El caso de Janet Cooke y articulo de García Márquez

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COMUNICACIÓN Ayer se concedieron los premios Pulitzer 1980 EL PAÍS | Sociedad - 14-04-1981 El periódico Observer, de Charlotte, en el Estado norteamericano de Carolina del Norte, ganó ayer el Premio Pulitzer al mejor servicio público meritorio por una serie de artículos sobre la bisinosis, una enfermedad que afecta a los trabajadores de plantas textiles en Estados Unidos. Los Premios Pulitzer, los más prestigiosos en el mundo de la comunicación, fueron instituidos en 1917 por el editor del ya desaparecido New York World, Joseph Pulitzer, y desde entonces los concede cada año la Universidad de Columbia. A excepción del premio por servicio público, dotado con una medalla, todos los demás premios están dotados con mil dólares. Los ganadores de este año fueron seleccionados entre 1.237 participantes.Shirley Christian, de The Miami Herald, obtuvo el premio a la mejor información internacional, por sus trabajos sobre los sucesos de Centroamérica. El premio a la mejor información nacional fue para John Crewdson, del New York Times; el de la mejor ínformación local, para la redacción del Daily News, en Longview, Estado de Washington, por los reportajes sobre la erupción del volcán Santa Helena. En el apartado de fotografía, los premios han sido para Larry Price, del Star Telegram, de Fort Worth, en Tejas, por fotografía de sucesos, y para Taro Yamasaki, de la agencia Detroit Free Press, por la mejor fotografía de serial. Janet Cooke, del Washington Post, ha obtenido el galardón al mejor trabajo en la categoría de reportajes. Por lo que respecta a relato y novela, el premio a la mejor ficción ha sido para el ya fallecido John Kennedy Toole, por su novela Una confederación de tontos. J. K. Toole, que se suicidó en 1969, escribió su novela en 1960, aunque no fue editada hasta 1980 por la Universidad de Luisiana. Otros premios han sido: drama, Crímenes del corazón, de Beth Henley; biografía, Pedro el Grande: su vida y su mundo, de Robert K. Massie; poesía, La mañana del poema, de James Schuyler; no ficción general, Viena fin de siglo: política y cultura, de Carl E. Schorske. _______________________________________________________________________________ Un premio Pulitzer fue devuelto por estar falseado EL PAÍS | Sociedad - 16-04-1981 EFE, - Washington El Premio Pulitzer ganado por un reportaje sobre un niño de ocho años heroinómano ha sido devuelto hoy por The Washington Post, porque el protagonista de la historia no existe. Esta información la ofreció el otro diario de la capital norteamericana The Washington Star, que citó a su vez fuentes de su colega y aseguró que el autor del trabajo ganador del más importante premio periodístico, Janet Cooke, solicitó la dimisión de su puesto.El diario afectado no ha hecho

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COMUNICACIÓN

Ayer se concedieron los premios Pulitzer 1980 EL PAÍS | Sociedad - 14-04-1981

El periódico Observer, de Charlotte, en el Estado norteamericano de Carolina del Norte, ganó ayer el Premio Pulitzer al mejor servicio público meritorio por una serie de artículos sobre la bisinosis, una enfermedad que afecta a los trabajadores de plantas textiles en Estados Unidos.

Los Premios Pulitzer, los más prestigiosos en el mundo de la comunicación, fueron instituidos en 1917 por el editor del ya desaparecido New York World, Joseph Pulitzer, y desde entonces los concede cada año la Universidad de Columbia. A excepción del premio por servicio público, dotado con una medalla, todos los demás premios están dotados con mil dólares. Los ganadores de este año fueron seleccionados entre 1.237 participantes.Shirley Christian, de The Miami Herald, obtuvo el premio a la mejor información internacional, por sus trabajos sobre los sucesos de Centroamérica. El premio a la mejor información nacional fue para John Crewdson, del New York Times; el de la mejor ínformación local, para la redacción del Daily News, en Longview, Estado de Washington, por los reportajes sobre la erupción del volcán Santa Helena. En el apartado de fotografía, los premios han sido para Larry Price, del Star Telegram, de Fort Worth, en Tejas, por fotografía de sucesos, y para Taro Yamasaki, de la agencia Detroit Free Press, por la mejor fotografía de serial. Janet Cooke, del Washington Post, ha obtenido el galardón al mejor trabajo en la categoría de reportajes.

Por lo que respecta a relato y novela, el premio a la mejor ficción ha sido para el ya fallecido John Kennedy Toole, por su novela Una confederación de tontos. J. K. Toole, que se suicidó en 1969, escribió su novela en 1960, aunque no fue editada hasta 1980 por la Universidad de Luisiana. Otros premios han sido: drama, Crímenes del corazón, de Beth Henley; biografía, Pedro el Grande: su vida y su mundo, de Robert K. Massie; poesía, La mañana del poema, de James Schuyler; no ficción general, Viena fin de siglo: política y cultura, de Carl E. Schorske.

