EL ANTIGUO LARGO Y DIFICIL CAMINO A SAN ANDRES

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Santa Cruz de ayer y de hoy £1 antiguo, largo y difícil camino a San Andrés E N el antiguo y buen valle de San Andrés —también llamado de Salazar o de las Higue- ras— se extiende todo un si- lencio suave y tranquilo pe- ro, en especial, por los ba- rrancos de El Cercado y Las Huertas. Allí, entre monta- ñas y al pie de ellas, la paz que seguro reinaba en el pueblo pescador y agrícola cuando, para llegar a él, el camino era la mar o el que, peligroso, alternaba las playas con las alturas de vértigo. Hoy, la autovía a San An- drés —verdadera prolonga- ción de la espléndida Aveni- da de Anaga— en nada re- cuerda el peligroso camino que, difícilmente, se obser- va muy por encima de la ca- rretera que le sustituyó y, hace años, dio paso a la nueva vía de comunicación. En la actualidad, una magnífica vía pone a pocos kilómetros de la capital aquel su buen barrio en que, tradicionalmente se une el buen trabajo en el campo con el que, mar afuera y venciendo las olas, bien lle- van a cabo sus hombres de la pesca artesanal, los que tienen y mantienen todo un arte difícil y duro. La actual vía tuvo sus principios en el antiguo ca- mino vecinal que unía Santa Cruz con San Andrés. «Este camino que principiaba a espaldas del camino de Paso Alto, faldea a orillas del mar las montañas que forman los valles Seco, Bufadero, San Andrés e Igueste, que pertenecen a este Distrito, habiendo en él algunos pa- sos peligrosos en los rarísi- mos días en que la mar se presenta atemporalada con vientos del Sur en algunos inviernos». Así nos describe, allá por la década de los años 80 del pasado siglo, don Miguel Poggi y Barsotto en su célebre guía de Santa Cruz. Este camino vecinal des- de Santa Cruz a San Andrés se comenzó —por prestación personal— en 1856 y, con bastante lentitud, se realiza- ron las obras hasta que, en 1868, se paralizaron, dado que dejaron de consignarse cantidades para invertir en ella. Al respecto, la Prensa de entonces decía que «lo construido se halla comple- tamente destruido por no haberse ejecutado las obras con la inteligencia y solidez que requerían, y por el abandono con que se mira esta vía importante». Largo y difícil, el camino subía y bajaba, al igual que la carretera que, muchos años más tarde, lo sustituyó y que, a la vera de la mar, iba hasta Cueva Bermeja. Allí iniciaba la subida por la ladera y, curva a curva, es- calaba para —luego— bajar hasta Jagua, donde a la mar alta y libre se abría una pe- queña playa, cercana a los almacenes de le empresa Pesquerías y Salazones de Tenerife. La carretera, al comenzar de nuevo la subi- da, cruzaba cerca de los te- rrenos en los que, sobre ro- ca, se secaba el pescado que —previemente salado— lle- gaba a las goletas y balan- dras que faenaban frente al gran silencio sahariano. De nuevo, alturas de vér- tigo sobre la mar que rom- pía al pie de la montaña y, un poco más allá, la vereda peligrosísima que llevaba a la no menos peligrosa playa de los Trabucos. Luego, la paz de San Andrés, las casas con sencillo y elegante toca- do de tejas canarias, el viejo castillo, el encanto de la Desde la autovía, la antigua carretera y, más arriba, vestigios del difícil camino vecinal que llevaba a San Andrés playa y, más arriba, los lau- reles de indias que lanzaban —lanzan— su sombra verde y fresca a la vera del ba- rranco. Por la playa de Las Tere- sitas iniciaba el camino su nuevo ascenso en busca de Igueste de San Andrés, del valle tranquilo que, también por la mar, se comunicaba regularmente con Santa Cruz. Aún recordamos cuando, en el atracadero de la marquesina, comenzaban los preparativos para hacer- se a la mar aquellas largas falúas de crbs proas a las que, sobre la regala, se colo- caba una falsa borda de lo- na para proteger a los pasa- jeros de los rociones. Pero, antes de la salida a la mar, había que calentar con so- plete aquellos primitivos motores que, con demasia- da frecuencia, se averiaban y dejaban a la falúa al gare- te. Era entonces el momento de, a media travesía, izar una vela rudimentaria —un simple toldo envergado en el palo— y, con la limosna de la brisa, volver al abrigo del Dique del Este o, también, al collar de espumas de la playa de Igueste. Aunque desplazada de su antigua zona, la marquesina parece guarda aún ecos del suave ronroneo de