el co ca a · un en . me r e · ca rnillad cocuidadosamente sobre el piso del avión~ baªJ....

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a mañana llegó de Villa Montes un trim t 111 édic 0 ~~ió una papeleta de evacuación. Cuandi ~r. ~vendaño 111e cons1g areció una muchedumbre de oficinistas Cond~n_ rnotor iba a p artir, ap n un herido que parecía moribundo L cie~do una ca rnillad cocuidadosamente sobre el piso del avión~ baªJ. clam1lla f~e 1 ca a · 1 - ' 0 a custodia co O fe rmero del hosp1ta . Por los algodones de la d un en . cara me d r e t de que aquel moribundo no era otro que el cor I d cu en a . one el cast il l eJ º ·· . . , _ ¡Qué cinismo de picara! -protesta la rubia. ¡Y venir a contar e los pilas le hirieron en el muslo, y que luego le rebanaron la q:ra a machetazos, y que el sargento Wáskar Puma le salvó de ~ ere cer descuartizarlo! V -·qué tranquilo me siento, señora. Es tan grande esta paz, que la recibo en ta luz y en el aire y en el tiempo. Nunca disfrude un sosiego como éste. Nunca S(?ñé este bienestar de que vivo rod eado . Y todo este regalo sólo me viene de las manos de usted. Cu ando pienso en la deuda que contraigo, encuentro que jamás p odré saldarla ... Vinvela escucha en silencio enredando la mirada en lo s . ' a rrayanes que se estremecen en la vereda. Al fondo ª. rnb ula n como s ombras algunos soldados. · . - Pero cómo habría hecho completa mi felicidad, señ ora , 51 hub · 1 · • · · d · adre Us ted era rec1b1do ·un abrazo · un solo abrazo e mi m · ll ena · ' on su bond ad. mis horas con su presencia, con su esmero, e . de mi Us ted reempla_ za a mi madre al extremo de aleJarla mis Pens am · ... ·ent ras la ven aj iento. Mientras usted me acampana , mi de noc he, a : ella se duerme en la ausencia. Más en otra s htª~e a lgo q ue no tªnecer, ella despierta en mi corazón Y me ~u P~o que llegu é: den:~acaso de olvido o de ingratitud . Hace tanto ~~:ital ; ya es t oy sah . de Pocos días me darán de alta en el •s br azos; sin 1 io, he - la en m1 h ernb sonado tanto en verla en tener · tas veces la e argo 11 ' t ,, ? cuan e a no puede llegar. ¿ Dónd e esª · - 193-- t

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a mañana llegó de Villa Montes un trim t

111édic0• ~~ió una papeleta de evacuación. Cuandi ~r. ~vendaño 111e cons1g areció una muchedumbre de oficinistas Cond~n_rnotor iba a partir, ap n un herido que parecía moribundo L cie~do una ca rnillad cocuidadosamente sobre el piso del avión~ baªJ. clam1lla f~e

1 ca a · 1 - ' 0 a custodia co O fermero del hosp1ta . Por los algodones de la d un en . cara me d r e t de que aquel moribundo no era otro que el cor I d

cuen a . one el castil leJº ·· . . ,

_ ¡Qué cinismo de picara! -protesta la rubia. ¡Y venir a contar e los pilas le hirieron en el muslo, y que luego le rebanaron la

q:ra a machetazos, y que el sargento Wáskar Puma le salvó de ~erecer descuartizarlo!

V

-·qué tranquilo me siento, señora. Es tan grande esta paz, que la recibo en ta luz y en el aire y en el tiempo. Nunca disfruté de un sosiego como éste. Nunca S(?ñé este bienestar de que vivo rodeado. Y todo este regalo sólo me viene de las manos de usted. Cuando pienso en la deuda que contraigo, encuentro que jamás podré saldarla ...

Vinvela escucha en silencio enredando la mirada en los . '

arrayanes que se estremecen en la vereda. Al fondo ª .rnbulan como sombras algunos soldados. · .

