El Asesinato Del Gato de Schrödinger - Xanti Ramirez

8/19/2019 El Asesinato Del Gato de Schrödinger - Xanti Ramirez

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El asesinato del gato

de Schrödinger

Xanti Ramírez

http://xantiramirez.blogspot

http://xantiramirez.blogspot.com.es/


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Diseño de portada: Mario Amigot y Nerea

Iglesias.

Copyright © 2016 Xanti RamírezAll rights reserved.

ISBN: 1518687970ISBN-13: 978-1518687976


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Para Iker,

en cuanto aprenda aleer.


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ÍNDICE

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6Capítulo 7

Capítulo 7


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Capítulo 8

Capítulo 8


Capítulo 6


Capítulo 8

Capítulo 8

Capítulo 8



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Capítulo 1

Horas antes de morir, Ainhoa observó

su rostro reflejado en el espejretrovisor y bostezó sin disimuloTampoco pretendía ocultar su cara daburrimiento. Diego, por su parte

señalizó la intención de abandonar lautopista por la siguiente salida, y en untento desesperado de romper e

silencio que había entre los dos, miró

su mujer y preguntó: – ¿Conoces de donde viene l

expresión “mucha mierda”?

– ¿Qué?


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– Ya sabes, lo que se dice para deseabuena suerte a alguien.

Ainhoa le miró con incredulidad. – Pues antiguamente –continuó Diego–

a gente rica iba al teatro en sus coche

de caballos, y solían cagar justo a lentrada dejando la calle hecha un ascoo los ricos, sino sus caballos, s

entiende... Así que cuanta más mierd

hubiera en la calle más gente rica habíacudido a ver la obra, y eso para lcompañía de teatro era muy importanteporque por aquel entonces no se cobrab

a entrada y los beneficios de lcompañía dependían del dinero que epúblico tirara al escenario después de l

función... Por lo tanto, si deseaba


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“mucha mierda” a alguien, lo qurealmente le estabas deseando era éxit dinero. ¿Qué te parece la anécdota?

– Que ya la conocía –contestAinhoa–. Mi madre era actriz de teatro¿recuerdas?

– Ah, es cierto. – Además, ¿a qué cojones viene eso

¿Intentas que me olvide de la encerron

que me has preparado esta noche? –

No es ninguna encerrona, lo vamoa pasar muy bien ¡ya lo verás!,

además, ya sabías que teníamos esa cenprogramada desde hace tiempo, lcelebramos todos los años por estafechas.


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– Ya, y siempre es un auténticocoñazo. No dejáis de hablar de lamismas chorradas de cuando erai

adolescentes... y yo en medioaguantando las fricadas de tu amigAlex y a la mosquita muerta de su muje–Ainhoa se frotó las sienes con lamanos, cansada–. Joder, ¡pero sí son tuamigos! No los míos. ¿Por qué no vas tsólo y me dejas a mí en paz? Ni siquier

me caen bien. – Sabes que es un compromiso d

pareja, y tampoco te cuesta tanto.

– Pues perdona que te diga pero lvuestro ni siquiera se puede calificacomo amistad. Solo os juntáis una vez aaño, y el resto del tiempo ni os llamái


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por teléfono ni os preocupáis los unode los otros.

– Vivimos en ciudades distintas

cada uno lleva su propia vida. No efácil... Además, que les vea poco nosignifica que no sean importantes par

mí. –

El único aliciente que me queda ever con qué ‘zorrita’ aparecerá Imano

esta vez –continuó Ainhoa, ignorando ecomentario de Diego–. El año pasadvino con esa azafata de Ryanair suiza ¿tacuerdas? Y hace dos años con l

modelo de manos bulímica... ¡Increíble¿pero cómo coño se gana la vida unmodelo de manos?

Diego se abstuvo de contestar y s


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concentró en seguir las indicaciones deGPS. Le dolía que Ainhoa criticara así sus amigos, y podía ser realmente crue

cuando se lo proponía, aunque despuéde ocho años de noviazgo y tres dmatrimonio, había aprendido a cortar iempo este tipo de conversaciones par

evitar que Ainhoa continuarrealimentándose con su propio veneno.

Aunque a decir verdad, tenía razón e

una cosa: Alex, Imanol y él ya nunca sveían... La vida les había llevado pocaminos distintos y poco tenían ecomún más allá del hecho de haberscriado en el mismo pueblo y compartiescuela primaria. Por lo menos habíaconseguido mantener la tradición d

untarse una vez al año, siempre e


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segundo sábado de septiembre y cadvez en una casa distinta. Pero tal y comdecía Ainhoa, las cenas eran ya un mero

rámite y la conversación raramentescapaba de los típicos formalismos dascensor. Aunque a Diego al menos lservía para no perder el contactdefinitivo con su infancia y su pueblnatal.

A Ainhoa, que también se había

criado en el mismo pueblo y conocía os tres amigos desde críos, la situacióe producía un rechazo añadido, ya qu

significaba reencontrarse con Imanol.

Doce años antes, en el último cursde instituto, Ainhoa e Imanol salierountos durante unos meses, pero pront

ella comprendió que los dos era


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absolutamente incompatibles y le dejóÉl era guapo e inteligente, sí, perodemasiado introvertido para ella, que n

paraba quieta un minuto y tenía una vidsocial de lo más activa. Meses máarde Ainhoa comenzó a salir con Diego

el chico más fuerte y atlético de sclase, y a pesar de que Diego e Imanoeran muy amigos, este último no puspegas a esa relación y su amista

continuó como si nada pasara. Esto no lgustó demasiado a Ainhoa, que se sintióratada como una mera mercancía... Máarde, Imanol se marchó a estudia

arquitectura a Madrid y cuando volvial pueblo, cinco años más tarde, ya eruna persona totalmente distinta: muchmás simpática y extrovertida que antes.


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Obviamente, salir de su pequeñpueblo natal y ampliar horizontes lhabía sentado genial. Pero para aqueentonces, Ainhoa llevaba varios añosaliendo con Diego y las cosas les ibabastante bien, así que tampoco le di

demasiadas vueltas al asunto y continucon su vida como si nada pasara. Aunasí, se le quedó grabada para siempre esu mente la duda razonable de pensar e

qué hubiera pasado sí...’Diego aminoró la marcha y giró a l

zquierda por una pequeña call

unidireccional, metiéndose de lleno euna barriada de pisos de proteccióoficial. Recordaba aquella zona dcuando vinieron a cenar tres años atrás

sabía que la siguiente boca-calle debí


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girar a la derecha para llegar hasta ebloque de apartamentos donde vivíaAlex y Carmen. A esas horas de la tarde

el sol se ponía por el oeste entre lamontañas y las temperaturas comenzabaa bajar rápidamente. Al menos aquel díno había llovido, lo cual estaba geniaeniendo en cuenta el triste verano qu

habían tenido.

Diego miró de reojo a Ainhoa, qu

seguía observando el paisaje urbano poa ventana, y se preguntó a si mismo s

algún día tendría el valor suficiente pardejarla... Poco tardó en contestarse quNo’.

Era cierto que después de tantos añode relación la emoción de los primero

iempos se había esfumado por complet


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la rutina social y sexual se habíapoderado de sus vidas... ‘Pero buenono te hagas el sorprendido’, se solí

decir a menudo, ‘porque así son larelaciones largas: la pasión muere queda la compañía, la complicidad, y enuestro caso, un pisazo de cien metrocuadrados en segunda línea de playa qunos regaló su padre’... Diego sonripara sí mismo al pensarlo.

Por lo menos, la adrenalina volvía circular por su sangre una vez a lsemana cuando se veía en un motel das afueras con Ingrid, la nuev

secretaria del parque de bomberodonde él trabajaba. Una cuarentonetuda de pelo rubio mal teñido cuy

marido se pasaba casi todo el año d


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viaje por negocios. Quedaban escondidas desde hacía varios meses su relación era exclusivamente sexua

unca se le había pasado por la cabezenamorarse de esa mujer, y solo la veícomo un desahogo físico necesario. Poello, ni siquiera se planteaba el hechde que lo que estuviera haciendo fueralgo inmoral. Además, Ingrid erncreíble en la cama, y con ella podí

experimentar fantasías sexuales que Ainhoa jamás se hubiera atrevido squiera a proponer.

Diego pensaba en sus encuentrofurtivos con Ingrid cuando el GPS lndicó que ya habían llegado a s

destino. ‘Justo a tiempo’, pensó

notando cómo empezaba a tener un


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ncómoda erección.

Mientras aparcaban frente al bloqude apartamentos de Alex y CarmenAinhoa comenzó a quejarse de nuevpor haber ido hasta allí.

– Menuda mierda de barrio, ¡huele

kebab según sales del coche!, yo nviviría aquí ni aunque me regalasen episo.

– No todos tienen la suerte de ser lhija de un ‘magnate de la comidcongelada’ –contestó Diego, haciendoalusión a la conocida empresa de s

padre. – Lo que digo es que al meno

podrían mantenerlo limpio. Solo tiene

que organizarse un poco entre lo


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vecinos o quejarse al ayuntamiento parque vengan a limpiarlo más a menudo.

Mientras recogía una botella dcrianza del maletero del coche, Diegmiró con curiosidad a su alrededorSalvo una bolsa de plástico y alguna

colillas arrinconadas en un extremo da acera, no le pareció que la barriadestuviera especialmente sucia.

