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El chiste de la enunciación - Eduardo Serrano Orejuela 1 EL CHISTE DE LA ENUNCIACIÓN 1 Eduardo SERRANO OREJUELA www.geocities.com/semiotico [email protected] [...] los mensajes que se expresan y se transmiten mediante el lenguaje no son propiedades intrínsecas de la materia, ni de las letras, ni de las palabras, sino acuerdos lingüísticos con significados dados por la cultura. [...] Conviene, por tanto, diferenciar la existencia de los portadores materiales de información del significado de ésta 2 . 1. Según Jakobson (1960), toda comunicación verbal entraña seis factores constitutivos: El destinador manda un mensaje al destinatario. Para que sea operante, el mensaje requiere un contexto de referencia [...] que el destinatario pueda captar, ya verbal, ya susceptible de verbalización; un código del todo, o en parte cuando menos, común a destinador y destinatario [...]; y, por fin, un contacto, un canal físico y una conexión psicológica entre el destinador y el destinatario, que permite tanto al uno como al otro establecer y mantener una comunicación (p.352). Es nuestra opinión que esta formulación —que goza de gran acogida en nuestro medio docente y aun investigativo— no soporta un chiste. Veamos algunos, verdaderamente demoledores de este tipo de ilusión comunicativa. [1] Un campesino viene a Cali con el propósito de visitar a su hija, trayéndole una gallina como regalo. Toma un bus y se sienta junto a la ventanilla, acomodando al animal sobre sus piernas. Un tipo sube poco después y se sienta en la silla de al lado. De pronto, el campesino oye que el tipo le pregunta: «¿A como da la gallina?». El campesino le responde: «No está en venta, señor». El tipo insiste: «¿A cómo da la gallina?». El campesino: «No, señor, no está para la venta». Entonces el tipo le grita: «!Que acomodés la gallina que me está cagando!» 1 Ponencia presentada en el I Congreso Nacional de Estudios del Discurso, Cali, marzo de 1996. 2 José M. R. Delgado: Mi cerebro y yo. Cómo descubrir y utilizar los secretos de la mente. Santafé de Bogotá: Planeta, 1994, pp. 112-113.

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El chiste de la enunciación - Eduardo Serrano Orejuela 1

EL CHISTE DE LA ENUNCIACIÓN1

Eduardo SERRANO OREJUELA www.geocities.com/semiotico

[email protected]

[...] los mensajes que se expresan y se transmiten mediante el lenguaje no son propiedades intrínsecas de la materia, ni de las letras, ni de las palabras, sino acuerdos lingüísticos con significados dados por la cultura. [...] Conviene, por tanto, diferenciar la existencia de los portadores materiales de información del significado de ésta2.

1. Según Jakobson (1960), toda comunicación verbal entraña seis factores constitutivos:

El destinador manda un mensaje al destinatario. Para que sea operante, el mensaje requiere un contexto de referencia [...] que el destinatario pueda captar, ya verbal, ya susceptible de verbalización; un código del todo, o en parte cuando menos, común a destinador y destinatario [...]; y, por fin, un contacto, un canal físico y una conexión psicológica entre el destinador y el destinatario, que permite tanto al uno como al otro establecer y mantener una comunicación (p.352).

Es nuestra opinión que esta formulación —que goza de gran acogida en nuestro medio docente y aun investigativo— no soporta un chiste. Veamos algunos, verdaderamente demoledores de este tipo de ilusión comunicativa.

[1] Un campesino viene a Cali con el propósito de visitar a su hija, trayéndole una gallina como regalo. Toma un bus y se sienta junto a la ventanilla, acomodando al animal sobre sus piernas. Un tipo sube poco después y se sienta en la silla de al lado. De pronto, el campesino oye que el tipo le pregunta: «¿A como da la gallina?». El campesino le responde: «No está en venta, señor». El tipo insiste: «¿A cómo da la gallina?». El campesino: «No, señor, no está para la venta». Entonces el tipo le grita: «!Que acomodés la gallina que me está cagando!»

1 Ponencia presentada en el I Congreso Nacional de Estudios del Discurso, Cali, marzo de 1996.

2 José M. R. Delgado: Mi cerebro y yo. Cómo descubrir y utilizar los secretos de la mente. Santafé de Bogotá: Planeta, 1994, pp. 112-113.

