general, el empleo

formaba parte de políticas de protección de la producción nacional (Cinterfor-

OIT, 1999)

En las últimas décadas, la situación es radicalmente distinta, según

consta en los estudios realizados desde el Centro Interamericano de

Investigación y Documentación sobre la Formación Profesional (Cinterfor),

adscrito a la Organización Internacional del Trabajo. Los cambios de empleo,

de posición ocupacional, de tareas y de funciones son parte de la

cotidianidad laboral, lo mismo que los períodos de desocupación (de hecho

el desempleo se ha convertido en un problema estructural y permanente). El

empleo informal, así como el trabajo por cuenta propia o bajo

subcontratación, y el autoempleo son modalidades cada vez más frecuentes.

La mujer ha entrado activamente al mercado laboral y ahora los empleos se

definen en función de los objetivos y logros a alcanzar mediante el trabajo,

dentro de economías con baja o ninguna protección. Por lo demás, el

trabajador ingresa a un empleo y se mantiene en él en la medida en que

55

demuestra las llamadas “competencias blandas”, relacionadas con

conocimiento, versatilidad y disposición para aprender (Cinterfor-OIT, 1999).

Y si bien las sociedades latinoamericanas han respondido con

dificultades a este desafío que se suma a problemas estructurales de larga

data (pobreza, dificultades en el acceso al sistema educativo, corrupción

gubernamental, entre otros), se han venido desarrollando experiencias en

materia de formación para el trabajo desde una perspectiva de

competencias, que de alguna manera resulta más adaptada a la actual

situación de las economías, tanto locales como globales.

El enfoque de competencias

Este enfoque, alentado por las Naciones Unidas desde principios de

los años 90, es definido por el Secretario General de esa organización, Kofi

Annan, como “la combinación de las aptitudes, atributos y comportamientos

que están directamente relacionados con el desempeño exitoso en el trabajo”

(citado por Irigoin et al., 2002).

Y si bien nace en las empresas privadas como un mecanismo para

obtener un máximo de utilidades, luego ha devenido en una mirada más

social. De hecho, la OIT desarrolla la idea de competencias en el marco de lo

que se ha denominado el “trabajo decente” (que establece: respeto a los

principios de derechos fundamentales en el trabajo, mayores oportunidades

de empleo, ingreso y seguridad humana, así como la urgencia de diálogo

social entre gobiernos, sociedad civil y todos los que forman parte de la

comunidad).

56

Ana Catalano y Susana Avolio (2004) se refieren a las competencias

en un sentido integral y social:

Actualmente se habla de competencias básicas, de competencias de ciudadanía, de competencias para la integración social. Estas competencias son las básicas que todo individuo debería adquirir por el hecho de participar en ámbitos diversos de socialización tales como la familia, la comunidad, la escuela, el trabajo, la práctica de deportes, los juegos, el compartir el tiempo libre con otros, los eventos culturales. En ellos las personas adquieren reglas de acción, modos de relación y de comunicación, formas de pensamiento lógico matemático, reconocimiento de las expectativas de los otros y maneras de ser con el otro (Catalano et al., 2004: 39).

No hay una definición estándar de competencias, pero sí diferentes

conceptualizaciones y clasificaciones. Por ejemplo, la Organización

Internacional del Trabajo se refiere a “la construcción social de aprendizajes

significativos y útiles para el desempeño productivo en una situación real de

trabajo que se obtiene no solo a través de la instrucción, sino también –y en

gran medida– mediante el aprendizaje por experiencia en situaciones

concretas de trabajo (OIT–Ducci, 1997).

Por su parte, el Consejo Federal de Cultura y Educación de Argentina,

las enfoca como “un conjunto identificable y evaluable de conocimientos,

actitudes, valores y habilidades relacionados entre sí que permiten

desempeños satisfactorios en situaciones reales de trabajo, según

estándares utilizados en el área ocupacional” (1998). Los investigadores

María Irigoin y Fernando Vargas proponen a su vez un concepto que aspira a

57

totalizar: “competencia es la combinación integrada de un saber, un saber

hacer, un saber ser y un saber ser con los demás; que se ponen en acción

para un desempeño adecuado en un contexto dado” (Irigoin y Vargas, 2002:

47). Como puede verse, la primera conceptualización apunta más a los

procesos y la segunda a resultados.

Las anteriores definiciones, de carácter general, pueden ser aplicadas

a cualquier situación de trabajo, profesional o no. Para efectos de la presente

investigación, que aspira a determinar las competencias que requerirá en

postgrado un comunicador en salud orientado al cambio social, interesa

especialmente la descripción del investigador francés Phillip Zarifian:

Entiendo por competencia, el tomar iniciativa y responsabilizarse con éxito, tanto a nivel del individuo como de un grupo, ante una situación profesional. Asumir la responsabilidad de una situación profesional es enfrentarse a todas las obligaciones y acontecimientos que pueden surgir en dicha situación y adoptar, por sí mismo, todas las iniciativas que les corresponden. Es competente quien sabe hacer frente, con éxito, a una situación profesional, en función de los objetivos o de la misión que le fueron confiadas. Es competente también, quien sabe apelar, cuando se ve superado por la complejidad de la situación, a colegas de trabajo más experientes y que pueden ayudarlos a dominar y controlar la situación, y que, por lo tanto, sabe activar una red de cooperación (Zarifian, 1999:34).

En cuanto a los tipos de competencias, encontramos varias

clasificaciones, según recuentan Irigoin y Vargas (2002). El sistema

mexicano diferencia entre básicas (lectoescritura, aritmética, entre otras),

transversales o genéricas (que se ubican en el eje de las capacidades del

58

individuo y lo acreditan para integrarse con éxito en la vida laboral y social), y

específicas (características de un cargo o trabajo en particular).

El sistema francés, por su parte, usa dos tipos de competencias: las

profesionales (para realizar un trabajo) y las sociales, que se relacionan con

el saber ser al que aludimos anteriormente.

Competencias profesionales y sociales

Dentro de las competencias profesionales destacarían –para efecto de

los intereses de esta investigación- las competencias de servicio, asociadas

con la producción de atención o satisfacción de necesidades sociales. Esta,

producción, según Zarifian, consistirá en el proceso “que conduce a

transformar las condiciones de existencia de un individuo o de un grupo de

individuos”. Las competencias asociadas implicarían “preguntarse y saber, en

los actos profesionales, qué impacto tendrán, directa o indirectamente, sobre

la manera en que el producto (el bien o el servicio) que se realiza, beneficiará

útilmente a los destinatarios” (Zarifian, 1999:43). Pero también implica una

capacidad dialógica:

Desarrollar una competencia de servicio es también, saber mostrar, en las relaciones con los demás, civilidad, es decir cuidados, atención, respeto y generosidad hacia el otro. Pero es también esperar, a cambio, la reciprocidad. El servicio no es unilateral; siempre tiene una parte de negociación, de reciprocidad, de acuerdo (Zarifian, 1999:44).

59

Por esto, las competencias profesionales necesariamente van unidas

con las competencias sociales, que son capacidades desarrolladas en

cuanto a autonomía; toma de responsabilidad y la comunicación

intersubjetiva. Si bien la autonomía y la toma de responsabilidad son

actitudes del individuo en su relación con los demás, son también

competencias que se expresan con especial valor en el ámbito de las

organizaciones y que operan en el propio espacio de desempeño. El

trabajador se vuelve autónomo o responsable de acuerdo con un contexto o

situación específica en que debe demostrar esa competencia.

En cuanto a la comunicación como parte de la competencia social- de

acuerdo con Zarifian presenta un aspecto más complejo, pues según él “no

se aprende a comunicar. Se aprende a insertarse activamente en relaciones

de comunicación (...). Y la base de la comunicación interhumana, no es la

transferencia de mensajes o de información. Es la comprensión recíproca”

(Zarifian, 1999:46).

Desde luego, esta capacidad es fundamental en la vida profesional,

para trabajos sencillos -como compartir objetivos laborales- o para procesos

más complejos -como llevar adelante transformaciones organizacionales. De

allí que según indica el autor antes mencionado, “lo que se descubre, a

través de esta competencia comunicacional, es la importancia decisiva de los

modos de socialización y, por lo tanto, de la manera en que los individuos se

desarrollan (profesionalmente) en redes de sociabilidad, para la competencia

profesional” (Zarifian, 1999:46).

60

Uno de los aspectos más importantes de esta competencia sería la

posibilidad de expandir el propio campo profesional, que evolucionaría

gracias a la capacidad del trabajador de entrar en contacto con los demás -

tanto individuos como entornos- y de dejarse transformar por ellos.

Es importante resaltar que el enfoque de competencias también ha

demostrado su utilidad para la formulación de planes y propuestas

curriculares, al punto de que funcionan como insumo para las reformas

educativas en los institutos de educación superior y las universidades.

Las competencias forman parte de este ambiente de aprendizaje más comprensivo y se están convirtiendo en una referencia de creciente importancia para las reformas de educación, al igual que la actualización de los programas de educación continua para profesionales [...]. En la educación postsecundaria, las competencias se introducen en el diseño de programas de estudio de especialidades profesionales como competencias genéricas o centrales y como competencias técnicas o específicas. El Alverno College (Wisconsin, EUA) es un ejemplo interesante de cómo las competencias centrales pueden usarse en distintas carreras. La universidad basó en su programa de estudio de pregrado en siete competencias centrales: comunicación, análisis (pensamiento crítico), valoración en la toma de decisiones, solución de problemas, interacción social, perspectiva global y ciudadanía activa. (Irigoin et al., 2002: 25)

En general, las competencias son valoradas en el diseño de

programas de estudio, entre otras razones por su estrecha vinculación con el

trabajo y por las posibilidades que ofrecen de diseñar estrategias concretas

de evaluación y aprendizaje.