los moto- res y visiones ya difumina- das, de las estampas mari- neras de aquellas falúas —sin excepción pintadas de gris— que sustituyeron a los viejos botes que,, a remo y vela, durante años y años comunicaron Santa Cruz con sus dos buenos barrios. Allí, a la orilla de la mar, San Andrés e Igueste bien supieron —saben aún— her- manar la agricultura con la pesca. Así, mientras las qui- llas audaces aran la cinta azul de infinito en busca de cosecha de plata palpitante, los bueyes rompen la tierra que, con largueza, más tar- de prodigará sus frutos. Tras el camino vecinal, la carretera que, también, se conserva en algunos tra- mos, en especial en el que, tras la bajada final, termina en el jardín que crece y cre- ce poco antes de llegar a San Andrés. Nadie soñó en- tonces —cuando era vía in- dispensable, verdadera- mente necesaria— que llega- ra a convertirse en amplia avenida, en mirador esplén- dido de la ciudad sobre su puerto, sobre toda su mar. La margen izquierda de aquel viejo camino vecinal, «que principiaba a espaldas del castillo de Paso Alto», se ha transformado, como por arte de magia, en el «water - front» —valga el expresivo vocablo inglés— de toda la ciudad de Santa Cruz de Tenerife. Frente al Atlántico, la montaña se ha convertido en fondo de toda una teoría de colores de modernas edi- ficaciones que, poco a poco, han alzado sus nuevas y atrevidas estructuras, sím- bolos de la ciudad que siem- pre fue, que es y será. Por Valleseco aún quedan vestigios —verdaderas reli- quias ya— del viejo Santa Cruz carbonero, de la ciu- dad que vivía de cara a la mar, de la que cifraba su bienestar y porvenir en aquel buen carbón gales —de poco humo y mucha fuerza— que, con regulari- dad, desde Cardiff llegaba para, con su abundancia, rellenar exhaustas gabarras y almacenes y, posterior- mente, los «side burikers» de los vapores que daban fondo para hacer consumo y re- frescar la aguada. Ya la marquesina no tie- ne ruido de motores ni guai- drapazos de velas latinas. Tampoco las charlas anima- das de los vecinos de Igues- te que, por circunstancias especiales de la época, ha- bían convertido en estación aquella vieja zona que. a la sombra de la farola, era ini- cio del Muelle Sur. Ya no se apilan las mercancía senci- llas y humildes —en especial carbón vegetal, o «de pino», como entonces de decía— que, una vez desembarca- das, esperaban los carros de muías que, entre arres de estímulo y férreo estrépito de herraduras, ascendían por la corta calzada en bus- ca de las calles de la ciudad. Hoy es una espléndida avenida la que, al tiempo que hace de mirador sobre el puerto y la mar, acerca la ciudad a sus barrios, a la playa de Las Teresitas y a ese futuro de campo —ver- dadero campo— que bien se guarda en el barranco de El Cercado, el del silencio y las palmeras. Aún es posible ver, sobre la vieja carretera, el aban- donado y olvidado camino vecinal que, serpenteante, faldeaba las laderas, orilla- ba los precipicios y, desde Cueva Bermeja, iba en bus- ca de los valles tranquilos y aislados. Todo aquello es te- ma remoto, pero no olvida- do; y es que la ciudad, con San Andrés e Igueste de San Andrés, ha trabajado mu- cho y bien para abrir a la prosperidad la amplia zona de su litoral. Allí, en la misma línea donde la ciudad se funde con el puerto, donde la tie- rra se une y confunde, im- precisa, con la mar, Santa Cruz pone y bien mantiene su presencia y, desde San Andrés e Igueste, mira al océano, camino siempre de su prosperidad, de todo su futuro.— Juan A. Padrón Albornoz. Así puede contemplarse a La Gomera como la Rábida atlántica., La Gomera, Rábida atlántica-canaria... Un simbolismo, con afinidad de argumentos y quehaceres E N mi trabajo sobre «La Gomera, en simbolis- mos», publicado en EL DÍA, con fecha 7 de agosto de 1983, figura un sim- bolismo de especial relieve: «La Gomera, Rábida atlántica-ca- naria», y creo estar en lo cierto respecto a su similitud en cuan- to a su quehacer y argumento con Palos de la Frontera, lugar del inicio de la aventura colom- bina, y esta tierra —La Gome- ra— partida definitiva; algo así como Palos —el inicio— y La Go- mera —el fin— de ese tramo de mar conocido como el Golfo de las Yeguas entre Palos y La Go- mera, y que sirve de nexo y unión entre una y otra latitud en lo histórico, aventurero y religioso... Y existen razones para fun- damentarlo, porque si Palos fue