El Círculo Hermético

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El Crculo Hermtico

Es el 22 de enero de 1961, en Montagnola, en la parte italiana de Suiza. Almuerzo en casa de Hermann Hesse. Afuera cae la nieve; pero el cielo est claro. Miro a travs de la ventana; luego, a mi plato de CURRY; al levantar la vista encuentro, al otro extremo de la mesa, los ojos tambin claros y transparentes de Hesse. -Qu suerte -digo- hallarme hoy almorzaando aqu, con usted! -Nada sucede casualmente -responde Hessee-, aqu slo se encuentran los HUSPEDES JUSTOS; ste es el CIRCULO HERMTICO.

Con Hermann Hesse Demian Abraxas Naciso, Goldmundo y Siddharta Las Ciudades y los Aos La Metamorfosis de Piktor La Maana El Maestro Dyu-Dschi Una Carta El Ultimo Encuentro Domingo 7 de Mayo de 1961 Los Ultimos Mensajes Mi Partida de la India El Arbol La Estatua de Goldmundo El Sueo La Fiesta de Bremgarten Extracto de dos cartas Con C.G. Jung La Antartida Mi Primera Entrevista con el Doctor Jung 5 de Mayo de 1959: Segunda Entrevista Las Bodas Mgicas Con la Doctora Jacobi El Doctor Jung prologa "Las Visitas de la Reina de Saba" Con Arnold Toynbee Recibo la ltima carta del Doctor Jung Texto de las Cartas El Nuevo Encuentro Los Siete Sermones a los Muertos La Despedida Una Maana de India Un Sueo Jung vuelve a recibire en su casa Un Mito para Nuestro Tiempo Conclusin

DEMIAN

Mi primer contacto con la obra de Herman Hesse tuvo lugar en 1945, o tal vez un poco antes. No recuerdo quin me pas "Demian". En aquel entonces Hesse era casi un desconocido e Chile. Se le discuta en pequeos cenculos, como en secreto. Por otra parte, fuera de Alemania tambin su fama era restringida. Fue en 1946 cuando el gran pblico se enter de su existencia al concedrsele el Premio Nobel de Literatura. Desde entonces pas a formar parte, a la fuerza dira yo, de los autores traducidos a muchas lenguas. A pesar de ello, hay pases en los que Hesse sigue siendo un autor que no despierta gran entusiasmo. Para el pblico anglosajn, Hermann Hesse es un escritor espacioso, y sus traducciones no constituyen un xito editorial. De hecho, no se han traducido al ingls sus obras completas. En Londres, he debido buscar por das algunos de sus libros ms conocidos, para obsequiarlos a algn amigo culto, pero que nunca haba odo hablar del escritor alemn. Qu diferencia con el pblico de habla hispana, donde la obra de Hesse ha sido leda y releda, considerndose a su autor como a un Maestro que ensalzaba normas de vida a una juventud vida de nuevos horizontes espirituales. Es extraa esta diferencia entre el pblico sajn y el hispano frente a la obra de Hesse. En especial, el lector latinoamericano ha sido quien acogiera con mayor calor al autor alemn; y dentro de Amrica Latina, Chile, Argentina y Mxico. No se si en el resto del mundo el escritor haya llegado a tener iguales admiradores. En India, por ejemplo, su libro Siddharta, aunque traducido al bengal, al hindi y a otras lenguas locales, no es ampliamente conocido y tambin circula entre minoras no del todo entusiasmadas. En casi diez aos de permanencia en la India, hube de regalar muchos ejemplares, enviando el ltimo al monje Krishna Prem, un ingls doctorado en Cambridge, filsofo bakhti, devoto de Krishna, autor del interesante libro La Yoga del Kathopanishad, y que vive desde hace ms de treinta aos en las cercanas de la muy religiosa ciudad de Almora, en las primeras estribaciones de los Himalaya. Qu diferencia con los latinoamericanos! Un pintor de Mxico me hizo llegar una diapositiva en colores de un cuadro suyo representando al Magster Musicae y a Josef Knecht, de "El Juego de Abalorios". El viejo Maestro est al piano y el joven Knecht lo acompaa al violn en la primera sonata que ejecutaran juntos. El pintor haba enviado el cuadro a Hesse como obsequio y Hesse le recomend que me buscase en Delhi. Hube de trabajar firme para que el pintor no se trasladase a la India. La pasin que Hesse despert en las almas hispanas, solamente se podr comparar con la que de seguro despierta, o despert, entre los alemanes de toda una generacin. En la actitud de aquel pintor mexicano me senta interpretado, porque as tambin he sido y sigo sindolo. An hoy dara la vuelta al mundo para encontrar un libro, cuando creo que ste es fundamental o el alimento que mi alma necesita. Y venero a su autor con un amor superior al que nunca me hayan ofrecido "la presencia y la figura" en esta tormentosa tierra. Por eso me siento extrao entre la juventud tibia de nuestros das, que espera el regalo de las obras, que no las busca donde sea, que no venera. Yo podra no haber comido, haber robado, para obtener lo necesario para un libro. Nunca los quise prestados, porque los deseaba absolutamente mos, para una convivencia ntima con ellos de das y de horas. Como acontece con los hombres, as sucede tambin con los libros; hay un destino para ellos, van como guiados hacia los seres que los esperan, llegndoles en la hora precisa. Ellos viven, mueren y reencarnan; estn construidos de materia palpitante, que busca y se abre camino a travs de las sombras y las espesuras, a menudo ms all del tiempo de sus autores. Hesse deca que su "Siddharta" entr en la India veinte aos despus de su aparicin y, aunque l no lo saba, slo a medias. Al comienzo, Hesse debi regalar su libro a los amigos para que lo leyeran, sin recibir a menudo ni siquiera una carta de agradecimiento. La obra destinada a trabajar en lo profundo necesita de aos de soledad. As, de esa forma certera, sealada, la primera obra de Hesse lleg a mis manos, all por el ao de 1945. Fue "Demian", ese libro mgico. Por qu me produjo una impresin tan singular? Ondas de fuerza se me transmitieron de sus pginas. Desde que la obra fuera escrita, muchos aos haban pasado. Tal vez yo no haba nacido cuando fuera concebida. Muchas gentes se haba alimentado de su influjo; muchas ediciones haban sido hechas. Llegaba a mi traducida de su lengua original, seguramente con errores; sin embargo, la energa se conservaba, la fuerza, el milagro. Las palabras, el sueo, el soplo y el tormento en el pensamiento de un ser que la concibi se recreaban al contacto con una nueva mente que la acoga y para

la cual tambin estuvo destinada. No es esto un milagro? Cuando su autor, an joven, inclinado sobre cuartillas, quizs en Baden, cerca de Zurich, en la pensin "Verenahof", daba vida a su obra, en ella se concentraban fuerzas existentes ya en potencia, pero que seran irreales para quienes estuviesen ubicados en otra esfera del espritu. Estas fuerzas reviviran, resurgiran potentes al contacto con una mente y un corazn que siguieran idntico peregrinar. Demian, el hroe, se convertira en el modelo de muchas vidas; haba que emularle en su fuerza y serenidad, en todo aquello que tiene de arquetipo. Por eso yo caminaba por las calles de mi ciudad sintindome un hombre nuevo, portador de un mensaje y un signo. Y es por eso tambin que Hesse ha sido ms que un literato o un poeta para varias generaciones. Su mensaje toca regiones que fueran reservadas a la religin. En verdad, solamente en algunos de sus libros, en los de tipo mgico, no en los evocativos. Estos ltimos quedan mayormente para el pblico de su patria, revestidos de un carcter local. Para m, la obra de Hesse se circunscribe a Demian, Viaje al Oriente, Autobiografa, Siddharta, El Juego de Abalorios, El Lobo Estepario y Naciso y Goldmundo. Luego, tambin, Las Metamorfosis de Piktor, que aqu glosaremos. Demian no es realmente un ser fsico, no se encuentra separado de Sinclair, el personaje que narra. Demian, en verdad, es el mismo Sinclair, su yo profundo, el hroe arquetpico existente al fondo de nosotros mismos, el Ser, en una palabra, aquello que permanece inmutable e intocado en el alma y en cuya vecindad todos tratamos o debiramos tratar de vivir. Hay en esta obra un mensaje de pedagoga mgica, al intentar conducir a un nio hacia el contacto redentor con el ser milenario que en l vive y de donde extraer las fuerzas que pueden hacerle superar los peligros, cabalgando por sobre las olas del primer caos, especialmente de la adolescencia. Algunos ms, otros menos, nos hemos encontrado en nuestras vidas con personajes como Demian, all en la lejana de los aos: esos muchachos seguros de s, serenos, hroes venerados por el resto. Pero Demian, en verdad, est dentro de nosotros. Al final de esas pginas insinuantes, Demian se acerca a Sinclair, en el lecho de un hospital de guerra, le besa la boca ensangrentada y le dice: "Oye, mi pequeo, si alguna vez me necesitas, ya no volver ms tan toscamente, a caballo o en tren. Me encontrars dentro de ti mismo." Hesse escriba esto en sus ms angustiosos das, cuando abandonara para siempre su patria y la guerra. Habra encontrado a Demian, se haba hallado a s mismo. Este mensaje no est racionalizado en el libro. Se halla envuelto en materia mgica, es smbolo. Por lo tanto, slo puede ser captado por el corazn, por la intuicin. Y estalla, por decirlo as, en el alma del lector, para quien el libro ha llegado despacio, "como un ladrn en la noche", abrindose camino a travs de espesas sombras de olvido y penitencia. Es por eso que hace muchos aos yo caminaba por las calles de mi ciudad con el pecho hinchado, sintiendo que algo nuevo haba llegado a mi vida; un mensaje de la eternidad.

ABRAXAS

Luz y sombra es la vida. Sin embargo, nos esforzamos tratando de realizar uno solo de los extremos. Hacia la luz tiende nuestra alma, con tanta fuerza, hacia las altas cimas, hacia Dios. Sublimes visiones, exaltadas esperanzas. Desde nios, toda una pedagoga familiar primero, luego escolar, humanstica, nos han marcado a fuego los valores correspondientes a una sola de las caras del sello. La civilizacin cristiana occidental pretende la superacin del lado sombro de la esfera, sin encontrar una simbologa apropiada, puesta a disposicin del que comienza en la vida para que pueda aceptar e interpretar igualmente las sombras que la luz proyectada. Y cuando caemos de tan alto, de bruces sobre la tierra y all mismo somos felices por un instante, nuestra mente carece de nexos y signos que puedan ayudarnos. Es as como nos hace suyos el desdoblamiento. No sucede lo mismo en oriente, en la india, donde una antiqusima civilizacin de la naturaleza acepta sus dioses polifacticos, logrando el hombre una expresin simultanea, sin transiciones, entre luz y sombra, bien y mal, de modo que se ha desarmado al demonio, por as decirlo, a la vez que dios. Pero el precio de tan altsima empresa se paga en duro tributo a la madre naturaleza. El hombre hind se halla menos individualizado que el occidental, es un poco ms alma colectiva, ms naturaleza. Ahora bien, como podra el hombre cristiano occidental llegar a un punto donde, sin dejar de ser individuo, alcance un estado en que luz y sombra, dios y demonio, coexistan? Tendr que descubrir un dios que haya sido cristiano antes de Cristo y que pueda seguir sindolo despus de l. Es decir, el Cristo de la Atlntida, que una vez fue y que puede surgir de nuevo de las profundas aguas, como desde el centro de un continente recuperado. Este dios es Abraxas, dios y demonio al mismo tiempo. La primera vez que supe de Abraxas fue en Demin, pero el ya estaba en mi desde la infancia, habindole percibido al fondo de la roca andina y en las profundidades insondables del ocano que estraga nuestras costas; porque en las espumas de las grandes olas tambin reverberan sus fuegos fatuos, sus ardores del cielo y del infierno. Abraxas es un dios gnstico, por lo tanto, cristiano antes de cristo; es por ello el cristo de la Atlntida. Fue ya conocido con otros nombres por el indio aborigen de las Amricas. Hermann Hesse habla as de l: "Contempla el fuego, contempla las nubes, y cuando surjan los presagios y comiencen a sonar en tu alma las voces, abandnate a ellas sin preguntarte antes si le conviene o le parece bien al resto. Con eso no haces ms que echarte a perder, tomar la acera burguesa y fosilizarte. Nuestro dios se llama Abraxas y es dios y demonio al mismo tiempo; entraa en si el mundo luminoso y el oscuro. Abraxas no tiene nada que oponer a ninguno de tus pensamientos ni a ninguno de tus sueos. No lo olvides. Pero te abandonara cuando t llegues a ser normal e irreprochable. Te abandonara y buscara otra olla en que cocer sus pensamientos". Para poder superar el conflicto dramtico en que el hombre cristiano y la civilizacin occidental se encuentran, sin provocar una de esas apocalpticas catstrofes peridicas del occidente, y sin llegar a rebajar los niveles, lo cual se producira al "orientalizarse", tal vez no quede otra posibilidad que abraxas, es decir, una proyeccin del alma en torno a la esfera, un sumergirse en las races mismas, biogrficas, hasta hallar all el arquetipo puro que fuera desfigurado, pero que es la imagen autentica del dios entristecido por nuestro pecados, inmediatamente despus del hundimiento de la Atlntida en las espantables aguas de nuestra propia alma.