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[2] El sargento ante el pelotón: «¡Soldado Vásquez, ice la bandera!». El interpelado mira el tricolor apreciativamente y se cuadra: «¡Positivo, mi sargento. Le quedó muy bonita!» [3] El niño a la mamá: «Mami, ¿por qué usted le dice al policía “señora gente” si él es hombre?»

¿Qué ha ocurrido en cada uno de estos casos? En [1], el tipo le dice al campesino «Acomodá la gallina», el campesino escucha «¿A cómo da la gallina?». En [2], el sargento le dice al soldado «¡Ice la bandera1», el soldado escucha «¡Hice la bandera!». En [3], la madre dice «señor agente», el niño escucha «señora gente». ¿Cómo explicar el hecho sorprendente de que, en cada uno de los ejemplos, el hablante envíe un mensaje X y el oyente reciba un mensaje Y? ¿Por qué y en qué momento ocurre esta sustitución? Nos parece evidente que el esquema jakobsoniano no puede dar cuenta de ello. La explicación según la cual los oyentes tienen un código lingüístico diferente al del hablante no es válida: todos hablan la misma lengua. Misma lengua, mensajes diferentes, cuando se supone que debería ser uno idéntico para los dos interlocutores: algo falla. Busquemos una explicación satisfactoria en otra parte. 2. Con la finalidad de «hallar en el conjunto del lenguaje la esfera que corresponde a la lengua», Saussure (1916) recomienda «situarse ante el acto individual que permite reconstituir el circuito del habla», el cual supone por lo menos, como mínimo exigible para que sea completo, dos personas que conversan:

El punto de partida del circuito está en el cerebro de una de ellas, por ejemplo A, donde los hechos de conciencia, que llamamos conceptos, se hallan asociados a las representaciones de los signos lingüísticos o imágenes acústicas que sirven para su expresión. Supongamos que un concepto dado desencadene en el cerebro una imagen acústica correspondiente: es un fenómeno completamente psíquico, seguido a su vez de un proceso fisiológico: el cerebro transmite a los órganos de la fonación un impulso correlativo a la imagen; después, las ondas sonoras se propagan de la boca de A al oído de B: proceso puramente físico. Acto seguido, el circuito se prolonga en B en orden inverso: del oído al cerebro, transmisión fisiológica de la imagen acústica; en el cerebro, asociación psíquica de esta imagen con el concepto correspondiente (p. 28).

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Nos parece que en esta formulación hay un principio de respuesta al enigma del parágrafo anterior: lo que circula entre A y B no es un mensaje, sino las ondas sonoras, «proceso puramente físico», efecto de la fonación de A y objeto de la audición de B, audición que las convierte en imágenes acústicas que se asocian con los conceptos correspondientes en el cerebro del que escucha, correspondencia determinada por el código de la lengua. La clave del planteamiento radica, como lo subraya con insistencia el mismo Saussure, en la distinción entre «las partes físicas (ondas sonoras), fisiológicas (fonación y audición) y psíquicas (imágenes verbales y conceptos)». Para que no haya lugar a equívocos, añade:

Es en efecto capital señalar que la imagen verbal no se confunde con el sonido mismo y que es psíquica en la misma medida que el concepto que le es asociado (p. 29).

Más adelante, cuando introduce el concepto de «signo», recuerda

que los términos implicados en el signo lingüístico son, los dos, psíquicos y están unidos en nuestro cerebro por el vínculo de la asociación. [...] El signo lingüístico une no una cosa y un nombre, sino un concepto y una imagen acústica. Esta última no es el sonido material, cosa puramente física, sino la huella psíquica de ese sonido, la representación que de él nos da el testimonio de nuestros sentidos (p. 98).

Y concluye: «El signo lingüístico es, por consiguiente, una entidad psíquica de dos caras», a las que denomina ahora, y para siempre, «significante» y «significado» (p. 99). La conclusión que se impone no puede ser sino ésta: el «mensaje» no es recibido tal cual por el oyente, sino reconstruido por él —en el contexto de una situación comunicativa— a partir de la percepción auditiva de la cadena sonora, que transforma, gracias a su competencia lingüística, en cadena significante a la cual atribuye una significación. Puede ocurrir, en consecuencia —como en el caso del campesino, el soldado y el niño—, que la cadena significante reconstruida por el oyente no se corresponda con la que fue construida por el hablante, lo que se traduce en un fracaso o, por lo menos, en una perturbación, de la comunicación. Examinemos entonces cuáles son las operaciones mentales mediante las cuales el oyente transforma una serie de gruñidos escuchados en un discurso verbal que, dadas ciertas condiciones, nos puede hacer reír.