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Un premio Pulitzer fue devuelto por estar falseado

EL PAÍS | Sociedad - 16-04-1981

EFE, - Washington

El Premio Pulitzer ganado por un reportaje sobre un niño de ocho años heroinómano ha sido devuelto hoy por The Washington Post, porque el protagonista de la historia no existe. Esta información la ofreció el otro diario de la capital norteamericana The Washington Star, que citó a su vez fuentes de su colega y aseguró que el autor del trabajo ganador del más importante premio periodístico, Janet Cooke, solicitó la dimisión de su puesto.El diario afectado no ha hecho

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comentario alguno por el momento, pero el alcalde de la ciudad, Marion Barry, que dijo haber hablado con el editor ejecutivo del Post, Bejamin Bradlee, comentó que en el diario le habían dicho que la historia era una parte real, parte mito y parte invención.

La concesión de los Pulitzer tuvo lugar el pasado lunes y a partir de los datos ofrecidos en el periódico sobre la historia del niño adicto a la heroína llamado Jimmy, publicada en septiembre, la policía investigó el asunto. Dos semanas más tarde, el jefe de policía llegó a la conclusión de que el niño no existía. Bradlee, por su parte hará una declaración sobre el tema.

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Una historia inventada, amparada en el secreto profesional, convenció al jurado del Premio Pulitzer

NYT

EL PAIS | Sociedad –17 de abril de 1981 -- Reportaje

La edición del pasado miércoles del diario norteamericano The Washington Post incluía una información en la que se explicaba que la historia de un niño de ocho años, adicto a la heroína, que vivía en los arrabales de la capital federal, historia que había supuesto el Premio Pulitzer a su autora, era un montaje, una ficción. Al tiempo que anunciaba sin decisión de renunciar al galardón, el diario confirmaba que Janet Cooke, la autora de la historia, había rescindido su contrato. «Tras una serie de preguntas de los editores, Janet Cooke confesó que su tierna historia sobre Jimmy, un precioso niño con marcas de agujas señalando la suave piel infantil de sus finos bracitos morenos, era falsa». Es la primera vez en 64 años de historia de los codiciados Premios Pulitzer que el galardón ha sido rechazado por este tipo de razón, según miembros del comité Pulitzer de la Universidad de Columbia. en Nueva York.Benjamín C. Bradlee, editor ejecutivo del Post, se reunió con el staff del periódico el miércoles por la tarde y declaró que había enviado un telgrama al comité Pulitzer en el que hacía constar «con gran pena y sentimiento» que miss Cooke había determinado que no podría aceptar el premio.

«Ella dijo a los editores del Post esta mañana temprano que su historia, acerca de un niño de ocho años adicto a la heroína, era de hecho una invención, que las declaraciones atribuidas al niño fueron fabricadas y que ciertos acontecimientos descritos como contemplados directamente por la periodista no habían ocurrido en realidad», añadía el telegrama.

Poco más tarde, el editor ejecutivo del Post, Donald E. Graham, efectuó unas declaraciones en las que afirmaba: "Todos nosotros, colectivamente, pediremos perdón en el periódico a los lectores del Post".

Graham añadió que él personalmente había pedido excusas al alcalde de Washington, Marion Barry hijo, y al jefe de Policía, Burtell M. Jefferson. Ambos personajes habían investigado la

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veracidad de la historia cuando fue publicada, el pasado 28 de septiembre, ordenando una infructuosa búsqueda por parte de la policía para localizar al niño.

Ante este anuncio del Post, los diecisiete miembros del comité Pulitzer, que revisan las recomendaciones del jurado para los premios, fue convocado por teléfono desde Nueva York. El comité concedió el premio a Teresa Carpenter, del Village Voice, por su reportaje sobre tres asesinatos. El jurado había recomendado originalmente el reportaje de Carpenter para el premio, pero había sido desestimado por el comité.

El engaño salió a la luz tras las dudas aparecidas sobre las credenciales académicas atribuidas a Janet Cooke en el anuncio del Pulitzer, obtenidas a partir del material proporcionado por el periódico. Seún estos datos, ella había pasado un año en la Sorbona se había garaduado con sobresaliente cum laude en el Vassar Coen 1976, y había recibido el master en la Universidad de Toledo, en 1977.

Un portavoz del Vassar declaró que Cooke asistió a la escuela un año escaso, entre el final de 1972 y la primavera de 1973, y después se marchó por razones, no conocidas. En la Universidad de Toledo, un portavoz afirmó que ella se graduó en 1976, sin honores, con una nota B. A. en Literatura Inglesa.

En una entrevista, Bradlee afirmó que el conoció la falsedad de las credenciales de la periodista a las tres de la tarde del martes, cuando una personalidad oficial que él y sus editores hablaron con la reportera durante veinte minutos, y entonces, al conocer la falsedad de sus datos académicos, la interrogaron acerca de la veracidad de su historia. Al principio, según Bradlee. ella mantuvo que la historia era cierta.

Janet Cooke no estaba disponible para conceder una entrevista el pasado martes. Según miembros del periódico, ella reconoció el engaño después de que el editor de local del Post, Milton Coleman, le pidiera que le mostrase cuál era la casa en la que ella había interrogado al niño.