puerta de acceso a este suceso universal, La Gomera, fue ven- tanal abierto de horizontes nuevos... Y ese camino azul, espumoso y yodado: el Atlántico, que allí esperó a las carabelas, rebasa- dos >a el Tinto y el Odiel, aquí fue aparcamiento líquido y es- pera temporal y circunstancial para la partida definitiva... Afines en quehaceres y co- metidos: allí Palos de la Fronte- ra suministró naves y hombres al Almirante; aquí, La Gomera, suministróles leña de sus bos- ques y montes, ganados y la carne de éstos, los frutos de los campos, y el agua para las na- ves, ya que esta aventura so- brepasaba en tiempo al de los viajes largos: más de diez días... Porque si castellana es Palos de la Frontera, no menos lo es La Gomera... Porque si allí, en Palos de la Frontera, en el Monasterio de la Rábida, Colón se despidió de Santa María de la Rábida, su- plicando el favor y auxilio para él y los suyos, aquí, en La Go- mera se despidió también, su- plicando idéntico favor a Santa María, en el templo de la Asun- ción de la Villa... Porque si Rábida supone mo- nasterio o ermita, también La Gomera posee la suya, en esa apacible y recoleta marisma de Puntallana, donde se asienta la Patrona de la Rábida Atlántica- Canaria: la morenita Virgen de Guadalupe —escapulario ma- riano de los gomeros—, como allí, Santa María de la Rábida lo es para los palermos... Porque si en Palos se izó el velamen de las carabelas, hin- chándose éstas con los vientos onubenses, aquí, en La Gome- ra, se izaron también los velá- menes y se hincharon con la ti- bia brisa de su bahía y puerto, y tomaron la vuelta para ir su viaje, sobrepasada ya la punta del Becerro esas tres trinidades femeninas —símbolo de la uni- dad de las tierras de Castilla y sus hombres— en esta Rábida atlántica-canaria, donde empe- a escribirse con la tinta del colorido de su cielo y la luz de su sol, en el húmedo papiro azul, yodado y espumoso del Atlántico, el prólogo de un epí- logo sustantivo: el Descubri- miento, Guanahaní, América, argumento veraz que La Gome- ra señalóle al Almirante, como rosa de los vientos —antes co- mo ahora— al dar la despedida esas «tres sutiles esperanzas» —las carabelas— de yodadas es- pumas, de titileos de estrellas, y de ansias de sombras que se- paran distancias...». Porque si en Palos tomaron el precioso líquido de la Fonta- k nula para la aventura, aquí en La Gomera lo hicieron de su hermano el Pozo de la Agua- da... Y si en Palos, dispusieron de la Orden Real de suministrar naves y hombres al Almirante, aquí gozaron del privilegio ge- neral de la señora de la Isla, para cuanto les fuera necesario y beneficioso a esas «tres qui- llas, tres proas» —que repiten sin saberlo— el querer conocer el desnudo silencio de un cami- no, que es puente y orilla, re- manso de soles y lunas, de días y noches, de estrellas, debri- sas, de nieblas, de silencio y sa- crificio, de las sombras que se- paran distancias... Porque si Palos de la Fronte- ra fue morada del almirante, no menos lo fue La Gomera pa- ra con él... Porque idénticos quehaceres están hermanados y unidos por un mismo argumento el uno en el comienzo del Golfo de las Ye- guas —Palos de la Frontera—, y el otro, al final de éste: La Go- mera... Por eso la razón de ese sim- bolismo: La Gomera Rábida atlántica-canaria, porque en ella, como en Palos de la Fron- tera, «esas tres verdades» sin apenas ser advertidas en lo he- roico, supieron entender la difí- cil filosofía de la aventura, cual «tres gaviotas, en espera de la ola que el mar echa a la playa...». Así puede contemplarse a la Gomera como Rábida atlántica -canaria y latitud insular de España y Castilla y de la Corte de tanto monta, con esa aristo- cracia histórica que Castilla le confirió por su quehacer histó- rico-colombino, que comenzó a escribirse en el comienzo del Golfo de las Damas —La Gome- ra— por esas tres gaviotas de- sesperadas, aleteando en la búsqueda de amaneceres, de perfiles de tierras de asombro: Guanahaní, América, fin de ese Golfo de las Damas, y de ese camino que La Gomera señaló- les desde la Punta del Becerro, como ruta inequívoca para esa fuga a la búsqueda de horizon- tes nuevos...— Mario Hernán- dez Siverio. COCINA VASCA "El Rincón de Javier" EL LUGAR PARA COMER BIEN BACALAO, MARMITAKO, CHIPIRONES EN SU TINTA, ETC. Y EXCELENTE CARNE DEL PAÍS Restaurante "EL RINCÓN DE JAVIER" Agua García Km. 4,7. Teléfono: 563254

