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7 El Caribe: bases para una geohistoria FRANCISCO AVELLA 1 Introducción Hacer “una” Geohistoria del Caribe es un proyecto ambicioso, pero nece- sario en las actuales circunstancias de la región. El descubrimiento del Caribe con el cual se inicia la “modernidad” en el siglo XVI, no solo es un momento fundamental en la configuración de la economía – mundo actual, sino que también es el descubrimiento del “otro”, del distinto, del que no es igual y por lo tanto se pudo sojuzgar y reducir a la esclavitud. Hoy el Caribe después de haber sido durante 5 siglos el campo de batalla en el que se jugaron su suerte los viejos imperios, entra en un proceso de marginación en pleno período de globalización mundial, en el que la industria del azúcar, el tabaco y las espe- cies se cambia por el turismo, la maquila y el lavado de dólares en los paraísos fiscales. Para adelantar este Proyecto se propone tomar la metodología de Levy (1997) en su libro “Europa. Una Geografía”, y aplicarla tal como el mismo lo plantea, a un objeto concreto, en este caso el Caribe. Sin embargo será ne- cesario tener en cuenta que una metodología es válida en la medida en que se adecue al objeto investigado, que como se verá, no solo se adecua sino que permitiría la descripción y posiblemente la explicación de los procesos geohis- tóricos que han estructurado el Caribe. 1 Instituto de Estudios Caribeños. Universidad Nacional de Colombia, Sede de San Andrés

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Introducción

Hacer “una” Geohistoria del Caribe es un proyecto ambicioso, pero nece-sario en las actuales circunstancias de la región. El descubrimiento del Caribe con el cual se inicia la “modernidad” en el siglo XVI, no solo es un momento fundamental en la configuración de la economía – mundo actual, sino que también es el descubrimiento del “otro”, del distinto, del que no es igual y por lo tanto se pudo sojuzgar y reducir a la esclavitud. Hoy el Caribe después de haber sido durante 5 siglos el campo de batalla en el que se jugaron su suerte los viejos imperios, entra en un proceso de marginación en pleno período de globalización mundial, en el que la industria del azúcar, el tabaco y las espe-cies se cambia por el turismo, la maquila y el lavado de dólares en los paraísos fiscales.

Para adelantar este Proyecto se propone tomar la metodología de Levy (1997) en su libro “Europa. Una Geografía”, y aplicarla tal como el mismo lo plantea, a un objeto concreto, en este caso el Caribe. Sin embargo será ne-cesario tener en cuenta que una metodología es válida en la medida en que se adecue al objeto investigado, que como se verá, no solo se adecua sino que permitiría la descripción y posiblemente la explicación de los procesos geohis-tóricos que han estructurado el Caribe.

1 Instituto de Estudios Caribeños. Universidad Nacional de Colombia, Sede de San Andrés

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1.- Problemática

Para hacer al menos identificable el Caribe en su aspecto espacial, es ne-cesario abordarlo como problema o sea como objeto geográfico. La geografía tradicional se limitó a describir una serie de situaciones sin interpretarlas o explicarlas. En este sentido ha descrito el espacio en el que se desarrollan una serie de procesos importantes desde el punto de vista histórico. Es decir descri-bía para ordenar hechos que no se discutían, y que metía como en una especie de cajas cuyos nombres eran los tradicionales puntos del estudio geográfico: geología, geomorfología, suelos, vegetación etc.

La geografía hoy día es una ciencia del movimiento, que explica los cam-bios. Para ello debe poder explicar las lógicas espaciales que los rigen, y que hacen que un objeto geográfico sea comparable con los demás. Por eso requie-re poner en el centro de su atención los aspectos singulares es decir los que permiten su comparación, así sean distintos y estudiar como casos aparte los unívocos, o sea lo que solo son iguales a sí mismos.

La geohistoria permite explicar esas singularidades (en el sentido en que pueden ser comparables a otras y no en el de únicas), que se dan en un área tan amplia como la de un sub-continente. Así lo demostró Braudel (1982) para el Mediterráneo y hoy lo hace Levy, (1997) para Europa. Esta visión puede ser aplicada...“Al estudio geográfico sistemático de escalas superiores a las del Estado, que es una preocupación muy reciente”(p. 265).

Y desde el punto de vista metodológico, también al Caribe, con las salve-dades que se analizan en la conclusión.

1.1.- ¿Qué geohistoria para el caribe?

Todo proyecto científico tiene por fin producir un objeto nuevo (Levy, 1997), cuyo costo debe ser inferior al del conocimiento adquirido. Sin embargo esta economía del trabajo investigativo parece ser más bien la excepción que la regla en el caso del estudio del Caribe: muchos estudios, pero aún es difícil saber qué es el Caribe, no solo como objeto geográfico, sino también como objeto histórico (Lara, 1998). Por eso construir un “sujeto” geohistórico nuevo sobre el Caribe, resulta un proyecto oportuno.

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Pero para adelantar este proyecto, hay que analizar con un ojo crítico lo que ha sido la manera tradicional de hacer geografía en el Caribe y ofrecer una alternativa que permita llevarlo a cabo.

1.1.1.- La visión tradicional

El caso del Caribe es un buen ejemplo. Cualquiera que haya trajinado las bibliografías, o simplemente los textos universitarios y de secundaria de geo-grafía y de historia de los países del Caribe hasta un período reciente, tiene la sensación de repasar una lista de lugares fija en el tiempo, sobre los cuales los hombres realizan una serie de actividades que les permite vivir.

El método geográfico tradicional consistente en establecer de ante mano un marco territorial y político estable, para un país, una región, un conjunto de regiones o de países, ofrecía un cuadro cómodo, pero estático. Pero en el Caribe los cambios son rápidos. Territorios, con un nombre y una historia de-rivados del fin de los procesos coloniales del pasado, han pasado a ser, a pesar de su pequeño tamaño, países insulares a partir de los azares de las nuevas independencias, después del proceso de descolonización de la Segunda Guerra Mundial. Estos países, junto con los ya existentes de Centroamérica y Sura-mérica con límites en el Caribe, conforman hoy un bloque de 36, mientras que Norteamérica tiene 3 y Suramérica 7 (Sandner, 2000).