Abraxas tambin quiere decir el hombre total.

Narciso, Goldmundo y SiddhartaPara quienes se encuentran familiarizados con los libros de Hesse, nombres como Naciso, Goldmundo y Siddharta les son conocidos. La obra de Hesse se mueve en torno a un "leimotiv" siempre idntico. Sinclair y Demian son una misma persona; Narciso y Goldmundo representan las dos tendencias esenciales en el hombre: la contemplacin y la accin; lo mismo acontece con Siddharta y Govinda: son quizs un solo ser; por eso nace la profunda amistad entre ellos, la piedad, la comprensin. Es el amor a s mismo, la caridad por el alma desgarrada entre la introspeccin y la extraversin. "El Juego de los Abalorios" lleva el mismo tema a travs de motivos complicados, desarrollndolos en fugas y arabescos, tan caros al alma musical de los alemanes. El hinduismo, el taosmo chino, el budismo zen y, tal vez, las matemticas, han dado toques conscientes al tema primigenio, trabajado ahora como una fuga de Bach o un cuadro de Leonardo. Cuando por primera vez me encontr con Hermann Hesse, posiblemente l era ya un poco ms Narciso que Goldmundo; es decir, haba dejado de peregrinar, viviendo en su retiro apartado en Montagnola, en serena introspeccin. Pero lo ms seguro es que Hesse haya sido Narciso y Goldmundo hasta el final de su vida, los dos al mismo tiempo. De lo que s estoy cierto es de que en aquel entonces yo era ms Goldmundo que Narciso, aunque tambin me desgarraba por dentro de esas dos tendencias del ser. Como Siddharta, yo debera encontrar al amigo ms sabio muchas veces a travs del tiempo, vistiendo distintos ropajes y exornado con opuestas dignidades. En mi primera entrevista cargaba yo un saco alpino y llevaba un libro bajo el brazo. Era joven y por primera vez sala de mi patria. Me ahorrar los detalles que precedieron al encuentro. Bstame decir que en Suiza muy pocos conocan el lugar exacto en donde Hesse resida y que fue tras muchas consultas como una joven me dio en Berna noticias de su paradero. Tom el tren para Lugano. Era junio de 1951, y el calor del verano europeo se haca sentir an en la montaosa Suiza. En Lugano deb preguntar nuevamente por el paradero del escritor, asilado en el pas helvtico. Alguien me dijo que viva en Castagnola. Un autobs me transport hasta la pequea ciudad, en donde pude enterarme de que la residencia de Hesse se hallaba en Montagnola. Otro vehculo me llev a esa empinada aldea que mira hacia las nieves alpinas y al lago Lugano. El mnibus ascendi por callejuelas hasta alcanzar el final de su recorrido. Conmigo descendi una mujer joven. Le pregunt por la direccin de la casa del escritor. Era su criada, y me invit a seguirla. En el crepsculo de aquel da, alcanzamos a la entrada de una huerta. Sobre la verja, un gran letrero en alemn deca: "Bitte, keine besche" ('No se admiten visitas'). Cruc esa barrera, y, por un camino bordeado de altos rboles, llegu hasta la puerta de la vivienda. Aqu haba otra inscripcin en alemn, traducida del chino antiguo: PALABRAS DE MENSCH-HSI Cuando uno ha llegado a viejo y ha cumplido su misin, tiene derecho a enfrentarse apaciblemente con la idea de la muerte. No necesita de los hombres. Los conoce y sabe bastante de ellos. Lo que necesita es paz. No est bien visitar a este hombre, hablarle,

Hacerle sufrir con banalidades. Es menester pasar de largo Delante de la puerta de su casa, Como si nadie viviera en ella. La joven abri la puerta y me hizo entrar en un pasillo en penumbras. Me ofreci un asiento junto a una pequea mesa arrimada a la pared y me pidi mi tarjeta de visita. No la tena y le entregu mi libro "Ni por Mar, ni por Tierra", que haba trado especialmente para Hesse, con una dedicatoria en espaol. La joven se alej por el pasillo. Esper un rato all, en ese ambiente apacible, recogido, envuelto en un como perfume de sndalo, en esa tarde antigua, de hace ya casi trece aos. Se abri una puerta lateral y una figura delgada, vestida de blanco, emergi en la penumbra. Era Hesse. Me levant sin distinguirle bien al comienzo. Slo logr verle cuando salimos del pasillo, entrando a un cuarto con amplios ventanales. Sus ojos eran muy claros y una sonrisa bella ser fue dibujando en el rostro magro de ese hombre. Pareca un asceta, un penitente, vestido de lino blanco. De su persona se desprenda aquel perfume especial, a sndalo o a resina de rbol aoso. -Llega usted en un momento especial -dijjo-; debamos haber partido ayer de vacaciones. Tal vez lo hagamos maana; pero mi esposa ha sido picada por una abeja y hemos debido postergar la salida... Todo est revuelto aqu, pasemos a mi estudio. Cruzamos la sala cubierta de anaqueles que alcanzaban hasta el techo y entramos en otras ms pequea, con una mesa de escritorio al centro y tambin con altas bibliotecas, cuadros, objetos, pequeos dolos de Oriente. Hesse se sent, dando la espalda al ventanal, en donde el sol se pona sobre los montes y el distanciado lago. Qued a su frente, al otro lado de la mesa de trabajo, de la cual ya se haban retirado los papeles y los tiles de escritorio. Hesse me miraba sin decir palabra, con esa suave sonrisa en su labios, esperando y dejando que una paz desconocida se adueara del ambiente. Senta la importancia del instante. Ahora, al revivirlo, se que esos eran aos intensos de mi vida, cuando an el alma era capaz de estremecerse ante los encuentros y cuando an los encuentros existan. Ah estuve yo, ante un ser admirado, para encontrarme con el cual haba cruzado por primera vez los mares. Y la acogida que l me dispensara fue de acuerdo a las circunstancias espirituales que motivaron la peregrinacin. Me pareci que Hermann Hesse no tena una edad precisa. Creo que en ese mes de junio de 1951 acababa de cumplir 73 aos; pero su sonrisa era la de un joven y toda su figura apareca como patinada por las disciplinas del espritu, como si fuera una hoja de fino acero, guardada en vaina de blanco lino. Dije: -Vengo de muy lejos; pero a usted se le conoce bien en mi patria... -Es curioso -respondi Hesse- el interss que estn despertando mis libros en el pblico espaol. Recibo a menudo cartas de lectores de la Amrica latina. Mucho me gustara que usted me contara cmo son las nuevas traducciones, en especial la de "El Juego de Abalorios". -Lo har -dije-. La edicin de "Narciso y Goldmundo" preserva el espritu y su sentido. -Narciso y Goldmundo representan las doss tendencias contrarias del alma: la contemplacin y la accin; aunque puede que algn da deban confundirse... -Lo comprendo -agregu-, porque vivo tammbin dentro de esa tensin, tiranteado entre extremos. Sueo con la paz de la contemplacin, pero la necesidad de vivir me empuja a la accin exterior. En verdad, soy ahora un poco ms Narciso..., aunque anso a Goldmundo...

-Hay que dejarse llevar como las "nubes blancas"... No hay que resistir. Dios est all, en ese desgarrado destino, tanto como en estos montes y en aquel lago. Es difcil y es duro llegar a comprenderlo... El hombre se aleja ms y ms de la Naturaleza y de s mismo... -Le ha ayudado a usted la sabidura de la India? -le pregunto. -Ms que los Upanishad y la Vedanta me hha inspirado ms la sabidura china. El 'I Ching' puede transformar una vida... Mir el atardecer. Una tenue luz azul, o tal vez rosada, se detena en los ventanales, nimbando la figura tambin tenue de Hermann Hesse. -Dgame, junto a estos montes y sus nievves, ha encontrado usted la paz? Hesse enmudeci un largo rato, sin que por ello su suave sonrisa desapareciera, de modo que pudimos escuchar el susurro de la luz, el silencio de las cosas y de la tarde, hasta cuando l quiso interrumpir esa quietud: -Junto a la Naturaleza es posible escuchar la voz de Dios. Un buen rato an permanecimos all sentados, hasta que comprend que era hora de partir. Hesse me regal una pequea acuarela pintada por su mano, escribiendo en el dorso de ella: "Montagnola Ricordo". El amaba la pintura y era un buen acuarelista. Me acompa luego hasta la puerta, y, al despedirse, me estrech la mano como un viejo amigo, diciendo: -Si alguna vez vuelve, es posible que yo ya no est. Aquellos que an son lo suficientemente jvenes como para hacer las preguntas que yo hiciera a Hesse esa tarde, o como las que Siddharta hiciera a Buda, comprendern mis impresiones. De regreso por las angostas callejuelas de Montagnola, no encontr el mnibus, pero un joven me transport a Lugano en su motocicleta. Esa misma noche deb encontrarme en Florencia, esa ciudad cargada de magia renacentista. Eran los aos de la posguerra, y la Italia empobrecida buscaba an refugio en el dlar y el alcohol de las tropas de ocupacin