Al llegar a la altura del portal númersiete, se encontraron la puerta abierta dpar en par, así que decidieron entrar silamar al timbre y comenzaron a subi

as escaleras hasta el segundo piso. – ¿Alex no había terminado ya e

doctorado? –preguntó Ainhoa– Pues

ver si consigue un puesto de profesor e


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a universidad y se marchan de una vepor todas de esta pocilga.

– Si no lo ha hecho ya, estará a punt

de hacerlo –contestó Diego–... En todcaso, lo suyo siempre ha sido lnvestigación, no la docencia.

– Sí, igual es mejor que trabajencerrado en un laboratorio. Con lraro que es, los alumnos le sacaría

mote en cinco minutos... ¡Si es que mpone los pelos de punta!, siempre tacallado y mirándome con esos ojos doco.

– Parece que ya hemos llegado –nterrumpió Diego.

Los dos se detuvieron frente a l

puerta con una enorme ‘B’ escrita sobr


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el marco y llamaron al timbre. Mientraesperaban, Diego aprovechó pararreglarse el cuello de la camisa

Ainhoa se recolocó algunos pelosueltos del flequillo.

– ...Y luego está Carmen, siempre ta

educada y con esa sonrisa falsa, en plaesposa complaciente... ‘¡Holmuchachos!, ¿Que tal estamos hoy?’ –dijo Ainhoa, intentando imitar la voz d

Carmen– qué asco me da... ¡y seguro quella también nos odia!, pero claro, edemasiado hipócrita para semínimamente sincera y decir lo qupiensa de nosotros.

En ese momento, la puerta se abrió una chica morena de pelo rizado les di

a bienvenida con una exagerada sonris


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dibujada en la cara.

– ¡Buenos noches muchachos! ¿Qual estáis?

– ¡Hola Carmen! –contestó Ainhoacon una súbita e inesperada alegría –¿Qué tal, cariño? ¡Ven y dame un beso

anda! ¡Pero que vestido más bonitlevas!

Las dos mujeres se fundieron en u

argo abrazo. Diego, que observabperplejo toda la escena, se prometiconsultar urgentemente en el diccionariel significado de la palabr

hipocresía’, por si encontraba allí unuevo sinónimo con el nombre de smujer.


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Capítulo 2

Ainhoa y Diego se limpiaron lo

zapatos en el felpudo y entraron en lcasa. De inmediato percibieron uagradable olor a especias y verduras a parrilla. Siguiendo las indicacione

de Carmen, avanzaron por el pasillhasta llegar al salón principal, donde lemperatura era agradable y sonab

música jazz a bajo volumen provenient

de un antiguo tocadiscos restaurado. La estancia era amplia y estab

decorada con bastante buen gusto. A la


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derecha, junto a la pared, había unarga encimera con retratos de Alex

Carmen acompañados de un enorm

elevisor 3D. Frente a él, un sofá-camcon chaise longue azul claro de diseñoEn mitad del salón destacaba unmoderna mesa rodeada de seis sillas uego, y sobre ella reposaba un mante

con toda la vajilla cuidadosamentdispuesta para la cena.

– Dejad las chaquetas en el percher venid a la cocina –indicó Carmen–manol y Úrsula también acaban dlegar.

–

¡Perfecto! –contestaron los dos aunísono.

Diego y Ainhoa se quitaron la


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chaquetas y las colgaron en un perchermetálico que encontraron en un extremdel salón. A Diego le llamó la atención

el extraño diseño del perchero, de unodos metros de altura y con brazos ddistintos tamaños y longitudes. Pero ssorprendió aún más al comprobar quhabía otros tres percheros exactamentguales en cada una de las esquinas de

salón. ‘En fin, así es la era Ikea...’ s

dijo a sí mismo, prometiéndospreguntar más tarde a Carmen cual era emotivo de tanto perchero.

A Ainhoa, por su parte, lo querealmente le chocó fue escuchar enombre de Úrsula... Se quedó totalmentpálida. ‘¿Era posible que esa chica fuer

a misma que...?’. Pero sus sospechas s


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confirmaron nada más atravesar lpuerta de la cocina.

Allí, una pareja de jóvenes bievestidos charlaba animadamente frental frigorífico. Al verles entrar, seacercaron corriendo.

– Bueno, bueno ¡Pero quien está aquí–Dijo el chico, con los brazoextendidos hacia ellos.

– ¡Que pasa Imanol! –contestDiego–, me alegro mucho de verte.

Los dos amigos se dieron un largo

sincero abrazo. – Os acordáis de Úrsula ¿verdad? –

dijo Imanol, señalando a sacompañante, una rubia de aspect


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nórdico que rondaría el metro ochentde altura.

– Claro que sí, y me alegro mucho d

verte –mintió Ainhoa mientras sacercaba a ella con la mejor de susonrisas–, ya veo que repites, ¡y eso e

muy buena señal!Úrsula se ruborizó y esbozó un

ímida sonrisa. Ainhoa saludó a Imanol continuación, y Diego aprovechó locasión para preguntar algo a Carmen.

– ¿Perdona, pero dónde puedo dejaesta botella?

– ¡Ah! Muchísimas gracias, aunque nera necesario –contestó ella-... puededejarla sobre la mesa. Tengo la never

lena pero intentaré hacer un huec


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enseguida.

– Perfecto, ¿y dónde está escondido tmarido? ¡Que todavía no le hemos vistel pelo!

– Buena pregunta, estará trabajanden su despacho, como siempre..., segur

que ni se ha enterado de que habéilegado todos. Voy a llamarle.

Acto seguido, Carmen salió de l

cocina y comenzó a atravesar el pasilla paso veloz mientras las dos parejaentablaban una atropellada conversacióntentando ponerse al día lo ante

posible de sus respectivas vidas. – ¿Y qué tal vas con el castellano

Úrsula? Ya lo hablarás muy bien

supongo –preguntó Diego.


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– Mejor que el año pasado, si... Estorecibiendo clases particulares.

– Y yo también intento ayudarla dvez en cuando –intervino Imanol.

– Ya, pero tú eres un profesor... cómo

se dice... ¿pésimo? –contestó Úrsulasonriendo.

Todos se echaron a reír.

–

¡Ya dominas los superlativos!, esoes nivel avanzado, enhorabuena –comentó Ainhoa.

Los cuatro amigos siguierocharlando en un tono distendido hastque en un momento dado, un hombre daspecto sucio y barba de varias semana

rrumpió por la puerta de la cocina


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Vestía un ridículo pijama a rayas yparecía absolutamente sorprendido dverles allí. Daba la sensación de qu

estuviera bajo los efectos de algunmedicación... A ellos también les costóbastante trabajo reconocer a su amigAlex debajo de aquella fachada.

– Pero bueno, ¿que hacéis todoaquí?, menuda sorpresa –dijo Alex.

Su tono de voz era anormalmentento.

– Pues hemos venido a cenar, ¿tú qucrees? –contestó Imanol–. Hoy es doc

de septiembre... ¿Es que no te acuerdas – La cena, mierda... ¡se me habí

olvidado por completo! Joder... Pues no

sé si tenemos algo que ofreceros... –dij


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Alex, mirando a su mujer en busca dayuda.

– Ya me he encargado de todo –

contestó Carmen, con dulzura–, nquería molestarte mientras trabajabas.

Uno a uno, Alex fue abrazando

besando a todos sus invitados... En ladistancias cortas, el fuerte olor a sudoran característico de alguien que no s

había duchado en varios días, se hizmás que evidente.

– Me alegro mucho de que hayáivenido –añadió–. Escuchad. Me pong

una camisa y vengo a cenar covosotros.

– ¡Tranquilo Alex!, estamos a gusto

aquí charlando así que... No sé, s


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quieres tómate tu tiempo para afeitartevestirte o darte una buena ducha ¿ok?, ysabes... para estar más cómodo –dij

Diego, con mucho tacto. – Si, será lo mejor..., y os lo

agradezco... Dadme solo diez minutos.

Alex abandonó la cocina y todos lonvitados se miraron unos a otros si

saber muy bien lo que estaba ocurriendallí. Carmen, visiblemente preocupada avergonzada de su marido, se dirigió ellos en cuanto oyó cerrarse el pestillde la puerta del baño.

– Venid, quiero enseñaros algo.Llevó al grupo a través del pasill

hasta una puerta de madera que estab

cerrada con llave. Cuando la abrió, u


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ntenso olor a humedad inundó eambiente. Carmen entró en primer lugaa la habitación y abrió las ventanas d

par en par. Después invitó al resto acompañarla. Todos se quedaron con lboca abierta al observar su interior.

El desorden era absoluto. Había umontón bolígrafos desparramados por esuelo y cientos de hojas con extrañaanotaciones matemáticas pegadas en la

paredes. Sobre una mesa junto aarmario, reposaban varios portátiles aparatos electrónicos con pantallas eas que se veían onda

electromagnéticas de diferentes colore frecuencias. En otra mesa má

pequeña, al lado de la ventana

asomaban circuitos integrados co


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cables a medio soldar.