Estos cambios generan procesos dinámicos en la conformación política de la región, con consecuencias sobre la estructuración regional, hasta el punto en que la representación del Caribe en las organizaciones internacionales (OEA, Naciones Unidas, OMS, OIT, etc.), podría tener un peso muy importante en las decisiones si actuara como un bloque con intereses generales. Pero la reali-dad es que al nivel internacional, el Caribe más parece una colcha de retazos, que una región políticamente integrada. En cierta manera la fragmentación geográfica, expresa también una fragmentación política que los mecanismos de integración no han podido superar a partir de las diferentes organizaciones internacionales con objetivos e intereses divergentes (CARICOM, AEC, Gru-po de Contadora, Grupo de los Tres, etc.)

Pero independientemente de este marco jurídico político internacional, de su importancia geopolítica y de su dinámica también está el marco territo-rial sobre el cual se construye la geografía de un país, Esta, tiene como prerre-quisitos la descripción de una serie de lugares y de sus subdivisiones, que por

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lo general correspondían a los sitios en donde han ocurrido acontecimientos históricos que han contribuido a la fundación de la nación y que es importante recordar.

desde este punto de vista la geografía tradicionalmente es solo un apén-dice de la historia que describe el espacio que contienen una serie de aconteci-mientos importantes dentro de los límites de un territorio, sin preocuparse por explicar qué sentido tienen.

Esta descripción cuya base es fundamentalmente histórica, se acompaña además de una larga lista de características físicas (geología, geomorfología, climatología, hidrología, vegetación, ecosistemas, etc.), económicas (distribu-ción espacial de la producción, ubicación del comercio, principales áreas de consumo, mercados, etc.) y humanas (repartición de la población, densidad, centros, periferias, distribución por edad, sexo, etc.).

En el mejor de los casos se acompaña de una descripción del funciona-miento administrativo, de sus recursos a explotar, y de sus limitaciones para el manejo territorial. A veces también incluye las recomendaciones para movili-zar sus potencialidades propias, en base a las capacidades culturales de cada lugar históricamente seleccionado.

La consecuencia, por lo regular inesperada de estas descripciones, es que frecuentemente los sitios que no tienen importancia histórica no tienen tampo-co geografía. Los mapas resultantes muestran grandes vacíos en los lugares co-munes y corrientes, es decir en la mayoría del territorio de las nuevas naciones.

A este cuadro se agrega la imposibilidad de situar los flujos, o de ubicar las redes de intercambio y en general de conocer los procesos dinámicos, fre-cuentemente descritos como estáticos, que en últimas son los que permiten de-finir los cambios en el manejo del territorio y el aprovechamiento del espacio. Es decir, de definir las estructuras espaciales, cuya relación con otros espacios más amplios, como el del área de influencia, el subcontinental, el continental, o el mundial, permiten dar sentido a una determinada posición geográfica. O sea, saber para que sirve el territorio y aprovechar las ventajas comparativas derivadas de su posición.

Así, la geografía tradicional viene condenando al aislamiento gran parte de los espacios “corrientes” sin demasiado protagonismo histórico en las dé-cadas recientes, precisamente cuando el mundo entra en una nueva etapa de

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globalización. Lo paradójico es que en este contexto cada punto del mapa se vuelve clave para el mercado. El resultado de esta “catástrofe” (Thom, 1983) o “bifurcación” geográfica, es la aparente imposibilidad de encontrarle sentido, al menos desde el punto de vista espacial, al Caribe, que fue uno de esos sitios del mundo en donde la historia no fue tan importante como para justificar la geografía, a pesar de su evidente interés estratégico.

Esta podría ser la razón, a título de hipótesis, por la cual hay muchos estudios, pero que no permiten saber qué es el Caribe, por lo que es “inaborda-ble”, en el sentido de Lara (1998) precisamente por que lo vemos solo a través de “nuestras normas habituales”, a través de una geografía y de una historia tradicionales.

Esta visión tradicional ha dificultado producir los problemas, que plantea el Caribe actualmente, por falta de un método adecuado para responder al interrogante ¿qué es el Caribe? Pero tal vez el método más adecuado sea el heurístico, construyendo preguntas que al ser respondidas nos permitan tener un hilo conductor que generando respuesta tras respuesta al final nos permita tener una respuesta con mayor sentido que las actuales.

1.1.2.- La visión Contemporánea

El estudio de las realidades espaciales, como un componente activo de la dinámica de las sociedades necesita una perspectiva histórica un tanto diferente. La geografía de hoy es una ciencia del movimiento y no de lo per-manente. Recurre a métodos aportados por la teoría de la complejidad, como el análisis de las causalidades no lineares, y la teoría de sistemas. También integra conceptos claves de las ciencias sociales como los análisis sobre la conciencia y la intencionalidad de los actores para cambiar el curso de cier-tos procesos, “...lo que constituye una ayuda desde el punto de vista de la predicción que envidiarían los meteorólogos o los sismólogos” (Levy, 1997, p.262).

También existe hoy día conciencia de que las representaciones, funda-mentales en geografía, son también actos, y las acciones discursos, lo que obliga a aceptar la sociedad como un hecho histórico. Esto significa, desde el punto de vista metodológico, una ruptura con el paradigma tradicional que permite hoy ver como la historia cambia también a partir de una nueva orga-nización espacial de la sociedad.

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Estos cambios ocurridos a través de procesos históricos relativamente lar-gos, permiten ver como la geografía no es una ciencia estática, fija, que sirve más bien como escenario a la historia, sino que es protagonista de buena parte de esos procesos. Que es a través del análisis de sus flujos dinámicos, de la implantación de nuevas actividades, de la fundación de nuevos asentamientos, del traslado de viejas poblaciones, de la construcción de redes de infraestructu-ras, de la organización de nuevas formas de comunicación, del crecimiento de nuevas ciudades, de la dotación de centros primarios y rurales, que una nueva organización del espacio permite la integración de países y de regiones a los mercados locales, regionales y nacionales en cualquier parte del mundo, para bien o para mal.

Es por esto que las diferencias tradicionales entre historia y geografía son mucho menores actualmente, ya que ninguna de las dos ciencias pretende el monopolio ni del tiempo ni del espacio. Son conscientes que los dos procesos no pueden existir independientemente uno del otro y que ambos hacen parte de los procesos de estructuración de las sociedades modernas (Giddens, 1992). Es por esta razón que hoy día resulta más adecuado hablar de geohistoria, cuando se refiere a la caracterización de espacios geográficos en largos perio-dos de tiempo y extensos en su territorio, como en el caso del Caribe.

1.1.3.- La geohistoria

Para Braudel (1982), construir una geohistoria significaba “Ubicar los problemas humanos tales que sean colocados en el espacio, en lo posible car-tografiados, una geografía humana inteligente...que los ubique en el espacio teniendo en cuenta el tiempo: desatar la geografía de esta búsqueda de reali-dades actuales a las que ella se aplica exclusivamente, para repensar, con sus métodos, las realidades pasadas”.

