El cambio climático

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EL CAMBIO CLIMÁTICO. SUS EVIDENCIAS, SUS REMEDIOS

Luis Castro, profesor de geografía e historia

I. ALGUNOS DATOS

“La Tierra estará como mínimo 3ºC más caliente al final de este siglo

(…); las olas de calor, hasta ahora excepcionales, serán habituales;

los ecosistemas se verán sujetos a climas muy distintos a aquellos

en que evolucionaron, poniendo en peligro muchas especies. Habrá

más lluvias e inundaciones, pero en las zonas áridas se dará una

mayor sequedad, hasta su desertización. El hielo fundirá en las

zonas polares y cumbres montañosas (…); los niveles del mar

seguirán subiendo…”.

No son afirmaciones de algún grupo ecologista o secta radical,

sino del reportaje que presentaba en portada uno de los últimos

números de The Economist, notorio portavoz del capitalismo liberal

y conservador (How to live with climate change. 25.11.2010). Pero la

mayoría de los científicos, las principales instituciones multinacionales

y los grupos ecologistas vienen alertando de este problema desde

hace décadas. Y, si escuchamos a los mayores, –cosa que nunca

hacemos suficientemente– nos hablan de lo mismo al advertir que

no han visto en su vida los fenómenos meteorológicos que ahora

observan con estupor. Lo de The Economist indica que el consenso

científico alcanza ya hasta sectores ideológicos que no hace mucho se

burlaban del “fundamentalismo ecologista”. Y, aunque las propuestas

de acción dejen mucho que desear en su caso, como veremos, el

diagnóstico que aporta es bastante realista.

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Hablando de eso, del diagnóstico, y refiriéndose a nuestro país, uno

de nuestros científicos más solventes, Franciso Javier Ayala Carcedo,

mostró hace años una serie de evidencias que le llevaban a esta

conclusión: el cambio climático “parece haber comenzado ya en

España”. Veamos algunos de sus cuadros, elaborados con datos de

la Agencia Estatal de Meteorología (antes, Instituto Nacional)1.

Este gráfico nos indica una elevación media de 1,53 ºC, siendo de

1,6 ºC en el interior de la península y un 1,4 ºC en zonas costeras,

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según los valores tomados en 38 observatorios españoles a lo largo

de treinta años (1971-2000). La muestra es bastante para reflejar las

tres modalidades de clima peninsular: el oceánico, el mediterráneo

típico y el continentalizado. En 36 de ellos se registran subidas

significativas. Que Huelva sea uno de los dos puntos donde no se

detecta esa alteración del termómetro no deja de ser un sarcasmo,

al tratarse de una de las ciudades más contaminadas de España (lo

cual de paso nos recuerda que el cambio climático es el problema

ecológico más grave, pero no el único). Se observa una “africanización” del clima de España, toda vez que “el

cuarto meridional del país alcanza temperturas medias iguales a las

de Marruecos hace un cuarto de siglo”. En este sentido se trata de

evitar que hacia 2050 la subida alcance en España el rango de 2,5 a

3,5 ºC de aumento, lo cual sería potencialmente catastrófico.

Otras evidencias que señala el estudio de Ayala Carcedo –siempre

sobre la base de información de la Agencia Estatal de Meteorología–

son:

● La disminución de las precipitaciones en general y en especial

de las invernales (estas bajan un 34 % para 1944-1999)

● La disminución del número anual de días de nieve. En un

observatorio característico como Navacerrada (Madrid), de unos

100 días a unos 60 entre 1971-2001

● El aumento del número de días con máximas superiores a 25

ºC. Las olas de calor serán cada vez más frecuentes

Estos cambios y otros dan lugar a consecuencias diversas, la

mayoría poco convenientes para intereses vitales de nuestra

sociedad: la reducción de los recursos hídricos, tanto en superficie

como en acuíferos, el aumento del riesgo de incendios forestales,

el descenso de los rendimientos agrarios, la difusión de plagas

nuevas venidas de fuera, etc.