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Artículo de Juan Antonio Padrón Albornoz, periódico El Día, sección "Santa Cruz de ayer y hoy", 1986/04/06

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Santa Cruz de ayer y de hoy

£1 antiguo, largo y difícil caminoa San Andrés

E N el antiguo y buenvalle de San Andrés—también llamado

de Salazar o de las Higue-ras— se extiende todo un si-lencio suave y tranquilo pe-ro, en especial, por los ba-rrancos de El Cercado y LasHuertas. Allí, entre monta-ñas y al pie de ellas, la pazque seguro reinaba en elpueblo pescador y agrícolacuando, para llegar a él, elcamino era la mar o el que,peligroso, alternaba lasplayas con las alturas devértigo.

Hoy, la autovía a San An-drés —verdadera prolonga-ción de la espléndida Aveni-da de Anaga— en nada re-cuerda el peligroso caminoque, difícilmente, se obser-va muy por encima de la ca-rretera que le sustituyó y,hace años, dio paso a lanueva vía de comunicación.

En la actualidad, unamagnífica vía pone a pocoskilómetros de la capitalaquel su buen barrio en que,tradicionalmente se une elbuen trabajo en el campocon el que, mar afuera yvenciendo las olas, bien lle-van a cabo sus hombres dela pesca artesanal, los quetienen y mantienen todo unarte difícil y duro.

La actual vía tuvo susprincipios en el antiguo ca-mino vecinal que unía SantaCruz con San Andrés. «Estecamino que principiaba aespaldas del camino de PasoAlto, faldea a orillas del marlas montañas que formanlos valles Seco, Bufadero,San Andrés e Igueste, quepertenecen a este Distrito,habiendo en él algunos pa-sos peligrosos en los rarísi-mos días en que la mar sepresenta atemporalada convientos del Sur en algunosinviernos». Así nos describe,allá por la década de losaños 80 del pasado siglo,don Miguel Poggi y Barsottoen su célebre guía de SantaCruz.

Este camino vecinal des-de Santa Cruz a San Andrésse comenzó —por prestaciónpersonal— en 1856 y, conbastante lentitud, se realiza-ron las obras hasta que, en1868, se paralizaron, dadoque dejaron de consignarsecantidades para invertir enella. Al respecto, la Prensade entonces decía que «loconstruido se halla comple-tamente destruido por nohaberse ejecutado las obrascon la inteligencia y solidezque requerían, y por elabandono con que se miraesta vía importante».