61

Métodos más usados para identificar competencias

Cada ocupación, cada sector, cada profesión, requiere competencias

específicas y para determinarlas se ha echado mano de diferentes

metodologías. Comúnmente, se analizan los distintos trabajos para

determinar conocimientos, habilidades, actitudes, destrezas, mecanismos de

comprensión requeridos para lograr los objetivos que las ocupaciones

implican. Para identificar las competencias se usan grupos o comités de

trabajo constituidos por trabajadores, empleadores, expertos en la

especialidad y conocedores de metodologías relacionadas con

competencias.

Según Irigoin y Vargas (2002), los tres métodos más conocidos para

definir competencias son: el análisis ocupacional, el análisis funcional y el

análisis constructivista. El primero se enfoca en el análisis del puesto de

trabajo y las tareas que deben desarrollarse, en muchos casos con miras a

definir el currículum de formación. El análisis funcional se concentra en la

función productiva y examina la interrelación de diversas tareas que se

realizan en función de objetivos. Permite desarrollar desde currículos hasta

sistemas nacionales, tanto de formación y evaluación como de certificación.

Finalmente, el análisis constructivista se orienta hacia la actividad trabajo, es

decir, indaga en el trabajo a partir de sus dinámicas.

El análisis ocupacional, de más larga tradición, es hijo de los intentos

de clasificar los trabajos para discutir las primeras negociaciones colectivas a

principios del siglo XX. En su primera fase intentaba describir

62

exhaustivamente las actividades que se desarrollaban en cada puesto de

trabajo. Con el tiempo y la creciente complejidad de los trabajos y las

distintas áreas de producción, también este método debió transformarse. Las

nuevas técnicas de análisis de puestos laborales su aplicaron para diseñar

escalas salariales que implicaban responsabilidad, esfuerzo físico y mental,

ambiente de trabajo, entre otros elementos.

A partir del uso difundido de la noción de competencias, la detallada

descripción a la que recurría este sistema debió cambiar nuevamente: “la alta

especificación de tales análisis riñe con la flexibilidad requerida en el

desempeño eficiente. La fragmentación de actividades propia del análisis de

puestos, no se lleva bien con la polivalencia y mayor participación exigidas“

(Cinterfor, 2004). Nuevas metodologías de análisis ocupacional intentan

identificar contenidos laborales y describir las competencias específicas para

el desempeño de determinados empleos, a partir de las cuales se establecen

perfiles profesionales, así como programas educativos y de formación.

En cuanto al análisis constructivista, de origen mucho más reciente

(década de los noventa del siglo XX), fue desarrollado en Francia, en el

Centro de Estudios e Investigaciones sobre las Calificaciones. Este análisis

utiliza un constructo denominado ETED (l’emploi type dans sa dynamique), es

decir, el empleo-tipo en su dinámica, para el cual las competencias “son

capacidades movilizadas en el proceso de producción, guiadas por el

ejercicio de un rol profesional y de otro de interfase entre trabajadores”

(Rojas, citado por Irigoin y Vargas, 2002:116). El concepto implica una serie

63

de situaciones individuales relacionadas para constituir un núcleo, una

entidad de competencias, caracterizada por tres criterios: la finalidad global o

rol profesional; la posición en el proceso de producción, y. el rol de interfase.

En síntesis, la idea del análisis constructivista es “aproximarse a la

naturaleza del trabajo de modo que revele los saberes propios de la

transformación de una materia o situación, es decir, los saberes en la acción:

su movilización, perfeccionamiento, transmisión” (Irigoin y Vargas, 2002:116).

Los pasos para realizar este análisis incluyen: identificación de

actores, entrevistas, estructuración de la información, redacción y

formalización de cada noción, y validación a través de los grupos técnicos

formados por los titulares de los empleos. Si bien resulta el más participativo

e integrador de los tipos de análisis usados, también se le han señalado

diferentes dificultades, probablemente, porque aún está en proceso de

consolidación como metodología de trabajo.

El análisis funcional

Con respecto al segundo tipo, el análisis funcional –el más usado- es

una técnica que permite identificar las competencias específicas de una

función productiva, ya sea en un sector ocupacional, en una empresa o en

todo un sector productivo o de servicios. Se concentra en analizar la relación

entre el todo laboral y las partes que lo componen.

De acuerdo con Leonard Mertens (2002), este método se basa en la

nueva teoría de sistemas sociales, desde la cual el análisis funcional no se

referiría al “sistema” en sí, como un estado que deba conservarse o un efecto

64

que deba ser generado, sino debería servir para comprender la relación entre

sistema y entorno. Según este autor los objetivos y funciones de la empresa

deben formularse en términos de su relación con el entorno externo y con los

subsistemas internos:

El análisis funcional parte de lo existente como contingente, como probabilidad, y lo relaciona con puntos de vista del problema, que en este caso es un determinado resultado que se espera de la empresa. Intenta hacer comprensible e inteligible que el problema puede resolverse de un modo, o bien de otro. La relación entre un problema y el resultado deseado y la solución del mismo, no se comprende entonces por sí misma; sirve también de guía para indagar acerca de otras posibilidades, de equivalencias funcionales. El método funcional es un método comparativo; en términos de competencias, analiza las relaciones que existen en las empresas entre resultados y habilidades, conocimientos y aptitudes de los trabajadores, comparando unas con otras (Mertens, 2002:).

Estudios del Centro Interamericano de Investigación y Documentación

sobre Formación Profesional, aseveran que el análisis funcional no es un

procedimiento exacto. “Es un enfoque de trabajo para acercarse a las

competencias requeridas mediante una estrategia deductiva” (Cinterfor/OIT,

2004). Este método concibe el trabajo “como facilitador del logro de los

objetivos [y por tanto busca] ubicarlo en el contexto organizacional”(Irigoin y

Vargas, 2002:105).

Es la misma posición del Servicio Nacional de Aprendizaje (SENA) de

Colombia, el cual insiste en que se trata de un proceso experimental, puesto

que se va construyendo con los aportes de los participantes (los cuales

65

deben ser expertos en la actividad laboral, incluyendo empleadores y

trabajadores). Consiste entonces en un proceso de análisis del trabajo en

sus funciones integrantes, que se inicia “estableciendo el propósito principal

de la función productiva o de servicios bajo análisis y se pregunta

sucesivamente qué funciones hay que llevar a cabo para permitir que la

función precedente se logre” (Cinterfor/OIT, 2004).

Como se verá, implica un proceso de desagregación que va de lo

general hacia lo particular. Una vez identificado el propósito clave, será

necesario interrogarse sobre qué hacer para lograr el propósito, y así

sucesivamente hasta llegar al nivel en el que la función a realizar pueda ser

llevada a cabo por una persona. El análisis se concentrará en los resultados

y no en las fases para obtenerlos. Se expresa gráficamente a través de

mapas funcionales, que son mucho más que organigramas:

Su forma de “árbol” (dispuesto horizontalmente) refleja la metodología seguida para su elaboración en la que, una vez definido el propósito clave, este se desagrega sucesivamente en las funciones constitutivas. De hecho, las ramas del árbol son “causas” ligadas gráficamente hacia la izquierda (o hacia abajo según se haya dibujado) con sus respectivas “consecuencias”. Si se lee de abajo hacia arriba (o de izquierda a derecha) se estaría respondiendo el “cómo ” una función principal se lleva a cabo mediante la realización de las funciones básicas que la integran. En sentido contrario, de derecha a izquierda se estaría respondiendo el “para qué ” de cada función que se encuentra en la función del nivel inmediatamente siguiente (Cinterfor/OIT, 2004).

. El análisis funcional, como las otras metodologías antes mencionadas,

sirve de base para diseñar normas de competencia laboral así como

programas de formación. Algunas experiencias realizadas en México, Brasil,

66

Colombia y Guatemala demuestran su utilidad en la elaboración de currículos

de formación incluso en nivel universitario.

De hecho, la experiencia que tanto la Organización Panamericana de

la Salud, el Proyecto CHANGE (un proyecto conjunto de la Academia para el

Desarrollo Educativo y el Grupo Manoff, en Estados Unidos), como la

Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID),

para el diseño de programas de estudio para comunicadores en salud, tiene

como base metodológica el análisis funcional.

Experiencias clave

La formación de comunicadores para el cambio social, y de

comunicadores para la salud ha convocado a docentes, investigadores y

comunicadores de todo el mundo. Con este fin se han llevado a cabo varias

reuniones internacionales, como la Conferencia de Bellagio (realizada en

Italia en enero de 2002), la Conferencia de Bahía, en Brasil (junio de 2002),

la Conferencia de Ica, en Perú (noviembre de 2002), a partir de la cual se

desarrollaron propuestas de formación en diferentes niveles: desde cursos

de capacitación para promotores en salud hasta maestrías en comunicación

para la salud.