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Otra de las consecuencias más llamativas es la subida del nivel

medio del mar, tal como se observa en la siguiente gráfica.

Esto se viene observando desde hace años, por ejemplo, en el delta

del Ebro, que tiende a retraerse, como ocurre en muchas zonas

costeras del planeta. (El faro más antiguo del delta se halla ya

sumergido bajo las aguas. Y en 2009 fue noticia que el gobierno

de las islas Seychelles se reunió bajo el agua del mar para mostrar

al mundo el drama que afrontan a medio plazo: el hundimiento

progresivo del archipiélago).

El mencionado reportaje de The Economist aporta información

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análoga para el ámbito mundial. El siguiente cuadro refleja el

aumento previsto del nivel medio del mar, en metros, hasta 2100

(obsérvese, además, que la tendencia alcista es anterior).

II. ¿ADAPTACIÓN, CAMBIO RADICAL O

EXTINCIÓN?

Siendo tales y tantas las evidencias, quizá ya nadie se atreva a

negar la evidencia del cambio climático actual, como ha ocurrido

hasta hace poco. Pero no faltan los que dicen que se exagera o que,

si bien está claro, ese cambio no es muy distinto de los habidos en

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otros momentos de la historia geológica del planeta, los cuales, si

bien causaron alteraciones masivas, incluso catastróficas, del medio

natural, no acabaron con la vida ni con la evolución de las especies.

Y es verdad: ha habido muchas mutaciones en las condiciones

climáticas y ambientales del Planeta Azul a lo largo de su historia

natural, acompañando generalmente el paso de unas eras geológicas

a otras. Es más, ya en época histórica humana, esos cambios se

siguen observando periódicamente, como ocurre al final de la cuarta

glaciación (mesolítico) o en torno al año 1000 de nuestra era, cuando

hubo un enfriamiento general y persistente que impidió, entre otras

cosas, la continuidad de la colonización de Norteamérica por los

normandos (como mostró Pierre Chaunu hace muchos años). A pesar de todo, dicen los escépticos, la vida ha continuado, la

Tierra sigue dando vueltas y aquí estamos. Si aceptamos esa

minusvaloración o relativización del asunto, la consecuencia está

clara: no hay por qué preocuparse, podemos seguir consumiendo de

todo y quemando energía como hasta ahora. Y el que venga detrás

que arree, como se dice. The Economist va más o menos en esa

línea cuando afirma que no es realista plantearse una reducción

significativa del CO2 o del calentamiento global y todo lo más que

es posible consiste en hacer “adaptaciones” en nuestras pautas de

vida y económicas para que los efectos de todo ello sean menores.

Pero no sabemos si es como broma de mal gusto u ocurrencia para

salir del paso que las “adaptaciones” sugeridas por esa revista sean

la generalización de los equipos de aire acondicionado, la migración

masiva abandonando las zonas desertificadas y las transferencias

de ayudas a los países en desarrollo. (Esta última tendría mucha

virtualidad en el asunto, desde luego, pero recordemos que aún hoy

hay países ricos que siguen sin dar el famoso 0,7 % de su PIB a los

países pobres. ¡Una propuesta de la ONU en los años 70!).

No es difícil intuir poderosos intereses económicos detrás de unas

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posturas tan inconsistentes, que en ningún momento se plantean la

sostenibilidad del planeta, sobre el cual pesan otros lastres no menos

preocupantes (la destrucción de la capa de ozono, la superpoblación,

el agotamiento de los recursos naturales, etc), ni medidas de

ahorro energético. Se da por sentado el fracaso de las cumbres

internacionales sobre el cambio climático (la de Copenhage de 2009,

la de Cancún en 2010); y se presupone alegremente la capacidad

de adaptación de la especie humana a cualquier cambio del medio,

por grave que sea. Se olvida que aunque algunas especies vivas se

han adaptado a ellos repetidas veces, hoy apenas existe el 0,1 % de

las especies aparecidas sobre el planeta, pues la inmensa mayoría

no pudo adaptarse a esos cambios en el pasado. Ignorar ahora la

situación es como jugar a la ruleta rusa cuando queda poco plomo

en el tambor; la situación es hoy potencialmente mucho peor, puesto

que a los cambios naturales del clima, que continúan actuando hoy,

se suman los derivados de una humanidad en aumento demográfico

(¿9.000 millones para 2100?) y con niveles crecientes de consumo.