Para Levy (1997), “...consiste en asegurar, interrogando el agenciamiento temporal de las sociedades, que han ocurrido en esa región (provisionalmente definida por la definición convencional), un cierto número de “bifurcaciones” mayores que han conducido a una diferenciación y a una especificidad signi-ficativa con relación a otras regiones del mundo”(p.27), refiriéndose específi-camente a Europa.

Pero por qué la geohistoria, y no la historia simplemente? Por que si lo que se quiere es tener una idea de la forma como se articula el objeto geográ-

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fico a la sociedad en el presente o visión sincrónica, ésta no puede hacerse eludiendo los problemas del pasado y de la diacronía. “Buscar definir Europa por su historia? No exactamente: más bien buscar a hacer “partir” Europa de su historia...” (Ibid.). Y por que de todos modos siendo la materia prima la misma historia, esta es “...vista con los ojos de la geografía, es decir privile-giando la lectura de la dimensión espacial para explicar las causas y los efectos de esos cambios” (p. 27).

Aquí no se trata de “geografía histórica”, es decir de un análisis sincró-nico para situarse en el pasado. de lo que se trata es de responder por qué tal transformación ocurre aquí y no allá. Para esto se requiere evitar seguir por el camino de las historias ya hechas : “darle al acontecimiento una verdadera historicidad implica desmarcarse de toda predestinación. Lo que llegó a ser Europa puede ayudarnos a comprender “como” es que llegó a serlo, pero no nos dice de antemano en qué tipo de causalidades hay que adentrarse para darse cuenta de esa dinámica” (Ibid).

La geohistoria ofrece, en el caso de Europa, que Levy estudia, “puertas relativamente simples a abrir para precisar las especificidades europeas” (p. 27). Propone que la identificación de estas se haga “diacrónicamente, pero pri-vilegiando la dimensión geográfica”, para pasar a preguntarse en “qué medida el espacio permite tomar de mejor manera tanto en los orígenes como en sus consecuencias, las inflexiones fundamentales que permiten hacer surgir Euro-pa como un objeto original ?” La respuesta resulta ser la metodología propues-ta por Levy en el Anexo de su libro para aproximarse a la dimensión espacial de las sociedades a fin de construir un razonamiento geográfico a partir del cual estudiar y explicar el objeto Europa, (p. 261).

2.- Metodología

Es válido tomar un método desarrollado para responder la pregun-ta ¿Como sabemos que estamos en Europa?, (esto simplificando en extremo el propósito del autor), y aplicarlo al Caribe? Hay dos niveles de respuesta en la misma pregunta. En primer lugar el hecho de que Levy, (1997), hubiera señalado explícitamente su método en un apéndice con el propósito de ofrecer una obra “didáctica” a los estudiantes de los dos primeros ciclos universitarios (licencia y maestría), hace pensar por su carácter teórico, que podría aplicarse como una metodología (teoría del método) apropiada a otros “...estudios geo-

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gráficos sistemáticos de escalas superiores a las del Estado...” aunque el autor no lo dice precisamente.

En segundo lugar, lo que Levy desarrolla como “démarche” es una espe-cie de carta de navegación con una serie de puntos de referencia que permiten saber a donde dirigir el proyecto científico para construir el objeto geográfico Europa. Metodológicamente tan válido para un continente como para cual-quier otro, a condición de definir para cada uno de esas grandes unidades espaciales los puntos de referencia adecuados.

Este aspecto es lo que constituye el problema de método a plantear aquí. Tal vez por esa razón Levy no precisó el alcance de su “démarche” teórica para otros espacios, pero se entiende que precisamente la teoría busca servir de marco general al desarrollo de los aspectos generales y en cierto modo de los particulares de la investigación, y en este sentido es válido aplicarla al estudio del Caribe, por ejemplo. Queda el trabajo de definir estos puntos de referencia para el Caribe y aquí si empieza el trabajo propio de este estudio.

2.1.- ¿Con qué carta navegamos?

Es difícil llegar a un destino cuando se utiliza una carta de navegación correspondiente a otro espacio. No son los mismos puntos de referencia no corresponde a las mismas constelaciones y si el viajero no llega a su destino, no es culpa de la carta. El sentido dado al método de Levy es el de aprender a construir cartas. Para hacer la del Caribe de acuerdo a Levy inicialmente hay que responder la pregunta ¿Por qué sabemos que estamos en el Caribe?

Cualquiera dirá, aprender a hacer cartas no es tan complicado, pero ha-cerlas para navegar en extensos espacios conceptuales como los de un con-tinente o un sub-continente, aún en la época en que los satélites miran cada decímetro cuadrado de la tierra, es un proyecto teórico mayor. Y aquí reside la importancia del trabajo de Levy, no solo desde el punto de vista didáctico sino más que todo, metodológico: en aportar la teoría para construir de una manera explícita la carta de navegación para los espacios supranacionales, que en un mundo en plena globalización se requiere urgentemente. Y más que todo para que los investigadores no se pierdan como el viajero que toma la carta equivocada.

La construcción de esta carta, se vuelve paradójica en el caso del Caribe. Europa, pasa de ser, según Levy (1997): “... un abrigo favorable al desarrollo

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de comunidades agrícolas autónomas”(p.31), que a su vez permitieron, “...la construcción de una nueva relación con el mundo”, (la modernidad, p.26) que hizo posible la “universalización”, que permitió irrigar el pensamiento filosófi-co de las Luces (p.31), a ser hoy un espacio abierto (p. 49) para una “sociedad -Europa” (p.257), que define la “centralidad de una civilización en la génesis del mundo contemporáneo” “sociedad-mundo” (p.253).

Por el contrario el Caribe fue: una tierra abierta a la colonización y a las invasiones, con la consecuente destrucción de la población autóctona, un lu-gar de esclavitud para implantar por la fuerza, personas (ni siquiera, familias, poblados ni tribus como en la colonización europea), que venían del África, un escenario de las guerras entre las potencias imperiales por su dominio. Hoy con el fin de la guerra fría y el triunfo económico del área del Pacífico, es un área más en proceso de marginalización, que de apertura al mundo en pleno período de globalización.