– Estoy bastante preocupada poAlex...–dijo Carmen–. Se ha pasado laúltimas semanas encerrado aquí dentrbajo llave, y no me ha dejado entrahasta hace solo un rato, cuando me h

encontrado con este panorama... No squé le pasa últimamente, antes por lmenos iba a la universidad por lamañanas pero ahora ni siquiera sale d

casa. –

Todo esto debe de estar relacionadocon su investigación para el doctorad

¿No? –preguntó Diego– Tiene que estaa punto de terminar.

– Eso creo..., pero hace siglos que n

me cuenta nada de lo que hace –


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respondió Carmen, con tristeza.

– Ya le conocéis, Alex siempre se hamplicado demasiado en su trabajo, y e

de los que no para hasta que termina lque empieza... –dijo Imanol–. Aunqupuede que esta vez se le haya ido u

poco de las manos... –

En fin, volvamos a la sala –dijCarmen–. He preparado un aperitivo qu

quiero que probéis: ceviche dangostinos con frutos rojos. ¡A ver quos parece! porque es la primera vez quo hago y no estaba segura de la receta.

Úrsula se sorprendió de la gracapacidad que tenía Carmen parcambiar de conversación en un instante

darle la vuelta a su propio estado d


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ánimo... Era admirable. Ella, siembargo, notaba que se estabempezando a marear por el aire ta

cargado de la habitación, e intentencontrarse con la mirada de su novipara expresarle ese malestar. Peromanol inspeccionaba un papel coarguísimas ecuaciones diferenciale

que había descolgado de la pared y no lhizo ningún caso.

El año pasado, cuando tan sollevaban saliendo unas pocas semanasmanol celebró la famosa ‘cena d

amigos’ en su propia casa, y Úrsula, qucasi no hablaba castellano por aqueentonces, se aburrió como una ostra desconectó en muchos momentos de l

conversación... Aun así, llegó a percibi


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con cierta nitidez la marcadpersonalidad de cada uno de locomensales: la exagerada corrección d

Carmen, el pasotismo e indiferencia dAlex, el esnobismo de Ainhoa y lamiradas a menudo lascivas de Diego.

En ese momento, Úrsula no imaginaben absoluto que volvería a acudir a esmisma cena al año siguiente, ya qudebido a sus respectivas agendas d

rabajo, ninguno de los dos creía que esrelación fuera a durar demasiado. Poeso solían plantearse sus encuentrocomo una simple aventura pasajera... Siembargo, lo que en principio parecía seun pasatiempo de verano se fuconvirtiendo poco a poco en un

relación más seria y comprometida... Y


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o cierto es que a rsula le gustaba estnueva situación, pero al mismo tiempe asustaba, ya que significaba un clar

paso adelante respecto a sus anteriorerelaciones.

Imanol, por aquel entonces, trabajab

para una importante consultoríespecializada en desarrollo dproyectos de arquitectura. Viajabmuchísimo por trabajo y tampoco s

planteaba tener una relación estable corto plazo, y mucho menos con esguapa auxiliar que había conocido en uvuelo París–Frankfurt... Ahora estabaviviendo juntos en su piso alquilado dMadrid... Imanol nunca habícompartido apartamento con ninguna d

sus parejas anteriores, y esto era alg


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que por un lado deseaba experimentarpero por otro le daba auténtico vértigo.

En general, Imanol era feliz. La vide sonreía y eso se notaba en su carácte

abierto y desenfadado. Además ese fide semana tenía unas ganas locas de re

encontrarse con sus amigos de lnfancia y rememorar viejos tiemposCon Diego y su peculiar ironía, y coAlex y sus excéntricas conversaciones.

Alex... Sí. Siempre le había gustadese arrogante capullo. Un tipo peculiaque decía siempre lo que pensaba si

mportarle las consecuenciasPosiblemente porque se le daba fatamentir!, e Imanol lo notaba en cuanto lhacía... Por eso, él sabía a ciencia ciert

que Alex estaba mintiendo al aparece


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de esa guisa ante ellos diciendo que shabía olvidado de la cena... La verdaes que no tenía ni idea de por qué l

había hecho, pero se moría de ganas posaberlo.

Minutos después, Alex reapareció e

a sala de estar y se unió al grupo. Ahorvestía unos pantalones de pana beigeuna camisa de cuadros marrón, y shabía recortado la barba. Aun así

seguía teniendo esa extraña miradperdida...

– Ya estoy preparado. Perdón po

haceros esperar. – Perfecto, ¡porque la verdad es qu

nos estábamos muriendo de hambre! –

dijo Diego.


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Los seis amigos se echaron a reírDespués charlaron un poco másbrindaron y se sentaron muy contentos a mesa, sin saber que esa sería l

última vez que lo harían juntos...

A esa misma hora, pero muy lejos dallí, y cientos de años antes, FlaviRómulo Augusto se secaba las mano

con los paños de tela que le ofrecía unguapa esclava tracia. Tras suspiraprofundamente, se abrochó su túnica y spuso un antiguo anillo de oro en el ded

ndice de su mano izquierda.A sus escasos catorce años de edad

Flavio era uno de los emperadores de

mperio romano más jóvenes de toda l


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historia, aunque él sabía que estcarecía de importancia, ya que lo qurealmente temía era que le recordara

por haber sido el último de todos ellos.Porque a finales del siglo V e

mperio romano de occidente era u

auténtico caos. A la presión de lopueblos barbaros por instalarse en suelromano se unía una absoluta anarquípolítica, lo que provocaba que Rom

controlara ya poco más que Italia y algdel sur de Francia. En ese contexto, loevantamientos de los ricoerratenientes romanos que competía

entre ellos por hacerse con el poder eraconstantes. De hecho, el propio Flavidebía su trono al que había liderado s

padre un año antes, el general Orestes


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Aun así, se resistía a pensar que estsignificara el fin del grandioso imperiRomano y que todo fuera a caer e

manos de los barbaros. ¿Pero qué podíhacer él? Nada... Y desde luego noesperaba ninguna ayuda de locomplacientes generales romanos quholgazaneaban en sus parcelas de tierrsin pagar impuestos... Ya no teníanorgullo ni espíritu de lucha. Eran uno

vendidos.Sí, definitivamente era el final... ¡A

no ser que algo extraordinario ocurrieraAlgo increíble, heroico, que de repentdespertara a las masas y las revelarcontra esta salvaje invasión.

Pero él solo era un crio. U

nsignificante niño... Al menos Odoacro


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había prometido dejarle vivir devolverle a la ‘Campania’ con sufamilia. Con su madre a la que tant

echaba de menos...Avanzó por el largo pasillo d

palacio decorado con candelas hast

legar a un amplio salón dondaguardaban impacientes decenas dsenadores y lo más granado de lsociedad romana de la época. Todo

dispuestos a ser testigos de eshumillante ceremonia... Allí le esperabambién Odoacro, el asesino de s

padre, que esbozaba una sonrisa triunfalsin apenas dientes. El odio que sentíhacia él hizo que apretara los puños cofuerza, pero rápidamente consigui

calmarse antes de que nadie lo notara.


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Se hizo el silencio cuando eemperador Flavio Rómulo Augustosubió a la tarima para dar inicio al actoQue deshonor! Roma no merecía cae

en manos de ese salvaje sin ningún tipde moral. Y él no podía hacer nada. A

menos que...Odoacro se levantó de su silla y subi

a la tarima junto a Flavio. Tosióbrevemente para aclararse la voz, y miral frente. Después, muy tranquilo, tomaire y se dirigió con convicción apúblico que esperaba impaciente su

palabras: – Pueblo de Roma... Esta noche va

ener lugar...

Pero poco más pudo decir, ya que e


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un acto de absoluta inconsciencia, eoven Flavio sacó la daga que llevab

escondida entre los pliegues de su túnic

se la clavó a Odoacro en el corazón.Este le miró sorprendido y se tambalehacia atrás. Los gritos de estupor sorpresa del público inundaron esalón... ¡Flavio había asesinado Odoacro! Obviamente, el joveemperador sabía que este acto supondrí

su inmediata sentencia de muerte, peral menos moriría tranquilo sabiendo quhabía hecho todo lo posible para vengaa su padre y a toda Roma.

Mientras Odoacro caía muerto a supies y decenas de sus secuaces sabalanzaban sobre él, Flavio dese

solamente una cosa: ser recordado, n


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como el último emperador del imperiRomano de occidente, sino como el mávaliente de todos ellos.


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Capítulo 3

Los seis amigos devoraban lo

canapés y aperitivos que habípreparado Carmen con tantdedicación, mientras elogiabaentusiasmados a la anfitriona.

– Esto está buenísimo Carmen, ¿ques lo que lleva? –preguntó Imanol.

– Es muy sencillo, una base de crem

de aceitunas con pimiento confitadocebolleta caramelizada y jamón de pato

– Vaya, ¿y cómo se prepara la crema

de aceitunas? –preguntó Ainhoa.


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– ¿con aceitunas? –dijo Diegoronico.

– Sí, muy gracioso. – No le hagas caso –contest

Carmen– solo hay que batir las aceituna

unto al ajo picado y añadir cuatrcucharadas de aceite, sal y pimienta.

– ¿Y este otro?

–

Queso roquefort, nueces con miel cilantro.

– Sí, ya lo había notado –dijo Úrsulael Roquefort no me gusta mucho.

