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Vicente Verdú El capitalismo funeral La crisis o la Tercera Guerra Mundial EDITORIAL ANAGRAMA BARCELONA EL CAPITALISMO FUNERAL.qxp 23/4/09 14:21 Página 5

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Vicente Verdú

El capitalismofuneral

La crisis o la Tercera Guerra Mundial

EDITORIAL ANAGRAMABARCELONA

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Diseño de la colección: Julio Vivas y Estudio AIlustración: Vicente Verdú y Soledad Verdú

Primera edición: mayo 2009

© Vicente Verdú, 2009

© EDITORIAL ANAGRAMA, S. A., 2009Pedró de la Creu, 5808034 Barcelona

ISBN: 978-84-339-6293-5Depósito Legal: B. 19988-2009

Printed in Spain

Liberdúplex, S. L. U., ctra. BV 2249, km 7,4 - Polígono Torrentfondo08791 Sant Llorenç d’Hortons

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Para Rosa

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En los momentos de crisis, sólo la ima-ginación es más importante que el conoci-miento.

ALBERT EINSTEIN,cita difundida por internet

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EL PORQUÉ

Puesto que las cosas se hacen por alguna razón, de-seo decir que este libro ha sido escrito por el gusto depensar esta época y el disfrute de escribir en sí. No estáredactado para economistas ni mucho menos para ca-tedráticos y profesores de economía, sean premiosNobel o no. Tampoco para profesores de segunda en-señanza que puedan contar a sus alumnos la crisis«con sencillez». No se trata de un libro complicadoporque vale más la claridad, pero no descarto que, enocasiones, queriendo tomar el sol salgan algunas man-chas.

Será a mi pesar, pero también es verdad que lacomprensión no tiene que ser siempre una secuenciaracional, sino que entendemos muy bien a través de laintuición y los sentidos, como sucede en la poesía.

Por el aprecio de la poesía he disfrutado los mejo-res ensayos que recuerdo, y éste, desde luego, ha ele-gido ese camino. En realidad, tanto esta obra comotodas las que he firmado han sido siempre «literal-

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mente» ensayos: ensayos literariamente. Y su compo-sición ha seguido el impulso hacia la experimentaciónque posee tanto la poesía como el ensayo. Al menos ensus especies más interesantes y atractivas, según miopinión.

No pocos de los artistas y escritores que conozcosuelen trabajar a partir de ciertos esquemas o esbozospreliminares que adelantan lo que será el libro o elcuadro. En mi caso y en el de otros colegas, no haybocetos ni en las pinturas ni en los libros, el orden ylos contenidos van hilvanándose al hilo de la confec-ción. Antes no hay nada sino una concentrada emo-ción, como la que ha presidido este libro sobre la cri-sis, que va expandiéndose y complicándose con eldesarrollo del texto en sus buenos momentos y en losmalos también. La desventaja de actuar así es que unono sabe bien adónde va a parar, pero su recompensasuperlativa consiste en ir descubriéndolo sobre la mar-cha. Como resultado, el producto nunca parece deltodo obra del autor sino que el autor lo observa comoun suceso y a la manera misma de la obra de arte que,siendo valiosa, será siempre más una obra del arte quedel artista.

En cuanto a la emoción concreta que dio lugar aeste libro, procede de la reacción ante dos tópicosmuy repetidos y, al cabo, tan irritantes como estimu-ladores. La primera reacción nace de escuchar tantasveces la simpleza de atribuir esta Gran Crisis a unasunto de «regulación». La otra reacción proviene dela tabarra protagonizada por el calificativo «sistémico»que pretende ampliar y agravar el diagnóstico. Una

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explicación por corta y la otra por obvia forman losdos desafiantes pilares economicistas que, a mi pare-cer, achican el punto de vista hasta la mínima ex-presión. ¿Una «crisis sistémica»? ¿Sistémica de quién?¿Del sistema capitalista, acaso? ¿Pero qué otro sistemaconoce el diagnosticador en los últimos quinientos oseiscientos años? ¿En qué están pensando los analiza-dores? ¿En «sólo» la crisis del sistema económico?¿Cómo sería posible aislar la disfunción del sistemacapitalista de todas sus conjunciones, trenzados y ad-herencias al resto de los demás órganos del sistema político, moral, religioso, azaroso o sexual? ¿Cómo ignorar, a estas alturas, que el sistema capitalista seconfunde con el alma de lo más real, físico y espiri-tual? Cosas de economistas, puede ser. Pero efectiva-mente chapados con la antigua idea del mundo comouna máquina y no como un organismo interdepen-diente vivo y susceptible de pervivir, o de sucumbircomo un todo si las cosas se ponen rematadamentemal. Tanto en el primer dictamen, referido a la averíafinanciera, como en el segundo, sobre el asunto «sis-témico», sobrevuelan concepciones tan doctas comoespecializadas, tan rigurosas como acorraladas en sudisciplina profesional.

