El beato. Alfredo Conde. LXII Premio de Novela Ateneo Ciudad de Valladolid

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LXXII PREMIO DE NOVELA

ATENEO CIUDAD DE

VALLADOLID

ALFREDO CONDE nació en Allariz, Ourense, en enero, el día de Re-yes de 1945. Su vida abarca multitud de quehaceres: marino mer-cante, político, profesor, dibujante, librero, banquero,... Estudió Náu-tica en la Escuela Superior de Náutica de La Coruña e Historia en la Universidad de Santiago de Compostela. Él dice que fue todas estas cosas para poder ser lo que quería ser desde niño: escritor. En 1968 aparece su primer libro, el poemario Mencer de lúas. Entre otros muchos premios ha obtenido el Premio Nacional por El Griffón, el de la Crítica por Breixos y fue Premio Nadal por Los otros días. Su obra se ha traducido a diversas lenguas: inglés, italiano, chino, fran-cés o ruso, once libros suyos están en esta última lengua.

Fray Julián de Chaguazoso, santo de la Iglesia y muerto en el si-glo XVI, nos va contando su vida llena de fortunas y adversidades apoyándose en las pinturas que fray Tadeo de la Aguadilla hiciera sobre él, siglos después, y que fueron recogidas en un libro que al-guien olvidó en los bancos de una iglesia; este hallazgo es tomado como pretexto para desarrollar todo el argumento de la novela.

Fray Julián de Chaguazoso, santo de la Iglesia y muerto en el siglo XVI, nos va con-tando su vida llena de fortunas y adversi-dades apoyándose en las pinturas que fray Tadeo de la Aguadilla hiciera sobre él, siglos después, y que fueron recogidas en un libro que alguien olvidó en los bancos de una iglesia; este hallazgo es tomado como pre-texto para desarrollar todo el argumento de la novela.

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ENTREVISTA Si una novela es la historia que cuenta lo que le pasa a alguien en algún sitio ¿qué historia es la que se cuenta en El beato?

No lo sé con exactitud. Uno sabe lo que quiere escri-bir, pero nunca si lo logra hasta que los lectores se lo dicen. Como yo soy el primer lector de lo que escri-bo y si no me gusta lo borro, al final de la escritura estoy convencido de haberlo hecho muy bien, de ser más listo que nadie y, además, alto y esbelto, rubio y de ojos azules, con nariz aguileña y mirada de águila como los cow boys de Marcial Lafuente Estefanía.

En todo caso en El beato hay una historia…

Quizá haya varias. La de un emigrante gallego en el México de Hernán Cortés, una y principal; la de un ser normal pero limitado en sus opciones que, con inde-pendencia de su origen, ocupa el mundo y lo trans-forma, otra; también la peripecia de Cortés, que es un personaje fascinante, en nada parecido este y en nada parecida aquella, al y a las del resto de los conquis-tadores; pero podemos seguir sumando otra historia más, la de quien siendo un tipo normal es proclamado beato, parangonada a su vez con ese otro tipo de his-torias que suelen reflejar las hagiográficas de los san-tos… o la de los indios chichimecas que si apuntaban a un ojo y la flecha daba en una ceja consideraban el tiro errado…, la del sincretismo religioso del culto a los muertos que el beato propició entre los méxicanos y que aún perdura; en resumen: que hay varias histo-rias dentro de mi historia del beato. A mí me gustan las novelas matrioska. Mejor vayan ustedes descu-briéndolas, según vayan ustedes abriéndolas al pasar las páginas..

¿Es entonces la suya una novela histórica?

Sucede en la actualidad, el alma del beato habla en tiempo presente actual, mientras flota al pairo por encima de su cuerpo momificado, por cierto que en muy buen estado; pero sí, también es histórica… y de aventuras y de dos o tres cosas más, espero.

¿Qué espera de ella?

Nada. Ya me ha dado todo lo que tenía que darme. Incluido el poder llegar a fin de mes con cierto des-ahogo. Aparte de eso una novela tiene que darme diversión mientras la estoy escribiendo. No concibo escribir en medio de atravesadísimos dolores de par-to, como no entiendo que uno juegue al futbol sin gustarle, aunque sepa que a veces el jugar canse y

fatigue, que recibas patadas en las espinillas o verda-deros golpes en los cojones y que estos duelan…, en fin, lo normal, el juego siempre tiene varias caras.

Pero ¿algo más esperará de ella…?

Sí, claro. Tranquilidad y buenos alimentos. A estas al-turas ya he recibido todos los premios que merecía e incluso alguno a mayores de mis méritos; ya me hi-cieron todas las críticas buenas y malas que se creye-ron oportunas; ya he visto en otras lenguas no pocas de mis obras… así que no tengo nada que demostrar, nada que esperar, tan sólo seguir divirtiéndome gra-cias a mi oficio de escritor… así que espero que El bea-to una vez en la calle, me siga divirtiendo.

Por último ¿en qué literatura debe ser usted inscrito, en la gallega o en la española?

Mire usted, hace dos años me tuvieron veinte días en un coma inducido y, si me hubiese sido retirada la respiración asistida, la hubiese diñado. Conozco, aunque sea de oídas, ese estado anterior a lo que en gallego llamamos “o pasamento”, es decir al falleci-miento; conozco la antesala del no ser, pues estuve en ella. Al regresar a casa y contemplar mi biblioteca fui consciente de que, si hubiese muerto, los libros me estarían importando un carajo, así que eso es, desde entonces, lo que me importa la mayoría de las cosas: justamente un carajo.

Dicho esto, añado que llevo escrito medio centenar de obras literarias, entre novelas y cuentos, poemas y obras de teatro, guiones de cine o de documentales, ensayos y otras zarandajas y que, cuando las he escri-to en gallego, las he traducido yo mismo al castellano y, al revés, así que ya puede suponer lo que me impor-ta que, una vez muerto, me inscriban en una o en la otra. Eso no dependerá de mi, sino de los criterios de inclusión de los antólogos y estudiosos de la literatu-ra… que algunos aún van quedando…

Añado y termino. Los criterios de inclusión siempre son justos, los malos son los de exclusión. Yo soy un escritor que maneja dos lenguas y nunca estuvo ni está dispuesto a renunciar a ninguna de las dos. Las dos me han construido como soy, en las dos se habla en mi familia; unos en una; en otra otros; los más, en las dos. No estoy dispuesto a ignorar a nadie de mi sangre en razón de la lengua que utilice. Si se hace así conmigo, pues allá ellos, quienes así lo hagan. Yo solo soy un escritor.

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