– ¡Vaya!, lo siento, no lo sabía... –dijCarmen, con cierta decepción.

–

¡No pasa nada!, hay más cosas par


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comer.

– En general, no le gustan los saborefuertes – añadió Imanol.

–

El paté también está espectacular –dijo Diego.

–

Bueno, no es paté –contestCarmen–, es Foie de oca, me lo trajo mprimo de Burdeos.

– ¿Y no es lo mismo?

– ¡Oh no! Son muy distintos. El Foise elabora con hígado de ave, y el pates una pasta hecha con derivados d

carne y especias. – A mí es que desde que m

explicaron cómo se hace no lo puedo n

ver –intervino Ainhoa.


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Estos preparativos, por otra parte, lhabían permitido distraerse y no pensademasiado en la situación por la qu

estaba atravesando su relación con AlexHacía semanas que prácticamente ncoincidía con su marido, ya que este quse pasaba el día encerrado en sdespacho (a veces hasta altas horas da madrugada) y casi no dormía. Ella

cuando tenía ocasión, le preguntaba qu

era lo que estaba haciendo allí dentranto tiempo, pero él contestaba siemprcon monosílabos y evitaba dar unrespuesta concreta... Hacía mucho qu

no se abrazaban, se besaban o hacían eamor, y ella lo echaba muchísimo dmenos.

Harta de tanta indiferencia, Carmen s


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pasaba casi todo el día fuera de casaatendiendo a los clientes en el mostradode la pequeña tienda de antigüedade

que regentaba junto a una socia. Aun asíella le quería con locura, porque sabíque bajo esa fachada de frialdad Aleera una persona cariñosa, culta y munteligente. Además, estaba convencid

de que esta situación sería transitoria que pronto todo volvería a l

normalidad. Probablemente cuanderminase su tesis doctoral. Mientraanto, aguantaría.

Carmen sonrió a su marido mientrae acercaba el plato de cuscús. Deseab

que esta cena consiguiese al menodistraerle un poco y sacarle algun

carcajada. Sin embargo, Alex seguí


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científicas le habían convertido en unde los jóvenes físicos más prometedoredel mundo, y su futuro apuntaba mu

alto. Pero al parecer, estar tan lejos dcasa no era para él... Por eso, cuando llamaron del CSIC ofreciéndole realiza

el doctorado en San Sebastián y lideraun innovador proyecto sobre físiccuántica con una fuerte inversióeconómica (incluyendo un equipo d

diez científicos a su entera disposición)no lo dudó un instante.

Volvió a casa, se casó con Carmensu novia de toda la vida, y se fueron vivir juntos a su piso de proteccióoficial en un barrio de las afueras.Todo encajaba ahora en su vida. S

encontraba en su ‘elemento’ y se sentí


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pleno de energía y confianza.

Los primeros tres años de proyectfueron ilusionantes y los avances qurealizaron muy prometedores. Intuíaque pronto obtendrían resultados quasombrarían al mundo entero. Pero un

calurosa mañana de julio, su director desis, Adolfo Gómez, les reunió a todoen una pequeña sala y les comunicque, debido a los recortes del gobiern

en investigación y desarrollo, squedarían sin subvenciones y se veríaobligados a cerrar el proyecto.

La rabia e indignación que sintió Aleen ese momento fueron indescriptibles.Se volvió loco! Golpeó los armariosas paredes, y tuvieron que llamar

seguridad para que se lo llevaran. N


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era para menos. Estaba convencido dque con tan solo unos meses más dnvestigación sus descubrimientos

revolucionarían la física cuántica, pondrían en entredicho las teorías máaceptadas por la comunidad científicnternacional. Pero al parecer, para l

gente que gobernaba, salvar loexagerados ingresos de unos cuantoamigos banqueros era mucho má

mportante y estratégico para el país qua inversión en investigación desarrollo.

Aun así, Alex no se dio por vencidoPor nada del mundo pensaba dejar quese contratiempo arruinara su trabajoAsí que durante varias noches,

aprovechando la acreditación qu


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odavía tenía para acceder aaboratorio, se fue llevando

escondidas todo el material d

nvestigación a su casa para continuarabajando allí... Estaba claro que tard

o temprano le descubrirían, pero a él ne importaba nada de eso, ya que tení

planes mucho más elevados...

Y en esta labor había invertido Alexos últimos meses de su vida, si

contarle absolutamente nada a nadie, nsiquiera a su mujer... Un esfuerzosolitario y sobrehumano que habírepercutido claramente en su salumental, y que casi había arruinado smatrimonio, pero que a día de hoy, sabía ciencia cierta que había merecido l

pena.


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Mientras tanto, sus amigocontinuaban inmersos en unmproductiva conversación ajenos

estas elucubraciones.

– No os vais a creer lo que me pasó eotro día –dijo Carmen–. Limpiando e

un armario encontré un antiguo álbum dfotos de la escuela, y ojeándolo me fijen una chica, Vanesa, que solía sentarseconmigo. El caso es que hacímuchísimos años que no la veía, porquen el último curso se marchó a vivir Argentina con sus padres y ya casi m

había olvidado de ella... Me preguntqué tal le iría la vida, porque como nuso Facebook y esas cosas era mudifícil que recuperara el contacto... Pue

precisamente una semana después


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haciendo recados por la parte vieja, ¡ma encontré mirando un escaparate! L

reconocí al instante: estuvimos habland

un buen rato y me contó que seguíviviendo en Argentina, que se habícasado y que solo había vuelto con sfamilia para visitar a los abuelos... ¡Fuuna casualidad increíble que noencontráramos!, ¿no creéis?

– Desde luego, es muy raro –admiti

manol. – Parece obra del destino –dij

Ainhoa.

– Es verdad, estas cosas pasan... Yoel otro día, por ejemplo, quedé con unoamigos para echar un partido de futbol –

contó Diego– pero salí del trabajo tard


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estaba convencido de que perdería eautobús y no llegaría a tiempo. Siembargo, al llegar a la parada vi qu

había muchísima gente todavíesperando e inmediatamente despuéapareció el autobús... Al subir, el chofenos contó que se le había pinchado unrueda y que había tenido que parar cambiarla. ¡Qué casualidad! ¿Cuándhabéis visto que pase algo así?

– Vaya. Parece que los astros sealinearon para que llegases a tiempo ese partido –dijo Ainhoa, sonriendo.

– Sí, desde luego. – ¿...De verdad juegas a futbol sala

Si siempre has sido un paquete! –dij

manol, bromeando.


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– ¡Pero eso no es lo importante de lhistoria! –se quejó Diego.

Todos se echaron a reír, menos Alexque con cara de haber llegado al límitde su paciencia, decidió abrir la bocpor primera vez desde que se sentaran

a mesa. – Menuda mierda de anécdotas –dij

sin levantar la vista de su plato.

– ¿Perdón? – Vuestras historias... dan asco, y so

absolutamente convencionales.

Todos le miraron asombrados por sunsolente salida de tono.

– Tu amiga argentina –continuó Alex

mirando a su mujer–. Viene todos lo


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veranos a visitar a sus abuelos y squeda más de un mes por aquí. Es unciudad pequeña y soléis frecuentar la

mismas tiendas de ropa. Era cuestión diempo que os encontrarais. L

extraordinario hubiera sido no hacerl¿Y que un autobús llegue tarde? –giró lcabeza hacia Diego–. Joder, eso ocurrodos los días por un montón de razoneso me parece siquiera una anécdota.

– ¿Es que tienes tú alguna mejor? replicó Diego, bastante molesto.

Alex se inclinó levemente haci

adelante y bajó el tono de su voz: – 28 de Junio de 1914. El archiduqu

Francisco Fernando, heredero de

mperio austrohúngaro, y su espos


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Sofía visitaban Sarajevo... Varioóvenes bosnios que pertenecían a u

grupo anarquista planeaban asesinarl

durante el recorrido del coche oficiaPero la bomba que lanzaron revotó en ecapó y el archiduque escapó ileso. Lvisita se suspendió y el coche oficial smarchó entre fortísimas medidas dseguridad. Horas más tarde, uno de esoóvenes anarquistas, de 19 años

sabiendo que la operación habífracasado y no tenía nada mejor quhacer, decidió sentarse tranquilamenten una terraza a comerse un bocadillo,

en ese momento... se encontró frente frente con el coche del archiduque. Aparecer, el tío había decidido posorpresa continuar la visita cambiand


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de recorrido, pero su chofer se equivocde calle y dio marcha atrás justo efrente del chaval, que aprovechó l

ocasión para acercarse y disparar quemarropa al archiduque y a su mujer.

i unos ni otros debían estar en escalle en ese instante en concreto, persucedió...

Los cinco escuchaban a Alex sipestañear. Este continuó muy serio co

su relato. – Días más tarde, el imperi

austrohúngaro declaró la guerra al rein

de Serbia, que pidió ayuda a sus amigorusos, y se puso en marcha uncomplicada política de alianzas quacabó provocando la primera guerr

mundial... Las consecuencias de est


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guerra plantaron la semilla de lsegunda guerra mundial, y las de estúltima crearon el nuevo orde

nternacional que conocemos hoy edía... ¡Y todo porque a un chaval lentraron ganas de comerse ubocadillo!.. Joder, esta es una verdaderhistoria sobre casualidades. Y ahoraperdonadme pero tengo que ir al baño.