Este libro viene a ser lo contrario de la especiali-dad, la profesión y el rigor. Tan opuesto a la discipli-na como me parece que necesita ser un ensayo, por-que de otro modo cómo podría llamarse así. Se tratade un ensayo, una escritura, un texto de diferentestexturas y vestimentas. Una réplica sin ánimo de vic-toria ante los muchos artículos y tratados sobre el ori-

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gen del crash y las recetas técnicas para su tratamien-to. Porque, de acuerdo con mi parecer y con el deotros, este colapso no es sólo resultado del mal fun-cionamiento de ciertas piezas financieras o de lo «sis-témico» en economía, sino la crisis de una época aho-ra llena de colisiones entre factores, viejos, nuevos ynovísimos que aún deben armonizarse entre sí.

Muy lejos pues de ser esto un crash económico,todo lo grave que se quiera, se trataría, para bien opara mal, de una falla en la historia de la cultura. Pa-labras demasiado trascendentes para que los economi-cistas las reciban con confort. Y demasiado trascen-dentes como para que la Iglesia no las emplee comomarketing de su intermediación entre el mundo yDios. Entre los sacerdotes de las cifras macroeconó-micas y los profesionales de la eternidad han discurri-do la mayor parte de las explicaciones en estos mesesfunestos, tan alicortas unas y tan sobrenaturales lasotras. En suma, ¿cómo no sentir, ante la sensación dedecadencia, paro y muerte, el desafío de ensayar unaexplicación acorde con este monumental fenómenodonde resuenan tanto los estruendos de un movi-miento tectónico como los derrumbes de una simbó-lica Tercera Guerra Mundial?

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MÁS ALLÁ DE LO ECONÓMICO

Frente a las tertulias económicas sin fin, frente alos artículos de miles de analistas financieros, contralos admonitorios discursos sobre los pecados del siste-ma y sus terribles secuaces, hay que decir que conti-nuar interpretando esta Gran Crisis en términos eco-nomicistas no es otra cosa que una actitud banal. Taninfantil como achacar los males que padece nuestromundo al materialismo rampante, la desalmada con-ducta de los poderosos o la pérdida de religiosidad enlas grandes ciudades.

En el primer supuesto, los economistas se erigenen los indiscutibles sabios del crash. En el segundo, re-gresa el colorista mito de un Dios bíblico que castigael descarrío de la Humanidad mediante plagas y sevi-cias, empezando por la quiebra del rico y la generalmiseria de todos los demás.

La incomparable ventaja de estas explicaciones ra-dica en que, como en los cuentos infantiles, son com-prensibles para la muchedumbre. La realidad se sim-

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plifica y perfila a la manera de una fábula. Y así, en elcaso del economicismo, el problema consistirá bien enque las autoridades e instituciones económicas fueronirresponsables y una enmienda legal sería muy opor-tuna, bien en que los activos financieros tóxicos enve-nenaron las aguas y después cualquier sorbo de liqui-dez no hará sino sentarnos mal. ¿Productos tóxicos deextraordinario riesgo? Efectivamente. Pero no sólo setrata ya de títulos viciados y derivados, sino de vene-nosas miasmas de una enfermedad más profunda quealerta sobre las dolencias de un sistema funeral.

En todas las importantes crisis capitalistas, desde lade los tulipanes holandeses (1637) a la de los valores dela South Sea y la de la Mississippi Compagnie des In-des (1720), desde el «efecto tequila» (1994) hasta loshundimientos de las punto.com (2001), se juntaron endiferente proporción cuatro antecedentes: euforia y es-tabilidad social, acusadas desigualdades de rentas, con-sumo desequilibrado y desprestigio moral de la época.