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3. Según van Dijk (1978), «para poder atribuir informaciones a una serie de señales visuales o auditivas [percibidas], se requiere una serie de procesos fundamentales», agrupados en cuatro principios. 1. Segmentación: «[...] un hablante es capaz de aislar unidades discretas del ‘flujo’ (fonético) continuo de la lengua; esto significa que puede segmentar señales de ese flujo». 2. Categorización, especificada como fonológica, morfológica y sintáctica: «Para comprender las señales hay que hacer una abstracción: si bien un sonido se pronuncia o se oye fonéticamente de distintas maneras, el sonido siempre puede interpretarse como la misma forma de sonido. [...] La categorización, sin embargo, no se limita a la comprensión de fonemas, sino que también tiene lugar en otros niveles: reconocemos aquellas ‘palabras’ que ya conocemos, es decir: a una determinada configuración de sonidos le asignamos una forma de palabra (morfema). A la vez tiene lugar una primera categorización sintáctica: determinadas formas de palabras se asignan a determinadas categorías sintácticas, como artículos o sustantivos».

3. Combinación: «las unidades se ‘reúnen’, se combinan con otras unidades y esta combinación vuelve a considerarse como una unidad. El principio de combinación tiene, pues, validez para la comprensión de los morfemas, porque los fonemas se yuxtaponen, y para la comprensión de (partes de) oraciones, porque los morfemas se yuxtaponen». 4. Interpretación: «a las formas de palabras, partes de oraciones u oraciones se les asigna determinado significado convencionalmente establecido. Esto significa que un hablante, cuando entiende una palabra, no sólo extrae de su memoria la forma de palabra correspondiente (ámbito de conocimiento lingüístico), sino a la vez el (los) significado(s) posible(s) o actual(es) que va(n) acoplado(s) a la forma de la palabra. [...] Pero como numerosas formas de palabras poseen varios matices de significado o incluso varios significados, puede producirse muy fácilmente un malentendido si no se dispone de más información proveniente del texto o del contexto» (pp. 178-179). De lo anterior se infiere que las operaciones de segmentación, categorización y combinación estructuran el plano significante del discurso, en tanto que la operación de semantización3 estructura su plano significado. Ahora bien, estas operaciones son realizadas tanto por el hablante como por el oyente. En consecuencia, éste puede reconstruir, mediante la ejecución de

3 Término que preferimos al de interpretación, por razones que expondremos más adelante.

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dichos principios, una cadena significante correspondiente a la que fue construida y asignarle una significación equivalente a la que fue intencionada por el hablante. Pero puede, asimismo, reconstruir una cadena significante distinta, resultante de segmentaciones, categorizaciones y combinaciones diferentes, a su vez objeto de una semantización alejada de la que se esperaba. Es la raíz del malentendido entre los personajes interlocutores de los chistes. Tomemos como ejemplo paradigmático el caso del campesino y el tipo que se sienta a su lado. Éste le dice «Acomodá la gallina»; aquél percibe auditivamente el flujo fonético, lo procesa mentalmente segmentándolo, categorizándolo, combinándolo y semantizándolo, y escucha «¿A cómo da la gallina?»: el verbo en imperativo del tipo es transformado por el campesino en una preposición, un adverbio y un verbo en indicativo, en tanto que el resto es reconstruido de manera correcta, si bien el enunciado en su totalidad es interpretado como interrogación. En consecuencia, la significación atribuida por el campesino a la cadena significante resultante del conjunto de estas transformaciones no podía ser la misma que le había atribuido el tipo a la cadena significante original que él había generado. Ahora bien, este fenómeno no es sólo resultado de un procesamiento involuntario, como en los ejemplos citados hasta el momento. También está presente en ciertos juegos de palabras deliberados, en los que la agudeza no resulta sólo de una resemantización de la misma cadena significante, lo que es bastante habitual, sino de una reestructuración fono-morfo-sintáctica de la cadena misma. Veamos dos ejemplos:

[4] Crisis en el matrimonio. El esposo, compungido: «Mija, ¿qué es lo que nos separa?». La esposa, sin que le tiemble la voz: «Mijo, lo que no se para».

[5] Marino se sienta a la mesa en la que Javier come un bistec. «¿Ese bistec está blando?» «Pues hasta ahora no ha dicho nada».