LAS CIUDADES Y LOS AOS

Muchos aos debieron transcurrir hasta mi prximo encuentro con Hermann Hesse. Sin embargo, durante todo ese tiempo, no dejamos de comunicarnos. Es extrao, no puedo menos de admirarme de lo sucedido. Apartados por aos, distancia, formaciones culturales y continentes, una verdadera amistad, tejida en una tela asombrosa, se fue creando, hasta llegar a convertirse en cosa del destino. El escritor mundialmente admirado, el Maestro, el Mago, por as decirlo, le tenda su mano aosa aun escritor joven, desconocido, venido de un pas pequeo, casi perdido en el ltimo rincn del mundo, y lo haca su amigo, hasta llegar a decirle, al final de sus das: "Ya no me quedan amigos de mi edad, todo han muerto"... Despus de mi partida a la India, en 1953, las comunicaciones con Hesse se hicieron ms frecuentes, pues l se hallaba desde siempre empapado de la antigua sabidura hind, que nutriera su alma y su obra. Le comuniqu mi partida sin decirle que iba como diplomtico, porque deseaba seguir siendo para l un peregrino, con su bordn y su saco, como cuando le visitara por primera vez en su santuario de las cumbres alpinas. Mi vida y mi experiencia de India se hallan narradas en mi libro "La Serpiente del Paraso". Slo agregara que no pas un ao sin que enviase a Hesse seales, o las recibiera tambin de aquel eremita que no gustaba prodigarse. A veces tambin eran fotos; otras, pinturas, poemas o libros. Nuestra amistad no fue, por cierto, literaria, sino mgica, sin edad, sin tiempo; un encuentro en medio del ro eterno de las cosas. Montagnola es una pequeita ciudad empinada sobre el lago de Lugano. La forman calles limpias y estrechas, de casas cuidadas, algunas bastante antiguas, que han sido reproducidas por Hesse en sus acuarelas del Tesino. Por largos aos el escritor habit un piso en una caso antigua, con almenas y ventanas que miran hacia un boscoso jardn y a colinas ondulantes. En uno de sus balcones escribi "El Ultimo Verano de Klingsor", historia ardiente como la cancula de aquellos parajes. Muchas veces he ido a sentarme sobre las gradas de piedra del jardn y he contemplado el balcn y las almenas de esa casona, que fue construida por uno de los arquitectos suizos que formaron parte del ejrcito con el cual Napolen invadi Rusia. Luego de la retirada del Corso, algunos se quedaron para reconstruir Mosc, regresando al final a su tierra natal. He visto esta bella mansin durante el rido verano y tambin cubierta de nieve en el invierno de las cumbres. Los pltanos, que montan guardia en la calleja frontal, me han mostrado sus muones ridos y oscuros o sus flores primaverales. Hesse viva ahora en otra casa ms retirada, sobre una colina, con gran huerto de rboles frutales y hortalizas. Fue construida especialmente para l por un amigo, quien se la facilit hasta su muerte. Fue en esta casa donde le visit por primera vez y a la que llegara nuevamente despus de largos aos. Para alcanzar Montagnola pas ahora a travs de Locarno y Ascona, esas bellsimas ciudades de la Suiza italiana. En Locarno deba encontrarme por primea vez con el profesor Jung. Era el 1o de Marzo de 1959. Casi ocho aos haban pasado. Representaba a mi pas como Embajador en la India. Una nueva encarnacin. Siddharta volva a encontrarse con el amigo, ataviado con otras vestimentas. Otros ropajes para el espejo de Maya, para la tela fantasmagrica de la Gran Ilusin. El automvil que me transportaba iba subiendo nuevamente por las angostas callejuelas bordeadas de tapias y jardines. Al azar, me detuve junto a una hostera. Su dueo era el seor Ceccarelli, y su esposa, conocida de la casa

de Hesse, llam por telfono para solicitarle una entrevista. Hesse me cit para esa misma tarde. Cruc los portales cuya memoria se conservaba fija en mi mente. Y otra vez me hall en el cuatro de amplios ventanales. De nuevo estaba frente al escritor, que ahora tena ochenta aos. Sin embargo, su rostro era el mismo y su sonrisa siempre bella, aunque tocada de una indefinible tristeza. Me estrech la mano y dijo: -S, me acuerdo de usted. Yo me senta distinto. No era ya el peregrino de antao. Duros climas asiticos, otras bsquedas agotadoras, haban dejado en m sus huellas. Pero el corazn lata con emocin ante el reencuentro con el amigo. La seora Hesse entr a la sala y nos invit a sentarnos. Era bastante ms joven que el escritor, con un rostro de belleza secreta y una voz y una sonrisa atenuadas. Seguramente Hesse trataba de rehacer en su memoria la imagen de nuestro primer encuentro. -Qu es de la India? -dijo-. Ese gran pueblo hecho para el sufrimiento. La recorr hace aos, como en un homenaje a mi abuelo y a mi padre. Mi abuelo trajo de all una estatuilla de Krishna, el bailarn azul, tan grato a mi corazn... Tuve en India a un amigo, el profesor Kalidaza Nath, de Calcuta... Vivir an? Le ruego averiguarlo, y, si vive, darle mis saludos. Me visit una vez, en compaa de Romain Rolland. -Lo har. He trado para usted estas pequeas cosas. Le pas unas varillas de sndalo para quemar y una antigua miniatura del Valle de Kangra, representando a dos mujeres que marchaban por una senda oscura, en medio de una tormenta del monzn, cruzada por relmpagos y rayos. Una de las mujeres se apoyaba dulcemente en el hombro de la otra. -Quizs sea la Princesa Ftima -le digo--, la que usted buscaba en su libro "Viaje al Oriente". Sonri y se qued mirando el cuadro. Se dirigi a su esposa y le seal la mano de la joven, apoyada en el hombro de su compaera. -Observa la dulzura de esta mano. Yo haba escrito en el dorso del cuadro: "Para Hermann Hesse, desde el mundo de los smbolos." Expliqu: -Porque usted ha vivido sus propios smbolos, su propia fbula y, en su obra, los desarrolla y repite, amplindolos. Su esposa sali un instante para retornar con una botella de vino aejo. La puso sobre la mesa y Hesse apoy en ella la miniatura y se qued contemplndola. -Vengo de Locarno -dije-, en donde he estado con el profesor Jung. El interpreta los smbolos, los analiza. Es curioso, pero en India no se da la trascendencia necesaria a su trabajo. -India no interpreta los smbolos; los vive. Tambin mi libro "Siddharta" ha demorado veinte aos en llegar a India, su verdadero hogar. Slo ahora se lo ha traducido al hindi, al bengal y a otras lenguas. Hay en India una especie de egosmo mental que es, sin embargo, su fuerza; al revs del Japn donde se asimila todo lo extranjero. Creo que es necesario ese egosmo mental. -S -respond-; India gira en torno a sus propias creaciones milenarias, yendo alrededor de ellas. Los escritores hindes son exegetas de sus tradiciones y de sus libros sacros, viven inmersos en el enorme pasado, en su Inconsciente Colectivo, repitindose a s mismos como una Misa. Es decir, tambin ellos son sacros, quizs eternos...

-Es la razn por la cual el budismo ha desaparecido de la India -continu Hesse-, porque era demasiado intelectual y negaba el mundo de los smbolos... Mas, volviendo a Jung, creo que l tiene el derecho de interpretar los smbolos. Sabe usted por qu? Porque Jung es una montaa inmensa, un genio extraordinario... Ha estado enfermo ltimamente... Le conoc por un amigo comn que tambin se interesaba en interpretar los smbolos. Hace aos que no le veo. Si vuelve a encontrarle, dele saludos del Lobo Estepario... Ro alegremente. -He preguntado a Jung qu es aquello que l llama el S-Mismo, y lo ha asimilado al Cristo. Me ha dicho que, para el hombre occidental, Cristo es el S-Mismo. Hesse dej de rer. Calla un buen rato. Vuelve a contemplar el cuadro apoyado en la botella de vino, mira a su esposa y dice: -Debemos buscar algo para nuestro amigo de Chile y de la India. Se acerca a uno de los anaqueles cubiertos de libros hasta el techo y sube una escalera pequea para alcanzar los que se encuentran ms altos. Coge uno y baja con un salto. Su esposa se acerca a l y le acaricia con ternura la cabeza, pues el escritor ha hecho un esfuerzo a pesar de su salud quebrantada a la fecha. La seora Ceccarelli me ha advertido que Hesse padece de artritis y me ha recomendado no estrechar su mano con fuerza para no producirle dolor. Hesse me extiende un libro bellsimo, impreso con su propia escritura manuscrita, en estilo gtico, e ilustrado por l mismo con acuarelas que expresan algo as como un estado paradisaco. El librito se llama "Las Metamorfosis de Piktor" y se encuentra dentro de un estuche semejando una vieja caja china. Hesse escribe la siguiente dedicatoria en su primera pgina: "Para el husped de Chile y de la India." Bebemos un ltimo vaso de vino. Me levanto para partir; pero Hesse me hace pasar al comedor de la casa, donde desea mostrarme un leo que representa su ciudad natal, Calw. Hay all un puente sobre un ro; pienso que tal vez fue mirando sus aguas donde Hesse contempl por primera vez los peces de Goldmundo y de Siddharta y vio deslizarse esa corriente que, como los ros sagrados de la India, se lo llevan todo hacia el gran mar. Ahora Hesse se aproxima a un busto de piedra junto al muro. Es su propia cabeza hecha por una escultora amiga. Pone su mano sobre ella. Le pregunto: -Tiene importancia conocer si hay algo ms all de la vida? -No, no tiene importancia... Morir ser como un caer en el Inconsciente Colectivo de Jung para, desde ah, alguna vez, retornar a la forma, a las formas... Y Hesse acaricia su cabeza de piedra.

LAS METARMORFOSIS DE PIKTOR

Es de noche en la hostera del Seor Ceccarelli. Con la ventana abierta sobre las colinas, casi a la luz de las estrellas, estoy leyendo el pequeo libro. El joven Piktor ha entrado al Paraso y se encuentra frente a un rbol que es a la vez hombre y mujer. Con veneracin lo mira y le pregunta: "Eres acaso tu el Arbol de la Vida?" Pero cuando, en lugar del rbol, le responde la Serpiente, Piktor se vuelve para continuar su camino. Contempla todo con atencin y todo le encanta en el Paraso. Claramente presiente que se halla en el origen, en la fuente de la vida. Ve otro rbol, que es ahora al mismo tiempo Sol y Luna. Y Piktor le pregunta: "Eres acaso tu el Arbol de la Vida?" El Sol lo confirm riendo; la Luna, con la sonrisa. Flores maravillosas le contemplaron, flores de variados colores, flores que tenan ojos y caras. Algunas rean ampliamente, otras casquivanas; algunas ni se movan no rean, permanecan mudas, ebrias, hundidas e s mismas, envueltas en su propio perfume, como sofocadas. Una flor le cant la cancin de las lilas; otra, una cancin de cuna azul oscura. Una flor tena los ojos como un zafiro duro; otra le record su primer amor; otra, el color del jardn de su niez, la voz de su madre y su perfume. Esta se ri, aqulla le sac la lengua, una lengita curva, rosada, que se le aproxim. Piktor extendi la suya para tocarla. Le encontr un sabor agrio y salvaje, a racimo y a miel y tambin como al beso de una mujer. Aqu, entre todas estas flores. Piktor se sinti henchido de nostalgia y temeroso. Su corazn lati fuerte, como una campana, quemndose, tendiendo hacia algo desconocido. Piktor vio ahora un pjaro reclinado en el pasto, refulgiendo de tal suerte que pareca poseer todos los colores. Y Piktor le pregunt: -Oh pjaro! Dnde se encuentra la felicidad? -La felicidad? Se encuentra en todas partes: en la montaa y en el valle, en la flor y en el cristal. El pjaro sacudi alegre sus plumas, movi el cuello, agit la cola, gui un ojo y se qued inmvil sobre el pasto. Repentinamente se haba transformado en una flor, las plumas eran hojas, las patas races. Piktor lo contempl maravillado. Pero casi en seguida la flor-pjaro movi sus hojas; se haba cansado de ser flor y ya no tena ms races. Proyectndose lnguidamente hacia arriba, se transformaba en mariposa, mecindose sin peso, toda luz. Piktor se maravillaba an ms. El alegre pjaro-flor-mariposa vol en crculos en torno de l, brillando como el sol; se desliz hacia la tierra, y, como un copo de nieve, quedse sus alas luminosas, y, de inmediato, se transform en cristal, de cuyos canto irradiaba una luz rojiza. Maravillosamente brill entre la hierba, como campanas que tocas para una fiesta. As brill la joya. Ms perca ya que su fin se acercaba, que la tierra la atraa, y la piedra preciosa fue disminuyendo con rapidez, como si quisiera hundirse bajo la hierba. Entonces Piktor, llevando por un deseo imperioso, tom la joya entre sus manos y la retuvo. Con fervor mir su luz mgica; traspasa su corazn una aoranza por todas las venturas. Fue en ese instante que de la rama de un rbol muerto se desliz la Serpiente y le susurr al odo: "La joya se trasforma en lo que t quieras. Comuncale rpido tu deseo, antes que sea tarde." Piktor temi perder la oportunidad de alcanzar su felicidad. Con premura dijo la secreta palabra. Y se