Negativa a revelar las fuentes

Bradlee dijo que cuando surgieron las dudas por primera vez, el pasado año, él no se esforzó demasiado por verificar la historia, porque la reportera le había dicho que había garantizado el anonimato a sus fuentes informativas y que su vida había sido amenazada por los traficantes de drogas implicados en el tema. "Estábamos ante un punto muerto», declaró. «O la creíamos o no la creíamos». Bradlee añadió que el compromiso bajo el cual ella había podido obtener su información incluía que no podía revelar los nombres del niño ni los miembros de la casa en que vivía, ni siquiera a los editores del periódico. «Nosotros respetamos dicho compromiso». afirmó. «Es práctica común en numerosos periódicos el que los editores insistan para conocer la identidad de las fuentes en este tipo de historias, antes de su publicación. Bradlee dijo que aunque esa era también la política general del Post, se había hecho una excepción en este caso por la confianza de los editores en «la veracidad y la integridad de la historia". y porque Janet Cooke insistió en haber recibido amenazas de muerte.

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Conmoción social en Washington

El artículo causó una conmoción cuando fue publicado en Washington, el año pasado. Descrito como una visión poco frecuente del mundillo subterráneo de la zona pobre más agria de la capital, el artículo muestra una descripción chocante de cómo un niño fue inducido a la heroína por Ron, el amante de veintisiete años de edad, de su madre, antigua prostituta. El artículo ofrecía lo que fue descrito como un testimonio ocular de cómo Jimmy, un niño listo y barriobajero, declaraba, al ser inyectado con heroína por Ron, que su ambición en la vida era llegar a ser un buen traficante de droga.

«El agarra el brazo izquierdo de Jimmy justo debajo del codo, con su manaza cubriendo el fino miembro del niño», decía el artículo. «La aguja se deslizaba por la suave piel infantil como una paja insertada en un pastel recién hecho. El líquido salía de la jeringa, siendo reemplazado por brillante sangre roja, reinyectada después al niño». «Muy pronto», según palabras atribuidas a Ron, «vas a saber qué hacer contigo».

Búsqueda infructuosa

El artículo desencadenó una amplia operación policial en busca de Jimmy, oficiales de los servicios antidroga y de protección a la infancia participaron igualmente en esta operación. En un cierto momento, la policía amenazó con exigir legalmente del Post la identificación de sus fuentes, pero el periódico se negó citando la primera enmienda de la Constitución. Numerosos maestros inspeccionaron a lo largo de toda la ciudad los brazos de sus alumnos, en busca de señales de pinchazos, y asistentes sociales y policías consultaron a sus informadores en el submundo de la droga.

Sin embargo, desde el principio, la policía tuvo sospechas acerca de la veracidad de la historia, de acuerdo con las investigaciones de un oficial que había consumido miles de horas de trabajo en el tema. Según este policía, el artículo decía que el chico iba al colegio sólo para atender a las clases de matemáticas, porque quería aprender a contar. Como normalmente los alumnos de la escuela primaria van a clase todo el día en una sola aula y con un solo profesor, según el razonamiento del policía, sus idas venidas no podrían haber pasado desapercibidas.

Además, a la policía le parecía muy improbable que el niño sólo hubiese hablado con una extraña, la reportera, y no lo hubiese hecho con otros, como por ejemplo, sus profesores, los tenderos de su calle o algún vecino.

Además, por su conocimiento del mundillo de la droga, la policía encontraba que era muy improbable que los utilizadores pudiesen proveerse de la costosa heroína para tres años sin nada a cambio. «No les habrían dado droga para tres años sin exigir a cambio alguna compensación», afirmó la fuente policial.

William G. Jepsen, portavoz del departamento de policía del distrito de Columbia, señaló que la investigación de tres semanas de duración llegó a la conclusión de que «el niño, tal y como había

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sido descrito, no existía», añadiendo que el Post había sido informado de las conclusiones del departamento.

El miércoles, Barry emitió un comunicado diciendo que «yo estaba firmemente convencido de que el artículo de miss Cooke era en parte mito y en parte realidad; yo, al igual que los oficiales de policía, los ciudadanos y los expertos sanitarios en el tema de la drogadicción por heroína, estaba convencido de que Jimmy y su familia eran seres ficticios».

Janet Cooke llegó al Post en 1979, después de haber trabajado como reportera en la emisora de televisión WGTE-TV, de Toledo, y posteriormente en el diario Toledo Blade.

Teresa Carpenter, nuevo Pulitzer

La nueva ganadora del Premio Pulitzer por reportajes escritos, Janet Carpenter, nació en una granja de Misuri, en 1948, y llegó al diario Village Voice, del Greenwich Village neoyorquino, en 1979. Se había graduado en el Graceland College, de Ioxa, en 1971, y obtuvo el master en periodismo en la Universidad de Misuri, en 1973. Antes del Village Voice había trabajado para una publicación comercial japonesa y después, durante cuatro años, en la revista mensual New Jersei, Monthlv.