El Caribe solo es conocido por irrigar música, el son, el mambo, el calypso, el soul, la socca, el reggae y la salsa. También por algunos textos filosóficos me-nores escritos en forma de poesía (Walcott, de Trinidad), o de novela (García Márquez, Carpentier,) o simplemente de canciones (“El negrito del Batey”, “Pedro Navajas”). Como lo muestra Hurbon, (1988) para el caso de Haití, el Caribe es visto como el reino de la barbarie, la brujería, los “zombis”, los caní-bales, los dictadores y las “banana republics”. Así ha pasado a los anales de la historia (Pean, 1977) y a las pantallas de la televisión cotidiana. Y si no fuera por las publicidades, las películas “soft” y los catálogos de promoción turística que hoy muestran el Caribe de la carta postal, el mar, la playa y el cocotero, cuando no el de las tres Ss “Sea, Sand and Sun” (dollfus, 1997), o como ac-tualmente el de las cuatro S´s (and Sex), este “paraíso en la tierra”, sería aún el reino del “mal salvaje” descrito por de Paw en el siglo XVIII (duchet, 1982).

Tampoco ha calado el individuo, como portador de esta modernidad, co-rolario de la civilidad, y del ordenamiento de la “polis” (Habermas, 1988). Al contrario, “...Estados prevaricadores, que sostienen las mafias, como en otros tiempos el Panamá de Noriega”, (dollfus, 1997, p.95), o “...paraísos fiscales, lugares en donde las transacciones sobre todo financieras pueden efectuarse en la más grande discreción y sin imposición fiscal elevada, que no se distribuyen al azar”. Entre ellos están “...las islas Caribes, micro estados recientes sin gran-des recursos que valoricen una posición geográfica...”, como lo señala dollfus, 1997 (p. 107) en su libro sobre la “Mundialización”.

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Solo existe la persona (“el que porta la careta”, da Matta, 1986) como herencia africana que se expresa mejor en el Carnaval de cada año, que en el cumplimiento de sus obligaciones ciudadanas, de la ley, del pago de impues-tos, etc.

Pero como dice Levy (1997) “...ninguna alternativa a un universalismo aceptable de origen no europeo, ha existido... Las contribuciones no europeas se insertan más bien en los intersticios, constituyen apenas apéndices o pro-vocan suaves inflexiones del modelo dominante...El confucionismo posee un cierto número de ventajas originales que no solo permiten a las regiones donde existe de alcanzar al occidente y aún de ir más lejos en la visión poscapitalista del desarrollo. Quien quiera juzgar el aporte del África a la civilización uni-versal deberá disponer de una distancia suficiente para evaluar como lo que a podido o puede ser todavía obstáculo a la lógica de la dominación económica, pueda, o detenerlo, o volverlo una ventaja dentro de una dinámica que relati-vizaría la acumulación monetaria como criterio de éxito y como recurso del desarrollo.” (p. 253).

Estos puntos se citan para mostrar como puede ser de diferente la elabo-ración de una carta de navegación geohistórica para el Caribe. Los universales que son los puntos de referencia de la carta de Europa y lo que la hace singular en el mundo, luego comparable, evidentemente, no son los mismos para el Ca-ribe, como se deduce del discurso de Levy. Ello por que como afirma el mismo autor, el aporte de África aún está por ver, y el de América con la temprana extinción de sus poblaciones autóctonas no fue asimilado. Así solo quedaría, por residuo, la herencia de las “Luces” europeas, pues no hay que olvidar que América y el Caribe fueron centro de un gran debate filosófico de los siglos XVI (sobre “el buen salvaje) hasta finales del XVIII (“el caníbal”), con el fin de justificar el esclavismo de acuerdo a la luz de los preceptos cristianos(duchet, 1982). Pero como se ha visto, a pesar de que esta herencia europea fue marca-da con hierros en la memoria de los pueblos no produjo ni la modernidad ni el individuo, y mucho menos el tipo de ciudadano “policisado” . Ed por esta razón que Rouquié (1987) llama esta parte del Caribe y en general la América Latina el “extremo occidente inacabado”.

Por eso, aunque se utilice el mismo método de Levy para su construcción, este texto busca: criticar o “deconstruir” la “geografía tradicional”, proponer de una geohistoria contemporánea que se ocupe de explicar las singularidades espaciales, re contextualizar la historicidad de los espacios por la geohistoria.

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Así, los puntos de referencia de esta carta para el Caribe, son totalmente di-ferentes de los de Europa, pero elaborados con la misma metodología, lo que puede permitir la comparación como elementos singulares (luego compara-bles) que son.

Sobre un plano más concreto la construcción del problema geohistórico del Caribe, empieza por definir su singularidad, o la posibilidad de comparar-los para construir un “sujeto” universal, es decir reconocible por comparación con los demás regiones del globo susceptible de establecer una teoría científica que permita explicar su constitución como espacio histórico, y además que permita responder a la pregunta inicial “ ¿Por que sabemos que estamos en el Caribe?

Pero como hemos visto hay varias posibilidades. O el Caribe se inscribe dentro de esta herencia, que produce un resultado diferente al de Europa, o se busca otra manera de definir su singularidad como problema geohistórico, pues no se puede hacer aquí lo mismo que se le ha criticado a Levy: definirlo por su particularidad para volverlo un objeto único que no se pueda compa-rar. Tampoco se puede correr el riesgo de definirlo tautológicamente o sea simplemente por sus coordenadas geográficas, construyendo tipologías. O sea, superponiendo en un mapa a escala conveniente una serie de indicadores inde-pendientes y universales, hasta obtener un recubrimiento de las áreas en donde predomina una u otra característica espacio temporal.

Una tipología así definida, crea un tipo de problemática que depende de la información de las variables escogidas y de la capacidad de correlacionarlas por parte del investigador, pero de ningún modo podrá explicarlas. Ese tam-bién es el sistema de meter la información dentro de una serie de cajas adecua-das a sus características sin tener que pensar cual es la forma del armario que las contiene. O sea simplemente describir para pensar, no pensar para describir.

2.2.- Una carta de navegación provisional

Para contestar la pregunta, Por qué sabemos que estamos en el Caribe? y frente a la imposibilidad de recurrir a la carta utilizada para Europa, pues sus singularidades como se ha visto en términos generales son prácticamen-te lo contrario de las del Caribe, se requiere examinar desprevenidamente la propuesta inicial de Levy y después analizarla desde la visión que se ha asu-mido desde el Caribe. En este sentido estas visiones se entrecruzarían como

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imágenes especulares, pues el que observa el Caribe desde la Europa de Levy (o sea la visión eurocéntrica del mundo colonial) y el que observa la Europa de Levy desde el Caribe, (o sea la visión etnocéntrica del mundo colonizado), son opuestas a pesar de que se reflejen la una en la otra como en dos espejos que se miran.