transform en un rbol. Porque rbol era lo que Piktor siempre haba aorado ser. Porque los rboles estn llenos de calma, fuerza y dignidad. Creci hundiendo sus races en la tierra y extendiendo su copa hacia el cielo. Hojas y ramas nuevas surgieron de su tronco. Era feliz con ello. Sus races sedientas absorbieron el agua de la tierra, mientras las hojas se mecan en el azul del cielo. Insectos vivan en su corteza y a sus pies se cobijaron las liebres y el puerco espn. En el Paraso, alrededor suyo, la mayora de los seres y las cosas se transformaban en la corriente hechizada de las metamorfosis. Vio fieras que se cambiaron en piedras preciosas o que partieron volando como pjaros radiantes. Junto a s varios rboles desaparecieron de improviso; se haban vuelto vertientes; uno se hizo cocodrilo, otro se fue nadando, lleno de gozo, transformado en pez. Nuevas formas, nuevos juegos. Elefantes transmutaron sus vestidos en rocas, jirafas se convirtieron en monstruosas flores. Pero l, el Arbol-Piktor, siempre se qued igual; no poda transformarse ms. Desde que se dio cuenta de ello, desapareci su felicidad, y, poco a poco, comenz a envejecer, tomando el aspecto cansado, serio y ausente que se puede observar en muchos rboles antiguos. Tambin los caballos y los pjaros, tambin los seres humanos y todas aquellas criaturas que han perdido el don de la metamorfosis, se descomponen con el tiempo, pierden su belleza, se llenan de tristeza y preocupacin. Una vez, una nia muy joven se perdi en el Paraso. Su pelo era rubio y su traje, azul. Cantando y bailando, lleg junto al Arbol-Piktor. Ms de un mono inteligente se ri destemplado detrs de ella; ms de un arbusto le roz el cuerpo con sus ramas; ms de un rbol le arroj una flor o una manzana, sin que ella lo notase. Y cuando el Arbol-Piktor vio a la nia, fue presa de una desconocida nostalgia, de un inmenso deseo de felicidad. Senta como si su propia sangre le gritara: "Reflexiona, recuerda hoy toda tu vida, descubre su sentido! Si no lo haces, ser ya tarde y nunca ms vendr la felicidad." Y Piktor obedeci. Record su pasado, sus aos de hombre, su partida hacia el Paraso, y, en especial, aquel momento que precedi a su transformacin en rbol, aquel maravilloso instante cuando aprisionara la joya mgica entre sus manos. En aquel entonces, como todas las metamorfosis le eran posibles, la vida lata poderosamente dentro de l. Se acord del pjaro que haba redo y del rbol Sol y Luna. Le pareci descubrir que entonces olvid algo, dej de hacer alguna cosa y que el consejo de la Serpiente le haba sido fatal. La nia escuch el ulular de las hojas del Arbol-Piktor movindose en marejadas. Mir a lo alto y sinti como un dolor en el corazn. Pensamientos, deseos y sueos desconocidos se agitaron en su interior. Atrada por estas fuerzas, se sent a la sombra de las ramas. Crey intuir que el rbol era solitario y triste, al mismo tiempo que emocionante y noble en su total aislamiento. Embriagadora sonaba la cancin de los murmullos en su copa. La nia se reclin sobre el tronco spero, sinti como se conmova y un estremecimiento igual la recorri. Sobre el cielo de su alma cruzaron nubes. Lentamente cayeron de sus ojos lgrimas pesadas. Qu era esto? por qu haba que sufrir? Por qu el corazn deseaba hasta casi romper el pecho, tendiendo hacia un ms all, hacia aqul, el bello solitario? El Arbol-Piktor tembl hasta sus races, con vehemencia acumul todas las fuerzas de su vida, dirigindolas hacia la nia en un deseo de unirse a ella para siempre. Ay, que se haba dejado engaar por la Serpiente y era ahora slo un rbol! Qu ciego y necio haba sido! Tan extrao para l fue el secreto de la vida? No, porque algo haba presentido oscuramente entonces! Y con enorme tristeza record al rbol que era hombre y mujer. Entonces un pjaro se aproxim volando en crculos, un pjaro rojo y verde. La nia lo vio llegar. Algo cay de su pico. Luminoso como un rayo, rojo como la sangre o como una brasa, precipitndose en la hierba, iluminndola. La nia se inclin para recogerlo. Era un carbnculo, una piedra preciosa. Apenas tom la piedra en sus manos, cumplise el deseo del cual su corazn hallbase colmado. Extasiada, fundise e hzose una con el rbol, transformndose en una fuerte rama nueva, que creci con rapidez hacia los cielos. Ahora todo era perfecto y el mundo estaba en orden. Unicamente en este instante se haba hallado el

Paraso. Piktor ya no era ms un rbol viejo y preocupado. Y Piktor cant fuerte, en voz alta: "Piktoria! Victoria!" Se haba transformado, pero alcanzando la verdad en la eterna metamorfosis; porque de un medio se haba cambiado en un entero. De ahora en adelante podra transformarse tanto como lo deseara. Para siempre deslizse por su sangre la corriente hechizada de la Creacin, tomando as parte, eternamente, en la creacin que a cada instante se renueva. Fue venado, pez, hombre y serpiente, nube y pjaro; pero en cada forma se hallaba entero, en cada imagen era una pareja, dentro de s tena al Sol y a la Luna, era hombre y era mujer. Como ro gemelo deslizbase por los pases; como estrella doble, en el alto cielo. A medida que en esa noche suave de Montagnola terminaba la lectura de este libro, y observaba sus dibujos, cuyos colores reflejan realmente un estado de retorno al comienzo de las cosas, meditaba en una frase que el mismo Hesse escribiera antao: "A algunos hombres, a una avanzada edad, les es dada la gracia de volver a experimentar esos estados paradisacos de la niez." Slo as podra explicarse la atmsfera de estos dibujos, de ese relato ingenuo, y, al mismo tiempo, profundo. Era realmente una visin del Paraso recuperado. Y a la vez que me embriagaba con el perfume de las magnolias abiertas en el jardn de esa hospedera de montaa y con ese otro perfume del Paraso, volva a ver, con una nitidez de insomnio, la mano de Hermann Hesse sobre su propio busto de piedra y escuchaba sus palabras, en consonancia con la historia recin leda: "Volveremos a la forma, a las formas..."

La Maana

Me levant temprano y sal al jardn para contemplar desde lo alto el lago de Lugano, iluminado por los primeros rayos del sol. Despacio march por las callejas angostas hasta encontrarme nuevamente junto a la antigua casona de Hesse. Los pltanos oscuros extendan sus muones limpios de hojas. Ya entrada la maana, me encamin por el sendero que cruza frente a la villa, ocupada en ese entonces por el escritor. Con sorpresa, descubr que Hesse se encontraba en el huerto, junto a la empalizada, cubierto con un sombrero de anchas alas y haciendo fuego con la hierba. Tambin l me vio y se dirigi a abrir la puerta de la verja. -Buen das- dij, extendindome la mano.. Le respond mostrndole el libro "Las Metamorfosis de Piktor", que portaba conmigo. Lo tom y me estuvo sealando sus dibujos, riendo como un nio. -Son maravillosos- exclam. -Son cristales, pjaros, mariposas, todo ello por slo un instante, como en la Creacin. -Y Piktor?- pregunt. -Piktor los contiene, l es todo eso y tambin es ms... -Es el ro de Siddharta -dije-, el ro eterno de las formas, Maya. -y tambin el Lobo Estepario -agreg Hessse-. Hay quienes no pueden comprender que yo haya escrito "Siddharta" y a la vez "El Lobo Estepario"... Sin embargo, se complementan, son los dos polos de la vida entre los cuales nos movemos los hombres... Luego Hesse hizo una pausa. Me devolvi "Las Metamorfosis de Piktor" y exclam como para s mismo: -Ayer, cuando usted me visit, era el cumpleaos de mi hijo. Cumpla cincuenta aos... As termin nuestro encuentro. Part siguiendo el sendero ascendente. Llegu a un claro en el monte y me dej caer en la hierba reseca, junto a los rboles. Tom las hojas entre mis manos y busqu, tratando de encontrar all la piedra de las metamorfosis. Pero no la hall. Volv por el mismo camino. Hermann Hesse an se encontraba en su jardn quemando hierbas. Envuelto en el humo pareca el oficiante de n rito antiguo. Me sent sobre una roca. El no me poda ver ahora y estuve as observndole largo rato. De lo alto de la casa, comenz a descender una persona y, a medida que se acercaba, reconoc a su esposa. Portaba a la espalda un canasto y se alisaba con coquetera el cabello cano. Comprend que este gesto estaba destinado a agradar a Hesse y sent casi vergenza de haberla sorprendido. Era emocionante pensar que aquella mujer madura deseaba verse bella para el hombre de ochenta aos. La unin entre ellos deba ser profundamente espiritual y tierna. Me levant para alejarme. Alcanc a ver an cmo ascendan juntos por los senderos del huerto; ella iba adelante y l atrs, recogiendo las malezas para depositarlas dentro del canasto. Me imagin que as habran vivido los sabios chinos de la antigedad. En verdad, Hesse se pareca a un maestro chino y tambin a un rbol sabio.

Al pasar frente a la casa, l me vio otra vez. Se volvi, y sacndose el sombrero de anchas alas lo agit en un movimiento de adis.

El Maestro Dyu-Dschi

Regres a Montagnola para llevar a Hesse uno de los primeros ejemplares de mi libro "Las Visitas de la Reina de Saba", escrito en la India y prologado por el doctor Jung. Fue el domingo 22 de enero de 1961. Era el invierno europeo. La nieve cubra ahora el pueblecito. Como siempre, fui primero a contemplar la vieja casona y vi los pltanos envueltos en los albos mantos, con sus muones helados. Penetr por el pasillo hasta la terraza que conduce al huerto y todo estaba all oculto por la nieve. Era imposible ahora rememorar la primavera del Tesino. Despacio, me encamin hacia la colina en donde se hallaba la casa de Hesse. Marchaba con dificultad por el sendero empinado, cuando o el ruido de un motor de automvil. Me hice a un lado para dejarlo pasar, pero el auto se detuvo, y, a travs de los vidrios empaados por el hielo, una mano me hizo seas. Era Hesse. Su esposa conduca. La portezuela del auto se abri para que yo subiera. -Vengo de la ciudad -dijo Hesse-; he ido a comprar esto para usted. Y me extendi un ejemplar del "Neue Zricher Zeitung". En el suplemento dominical se publicaba un poema suyo. -Con este poema responder a todas las consultas que pueda hacerme hoy -agreg. Llegamos casi inmediatamente a su casa y pasamos a la sala conocida. Hesse y yo nos sentamos. Se vea un poco ms delgado que haca dos aos. Tom el peridico y comenz a leer el poema: EL DEDO LEVANTADO El Maestro Dyu-Dschi era -tal como nos relatande manera calladas, suave y tan modesto que renunci a las palabras y enseanzas porque palabra es apariencia y evitar cualquiera apariencia era su preocupacin. Cuando alumnos, monjes y novicios gustaban de lucirse en nobles charlas, con juegos del espritu, sobre el supremo anhelo, sobre el por qu del mundo, l observaba silencioso, cuidndose de cualquier exageracin. Y cuando se le acercaba a preguntarle, vanidosos o serios, por el sentido de las escrituras antiguas, por el nombre del Buda, por la iluminacin, por el principio o el fin del mundo, permaneca en silencio, y, despaciosamente, tan slo sealaba con el dedo hacia lo alto. Y con esta seal muda, convincente, se fue haciendo cada vez ms tierno:

advirti, ense, alab, castig, mostr en forma tan propia el corazn del mundo y de la verdad que, con los aos, ms de un discpulo entendi el suave levantamiento de su dedo, despert y se estremeci. Vea a Hesse con su dedo en alto y me qued en silencio contemplando los copos de nieve que suavemente caan junto a los ventanales. Fue l quien de nuevo habl: -Las palabras son una mscara que raramente expresan en forma correcta lo que est detrs; ms bien lo encubren. La inteligencia no es lo que importa, sino la fantasa. Quienes son capaces de vivir en la fantasa no necesitan de la religin. Es con la fantasa como se puede comprender que el hombre retorna al Universo. Le repito ahora que no importa saber si hay algo ms all de esta vida. Lo que cuenta es haber cumplido con el trabajo justo. De este modo, todo estar bien. El Universo, para m, significa lo que Dios para otros. El Universo, la Naturaleza. No hay que sentirlos como a enemigos, sino como a una madre y entregarse a la Naturaleza apaciblemente, con amor. Entonces se sabe, se siente, que uno retorna al Universo, como todas las cosas, como los animales, como las plantas. Somos nicamente partes infinitesimales del Todo, del Universo. Es absurdo rebelarse. Hay que entregarse a la gran corriente, como a una madre... -Y la persona? -pregunto-. Ella se resiste. En Oriente no se encuentra la persona tal como la concibe el cristianismo. La persona es un producto del cristianismo, tal como el amor, subproducto de la persona. Sin persona no hay amor; por lo menos, no hay locura de amor. Hesse acepta que la persona es un producto del Occidente cristiano. Contino: -Tambin la belleza, el concepto de la belleza individualizada, es un producto de la persona. La belleza del gesto, de la actitud de una vida personal, lo es, como lo son las calles, las plazas, las catedrales y las ciudades del Occidente. La Naturaleza tambin es bella, pero de manera distinta. Los templos y monumentos de Oriente son bellos, pero como pueden serlo una cascada o una selva, de un modo impersonal. Conozco algunos Swamis que se han quedado fros ante la belleza de Florencia. Es que para Oriente la persona an no adviene, lo personal an no se comprende, tampoco el amor en el sentido cristiano-occidental. No es sta una crtica, por supuesto, y si lo fuere, podra aplicarse en cierta manera al Occidente, ya que nadie sabe si la persona no es ms bien una enfermedad, o el mal en s mismo... Me detengo y pienso en lo que Hesse me dijera una vez sobre su libro "Siddharta" y cmo ste entr a la India slo despus de veinte aos de su publicacin. An hoy es un libro que los hindes ortodoxos consideran como "postizo", producto de una lucubracin cristiano-occidental sobre verdades de Oriente. El drama de "Siddharta" es el drama de un alma individualizada, la bsqueda de una salida para la persona; y los actos de conciencia que Siddharta ejecuta en la mitad y al final de su vida son resultados de la presencia constante de la razn. -Es curioso -digo- ver cmo los hindes siguen girando en torno a sus Vedas, a su Bhagavat Guita. No se crea nada nuevo. Hasta los pintores abstractos de hoy terminan interpretando el Ramayana. -Pero eso yo lo considero bueno; all est la fuerza del hinduismo. Se sigue por una sola lnea; es la concentracin, opuesta a la dispersin. No se olvide: el que mucho abarca... Por otra parte, si los hindes leen poco, dbese a que los ingleses no les hicieron llegar traducciones del pensamiento europeo y universal. Creo ver en lo que usted dice un deseo oculto de defensa del Occidente y esto porque el Occidente es el que pierde hoy y el Oriente se levanta otra vez. Es imposible no sentir simpata por los dbiles... -No -digo-; no es as. Por qu debera serlo? No siento simpatas por el Occidente; al menos no mayores que por el Oriente. No pertenezco ni a uno ni a otro y, como sudamericano, estoy ms bien entre ambos... Hesse levanta un dedo, como el Maestro Dyu-Dschi...

-No se olvide -exclama-, la mscara de las palabras... Entra la seora Hesse para invitarnos a pasar al comedor. El comedor se encuentra lleno de luz. Sobre el muro cuelga la pintura de Calw, la ciudad natal del escritor. Se encuentra tambin invitada la seora Elsy Bodmer, viuda del dueo de esta casa, el amigo de Hesse. Hesse me explica que el almuerzo ser al estilo hin. -Cuando nio, en nuestra casa de Calw, siempre se serva curry los domingos y coman con nosotros nios de las colonias. Mi abuelo y mi padre estuvieron en la India. De mi abuelo y de mi madre aprend a amar a Krishna. Hesse sirve el vino rojo del Tesino y me invita a brindar. Un rayo de sol fro da en el cristal de los vasos, creando una alquimia de colores matinales. Dejo que mis manos reposen sobre la mesa y contemplo con serenidad. En el otro extremo se halla Hesse, an con el vaso en alto, nimbado por la luz blanca del invierno, con sus ojos muy azules, como en meditacin. -Por qu estoy aqu? -digo, empujando las palabras con lentitud hacia Hesse-. Por qu tengo la suerte de hallarme en su casa, comiendo con usted, venido de tan lejos? Hesse mantiene su hieratismo y, sin salir de la luz invernal que lo envuelve, responde: -Nada sucede por casualidad, aqu slo estn los huspedes justos; ste es el Crculo Hermtico... Comprendo que esta vez las palabras han atravesado la cscara han tocado un centro, o han sido extradas de esa zona a donde slo los smbolos alcanzan. Hesse les daba ahora un sentido a mis peregrinaciones y retornos, hablndome como Siddharta lo hiciera una vez a Govinda. Permanec callado, pues me pareci como que, dentro de la luz, el Maestro Dyu-Dschi repeta su gesto.

Una Carta

De regreso a la India le envi a Hesse la siguiente carta: "Querido seor Hesse: "Deseo agradecer aquel domingo y el privilegio de pertenecer al Crculo Hermtico, lo que es igual que ser miembro de la Orden del Viaje a Oriente. En verdad, me siento miembro de esa Orden sin espacio y sin tiempo, y as se lo deca al doctor Jung en Kusnacht, cuando le refera sus palabras sobre los "huspedes justos". Tal vez sea por esto mismo que l ha escrito un prlogo a mi libro, porque l es tambin uno de los Maestros del Viaje a Oriente. Trato nicamente de continuar este viaje, siendo slo un puente relacionador (en este caso, entre Amrica del Sur, Europa u Asia), tal como me lo revelara el "I Ching" el otro da. "De regreso aqu, he vuelto a leer su poema sobre el Maestro Dyu-Dschi y comprendo bien su sentido. Usted dijo que las palabras eran una mscara. Es verdad; pero tambin es cierto que debajo del dilogo de las palabras hay otro dilogo, de aguas profundas, y ste es el que importa y es ste al que hay que atender. Es desde all de donde se prepara la Fiesta de Bregarten. "Al profesor Jung le di los saludos del Lobo Estepario. Sonri y me pregunt por usted. Conversamos de muchas cosas y tambin l pudo hacer el gesto del Maestro Dyu-Dschi..."

El Ultimo Encuentro

El libro de Hesse "Viaje al Oriente" es la historia de una fiesta que el autor se brinda a s mismo, a sus personajes, sus dolos y sus mitos. Una fiesta con su propia alma, que acontece tal vez en la mitad de su vida, en medio de una bsqueda o de una peregrinacin hacia el Oriente (de donde viene la luz), formando parte de una orden de peregrinos, que son los Peregrinos de Oriente. La bsqueda se extiende por montaas y valles, tal vez en los Alpes, pero es ms seguro que se verifique en los vericuetos y paisajes interiores del alma del propio autor. Oriente es la patria del alma, la juventud de la luz. Los peregrinos buscaban cosas imposibles. Alguien pretenda hallar la Serpiente Kundilini; Hesse buscaba a la Princesa Ftima. Entre los peregrinos se hallaba uno de nombre Leo, el Servidor, el que ayudaba a los dems. La gran fiesta de los smbolos se realiza en Bremgarten y hay luces, glorias y recuerdos. All todos se encuentran presentes: se halla don Quijote, de seguro Hlderlin, el amado de Hesse; Hoffmann, Enrique de Ofterdingen, y tambin sus personajes, el Lobo Estepario, Demian, Pablo el msico, Klingsor el pintor, Naciso, Glodmundo, Siddharta y Govinda, todos aquellos en los cuales Hesse se reencarna en su larga vida. Pero algo acontece, algo trgico. Leo el Servidor se ha perdido, les ha abandonado y ya el Viaje al Oriente queda interrumpido. Los amigos se dispersan, la Orden se agrieta. Quin es Leo, que con su sola desaparicin produce esta catstrofe? Hese no le volver a ver hasta muy entrado en su vida. Leo reaparece en su obra tal vez como Josef Knecht, el Gran Maestro de "El Juego de los Abalorios" (libro que Hesse dedicara a los Peregrinos de Oriente), ese Papa de una orden laica. Knecht quiere decir "servidor" en alemn. El libro "Viaje al Oriente" termina con un extrao smbolo, el encuentro con una figurita en un archivo mgico. Esta figura es el Andrgino, Ardhanasisvara. Pero antes se ha debido pasar por varias pruebas, entre ellas la del perro Necker y el reencuentro con Leo el Servidor. De la obra de Hesse, el "Viaje al Oriente" es la ms hermtica. Nunca he tratado de interpretarla, sino de sentirla en su belleza sutil, especialmente en su primera parte. En mi ltima entrevista con Hesse, le pregunt sobre el "Viaje al Oriente", sobre Leo y sobre el perro Necker. Era el sbado 6 de mayo de 1961. No haba dejado pasar mucho tiempo sin volver a visitarle. Llevaba conmigo dos cajitas de plata labrada, de Cachemira, engastadas con turquesas. Una era para l; la otra, para el profesor Jung. -Vengo de Florencia -le digo-; he ido nicamente para ver, en la Galera Uffizi, el cuadro de Leonardo "La Anunciacin". He permanecido cerca de una hora contemplndolo. -Por qu se interesa especialmente en el cuadro? -Voy a tratar de explicarme. En Leonardo hay algo como en la obra de usted, un mensaje a percibir, sin descifrar, como en el "Viaje al Oriente", por ejemplo... "La Anunciacin" est envuelta en vibraciones. Las alas de ngel tiemblan en el aire, especialmente los dedos de su mano derecha, haciendo la seal. Desde esos dedos algo se transmite a la joven Virgen y al resto de los mortales, pero la admonicin hipntica est siendo dada con la mirada. Casi me atrevera a decir que el Angel terrible hace entrega de Cristo a la Virgen con la mirada; se lo trapasa, la prea. Ella, asustada, infantil, recibe el mensaje y la admonicin en su dulce mano izquierda, mientras apoya la derecha sobre los textos, las profecas y el

