El arquero cojito cuento de cirilo lópez salvatierra

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CARÁTULA: Los cercanos días, 2004 Óleo sobre lienzo del pintor español Javier Lorenzo EDICIÓN: Primera edición, 2011

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CARÁTULA:Los cercanos días, 2004

Óleo sobre lienzodel pintor español Javier Lorenzo

EDICIÓN:Primera edición, 2011

Lima - Perú

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CARÁTULA:Ilustración del artista plástico

Alejandro Sánchez HuamancajaEDICIÓN:

Segunda edición, 2015Lima - Perú

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EL ARQUERO COJITO

¡Una barrita para acá!¡Ra, ra, ra!¡Otra barrita para allá!¡Ra, ra, ra!¡El Poli, el Poli, ganará!

El equipo del Colegio Politécnico ya estaba en el lado norte del campo. En media luna, frente al arquero, ensayaban fintas, driblings y recepción cruzado con pases cortos. Por turno shoteaban hacia el arco, el guardameta que vestía de negro y blanco, encogiéndose y alargándose con elegancia detenía los balones.

El árbitro que estaba en el centro del campo, hizo sonar la última llamada con el silbato. Luego dio indicaciones a los jueces de línea, para no caer en las pequeñas mañas o reclamos de los jugadores en los tiros de esquina. El público que estaba sentado se paró, estiraron el cuello y alzaron la frente, todo calló en ese instante, quizás para ver mejor al capitán del Colegio Abraham Valdelomar que salía al gramado. Los jugadores llegaron al centro del terreno de juego, con los brazos levantados daban vueltas saludando al público. Chicos y grandes aplaudieron al cojo Samuel, capitán del equipo. Era una estrella de carne, hueso y palo bajo los tres maderos del Valdelomar. Decían que solito podía ganarle al equipo más pintado, éste era el momento para probarlo. Pero,

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para los del Poli, sólo eran palabrerías de chiquillos: ¿Acaso estaban para dar crédito a ese cuento? ¡Ja! Creer invencible la portería de un cojo. Aparte que le faltaba el pie derecho, era muy flacuchento para soportar dos o tres cañonazos con la pelota.

El partido se inició, desde el primer minuto el equipo celeste del Politécnico se adueñó del esférico, daban órdenes en el campo. La defensa de los verdes del Abraham no lo hacían mal, manejaban bien las tijeras: zasss zasss zasss, cortaban cualquier intento de gol. Los entrenadores de cada equipo también jugaban su partido fuera del rectángulo, gritaban a todo pulmón dando indicaciones a sus pupilos: ¡No se queden atrás! ¡Suban! ¡Por qué no buscan al balón! ¡Bajen! ¡Patea al arco! ¡No lo dejen solo! ¡Ciérrate a la derecha! ¡Ese es tu hombre, cárgalo! ¡Ábrete a la izquierda! Los más pequeños no comprendían ese lenguaje: ¿Cómo? ¿Hacia dónde subir o bajar, si el campo era plano? ¿Acaso la tarea de los punteros, aparte de meter goles, también era dar puntapiés a los parantes del arco? Y como no estar confundido, si para este partido hasta las reglas del fútbol se habían incrementado. Primero, el guardameta Samuel, no podía desprenderse de su muleta en el momento de juego; segundo, tampoco podía arrojar la muleta para despejar el esférico de su arco; tercero, se consideraba falta a la mínima obstrucción con la muleta al jugador contrario. Todas esas faltas eran castigadas con la pena de los doce pasos; pero no había necesidad de aplicarlos, Samuel era respetuoso de las reglas, además, estaba seguro que en la muleta se ahogarían los gritos de gol para el Poli.

El primer tiempo transcurría calmado, como estudiando los lados flacos del contrario; pero minutos antes de concluir, ante una pestañada de la defensa celeste, un delantero verde se escapó por el centro del campo, el público despertó y saltó hasta quedar en puntas de pie, con los ojos pegados en el esférico, a punto de gritar el gol. El delantero del Valdelomar quedó frente al guardameta y los tres palos del Poli, realizó una finta linda, otra… y otra por demás. Perdieron la mejor oportunidad de anotar un tanto.