Levy parte de una aproximación que recomienda utilizarla para espacios de nivel supranacional en su “Aproche” o aproximación que presenta en el anexo de su libro (p. 261-268) Esta aproximación está basada en el análisis de 4 modelos explicativos (comunidades, campos de fuerzas, redes jerárquicas y sociedades, Figura 1), para hacer una lectura diacrónica de acuerdo a una serie de procesos que estructuran de diferentes maneras cada uno de los elementos, (Figura 2), que finalmente constituirían la visión geohistórica de Europa.

Estos elementos se analizan por separado en cada una de sus estructu-raciones particulares, para conformar finalmente una serie de cartas resumen que expresan gráficamente las diferentes relaciones.

Inicialmente se hará una breve presentación de la visión de Levy para Europa y seguidamente se presenta la visión que se ha elaborado para el Ca-ribe. Los mapas de la visión Caribe serán elaborados como parte del Proyecto posteriormente.

2.2.1- La matriz étnica

El eje de la argumentación de Levy está basado en el paso de la comu-nidad (Gemeinschaft) a la sociedad (Gesellschaft) de F, Tönnies(1944), quien desde 1887 planteaba esta tesis como base del desarrollos de las sociedades modernas. dentro de este “continuum”, dos elementos más se intercalan, el de la constitución de un “campo de fuerzas” y el de la formación de “unas redes jerarquizadas”. El campo de fuerzas no es otra cosa que el proceso de la for-mación de las Naciones-Estados y el análisis de las funciones que les competen para el manejo de las “redes jerárquizadas”, (poblamiento comunicaciones, servicios, producción, seguridad social, etc.) que permiten el desarrollo del mercado nacional, que posteriormente constituye el elemento que permite la acumulación y que constituye las “sociedades” modernas. En estas, los intere-ses comunitarios que en el comienzo dificultaban extremamente las relaciones entre todos, dan paso a la consolidación de intereses colectivos, en los que todos los ciudadanos tienen iguales derechos y deberes. Una carta que muestra

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las estructuraciones a este nivel es el de las “distancias comunitarias” de tipo religioso, político, socioeconómico, biológicoe etc. (Mapa 1)

Pero al formular la pregunta ¿fueron las comunidades la matriz de la for-mación social en el Caribe?, la respuesta es obvia pues una de las característi-cas singulares del Caribe es que las comunidades originadas fueron destruidas en los primeros años de la conquista y a través de todo el siglo XVI. Y además fueron transplantados individuos, ni siquiera pueblos, para construir una so-ciedad que se adecuara a la economía colonial. Es decir lo contrario de los que han hecho el resto de pueblos: construir una economía que se adecuara a la sociedad.

Por ello lo que parece existir en el Caribe como principio estructurante es lo que se pudiera llamar una “etnicidad imaginada”, (no una “comunidad” en el sentido de Anderson, (1983, ni mucho menos con la idea de comunidad que utiliza Levy, 1997:267), de nivel supranacional. Así, independientemente de la nacionalidad de cada etnia,(en el sentido de la identificación o cédula de ciudadanía que cada uno tiene), existe una identidad colectiva que agrupa a gentes de la misma cultura, la misma lengua, y de orígenes familiares comunes (ejemplo las gentes de la diáspora anglófona del Caribe occidental panameño, costaricense, nicaraguense, hondureño, hasta Belize, Islas Cayman y Jamaica, Avella, 2002:3).

Si se utiliza el término étnico no es por que corresponda al estudio de pueblos “sin historia” en el sentido del concepto que el “estructuralismo” ha deformado. Estos pueblos que no tuvieron historia escrita, pero sí oral, hoy es-tán constituidos en naciones independientes y algunos son aún dependencias coloniales.

Se utiliza por que en algún momento de sus constitución y evidentemente a través de todo su desarrollo, han guardado una especie de patrón multicul-tural, o sea la idea de pertenecer por “origen” a diversas culturas que ya no se pueden reducir ni al color de su piel ni a sus comportamientos particulares, pues han quedado grabados en una sola memoria: la de su pertenencia a un territorio, en este caso al Caribe (Branson, Turner, La Fleur, 1996). Esto es lo que se llama matriz étnica en este estudio.

Esta matriz tiene por objeto la interrogación, la construcción y el desa-rrollo de la forma como las diferentes mezclas de grupos que han integrado el Caribe, mantienen sus relaciones entre sí y con la naturaleza a través de los

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procesos de información y transformación, mediante el trabajo social acumu-lado, que finalmente constituyen el territorio y el asentamiento, desde el punto de vista geográfico. Este territorio, es una producción humana “...intelectual-mente percibida como el objeto directo de una apropiación o de una domina-ción..”, (Watts, 1987).

El territorio, en primer lugar es una resultante siempre inestable, jamás permanente de la acción transformadora del hombre sobre el espacio, con una connotación sociopolítica de pertenencia y de adhesión a valores como pri-mer elemento de la descripción geográfica. En segundo lugar, es a través de las múltiples prácticas sociales sobre el espacio como el hombre concreta esta matriz étnica. Así es como entiende su manera de producir y constituye el otro objetivo fundamental de la descripción en geografía. Pero no de cualquier descripción, sino la de los elementos singulares que permitan su comparación y no de los aspectos únicos que la hacen incomparable.

En tercer lugar es el objeto de un saber geográfico abstracto que debe explicar, las formas (o sea su carácter sincrónico) que como resultado de esta acción transformadora se inscriben en los paisajes, en los contornos, en los límites y fronteras, breve, en los geotipos ; en la organización, (o sea el proceso) que estas formas adoptan, en los polos, en la periferias, en las redes, los flujos, que circulando estructuran regiones y unidades administrativas de diferentes niveles, locales, regionales, nacionales e in-ternacionales, y finalmente en las variaciones, (o sea el carácter diacró-nico) que a través del tiempo van configurando cada matriz étnica y que son fundamentales para responder a la pregunta ¿Por que sabemos que estamos en el Caribe ?

Queda por ver dentro de esta carta de navegación provisional si la infor-mación existente para la implementación de esta matriz étnica es suficiente para que pueda ser estructurada al resto del método de investigación de Levy (1997).

2.2.2.- El campo de fuerzas territoriales.