Destino. As ella dice: Estaba escrito. Pero esto ltimo es slo un virtuosismo de Leonardo para conformar a la Curia, me atrevera a decir. La verdad es que la Virgen est sorprendida y lo acepta todo slo porque ha sido hipnotizada, poseda por el Angel y ya no ser nunca ms ella misma... al fondo del cuadro aparece ese paisaje leonardesco de sueo, de Inconsciente, desde donde todo viene, el misterio, el Destino, Cristo y el mismo Angel... Hesse ha escuchado con atencin. -Leonardo fue un genio universal y su pintura es mgica -dice-. La mayora slo comprende lo que palpa con los sentidos, pero no lo que est detrs, que es lo inalcanzable. La magia, el arte mgico, expresa esto... Hay tambin otro tipo de arte, el evocativo... -Demian y su Viaje al Oriente se encuentran en la lnea mgica... A propsito, quin es Leo? Hesse mira por la ventana abierta, a travs de la cual entra un gato ronroneando. Pasa la mano por el lomo del gato y dice: -Leo es alguien que puede conversar con los animales..., con el perro Necker, por ejemplo... Un amigo mo tuvo un perro que debi regalar. Se lo llevaron a cincuenta kilmetros de su casa. El perro se escap y volvi encontrando el camino, la huella... Esto es tambin mgico... -Tuve un perro en la Antrtida, hace muchos aos -le digo-, lo perd entre los hielos... Volviendo a Leonardo, quin cree usted que puede acercrsele en la msica? Cul es el msico mgico? -Bach -responde Hesse-, especialmente en su Misa y en las Pasiones, segn San Mateo y segn San Juan. Son obras mgicas. Cada vez que poda, viajaba a Zurich cuando all ejecutaban esas obras. -S, hay en Bach, y especialmente en su Misa, una repeticin o nuevas elaboraciones de los motivos usados por l a lo largo de toda una vida. Vuelve sobre sus propios mitos, sobre las leyendas de su vida y de su obra, como lo hiciera Leonardo y como hoy lo hace usted... Eso es magia... Hesse se levanta y se aproxima a su biblioteca. -Ha escrito algo despus de "El Juego de Abalorios"? -le pregunto. -Evocaciones. Tambin la labor del poeta es evocar, revivir el pasado, lo efmero... Es sta una parte de la labor del poeta. Me muestra en seguida una traduccin al italiano de alguna pginas suyas. -Al fin los italianos me traducen. Y pensar que vivo en la parte italiana de Suiza! En cambio, la editorial espaola Aguilar est ya publicando mis obras completas. Le ruego que las vea y me diga si son fieles. Tambin en Alemania estamos en plena invasin de traducciones de la lengua espaola. Y Hesse me extiende una edicin alemana del escritor venezolano Rmulo Gallegos. Antes de partir, esa tarde, conversamos de algunos escritores. Le consulto si conoci a Rilke. -No lo conoc -dice-. A propsito de traducciones creo que Rilke se comprende mejor traducido. -Y a Keyserling lo conoci? -S, era un hombre extraordinario, inmenso, poderoso, capaz de mugir como un toro. Y Hesse intenta imitar un mugido. -Y Gustav Meyrink, cmo era? -Conoc bien a Meyrink. Se interes seriamente por la magia y la practic. En los momentos de mayor peligro, poda concentrarse sobre el corazn, manteniendo una calma inalterable. Era un hombre dotado

de un agudo sentido del humor. Una vez, en medio de una sesin de espiritismo, justo cuando deba aparecer el visitante del ms all, Meyrink encendi un fsforo para verle, con lo cual todo termin, por supuesto. Meyrink estuvo vacilando entre las fronteras de la magia blanca y de la negra. Al despedirme esa tarde, la seora Hesse me invita a almorzar para el da siguiente.

Domingo 7 de mayo de 1961

Llego temprano el domingo y, en la misma sala, continuamos la conversacin de la tarde anterior. -Koestler ha escrito un libro sobre Oriente, India y Japn: "El Loto y el Robot". Ataca duramente a Suzuki. -Puede estar seguro de que Suzuki no perder el sueo por eso. No se deja tocar... No dejarse tocar. Recuerdo una historia que se cuenta de Jess. Iba por las callejas de Jerusaln, se diriga a curar a una enferma; detenindose de pronto, exclam: "Quin me ha tocado el manto, que he perdido la facultad de curar?" -Estuve con Koestler en India cuando andaba en busca de motivos para su libro. Le invit a cenar en mi casa de Nueva Delhi y luego fuimos a ver a una mstica suf, la Hermana Raihana. Lea el pasado en el dorso de las manos. Le dijo a Koestler que en su encarnacin anterior haba sido capelln de Ejrcito. -Est usted escribiendo algo en la actualidad? -me pregunta Hesse. -Hace cinco aos que avanzo con mis experiencias en la India, una bsqueda entre dos mundos. Tal vez no debiera escribirla. -Ha pensado en el ttulo? -S, se me apareci ste contemplando las ruinas de Angkor, en Cambodia. El sendero que lleva a los grandes templos se encuentra flanqueado por cordones de serpientes de piedra. Tambin lo est el camino que lleva a a liberacin. La Serpiente Kundalini, la que se busca en su "Viaje al Oriente", se envuelve en la base de la columna vertebral, la cual deber ser el Arbol del Paraso. La verdad es que mi libro tratar de la Serpiente y del Arbol. Se titular, por ello, "La Serpiente del Paraso". Y es un viaje simblico, subjetivo, como el suyo a Oriente... Me he interesado en especial por la yoga, esa ciencia que trata de Kundalini, la Serpiente... Hesse dice: -Kundalini es el conocimiento. La yoga trata de levantar lo animal a un plano superior; como la alquimia, sublima. Es una tcnica antigua, arcaica. -Ha practicado usted yoga? -pregunto. -nicamente la yoga de la respiracin, hace tiempo, pero siguiendo ms el camino de la yoga china que la hind. Es muy difcil y hasta peligroso marchar por estas rutas en Occidente, donde no existe un clima apropiado para prcticas que necesitan de una soledad completa y un medio como el que nicamente se encuentra en la India. Aqu estamos demasiado presos de la actualidad. Slo en India se puede practicar la verdadera yoga. No estoy seguro de cuanto Hesse me dice. En Montagnola l ha vivido en un retiro casi completo, en cumbres y bellas soledades. Yo he practicado la concentracin en las montaas de los Andes, y aun en hoteles y calles de ciudades populares.

-La mente -digo- es como una radio: emite y recibe, en cualquier parte que se encuentre, en las cumbres o en las profundidades. Tambin hay una mente colectiva que recibe esas ondas. No creo que la accin exterior, social, o el contacto fsico sean imprescindibles para producir los efectos que se desea; por el contrario... En Benares, la ciudad santa, un puado de brahmanes solitarios estn concentrados, repitiendo frmulas mgicas; antiguos mantrams para afianzar la paz en el mundo... Tal vez puedan ms que las Naciones Unidas... S, la mente es como una radio... Hesse dice: -Todo es ms complicado, ms sutil. Slo en la India existe hoy un medio prctico y sabio para esa clase de vida. Aqu, entre nosotros, nicamente en algunos conventos catlicos... Tal vez ah se podra vivirla; pero yo me encuentro en otra lnea... -En los conventos benedictinos? Hesse mueve la cabeza afirmativamente. -Y qu pasara en el futuro con los viajes interplanetarios, con los cohetes espaciales, los sputniks y la supertcnica? Podra el hombre continuar preocupndose de los problemas del espritu y de la salvacin? -Ah! -exclama Hesse-. En cincuenta aos la Tierra ser un cementerio de mquinas, y el interior del hombre espacial, de los chferes de los sputniks, ser la cabina de su propio vehculo! El almuerzo est servido. Pasamos al comedor. Se encuentra tambin all una hija de Hugo Ball, el primer bigrafo de Hesse y autor de "El Cristianismo Bizantino". Hesse mantuvo con la madre de la invitada una correspondencia muy interesante, la cual se ha publicado en un bello volumen. Contemplo otra vez la pintura de Calw -la pequea ciudad, el viejo puente, el ro-, y me hago el propsito de visitar algn da esta ciudad alemana sobre la que Hesse ha escrito hermosas pginas. Hesse regresa cada vez ms a las emociones de sus aos juveniles (porque "a algunos elegidos les est dado volver a experimentar en sus ms avanzados aos esas emociones cercanas al Paraso que se tuvieron en la infancia"). La seora Hesse dice: -Siempre me han gustado las serpientes. Al fondo, al otro extremo de la mesa, hiertico, destacndose contra su propio busto de piedra, est Hermann Hesse. Su sonrisa de anciano-nio, retornado al Paraso, fue ganada en la lucha leal con su propia alma y en el amor arrebatado por la Naturaleza. Levanta una copa llena de vino rojo del Tesino y dice en espaol: -Salud! Es sta postrera imagen que de l conservo.

LOS ULTIMOS MENSAJESDespus de la entrevista con Hesse, fui donde el profesor Jung. Se encontraba muy enfermo y tambin fue sa mi ltima entrevista con l. Recib la noticia de su fallecimiento en Nueva Delhi. Profundamente conmovido, le escrib a Hermann Hesse la siguiente carta: "Nueva Delhi, 8 de diciembre de 1961. "Querido seor Hesse: "Cuando part de Lugano, fui a ver al doctor Jung. Me recibi en su cuarto de trabajo, junto a una ventana que daba al lago. Una luz especial lo envolva, luz de atardecer. Estaba sentado y vestido con una bata ceremonial japonesa, semejando un monte zen o un antiguo mago. "El doctor Jung se encontraba muy cansado en esos das, pues haba trabajado intensamente en un artculo de ochenta pginas manuscritas para una publicacin americana, titulado "El Hombre y sus Mitos", el que deber aparecer, segn creo, el prximo ao. "Algo me hizo sentir que aqulla era una despedida. Una dulce y profunda despedida. "Ahora pienso en el doctor Jung en este da y todo el tiempo que pueda. "Es el misterio del 'Crculo Hermtico'. Nos habremos encontrado en otras vidas? Por qu ustedes han sido tan gentiles conmigo? Habremos caminado juntos, antes, por otras senderos? Volveremos a encontrarnos? Cundo? Dnde? "Pienso en el doctor Jung, esa enorme alma, y en usted. Y en la relacin que para m existe entre usted, l y yo. Cada vez que lo visitaba a usted, iba tambin a verlo a l. Le lleve sus saludos, hace muy poco. "Con todo afecto, suyo." Con fecha del 29 de julio de 1961, el peridico suizo "Neue Zuricher Zeitung" public una edicin especial de homenaje al doctor Jung. Enve una crnica titulada "Mi ltimo Encuentro con el Doctor Jung", que sera luego publicada en espaol, en diferentes revistas, y en ingls, en la India. El peridico suizo la incluy en su edicin. Pero mi gran sorpresa fue encontrar publicada, en la misma pgina en que apareci mi crnica, la carta que escribiera a Hermann Hesse. La explicacin me la dio l mismo, en la siguiente carta: "Querido amigo: "Con Jung, yo tambin he perdido algo irreparable. Recientemente ha muerto, a la edad de noventa y cuatro aos, el ms antiguo de mis amigos, el artista Kuno Amiet. Pienso que ahora ya slo me quedan amigos que son ms jvenes que yo. "Debo confesarle algo: saba que el "Neue Zuricher Zeitung" estaba preparando una pgina en memoria de Jung. No encontrndome bien, me fue imposible escribir algo yo mismo y me tom la libertad de

enviar su carta escrita con ocasin de la muerte de Jung. He asumido la responsabilidad de ello y espero que no le parecer mal... Hermann Hesse" De este modo y con ocasin de la muerte de uno de los Peregrinos de Oriente, el ms grande quizs, se cumpla este gesto simblico. El Maestro de Montagnola haba movido delicadamente su mano para levantar apenas el velo del misterio.