Homo bulla est, decían con tino los moralistas ro-manos. Pero ¿cómo no se iba a arriesgar y burbujearen plena cultura de consumo, en la que la aventura, laemotividad y el cambio forman su parte esencial? Ycuando, además, la amoralidad, la corrupción y elfraude se extendieron como un carnaval de época?¿Cómo no asumir cierta cantidad de riesgo cuandomuchos lo hicieron, sonaba la orquesta y la fiesta in-ducía a la trasgresión, la corrupción, la lenidad y losregalos del crédito?

Tres cuartas partes de las necesidades que existenen el mundo –dice Kurt Heinzelman (La economía de

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la imaginación)– son románticas, están basadas en vi-siones, idealismos, esperanzas, vicios, pecados y afec-tos. En consecuencia, la discusión profesional sobre lamala naturaleza de los activos y las subprimes acabasiendo una polémica parcial dentro de un problemade envergadura ética, psíquica y neurótica que inclu-so muchos meses después del cataclismo los econo-mistas no muestran deseos de señalar.

La economía, la ciencia social matemáticamentemás avanzada, es la ciencia humana más atrasada. Yello obedece a que con frecuencia se abstrae de lascondiciones sociales, históricas, políticas, psicológicasy caóticas, que son inseparables de las actividadesmercantiles. Como consecuencia, los expertos econó-micos resultan especialmente incapaces para interpre-tar las causas y las consecuencias de las perturbacionesmonetarias o bursátiles y de prever el curso de la eco-nomía incluso en el corto plazo.

Obedientes al cálculo, ignoran lo que no es calcu-lable ni mensurable, como la vida, el sufrimiento, laalegría, el amor, el honor, la magnanimidad, la moda,la emulación, las comunicaciones y el mal humor. Sumedida de la satisfacción viene a ser el crecimiento dela producción, de la productividad o de los ingresos.La economía puede establecer con precisión las tasasde pobreza monetaria, pero ignora la subordinación,la humillación o el dolor que experimentan los po-bres. Ignora, en otros casos, la confianza o la duda cir-cunstancial en uno mismo y en el gobierno. Y la vo-luble, excitante o temeraria inclinación a apostar.

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De hecho, «hasta que no comprendamos sustan-tivamente el origen de las especies financieras –decíaSebastián Edwards, profesor de International BusinessEconomics en la Universidad de California– no com-prenderemos la verdad fundamental acerca del dine-ro» (Letras Libres, diciembre de 2008). La verdad deque los mercados financieros, lejos de ser monstruosque deberían ser devueltos a su gruta, son espejos dela Humanidad y cada hora de cada día revelan la for-ma en que nos imaginamos a nosotros mismos y elmundo que nos rodea.

Pero ¿quién sabe ver e interpretar esas imágenes?¿Quién es capaz de hacer hablar a los espejos que lle-van a la especulación? De hecho, ¿quién no sospechaque los supervisores o las instituciones reguladoras, losgobiernos nacionales, las cumbres internacionales noson otra cosa que un ritualismo primitivo destinado atratar de simular, mediante vanas liturgias, el trata-miento del mal?

Las burbujas económicas y sus vidas poseen lacompleja condición de un organismo y no, desde lue-go, el comportamiento lineal de una máquina. Lasburbujas contienen tanto de sinrazón como de inex-tricable razón colectiva, y se desarrollan de un modoincomparablemente más complejo que las storytelling(cuentos sencillos) divulgadas a granel para satisfac-ción de los peor informados.

De otra parte, ¿qué decir, además, del furor conque el periodismo ama las noticias bomba? Simplespero contundentes. Tan simples como latigazos, loque conlleva que toda información deba ser tan im-

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pactante como irrecurrente y poseer la restallante apa-riencia de lo insólito.

Toda información busca ser así menos estadísticaque apocalíptica y obtener buenos rendimientos delposible caos que crea. Los falsos reportajes, montajespublicados tanto en provincias como en las páginas deThe New York Times, la sustitución de lo real por loefectista, el hecho por el espectáculo, trazan los carac-teres del mundo mediático, directo y explosivo. Nadademasiado complicado vale la pena. Nada procelosose puede aguantar.

Víctimas o culpables. Malos y buenos. Esto es loque desea conocer el público con la mayor nitidez.Pero víctimas aquí son todos, acaudalados y obreros,negros y blancos, hombre o mujer, mientras los cul-pables son no se sabe bien. Un día se desenmascaranlas malvadas instituciones monetarias, otro se detienea estafadores como Madoff o Stanford, otro se señalaa los bancos de la esquina, a los irresponsables neoli-berales, a Milton Friedman, Alan Greenspan o AdamSmith.