Para Europa, fue en el campo de fuerzas territoriales en donde estas co-munidades conformaron imperios, produjeron revoluciones y crearon las ba-ses para lo que sería el estado moderno, con todas sus derivas como las guerras mundiales y la llamada “guerra fría” o confrontación este-oeste, (Mapa 2)

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Para el Caribe, es un campo de batalla en el que la lucha entre impe-rios por imponer el mercantilismo produce la salida definitiva de España en América a finales del siglo XIX. Esta en realidad fue la forma de levantar los obstáculos que una sociedad servil que a través del campesinado y la hacienda de autosubsistencia, había levantado y que era percibidada por Inglaterra, las Provincias Unidas y Francia como un freno el desarrollo capitalista en el siglo XVII (Elliot, 2006).

Este es el principal elemento estructurante de esta carta de navegación geohistórica del Caribe, que refleja no solo los intereses de los estados sino también el enfrentamiento entre fuerzas internas en lucha por el control del territorio, que como se ha dicho obedecen más a una matriz étnica ancestral o al carácter de grupo social marginal, que al de comunidad en el sentido we-beriano. Y que explica por un lado la relativa facilidad con la que se crearon los estados nacionales del Caribe continental, a comienzos del siglo XIX (con el apoyo expedito de Inglaterra, Holanda y Francia), y la gran dificultad para descolonizar las grandes Antillas en el siglo XX y sobre todo las Pequeñas hasta hoy día.

Su importancia reside en que el Caribe ha sido históricamente un campo de enfrentamientos entre potencias coloniales en lucha por el monopolio de explotación del oro inicialmente, luego de los cultivos exóticos y finalmente por la posesión geoestratégica simplemente, de estos territorios, hasta el punto en que actualmente existen colonias bajo nombres tales como “departamentos de ultramar” o “estados asociados al Commonwealth” o a Holanda. También fueron el centro de atención durante “la guerra fría” por que Cuba a solo 90 millas de los Estados Unidos, o sea dentro del área de “interés nacional” por razones de seguridad, cambió de bando a raíz de la revolución de 1960.

desde este punto de vista la relación entre los componentes del agregado subcontinental Caribe se ubica más en el nivel extranacional, sobre todo con las potencias europeas anteriormente y actualmente con Estados Unidos, que sobre la base de una “identidad nacional” entre naciones de la cuenca. Ello por que el “mito nacional” no pudo ser formado a través de una guerra de liberación, pues el poder colonial aún pretende que lo que ejerce es una tutela de intereses de antiguos o actuales súbditos, o simplemente “garantiza la segu-ridad de nacionales viviendo en el exterior” como el caso de los estudiantes de medicina que “justificaron” la invasión de Grenada.

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Por lo tanto la prioridad del análisis se da hasta el período de la descolo-nización. Posteriormente, manteniendo el marco de análisis geopolítico de la “dimensión geográfica de las relaciones interestatales reguladas por la violen-cia”, de Levy (1997), se analizará el período de la “guerra fría”. Luego con la territorialización del Mar Caribe a raíz de la Conferencia sobre el derecho del Mar (UNCLOS III), el análisis se centra en los conflictos interestatales de las naciones de la cuenca, pero sin perder el marco de los intereses de las potencias que hasta el período reciente de la globalización de los mercados cambia total-mente el tipo de relación para volverse universal, con tendencia a una sola po-tencia oligopólica, por lo menos al nivel de la moneda de referencia, el dólar.

dentro de este contexto será posible analizar el surgimiento de nuevas potencias regionales, como la llamada “república imperial” (Estados Unidos), las potencias medianas del Caribe, (México, Cuba, Colombia y Venezuela). También el “polvo de imperios” (Brunet, 1994), como se han dado en llamar las Antillas menores y las Guayanas.

2.2.3.- El mercado cautivo

Para Levy (1997), el elemento estructurante de la Europa moderna, han sido las redes jerarquizadas del poblamiento, las comunicaciones, los inter-cambios que han facilitado la construcción del mercantilismo europeo y el ca-pitalismo moderno hasta consolidar la economía-mundo (Wallerstein, 1984), a través del mercado libre, que ha permitido definir una carta de Redes Abier-tas (Mapa No. 3)

El mercado en el Caribe tiene una significación distinta, pues no tuvo el carácter transaccional que Levy le atribuye a Europa. En el fondo gran parte de las guerras coloniales tenían por origen el imponer el comercio exclusivo de una potencia, más que la posesión física del territorio (Craton, 1997). Sin embargo hay que hacer la salvedad del contrabando, pues su generalización en el Caribe, en todas las épocas y prácticamente en todos los lugares, no solo fue una oposición velada a la “colonial ruler”, sino también una forma de hacer la guerra “por otros medios” que cada potencia utilizaba contra las demás. Ello le da un carácter más de dominación a la relación comercial que la meramente transaccional o libre que se supone que tiene. Y esto a pesar de que el con-trabando hizo existir una serie de espacios de libertad en medio de la guerra comercial, lo que también se da actualmente pero en el marco de una especie de “guerra difusa” a las drogas.

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Este aspecto que parece suprimir el carácter colonialista de los imperios (“la guerra llama guerra”), es sin embargo fundamental para entender el na-cimiento de un nuevo tipo de dependencia de las naciones del Caribe : el del marginamiento (Clarke, 1991; Klak, 1998) o lo que algunos llaman la “africa-nización” del Caribe, o el síndrome de Haití, que consiste en que en los alma-cenes se encuentra de todo, pero los consumidores no tienen con que comprar (Girvan, 1997). Esto porque en general los países no generan las divisas nece-sarias para comprarlas. Pero las mercancías llegan en el período de globaliza-ción de la economía a través de sistemas de oferta creciente en dólares que no tiene nada que ver con la capacidad adquisitiva de las monedas nacionales, deformando completamente las economías locales. Lo que nadie sabe es cuan-to tiempo van a esperar estas mercancías a los compradores que han pasado a vivir del “sector informal” en condiciones de subsistencia extremas (Rivera Guzmán, 1997).

Esta situación sin embargo se plantea adecuadamente en el esquema de Levy (1997), pues el enclave es la relación a través de la cual se puede inter-pretar el proceso de imposición de la “colonial ruler” tanto sobre el territorio o campo de fuerzas, como sobre la matriz étnica. Así mismo el aislamiento resulta ser la respuesta a la dificultad de participar en un mercado en donde los países del Caribe cada día tienen menos que vender y más que comprar, con el consecuente desequilibrio no solo de sus balanzas de pago, sino sobretodo de la capacidad de renovación de equipos y de consumo de los productos a los cuales la dependencia había acostumbrado a la población (Marie, 1979).