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El rigor del jurado Pulitzer, puesto en entredicho por la Prensa norteamericana

EL PAIS | Sociedad –19 de abril de 1981 --

«Deberíamos haber hecho la selección de temas con mayor formalidad. Con toda seguridad seremos más suspicaces en el futuro. Algunos jurados ya han dicho que no considerarán las historias que no estén debidamente apoyadas por fuentes identificables», ha asegurado Richard Baker, secretario de la dirección de los premios Pulitzer. El engaño de Janet Cooke, reportera del Washington Post, que con una historia inventada, en la que narraba la experiencia de un niño negro, de ocho años, inducido a la heroína por el amante de su madre, convenció al jurado Pulitzer, ha desencadenado una ola de lamentaciones en la Prensa, de críticas por parte de los propios periodistas y del público y la suspicacia de los norteamericanos respecto de un premio, el Pulitzer, que es el más prestigioso del mundo de la comunicación.Las ediciones de los diarios norteamericanos de ayer estaban llenas de preguntas respecto a la forma en que Janet Cooke fue capaz de salvar todos los controles de veracidad que cualquier gran periódico aplica a los trabajos publicados. Mientras Janet Cooke permanece encerrada en su casa, víctima de una profunda depresión, y la historia de sus mentiras ha llenado de estupor y curiosidad a los lectores americanos, Benjamin Bradlee, editor ejecutivo del Washington Post, sostiene en la edición de ayer: «La credibilidad de un diario es su más preciado don, que depende, casi exclusivamente, de la integridad de sus reporteros».

Los reporteros del Washington Post, por su parte, afirman que el artículo de Janet Cooke dividió a los profesionales cuando, en septiembre pasado, iba a ser publicado. Mientras unos sospechaban

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la falta de veracidad de la historia, otros aseguraban que el secreto profesional de la reportera amparaba la historia. Ayer, los profesionales del Washington Post reflexionaban sobre las tremendas presiones a que se ven sometidos los profesionales y los diarios en una sociedad tan competitiva como la americana: «La política interna del diario es exaltar la tensión creativa de los profesionales hasta el punto de enfrentar a unos y otros con el único objetivo de alcanzar el estrellato».

El Wall Street Journal, único diario norteamericano de difusión en todo el territorio nacional, preguntaba ayer en un editorial: «¿Son tan grandes las presiones de la competencia en las redacciones de los diarios de las grandes ciudades que se anteponen éstas a lo sustancial?».

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TRIBUNA: GABRIEL GARCIA MARQUEZ

¿Quién cree a Janet Coooke?

EL PAÍS | Opinión - 29-04-1981

Todo empezó el día en que Janet Cooke, reportera del Washington Post, le dijo a su jefe de redacción que había oído hablar de un niño de ocho años que se inyectaba heroína con la complacencia de su madre. «Encuentre a ese niño», le dijo el jefe de redacción. «Será un reportaje de primera página». En octubre del año pasado, en efecto, el relato revelador y tremendo -bajo el título de «El mundo de Jimmy»- estremeció a Estados Unidos. Hace dos semanas, con sólo tres años en el oficio y veintiséis de edad, Janet Cooke mereció el honor más codiciado del periodismo de su país: el Premio Pulitzer. Aunque sólo por pocas horas, pues el escrutinio inclemente de sus jefes y la presión de su propia alma la obligaron a confesar que el reportaje era inventado y que el pequeño Jimmy sólo había existido en su imaginación.Este incidente plantea, una vez más, el drama del periodismo de Estados Unidos, cuyo rigor casi puritano lo ha convertido en el mejor del mundo, pero cuyas contradicciones traumáticas lo han convertido también en el más peligroso. De allí que toda nota falsa, como la que Janet Cooke acaba de cantar, termine por provocar sin remedio una crisis de conciencia nacional.

Yo tuve una prueba personal de ese rigor, hace unos cuatro años, cuando la revista Harper, de Nueva York, me pidió un artículo exclusivo sobre el golpe militar en Chile y el asesinato de Salvador Allende. Uno de los editores principales de la revista llamó por teléfono de Nueva York a París cuando leyó los originales, y me sometió a un interrogatorio casi policial de más de una hora sobre el origen de mis datos. No aspiraba, por supuesto, a que yo le revelara mis fuentes confidenciales, pero quería estar seguro de que yo estaba seguro de ellas, y de que me encontraba en condiciones de defenderlas. Más tarde vi personificada esa moral en mi amigo Elle Abel -el antiguo director de la escuela de periodismo de la Universidad de Columbia-, con quien trabajé en la comisión especial de la Unesco que hizo un estudio sobre la comunicación y la información en el mundo actual. Elie Abel y yo estábamos a una distancia política de siglos, pero la claridad y la entereza con que se batía por sus principios en aquellas reuniones soporíferas me recordaban a los predicadores iluminados de su compatriota Nathaniel Hawthorne.