Mi Partida de la India

Despus de una permanencia en la India de casi diez aos, lleg el momento de partir. Viv sumergido en esa cultura y mundo dionisacos, palp sus esencias con ambas manos, me disolv en esa atmsfera imantada en que el tiempo es un ro infinito, csmico, que arrastra las hojas efmeras y ahoga todo lo perecedero, tambin la persona, delicada flor del cristianismo, del Occidente fustico y extravertido. Sin embargo, tras alcanzar el fondo de las aguas profundas, por ley de inercia me encontr un da, naturalmente, en la superficie, pudiendo descubrir que yo era distinto, que an despus de vivir como un hind, en realidad no lo era; tampoco era un occidental. Ahora estaba entre dos mundos. Es ste el drama del sudamericano, que slo podr participar de un modo relativo de ambos universos, de Oriente y de Occidente, pero que se esfuerza en descubrirse a s mismo en su deambular. Mi Gobierno me nombr Embajador en Yugoslavia. Chile mantiene una tradicin que favorece a los escritores y tambin a los buscadores, a los peregrinos. Por aquellos das escriba Hermann Hesse, dicindole: "Ahora estar fsicamente ms cerca de usted". Ms cerca? El escritor caminaba ya a su fin. Antes de establecerme en Belgrado, pas por Espaa. All busqu la edicin de Aguilar de las Obras Completas de Hesse, a objeto de poder informarle sobre la traduccin. Viajaba con mi hijo mayor. Pasamos por el lago de Garda, en Italia, en las vecindades de Montagnola. Mi hijo, que desde pequeo oyera hablar de Hermann Hesse, deseaba conocerle. Algo sucedi para impedirnos cumplir el deseo. Ya en Belgrado, me encontraba buscando un peridico que estuviera escrito en otra lengua que no fuera la local, incomprensible para m. Encontr "The Times", de Londres, un nmero atrasado. Y ah, junto con la fotografa de Hermann Hesse, apareca la noticia de su muerte. Sent una honda tristeza. Su recuerdo me haba perseguido las ltimas semanas. Todo ese da y el da siguiente permanec en mi casa, meditando, concentrado en la imagen del amigo muerto. Poco despus, mi hijo debi partir. Le acompae hasta Zurich y juntos hicimos la ltima peregrinacin a Montagnola para visitar a la viuda de Hesse. De nuevo Montagnola, quizs por ltima vez. Y el "Albergo Bellavista", del seor Ceccarelli. Ense a mi hijo la antigua casona y de all marchamos a la casa que el poeta habitara hasta su fin. Ninon de Hesse nos recibi en la biblioteca. Vesta de negro y en su rostro se adivinaba la concentracin profunda de todo su ser. Esta mujer hermosa, de una extraa sonrisa, se hallaba ahora destrozada. Una vida de muchos aos, de estudios, de cuidados, de arte, de msica y de naturaleza, en compaa de Hesse, llegaba tambin a su fin. Nos sentamos junto a un largo silencio. Ella lo interrumpi: -Cuando usted lleg aqu por primera vez, hace aos, yo haba sido picada por una abeja y no estuve

presente en su entrevista con Hesse. El me dijo despus: "Hoy ha venido alguien que conozco y que es mi amigo, un joven de Chile..." Hesse le estimaba mucho. Una relacin buena, profunda, ha existido entre ustedes... -No sabe cunto siento no haber venido una semana antes; mi hijo deseaba conocer a Hermann Hesse... -Su muerte fue repentina. Y es mejor que haya sido as. Estaba muy enfermo, desde hace seis aos padeca de leucemia. El no lo saba; pero a veces su exaltacin frente a la naturaleza, frente al crepsculo o a una noche de luna, haca ver que era la vida que se despeda de la Vida.... Haca en l como un presentimiento, un instinto de que se acercaba el final. Trabajaba desde haca varios das en un poema. Slo la noche de su muerte lo termin. Y me lo dej sobre la cama. Lo encontr all. Al amanecer, cuando entr a su cuarto, estaba muerto. Muri durante el sueo. Su poema est dedicado a un rbol viejo que no sabe si alcanzar a ver la prxima estacin... Y Ninon de Hesse me regala una copia del poema. La seora Elsy Bodmer, que ha venido a acompaar durante el da a la seora Hesse, entr en la sala. Se sienta junto a ella sin decir palabra. Por la ventana se asoma el gato. La seora Hesse lo mira con ojo penetrantes. -Busca a Hermann por la casa -dice-; le busca da y noche. Como yo, siente aqu su presencia... Sabe usted? Algo hermoso ha sucedido. Por una casualidad, aunque puede que no lo sea, a la muerte de Hesse se encontraba de vacaciones en Suiza, en Sels Engadin, su amigo de la infancia, el pastor Voelter. Solan discutir largamente sobre Lutero, a que Hesse no amaba. Voelter vino a Montagnola al entierro de Hermann y pronunci el sermn junto a su tumba. Era impresionante contemplar all a esa figura alta y magra cumpliendo un rito para el cual estaba predestinado por una larga vida de unin en la amistad. Ninon de Hesse no saba entonces si permanecera en Montagnola, en la casa solitaria, acompaada nada ms que por su antigua cocinera y por el gato entristecido. Posando su mirada en los anaqueles cubiertos de libros, seal un dibujo en colores: un pjaro que emprenda el vuelo hacia la altura. -Ese dibujo se lo enviaron a Hermann Hesse unas pocas semanas antes de su muerte, para su cumpleaos. Estaba feliz y se pasaba largo tiempo contemplndolo. Y sabe usted por qu? Porque l era un pjaro. No lo saba? Recuerdo 'Demian' y el dibujo del pjaro de Sinclair con la leyenda: "El huevo es el mundo, el pjaro rompe el cascaron. Vuela hacia Dios, el Dios se llama Abraxas." S, el ave de Hesse ha roto el cascarn y va cayendo, o volando, en algo ms all del mundo, de este mundo. En la tarde fuimos con mi hijo a visitar el cementerio de Montagnola, en donde se ha enterrado al poeta. En la piedra de la tumba an no se hallaba grabado el nombre; slo flores amarillas cubran la tierra, removida hace muy poco. Eran las flores que Hesse amaba ms. Mi hijo me dej all solo por un tiempo. Me sent sobre el suelo, frente a la tumba, y medit en el amigo, en el Maestro, en el poeta y en el mago, tratando de recordar sus rasgos, de fijarlos en el tiempo, un tiempo ms, antes de que su forma, que ya va navegando por el ro inmenso, se deshaga completamente, aun en las vibraciones de la luz increada, para alcanzar hasta ese mar sin fondo en el que tal vez nada queda y ni siquiera una brizna de memoria pueda penetrar. Recuerdo sus palabras: "Morir quizs sea ir al Inconsciente Colectivo, perderse, para desde all retornar un da a la forma, a las formas." Alguien se acercaba por los senderos de tierra. Levant la vista y vi a una pareja de jvenes. Ambos portaban sacos de montaa, calzaban zapatos claveteados y llevaban pantalones cortos. Conversaban en alemn. Se detuvieron junto a m y me preguntaron se era aqulla la tumba de Hesse. Les respond afirmativamente. Y ellos permanecieron all con profundo recogimiento, apoyados uno en el otro, la muchacha con su cabeza sobre el hombro del varn. As estuvieron un instante, hasta que l abri su saco de montaa y extrajo un librito encuadernado en azul claro. Empez a leer, junto a la tumba, un poema

del escritor muerto. Con uncin, como quien ora. Esos jvenes alemanes le lean a Hesse sus propios versos, sus bellas palabras de otrora, de la vida, de la patria, del mundo, de la tierra. Les escuchara l en algn centro, en algn rayo de la luz increada, ms all de las aguas que ahora se lo llevan?

El Arbol

Esa noche lemos con mi hijo el ltimo poema de Hesse: CRUJIR DE UNA RAMA QUEBRADA De la tama quebrada, astillada, colgando ao tras ao, cruje seca la cancin al viento; sin hojas, sin corteza, monda, descolorida, cansada de vivir demasiado, de morir demasiado. Suena dura y tenaz su canto; suena arrogante, ocultando su miedo. Otro verano ms, otro largo invierno.

La Estatua de Goldmundo

Antes de la partida de mi hijo, visitamos tambin la tumba de Jung, en Kusnacht. Estbamos cerrando el Crculo. Me qued luego solo en Zurich por unos das. All se encuentra la casa seorial de los Bodmer. Elsy Bodmer debera hallarse ya de regreso de Montagnola y decid visitarla, antes de abandonar la ciudad, para charlar ms largamente sobre el amigo recin desaparecido. Su casa, de fines del siglo XVI, es tal vez la ms antigua que hoy resta en Zurich. Hans C. Bodmer, el amigo de Hesse, amaba la msica, los caballos y la medicina. Cruzar el portal de su casa es alejarse del mundo de nuestros das. Dentro hay otros aos y un gran silencio. La seora Bodmer la conserva como en el pasado; aun los cuartos en que nacieron sus hijos se mantienen iguales a cuando ellos loa habitaron, con sus muebles y hasta con sus juguetes. Las maderas nobles despiden un aroma de pensamientos y de historia. Se conservan aqu tesoros de arte, hay cuadros de Boticelli y tallas medievales. Voy subiendo al ltimo piso, donde Elsy Bodmer me recibe en un saln apacible. Aqu estuvo Hesse en muchas ocasiones. Al comenzar nuestra charla, Elsy Bodmer tambin me dice: -Entre usted y Hesse existi una conexin importante. El tena pocos amigos nuevos, no vea a nadie en sus ltimos aos; pero con usted fue diferente... Es curioso, viniendo de tan lejos y siendo de tan distinta edad... Y se queda meditando. -La seora Hesse, permanecer en Montaggnola? -pregunto. -Creo que s. Consult a mi hijo si deseaba ocupar la casa de Montagnola y l es partidario de dejrsela a Frau Hesse. Todo depende de que ella se acostumbre a la nueva soledad. -Se crear un museo de Hesse, con sus libros y manuscritos? -S, pero an no se ha decidido dnde. Hay quienes piensan en Berna, otros en Alemania. Qu cree usted? Me parece que en Berna estara un poco aislado, lo mismo que en Lugano. -Pienso -digo- que ya es hora de que Herrmann Hesse regrese a Alemania desde su exilio. Al decir esto, estoy sintiendo como que Hesse me impulsa. Recuerdo tambin la pareja de jvenes alemanes junto a su tumba. Elsy Bodmer, responde.

-Creo que usted tiene razn. Hay un indicio de que Hesse lo deseaba as. Consultado al respecto una vez, se refiri a la ciudad alemana en que se encuentra el museo de Rilke. -Despus de todo, Hermann Hesse es profundamente alemn -contino-; el ltimo cultor de la lnea romntica de Hlderlin. Como los ms ilustres alemanes, se conecta al Oriente, a la India; como Schopenhauer, como Nietzsche y tantos otros. Me parece que tambin ha llegado la hora de que Alemania devuelva a Hesse en amor y culto tanta belleza expuesta por l en su lengua materna. Las viejas ciudades y caminos de Alemania han sido cantados por Hesse con exaltacin. Nuremberg, su propio pueblecito de Calw. Se acuerda de ese bellsimo cuento "Knulp? El otro da, en Montagnola, he presenciado una escena que me emocion hondamente y que deseo narrarle. Relato a la seora Bodmer la escena de los jvenes alemanes. -Se lo dir a Frau Hesse, le contar su opinin para que ella decida sobre el lugar del museo. A propsito, ha visto usted el museo de Thomas Mann, aqu en Zurich? Es muy interesante. [1] -No, no lo he visto, pero me gustara. El Museo de Mann no ha quedado en Alemania? -Usted sabe que Thomas Mann conden a Alemania como un todo, sin hacer distinciones, en la ltima guerra. Y los alemanes no se lo perdonaron, demostrndoselo cuando visit el pas despus de la catstrofe... Hesse se alej de Alemania, pero nunca la conden globalmente... -Pienso que Thomas Mann, aun en su condenacin integral de Alemania, sigui siendo un alemn; es decir, se desmidi... Alemania es como Espaa, absoluta... La seora Bodmer entorna sus prpados con dulzura. Me sirve un poco de vino aejo en una bella copita de cristal. La luz del medioda penetra a travs de las ventanas de madera pintada. Me levanto para partir, pero ella me detiene, deseando mostrarme en un cuarto vecino algunas pinturas del Renacimiento y un cono con inscripciones en latn. En un rincn apartado se encuentra una figura que absorbe toda mi atencin. Es la talla de un monje en tamao natural. Elsy Bodmer me explica que es una obra del siglo XII. Quedo observando esta escultura extraordinaria. El monje joven, de cabeza rapa, de pies desnudos, slo cubierto por un hbito rstico, sostiene en la mano izquierda, junto al corazn, unas tablillas y con la mano derecha hace el gesto de bendecir. Las manos y los pies son bellsimos, toda la figura es frgil y baada de espiritualidad. Sus ojos dirigen una mirada penetrante, que viene de los albores del cristianismo, de aquellos siglos en que tambin la luz se combinaba con la sombra, para elevar el canto sublime de la Creacin. Goldmundo, el hroe de Hesse, vagabundo por los caminos de la Edad Media europea, cre una sola obra en su vida, una sola obra de arte, fuera del amor en que tanto se prodig: una escultura en madera para el plpito de una iglesia. Y pienso que ella puede haber sido como esta talla, producto de toda una vida, de toda la luz y toda la sombra de una vida.