- Pero cómo habría hecho completa mi felicidad, señora, 51

hub·1 · • · · d · adre Usted era rec1b1do ·un abrazo · un solo abrazo e mi m · llena · ' on su bondad.

mis horas con su presencia, con su esmero, e . de mi Usted reempla_za a mi madre al extremo de aleJarla mis Pensam· ... ·entras la ven aj iento. Mientras usted me acampana, mi de noche, aiº: ella se duerme en la ausencia. Más en otras htª~e algo que no tªnecer, ella despierta en mi corazón Y me ~u P~o que llegué: den:~acaso de olvido o de ingratitud. Hace tanto ~~:ital ; ya estoy sah . de Pocos días me darán de alta en el •s brazos; sin

1 io, he - la en m1 h ernb sonado tanto en verla en tener · tas veces la e argo 11 ' t ,, ? c uan e a no puede llegar. ¿Dónde esª ·

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preguntado, señora, usted ha tenido siempre una misma frase para consolarme. Yo he creído, y he esperado. Ahora comienzo a temer ... Comienzo a creer que encontraré vacía la choza, desierto el pegunal , que los colonos me mirarán condolidos y al oír mi pregunta sólo moverán la cabeza ... Ahora pienso que usted vino aquí porque mi madre ya no podía. Gracias señora.

- Calma, Wáskar. No desesperes ... - . No desespero señora. La guerra me ha enseñado a no

_desesperar. La guerra me ha resecado el alma y, algo más, me ha envilecido. Yo no debía aceptar esta molicie, ni extraviarme en este r

paraíso antes de ver a mi ma~re. No debía dejarme convencer por una frase piadosa que me fingía una promesa. Debía valerme de otros medios, correr, arrastrarme-, morir buscándola ... Así hubiera correspondido a los martirios que ella tuvo que sufrir pa ra óbseqúiarme este puñado de saber y aquella libertad con que ella y mi padre soñaban cada día. Pero iré, señora, la buscaré ...

- Has de ir, Wáskar. Has de ir. Pero no pronto. - Pro~to señora. Ya no-me amarre usted a su piedad.

Permítame consagrar a mi madre pGr lo menos mi ~rimer día de salud.

- Irás, chico . Dentro de cuatro, cinco días, cuando puedas soportar la violencia del viaje.

- Ella caminaba de la mañana a la noche, recorría doce leguas de sol , doce leguas de viento y de lluvia para venir a verme. Yo, ni eso podré, ingráto. -

- Irás, y no soJo. Yo te acomp--áAaré . Wáskar, la mira en un impulso-de rebelión . Le ha de gritar:

"¡No!" Pero se apacigua y calla , Vinvela le comprende - Sé 'qu~ d~searías -ir solo. Pero yo no-te dejaré, potque sé

que me necesitaras ... - ¡No señora! -la interrumpe . Iré solo. - Irás conmigo, Wáskar -insiste Vinvela con suavidad. Lo

he resuelto.

El hombre rueda por el talud del abatimiento. Con extraña ansiedad las manos de Vinvela se apoderan de la diestra del

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soldado, la acarician y la es_trujan como empeñadas en retener algo muy fu ido que amenazara con escurrirse .

El tiempo se desliza ajeno a todo, arrollando luces y trinos y . montañas, acabantjo por aniquilar hasta el propio silencio . Cuando Wáskar suspira, ha anochecido ya, y las manos de Vinvela parece que le estuvieran confiando un secreto. Se levantan los dos a un tiempo y encamínanse por la veredá de arrayanes ha~ia la sala.