Por eso es más sorprendente que un periodismo con fundamentos morales tan drásticos sea también capaz de llegar a extremos inconcebibles de manipulación y falsedad. Hace dos años -por ejemplo-, la revista Time publicó a media página la fotografía de algo que parecía ser dos pantallas de radar implantadas en una colina. El texto decía que había sido tomada en secreto en el interior de Cuba, y que eran unos dispositivos soviéticos muy refinados para captar toda clase de mensajes originados en Estados Unidos. Yo lo creí, y me pareció un recurso ordinario en la guerra sin cuartel de la información. Pero mis hijos, que se interesan más que yo en la ficción científica, me hicieron caer en la cuenta de que habíamos visto esas pantallas muchas veces en nuestros tantos viajes a Cuba. No debían ser tan secretas si millares de turistas extranjeros podían verlas y

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fotografiarlas viajando por carretera desde La Habana hacia el oriente del país. La semana siguiente, en efecto, el encargado de la oficina de intereses de Cuba en Washington aclaró en una carta que aquellas pantallas habían sido instaladas allí desde antes de la revolución por una empresa de comunicaciones de Estados Unidos. Veinte años después, a pesar del bloqueo, de los sabotajes y de los desembarcos armados, las pantallas continuaban en su puesto, todavía al servicio de la misma empresa transnacional norteamericana, y bajo su responsabilidad absoluta. La revista Time publicó esta aclaración de una pulgada en la sección de cartas, y quedó en, paz con su conciencia. Nunca rectificó.

Más infame y persistente fue la guerra de información contra Vietnam, hace dos años. La Prensa occidental, instigada por la de Estados Unidos, hizo creer al mundo que el Gobierno vietnamita estaba mandando a morir en alta mar a los residentes chinos. Muy pocos nos tomamos el trabajo de ir a Vietnam a conversar con todo el mundo, inclusive con los chinos que se querían ir, como tanta gente se quiere ir de todas partes. Lo que entonces averiguamos parece hoy muy simple: la solidaridad mundial que Vietnam había conseguido durante la guerra militar seguía siendo un dolor de cabeza para Estados Unidos, y se propusieron aniquilarla con la otra guerra feroz de la información. Lo lograron, por supuesto.

En todo caso, más allá de la ética y la política, la audacia de Janet Cooke, una vez más, plantea también las preguntas de siempre sobre las diferencias entre el periodismo y la literatura, que tanto los periodistas como los literatos llevamos siempre dormidas, pero siempre a punto de despertar en el corazón. Debemos empezar por preguntarnos cuál es la verdad esencial en su relato. Para un novelista lo primordial no es saber si el pequeño Jimmy existe o no, sino establecer si su naturaleza de fábula corresponde a una realidad humana y social, dentro de la cual podía haber existido. Este niño, como tantos niños de la literatura, podría no ser más que una metáfora legítima para hacer más cierta la verdad de su mundo. Hay por lo menos un punto a favor de esta coartada literaria: antes de que se descubriera la farsa de Janet Cooke, varios lectores habían escrito a su periódico para decir que conocían al pequeño Jimmy, y muchos decían conocer otros casos similares. Lo cual hace pensar -gracias a los dioses tutelares de las bellas letras- que el pequeño Jimmy no sólo existe una vez, sino muchas veces, aunque no sea el mismo que inventó Janet Cooke.

Lo malo es que en periodismo un solo dato falso desvirtúa sin remedio a los otros datos verídicos. En la ficción, en cambio, un solo dato real bien usado puede volver verídicas a las criaturas más fantásticas. La norma tiene injusticias de ambos lados: en periodismo hay que apegarse a la verdad, aunque nadie la crea, y en cambio en literatura se puede inventar todo, siempre que el autor sea capaz de hacerlo creer como si fuera cierto. Hay recursos intercambiables. Si un escritor dice que vio volar un rebaño de elefantes, no habrá nadie que se lo crea, porque el buen periodismo le ha hecho creer al mundo que los elefantes no vuelan. Pero no faltará quien se lo crea si apela al recurso periodístico de la precisión y dice que los elefantes que volaban eran 326. Yo oí contar muchas veces, siendo muy niño, la historia de un cura rural que levitaba en el momento de apurar el cáliz. Intenté contarlo en una novela, pero no conseguía creerlo yo mismo, hasta que cambié el vino por una taza de chocolate, y el cura se elevó como un ángel a dos centímetros sobre el nivel del suelo. Algo de esto debe ser el alcalde de Washington, Marion Barry, pues fue el

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primero que denunció la falsedad del relato de Janet Cooke. Y no porque creyera que el niño no existía, sino porque le pareció imposible que la madre permitiera inyectarle heroína delante de un reportero.

John Hersey, que era un buen novelista, escribió un reportaje sobre la ciudad de Hiroshima devastada por la bomba atómica, y es un relato tan apasionante que parece una novela. Daniel de Foe, que era también un gran periodista, escribió una novela sobre la ciudad de Londres devastada por la peste, y es un relato tan sobrecogedor que parece un reportaje. En esa línea de demarcación invisible pueden estar los ángeles que Janet Cooke necesita para la salvación de su alma. Pues no habría sido justo que te dieran el Premio Pulitzer de periodismo, pero en cambio sería una injusticia mayor que no le dieran el de literatura.

Copyright 1981, Gabriel García Márquez/ACI.