[1] El museo de Hermann Hesse queda en Alemania, en la ciudad de Marbach, sobre el ro Necker, en el Schiller Nationalmuseum, donde se encuentran tambin los archivos de muchos otros famosos escritores alemanes, entre ellos Rilke. Los archivos de Hermann Hesse han sido donados al gobierno suizo y ste los facilita a Alemania. La decisin fue tomada por Ninon de Hesse.

EL SUEO

Esa noche, en Zurich, tuve un sueo. Vea un gran edificio de color blanco, de construccin extendida, con varios pisos, que pareca una universidad. En l estudiaban numerosos alumnos; cada dependencia era una sala de clases. Se estudiaban de preferencia las ciencias exactas y aplicadas, la Ingeniera, la Fsica. Cada alumno en ese ejrcito incontable sera luego un cientfico, un ingeniero, que aplicara los maravillosos conocimientos adquiridos para lograr resultados tangibles. Utilizara esos conocimientos automticamente, por as decirlo, sin jams maravillarse, ni prolongar el pensamiento hacia la duda, sin sacar conclusiones vitales, sin remontarse a las esencias. Era ste el mundo del presente y del futuro. Los hombres salidos de estas aulas seran duros, plomos, hechos para expresarse en las leyes de la mecnica, productos ellos mismos de la mecnica. Los ltimos exponentes de un mundo con alma, de un tiempo solar, con carne y espritu; los ltimos representantes de los dioses y demonios clsicos, de la tierra viva, del vino y de la sangre, ya se fueron. Acababan de morir. Semidioses, hombres vivos, los ltimos hijos heroicos del ensueo y de la magia. Seran juzgados por los hombres-hormigas del presente como romnticos, como idealistas, productos de la superestructura de una sociedad burguesa en descomposicin. Los arquetipos del presente sern los hombres-grises del tomo, de la mquina, los conquistadores fsicos del espacio, los que se preparan tan saudamente en estas universidades de cemento, en estos pases de asfalto. Y cada vez ser peor, cada vez ms. Qu tena que hacer yo aqu?, me preguntaba. Cul era mi lugar, mi sitio? Extrao, ajeno, no exista para m un solo hueco, un solo espacio. Y Hesse, y Jung, dnde se haban ido? Muy lejos, totalmente inalcanzables. Ellos no retornaran jams; iran a otros mundos, a otros universos ganados por el trabajo que realizaron en su alma. Y yo, qu podra hacer? Prepararme tambin, cumplir con el esfuerzo para no retornar nunca ms a esta tierra y merecer a mi vez el paso a otra esfera. Me quedaba muy poco tiempo para ello, debera hacer el esfuerzo ltimo. Pronto, ahora mismo, si quera salvarme del desierto-plomo en que la tierra ser transformada por la mecnica, de la prisin horrible, y poder avanzar por el mismo sendero que mis camaradas mayores, que mis amigos, los semidioses de sangre y carne, los magos, los guardadores del sueo.

LA FIESTA DE BREMGARTEN

Hoy es domingo. Me encuentro solo en mi casa de Belgrado y me propongo celebrar un rito, rodeado de mis cuadros y esculturas de Oriente. Voy a escuchar la msica que Hesse amaba y la voy a escuchar con l, voy a prestarle mis sentidos para que an pueda seguir oyndola. Estoy seguro de que l vendr. Enciendo unas varillas de sndalo de la India y pongo en la electrola la Misa de Bach en Si Menor. Me reclino en un sof y dejo que la msica nos envuelva. No pierdo una nota, no puedo hacerlo, pues l est oyendo a travs de m y debo serle fiel, debo escuchar tal como l lo hiciera mientras viva. Ah!, s, esta msica es como la pintura de Leonardo, como 'La Anunciacin', el 'San Juan', 'Santa Ana y la Virgen', como la 'Virgen de las Rocas'. En esta Misa, Bach repite su propia vida, ofrenda sus motivos, sus smbolos, sus leyendas, a ese algo que lo trasciende y que es su propia alma. Es una misa consigo mismo. Es un Sacrificio a la propia vida, a la propia alma, buscndose, rebuscndose, prolongndose, y donde los ltimos toques son un Matrimonio y una ofrenda casi sacrlegos. Es la muerte y la esperanza de la Resurreccin, pero en los propios mitos, en las historias creadas, en los compases, en los motivos, en los juegos de los nmeros, en el contrapunto, en las voces desmaterializadas y en la flor que crece de todo esto, la flor mstica que brota en el Altar y que es el producto imaginario de la sostenida tensin de un alma que gritado desde la cuna hasta la tumba: "Padre mo, por qu me has abandonado?" La magia es esto: la creacin de la Flor Mstica. Slo muy pocos lo han conseguido. Bach, en su Misa. La Misa es tambin la fiesta de Bremgarten que Bach se ofrendara a s mismo, repitiendo en ella toda su vida de creador. Sigo escuchando. No pierdo nada. Y Hesse est aqu y lo agradece. El oye conmigo, l me ensea a escuchar la msica. La Misa ha terminado y le seguirn luego 'La Pasin segn San Juan' y 'La Pasin segn San Mateo'. Todo un da, toda una semana, hasta el prximo domingo. Y al final de este rito, cumplido ya, vendr nuestra Fiesta de Bermgarten, la ma. Efectivamente, he preparado un almuerzo en mi casa solitaria de Belgrado, en este pas que pugna por superar la era del sol y de la espiga. Y voy a invitar a ese almuerzo a todos mis fantasmas, a mis mitos y a mis muertos. Ser un almuerzo en honor del amigo ya partido. Le devolver ahora su hospitalidad en Montagnola. Pero invitar tambin a mis leyendas. Les hago pasar al comedor y les voy sentando a mi mesa, mientras all cerca se ejecuta la msica mgica. Todos se sientan de tal modo que forman un Mandala. En un comienzo la fiesta fue en honor de Hesse, pero poco a poco se ha transformado en una Misa oficiada en mi propia alma, con los sueos de toda una vida.

Entonces, escanci vino rojo de Istria y de los Andes. Y brind por Hesse y porque su camino de ultratumba le fuese suave. Le promet, adems, sostenerle en mi recuerdo en contra de las espantables aguas del Gran Ro. Y brind por cada uno de mis fantasmas y por los grandes sueos. Brindamos, brindamos mucho, mientras cantaban los coros embrujados. Y envueltos en ellos se movan cadenciosos los rostros de la Leyenda, de los amigos sin tiempo y sin espacio.

Extracto de Dos Cartas

"Belgrado, 6 de octubre de 1962. "Querida seora Hesse: "...He escuchado en estos das la Misa de Bach y las Pasiones segn San Juan y San Mateo. Todo el tiempo tuve la impresin de que Hermann Hesse escuchaba conmigo. Le prest mis odos para que l pudiese an disfrutar de las voces de esa gran oracin. "Haga usted lo mismo, prstele sus sentidos, viva feliz, pues l la necesita a usted para eso. Cumpla con el rito. Es ste un Ritual del que nosotros debemos ser oficiantes, cultivndolo y perfeccionndolo para nuestros amigos ms queridos, que, a veces, desde la otra orilla, parecieran estar hacindonos seales..."

"Montagnola, 21 de octubre de 1962. "Querido seor Serrano: "...Estoy segura de que Hermann Hesse se habra sentido muy feliz de saber que usted escuch la Misa en Si Menor, pues era su gran pasin. Sobre esta obra l escribi su "Carta de Mayo", de este mismo ao. "...No olvide a Hermann Hesse. Todo se olvida tan fcilmente! "Me llena de alegra saber cunto le quiso usted y cunto an le quiere... Ninon de Hesse"

La Antrtida

En 1947, part a la Antrtida. Ese viaje, tanto exterior como interior, a los hielos del mundo, a los extremos, en busca de un misterioso oasis de aguas templadas, ha sido narrado por m en "Quin Llama en los Hielos..." Algo que no he dicho, sin embargo, es que llevaba conmigo un libro que me sustrajo en parte del inters de aquella aventura: "El Yo Y Lo Inconsciente", de Carl Gustav Jung. Deb luchar contra la obra, en un comienzo, pues se apoderaba de m, hacindome olvidar el contorno de los hielos en que me sumerga. Slo al final vine a comprender que el libro y la aventura en los extremos del mundo, en el Antiguo Sur, deban tener una relacin, un sentido anlogo. Fue mi primer contacto serio con la obra del profesor Jung. Yo haba ledo a Freud y Adler, pero nunca haba profundizado a Jung. Un ligero contacto con sus "Tipos Psicolgicos" haba sido todo. Y ahora, mientras cruzaba los canales de la Patagonia y Tierra del Fuego, bajo una persistente llovizna, mientras contemplaba las luces de la cordillera de Ultima Esperanza, los ventisqueros del Beagle y atravesaba el Purgatorio del Mar de Drake para, al fin, caer en el fuego blanco de las nieves, all, junto al trueno de los icebergs que se desprendan de las gigantescas barreras de la Antrtida, perdido sobre las praderas del hielo, quemado por el fro, en la bsqueda ansiosa del Oasis legendario, el libro del profesor Jung iba en el bolsillo de la parka y mi pensamiento giraba a menudo sobre sus incgnitas, desviando mi atencin de las grandes grietas de la planicie helada, para buscar tambin el remedio que permita cerrar esa otra grieta que en el alma del hombre moderno separa el Yo de Lo Inconsciente. Qu fue, en verdad, lo que despert en m un inters tan agudo por esa obra? Reflexionando ahora, creo que el encuentro con la idea del Arquetipo y la mencin, como de pasada, que all se hace a la posibilidad de que el mismo Jess haya sido prisionero de esas tremendas fuerzas autnomas. Todo un mundo espantable se me revel, aterrador como las extensiones heladas y el silencio blanco de la Antrtida, como el sudario que cubre sus abismos. Constelaciones de ideas presentidas, pero an no formuladas, llegaron de golpe a m conciencia. Al regresar de la Antrtida, me fue difcil saber qu haba sido ms importante para m, si la expedicin o la lectura del libro de Jung. Sin embargo, de aquel libro no pas entonces a otro del mismo autor. El viaje externo hacia los hielos se repiti por dentro, debiendo tratar de alcanzar los extremos. De esta bsqueda ansiosa surgi el deseo de viajar a la India, como un medio de encontrar las fuentes, de ir a las races, en busca del origen de los mitos y leyendas de nuestra Amrica y tambin para tomar contacto directo con la yoga, ciencia con la cual entrara en relacin ya en Chile. La necesidad de traducir a un lenguaje racional aquella vieja sabidura, tratando de hacerla ms asequible a m mismo, me llev de nuevo a Jung. Volv a leer "El Yo y Lo Inconsciente", y de ah pas a sus comentarios de libros sobre yoga china y tibetana: "El Secreto de la Flor de Oro", publicado en colaboracin con Richard Wilhelm; el "I Ching"; el "Libro de los Muertos", del Tbet, y "El Libro de la

Gran Liberacin", editados por Evan-Wentz. Le tambin sus trabajos sobre alquimia, su estudio sobre el "Rosarium Philosophorum", atribuido a Petrus Toletanus; "Psicologa y Religin", "Aion", "Los Smbolos de la Transformacin", etctera. La Libido, que para Freud era sinnimo de sexo, con Jung adquira un cierto parecido al "Kundalini" de la yoga tntrica. Cre, adems, entrever en la "Psicologa Analtica", o "Psicologa Profunda", de Jung, la semeja