Acto seguido, Alex se levantó de l

silla y se dirigió al servicio, ante lmirada atónita de sus compañeros.

A esa misma hora, pero muy lejos dallí, y millones de años antes, un jove

riceratops pastaba tranquilamente co


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su manada en un campo de helechosLlevaba más de dos semanas caminandpor extensos valles buscando tierra

fértiles donde establecerse, y se sentía cansado y hambriento. Por eso s

entretuvo demasiado tiempo intentandarrancar una raíz de debajo de una roc no se percató de que toda la manad

reanudaba la marcha sin él.

Cuando por fin levantó la cabeza s

encontraba completamente solo.Anochecía, y un miedo justificado perderse en tierras desconocidas sapoderó por completo de él, así qucomenzó a correr por el bosquntentando encontrar el rastro de s

familia. Pero ese modo de actuar ta

poco discreto tuvo sus consecuencias,


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en un momento dado, algo se movientre la maleza a muy pocos metros ddistancia.

Rápidamente el triceratops se inclinhacia delante y orientó sus cuernos hacios matorrales en actitud defensiva. Per

o que apareció ante sus ojos le hizcambiar por completo de estrategia... Uenorme tiranosaurio, con sus grandemandíbulas elevándose por encima d

os árboles le miraba fijamente a loojos. El joven triceratops supo que nexistía defensa posible, así que dimedia vuelta y corrió como no lo habíhecho en toda su vida. El rex salió traél... Con su cornamenta, el triceratoparrancaba los pequeños troncos qu

encontraba a su paso para hacers


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camino, aunque sabía que en pocosegundos el depredador le daría caza acabaría con su vida...

Pero cuando ya sentía la respiraciódel gigantesco rex a su lado, algextraño sucedió... De repente, un intens

brillo iluminó el cielo y convirtió lnoche en día. En ese mismo instante, unfuerza invisible le levantó varios metropor encima de los árboles y le lanz

violentamente contra el suelo. De reojopudo observar como también sperseguidor era elevado como si fueruna pluma y desaparecía a cientos dmetros de distancia. El joven triceratopse quedó tendido boca arriba, dolorido entonces lo vio... Una gigantesca bol

de fuego estaba atravesando el cielo.


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El ruido que producía era ensordecedorLa tierra temblaba... Cerró los ojosmuerto de miedo, y deseó solo que l

que fuera a suceder ocurriera cuantantes.

Sin embargo, pasaron los minutos y e

ruido empezó a remitir, y poco a poco lierra también dejó de temblar... Cuandoreunió el valor suficiente para volver abrir los ojos, comprobó que la intens

uz había desaparecido y la noche volvía reinar en el bosque. Ya no había nrastro de la inmensa bola de fuego.

El triceratops se levantó del suelo miró curioso a su alrededor. Todavímuy desorientado, decidió perderse dnuevo entre los árboles para encontrar

un sitio seguro donde dormir. Ya había


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enido suficientes emociones por aquedía. Volvería a emprender la búsquedade su familia más tarde.


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Capítulo 4

Alex se secó las manos con una toall

se miró en el espejo. Estaba relajad listo para empezar. Cerró la puerta de

baño y comenzó a caminar por el pasillhacia el salón, donde escuchaba a su

nvitados charlar animadamente. Siembargo, antes de volver junto a ellosgiró a la derecha y entró en su despachoDel bolsillo trasero del pantalón sac

una pequeña llave metálica y abrió ucajón bajo el escritorio. Allí, entre umontón de papeles, había una tabletelectrónica... Tras presionar la pantall


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áctil unos instantes accedió a unaplicación que mostró una cuenta atrácon grandes letras azules: treint

segundos y bajando... Acto seguidovolvió a dejar la tableta en su sitiocerró el cajón con llave y se dirigió a lsala para continuar con la cena.

Al ver aparecer a Alex por el pasilloÚrsula se disculpó con el resto dcompañeros y se dirigió también a lo

servicios. Al cruzarse con Alex, creyóver una extraña mueca en su rostro qua dejó un tanto inquieta, pero no le di

demasiada importancia y siguió scamino.

Cuando Alex tomó asiento, justoreinta segundos después de iniciarse l

cuenta atrás, los extraños percheros qu


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adornaban cada una de las cuatresquinas del salón empezaron a vibraemitiendo un sonido casi inaudible.

adie se percató de ello.En la mesa, mientras tanto, lo

nvitados mantenían una divertid

conversación sobre grupos musicalesmanol bromeaba con Ainhoa.

–

¡No me puedes comparar a Mancon la Oreja de Van Gogh!

– ¡Claro que sí! – contestó Ainhoa–

Los dos son igual de horteras, y solporque unos sean de aquí no tienes po

qué defenderlos. – ¡Pero La Oreja de Van Gogh no son

para nada horteras! Hacen músic

pegadiza, comercial e inofensiva. Y po


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o menos van de cara, no engañan nadie pretendiendo ser lo que no son.

– ¿A que te refieres?

–

A Maná, por ejemplo ¿Has vistoque pintas tienen? Llenos de tatuajespendientes y ropas de macarra.

Pretenden ir de malotes! y luego cantabaladas para adolescentes con letrasobre mariposas y amapolas. ¡Venga no

me jodas!Todos se echaron a reír. A Ainhoa legustaba el sentido del humor de ImanoDe hecho, le gustaba todo de él,

empezaba a tener unos celos horriblede esa azafata paliducha que habíconseguido que por fin asentara l

cabeza... ¿Pero qué hacía? ¡Si estab


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casada! Diego era un buen hombre, a smanera, y la quería. Eso tenía que sesuficiente... Así que con el fin d

desterrar estos oscuros pensamientos dsu cabeza, bebió un buen trago de scopa de vino y cogió de la mano a smarido.

Diego, por su parte, no había podiddejar de mirar a Úrsula durante toda lcena. Esa carita de ángel, ese acent

sexy, ese culazo... Le daba mucho morboaquella chica y envidiaba la suerte quhabía tenido Imanol al conocerlprimero. Pero no, ¡basta!, tenía qudejar de pensar en ella. Ya teníasuficiente con el lio en el que estabmetido... Así que tragó saliva, contó

hasta diez, y cogió con delicadeza l


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mano de su mujer mientras esta serminaba su copa de vino... Sus mirada

se encontraron y se sonrieron, ajen

completamente el uno a lopensamientos del otro.

Entonces Diego se fijó en Alex, qu

volvía a estar callado y a desconectapor completo de la conversación, ntentó captar su interés de algún modo.

– ¿Qué tipo de música te gusta, Alex?

– No creo en la música.

– ¿Que no crees en la música?... ¿Qu

coño quiere decir eso? –contestó Diegoun poco enfadado–. No pienso que lmúsica sea una cuestión de fe.

– Diego, por favor –intervino Ainhoa


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– Solo digo que no me interesan esoemas –añadió Alex.

– Bien Alex, pues vamos a hacer uncosa –continuó Diego–. Ya que teaburren tanto nuestras conversacionebanales, ¿por qué no sacas tú algún tem

nteresante?, por ejemplo... cuéntanocómo va tu investigación para edoctorado, y qué haces con todos eso

cacharros tirados en el despacho.A Alex se le encendió una chispa deemoción en los ojos.

–

Muy bien –contestó –. Pero primerdecidme... ¿qué sabéis sobre la físiccuántica?

Todos se miraron con incredulidad


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La verdad es que sabían más bien poco.

– Que es muy complicada –dijAinhoa, por fin.

–

Y que nadie entiende una mierdsobre ella –añadió Imanol.

–

Es la teoría que explica emovimiento de las partículas ¿no?...dijo Carmen, con un poco más dcriterio.

– Eso es –dijo Alex–, digamos que lcuántica es la teoría que explica cómfunciona el mundo a escalas mu

pequeñas. Hablamos de átomoselectrones, ¡quarks! Y de cómonteractúan entre ellos.

– ¿Y sirve para algo? ¿O solo es un


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paja mental para científicos locos cómú? –preguntó Diego, todavía resentido.

– ¡Claro que sí!, sin la física cuántic

no tendríamos telecomunicaciones, nradioterapia. Casi todos los procesondustriales usan luz láser, que es u

fenómeno que se descubrió comsolución a algunas ecuaciones de lmecánica cuántica. ¡Por no hablar de loordenadores cuánticos! Que será

muchísimo más rápidos de los quusamos hoy en día.

– Vale, ¿y cuál es el problema

entonces? Porque he oído que genermucha controversia –dijo Ainhoa.

– El problema es que cierto

resultados llevados al mund


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macroscópico, desafían nuestro sentidcomún.

– A ver, pon un ejemplo–se interesó

manol.

– ¿Habéis oído hablar deexperimento del gato de Schrödinger? –

preguntó Alex. – ¿El del gato encerrado en un

caja?–preguntó Diego.

– Sí. Es la paradoja más famosa de lfísica cuántica –dijo Alex–. Uexperimento mental que muestra l

desconcertante que es esta teoría. – Venga, ¡pues cuéntanos! –Dijo

Ainhoa, con un poco de miedo arrepentirse.