La primera reunión (Bellagio) se realizó con miras a buscar respuestas

a una serie de interrogantes específicas: ¿Cómo ocurre la comunicación para

el desarrollo y el cambio social? ¿Qué debe saber un comunicador y qué

debe estar en capacidad de hacer para ser competente y tener éxito? ¿Qué

deben enseñar las universidades y los programas de capacitación para que

67

los profesionales de la comunicación para el desarrollo y el cambio social

conozcan y puedan utilizar estas competencias?.

La Fundación Rockefeller, la Organización Panamericana de la Salud

y el Proyecto CHANGE de la Agencia de los Estados Unidos para el

Desarrollo Internacional acordaron copatrocinar una reunión en la cual un

grupo pequeño de investigadores, docentes y comunicadores pudieran

reflexionar, e iniciar el proceso gradual de definir las competencias de la

comunicación para el desarrollo y el cambio social. La Fundación Rockefeller

ofreció su Centro de Estudios y Conferencias de Bellagio para celebrar la

conferencia, que se realizó entre el 28 de enero al 1 de febrero de 2002.

Asistieron representantes de las universidades de California Davis

(USA), de Beirut (Líbano), de Chile (Chile), Católica de Bruselas (Bélgica), de

Copenhagen (Dinamarca), Rutgers (USA), del Istituto de Saude Coltiva

(Brasil) y de la Escuela de Salud Pública de Hanoi (Vietnam); de la Agencia

de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID), la OPS, del

Centro para el Control y Prevención de Enfermedades (USA), del Fondo de

Naciones Unidas para el Desarrollo (oficina para el continente africano), de la

African Women’s Development and Communication Network (FEMNET) de

Nairobi (Kenya), así como comunicadores de Perú, Guatemala, Senegal,

Estados Unidos y delegados de los copatrocinadores (Fundación Rockefeller

y el Proyecto CHANGE).

Durante una semana se concentraron en mesas de trabajo y

finalmente produjeron un mapa funcional de las competencias que –desde el

68

punto de vista de los participantes- debe tener un comunicador para el

desarrollo orientado al cambio social.

Para la veintena de expertos reunidos en el Bellagio, el propósito

fundamental de este comunicador es “utilizar la comunicación para facilitar

los esfuerzos de las personas por lograr mejoras sostenibles en el bienestar

individual y colectivo”. Para lograr ese fin, los comunicadores tendrían que

desarrollar dos funciones clave: “permitir o facilitar el diálogo con las

comunidades y al interior de éstas en apoyo a procesos sostenibles de

definición de políticas y toma de decisiones y fijar metas viables que

requerirían la contribución de enfoques de comunicación”; y “utilizar

estrategias, métodos y recursos de comunicación para alcanzar las metas

actuales y fortalecer la capacidad de abordar los problemas de desarrollo

futuros y las cuestiones relacionadas con el cambio social” (Irigoin et al.,

2002).

Paralelamente, OPS/OMS y la Federación Latinoamericana de

Facultades de Comunicación Social (FELAFACS) venían llevando a cabo

encuentros de trabajo a partir de la necesidad de establecer líneas de

formación del comunicador social en salud. En junio de 2002, en la ciudad

brasileña de Bahía, Brasil, se reunieron académicos, investigadores y

profesionales tanto de la comunicación como del periodismo en salud de

Perú, Paraguay, Argentina, Ecuador, República Dominicana, México,

Guatemala, Chile, Brasil, Honduras, Colombia, Venezuela, Estados Unidos,

El Salvador junto a representantes de la OPS .

69

Durante tres días de trabajo, los participantes perfilaron un mapa

funcional del periodismo en salud, y la forma en que podrían continuar

utilizándose algunas unidades y elementos de competencia para fines

curriculares, “pero siempre dejando en claro que cada contexto,

circunstancia, nivel de formación y/o condición laboral en la que se pretendan

poner en marcha, reclamará sus propios objetivos específicos así como los

criterios de evaluación para cada unidad o elemento de competencia” (Coe et

al., 2002).

Como propósito principal del periodismo en salud, establecieron

“informar crítica y responsablemente sobre salud para contribuir a mejorar la

calidad de vida de la población y mantener y desarrollar audiencias”. Las

cuatro funciones clave que deberá desarrollar ese profesional son: identificar

temas y problemas de salud teniendo en cuenta los componentes del

contexto que actúan sobre las prácticas sociales y la calidad de vida de

públicos específicos; difundir crítica, ética y responsablemente información

sobre la salud, desde una perspectiva integral, y eventualmente ayudar a

generarla; realizar el seguimiento y evaluación de la información sobre salud

difundida en los medios; y finalmente, interpretar características y dinámicas

de los medios en función del desempeño del periodista en salud. A partir de

estas funciones se generó una propuesta tentativa de plan de estudios.

La otra importante experiencia en el diseño del currículum del

comunicador para la salud se realizó también en 2002, pero en Ica, Perú,

entre el 19 y el 23 de noviembre, bajo la organización y patrocinio de la

70

Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID), la

Organización Panamericana de la Salud (OPS) y el Proyecto CHANGE.

La reunión de Ica igualmente se convocó para responder una serie de

preguntas fundamentales: ¿Cómo desarrollar estrategias para fortalecer

capacidades en comunicación y salud? ¿Qué recursos y necesidades existen

en el Perú y en América Latina para llevar a cabo tales objetivos? ¿Qué

conocimientos son esperados de distintos profesionales? ¿Que programas

son necesarios en diferentes niveles educativos?

Ante interrogantes tan diversas, también debían ser diversos los

participantes de la reunión-taller. Además de miembros de las instituciones

organizadoras, asistieron representantes de los Ministerios de Salud y de

Educación del Perú, de organizaciones no gubernamentales de Estados

Unidos, Nicaragua y Perú, y de agencias internacionales como UNICEF. Las

universidades peruanas que acudieron a la invitación fueron Católica, de

Lima, Cayetano Heredia, del Pacífico, las Nacionales de Trujillo, del Cuzco,

del Centro, y de Huamanga. Del resto de Latinoamérica asistieron docentes

universitarios de Bolivia, Brasil, Colombia, Guatemala, México, Venezuela y

Estados Unidos.

Luego de conocer experiencias sobre comunicación para la salud en

el continente (lo que permitió tener un panorama de los recursos existentes y

de las carencias para la formación de profesionales en comunicación y salud

en la región), los grupos de trabajo produjeron el propósito y las funciones

clave, así como las unidades de competencia.

71

El propósito clave del comunicador para la salud –según este grupo de

participantes- es “desarrollar procesos comunicativos sostenibles que

promuevan políticas públicas y procesos sociales (que articulen actores) para

contribuir a lograr a una sociedad equitativa con personas y comunidades

saludables (y que exprese la diversidad)”.

Para lograr tal propósito, el comunicador tendría que desarrollar cinco

funciones clave: promover el empoderamiento individual y comunitario para

la gestión y acción de salud; propiciar diálogos y concertaciones entre los

actores sociales y las instituciones del Estado -para facilitar la gestión social

y promover comportamientos saludables; abogar por políticas públicas

favorables a la salud; desarrollar intervenciones de comunicación que

proporcionen condiciones favorables para la adopción individual y colectiva

de comportamientos saludables; reconocer y analizar los determinantes de

salud y enfermedad, y la diversidad de respuestas en una realidad concreta

con el fin de orientar estratégicamente las intervenciones de comunicación

en salud (Castro et al., 2003).

A partir de ahí, se trabajó sobre diferentes opciones formativas,

intentando responder a preguntas guía: ¿qué competencias se deberán

desarrollar? (para concretar objetivos); ¿cómo se demostrarán? (para

establecer la evaluación), y ¿cómo se aprenderán y practicarán? ¿cómo se

ayudará a lograrlas? (para definir las experiencias de aprendizaje) . Las

opciones pedagógicas prefiguradas fueron: maestría en comunicación en

72

salud, incorporar un curso de comunicación en la maestría de salud pública,

cursos de capacitación para funcionarios, enfermeras/os y promotoras/es.

También se determinó que las estrategias de fortalecimiento que

deben desarrollarse en los países latinoamericanos deben considerar los

siguientes puntos: los públicos a los que se dirigen, las necesidades (tanto

de individuos, instituciones y programas), las motivaciones de los distintos

actores, las facilidades donde se ejecutan las actividades, la periodicidad con

que se llevan a cabo, y las metodologías a instrumentar. Finalmente,

insistieron en que el fortalecimiento de capacidades implica ir más allá de

entrenamientos puntuales:

Es necesario también pensar en las oportunidades que existen para aplicar las competencias adquiridas, las condiciones de trabajo que facilitan u obstaculizan la puesta en práctica de lo aprendido, la compatibilidad de lo aprendido y los requisitos laborales (lo cual hace imperiosos que se articulen ambos componentes en competencias), el apoyo institucional para desarrollar habilidades, y las consecuencias positivas que tienen la adquisición de nuevas conocimientos y prácticas. No es sólo cuestión de capacitar en el sentido tradicional del término, sino fundamentalmente, de articular necesidades con oportunidades a diferentes niveles desde una perspectiva amplia y coherente (Castro et al., 2003).

De allí parte la recomendación de establecer mapas de competencias

y de formalizar una maestría en comunicación para la salud en los países

que así lo requirieran, por cuanto comunicar eficientemente en esta materia

es uno de los retos claves no sólo para las naciones sino también para las

universidades.

73

Las experiencias antes reseñadas serán la base desde la cual

definiremos un mapa funcional del comunicador para la salud venezolano,

así como un potencial conjunto de contenidos para un posible diseño

curricular.