Largo y difícil, el caminosubía y bajaba, al igual quela carretera que, muchosaños más tarde, lo sustituyóy que, a la vera de la mar,iba hasta Cueva Bermeja.Allí iniciaba la subida por laladera y, curva a curva, es-calaba para —luego— bajarhasta Jagua, donde a la maralta y libre se abría una pe-queña playa, cercana a losalmacenes de le empresaPesquerías y Salazones deTenerife. La carretera, alcomenzar de nuevo la subi-da, cruzaba cerca de los te-rrenos en los que, sobre ro-ca, se secaba el pescado que—previemente salado— lle-gaba a las goletas y balan-dras que faenaban frente algran silencio sahariano.

De nuevo, alturas de vér-tigo sobre la mar que rom-pía al pie de la montaña y,un poco más allá, la veredapeligrosísima que llevaba ala no menos peligrosa playade los Trabucos. Luego, lapaz de San Andrés, las casascon sencillo y elegante toca-do de tejas canarias, el viejocastillo, el encanto de la

Desde la autovía, la antigua carretera y, más arriba, vestigios del difícil camino vecinal que llevaba aSan Andrés

playa y, más arriba, los lau-reles de indias que lanzaban—lanzan— su sombra verdey fresca a la vera del ba-rranco.

Por la playa de Las Tere-sitas iniciaba el camino sunuevo ascenso en busca deIgueste de San Andrés, delvalle tranquilo que, tambiénpor la mar, se comunicabaregularmente con SantaCruz. Aún recordamoscuando, en el atracadero dela marquesina, comenzabanlos preparativos para hacer-se a la mar aquellas largasfalúas de crbs proas a lasque, sobre la regala, se colo-caba una falsa borda de lo-na para proteger a los pasa-jeros de los rociones. Pero,antes de la salida a la mar,había que calentar con so-plete aquellos primitivosmotores que, con demasia-da frecuencia, se averiabany dejaban a la falúa al gare-te. Era entonces el momentode, a media travesía, izaruna vela rudimentaria —unsimple toldo envergado en elpalo— y, con la limosna dela brisa, volver al abrigo delDique del Este o, también, alcollar de espumas de laplaya de Igueste.

Aunque desplazada de suantigua zona, la marquesinaparece guarda aún ecos delsuave ronroneo de los moto-res y visiones ya difumina-das, de las estampas mari-neras de aquellas falúas—sin excepción pintadas degris— que sustituyeron a losviejos botes que,, a remo yvela, durante años y añoscomunicaron Santa Cruzcon sus dos buenos barrios.Allí, a la orilla de la mar,San Andrés e Igueste biensupieron —saben aún— her-manar la agricultura con lapesca. Así, mientras las qui-llas audaces aran la cintaazul de infinito en busca decosecha de plata palpitante,

los bueyes rompen la tierraque, con largueza, más tar-de prodigará sus frutos.

Tras el camino vecinal, lacarretera que, también, seconserva en algunos tra-mos, en especial en el que,tras la bajada final, terminaen el jardín que crece y cre-ce poco antes de llegar aSan Andrés. Nadie soñó en-tonces —cuando era vía in-dispensable, verdadera-mente necesaria— que llega-ra a convertirse en ampliaavenida, en mirador esplén-dido de la ciudad sobre supuerto, sobre toda su mar.

La margen izquierda deaquel viejo camino vecinal,«que principiaba a espaldasdel castillo de Paso Alto», seha transformado, como porarte de magia, en el «water -front» —valga el expresivovocablo inglés— de toda laciudad de Santa Cruz deTenerife.

Frente al Atlántico, lamontaña se ha convertidoen fondo de toda una teoríade colores de modernas edi-ficaciones que, poco a poco,han alzado sus nuevas yatrevidas estructuras, sím-bolos de la ciudad que siem-pre fue, que es y será.