. Wáskar piensa toda la noche en su madre; pero piensa t~mbién en Vinvela. Su madre, desaparecida mientras él se quemaba en las ll~mas de la guerra. Vinvela, su patrona, casada con As.torqui-z.a . Su madre, ahora, un pequeño montón de tierra, dolor en el corazón , vacío en su vida, tal vez lágrima en sus ojos. Vinvela , mujer desconcertante, misterio, imposible. Mañana su madre será un recuerdo, una ternura ; tal vez una tristeza. Vinvela ... Quién sabe qué será Vinvela en su vida mañana .. . No Vinvela será lo intangible, .la negación. Pasará la guerra, llegará su marido y la dicha será en su hogar. Entretanto, Wáskar se entregará al torbellino de la vida , muy lejos de aquellas manos, muy lejos de todo aquel embrujo; esos ojos le dejarán pasar como a un desconocido, esos labios ya no le envolverán en su música. Y Wáskar sufre. Puédese afirmar que está enamorado.

Por fin puede Wáskar salir a la calle. - Mi misión aun no ha concluido -le dice Vinve la-Quiero

llevarte a casa . Mi mad,re desea verte. Para los ojos del muchacho, la ciudad posee el encanto de un

tesoro recobrado. Las calles tienen aire y luces de fiesta . Las casas tienden _a sus pies , como una bienvenida , sus aceras ._ Las gentes -mujeres y viejos , gentes de un país en guerra -llevan el ef~cto en los labios y brazadas de cordialidad en los brazos. Por el camino, las amigas, y los parientes de Vinvela le hablan y le ab~aza~, como ª un viejo amigo . Los hombres le dicen .,"soldado valiente Y las mujeres 11 Héroes".

Wáskar se emociona al verse cerca de la casa de Vinvela .. El Pasado comienza a borbollar en su pensamiento como un manantial. El hambre, el cansancio, la tiranía _de "niña Vinvelita ", pero todo suavizado, dulcificado por el bienestar presente.

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El caballero de Astorquiza emerge del viejo portón y echa a caminar calle abajo con paso majestuoso, ostentando un impecable traje negro. ·

- Su señor suegro, señora . - Y también mi padrastro. El 'asombro amarra el paso de Wáskar. En este momento se

da cuenta de que Vinvela tenía padres. Pero por alguna razón que él no conoce , no le fue posible acordarse antes y preguntar por ellos a Vinvela . Sin que él supiera por qué, Vinvela se le había presentado en el hospital como un ser a,bsoluto, único, sin relación con ningún otro ser. En todo el tiempo de su curación , la imagen de la· dama no le había surgido ninguna otra ni le había llevado a pensar en que pudiera existir una persona afín a ella . A su propio marido la descubrió de un modo casual.

-Todo te arrastra a la meditación -le dice Vinvela al atravezar el patio_. A veces me pongo susceptible a la idea de que puedes hallarte cansado ...

Wás_kar se siente turbado de aprensiones. - Señora -suplica en angustioso tartajeo , -en su

generosidad no concibo que pueda caber. , -. Quiere confesárselo;-de~f.r,sa:lo--todo. Pero le detiene el miedo

de que sus palabras caigan como un desatino, acaso como una insolencia en el escrúpulo de la dama. Ella pertenece a otro hombre y es propiamente su ama. ·

Entretanto ya han llegado a la puerta del cuarto que en otros tiempo era de Vinvela .

- He decidido recibirte aquí-anuncia con inesperada firmeza" la dama abriendo la puerta . Sé q~e te traerá malos recuerdos; pero es un capricho mío. -

El cuarto es el mismo. El mismo lecho, la misma mecedora de Viena, el mismo peinador, todo como si el tiempo se hubiese estancado. Vinvela se arrellana en la mecedora , señalando a Wáskar el borde de la cama .

- Ahora estoy en mi casa y he de ajustarte las cuentas . A eso te he traído. Ahora me toca el turno.

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El hombre, sentad o al borde del lecho nota que I f lt ' e a a apoyo Y esta fal ta , sumada a la amenaza de la dama le golp

1 , . . , . , ea e es p m tu

trayéndole una sensac1on de inseguridad y de temor. - Para empezar, una queja. Eres un ingrato ... - Señora .. .