74

75

Capítulo IV: Las competencias del comunicador para la salud

¿Cuáles competencias debe desarrollar un profesional que decida

hacer comunicación para la salud en Venezuela? ¿Cuáles valores deberán

regir su desempeño? ¿Qué conocimientos lo ayudarán a ejercer su labor?

Para responder esas preguntas se optó por realizar un trabajo

cualitativo de carácter exploratorio, que pretende aproximarse al

establecimiento de competencias, habilidades y conocimientos que debería

caracterizar a un comunicador en salud, con miras a contribuir a la

construcción de un diseño curricular.

Para llevar adelante este trabajo se recurrió a los grupos de discusión,

técnica usada frecuentemente en investigaciones cualitativas que se basa en

la noción de que los grupos son capaces de reproducir, en su interacción,

parte fundamental del sentido que se construye en la sociedad de la que son

parte:

El grupo de discusión es una técnica de investigación social que (como la entrevista abierta o en profundidad y las historias de vida) trabaja con el habla. En ella, lo que se dice –lo que alguien dice en determinadas condiciones de enunciación- se asume como punto crítico en el que lo social se reproduce y cambia, como el objeto, en suma, de las ciencias sociales. En toda habla se articula el orden social y la subjetividad. [...] El grupo actúa así como una retícula que fija y ordena, según criterios de pertinencia, el sentido social correspondiente al campo semántico concreto en el que se inscribe la propuesta del prescriptor (Canales y Peinado, 1999:290).

76

En general, el grupo de discusión –sean cuales fueren las

modalidades en las que se utilice- se caracteriza entre otras cosas por el

hecho de que se constituye específicamente para la situación de trabajo que

le plantea el prescriptor o coordinador. Además, se reúne –personal o

virtualmente- para realizar una tarea y por tanto instaura un espacio de

opinión colectiva.

Según Canales y Peinado (1999), por genérico o simple que sea el

problema analizado, el número de grupos de discusión que se desarrollen en

una investigación debe ser de al menos dos, y cada grupo de discusión

deberá situarse entre los cinco y diez participantes.

En esta investigación se decidió usar dos modalidades de grupos de

discusión: el método Delfos para la primera fase, y una sesión de grupo de

trabajo para la segunda fase.

Un grupo de oráculos

Como se recordará, el método Delfos o Delphi, como también se le

llama – y cuyo nombre se inspira en la leyenda del oráculo de Delfos-

aparentemente fue ideado en los años 50 del siglo XX como un instrumento

para realizar predicciones. Desde entonces se le considera un sistema de

comunicación grupal útil para analizar y tratar problemas complejos. Consiste

en seleccionar un grupo de expertos a quienes se les pregunta su opinión

sobre un tema específico (Astigarraga, 2001) a lo largo de rondas sucesivas.

77

La intención clave es maximizar las ventajas que presentan los grupos

de expertos, es decir, se aprovecha la sinergia del debate en el grupo pero

se eliminan los riesgos de indeseables. Para ello, es esencial el anonimato

(impide que ningún miembro del grupo influya sobre otros por razones de

reputación, rango, etc. y cualquiera de los consultados puede cambiar de

opinión sin que eso afecte su imagen) . Otra característica importante es que

todos los expertos conocen los distintos puntos de vista y pueden modificar

su opinión si los argumentos de la mayoría los convencen (Bravo y Arrieta,

2002).

La muestra se definió a través de criterios razonados, puesto que más

que obtener representatividad estadística, interesaba lograr

representatividad de determinadas relaciones sociales. Como aclara Dana

Faulkner, el Delfos es un tipo de estudio que “no procura conseguir una

muestra de opinión representativa, sino construir un consenso imparcial

basado en un dictamen pericial” (citada en Irigoin et al., 2002:43).

Se hizo por tanto una selección de los expertos atendiendo a los

siguientes criterios:

1) Experiencia en la investigación o ejercicio profesional en

comunicación para la salud o comunicación para el desarrollo.

2) Prestigio en el área

3) Conocimientos sobre comunicación para la salud o comunicación

para el desarrollo

4) Disposición a participar en el estudio.

78

Además, se trató de lograr una mezcla de mínimos de similitudes y de

disparidades entre los expertos, pues como recomiendan Canales y

Peinado, la homogeneidad permite mantener la simetría de la relación de los

componentes del grupo, y la heterogeneidad, asegura la diferencia que hará

emerger la complejidad (Canales y Peinado, 1999). Se eligieron finalmente

profesionales vinculados al periodismo, a la investigación y docencia en

comunicación para la salud y para la ciencia, y a egresados en ciencias de la

salud que hubieran realizado trabajos de comunicación.

Estos expertos se dividieron en 3 cuotas según su procedencia

profesional: desde las ciencias de la salud, desde el periodismo y la

comunicación social, y desde la docencia y la investigación.

Los objetivos de la consulta se concretaron de la siguiente manera:

1) Definir las características profesionales del comunicador en salud

2) Establecer los objetivos del trabajo del comunicador en salud

3) Definir las competencias del comunicador en salud

4) Establecer ideas para un programa tentativo de formación

En la primera ronda se les solicitó caracterizar el perfil del

comunicador en salud, identificar las funciones, tareas, valores y habilidades

debe manejar, así como áreas de conocimiento que consideraran cruciales

en su proceso formativo. Se optó por utilizar preguntas abiertas para que los

consultados tuvieran la libertad de extenderse en las respuestas y así abrir

para el investigador todas las dimensiones posibles del tema.

El primer cuestionario constaba de las siguientes interrogantes:

79

a) ¿Cómo definiría al comunicador en salud?

b)¿Cuál sería la principal contribución del comunicador en salud a la

sociedad y/o a las comunidades?

c)¿Qué actividades debería ejecutar un comunicador en salud?

d) ¿Qué formación debería dársele en tres dimensiones: conocimientos

teóricos, competencias prácticas y motivación en valores?

Las respuestas de la primera ronda fueron analizadas, interpretadas y

desglosadas según elementos y conceptos comunes. Luego se les clasificó

según la frecuencia con que se repetían en las observaciones de cada

experto. De esta manera se establecieron tablas en las que era posible

conocer cuáles valores, conceptos, conocimientos y criterios eran invocados

por la mayoría de los participantes.

Los expertos coincidieron con respecto a las características generales

y específicas que debería presentar un comunicador en salud, aunque hubo

divergencias que hicieron necesaria la negociación para lograr consensos. Al

procesar las intervenciones se construyó una síntesis general que se hizo

circular en segunda ronda entre los expertos para su discusión. En esta

oportunidad, si bien las respuestas resultaron lacónicas en la mayor parte de

los casos, el consenso se logró rápidamente, lo que permitió concluir que se

había logrado el objetivo de la consulta.

El perfil general que los siete expertos de la consulta Delfos validaron

fue el siguiente:

80

Perfil del Comunicador para la salud

Características generales

Es un profesional con ética y valores marcados, líder de opinión en su

área, con formación científica y humanística, en comunicación y en salud, y

en comunicación para la salud en particular; debe mostrar respeto por las

diferencias, la multiculturalidad, capacidad para educar, conocimiento de las

condiciones locales y del ámbito comunitario, así como clara responsabilidad

social, interesado en la mejora sostenible del bienestar individual y colectivo.

Se trata de una persona familiarizada con mecanismos y métodos de

investigación y producción tanto de información científica como de productos

biomédicos.

Desde el punto de vista comunicacional, es alguien con habilidad para

trabajar en equipos, comunicarse eficazmente, y para comprender contextos

y audiencias.

En cuanto a sus competencias en comunicación para la salud, se trata

de un profesional especializado en el área, con manejo de diferentes

formatos y estilos de comunicación, competencia para usar distintos medios

de masas en lenguaje no codificado, entrenado para valorar el conocimiento

científico y capacidad para diferenciarlo de lo que no es científico.

Es capaz de generar mensajes informativos motivadores de cambios

positivos en los hábitos y estilos de vida de las comunidades y familias, de

apoyar procesos permanentes de definición de políticas de salud, toma de

81

decisiones y de determinar cuáles metas son factibles a través de la

comunicación, así como de identificar temas y problemas de salud a partir

contextos específicos que pueden obrar sobre prácticas sociales y calidad de

vida de auditorios determinados. Es alguien preocupado por la actualización

disciplinar y por la discusión sobre la práctica de la comunicación para la

salud.

Funciones sociales del comunicador para la salud:

Informar, fundamentalmente, aunque también debe ser un mediador -

articulador de procesos y códigos comunicativos, así como un educador. La

información que produzca debe ser oportuna, preventiva, concientizadora,

educativa, de calidad, confiable, contextualizada, analítica, plural, útil y

actualizada.

Valores del comunicador para la salud:

Los valores fundamentales del comunicador para la salud son la

responsabilidad social, la ética y la capacidad de trabajo en equipo

Actividades del comunicador para la salud:

El comunicador en salud debe estar en condiciones de desarrollar

habilidades complejas de comunicación, mantenerse actualizado a través de

revistas biomédicas y de bases de datos, conocer y manejar fuentes de

información institucional de estadísticas sanitarias (nacionales e

internacionales), vincularse con sociedades científicas nacionales e

internacionales, reflexionar sobre mensajes comunicacionales, modelos y

prácticas de salud.

