El canarigallo que se escapó

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EL “CANARIGALLO” QUE SE ESCAPÓJosé Watanabe. Perú (1945-2007)

¿Qué conversaban esos dos viejos que se encontraron en el camino que sube y baja entre los cerros?

El primero, relamiéndose, preguntó:

- ¿Usted vende tortas de maíz con miel?

El otro, el que traía una caja de cartón bajo el brazo, dijo:

- No; hace ya mucho tiempo que nadie las prepara.

- Eran muy sabrosas. No sabía que ya no las hacían más.

- Hace ya mucho tiempo- volvió a decir el otro viejo.

- Si usted lo dice, así debe ser. Yo vivo en mi chacra aislado como un topo. Nunca voy al pueblo. No sé nada de lo que actualmente

pasa en el mundo. Pero discúlpeme, yo no salí al camino para quejarme; sólo vine a preguntarle qué vende.El viejo que traía la caja la abrió y le mostró un hermoso gallo blanco.

- Voy a la feria del pueblo a vender este pajarraco- dijo.El gallo vio que el otro viejo ponía ojos de comprador. Los compradores entrecierran un ojo y sonríen diciendo que sí con la cabeza.

- Me gusta. Lo compro- dijo finalmente.

El gallo, que no era menos fanfarrón que otros, pensó: Este hombre dice que no sabe nada de lo que pasa en el mundo, pero en cuestión de gallos es sabio, le he gustado.

Y ahora, bajo otro brazo, iba el gallo rumbo a su nuevo corral. No. El viejo no lo puso en el

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corral. Lo amarró a una estaca, junto a su puerta.

Noche más bonita no se podía pedir en el patio de esa casa, pero el gallo no quería mirarla. Temblando y asustado tenía la cabeza escondida bajo un ala: no quería mirar ni oír nada. Principalmente oír, porque el ruido que venía de la casa era escalofriante: allí el viejo afilaba su cuchillo contra una piedra.

Pero a veces el susto produce ideas brillantes:

El gallo se tranquilizó y caminó hacia la puerta de la casa.

- Sospecho que usted quiere hacerme caldo.- Caldo y un poco de guiso- le contestó tranquilamente el viejo.

- Está bien- le dijo el gallo fingiendo gran serenidad, aun ante la olla que hervía en el fogón-. Me equivoqué. Creí que usted no era capaz de hacerle daño a un pajarito.

- Nunca les hago daño- protestó el viejo-. Ni siquiera pongo espantapájaros, para no asustarlos.

- ¿Entonces por qué quiere matarme? ¿Acaso no se ha dado cuenta que soy un canario?

Las personas que viven solas generalmente no tienen humor. Por eso el viejo siguió afilando su cuchillo con igual tranquilidad. Otro se hubiese reído con la ocurrencia del gallo.

- No lo voy a culpar por matar a un canario. Lo comprendo. Usted vive lejos del mundo y no se ha enterado de los enormes cambios

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que han ocurrido últimamente. No sabe que los animales modernos somos mucho más grandes. Los canarios ahora somos así.

Hay mentiras que pueden parecen verdad. Pero esta del gallo era demasiado inverosímil. Suponemos que el viejo no la creyó. Tan cándido no era. Y si esa noche guardó su cuchillo y se fue a dormir, pensemos que así lo hizo porque estaba muy cansado.Amaneció y el viejo salió al patio a echarse un poco de agua. Como si tuviese algún pensamiento extraño en su cabeza mojada, miró un largo momento al gallo. Aunque quizá estaba pensando cómo sazonarlo.

Después el gallo lo vio coger su pala y perderse en el sendero de su chacra. A veces, se quisiera que las cosas se decidan de una buena vez. Para el gallo era terrible eso de quedarse imaginando un cuchillo en la cocina.

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De repente, vio pasar a lo lejos una vaca. La llamó. Ella, como toda señora gorda, se acercó sin prisa.

- ¿No teme usted caminar tan libremente por aquí?- le preguntó el gallo-. Parece que usted ignora que en esta casa vive un viejo algo loco que ha prometido dar muerte a todas las vacas. Apenas la vaca escuchó esto, se dispuso a huir.

- No corra- la detuvo el gallo y zalamero, agregó-: Viéndola tan ágil, cualquiera diría que usted parece una joven cabra. Sólo le falta la barba que ellas tienen en el mentón. Con ese pequeño detalle, engañará fácilmente al viejo.

La vaca se marchó algo asustada, pero agradeciendo el consejo.

Un momento después, un burro vino retozando al patio.

- ¡Buenos días, valiente amigo asno!- lo saludó el gallo.

Al burro le habían dicho todos los adjetivos imaginables, pero jamás “valiente”. Por eso levantó aún más sus orejotas envanecidas.

- Sabiendo que el viejo que vive en esta casa ha jurado asesinar a todos los nobles asnos, usted pasea sin ningún temor por aquí. Es admirable.

Al burro se le aflojaron las piernas cuando el gallo terminó de hablar.

- Pero usted no se preocupe, amigo asno. Seguramente ya le habrán hecho notar su gran parecido con los elegantes venados. Un par de cuernos sobre la cabeza… ¡Y es usted un perfecto venado!

Y el burro, que de valiente no tenía nada, se fue mirando temeroso a todos lados.

En la chacra, el viejo, cansado, se puso la pala al hombro y emprendió el regreso a su casa.

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Por el camino encontró a la vaca y al burro que, ya disfrazados, comentaban los ingeniosos consejos que les había dado el gallo. El viejo, al pasar, los saludó amigablemente.

- ¿Cómo le va, doña vaca?

- ¿Vaca? – dijo la vaca haciéndose la sorprendida, y, luego, mostrándole la barba postiza que había fabricado con unos pelos de su rabo, añadió: - ¡Yo soy una cabra!

El viejo no podía creerlo.

- ¡Debo estar volviéndome loco, amigo burro!- dijo, cogiéndose con ambas manos la cabeza.

- ¿Burro? Disculpe, buen anciano, pero usted me confunde.

Yo soy un venado- dijo el burro, enseñando las ramas secas que se había amarrado a modo de cuernos junto a las orejas.

El viejo esta vez no comentó nada. Solo pensó repetidamente para sí mismo: “Es cierto, el mundo ha cambiado, el mundo ha cambiado”. Eso siguió pensando hasta ya muy cerca de su casa.

Apenas llegó a su patio, el viejo se arrodilló junto al gallo.

- Pobre pajarito- le dijo acariciándolo, y continuó con voz de arrepentido: - Suerte que no te hice caldo. Nunca hubiese podido pagar tamaño abuso.

Después empezó a desatarlo. El gallo inclinaba la cabeza sobre su propio pecho, no por gesto de agradecimiento, sino para esconder la risa que ya no aguantaba.

Cuando estuvo libre, se disparó a correr por el camino. El viejo se quedó mirando con tristeza la larga nube de polvo que iba dejando el gallo. Antes de entrar a su casa recordó que antiguamente los canarios volaban.

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- Ahora son tan grandes que no pueden ni alzar vuelo- dijo, y, después se preguntó con inocencia:- ¿De qué tamaño serán entonces los gallos de ahora?