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ENTREVISTA

"No creo que los Pulitzer vayan a sufrir un deterioro por el escándalo del «Post»"

Entrevista con Warren L. Lerude, premio Pulitzer de Periodismo en 1977

FERMIN GOÑI, - Pamplona

EL PAÍS | Sociedad - 29-04-1981 Warren L. Lerude, premio Pulitzer de periodismo en 1977 y jurado de este premio en 1980, considera que el falso reportaje escrito por Janet Cooke en The Washington Post, que fue galardonado con el Pulitzer este año, ha mostrado un serio fallo en el proceso para conceder los premios, si bien asegura que este hecho no va a suponer un deterioro de los premios Pulitzer. En una entrevista concedida a EL PAIS, en Pamplona, en donde se encuentra invitado por la Universidad de Navarra, Warren L. Lerude, 43 años de edad, ex director de varios periódicos americanos, colaborador actual del suplemento dominical de The New York Times y profesor de Derecho de la Información en la Universidad de Nevada, considera que el periodista está actualmente en una situación precaria, aunque la Prensa, en su opinión, continúa siendo un medio poderoso.

Pregunta. ¿Qué son los premios Pulitzer y qué incidencia tienen en el periodismo americano?Respuesta. No me atrevo a extremar su importancia. Creo que más vale que me quede un poco corto. El premio Pulitzer en EE UU se considera como el mayor premio que se puede conceder en el periodismo. Pero diciendo esto yo, habiendo ganado uno, me resulta un poco incómodo, molesto. Sin embargo, en el consenso general, es el premio de mayor importancia, sin olvidar que es sólo eso, un premio.

P. El escándalo originado este ano, a raíz del falso reportaje publicado en el Washington Post, que fue galardonado con un Pulitzer, ¿puede modificar estos criterios de este premio?

R. En las ocasiones en que yo he participado como jurado lo que trataba de hacerse es buscar aquellos artículos que nosotros, como periodistas, consideramos que representan un gran esfuerzo profesional entre nuestros colegas. Pienso que el proceso de concesión de los premios Pulitzer de este año nos ha mostrado unos puntos débiles, una mala comunicación entre los miembros del jurado y el consejo consultivo, que es el que establece el veredicto final.

No pienso que a la larga los premios Pulitzer vayan a sufrir un deterioro por el escándalo del Post. Pulitzer seguirán existiendo, se prestarán a la controversia, como ha sucedido hasta ahora, pero el proceso de conceder un premio va a tener que ser fortalecido, tendrá que ser más estricto. Este año, el error ha existido -aunque no sé si error es la palabra más idónea-, y la conclusión es que quizá debe haber una mayor complejidad en el estudio de los trabajos candidatos a un Pulitzer. La situación del Post nos li a mostrado un serio fallo en el proceso de conceder un premio, pero los muchos años de prestigio social de los Pulitzer no van a salir perjudicados.

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P. El escándalo originado por la falsa historia publicada en el Washington Post, escrita por la periodista Janet Cooke, ¿puede perjudicar la credibilidad de los periodistas ante sus lectores?

R. Pienso que la credibilidad de los periodistas en todo el mundo, lo mismo en Washington que en Madrid o Pamplona, es lo más importante para los periodistas. Nosotros establecemos nuestra credibilidad con cada uno de los números del periódico que salen a la calle, con cada una de las noticias que se publican, con cada párrafo, con cada frase, con cada hecho. Como periodistas, estamos siendo puestos a prueba constantemente por el público lector, que es escéptico y debe ser escéptico. Por tanto, dejando al margen lo sucedido en el Post, nuestra credibilidad ha estado siempre bajo ataques en muchos frentes, hablando históricamente. Lo del Post va a armar más a nuestros críticos, les va a dar nuevas municiones para atacarnos. Quizá de ahora en adelante tengamos que trabajar un poco más para ganarnos la credibilidad, porque pienso que lo del Post ha significado un duro golpe a nuestra armadura.

P. ¿El hecho de inventarse un artículo de investigación responde a la necesidad de un periodista concreto para abrirse camino en la profesión o es consecuencia de la gran competencia entre las empresas periodísticas americanas?

R. Pienso que no es una cosa ni otra. Durante siglos, y de forma más intensa en las últimas décadas, ha habido un periodismo excelente, no sólo en las guerras mundiales, sino en épocas de paz, mediante el trabajo de profesionales dedicados, honrados, que no han tenido que acudir a invenciones. Que un artículo inventado haya llegado a conseguir un Premio Pulitzer es algo único hasta ahora. En mi experiencia a través de los años como periodista jamás había visto nada parecido hasta el momento. He trabajado con periodistas experimentados y también con novatos, que se encontraban en situaciones duras, y nunca vi nada parecido a lo del Post. No quiero minimizar el tema; considero que es de suma gravedad. Simplemente quiero decir que nunca había visto nada semejante.

P. Usted ha asegurado durante una intervención en la facultad de Ciencias de la Información de la Universidad de Navarra que el periodismo es una profesión precaria, pero que la Prensa es un medio poderoso. ¿Cómo debe entenderse esta aparente contradicción?