82

Además, deberá diseñar y ejecutar estrategias comunicacionales para

todas las audiencias necesarias, definir y producir contenidos

comunicacionales (ya sean divulgativos, periodísticos, producciones

audiovisuales, electrónicas o multimedia), generar bases de datos de fuentes

fiables, planificar, coordinar y ejecutar actividades comunicativas en entes

públicos y privados, vincularse y trabajar en equipo con profesionales de los

medios de comunicación social, desarrollar prácticas de comunicación

organizacional y consultorías de comunicación, formar a comunidades

organizadas en materia de comunicación, actuar como mediador-articulador

entre comunidades y grandes públicos y entre diversos lenguajes, códigos y

sistemas de comunicación. En el ámbito más específico del periodismo en

salud, deberá ser capaz de hacer reporterismo y periodismo de investigación.

Sobre el proceso formativo:

La mayoría de los expertos opina que debe ser una formación de

cuarto nivel. El comunicador para la salud deberá manejar contenidos

académicos en los siguientes aspectos:

Teorías

• Teoría de la comunicación.

• Comunicación estratégica.

• Cultura.

• Teorías del Desarrollo Social.

• Ética (tanto médica como de comunicación), bioética y valores.

83

• Psicología y Sociología de la Comunicación.

• Teorías de Divulgación y Comunicación científica.

Contexto

• Estructura organizativa del sistema de salud en el país.

• Los distintos enfoques y paradigmas de la salud (desde el siglo

pasado).

• Conocimiento de nuestras patologías más relevantes, con énfasis en

aquellas donde la información constituya un factor relevante para la

prevención de las mismas.

• La situación de la salud en el país en distintos campos.

• Temas específicos de salud de acuerdo a los problemas centrales en

salud pública: salud mental, salud de la mujer, nutrición, salud

ocupacional, infancia, etc.

• Principales áreas de investigación sanitaria en Venezuela y

Latinoamérica.

• Terapias alternativas (distintos enfoques).

• Los grandes personajes de la medicina, especialmente en Venezuela.

• Legislación en Salud y Seguridad Social.

• Políticas de salud pública .

Herramientas

• Recursos de persuasión

84

• Métodos de recolección de información, tanto periodísticos como de

ciencias sociales.

• Manejo de Internet así como de las nuevas tecnologías y bases de

datos como herramientas de apoyo a la salud.

• Manejo del periodismo especializado y de distintos medios.

• Programas de desarrollo comunitario.

• Comunicación interpersonal y grupal.

• Técnicas de trabajo en equipo.

• Metodología cualitativa y cuantitativa (Investigación-acción, dinámicas

de grupo, grupos focales, técnicas de facilitación, etc)

• Estudios del discurso aplicados al área divulgativa

• Formación en producción de contenidos audiovisuales y electrónicos o

en los nuevos lenguajes que surjan. Actualización permanente en esta

área.

Una conclusión general de los expertos es que si el interesado en

comunicación para la salud proviene de la comunicación social, deberá

formarse previamente en los aspectos fundamentales del hecho biológico,

científico, sanitario, epidemiológico, etc. Si es un profesional con formación

en ciencias de la salud deberá adquirir habilidades y destrezas

comunicacionales.

Enfocados en comunicación para la salud

85

Una vez convenidos estos resultados, se procedió a estructurar la otra

consulta grupal, que realizaría un análisis funcional de la comunicación para

la salud. El método seleccionado para este fin fue el grupo de trabajo, una

técnica cualitativa de recolección de información que se usa para ejecutar

una tarea específica, relacionada con algún producto o proceso.

Según Pere Soler (1997), es una técnica muy versátil, por cuanto

puede adaptarse a múltiples tareas, particularmente a las que intentan

conocer opiniones, actitudes, motivaciones. “Consiste en un intercambio

mutuo de ideas y opiniones entre los participantes de un grupo relativamente

pequeño. Es posible establecer situaciones que favorecen la conducción de

grupos. Todos los miembros escuchan atentamente, razonan y participan. Es

una técnica muy utilizada” (Soler, 1997:118) .

También en esta técnica es relevante la proximidad de intereses entre

los participantes:

Una condición de los grupos de discusión es que estén compuestos por personas similares entre sí (edad, experiencia profesional, puesto de trabajo...). La naturaleza de la homogeneidad es muy variable pudiendo ser más o menos amplia según la finalidad del estudio. Los participantes se seleccionan porque tienen ciertas características comunes que les relacionan con el objeto de la discusión de tal manera que se facilite el intercambio de opiniones sobre aspectos que todos conocen. El no cumplir este requisito puede dar lugar a retraimiento frente a personas que se perciben distintas del resto del grupo (Nogareda, 2000:3)

Para llevar adelante esta sesión establecimos los siguientes objetivos:

86

1. Desarrollar un análisis funcional que permita establecer las competencias

que debe manejar un comunicador para la salud, a partir del resultado de

la consulta Delfos y de la experiencia profesional de los consultados.

2. Diseñar un mapa funcional que presente las competencias del

comunicador para la salud.

En cuanto la selección de la muestra de participantes, se usaron criterios

semejantes a los de la consulta Delfos:

1) Experiencia en la investigación o ejercicio profesional en comunicación

para la salud o comunicación para el desarrollo.

2) Prestigio en el área

3) Conocimientos sobre comunicación para la salud o comunicación para el

desarrollo

4) Disposición a participar en el estudio.

En la selección se estableció la presencia de empleadores,

periodistas, comunicadores organizacionales, docentes, profesionales de

otras disciplinas, miembros de organizaciones no gubernamentales, para

lograr una mayor diversidad de enfoques.

Como se recordará de lo tratado en páginas anteriores, el análisis

funcional es un enfoque que permite aproximarse a las competencias

requeridas para un trabajo específico a partir de una estrategia deductiva.

Comienza con la caracterización del propósito principal (o clave) de la

función o servicio que se esté analizando, el cual se va desagregando en

87

funciones. Según el Centro Interamericano de Investigación y

Documentación sobre Formación Profesional, es importante realizarlo con

trabajadores que conozcan en profundidad la función que está bajo la lupa:

Su valor como herramienta parte de su representatividad. En su elaboración se siguen ciertas reglas encaminadas a mantener uniformidad de criterios. La redacción del propósito principal, propósito clave, y funciones clave de la empresa, se suele elaborar siguiendo la estructura: Objeto + Verbo + Condición (Cinterfor, 2004)

El resultado del análisis funcional –el mapa funcional- sirve de base

para una serie de productos, como las normas y certificaciones de

competencia (importantes para efectos laborales) o los diseños curriculares,

en el ámbito educativo.

Una vez en el espacio elegido para la realización de la sesión de

grupo de trabajo, se plantearon las interrogantes básicas -según Irigoin y

Vargas (2002)- para la realización del análisis funcional:

� ¿Cuál es el propósito de un comunicador en Salud? (para definir el

propósito clave)

� ¿Qué debe hacer principalmente un comunicador en salud? (para

establecer las funciones clave)

� ¿Cuáles son las funciones básicas que debe realizar un comunicador en

salud? (para determinar las unidades de competencia)

De esta forma se identificó el propósito clave (el cual “describe lo que

es necesario lograr; se centra en mostrar el resultado de la actividad

productiva bajo análisis”) y las funciones clave (“qué hay que hacer para

88

lograr este propósito”) del comunicador para la salud. Las unidades de

competencia fueron validadas por Internet. Para facilitar la identificación de

los diferentes tipos de funciones, se ha asignado para cada función clave,

una letra (A, B, C o D), y para cada unidad de competencia, una letra y un

dígito (A 1, A 2).

Luego del debate el resultado fue el siguiente:

5.2.1. Propósito clave

Desarrollar procesos sistemáticos de comunicación que contribuyan a

promover sociedades saludables.

5.2.2. Funciones clave y funciones básicas

Las funciones clave y las funciones básicas (o unidades de competencia) se

desagregaron de la siguiente manera:

A. Producir discursos sobre salud que contribuyan a construir contextos y

referentes comunes y significativos para las distintas audiencias

A.1.-Actuar como mediador-articulador entre comunidades, grupos y

grandes públicos, y entre diversos lenguajes, códigos y sistemas de

comunicación.

A.2.-Identificar temas y problemas de salud a partir de contextos

específicos que pueden obrar sobre prácticas sociales y calidad de vida

de auditorios determinados.

A.3.-Diseñar y ejecutar estrategias comunicacionales diferenciadas según

las necesidades y características de las distintas audiencias.

89

A.4.-Diseñar y producir contenidos comunicacionales (ya sean

divulgativos, periodísticos, producciones audiovisuales, electrónicas o

multimedia), que generen motivación, emoción y reflexión sobre salud.

B. Desarrollar estrategias de articulación/mediación entre los distintos

actores sociales para promover conductas saludables

B.1.-Promover el diseño y la ejecución de estrategias de comunicación

para lograr consenso, diálogo y negociación de los involucrados en los

distintos procesos de intervención en salud

B.2.-Producir estrategias de comunicación que faciliten la participación –

en rol principal- de las comunidades en los procesos de diagnóstico,

diseño, gestión, seguimiento y evaluación de las intervenciones en

salud.

B.3.-Ofrecer herramientas sobre comunicación para la salud a

comunidades y grupos organizados.

C. Desarrollar conocimientos y actitudes críticas y éticas frente a la

información y los procesos de salud

C.1.-Identificar e interactuar responsablemente con fuentes pertinentes y

confiables, sobre los distintos ángulos y puntos de vista en torno a los

procesos de salud.