Otro de los elementos a partir de los cuales es necesario estructurar el mercado a la carta de navegación del Caribe es el de la crisis de la producción agrícola de subsistencia, que era la forma como tradicionalmente se evitaba la dependencia. Hoy muchos productos importados, algunos más baratos que los producidos localmente, han causado estragos en las pequeñas economías haciéndolas dependientes del producto importado, por ejemplo en el caso del arroz, de los fríjoles, del mismo coco en algunas islas, que son fundamentales en la alimentación Caribe, (Watson, 1994).

de todos modos la manera como se insertan los países en el mercado en un período de globalización como el actual, ha provocado una serie de situa-ciones de exclusión al nivel de los sectores populares, lo que tiene repercusio-nes en la desigualdad creciente de los procesos de desarrollo en el Caribe. Por ello es necesario tener en cuenta sus consecuencias espaciales, como la rápida

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urbanización, la emigración rural creciente y la pérdida de una base producti-va de subsistencia, que está directamente asociada a la estructuración de una nueva etapa del mercado a nivel mundial.

Si bien, en la forma estos procesos también se están dando en Europa (crisis de la pequeña agricultura, fin de los oficios tradicionales, desempleo con bajos niveles educativos), estos no obedecen a las mismas causas, pues mien-tras en la Comunidad Europea obedecen a una crisis de superproducción, en el Caribe se deben a un exceso en la oferta de productos importados, muchas veces proveniente de los excedentes de los países Europeos de Estados Uni-dos, o del Asia, como en el caso del arroz. Pero estos países tienen una gran capacidad de absorción de estos “problemas de crecimiento” o de exceso de la producción, mientras que en los del Caribe un mínimo de producción, que asegure las necesidades alimentarias es vital.

2.2.4.- El pueblo Caribe

La marcha hacia lo que Levy (1977) llama la “sociedad-mundo” (o la Gesellschaft ), en donde la visión universal de Europa “...se extiende en propor-ciones diversas a todos los lugares del mundo” (p. 258), a través de la “euro-peanidad”, como último nivel de las producciones espaciales se puede ver en el Mapa 4. Pero una carta que atenúa esta visión, se puede ver en le Mapa 4 sobre el nivel de adhesión de los países de la Unión Europea a esta idea.

Pero, sin ánimo de sorprender, esta estructuración en el Caribe parece ha-cerse más bien en dirección contraria: en ver de ser “expansiva” como la “eu-ropeanidad”, se reduce a los límites de un concepto parecido al de “pueblo” del siglo XVIII, (Ferguson, 1999), olvidado después de la revolución francesa a raíz de las luchas napoleónicas,que no es el mismo concepto de base patriótica nacionalista, sino uno más amplio supranacionalista, y que en vez de excluir a los que no forman parte de los escogidos, incluye a todos los identificados con la matriz étnica Caribe. Este concepto se parece al de la Primera Constitución Francesa, que hacía francés “ a todo extranjero que hubiera cuidado un ancia-no o tenido un hijo en el territorio “francois”.

Tampoco se trata de reinvindicar una territorialidad a nombre de una nación forjada en una lucha de liberación nacional para “unos” en particular (los herederos de los que derramaron su sangre), sino una especie de suprana-cionalidad en la cual se reconocen todos, pero sin ningún tipo de organización

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ni coercitiva como el Estado-Nación, o la Comunidad Europea o el mismo Commonwealth, ni contractual como el Mercado Común, o el Caricom (Mer-cado Común “Restringido”) o el Carifta (Zona de Libre Comercio).

Se trata simplemente de sentirse perteneciente a un mismo pueblo, como en el sentimiento de unión de la comunidad, pero incluyendo a todos los gru-pos afrocaribes, afrolatinos, inclusive lo que se pudieran llamar comunidades caribeñas que sin pertenecer a la matriz cultural formada en el mestizaje, con-servan sus particularidades comunitarias y aunque nacidos o no en el Caribe, independientemente del color, la posición social, la nacionalidad, la religión, son caribes (Clarke, 1986).

Se trata mas bien de un concepto incluyente (no excluyente como el de comunidad), que busca la empatía o sea la manera como cada cual, a su ma-nera, se siente “caribe”, así haya nacido en Londres, en Hamburgo, o en New York. Este “sentimiento”, lo expresa muy bien Ratter (1992), analizando el caso de las Islas Cayman y de San Andrés y Providencia, en Colombia. O los presentados en varios paneles de la Caribbean Studies Association (1997) para varios países del Caribe.

Qué consecuencias tiene esta supranacionalidad informal ? Para un conti-nente como Europa que inventó los mitos nacionales como forma de domina-ción política, no pueden existir otras formas no “policisadas” que garanticen el mismo efecto sin tener que persuadir al ciudaddano por el temor del uso de la fuerza.

Es la vieja discusión iniciada por Clastres, Sahlings, Testard de que lo que podría funcionar para tribus pequeñas no podría funcionar a un nivel más grande. Evidentemente que ésta supranacionalidad Caribe no tiene nada que ver con la imposición de un poder de estado, sino con la idea de identificación tal como Levy lo plantea hoy para Europa.

En ese sentido el Caribe estaría más adelantado en la constitución de esas meganacionalidades que la misma Europa, pues este sentimiento de pueblo es algo que se ha estructurado a través de muchos años de historia, precisamente por que la estructuración nacionalista, no se realizó de la misma manera a tra-vés del Estado construyendo la nación, sino mediante un lazo identitario más amplio. Podría ser esta la base para buscar una organización representativa de esta supranacionalidad? Muy difícilmente, pues si bien este lazo identifica esta “etnia imaginada”, transformarla en una forma de dominación política, es

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algo a lo que el pueblo caribe es muy refractario, es decir volverla una “comu-nidad imaginada” en el sentido de Anderson (1983).

Ello no quiere decir que no existan formas de “imposición” de este poder político, para lo cual basta con analizar el casos de Haití bajo las dictaduras de los duvalier, de Cuba, de Santo domingo, de Venezuela, Surinam y Trinidad para citar solo algunos ejemplos (daniel, 1996)

Pero es probable que el Caribe constituya culturalmente una sola comuni-dad también (una “etnia imaginada”), y que el proceso de pasar a la sociedad supranacional como la buscan construir en Europa no les interese. Y esto por que consideran que ya tienen un principio de identidad cultural que los une, aunque no un principio político como en Europa, que los domine. Sin embargo las consecuencias sobre el sujeto geográfico Caribe son de gran importancia, pues si bien los proyectos políticos de unir por lo alto a través de los acuerdos multinacionales como la Asociación de Estados del Caribe (AEC) no parecen despegar, es el mercado el que empieza a absorber los países y no lo contrario.