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– Imaginaos un gato encerrado en uncaja... En su interior se instala umecanismo que une un detector delectrones a un martillo. Y justo debajodel martillo, un frasco de cristal coveneno. Si el detector capta un electró

activará el mecanismo, haciendo que emartillo caiga y rompa el frasco.

– ¿Le han hecho eso a un pobre gato

Joder. ¡Que crueldad! –dijo Ainhoa. – ¿Qué parte de ‘experimento mental

no has entendido? –contestó Diego, cosarcasmo.

–

El caso es que se dispara uelectrón –continuó Alex–. Por lógicapueden suceder dos cosas: que e

detector capte el electrón y active e


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mecanismo. En ese caso el martillo caerompe el frasco y el veneno se expandpor el interior de la caja. El gato l

nhala y muere. Al abrir la cajaencontraremos al gato muerto... O puedque el electrón tome otro camino y edetector no lo capte, con lo que emecanismo nunca se activará, el frascno se romperá, y el gato seguirá vivo. Eeste caso, al abrir la caja el gat

aparecerá sano y salvo. – Tiene sentido. Hasta aquí todo

parece muy lógico –interrumpió Imanol.

– Al finalizar el experimento –dijAlex–, veremos al gato vivo o muerto. Yhay un 50% de probabilidades de qusuceda una cosa o la otra... ¡Pero l


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el mundo cuántico, ¡el gato acaba vivo muerto a la vez!, y los dos estados sogual de reales.

Todos se quedaron pensativos durantunos segundos, intentando cuadrar en sumentes lo que acababan de escuchar.

– Pero al abrir la caja, nosotros solo veremos vivo o muerto... ¿no? –dij

Diego, al fin.

– ¡Exacto! –contestó Alex–. Lexplicación es que el experimento aplicas leyes cuánticas, pero el gato no es u

sistema cuántico. ¡Es mucho mayor

dentro del gato hay infinidad dpartículas que interactúan entre sí. Pero más sorprendente es que nosotros, a

abrir la caja, también lo contaminamos.


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– ¿Cómo que lo contaminamos? preguntó Carmen, confusa.

– Una característica de la cuántica eque el mero hecho de observacontamina el experimento y define unrealidad frente a las demás... Einstei

solía decir: "¿Es que la Luna no está ahcuando nadie la mira?"

–

Un tipo listo el amigo Einstein... –

dijo Diego. –

La conclusión es que cuando esistema cuántico se rompe, la realida

se define por una de las dos opciones.A esto se le llama “decoherencia”, y eel responsable de que veamos el mundal y como lo conocemos. Es decir

como una única realidad.


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– Pero nos estás diciendo que no es lúnica... –dijo Ainhoa.

– Ahí está la cuestión. Y por eso locientíficos hemos desarrollado distintaeorías para explicar todo este jaleo.

–

¿Por ejemplo? –preguntó Imanol. –

Según algunos, en el momento en eque abrimos la caja se produce ucolapso irreversible de la función donda.

– Sí... Eso es lo que pienso yambién –dijo Diego, irónico.

– Aunque otra interpretación

continuó Alex– defiende que lsuperposición de estados se destruy

aunque no haya observación.


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– Está bien saberlo –añadió Ainhoa.

– Pero a mí la que más me gusta d

odas, y la que de hecho mejor explicas paradojas del mundo cuántico, es lexistencia de un multi-verso.

–

¿Un multi-verso? –Dijo Imanol–.¿Estás hablando de muchos universos?

– ¿Universos paralelos? –AñadiDiego.

– Eso es –asintió Alex–. Según esteoría, las dos posibilidades se han dadrealmente. El gato está vivo y muerto a

mismo tiempo, solo que cadposibilidad se ha cumplido en uuniverso distinto...

– Esto empieza a parecerse a u


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capítulo de ‘Fringe’... –comentó Imanol

– La idea es que nuestro universexiste junto con un gran número de otrouniversos –continuó Alex, sin hacerlemucho caso–. Por lo que sólo es udiminuto rincón de un lugar much

mayor... En ellos, todas las posiblesoluciones a un proceso cuánticsuceden en realidad.

–

Creo que esto se nos está yendo das manos... –admitió Imanol, que estabempezando a desesperarse.

– Pues justo en esto consiste m

nvestigación –dijo Alex, esbozando unsonrisa–. En demostrar que la teoría demulti-verso... ¡es cierta!


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habían marchado a descansar después dotra jornada de infructuoso trabajo. Éno. Para él este desafío se habí

convertido en algo personal y npensaba parar hasta conseguirlo.

Pero ya tenía la respuesta. La máquin

que había construido para contrarrestaa Enigma acababa de imprimir su primecódigo nazi descifrado. Evidentementese moría de ganas de contárselo a su

superiores, pero era ya muy tarde había que ser discreto. Toda loperación se estaba llevando en el máabsoluto secreto... Mañana sería su díde gloria. Esa noche, sin embargonecesitaba desahogarse y divertirse upoco. Se lo había merecido.

Entró en el bar de la base militar, u


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garito frecuentado por soldados enfermeras que estaba casi vacío a esahoras. Se sentó en un taburete junto a l

barra y pidió una pinta de cerveza. Dnmediato se fijó en una mesa donde tre

militares jóvenes bebían y reían en voalta. Reconoció a uno de ellos anstante. Era el chico alto de pelo rizad

que tantas veces le miraba de reojo en ecomedor.

Le gustaba ese tío, aunque nunchabía hablado con él, y ni siquiera sabícómo se llamaba. Pero Alan esa nochenía la moral por las nubes, así qu

reunió el valor necesario y se acercó a mesa para entablar conversación co

ellos. Joder. ¡Hacía siglos que no

echaba un polvo!


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– Perdonad, ¿os importa que me sientcon vosotros?

– Claro que no –contestaron los tres. – Me llamo Alan.

Los militares se presentaron co

educación. Sin embargo, él solo prestatención a uno de los nombres: James.

– ¿Los tres sois soldados destinados

esta base?Alan se arrepintió de inmediato por l

obviedad de su comentario, mientras quos militares se echaron a reír si

disimulo.

– Tú, sin embargo –dijo uno de ellos–

o tienes pinta de soldado... ¡Ya sé!

eres uno de esos científicos que se pasa


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el día encerrados en el pabellón 3.

– Eso es.

– Todo el mundo habla de vosotropero nadie sabe qué coño hacéis allí dijo otro de ellos, un poco borracho ya–¿Estáis fabricando una bomba o alg

así? – ¡Oh no!, para nada. Resolvemo

problemas matemáticos.

– ¡Perfecto! Muy útil –dijo eprimero–. ¿Pensáis derrotar a los nazis base de ecuaciones de segundo grado

o estamos para perder el tiempoJoder! Más os valdría inventar algúarma que se cargue a todos esocabrones.


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no quedaba nadie en el bar, se besaron.La tensión sexual resultaba yncontenible entre los dos así qu

pagaron rápidamente las cervezas y smarcharon al pequeño apartamentdonde vivía James dentro de la base.

Hicieron el amor. Varias veces, ydespués, agotados, se fumaron upaquete de cigarrillos de contrabandfranceses y hablaron sobre sus vidas

Alan no pudo reprimirse más y le conta James con todo detalle el increíblogro que había conseguido esa mism

noche, y que les permitiría derrotar duna vez por todas a los nazis. James, posu parte, le confesó que ya habíperdido a dos hermanos en el frente

que deseaba con toda su alma que es


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horrible guerra terminara cuánto antes.

Más tarde hicieron de nuevo el amo se quedaron dormidos.

Sobre las seis de la mañana, Alan sdespertó con unas ganas horribles dmear y vio que James no estaba a s

ado. Se levantó desnudo de la cama se dirigió al cuarto de baño. Mientraorinaba, creyó escuchar algunas voceen el salón... ¿Habría alguien más en lcasa? Con un miedo terrible a sedescubierto se puso rápidamente localzoncillos. Aunque pensó que s

alguien le encontraba allí, podríustificar que se había emborrachadanto esa noche que James había tenid

que llevarle a su casa a dormir l

mona...


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Entró disimuladamente en la sala destar y vio a James sentado en el suelsobre un cojín frente a un ampliarmario. Con la mano derecha sujetabun pequeño micrófono conectado a unradio que asomaba desde uno de lo

cajones. Estaba hablando en alemán.Alan se quedó petrificado! Pero Jameno se percató de su presencia y continuhablando en voz baja mientras alguien a

otro lado del aparato le dabnstrucciones... Alan no entendía lo qu

decían, y aun así, sabía exactamente lque estaba pasando.

En ese momento, James notó upequeño ruido detrás de él y se dio lvuelta... Los dos amantes se quedaro

mirando fijamente a los ojos... Ala


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estaba muy asustado, casi sin podemoverse, mientras que James, muchmás tranquilo, se levantó despacio de

suelo y recogió el cojín donde habíestado sentado. Con una miradnexpresiva, sacó del cajón inferior de

armario una pistola, apoyó el cojísobre la boca del arma, y disparó a AlanTuring dos veces en el pecho.


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Capítulo 5

Carmen se levantó de la mesa y s

dirigió a la cocina para servir el postreque consistía en un surtido de tartacaseras y un sorbete de mandarina. Amismo tiempo traería otra botella d

cava para brindar. Sin embargo, spercató rápidamente de que Úrsula aúno había vuelto del baño.