90

C.2.-Conocer y manejar sistemáticamente fuentes de información

científica e institucional (nacionales e internacionales), así como bases de

datos de origen confiable

C.3.-Valorar el conocimiento científico y desarrollar la capacidad para

diferenciarlo de lo que no es científico.

D. Fomentar el seguimiento y la evaluación de los procesos y de las

prácticas de salud y de comunicación en salud

D.1.-Hacer seguimiento de los procesos tanto de comunicación como de

práctica sanitaria generando indicadores que permitan observar, revisar y

evaluar los resultados.

D.2.-Promover la difusión de los resultados de la evaluación de los

procesos de comunicación y de las intervenciones en salud

D.3.-Fomentar la familiarización entre los distintos actores involucrados

en las prácticas de intervención sanitaria y de comunicación de distintos

métodos de evaluación de procesos

E. Articular, entre la sociedad y el Estado, el diseño y la ejecución de

políticas públicas y de comunicación para la salud.

E.1.-Promover el diseño y la ejecución de políticas nacionales, regionales

y locales de comunicación para la salud.

91

E.2.-Apoyar procesos permanentes de definición de políticas de salud, de

toma de decisiones y de determinación de metas factibles a través de la

comunicación.

E.3.-Aplicar estrategias de comunicación y de negociación para colocar

en la agenda pública los temas de salud

E.4.-Favorecer la discusión pública responsable y equilibrada para

promover y evaluar políticas de salud.

E.5.-Planificar, coordinar y ejecutar actividades comunicativas y de

negociación en entes públicos y privados para facilitar acuerdos que

hagan factible el desarrollo de políticas en salud y comunicación.

F. Promover el respeto por la diversidad y el reconocimiento del otro en la

comunicación para la salud

F.1.-Desarrollar estrategias de comunicación para promover una cultura

de paz y de respeto a las diferencias culturales, religiosas, étnicas,

sexuales y sociales de las distintas personas, grupos y comunidades que

interactúan en los procesos de salud.

F.2.-Identificar los distintos elementos culturales que median la

apropiación entre los colectivos de los procesos o prácticas de salud y

diseñar discursos acordes con ellas.

F.3.-Desarrollar estrategias de comunicación para fomentar el

reconocimiento de valores, capacidades y logros de las distintas

92

personas, grupos y comunidades que interactúan en los procesos de

salud.

G. Evaluar, proponer cambios y utilizar eficazmente los medios de

comunicación para promover sociedades saludables

G.1.-Establecer métodos que permitan conocer detalladamente las

características, alcance e impacto de los distintos medios de

comunicación en las audiencias que participarán en los procesos de

comunicación en salud.

G.2.-Analizar las características de la información sobre salud difundida a

través de los distintos medios y proponer formas novedosas de

presentación.

G.3.-Vincularse y trabajar en equipo con profesionales de los medios de

comunicación social.

G.4.-Promover y facilitar la actualización profesional de los

comunicadores en salud que laboran en instancias públicas y privadas.

Vale la pena recordar que un solo comunicador no necesariamente

debe manejar todas estas competencias (aunque debe tener nociones de los

elementos que permiten desarrollarlas), como bien lo ha aclarado la experta

en competencias María Irigoin:

93

Un mapa funcional no representa lo que una persona debe saber y poder hacer, sino el campo en su totalidad. En el caso del mapa funcional de la comunicación para el desarrollo y el cambio social, es posible que una persona no esté en capacidad de saber o realizar todo lo que aquel contiene. Sin embargo, la situación ideal es que una organización cuente con personal, voluntarios o contratistas que conjuntamente puedan realizar todas las competencias que identifica el mapa (Irigoin et all, 2002:10).

En Venezuela, la comunicación para la salud ha encontrado espacios

laborales en: a) los medios de comunicación (impresos, audiovisuales o

electrónicos), sobre todo desde una perspectiva informativa/ divulgativa; b) la

centros de investigación, universidades, instituciones públicas y centros de

asistencia privados, en tanto comunicación organizacional/

información/divulgación; c) los laboratorios, agencias de publicidad y grupos

de consultoría, en cuanto a persuadir, promover, y d) las organizaciones no

gubernamentales, en funciones de mediación/articulación/ promoción de la

salud. Esta área parece estar en proceso de crecimiento.

Probablemente algunas competencias serían principalmente

desarrolladas por quienes tengan orientación específica por determinadas

áreas. Por ejemplo, los más interesados en la información/divulgación

probablemente se enfocarán en las competencias enunciadas en las

funciones A, C y F; los que trabajen en ONG´s quizás se encaucen hacia las

competencias de las funciones B, D, E y F, por citar algunas posibilidades.

Lo importante será que en las organizaciones haya comunicadores capaces

de desarrollar todas las funciones antes descritas.

94

Las competencias que el grupo de expertos consultados consideró

determinantes para el ejercicio de la comunicación en salud, conjuntamente

con los resultados del Delfos, permitirán construir el conjunto de

competencias, habilidades y conocimientos que debe desarrollar un

comunicador para la salud en el contexto venezolano y sobre las cuales

ahondaremos en el capítulo siguiente.

95

Capítulo V: El perfil del comunicador para la salud venezolano

En el capítulo anterior se establecieron los parámetros fundamentales

a través de los cuales dos grupos de expertos en comunicación para la salud

(una consulta Delfos y una sesión de grupo de trabajo) ubican el desempeño

de un comunicador para la salud así como sus funciones y competencias

para trabajar en un contexto dinámico como el venezolano.

Al analizar el perfil de comunicador que proponen los expertos

consultados en la consulta Delfos, aparece un profesional integral que

requiere conocimientos interdisciplinarios y habilidades complejas,

fundamentalmente estratégicas. La caracterización general propone un

articulador de conocimientos y de estrategias de diferente tipo. Es, como

comentó uno de los expertos, el ideal weberiano, así que como deber ser,

resulta adecuado para un profesional de cuarto nivel.

Las funciones que se le asignan, sin embargo están más orientadas a

la visión tradicional del comunicador social. La mayor frecuencia la obtuvo la

visión del informador, aunque también emergió con mucha fuerza el

concepto de articulador mediador de procesos y códigos comunicativos. Es

decir, los expertos circunscriben su función al ámbito comunicacional, y

consistentemente le asignan tareas dentro de ese ámbito.

Parte de las tareas implican profundizar en el conocimiento de su

disciplina (es decir, lo conciben como alguien en aprendizaje continuo y

constante actividad intelectual, es decir, de nuevo el tipo ideal de profesional)

96

y otra parte, la relacionada más específicamente con prácticas laborales, lo

perfila como alguien que diseña estrategias, planifica actividades, articula

procesos comunicativos y también genera productos comunicacionales. Es

un profesional en el que predominaría el tipo negociador, que caracterizó la

investigación de Estela Roeder en Perú (Castro et al., 2003) citada en el

capítulo anterior.

Con relación a los valores, los que obtuvieron mayor frecuencia fueron

la responsabilidad social y la ética. Esto podría atribuirse a que en Venezuela

desde larga data se ha atribuido importancia a la responsabilidad que deben

tener los comunicadores y los medios de comunicación sobre los mensajes

que emiten y el posible impacto que tengan sobre la colectividad, como lo

recoge Gloria Cuenca: “Los medios de comunicación tienen un conjunto de

responsabilidades en los sectores de educación y cultura, dadas las enormes

posibilidades de difusión que la tecnología a (sic) puesto en sus manos”

(Cuenca, 1990:117).

En todos los casos, la alusión a responsabilidad está asociada con

que el desempeño del comunicador implique la promoción de la democracia,

la justicia social, la construcción de ciudadanía y la defensa de los derechos

humanos.

Una muestra de la relevancia que en el país se atribuye a esta

responsabilidad con la sociedad es que los códigos de ética de los distintos

profesionales de la comunicación se refieren directa o indirectamente a este

97

aspecto. Por ejemplo, el Código de Ética de la Televisión Venezolana

incorpora tres artículos (30 al 32) en su aparte sexto, titulado justamente

“Responsabilidad Social” (Cuenca, 1990). Y el Código de Ética del Periodista

Venezolano lo desagrega en su artículo 7, desde su aprobación en 1977:

El periodista está en la obligación de defender la nacionalidad y debe ser instrumento para el desarrollo independiente del país, la educación, la ciencia, la cultura y la comunicación, y estar al servicio de la liberación de los pueblos y del hombre (CNP, 2002).

Estrechamente vinculado con esta noción de responsabilidad en el

desempeño está la ética, que implica principios tales como solidaridad,

justicia y equidad. En el plano específico de la comunicación, como aclara el

Pontificio Consejo para las Comunicaciones Sociales, la ética trasciende

incluso los mensajes:

La dimensión ética no sólo atañe al contenido de la comunicación (el mensaje) y al proceso de comunicación (cómo se realiza la comunicación), sino también a cuestiones fundamentales, estructurales y sistemáticas, que a menudo incluyen múltiples asuntos de política acerca de la distribución de tecnología y productos de alta calidad (¿quién será rico y quién pobre en información?). [...] En estas tres áreas –mensaje, proceso y cuestiones estructurales y sistemáticas- el principio ético fundamental consiste en que la persona humana y la comunidad humana son el fin y la medida del uso de los medios de comunicación social; la comunicación debería realizarse de personas a personas, con vistas al desarrollo integral de las mismas (Pontificio Consejo para las Comunicaciones Sociales, 2000).