Por Valleseco aún quedanvestigios —verdaderas reli-quias ya— del viejo SantaCruz carbonero, de la ciu-dad que vivía de cara a lamar, de la que cifraba subienestar y porvenir enaquel buen carbón gales—de poco humo y muchafuerza— que, con regulari-dad, desde Cardiff llegabapara, con su abundancia,rellenar exhaustas gabarrasy almacenes y, posterior-mente, los «side burikers» delos vapores que daban fondopara hacer consumo y re-frescar la aguada.

Ya la marquesina no tie-ne ruido de motores ni guai-drapazos de velas latinas.

Tampoco las charlas anima-das de los vecinos de Igues-te que, por circunstanciasespeciales de la época, ha-bían convertido en estaciónaquella vieja zona que. a lasombra de la farola, era ini-cio del Muelle Sur. Ya no seapilan las mercancía senci-llas y humildes —en especialcarbón vegetal, o «de pino»,como entonces de decía—que, una vez desembarca-das, esperaban los carros demuías que, entre arres deestímulo y férreo estrépitode herraduras, ascendíanpor la corta calzada en bus-ca de las calles de la ciudad.

Hoy es una espléndidaavenida la que, al tiempoque hace de mirador sobreel puerto y la mar, acerca laciudad a sus barrios, a laplaya de Las Teresitas y aese futuro de campo —ver-dadero campo— que bien seguarda en el barranco de ElCercado, el del silencio y laspalmeras.

Aún es posible ver, sobrela vieja carretera, el aban-donado y olvidado caminovecinal que, serpenteante,faldeaba las laderas, orilla-ba los precipicios y, desdeCueva Bermeja, iba en bus-ca de los valles tranquilos yaislados. Todo aquello es te-ma remoto, pero no olvida-do; y es que la ciudad, conSan Andrés e Igueste de SanAndrés, ha trabajado mu-cho y bien para abrir a laprosperidad la amplia zonade su litoral.

Allí, en la misma líneadonde la ciudad se fundecon el puerto, donde la tie-rra se une y confunde, im-precisa, con la mar, SantaCruz pone y bien mantienesu presencia y, desde SanAndrés e Igueste, mira alocéano, camino siempre desu prosperidad, de todo sufuturo.— Juan A. PadrónAlbornoz.

Así puede contemplarse a La Gomera como la Rábida atlántica.,

La Gomera, Rábidaatlántica-canaria...

Un simbolismo, con afinidad deargumentos y quehaceres

E N mi trabajo sobre «LaGomera, en simbolis-mos», publicado en ELDÍA, con fecha 7 de

agosto de 1983, figura un sim-bolismo de especial relieve: «LaGomera, Rábida atlántica-ca-naria», y creo estar en lo ciertorespecto a su similitud en cuan-to a su quehacer y argumentocon Palos de la Frontera, lugardel inicio de la aventura colom-bina, y esta tierra —La Gome-ra— partida definitiva; algo asícomo Palos —el inicio— y La Go-mera —el fin— de ese tramo demar conocido como el Golfo delas Yeguas entre Palos y La Go-mera, y que sirve de nexo yunión entre una y otra latituden lo histórico, aventurero yreligioso...

Y existen razones para fun-damentarlo, porque si Palos fuepuerta de acceso a este sucesouniversal, La Gomera, fue ven-tanal abierto de horizontesnuevos...

Y ese camino azul, espumosoy yodado: el Atlántico, que allíesperó a las carabelas, rebasa-dos >a el Tinto y el Odiel, aquífue aparcamiento líquido y es-pera temporal y circunstancialpara la partida definitiva...

Afines en quehaceres y co-metidos: allí Palos de la Fronte-ra suministró naves y hombresal Almirante; aquí, La Gomera,suministróles leña de sus bos-ques y montes, ganados y lacarne de éstos, los frutos de loscampos, y el agua para las na-ves, ya que esta aventura so-brepasaba en tiempo al de losviajes largos: más de diezdías...

Porque si castellana es Palosde la Frontera, no menos lo esLa Gomera...