R. Quizá los periodistas no debieran estar en una situación precaria, pero lo están. Un periodista de Los Angeles Times, que escribe artículos y se publican, puede considerarse como una persona influyente, ya que hace circular unas ideas. Pero si ese mismo periodista con ese puesto influyente, y digo influyente en el sentido de que puede poner en circulación ideas, no que tenga una influencia personal sobre los políticos u otras personas, puede sentarse en la celda de una cárcel durante muchos días, quizá eso sí sea una contradicción. Pues bien, este caso tiene nombre: William G. Farr, que pasó 43 o 47 días en la cárcel, no lo recuerdo con exactitud, y todo el poder que se considera que tiene Los Angeles Times no le sirvió de gran ayuda mientras estuvo preso. Farber, de The New York Times, encarcelado en Nueva Jersey, es el mismo caso. Evidentemente, la Prensa tiene una fuerza y un poder extraordinarios, pero al mismo tiempo se limita a ser una institución más en la trama de la sociedad. Tiene unos controles, unas limitaciones que actúan sobre ella, y que esto suceda así me parece correcto.

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P. ¿Cuál es el papel del ombudsman en los periódicos americanos?

R. El ombudsman es el llamado representante de los intereses del lector dentro de la estructura de la Prensa. Este es un personaje que ha surgido en la Prensa americana de los últimos años, como consecuencia de su aparición en la Prensa europea. La teoría es que debe haber alguien que sea independiente, es decir, que tenga independencia de criterio frente al diario, a quien pueda recurrir el lector para plantearle los problemas que pueda observar en la publicación. Este es un concepto muy noble, pero en la mayoría de los periódicos del mundo si, por ejemplo, tuviesen veinticinco periodistas de plantilla y el presupuesto les permitiese contratar una persona más, probablemente preferirían contratar a otro periodista que gastarse el dinero en tener un ombudsman. Por tanto, el ombudsman tiende a ser una persona que se encuentra solo en los grandes periódicos metropolitanos y sigue siendo relativamente rara su presencia en los diarios. En la mayoría de los periódicos se fian, de una manera bastante eficaz, de la opinión de los taxistas, de los neurocirujanos, de los carpinteros, de las suegras, de cualquier persona que pueda comunicarse. También, evidentemente, las cartas al director son muy tenidas en cuenta por los directores. Los periodistas son, quizá, la única profesión que no sólo pide críticas al público, sino que, además, las publica y permite su comunicación a todos los lectores del periódico. No hay ninguna profesión que acepte las quejas de su trabajo de esta forma y que las haga circular entre sus propios clientes. ¿Se imagina usted un médico o un abogado que pidieran quejas a sus clientes sobre su trabajo profesional y que luego las enviaran a su clientela a través de una circular? El del periodismo es un caso único. De todos modos, y volviendo al principio, pienso que en los periódicos en los que no existe un ombudsman tienen un proceso crítico muy efectivo

TRIBUNA: RICARDO LEZCANO

Puntualizaciones sobre la denuncia a través de la Prensa Ricardo Lezcano es abogado y periodista.

EL PAÍS | Economía - 07-05-1981

Obvio es insistir hoy sobre la importancia de la Prensa y su multiforme actividad. Pregonera de los hechos e intérprete imparcial de los mismos. Tribuna, palestra y aula de cultura y, lo que es más importante, voz de los poderes públicos, pero, asimismo, censor de la acción política. Quizá no llegue a ser ese cuarto poder del que tanto se habla, sobre todo en este país en el que los poderes «fácticos» han usurpado más de un puesto de cabeza, pero cuando la Prensa es combativa, competente e insobornable, puede llegar a enfrentarse con éxito al mismo Gobierno. No otro fue el caso del famoso Watergate americano, en el que dos periodistas del Washington Post, Woodward y Bernstein, devolvieron a Esta dos Unidos su marchito rostro democrático, haciendo buena una frase de Chateaubriand sobre la información, quizá un tanto optimista: «Habría de perderse la Constitución, y una Prensa libre nos la restituiría».Ahora bien, esta altísima tarea de la libertad de

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información requiere como contrapartida el más escrupuloso respeto a la verdad. El periodista debe atenerse a hechos o conductas demostrables y no a simples rumores u opiniones, sobre todo si se tiene en cuenta que su legítimo derecho a mantener secretos los orígenes de su información ofrece una peligrosa impunidad a los informantes, quienes pueden actuar con ligereza o con malicia al suministrar sus datos al medio informativo, comprobándose las más de las veces que las famosas «buenas fuentes» ni se sabe dónde están ni sus aguas son muy limpias.

En tal situación, a nadie se le oculta la diferencia que hay para un medio informativo entre recoger hechos o hacerse eco de opiniones. Los primeros, ahí están, y en caso de necesidad, si el periodista ha comprobado la veracidad de sus fuentes, no hay peligro de que pueda ser desmentido por ellos; en el segundo, los rumores no pueden llevarse ante ningún tribunal como medio de prueba.