La frecuencia con que estos aspectos fueron mencionados en el

Delfos, hace pensar en que deben considerarse contenidos transversales en

98

la propuesta formativa del comunicador para la salud, además de constituir

puntos focales en el ámbito teórico. A ellos debe sumarse el valor que

emerge en clara afinidad con la función de articulador: la capacidad de

trabajar en equipo.

En cuanto al proceso formativo, es decir, a los conocimientos que

debería manejar, se sugiere un campo teórico de comunicación (que además

de teorías de la comunicación implicaría comunicación estratégica así como

comunicación pública de la ciencia), de desarrollo social, de sociología y

psicología de la comunicación, y consistentemente, de ética, bioética y

valores. En materia de conocimientos contextuales, aparece como

fundamental el conocimiento de la salud y situación sanitaria en Venezuela,

incluyendo aspectos de legislación y políticas.

En cuanto a conocimientos más relacionados con la práctica concreta

de la comunicación en salud, se sugiere el manejo de métodos cualitativos y

cuantitativos de análisis y recolección de datos, así como de estadísticas. Se

le debe dotar de herramientas de: aprovechamiento de las nuevas

tecnologías de información, uso de redes y de comunicación interpersonal

(con énfasis en capacidades persuasivas) y grupal, de trabajo en equipo, y

de estudios del discurso aplicados al área divulgativa. Debe formarse

también en desarrollo comunitario y en producción de contenidos

audiovisuales y electrónicos (o en los nuevos lenguajes que pudieran surgir).

De las diferentes competencias y conocimientos sugeridos por el

Delfos, se derivan una serie de habilidades. Como se sabe, éstas son

99

capacidades que se orientan hacia los procesos cognitivos. Las habilidades

complejas (características de los profesionales), se caracterizan porque

“implican no sólo la aplicación de procedimientos sino también la reflexión

sobre su uso, que se denominan heurísticas o estratégicas” (Catalano et al.,

2004: 130).

Dentro de las habilidades del comunicador en salud estarían:

1. Comunicar eficazmente

2. Comprender contextos y audiencias (respetando diferencias culturales y

sociales)

3. Manejar formatos y estilos de comunicación

4. Analizar las diferentes situaciones comunicativas y de salud

5. Trabajar en equipo

6. Coordinar tareas, planificar, organizar

Todo lo anterior parece indicar que los expertos del Delfos perciben al

comunicador para la salud como un científico social con capacidades

comunicativas complejas, capaz de trabajar desde el escritorio (planificar,

generar estrategias, productos comunicativos), pero también dispuesto a

interactuar con las comunidades y con los distintos actores vinculados con el

proceso de salud. En este sentido las competencias surgidas del grupo de

trabajo comparten esa visión y la amplían.

Este otro grupo de expertos prefiguró un comunicador que tiene como

eje la promoción de sociedades saludables a través de la comunicación. Y lo

100

caracterizaron como un articulador de lenguajes, de procesos, capaz de

interactuar respetuosamente con actores muy diferentes. Pero además,

añadieron como funciones sustantivas el seguimiento y evaluación de los

procesos en que esté involucrado, la mediación entre Estado y sociedad para

impulsar el diseño y la ejecución de políticas públicas, así como la promoción

del respeto por la diversidad y las diferencias.

Pareciera que se le coloca en una función de liderazgo, con la

proactividad necesaria para lograr que las sociedades se muevan hacia el

objetivo de ser más saludables. También lo acercan a las discusiones

globales sobre convivencia, tolerancia y construcción de paz, con lo cual lo

ubican en contextos convulsos, como el latinoamericano en general y el

venezolano en particular y también en un marco fundamentalmente ético.

Las funciones que se le asignan a este profesional superan el enfoque

meramente instrumental de la comunicación al ubicarlo en funciones que

implican análisis y reflexión. Al sugerir que debe evaluar procesos de salud y

de comunicación, lo hacen encarar lo que Rosa María Alfaro ha llamado “un

sistema de salud deshumanizado con graves problemas de comunicación y

participación democrática” (Alfaro, 2004:9).

Además, insertan al comunicador en la tendencia de la promoción de

la salud, como proponen los organismos internacionales y explicita el propio

Ministerio de Salud y Desarrollo Social. La visión de estos expertos recoge

además el vínculo que debe tener el comunicador en salud con los

ciudadanos en las distintas instancias en las que pueden convertirse en

101

actores sociales, y asume la importancia de lograr alianzas con los medios

de comunicación para que la salud sea discutida públicamente y promovida

en los contenidos que se difundan.

Perfilan, en síntesis, un comunicador que es tanto un promotor como

una persona capaz de ejercer liderazgo con miras a lograr una sociedad

saludable.

De las reflexiones de los dos grupos de expertos consultados se

derivan entonces las competencias, habilidades y conocimientos que deberá

manejar el comunicador para la salud en el contexto venezolano, y que serán

entonces las siguientes:

Habilidades fundamentales:

� Comunicar eficazmente

� Comprender contextos y audiencias (respetando diferencias culturales y

sociales)

� Manejar formatos y estilos de comunicación

� Analizar las diferentes situaciones comunicativas y de salud

� Identificar temas y problemas de salud para cambiar prácticas sociales

� Trabajar en equipo

� Usar métodos y recursos participativos,

� Relacionarse sin prejuicios

� Motivar, movilizar a las personas

� Coordinar tareas, planificar, organizar

� Investigar y evaluar

102

Conocimientos

� Teorías y práctica de la

comunicación

� Teorías del desarrollo social

� Sociología de la comunicación

� Psicología de la comunicación

� Situación sanitaria de

Venezuela

� Legislación y políticas en salud

� Nuevas tecnologías de

información

� Métodos cuantitativos y

cualitativos de análisis y

recolección de datos

� Trabajo en equipo

� Estudios del discurso aplicados

al área divulgativa

� Desarrollo comunitario

� Producción de contenidos

audiovisuales y electrónicos

� Ética, bioética, valores

103

Los expertos han coincidido en que si se trata de profesionales del

ámbito comunicacional deberían formarse más específicamente en materia

de salud, pero si proceden del área de salud deberían adquirir habilidades de

la esfera comunicacional. Eso hace pensar en la necesidad de un curso de

nivelación previo al postgrado, que permitiera establecer criterios comunes

de referencia. De esta manera, los contenidos del postgrado podrían ser más

específicos de la comunicación en salud propiamente.

En cuanto a las competencias, serán las establecidas por el focus

group y afinadas por el investigador.

104

Mapa funcional de la comunicación para la salud

Desarrollar

procesos

sistemáticos

de

comunicación

que

contribuyan a

promover

sociedades

saludables.

A.- Producir

discursos sobre

salud que

contribuyan a

construir

contextos y

referentes

comunes y

significativos

para las

distintas

audiencias

B.- Desarrollar

estrategias de

articulación/

mediación entre

los distintos

actores

sociales para

promover

conductas

saludables

A.1.Actuar como mediador-articulador entre comunidades, grupos y grandes públicos, y entre diversos lenguajes, códigos y sistemas de comunicación.

A.2.Identificar temas y problemas de salud a partir de contextos específicos que pueden obrar sobre prácticas sociales y calidad de vida de auditorios determinados.

A.3. Diseñar y ejecutar estrategias comunicacionales diferenciadas según las necesidades y características de las distintas audiencias.

A.4. Diseñar y producir contenidos comunicacionales (ya sean divulgativos, periodísticos, producciones audiovisuales, electrónicas o multimedia), que generen motivación, emoción y reflexión sobre salud.

B.1.Promover el diseño y la ejecución de

estrategias de comunicación para lograr

consenso, diálogo y negociación de los

involucrados en los distintos procesos de

B.2. Ofrecer herramientas sobre comunicación para la salud a comunidades y grupos organizados, códigos y sistemas de comunicación.

B.3. Producir estrategias de comunicación que faciliten la participación –en rol principal- de las comunidades en los procesos de diagnóstico, diseño, gestión, seguimiento y evaluación de las intervenciones en salud.

Propósito clave

Funciones clave

Unidades de competencia

105

Mapa funcional de la comunicación para la salud

Desarrollar

procesos

sistemáticos

de

comunicación

que

contribuyan a

promover

sociedades

saludables.

C.- Desarrollar

conocimientos

y actitudes

críticas y éticas

frente a la

información y

los procesos de

salud

D.- Fomentar el

seguimiento y

la evaluación

de los procesos

y de las

prácticas de

salud y de

comunicación

en salud

C.3.-Valorar el conocimiento científico y desarrollar la capacidad para diferenciarlo de lo que no es científico.

C.1.-Identificar e interactuar responsablemente con fuentes pertinentes y confiables, sobre los distintos ángulos y puntos de vista en torno a los procesos de salud.

C.2.-Conocer y manejar sistemáticamente fuentes de información científica e institucional (nacionales e internacionales), así como bases de datos de origen confiable

D.1.-Hacer seguimiento de los procesos tanto de comunicación como de práctica sanitaria generando indicadores que permitan observar, revisar y evaluar los resultados.