¡Una barrita para acá!¡Ra, ra, ra!¡Otra barrita para allá!¡Ra, ra, ra!¡Los goles, los goles, ya vendrán!

Con una arenga breve del entrenador, más la barra incansable, el equipo del Politécnico comenzó el segundo tiempo bombardeando de cualquier lugar hacia el arco. La nueva estrategia, se debía a que de todas las atajadas que realizaba el portero cojo, muy pocas veces embolsaba la pelota. Estaba claro, aprovechar a lo máximo los rechazos, era la consigna celeste.

Hasta que llegó el momento más difícil para el equipo verde. Un delantero del Politécnico, aprovechando el rechazo del guardavalla, envió el balón a un ángulo imposible para Samuel, que estaba en el suelo. Pero, como si se tratara de una película de fantasía, su pierna izquierda funcionó por dos y lo lanzó como un proyectil al espacio a interceptar una bola de fuego, con la punta de la muleta despejó el peligro. Hurras y vivas colmó el ambiente deportivo. En las tribunas decían que el arquero cojo cuidaba su portería como un felino a su presa, lástima que no había ningún fotógrafo para retratarlo. En su repertorio de guardameta, no existía las recriminaciones para las fallas de sus compañeros, sólo alientos y palmadas en el hombro: ¡Adelante guerreros! ¡No arruguen, la fiesta continúa! ¿Por qué permiten que duerma nuestra delantera? ¡Pongan vapor a la locomotora!

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En el minuto final del segundo tiempo, en un formidable disparo del Poli, Samuel se elevó por los aires y con su muleta evitó otro gol cantado; pero para sorpresa de todos los espectadores, el balón cayó desinflado en la línea del gol. Verdes y celestes, perseguían como avispas al árbitro que corría con la tarjeta amarilla en una mano y la roja en la otra, sin saber que sancionar. El público levantaba los brazos, movía la cabeza. Pasó que la pelota había impactado en el perno de la muleta, y plofsss… reventó. El desconcierto fue calmado con una tarjeta amarilla para Samuel y la suspensión momentánea de su muleta, hasta que le quitaran todos los pernos.

El partido había terminado dejando mucho sudor en el campo, sin saliva en las bocas y con dos ceros en la tabla. El suplementario fue más agotador, el réferi y las banderillas laterales con las justas corrían, aparte que, estaban a punto de recibir una latiguera del público por algunas fallas en el arbitraje; por lo que se apresuraron con los cinco tiros por equipo. Los penales lo iniciaron fallando los verdes del Valdelomar. Probaron el primer penal los del Poli, que fue rechazado sin mucho esfuerzo por Samuel (sólo tenía que estirar el brazo derecho y la muleta actuaba de lo más precioso). Al equipo celeste poco le faltaba para tirarse al suelo y llorar pataleando, mientras los verdes llegaban a los tres goles.

Para la premiación, las autoridades del distrito dejaron sus asientos. Después de un breve discurso y dar por concluido el campeonato de fútbol escolar, el alcalde entregó el trofeo al arquero cojito. El capitán recibió contento la copa, la estrechó en su pecho y la besó. Los demás compañeros también tocaron la gloria acariciando el trofeo. A unos metros de la celebración, los equipistas del Politécnico, sentados en el gramado, cabizbajos, no podían asimilar lo que había pasado. Lentamente se levantaron, recogieron sus pertenencias, cuando se retiraban, Samuel se apresuró y ante la

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expectativa de los presentes, entregó el trofeo al capitán del Politécnico. La pesadilla de los celestes se convirtió en algarabía. Unos y otros se abrazaban.

Los chicos y las chicas del Colegio Abraham Valdelomar, jubilosos, dando vivas, levantaban por los aires al capitán y a su muleta. Los espectadores continuaban aplaudiendo parados, no creían lo que estaban mirando sus ojos.

Autor:Cirilo Donato López Salvatierra