Así se comienzan a dibujar una serie de “corredores” comerciales sobre la base del eje Miami-Panamá que polariza prácticamente todo el Caribe oc-cidental especialmente las regiones de la cuenca pertenecientes a los países centroamericanos cuya fachada históricamente da hacia el Pacífico y los An-dinos especialmente Colombia. Otro eje de mercado en plena expansión es el de Miami-Caracas que como un gran arco se dibuja a través de las Antillas con innumerables puntos “relais” (San Juan, Sto. domingo, Grenada, Puerto España).

En cambio los ejes transversales por ejemplo Panamá-Caracas, no pa-recen constituirse a pesar de ocupar por lo menos un tercio de las costas del Mar Caribe. La dificultad que a tenido el Caribe para “unirse” o “asociarse” policisadamente es manifiesta a pesar de las propuestas de formar una “Aso-ciación del Estado del Caribe” (Martínez, 1996) más de tipo Mercado Común, siguiendo los pasos de Europa, por lo menos para el Caribe Insular.

La cuestión que se plantea aquí es la de la discusión de un nuevo concepto de soberanía (Sahr, 1997), que superando al del control inalienable de los te-rritorios por parte de los Estados-Nación del siglo XIX, transfiere buena parte de sus funciones al mercado en el proceso de globalización de la economía mundial, (Lowenthal, Clark, 1982), Algunos lo ven como una estrategia de las transnacionales para hacer más flexible la acomodación del capital a la ex-

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plotación no solo de los recursos naturales, sino especialmente de la mano de obra barata, de tal modo que las naciones perderían el control económico de extensas regiones que pasarían a tener sus propias condiciones independientes de las que aplica el estado (Abello, Fernández, 1995)

En todo caso la perspectiva de la integración por la fuerza del mercado ya ha transnacionalizado importantes regiones en Asia del Sudeste, Suráfrica, Europa y actualmente en los Estados Unidos, Canadá y México. Sus efectos geográficos están por ver, pero las discusiones que han despertado, muestran que en economías de subsistencia como las del Caribe, la producción nacional no alcanza a satisfacer ni las propias necesidades básicas, y ni siquiera generan excedentes para estabilizar la balanza de pagos. Así no es extraño que la deuda externa representara el 79% de su PNB para 1988 (Martínez, 1996), y diez años después continúe creciendo.

Conclusiones provisionales

Estas reflexiones tienen por objeto mostrar como es de diferente la “de-marche” a seguir para construir una Geohistoria del Caribe con el mismo método con que Levy construyó la de Europa. Y como el Caribe resulta ser la imagen especular del proyecto eurocéntrico de las Luces, “civilizar por la esclavitud”, se hace aún más difícil utilizar métodos sin el análisis crítico ne-cesario.

Hoy cuando el “proyecto” euro-americano parece ser el de “redimir por el turismo”, las gentes del Caribe lo sienten como tantas otras de las fatalida-des que les han caído encima. Así, en el fondo, volviendo a la pregunta inicial ¿Qué es el Caribe?, la respuesta puede ser muy simple: una imagen especular de Europa, que rechaza los moldes o el espejo en que se le quiere mirar, por lo cual es incomprensible al pensamiento europeo, o como lo señala Lara, (1998), se vuelve un “…personaje indefinible, pues no se puede entender con las normas habituales” (p. 3).

Por eso es difícil saber, “Porque sabemos que estamos en el Caribe?”, ya que la mayor parte de puntos de referencia hacen parte de una carta de navega-ción hecha para otra parte del mundo, en ese gigantesco esfuerzo eurocéntrico de imponer una visión universal “... en proporciones diversas a todos los luga-res del Mundo” (Levy, 1997, p. 258).

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Por eso se ha tratado de elaborar otra carta de navegación, que resulta una “inversión”, una “imagen especular”. No por “espíritu de contradicción” de la visión con que la geografía y la historia tradicionalmente han estudiado al Caribe, sino más bien por “sprit de finesse”. En el sentido de que lo que permite responder a la pregunta, es precisamente planteándosela a través del prisma con el que los caribeños ven su propio mundo. Y cuando aquí se habla de caribeños, se incluyen los raros europeos que han podido ver el caribe como imagen especular de Europa (Sandner, Ratter).

Así, si lo que modela Europa es la “territorialidad”, (...el objeto preciso y directo de una apropiación o de una dominación, y que constituye un com-promiso militar, económico o político, Nordman, 1997) como lo expresa cla-ramente Levy (1997), lo que modela el Caribe es la “espacialidad diferencial”, (“...el hecho de no tener la misma relación al espacio, las mismas reglas de localisación y de utilisación del espacio...”, Brunet, 1992).

Esta diferencia se expresa en la gran dificultad de relacionar conceptos, hoy tal vez demasiado laxos como los de maritimidad, litoralidad, continenta-lidad e insularidad, que son “expresiones” de otra carta de navegación comple-tamente inédita, que todavía ni siquiera ha integrado la geografía, pues en el diccionario Crítico de Brunet, apenas aparece la insularidad como concepto.

de aquí que la territorialidad como noción que precisa un territorio con una identidad geográfica y política definida por un nombre que señala la ocu-pación, la posesión y la dominación se diferencie de esa espacialidad que se refiere a espacios amplios, ilimitados, que hacen parte mas de los imaginarios que de las entidades territoriales, y que por su indefinición y su flexibilidad, permiten la distribución de las formas geográficas y sociales, de sus movimien-tos y de sus flujos.

Para solo citar la problemática central, ¿como imaginarse un Mar Caribe territorializado, cerrado y apropiado cuando siempre fue un mar de todos, en donde las personas y las mercancías circulaban libremente puesto que el contrabando ha sido la forma normal del comercio. Como imaginárselo como lo supone el UNCLOS III, cruzado de límites y lleno de fragatas para hacerlo respetar en nombre de una territorialidad a la europea o de una soberanía del siglo XIX?

O será esta otra manera de forzar la entrada definitiva del Caribe en “la modernidad” sin tiquete de regreso? Por que la primera manera, la de la escla-

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vitud, todavía es muy difícil de entender para los caribeños y aún no salen de su repudio.

Por ello se requieren nuevas visiones, pues como anotaba Sandner (1982, 2003), hace cierto tiempo, “Para entender el Caribe, incluso en sus contra-dicciones y sus conflictos, es necesario superar siempre de nuevo y hoy más que nunca las limitaciones impuestas por las visiones tradicionales y cómodas, buscando nuevas perspectivas y nuevas formas de preguntar” (p. 15).

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