–

No pasa nada –dijo Imanolmientras se levantaba para ayudarla–podemos traer los postres si quieresSeguro que Úrsula se ha puesto a habla

por teléfono con alguna amiga.


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Por su parte, Diego y Ainhocontinuaban interrogando a Alex sobrsu exótica teoría del multi-verso.

– ¿Y cómo serían esos universosQuiero decir... ¿Habría versioneparecidas de nosotros mismos?

preguntó Diego. – Es posible –sonrió Alex–, piens

que si en este universo estás ahí sentad

erminándote un plato de cuscús, puedque en otro estés comiéndote urodaballo al horno, o en otro estés punto de ser atropellado por un camión

De hecho, en muchos probablemente nsiquiera existas.

– A lo mejor en uno de esos universo

eres una lombriz intestinal –añadi


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Ainhoa, vacilando a su marido.

– Y tú la presidenta de fans de LOreja de Van Gogh. –replicó Diego, conronía.

Ainhoa y Diego rieron y continuarobromeando sobre las posibilidades qu

ofrecía este nuevo tema dconversación... Imanol y Carmen, por sparte, volvieron de la cocina con epostre y sirvieron cava en cada una das copas.

– En el modelo de inflación cósmicque nosotros defendemos –continu

Alex– el universo creció de manerexponencial después del Big Bang algunas partes del espacio-tiempo s

expandieron creando universo


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esféricos... El nuestro tiene sus propiaeyes físicas, pero puede que otroengan leyes distintas.

Alex cogió de inmediato su copa dcava y la levantó ante sus invitados.

– Mirad esta copa, por ejemplo..

maginaos que todas las burbujas qusalen disparadas hacia la superficifueran universos de un mismo multiverso, y que el nuestro solo fuera unburbuja más dentro de la copa.

Todos miraron la copa, dondnfinidad de burbujas de gas carbónic

se entremezclaban y ascendían de formcaótica hacia la superficie.

– Vale, y si todo esto fuera verdad..

¿Cómo pensáis demostrarlo?


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– Existe una posibilidad –continuAlex–, ya que según la solución dReissner-Nordström a las ecuacionede campo de Einstein, en el momento eque un universo se disocia, se crea undistorsión espacio temporal en e

horizonte de sucesos que podrídefinirse matemáticamente como doplanos asintóticos unidos por una zonde agujero blanco.

– ¡Toma ya! –exclamo Ainhoa, que nohabía entendido absolutamente nada.

– ¿Un agujero blanco? –pregunt

Diego. – Una región finita del espacio-tiemp

con tanta densidad que deformaría e

espacio, pero que a diferenci


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del agujero negro dejaríescapar energía en lugar de absorberla.

– O sea, lo contrario de un agujer

negro...

– Más o menos –contestó Alex–. Ehecho es que según esta teoría, se podrí

crear un agujero blanco a escalsubatómica y observar allí la existencide universos paralelos... ¡Sería com

estar dentro de la caja del gato dSchrödinger cuando se produce lsuperposición de estados!

Alex parecía realmente emocionad

hablando sobre este tema, aunque eresto le miraba con recelo sin compartidel todo su entusiasmo... Por eso

consciente de que su lenguaje podrí


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resultar no demasiado entendible, squitó de repente la alianza del dedo y lntrodujo en su copa de cava ante e

asombro de todos. El anillo comenzó oscilar dentro la copa en un frágiequilibrio mientras infinidad dburbujas lo atravesaban. A Carmenobviamente, no le sentó nada bien quAlex tratara un símbolo tan importantpara ella de ese modo, pero no dij

nada... – Fijaos en cómo las burbuja

atraviesan el área del anillo, maginaos que el anillo fuera un agujer

blanco y cada una de las burbujas uuniverso. ¡Desde allí dentro se veríapasar todos esos universos! ¿Entendéi

o que quiero decir?


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– ¿Y cómo pensáis crear un agujeroblanco? –preguntó Imanol.

– En el colisionador de hadrones dSuiza ya han conseguido creamicro agujeros negros de forma volátil partir de la fusión de partículas sub

atómicas –dijo Alex–. Así que laevolución tampoco sería demasiadcompleja y...

– ¡Sí! Parece muy sencillo nterrumpió Ainhoa, un poco borracha.

–

A ver si me ha quedado claro –ntentó recapitular Imanol–. Nos diceque estáis intentando crear un agujerblanco, que por otra parte no tiene pint

de que sea muy seguro... y solo par


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poder detectar el momento en que latraviese un universo y demostravuestra teoría ¿no?

– Eso es.

– ¿Y cuándo se supone que ocurreso?

– ¡Oh, pues continuamente!, de hechesa es la parte más sencilla... Nosotromismos somos capaces de crear nuevo

universos en cualquier momento. –

¿Ah sí? ¡Qué divertido! A ver si poo menos aprendemos algo hoy –dij

Diego.Alex sacó el anillo mojado de la cop

de cava y lo sostuvo en la palma de smano izquierda.


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A esa misma hora, pero muy lejos dallí y miles de años antes, un hombre una mujer corrían por el montescapando de una manada de lobosalvajes... Ella sangraba de una heriden el tobillo y apenas podía caminar. Éa sujetaba de los hombros y casi l

arrastraba entre los matorrales. Los domiraban continuamente hacia atrás, munquietos.

Minutos más tarde, llegaron a lo altde una colina y se pararon a descansarEstaban exhaustos y la noche era fría oscura. Consiguieron distinguir a dura

penas un riachuelo a pocos metros d


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distancia que descendía por una rocaasí que decidieron beber un poco dagua y reanudar la marcha después. N

podían entretenerse demasiado, ya quel rastro de sangre que dejaba la mujeatraería a los lobos en seguida.

La verdad es que estabaacostumbrados a este tipo de vidaLlevaban más de tres meses caminandpor el monte los dos solos, sorteand

nfinidad de peligros. Su amor nunchabía sido fácil. Ya desde el primemomento nadie en el poblado donde ellvivía aceptó esa relación... Su familidespreciaba a esa larguirucha criaturade aspecto frágil y facciones pequeñasque llegó acompañado de dos de su

semejantes meses atrás buscand


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cobijo.

Les aceptaron por pura educación, ta como marcaban sus tradiciones, per

con mucha desconfianza... Habían oídhablar de esa especie de homínidos qurondaban los valles desde hacía tiempo

pero nunca los habían visto en personaEran flacos, débiles, y se comunicabacon un extrañísimo lenguaje gutural ques resultaba incomprensible. Si

embargo, la propia hija del jefe de lribu se había enamorado perdidament

de uno de ellos. Y al parecer, esentimiento era mutuo.

Los amantes solían verse escondidas en el bosque cuando tododormían y hacían el amor entre la

hojas caídas de los abetos.


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aunque la pareja consiguió repeler sprimer ataque, tuvieron que salicorriendo para refugiarse en cimas má

altas.El hombre recogió agua del arroy

con las dos manos y dio de beber a s

mujer en pequeños sorbos. Ella estaben el suelo tumbada cada vez con peoaspecto. La herida de la pierna parecínfectada y empezaba a tener la fiebr

muy alta. Sus ojos comenzaban cerrarse poco a poco... Y entonces, posi esto no fuera suficiente, aparecierodos lobos.

Rápidamente, el hombre sacó scuchillo y corrió hacia ellos. Era uexcelente cazador así que cuando e

primero saltó sobre él, no le cost


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demasiado esquivar su embestida asestarle una profunda puñalada en ecuello. El lobo cayó muerto al instante

Sin embargo, el otro aprovechó locasión para aproximarse a su mujer quacía unos metros más atrás.

En una rápida reacción, el hombrvolvió sobre sus pasos y cuando el lobestaba prácticamente encima de ellasaltó sobre él y los dos cayeron rodand

por el suelo hasta el vértice de uacantilado. El lobo intentó clavarle suafilados colmillos en el cuello, pero élen un último esfuerzo, se impulsó con lpierna izquierda hacia adelante y lanzal animal por encima suyo hacia eprecipicio.

Cuando por fin recobró el aliento, e


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hombre se levantó del suelo y comprobque no estaba herido. Se sacudió lapiedrecillas de los brazos y se fue a ve

cómo estaba su mujer, que permanecíquieta en el suelo en un estado seminconsciente. Necesitaban escapar dnmediato de allí antes de que viniera

muchos más lobos.

Pero justo en ese momento, el vérticdel acantilado cedió sobre su peso y l

ierra se desquebrajó bajo sus pies. Sipoder reaccionar, el hombre cayó avacío entre gritos desesperados...

Y así, de este modo tan cruel, murióel último homo sapiens que pobló lierra.


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Capítulo 6

El anillo cayó sobre la mesa, y tra

rebotar en varios platos y cubiertos, rotsobre sí mismo hasta detenerse pocompleto. La inscripción con el nombrde ‘Carmen’ y la fecha de su bod

12/07/2012) quedó expuesta bocarriba y perfectamente legible.

– Ha caído hacia arriba –confirm

Alex, con una sonrisa en los labios.Acto seguido, cogió la alianza y se lntrodujo de nuevo en el dedo anular d

su mano izquierda.


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– Úrsula está tardando mucho evolver –dijo Imanol–, creo que voy a ia buscarla.

–

Seguirá hablando por teléfono, no tpreocupes – comentó Ainhoa.