Como aleccionador paradigma de lo dicho, tenemos esa información publicada por EL PAIS del pasado 27 de abril sobre una supuesta «hibernación» de actuaciones inspectoras cerca de personas y entidades jurídicas de gran rélevancia7 fiscal que, según el periódico, habrían sido ordenadas por el Ministerio de Hacienda. El periodista podría opinar, si posee datos para ello y su preparación fiscal es adecuada, sobre posibles irregularidades cometidas en las actas o insuficiencia de las bases propuestas en ellas por los inspectores actuarios. En el primer caso, el examen de los documentos controvertidos sería esclarecedor; en el segundo, sí el medio informativo tiene materia para avalar su tesis, cuestión suya sería probar su denuncia si fuera demandado ante un tribunal. Pero decir que unas actuaciones inspectoras están detenidas por «motivos políticos» no deja de ser una mera opinión del que pasó la información al periodista, que, además, cae en el campo de la calumnia. Como es natural, si tales motivos existieran, no se encontrarían plasmados en un escrito dentro de los expedientes en cuestión, y, por otra parte, es muy dudoso que un día no pueda juzgar cuándo la prolongación excesiva de una actuación inspectora se debe a negligencia del inspector o a la dificil y compleja labor investigadora que muchas empresas y contribuyentes individuales requieren.

Si indemostrable es, por tanto, el motivo de la supuesta paralización de estas actuaciones, mucho más lo es el propio concepto de «detención», supuesto que no existe una regla objetiva de tiempo para medirla.

Resumiendo, hay que puntualizar que el periodista debe tener una seguridad absoluta en que los hechos que conoce son denunciables, profundizar al máximo en los mismos, escrutar implacablemente sus fuentes de información y prescindir de juicios de valor o procesos de intención.

Da la feliz casualidad que para reforzar la tesis sobre este problema, posiblemente polémico, el novelista Gabriel García Márquez, cuya voz ha de tener mayores resonancias que la del que esto escribe, acaba de publicar en EL PAIS del 29 de abril último un revelador artículo sobre el tema, que, bajo el título de «¿Quién cree a Janet Cooke?», aborda el pequeño escándalo producido en Estados Unidos ante la concesión del Premio Pulitzer a una periodista del Washington Post, la que, a las pocas horas, renunciaba a él, confesando que el tema del reportaje galardonado era una pura invención.

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Dice García Márquez que cuando entregó a la revista Harper un reportaje sobre Chile y la caída de Allende, su director, antes de aceptárselo, le hizo un interrogatorio por teléfono de más de una hora. «No aspiraba, por supuesto», añade el escritor, «a que yo le revelara mis fuentes confidenciales, pero quería estar seguro de que yo estaba seguro de ellas y que me encontraba en condiciones de defenderlas».

Es una lástima que función tan importante como es la de la crítica y censura a través de los medios informativos pierda parte de su efectividad debido a esta precipitación y ligereza en su uso, porque cuando el periodista actúa sin rigor no sólo puede lesionar legítimos derechos privados, sino también embotar el filo de una crítica que es necesaria para la mejor marcha de la res pública. También a esto se refiere García Márquez cuando dice: «En periodismo, un solo dato falso desvirtúa sin remedio a los otros datos verídicos».

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El 'New York Times' publicó un reportaje inventado sobre Camboya

RAMON VILARO, - Washington

EL PAIS | Internacional –25 de febrero de 1982 --

Un reportaje escrito por un joven periodista freelance norteamericano y publicado en el dominical del diario The New York Times el pasado 20 de diciembre, bajo el título En el país de los 'kmers rojos', resultó ser una laboriosa invención escrita el pasado verano frente a las playas de Calpe, en España.Basado en anteriores viajes por Asia, conversaciones con responsables de los kmers rojos en París y plagio de frases del libro de André Malraux La voie royale, sobre sus vivencias en Camboya, el periodista norteamericano Christopher Jones, de veinticuatro años de edad, escribió el reportaje con gran imaginación y estilo. Por no faltar, no faltaba ni la descripción de una jornada con la guerrilla de los kmers rojos, atacados por helicópteros vietnamitas, ni el haber visto al célebre líder Pol Pot, de quien nadie tiene noticias directas desde 1969.

El crítico de temas de Prensa del semanario neoyorquino The Village Voice fue el primero en señalar que el reportaje de Jones sobre Camboya contenía párrafos enteros de la novela de Malraux.

El pasado jueves, el diario The Washington Post insistió en la invención y fraude del reportaje, devolviendo, en cierto modo, la pelota al The New York Times, rotativo que calificó de fallo critico la publicación hace diez meses en el Post de un reportaje sobre la historia inventada de un niño negro de ocho años que se drogaba y era adicto a la cocaína. Reportaje escrito por Janet Cooke, que fue premiado con el Pulitzer antes de descubrirse el escándalo.

Los directivos del Times enviaron a Calpe al editor del The New York Times Magazine, Edward Klein; al ex corresponsal diplomático en Asia Henry Kamm, y al corresponsal en España, James Markham, quienes al cabo de tres días de conversaciones con Jones lograron que reconociera que había inventado el reportaje, como si fuera "una apuesta en el juego", confesó Jones al corresponsal en España del Times, James Markham.

El director del prestigioso The New York Times, A. M. Rosenthal, admitió la responsabilidad del periódico, por su fallo en no haber investigado más a fondo las fuentes de un reportaje que tenía aparentemente todas las cualidades de una buena exclusiva periodística.