No es cosa de abultar más esta retahíla de desarreglos climáticos

que, poco o mucho, venimos observando en las últimas décadas. No

es para hundirse en la desesperación. Al fin y al cabo, la naturaleza,

como gran organismo vivo que es, sigue teniendo la capacidad de

regeneración, lo mismo que la tiene un ser humano que afronta y

se recupera de una enfermedad. Por lo demás, la envergadura del

problema que comentamos está percibida, formulada y diagnosticada

en sus términos generales con un alto grado de consenso científico y

político. Se conocen las causas, la mayoría de las consecuencias y los

posibles remedios.

Es más: desde la conferencia de Kioto de 1997 la mayoría de los

gobiernos han adquirido compromisos para reducir los gases de

efecto invernadero (CO2, CFCs y metano, sobre todo), principales

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responsables del cambio climático. Ahora estamos en la tesitura

de comprobar si se han hecho bien los deberes y de calcular qué

nuevas metas nos proponemos. Y no es nada consolador saber que

España es uno de los países que menos ha cumplido, sin que sirva

de consuelo decir que el principal responsable, los EE.UU., tampoco

han estado a la altura de las circunstancias. Pero sería absurdo y

suicida que algunos países trataran de justificar su irresponsabilidad

señalando la de sus vecinos. Eso ya no puede ser, pues el patio

ecológico ya no es particular y si se moja o se ensucia nos moja y nos

ensucia a todos. “Ecologistas en acción”, uno de los grupos más veteranos y

batalladores por el medio ambiente en España, formuló así la

situación ante la conferencia de Copenhage, a la que valoró como

un posible “fracaso anunciado” (como de hecho ocurrió) que no nos

podemos permitir:

Nadie duda de la dificultad de reducir emisiones en la fuerte cuantía

necesaria, ni de la complejidad de lograr un acuerdo mundial…

pero retrasarlo sólo lo hará más difícil. Si las medidas que cada

país ha tomado para cumplir Kioto, por escasas que sean, no tiene

continuidad tras 2012, las señales de transformación que estaban

llegando a las sociedades se perderán y se puede asegurar que

las emisiones continuarán creciendo sin control. Necesitamos que

en 2013 haya normas para reducir emisiones y sean mucho más

ambiciosas que las actuales

Esperemos que ese pesimismo sea infundado y que los gobiernos y las

sociedades tomen conciencia de este problema, que se halla íntimamente

ligado a todos los demás que afectan a los pueblos. Como dicen los

astronautas que tienen el privilegio de contemplar la maravilla de nuestro

planeta desde el espacio, desde Yuri Gagarin en adelante, visto desde el

espacio no se observan en él las fronteras ni las banderas, pero sí los tonos

de azul, las gradaciones del gris, del verde y del ocre que le hacen un lugar

único en la inmensidad del espacio como albergador de vida. Sus males,

sus heridas, son los de todos; lo mismo deberían ser sus frutos y recursos,

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como decía el poeta Federico. Ayala Carcedo, Francisco J. La realidad del cambio climático en España y sus principales impactos ecológicos y socioeconómicos. Este trabajo circula por internet y probablemente fue publicado en 2004, año de fallecimiento del autor, al cual no debe confundirse con Francisco José Ayala Carcedo, también ilustre científico de origen español, afincado en EE.UU. y doctor honoris causa por la Universidad de Salamanca.