Imanol hizo el ademán de levantarsde la silla, pero de inmediato, algo qudijo Alex le detuvo.

– Han cancelado mi proyecto.

– ¿Qué? –dijeron todos al unísono

muy sorprendidos.

– Por falta de fondos. Ordenes darriba supongo... Parece que no hapresupuesto para más investigación.

– ¡Pero eso es muy injusto! Llevaba

cuatro años trabajando en ese proyecto


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dijo Diego.

– Me parece indignante–dijo Ainhoacon sinceridad.

Carmen se quedó muda completamente descolocada. Estconfesión también era una gran sorpres

para ella. – Vaya, lo siento mucho, Alex... –dijo

manol– ¿Y qué vas a hacer ahora?

– ¡Oh, no os preocupéis!, porque hrobado todo el material de investigaciódel laboratorio y he seguido trabajand

solo en casa. – ¿Cómo? –dijeron todos.

– ¿Aquí? ¿En esta casa? –pregunt

Diego.


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– ¿Por eso no has ido a la universidaestos últimos meses? –reflexionCarmen en voz alta–. ¿Y por eso hanstalado todos esos tubos de metal en e

falso techo del salón? Alex, por diostenías que habérmelo contado!

Carmen estaba visiblementdecepcionada con su marido por haberlocultado todo aquello.

– ¿Qué tubos? ¿De qué estáihablando? –dijo Diego, con la miradpuesta en una pequeña mancha dpintura reciente del techo.

– Sí, bueno, he creado un aceleradode partículas alrededor del salón, pereso es una larga historia...


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Diego y Ainhoa se miraroalucinados, creyendo sin duda que Aleempezaba a delirar.

– ¡Úrsula!, ¿va todo bien? –gritmanol, un poco nervioso ya por la larg

ausencia de su novia.

– Sinceramente, no creo que vuelva dijo Alex–.

–

¿Qué estás diciendo?

– Escuchad, el caso es que hconseguido reproducir las condicionefísicas para generar un agujero blanco

recrear el horizonte de sucesos del quos he hablado antes –continuó Alex–pero a tamaño macroscópico! ¿Os dai

cuenta de lo que eso significa? ¡Aqu

mismo! ¡En este mismo salón! Estamos


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punto de ser testigos del mayodescubrimiento científico de todos loiempos... ¡Vamos a verificar la

existencia de los universos múltiplecon nuestros propios ojos!

Alex hablaba de forma atropellada

visiblemente emocionado. El resto lmiraba como si fuera un auténticpsicópata.

– ¿Es que se te ha ido la olla? preguntó Ainhoa, perdiendo la paciencicon él.

– ¿Úrsula? ¿Me oyes? –alzó de nuev

a voz Imanol.Y sin esperar un segundo más, s

evantó de la silla y comenzó a camina

hacia el pasillo, con la firme idea de ir


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materia bariónica de cada extremo desalón –continuó Alex, señalando losupuestos percheros que vibraban e

cada una de las esquinas–. Ya debehaberse creado el campo antigravitatorio a su alrededor, así que, scruzamos el umbral que separa eespacio entre ellos antes de que noatraviese algún universo... caeremos eel vacío.

– Bueno, vale ya de tonterías –dijDiego–. Sentimos lo de tu proyectAlex, pero no tienes por qué actuacomo un demente.

–

No tiene ninguna gracia–añadiAinhoa.

–

Alex, cariño... –dijo Carmen


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apoyando la mano sobre el hombro de smarido– déjalo ya.

Imanol ignoró los comentarios dAlex y siguió avanzando hacia la puertde acceso al pasillo, pero cuando estaba punto de alcanzar el pomo, algo l

detuvo en seco...Alex había cogido un plato de la mes

lo había arrojado con todas sus fuerzahacia un extremo de la sala. Pero eplato, en vez de romperse en mipedazos contra la pared, habídesaparecido al sobrepasar el plan

entre los ‘percheros’ que tenía a loados...

– ¡Joder! –exclamó Diego, que dio u

brinco sobre su asiento.


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– ¿Qué coño ha sido eso? –preguntAinhoa.

Todos se quedaron con la bocabierta. Un silencio sepulcral se adueñdel salón... Imanol tuvo que apoyarse ea mesa para no caerse al suelo de

susto. – ... Lo que creemos ver más allá d

esas antenas solo es una ilusión óptic

reflejo de nuestro antiguo universo –continuó Alex–, pero ya no estrealmente ahí.

–

¿Qué has hecho... dónde coño ssupone que estamos...?

Imanol empezaba a creerse lansensateces de su amigo.


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venimos.

– Y nuestras familias, ¿y nuestravidas? –dijo Ainhoa, asustada.

–

¡Pero qué más da eso! –contestAlex–. Seamos sinceros, llevabais unvida rutinaria y aburrida, y en el mejo

de los casos moriríais dentro dcuarenta o cincuenta años después dpasar por el mundo totalment

desapercibidos, sin haber hecho nadrascendente por lo que serecordados..., ¡y ahora yo os ofrezco lmayor aventura de todos los tiempos

quizá solo vivamos unos minutos hastque el agujero blanco se desequilibre desaparezca, vale, ¡pero vuestra vidhabrá merecido la pena! Joder. Veréi


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cosas que nadie ha visto ni verá jamás.Y estaremos juntos hasta el final! Comoos viejos tiempos.

Un silencio tenso y angustioso siguia las palabras de Alex... La garganta ses secó a todos por completo y un

ncómoda sensación de vértigo invadisus cuerpos. Segundos más tarde, Diegconsiguió por fin reaccionar y hablacasi tartamudeando.

– ... No-nos has condenado a muerte..

– ¡Pero qué hijo de la gran puta! –añadió Imanol.

Y acto seguido, con los ojonyectados en sangre y hecho un

auténtica furia, cogió a Alex por e

cuello de la camisa y lo levantó de l


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atravesando el plano imaginario quunía los ‘percheros’ del lado oeste de lsala. Y entonces desapareció..., como lo

había hecho anteriormente el platanzado por Alex.

Todos se quedaron petrificado

observando la escena. ¡Carmen habídesaparecido delante de sus propioojos! Mientras tanto, el jarrón con laorquídeas amarillas seguí

ambaleándose cerca del extremo de lestantería, a punto de caer al suelo.


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Un leve zumbido empezó a resonapor todo el salón y Alex, Imanol, Diego Ainhoa se miraron extrañados. No

eran capaces de identificar la fuente deruido y mientras tanto, este se hacía cadvez más fuerte. Entonces la tierr

empezó a temblar... levemente aprincipio, con mayor intensidadespués, y todos se sujetaron dondpudieron para no caer al suelo. ¿Qu

estaba sucediendo? – Rápido, ¡vamos a meternos debaj

de la mesa! –sugirió Imanol.

Los cuatro corrieron a resguardarsbajo la gruesa mesa de madera mientraos cubiertos, platos y retratos de la

estanterías empezaron a caer por todo


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ados.

– ¿Un terremoto? –preguntó Ainhomuy asustada.

– No –contestó Alex– no es uerremoto... ya está pasando, ¡nos est

atravesando un universo!

Alex esbozó una sonrisa. Acababa dconfirmar la teoría por la que habíestado trabajando todos estos años. L

razón que daba sentido a su vida. Ldea que le había hecho perder lcabeza... Ni siquiera se acordó ya de smujer.

De repente, volvió la calma. Ezumbido cesó por completo y el sueldejó de temblar. Ellos, sin embargo

permanecieron quietos un buen rato má


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sin atreverse a salir de debajo de lmesa.

Poco a poco empezaron a sentir uigero olor a carne guisada y a escucha

un murmullo de voces riendo y cantanda su alrededor. Ese ruido se hizo má

perceptible con el paso de los segundosParecía que alguien estuviercelebrando una gran fiesta, con comidabebida y algún tipo de espectáculo qu

hiciera que el público aplaudierentusiasmado a pequeños intervalos. Siembargo, los cuatro miraron a los ladosin percibir ningún cambio en laparedes del salón.

Entonces escucharon unas pisadas su alrededor... Eran pasos atropellados

nerviosos y venían acompañados de u


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chirriante sonido de metal que chocabcon violencia. Con una simple miraddecidieron que lo mejor serí

permanecer callados sin hacer ningúruido.

La tensa calma continuó uno

segundos más hasta que, de repente, unenorme hacha se clavó sobre la mesa atravesó la madera hasta sobresalir poa parte inferior. El arma tení

salpicaduras de sangre por toda lhoja... El susto fue monumental. Locuatro amigos gritaron al unísono salieron despavoridos de debajo de lmesa. Y entonces los vieron... Doenormes individuos, vestidos coarmaduras de cuero y provistos d

espadas y redes luchaban a muerte po


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odo el salón. Los hombres, uno de pieoscura y el otro más bajito y robustodestrozaban el mobiliario de la sala

cada envite, totalmente ajenos a locuatro amigos. Eran gladiadores.Cuando el más alto alcanzó en el brazzquierdo a su oponente, éste gritó d

dolor y se retiró momentáneamente haciatrás.

–

¿Qué coño es esto? –pregunt

Diego, estupefacto. –

Parece un combate ent

El Asesinato Del Gato de Schrödinger - Xanti Ramirez

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