- No me interrumpas. Eres un ingrato. Tanto tiempo h d d

. p . emos estado juntos , ca a ta. rimero, me has ultrajado y me has echado. Luego, al te~e rme de nuevo a tu lado, no te has interesado por mi ni por los mios . Seguramente me creías un ser vacío a quien no hab ía nada que decirle ni nada que preguntarle. Sólo tenias el afán de humillarme e insinuarme el recuerdo de los malos tratos que sol ía darte de niña . Siempre tenías aquella "niña Vinvelita" a flor de labios , sin ver los esfuerzos que hacía para que no recordarás esos tiempos . Por eso te he tra ido , ahora al cuarto de los recuerdos . Llámame ahora "niña Vinve li ta " .. . A parte de eso, yo no tenía ni salud, ni preocupacion es , n1 padres ... nadie , nada nada. No te importaba saber que mi padre había muerto , que mi mad re se había vue lto a casar, que se me obligó a ser esposa del hijo de mi padrastro , que mi matrimonio fue el mayor descalabro de mi vida ... Nada de esto te interesa . Veías en mí a una enfermera impertinente, a quien había que tratar peor que a una criada ... Yo era para ti dos cosas: una patrona que te ultrajaba de ch ica y una enfermera ... He

ahí todo. ¿No es cierto? ·s - ' - 1 enora ... .

- ¡Nada , nada! ... ¡Ya sé que me vas a decir! ¡No quiero oírte!

¡Ni una palabra! Los ojos llameantes de ira y los puños apretados Y en alto

como para golpear. Vinvela salta de. la mecedº:ª Y se planta d_elant: del soldado. Este se siente pose1do de un impulso p_arecidos aquel con que sol ía lanza rse sobre las trincheras enemigas . Antes de nada su brazo aparece rodeando firmemente el cuello de la

' . d d ese mentón tembloroso dama mientras su mano libre se apo era e .

• 1 bios caen violen tos como ola de airada tortoli ta. Entonces sus ª .

, 1 • • se retrae como quien sobre la boca pri sionera. Oespues e Joven

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f d un delito irrep~rable . Pero Vinvela se terne haber co~,~ ·'

0 n los ojos ce rrados y las mejillas ardiendo

desploma en el si l on co .

VI

d la invitación de Camila Avendaño. Un envión Llegan tar e a 1 , d . 5 les azota cuando franquean e zaguan . Vacilan

de voceswy , eknrsaquerría volverse , huir antes de ser visto , y se ambos as ª t I r t L detien~; pero Virivela le toma del braz~, y e~ o ~ a ien a. as risas

cen advertirles que nadie se 1nqu1eta por .esperarlos y las voces pare , , 1 d v· · Wáskar se detiene de nuevo; pero· ah1 esta a mano e invela, que se apodera otra vez de su brazo.

_ ¡Por fin llegaron! -grita con alborozo Camila corriendo a

recibirlos. Se hace el silencio en la sala . - ¡Llegó el héroe! _ ¡El héroe! -prorrumpen las mujeres ondulando en sus ,

asientos. Los hombres se ponen de pie. Wáskar se siente empequeñecido ante tantas mujeres que le

sonríen como astros deslumbradores, ante estos hombres que se yerguen arrogantes, en esta mansión que le avasalla con el esplendor de un boato insospechado. Se aturde y se · atropella al estrechar manos parecidas a las de Vinvela y manos de hombres que le miran con engreída solemnidad.

Sin darse cuenta el homhre aparece· sentado en un diván, en medio de dos mujeres. Ninguna de ellas es Vinvela. La úna, vestida de azu l, con ~~cho rouge en los labios rimel en los ojos , conver~a ~onn un su_bofic1al que. ha juntado su silla al diván para estar. mas ~n ~ºn ª su interlocu~ora. La otra, delgadita morena, los ojos sumidos

b abismo_de 0Jeras., le mira con dulzura y le dice palabras que sa en~-sencillez y a cordialidad.

tono ~=181 se, hombre -dice la de azul al suboficial levantando el ª voz Dígame có , Estaba

usté corriendo · mo acabo aquello del asalto. por el pajonal con la bayoneta calada .

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