El desfile de la delincuencia no es del todo falso,puesto que alguna verosimilitud requiere lo literario,pero, efectivamente, el mundo viene a ser demasiadopromiscuo e interactivo como para seguir repitiendoun thriller de ladrones e incautos, conspiradores y ma-nipulados.

Desde que el capitalismo existe, las crisis han idopresentándose con una periodicidad de veintidós me-ses entre 1854 y 1919, y con un intermedio de tres

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trimestres en las dos últimas décadas. En casi todastuvo que intervenir el gobierno para restablecer elequilibrio, pero siempre sobre un diferente solar. Pre-cisamente las tesituras más graves sirvieron para que elsistema actualizara sus instrumentos y renovara tantosu dotación tecnológica como la organización y la ideología de su porvenir.

Con ello, no se estaría asistiendo a ninguna cos-mética ni tampoco a una oportuna martingala del sis-tema, sino sencillamente a la torsión capitalista nece-saria para cumplir sus imprescindibles metamorfosisen cuanto organismo vivo. La diferencia, sin embargo,sobre otros periodos adversos es que en esta ocasión elsistema parece removerse no para reacomodarse, sinoque muestra signos de angustia y señales de impensa-ble consternación.

Los mecanicistas del siglo XIX y los automovilistasdel siglo XX trataron a la sociedad y a los coches comoensamblajes, y así como era posible recobrar el fun-cionamiento sustituyendo las bujías averiadas porotras nuevas, parecía posible reparar el crash sustitu-yendo o corrigiendo alguna de las piezas. Así viene aser la idea de aquellos que atribuyen el presente co-lapso al desajustado quehacer de las instituciones, a lasinrazón de unos cuantos o a la incompetencia delFondo Monetario Internacional.

La clave consistirá, sin embargo, no en la defi-ciencia de algunas piezas importantes del aparato eco-nómico, sino que, como hace ya tiempo explica la te-sis de la complejidad en física o en neurología, loimportante no son las partes sino, especialmente, las

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conexiones entre ellas. Como había observado JosephSchumpeter en 1939, a propósito de las fluctuacionescíclicas, las fluctuaciones capitalistas no serían, «comoamígdalas, órganos aislados que puedan tratarse porseparado, sino, como latidos del corazón, parte de laesencia del organismo que los pone de manifiesto».

Ni el cerebro es un mecano ni tampoco son unmecano internet y el abigarrado universo de la globa-lidad. Mucho menos ahora que la arquitectura en red(redes parciales e integrales) se aborda en términos denexos y nodos, de los que depende la perturbación ge-neral, a menudo tan impredecible como el relámpagode una explosión.

Éste es el caso de la actual crisis, cuyo mayor pa-recido es acaso la Primera Guerra Mundial. La Prime-ra Guerra Mundial, la Gran Guerra, fue el Big One,el seísmo gigante que esperan desde hace años los ca-lifornianos. La Segunda Guerra Mundial fue, en com-paración con el terremoto, una gran réplica tectónicade la Primera y no puede ignorarse su concatenación.La Primera, en cambio, estalló en unas circunstanciasque, por su localización a principios de un siglo y porel hastío de la época, presenta determinados parecidoscon la situación actual.

El malestar social, el malestar de la cultura, el no-torio desprestigio de la época que se vivía a comienzosdel siglo XX y la misma ansiedad intelectual hacia «otromundo posible», se hallaban presentes tanto entoncescomo en las vísperas de la actual calamidad.

En general, el siglo XXI, desde su famoso estrenomilenarista repleto de inquietantes profecías, ha veni-

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do flirteando con la amenaza fantasma, el riesgo cre-ciente, la certeza de que «algo muy grande –y trágico–tenía que pasar».

La corrupción (política, económica, religiosa, de-portiva, municipal), la proclamada pérdida de valoresen la juventud, la decadencia de la escuela, de la justi-cia, de la moral pública, la degradación hiperconsu-mista, el hiperindividualismo, el relativismo, la muer-te del planeta, los videojuegos, el apaleamiento de lasfocas, han sido tenidos por denotaciones muy aciagas.