Es evidente que la esposa ha reconstruido de manera adecuada el sintagma «nos separa», pero lo reestructura en su respuesta para aludir a la impotencia sexual del esposo como causa del conflicto conyugal, sacándose de esta manera el clavo de tantas frustraciones. Lo que nos quedamos sin saber es si el esposo se la pilló. Asimismo, Javier ha comprendido la pregunta de Marino, pero hace como si hubiera escuchado «¿está hablando?» y le responde como le responde —y corresponde— por el simple placer de paladear la ocurrencia lingüística, además del bistec.

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En estos dos casos, la reestructuración, por parte de los oyentes, de los enunciados estructurados por los hablantes, es consecuencia de haber sometido la cadena sonora —que es lo único que llega de la boca del hablante al oído del oyente— a operaciones de resegmentación, recategorización y recombinación deliberadas: al darse nuevas cadenas significantes, los oyentes (ahora en su condición de hablantes) se permiten nuevas significaciones gratificantes de impulsos eróticos y agresivos, con las que rompen el pragmatismo comunicativo de las interacciones conversacionales cotidianas. 4. Tratemos ahora de incorporar lo dicho hasta el momento en el marco de un modelo semiótico de la enunciación. Me refiero, en particular, a la semiótica de la Escuela de París, cuya filiación lingüística —sobrevolada a grandes rasgos— empieza en Saussure, pasa por Hjelmslev y se nutre de Benveniste. En el punto de partida, un enunciador, dotado de una competencia semiótica de naturaleza semiolingüística, discursiva y semántica (= enciclopédica), lleva a cabo un proceso de generación de un enunciado en el que distinguimos una manifestación material y una articulación formal. En efecto, para que pueda circular en el espacio social de la comunicación, el enunciado debe ser manifestado en una materia de la expresión determinada —en el caso que nos interesa, oral— y articulado como forma de la expresión o forma significante: las operaciones de segmentación, categorización y combinación llevan a cabo esta articulación formal. Asimismo, esta forma de la expresión manifestada en una materia debe ser semantizada, investidura que está a cargo de la operación de semantización, de la cual resulta la articulación de la forma del contenido del enunciado o forma significada.

Ahora bien, la percepción auditiva de la materia fónica de la expresión, transmitida por el espacio físico, le permite al enunciatario —asimismo semiolingüística, discursiva y semánticamente competente— llevar a cabo un proceso de interpretación del enunciado que se traduce en la rearticulación fono-morfo-sintáctica de la forma significante de la expresión, lo que acarrea la rearticulación semántica de la forma significada del contenido, previamente articuladas por el enunciador durante la generación del enunciado4.

4 Queda claro que, para nosotros, la interpretación incluye las operaciones de segmentación, categorización, combinación y semantización, lo que nos autoriza a hablar de interpretación fono-morfo-sintáctico-semántica del enunciado o, si se prefiere, de la materia de la expresión del enunciado.

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Precisemos que rearticular significa articular de nuevo, volver a articular lo que ya ha sido articulado, pero también articular de otra manera, de modo diferente a como ha sido articulado. En el primer caso, el enunciado interpretado por el enunciatario se corresponde con el enunciado generado por el enunciador. En el segundo caso, no, en una gradación variable. La comunicación (en el sentido etimológico de poner en común) puede entonces fracasar o, por el contrario, enriquecerse con inesperadas, sorprendentes y deliciosas significaciones. Es entonces cuando podemos apreciar el chiste —voluntario o involuntario— de la enunciación.

En conclusión, lo que queda claro es que la comunicación oral no consiste en la transmisión de un mensaje por parte de un destinador que lo emite para que un destinatario lo reciba cómodamente sentado en su sillón favorito. Lo que se transmite por el espacio físico es una cadena fónica articulada que el enunciatario debe rearticular. De allí que para interpretar un enunciado el enunciatario deba generarlo de nuevo, es decir, re-generarlo, lo que en muchos casos equivale a regenerarlo. Por eso afirmamos que toda enunciación es coenunciación, pues el enunciatario-enunciador reenuncia lo que ha sido ya enunciado por el enunciador-enunciatario. Claro, algunos simple y llanamente renuncian. Cali, II/XI-96.

BIBLIOGRAFÍA JAKOBSON, Roman (1960): «Lingüística y poética», en Ensayos de lingüística

general. Barcelona: Seix Barral, 1975. SAUSSURE, Ferdinand de (1916): Cours de linguistique générale. Paris: Payot,

1982. van DIJK, Teun A. (1978): La ciencia del texto. Un enfoque interdisciplinario.

Barcelona: Paidós, 1983.