D.3.-Fomentar la familiarización entre los distintos actores involucrados en las prácticas de intervención sanitaria y de comunicación de distintos métodos de evaluación de procesos

Propósito clave

Funciones clave

Unidades de competencia

D.2.-Promover la difusión de los resultados de la evaluación de los procesos de comunicación y de las intervenciones en salud

106

Mapa funcional de la comunicación para la salud

Desarrollar

procesos

sistemáticos

de

comunicación

que

contribuyan a

promover

sociedades

saludables.

E.-Articular,

entre la

sociedad y el

Estado, el

diseño y la

ejecución de

políticas

públicas y de

comunicación

para la salud,

para las

distintas

audiencias.

F.-Promover el

respeto por la

diversidad y el

reconocimiento

del otro en la

comunicación

para la salud.

E.1.-Promover el diseño y la ejecución de políticas nacionales, regionales y locales de comunicación para la salud.

E.2.-Apoyar procesos permanentes de definición de políticas de salud, de toma de decisiones y de determinación de metas factibles a través de la comunicación.

E.3.- Aplicar estrategias de comunicación y de negociación para colocar en la agenda pública los temas de salud.

E.4.-Favorecer la discusión pública responsable y equilibrada para promover y evaluar políticas de salud.

F.1.-Desarrollar estrategias de comunicación para promover una cultura de paz y de respeto a las diferencias culturales, religiosas, étnicas, sexuales y sociales de las distintas personas, grupos y comunidades que interactúan en los procesos de salud.

F.2.-Identificar los distintos elementos culturales que median la apropiación entre los colectivos de los procesos o prácticas de salud y diseñar discursos acordes con ellas. . F.3.-Desarrollar estrategias de comunicación para fomentar el reconocimiento de valores, capacidades y logros de las distintas personas, grupos y comunidades que interactúan en los procesos de salud.

Propósito clave

Funciones clave

Unidades de competencia

E.5.-Planificar, coordinar y ejecutar actividades comunicativas y de negociación en entes públicos y privados para facilitar acuerdos que hagan factible el desarrollo de políticas en salud y comunicación.

107

Mapa funcional de la comunicación para la salud

Desarrollar

procesos

sistemáticos

de

comunicación

que

contribuyan a

promover

sociedades

saludables.

G.-Evaluar,

proponer

cambios y

utilizar

eficazmente los

medios de

comunicación para promover sociedades

saludables

G.1.-Establecer métodos que permitan conocer detalladamente las características, alcance e impacto de los distintos medios de comunicación en las audiencias que participarán en los procesos de comunicación en salud.

G.2.-Analizar las características de la información sobre salud difundida a través de los distintos medios y proponer formas novedosas de presentación.

G.3.-Vincularse y trabajar en equipo con profesionales de los medios de comunicación social.

G.4.-Promover y facilitar la actualización profesional de los comunicadores en salud que laboran en instancias públicas y privadas.

Propósito clave Funciones

clave

Unidades de competencia

108

Hacia un diseño curricular

A partir de este mapa funcional y específicamente de las unidades de

competencia y las tareas, será posible desarrollar en el futuro un diseño

curricular basado en competencias, que suele establecerse en forma de

módulos de aprendizaje. Como explican María Irigoin y Fernando Vargas, se

diferencia de los otros métodos de diseño curricular porque se basa en

funciones de trabajo:

La FBC [formación basada en competencias] tiene como referente una competencia y eso obliga a que su diseño curricular se ordene desde el comienzo en torno a un desempeño. No podría partir, como sucede a menudo con programas de corte academicista, de los contenidos de una disciplina ni de lo que un grupo de profesores considera que las personas deberían aprender. (Irigoin y Vargas, 2002:193)

Los pasos a seguir, según los autores antes señalados y otros como

Ana Catalano, Susana Avolio de Cols, y Mónica Sladogna (2004), implican

también trabajo en equipo. Lo primero será asignar a cada unidad de

competencia diferentes “realizaciones profesionales”, es decir, los resultados

y comportamientos laborales que se esperan del profesional. Estas

”realizaciones” también denominadas “elementos de competencia” son

funciones desagregadas (o tareas) y de ellas se desprenden los objetivos

pedagógicos.

El diseño curricular modular con enfoque de competencias partirá

entonces de los elementos de competencia (que funcionarán como objetivos

pedagógicos) y, como recomiendan los autores revisados, se desarrollará

109

respondiendo a preguntas: ¿cómo se demostrarán las competencias? para

establecer criterios de evaluación; ¿cómo se aprenderán y practicarán?

¿cómo se ayudará a lograrlas? para determinar las experiencias de

aprendizaje. Las preguntas ¿qué debe saber-conocer? ¿qué debe saber

hacer? ¿cómo debe hacerlo? definirán los contenidos teóricos,

metodológicos, contextuales o instrumentales (Castro et al., 2003).

Esta labor debe ser desarrollada en conjunto por conocedores no sólo

de diseño curricular sino también por profesionales y docentes del área

específica (en este caso comunicación para la salud), como aclaran Irigoin y

Vargas:

La planificación de la enseñanza de competencias no se puede hacer en soledad. Su ambiente es el trabajo y también teniendo en cuenta lo que son los contextos sociales en los cuales se desenvuelven las personas en un mundo que nos hace pensar en un nuevo tipo de instituciones laborales y un nuevo tipo de sociedad, la sociedad cognitiva o sociedad del conocimiento. En la formación basada en competencias trabaja un equipo de diseño, no es tarea de un navegante solitario, y se espera que en este equipo haya especialistas en contenido, en el sentido de especialistas en las disciplinas y en las tecnologías que eventualmente se precise enseñar, como asimismo especialistas en diseño curricular que puedan orientar técnicamente la construcción del currículum. (Irigoin y Vargas, 2002:195)

Por lo demás, cualquier propuesta curricular debe hacerse en el marco

de un análisis de entorno que permita comprender los elementos que harían

viable el desempeño del profesional una vez formado, o por el contrario las

dificultades que deberá superar. También tendría que analizar las ventajas o

desventajas de la propia institución que propondrá el programa de formación.

110

111

A manera de cierre

Es difícil concluir sobre un trabajo que aspira a ser el comienzo de un

proceso. Hay sin embargo algunos aprendizajes que vale la pena asentar:

En el ámbito de la comunicación para la salud, se impone la necesidad

de asumir que está inserta en prácticas culturales híbridas, en las que operan

múltiples mediaciones. Darle espacio a una construcción común en la que se

reconozca el papel protagónico de diferentes actores, particularmente de las

comunidades involucradas, será fundamental para comunicar y para

compartir salud, y sobre todo, para hacer comprender la enorme dimensión

ciudadana que tiene la salud (como derecho y como responsabilidad).

Reconocer la comunicación para la salud como proceso de

aprendizaje social en el que todos los involucrados aprenden en una relación

dialógica, y se eluden las relaciones de poder (un emisor que conoce y una

audiencia que ignora) es otro aprendizaje importante. Ello implica partir de

una perspectiva compleja en que la comunicación se relacione con diferentes

disciplinas, pero también con los llamados “saberes vulgares” o de sentido

común, imprescindibles para entender a las audiencias.

Y comenzar a pensar la comunicación desde la perspectiva de la

promoción de la salud, y más específicamente con la intención de proponer

una cultura de la calidad de vida, es otra reflexión que valdrá la pena

plantearse en los próximos tiempos.

112

Ahora bien, esto obliga a formar profesionales con una perspectiva

comunicacional más amplia, capaces de darle nuevos significados a las

formas tradicionales de comunicación para la salud, con habilidades y

competencias que le permitan relacionarse con diferentes actores,

disciplinas, modelos, estrategias y criterios, así como a ponerlos al servicio

de la gente para que ésta, libremente, decida sus prioridades en materia de

salud y de cambios.

Y justamente, una de las fallas detectadas por los investigadores de

diferentes países es la carencia de espacios académicos donde formar este

profesional, por lo que ésta se constituye en una de las tareas urgentes en

los próximos tiempos.

En el caso específico de Venezuela, no hay políticas de formación en

esta área, que ha quedado en manos de un voluntarismo no profesionalizado

y en general poco capacitado para enfrentar los desafíos que plantea la

comunicación para la salud. Ésta, se sigue asociando con el periodismo (a lo

sumo el periodismo científico o de salud), las relaciones públicas o las

prácticas publicitarias. Es, como hemos dicho antes, una práctica en

situación de orfandad.

Sin embargo, es un espacio de trabajo desaprovechado: bastaría con

pensar en las más de 2.400 instituciones que ofrecen servicios en salud y

que pertenecen tanto al sector público como al privado, sin contar con

instituciones académicas y hasta medios de comunicación social que podrían

emplear a estos profesionales.

113

El enfoque de las competencias parece un punto de partida útil para la

construcción de propuestas curriculares orientadas a la comunicación en

salud. Sobre la base de este enfoque, la investigación determinó una serie

de competencias que prefiguran un comunicador que tiene como eje la

promoción de sociedades saludables a través de la comunicación.

Fue caracterizado como un articulador de lenguajes, de procesos,

capaz de interactuar respetuosamente con actores muy diferentes, de hacer

seguimiento y evaluación de los procesos en que esté involucrado, de

trabajar en la mediación entre Estado y sociedad para impulsar el diseño y la

ejecución de políticas públicas, así como en la promoción del respeto por la

diversidad y las diferencias.

Esta visión profesional se encuentra enmarcada dentro de los

aprendizajes y desafíos planteados en el continente en cuanto a las

funciones del comunicador para el cambio social y específicamente el

comunicador para la salud.

114

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