Otro mundo debe ser posible, nos decíamos,puesto que de éste hemos llegado a estar hartos. Asípensaba precisamente buena parte de la sociedad an-tes de que estallara la Gran Guerra del 14 y así ha ve-nido a ocurrir, más o menos, ahora. El mundo se dabapor carcomido, y para gozar de una existencia sin tan-tas taras, más ecológica y solidaria, más justa, sana ylongeva, era preciso el advenimiento de un mundodespués.

Parecerá exagerado, pero el desafecto por el pro-longado periodo de prosperidad en los comienzos delsiglo XX explicaría, en gran medida, la amplia popula-ridad de que gozó la Gran Guerra durante sus inicios,lo que a su vez ayudó a condicionar la forma, la dura-ción y la intensidad de su desarrollo.

Las guerras –como las crisis– estallan por unachispa, sea el asesinato del archiduque Francisco Fer-nando en Sarajevo o las hipotecas subprime, pero algova anunciando que la gran explosión se halla cerca yserá inevitable de un momento a otro, tal como el de-

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sorbitado precio de los pisos o los corruptos camposde golf deshaciendo las huertas como plagas hacíanpresagiar.

El mundo, aquí o allá, se preparaba para una ex-plosión, la bomba iba cebándose en el terrorismo in-ternacional, en el crimen organizado, en la economíacanalla, en la falacia de los medios, en la especulacióninmobiliaria, mobiliaria o alimentaria que, en casi to-dos los ámbitos, iba creando una ficción o un doble alcostado de lo real y de cuya contigüidad empezaba aprepararse una descarga atronadora como la formamás contemporánea de ser.

La Humanidad, que con Homero había sido obje-to de contemplación para los dioses olímpicos, ha ve-nido a ser la noticia bomba para ella misma. Su aliena-ción, de sí misma para sí misma, ha alcanzado ese gradoque la hace convertir su propia destrucción en una sen-sación desgraciada pero de máxima calidad teatral. És-tas son palabras aproximadas de Walter Benjamin hacemedio siglo, pero hoy, con el capitalismo revestido demillones de pantallas, la realidad se contempla a travésde miles de imágenes y ya nada que importe realmentedejará de ser objeto de una autopsia espectacular.

Todos esperaban secretamente esta catástrofe queanticipaba de vez en cuando algún arúspice, pero asícomo nadie puede saber en qué instante un montónde arena llegará a desmoronarse al ir añadiéndole pe-queñas porciones, tampoco nadie podía fechar el mo-mento de la quiebra, y enseguida resultó grotesco cul-par a las subprimes, a la codicia o a los Madoff.

¿Responsables por tanto todos? ¿Responsable la

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extenuación de una época? La doctrina de BenedictoXVI, ejemplo insigne de la decadencia, ha pretendidoaprovechar la hecatombe para condenar los pecadosdel mundo y ofrecer la alternativa de la seguridad enla fe de Dios? ¿Todos pecadores? ¿Culpables todos? Àmoitié coupables, à moitié victimes, comme tout le mon-de, decía Sartre, sin descartar, seguramente, que unosfueran más culpables o desalmados que otros.

El sistema nos miente y nos abraza, nos identifi-ca, nos mima, nos besa y nos arrasa, nos ha cobijadoy ahora nos hunde. La gran convulsión en la que noshallamos a comienzos del siglo XXI posee el carácter deun fin de época y a la vez, lógicamente, se erige comouna epoch-making. Así fue la condición de las dosgrandes posguerras mundiales, y especialmente des-pués de la Primera el pensamiento y la visión delmundo, el arte, la ciencia, el deporte, la mujer, la en-fermedad, la política, el dinero, la muerte o el erotis-mo quedaron perturbados.

O, de otro modo, sería imposible de entender queel mundo fuera lo mismo el día después. ¿Y cómo seráde otro modo? Cualquier lote de predicciones sueleser tan imposible como entretenido, puesto que todacorrecta proyección del porvenir necesitaría tener en cuenta los ignorados elementos que vendrán acomponerlo. ¿Para qué especular? ¿Por qué especular?¿Adónde lleva especular? El amor por la aventura, lacompulsión a cambiar objetos y sujetos, la necesidadde experimentar, la intensidad del presentismo, laasunción del terrorismo y del accidente, el amor a lasbasuras, la desintegración del dinero, el contagio glo-

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bal, la revolución horizontal, el capitalismo de ficcio-nes, son los precedentes que llevan a esta crisis comoapoteosis final. Fin de fiesta más allá de lo económi-co. Zafarrancho total.

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