Porque si allí, en Palos de laFrontera, en el Monasterio dela Rábida, Colón se despidió deSanta María de la Rábida, su-plicando el favor y auxilio paraél y los suyos, aquí, en La Go-mera se despidió también, su-plicando idéntico favor a SantaMaría, en el templo de la Asun-ción de la Villa...

Porque si Rábida supone mo-nasterio o ermita, también LaGomera posee la suya, en esaapacible y recoleta marisma dePuntallana, donde se asienta laPatrona de la Rábida Atlántica-Canaria: la morenita Virgen deGuadalupe —escapulario ma-riano de los gomeros—, comoallí, Santa María de la Rábidalo es para los palermos...

Porque si en Palos se izó elvelamen de las carabelas, hin-chándose éstas con los vientosonubenses, aquí, en La Gome-ra, se izaron también los velá-menes y se hincharon con la ti-bia brisa de su bahía y puerto,y tomaron la vuelta para ir suviaje, sobrepasada ya la puntadel Becerro esas tres trinidadesfemeninas —símbolo de la uni-dad de las tierras de Castilla ysus hombres— en esta Rábida

atlántica-canaria, donde empe-zó a escribirse con la tinta delcolorido de su cielo y la luz desu sol, en el húmedo papiroazul, yodado y espumoso delAtlántico, el prólogo de un epí-logo sustantivo: el Descubri-miento, Guanahaní, América,argumento veraz que La Gome-ra señalóle al Almirante, comorosa de los vientos —antes co-mo ahora— al dar la despedidaesas «tres sutiles esperanzas»—las carabelas— de yodadas es-pumas, de titileos de estrellas,y de ansias de sombras que se-paran distancias...».

Porque si en Palos tomaronel precioso líquido de la Fonta-

k nula para la aventura, aquí enLa Gomera lo hicieron de suhermano el Pozo de la Agua-da...

Y si en Palos, dispusieron dela Orden Real de suministrarnaves y hombres al Almirante,aquí gozaron del privilegio ge-neral de la señora de la Isla,para cuanto les fuera necesarioy beneficioso a esas «tres qui-llas, tres proas» —que repitensin saberlo— el querer conocerel desnudo silencio de un cami-no, que es puente y orilla, re-manso de soles y lunas, de díasy noches, de estrellas, de bri-sas, de nieblas, de silencio y sa-crificio, de las sombras que se-paran distancias...

Porque si Palos de la Fronte-ra fue morada del almirante,no menos lo fue La Gomera pa-ra con él...

Porque idénticos quehaceresestán hermanados y unidos porun mismo argumento el uno enel comienzo del Golfo de las Ye-guas —Palos de la Frontera—, yel otro, al final de éste: La Go-mera...

Por eso la razón de ese sim-bolismo: La Gomera Rábidaatlántica-canaria, porque enella, como en Palos de la Fron-tera, «esas tres verdades» sinapenas ser advertidas en lo he-roico, supieron entender la difí-cil filosofía de la aventura, cual«tres gaviotas, en espera de laola que el mar echa a laplaya...».

Así puede contemplarse a laGomera como Rábida atlántica-canaria y latitud insular deEspaña y Castilla y de la Cortede tanto monta, con esa aristo-cracia histórica que Castilla leconfirió por su quehacer histó-rico-colombino, que comenzó aescribirse en el comienzo delGolfo de las Damas —La Gome-ra— por esas tres gaviotas de-sesperadas, aleteando en labúsqueda de amaneceres, deperfiles de tierras de asombro:Guanahaní, América, fin de eseGolfo de las Damas, y de esecamino que La Gomera señaló-les desde la Punta del Becerro,como ruta inequívoca para esafuga a la búsqueda de horizon-tes nuevos...— Mario Hernán-dez Siverio.

COCINA VASCA"El Rincón de Javier"EL LUGAR PARA COMER BIENBACALAO, MARMITAKO, CHIPIRONES

EN SU TINTA, ETC. Y EXCELENTECARNE DEL PAÍS

Restaurante "EL RINCÓN DE JAVIER"Agua García Km. 4,7. Teléfono: 563254